ESTUDIOS TRANSANDINOS

0717-5256 ESTUDIOS TRANSANDINOS Revista de la Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e Integración Cultural Volumen 18 – Número 1 (2013

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0717-5256

ESTUDIOS TRANSANDINOS Revista de la Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e Integración Cultural

Volumen 18 – Número 1 (2013)

ESTUDIOS TRANSANDINOS REVISTA DE LA ASOCIACIÓN CHILENO-ARGENTINA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS E INTEGRACIÓN CULTURAL Volumen 18 Número 1 (2014) Estudios Transandinos es una publicación académica especializada que difunde trabajos originales de investigación del campo de estudio de las relaciones argentino-chilenas, la integración binacional y las realidades nacionales, regionales y locales de ambos países que puedan ser abordadas desde una perspectiva comparada. Su eje disciplinar es el de la Historia pero recibe aportes de las Humanidades y las Ciencias Sociales en general. Los artículos publicados son de entera responsabilidad de los autores. El material publicado puede reproducirse, sin fines de lucro económico, parcial o totalmente, siempre y cuando se dé crédito tanto a los autores como a la revista. Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e Integración Cultural Presidente: Patrick Puigmal. Vicepresidente: Jorge Pinto Rodríguez & Daniel Cabral Marquez. Secretario: Jorge Muñoz Sougarret. Vocales: Paula Núñez, Luis Carreño, Igor Goicovic, Cristina Moyano, Jaime Flores, Claudio Rosales, Yéssica González. Comisión Honoraria: Osvaldo Bayer, Roberto Cortés Conde, Nicolás Cruz, María Angélica Duarte, Félix Luna, Humberto Meders, Luz María Méndez, Carmen Norambuena, Arturo Roig, Osvaldo Silva, Sergio Villalobos. Estudios Transandinos Director: Patrick Puigmal. Codirector: Jorge Pinto. Comité Académico: María Andrea Nicoletti, Jorge Muñoz Sougarret, Luis Carreño Palma, Paula Núñez. Composición, diagramación y corrección de prueba: Felipe Navarrete Moya. Este volumen se editó con recursos de la Universidad de Los Lagos y la Universidad de La Frontera. Indexada: Latindex Portal Web: www.estudioshistoricos.ulagos.cl/

ISSN: 0717-5256

Estudios Trasandinos Volumen 18, número 1 Imagen portada capturada en trayecto Bariloche hacia Villa la Angostura / Patagonia Argentina. Fotografía de Francisco Cantero (cedida por el autor), tomada el 18 de septiembre de 2013. Diseño portada: Impresión: Printus S.A., Osorno Tiraje: 300 ejemplares Se permite cualquier reproducción parcial o total indicando la fuente. Las opiniones vertidas en los artículos publicados en esta Revista no representan necesariamente la opinión de la Institución que la edita. HECHO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

ESTUDIOS TRANSANDINOS Revista de la Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e Integración Cultural

Volumen 18 – Número 1 (2013)

PRESENTACIÓN / PRESENTATION

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ARTÍCULOS: Historia, economía y arquitectura

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Los historiadores y la historia de los abórigenes de las pampas: tres décadas de investigaciones The historians and the history of the pampas indians: two decades of researches.

Raúl José Mandrini

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La Ruta de Concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquén: una mirada geopolítica The road from Concepción to Buenos Aires passing by Antuco and Neuquén: A geopolitical look.

Armando Cartes Montory

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La cuestión de la soberanía en el discurso revolucionario chileno durante la patria vieja (1810-1814) The sovereignty matter in the chilean revolutionary speech during the Patria Vieja (1810-1814)

Natalia Petringa

37

El demonio y su presencia en los espacios hispano-coloniales: relatos inquisitoriales sobre diablos, brujas y aquelarres, siglo XVIII The devil and its presence in the Spanish colonial spaces: inquisitorial stories on devils, and witches, XVIIIth century

Natalia Urra Jaque

43

Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche, Araucanía, 1840-1890 Agricultural production and ranching in the familiar economy Mapuche de Araucanía: 1840-1890

Iván Inostroza Córdova

59

El encuentro entre dos mundos: militares napoleonicos y pueblos originarios; virtudes, certezas y actuares a partir de los escritos de los primeros The meeting of two worlds: Napoleonic militaries and native people. Virtues, certainties and acts through the writings of the first ones.

Patrick Puigmal

91

Memorias fragmentadas: entre lo alpino y lo andino. El refugio Italia y las percepciones sobre el poblamiento en la región del Nahuel Huapi Fragmented memories between Alpine and Andean. The shelter Italy and perceptions about the settlement in the region of Nahuel Huapi

Paula Gabriela Núñez

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Transversalidad continental. Osorno, espacio urbano en tension Continental transversality. Osorno, a stressed urban space

Hugo Weibel Fernández - Andrés Angulo Cárdenas

MÁS ALLÁ DE NUESTRAS FRONTERAS / BEYOND OUR BORDERS El gobernador depuesto. La imagen de Miguel Tacón y Rosique en la guerra contra los confederados del Valle del Cauca en Colombia The deposed governor The image of Miguel Tacon and Rosique during the war against the confederates of the Cauca valley in Colombia

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Sebastián Martínez Botero

INSTRUCCIONES Y NORMAS PARA LOS AUTORES / INSTRUCTIONS AND NORMS FOR THE AUTHORS

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Instrucciones a los autores PRESENTACIÓN La Universidad de la Frontera y la Universidad de Los Lagos tienen el placer y el honor de presentar la segunda edición de Estadios Transandinos, la revista de la Asociación ChilenoArgentina de Estudios Históricos e Integración Cultural, número que corresponde al año 2013. Esta edición se compone de ocho artículos, eclécticos y variados, que representan la diversidad y originalidad de la producción científica de ambos lados de la cordillera. Historia, economía y arquitectura constituyen los ejes de las producciones presentadas. En este número, agregamos, además, un artículo exógeno, desde Colombia, como para marcar nuestra apertura hacia la creación de conocimiento más allá de nuestras fronteras administrativo-políticas. Abre Raúl Mandrini, reconocido historiador argentino e invitado a clausurar el X° congreso de la asociación que organizamos en Pucón en abril de 2013. Gracias a él, recorremos treinta años de investigaciones históricas sobre los pueblos aborígenes de la parte meridional de la república argentina y podemos destacar los avances logrados, señalar las cuestiones pendientes y alertar sobre los límites y riesgos de algunos enfoques. Seguimos con Armando Cartes Montory de la Universidad de Concepción, quien nos propone una mirada geopolítica sobre la ruta de Concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquen en los años de la independencia. Este artículo es el pretexto para describir y entender el rol que jugo la relación directa entre la región de Concepción con la de Buenos Aires como para confirmar el proyecto de la primera en el marco de la emancipación, un proyecto que no pasaba obligatoriamente por el dominio de Santiago. Natalia Petringa de la Universidad de Buenos Aires aborda la cuestión de la soberanía en el discurso revolucionario chileno durante la época de la Patria Vieja entre 1810 y 1814 a partir de los pueblos, las ciudades y las provincias entran entonces en una pugna que no toca solamente a quien debe ejercer el poder pero, más bien, a que tipo de poder construir luego de la caída de la monarquía colonial. Para Natalia Urra, de la Universidad Andrés Bello de Santiago, el siglo XVIII y los archivos del virreinato de Lima son el espacio ideal para estudiar brujas, diablos y aquelarres, investigados, interrogados y juzgados por los tribunales de la inquisición hispano-criolla. Iván Inostroza, de la Universidad de la Frontera, examina el desarrollo de la producción agrícola y ganadera de la Araucanía durante la segunda parte del siglo XIX, comparándolo con el mismo fenómeno en el Chile central y relevando las prácticas tradicionales indígenas que le dan su originalidad en particular en el tema de la fertilidad de los suelos. Patrick Puigmal, de la Universidad de Los Lagos, nos hace descubrir como los militares napoleónicos que participan en las luchas de la independencia en Chile y Argentina consideran los pueblos indígenas: entre ignorancia, filosofía idealista rousseauista y sentimiento de superioridad, descubrimos en estas líneas su rol relativo a la “resolución del problema indígena” en los nuevos estados en construcción. Paula Núñez, de la Universidad de Río Negro en Bariloche, propone una reflexión comparativa en los Andes americanos y los Alpes europeos a través de las memorias y las vivencias de los inmigrantes italianos quienes, a principios del siglo XX, llegan a la región de Bariloche donde sus actuares responden tanto a su tradición geográfico-cultural como a su adaptación a un entorno nuevo.

Instrucciones a los autores

Secretaría de Redacción

Hugo Weibel y Andrés Angulo, arquitectos de la Universidad de Los Lagos, entregan una visión original sobre el espacio ocupado por la ciudad de Osorno en Chile, un espacio, y por consecuencia, una ciudad en tensión principalmente transversal (del oeste al este), condicionada por factores territoriales, políticos y resultados de aciones y voluntades locales y nacionales. Estas tensiones constituyen según los autores un factor de desarrollo para la ciudad. Finalmente, Sebastián Martínez Botero, de la Universidad de Caldas en Colombia, muestra como un gobernador colonial se opone a la emancipación propuesta por los criollos de la Confederación de Ciudades Amigas del Valle del Cauca entre 1806 y 1811, proponiendo una imagen extremadamente negativa de aquel funcionario real para, así, deshacerse del representante de la Península. Se concluye con la edición de esta revista, el periodo de vicepresidencia y presidencia de la Asociación de los doctores Jorge Pinto Rodríguez y Patrick Puigmal, dando así cuenta de lo decidido en la última reunión de la asociación en Pucón cuando se eligió Daniel Cabral Marques, de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco para sumir la vicepresidencia durante los años 2013 y 2014 y la presidencia a partir de 2015.

Secretariado de redacción

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Artículos: Historia, economía y arquitectura / History, economy and architecture

Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

LOS HISTORIADORES Y LA HISTORIA DE LOS ABORÍGENES DE LAS PAMPAS: TRES DÉCADAS DE INVESTIGACIONES 1 The historians and the history of the pampas indians: two decades of researches. 2

Raúl José Mandrini [email protected] Universidad de Buenos Aires Buenos Aires, Argentina

Resumen Las investigaciones sobre los pueblos aborígenes de los territorios meridionales de la Argentina y sus relaciones con la población hispano-criolla experimentaron un notable desarrollo desde hace tres décadas. Enfoques y estereotipos hasta entonces aceptados fueron rechazados y se elaboraron nuevas perspectivas en el abordaje del tema. Sin embargo, esa producción académica, cuantitativa y cualitativamente destacable, reconoce algunos límites. En este artículo me prepongo revisar esa producción para destacar los avances logrados, señalar las cuestiones pendientes y alertar sobre los límites y riesgos de algunos enfoques. Palabras clave: Pueblos aborígenes – relaciones fronterizas – pampas − historiografía

Abstract Research on the Aboriginal peoples of the southern territories of the Argentina, and its relations with the hispano-criolla population underwent a remarkable development from three decades ago. Old approaches and stereotypes were rejected and were drawn up new perspectives in the approach to the topic.However, these quantitatively and qualitatively outstanding academic works recognized some limits. In this article I intend to review that production to highlight progress, point out the outstanding issues, and alert about the limits and risks of some approaches. Keywords: Aboriginal peoples – frontier relationships – Pampas – historiography

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Este artículo es la versión revisada de la conferencia de cierre dictada en el Xº Congreso ChilenoArgentino de Estudios Históricos y de Integración Cultural realizado en Pucón, Chile, el 17 de abril de 2013. 2 Investigador ad-honorem. Museo Etnográfico Juan Bautista Ambrosetti, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas Desde que inicié mis investigaciones sobre el mundo aborigen de las llanuras y planicies meridionales y la problemática de las fronteras entre esas poblaciones y los hispanocriollos, hace ya tres décadas, mucha agua corrió bajo el puente de la historiografía sobre esos temas. Entre los especialistas se superaron los enfoques y estereotipos aceptados hasta entonces; empero muchos de ellos siguen nutriendo el imaginario colectivo, perduran entre los aficionados a la historia fronteriza, e incluso reaparece a veces, bajo nuevas formas, en algunos núcleos de investigadores. Los avances a que me refiero estuvieron ligados, en la Argentina, a una producción colectiva −el avance del conocimiento es, y siempre fue, una construcción colectiva−generada en las condiciones históricas específicas derivadas de la vuelta a la democracia, en 1983, contexto en que debo ubicar mi propia producción. Los trabajos desde entonces realizados resultaron en una producción cuantitativa y cualitativamente destacable, incluidas varias tesis doctorales. El optimismo que esa situación puede crear reconoce empero algunos límites. En buena medida, tales avances no parecen haber trascendido más allá del estrecho campo de los especialistas y, de hecho, en su mayor parte y, alentada por las mismas instituciones promotoras de la investigación científica, tales trabajos se piensan y escriben para especialistas. En otro plano, la adhesión a menudo acrítica de algunos estudiosos a nuevas teorías, empieza a generar nuevos estereotipos, a los que me referiré más adelante. Para quienes nos formamos como historiadores, el abordaje de estos temas presenta dificultades iniciales considerables. La historiografía, que trabajó tradicionalmente con sociedades estatales y se apoyó en documentación escrita, no nos brinda herramientas conceptuales y técnicas de investigación suficientes para estudiar sociedades preestatales y ágrafas, lo que hace necesario recurrir a otras disciplinas, en particular la antropología, que desde sus inicios se ocupó de ellas. Esto es riesgoso: categorías, conceptos y teorías no son nunca neutros o asépticos y llevan implícitos contenidos que adquieren sentido dentro del marco de la propia disciplina y de sus debates internos. Tales instrumentos deberán, por lo tanto, ser analizados críticamente y adecuados para su uso en el marco de una disciplina diferente. Además, la antropología ha tenido en general una fuerte impronta ahistórica que priva a sus análisis de historicidad. Y no pocos historiadores cayeron en esa trampa. Los análisis autodenominados etnohistóricos suelen dar buenos ejemplos de lo que expreso: buenos análisis etnográficos carecen, en general, de dimensión histórica. Mis inicios en el tema El balance historiográfico que quiero realizar puede bien comenzar con la situación del campo de estudios en el momento de inicio de mis trabajos, a comienzos de la década de1980. Con la Argentina en plena dictadura, resonaban los ecos de los festejos del Centenario de la llamada “Conquista del Desierto” realizada en 1879 y el discurso oficial sobre la cuestión estaba en su apogeo: esa conquista había sido la empresa civilizadoras por excelencia llevada a cabo llevada a cabo por naciente estado argentino y su “glorioso” ejército para acabar, de una vez por todas, con la “barbarie” que por siglos había controlado territorios que la nación reclamaba como propios. La definición de bárbaros o salvajes, aplicada a sus pobladores, justificaba su sometimiento y la ocupación por la fuerza de sus tierras, sobre las cuales la nación debía imponer su soberanía y cumplir su misión civilizadora. ~ 12 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 La situación cambió poco después, en 1984: la vuelta al orden constitucional y la apertura democrática impactaron en los ámbitos académicos, a los que me reincorporé, como muchos otros colegas, tras varios años de forzado alejamiento. Siguieron tiempos importantes para nuestra disciplina y, en particular para la temática a que me había volcado, pues comenzaron a cuestionarse los presupuestos vigentes y a repensar, desde otras perspectivas, la historia de esas fronteras y de los pueblos aborígenes que vivían más allá. Mi formación previa había transitado la agitada vida universitaria de Buenos Aires de las décadas de 1960 y 1970, hasta que la expulsión de la Universidad, en 1975, me alejó de la vida académica formal. Obligado a trabajar fuera del ámbito académico, dediqué mis momentos libres a completar mi formación, particularmente en el campo de la antropología, disciplina sobre la que poco había aprendido en mi breve paso por esa carrera, a comienzos de los años 60: etnografía y etnología terminaban en la escuela de Viena y el culturalismo de Boas, con alguna fugaz incursión, casi vergonzante en el funcionalismo de Malinowski; la antropología social estaba de hecho prohibida y la arqueología americana retrasada en varias décadas. Tal situación determinó mi vuelco definitivo al campo de la historia, donde las cosas estaban mucho mejor, y mi orientación hacia historia antigua, con incursiones en el pasado prehispánico. Ya fuera de la Universidad, y a pesar de la dura situación que se vivía, conté con la guía de Alberto Rex González, sin duda la figura más importante de la arqueología y la antropología argentinas, también cesanteado en la universidad. Largas charlas con Rex me abrieron caminos y perspectivas, aunque nada me vinculaba aún con las pampas o la Patagonia. Me interesaban otros problemas vinculados al origen del estado y de las sociedades complejas. Fueron algunos comentarios de Rex los que me introdujeron en el tema, sobre el cual poco sabía, más allá de lo que decían los viejos manuales de etnografía argentina, aferrados todavía a los supuestos de la Escuela de Viena: en las pampas, bandas de cazadores recolectores nómades descendientes de los cazadores prehispánicos de la región, fueron transformados por la presencia europea (adopción del caballo, paso de una caza pedestre a una ecuestre) y luego, entre los siglos XVI y XVIII según los autores, por la expansión en las llanuras de poblaciones de la Araucanía que se establecieron en ellas e introdujeron distintos elementos culturales, incluida la lengua, pero adoptando de la población local, en buena medida absorbida o desplazada, la vida nómade y ecuestre de cazadores y ladrones de ganado. Algunos, imbuidos de ideas nacionalistas, veían en estos “araucanos” la expresión del expansionismo de Chile sobre la Patagonia, idea generada en el siglo XIX – Estanislao Zeballos (2002) fue uno de sus exponentes− en un clima de potenciales conflictos limítrofes. Para quien, como yo, llegaba al tema desde fuera de la historiografía argentina, y familiarizado con otras disciplinas y temas, esa interpretación parecía un verdadero dislate, en particular cuando uno leía con otros ojos las fuentes disponibles. El problema, obviamente, no eran las fuentes sino quienes las habían leído. Cómo conciliar, me preguntaba, esa vida nómada ecuestre fundada en una economía de depredación con la construcción de represas, prácticas funerarias como el suttée, complejos protocolos ceremoniales y fuertes indicadores de jerarquización social y política, entre otros (González 1979; Piana 1981). Cómo aceptar que una sociedad cuyo nivel de organización se asimilaba al de bandas pudiera reunir ejércitos de varios centenares de lanceros. Estas dudas dispararon mis primeras indagaciones: a partir de los indicadores de complejidad de la vida social y política indígenas, muy fuertes hacia mediados del siglo XIX, traté de definir el carácter y funcionamiento de su base material –fue ese el eje de

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Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas mis primeros trabajos (Mandrini 1984; 1985) − para tratar más adelante de indagar sobre los procesos y cambios producidos a la región a partir de la presencia europea a fines del siglo XVI. Volvamos al campo de la historia Para entonces, ya reintegrado a la universidad, no estaba tan solo y el nuevo clima académico permitió conocer otros trabajos. Así, accedí a la tesis de Martha Bechis (1984), que revisaba la tradicional visión de las frontera y la relación de las sociedades aborígenes con el estado argentino en formación, y alartículode Miguel Palermo (1986) que,desde una perspectiva antropológicay en forma independiente, coincidía en muchos aspectos con los míos, sugiriendo que no andábamos mal encaminados. Pronto se incorporaron otros: Daniel Villar, al que luego se unió el entonces muy joven Juan Francisco Jiménez, en Bahía Blanca; Gladys Varela y Ana Biset, tempranamente fallecida, en Neuquén, Gladys Ceresole en Luján, Diana Mazzanti en Mar del Plata, Patricia Madrid en La Plata, Mónica Verón en Buenos Aires. Daniel era historiador, aunque había trabajado en arqueología. Juan Francisco y Gladys Varela eran historiadores, pero Ana María, Gladys Ceresole, Patricia, Mónica y Diana venían de la arqueología. Varios más se incorporaron en los años siguientes –ya muchos para nombrarlos a todos sin olvidos−, la mayoría jóvenes que se iniciaban. Al mismo tiempo, se diversificaron los intereses, temas, problemas abordados y enfoques teóricos y metodológicos adoptados. La realización en Buenos Aires del Primer Congreso Internacional de Etnohistoria, en 1989, en el cual organicé un simposio, me permitió el primer contacto directo con investigadores chilenos a los que hasta entonces sólo conocía por algunos trabajos llegados a Buenos Aires (Villalobos y otros 1982; también Villalobos y Pinto 1985), obras que tuvieron, en particular la primera, una especial importancia para quienes trabajábamos en estos temas En otros trabajos he sintetizado esas trayectorias de la antropología y de la historia, así que sólo me referiré a algunas cuestiones (Mandrini 1993; 1998; 2007) Cruzar fronteras... El aspecto más importante de esos trabajos fue haber superado los límites tradicionales, derribando barreras y cruzando algunas fronteras. La primera fue, sin duda, la que separaba a la antropología y la historia. Algunos historiadores, sin renunciar a ser tales y a partir de una interpretación totalizadora del pasado considerado como historia social (Hobsbawm 1976; Febvre 1970), buscamos incorporar a las sociedades originarias al campo de la historia acercándonos a la antropología en busca de conceptos e instrumentos teóricos. Avanzamos entonces en la relectura de las fuentes tradicionales y reivindicamos el valor de otras fuentes, como la tradición oral, y la información arqueológica y etnográfica. Simultáneamente, algunos etnógrafos y arqueólogos comenzaron a interesarse por la historia de las sociedades estudiadas y revalorizaron, en consecuencia, el uso de documentación escrita: buscaban, al hacerlo, explicaciones más amplias de los fenómenos socioculturales analizados así como la formulación de nuevas hipótesis de trabajo. La realización de proyectos donde confluyeron, por ejemplo, historia y arqueología, aunque pocos aún, dieron frutos. Menciono sólo dos: uno, la investigación, a partir del descubrimiento, a mediados de los 80, del cementerio indígena de Caepe Malal, en el norte de la provincia de Neuquén, encarada por Adán Hajduk y Ana Biset (Hajduk 1991; Hajduk y Biset 1991), arqueólogos, y Gladys Varela como historiadora(Biset y Varela 1990; 1991; Varela y ~ 14 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Biset 1992); el otro, ligado a mi trabajo sobre las sociedades del sur bonaerense en el siglo XVIII a lasque caractericé como un importante núcleo de economía pastoril (Mandrini 1988), fue encarado por varias arqueólogas (Ceresole 1991; Mazzanti 1994, 2007; Madrid 1991) quienes establecieron para las regiones serranas de Tandilia y de Ventania, al menos desde mediados del siglo XVIII, un complejo manejo de los recursos pecuarios, con técnicas de concentración, custodia y engorde del ganado que incluían construcciones de piedra, que servían de infraestructura de apoyo a las grandes recogidas de ganado en pie, antes de atravesar las pampas rumbo a tierras trasandinas (Mandrini 1991; 1994; 2001; Palermo 1989; Mazzanti 2004; Pedrotta 2005). Pero no nos engañemos: más allá de la aceptada interdisciplinariedad –a veces sólo declarada– son escasos los proyectos conjuntos encarados por historiadores y arqueólogos. Los historiadores no suelen integran información arqueológica a sus trabajos; los arqueólogos, por su lado, suelen ignorar los avances de la historiografía. Sin embargo, cuando los arqueólogos leen la documentación escrita con ojos de arqueólogo los resultados suelen abrir campos impensados. Y lo mismo ocurre cuando, a la inversa, los historiadores aprendemos a “leer” los testimonios arqueológicos como fuentes históricas. Un segundo aspecto de esa ruptura fue, para los historiadores, salir de los límites impuestos por una historiografía nacionalista que, nacida con la formación del estado-nación, encuadró en los límites físicos y políticos de esa “nación” toda la historia anterior, incluida la de los pueblos originarios. Así, la cordillera andina, naturalizada como límite, se erigió en un límite casi infranqueable entre la Araucanía y las pampas, generando a ambos lados de la cordillera visiones antagónicas de los grupos sometidos, tal como lo expuso Martha Bechis en su tesis doctoral (Bechis R. 1984). Pero aprendimos, en Argentina y Chile, que era imposible entender a las pampas sin la Araucanía, o a la Araucanía sin las pampas. La cordillera dejó entonces de ser una barrera entre esos mundos para convertirse en un espacio que los articulaba: comenzamos a pensar en una historia común, más allá de las especificidades regionales, que sin duda existieron, y de los periódicos ciclos de conflicto(Bengoa 1985;León Solís 1991; Pinto Rodríguez 1996a, 1996b; Bechis R. 1984;Palermo 1991; Villar y Jiménez 1996, 2000, 2003;Zavala Cepeda 2011; Bello 2011). Tampoco en esto debemos engañarnos: buena parte de mis colegas historiadores dedicados a la historia argentina siguen pensando los espacios en términos de estados nacionales, aún para etapas en que Argentina siquiera existía como proyecto político y, hacia el interior de ese espacio, no pueden romper los límites provinciales, incluso en tiempos en que esas provincias, como las patagónicas, siquiera existían. Y lo mismo ocurre entre muchos colegas chilenos. Definir con claridad los espacios que conformaron el territorio de los pueblos originarios –geográfica, económica o políticamente– así como la forma en que esos espacios se vinculaban y articulaban en unidades mayores no es una tarea fácil, pero resulta fundamental. Debe considerarse para ello el aspecto temporal: la referencia las grandes unidades políticas – cacicatos o como se las llame– puede ser útil para las décadas centrales del siglo XIX o algo más, pero bastante cuestionable si las proyectamos hacia atrás. Además, la movilidad de esas poblaciones y la fuerte integración alcanzada por ese territorio hacia mediados del siglo XIX, tiende a ocultar diferencias y crear la imagen de una uniformidad que, sin embargo, nunca terminó de borrarlas.

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Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas De todos modos, las características geo-ecológicas del territorio, claramente percibidas por los pueblos nativos, permiten definir en ese vasto espacio que llamamos “pampas” ámbitos y áreas –praderas orientales, sierras bonaerense, sistemas lacustres del sudoeste bonaerense, médanos y valles transversales, monte pampeano, travesías, sistemas fluviales pampeanos, lagos y valles de la cordillera y precordillera− con funciones económicas precisas que articulaban actividades diferenciadas, impulsaban el desarrollo de distintos modelos económicos (Mandrini 2001,50), definían las líneas centrales de la circulación y condicionaban la distribución de la población y su movilidad. Estos rasgos, sobre el cual se moldearon las grandes unidades políticas del siglo XIX, explican también muchos conflictos internos y las políticas frente a la sociedad hispano- criolla. En esta definición, pienso, debemos poner mucho de nuestro esfuerzo en las próximas etapas de trabajo. Otra cuestión pendiente, no menos compleja, es la temporal, específicamente la periodización a adoptar en la construcción de esa historia indígena. Hablar de período colonial, virreinal, republicano o independiente, más allá de su comodidad cronológica, tiene poco sentido y nada nos dice sobre los procesos, cambios, continuidades y rupturas que se operaron en el interior de ese complejo mundo indígena. ¿Qué pueden significar para este mundo, en el caso de las pampas, fechas como 1776, 1810, 1816, o 1853, por dar algún ejemplo? Esto no significa que lo que ocurría en el mundo hispano-criollo no tuviera importancia para el mundo indígena dadas las vinculaciones y la interdependencia entre ambas sociedades. Pensemos del triunfo del proyecto liberal en la década de 1860, que acabó con su destrucción y la anexión definitiva de los territorios que ocupaban al estado nación que los reclamaba como propios. Esta última referencia me introduce en otra cuestión sobre la cual, creo, debemos avanzar mucho más, y a la que voy a referirme en particular más adelante: quién se proponga profundizar el conocimiento del mundo indígena deberá tener en cuenta la importancia de la dinámica propia de los procesos que allí se producían y la participación y el rol que cupo a la sociedad aborigen, y a sus jefes, en la definición del carácter y el ritmo de los cambios que se fueron operando. Ese mundo no era un receptor pasivo de políticas e iniciativas que emanaban de la sociedad blanca sino que fue capaz de elaborar respuestas y generar sus propias acciones. Redefiniciones Las rupturas señaladas fueron simultáneas con la redefinición, o al menos una revisión crítica, de los instrumentos teóricos empleados. Algunos, como los exclusivamente valorativos – sin importar que fueran positivos o negativos− fueron rechazados, así como también aquéllos otros que, mal aplicados, como el de “complejo ecuestre”, tendían a deformar las realidades analizadas, como lo demostró Miguel Palermo (Palermo 1986). Otros, en cambio, debieron ser profundamente redefinidos, como ocurrió con el de “araucanización” –tema en que trabajé junto a Sara Ortelli rechazando las posiciones ultra difusionistas imperantes (Ortelli 1996; Mandrini y Ortelli 2002). Algo similar ocurrió con las definiciones de frontera, espacio fronterizo y relaciones fronterizas y con las cuestiones referidas a la etnicidad e identidad étnica. En el primer caso, se coincidió en la necesidad de rechazar la asimilación de frontera a límite así como el carácter exclusivamente bélico de las relaciones fronterizas, dos ideas que había dominado la historiografía argentina. En la segunda cuestión se rechazó, en general, la visión esencialista que había sustentado los trabajos de etnógrafos y etnólogos vinculados a la Escuela de Viena. El tema, planteado en trabajos tempranos por Lidia Nacuzzi (Nacuzzi 1989; 1998; Nacuzzi y ~ 16 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Magneres 1989) fue ganando espacio en la antropología americana al mismo tiempo que se reconocía el carácter histórico de etnicidad y se desplazaba el centro de interés hacia los procesos de construcción de las identidades étnicas, o etnogénesis (Hill 1996; Boccara 1998). También fue necesario incluir nuevas definiciones referidas a modelos económicos, relaciones sociales y formas de organización política, un tema nada fácil pues, a las distintas concepciones o adscripciones de los investigadores se sumaba el proceso de rápidos y profundos cambios vividos por esas sociedades aborígenes. En esto, en consecuencia, las diferencias entre los estudiosos son grandes, pero todos, creo, entendimos que no era posible seguir adelante sin avanzar en la discusión de estas cuestiones y aceptando, aun con diferencias en las terminologías y modelos propuestos, que tales sociedades mostraban altos niveles de complejidad económica, social y política. Los aborígenes como actores de su propia historia Los pueblos aborígenes, como señalé, fueron partícipes activos de su propia historia. Parece obvio, pero no lo es. La historiografía tradicional, y alguna no tan tradicional, los consideró pueblos “pasivos” y acostumbró atribuir las decisiones y políticas fronterizas a la acción, buena o mala según quien opinara, de las instituciones y funcionarios coloniales, especialmente si eran exitosas. Algunos intentaron otra explicación: los pueblos aborígenes, cuya economía era por definición considerada dependiente −idea que viene del siglo XVIII− debieron para su supervivencia ajustar sus decisiones y comportamientos a los dictados impuestos por el estado colonial y, luego, de los nacientes estados criollos. Ese enfoque simplista no se ajusta empero a la información documental. Los principales caciques tomaban decisiones y jugaron un papel significativo en la definición de las políticas fronterizas. Esto vale, en general para todo el continente. Así, por ejemplo, esos caciques imponían a veces límites, e incluso confrontaban con éxito, las iniciativas del gobierno colonial; en otras ocasiones, mezclando fuerza y habilidad diplomáticas, tomaban la iniciativa para imponer políticas convenientes (Weber 2005, 9-11). Veamos un ejemplo en las fronteras de sur rioplatense: la historiografía argentina reconoce desde hace tiempo que las tres décadas que transcurrieron entre c. 1785 y 1815 fueron, en general, años pacíficos para la frontera bonaerense: los intercambios y el comercio crecieron (Mandrini; 1994,65-71; 2006, 45-48; 2010; Ortelli, 2003, 88-105, entre otros),las relaciones con los indígenas del sur se hicieron más intensas (Lastarría 1914 [1804], 121; Azara 1969 [1802], 199; Mandrini 2010, 435-436), las expediciones a Salinas Grandes se regularizaron (Taruselli 2005-2006; Mandrini 2006, 47-48; Pinazo 1786) y los caciques viajaban con regularidad a la ciudad para comerciar, pero también para saludar y entrevistar a las autoridades. Esa paz, que cuestiona la imagen de una frontera de guerra permanente sostenida por esa misma historiografía, se atribuyó a las exitosas medidas implementadas por los virreyes Vértiz y Loreto: fortalecimiento de las defensas fronterizas y de las fuerzas que las vigilaban, política más enérgica frente a los ataques indígenas, muy intensos a comienzos de la década de 1780, apoyo a los caciques “amigos” y aliento al comercio, herramientas esenciales con las que esos virreyes ilustrados se proponían traer a la paz a esos caciques violentos. Esto es cierto, pero a medias. El comercio ya era importante desde hacía bastante tiempo, y su crecimiento y continuidad desde mediados del siglo, se refleja en la documentación. Por otro lado, las defensas fronterizas habían sido siempre muy débiles –hubo antes proyectos que fracasaron por la crónica falta de recursos– y siguieron siéndolo aunque la ~ 17 ~

Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas situación mejoró un poco con la creación del Virreinato y el crecimiento de Buenos Aires. Pero, aun así ¿hubieran podido resistir ataques como el de 1740, al que nos referiremos más adelante? Una lectura más atenta de la documentación muestra, por el contrario, que los jefes indígenas tuvieron mucho que ver en esas relaciones pacíficas. Así, por ejemplo, los ataques de comienzos de la década de 1780 habrían tenido en parte la intención de presionar al gobierno colonial para firmar tratados de paz que beneficiaban a los grandes caciques con el comercio, regalos, reconocimiento y apoyo que recibían (Crivelli Montero 1991). Coluhuanque, un indígena apresado tras participar en una incursión contra la frontera, declaró al mayor Sebastián de la Calleja que “...viendo que nosotros [los hispano-criollos] no íbamos a la sierra de la Ventana donde nos aguardaban, para salirnos al encuentro a proponernos la Paz que desean, se resolvieron a volver a insultarnos para llevar más cautivos y obligarnos a ella...”y agrega con cierto tono de amenaza, que “...si el cristiano no la da la Paz, y le envían las indias e indios que están en Buenos Aires, para canjearlos por los nuevos cautivos cristianos que tienen allá, harán guerra continua por estos parajes a fin de vengarse.”(Coluhuanque 1780). En junio de 1790, ya en época de paz, un sobrino del cacique Toro se presentó ante el virrey Arredondo, pidiendo entrevistar al capitán Juan Antonio Hernández, que se encontraba en la guardia de Rojas, a quien el virrey ordenó bajar de inmediato a Buenos Aires. La orden, apresuradamente redactada (incluye tachaduras y añadidos entre líneas), es clara e imperativa:“Habiéndoseme presentado el sobrino del Cacique Toro, y manifestado me su deseo de tener una conferencia con Vuestra Merced. Se lo prevengo para que pase inmediatamente al efecto a esta Capital” (Arredondo 1790). El comercio fue un componente central de las demandas de los caciques meridionales. Los cambios que se operaban en el mundo indígena demandaban cada vez más productos y bienes europeos, o producidos en el ámbito colonial, ya fueran para cubrir necesidades materiales (alimentos, vestimentas o herramientas varias) o como bienes de prestigio con alto valor simbólico. Era el modo más eficiente y económico de obtenerlos frente a otras opciones: botín de guerra, saqueos, rescates por cautivos, regalos de las autoridades. Dos episodios señalan esta importancia. En diciembre de 1806 el Cabildo de Buenos Aires recibió a diez caciques pampas que venían a poner su disposición unos veinte mil guerreros bien armados –número poco creíble, aunque esos caciques podían reunir varios centenares– para enfrentar una nueva invasión de los ingleses, los "colorados" como les llamaban. No fue la primera ni la última vez: el 29 de ese mes, el cacique Epugner, ofrecía “...2.862 de mis soldados, gente de guerra, bien armados de Chuza, Espada, Bolas, y Honda, con sus Coletos de Toro, [que] mantengo en la Cabeza del Buey, lugar de mi residencia actual, donde estarè pronto à vuestro chasque (…) pues quiero pelear hermanablemente con los vuestros” (Razonamientos 1806; también Argentina Archivo General de la Nación 1926, 277-278, 303-304, 362-363, 373). El Cabildo agradeció, agasajó a los caciques y les pidió vigilaran las costas atlánticas y cuidaran la paz en las fronteras. La presencia de esos guerreros cerca de la ciudad debía preocuparle más que la amenaza inglesa. El argumento de los caciques para explicar su oferta fue claro,“...nuestro reconocimiento en la buena acogida que dais á nuestros frutos, y permiso libre con que sacamos lo que necesitamos..."(Razonamientos 1806). Años después, en 1822, en su viaje a Sierra de la Ventana, Pedro Andrés García afrontó momentos difíciles en un gran parlamento con los caciques ante las fuertes demandas ~ 18 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 comerciales de éstos. El texto muestra el conocimiento, minucioso y detallado, que tenían esos caciques de las actividades comerciales que realizaban en Buenos Aires (García 1836, 95-96). Otros ejemplos de esa capacidad de decisión de los caciques se encuentran durante los conflictos librados en el mundo indígena en las últimas décadas del siglo XVIII que llevaron a un largo y cruento ciclo de guerras asociadas a antiguas rivalidades étnicas, como las que enfrentaban a pehuenches y huilliches, y a la creciente competencia por tierras, animales y rutas de comercio. También incidieron las fuertes competencias políticas que se desarrollaban en la Araucanía, como mostraron los trabajos de Villar y Jiménez (Villar y Jiménez 2000; 2003). Las pampas atraían a jóvenes guerreros de la Araucanía que cruzaban la cordillera buscando fortuna y prestigio, esenciales para sus futuras carreras políticas en su tierra de origen. En las pampas, estos guerreros,los llamados “caciques corsarios”−el más conocido, Llanketruz, actuó durante las décadas de 1770 y 1780 (Jiménez 2006)− adquirían renombre atacando las fronteras españolas y a grupos rivales y apoderándose de botín, atrayendo así a otros jóvenes que aspiraban a seguir su camino para volver algún día a la Araucanía a disputar el poder a los antiguos jefes o ulmenes. Durante el conflicto algunos caciques pehuenches manipularon la amistad con las autoridades españolas aprovechando la política de los funcionarios coloniales de alentar los conflictos internos del mundo indígena a fin de reducir la violencia a lo largo de la frontera. Estas maquinaciones, cabe aclarar, no eran raras en las fronteras: en 1774, por ejemplo, Manuel Pinazo, comandante de la frontera de Buenos Aires, proponía al gobernador Juan José Vértiz fomentar “...la discordia entre ellos, para que por este medio se debiliten sus fuerzas...” (Pinazo 1774). Lograban asíesos caciques, considerados “amigos” obtener hombres, armas y ayuda en sus guerras contra antiguos rivales étnicos –huilliches, en el caso de los pehuenches− y se beneficiaban con el comercio y el reconocimiento −traducido en regalos y apoyo− que obtenían. Sea por la política de alianzas y pactos, por el establecimiento de un mejor sistema defensivo, o por la consolidación de circuitos de intercambio, los años finales del siglo XVIII y los primeros del XIX fueron en general una época de relativa paz: la frontera del Bío Bío parecía pacificada; en Cuyo la alianza con los pehuenches funcionó bien y la situación se calmó después de la muerte de Llanketruz en 1788; en la frontera bonaerense, luego de los violentos malones de comienzos de la década de 1780, la paz se mantuvo hasta cerca de 1820 sin grandes sobresaltos. Pero lo importante es que, en este proceso, las decisiones de los caciques fueron fundamentales: si el gobierno virreinal buscaba la paz, también lo hacían los caciques, o al menos una parte sustancial de ellos, e hicieron su juego de acuerdo con las lógicas propias del mundo indígena. La paz convenía a ambas partes. En el oriente de la llanura pampeana, como señalamos, esa paz interesó especialmente a los caciques del sur, ubicados cerca de las sierras de Tandil y Ventana, beneficiados por el comercio con Buenos Aires y Carmen de Patagones que les permitía proveerse de bienes europeos necesarios para sostener la intensa actividad pastoril que desarrollaban. Lo mismo ocurría con aquellos otros situados hacia el oeste, en la extensa faja de llanura que se extiende, desde el sur de Córdoba, al oeste de la actual provincia de Buenos Aires y oriente de la de La Pampa, quienes usaron la paz para intensificar la explotación de las zonas de castas, yeguarizos asalvajados, o cimarrones, cuya captura alimentaba un activo comercio con la Araucanía que les brindaba acceso a los valiosos tejidos que de allí provenían (Jiménez 2002).

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Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas Esos caciques tuvieronincluso, en algunos casos, la fuerza necesaria para imponer sus criterios o, para decirlo con otras palabras un poco más de moda, para fijar la “agenda” de las relaciones fronterizas. En vista de ello, la aplicación, explícita o encubierta, de la que podríamos llamar “teoría de la dependencia” por un amplio espectro de la historiografía latinoamericana, esto es, la idea de que los caciques aceptaban las imposiciones del orden colonial porque sus economías dependían del mundo hispano-criollo es, cuanto menos, abusiva. Sin duda, esas economías tenían vínculos estrechos, pero no necesariamente dependencia. Los indígenas no eran tan dependientes, ni en el campo económico ni en el cultural y usaron diferentes estrategias para confrontar con el mundo colonial: reacomodaron sus propias estructuras económicas y sociales, adoptaron selectivamente bienes, prácticas e ideas del “otro”, y las resignificaron en el contexto de su propia cultura. Esto ocurría incluso en las relaciones entre comunidades aborígenes. La llamada “araucanización”, esto es, la presencia de elementos culturales mapuches (o araucanos) en las pampas, por ejemplo, significaba para los viejos etnógrafos la presencia de poblaciones de ese origen en las llanuras, el control de sus pobladores y la imposición de patrones culturales. Esa “invasión araucana” no existe sin embargo en los documentos, aunque las relaciones entre las poblaciones de ambos lados de la cordillera eran intensas, alcanzaban a todos los aspectos de la vida social y tenían antigua data pues se remontaban, como mostraron los arqueólogos, a tiempos prehispánicos. Sin embargo, la adopción por las poblaciones locales de muchos elementos culturales originarios de la Araucanía no fue una imposición: tal adopción fue selectiva y respondió a necesidades resultantes de los cambios que se operaban en la región pues esas sociedades se habían transformado desde los inicios de la conquista. Pensar otra cosa resulta antihistórico (Ortelli 1996; Mandrini y Ortelli 2002). Historia y comparaciones: las otras fronteras Algunos historiadores comenzamos también a mirar a otros espacios fronterizos. Las limitaciones del registro documental e historiográfico dan a los estudios comparativos importancia metodológica, pues el acercamiento a esos otros espacios −la Araucanía, el borde oriental andino, el norte de Nueva España y las planicies norteamericanas− muestra, más allá de la especificidad de cada uno, procesos que parecen tener similitud con los nosotros abordamos. Mi propia experiencia me convenció de ello. Cuando comencé a trabajar con las jefaturas pampeanas del siglo XIX, me resultó particularmente útil mi paso por la historia antigua. De la mano de Homero y de quienes investigaron el mundo homérico comprendí muchos aspectos del funcionamiento social de esas jefaturas, como el caso de los “cautivos”, por ejemplo (Mandrini 1992, 64 y nota 10). Todos conocemos algo del violento ataque que, en 1740,el cacique Cacapol y su hijo Cangapol lanzaron sobre los distritos rurales de Buenos Aires para vengar una matanza ordenada por el maestre de campo Juan de San Martín durante una entrada en territorio indígena. Sin resistencia, los atacantes asolaron la frontera causando estragos en el ámbito rural y pánico en la población de la ciudad. La planificación del ataque y la violencia con que se realizó conmovieron a los testigos, como Tomás Falkner y Miguel Antonio de Merlo, procurador de Cabildo (Merlo 1740; Falkner 2003, 177-180; Argentina. Archivo General de la Nación 1939,190-191, 193, 259 y 264; Mandrini 2010, 444-445). La cantidad de atacantes, unos mil, era muy alta considerando la densidad de población de la llanura y sólo una alianza de diferentes grupos la hacía posible. Esto indica que esos jefes poseían una autoridad y una capacidad de movilizar guerreros que excedía los límites de una banda o una tribu. La cantidad ~ 20 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 de víctimas y el botín obtenido − cautivos y animales − fueron considerables y los caciques se retiraron con su botín, sin que las fuerzas españolas pudieran hacer algo. Ese ataque nos recuerda el que, en 1758, comanches y grupos aliados lanzaron contra la misión de San Sabá, en Texas, resultado de un conflicto con grupos apaches (John 1953, 1996; Simpson1959; Weddle 1999, 2007).También acá, el alto número de atacantes –cerca de un millar–, la planificación de la campaña y la violencia y facilidad con que se realizó, demostraron la fragilidad de las defensas, la fuerza y autoridad de los caciques que lo organizaron y su capacidad para movilizar y dirigir un gran número de guerreros. Si analizamos más estos episodios, veremos que en ambas zonas, esos grupos y caciques controlaban extensas redes comerciales que articulaban distintos espacios económicos (Mandrini 2001; John1996). En esta última región, donde la situación política era más complejo por la presencia de otros rivales imperiales –Francia, Inglaterra y, más tarde, Estados Unidos– (Weber 1992), los comanches construyeron, entre 1750 y 1850, una extensa unidad económica y cultural que involucró a otras comunidades nativas kiowa, pawne, iowa, wichita, algunos apaches y pueblo, entre otra– y mantuvo relaciones con varios asentamientos europeos, desde Nuevo México hasta el Mississippi, relaciones que los comanches manipulaban y aprovechaban en su beneficio (Hämäläinen. 1998, 2008). También las comunidades del valle del Arkansas determinaban, con frecuencia, el carácter de las relaciones interculturales con sus vecinos europeos. Por eso, Kathleen DuVal(2006) rechaza la posibilidad de aplicar allí de concepto de “MiddleGround” de Richard White (1991)–el mismo White (2006) señaló luego los límites de su propia definición− y, sin negar su validez para otros casos, prefiere el de “NativeGround”, un espacio donde los pueblos nativos, como ocurre también con los comanches, mantuvieron su independencia e identidad y fueron capaces de tomar sus propias decisiones autónomas. Una situación similar en muchos aspectos presenta Juliana Barr (2007) para la frontera de Texas en el siglo XVIII. En muchos aspectos, esas situaciones me recuerdan lo que ocurría en algunos momentos en las pampas y las tierras vecinas, región a la que se aplicó con cierta profusión, en muchos casos, ese concepto de “MiddleGround”, sin duda valioso. Sin embargo, ante la información empírica disponible, me pregunto si ese uso no es, a veces, abusivo y sino estamos creando un nuevo estereotipo. A mí me parece difícil hacerlo en muchos momentos del siglo XVIII e incluso algunos del XIX. Los ya mencionados acontecimientos de 1740 en la frontera de Buenos Aires, o las presiones posteriores de los caciques meridionales reflejan bien esa situación, que parece además haber dominado las relaciones hispano indígenas en los establecimientos fundados desde fines de la década de 1770 en la costa patagónica, como la colonia de Floridablanca y el fuerte San José, de corta vida (Buscaglia 2011a; 2011), particularmente el fuerte de Nuestra Señora del Carmen, única población que perduró. La vida, corta o larga, de esos asentamientos, a los que habría que sumar los establecimientos galeses instalados un siglo después en el valle inferior del río Chubut, y de sus pobladores –pocos, aislados y mal abastecidos− dependió de la buena voluntad de los caciques cercanos. Las necesidades, a veces angustiosas, hacían que el abastecimiento de tales establecimientos fuera particularmente rentable para los indígenas que participaban en él. En 1791, por ejemplo, el comandante del Carmen, Vicente Saavedra se vio obligado −por necesidad y para no enojar a los caciques− a comprarles animales entregando a cambio artículos requeridos a comerciantes del poblado, cuya valuación muestra que el precio pagado por esos animales casi duplicaba su valor corriente en Buenos Aires (Mandrini 2010,458; Junta ~ 21 ~

Mandrini – Los Historiadores y la Historia de los aborígenes de las pampas Superior de Real Hacienda 1791). Trabajando sobre las relaciones entre colonos galeses e indígenas pampas y tehuelches en el valle inferior del río Chubut en la segunda mitad del siglo XIX, Marcelo Gavirati (2012) muestra que también aquí parecen ser los indígenas quienes fijan las condiciones y reglas de las relaciones. De modo similar, a lo largo de los grandes ríos navegables del Chaco y la Amazonia, amplias redes comerciales conectaban el espacio andino colonial con los asentamientos coloniales del Atlántico, incluyendo las colonias portuguesas del Brasil, como fue el que tenía por eje las cuencas del Madeira y el Guaporé que se conectaba, hacia el este, con São Paulo, Río de Janeiro, Bahía y Belem; con Manaus, sobre el Amazonas, al norte, y con La Paz, Santa Cruz y Potosí en el oriente andino (Santamaría 1993). Las comunidades indígenas ribereñas y las misiones situadas en los bordes de los Andes orientales (Teruel y Santamaría 1994), fueron fundamentales en el funcionamiento de esas redes comerciales que seguían vías que se remontaban a tiempos prehispánicos, como lo muestras la arqueología y las fuentes españolas más tempranas. En el norte del Paraguay, las guerras guaycurúes de mediados del siglo XVIII, revelan las complejas relaciones entre hacendados españoles, mineros portugueses que explotaban el oro de Guairá y comunidades payaguá y mbayá, de lengua guaycurú, aliadas a ellos. Hacendados, mineros y aborígenes encontraron en la guerra –formalmente un conflicto entre comunidades nativas– el modo de realizar un comercio encubierto de oro por ganado, prohibido por ambas monarquías (Santamaría 1992). El análisis de las múltiples relaciones establecidas con la sociedad colonial derrumba la visión, sostenida mucho tiempo, de los vastos espacios controlados por las sociedades indígenas como barreras entre las distintas formaciones sociales coloniales. Los análisis realizados muestran que las sociedades indígenas jugaron un papel relevante en la formación de grandes circuitos mercantiles, que no terminaban en las fronteras y que integraron de ese modo sus economías a las del mundo hispano-criollo contribuyendo a la articulación de distintos espacios coloniales, a veces muy extensos y lejanos. Conclusiones El avance de nuestros conocimientos durante las últimas décadas nos permite, como vimos, cuestionar algunos estereotipos sobre el tema, pero también abrió otras cuestiones que deberemos considerar en el futuro. Entre ellas, es necesario primero definir claramente el carácter de las relaciones fronterizas y de los cambios operados en los espacios de frontera. En segundo lugar se deberá analizar con más profundidad el impacto de esas relaciones sobre ambas sociedades. Finalmente, para construir una historia de las sociedades aborígenes y sus fronteras a partir de la especificidad de los procesos operados necesitamos definir marcos espaciales y temporales y una periodización más adecuada. Tenemos preguntas, pero faltan aún muchas respuestas.

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

LA RUTA DE CONCEPCIÓN A BUENOS AIRES POR ANTUCO Y NEUQUÉN: UNA MIRADA GEOPOLÍTICA The road from Concepción to Buenos Aires passing by Antuco and Neuquén: A geopolitical look. Armando Cartes Montory [email protected] Universidad de Concepción Concepción, Chile

En los años de la Independencia, es bien conocida la influencia de la Revolución de Mayo en los eventos chilenos. Las acciones del cabildo de Buenos Aires y de la Junta allí formada inspiran a los patriotas de Chile, quienes mantienen fuertes vínculos con los líderes trasandinos. Un batallón de auxiliares cruza la Cordillera en 1811, para apoyar a las fuerzas rioplatenses y luego son estos quienes envían tropas que intervienen en los hechos de la llamada Patria Vieja chilena 1 . El Ejército de los Andes y las acciones de la Logia Lautarina son, probablemente, los hitos más reconocidos de esa cooperación binacional. Menos conocida, en cambio, es la relación que buscó y mantuvo la provincia de Concepción con Buenos Aires, en los comienzos del siglo XIX. Fue promovida, primero, por la corona y las elites políticas realistas, ya desde fines del siglo anterior y luego estimulada por dirigentes del grupo patriota. Lo anterior demuestra que los animaba el común interés de consolidar al espacio provincial de Concepción, como una unidad geopolítica en ciernes. Para ello, era necesario conectarse directamente a otros centros políticos y económicos, a fin de consolidar su autonomía y promover su propio desarrollo. Un país llamado Penco Hacia 1780, entre el río Maule y la Frontera había un país –en sentido geográfico, de 2 región natural y no político- llamado indistintamente Concepción o Penco. Era sede de un Obispado, había sido capital de todo el reino en tiempos de la Real Audiencia, era sede del único ejército de entonces; y, sobre todo, la patria de un tercio de los “chilenos” de la época, que incluía buena parte de las familias más importantes y educadas de la Capitanía General. La actividad principal era la agropecuaria y la vida fronteriza, es decir, el intercambio étnico, económico y cultural con los Mapuche, más que la guerra, había definido su carácter. Faltaba un solo elemento, que obtiene en 1783, con la creación de la Intendencia de Concepción: la 1

Sobre el punto, cfr., Alamiro de Avila, “Influencia de la Revolución de Mayo en la revolución chilena de 1810”, Trabajos y Comunicaciones n.° 9, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, Argentina, 1960. 2 El nombre de la provincia proviene de su ciudad principal, Concepción, fundada en 1550 por Pedro de Valdivia, a orillas del mar, en el sitio de Penco. En razón de un gran terremoto y salida de mar, ocurrido en 1751, la ciudad se traslada a su actual emplazamiento, en el valle de la Mocha, a orillas del río BioBio, a 8 kilómetros del mar.

Cartes – La ruta de concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquén identidad política. Dice el historiador Diego Barros Arana: al norte del Maule, todo era “Chile”; al sur del Maule, todo era Penco. La provincia de Concepción vio en los sucesos de 1810 una oportunidad para consolidar su autonomía, ganada en los años de la Intendencia. A la vez, aspiraba a la construcción de un gobierno nacional representativo. Con estos objetivos en mente, colabora decididamente en la organización de la Primera Junta de Gobierno, inaugurada en septiembre de 1810 y promueve la convocatoria a un Congreso Nacional, a partir de 1811. La Junta es dirigida, en la práctica, por el tribuno penquista, de origen cuyano, Juan Martínez de Rozas y en el Congreso la 3 provincia obtiene 12 de 36 escaños, lo que refleja un gran éxito inicial. Obtiene, además, que la Junta decreta la libertad de comercio, que abre el puerto de Talcahuano al comercio internacional. El objetivo era trasladar hacia el sur el circuito comercial que unía a Lima y Buenos Aires por Valparaíso y Aconcagua. Si los flujos podían dirigirse por Talcahuano y Antuco, siguiendo luego por el Neuquén hacia el Río de la Plata, la riqueza agrícola de la región de Concepción podría dar salida a su enorme potencial de producción. Tal era el objetivo económico, como base de una consolidación geopolítica, a que apuntaba Concepción. Para lograrlo, debía abrir la ruta por la cordillera y demostrar que era más segura, rápida y barata que la vía tradicional por Cuyo y Uspallata. Las pretensiones autonómicas de la provincia, cristalizadas en los años de la Intendencia, requerían acceso fluido a los mercados externos y relaciones internacionales directas. Así se explica una década de exploraciones, en busca de nuevas rutas, en especial las propiciadas por el cabildo y los futuros líderes de la revolución. Primeras exploraciones Hacia fines del siglo XVIII, la única vía de comunicación conocida entre la capital del Virreinato de Buenos Aires y la Capitanía General de Chile era el camino por Uspallata, que pasaba por San Luis y Mendoza. Subsistía el recuerdo de una antigua ruta por Villarrica, en la época en que esa ciudad estuvo poblada, pero ya sólo quedaban restos de carretas, según cuenta Córdoba y Figueroa y el territorio se hallaba en manos de los indígenas (Canals Frau, 4 1937, 323-325). El gobierno español, atrapado en las complejidades de la política europea, en especial cuando Napoleón alcanzó la cima de su poder, sintió la necesidad de estrechar las relaciones de los distintos pueblos de América. Se trataba de evitar el aislamiento que podía resultar de un bloqueo por parte de Inglaterra. Instruyó al Virrey de Buenos Aires y al Gobernador de Chile de hacer indagar los pasos de la Cordillera para descubrir algún camino, que pudiese servir al tránsito de mercaderías, en el caso que quedase cortada la comunicación marítima. Ya antes, en 1794, Ambrosio O’Higgins se dirige al Virrey de Buenos Aires y al Ministerio de Guerra de Madrid, sugiriendo la reapertura de la vía, proyecto que el rey aprueba el año siguiente. En esta aspiración a encontrar nuevos caminos para el comercio, dice Barros Arana, se percibían los síntomas de un serio descontento contra el régimen económico a que estaban sometidas las colonias “y una inquietud vaga e indefinida hasta entonces, pero que debía manifestarse pocos años más tarde de una manera violenta y estrepitosa” (Barros Arana, 2001: 3

Sobre la participación de la provincia de Concepción en los sucesos de la Patria Vieja y los años previos, cfr., del autor, Armando Cartes Montory, “Concepción contra “Chile”. Consensos y tensiones regionales en la Patria Vieja (1808-1811)”, Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2010. 4 La relación de las exploraciones y del viaje de Luis de la Cruz fueron extractados del libro del autor.

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Estudios Trasandinos, 18:1 192). Relaciona, de esta forma, el acercamiento entre las provincias y la búsqueda de nuevas

rutas, con los efectos del monopolio comercial y la ya próxima crisis política. Coinciden, en este punto, los intereses y los fines de las autoridades centrales con los de los oficiales reales de Chile y Buenos Aires; pronto se sumarán los criollos, a través de los cabildos. Durante el gobierno de Muñoz de Guzmán, se incrementó el tráfico de mercaderías europeas. Se buscaron rutas directas entre Buenos Aires y los pueblos del sur de Chile, para facilitar la ocupación de las llanuras del sur del virreinato, sólo habitadas por indígenas no sometidos. A esa época, ya existía un comercio interesante, que partía de Antuco y se internaba en las pampas. Comenta el viajero alemán Poeppig, quien recorrió extensamente la zona de Antuco, convivió con los pehuenches y ascendió al volcán, hacia 1828: “Tres o cuatro caravanas se dirigían anualmente desde aquí con algunas centenas de mulas cargadas hasta muy adentro en los Andes, para reunirse en determinados lugares con los indios. Suministraban a los nómades trigo y maíz, ferretería y chaquiras, recibiendo en trueque sal y ganado” (Poeppig, 1960: 386). Correspondió justamente a Martínez de Rozas, asesor letrado del Intendente O’Higgins, estudiar todos los antecedentes y acelerar estos trabajos. Esta circunstancia puede ser casual, no así el empeño que puso en la tarea, dada su consistencia con el proyecto provincial que encabezaría a la vuelta de algunos años. Emitió un informe en Concepción el 3 de noviembre de 1803, según el cual “los tránsitos y pasajes por diferentes puntos y boquetes de la cordillera a la otra banda oriental son muy conocidos a muchos que los frecuentan en sus comercios con los pehuenches… pero nada se sabe de los llanos y pampas habitadas por los huilliches; y éste es el principal punto de la dificultad de que se pueda salir por un solo medio y a poca costa” (Barros Arana, 2001, 189). De manera que era necesario iniciar las indagaciones. Se enviaron dos comisiones exploradoras, una a cargo del capitán José Barros, por la cordillera de Linares, y la otra a cargo de don Justo Molina, vecino de Tucapel, por el boquete de Alico, situado poco más al sur. El presidente Muñoz aprobó sin vacilaciones este proyecto. Una tercera expedición, comandada por el capitán José Santiago Cerro y Zamudio, que había llegado recién a Talca desde Buenos Aires, de regreso de una misión exploratoria, entraría por la cordillera de Talca. Los comisionados partieron para sus destinos respectivos en los primeros meses de 1804. Debían entrar en tratos con los pehuenches, incitarlos a la paz y reunir noticias sobre el camino a Buenos Aires. Los tres desempeñaron más o menos cumplidamente sus misiones. Cerro Zamudio llegó a Mendoza y regresó a Chile por el paso del Planchón. Barros exploró los boquetes de Ancoa, Archihueno y Alico y manifestó su preferencia por el segundo, por ser el más transitado y del que se tenía más práctica. Justo Molina partió de Chillán el 14 de abril de 1804, penetró en la cordillera por el boquete de Alico, donde se reunió con uno de sus compañeros, el capitán de amigos Leandro Jara, a quien había despachado antes por el boquete de Antuco. Se proponía seguir directo a Buenos Aires, pero fue detenido por el río Atuel, que no ofrecía paso posible, así que se dirigió a Mendoza. Siguió a Buenos Aires, arribando el 3 de enero de 1805. Su regreso fue la parte más notable del viaje. Fue auxiliado por el virrey, el Marqués de Sobremonte, atravesó la pampa en dirección suroeste, en medio de las tribus de indios nómades, entró a Chile por Antuco y llegó al fuerte de ese nombre el 23 de mayo de 1805. Aunque el viaje de ida no tuvo éxito el regreso en línea recta por la pampa, despertó mucha curiosidad en Concepción. Dice el historiador argentino Salvador Canals: “Es, sobre todo, en esta ciudad de Concepción de Penco, la más alejada de la ruta por Uspallata y la más cercana a los territorios indómitos de la ~ 31 ~

Cartes – La ruta de concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquén Araucanía, donde el interés por la reapertura de nuevas vías transcordilleranas tiene su asiento”. Ya a raíz del viaje de Cerro y Zamudio, el cabildo penquista pidió con fecha 3 de febrero de 1804, al de Buenos Aires que se le facilitara copia de su Diario de Viaje. Éste, por desgracia, no fue habido. 5 El Diario de Justo Molina, en cambio, y el informe que remite al Virrey en Buenos Aires, han sido publicados (Alvarez, 1972, 203 – 206). En éste, el autor se presenta como “Dn. Justo Molina Vasconcellos, vecino de Tucapel, frontera de la ciudad de la Concepción de Penco, Reyno de Chile, Comisionado al descubrimiento de un camino directo desde aquella ciudad a ésta, ante V.E. con el debido respeto….”. Consumado con éxito el viaje de Molina, el Cabildo de Concepción dirigió al Virrey en Buenos “oficio, diario y derrotero de don Justo Molina Basconzelos, y otros documentos con que informa ser preferible el Boquete de Antuco y ruta que siguió aquel explorador para descubrir camino que facilite la comunicación y comercio entre aquel Reyno y esta Capital, y las ventajas que son de esperar”. Con esto y otras gestiones, resulta evidente el interés de Concepción por imponer la ruta por Antuco. Faltaban, sin embargo, informaciones más precisas sobre los accidentes, las distancias y los costos de abrir el camino. Entonces se produce el ofrecimiento del capitán de milicias y Alcalde provincial don Luis de la Cruz, de explorar la ruta a su costa. Éste fue aceptado de inmediato por el Cabildo y por el mismo Gobernador Muñoz de Guzmán, por auto de 17 de diciembre de 1805. El Viaje de Luis de la Cruz La ruta por Antuco prometía un gran porvenir para la provincia de Concepción y un progreso cierto para ambos países. Esta era una visión compartida por el Cabildo penquista y el intendente de la provincia de la Concepción, el coronel Luis de Álava. Sus implicancias comerciales y políticas eran evidentes para Claudio Gay, quien recorrió la zona y escribe a pocos años de estos sucesos. El Intendente, apunta Gay: “…esperaba variar la dirección de los transportes de Buenos Aires a Santiago que hasta entonces se hacían por Mendoza, volviéndolos a llevar a Concepción por una vía más directa e incomparablemente más fácil. Este proyecto, que, según esperaban, hubiera hecho de Concepción el depósito europeo de una gran parte del comercio del mar del Sur, entusiasmó de un modo singular a los habitantes de esta hermosa provincia, que hacía tanto tiempo era rival de Santiago…”(Gay, 1973, 312). En la entusiasta aceptación del cabildo de Concepción a la oferta de Luis de la Cruz, se expresan también las querellas provinciales. El principal interés penquista al promover la exploración de la ruta a Buenos Aires, según Gay, era “quitar a su rival aquella vía, y adquirir para la provincia un grande influjo estableciendo un comercio directo con aquel virreinato” (Gay, 1865, 250). El mismo de la Cruz, en su Diario, revisa la situación económica de la provincia y 5

El pliego fue recibido el 4 de abril, y con respecto a que el comisionado Cerro –dice el acta- “no ha remitido a este Ilustre Cabildo el Diario que se expresa, y pudiendo ser lo haya dirigido al Real Consulado, acordaron que el Señor Síndico Procurador General averigüe la verdad de esto y de cuenta para exigirlo y contestar al Ilustre Cabildo de Concepción”. “Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires” 4° serie, I, 394, citado por Canals Frau, op. cit.

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Estudios Trasandinos, 18:1 celebra el rápido desarrollo experimentado, a partir de 1790. La producción de trigo, vino, el auge minero y el crecimiento demográfico son algunos de los aspectos que destaca. También la condición de puerto, con un creciente comercio marítimo y de astillero, gracias a la abundancia de buenas maderas. Todo este desarrollo, sin embargo, aparece frustrado o limitado por la inexistencia de un camino, que conecte directamente a la provincia con allende los Andes. El mayor consumo de Santiago, por su población, pero también por hallarse en la vía hacia el Atlántico, hacía que el tráfico marítimo del Perú se concentrara en Valparaíso. Lo expresa en estos términos: “Como los navíos que surcan aquellos mares, ya se destinen a Valparaíso, y a Talcahuano, según los correspondientes de los interesados, y todos con cargamentos de azúcares, mieles, algodones, tocuyos, pabilos,& a., de que carece todo el reino de Chile, y es en Santiago mucho mayor el consumo, así por la mayor población, como por el repartimiento que se hace a Mendoza, San Juan, Córdoba, &a., y los cargamentos de cascarilla y cacao, que de Lima también debe venir allí por precisión, para trasladarlos por el único camino de la Concagua, a la capital de Buenos Aires, es consiguiente que al puerto de Valparaíso concurran muchos más buques, y como estos de retorno cargan o reciben trigos, de ahí resulta la mayor salida de ellos” (Cruz, 2004, 49). Esta circunstancia es la que espera remediar con su viaje. El intendente Álava se apresuró a aceptar la proposición de de la Cruz y le comprometió todo su apoyo. Le extendió detalladas instrucciones. Debía el viajero determinar lo más exactamente posible la distancia de cada paraje, anotar todos los ríos, riachuelos, etc., los recursos del terreno y los sitios aptos para fundar poblaciones, la disposición de los habitantes frente a la eventual abertura del camino y, en fin, cuanto pudiese favorecer al proyecto y el logro de una buena inteligencia con los indios. 6 El mismo Álava, a pesar de sus achaques de salud, se trasladó personalmente a Los Ángeles, a despedir a los expedicionarios. En esa ciudad les extendió, con fecha 27 de marzo de 1806, el pasaporte para las Pampas y el Virreinato. Estas gestiones muestran su 6

Las precisas instrucciones delatan el interés geopolítico y comercial que animaba al Intendente. Transcribamos algunas, como figuran en la edición de Pedro de Angelis: Primera: Respecto a que el objeto de la expedición es dirigida a esclarecer todos los puntos de utilidades y conveniencia que puedan resultar a los dos reinos, de la comunicación y comercio directo por esta nueva vía, teniéndose presente que del diario practicado por D. Justo Molina, resulta haber, desde el fuerte de Antuco hasta la capital Buenos Aires, sólo la distancia de 232 leguas, por un cómputo estimado en su viaje, deberá preferirse esta dirección por la más ventajosa, y que no debe variarse si otros motivos de mayor gravedad no obligasen a ello; y por consiguiente el referido Molina será quien en esta parte señalará el rumbo que ha de llevar la expedición” (…). Nona: Como se podrá extender hasta nuestros establecimientos en la costa patagónica y demás noticias que en el curso de la expedición se adviertan ser oportunos; para según ella calcular la conveniencia que resulte de este proyecto, por lo que hace al adelantamiento del comercio ultramarino y marítimo de la provincia de Buenos Aires, con ésta de la Concepción y el Perú; según la entidad y clase de artículos que se propongan internar y extraer de ellas recíprocamente, y lo que sobre todo perjudique o interese a la real hacienda y buen gobierno, por los reales derechos que reporte (…) atendiendo igualmente al uso que podría tener la franqueza de estos caminos, en comparación de las proporciones que ofrecen los de Mendoza en derechura a la capital de Santiago (el subrayado es nuestro) Plaza de Los Ángeles, veinte y siete de marzo de 1806, Luis de Alaba”. Pedro de Angelis, Colección de Obras y Documentos relativos a la historia antigua y moderna de la provincia del Mar del Plata, Tomo I, Buenos Aires, 1836.

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Cartes – La ruta de concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquén interés personal en el objeto del viaje de de la Cruz, a la vez en cuanto actor provincial y funcionario imperial. El ofrecimiento de Luis de la Cruz para encabezar la misión –y “a su costa”- no era casual. Tenía Cruz 37 años cuando emprendió el viaje y pasó a servir en el ejército. A su carácter resuelto y a su condición de oficial de milicias y edil, añadía su cercanía al grupo patriota y su amistad con Bernardo O’Higgins. La participación en la partida de los hermanos Ángel y Joaquín Prieto, el último futuro general patriota y presidente de Chile, expone claramente las afinidades políticas de los viajeros. Recordemos que en casa de su hermano José Antonio Prieto Vial se reúne el más importante Club revolucionario de la época. De manera que el viaje realiza también, sin duda, la agenda internacional de los futuros revolucionarios. De hecho, Joaquín Prieto volvería a cruzar los Andes en 1811, con el Batallón de Auxiliares, e incluso casaría en Argentina. Estas motivaciones, sin embargo, por ahora permanecían ocultas. De hecho, la Junta Central, que gobernaba en nombre de Fernando VII, cuando se enteró del viaje de Luis de la Cruz, le dio el grado de teniente coronel del ejército con el sueldo de capitán de caballería. El interés de de la Cruz por el viaje a Buenos Aires había surgido seguramente tres años antes, incluso previamente al viaje de Molina. Concluido el parlamento de Negrete, celebrado en marzo de 1803 en los llanos cercanos a la confluencia de los ríos BioBio y Duqueco, se encargó a un indígena que fuese a llevar un parte al virrey de Buenos Aires. Cuenta Gay que según documentos, regresó al cabo de 16 días con la respuesta del virrey. “Esta gran rapidez de viaje hizo creer a muchas personas que un camino mucho más corto que el Aconcagua unía Chile a Buenos Aires y al momento se pusieron en busca suya” (Gay, 1973, 308). Al parlamento asistió Luis de la Cruz, en calidad de “Alférez Real, Alcalde provincial y 7 diputado del cabildo de la ciudad de Concepción”. Adicionalmente, la condición fronteriza de Concepción daba lugar a un trato frecuente con los indígenas, permitiéndole penetrar en la psicología a veces compleja de los pehuenches, lo cual facilitaría la tarea. Aunque a éstos, en el mismo Parlamento de Negrete, se les había reiterado la prohibición de toda incursión sobre los Pampas de Buenos Aires y comercio de aquellas provincias, realizaban un intenso intercambio con los españoles y criollos. Según Ojeda, “el comercio activo de los pegüenches con los españoles consiste en sal, ponchos, lumajes, bateas, canastas y otras drogas (sic) de poco precio: es pasivo en trigo, lana, pellejos, añil, abalorios y alguna mercería” 8 . El viaje se inicia en marzo de 1806. La primera medida del viaje sería un parlamento con los pehuenches, a fin de asegurarse el paso. Luis de la Cruz reunió caballos, víveres y regalos para los indios por cuyas tierras debía pasar y, con una partida de 15 hombres, más el agrimensor Tomás Quesada, el práctico Justo Molina y los hermanos Prieto, emprendió la marcha. Las distancias fueron cuidadosamente medidas con la cuerda, las direcciones tomadas con brújula, y de la Cruz cada día anotaba cuanto veía tocante a ríos, arroyos, rocas o montañas. Muy notables son sus descripciones de las costumbres de las tribus que visitaba.Su diario cumple escrupulosamente el encargo; lo que el autor carecía en formación científica lo compensa en entusiasmo. 7

Así figura en las actas del parlamento de Negrete, celebrado el 3, 4, y 5 de marzo de 1803, publicadas en: Marimán, 2002, 88. 8 Descripción del “Fuerte de Ballenar situado en el boquete de cordillera nombrado Antuco al margen del río de la Laja…”, en: Juan de Ojeda, “Descripción de la Frontera de Chile (1793)” Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago.

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Estudios Trasandinos, 18:1 El manuscrito del diario lleva por epígrafe “Viaje a su costa del Alcalde Provincial del M. I. Cdo. de la Concepción de Chile Dn. Luis de la Cruz desde el Fuerte de Ballenar, frontera de la Concepción por tierras desconocidas y habitadas de indios bárbaros, hasta la ciudad de Buenos Aires”. Contiene, además del diario del viaje, una extensa descripción geográfica de la región en referencia, entonces casi inexplorada y un “Tratado importante para el conocimiento de los Indios Pehuenches según el orden de su vida”, 9 de gran valor etnográfico; todos los cuales han sido objeto de varias ediciones, la primera por Pedro de Angelis, en Buenos Aires, en 1836, en el Tomo I de la Colección de Obras y Documentos relativos a la historia antigua y 10 moderna de la provincia del Mar del Plata. La conclusión de Luis de la Cruz fue que el paso de Antuco era muy apto para el cruce de las Cordilleras y el terreno presentaba ventajas para transformarse en una fácil vía de comunicación entre las dos naciones. Así lo consigna la memoria que presenta el 12 de junio de 1810 al cabildo penquista. Incluso había calculado que los gastos de construir la ruta, desde el fuerte de Ballenar hasta Buenos Aires, no subirían más allá de 46,051 pesos, sin comprender los instrumentos necesarios para este trabajo. Una cifra seguramente muy subestimada. La invasión inglesa al Río de la Plata frustró el propósito del viaje de Luis de la Cruz. En su expedición al Plata, en efecto, llegó al fuerte de Melincué, al sur de la provincia de Santa Fe, el 5 de julio de 1806. Allí se entera de que los ingleses se habían apoderado de Buenos Aires y el Virrey se retiraba hacia el interior. Esto ponía indirectamente fin a su expedición. Liberado Buenos Aires, Cruz entrega allí una copia de su Diario, pero el Cabildo acuerda que no se haga público, por el momento, el diario y el derrotero, por temor a que cayesen en manos del enemigo.

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Se encuentra en el Archivo General de Indias y hay una copia en el Archivo Eyzaguirre de la Biblioteca Nacional. Puede leerse en: Luis de la Cruz, “Tratado importante para el conocimiento de los Indios Pehuenches según el orden de su vida”, Apartado de Revista Universitaria, Universidad de Chile, Año XXXVIII, Nº1, 1953, 29 a 59. 10 La primera edición lleva por extenso epígrafe “Viage a su costa del alcalde provincial del muy ilustre cabildo de la Concepciónde Chile don Luis de la Cruz desde el fuerte de Ballenar, frontera de dicha Concepción, por tierras desconocidas y habitadas por indios bárbaros, hasta la ciudad de Buenos Aires, auxiliado por parte de S.M. de un agrimensor, del práctico D. Justo Molina, de dos asociados, teniente de milicias D. Angel y D. Joaquín Prieto, de dos dragones, un intérprete y siete peones para el servicio y conducción de víveres en 27 cargas”. Así figura en la edición de 1836 de Pedro de Angelis, que mencionamos. Una segunda edición se publicó en 1910, por la Librería Nacional de J. Lajouane & Cía., Buenos Aires, ejemplar que consultamos. Con una perspectiva etnográfica, fue reeditado hace unos años en Concepción el fragmento del texto referido a los pehuenches (Luis de la Cruz, De los terrenos en los Andes poseídos por los peguenches”, Op. Cit)

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Cartes – La ruta de concepción a Buenos Aires por Antuco y Neuquén Conclusión Con todas las dificultades, es probable que si las condiciones hubieran sido distintas y normales en la época, el plan de los penquistas de unir ambos océanos a través de Antuco y Neuquén, hubiera podido realizarse. El estado de guerra con Inglaterra, que ocupó dos veces Buenos Aires; la más sangrienta con Napoleón en España y la de la independencia misma, postergaron inevitablemente el proyecto. No se perdió la memoria del camino, sin embargo, y su uso fue frecuente en los tiempos del conflicto entre la provincia del sur y el gobierno de José Miguel Carrera, así como en las campañas de la Patria Vieja. En los dos siglos siguientes, ha habido numerosas iniciativas al respecto. La más relevante, sin duda, fue la de construir un ferrocarril trasandino, que no llegó a concretarse. Incluso hoy día la implementación plena de esa ruta es una aspiración sentida, a ambos lados de la Cordillera. En especial en la Patagonia argentina, donde el viaje de de la Cruz es recordado como un hito importante. Esperemos que en los próximos años se estrechen más los vínculos entre nuestras provincias y puedan realizarse, de esta forma, las aspiraciones de los patriotas de otrora.

Bibliografía ALVAREZ, Gregorio (1836). Neuquén, Vol. I. Neuquén, Argentina: Editorial Pehuén, Neuquén. ANGELIS, Pedro de (1836). Colección de Obras y Documentos relativos a la historia antigua y moderna de la provincia del Mar del Plata, Tomo I. Buenos Aires. AVILA, Alamiro de (1960). “Influencia de la Revolución de Mayo en la revolución chilena de 1810”, Trabajos y Comunicaciones n.° 9, La Plata, Argentina: Universidad Nacional de La Plata. BARROS ARANA, Diego (2001), “Historia General de Chile”, tomo VII, Santiago de Chile: Editorial Universitaria. CANALS FRAU, Salvador (1937). “Don Luis de la Cruz y su viaje a través de la cordillera y la pampa, de GEA, Anales de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos”, tomo V. Buenos Aires: Imprenta y Casa Editora “Coni”. CARTES MONTORY, Armando (2010). Concepción contra “Chile. Consensos y tensiones regionales en la Patria Vieja (1808-1811). Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario. CRUZ, Luis de la (1953). “Tratado importante para el conocimiento de los Indios Pehuenches según el orden de su vida”, Apartado de Revista Universitaria, Universidad de Chile, Año XXXVIII, n.º 1. GAY, Claudio (1973). Agricultura chilena. Santiago de Chile: Icira, 1973, (facsimilar de la edición de 1865). GAY, Claudio (1865). Historia Física y Política de Chile, tomo V, Santiago de Chile. MARIMÁN QUEMENADO, Pablo (compilador) (2002). Parlamento y territorio mapuche. Concepción: Ediciones Escaparate. OJEDA, Juan de (1973). Descripción de la Frontera de Chile. Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago. POEPPIG, Eduardo (1960). Un testigo en la alborada de Chile. Santiago de Chile: Zig-Zag.

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

LA CUESTIÓN DE LA SOBERANÍA EN EL DISCURSO REVOLUCIONARIO CHILENO DURANTE LA PATRIA VIEJA (1810-1814) The sovereignty matter in the chilean revolutionary speech during the Patria Vieja (18101814) Natalia Petringa [email protected] Universidad de Buenos Aires Buenos Aires, Argentina

Resumen Con la crisis de la monarquía española en 1808 y el inicio de las revoluciones y de las guerras de independencia en Hispanoamérica, los habitantes del actual territorio chileno se enfrentaron, ante todo, con un problema de legitimidad. ¿Cómo y cuándo fundar una nueva autoridad legítima supletoria de la soberanía del monarca cautivo? Una compleja trama política empezó a evidenciarse, esta vez, en torno al concepto de soberanía. Fue así que durante el lapso conocido por la historiografía como Patria Vieja (18101814), las principales ciudades con ayuntamiento, como lo eran Santiago, Concepción y Coquimbo, reclamaron para sí el ejercicio de la soberanía como sujetos políticos que jurídica y socialmente podían recobrar los derechos originarios de representar el poder, la autoridad y las facultades del monarca, creándose un proceso de apropiación, selección y traducción de nuevos lenguajes y modelos de organización política, con la posibilidad de crear nuevas entidades autónomas e independientes luego de 1810. La reasunción de la soberanía a los pueblos, ciudades o provincias en el actual territorio chileno, será investigado en este trabajo, teniendo en cuenta a un contexto marcado por la coexistencia de actores históricos que hacen uso del discurso y del lenguaje político aplicando diferentes significados y sentidos para los mismos términos, dada la influencia de las ideas revolucionarias en una sociedad tradicionalmente colonial en transición. Palabras Clave: Soberanía – Pueblos – Actores Políticos – Patria Vieja - Discurso

Abstract With the crisis of the Spanish monarchy in 1808, the beginning of the revolutions and the independence wars in Spanish America, the people of the actual Chilean territory have been confronted to a problem of legitimacy. How and when can they create a new legitimate authority in order to replace the sovereignty of the captive monarch? A complex political weave started to appear about the concept of sovereignty.

Petringa – La cuestión de soberanía en el discurso revolucionario chileno That’s why during the so called “Patria Vieja” (1810-1814), the main cities with councils, like Santiago, Concepción and Coquimbo, claimed for themselves the practice of sovereignty as political subjects that juridical and socially could recover the initial rights to represent power, authority and the monarch faculties, creating an appropriation process, selection and translation of new languages and ways of political organization, with the possibility of creating new autonomic and independent identities after 1810. The resumption of sovereignty to the people, cities and provinces of the actual Chilean territory will be investigated in this article, within a context marked with the coexistence of historical actors which the political speech and language giving several meanings and senses for the same words, because of the influence of the revolutionary ideas in a colonial and traditional society in transition. Keywords: Sovereignty, People, Political actors, Patria Vieja, Speech.

Con la crisis de la monarquía española en 1808, la acefalía real y el inicio de las revoluciones y de las guerras de independencia en Hispanoamérica, los habitantes del actual territorio chileno se enfrentaron, ante todo, con un problema de legitimidad. ¿Cómo y cuándo fundar una nueva autoridad legítima supletoria de la soberanía del monarca cautivo? En tal sentido, hubo un conjunto de circunstancias cambiantes dentro de una compleja trama política y militar, que empezó a evidenciarse en torno al concepto de soberanía. Durante el lapso conocido por la historiografía chilena y latinoamericana como Patria Vieja (que se desarrolló entre los años 1810 y 1814), las principales ciudades con ayuntamiento, como lo eran Santiago, Concepción y Coquimbo, destacaron la doctrina tradicional del poder, reclamando para sí a partir de 1810 el ejercicio de la soberanía como sujetos y actores políticos que jurídica y socialmente podían recobrar los derechos originarios de representar el poder, la autoridad y la facultad del monarca, solicitudes que derivaron en la indefinición de una organización política para el conjunto de las provincias de la antigua capitanía, circunstancia que a su vez favoreció al proceso de reconquista del poder por parte de los partidarios de la restauración monárquica hacia 1814. Por otra parte, el vocablo soberanía, junto al léxico político del período de la independencia y post-independencia, se encontraba incrustada en un tiempo histórico específico entre las fuertes resonancias de su historia previa de tradición monárquica y los nuevos sentidos, valores e intenciones producidos por la creciente politización de la vida pública luego de 1810. A partir de entonces las palabras, los términos y los conceptos aplicados a discursos, actas, instrucciones y catecismosexpresaríandiferentes significadosmodelados por la acción política, la disputa retórica y las pautas de cultura política de la época. La reasunción de la soberanía a los pueblos, ciudades o provincias en el actual territorio chileno, con la posibilidad futura de crear nuevas entidades estatales autónomas e independientes, será investigado en este trabajo, teniendo en cuenta a un contexto marcado por la coexistencia de actores históricos que hacen uso del discurso y del lenguaje político aplicando diferentes significados y sentidos para los mismos términos, dada la existencia de procesos de apropiación, selección y traducción de nuevos lenguajes y nuevos modelos de organización política, y dada la influencia de las ideas revolucionarias en una sociedad tradicionalmente colonial en transición. Ante los festejos de los bicentenarios latinoamericanos, las conmemoraciones de las revoluciones de independencia constituyen momentos fundamentales en la historiografía ~ 38 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 regional para repensar los sucesos acontecidos, o bien para crear nuevos aportes que contribuyan a enriquecer las renovaciones políticas, socio-culturales e historiográficas de la primera mitad del siglo XIX. Uno de los presupuestos centrales que fundamentan a nuestro análisis es el de considerar que en reiteradas oportunidades los historiadores hispanoamericanos hemos caído en los riesgos del anacronismo, esto es, la lectura de las fuentes, textos o documentos del pasado como si el vocabulario político utilizado poseyese la misma aceptación que se le atribuye en la actualidad (Chiaramonte, 1997). El análisis de los conceptos políticos fundamentales del período pudo establecer que los significados de esos términos no eran unívocos, ni se ubicaban necesariamente en una línea de continuidad con los significados que hoy se les atribuyen. Si bien en la década de 1810 nació gran parte de la terminología políticosocial actual, en su origen ésta fue poblada por diversas capas de sentido, cuyo conocimiento de esto iba a permitir ubicar mejor la índole de las motivaciones y de las prácticas de los protagonistas del período (Goldman, 2008). En este trabajo reconocemos que es preciso reexaminar constantemente al lenguaje político desarrollado durante la Patria Vieja para no desvirtuar su significado de época y así evitar distorsiones en la interpretación de los procesos de independencia que generan diagnósticos errados o confusos. Nos avocaremos, entonces, a analizar el desplazamiento del poder soberano por la soberanía. Este concepto bisagra es indicador de la demanda y del ejercicio de hecho de nuevos poderes que apelan a la reasunción del poder, una noción que remitía a la antigua doctrina del llamado “pacto de sujeción” por el cual, suspendida la autoridad del monarca, el poder volvía a sus depositarios originarios (Goldman, 2009).Las diversas formas de concebir a la soberanía como nuevo principio legitimador del poder, dieron como resultado variadas formas de organización política cuya naturaleza no se correspondía con el “principio de las nacionalidades”; es decir, no hubo un pasaje directo de la soberanía del rey a la soberanía de la nación, sino que surgieron otros sujetos políticos que reclamaron el ejercicio de esta soberanía: ciudades, pueblos, provincias y ayuntamientos. No obstante, esta soberanía se conservaba “en depósito”, debido al cautiverio del monarca; lo cual nos advierte sobre los límites de los objetivos de los protagonistas que participaron en los cabildos abiertos entre 1810 y 1814. Es nuestra intención no sólo extender, profundizar y sistematizar nuestro conocimiento sobre la evolución semántica de la palabra soberanía como concepto político fundamental, sino mostrar que su utilización en los discursos de la época fue readaptándose constantemente, según la conveniencia de los actores y las colectividades políticas que seguían a los acontecimientos sucedidos dentro y fuera del actual territorio chileno. La conformación en la ciudad de Santiago de la Primera Junta Gubernamental el 18 de Septiembre de 1810 ha sido interpretada por la historiografía chilena en clave independentista, es decir, como etapa de germinación de los ideales y planes de emancipación que habrían de desembocar en la creación del primer gobierno criollo. El gobernador en ejercicio, don Mateo de Toro y Zambrano “depositó toda su autoridad en el pueblo: para que acordase el gobierno más digno de su confianza” (Barros Arana, 1999: 158). La reasunción de la soberanía, en este caso al pueblo, habla del control y la propiedad indivisible e inalienable del ejercicio de poder. En tal sentido se observa también al llamado Catecismo Político Cristiano, documento doctrinario que califica que “el pueblo es el soberano: el pueblo es el rey, y todo lo que hace, lo hace en su beneficio, utilidad y conveniencia”. Reconoce además que disuelto el gobierno monárquico “la autoridad (el poder soberano) vuelve al pueblo de donde emanó, y el pueblo es el único que tiene autoridad para instituir un nuevo rey o para darse la forma de gobierno que ~ 39 ~

Petringa – La cuestión de soberanía en el discurso revolucionario chileno mejor le acomode para su prosperidad” (Sagredo, 2009: 25 y 73). Este era el fundamento comentado por entonces en Santiago, que planteaba la necesidad de convocar un cabildo abierto que zanjara la cuestión. Instalado el primer Congreso criollo Constituyente a comienzos de 1811, Camilo Henríquez, ideólogo independentista y futuro editor del periódico La Aurora de Chile, afirmaba que los acontecimientos que venían desarrollándose otorgaban a “los pueblos” (nótese aquí el uso del plural y el reconocimiento de la legitimidad de todos los organismos políticos criollos) los derechos de la soberanía y que “para ser legítimos, han de fundarse sobre el consentimiento libre de los pueblos”. Asimismo el primer número de su periódico en 1812 establecía como axioma que “la autoridad suprema trae su origen del libre consentimiento de los pueblos” (La Aurora de Chile, 1812: 1). La presencia de “los pueblos” en el proceso de independencia remite por lo tanto a la existencia de múltiples entidades soberanas (ciudades, ayuntamientos o provincias) en el escenario chileno, que reclamanla independencia y autonomía de cada una, frente a las pretensiones centralistas de la ciudad de Santiago, en su calidad de antigua capital colonial. El desarrollo de esta nueva forma de gobierno se vio bruscamente interrumpido por el curso de los acontecimientos, por la irrupción en la escena política de José Miguel Carrera. Bajo su figura, el pueblo, representado por el Cabildo de Santiago, le reconoce a fines de 1811 la representación político-jurídica para el bien público y declaraba tras disolver el Congreso Constituyente: “Separado del trono el rey cautivo, los pueblos de la monarquía española reasumieron exclusivamente la posesión de la soberanía que le habían depositado, e instalada la regencia del interregno y sus cortes generales extraordinarias de un modo ilegal, ellos no tuvieron autoridad bastante para extenderse sobre los dominios de ultramar, Chile, por eso, suspende su reconocimiento y deferencia ciega” (Manifiesto de José Carrera en el cual justifica la disolución del Congreso, 4 de diciembre de 1811). De lo anterior se desprende que la retroversión de la soberanía en condiciones excepcionales iba a plantear una serie de desafíos a la gobernabilidad de los diferentes espacios territoriales, en los que aflorarían nuevas oportunidades para ampliar los espacios de autonomía (Goldman, 2013). En las reflexiones que ha escrito en su Diario Militar, Carrera recordaba que si bien “el pueblo pugnó por instalar la Primera Junta”, fueron también los clamores de este pueblo los que impulsaron a apoyar el levantamiento del 4 de septiembre de 1811, que derivó “en la Plaza Mayor y en el Cabildo que hicieron su acuerdo: el pueblo de Santiago, la energía del pueblo, confirió su tutela a los señores Carrera” (Diario Militar, 2005: noviembre 16 de 1811). No obstante, Carrera es consciente de la pugna entre “los distintos pueblos” ante el establecimiento del Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, que combinaba la soberanía propia de las ciudades con la soberanía del rey, y le recuerda a su adversario Bernardo O´Higgins que si le había entregado en 1814 el mando de su ejército, había sido “contra la voluntad de toda la oficialidad, del ejército entero y no menos contra la de la Junta de Concepción y la de los pueblos” (Diario Militar, 2005). Los sujetos políticos que se definen como entidades independientes y autónomas son distintos tipos de soberanía, en estos casos ya fuesen el pueblo o los pueblos. Frente a la existencia de gobiernos provisorios, alianzas temporales, experiencias políticas circunstanciales y desinteligencias no insuperables que signaron al actual territorio chileno en la primera década del siglo XIX, lejos de encontrarnos ante un Estado chileno republicano estamos ante gobiernos transitorios que se suceden en virtud de una proyectada organización constitucional de un nuevo Estado. Una situación, por lo tanto, de provisionalidad permanente (Chiaramonte, 2004), que une débilmente a los pueblos soberanos, en este caso, de Santiago, Concepción y ~ 40 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Coquimbo. La lectura del conjunto de discursos políticos revela la delicada tarea de distinguir conceptualmente los sentidos atribuidos a la voz soberanía, sus fundamentos y sus principales orientaciones, en un largo período de fuertes cambios en el actual territorio chileno. Hacia 1814, este concepto es modificado por la retórica doctrinal como principio legitimador ya no solo del régimen político sino de la entera vida social (Goldman, 2013).En conclusión, el surgimiento de nuevos conceptos, ideas y sujetos políticos que reclamaron frente a la crisis del poder español en 1810 el ejercicio de la soberanía tanto en Latinoamérica como en el actual territorio chileno, como ciudades, pueblos o provincias, invita a todos los historiadores a reflexionar acerca de la existencia de un tiempo en el que el lenguaje se politiza, es decir, en que cada vez más actores históricos hacen uso de él con diversos sentidos, a medida que va surgiendo un espacio de actividad propiamente político inexistente en la sociedad colonial (Goldman, 2009). Bibliografía BARROS ARANA, Diego (1999). Historia General de Chile. Santiago: Universitaria/DIBAM CARRERA José Miguel (2005). Archivo del general José Miguel Carrera, tomo XXI, Diario Militar, Santiago: Sociedad Chilena de Historia y Geografía. CARRERA, José Miguel (2005). Manifiesto de José Carrera en el cual justifica la disolución del Congreso, 4 de diciembre de 1811. CHIARAMONTE, José Carlos (1997). Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la nación argentina (1800-1846). Buenos Aires: Ariel. CHIARAMONTE, José Carlos (2004). Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias. Buenos Aires: Sudamericana. GOLDMAN, Noemí (2008). Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850. Buenos Aires: Prometeo Libros. GOLDMAN, Noemí (2009). ¡El pueblo quiere saber de qué se trata! Historia oculta de la Revolución de Mayo. Buenos Aires: Sudamericana. GOLDMAN, Noemí (2013). "Soberanía en Iberoamérica. Dimensiones y dilemas de un concepto político fundamental, 1780-1870", 22 pp., artículo disponible en: http://es.scribd.com/doc/120572899/Noemi-Goldman-Soberania HERNANDEZ, Camilo (1812). La Aurora de Chile, Santiago, N°1 SAGREDO, Rafael (2009). De la Colonia a la República. Los catecismos políticos americanos, 1811-1827. Madrid: Mapfre.

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Petringa – La cuestión de soberanía en el discurso revolucionario chileno

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

EL DEMONIO Y SU PRESENCIA EN LOS ESPACIOS HISPANO-COLONIALES: RELATOS INQUISITORIALES SOBRE DIABLOS, BRUJAS Y AQUELARRES, SIGLO XVIII The devil and its presence in the Spanish colonial spaces: inquisitorial stories on devils, and witches, XVIIIth century Natalia Urra Jaque [email protected] Universidad Nacional Andrés Bello Santiago de Chile

Resumen A través del siguiente texto, conoceremos y analizaremos algunos relatos inquisitoriales sobre los demonios, las brujas y los aquelarres en los espacios hispanocoloniales durante el siglo XVIII. Por medio de estos relatos, intentaremos profundizar en las caracterizaciones que las autoridades eclesiásticas coloniales otorgaron a tales personajes y acontecimientos y, además, las compararemos y diferenciaremos de las atribuidas por la tradición eclesiástica europea. Palabras clave: Demonio, Bruja, Pacto con el Demonio, Inquisición

Abstract Through the following text, we will know and analyze several inquisitorial stories on devils and witches in the Spanish colonial spaces during the XVIIIth century. Thanks to these stories, we will intent to go deep into the characterization that colonial ecclesiastic authorities gave to such persons and events, and, moreover, we will compare and differentiate them from the ones assigned by the European ecclesiastic tradition. Keywords: Demon, Witch, Pact with the Devil, inquisition

Consideraciones previas: La llegada del diablo y las brujas a América Para entender los acontecimientos o procesos inquisitoriales americanos o, en otras palabras, las persecuciones masivas hacia determinados personajes populares conocidos como brujas o hechiceras entre los siglos XVI al XVIII, debemos, primero que todo, analizar la

Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales cristianización y diablificación 1 de América y, al mismo tiempo, la cosmovisión mestiza sobre los conceptos demoníacos, dado que en el contexto americano se desarrollaron tres ideas muy distintas que terminaron por formar un todo, pues tanto la influencia indígena, como la africana y la europea provocaron un mestizaje cultural rico en ideas y conceptos, cuyas características simbolizaban los temores y recelos de una sociedad ideada bajo los patrones culturales de la vieja Europa. En esta oportunidad, pretendemos conocer algunos de los relatos guardados en las fuentes inquisitoriales limeñas del siglo XVIII con respecto al diablo y las brujas en hispanoAmérica, pues creemos que tales narraciones nos ejemplifican de modo magistral la mentalidad y acontecer del período, es decir, por medio de ellos, podemos comprender y, sobre todo, observar las sociedades coloniales no sólo como espectadores, sino también como protagonistas, pues dichos relatos nos introducen a una serie de mitos, creencias y, especialmente, imaginaciones populares que de uno u otro modo nos acercan a realidades en las cuales podemos concluir, diferenciar y comparar tales personajes y acontecimientos con los de otras sociedades. 2 En primer lugar, el delito de brujería se consideró una realidad inducida desde el exterior, puesto que, era el entorno los que creaban o ideaban a las brujas, atribuyéndoles toda clase de características y poderes sobrenaturales 3 . Muchas de las opiniones contrarias a la creencia en la brujería y hechicería fueron transportadas a tierras americanas, pues tanto los frailes como los misioneros y algunos religiosos instruidos pensaban que este tipo de delitos habían sido inventados y promovidos por los conquistadores, puesto que, el concepto demoníaco para los indígenas no existía. Así pues, la conquista de América por parte de los europeos provocó un choque de culturas y, por tanto, un enfrentamiento de ideas y pensamientos. Una de las principales situaciones a modificar fue el politeísmo americano por el monoteísmo judeocristiano, imponiendo así el temor al demonio, es decir, al gran adversario del Dios celestial. Aquel ser duramente combatido en Europa se encontraba en todos los lugares de los nuevos territorios incorporados a la corona española, los conquistadores lo veían en cada muestra cultural distinta a la de ellos, es decir, en la religión, en la lengua, en las costumbres y tradiciones etc., por eso algunos investigadores como Josué Sánchez aseguran que cuando los conquistadores cristianizaban América también la diablificaban. Los comienzos fueron duros y muy complejos, 1

Término utilizado por el investigador Josué Sánchez en “La Imposición del Diabolismo Cristiano en América”, (2007), en Cuadernos del Minotauro nº5 2 Aunque en este texto profundicemos en los relatos inquisitoriales sobre el diablo y las brujas, es fundamental, recordar -grosso modo- que la persecución hacia la brujería por parte de la Inquisición, se enmarca dentro de “La Caza de Brujas”; proceso histórico-social desarrollado en la Europa moderna (siglos XV-XVIII) y las colonias conquistadas por europeos. En él, cientos de personas, mayoritariamente mujeres, fueron condenadas como cómplices y secuaces del demonio en la tierra, pues tanto teólogos, juristas e incluso inquisidores aseguraban que éstas pactaban con el diablo a cambio de riquezas materiales y espirituales. La justicia inquisitorial, sin embargo, no prestó real importancia a tales actividades, pues se limitó a asegurar que éstas eran consecuencia de la ignorancia y, sobre todo, de la melancolía femenina. Los procesos, por tanto, fueron reducidos y, muchas veces, lejos del estereotipo proyectado por las esferas hegemónicas, es decir, éstos eran contra mujeres cuyas actividades se vinculaban a la yerbatería y, en algunos casos, a “la medicina del alma”, por tanto, al universo femenino incomprendido por el sistema patriarcal imperante. 3 Para mayor información revisar el texto El diablo en la Europa Moderna de los editores James Amelang y María Tausiet, Editorial Marcial Pons, Madrid 2004

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Estudios Trasandinos, 18:1 pues condenar a los indígenas de herejes cuando éstos no sabían de que se les acusaba e, incluso, ni de qué se les hablaba era un problema difícil de solucionar (Sánchez, 2007: 23). No obstante, la postura protectora hacia los habitantes originarios de América fue transformándose con los años, sobre todo, con el asentamiento y afianzamiento de las estructuras sociopolíticas hispanas, pues a medida que la nueva sociedad indígena iba europeizándose, y con ello nos referimos a asimilar la cultura propia de los conquistadores como el lenguaje, la religión, los métodos de trabajo e, incluso, la sexualidad monogámica, se hizo más fuerte aún el temor a posibles desviaciones o transgresiones por parte de la nueva sociedad cristianizada. Si a esto sumamos los miedos propios del conquistador a la presencia indiscutida del demonio en estas tierras, la conquista de América se justificó como una “misión de conversión”, y no como la búsqueda incansable de oro y plata (Federici, 2010:209-291). En un comienzo la sociedad indígena fue vista como una sociedad inocente y generosa, libre de la tiranía y del trabajo forzado, un tanto idílica y paradisíaca, cuya contrapartida era concebida como salvaje, es decir, como una sociedad compuesta por bestias y no por seres humanos, su conversión, por tanto, sería rápida y sin objeciones. El cambio de religión fue masivo, sobre todo, en los cuarenta primeros años del siglo XVI, pues la gran mayoría se bautizaba y dejaba atrás sus creencias politeístas para abrazar la nueva fe. Sin embargo, a medida que la conversión y la conquista avanzaban, ésta imagen fue denigrándose, los indígenas comenzaron a ser vistos como seres monstruosos sometidos al demonio, cuyas atrocidades antes atribuidas a la falta de educación, ahora servían para privarlos de sus tierras y su cultura. Para los inquisidores, uno de los motivos que influyó en el cambio de imagen con respecto a las sociedades indígenas fue el encuentro de los conquistadores con las culturas imperiales azteca e inca, puesto que, en ambas sociedades encontraron rasgos y características muy similares a las estructuras sociopolíticas del viejo continente, es decir, tanto su organización estamental (rangos sociales y sacerdotales) como su organización económica y cultural eran similares a las desarrolladas en la Europa moderna. Los conquistadores evaluaron todas las prácticas religiosas y sociales indígenas de acuerdo a los criterios europeos, confundiendo la idolatría con los cultos precolombinos y con la brujería, pues para ellos la cultura indígena no era otra cosa que un culto demoníaco. En el contexto indígena el diablo les hablaba a través de las huacas y del mismo modo que en la vieja Europa, su aliada predilecta era la bruja. En algunas crónicas la religión nativa fue observada sólo como un método más por el cual el demonio intentaba derribar la creación divina; Acosta, por ejemplo, decía que: “en el Pirú usaron también embadurnarse mucho (con ungüento) los hechiceros y ministros del demonio, y es cosa infinita la gran multitud que hubo de estos adivinos, sortilegios, hechiceros, agoreros y otros mil géneros de falsos profetas […] Señaladamente hubo un género de hechiceros entre aquellos indios, permitido por los reyes ingas, que son como brujos y toman la figura que quieren, y van por el aire en breve tiempo largo camino, y ven lo que pasa, hablan con el demonio, el cual les responde en ciertas piedras o en otras cosas que ellos veneran mucho […] Algunos dicen y afirman, que (para hacerlo) estos usan de ciertas unturas […] (y) que las viejas usan de ordinario este oficio […]”( Silbertblatt 1993: 132). Sin embargo, lo comentado por los cronistas estaba manipulado, pues su visión estaba condicionada por siglos de demonología arraigadas a la cultura popular española, es decir, al creer firmemente en la existencia del demonio y sus secuaces, los conquistadores percibieron al demonio en cada piedra, río, cerro o lugar del continente americano; por otra parte, los cultos precolombinos no concebían los conceptos del bien y del mal por separado, ni mucho menos ~ 45 ~

Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales que esto último fuera personificado en un ser maligno como el diablo, pues su cosmología consistía en una dualidad de fuerzas opuestas, las cuales eran recíprocas y complementarias entre sí, necesarias para el desarrollo y reproducción de la sociedad (Silverblatt, 1993: 133). Además, en la mayoría de las sociedades indígenas existían personas conocidas como curanderos, cuya especialidad era la medicina a base de hierbas. De igual modo, existían los predicadores del futuro, cuyos métodos a base de coca y tabaco eran indispensables para el logro de sus objetivos y, por supuesto, incluían la adoración a las deidades nativas; tal vez por ello los conquistadores creían que la presencia del demonio en tierras americanas era más fuerte que en Europa, pues en el viejo mundo se pensaba que era el demonio el que otorgaba tales conocimientos y cualidades. La América colonial, por tanto, vivió una “aculturación forzada”, pues gran parte del vocablo religioso fue transformándose en conceptos antes desconocidos para la cosmovisión indígena de las fuerzas superiores, muchas de sus expresiones utilizadas para definir ideas sobre el bien o el mal fueron adaptadas a las nociones del mal que conocía el conquistador, por ejemplo: la expresión en quechua supay significaba ángel bueno o ángel malo y actualmente se traduce como diablo o hijos del demonio. Esta aculturación, sin embargo, no sólo se manifestó en el lenguaje, sino también en otras ideas ya reiteradas en esta investigación, como por ejemplo el concepto sobre las mujeres y su cercanía con la naturaleza. Ambas fueron percibidas como impredecibles, caprichosas y emotivas, por ende, debían ser conquistadas y dominadas, además, al ser consideradas como menores de edad siempre requerían de protectores o tutores; su supuesta debilidad las hacía ser más susceptibles de caer en tentaciones demoníacas, por ello el peso de la desestabilización colonial recaía en ellas, es decir, fueron percibidas como enemigas mortales del hombre, la Iglesia y, por supuesto, del orden político colonial (Silverblatt, 1993: 136). Por consiguiente, cualquier idea sobre pactos demoníacos, brujería o hechos para perjudicar a otros era consecuencia de la aculturación forzada; ni siquiera Huamán Poma se libró de tales prejuicios, puesto que aún siendo un gran defensor de las mujeres andinas, las reprimió de igual modo que los europeos por ser enemigas de los hombres. Durante toda la etapa colonial americana la iglesia libró numerosas batallas contra la idolatría, sólo que en los siglos XVII y XVIII ya no se enfrentaban a seres idólatras sino que a verdaderos herejes, pues no olvidemos que en estas fechas el cristianismo ya era la religión oficial del nuevo mundo, la mayoría pertenecía al seno de la iglesia cristiana, pues estaban bautizados y confirmados, por ende, el culto a las huacas se consideró sinónimo de brujería. Al respecto Irene Silverblatt nos dice que la idolatría, el curanderismo y la brujería fueron confundidas, pues del mismo modo que en Europa las cruzadas en América contra las herejías tenían indudables razones políticas, pues al evangelizar a la población indígena también la sometían a un control político-económico (Silvertblatt, 1993: 136). De la misma forma, insiste que desde el cristianismo se interpretó que: “las deidades nativas no eran sino una fachada por medio de la cual operaba el demonio- el gran enemigo de la cristiandad y la civilización y, por consiguiente, el enemigo de los opresores hispanos-, no resulta difícil entender por qué la continuada adoración a las deidades indígenas podía ser percibida como una forma de desafío, no sólo a la iglesia, sino a la sociedad colonial toda” (Silvertblatt, 1993: 136). De igual manera lo cree Josué Sánchez, para quien esto último fue consecuencia del rechazo silencioso al cristianismo, pues para él, este rechazo fue primordial en la diablificación de América, ya que, de este modo los conquistadores podían atacar abiertamente a las religiones precolombinas y acusar a los indígenas de cultos idolátricos (Sánchez, 2007: 28-29).

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Estudios Trasandinos, 18:1 La etapa colonial americana vivió constantes crisis sociales producto del resurgimiento de antiguas creencias religiosas, por ende, la cristianización no cesó a través de los siglos; en los comienzos se pensó que era el demonio el que los tenía sometidos y, posteriormente, que se personificaba en la cultura nativa. Incluso muchos cronistas nacidos en estas tierras y representantes de la cultura mestiza como Garcilaso de la Vega, Juan Bautista Pomar o Muñoz Camargo, hicieron suya la teoría de que el demonio habitaba en América y que todo lo anterior a la llegada del conquistador era sinónimo de diablificación; en su Historia de Tlaxcala, Muñoz Camargo dice que el demonio “es el enemigo del género humano, se vive tan apoderado de estas gentes, siempre las traía engañadas y jamás las encaminaba en cosas que acertasen, sino con cosas con que se perdiesen y se desatinasen” (Sánchez, 2007: 32). Sin embargo, para Enrique Florescano este contexto histórico-social responde a el egocentrismo propio de los europeos, cuyos métodos de modificación y distorsión de las culturas de otros países estaba en el control e imposición, pues “cada vez que la experiencia americana fue contemplada con los lentes del etnocentrismo europeo se deformaron los modos de imaginar y recoger el pasado creado por los pueblos aborígenes” (Sánchez, 2007: 32). Los cronistas mestizos guiados por este eurocentrismo crearon una historia indoamericana diablificada, pues sin conocer ese pasado precolombino lo asociaron directamente al demonio y, por tanto, renegaron de ella como lo hacían los conquistadores. Huamán Poma con respecto a los conocimientos de los antiguos incas decía en uno de sus escritos de su Nueva crónica y buen gobierno que “a dicho inga le enseñaban los demonios por donde lo supo todo” (Sánchez, 1993: 40). La creencia de que lo precolombino era la personificación del demonio fue aceptado por toda la sociedad colonial americana, pues todo aquello que representara la cultura no europea se le consideró sinónimo de demoníaco, por ello muchas mujeres fueron acusadas de brujas sólo por maniobrar objetos, hierbas u cánticos propios de ese pasado precolombino, tal fue el caso de Dominga de Rosas, quien fue acusada 4 en 1734 por utilizar tierra de huacas e invocar al demonio para hacer maleficios , o Agustina Picón, acusada en 1717 por preparar pociones y conjurar en nombre del inga y la palla 5 . El Demonio: su origen y aparición Para muchos la figura representativa del mal es conocida como demonio, satanás, satán o diablo; éste, según el imaginario popular europeo, comandaba una multitud de demonios íncubos y súcubos sólo para alejar y desviar a hombres y mujeres de los planes de Dios y así arrebatarle el poder en la Tierra, por ende, conocer los orígenes de este ser es un tanto complejo, pues nos conduce a una serie de mitos, leyendas e ideas antropológicas e históricas que fueron nutriéndose a través de los siglos para, finalmente, ser real en las centurias modernas (XVI al XVIII). En primer lugar, el diablo cristiano fue muchas veces fue confundido con el satanás judío, pues las numerosas traducciones libres de la Biblia al latín, al griego o a las lenguas vernáculas los confundían y nombraban como el mismo ser, incluso muchas de las mujeres que lo invocaban lo hacían con ambos nombres, los relatos inquisitoriales limeños así nos lo

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A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n 1, Folios 84-90 A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n 5, Folios 40-43

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Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales ilustran; Nicolasa de Cuadros, por ejemplo, lo llamaba diablo cojuelo 6 y Rafaela Rodríguez 7 8 9 diablo de la carranza , mientras que María Flores pichincho y Rosa Ramona tecum . Los hebreos, sin embargo, tenían sus propios demonios; el satanás judío del Antiguo Testamento era un ángel que tenía por labor testar la fidelidad de hombres y mujeres a Yabhé, para luego convertirse en un delator de los hombres ante Dios y finalmente en un incitador, pero nunca fue considerado un rival como el diablo cristiano. Los que aportaron esta idea fueron los dioses cornudos de las religiones antiguas como el Osiris egipcio o el Pan griego, pues al ser dioses paganos eran rivales y malos de por sí, además, las distintas representaciones del dios cornudo y su vínculo con el sexo ayudaron a construir la idea de ser abominable y demoníaco. No obstante, las religiones de la antigüedad carecían del diablo, pues las ideas del bien y del mal fueron desarrolladas por otras posteriores y mucho más elaboradas; los antropólogos, al respecto, creen que los dioses del mal surgieron como resultado de las disputas entre diferentes tribus, ya que la tribu vencedora imponía su deidad como buena y como mala la de la tribu vencida. La idea del ángel caído, sin embargo, es propia del judaísmo, cuya versión más amplia se encuentra en el libro de Enoch; su redacción fue alrededor del siglo II a. de C. y cuenta “cuando los hijos de los hombres se hubieran multiplicado, aconteció en aquellos tiempos que de ellos nacieron hijas hermosas y gráciles. Y los ángeles, hijos del cielo, las vieron y las desearon, y se dijeron: Vayamos y elijamos esposa entre los hijos de los hombres y engendremos hijos. Acaudillados por el ángel Azazel, descendieron a la tierra doscientas huestes celestiales, sobre el monte Hermón, donde tomaron mujeres de la tierra y comenzaron a penetrar en ellas y a gozar de ellas. También enseñaron a sus compañeras terrestres hechizos y encantos y cómo recolectar raíces. Enoch llama a estos ángeles caídos los vigilantes. Los hijos de estas uniones lujuriosas fueron los gigantes; malvadas criaturas que devoraban a los hombres […] Finalmente, Dios envió a los arcángeles Rafael y Miguel a castigar a Azazel y los vigilantes, arrojándoles al desierto hasta el día del juicio final, en que serán arrojados al fuego eterno. Todos los hijos de los vigilantes fueron exterminados, pero de sus cadáveres brotaron demonios que vagaban por la tierra sembrando la maldad y la destrucción” (Donovan, 1988: 115). Otro pasaje bíblico también hace mención a un ángel que se rebela contra Dios, idea mucho más valorada por los fundadores del pensamiento cristiano para dar origen al diablo: “¡Cómo has caído del cielo, Oh Lucifer, hijo de la mañana! ¡Cómo te has venido al suelo, tú que debilitaste a las naciones! Pues te dijiste en tu corazón, me elevare a los cielos, exaltaré mi trono por encima de las estrellas de Dios: me sentaré también en el monte de la asamblea, en la parte Norte; subiré más allá de las alturas de las nubes; seré igual al Altísimo. Sin embargo, serás arrojado al infierno, a lo profundo del abismo” (Donovan, 1988: 115-116). Ya a finales del siglo I d. de C. estas leyendas se cruzaron para crear el significado cristiano del diablo como un dios independiente con derechos propios, el cual había sido desterrado del cielo por su tremenda obsesión en rivalizar con Dios el todopoderoso. Posteriormente, el relato del Génesis (la tentación de Eva por la serpiente) fue utilizado por los padres de la iglesia para fundamentar la idea de que los hombres y las mujeres estaban en un constante pecado y, por tanto, en poder del diablo, por eso Dios envió a su hijo a la Tierra para gloria y salvación eterna. Incluso los mismos evangelios nos muestran a un Cristo que cree en 6

A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n 1, Folios 34-41 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 1, folios 91-102. A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 4, folios 109-111 9 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 185-191 7 8

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Estudios Trasandinos, 18:1 la supremacía del diablo sobre el mundo terrenal, por lo menos en el punto de obligar a actos pecaminosos como el orgullo y la lujuria. Jesucristo lo llamó príncipe de este mundo y Lucas nos confirma que él se decía a sí mismo tener poder sobre todos los reinos de la tierra porque le fueron entregados y se los daría a quien él quisiera (Donovan, 1988: 166). Mateo, en el relato de la tentación en el desierto, nos cuenta que “el Diablo enseñó a Jesús todos los reinos de este mundo y su gloria, y dirigiéndose a Él, le dijo: todas estas cosas te daré si, arrodillándote ente mí, me adoras” (San Mateo, 4, 8-10). Su aparición, por tanto, no sólo fue a los sometidos a su poder, sino que también a muchos personajes pertenecientes a la iglesia como, por ejemplo, al obispo de Coventry en 1343, cuya acusación de venerar al diablo en forma de carnero, prueba que dentro de la misma iglesia era común acusar a otro de idolatrarlo cuando no se estaba de acuerdo con los planteamientos o teologías impuestas. No obstante, aunque fuera un digno rival de Dios por el enorme ejército de malhechores que dirigía y por los poderes mágicos que podía otorgar, sobre todo, por las grandes dotes de mando que poseía, jamás vencería a Dios. El príncipe del mal, por tanto, era un ser temible, sin embargo, poseía un atractivo perverso, su figura era titánica, romántica, orgullosa, intrépida, provocativa y audaz en su lucha contra la autoridad celestial. Durante “la caza de brujas” muchas mujeres lo describieron como 10 una persona real, de aspecto humano ; la mayoría de las veces se les aparecía en forma de hombre negro o vestido de negro, no obstante, podía transformarse en quien quisiera según sus intenciones, pero dada la confusión de los relatos (el diablo o un diablo) se pensó que cuando no lo hacía en forma masculina, eran demonios más pequeños o secundarios al servicio del diablo 11 . Las mujeres acusadas de brujas en la Lima colonial lo describen con forma humana y con forma de animal; Nicolasa de Cuadros, por ejemplo, cada vez que lo invocaba con los 12 nombres de satanás o valiente Lucifer príncipe del abismo, se le aparecía en forma de gallo , mientras que Sebastiana de Jesús decía tenerlo en su casa en forma de tres gallos 13 ; María 14 15 Josefa de la Encarnación y Luisa Contreras , por el contrario, decían verlo con forma de hombre. Algunos estudiosos de la demonología elaboraron la clasificación de los principales secuaces del diablo, uno de ellos fue el padre Sebastián Michaelis, quien al ser un reconocido exorcista realizó una lista de los demonios y dado que éstos -anteriormente- habían sido ángeles, mantuvo su clasificación angélical en los servicios al Diablo. Los dividió en tres jerarquías, en la primera estaba Belcebú, príncipe de los serafines y más próximo a Lucifer, que prueba a hombres y mujeres con el orgullo, y dentro de la misma incluyó a Leviatán, Asmodeo, Baalberith, Astaroth, Verrine, Gressil y Sonneillon. En la segunda estaba Carreu, príncipe cuyo poder es inculcar en los humanos la dureza de corazón y Carniveo el que incita a la obscenidad y desvergüenza, también incluyó en esta categoría a Oeillet, Rosier y Verrier. Y, por último, en

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Para mayor información revisar el Texto La caza de brujas en la Europa Moderna del autor Brian Levack, Editorial Alianza, Madrid, 1995 11 Para mayor información revisar el Texto Malleus Maleficarum de los autores Sprenger y Kramer, Editorial Maxtor, Valladolid, 2004 12 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 1, folios 34-41 13 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 167-172 14 A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 5, folios 36-40 15 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 1, folios 76-80

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Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales la tercera jerarquía estaba Belias, príncipe de las virtudes, tentando a hombres y mujeres con la arrogancia, seguido por Olivier y Iuvart, príncipe de los ángeles (Donovan, 1988: 128-129). Sin embargo, fueron los íncubos y súcubos los que, mayormente, interesaron a demonólogos, teólogos e inquisidores. Éstos, eran demonios machos y hembras cuya única misión era fornicar con los seres humanos y puesto que las mujeres eran más calladas que los varones, los íncubos machos eran muchos más numerosos que sus congéneres súcubos. No obstante, los íncubos y los súcubos no fueron demonios propios de la época, es decir, existían mucho antes de “la gran caza de brujas”, antes incluso que el cristianismo, ya que los primeros en creer en ellos fueron los judíos, quienes no connotaron como un delito el trato sexual con uno de ellos, pues al no tener cuerpo humano no era considerado adulterio, cuestión que, a su vez, les permitía tener contactos carnales con hombres o con mujeres, pues podían adquirir el sexo que quisieran. Numerosos relatos de los primeros santos cristianos nos describen el cómo los desconcertaban; San Antonio de Egipto, por ejemplo, nos describe que por las noches un súcubo le atormentaba insinuándole pensamientos inmundos emulando todos los gestos de una mujer, o como San Hilarión que cada vez que dormía se veía rodeado de mujeres desnudas. San Hipólito nos describe que fue visitado por una mujer desnuda, “pero cuando él le arrojó encima su casulla para ocultar su desnudez la mujer se convirtió en un cadáver, al que, según se dijo, el diablo había animado para inducir al santo a pecar.” (Donovan, 1988: 131) Por su parte, Santa Margarita de Cortuna nos cuenta que “era visitada por un íncubo que la perseguía por la celda y le cantaba las canciones más sucias, e incitaba indecentemente a esta sierva de Cristo… a cantar con él… Pero con oraciones y con lágrimas, rechazó y ahuyentó al tentador” (Donovan, 1988: 131). De igual modo, había leyendas que les otorgaban la paternidad de determinados personajes históricos, una de las más conocidas fue la de Roberto, padre de Guillermo el conquistador, conocido como Roberto el diablo. Otra situación muy común relacionada a la creencia de los íncubos y súcubos fue la de atribuirles la paternidad de muchos hijos bastardos; antes de “la gran caza de brujas” muchas muchachas jóvenes embarazadas -al margen del matrimonio- decían haber sido visitadas por estos demonios, cuya apariencia de hombres atractivos las forzaban a copular. No obstante, después de 1484 tras la bula promulgada por Inocencio VIII esta práctica se hizo menos popular, pues en ella el Papa declaraba culpable de brujería a todos los que comercializaran sexualmente con los demonios. Los íncubos y súcubos fueron, por tanto, pretextos perfectos para quienes se vieron involucrados en actos sexuales ilegales; las brujas, por ejemplo, fueron denunciadas como parejas sexuales de éstos, pues así, podían utilizarlas para seducir a 16 otros . Los autores del Malleus maleficarum dividieron en tres categorías a las mujeres que copulaban con los demonios, en primer lugar estaban las que se entregaban de modo voluntario como las brujas, luego estaban las que eran llevadas contra su voluntad por las brujas y finalmente las que eran violadas; sin embargo, este grupo era menos numeroso que los otros dos, ya que según sacerdotes y exorcistas las muchachas martirizadas sexualmente por los demonios no sentían necesidad de ser rescatadas, aún cuando hubieran pedido ayuda 17 espiritual: María Josefa de la Encarnación, por ejemplo, decía que los diablos la azotaban .

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Para mayor información revisar la Bula Summis Desiderantes afecctibus, ubicada en la parte posterior del manual para cazadores de brujas Malleus Maleficarum, cuyos autores son Sprenger y Kramer, editorial Maxtor, Valladolid, 2004 17 A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 5, folios 36-40

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Estudios Trasandinos, 18:1 Ahora bien, durante los procesos por brujería, era muy común acusar a las brujas de copular con los demonios, por ello siempre se esperaba tal confesión y cuando esto no sucedía se les torturaba para que lo reconocieran y dado que el íncubo era un ser diferente, copular con él era un crimen más importante que la fornicación o el adulterio. Los íncubos y súcubos eran una preocupación especial para la iglesia, porque según las autoridades no obedecían a los exorcistas y mucho menos respetaban las cosas sagradas, ante cuya cercanía no sentían temor. Gran parte de la literatura de la época hace mención al comercio sexual con el diablo, pero no aclara si era el diablo en persona, un diablo director del conventículo o un demonio únicamente sexual, puesto que muchas brujas decían copular con el diablo, con un diablo o con un íncubo en forma de familiar (Donovan, 1988: 134), la misma María Josefa de la Encarnación, quien en su expediente figura como doncella, decía conocerlo carnalmente 18 . Algunos demonólogos también afirmaban que existían diablos con formas de animales, pues muchas confesiones de brujas decían haber copulado con machos cabríos, perros y otras bestias, por ende, se llegó a afirmar que cuando el diablo se mostraba bajo apariencia de animal ya no era un íncubo, pero gran parte de las brujas no hacían tal diferenciación. Otra creencia con respecto a estos demonios era la de pensar que el comercio sexual entre ellos y los mortales era muy placentero y enteramente satisfactorio, cuestión que con los años cambió, pues al incrementarse la caza de brujas en los siglos modernos (XV al XVIII), los inquisidores admitían que no podía ser grata ningún tipo de relación con el diablo e incluso hubo confesiones que las describían como muy dolorosas, pues sostenían que su miembro no era de carne, lo que llevó a suponer que en las orgías sexuales el maestro de ceremonia utilizaba un pene artificial, sin embargo, casi todas las alusiones con respecto al miembro y semen del diablo convenían en que eran fríos como el hielo. El filósofo inglés Henry More da una explicación para afirmar que todo lo referente al diablo era frío, ya que según él, parecía “muy razonable que los cuerpos de los diablos, al no ser más que aire coagulado, sean fríos, lo mismo que el agua coagulada (que es la nieve o el hielo)” (Donovan, 1988: 136). No obstante, en las asambleas privadas el diablo parecía no ser tan frío, ni las relaciones sexuales con él tan doloras. Al mismo tiempo, esta creencia sostenía que el diablo prefería para copular a mujeres jóvenes y no viejas, los relatos sobre ello nos describen que el gran sequito de brujas eran mujeres mayores a las que el diablo despreciaba, pues sus preferencias eran sobre todo niñas de seis, ocho o doce años (Donovan, 1988: 137); cuestión no ajustable a las descripciones de nuestros expedientes, pues las mayoría de mujeres condenadas por superstición en el tribunal inquisitorial de Lima sobrepasan los 20 años y sólo 19 en algunos casos las testigos son menores de edad . Así pues, durante muchos años se repitió la idea de que las brujas adoraban al diablo, al punto de que muchas de ellas terminaron por creérselo, sin embargo, eran los inquisidores y jueces quienes incluían al diablo en las confesiones, pues bajo tortura muchas brujas reconocían creer en él, cuestión que no siempre era una realidad ya que los escribas, firmemente convencidos de ello, colocaban la palabra diablo donde les fuera conveniente y, por supuesto, la bruja iletrada lo ignoraba completamente.

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A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 5, folios 36-40. A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 3, folios 100-103

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Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales

Pacto con el demonio: Relatos y ejemplos coloniales En los primeros siglos del cristianismo los fundadores de la iglesia elaboraron lentamente la idea de pacto con el diablo inspirándose en el lenguaje alegórico de Isaías: “Pues has dicho que hemos entrado en una alianza con la muerte, que hemos hecho un convenio con el infierno” (Donovan, 1988: 120). Estos pactos eran señal de herejía, por tanto, los inquisidores se adueñaron de este razonamiento y obligaron, bajo tortura, a muchas mujeres a confesar el pacto con el diablo; sin embargo, la gran mayoría de los expedientes inquisitoriales del siglo XVIII, propios del delito de superstición en Lima, no certifican el método de tortura como uso común para tales confesiones, por ende, hemos de suponer que algunos inquisidores si lo aplicaron y otros no, pues el único expediente que dice explícitamente aplicar la tortura contra una rea fue el de Rosa Ramona, quien en su proceso judicial contradecía el tormento y pedía 20 misericordia . El supuesto pacto era un trato recíproco, en el que las brujas se ponían al servicio del diablo y le juraban su alma recibiendo ciertos favores a cambio. Éstos eran de índole material (dinero y buena vida), aunque pocas recibieron compensación, pues la mayoría de nuestras brujas y hechiceras pertenecieron a los estratos económicos bajos de la sociedad hispano21 colonial , tal es el caso de Juana Saravia quien figura en su expediente como soltera y 22 23 prostituta , o Nicolasa Casero, quien dice ser una pobre vieja y enferma , o María de 24 Monserrat, quien confesó entregar su alma al diablo y no saber leer ni escribir . El diablo, por su parte, otorgaba a las brujas poderes mágicos, los cuales les servían para vengarse de sus rivales u opresores y también para consolidarlas como hechiceras, incluso algunas los firmaron sólo para participar en sus cultos y, de este modo, en sus misterios y placeres, por ejemplo: María Rosalía pensaba que pactando con el diablo violentaba la voluntad de los hombres 25 , y Juana de Santamaría decía invocarlo sólo por tentación y 26 curiosidad . Los pactos, normalmente se hacían por un lapso de tiempo determinado, a veces, por toda la vida; de todos modos, la o el firmante estaba obligado a consagrarse en la fecha indicada, aunque existiera la posibilidad de renovarlo. Tradicionalmente se firmaban y redactaban con sangre de la bruja, pues así nos los confirma la reo María Antonia, quien confesó haber firmado con sangre de sus venas el contrato con el diablo 27 y Rosa Argote, quien nos dice “quando io he hecho pacto con el Demonio y sangrándome le hisse con mi mesma sagre el pacto” 28 .

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A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 185-191 Para mayor información revisar el texto Hechiceras, beatas y expósitas. Mujeres y poder inquisitorial en Lima de la autora María Emma Mannarelli, editorial Ediciones del Congreso del Perú, Lima, 1998 y la tesis doctoral titulada: Mujeres, brujería e inquisición. Tribunal inquisitorial de Lima, siglo XVIII: http://hispana.mcu.es/es/consulta/registro.cmd?id=8592628 22 A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 5, folios 43-47 23 A.H.N. Inquisición, legajo 5345, n º 6, folios 80-82 24 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 1, folios 134-143 25 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 35-47 26 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 54-62 27 A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 1, folios 14-17 28 A.H.N. Inquisición, 1649, Exp. 35, imagen 60 21

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Estudios Trasandinos, 18:1 Dado el nivel de las persecuciones los demonólogos e inquisidores formalizaron y añadieron documentos reales como argumentos en los juicios, en los cuales se explicaba que existían dos tipos de pactos: el implícito (pacto privado) y el declarado (pacto público solemne). En el primer caso, se referían a una conversa y a otra bruja que intervenía en nombre del diablo para que la primera hiciese pública su fidelidad a satanás; el pacto implícito también podía ser un convenio verbal entre la bruja, el diablo o con otro de sus acólitos; en el caso de Sebastiana de Jesús, quien decía haber sido engañada por el demonio, no hay otras personas, pero el hecho de utilizar en sus artes ciertas oraciones o rezos propios de la fe católica llevó a los 29 inquisidores a culparla de pacto implícito . El pacto solemne fue relatado de forma magistral por el demonólogo Francesco Guazzo en su Compendium maleficarum, en el cual detalla una ceremonia de once pasos precedentes a la firma del pacto entre la bruja y el diablo: “negación de la fe cristiana; rebautizo por el diablo con un nuevo nombre; eliminación simbólica del crisma bautismal; renuncia a los padrinos y adopción de otros nuevos; entrega al diablo de una pieza de ropa en prenda; juramento de fidelidad al diablo de pie, en el interior de un círculo mágico, petición al diablo de que inscriba el nombre del convento en el Libro de la Muerte, promesa de sacrificar niños al diablo, conformidad de pagar el tributo anual al demonio que se designe, teniendo en cuenta que sólo son válidas las ofrendas negras, imposición de la marca del diablo, votos de servicio al diablo, de no adorar jamás el Sacramento, de no utilizar jamás agua bendita y guardar silencio sobre las relaciones con el diablo” (Donovan, 1988: 122-123). La ceremonia terminaba con la firma del escrito, cuestión que llevo a los inquisidores a suponer que el diablo hacía de abogado, pues las numerosas pruebas presentadas en los procesos por brujería demostraban que había sido redactado por alguien que tenía fundamentos jurídicos. Sin embargo, muchas de estas pruebas ya no se conservan y muy pocas fueron reproducidas, los mismos demonólogos afirmaban que el diablo destruía todo lo que comprometiera a sus secuaces con la justicia. Uno de las principales características del pacto era la marca que el diablo grababa en los cuerpos neófitos de la brujas, aunque muchos demonólogos insistían, cuando éstas no presentaban marca alguna, que también podía ser invisible o que sólo grababa a las más frágiles, incluso muchas confesaban que les imprimía su marca con el dedo o con la lengua, no obstante, al incrementarse el acoso y los juicios por brujería, los inquisidores y jueces laicos llegaron a la conclusión de que no todas las marcas podían ser visibles pero sí morbosas. Sin embargo, estas marcas nada tenían de demoníacas, pues eran marcas de nacimiento, 30 cicatrices o pigmentaciones extrañas en la piel . Ahora bien, la idea de pacto demoníaco en las colonias hispano-americanas fue llevada por los mismos jueces eclesiásticos e inquisidores encargados de extirpar la idolatría, la apostasía y la herejía, pues al insistir en la herencia demoníaca se dio explicación a una serie de fenómenos ambiguos y malignos, pues al manejar las religiones autóctonas, se justificaba la intervención de los conquistadores; al mismo tiempo, estas intrigas demoníacas explicaban la heterodoxia de los no indígenas que estaban bajo el dominio de la Inquisición, pues todos aquellos aspectos del maleficio como las reuniones satánicas, la figura del demonio zoomórfico, los vuelos nocturnos y mágicos de las participantes, la sangría y el canibalismo son similares a 29

A.H.N. Inquisición, legajo 5346, n º 2, folios 167-172 Para mayor información revisar el texto Historia del Diablo del autor Robert Muchembled, editorial Cátedra, Madrid, 2004

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Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales los elementos propios de la adoración al demonio comentado en los manuales europeos para cazadores de brujas como el Malleus y otros. Es decir, del mismo modo que las brujas europeas acusadas de participar en aquelarres, de dar su alma y cuerpo al diablo a través de relaciones sexuales y sacrílegas, nuestras protagonistas, como ya hemos analizado, debieron compadecer ante el Santo Oficio limeño por las mismas acusaciones. En sus diferentes expedientes relatan situaciones parecidas a las descritas por las brujas y hechiceras del viejo mundo, como la aparición del diablo en forma de hombre y en forma de animal, así como volar 31 por las noches y reunirse con él para ver y besar la parte posterior de su patrón . Igualmente que en la vieja Europa, muchas de estas descripciones ponen en evidencia el imaginario del interrogador y, sobre todo, el temor de las acusadas, pues “el hecho de invocar el pacto diabólico ofrece una salida para el acusado y los defensores emplean esta defensa con las esperanzas de recibir sentencias leves por motivo de su ignorancia. Y existe la posibilidad en otros casos de que el pacto diabólico represente una manipulación del defensor de la ideología eclesiástica. Ligarse con un poder sobrenatural tendría cierta atracción para los despojados de poder en esta tierra y las campañas contra los idólatras probablemente cristalizaron una resistencia creando una clase de dogmatizadores donde antes aún no existía” (Glass-Coffin, 2002: 131). Bonni Glass-Coffin sugiere que el pacto diabólico era invocado con frecuencia, sin embargo, como una amenaza y herramienta de obediencia o como un elemento provocador, pero no como un hecho clave en la sentencia, ya que tanto los extirpadores de idolatrías como los inquisidores querían demostrar que las hechiceras andinas eran simples charlatanas y embusteras y no adoradoras y sumisas a Satanás (Glass-Coffin, 2002: 131). En las fuentes del siglo XVIII se percibe con mayor ahínco el empleo del ideario religioso para objetivos políticos y sociales, pues al examinar los archivos inquisitoriales de aquellos reos y reas culpados de superstición, comprobamos que hay una clara distinción entre los cargos alegados contra hombres y contra mujeres; a los hombres, por ejemplo, no se les acusaba de asistir a los aquelarres y pactar con el demonio, mientras que a las mujeres sí se les culpaba de invocarlo, de utilizar yerbas y preparar ungüentos y, sobre todo, de realizar reuniones con otras mujeres para fines demoníacos, tal cual como se hacía en la vieja Europa. No obstante, los aquelarres coloniales tuvieron su sello propio, puesto que no eran en bosques ni en montañas y la figura del macho cabrío como jefe ceremonial no siempre existió, pues así nos lo describe de forma magistral una de las testigos en el juicio inquisitorial contra Fabiana Sánchez celebrado los días 17 al 20 de Julio de 1739 en la ciudad de Lima: “connuebas visitantes por cierta complice la llevo a las casas de otra reo, y de allí a una choza, y de esta partio a la cueva, adonde luego llegaron con otra reo; y otras tendieron en el suelo una manta, y sacaron cada qual varios ingredientes de sus atados, y en conjunto de la reo, conchas, cascabeles, polvos, y otras imundicias superticiosas contra nuestra santa fe; y otro conjunto se quedo dormido y que aora como demedia noche la reo le recordó mui enojada diciendole que perdia tiempo en sus ejercicio, y haviendo dispertado les dio acomer atodos unas yerbas y fecho sepuso abailar con mucha algazana sonando un cascabel y exclamaba diciendo padre mio, señor mio tueres mi favorecedor, siempre atiendes amis ruegos, permite que todo mesea favorable, y atiende a los ruegos delos que te buscan necesitados, y que oio una voz la denunciante dentro dela cueba que dezia aquí bengo conto dos mis sequaces adarte el favor que mepides, y concederte quanto deseas, y oida esta boz, oio el conjunto asilo expresamos

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Estudios Trasandinos, 18:1 detupoder y que en señal de recozijo saco una bebida o cosimiento degiganton y bebieron las porciones que el conjunto les dio y queto das selevantaron y cojieron enlas vocas arina de diferentes colores de mais, ya invitación del conjunto roziaron toda la cueva a soplos acuio tipo se apareció un animal en figura de venado con los ojos mui disformes y espandidos que parecían candela, y que en esta ocacion dijo la rea yaporesta visión benimos en conocimiento deque senos ha concedido lo que deseamos […]” 32 Otros ejemplos nos demuestran las cosas en común que tenían las reas al realizar sus reuniones con otras hechiceras y, al mismo tiempo, las diferencias y similitudes con sus pares europeas, por ejemplo: Silvestra Molero se reunía en su casa con otras mujeres los martes y los viernes para realizar cosas supersticiosas como beber chicha, fumar coca e invocar al 33 demonio , Manuela De Castro, por el contrario, era ella misma la que buscaba a otras mujeres que la instruyeran en el arte de la brujería, pues decía haber sido maleficiada, para ello se valía de dos mulatas, donde una de ellas la instaba a entregar su alma al diablo y la llevaba donde otra bruja que la curara de su maleficio 34 . Las razones de que existieran similitudes entre las hechiceras y brujas coloniales con las europeas -según Glass-Coffin- son fruto de una conquista que quitó la voz y el poder a las mujeres, transformándolas en menores y privándolas de autonomía, por ende, las cortes eclesiásticas significaron un foro para expresarse y ser tomadas en cuenta. El temor del pueblo a una posible emancipación que desestabilizara las leyes y metas de la sociedad colonial recayó en ellas, sobre todo, en las independientes o ajenas a la protección masculina como las viudas, solteras o hijas únicas y, por supuesto, a las que retaban los poderes médicos, económicos o patriarcales. Lo que comenzó como una herramienta religiosa para convencer a los idólatras se transformó en un método utilizado por los vecinos e interesados, quienes convirtieron las ideologías e ilusiones eclesiásticas en creencias populares, un claro ejemplo de esto es lo expuesto en el siglo XX por el doctor Edmundo Escomel en su libro de medicina folclórica y popular, donde éste “caracteriza a la bruja […] como una persona que tiene compacto (pacto) con Lucifer. Según Escomel, la bruja, aún cuando no ha visto al diablo jamás […] dice hallarse en pacto con Lucifer, que los martes y los viernes a partir de las seis de la tarde se transforma en Luchuza o en Pacpaco (búho), y en esta forma va volando hacia los molles […] para el Congreso Brujal […] las llamadas brujas, aun cuando no lo creen, siguen afirmando esta leyenda que sirve para sostener su comercio” (Glass-Coffin, 2002: 135). Conclusiones Para finalizar, debemos concluir que el demonio y sus secuaces fueron una de las tantas imposiciones socio-culturales que trajo consigo el conquistador. A través de la colonización ciertas ideas e imaginarios se transformaron y adquirieron características propias, pues en las colonias hispano-americanas el diablo y sus seguidoras fueron personajes que simbolizaban los temores propios de la vieja Europa pero, al mismo tiempo, mezclados con las tradiciones precolombinas, es decir, doblemente peligrosos, pues en estas tierras representaban, por un lado, el mal propio de una tradición popular y milenaria europea y, por otro, la combinación o mestizaje de las creencias de todos los pueblos o etnias que 32

A.H.N. Inquisición, Legajo 5346, n º 2, folios 193-195rv. A.H.N. Inquisición, Legajo 5346, n º 1, folios 22-26 34 A.H.N. Inquisición, Legajo 5346, n º 2, folios 110-116 33

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Urra – El demonio y su presencia en los espacios hispano coloniales conformaron la América colonial. De este modo, se convirtió en un ser cuya trascendencia fue fundamental para lograr los objetivos evangelizadores y, posteriormente, de control social, pues por medio de su figura no sólo se mantuvo un control religioso, sino también cultural durante todos los años de la colonización hispana. El demonio, por tanto, fue un personaje inventado por las autoridades religiosas europeas, pues, en cierto modo, les permitió mantener un orden social y perpetuar las conductas socio-culturales de la vieja Europa, especialmente, aquellas vinculadas a las relaciones de género, estamentales y jerárquicas. Su función principal fue atemorizar a la población y hacerles creer que todo aquello distinto a la cultura dominante era símbolo de demoníaco, por lo tanto, debía ser erradicado y eliminado definitivamente. No obstante, al no ocurrir así, éste se convirtió en un ser omnipresente, personificando todo lo diferente o partes de la cultura dominada, principalmente, aquella cultura de los pueblos esclavizados e indígenas que de una u otra forma se resistía a desaparecer. De la misma manera, las brujas o secuaces del demonio fueron otra de las tantas invenciones o transportaciones europeas, pues de igual forma que en Europa, en América el diablo también requería de cómplices que le ayudaran a continuar con su obra maléfica. Por ende, no es complicado suponer que así como en las sociedades europeas del antiguo régimen las mujeres simbolizaban una serie de miedos propios de las sociedades patriarcales y, por tanto, las persecuciones a ellas cuando no se limitaban a respetar tales órdenes, en América sucedería lo mismo, pues así como se impuso una tradición jerárquica y estamental, también se impuso una patriarcal. Los relatos inquisitoriales sobre brujas, demonios y aquelarres representaban, por tanto, la imposición a cabalidad de una aculturación forzada, es decir, de una imposición y transportación de ideas, las cuales se arraigaron de tal forma que llegaron, incluso, a mimetizarse e identificarse con ciertos grupos sociales y étnicos. En este caso, el diablo y las brujas encontraron una sociedad que hizo de ellos sus representantes culturales, por consiguiente, hoy en día, para muchos estudiosos del tema, especialmente, los antropólogos es muy complejo definir si éste existía en América previo a la conquista o llegó junto a la imaginación del conquistador para luego ser impuesto como un personaje propio de estas tierras.

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Fuentes y bibliografía Fuentes Archivo Histórico Nacional de Madrid, Sección Inquisición, Procesos de Fe del Tribunal de Lima, Legajo 1649 Legajo 1656 Legajo 5345 Legajo 5346 Bibliografía DONOVAN, Frank (1988). Historia de la Brujería. Madrid: Editorial Alianza. FEDERICI, Silvia, (2010). Calibán y la Bruja: Mujeres, Cuerpo y Acumulación Originaria. Madrid: Editorial Traficantes de Sueños. GLASS-COFIIN, Bonnie (Julio 2002). “El Pacto Diabólico y la Identidad Cultural en el Norte del Perú” En: Revista Andina nº 35, pp. 129-143 LEVACK, Brian (1995). La Caza de Brujas en la Europa Moderna. Madrid: Editorial Alianza. MANNARELLI, María (1998). Hechiceras, Beatas y Expósitas. Mujeres y Poder Inquisitorial en Lima. Lima: Ediciones del Congreso del Perú. MUCHEMBLED, Robert (2004). Historia Del Diablo. Madrid: Ediciones Cátedra. Sánchez, Josué (2007). “La Imposición del Diabolismo Cristiano en América”, en Cuadernos del Minotauro nº5 SPRENGER, Jacob; INSTITORES, Enrique (2004). Malleus Mallificarum. Valladolid: Editorial Maxtor. SILVERBLATT, Irene, (1993). “El Arma de la Hechicería”, en STOLCKE, Verena (Comp.) Mujeres Invadidas, La Sangre de la Conquista de América. Madrid: Ed. Horas y Horas. TAUSIT, María y AMELANG, James (Eds.) (2004). El Diablo en la Edad Moderna. Madrid: Ed. Marcial Pons.

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PRODUCCIÓN AGRÍCOLA Y GANADERÍA EN LA ECONOMÍA FAMILIAR MAPUCHE, ARAUCANÍA 1840-1890 1 Agricultural production and ranching in the familiar economy Mapuche de Araucanía: 1840-1890 Iván Inostroza Córdova 2 [email protected] Universidad de La Frontera Temuco, Chile.

Resumen Se analiza el desarrollo de la agricultura triguera practicada en las comunidades mapuche de Araucanía en el período 1840-1890 enfatizando las similitudes entre el sistema de cultivo indígena y la agricultura de Chile central en cuanto a tecnología como uso de yuntas bueyes y arados, y tropillas de equinos para trillar la gavillas en la era. Relevando otras prácticas de la tradición indígena como la cooperación laboral multifamiliar en los trabajos del campo y los ritos agrarios asociados a la fertilidad del suelo y las ceremonias públicas propiciatorias del nguillatún. Elementos que definen la significación económica y cultural del cultivo de la tierra en los modos de vida agrarios de las comunidades mapuches de Araucanía. Palabras clave: agricultura mapuche, ganadería mapuche, comercio mapuche, ritos de fertilidad

Abstract Mapuche de Araucanía analyzes the development of the wheat agriculture practised in the communities in the period 1840-1890 emphasizing the similarities between the system of indigenous culture and the agriculture of central Chile as for technology as use of pairs oxen and ploughs, and tropillas of equine for trillar the gavillas in the age. Relieving other practices of the indigenous tradition as the labour multifamiliar cooperation in the works of the field and the agrarian rites associated with the fertility of the soil and the public propiciatory ceremonies of the nguillatún. Elements that Mapuche de Araucanía define the economic and cultural significance of the culture of the land in the agrarian manners of life of the communities. Keywords: agriculture Mapuche, ranching Mapuche, I trade Mapuche, rites of fertility

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Investigaciones Programa de Doctorado en Procesos Sociales y Políticos de América Latina. Universidad Arcis, Santiago de Chile, 2012-2013. 2 Académico Departamento de Ciencias Sociales Universidad de La Frontera

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Introducción Uno de los aspectos más relevantes de la historia económica mapuche durante el período hispanocolonial y republicano temprano (1540-1880), fueron las relaciones mercantiles articuladas entre la producción agroganadera de las comunidades de Araucanía y la economía capitalista de antiguo régimen de Chile central, basado en el comercio fronterizo indígena de ganado vacuno y textiles de lanas de ovejas (Pinto, 2003; Pinto, 2010; Flores, 2006; Mandrini y Paz, 2003; Foerster, 2008). Relevando la significación económica mercantil de la ganadería y su función como uno de los canales de articulación a las redes del comercio capitalista y acumulación de riqueza en la sociedad originaria, se ha sugerido el carácter hegemónico de la ganadería en la estructura económica indígena (Faron, 1969; Bengoa, 1985; León, 1991; Aldunate, 1996; Boccara, 2009; Bello, 2011). Sin embargo, a través de esta investigación proponemos re-evaluar el papel de la agricultura en la organización de la vida económica de las familias y comunidades analizando el cultivo de la tierra desde el nivel de la explotación del suelo y y los manejos productivos que definen el calendario anual de actividades de los agricultores mapuche, con ciclos permanentes de épocas de siembras en los meses agosto y septiembre y épocas de cosechas en los meses enero-febrero-marzo agrícola; así como el ciclo ritual y ceremonial de la vida cultural de las comunidades agrarias a través de la celebración del nguillatún, ceremonia propiciatoria del crecimiento del trigo y agradecimiento por la fertilidad de la tierra cultivada (mapu) y el bienestar de los humanos, la gente (che), a través de la cual continúa y se perpetúa el vínculo de reciprocidad establecido entre los cultivadores que preparan y siembran las semillas y la tierra fecundada por el trabajo humano (Foerster y Gundermann, 1996, 218; Inostroza, 2010; Inostroza, 2011). En este contexto intentamos brindar una visión en torno a la cultura económica de las comunidades mapuche de Araucanía en relación al cultivo de la tierra, elemento que conformará una tradición cultural que facilitará la inserción activa de los agricultores y agricultoras mapuche al mercado agrario capitalista desde las actividades desplegadas en las reservas de tierras indígenas, entregadas por el Estado por Títulos de Merced en el período 1884-1930. El patrón de asentamiento agrario y la economía familiar mapuche La actividad económica centrada en el cultivo de la tierra inducía la organización de un patrón de asentamiento agrario disperso en jurisdicciones territoriales controladas y ocupadas productivamente por un conjunto de multifamilias (Aldunate, 1996, 128). A fines del período colonial el cronista jesuita Felipe Gómez de Vidaurre describía el sistema de propiedad de las comunidades mapuche señalando: Cada familia nuclear, compuesta por el padre sus esposas, y sus hijos solteros y casados residentes, conformaba una unidad económica agroganadera, descrita muy bien por Ignacio Domeyko en 1845: “el araucano, es agricultor por su carácter, por la naturaleza física de su país, por su genio y sus costumbres. (…) El pacífico araucano tiene su casa bien hecha, grande, espaciosa de veinte y más varas de largo y de ocho a diez de ancho, bien abrigada contra los vientos y las lluvias, alta, construida con buena madera, coligüe y paja, con una sola entrada y un agujero puesto en lo alto del techo ~ 60 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 para la salida del humo. Inmediato a su casa tiene huertas y sementeras de trigo cebada, maíz, garbanzos, papas, linaza, repollos; todo bien cultivado y cercado y como las habitaciones se hallan por lo común en la vecindad de algún río o estero, en sus contornos se divisan las lindas campiñas y floridas praderías, en que el indio tiene sus caballos y su ganado gordo, hermoso, aunque no tan numeroso como el de los hacendados chilenos” (Domeyko, 1846, 51-52; Domeyko, 2010, 4). Ignacio Domeyko subrayaba la importancia de la agricultura en los modos de vida de las familias mapuche de Araucanía, signadas por una próspera economía por ello apuntaba: “nada de bárbaro y salvaje tiene es su aspecto aquel país, casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos extensos y bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonio ellos de prosperidad y paz” (Domeyko, 2010, 24). En esta óptica el Informe de la Oficina de Estadística de Chile de 1870, destacaba la relevancia productiva en la región del río Cautín, alejada de la frontera del río Biobío y de las secuelas de la guerra de ocupación del territorio indígena de Malleco, señalando a este respecto: “Las tribus huilliches, situadas entre el Cautín y el Toltén son las más florecientes y las más numerosas de Arauco. Ocupan la parte más fértil del territorio y se dedican especialmente a la agricultura, de la cual sacan, no sólo objetos de su consumo, sino también mercaderías para el comercio con las tribus vecinas. No es raro ver allí talleres de herrería, platería, fábricas de tejido de lana en que se emplean numerosos operatorios. Sus habitaciones espaciosas y cómodas, sus trajes, todo indica mayor riqueza, cierto principio de civilización a que contribuyen poderosamente sus relaciones comerciales con los otros indios y con los chilenos, muchos de los cuales se establecen allí por largas temporadas” (Inostroza, 1998,126-127). Sin duda, esta descripción confirma el desarrollo de la actividad agrícola mapuche, la producción de excedentes y el comercio de productos agrícolas con las tribus vecinas. Por otro lado, también ilustra la complejidad de la economía indígena con la existencia de talleres textiles con numerosos operarios dedicados a la fabricación de vestuario utilizando lana de ovejas; la instalación de herrerías para la fundición y elaboración de instrumentos de hierro, y talleres de platería para elaborar joyas femeninas; utensilios domésticos y riendas, monturas y estribos para las cabalgaduras. De esta forma se configuraba una economía agroganadera y manufacturera, conectada a los circuitos mercantiles intra étnicos de Araucanía y Pampas y al comercio fronterizo de productos primarios para recibir en retorno piezas de hierro y plata para los talleres indígenas. En este contexto económico, nos interesa analizar los manejos productivos en la actividad agrícola en el ámbito de la tecnología y las pautas rituales asociadas al trabajo cooperativo multifamiliar y a la fertilidad de la tierra generadora de alimentos vitales para la vida de la gente.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Tecnología y tipología del cultivo triguero El desarrollo tecnológico asociado al empleo de los bueyes, el arado y los equinos como fuerza productiva de la “trilla a yeguas”, -practicada también por los hacendados de Chile centralconstituyó un aporte significativo para configurar la producción agrícola excedentaria del siglo XIX, y la primera mitad del siglo XX, con la introducción de los motores de vapor y las maquinas trilladoras de planta. En el plano de la economía familiar se combinaban tres tipos de cultivos. La huerta junto al núcleo habitacional en la que se mantenían plantas destinadas al consumo cotidiano de ensaladas y condimentos. La chacra establecida cerca de los cursos de agua que facilitaran el riego y en terrenos feraces conocidos como vegas para el cultivo de legumbres y papas. Por último la sementera localizaba para el cultivo del trigo y la cebada. El cuadro de las especies cultivadas a fines del siglo XIX, se entrega en el cuadro Nº 1.

Cuadro n.° 1. Especies cultivadas en agricultura familiar mapuche del siglo XIX Huertas

Chacras

Sementeras

Apio, cilantro, ajos, repollos, calabazas, zapallos

Papas, porotos, maíz arvejas, habas, lino, quinoa, frutillas, lentejas, garbanzos, cebollas, ají, tabaco.

Trigo, cebada.

Fuente: Elaboración propia a partir de fuentes citadas en bibliografía

En este cuadro se observa la presencia de plantas prehispánicas originarias papas, porotos, maíz, quinoa, frutillas, ají, calabazas, zapallos, tabaco; junto a las plantas introducidas por la conquista española del siglo XVI, como arvejas, habas, lino lentejas, garbanzos, cebollas, cebada, y particularmente del trigo. El cultivo de los cereales del Viejo Mundo posibilitó también la incorporación de la tecnología productiva representada por la yunta de bueyes, el arados y el empleo de caballos, originando la agricultura triguera mapuche que conoceremos en el siglo XIX y XX. Respecto de las características del arado indígena, el Obispo Marán a mediados del siglo XVIII indicaba que empleaban un arado de madera, “sin puntas de fierro; ellos son todos de palo, aún entre los mismos españoles por el crecido costo de aquella especie” (Marán, 1990). Claudio Gay anotaba en la bitácora de su Diario de Viaje a la Araucanía en 1863: “el arado de los indios es muy simple, es como el de los chilenos del sur, compuesto de la punta unida al timón por medio de la espiga. Esta punta tendrá una vara de largo. La mansera o brazo que se sostiene con la mano tiene también como máximo una vara según lo estime el labrador, y el timón o pértigo de los santiaguinos debe tener tres varas y media. La punta se amarra al pértigo con un látigo sin curtir de tres varas y media, debido a las vueltas que le dan (Inostroza, 1998, 104-105).

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Estudios Trasandinos, 18:1 Otro autor agregaba: “todo este instrumento que se arrastraba con bueyes se llamó y se llama todavía timun de timón" (Guevara, 1908, 85-86). La madera privilegiada para fabricar la reja era el litre, sobre todo porque esta madera explicaba un informante: “se hace con el tiempo de una solidez tal que puede reemplazar al hierro; por esta razón lo emplean para rejas de sus arados” (Inostroza, 1998, 122). Sobre los animales de tiro en el Informe del territorio de Arauco de 1869, se indicaba que los animales domésticos eran los introducidos por los europeos, siendo “Dos las principales razas de ganado vacuno; una corpulenta de largos cuernos en que predominan los caracteres del ganado argentino y que da los mejores animales de labranza” (Inostroza, 1998, 124). Después de la siega en la sementera, las gavillas se conducían a la era llamada lila, donde con el uso de la tradicional trilla a pies por comparsas de hombres y mujeres, o mediante el empleo del método de trillar con yeguas, se separaba el gano de la espigas, para posteriormente aventar y limpiar el trigo para su almacenamiento. La primera información sobre el uso del método de trillar con yeguas fue recogida por el viajero estadounidense Rehuel Smith cerca de Cholchol, donde en 1850 encontró: “una treintena de personas, hombres, mujeres y niños ocupados en trillar el trigo. El empleado era el de trillar con yeguas a la usanza chilena. Media docena de jinetes estaban en la era, empapados en sudor, cubiertos de tierra y gritando a toda fuerza de pulmones” (Rehuel, 1914, 207). El testimonio etnográfico de Pascual Coña, recopilado a comienzos del siglo XX, aporta una valiosa descripción de la trilla del trigo con yeguas y el trabajo de hombres y mujeres en esta operación: “un hombre: montado a caballo corretea las yeguas delante de sí alrededor de la era, con gran vocería las arrea. La paja con el trigo se haya cuidadosamente tendida para que las yeguas la pisoteen bien. La piara de yeguas trilladoras da muchas vueltas; luego se la saca por unos momentos de la era. Entran los mocetones provistos de horquetas, dan vuelta y tienden de nuevo las pajas del trigo. Hecho este arreglo, vuelve a invadir la yeguada que trilla lo mismo que antes y continúa hasta que todo este completamente pisoteado. Concluida la pisadura, entran las mujeres en tropel a la era y sacan la paja molida. Separada la caña gruesa toca a los hombres. Esos hombres juntan el cascabillo de granos y granza en la era, en cuyo centro lo amontonan todo por medio de sus palas. Las mujeres barren los alrededores de la era, echando adentro los granos de trigo que se hayan aislados en contorno de la era; los juntan con el montón en el centro. Luego que todo está juntado, dicen los hombres, 'vamos pues a aventar'. Antes de empezar las mujeres se tapan las cabezas con pañuelos y toman postura conveniente al pie de la era. Llevado a cabo todos los preparativos, cuatro hombres provistos de palas, dan principio al aventamiento. Eligen una postura en que tengan la corriente de aire en su contra. En seguida meten sus palas en el montón y tiran su contenido hacia arriba al aire, los granos limpios caen en dirección hacia las mujeres; el viento se lleva lo que antes revestía al grano. Las mujeres están prontas para remover con sus escobas las impurezas aisladas que caen junto al trigo ~ 63 ~

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche limpiado; así lo dejan aún más limpio. El trabajo que prestan tiene el nombre de separación” (Coña, 1989, 165-166). El empleo del arado tirado por yuntas de bueyes y los equinos en la trilla, reflejaban la evolución de la agricultura prehispánica basada en el uso intensivo de la mano de obra interfamiliar, hacia una agricultura cerealera. No obstante, las formulas productivas tradicionales se mantendrán a través de la pervivencia de las prácticas cooperativas y ceremonias de propiciación como veremos a continuación. La cooperación laboral en la agricultura Uno de los aspectos más destacados de la agricultura de las comunidades mapuche fue la cooperación entre familias vecinas vinculadas por lazos de parentesco real o ficticio, a través de la práctica del lofkudaw, el trabajo cooperativo del lof, el conjunto de familias que habitaba y ocupaba productivamente un territorio circunscrito correspondiente a la tierra de la comunidad local. La división de trabajo cooperativo en las etapas de siembra y cosecha seguía el siguiente esquema. Durante la siembra en los meses de agosto a septiembre, el roturado o barbecho, empleando el arado e instrumentos manuales era realizado por los hombres, al igual que la preparación de melgas. Dejar caer la semilla en la tierra era un trabajo femenino, lo mismo que el posterior cuidado de los cultivos, labor que se vinculaba con sus actividades domésticas. Durante la cosecha del trigo, los hombres segaban el cereal con la hoz de metal, mientras las mujeres acomodaban las espigas en montones, lo que se llama emparvar. Luego se conducían las gavillas a la era sobre un cuero arrastrado por una yunta de bueyes que conducía un mocetón. La era llamada lila era una extensión que se había preparado quitando las piedras y apisonándola para darle una mayor consistencia al suelo, allí se colocaban las espigas para que por el pisoteo de hombres o de animales, el grano se separase de la paja. Aventar el grano -para separar el grano de la paja- era una labor masculina que se realizaba lanzando al aire el producto de la trilla para que el viento separara las impurezas más livianas. Después, la cosecha se guardaba en la ruca o en una edificación construida a propósito. En el marco de la cooperación multifamiliar en la comunidad, el dueño de una labor invitaba a sus vecinos para el trabajo de siembra o cosecha. El día señalado para iniciar las labores, se reúnen los invitados. El dueño de casa elije entre ellos a un capataz o encargado de dirigir las faenas. Esta persona recibe el nombre de quilla, concepto que indica una relación específica entre el dueño y el capataz de las faenas. Pascual Coña explica muy bien el papel de esta figura señalando: “quilla se titulaban dos personas que harían una compraventa, también se daban el mismo saludo mutuamente el dueño de un trabajo y el cabo que dirigía su ejecución” (Coña, 1989, 204). Un cronista de la frontera a mediados del siglo XIX apuntaba que en la cosecha del trigo los mapuche utilizaban el método de trillar con yeguas común en Chile central y que también era posible encontrar la práctica del ñuin-cahuiñ: la fiesta de la trilla a pie. Esta operación se realizaba: “con los mismos convidados que se prestan gustosos a practicar esta operación, que en su idioma llaman ñuin-cahuiñ. Los convidados se toman de las manos pies a compás de timbales y canciones. Tal expansión y alegría reinan en estas fiestas que el indio puede dar la mano y trillar con la que ~ 64 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 mejor le parece, y al mismo tiempo que van trillando se van diciendo mutuamente cuanto sienten en su corazón; con la diferencia, si, de que las casadas sólo pueden tomar parte en estos regocijos por travesura y asirse de las manos con sus propios hijos y marido. De estas trillas resultan algunos matrimonios” (Ruiz Aldea, , 1868, 23). El ñuin-cahuiñ es una técnica universal en las comunidades agrícolas americanas que privilegia el uso de la fuerza humana por la ausencia en tiempos prehistóricos de los animales de tiro como bueyes y equinos. A fines del siglo XIX un etnógrafo alemán, consignó una minuciosa descripción del trabajo agrícola masculino y femenino durante la trilla pies: “se juntan diez a veinte indios, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, para trillar el trigo con los pies (ñuin). Según el tamaño del montón de trigo, los indios van alrededor de él en filas de dos a cuatro personas que se toman de las manos. Inclinado con el cuerpo hacia adelante, van en un paso particular de trilla, ejecutando con cada pie dos movimientos de paso. Es decir, se pone el pie adelante y se le retira, resbalando con la planta sobre el trigo y después se da el paso con el mismo pie, sigue el mismo movimiento resbalando con el otro pie, después adelantando. Al ritmo del paso de trilla suelen cantar, para divertirse en el trabajo monótono, cada verso se repite varias veces con diferentes entonaciones, levantando y bajando la voz un poco” (Lenz, 1895-1897, 115116). Pascual Coña en sus memorias evocaba los aspectos más festivos del trabajo durante la cosecha, y el ambiente de fiesta comunitaria que se vivía en este período. “Después de acabar con el trigal [la cosecha] van todos los trabajadores, hombres y mujeres; se dirigen a la casa del matrimonio principal que organizaba el mingaco del descabezamiento (cosecha a mano); allí comen caldo con carne y papas y beben chicha mezclada con harina tostada. Terminada la comida dice el dueño de casa y de la trilla a la gente que había ocupado en las faenas de la cosecha: ‘Ya os he alimentado, ¡a la trilla ahora¡’. ‘¿Está puesto el tambor?’ Pregunta uno. ‘Si está contesta’ el dueño’. ‘¿La flauta, también?’. ‘También está; todo está listo’. ‘¡Ya¡ levantaos, pues¡’ se animan mutuamente: ‘coged a las compañeras’. Luego cada uno de los hombres coge con su derecha la mano izquierda de una mujer: gran número de hombres y mujeres se asen de esta forma. Enseguida entran las parejas en el montón de las espigas; un hombre hace sonar la trutruca, unos jóvenes tocan la flauta y una mujer golpea el tambor, cantando al mismo tiempo lindos versos: ‘Adelante, parcito. Con fuerza pisotead de este trigo las espigas’. Mientras que canta y toca esa mujer trillan las parejas al compás del tambor; como danzando bordean en saltos el montón de espigas: las plantas de los pies se deslizan en contacto con el suelo hacia atrás y adelante y, así refregando las espigas amontonadas del trigo las desgranan (Coña, 1998, 162-163). ~ 65 ~

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Las canciones de trilla formaban parte del ritual agrícola prehispánico, impregnado de una significación festiva reinante en la época de la cosecha. Una fila de hombres y otra fila de mujeres recorrían las espigas en un baile productivo alrededor de la era de trillar; entonaban versos en coros separados de “canciones masculinas” y “canciones femeninas”. Dos extractos de estas versiones consignados por un exhaustivo etnógrafo de fines del siglo XIX reproducimos a continuación.

Canciones de trilla de cereales agricultura mapuche Siglo XIX [Canción masculina}. Vengo, pues, señoras, se ha dicho que hay trilla; por eso vengo. Dije:"Le voy a ayudar en la trilla", y quiero comer también cuando hace harina. Pisaré, pues, este trigo. "Quiero trillar, pues, la cebada, quiero pisar la saliva de los choroyes. Se me ha caído algo hermanas; si me lo halláis, me lo devolveréis. Dije: "Voy a ir a trillar cebada", señoras mías. Por eso vengo. Dije: Les voy a ayudar

[Canción femenina]. Pisemos la cebada;ven acá, pues; bailemos mano en mano. Pisemos esta cebada; ahí un hoyo señor no caigas señor; Toda la noche bailaremos juntos. En ti no más está, yo no me cansaré. Si tu te cansas, vendrá el jilguero y te sacará a la rastra. Si te saca hacia allá, te dejará desnudo el ratón. Cuando te desnude, le tendrás que pagar”. (Augusta, 1934, 337-338)

El uso del tambor (kultrún), la flauta (pifilca) y la trutruca (instrumento de viento confeccionado con una vara de colihue); además del consumo de alimentos y chicha, otorgaban a estas reuniones productivas el carácter de ceremonias públicas de cohesión social, típicas del trabajo agrario en el mundo andino quechua y aymara. Respecto de la división del trabajo masculino y femenino en la agricultura mapuche, debemos advertir que los testimonios históricos refutan la extendida noción etnológica de una supuesta práctica agraria hortícola a cargo del segmento doméstico femenino, que algunos recientes enfoques persisten en sostener, desconociendo los estudios monográficos sobre la agricultura mapuche prehispánica y postcolonial publicados en las últimas décadas (Hidalgo Lehuedé, 1992; Bengoa, 2003; Dillehay, 2011). Los antecedentes presentados en esta sección, permiten identificar claramente la participación de hombres y mujeres en las labores agrícolas, por el carácter comunitario de la actividad, donde el hombre como jefe de hogar y agente económico hegemónico en el núcleo doméstico destacará con el actor principal en esta actividad, perfilando su papel de agricultor mapuche. Como se advierte claramente en el cuadro n.º 2.

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Estudios Trasandinos, 18:1 Cuadro n.° 2. División sexual del trabajo en la agricultura mapuche, siglo XIX Hombres

Mujeres

Roturación, barbecho con palas o arado Siembra de semillas Construcción cercos Siega de espigas con echona Transporte a era con bueyes Trilla a pies Trilla con yeguas Aventar

Siembra de semilla Cuidado de cultivos Emparvado Trilla a pies Limpiar era

Fuente: Pascual Coña: pp. 138-146; 161-169

De esta manera, reafirmamos la noción económica sobre una agricultura mapuche vinculada al trabajo masculino con la cooperación del conjunto familiar, prácticas relacionadas con las pautas de acceso y jurisdicción patrilocal sobre las posesiones residenciales y los territorios en la sociedad mapuche. Por otro lado la concurrencia de los jefes de familia y varones de las unidades domésticas, así como del conjunto multifamiliar aumentaba exponencialmente la fuerza productiva permitiendo la obtención de excedentes, generando abundantes provisiones para la dieta cotidiana, el consumo festivo y el comercio. El énfasis agrario de la economía mapuche después de la radicación será parte de una estrategia adaptativa a la restricción de la superficie productiva de las comunidades en las reservas de tierras indígenas; reemplazando a la ganadería como actividad central del comercio indígena. En este sentido, la mantención de cooperación laboral se mantendrá hasta las décadas de 1940 y 1960, reconvirtiéndose paulatinamente como un mecanismo de acceso a mano de obra adicional a la unidad doméstica, mediante la modalidad del mingaco que permite abaratar costos en las faenas productivas, considerando que el trabajo asalariado es un factor extremadamente oneroso en el ámbito agrícola regional (Faron, 1969, 41; Stuchlik, 1999, 130). Por otro lado, la persistente presencia registrada en las fuetes sobre la presencia de las mujeres en tareas de cultivadoras, previsiblemente se vincule con otros mecanismos de acceso a tenencias y emprendimientos productivos del segmento que no han sido suficiente estudiados hasta ahora en el período de las relaciones fronterizas, y no como un mera esquema interpretativo de extensión de trabajo compulsivo para la unidad doméstica. Sacralidad del trabajo agrícola El trabajo agrícola también estaba inmerso en otras dimensiones socioculturales vinculadas a los ritos de fertilidad y la relación del agricultor mapuche con la tierra cultivada (Foerster y Gundermann , 1996, 200). Por una parte, el trabajo agrícola en su faceta material a la vez que era un mecanismo productivo, conformaba un código de acceso al dominio y usufructo comunitario del terreno por parte del jefe de familia. Por otra, el barbecho del suelo, la siembra de semillas y la cosecha de granos establecían un vínculo de fertilidad entre el grupo humano y la tierra cultivada; en una relación asimétrica donde el factor trabajo se aseguraba mediante la organización social, no así la fertilidad de la tierra, expuesta a los variaciones ~ 67 ~

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche climáticas y los movimientos telúricos no controlados por los humanos. Por ello, el calendario de la producción agrícola se conectaba con ceremonias propiciatorias insertas en el ciclo de vida anual de las comunidades, sobre todo en la celebración de la ceremonia pública del nguillatún, en el mes de noviembre y comienzo de diciembre. En un registro etnográfico sobre los temblores y terremotos, se consignó un rasgo vital de la agricultura y las amenazas telúricas que podrían afectar la producción y por consiguiente la seguridad de la sociedad. En este sentido, se vinculaba a los terremotos con augurios de escasez, por ello cuando ocurrían los movimientos sísmicos, los dueños de casa corrían a proteger el granero familiar, exclamando: “ ¡Ah¡ viene a llevarse las cosechas el temblor, para que tengamos escasez, dicen los mapuches " Entonces las mujeres van corriendo a sus sacos de granos, les echan piedras encima, para que el temblor no pueda llevarse los granos y dicen ¡ Idos, idos' pasad a otras partes, a quien tenga más cosechas” (Augusta, 1934, 15). En la dimensión ritual que rodeaba el cultivo de la tierra, el examen de algunos aspectos formales del guillatún ayudará a ilustrar los vínculos entre esta ceremonia y la práctica agraria en la sociedad mapuche. Contamos con una descripción de esta ceremonia observada a distancia por el misionero Boloña en 1856, en la zona de Imperial, que reproducimos a continuación: [Nguillatún de Imperial en 1856] “Poco después de sentarnos se me acercó una mujer, con una escudilla de madera llena de carne de varios animales con papas cocidas. Entre esa carne no faltaba la de caballo, de la que gustan mucho. Mis acompañantes y yo tentamos tanta necesidad de comer que no nos dimos tiempo de preocuparnos de la calidad de los alimentos. Hacia las tres de la tarde recibí aviso del cacique de montar mi caballo y presentarme al grupo, me acerque a una distancia prudente. Ví que en medio de la asamblea había plantado un gran árbol llamado canelo, junto al cual se encontraba la machi (o maga), rodeada de mujeres con las caras pintadas de color azul y con las cabezas adornadas con las joyas que llevan en las grandes solemnidades. Había algunos hombres con sus caras también pintadas de rojo y de negro [...] Habían sacrificado varios corderos, cuya sangre la habían ofrendado. Echaron al suelo unas gotas de chicha antes de ponerse a comer y beber ofreciendo a la machi las mejores viandas. Después de esto todos se pusiero n de pie, la machi sube al árbol y desde allí mira en todas direcciones como si quisiera indagar algo. Entre tanto las mujeres con pequeños tambores y con otros instrumentos y acompañadas de las pifilcas de los hombres hacían un espectáculo impresionante bailando todos ~ 68 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 alrededor del árbol cantando y gritando. Una señal de la machi puso un expectante silencio. La pitonisa comenzó entonces a predecir el futuro asegurando que no sucederían desgracias durante el año, como tampoco habría guerra con los cristianos. Después de esto se puso como rígida y cuatro jóvenes robustos se colocaron debajo de donde ella estaba manteniendo de los extremos una gran frazada de lana. Entonces la machi se dejó caer sobre esa frazada que los jóvenes dejaron delicadamente sobre el suelo. A los pocos minutos se despertó de su fingido éxtasis, se puso en pie, y haciendo gestos y signos en el aire comenzó a cantar algunos episodios célebres de sus antepasados. Todos los que la acompañaron con sus instrumentos, saltaban y bailaban junto a ella, haciéndole honores, hasta que agotados, de tanto movimiento, se sentaron de nuevo en el suelo a comer y 3 beber hasta acabar las provisiones que tenían” . La ceremonia tiene lugar en un campo abierto, en una cancha de nguitún, destacando el papel de la machi, y la ceremonia donde participa como personaje central, descrita magistralmente por el misionero (Augusta, 1934, 15). También es interesante apuntar el uso ceremonial de las joyas de plata por parte del segmento femenino en la ceremonia del nguillatún mapuche, de manera similar a su uso ceremonial agrícola en el mundo andino prehispánico y colonial (Castro, 2009, 272-278). El ceremonial del nguillatún incluye las rogativas dirigidas por el lonco invocando la protección y fructificación de los cultivos. En esta ceremonia recordaba Pascual Coña a comienzos del siglo XX: “Dos hombres provistos de ramas de maqui comienzan ahora su rogativa. Cada cual da principio en el primer vaso de una de las dos hileras de cántaros -que se encuentran en el centro del lugar ceremonial- junto al canelo y al rehue. Empapan en la chicha de los cántaros sus ramos los sacan y los levantan; chupan en ellos y escupen lo chupado hacia el cielo; extienden sus manos hacia adelante y arriba, hacen aspersiones con el ramo de maqui mojado en la chicha y empiezan a rezar diciendo: ¡Ooooom¡ 'aquí estás, Dominador de la tierra'. Ambos proceden y hablan en forma idéntica. 'Hoy pues celebramos el nguillatún en obsequio tuyo; favorécenos con todos los alimentos; hay toda clase de productos como trigo, arvejas y papas: nos las conservarás y dirás de nosotros: Todavía me hacen rogativas mis corderos '. Ten piedad de nosotros, porque tú nos has engendrado” (Coña, 1989, 147148). 4 En el análisis de este párrafo el misionero capuchino que recogió la versión, subrayaba la significación del nguillatun como ceremonia agrícola, señalando que:

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Fray Adeodato de Bolonia "Apuntes sobre la vida y costumbres de los indígenas de la misiones de Imperial (1850-1860)". Archivo General de Misiones Capuchinas, Roma. Archivo de la Orden Capuchina, Santiago, Carpeta N, fs.147-148 4 El rehue es una escalera labrada en un tronco de árbol, allí sube la machi durante la ceremonia.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche “se ve una vez más en el contenido de la oración la íntima relación entre el guillatun y la agricultura. Se celebra regularmente en noviembre, mientras los productos están desarrollándose, y no es otra cosa que acto religioso popular para pedir a Dios la conservación y prosperidad de la agricultura” (Coña, 1989, 148). La sacralidad vinculada a la actividad agrícola también fue destacada por el misionero capuchino Miguel Angel de Udine quien observó que los agricultores mapuche: “después de sembrados sus campos hacen una fiesta a caballo gritando y levantando sus lanzas para alejar el 5 demonio y dejar a Dios para que bendiga sus campos” . También es es importante destacar la existencia de un pequeño cántaro de greda llamado malhue //llenke, que en palabras de un destacado misionero etnolinguísta era: “el cántaro profético que contiene chicha y es enterrado al pie de un árbol y desenterrado al año siguiente, siempre con ocasión de los nguillatunes. Dicen que anuncia buena o mala cosecha según se encuentren en él granos de trigo, cebada, pepitas de manzanas u otras semillas” (Augusta, 1916, 140). La presencia de la chicha en el cántaro ritual -una bebida fermentada de frutos y especialmente de maíz-, se relaciona con su carácter de elemento sacrificial que tiene el poder de sacralizar los ritos colectivos, como se ha observado en otros contexto agrícola de la religión andina (Castro, 2009, 2). Del mismo modo, y desde una perspectiva global las pautas culturales vigentes en el cultivo de la tierra mapuche tienen correlación con la tradición agrícola andina 6 . Así, la cooperación laboral como una forma específica del la solidaridad intra etnica en el nivel familiar y comunal es equivalente a la práctica del ayni y minka como principio de reciprocidad complementaria (Temple, 2012). Mientras que la fiesta del we tripantu año nuevo mapuche se relaciona con el rayme andino, celebrado en el solsticio de invierno (24 de junio), al tiempo de las siembras, ocasión en que los indígenas lucían sus joyas de oro y plata (Castro, 2009, 272278). Además, las ceremonias propiciatorios del nguillatún del área mapuche también tienen correlación con las prácticas andinas, constituyendo una muestra de la reciprocidad humana con la benefactora fertilidad de la madre naturaleza “en la crianza de la vida”, como observan las investigaciones referidas a la agricultura indígena en el mundo americano (Kessel, 2006; Harris, 1988, 220; Broda, 2003; Gámez, 2003). La estructura de la producción familiar Las actividades enunciadas, continuaran vigentes en la economía de las comunidades mapuche luego de la ocupación final de la Araucanía (1884-1930), readecuándose a las nuevas condiciones impuestas por la radicación en las reservas de tierras indígenas, donde se multiplican las prácticas laborales para explotar de manera intensiva el recurso económico representado por la tierra, enfatizándose la producción triguera de alta demanda en el mercado local (Aldunate, 1996, 118). Para abordar el análisis de la estructura y tamaño de la unidad de producción familiar en la economía agraria mapuche del siglo XIX, examinaremos el empadronamiento de cincuenta y dos familias radicadas en la zona del río Cholchol y el cerro Ñielol, consignado en el documento 5

"Carta del Fr. Miguel Angel de Udine". Archivo General de Misiones Capuchinas. Roma. Archivo de la Orden Capuchina, Santiago, Carpeta O, fs. 57. 6 De acuerdo con los estudios arqueológicos y etnográficos de Tom Dillehay , 2011.

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Estudios Trasandinos, 18:1 “Estado que manifiesta el número de indígena radicados en el distrito de Cholchol con impresión del ganado que tienen, de las siembras que han hecho, i de la ubicación de los predios. 17 de diciembre de 1890” 7 . Las unidades prediales se organizan como unidades económicas de distintos tamaños, siguiendo una estrategia productiva basada en la individualización de posesiones familiares en las tierras de la comunidad, mediante la construcción de cercos que deslindaban perfectamente un terreno familiar (Aldunate, 1996, 122-123). Al momento inicial de la radicación en 1890, la mayor amplitud relativa del área productiva de la reserva indígena, permitía una producción de mayor abundancia. Según datos estadísticos de 52 familias de la localidad de Chochol, en 1890 las unidades productivas familiares tienen un promedio de 40 personas distribuidas en un núcleo residencial familiar de 4 casas; con una superficie promedio de siembras de 10 cuadras con legumbres, tubérculos, y sementeras de trigo y cebada; y una masa ganadera de 82 ovinos, 24 equinos y 24 vacunos, según se sintetiza en el cuadro Nº 3.

Cuadro n.º 3. Unidades residenciales de agricultores mapuche, Cholchol 1892 Nº de unidades residenciales empadronadas Población total empadronada

52 2.085

Número de casas por unidad residencial

231

Promedio población por unidad residencial

40,5

Promedio casas por unidad residencial

4,4

Fuente: Estado indígenas de Cholchol 1890

El tamaño y variedad de la ganadería manejada por unidad familiar es posible dimensionarla a partir de los datos estadísticos del empadronamiento de las familias de Chochol de 1892, como se indica en cuadro Nº 4.

7

Archivo Nacional Histórico. Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores. Inspección General de Tierras y Colonización, volumen 470, fs. 1094.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Cuadro n.º 4. Producción ganadera de 52 familias mapuche de Cholchol 1892 Clase

Nº de animales

Promedio estadístico familiar

Vacuno

1.385

24,7

Caballar

1.262

24,5

Lanar

4.288

82,2

6.935

131,4

total

Fuente: Estado indígenas de Cholchol 1890

La explotación ganadera combinaba crianzas de vacunos, equinos y ovinos destinados a proveer fuerza de trabajo en las operaciones productivas, así como reservas de alimentos carneos en la dieta cotidiana, insumos para la industria manufacturera del cuero y lana para las manufacturas textiles de vestuario y abrigo del conjunto de la población indígena. Las estadísticas de siembras permiten delinear la estructura productiva agrícola según el número de fanegas sembradas, medida de peso del período colonial equivalente a 82 kilos, consignado en el cuadro Nº 5.

Cuadro n.º 5. Producción agrícola de 52 familias mapuche de Cholchol 1892 Cultivo

Fanegas de siembra

Promedio estadístico familiar

Trigo

692

13,3

Cebada

238

4,5

Arvejas

185

3,5

1.115

21,3

total

Fuente: Estado indígenas de Cholchol 1890

El cultivo principal sin duda es el trigo con un promedio de 13 fanegas de siembra por familia, con una cosecha estimada de 200 fanegas por unidad familiar, utilizadas como insumo alimenticio básico, y como productos comercializable en el mercado capitalista agrario local, conectado a la industria molinera y la exportación cerealera de la etapa del boom triguero de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En segundo lugar destaca el cultivo de cebada para la alimentación animal y aves de corral. Por último, las siembras de arvejas de alta demanda culinaria y mercantil en los pueblos de la frontera. Otros cultivos, importantes desde el punto de vista del consumo interno y que no aparecen registrados, son los porotos y las papas cultivadas intensamente en las chacras indígenas. La extensión sembrada probable de acuerdo al número de fanegas de los cultivos registrados, que será un poco superior a una fanega por cuadra, indica una proporción de 21 ~ 72 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 cuadras de siembras. Este promedio estadístico revela la capacidad productiva de las familias mapuche en el momento inicial de la radicación, situación que permitió en alguna medida paliar las secuelas de la guerra de la ocupación de Araucanía, y la restricción del territorio productivo mapuche desde diez millones a quinientas mil hectáreas (Pinto, 2012, 74-75), enfatizando el cultivo del trigo como fuente de alimentación y comercio en el mercado local. De esta manera, en el marco de la expansión capitalista sobre la Araucanía, la agricultura fue un instrumento de sobrevivencia material, y de resistencia cultural de la sociedad mapuche en defensa de la escasa tierra asignada por el Estado, y búsqueda de soluciones al debilitamiento progresivo de la estructura económica debido a la fragmentación de las cabidas de terrenos por el crecimiento demográfico de las familias en las reservas de tierras de indígenas. La ganadería Las crianzas ganaderas conformaron una actividad productiva relevante en el marco de las condiciones ecológicas de Araucanía que brindaban abundantes pastos y aguadas naturales. De esta manera, el tráfico ganadero desde la Pampa hacia Chile central se combinaba con las crianzas en las actuales provincias de Arauco, Malleco, Cautín, Valdivia, Osorno, a través del manejo de una estructura combinada de ovejas, vacunos y caballos. El empleo de la fuerza animal en las tareas agrícolas da cuenta de la integración de los vacunos y caballares en la estructura productiva familiar, como medio de transporte y como fuente dietética, particularmente los equinos. Por otra parte las ovejas y corderos conformaban otra importante fuente alimenticia, así como una ganadería especializada en el aprovisionamiento de lana para las manufacturas textiles elaboradas en el ámbito doméstico. Respecto del manejo ganadero y en particular de las ovejas, Claudio Gay consignó en sus apuntes: “En general los muchachos se ocupan de los caballos y de las vacas y las niñas de las ovejas. Antiguamente cada vellón era vendido a los españoles a medio real, pero hoy saben el precio y lo venden hasta en dos reales; ellos hacen toda clase de tratos, comúnmente la venden sobre el animal y el español la esquila él mismo o bien en vez de pagar la esquila la comparte con el propietario del rebaño; en sus casas ellos cortaban la lana con cuchillos pero ahora algunos tienen grandes tijeras como los chilenos y a medida que las mujeres la necesitan van a trasquilar una o dos; esta lana es más abundante que entre las ovejas españolas, puesto que veinte vellones bastan para pesar un quintal, mientras que donde los chilenos se necesitan veinticinco y además por la lana de un año, porque por una de dos años se necesitan sólo dieciséis y con sus cuchillos pueden trasquilar ocho por día más o menos, los chilenos con sus tijeras trasquilan hasta sesenta que es el máximo, pues no todos hacen tal tarea. Por un lado y otro se lava la lana con agua caliente” (Gay, 1863, 60-61). El régimen de crianza de las ovejas a cargo del cuidado de las niñas está relacionado con el uso de la lana de estos animales en los telares manejados por las mujeres(Pinto, 2000) . Respecto de las potencialidades productivas de los rebaños de ovinos el autor citado destaca la mayor productividad de las ovejas indígenas. En un informe del período se ponderaban estas cualidades indicando: “Entre las razas de ganado lanar parece propia del territorio araucano la ~ 73 ~

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche conocida con el nombre de pehuenche. Los únicos caracteres que la distinguen de la variedad común, son su tamaño notablemente mayor que el de aquella y la mayor abundancia de su lana, bien que la calidad de esta no parece hacer ventaja a la otra” (Informe, 1868, 124). Probablemente las cualidades de la oveja pehuenche transformaban a este animal en un bien de producción apetecido para formar planteles de castas especializadas, formando parte de los bienes de intercambio entre los habitantes de los llanos y la costa de Araucanía con las comunidades de la cordillera andina. Lenz recogió la versión de una transacción de caballos por ovejas y cabras realizada por un agricultor mapuche en la zona de Catricura en Curacautín: “Por cuatro caballos le dieron 38 ovejas y 10 cabras” (Lenz, 1895-1897, 498; Bello, 2011). En cuanto al ganado vacuno un Informe de la Oficina de Estadística indicaba: “Dos son las principales razas de ganado vacuno; una corpulenta, de largos cuernos en que predominan los caracteres del ganado argentino y que da los mejores animales de labranza. La otra bastante más pequeña que la anterior, igualmente robusta, sin cuernos, con la cara circular, la nariz aplastada y de formas más llenas. Esta variedad que parece ser exclusivamente del territorio araucano, la aprecian los indígenas por la abundancia y buena calidad de su leche y de su carne. Todavía pudiera agregarse a éstas la casta argentina y la que se conoce en el resto del país, que se halla allí con mucha frecuencia por ser la venta de ganado el principal ramo de comercio de los indígenas” (Informe, 1868, 124). Los vacunos como instrumentos productivos y bienes de intercambio eran altamente valorizados como medios de pago, situación que se advierte en su inclusión recurrente entre los obsequios matrimoniales del yerno a sus suegros. En una referencia de mediados del siglo XIX un indígena señalaba que el casamiento con su segunda esposa: “le había costado muy cara, doce bueyes y tres caballos con sus monturas” (Watkins, 1981). Respecto de los equinos en el Informe citado se indicaba: “La raza caballar es la que más se ha multiplicado entre los araucanos, y dado origen a castas exclusivamente indígenas. La más notable de ellas es la que se conoce con el nombre de indiana, distinguiéndose por su grande estatura, su propensión a dejarse domesticar, su resistencia en el trabajo y dureza de su casco (…). Otra variedad parece ser peculiar al territorio indígena y debida muy especialmente a las condiciones climatológicas es la huilliche, más propiamente natural del territorio del Sur. Es de pequeñas jacas que sólo llaman la atención por su tamaño menos que mediano” (Informe, 1868, 124-125). La producción ganadera también se organizará a través de la reciprocidad y cooperación, especialmente en el uso común de los pastos y montes para la mantención de los animales. Una vez al año se realizaba el rodeo comunitario para marcar las señas de los propietarios y castrar los machos para su domesticación laboral. La fiesta de la marcadura de animales, llamada uneltun, fue descrita por Manuel Manquilef con vívida imágenes. El indígena, recordaba Manuel Manquilef: “en todos sus quehaceres quiere hacer partícipe de él a todos sus amigos y consanguineos araucanos. Es por eso que hasta en la operación de señalar sus animales, hace una reunión festiva que se designa con el nombre de uneltun. ~ 74 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Casi siempre dos días antes de verificarse el uneltun, envía a los caciques amigos su werken con el objeto de invitarlos a la reunión más amena del indio araucano. El werken hace presente a sus invitados sobre la clase de caballos que deben cabalgar y la cualidad de los lazos que usarán ese hermoso día festivo. En ese día es cuando el hombre mapuche luce su planteada cabalgadura, su hermoso boleador, su lindo cuchillo de cacha plateada, el envidiable choapino y la ribeteada lama denominada chaño-kawel. Los más antiguos, con autorización del dueño del festín, traen sus mujeres con el objeto de ayudar a la del dueño de casa a preparar las viandas que deben servirse los asistentes. Una vez ya reunidos todos los invitados, pasan a unos potreros donde se encuentran los animales y a gritos de los numerosos concurrentes y a los ladridos de los perros, muy pronto se rodean en un llano. En este principia la señaladura. El animal huye con velocidad, el indio lo enlaza deteniéndolo bruscamente, por lo cincha de su caballo, lo tumba al suelo; otro indio listo como un ave de rapiña se desmonta, lo enlaza de las extremidades anteriores, al mismo tiempo que otro le pone el lazo en las posteriores y así bien estirado, el dueño del uneltun corre, le corta un pedazo de oreja, lo marca, y si es toro lo castra y cualquiera otro le da vuelta la cabeza, pegándole en el esófago a fin de que no sienta tanto dolor. Todo es hecho con mucha rapidez. Pero, donde el mapuche da a conocer sus cualidades de buen jinete y de magnífico laceador es en la castradura de los potrones y en la tusasura general de las yeguas. El mapuche deja que un potrón, por ejemplo, pase a todo correr y siguiéndolo un poco le tira el lazo a las extremidades anteriores, y botándolo, grita con júbilo y con aplausos de los espectadores: ese es activo y gaucho, que es el toro sin rival, etc. La juventud sobre todo, es la que impulsa con vivaz entusiasmo y singular ingenio esta amena reunión. Los hombres rivalizan en esta fiesta en ser los mejores laceadores. Cuando se concluye señalar los animales, se pasan a servir un guiso preparado de todo lo obtenido en la castradura. En seguida se pasa a dar los honores a una linda potranca, sacrificada exclusivamente para esa reunión” (Manquilef, 1911, 430-433). La importancia cultural del caballo en la sociedad mapuche postcolonial se verá reflejada en la integración de este noble animal en la vida simbólica indígena, particularmente como ofrenda del ajuar funerario de los hombres. Un explorador de fines del siglo XVIII anotó en su diario de viaje que se había encontrado en el entierro de un araucano y que el: “modo de enterrarlo fue hacer un hoyo junto a la puerta de su rancho y metiendo en él el cadáver echaron asimismo un costal de harina de maíz, una vasija de chicha de maíz y una yegua hecha cuartos, echando sobre todo 8 mucha tierra que apretaron bien” . 8

"Viaje que hice yo el capitán de artillería del real ejército del reino de Chile don Salvador de Arapil". Biblioteca

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Un misionero del siglo siguiente anotaba que viajando: “de San José a Purulón, vi junto al camino unos caballos cuyo movimiento oscilatorio llamó mi atención. Se lo hice notar mi compañero de viaje y él me explicó la costumbre indígena. Cuando muere un araucano, dan muerte a su caballo preferido y sepultan su carne junto al difunto con otros alimentos que los sostengan en el camino que, según sus creencias, deben emprender. Después llenan de paja la piel del animal y lo 9 mantienen de pie entre dos estacas de ángulo junto a la tumba de su dueño” . En la dinámica de las relaciones económicas en la frontera de Concepción, la producción ganadera indígena al igual que la producción agrícola, se combinaría con la introducción de criazas de animales y siembras de trigo por parte de criollos chilenos en el territorio araucano, a través de la compra de terrenos a los indígenas, aspecto estudiado en investigaciones especializadas, así como otras modalidad menos conocida como el arriendo de terrenos para crianzas ganaderas en la zona subándina de los arribanos, gobernados por Mañil Huenu a mediados del siglo XIX En 1843 los capitanes de amigos comisionados por el Gobernador de los Angeles, celebraron dos reuniones con Mañil y sus caciques. En el encuentro de Renaico los jefes indígenas argumentaron que estaban a favor de este tipo de transacciones porque el: “pasaje de animales al sur no era perjudicial(...) por el contrario, a través de él lograrían gran provecho 10 de sus talajes los que no se negaron a pagar”. En una segunda reunión verificada en Collico, Mañil refrendó estos acuerdos señalando las pautas que debía regir estos contratos sobre el arriendo de terrenos para crianzas ganaderas, cuyo precio se fijaría de acuerdo al número de animales introducidos, asegurando la fidelidad del contrato mediante el cuidado que los propios indígenas brindarían al ganado en caso de perdida o robo. En comunicación de noviembre de 1843 el gobernador de Los Angeles señaló que el mismo Mañil: “Dirigiéndose después a los caciques fronterizos al Bíobío les dijo que los que nos arrendasen terrenos debían cobrar según el número de los animales que tuviésemos y que su obligación más sagrada era seguir los rastros de los animales que les faltasen hasta dar con ellos”. 11 La persecución del rastro de los animales ante eventuales robos permite inferir que los indígenas participaban directamente del manejo de los rebaños, de acuerdo con un esquema de mediería donde el indígena aporta el talaje y el cuidado y el comerciante criollo los animales. Respecto del volumen de animales introducidos por los comerciantes y estancieros chilenos a las tierras de las comunidades, en 1847 un testigo refería que sólo en tierras de Mañil, los hacendados tenían: “diez mil animales vacunos, a excepción de ganados ovejunos, 12 yeguas y demás en sus terrenos en crianza; pagándole los españoles un corto estipendio”. De acuerdo a las cifras entregadas en el testimonio transcrito, el corto estipendio, significaba una renta importante si consideramos el número de 10.000 vacunos, cifra ilustrativa del valor de las transacciones manejadas por los caciques de mayor prestigio y dominio territorial. Además el volumen de las crianzas chilenas ilustra un aspecto de la mercantilización Nacional. Biblioteca Medina. Manuscritos (BN.BM.Ms.) Vol. 260, fs. 130. 9 "Escritos del padre Adeodato de Bolonia". AGMC, carpeta N, fs. 153. Original en italiano, traducción del padre Sergio Uribe G 10 Carta de Manuel Riquelme. Los Angeles 12 de septiembre de 1843. Archivo Nacional. Archivo Intendencia de Concepción. (AN.AIC) Vol 235 11 Carta de Manuel Riquelme. Los Angeles 6 de noviembre de 1843. AN. AIC. Vol 235 12 Informe del Intendente de Concepción. Concepción 15 de febrero de 1847. AN.AMI. Vol. 196

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Estudios Trasandinos, 18:1 ganadera de la economía indígena, proceso a través del cual el capitalismo articuló una estrategia de ocupación pacífica de la Araucanía. Así un misionero señalaba que el indígena. De esta forma se perciben las expectativas indígenas cifradas en el arriendo de terrenos como otra actividad susceptible de explotar para obtener ingresos pecuniarios que incrementen su patrimonio, del mismo modo como impulsa sus actividades agroganaderas y manufactureras para abastecer sus actividades de intercambio fronterizos. Expectativas que serán manipuladas por los criollos para favorecer sus intereses mercantiles de apropiación de los recursos productivos indígenas. En 1863, el clima de normalidad se había recuperado totalmente. Claudio Gay durante su viaje de exploración de la Araucanía indicaba que reinaban las buenas relaciones con los indígenas: “Hoy los indios son muy pacíficos, se puede entrar sin temor a sus tierras y en este momento hay más de mil comerciantes que van a comprarles animales y especialmente lana; una carreta había sido cargada con esta lana hasta cerca del Cautín, tirada por bueyes. Los comerciantes les traen índigo, sábanas, bayetas, rebozos, perlas, casbales, adornos de mujeres, incluso jabón, espejos, quillay, azúcar sin refinar e incluso refinada que utilizan como remedio (Gay, 1863, 64). En 1870, en un período marcado por las hostilidades directas a consecuencia del avance la frontera al río Malleco, el comercio no se detuvo y el recién fundado Fuerte de Collipulli se convirtió en la feria de animales más adelantada para recibir los arreos indígenas. El Informe militar del Teniente Coronel Eleuterio Ramírez consignaba que en Collipulli se había construido un corral para encerrar los animales que traían los indígenas para su venta, indicando algunas prácticas del mercadeo fronterizo: “había llegado una partida de indios de Llaima, lugar de la cordillera situado muy al interior, arreando otra partida de bueyes, vacas y novillos. En poco rato se juntó un regular número de compradores, de los que cada cual se pescó su pehuenche y comenzó la feria. Tratando cada comerciante de mamarse a su indio, como ellos dicen y éstos de escapar ladinamente a la mamandurria (Letelier, 1877, 31 y ss.). Los diálogos entre las partes se verificaban en mapudungun, por lo cual Letelier recurrió a un intérprete para conocer las prácticas desplegadas en las transacciones. Una modalidad del intercambio seguía las pautas de la compraventa de acuerdo a un precio fijado en el mercado fronterizo. En este caso el indígena vendedor comenzó pidiendo por una vaca treinta pesos, pero luego del regateo del comerciante quedó en veinticuatro, que el vendedor exigió y verificó que se le cancelaran en chauchas (moneda de plata) y no en chentavos de niquel. Otros pehuenches alegaban no querer recibir “papel", es decir los billetes que comenzaban a circular en el comercio de la frontera, sino plata blanca, aunque otros aceptaban los billetes para realizar compras en el pueblo.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche En esa misma fecha, desde el Fuerte de Lumaco se informaba que el negocio que se estaba haciendo con los indígenas era muy grande y que no pasaba día sin que salieran 13 cincuenta a cien animales a la feria . En 1890, en una etapa tardía de la frontera cuando ya se habían fundado las ciudades el Intendente de la Provincia de Cautín describía el progreso general de la colonización regional señalando el aporte que realizaban los mercaderes mapuche: Los indígenas mismos no son ajenos a este progreso general, i por el comercio de tejidos i plata chafalonía que llevan a la República Argentina para cambiar por animales, surten a los mercados de la provincia de artículos de primera necesidad i que ahora no es fácil propagar, porque la mínima parte de los suelos fiscales que se han subastado aun carecen de las seguridades suficientes por falta de cerramientos. En la presente temporada de verano han salido por el boquete de Llaima, en busca de ese comercio, no menos de tres mil indígenas que regresan generalmente después de invierno. La paz de la frontera debe considerarse afianzada por lo que respecta a los indígenas, pues estos, comprendiendo la importancia del cultivo del suelo i del trabajo en general, han abandonado en gran parte los hábitos de ocio, i se dedican a la agricultura unos, i otros la favorecen como obreros. Ha influido, sin duda alguna, en esta evolución la proximidad i aun el contacto en que viven con nuestros campesinos que han venido de otros departamentos para aprovechar los suelos fiscales (Memoria del Ministerio del Interior año 1890. 1891). En el circuito comercial fronterizo se advierte la importancia de los tejidos y la plata labrada como bienes de intercambios empleados por los mapuche para adquirir ganados en la zona trasandina de la Pampa, animales que son vendidos después en Chile a cambio de monedas de plata que los comerciantes criollos entregan a los indígenas. También destacamos el relevante número de tres mil mercaderes mapuche que cruzaron solamente por el boquete del volcán Llaima, considerando que había otros pasos muy frecuentados cerca del volcán Villarica, Lonquimay, Choshuenco y otros puntos de tránsito entre la zona de Chile y Argentina. La acumulación suntuaria de platería El Informe de la Oficina de Estadística de Chile de 1868 acerca de la población indígena de Araucanía, relevaba el desarrollo económico de la zona interior alejada de la frontera. Destacando el panorama de prosperidad del territorio comprendido entre los ríos cautín y Toltén. En esta óptica señalaba que las comunidades: “situadas entre el Cautín y el Toltén son las más florecientes y las más numerosas de Arauco. Ocupan la parte más fértil del territorio y se dedican especialmente a la agricultura, de la cual sacan, no sólo objetos de su consumo, sino también mercaderías para el comercio con las tribus vecinas. No es raro ver 13

Carta de Gregorio Urrutia a Cornelio Saavedra. Lumaco 8 de noviembre de 1877. Archivo de Cornelio Saavedra. Universidad de Concepción. Biblioteca Central.

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Estudios Trasandinos, 18:1 allí talleres de herrería, platería, fábricas de tejido de lana en que se emplean numerosos operatorios. Sus habitaciones espaciosas y cómodas, sus trajes, todo indica mayor riqueza, cierto principio de civilización a que contribuyen poderosamente sus relaciones comerciales con los otros indios y con los chilenos, muchos de los cuales se establecen allí por largas temporadas” (Informe, 1868, 126-127). Interesa destacar en esta referencia el papel central adjudicado a la agricultura en la organización de la economía local, principalmente para el abasto alimenticio y la producción de excedentes para el comercio con las comarcas vecinas, especialmente del ámbito pampeano. Los extensos cultivos y el numeroso ganado conforman la base de la economía familiar mapuche, en tanto otros rubros adquirían relevancia como el sector artesanal compuestos por herrerías, talleres de platería, y obrajes de tejidos de lana, cuyos productos incrementaban el flujo de mercaderías destinado al intercambio. Denotando la diversidad de sectores productivos una complejidad paradigmática de la economía indígena (Pinto, 2000). Desde una apreciación global de los caudales acumulados en Araucanía a través del intercambio fronterizo, a mediados del siglo XVIII el historiador Juan Ignacio Molina calculaba en 100.000 marcos la plata utilizada en la joyería mapuche acumulada por las mujeres. Señalaba el insigne historiador jesuita que las mujeres mapuche: “se adornan la cabeza con ciertas falsas esmeraldas que llaman llancas de las cuales hacen muchísimo aprecio. Llevan collares y manillas de cuentas de vidrio, y zarcillos de plata en forma cuadrada. Todos los dedos de sus manos están adornados de anillos, la mayor parte de plata. Se cree que más de cien mil marcos de este metal, sean empleados en estos mujeriles adornos, pues ninguna, ni las más pobre de llevarlos (Molina, 1987, 59). Un marco equivale a 230 gramos. Cien mil marcos representan un stock de 23.000 kilos de plata, cifra reveladora de la magnitud del comercio fronterizo y de la acumulación de riqueza en la sociedad mapuche postcolonial, pues no están avaluados los valores que representaban otros objetos de consumo directo y mediato como las telas, el añil para teñir textiles, los licores y los instrumentos de metal recibidos por los indígenas. Como cifra ilustrativa apuntaremos que las transacciones anuales de los criollos en la frontera del Biobío se calculaba en 300.000 pesos al año, y en 500.000 pesos el comercio de Buenos Aires con La Pampa (Pinto, 2003, 35-36); Vezub, 2005). Sobre el uso ornamental y productivo de la plata en los arreos de las cabalgaduras indígenas, y del nivel de acumulación de plata realizada por los hombres, los testimonios etnográficos ilustran la riqueza de estos adornos personales. El misionero Adeodato de Bolonia indicaba que el indígena: “casi siempre usa un par de espuelas de plata que de ordinario suelen pesar treinta y más onzas. Acostumbran llevar también una cadena de plata. Colgada de ésta llevan una moneda que hace las veces de medalla, a veces llevan también otros adornos de plata 14 que en su conjunto alcanzan a pesar al menos ocho libras”. En las medidas actuales, las espuelas pesarían unos ochocientos cincuenta gramos y los aperos del caballo unos tres kilos y medio, aproximadamente. 14

Adeodato de Bolonia, documento citado, Carpeta N, fs. 185.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche El caso señalado, corresponde a un ejemplo común y frecuente. Los hombres ricos acumulaban a veces varias decenas de kilos de plata en diferentes tipos de objetos, vajillería doméstica, joyas femeninas y arreos ecuestres. El inventario de la dote percibida por el cacique Mañil por el despojamiento de una de sus hijas, ilustra el nivel de la acumulación argentífera entre personajes connotados. Es esa ocasión, el Palavicino relató que se entregaron al célebre toqui: “Para el casamiento de una hija de Magil el padre vio dar un piño de toros de a lo menos doce, cuatro hermosos caballos, mulas y tres sacos de plata traídos por unas muchachas en un canasto, sostenido a la espalda por medio de unos tirantes que pasaban por delante. Esta plata consistía en espuelas, estribos, tazas de plata y otras cosas, el padre calculaba en tres arrobas la cantidad. Era un gran casamiento de hombre rico a hombre rico, los otros son mucho más modestos” (Claudio Gay, 1863, 97). Los regalos del yerno al suegro Juan Manil Huenu implicaron recursos productivos compuestos una docena de toros, y algunas mulas para el transporte de carga, además de cuatro caballos escogidos. La cantidad de plata es sorprendente: tres sacos de plata con un peso de tres arrobas. Una arroba equivale a 11,5 kilos, por tanto las tres arrobas corresponden a treinta y cuatro kilos y medio de metal. Isidoro Errázuriz, Agente General de la Colonización, en 1897 describe la fisonomía de estos agricultores y ganaderos mapuche que utilizan profusamente arreos de plata en sus cabalgaduras: “Dijimos, también, adiós al buen cacique Cárielo, hombre de bien y, según entiendo, uno de los mas antiguos amigos de los huincas en esta región. Este indígena tiene su hijuela en la vega, es dueño de algunos animales, habla español corrientemente y hace pequeños negocios con las autoridades. Si no fuera por su silenciosa y casi triste gravedad, por la finura y nobleza de sus facciones de caudillo y los aderezos de plata del freno y la montura, podría uno creer que Cárielo es un agricultor acomodado de cualquiera de las provincias del Sur” (Errázuriz, 2010, 41). El uso de los adornos de plata se vinculará con una tradición cultural intra étnica de larga vigencia en la sociedad indígena. Su profuso empleo en la sociedad mapuche mezclaba significaciones estéticas con pautas de acumulación de riqueza derivadas de la actividad comercial fronteriza (Flores, 2010). Integración administrativa de los caciques de Imperial-Toltén Para impulsar la integración de las economías indígenas al mercado capitalista (Inostroza 2011), las autoridades promovieron los acuerdos de integración política de los caciques mapuche mas connotados del distrito de Imperial. En esta óptica, el comandante Barboza señalaba en 1869: “Para dar a conocer las miras del Supremo Gobierno acerca de afianzar la paz en esta parte de la frontera, estoy en comunicación con los caciques Catrivol de Huilío, Neculmán de Boroa, Melivilo, Antipán, Painefil, Loncomilla y Burgos de Maquehua, Calvupan y Lemunao de Imperial y Pinchulef de Pitrufquén” (Saavedra, 1870, 193). En 1870 se celebraron otros parlamentos que sustrajeron al territorio de Imperial de la conflagración suscitada en la frontera del río Malleco. ~ 80 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Los acuerdos con la jefatura indígena otorgaban un marco institucional de seguridad pública a las actividades de los colonos, integrando de paso a un significativo volumen de población indígena como factor demográfico relevante en el mercado agrario de la colonización. La población indígena del Departamento de Imperial en 1869, se consigna en el siguiente cuadro 6.

Cuadro n. 6. Población indígena. Territorio de colonización de Imperial, 1869 Comarca

Número de lanzas

Reducciones de Imperial

993

Boroa y sus alrededores

4.000

Al sur del río Toltén

1.690

Villarrica

4.000

Total

9.993

Fuente: Saavedra Documentos, p. 199

Aunque los números están referidos a los hombres de valer militar, la población de cerca de diez mil varones puede interpretarse como un importante segmento de productores agrícolas y ganaderos, con una población global de 50.000 personas en la zona costera. Algunas referencias sobre la división administrativa de la jurisdicción y el número de habitantes colonos e indígenas en el distrito permite conocer la magnitud de la población en los distritos locales y en la configuración productiva. La memoria de la Gobernación señalaba a este respecto en 1882. “División administrativa. El territorio de este Departamento se halla dividido en cinco subdelegaciones, que son: N° 1 de Toltén, N° 2 de Imperial, N° 3 de Mañio, N° 4 de Pitrufquén y N° 5 de Queuli. Con motivo de la ocupación definitiva del territorio de este departamento, es ya insuficiente esta división para facilitar la marcha administrativa en el orden político y judicial, en aquella parte que ha sido sometida a la obediencia de nuestro Régimen constitucional. Población. La subdelegación N° 1 de Toltén contenía, en setiembre último, en su parte urbana, 523 habitantes, correspondiéndose en ellos las familias de los soldados de la Comandancia de Armamento de Marina que guarnecían esta plaza. En las cuatro subdelegaciones restantes, según cálculo aproximativo habrá 400 habitantes de raza española, siendo la mas poblada de ellas, la subdelegación N° 2 de la Imperial. De la población indígena, he pasado a esa Intendencia un cuadro que especifica el nombre de los caciques, y el de sus reducciones y números de ~ 81 ~

Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche habitantes de cada una de ellas. En la visita que acabo de practicar en el Departamento, he podido constatar que el número de habitantes indígenas es menor que el asignado a cada una de las reducciones anotadas en el referido cuadro. Por consiguiente puede afirmarse que la población total de todas las reducciones no excede de la cifra de 25.000 habitantes”. 15 El porcentaje de la población de colonos conformada por unas 350 plazas de soldados, y 1.000 vecinos “españoles”, contrasta con la cifra de 25.000 habitantes indígenas en la región. Aunque esta cifra es sensiblemente más baja a la calculada por nosotros, representa un peso relativo significativo en la población económicamente activa global. En la organización del nuevo Departamento el gobierno chileno designó subdelegados de distritos a caciques mapuche. En el decreto de nombramiento de los subdelegados de la Gobernación en 1882, se consignó la siguiente lista “Marzo 14 de 1882 = Esta Gobernación ha decretado hoy lo siguiente: Vistas las ternas propuestas por el Juzgado de 1ra. Instancia decreto: Los Juzgados de Subdelegaciones y distritos de este Departamento, serán servidos por un período de dos años, a contar del primero del presente, por las personas que se pasan a indicar. 1a. Subdelegación de Toltén, don José Tomás Muñoz; 1er. Distrito don Juan de Dios Peralta y 2° don Manuel Reyes. 2a. Subdelegación de Imperial, don Jacinto Antonio Rico; 1er. Distrito don Eleodoro Jara y 2° don Torcuato Azocar. 3a. Subdelegación de Mañiu, don Vicente Salas; y único distrito don Román Paillalef 4a. Subdelegación de Pitrufquén, don Emilio Leal; 1er. Distrito Collico don Vicente Pineda; y 2° don Antonio Paillalef. 5a. Subdelegación de Queuli, don Juan de Dios Rivas; 1er. Distrito Padres, don José del Carmen Reyes y 2° don Martín Nehuelpán. Anótese y comuníquese". Transcríbolo a usted para los fines consiguientes; previniéndole que he ordenado a los respectivos subdelegados comuniquen este decreto a los jueces nombrados por ser dicho funcionarios los que, como 16 representantes, del Gobernador, deben conocer”. El gobernador señalaba que la inclusión de los caciques indígenas, obedecía al hecho demográfico de una mayoritaria presencia indígena en el ámbito local, así como por sus cualidades personales y educación españolizada que les permitiría desempeñarse con eficiencia en sus funciones: “Las subdelegaciones N° 1 y N° 2 son las únicas que están servidas por subdelegados y jueces de subdelegación que residen dentro de ellas, los tres restantes tienen igual funcionarios, pero sus residencias están fuera de sus distritos, y los habitantes de estas subdelegaciones son, en su totalidad indígenas y no existen personas competentes para desempeñar dichos 15 16

Memoria Gobernación de Imperial, marzo 15 de 1883, ARA. GTCI, vol.1 f. 77 vta Decreto Gobernación de Toltén, marzo 14 de 1882, ARA. GTCI vol.1 fs. 14-14 vta

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Estudios Trasandinos, 18:1 cargos. Con todo ha habido necesidad de hacer acceder al nombramiento de subdelegados en las subdelegaciones del Mañio y Pitrufquén en dos caciques que conocen nuestro idioma y no carecen de competencia para desempeñar el cargo”. 17 En el marco de esta política administrativa de apoyo institucional a la incorporación del cacicazgo indígena a la colonización, el gobierno dispuso el nombramiento de otros importantes caciques bajo la figura de capitanes de amigos, para actuar como intermediarios entre el gobierno indígena local y las autoridades de la república. Así lo estipulaba una comunicación oficial en 1882: “Al Cacique de Boroa Juan de Dios Neculman. Agosto 12 de 1882. Con fecha 24 del mes pasado me comunica el señor Intendente de Lebu que el Supremo Gobierno ha tenido a bien conceder a usted el sueldo anual de noventa pesos que corresponde a siete pesos cincuenta centavos al mes. Al concederle el gobierno a usted el sueldo de que hago mención, es en atención a las relaciones de amistad que usted siempre ha manifestado en particular después del último alzamiento que como a usted se le creía culpable, hizo viaje no solo a esta gobernación sino también hasta Valdivia a cuyo Intendente reiteró nuevamente sus protestas de amistad llegando hasta ofrecer el terreno suficiente para que se levantara una misión en su 18 reducción. En otra comunicación se identificaba al conjunto de caciques nombrados capitanes de amigos. Junto a los Paillalef de Pitrufquén y Villarrica, y a Nelculman de Boroa aparecen otros jefes de la comarca del río Imperial desde la Costa a la comarca de Maquehua, situada en la ribera sur, frente a Temuco: “Por decreto supremo de 20 de junio del año pasado se nombraron capitanes de amigos para sus respectivas reducciones, a los caciques Ambrosio y Francisco Paillalef, al primero con quince pesos mensuales y con diez pesos el segundo. Durante los últimos tres años y con la renta anual de noventa pesos cada uno, sirvieron iguales cargos los caciques Juan de Dios Neculman, Pascual Painemil, Juan Caniuqueo, Tomas Carmuna y el finado Meli. En el año último no se ha abonado sueldos a estos cinco, porque no se ha recibido el decreto supremo que debe designar la partida de que ha de ha de hacerse la deducción. Es conveniente la subsistencia de estos siete capitanes de amigo, por lo cual aprovecho esta oportunidad para suplicar a usted se sirva recabar el decreto para el pago, de la renta insoluta y de la correspondiente al año en curso”. 19

17

Memoria Gobernador 1883, ARA. GTCI vol. 1 f. 78; Comunicación del Alcalde C. Holzapfel Agosto 12 de 1882, ARA. GTCI vol. 1 f. 43 19 Comunicación del Alcalde C. Holzapfel, Toltén Marzo 1 de 1882, ARA. GTCI, vol. 1 fs. 8 y 8 vta 18

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche En una comunicación posterior se entregan antecedentes adicionales que permiten observar que estas designaciones de capitanes de amigos se venían realizando al menos desde 1878, y probablemente desde años anteriores; así como otros datos referidos a Maquehua, zona continental interior adscrita y articulada al flujo administrativo y comercial del puerto de Carahue: “Anteriormente tuvieron sueldos de $10 mensuales los caciques Juan de D. Neculman, Pascual Painemil, Juan Cañiuqueo, Tomás Carmona y el finado Meli. Durante los años 78, 79 y 80 sólo se les designó la cantidad de $ 90 anuales a cada uno. En el año último no se ha abonado sueldo a estos cinco por falta de autorización suprema. Es conveniente la subsistencia de los caciques nombrados si se trata de adelantar la frontera y ocupación de Villarrica y para mantener las buenas relaciones con ellos convendría recabar el decreto de pago de la renta insoluta del año pasado, que continuamente reclaman. En lugar de Meli está ahora de cacique principal de Maquehua su hijo Painefilo persona de parecer no asignarle sueldo porque no obedece las 20 órdenes de esta gobernatura”. El estado integraba a los principales caciques de la zona costera del río Imperial al gobierno administrativo de los territorios locales, profundizando de este modo la articulación mercantil de la población indígena a través de mecanismos institucionales. A modo de conclusión La entrega de las reservas de tierras indígenas, permitió en muchos casos la continuidad de las unidades prediales existentes desde la etapa fronteriza. Así también a nivel de la provincia de Cautín que no sufrió las secuelas del avance de la fundación de fuertes y colonización del territorio de Arauco y Malleco en la etapa 1862-1878, se concentró una importante superficie productiva representada por 343.366 ha, dando cuenta del importante patrimonio productivo que se combinaba con la presencia de una voluminosa población económicamente activa que daría vida a una intensa actividad productiva en las reservas de tierras indígenas (Pinto 2009:106). El Cuadro Nº 7, reproduce la información sobre las reservas de tierras indígenas entregadas en la provincia de Cautín.

20

Comunicación del Alcalde C. Holzapfel, Toltén mayo 31 de 1882 ARA. GTCI, vol.1 f. 30 vta

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Estudios Trasandinos, 18:1 Cuadro n.° 7. Reservas indígenas Provincia de Cautín 1894-1927 Departamento

Superficie ha

Nº reducciones

Personas

Temuco

108.370, 45

651

22.701

Lautaro

41.664,20

163

4.715

Imperial

120.871,20

706

24.087

Villarrica

72.460,19

504

9.231

Totales

343.366,04

2.024

60.734

Fuente: Luis Picasso La propiedad agrícola y su extensión, 1954:107

Resulta relevante apuntar que la entrega de tierras por parte del estado constituyó un fenómeno particular a la Araucanía, que tiene notables diferencias con la formación del mercado de tierras en la zona pampeana, donde el mercado avanza quitando tierras de manera global, hasta hacer desaparecer la pequeña propiedad indígena en el marco de la amplitud espacial de la ocupación capitalista de la Pampa y la Patagonia (Bandieri 2005; Banzato y Rossi 2009). En Araucanía los productores agrícolas mapuche, tuvieron una oportunidad única en el momento inicial de su incorporación forzada al Estado de Chile para desplegar las potencialidades tecnológicas y culturales de la agricultura descritas en este artículo. En este período, a diferencia de los posteriores los agricultores mapuche de Araucanía, contarán con mayores cabidas de tierra como medio de producción, factor que contribuirá a su inserción dinámica en las redes del comercio capitalista local, a través de la venta de sus productos en las pulperías de haciendas y ciudades de la Frontera.

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche Bibliografía y Fuentes

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Inostroza – Producción agrícola y ganadería en la economía familiar mapuche

   

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

EL ENCUENTRO ENTRE DOS MUNDOS: MILITARES NAPOLEÓNICOS Y PUEBLOS ORIGINARIOS; VIRTUDES, CERTEZAS Y ACTUARES A PARTIR DE LOS ESCRITOS DE LOS PRIMEROS 1 The meeting of two worlds: Napoleonic militaries and native people. Virtues, certainties and acts through the writings of the first ones. Patrick Puigmal [email protected] Universidad de Los Lagos Osorno, Chile Introducción Totalmente insertos en el debate entre barbarie y civilización, por lo menos así lo piensan ellos, están los militares napoleónicos que participan en las guerras de la independencia de Argentina y Chile entre 1817 y 1835. De formación cultural europea impregnada de las ideas de la ilustración, de formación política liberal, integrados en todos los sobresaltos de la construcción de estas dos naciones nuevas, estos oficiales participan de manera reconocida en las luchas de la independencia pero permiten también, por su actuar correspondiente a su filosofía, ayudar los estados nuevos a “resolver el problema indígena”. Sus escritos, memorias, diarios y correspondencias permiten dar cuenta de este rol y de las razones, impresiones y explicaciones que proponen como para justificar sus actuares (aunque esta palabra sueña como si habían expresado remordimientos, lo que en ningún caso hicieron). La prosopografía, que no es más en este caso que el estudio de los manuscritos personales, nos permite revelar estos pensamientos, entender razones sociales y filosóficas, y explicar sus acciones. Descubriremos por una parte Jorge Beauchef, Benjamín Viel y Federico de Brandsen durante la ocupación de Valdivia, la guerra a muerte en Chile y la campaña del Bio Bio contra los Mapuches y Pehuenches, por otra parte Federico Rauch, Ambrosio Cramer, Juan Bulewski en el sur y en la pampa argentina contra los Ranqueles para terminar con Francisco Curel y su particular acción con los Charruas. Esta ponencia no tiene otro propósito u objetivo que poner luz en un comportamiento poco relevado en la historiografía clásica. Como para poder contextualizar este tema, es dable señalar que, en muchos casos, estos oficiales europeos imaginan las nuevas fronteras que describen sin recurrir al concepto clásico de nacionalidad, concepto ya firme en Europa debido a la experiencia adquirida desde la Revolución Francesa, pero casi ausente en este continente. En este sentido, tampoco tiene relevancia el tema del territorio de origen como elemento fundador de tales fronteras. No debemos sorprendernos de ello teniendo en cuenta el origen geográfico disperso de los autores, quienes, además, se desempeñan a miles de kilómetros de sus lugares de nacimiento,

1

Un primer avance de este trabajo ha sido publicado en Núñez Paula (comp.), Miradas transcordilleranas, CONICET, Universidad Nacional de Río Negro, Bariloche, 2011. Este texto es un resultado del proyecto Fondecyt n° 1080063, del cual al autor ha sido investigador responsable.

Patrick Puigmal – El Encuentro entre dos mundos de formación y de experiencia de vida 2 . Verlos primero definir su “patria” nueva con un régimen político ad-hoc, idear sistemas que no existen ni en Europa (la contrarrevolución monárquica representada por la Santa Alianza trata en aquel periodo primero de borrar cualquier recuerdo de la época revolucionaria y segundo de establecer un status-quo político definitivo), involucrarse en todas las disensiones sobre qué modelo de Estado se debe construir, y, luego, verlos reaccionar frente a realidades que no entienden o a costumbres relacionadas a otras maneras de pensar (pensamos, en particular, en este caso en la incomprensión total en la cual se encuentran frente al mundo indígena), hace penetrar en el cotidiano de cada uno, entender sus aciertos y contradicciones y apreciar sus virtudes y defectos. Varios de estos oficiales como ya lo hemos señalado tratan de dar un contenido ideológico al concepto de fronteras utilizando, probablemente inconciente o como simple resultado de una educación impregnada por las luces y la ilustración del siglo pasado, los conceptos de etnocentrismo o eurocentrismo. En este sentido, el punto de vista racista prevalece sobre el concepto heredado de Rousseau a partir del cual “todo hombre nace 3 naturalmente bueno, libre e igual a los otros ”, dejando lugar al poderío, tanto intelectual como físico, del dominador, oriundo del extranjero, quien define en función de su propio modelo de origen. Los oficiales napoleónicos no tienen por qué escapar de esta lógica aún menos cuando son los descendientes directos de sus aplicaciones, desaciertos y evoluciones durante el principio del siglo XIX, lo cual no es, de nuevo, un intento de disculparlos, sino simplemente es que actúan en función de un contexto filosófico afirmado, fruto de una experiencia que, si bien fue compleja y a veces llena de contradicciones, no dejó indiferente a nadie y cambió, hasta por lo menos nuestros días, la manera de ver el hombre y de organizar su relación entre pares. De hecho, algunos, probablemente los con más educación, elaboran un discurso justificativo de su actitud hacía los indígenas; así lo escribe Beauchef, “aquellos, como ciertos escritores, que no han visto a los salvajes más que en su gabinete y que los pintan mansos, buenos, humanos, sencillos, están muy errados. Hoy, por los viajes alrededor del mundo y sus relaciones, se sabe a qué atenerse. El salvaje no cede nunca voluntariamente a los buenos tratamientos. La consideración con respeto la atribuye al miedo, a ningún otro sentimiento. Ello es claro, porque él mismo no tiene otro”. (Puigmal 2005, 261-266) Liberales en su mayoría, aquellos militares plantean su actitud a partir de los fundamentos supuestamente científicos entregados por sus portavoces como, por ejemplo, el español José María Blanco White. Exiliado en Londres entre 1810 y 1814, describe las razones de la inferioridad de los pueblos originarios de América, “Las cavidades de su hueso occipital son menos protuberantes; y por consiguiente tienen menos lugar en el cerebro… Así el espacio ocupado es menor en el americano nativo que en el europeo”. (Clips, 2005) A menudo la actitud de los napoleónicos frente a lo desconocido, en este caso el indígena, esta dictada por el tipo de encuentro que genera este mismo. Por ejemplo, cuando uno de ellos muere a manos de indígenas, sus compañeros de exilio, probablemente de la misma manera que sus compañeros de armas oriundos del país en el cual se encuentran, se 2

Este concepto de fronteras imaginadas está ampliamente tratado en el texto de Pablo Lacoste, “La imagen del otro en las relaciones de la Argentina y Chile (1534-2000)”, publicado por el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago (USACH) y el Fondo de Cultura Económica en Buenos Aires en 2004. 3 Jean Jacques Rousseau, El contrato social, Santiago, Editorial Ercilla, 1988. Frase que se refleja en el artículo 1 de la declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano de 1789 al principio de la Revolución francesa, “Los hombres nacen libres e iguales en derecho”.

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Estudios Trasandinos, 18:1 refieren sistemáticamente a “la barbaridad salvaje de los indígenas locales” o al hecho de que son “todos horribles, como demonios del infierno”(Puigmal, Op. Cit., 156) aún cuando el estudio que hemos realizado sobre los 360 militares napoleónicos presentes en Argentina, Chile y Perú, demuestra que son menos de 10 los que mueren en tales circunstancias, muertos en batalla, asesinados o capturados. Es decir, son más relevantes los rumores y las exageraciones que la realidad. Al origen de tales rumores y exageraciones, podemos lanzar algunas hipótesis explicativas tales como el racismo como ya lo hemos evocado, el deseo de aumentar el riesgo para agrandar la valentía a los ojos de los compañeros, los superiores y la sociedad en general, y, también, la necesidad de confirmar su virilidad. No podemos olvidar que el mejor medio para ellos de insertarse en estas sociedades nuevas es el matrimonio. Por lo tanto, la demostración de esta virilidad, aunque inventada o exagerada, se revela, por lo menos a sus ojos, útil en esta perspectiva. Cabe señalar que no todos los napoleónicos comparten esta actitud por lo menos hostil hacia los indígenas como lo veremos más adelante. Los aventureros blancos, como se les nombra en el norte de América del sur (en particular México, Centroamérica y la Gran Colombia), se percibían como inherentemente más honorables que los negros, los indígenas, los pardos y los mestizos. Sus actitudes hacía los indígenas están marcadas por el miedo, son paternalistas e ignorantes. El miedo de una emboscada de “salvajes” esta omnipresente entre los aventureros. Breves encuentros con o avistamiento de pueblos indígenas servían para perpetuar los estereotipos sobre los “salvajes” e “incivilizados” indígenas. Estos oficiales europeos tenían la costumbre de categorizar a la gente de acuerdo con su progreso percibido hacía las ideas del europeo. Los clasificaban de acuerdo a una escala de civilización basada en modales, religión y capacidad militar. El oficial francés Jorge Beauchef demuestra esto en sus memorias, a las cuales no referiremos en varias ocasiones, “los salvajes tienen todo lo de los hombres civilizados, pero ninguna de sus virtudes… El que le conduce a la guerra y los hace robar el botín, tiene siempre la razón… estos individuos no tienen respeto más que al más fuerte, al más valeroso y al más ladrón… este es el más estimado entre ellos” (Puigmal, Op. Cit., 157). Los aventureros mayoritariamente se encontraban con los indígenas cuando marchaban a través de sus territorios y las formas de interacción variaban entre hostiles (emboscadas, resistencia), positivas (provisión de asistencia, comida, bebida, refugio) o más comúnmente, neutrales, interpretadas como pasivas donde las comunidades se ocultaban mientras los ejércitos pasaban. Beauchef describiendo el cacique Calfucura en el momento de un encuentro con él, “Costaba trabajo reconocer al hombre en este animal, a tal extremo era deforme: no más de 4 pies de alto y de ancho otro tanto. Nunca había visto semejante figura… Este animal estaba dotado de mucha inteligencia para un salvaje y tenía gran poder sobre su tribu, lo venían a consultar como a un oráculo de todas partes”(Puigmal, Op. Cit.157). Beauchef, participó en un considerable número de campañas militares, pero resaltan las que tuvo que enfrentar en el sur del país, principalmente Valdivia y Chiloé, sobre los cuales emite un duro y encarnecido discurso no solo en contra del bando realista, sino también en contra de los pueblos indígenas con los cuales tuvo que enfrentar o relacionarse durante ese periodo, a quienes describe en estos términos: “Estos venían atestar la plaza. Semicivilizados por los misioneros, pierden de su estado salvaje toda su energía y no son buenos para nada; traen a nuestro medio todos sus vicios, acompañados de una excesiva flojera; están ~ 93 ~

Patrick Puigmal – El Encuentro entre dos mundos continuamente ebrios, sucios y enervados al punto de no poder obtener nada de ellos y no hacen otra cosa que consumir nuestros víveres. No obstante era preciso alimentarlos, aunque no fuera más que por conveniencia política, ya que venían hasta nosotros antes de ir a engrosar las filas de los bandidos” (Puigmal, Op. Cit., 151).

Beauchef sigue con un discurso antojadizamente de desprecio en contra de los indígenas, lo cual - a medida que pasa el tiempo y las batallas - se transforma hasta convertirse en un profundo odio hacia aquellos. Incluso, cuando busca el apoyo o el favor de los indígenas a la causa independentista, se expresa de forma muy particular: “Allí estaban reunidos todos los caciques que me habían visitado en Valdivia (…) tenían en su poder una gran cantidad de provisiones (…) después de una ceremonia usual y explicarles el motivo de mi visita (…) me ofrecieron dádivas, que consistían en corderos, ovejas y algunas vaquillas (…) A mi vez, los gratificaba con todo lo que le gustaba a esos salvajes, tales como espejos , chicherias, índigo, algunas cosas de plata para bridas del caballo y grandes alfileres de ese metal para las mujeres”(Puigmal, Op. Cit., 155). Estos antecedentes y otros, son abundantes en las memorias de Beauchef, fenómeno fue muy común entre estos oficiales napoleónicos, tanto a este lado, como al otro lado de la Cordillera. Aparece a menudo, en particular durante las campañas de la zona sur y central de Chile, la figura del coronel Benjamín Viel, en las memorias de su compatriota Beauchef quien lo señala, en múltiples ocasiones, distinguiéndose en los combates contra los indígenas, aludiendo “a esta guerra atroz en que los vencidos eran degollados sin piedad” (Figueroa, 1900). En relación con esto, destaca la figura del Coronel Rauch, que encabezó entre 1825 y 1830 la primera ola del genocidio indígena en Argentina. Basta varios comentarios, extractos de su correspondencia oficial que utilizó para dar cuenta de sus “hazañas”: “Hoy me siento feliz, hemos matado 15 animales” (Moyano, 2005) (haciendo referencia a indígenas asesinados), “para ahorrar balas, hoy hemos degollado a 27 ranqueles” o “Los ranqueles 4 no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad”, (Correa, 2002) apreciación que indica su ideología personal en el marco de la creación del Estado-Nación a través del concepto de la propiedad privada. En 1826, escribe también en este mismo orden de ideas “los indios ranqueles son anarquistas, entonces hay que eliminarlos” (Varela, 1943). Lo interesante en este caso es que Rauch es uno de los pocos que fallecerá en manos de los indígenas en las Vizcacheras en 1829, 5 justicia para algunos y drama y tristeza expresadas por la alta sociedad de Buenos Aires que lo había contratado al efecto, justamente, de eliminar los indios. De nuevo, podemos hacer la relación acá entre el liberalismo vigente en este periodo, por su contratación por el propio Rivadavia en 1817; liberalismo que como ya lo hemos visto con Beauchef, no hesita a utilizar 4

Ranqueles: Etnía originaria del territorio argentino (Pampa y Patagonia oriental) perteneciendo al pueblo mapuche la cual fue reducida durante la Conquista del Desierto terminando en 1879. Aunque sobre la muerte de Rauch, el historiador Osvaldo Bayer ha aportando hace algunos años una versión probablemente más cercana de la verdad, haciendo ocurrir la batalla en el contexto de un enfrentamiento entre unitarios y federalistas más que entre argentinos y indios. Es probable que la única imagen que poseemos sobre estos hechos de Francisco Fortuna, sea más el reflejo de un discurso político próximo a las ideas de Rivadavia y Rauch que a la realidad. 5

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Estudios Trasandinos, 18:1 una argumentación en oposición total a los principios filosóficos que dieron cuerpo a esta ideología, por lo menos a principios del siglo XIX. De hecho, Rivadavia lo comisionó en 1826 para organizar una campaña de escarmiento. 6 No deja de ser interesante integrar a esta altura de nuestra exposición el tema de la seguridad como justificación a tales actos: la región indígena es, a menudo, una zona realista donde los “caudillistas” aliados a los indígenas amenazan no solamente la paz y vida de la naciente República, pero ponen a jaque el comercio transfronterizo a través en particular del flujo de ganado capturado y comercializado por los indios. Es decir, amenazan dos de las bases fundamentales del sistema nuevo: la seguridad y el libre comercio. Por lo tanto, además del racismo claramente expresado por Rauch en sus cartas e informes, surge la necesidad de eliminar estos “riesgos” para asegurar el buen desarrollo del modelo nuevo. Falta solamente agregar, la sed común a la clase social liderando el proceso independentista de aumentar su control territorial a través de la posesión de las tierras como para complementar el marco contextual de aquellos hechos. En 1956, Álvaro Yunque escribía “Rauch fue un jefe excepcional… Así exterminó muchas tribus del sur y del oeste y llevó la confianza a los hacendados sobre quienes se erguía la riqueza de Buenos Aires” (Moyano, Op. Cit.). Juan Bulewski, un polaco al servicio de Napoleón y luego de la independencia argentina, recibe varias misiones en particular con el general Rondeau hacia Tandil en 1823 y durante la campaña de la Sierra de la Ventana. Ofreciéndose como rehén antes de llegar al riachuelo Chapaleofu con el teniente coronel Miller, los capitanes Bot o Booth, Ferrer y Alvendin y el teniente Montes, durante las negociaciones de paz con los indios Pampas del cacique Lindon en la plaza de Tandil, es asesinado con los otros rehenes el 8 de mayo de 1823. Demuestra con este hecho una posición distinta hacia los indígenas: una cierta confianza hasta ofrecerse como rehén para poder negociar con ellos sin imaginar el fin que tendrá su acto. Liberal, masón, cercano de José Miguel Carrera, Bulewski profesaba en sus escritos un liberalismo más “rousseauista” que sus compañeros napoleónicos. 7 José Bacler d’Albe, otro militar francés del ejército argentino describe sus campañas “la primera de cuatro meses sobre Santa Fé contra los perturbadores del orden, la otra contra los indios Pampas, de dos meses; estas dos campañas terminadas en abril de 1820, me hicieron estimar y ganar mucha consideración, aún por parte de los enemigos” (Puigmal, 2006). Tampoco, como Brandsen o Bulewski agrega comentarios particulares y, como aquellos dos, es uno de los más letrados y cultos de este grupo, lo que puede constituir una explicación a su actitud. Agrega un comentario que nos aclara sobre su pensamiento durante la campaña libertadora del Perú, “la guerra no es muy sanguinaria porque esto no entra en nuestros principios. De hecho, la fuerza y la opinión pública están de nuestro lado; los enemigos que debemos combatir son en su mayoría americanos del Perú quienes son dirigidos por un puñado de españoles y siguen en la esclavitud.” (Puigmal, Op. Cit., 121). 6

Las instrucciones del Ministerio de Guerra y de Marina hacia Rauch son claras: “Su principal objeto será batir y destruir enteramente a los indios chilenos a que se hallan incorporados algunos cristianos y que son los que han invadido la última vez. Destruidos estos, hará lo mismo con los ranqueles y muy especialmente con el cacique Pablo, quien ha faltado a la paz que se hallaba comprometido y no lo detendrá consideración alguna para exterminar tanto a aquellos como a estos en todas sus tribus si el asunto correspondiese…”, en Correa, Op. Cit., 4. 7 I. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, la política y la guerra, Bueno Aires, Emecé Memoria Argentina, 2005, 360. Archivo General de la Provincia de Mendoza, Sección Documentos de San Martín, 286/76 y Archivo General de la Nación, Buenos Aires, SX.C.29.A10.N2.

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Patrick Puigmal – El Encuentro entre dos mundos La visión de Beauchef con relación a los indios “alzados” se revela más dura aún en relación a lo que ya hemos escuchado: “Estos salvajes son tan duros para morir que es necesario que las balas les rompan la cabeza para derribarlos del caballo y a menudo se mantienen aun, sus piernas se crispan bajo la barriga del caballo, y éstos se los llevan siguiendo a los otros. Por lo demás, no abandonan nunca a sus muertos y muchos se exponen para sacarlos del terreno de lucha.” (Puigmal, 2005, 184) “parecían diablos salidos del infierno. Tenían todas las correas pintadas; unos con sangre, otros con carbón, otros verdes, amarillas, la mayor parte estaban desnudos… En fin, era una mezcla endemoniada.” (Puigmal, Op. Cit., 253) Beauchef construye así, probablemente sin quererlo, una imagen casi heroica del indio, “mejor caballero del mundo, mejor que los árabes o los cosacos”, que no podemos no asociar a lo que decíamos en la primera parte: se engrandece presentando el enemigo, vencido por supuesto, como casi invencible. La siguiente apreciación del mismo Beauchef da cuenta de la incomprensión total frente a esta cultura ajena, en particular en este caso a la medicina y a la religiosidad mostradas por los indígenas: “Los indios no creen en las enfermedades. Cuando están enfermos, dicen que les han hecho un maleficio y llaman a la bruja que lleva el nombre de machi, para que les saque el daño. Se reúnen los indios en ceremonia y la machi hace mil contorsiones y después prepara el enfermo, por lo menos sucedió así con este cacique. Después de tenderlo en el suelo, la machi le abrió el costado con un cuchillo y le saco la hiel y extrajo el mal o daño. Por supuesto, el viejo no resistió esta bárbara operación y murió. Luego agarraron unas mujeres, no sé cuantas, acusadas por la machi a su antojo e inmediatamente plantaron en el suelo cuatro postes para cada una; las desnudaron y las amarraron de los cuatro miembros; hicieron fuego debajo de los cuerpos y las quemaron vivas.” (Puigmal, Op. Cit., 265) Es dable señalar la actitud de otro oficial francés durante las campañas del Bio Bio en Chile en 1818, Federico de Brandsen, quien en ningún momento en su diario sobre esta campaña menciona los indígenas utilizando esta palabra. Habla constantemente de los “enemigos” sin más detalle ni comentario salvo señalar “la debilidad o cobardía del enemigo”. (Cartes y Puigmal, 2008, 131) No deja de ser extraño este hecho por combatir contra principalmente indígenas y cabe preguntarse la razón de esta ausencia: ¿Prefiere ignorar la realidad de sus enemigos para no tener que realzar sus cualidades (Esta campaña no fue, justamente, fácil para los independentistas)? ¿Más simplemente, le da lo mismo pelear con indígenas que con soldados más formalmente constituidos? No tenemos las respuestas a estas interrogaciones pero solamente señalar este hecho nos permite apuntar a las diferentes posiciones que tuvieron los militares napoleónicos frente al tema indígena. Ambrosio Cramer, ingeniero militar y coronel participa de las expediciones hacia Tandil y Bahía Blanca en 1822-1823 y la única mención que hace de los indígenas es para decir que “estuvo en la población que los indios arruinaron”, (Cramer, 1837) es decir lo negativo es lo que caracteriza para él el mundo indígena. ~ 96 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 Último ejemplo, si es que se puede utilizar esta palabra en este contexto: Curel, oficial francés de estado mayor del ejército de Napoleón, llegado a Argentina en un primer tiempo como educador, de nuevo gracias a Rivadavia. Luego de problemas de dirección y de gestión, se dirige a Uruguay donde, el 4 de diciembre de 1832, solicitó autorización al presidente Fructuoso Rivera para llevar a su país un grupo de indios, con el objeto de presentárselos al Rey de Francia Louis Philippe y a fines antropológicos. La autorización se otorgó, bajo el pretexto de que los indígenas eran perjudiciales para el país por sus malos hábitos y su presunta renuencia a trabajar. 8 El 25 de febrero de 1833 partió el buque rumbo a Francia con 33 personas a bordo. Entre ellas se encontraban cuatro indígenas: el cacique Vaimaca Pirú (famoso lancero de Artigas), el joven Tacuabé (reconocido domador de caballos), el curandero Senaqué y su compañera Guyunusa. Los indígenas fueron trasladados a París, para ser expuestos en una residencia parisina a la curiosidad pública. La casa se situaba en el número 19 de la calle Chaussée d'Antin en el distrito 9 de París. A partir del 13 de junio de 1833, por cinco francos el público podía ver a los "salvajes" en la residencia. Luego, la entrada debió ser rebajada a 2 francos por la falta de interés. El negocio de François de Curel duró muy poco tiempo, según relata el doctor Paul Rivet en su libro "Les derniers Charrúas". Tacuabé y Guyunusa fueron cedidos a un empresario de circo que les hacía practicar los ejercicios para el espectáculo de "saltimbanqui". Huyendo de los controles de la Policía, el dueño del circo se 9 instaló en la ciudad de Lyon. La propaganda de Curel decía, "Estos individuos forman parte de una quincena de prisioneros conducidos a Montevideo en junio de 1832. El Presidente de la República Oriental del Uruguay me ha permitido traer a Europa a estos cuatro, escogidos entre los que más interés ofrecen por sus rasgos fisonómicos. El primero (Vaimaca Pirú) es un cacique temible; el segundo (Senaqué) es un sedicente médico que, a la pretendida ciencia de la magia medicinal, une realmente el conocimiento de plantas curativas capaces de cicatrizar las heridas. El tercero (Tacuabé) es un joven y feroz guerrero, renombrado por su habilidad para domar los caballos salvajes; la cuarta es una mujer, compañera del joven guerrero. Estos cuatro individuos ofrecen vivientes modelos de la construcción física y los caracteres morales tan bien descriptos por el sabio autor de la "Historia Natural del género humano". Ellos representan los verdaderos tipos 10 de la tercera raza de hombres, denominada raza cobriza".

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Documento firmado por Don Luís Lamas en representación del jefe de la policía de Montevideo el 4 de diciembre de 1833. Ver nota 10. 9 La historia de una infamia, La República 21, año 9, n.º 890, 20 de julio de 2002 en www.larepublica.com.uy., consultado en junio de 2008 10 Darío Arce Asenjo, Nuevos datos sobre el destino de Tacuavé y la hija de Guyunusa, artículo en PDF en www.unesco.org.uy, estudiado en mayo de 2009.

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Patrick Puigmal – El Encuentro entre dos mundos Conclusión Algunas ideas como para concluir esta ponencia que no es más que un primer trabajo sobre este tema: es evidente que la formación filosófica de los europeos que llegan a América en esta época de grandes cambios moldeó sus comportamientos en particular, pero no solamente, hacia los indígenas. Sentimientos de superioridad (que debemos incluir en la trama de fondo que constituye, según ellos, la superioridad del modelo político que vienen a implantar acá), ignorancia e incomprensión total de modos de vida totalmente ajenos al suyo (entienden perfectamente los colonos españoles o los mestizos pero no pueden hacer lo mismo con los indios), miedo también frente a lo desconocido que les empuja a exagerar los defectos y en algunos casos las virtudes, y, voluntad de imponer el modelo societal que les parece el más adecuado (aunque haya fracasado en Europa): estas cuatro ideas fuerzas para explicar los actuares de los militares napoleónicos no pueden ni deben separarse de la comunión de pensamiento que ellas representan en las élites de las sociedades locales quienes no solamente conducen los procesos de cambio pero también los atrajeron y los contrataron. Es decir, sin afán de justificar, sus actuares fueron útiles a los que estaban construyendo un mundo nuevo, mundo en el cual los indígenas y su modo de vida no tenían cabida.

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Estudios Trasandinos, 18:1 Bibliografía ________ Archivo General de la Nación, Buenos Aires, SX.C.29.A10.N2. ________ Archivo General de la Provincia de Mendoza, Sección Documentos de San Martín, 286/76 ________ “La historia de una infamia”, La República 21, año 9, n,º 890, 20 de julio de 2002. Disponible en , consultado en junio de 2008 ARCE ASENJO, Darío. Nuevos datos sobre el destino de Tacuavé y la hija de Guyunusa. Artículo en PDF en , consultado en mayo de 2009. CARTES MONTORY, Armando; y PUIGMAL, Patrick (2008). De la Alsacia al Bio Bio, el oficial napoleónico Frédéric de Brandsen en las campañas de la independencia de Chile (1815-1819). Concepción: Editorial Pencopolitana. CLIPS ARENAS, María Eugenia (2005). “José María Blanco White y la cuestión americana, el Seminario patriótico (1809) y el Español (1810-1814)”. En: Revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n.° 29, Enero-junio de 2005. CORREA, Analía (2002). La guerra de la frontera: las modalidades de avance militar en los tiempos del coronel Rauch. Ponencia IV Jornadas Indígenas Pampeanas, Laboratorio de arqueología, Universidad Nacional de Mar Del Plata, Argentina. CRAMER, Ambrosio (1837). Reconocimiento del fuerte del Carmen del Río Negro y de los puntos adyacentes de la costa patagónica por el coronel D. Ambrosio Cramer. Buenos Aires: Imprenta del Estado. Accesible en , Sitio digital de la Biblioteca Nacional de Paris, Francia. FIGUEROA, Pablo (1900). Diccionario biográfico de extranjeros en Chile. Santiago: Imprenta Moderna. LACOSTE, Pablo (2004). La imagen del otro en las relaciones de la Argentina y Chile (15342000). Buenos Aires: Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago (USACH) / Fondo de Cultura Económica. MOYANO, Adrián. El ajusticiamiento de Rauch en las Vizcacheras. Disponible en: , consultado el 16 de diciembre de 2005. PUIGMAL, Patrick (2006). ¡Diablos, no pensaba en Chile hace tres años! Cartas inéditas sobre la independencia de Chile (1817-1825), Joseph Bacler d’Albe, estudio biográfico y prosopográfico. Colección Fuentes Documentales, Programa de Estudios y Documentación en Ciencias Humanas. Osorno: Universidad de Los Lagos. PUIGMAL, Patrick (2005). Memorias de Jorge Beauchef. Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/DIBAM. REYNO, Manuel; Gonzáles, Edmundo; Rojas, Ximena (s/f). Galería de Hombres de Armas de Chile, Tomo I, Periodo Hispánico y de la Independencia, 1535-1826, Estado Mayor General del Ejército, Colección Biblioteca Militar. Sin editor. ROUSSEAU, Jean Jacques (1988). El contrato social. Santiago; Editorial Ercilla. RUIZ MORENO, I (2005). Campañas militares argentinas, la política y la guerra. Buenos Aires: Emecé Memoria Argentina. VARELA, Juan Cruz (1943). En el regreso de la expedición contra los indios bárbaros mandada por el coronel D. Federico Rauch, Poesías, estudio preliminar de Manuel Mújica Láinez. Editorial estrada.

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256 MEMORIAS FRAGMENTADAS ENTRE LO ALPINO Y LO ANDINO EL REFUGIO ITALIA Y LAS PERCEPCIONES SOBRE EL POBLAMIENTO EN LA REGIÓN DEL NAHUEL HUAPI 1 Fragmented memories between Alpine and Andean. The shelter Italy and perceptions about the settlement in the region of Nahuel Huapi Paula Gabriela Núñez 2 [email protected] IIDyPCa: CONICET Universidad Nacional de Río Negro

Resumen El presente trabajo reflexiona sobre la construcción de memorias en la norpatagonia andina. Para ello toma como centro la región del Nahuel Huapi, y revisa las consideraciones valorativas en torno a “lo italiano”. Esta migración, escasamente analizada, impactó profundamente en la estructuración de la ciudad hasta la década del ’30, con actividades mercantiles, madereras y agroganaderas. Pero las memorias social de sus iniciativas se olvidaron al tiempo que un ideal alpino se proyecto en todo el entorno, favoreciendo la instalación de olvidos sociales mucho más amplios. La construcción de la red de refugios será el ancla material sobre el cual se va a ir instalando el sentido de lo recordable en esta región de montaña y de frontera. Palabras Clave: San Carlos de Bariloche, Memoria, Olvido, Andinismo, Migración italiana, Abstract This manuscript studies the build of memories in the Andean North Patagonia. In order of this, we focus in Nahuel Huapi region and search the values around “the Italian”. This migration, scarcely studied, was significant in local development until the ‘30s, with trade, logging, agriculture and livestock. But the social memories forgot those initiatives, at the same time that an Alpine ideal was installed in the area, encouraging wider social forgetfulness. The build of the net of shelters will be the material anchor on which will setting the sense of memories in this mountain and frontier region. Key words: San Carlos de Bariloche, Memory, Oblivion, Andinism, Italian migration

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Este trabajo se enmarca en el proyecto “Debates y perspectivas de la teoría social contemporánea, el enfoque de género y ambiental: una revisión crítico-conceptual transdisciplinaria.” PI-UNRN 40-B-228. Agradezco los comentarios de la Dra. María Andrea Nicoletti que enriquecen la reflexión. 2 IIDyPCa: CONICET – Universidad Nacional de Río Negro. Mitre 630 5to A. San Carlos de Bariloche. Río Negro. Argentina. [email protected]

Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino Introducción San Carlos de Bariloche, ubicada al oeste de la provincia de Río Negro, Argentina, es un área atravesada por valoraciones diferenciadas en torno a sus procesos migratorios, que generan una fuerte jerarquización social. Uno de los flujos poblacionales más estudiados ha sido el de mayor incidencia, esto es, el chileno (Matossian, 2011), asociado a la influencia germana del asentamiento en el sur chileno (Méndez y Muñoz, 2013) así como otros movimientos humanos latinoamericanos, cuya relevancia hoy está en debate (Barelli, 2013). Sin embargo, la migración italiana resultó especialmente importante en el proceso constitutivo de la localidad, a principios del siglo XX. El presente trabajo revisará la constitución simbólica de lo italiano en San Carlos de Bariloche, a fin de comprender una construcción de olvidos que permita reconocer fundamentos de una valoración social diferenciada. Una de las particularidades de la memoria inmaterial de esta localidad es la permanente referencia a los orígenes suizos y alemanes de su población. Sin embargo, al revisar los registros materiales, e incluso las prácticas de apropiación del entorno, estas consideraciones se desdibujan presentándose elementos de orígenes alternativos, sobre todo chilenos, que en 1920 representaban el treinta y ocho por ciento de la población, seguidos por españoles e italianos, que sumaban poco menos del diez por ciento. Los suizos y alemanes no alcanzaban el dos por ciento (Núñez, et. al, 2012). Si bien las corrientes migratorias son una clave explicativa importante, no son un elemento excluyente a la hora de comprender los dinamismos sociales y la cristalización material de las memorias. Por ello, las migraciones se cruzan con políticas específicas de conformación territorial y desde allí se indaga en el registro material que entendemos como “lugar de memoria” (Nora, 1984), que evidencian jerarquías de reconocimiento más allá del porcentaje. A fin de indagar en los modos de italianidad tomo como espacio de referencia un sitio que no se ubica en la ciudad sino en su entorno, dentro de uno de los rincones más vistosos de Parque Nacional Nahuel Huapi (en adelante PNNH), el refugio Italia - Manfredo Segre (ver Mapa 1), del Club Andino Bariloche (en adelante CAB). Este refugio, inaugurado en 1969, se encuentra en una de las lagunas que se destacan en la cordillera que limita con la localidad de San Carlos de Bariloche, la laguna Negra, al pie del cerro homónimo. La elección de este espacio para indagar la fragmentación de memorias en Bariloche se debe a que el refugio Italia condensa memorias que ayudan al ejercicio del ocultamiento de determinados sectores a partir del relato que se establece en torno a una épica particular, la de los deportistas de montaña. Una de las características de la memoria colectiva es que se trata de una memoria no consciente, donde se expresa con mayor claridad el entramado identitario (Ibarra, 2007) que en el presente trabajo se trata de clarificar en términos italo-argentinos. La memoria colectiva se expresa y se recrea a partir de las creencias, los mitos o los ritos celebrados por un determinado grupo que los transmite de generación en generación, y en esta línea, situar prácticas e indagar el modo en que se han resignificado abre un amplio horizonte interpretativo.

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Estudios Trasandinos, 18:1 Mapa n.° 1. Esquema de los principales refugios existentes en el PNNH

Fuente: Elaboración propia sobre la base del mapa del Parque Nacional Nahuel Huapi (PNNH), elaborado por la Administración de Parques Nacionales

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Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino Como referencia al sitio específico que nos ocupa, debe tenerse en cuenta que la denominación de refugio “Italia” se funda en el origen de los fondos para la construcción de este refugio, planificado en la década del ’40 por vecinos de Bariloche. Éstos fueron parte de la herencia de Manfredo Segre, alpinista, presidente del Club Alpino Italiano-sección argentina en Buenos Aires, un apasionado por las montañas patagónicas (CAB, 1979). Sus herederos reconocieron, como parte de sus últimos deseos, el dejar su legado a través de la edificación de un nuevo refugio en la red ya existente. La inscripción de lo alpino en la región andina se explicar en los orígenes de los recursos monetarios, que en parte involucran al alpinista Segre, que con su compromiso por los Andes y su pertenencia a una institución denominada “alpina”, reunía en su accionar la homologación de un escenario y sus prácticas deportivas, al otro. Desde escritos que avanzan en la caracterización del impacto de la migración italiana en la sociedad argentina, como que el Diccionario biográfico ítalo-argentino, la figura de Manfredo Segre se destaca como un activo promotor de los deportes de montaña en ambos países. Pero hay una dimensión más profunda de cercanía entre lo alpino y lo andino, atravesada por el entramado de relaciones fusionadas. En lo inmediatamente relativo al caso, cuanto menos deben contarse otros intereses. El yerno de Segre, el empresario Marino Maseo, fue el promotor de la concreción de los deseos de su suegro y gestionó el apoyo de Fiat y de Techint (ambas con capitales ítalo-argentinos), que sumaron fondos a la iniciativa (CAB, 1979). Las Comunidades Italianas de Buenos Aires y de Bariloche consideraron como propia la iniciativa, gestionando más fondos, y otorgando la propiedad de la edificación a la institución dedicada a la construcción de estos espacios en la región, el Club Andino Bariloche. La memoria italiana que se edifica en la valorización de este espacio tiene, entonces, un carácter particular y alternativo a la idea de inmigración general que impactó en la población argentina; pues se trata de una memoria anclada en el paisaje alpino y ligada a los deportes de montaña. La apropiación del paisaje andino desde ciertas prácticas deportivas, como las caminatas, las escaladas o el esquí, marca una de las claves de esta materialidad que se problematiza. Una clave de comprensión proviene de ligar este reconocimiento a la propia incorporación de la Patagonia en general, y San Carlos de Bariloche en particular, como parte del mapa argentino. Vale mencionar que el paisaje patagónico de lagos y montañas, desde el siglo XIX, se vinculó con el imaginario alpino. Pero la metáfora sobre la que se edifica este imaginario deja fuera, paradójicamente, su carácter general y se inviste con un cierto sesgo nacional, adoptando la metáfora ilustradora de la región a partir del par identitario “Suizaargentina”. Esta metáfora no sólo sirvió para hacer referencia a una analogía en términos de paisajes, sino para signar esquemas valorativos relativos al poblamiento ideal y al destino supuesto para la localidad. En este trabajo busco revisar la construcción de metáforas, los anclajes de materialidad de las mismas, desde un poblamiento que no fue mayoritario, pero que permitirá evidenciar la trama de la producción de memorias y valorizaciones sociales en San Carlos de Bariloche. Las aristas de la metáfora “suiza – argentina” y el lugar de la italianidad El sentido de la metáfora “Suiza-argentina” está en el centro de la construcción de memorias locales enraizadas en lo que podemos denominar como italianidad, en tanto y en cuanto se recorte a ciertas prácticas ligadas al espacio alpino de este país. Tras la noción de “Suiza” se plantea una homologación a la naturaleza centro-europea en términos de paisajes y prácticas de apropiación, con el objetivo subyacente de lograr un poblamiento de similares ~ 104 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 características, con referencias a nacionalidades específicas, como la promoción de llegada de checoslovacos (Bailey Willis, citado en Navarro Floria, 2007, 277), o alemanes, yugoeslavos, suizos, vascos e italianos, que en el emblemático escrito de Sarobe (1935) se reconocen como “quienes… se adaptan muy bien a la vida en estas regiones”. Tras la homologación del paisaje a lo suizo se arrastra un conjunto de valoraciones, dado que las referencias a lo nacional, desde esta clave, conllevan sesgos subalternizadores. Entre los más estudiados cabe mencionar las consecuencias en términos de diferenciación de clase (Anderson, 2007), de etnia (Quijano, 2000), de género (Conti y Núñez, 2012), o de centralismos argentinos, chilenos o incluso italianos, en cuanto a lograr una valoración diferenciada entre la relevancia del poblamiento del norte o del sur (Almonacid 2005; Núñez y Núñez 2012; Cacopardo y Moreno, 1991). Este esquema valorativo, pegado a una idealización de lo centro-europeo, introdujo en el espacio códigos normatizadores de marcas de diferencia, con referencias de pertenencia que se plasmaron en aquello que se pretendía recordar y olvidar, donde otras experiencias italianas como las de los primeros misioneros salesianos que eran turineses, y que fundaron las primeras escuelas agrícolas de la Patagonia tampoco son recordadas en las reflexiones sobre el desarrollo del espacio. Ello a pesar que desde 1904 existieran obras de referencia, como la de Domenico Milanesio, donde se propone un proyecto de colonización agrícola en la Patagonia dirigida por Salesianos que buscaba solucionar la atención al inmigrante europeo, la protección de indígenas y campesinos criollos, la integración entre ellos, la distribución racional de la tierra pública, y el sostenimiento de la fe católica y la moral (Nicoletti y Navarro Floria, 2004). Esta edificación simbólica es omitida en las referencias actuales sobre la región. La memoria prescriptiva sobre el accionar adecuado en esta región es altamente selectiva, y parte de ella se consolida en la edificación de los refugios de montaña.Estas particulares construcciones, que en sus inicios, los años ´30, fueron pensadas en muy pequeñas dimensiones, en parte por las dificultades que implicaba su edificación, en parte porque los seres humanos sólo se concibieron de paso por esa naturaleza asumida como prístina y ajena a lo humano, y por lo tanto no se plantearon necesidades en términos de confort. Las palabras de uno de los promotores de la edificación de refugios, J.J. Neumeyer, son por demás elocuentes “… No hay que pensar solamente que el turismo rinde plata y contentarse con facilitar el acceso a la mayor cantidad posible de turistas. Si se destruyen los encantos naturales de la región, los turistas perderán su interés… el idealismo parecerá un mal negocio para el presente, pero las generaciones futuras lo apreciarán. Si el Perito Moreno no hubiese sido un idealista, hoy no existiría el Parque Nacional Nahuel Huapí. Nadie acudiría a esta hermosa región que habría dejado de ser tal por la dañina imprevisión del hombre. Si el CAB sabe aunar una acción cultural a su tarea deportiva merecerá un gran aplauso… Para subir montañas se necesitan buenas piernas, pero la montaña no es un mero terreno de ejercicios físicos. El andinista necesita también ojos que sepan contemplar el grandioso espectáculo de la Naturaleza y un corazón que aprecie, respete y sienta emoción por aquello que no fue creado por los hombres, pero que constituye una eterna lección para ellos” (Neumeyer, 1951, 139).

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Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino Esta visión de apropiación del entorno, con pequeñas construcciones que faciliten el recorrido pero que impidan la instalación, se vincula a una resignificación de la metáfora “Suizaargentina” pasados las primeras décadas del siglo XX.Los detalles de su establecimiento permiten revisar la consolidación de las memorias. Pedro Navarro Floria indaga sobre esta metáfora a lo largo del siglo XIX. El historiador argentino señala que en 1860 se encuentra por primera vez esta idea en los escritos uno de los naturalistas exploradores de esta Patagonia, V. Martín de Moussy, que se refiere a los lagos de la recién colonizada Patagonia chilena como “la Suissesudaméricaine” en su Description Géographique et Statistique de la Confédération Argentine. Ramón Lista, destacado geógrafo argentino, unos años más tarde, en 1879 toma esta idea de “Suiza argentina” para referirse a los andes patagónicos argentinos, buscando exponer la potencialidad económica a través de esta metáfora. En la misma línea, Jorge Rhode, en 1889, se refiere a la región del Nahuel Huapi como un “centro de una abundante producción agrícola… un pedazo de Suiza trasplantado al suelo argentino” (citado en Navarro Floria, 2007, 66). Pedro Navarro Floria, en un detalle pormenorizado sobre los planteos geográficos de la norpatagonia, señala que en los años posteriores a los de estas primeras intervenciones, los científicos y estudiosos que se aproximaban a la región reprodujeron recurrentemente esta idea, en un país que afianzó su matriz agroexportadora en vinculación directa a la migración italiana (Grosutti, 2005; Cantarelli, 2008). Sin embargo, a partir de estos años ’30 se fueron dejando de lado las actividades agrícola-mercantiles de los años previos y sobre las que se había fundado la metáfora que se revisa, dado que fueron evaluadas como negativas y contraproducentes por la institución que se tornó mediadora entre esta región y la esfera administrativa nacional, la Dirección de Parques Nacionales, creada en 1934 y enorme filtro de memorias legítimas y olvidos necesarios. Ahora bien, esta resignificación del paisaje estuvo ligada al reconocimiento del entorno como área natural protegida y en este sentido a la separación de aquello que se consideraba naturaleza respecto de lo que marcaba como habitado. Es en este cambio de actividad, de agrícolaganadera-mercantil a turística, donde se encuentra la estructura de sentido que se proyecta sobre el refugio Italia como lugar de memoria. Asimismo, esta modificación resulta estructural para la comprensión de la complejidad del encuentro de experiencias y tradiciones entre las particulares regiones de Italia y Argentina y su materialización en diferentes sedimentos de la memoria.Debe señalarse que es en este cambio donde el turismo pasa a tomar un rol preponderante que impacta en la metáfora Suiza-Argentina, ahora reducida al paisaje. La sociedad local se reacomoda a la nueva construcción, modificándose el sentido de las diversas migraciones, incluida la italiana. La construcción de la Patagonia: los Territorios Nacionales La tardía inserción de la Patagonia al territorio argentino está signada por la forma particular en que fue incorporada y administrada por el Estado Nacional y por las corrientes migratorias que arribaron al país en ese período. La Patagonia, en toda su vastedad, fue concebida a principios del siglo XIX como el desierto presentado bajo la imagen de “tierra maldita” por Charles Darwin en su viaje en el Beagle, a esta idea se solapó la imagen que se fue construyendo con el avance de la conquista iniciada por el Estado Nacional durante la segunda mitad del siglo XIX. Navarro Floria (2007) muestra la forma en que la geografía fue el puente entre la descripción naturalista y el destino social de este espacio, poniendo especial énfasis en los debates internos de la propia disciplina y el modo de describir y mapear el

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Estudios Trasandinos, 18:1 territorio en cuestión, que de acuerdo al espacio editorial donde presentaban sus observaciones discutían o no la propuesta política subyacente. De estos debates resulta claro que la Patagonia fue apropiada a través de la mirada moderna de fines del siglo XIX, y en función de esto se establece su lógica de inserción al concierto nacional. Navarro encuentra en las formas mismas de descripción del territorio que se abría a la colonización, la constitución de una vinculación asimétrica entre los espacios que se incorporaban y el centro político-administrativo del país, que caracteriza como “colonialismo interno”. Hay varios aspectos para considerar esta vinculación, por una parte la ausencia de derechos políticos ante la falta de posibilidades de elegir a los propios gobernantes y participar en el diseño de la nación en general (Ruffini, 2005; Iuorno, 2008); por otro, la recurrente nacionalización fallida (Navarro, 2004) en el sentido de adolecer de las instituciones necesaria para lograr la integración que se propuso al momento de la conquista con proyectos de desarrollo que se llevaron adelante con escasa continuidad y sin considerar el dinamismo de crecimiento de centros económicos como objetivo final. Y en este punto la consolidación de las memorias debe problematizarse desde la particular territorialidad del sitio hacia donde esas memorias son llevadas, entendiendo a Bariloche como un territorio de frontera. Y lo es en un doble sentido, frontera con Chile, por una parte, y frontera de la Argentina como país federal, por pertenecer a un territorio nacional que se incorpora a la lógica del estado nacional recién en 1884. Los territorios nacionales -Chaco, Formosa, Misiones, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego- se diferenciaban del resto del país por contener una organización que se asumía como subsidiaria y dependiente. En el caso de la Patagonia, antes de la denominada “Conquista del desierto”, este espacio era considerado como “frontera del indio” y este carácter de territorio agreste y hostil permaneció en el imaginario. Podría pensarse que la incorporación territorial de la región contuvo un proceso de características similares a las que llevaron, en 1893, a F.J. Turner a reflexionar sobre la frontera norteamericana (Arriaga, 1991).No se trata de pensar, como el norteamericano, que la frontera desde su amplitud generó los elementos democratizadores que se proyectaron en la edificación de ciudadanía, pero sí de retomar la lectura propuesta por Weber (1991), quien propone tomar a las fronteras como los espacios donde las condiciones de formación de los orígenes del país, se reproducen en forma más visible. De allí se desprende que la región analizada operó como espacio donde la nacionalidad que se buscó implantar, presentando estrategias de consolidación identitaria con fuertes vínculos hacia una memoria que, construida artificialmente como previa, justificara en destino que se pensaba para esa región. Navarro (2007) reconoce cómo este destino es enraizado en las características que la geografía, en tanto disciplina científica, fue reconociendo. Desde esta área del conocimiento se generó un puente con la historia que se pretendía y con la memoria colectiva que se proyectaba (Vattimo, 1998). La influencia agraria de las primeras migraciones italianas a Bariloche Los inicios de la región como “argentina” se vinculan a actividades agrícolamercantiles, vinculadas al comercio transcordillerano de ganado y producción maderera, a partir de una empresa de capitales alemanes y chilenos, la “Chile-Argentina” (Lusetti y Martín, 2000). Pero el gerenciamiento de este emprendimiento, y si desarrollo desde la primera década del siglo XX, sitúa como personaje clave de la consolidación misma del poblado a Primo Capraro,

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Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino un nativo de Belluno, ciudad del Veneto italiano. Vale la pena citar textualmente lo que indica respecto a este referente el diccionario biográfico italo-argentino. “CAPRARO, Primo Empresario. Constructor. Colonizador. Pionero de la zona de Bariloche (Río Negro). Nació en Castión (Belluno), en 1875. Después de haber efectuado el servicio militar, emigró en busca de nuevos horizontes, primero a Suiza, luego a Alemania e Inglaterra. Allí obtuvo un contrato para ir a México; pasó luego a Perú, Chile y finalmente a la Argentina –a principios de siglo-, a la zona de Bariloche, atraído por las noticias de la existencia de yacimientos auríferos en Neuquén y Río Negro. Muy pronto constató que el verdadero filón consistía en la riqueza forestal de la región, e instaló un modesto aserradero; el negocio prosperó, instalando sucesivamente dos establecimientos similares. Hizo venir de su provincia natal a numerosos connacionales para poblar la zona. Muy pronto Capraro se dedicó a otras actividades; fue constructor y empresario; de esta manera, al mismo tiempo que acrecentaba sus posibilidades económicas, contribuía al desarrollo de la incipiente población. En su taller de obras del Correntoso (localidad cercana a Bariloche), se construyó, para dar sólo un ejemplo, el puente ferroviario y caminero sobre el Río Negro, entre Viedma y Carmen de Patagones. Fue contratista de caminos, ferrocarriles; construyó casas; hizo construir el primer hotel barilochense: el Hotel Italia. Fue dueño también de un negocio de ramos generales; se dedicó al comercio de frutas de la región; a la importación y exportación. Dentro de su polifacética actividad, fue también agente consular de Italia, corresponsal de los diarios “La Nación” y “La Patria degliitaliani”; intendente municipal de Bariloche, etcétera. Falleció en la mencionada localidad, en 1933. Allí se ha erigido un busto en memoria de Capraro, quien es considerado por muchos el fundador de Bariloche” (Petrelli et al, 1976, 252). Esta reseña se pretende como aproximación y sirve más de guía en torno al imaginario que como referencia documental. Hay algunos detalles falaces, como por ejemplo el año de la muerte de Capraro, que no es en 1933 sino en 1932 o que nunca fue un intendente elegido en la comunidad; sin embargo es indiscutible la relevancia de este personaje para San Carlos de Bariloche en las primeras décadas del siglo XX, dado que el desarrollo económico que impulsó introdujo en forma permanente prácticas y registros italianos en esta localidad. A modo de ejemplo vale citar que a la muestra de trigo producida en sus campos y premiada internacionalmente la denominó “la bellunense”, también formó la Asociación Italiana de Socorros Mutuos “Nueva Italia” que desplegó un alto grado de actividades culturales y afianzó los vínculos entre los pobladores italianos que el propio Capraro había convocado para la región. Laura Méndez (2009) rescata la fuerza de la colectividad italiana en estas primeras décadas y la vincula al rol de vicecónsul de Capraro “… en cuanto le permitió facilitar la llegada a la región de amigos, conocidos y conciudadanos de Belluno, a través de la rápida provisión de pasaportes y trabajo, y también le otorgó el poder para justificar la no presentación de algunos ciudadanos italianos al servicio militar obligatorio –en pleno período de entreguerras europeo, en el contexto de un fascismo que irrumpía con violencia ~ 108 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 en el escenario internacional–. Como vicecónsul, Capraro debía enviarlos a Italia a cumplir con su deber cívico-militar, pero también podía justificar las excepciones, lo que le generó muchos agradecimientos. Desde su cargo también realizó una amplia acción social a favor de viudas y huérfanos, tramitando pensiones italianas para habitantes del Nahuel Huapi e involucrándose afectivamente con todas las familias de su mismo origen que habitaban la región” (Méndez, 2009, 35). El éxito de la política de Capraro se refleja en que, en la década del ’20, los italianos fueron, en número, la tercera comunidad de inmigrantes detrás de los chilenos y los españoles. Pero a pesar de ello, todas las marcas materiales que construyó Capraro se diluyeron, su busto, de hecho, está en un sitio poco frecuentado y con una escasa referencia histórica. Su memoria particular se desdibujó de la memoria colectiva instalándose la referencia de suiza-argentina como paisaje en detrimento de las actividades productivas antes mencionada. El sitio donde se instaló su aserradero hoy contiene al Centro Cívico, una de las obras paradigmáticas del destino-paisaje que se buscó emplazar desde 1934. Eduardo Bessera (2008) y Laura Méndez (2006) evidencian que, por diversas razones, vinculadas centralmente a procesos chilenos y al modo en que se consideraba la frontera, la década del ’20 introdujo un enorme desgaste en la estructura económica de la región. En este proceso encontramos algunas de las referencias de resignificación del paisaje y aprovechamiento del entorno, que en ese contexto de crisis se erigieron como alternativas. En 1922 se creó la Comisión Pro Parque Nacional del Sud, que buscaba comenzar a trabajar en la consolidación de un área natural protegida en el terreno que en 1934 albergaría al PNNH. Esta Comisión tuvo integrantes que participaron activamente en las publicaciones geográficas, instalando en esos espacios académicos los debates sobre el desarrollo de una región que, en la práctica, seguía descansando en la explotación maderera y ganadera (Núñez, 2008). Estos debates llaman la atención acerca de la promesa de la actividad turística como parte de las iniciativas propias del área protegida que se buscaba consolidar, sin plantearse en directo antagonismo con las actividades que ya se llevaban adelante, sino a partir de reglamentaciones y controles (Anasagasti et al, 1926), que deslizan la idea de una articulación de iniciativas. Este proceso, que se plantea gradual en sus formulaciones de la década del ’20, se presenta como un cambio intempestivo en 1934, con la llegada de la Dirección de Parques Nacionales y su particular comprensión del turismo (Núñez y Vejsbjerg, 2010), que sitúa esta empresa como antagónica de las precedentes, tomando como ideal las actividades deportivas llevadas adelante desde el CAB. Hay un sentido de nacionalidad que se busca proyectar desde la Dirección de Parques Nacionales, la frontera con Chile es retomada como límite con lo antagónico, y tras la adscripción de “Nacional” al “Parque” que se busca cuidar se evidencia que, antes que la flora y la fauna, lo que se constituye es una cierta idea de nación. Norberto Fortunato (2005) indagó específicamente en esta problemática al revisar las expectativas en las creaciones de los primeros Parques Nacionales. En su trabajo descubre que, en los Estados Unidos, el Parque Nacional de Yellowstone se crea para asegurar un espacio en donde cada ciudadano pueda revivir en sentido pionero de la construcción de país, es decir, se constituyen para la formación de ciudadanía a partir de preservar el entorno. Esta idea se replica en Argentina, donde los Parques Nacionales aparecen ligados a un sentido de argentinidad que asume que se vivencia al recorrerlos. Esta proyección política del paisaje tiene ecos en las reflexiones de Pierre Nora sobre Francia y sus construcciones de memoria; la mutua vinculación ~ 109 ~

Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino entre historia, memoria y nación, con circulaciones simbólicas complementarias aparece en este territorio sacralizado como naturaleza prístina, donde las únicas construcciones que se admiten son los refugios de montaña. Memorias alpinas, agencias italianas e imágenes suizas El andinismo-alpinismo emerge como guía de la nueva (y atemporal) apropiación del entorno. Por ello, en la construcción de los refugios se plasma un complejo entramado de memorias, con claras referencias a la cultura y cosmovisión italiana de los Alpes, y a partir de la negación de las actividades económicas ideadas y diseñadas por Capraro, que aún provenientes de una geografía similar se plantearon como opuestas al destino manifiesto que se reconoció a partir de su edificación como área natural protegida. La instalación de los refugios es una marca moral que fue recordando, a lo largo de los años, un cierto tipo de comportamiento con el entorno y una determinada vinculación nacional, y por ello pueden considerarse como sitios de materialización de la memoria. Los primeros refugios se construyen en 1932. El refugio Italia, fue construido en 1969; son muchos años de permanencia de una memoria que en sus inicios se plantea en disputa hacia las actividades que se van removiendo y en el ’69 reproduce la idea de destino que puede asumirse como cristalizado. De hecho, a lo largo de la red de refugios, y sus edificaciones sucesivas, se encuentran rastros de la edificación de esta memoria y la propia consolidación y resignificación de la épica, evidenciando los niveles polifacéticos del registro material. En las referencias a las primeras instalaciones en la montaña (CAB 1933; CAB 1939; CAB 1940; CAB 1950), se presenta el modo en que se va edificando, en parte la épica, y en parte un ejercicio de diferenciación respecto del sitio desde el cual se trasladaron las memorias. Y este es un punto interesante para pensar la construcción de memorias mixtas o binacionales, dado que los contextos en los cuales se instalan pueden llevar a una reivindicación de los orígenes -tal vez frente a “otro” local que del que resulta prioritario diferenciarse-, o a un alejamiento de los orígenes, ensalzando el carácter pionero de la nueva memoria. Las actividades andinas contuvieron esta segunda característica, los forjadores de destino, que en buena parte se nuclearon en el CAB (Núñez, 2008), preocupados por señalar las diferencias del nuevo escenario realzando la valentía de la actividad en la tierra americana. Esto no significa que se plantearan un corte tajante o una diferencia extrema, por el contrario, valga el ejemplo de 1951, cuando las Memorias del CAB reconocen como nueva entidad de Andinismo al Club Alpino Italiano- sección argentina (espacio del cual fue presidente Manfredo Segre). La referencia es particularmente clarificadora en esta línea de acercamiento de memoria y alejamiento de orígenes “A impulso de un grupo de alpinistas italianos residentes en la Argentina, e han dado los primeros pasos tendientes a construir esta filial del viejo y reputado C.A.I. La comisión provisoria, elegida al efecto, está presidida por el Sr. José Gámbaro y la sede social instalada en la C.I.T. calle Maipú 99, Capital Federal. Esperamos que la entidad que prontamente constituida, incorporándose así un nuevo núcleo de entusiasta andinistas” (CAB, 1951, 143). La distinción no busca negar el origen, sino que realza la particularidad y lo novedoso de la iniciativa. Y en este punto resulta útil articular la noción de memoria a la de experiencia, conceptos que se influyen entre sí pero que no pueden pensarse como reductibles el uno al ~ 110 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 otro. Dominick La Capra (2004) reflexionó en esta línea evidenciando los niveles de cotidianeidad, de experiencia vivida, desde los que se resignifican las memorias. En esta línea, Ana Ibarra (2007) postula que la gente está sujeta a experiencias que requieren de un esfuerzo especial para poder situarse históricamente y reflexionar sobre su propia “situacionalidad”, y en este punto experiencias y memorias se cruzan. La autora va a señalar que aquello que suele entenderse por experiencia es en realidad la memoria de la experiencia, experiencia atravesada por memorias previas desde las cuales cobra sentido. En el caso analizado, la síntesis o hibridación entre lo andino y lo alpino, buscó apoyarse en las similitudes para rescatar la diferencia. La experiencia local abría un horizonte de posibilidades que se valoraban a partir de diferenciarse del origen de las memorias iniciales. El alpinismo es una práctica con un origen reconocido y valorado, pero trasladada, y allí es donde las reflexiones de los montañistas de Bariloche muestran con particular énfasis el valor de este traslado; que no es una mera transposición, sino que tiene un nuevo y renacido origen en el novel escenario. Es particularmente notable que el debate sobre el valor del nuevo origen no se dé en su inicio puntual, sino veinte años más tarde, a fines de la década del ´40 y principios de la década del ’50. El primer artículo al respecto se escribe en 1947, cuando L. Alfonso plantea que a pesar de ser redundante a la actividad, y con el riesgo de tomar un nombre diferente para el montañismo en cada cordón que se recorra, andinismo y alpinismo son denominaciones igualmente válidas. Este debate es retomado en 1951 por Rodolfo Venzano y Andrés Lamuniere, quienes a pesar de reconocer las similitudes entre ambos paisajes y actividades, quieren hacer un reconocimiento particular por las dificultades específicas que se enfrentan en los andes patagónicos, que al propio desafío de trepar a una cumbre agrega elementos provenientes de “… la fiereza salvaje del bosque virgen y de fragosos torrentes” generando situaciones “…que no se conocen en los Alpes europeos ...” ( Venzano y Lamuniere, 1951, :6), como por ejemplo, alcanzar el pie del cerro en regiones donde no hay caminos “Llegar hasta la base del cerro puede insumir … hasta diez o quince días (según el estado del tiempo), debiéndose acampar, trasladar víveres y equipos a pie, abriéndose paso a machete en partes … ”. Reconocen diferencias dramáticas en la vegetación, el sotobosque arbustivo de las montañas patagónicas y la caña colihue se presentan como grandes obstáculos, generando retrasos y sumando cansancio “… el progreso es tan lento y fatigoso que puede resultar una velocidad de 200 metros lineales por hora… ”. La aventura forma parte intrínseca del sentido de recorrer las montañas argentinas, lo cual otorga un carácter heroico a quienes enfrentan estos desafíos, y en ese punto los andinistas de argentina se diferencian de los alpinistas europeos. “Recordemos que en los Alpes no ocurren los inconvenientes arriba anotados por la abundancia de senderos, la falta de colihues y porque el bosque de arbustos rastreros no existe (tal vez debido al pastoreo del ganado durante milenios). Tampoco es necesario cruzar a vado gruesos torrentes o ríos, porque en Europa hay puentes por doquier. Los refugios alpinos y hoteles de montaña son abundantes, lo mismo que las carreteras de altura. De tal manera que en la mayoría de los casos se hace innecesario llevar carpas, bolsas de dormir y provisiones de boca para varios días” (Venzano y Lamuniere, 1951, 7). El artículo de Venzano y Lamuniere sigue haciendo referencia a la falta de mapas, escasez de poblaciones, sendas y refugios y, sobre todo, a los avances, en términos de ~ 111 ~

Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino conocimiento permitidos gracias a la actividad y desde este lugar reivindican el sentido patriótico de las iniciativas. Sin focalizar en la distinción respecto a lo alpino, podemos encontrar en las Memorias del CAB publicadas anualmente desde 1931 a 1964, descripciones de travesía que repiten, desde las actividades a las que refieren en distintos lugares, el carácter heroico de quienes se presentan como descubridores de esta región, a través de una actividad que se trae y resignifica como clave para el descubrimiento (Muller, 1953). De hecho, en 1932, se elaboran desde el CAB los primeros mapas de lo que sería el PNNH. La construcción de los refugios, así como la redacción e impresión de las memorias, otorga al CAB un rol particularmente claro en la edificación material de memorias que se van asumiendo como colectivas.La construcción de memorias repite la práctica de apropiación simbólica de la Patagonia ya reconocida por Pedro Navarro, al trazarse en los dibujos de los mapas y los relatos de viajes de descubrimiento de corte naturalista, antes que cualquier otro tipo de reflexión. Así, la dimensión territorial de la memoria se concentró en las edificaciones, pero sus sedimentos pueden rastrearse en los dibujos y memorias del conocimiento de la zona. Un aspecto llamativo es que desde el CAB no se apela a los nacionalismos, por el contrario, se omite cualquier referencia planteando que la montaña se entiende uniendo por encima de esas particularidades, que en Europa sólo llevaron a enfrentamientos. Aún con un velo patriótico en las actividades de montaña, el carácter argentino del espacio, en su sentido antagónico a lo chileno, estuvo resguardado institucionalmente por la Dirección de Parques Nacionales. Las actividades del CAB en todo caso pueden pensarse, complementariamente, como baluarte moral de la nacionalidad que se estaba consolidando. Los años ’40 marcan un clivaje en la edificación de memorias, si observamos los refugios encontramos que se abandona la nominación con referencia a la geografía y se comienzan a plantear denominaciones de personas que representan las acciones que se toman como modelo, en este sentido se encuentra la edificación del refugio “Juan Javier Neumeyer”, inaugurado en 1945, en el valle del río Ñireco, recordando con ello a uno de los más importantes andinistas locales. En 1945 también se construye un refugio en Villa Catedral, como base para los esquiadores, pero el mismo se considera fuera de la épica propia de los espacios de montaña, como la Sede, que aún resultando funcional a los objetivos, no se encuentran en el corazón de la naturaleza agreste. En 1952 la inauguración del refugio “San Martín”, sobre la laguna Jacob introduce un sesgo nacionalista en las memorias, que apelan a esta denominación para gestionar frente a nación los fondos para la edificación. Cinco años después, en 1957, se inauguraba un refugio en el centro de las principales paredes de roca, que también rememoraba a una persona, Emilio Frey, quien fuera Director del Parque Nacional del Sud, Intendente del PNNH y, fundamentalmente, presidente del CAB durante veintitrés años. Varios años después, en 1969, recién aparece la edificación de un nuevo refugio, el refugio Italia o Manfredo Segre, motivo de la presente reflexión. La distancia temporal de esta consolidación de memorias también resulta interesante. En los años que van de la inauguración del refugio Frey a la del refugio Italia aparece una esfera gubernamental inédita, la Provincia de Río Negro, que emerge como espacio administrativo que otorga igualdad de derechos políticos. Sin embargo, este espacio no fue tomado como referencia a la identidad local, de hecho se planteó que la heterogeneidad geográfica de la provincia de Río Negro imprimió en la localidad de Bariloche un fuerte sentimiento de diferenciación que trabó la edificación de una identidad que trascendiera a la identidad de montaña descripta (Núñez, 2003). Estos años, de alta movilidad política en Argentina, representaron a nivel local el crecimiento del esquí como actividad profesional y el crecimiento del turismo y el reconocimiento de una falta de apoyo ~ 112 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 estructural a la actividad. Y en este punto vale la pena detenerse, dado que la particular apropiación del entorno, que consolida una estructura valorativa en torno a la apropiación del paisaje y reivindica al turismo, se opuso a la “italianidad” de Primo Capraro. Pero en ese oponerse a la iniciativa económica favoreció su desvalorización como región económica en el concierto nacional, donde se reconocieron otras actividades y se omitió reiteradamente la iniciativa turística, que había dado lugar a esta particular inserción territorial. En los medios de prensa de la época se encuentran denuncias relativa a que el turismo no es considerada actividad industrial y por ello no se piensan créditos acordes (Fanjul, 1964); en la más importante planificación de la ciudad en estos años, la elaborada por Jorge Hardoy en 1964, se plantea el destino incierto de Bariloche, claramente fuera de todas las planificaciones nacionales. Desde esta perspectiva puede incluso pensarse que la actividad deportiva idealizada respondió a los sentido en tensión sobre el entorno. En este contexto, la edificación del refugio Italia vuelve a traer al escenario nahuelhuapeño el recuerdo del esfuerzo válido por edificar un cierto tipo de aprovechamiento en el entorno. Dos años más tarde, en 1971, se inaugurarían los refugios “Otto Meiling” en el cerro Tronador y “Juan Javier Neumeyer” en el valle del Challhuaco, edificados con aportes del gobierno provincial, que repiten en su construcción el objetivo trascendente de la actividad que se supone como propia para la localidad. Resulta pertinente cruzar estas nuevas iniciativas con una localidad que está necesitando reedificar su destino, porque no encuentra un lugar claro en la provincia y añora el vínculo con nación (Núñez, 2003). En este período de referencias móviles, la alusión al vínculo con el entorno se torna atemporal, el fundamento moral de la red de refugios se renueva y la sorpresiva facilidad del acceso a fondos públicos para la consolidación de espacios antiguamente planificados retorna, al imaginario local, el ideal de la referencia alpina, por una parte, y vinculada a su adaptación con el esquema valorativo instituido por el PNNH, por otra. La “italianidad” de un paisaje alpino que se edifica en el refugio observadoreitera lainvención de una tradición (Hobsbawm y Ranger, 2002), esto es el conjunto de prácticas, regidas normalmente por reglas manifiestas o aceptadas tácitamente y de naturaleza ritual o simbólica, que buscan inculcar ciertos valores y normas de comportamiento por medio de la repetición, lo que implica de manera automática una continuidad con el pasado. Un pasado que se reconstruyó en función de los contextos y un esquema valorativo que, cristalizado en el tiempo, fue tornándose en fundamento de exclusión en términos xenófobos, racistas y clasistas. Este proceso se observa sobre todo a fines de la década del ’60, a partir del recrudecimiento de la valoración peyorativa hacia todo poblamiento “diferente”, que fue juzgado como ajeno a la posibilidad de reconocer y aprovechar el entorno en la forma asumida como “correcta”. La memoria colectiva, plasmada en los registros materiales de apropiación del entorno, se instituyó como parte de la experiencia delsectorque se instituyó en hegemónico y atravesó el modo en que el mismo se relacionó con su pasado, y lo utilizó para fortalecerse en contextos de cambios y redefiniciones, llevándolo de esta forma a su presente y su futuro. Tanto en los años ´50, cuando el peronismo imprimó un alto grado de movilidad social, permitiendo disputar los diferentes valores de ciudadanía, como en los ´60 y ’70, cuando la localidad sufría la falta de un esquema de vínculos claros hacia el resto de las escalas administrativas –provincia y nación – la memoria del pasado ideal se reeditó en construcciones. Resulta adecuado, tras esta descripción, tomar el valor que Ana Ibarra reconoce en la memoria colectiva, a partir de la capacidad que otorga de hablar a través de ciertas voces y además de reclamar como algo propio (una historia propia) que va más allá de los datos y las fechas y su análisis. En estos ~ 113 ~

Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino años, la voz que tomaba como propia la épica de la memoria alpina trasladada cobró particular fuerza. La particular comprensión de la historia, legitimada en estos espacios de memoria, otorgó a este sector la capacidad de manejo del relato que se elaboraba, transformando en la década del ’70 un ejercicio de exclusión en natural e invistiendo a la actividad de montaña, ya desde los ’50, con un carácter elitista. En las propias definiciones que se dan de la actividad en estos años se filtran sesgos diferenciadores que, al mismo tiempo, son internalizados como naturales. Porque la actividad que se plantea como ideal se presenta esencializada y trascendente “… lo que nosotros entendemos por montañismo, no es un deporte en el sentido usual de la palabra. Los deportes tienen dos aspectos que el montañismo no tiene: la competición y el espectáculo, y que hacen que los deportes sean una manifestación más de nuestra manera de vivir cotidiana… el montañismo es otra cosa; más que un deporte lo podríamos llamar un estado de ánimo; es la expresión de una necesidad íntima e individual; un fenómeno eminentemente espiritual, derivado del deseo de evadir de la rutina, de los aspectos de la civilización y de las trabas de la organización humana… (Muller, 1953, 45)” Aquello que se hace en la montaña queda, desde esta descripción, fuera de las tensiones producidas en los espacios vividos, las ciudades. El reconocimiento social hacia quienes realizan estas actividades permite valoraciones, que ocultan diferenciaciones, y repiten ideales asumidos como inmutables, y a través de los cuales la memoria que se plasmó, fue llegando hasta las bases mismas del sentido común local. Conclusiones La edificación del refugio Italia aparece como la materialización de una particular confluencia de memorias italianas y argentinas. Centralmente, su constitución reproduce la idea de apropiación de un entorno que, por ser natural, pierde su carácter nacional, al mismo tiempo que es símbolo de argentinidad, pero no por lo que “es”, sino por lo que recuerda que “debe ser”. Y ese deber ser, en la edificación de los refugios y el sentido que se les da, permanentemente refiere a un destino, que aúncuando se lo está edificando, se asume como previo. Y es en este punto donde el traslado de memorias trasatlánticas se torna fundamental. Porque en su origen alejado, a través de la homologación paisajística, funda los antecedentes que se necesitan, repite voces ya asumidas como válidas y se cubre de un reconocimiento remoto que, por esta misma distancia, no se encuentra en disputa. Es por ello que la edificación de memorias, y la edificación de sitios de recuerdos, contienen necesariamente una dimensión paradójica. En el caso que se toma en el presente artículo, los documentos oficiales, los planes, las leyes, las propuestas institucionales repiten la idea de un paisaje suizo y un poblamiento centro-europeo. Sin embargo, al indagar en las memorias de quienes recorrieron estas montañas, publicadas en los anuarios del CAB, y que se constituyen en modelo, se encuentra que a pesar de ciertas similitudes, ni la identificación con el paisaje alpino ni el poblamiento se reconocen, desde estos escritos, en la forma supuesta en la documentación oficial. Es decir, aquello que se toma como modelo no contiene los elementos sociales desde los que se justifica que sea modelo. El punto que sí emerge y se consolida en prácticas es el ejercicio ciertos olvidos y, al mismo tiempo, la permanente plasmación de aquello ~ 114 ~

Estudios Trasandinos, 18:1 que se pretende como recuerdo; y es allí donde la pregunta por la italianidad cobra sentido. El asentamiento italiano está en la base de la apropiación de todo el entorno, como en el resto del país, aunque con sus particularidades y conteniendo, dentro de la misma tradición italiana, claves para los recuerdos y olvidos que se edificaron. Mirar, por ejemplo, el emblemático Centro Cívico de Bariloche, erigido sobre lo que fue el enorme aserradero de Capraro, cuyos rastros se han borrado de la localidad nos obliga a interpelar a los lugares de memoria tanto como anclajes de recuerdos como de olvidos, de aceptaciones y negaciones que se imbrican en las formas de aceptación social que han estructurado el dinamismo de crecimiento de esta localidad, y la edificación de una memoria colectiva plástica y en disputa. Como parte del cierre vale una reflexión en torno a que la memoria nos lleva, necesariamente, al sitio del olvido. La edificación de Bariloche pone en evidencia que, junto a la memoria que se busca construir se despliega un olvido que resulta funcional. En primer término el de los pueblos originarios, cuyas tradiciones y particularidades fueron borradas de la memoria oficial, que presenta el aprovechamiento del espacio a partir, justamente, de lograr la erradicación de esta población. Después de la década del ’20 un nuevo silencio se proyecta sobre la región, el del comercio transcordillerano y la apropiación agrícola ganadera del espacio. Todo este registro es desmontado, a partir de construir nuevas edificaciones encima de esos espacios, situando nuevos anclajes de memoria, fundamento de un destino que se asume atemporal. De hecho, en los paradigmáticos años ’30 la Dirección de Parques Nacionales controlaba, incluso, el desarrollo urbano y la estética arquitectónica con un equipo técnico que revisaba todos los proyectos que se construían, a los cuales les imponía su particular estilística. Imposición que se extendió, también, a las técnicas constructivas y materiales (piedra y tronco), promoviendo la destrucción y reemplazo de la tradicional arquitectura de entramado de madera revestida con tablas aserradas (Lolich, 2007). Y es en el nuevo ejercicio de edificaciones donde se vuelve a traer el registro desde Italia del norte, pero con un paisaje ya asumido como ajeno a la producción y donde cobra sentido la memoria de un paisaje no-humano como recordatorio del tipo de actividad que se considera apropiada. Otra de las conclusiones lleva a reiterar el carácter fragmentado de la memoria que se plasma en un sitio de recuerdos, y la lectura, más fragmentada aún y vinculada a los sentidos edificados desde el contexto, en torno a lo que se busca recordar. Los lugares de memoria contienen el registro de sedimentos de recuerdos y olvidos, que se hilvanan desde organizaciones societales específicas, que proyectan sobre los mismos esquemas de valores concretos. El reconocimiento de estas características, al menos para el caso que nos ocupa, nos obliga a situar las memorias, porque tanto Argentina como Italia son espacios de registros singulares, que a su vez se instalan y son apropiados en dinamismos cambiantes. La singularidad de la memoria italiana construida en este espacio en términos de paisaje alpino aún se repite, vale el ejemplo del Hotel Edelwiess, uno de los más importantes y lujosos de Bariloche, bautizado así por sus dueños, la familia Falaschi, importantes activistas de la colectividad italiana local, que en esta denominación reiteran el vínculo que asumen como válido entre sus orígenes italianos y el sitio elegido para resignificarlos. El relato épico indagado refiere a la aventura de un empresario olvidado y al heroísmo de deportistas permanentemente recordados, no en sus individualidades pero sí en su accionar. A la vinculación paisajística entre lo alpino y lo andino, sin que una se desdibuje en la otra ya la red de refugios, como principal circuito edificado de los andes latinoamericanos, que se levanta como reflejo de la apropiación idealizada y cobertura de muchas de las paradojas que atraviesan permanentemente estas latitudes. ~ 115 ~

Núñez – Memorias fragmentadas entre lo alpino y lo andino Como decíamos al principio, esta construcción de memorias y olvidos abre indagaciones sobre el modo en que se reconoce o se omite el poblamiento. La propia dinámica de la construcción material de lo urbano, o incluso de las marcas en el entorno, como es la serie de refugios mencionados, genera espacios de preguntas nuevas sobre el modo y la decisión de recordar u omitir determinada línea poblacional. Los mitos de origen de Bariloche se reconfiguraron en varios períodos, estableciendo la metáfora de la suiza-argentina en clave de paisaje a fines de la década del ’60, cuando en el marco de un gobierno dictatorial se decide el olvido del proceso constitutivo local, cambiando incluso la fecha de aniversario de la ciudad (Núñez y Barelli, 2013), y editando textos que buscaron actualizar el un sentido de nacionalismo excluyente, que cristalizó la dinámicas de olvidos (Bustillo 1971, Biedma, 1967 ). Se establece, desde este período, el mito de origen que cubre la historia local con el objetivo de borrar todo pasado que no se alinee con el destino manifiesto postulado en la década del ’30. Así se olvidaron los chilenos, volviéndose a situar en la imagen del intruso peligroso, pero también los italianos y la posibilidad misma de pensar una ciudad más integral para la diversidad de población que se encontró en la misma.

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Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256

TRANSVERSALIDAD CONTINENTAL. OSORNO, ESPACIO URBANO EN TENSIÓN. Continental transversality. Osorno, a stressed urban space Hugo Weibel Fernández 1 - Andrés Angulo Cárdenas 2 [email protected] [email protected] Universidad de Los Lagos. Osorno, Chile.

Osorno, Tensión y transversalidad La ciudad de Osorno, situada en la Región de Los Lagos, Chile, es una localidad que a comienzos de siglo XXI cuenta con aproximadamente 140.000 habitantes 3 . Su origen se 4 remonta al año 1558, a la fecha la ciudad más austral de sud América, momento en que fue fundada por García Hurtado de Mendoza. Desde sus inicios y hasta nuestros días, la organización espacial de la ciudad se ha desarrollado tensionada por una forma de habitación que reconoce la transversalidad - una de las formas posibles de habitación del continente sud americano - misma que se ha desenvuelto en consonancia con las ancestrales formas de ocupación del territorio desarrolladas por los habitantes precolombinos locales. No obstante, dicha organización espacial en tensión transversal ha surgido no solo asociada a los usos que esta ha albergado y a las relaciones que se han establecido en el devenir temporal, sino también ha sido propiciada y ha quedado históricamente mediada por la superposición de las condiciones de lugar y del modo de emplazamiento y configuración urbana de la ciudad. En esta ponencia se procura exponer tanto los factores que históricamente han concurrido en el desarrollo de la espacialidad tensionada en sentido transversal de la ciudad, como aquellos que se han presentado en etapas más recientes de su crecimiento, y que han supuesto un reconocimiento y sintonía histórica de la ciudad para con su potencial vocación de nodo bi – oceánico a escala continental. Espacialidad tensionada, o la concurrencia de los factores territoriales. A.- En primer lugar, la geomorfología del lugar: El lugar escogido para la fundación de la ciudad, conocido por los indígenas como “Chauracahuin”, además de contar con las condicionantes requeridas por el Cedulario Indiano para la elección del sitio donde se ha de 1

Doctor, Departamento de Arquitectura, Universidad de Los Lagos Magister ©, Departamento de Arquitectura, Universidad de Los Lagos. 3 De acuerdo al censo del año 2002, la comuna de Osorno contaba con 145.475 habitantes (90.9 % urbano). 4 Juan Anselmo Escobar, Los 420 años de la fundación de Osorno, Osorno, Ilustre Municipalidad de Osorno, 1978, 14. 2

Hugo Weibel & Andrés Angulo – Transversalidad Continental fundar la población, 5 era una zona despejada de bosques, un llano, cuyos límites naturales eran los ríos Rahue hacia el poniente, Damas al Norte y los esteros El Molino, al poniente y Molulco, al Sur. Su singularidad geomorfológica más importante la constituye el desnivel de alturas que ocurre entre los terrenos del lado sur y norte del rio Damas, el que transcurre sobre todo el borde norte del asentamiento, estableciendo un primer nivel de tensión transversal al condicionar los desplazamientos - e incluso, posteriormente, el crecimiento norte sur -, más allá de los límites del asentamiento fundacional. Esta condición limitante se ha mantenido, siendo este, aún hoy, un borde de la ciudad que media entre crecimiento normativo en urbanidad y la ruralidad. Esta particular geomorfología, como veremos, también incidió en el desarrollo de la forma de urbanización y en los usos de la ciudad. B.- El trazado fundacional de la ciudad: tal como aconteció para la elección del sitio, la forma de trazado adoptada para la ciudad fue la que propone el Cedulario indiano, vale decir, en forma de damero ortogonal, el que tiene la potencialidad de expandirse equitativamente sobre el llano a partir de su centro - espacio destinado a la Plaza de Armas – en dirección hacia los cuatro puntos cardinales. Dado este particular emplazamiento, hacia el norte y hacia el poniente las posibilidades de expansión del poblado de Osorno quedaron limitadas por los ríos Damas y Rahue respectivamente. Asimismo, hacia el sur poniente el límite fue el estero Molulco. Desde el punto de vista de la geomorfología, tan solo hacia el oriente la potencialidad de expansión del damero contó con un terreno propicio. La forma general del plano de emplazamiento de la ciudad de fines de siglo XVIII así lo muestra. De tal forma, la confluencia y superposición de la geomorfología y el trazado en damero, una forma en si abierta, sin puertas como si ocurría en el tipo de la ciudad amurallada medieval - y que propicia el crecimiento sin límites, en este caso hacia el oriente, se constituyó en un importante posibilitador inicial de la tensión hacia la transversalidad. C.- Relación entre damero, Plaza de Armas y emplazamiento de edificios importantes: 6 Tras la re fundación el poblado de Osorno contaba con algunos edificios importantes para el desarrollo de sus actividades, los que se situaban tanto en el centro, formando parte de las edificaciones en torno a la Plaza de Armas, como también en puntos periféricos. Es así que mientras que la iglesia parroquial se emplaza en terrenos situados sobre la vereda oriente de la plaza - en la esquina nor-oriente-, otros importantes edificios se situaron periféricamente respecto del damero: En primer lugar, el fuerte Reina Luisa, que se emplaza en el margen poniente del poblado, sobre el borde oriente del rio Rahue. Posteriormente, la construcción de tres edificaciones (iglesias y convento) de religiosos, situados, por contrario, en el margen oriente del poblado. Así, hacia 1796, el plano de la ciudad muestra que los importantes poderes militar y eclesiástico situaban sus edificios en terrenos periféricos respecto del centro, en tensión oriente poniente, mediada por el vacio fundacional de la Plaza de Armas, determinando así una inicial distinción de la función transversal oriente - poniente del espacio público. Esta situación potencia tempranamente a dos importantes ejes transversales paralelos, ambos 5

Tales condiciones eran: la fertilidad, presencia de tierras de pastoreo y pastos, leña, madera, agua dulce, gente natural, accesos a cubierto de viento norte y ausencia de pantanos entre otras. En: Cedulario Indiano, Recopilado por Diego de Encinas, Reproducción de facsímil de edición única de 1956. Libro cuarto, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1945, 27. 6 La ciudad de Osorno es longeva. Fue fundada en el año 1558. Tras un primer período, el poblado hubo de ser abandonado en 1604, como consecuencia del ataque indígena iniciado en 1599. Con posterioridad, tras un largo periodo de abandono, la ciudad fue re-fundada y re construida, en el mismo lugar original, en el año 1792.

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Estudios Trasandinos, 18:1 asociados a la Plaza de Armas, coincidentes con las calles nominadas actualmente como Ramírez y Mackenna (antiguamente Letelier y Mackenna respectivamente), los que se posteriormente se han consolidado como ejes fundamentales en diversas etapas del desarrollo de la ciudad.

Imagen n.° 1: Plano de Osorno levantado por José Ignacio de Andía y Varela, a fines de siglo XVIII. Se observa río Damas y codo del río Rahue o de las Canoas. Al poniente el fuerte y en la Plaza de Armas y, sobre el mismo eje al oriente, las edificaciones religiosas. Fuente: Juan Escobar, “Osorno testimonios de su pasado”, 73.

D.- Plaza de Armas, espacio tiempo de construcción del desarrollo transversal: el principal espacio público de Osorno, en tanto hito espacial fundacional y re fundacional del espacio urbano de la ciudad, admite en la configuración de sus bordes construidos, de una manera diversa pero también desde sus orígenes, la tensión hacia la transversalidad. Lo anterior se verifica en la disposición enfrentada oriente poniente que asumen los más importantes edificios públicos emplazados en torno a la plaza, a partir de la refundación. De tal forma lo señala Víctor Sánchez ““Otro de los edificios públicos construidos en 1800 fue la Casa 7 del Ayuntamiento, situada en la Plaza Mayor y frente a la iglesia”. Esta situación enfrentada oriente poniente entre edificaciones del poder laico y eclesial, replica la tensión transversal ya 7

Víctor Sánchez, El pasado de Osorno, la gran ciudad del porvenir, Osorno, Ilustre Municipalidad de Osorno, 1948, 101.

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Hugo Weibel & Andrés Angulo – Transversalidad Continental observada desde la fundación de la ciudad entre los edificios eclesiásticos y el fuerte militar, haciendo eco de la tensión a escala urbana, esta vez a una escala arquitectónica, en la manzana original, tensionando así transversalmente la función del espacio plaza. Esta configuración, que se ha mantenido en el tiempo, se consolida hacia la tercera década del siglo XX, momento en que, en medio de francos procesos de modernización, esta transversalidad es reconocida como elemento fundamental para el rediseño moderno del espacio público de la plaza, el que es concebido y re diseñado a base de un eje transversal principal que relaciona la nueva y moderna catedral, de fines de los años 20, con el también nuevo y moderno – construido en el año 1930 - edificio de la intendencia, actual gobernación. E.- Los ríos Rahue y Damas, soporte de la exploración, comunicación, socialización y los procesos productivos: Desde la ocupación prehispánica, las riberas de los ríos de la región entre otras las del rio Rahue, en tanto espacio despejado que permitía el control visual del territorio-, fueron utilizadas para el tránsito de sus habitantes quienes “desarrollaron mapas mentales que les permitieron asociar las características geográficas del territorio con diversos 8 tipos de productividad natural de la tierra conveniente a sus necesidades”. Luego, a partir de la ocupación hispánica, las primeras expediciones españolas de reconocimiento de territorio también hacen uso de la vía fluvial. Es así como Pedro de Valdivia remonta el río Rahue (De las 9 Canoas) en su labor de exploración. Tras este período hispano, a partir fundamentalmente del asentamiento en la zona de un grupo de colonos alemanes, se verifica un nuevo e importante uso para el espacio fluvial, de la mano del surgimiento de la industria local en Osorno. El río, en este caso el Río Damas, límite natural del poblado hacia el norte, se convierte en un espacio propicio para albergar un polo de función industrial, el que se asentó, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, a lo largo del margen sur del río, aprovechando el cauce del mismo tanto para extraer el agua necesaria para sus procesos productivos, cuanto de cauce navegable, 10 vía de comunicación expedita hacia el río bueno, océano pacífico y los mercados externos. De tal forma, se verifica una nueva forma de tensión transversal, esta vez funcional - productiva, aprovechando el cauce del río, que de esta manera vuelve a trascender su status de límite. La importancia de esta situación radica en que la ciudad encuentra en la tensión oriente poniente de su geomorfología la vía adecuada para el desarrollo de su nueva realidad industrial y manufacturera. F.- Expansión urbana transversal. Eje Mackenna, parque y desarrollo residencial en siglos XIX y XX: Los procesos económico-productivos que se verifican a partir del último tercio siglo XIX, conllevan el crecimiento poblacional vía migración campo ciudad. La ciudad requiere, hacia principios de siglo XX, la creación de nuevos barrios (como las poblaciones Mackenna, hoy Angulo, y O’higgins, hoy Matthei, hacia el oriente y la consolidación de Rahue hacia el poniente), los que en su desarrollo se constituyen en una nueva expresión del crecimiento urbano en tensión transversal. Como parte de este crecimiento, en terrenos al oriente de la ciudad, prolongando y consolidando uno de los dos ejes importantes de la ciudad - la calle Mackenna -, se construye una extensión de dicha arteria que incorpora un amplio parque longitudinal central. Este nuevo paseo arbolado dota de un inédito espacio público (un parque lineal) a la expansión oriente de la ciudad, complementando la función urbana de la Plaza de 8

Lorenzo Berg y Gian Piero Cherubini, Ocupación, arquitectura y paisaje, Región de Los Lagos. 15.000 años de historia, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2009, 31. 9 Op. Cit. 68. 10 Hacia fines de siglo XIX navegaban diariamente vapores por el rio Damas. Posteriormente, sufre procesos de embancamiento que inviabilizan la navegación de dichas embarcaciones.

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Estudios Trasandinos, 18:1 Armas. Paulatinamente alberga en sus límites algunas de las más destacadas viviendas unifamiliares de la época. Por su parte, la ciudad también crece hacia el poniente, al consolidarse el sector habitacional de Rahue, al poniente del río del mismo nombre. El sector - que inicialmente depende de la comuna de riachuelo y se constituye en comuna a inicios de los años 20, para anexarse posteriormente, en 1927, a la ciudad de Osorno – expande hacia el poniente el crecimiento del eje transversal. G.- Siglo XX y el desarrollo comercial lineal. Eje Lynch - Ramírez – República: Si el eje Mackenna había surgido como eminentemente residencial, la variante Lynch – Ramírez, vía paralela hacia el norte, concentrará una actividad más comercial. Dicha concentración se prolongara también por el poniente, más allá del río Rahue, en la calle República. En ambos extremos, este concurrido eje concluye fusionándose con el eje Mackenna, conformando una sola vía transversal que se proyecta hacia ambos límites urbanos de la ciudad. 11 Al día de hoy, ambas variantes mantienen su importancia urbana y vitalidad, depositaria de su sentido de locación, su sintonía con los requerimientos de desarrollo local a diversas escalas, sumado a la diversidad de usos que a ellos se han asociado en su devenir histórico. De tal forma, el crecimiento de la ciudad de Osorno, siguiendo la geomorfología del lugar fundacional y también sintonizando con su histórica condición de nodo, situada en un corredor a escala bi oceánica, se ha realizado tensionando la forma urbana hacia la transversalidad. Desde sus orígenes y hasta la primera mitad del siglo XX, el desarrollo y función de todas las situaciones urbanas paralelas recién expuestas, han obrado en sintonía a favor de dicha tensión.

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Hacia el oriente, a través de la avenida Julio Buschmann (actualmente de carácter mixta, comercial habitacional), origen de la ruta internacional Avenida Alcalde Fuschlocher, o ruta 215, conexión internacional hacia la provincia de Río Negro, Argentina, vía paso Cardeanal Samoré. Hacia el poniente, el eje se proyecta hacia la Avenida Bellavista y mediante la ruta U – 40, hasta las localidades de Bahía Mansa y Maicolpue, sobre la costa del océano Pacífico.

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Imagen n.° 2: Ciudad de Osorno a mediados de siglo XX. Se aprecia la extensión transversal hacia el oriente (ejes Mackenna, con bandejón central marcado en color negro, y Lynch, paralela hacia el norte) y hacia el poniente, constituido por la expansión del sector de Rahue, al poniente del río del mismo nombre. / Fuente: 12 Plano comercial de la ciudad de Osorno.

Tensión transversal, Sinergias y lógicas de estado. No obstante, a partir de los años 70 del pasado siglo, esta configuración del espacio urbano de Osorno ha tomado un rumbo diverso, que ha superado, más no desdibujado, el desarrollo histórico tensionado hacia la transversal. Este nuevo rumbo se ha verificado mediado por los nuevos caracteres e influjos que han debido asumir los procesos de desarrollo urbano locales, entre los que se destaca la aparición de factores incidentes no locales, como las nuevas políticas públicas de vivienda del estado y también las lógicas liberales de mercado del suelo, aspectos que determinan que el crecimiento de la ciudad paulatinamente haya comenzado a adoptar una organización espacial en forma de “mancha de aceite”, encauzada, eso sí, por los accidentes geográficos urbanos. Estos nuevos factores no locales y su respectivo nobel correlato espacial, sin duda, vienen a complejizar el patrón de desarrollo del espacio urbano de Osorno, el que, sin embargo, formalmente sigue ligado a su sustrato territorial, esta vez asumiéndolo de una manera diferente, ya no tensionado hacia la transversal histórica, sino que, esta vez, surgiendo a partir de los “sectores geomorfológicos” que resultan producto de la presencia de los ríos, esteros y quebradas urbanos. De tal forma, el crecimiento de esta nueva etapa histórica, sin desdibujar la sintonía histórica de la ciudad para con su locación de nodo de un corredor bi oceánico, viene a enraizarla de un nuevo modo con su propia territorialidad cercana. 12

El plano se publica en el año 1958, con el auspicio de entidades de origen local como el Banco Osorno y la Unión, las Termas de Puyehue y el Club Andino de Osorno.

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Estudios Trasandinos, 18:1 A partir de los años 70 y con mayor fuerza a partir de la década de los 80, tanto las acciones surgidas producto de las políticas públicas de vivienda del estado, con la política de re localización socio espacial de la pobreza, básicamente acciones de erradicación de campamentos desde zonas centrales hacia otras más periféricas de la ciudad, en particular mediante el programa de mejoramiento de barrios P.M.B., 13 como aquellas surgidas producto de la lógicas liberales de mercado del suelo, que también hacen surgir nuevos polos de vivienda, generalmente de bajos estándares, aunque también algunos sectores de vivienda de mejor calidad, han determinado esta nueva forma de expansión de la ciudad, consolidándose así los nuevos sectores de Pilauco (hacia el norte de la ciudad) Franke (hacia el nor poniente), Rahue alto (hacia el poniente), Ovejería (hacia el sur poniente) y Las Quemas (hacia el poniente) todos sectores cuyos límites, apoyados en accidentes naturales como los ríos Rahue, Damas y el estero y quebrada Molulco, trascienden estos accidentes geográficos expandiéndose en diversas direcciones hacia el territorio. Esta nueva etapa de crecimiento ligada al orden territorial, al ocurrir en una zona de expansión urbana, lejos de desmantelarla o desdibujarla, se suma a la tensión transversal original, rodeándola y funcionando sinérgicamente.

Imagen n.° 3: Osorno hacia el año 2008. El crecimiento de la ciudad se extiende sobre el territorio asociado a los diversos sectores urbanos.

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Programa organizado a nivel central por la Subsecretaría de Desarrollo Regional SUBDERE, uno de cuyos ejemplos es la población La Trinchera, ubicada en el loteo Murrinumo, en Rahue alto, al sur poniente de Osorno.

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Hugo Weibel & Andrés Angulo – Transversalidad Continental Los factores antes mencionados, todos ellos intrínsecos o debidos a condiciones endógenas, finalmente propician la mantención de la tensión transversal como un gesto propio ante la longitudinal país. Se consideran a continuación los factores extrínsecos incidentes, que también propician esta tensión hacia la transversalidad, divididos en dos categorías, físicos y políticos. 1.- Factores físicos. La forma urbana: Osorno ha asimilando dos grandes impactos que la conectividad longitudinal país, en su desarrollo, infringió a su trama. El primero, y a escala país, fue la llegada del ferrocarril a partir de 1900, que potenció los barrios de Ovejería y de Franke, los que se desarrollaron en torno al orden que el trazado de la línea férrea impuso a la trama. El segundo, a escala continental partir de 1960, fue el trazado de la carretera Panamericana, que se impuso finalmente al ferrocarril como el modo de conectividad longitudinal a escala país. Fue finalmente la prevalencia del automóvil como el modo de conexión desde lo comunal, lo provincial, lo regional y, por último, lo continental, la que vuelve a reconocer la 14 transversalidad al otorgarle a la ruta internacional 215 y al paso Samore, el carácter de segunda puerta de llegada y salida del país desde y por Osorno, consolidando la realidad de ciudad esquina, situada en la encrucijada de las tensiones longitudinal y transversal. En términos de la figura país, Chile tiene una forma que es más la resultante de una condición Geográfica que la de una condición política. Forma contenida entre cordillera y mar, forma ordenada por la medida de la longitud, todo aquí se mide por largos, ese es nuestro signo ese es nuestro ritmo. Las palabras de Arica a Punta Arenas son en si la segunda definición del país y de como este se ve a sí mismo. Es así como la figura y medida de país es un largo. Solo en dos lugares del largo del país la transversalidad alcanza escala continental, a saber en Santiago con el forzado paso Libertadores a Mendoza y Buenos Aires y en Osorno, con el paso Samore a Bariloche, Bahía Blanca. Estas son dos importantes puertas terrestres de salida, entrada y conexión de Chile con el resto del cono sur americano. Estas dos ciudades le dan al país una relación bi-oceánica. Haciendo una analogía con la estructura de la ciudad, Osorno no es una casa de media manzana es una casa de esquina, que ya, en su situación esquina, sabemos es el lugar privilegiado para el comercio, conectividad y distribución. Osorno es la ciudad esquina del sur de Chile, porque es en Osorno que la medida del largo país se encuentra con la medida del ancho continental. Esto nos sitúa en otra escala de relación país continente que el resto de las ciudades de Chile excepto como ya mencione las del eje Los Andes-Santiago-Valparaíso. El futuro de Osorno como ciudad depende de la vigencia de esta conectividad. 2.- Factores políticos La globalización es entendida como fruto de dos fenómenos: el primero, la caída del muro de Berlín en 1989 que estableció a los Estados Unidos de Norteamérica como potencia 14

Ruta internacional que conecta la Región de Los Lagos con uno de los más importantes pasos viales de conexión hacia argentina, el paso Cardenal Samore, hacia la provincia de río Negro y el puerto de Bahía Blanca.

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Estudios Trasandinos, 18:1 hegemónica a nivel mundial, y la subsecuente homogeneización de los sistemas políticos bajo la ideología del capitalismo, y el segundo, el impacto de las tecnologías digitales de información. 15 Ambos eventos, permitirán el “surgimiento de una estructura social en red (la sociedad red), en todos los ámbitos de la actividad humana y como esta actividad propiciaría la interdependencia global. Caracterizada por una compresión del espacio y la simultaneidad temporal relacionada con el desarrollo de los transportes y las tecnologías de las comunicaciones, que obligan a los actores a compartir el mismo ámbito espacial en una misma secuencia temporal”. 16 Esta sociedad red le abre a Osorno la posibilidad de asumir la condición de nodo en la red, ello en razón de la ventaja comparativa que su conectividad y ubicación le otorgan. Estableciendo para la ciudad y su territorio un claro objetivo de desarrollo congruente con su origen y forma, objetivo que debe orientar políticas desde el ámbito del desarrollo urbano hasta el del desarrollo económico. Conclusiones. Osorno construye su lugar histórico en sintonía con su territorio. Esta forma de desarrollo del espacio urbano ligada al factor territorial supone un factor de sintonía histórica de la ciudad para su condición de nodo, situada en un corredor a escala bi oceánica, y admite proyectar su futuro en escala transnacional. Asumiendo también la tensión longitudinal país, que se ha expresado con más fuerza a partir de la aparición de obras locales en relación a los procesos modernizadores nacionales, la ciudad ha permanecido fiel a un modo de ordenarse y relacionarse con el territorio, tensionado hacia la transversalidad, existiendo una voluntad de forma, función y conectividad asociada a factores locales territoriales que reconocen dicha tensión transversal. La trama en damero es el original fundamento posibilitador de un desarrollo urbano que distingue la función transversal oriente - poniente del espacio público en transversal. Así, espacios y ejes fundamentales del uso de la ciudad han persistido, rigiendo el desarrollo urbano local, admitiendo su sintonía con su condición de nodo. Se piensa que estas exploraciones preliminares, que conducen a conocer y valorar los hechos que históricamente han fundamentado el reconocimiento de la transversalidad en la ciudad, son un inicial aporte al reconocimiento identitario local y, también un paso que contribuya a fundar políticas locales de desarrollo urbano sustentables, en sintonía con una ubicación privilegiada en términos de territorialidad y conectividad bioceánica. Pensamos que, en el desarrollo de Osorno, su situación como nodo, situado en la intersección de los ejes longitudinal y transversal, pero históricamente tensionado hacia la transversal, es clave para su destino. De tal forma, surge la necesidad de reconocer y valorar el don de la locación como base histórica que ha de soportar la actual formulación de políticas de desarrollo urbano locales coherentes.

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Aleksandro Palomo Garrido, Apuntes teóricos para el estudio de la globalización desde la perspectiva de las relaciones internacionales. Revista Confines, Tecnológico de Monterrey, n° 8 / Agosto – Diciembre, 2012, 69. 16 Manuel Castells, La era de la Información, La sociedad red. Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. 1999, 2001.

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Hugo Weibel & Andrés Angulo – Transversalidad Continental Bibliografía ________ Cedulario Indiano, Recopilado por Diego de Encinas, Reproducción de facsímil de edición única de 1956. Libro cuarto, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1945. BERG, Lorenzo; CHERUBINI, Gian Piero (2009). Ocupación, arquitectura y paisaje, Región de Los Lagos. 15.000 años de historia. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. CASTELLS, Manuel (1999). La era de la Información, La sociedad red. Siglo veintiuno editores. ESCOBAR, Juan Anselmo (1978). Los 420 años de la fundación de Osorno, Osorno: Ilustre Municipalidad de Osorno. PALOMO GARRIDO, Aleksandro (2012). Apuntes teóricos para el estudio de la globalización desde la perspectiva de las relaciones internacionales. Revista Confines, Tecnológico de Monterrey, n.° 8, Agosto – Diciembre. SÁNCHEZ, Víctor (1948). El pasado de Osorno, la gran ciudad del porvenir. Osorno: Ilustre Municipalidad de Osorno.

   

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Más allá de nuestras fronteras/ Beyond our borders

Estudios Trasandinos, 18:1, ISSN 0717-5256 EL GOBERNADOR DEPUESTO LA IMAGEN DE MIGUEL TACÓN Y ROSIQUE EN LA GUERRA CONTRA LOS CONFEDERADOS DEL VALLE DEL CAUCA EN COLOMBIA The deposed governor The image of Miguel Tacon and Rosique during the war against the confederates of the Cauca valley in Colombia. Sebastián Martínez Botero 1 [email protected] Universidad de Caldas Manizales, Colombia

Resumen Este artículo presenta la imagen del funcionario real Miguel Tacón y Rosique durante su periodo como gobernador de Popayán (1806 - 1811) en el Nuevo Reino de Granada y la guerra que sostiene contra un grupo de criollos que conformaron la Confederación de Ciudades Amigas del Valle del Cauca para oponerse a su autoridad. Se muestra como el grupo criollo creó una imagen propia del gobernador para legitimar su desobediencia y poder declarar la guerra que tenía como objetivo principal hacerse al poder que hasta entonces había estado exclusivamente en manos del peninsular. Palabras clave: Gobernador, Tacón y Rosique, Confederación, Ciudad, Cabildo, Criollos, Guerra, Independencia, Legitimidad, Soberanía.

Abstract This paper shows the image of the royal official during his administration in Popayán (1806 - 1811) in the New Kindow of Granada, and his war against a group of “criollos” who formed the Friendly Confederation of cities in the Cauca’s Valley. It also shows how the “criollo” group has created an governor’s image to legimate his contempt of court, which will enable it to take the power that was previously held exclusively in spanish hands. Key words: Governor, Tacon y Rosique, Confederation, City, City Hall, Creole, War, Independence, Legitimacy, Sovereignty.

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Candidato a doctor en Historia por la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España. Se desempeña como profesor del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de Caldas y del Máster de Historia de la Universidad Tecnológica de Pereira.

Martínez – El gobernador depuesto Los instrumentos de la guerra conceptual Uno de los problemas centrales en los territorios americanos de la monarquía española durante su proceso de formación como Estados independientes fue la dificultad de reconocer a un nuevo gobierno central. Esta situación atomizó las antiguas unidades político administrativas creadas por la monarquía para gobernar sus tierras de ultramar y condujo el foco del desarrollo de los hechos de insubordinación a las periferias, a saber, a las provincias y pueblos con menor estatus político. Este hecho se podría explicar, en parte, estudiando las aspiraciones de poder político de los círculos de hombres notables de dichas poblaciones, pero también, por la autonomía que éstos ya ejercían en sus comarcas desde tiempos pasados en que no habían estado completamente sometidos al control administrativo del aparato Estatal de la corona. Estas libertades las habían ejercido valiéndose de instituciones urbanas de larga data como el cabildo, y la reciente llegada de las nuevas ideas liberales hispanas sobre la soberanía popular, les darían un nuevo impulso para trazar los nuevos objetivos de su ambición que interpretaron como de “independencia”. Las tensiones suscitadas por la nueva configuración de las relaciones de poder, rápidamente derivaron en el estado de guerra, dando origen a representaciones del enemigo como lo opuesto a los intereses americanos, entiéndase a los intereses de los criollos, responsables de crear la imagen del español como la del explotador que sólo pretendía la opresión de los pueblos americanos para su propio beneficio. Como lo han demostrado autores como Jairo Gutiérrez Ramos, el bando realista no se circunscribía exclusivamente a la población de origen peninsular. 2 Esto posibilita observar en los documentos de la época la “construcción” que los criollos hicieron del bando realista para usar esta “imagen” como arma, al tiempo que justificaba su conducta insurrecta. Sin pretender más que exponer un ejemplo de lo anterior, este artículo tiene como objetivo describir la manera como los confederados de las seis ciudades del valle geográfico del río Cauca en la antigua jurisdicción de la gobernación de Popayán en el Virreinato de la Nueva Granada, valiéndose de una “imagen realista”, se insubordinaron contra su gobernador: Miguel Tacón y Rosique. La imagen remanente de Miguel Tacón y Rosique Aunque no es grato el recuerdo que dejó en América, en España a Miguel Tacón y Rosique se le reconoce como a un bravo guerrero e inteligente táctico en la lucha de guerrillas. Su figura es el clásico ejemplo del militar constitucionalista que ascendió los escalafones del aparato burocrático de la monarquía al ritmo de las coyunturas y vaivenes políticos de la agitada época en la que le tocó vivir. Su fama en la península la obtuvo al final de su carrera por su desempeño como gobernador de Cuba con el título de Teniente General, el cual concluyó en un bochornoso juicio de residencia 3 del que salió libre de toda culpa, sin embargo, éste era consecuencia de un gobierno viciado por los abusos y excesos de su personalidad autoritaria que sirvió de abrebocas a la sorda lucha que iniciaba la isla para obtener su independencia.

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Jairo Gutierrez Ramos, Las rebeliones realistas de los indios de Pasto durante las guerras de independencia. Una interpretación socio-histórica. Bucaramanga, Editorial ICANH, 2007. 3 Miguel Tacon y Rosique, Juicio de residencia del escelentísimo [sic] señor don Miguel Tacón o sea colección de varios escritos presentados por su apoderado y defensor José Antonio de Olañeta... con un apéndice que contiene las respectivas sentencias, La Habana, Comercio de la Habana, 1839.

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Estudios Trasandinos, 18:1 A Cuba Tacón había llegado luego de una larga vida al servicio abnegado a la corona. Inicialmente el rey Fernando VII le había designado como Capitán General de la isla de Puerto Rico, cargo del cual nunca llegó tomar posesión pues al instaurarse de nuevo el absolutismo en la Península en 1823, no volvió a ser considerado para ninguna posición hasta el inicio de la primera guerra carlista (1834) en que la reina gobernadora, María Cristina de Borbón buscó liberales progresistas para incorporarlos en su gabinete. Fue el caso del poeta Martínez de la Rosa, quien apoyaría en su momento el nombramiento de Tacón en Cuba. Para entonces el nuevo gobernador contaba con la edad de 59 años y una vida curtida por la guerra. Desde los 16 años de edad se había incorporado en la Real Armada como Guardiamarina, continuando con una tradición de hombres de mar como su padre Miguel Tacón y Foxá que servía como Brigadier de la misma fuerza. También sus descendientes continuarían con esta profesión que al parecer los Tacón llevaban en la sangre. 4 En sus primeros años en la armada, asistió a varios eventos importantes que marcarían su carrera de militar. Estuvo en la defensa de la plaza de Orán, de campaña en Constantinopla, sirvió de corso en Algeciras y en las costas de Málaga asediando ingleses, y en 1.805 participó en la memorable batalla de Trafalgar en la flota franco-española al mando del Almirante Villenueve. Pero el salto a América lo dio cuando es designado como gobernador de Popayán en 1806, acontecimiento que cambiará por completo su vida pues será allí donde se hará realmente un hombre de guerra e iniciará un accidentado ascenso militar. Tras su paso por la gobernación de Popayán, de la que tuvo que salir huyendo a causa del triunfo militar de los independentistas de esa región y sobre la cual volveremos más adelante, Tacón se embarcó en 1812 al Perú. Allí fue recibido por el Virrey Abascal quien luego de intentar enviarlo de nuevo a la península en una comisión, lo remitió al ejercito del alto Perú por petición del general José Manuel Goyeneche Barreda quien le había solicitado oficiales al virrey. La situación era tensa pues las guerras de independencia de las provincias del Río de la Plata que ya llevaban varios episodios consumados dejando pérdidas bastante significativas a la corona española. Salta y Tucumán habían sido el descalabro para el general Pío Tristán y Moscoso quien debió replegarse y recibir los refuerzos de Tacón que llegó a apoyarlo en Tupiza. El comandante de los realistas, Juan Ramírez, quien había remplazado a Goyeneche, decidió que había que esperar mayores refuerzos de Lima para atacar al cuartel de los patriotas que había logrado instalar tan victoriosamente el general Manuel Belgrano. Para entonces Tacón había ascendido a mayor general, y al llegar el apoyo del general Joaquín de la Pezuela, marcharon para atacar las fuerzas de Belgrano que se encontraba en Vilcapuquio. El ala izquierda conformada por cuatro batallones estaban bajo el mando de Tacón y Rosique quien, luego de la batalla donde se obtuvieron mediocres resultados, fue ascendido a Brigadier. En 1814 a Tacón se le entregó el destino de gobernador intendente de Potosí, en donde inició su operaciones de asedio a las guerrillas patriotas con resultados positivos para el bando realista. En 1815 siendo Presidente interino de la Audiencia de Charcas, persiguió y derrotó a varias partidas de rebeldes que amenazaban con ocupar Potosí. No obstante Tacón y Pezuela deben unir fuerzas en Chuquisaca ya que hay varios realistas que se empiezan a 4

Lorena Martínez Solís, “Family Tree Builder como posible herramienta para la construcción de un árbol genealógico. Ejemplo práctico de la familia Tacón y Herves”. Naveg@mérica. Revista electrónica de la Asociación Española de Americanistas [en línea]. n.° 2. 2009. En: . [Consultada el 25 de mayo de 2009].

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Martínez – El gobernador depuesto sumar a los patriotas. Al borde de perder la guerra, el brigadier Mariano Osorio destinó un batallón en auxilio de Tacón y Pezuela con lo que pueden obtener un triunfo en Rancahua que se suma al de Ramírez que vence al cacique Mateo Pumacahua en la batalla de Humachiri, eliminando por el momento la amenaza de perder al Cuzco. La victoria parcial del bando realista en el alto Perú acentúa el instinto severo y cruel de Tacón que se da a la tarea de pacificar y restablecer el orden administrativo de la convulsionada provincia. De este periodo como Presidente de la Audiencia de Charcas se cuentan varias anécdotas que definen la personalidad y la manera como ejerció el poder Tacón y Rosique. En 1816 salió con el Batallón de Granaderos de Reserva y el Segundo de Extremadura a enfrentar las guerrillas de Padilla que derrotó en Cachimayo. Al capturar al líder Padilla, ordenó que fuera degollado y su cabeza expuesta en una pica que se exhibiría por mucho tiempo en un paraje público. También hizo fusilar a 77 prisioneros entre los que estaba fray Mariano Suárez Polanco. Se dice también que en Chuquisaca ordenó azotar a una mujer embarazada porque se rumoraba que era afecta a la causa patriota. La desafortunada murió por consecuencia de los golpes lo cual fue considerado por Tacón como un buen ejemplo para demostrarle al pueblo lo que ocurría si elegía el bando contrario, sin embargo, la reacción fue totalmente opuesta a la que esperaba Tacón, pues el funeral de la mujer fue acompañado masivamente y sentido como si se tratara de alguna personalidad pública. La carrera de Tacón y Rosique se había desarrollado por medio y gracias a la guerra, ello forjó en él una naturaleza desconfiada y arrogante que lo limitaba a reconocer sus propios fracasos, y por ende lo condujo a cometer muchos errores que pretendía reparar con medidas sanguinarias, como si la sangre limpiara los defectos que otros podían ver en él en los tiempos en que el prestigio social se reconocía con la nobleza de cuna pero no de los actos. La guerra del alto Perú formó a Tacón y Rosique, donde sus acciones, que solo dejaban tibios resultados, habían llegado al límite. Fue por este motivo que a finales de 1816 decidió regresar a la península con una licencia que le otorgó Pezuela que para entonces ya habría de reemplazar a Abascal en el virreinato. A. P. Trit, cónsul norteamericano en La Habana al tiempo que Tacón ejerció sus funciones de gobernador en la isla, describió a éste como: “Autoritario, rígido, agrio de carácter e indudablemente activo y enérgico. Era el prototipo del caballero de Castilla, orgulloso de su elevada posición, severo hasta la acritud en el ejercicio de sus funciones, firme como una roca y no obstante afable y cortés en el trato con los extranjeros, sentía una antipatía y un odio invencible a los criollos (hijos del país) posiblemente por sus antiguas campañas en sudamérica y no solo que no ocultaba estos sentimientos sino que se complacía en hacer ostentación de 5 ellos”. Ahora bien, esta ha sido la imagen que nos ha quedado de Tacón. Pero cabría preguntarse, ¿Cómo se ha llegado a ella? ¿Son en realidad los hechos los que hablan por si mismos? o ¿quiénes han dado las puntadas para que se creen los bandos, es decir, las imágenes de realistas contra los americanos? De entrada hay que reconocer, sin pretender justificar actuaciones de ninguna de las dos facciones, que dentro del proyecto que tendría el grupo criollo era necesario crear un enemigo tangible, déspota, tirano, maligno y sobre todo, odiado por aquellos que conformarían la nueva Patria. La imagen del realista fue un proyecto político nacionalista criollo. Pero, ¿de cuál nación? Pues bien, la única posible para aquel entonces, la llamada Patria chica, las regiones que empezaron a definirse sobre las antiguas 5

Citado por: Rodolfo PÉREZ PIMENTEL. Diccionario Biográfico del Ecuador. En: http://www.diccionariobiograficoecuador.com/tomos/tomo19/t1.htm [Consultado el 18 de amayo, de 2009].

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Estudios Trasandinos, 18:1 jurisdicciones provinciales. A continuación haremos un recuento de los acontecimientos ocurridos en el contexto de la Nueva Granada durante la crisis de la monarquía española, para poder entender el origen de las voces de los hombres que desde los cabildos de las ciudades principales de Valle del Cauca, arengaron contra el gobernador Tacón y Rosique creando así una imagen del estereotipo del realista que incluso en la actualidad se continúa usando como herramienta político pedagógica. La construcción del poder criollo El l0 de Agosto de 1.809, a semejanza de la península, se formó en Quito una Junta extraordinaria de Gobierno. Este hecho tendrá mucha relevancia sobre la Gobernación de Popayán pues será el primer paso para que allí se inicie la guerra. Tanto Tacón y Rosique, como sus homólogos de Cuenca y Guayaquil, Melchor de Aymerich y Bartolomé Cucalón respectivamente, reaccionaron de manera represiva contra los quiteños. Los “criollos” consideraban que sus actuaciones estaban dentro de los códigos que debían seguir a semejanza de la península y en defensa de su rey cautivo, motivo por el cual la actitud beligerante de los gobernadores era una afrenta directa contra el grupo americano. Es muy importante entender que esta percepción se había originado gracias a la composición cerrada y elitista que otorgaba la institución de poder local: el cabildo. Allí se fraguó lo que podría entenderse como una “conciencia criolla”. A su vez, el contexto de la crisis permitió decantar la idea de la existencia de una “identidad” americana, y las medidas represivas tomadas por parte de las autoridades de la corona solo tuvieron el efecto de caldear los ánimos para que dicho ímpetu se exacerbara. Cuando se realizan las convocatorias a cortes se ordenó redactar las instrucciones para los diputados. El famoso memorial de agravios de Camilo Torres es uno de estos documentos, y en él, quedó contenido el espíritu de lo que se quiere decir más arriba, es decir, la noción o principio de “igualdad” al que apelaron los criollos al equiparar las provincias americanas con las de la península. Usando como excusa para que lo ocurrido en Quito no se diseminara por todo el Reino, Torres propugnó la obtención de una mayor representación como reconocimiento a la unidad hispánica de la que son piezas constitutivas las provincias americanas. Dice el documento: “Es preciso tener presente que cada virreinato de América se compone de muchas provincias, que algunas de ellas valen más por sí solas que los reinos de España. La industriosa Quito, cuenta lo menos con medio millón de almas, y su capital sola, con setenta mil; es una presidencia y comandancia general: reside en ella el tribunal de la Real Audiencia, el de cuentas y otras autoridades: hay silla episcopal, universidad y colegios: en fin, en nada cede a la capital, si no en esta razón, y en ser el centro del gobierno. ¿Por qué motivo, pues, no podrá o deberá tener a lo menos dos representantes de los que toquen al Virreinato? Acaso con esta prudente medida se habrían conciliado sus ánimos, y se habrían evitado las tristes consecuencias que hoy se experimentan en la turbación de aquel reino. Llamados sus representantes, habría concebido fundadas esperanzas de mejor suerte, cuya desconfianza tal vez le enajenará para siempre de la monarquía. ~ 137 ~

Martínez – El gobernador depuesto Popayán es una provincia que ha debido tener por si sola otro diputado: es silla episcopal, tiene un colegio, real casa de moneda, tesorería y administraciones reales: en fin, manda o dependen de su gobierno, ocho cabildos, algunos de ellos de más representación que los de las capitales de otras provincias del Virreinato, que han formado terna para el diputado. Estos 6 cabildos es preciso que vean con dolor semejante exclusión”. Las noticias de lo ocurrido en Quito corrieron como pólvora por todo el reino. A pesar de las medidas represivas tomadas por las autoridades y de las conciliaciones ideológicas como las presentadas por Camilo Torres, fueron varias las peticiones que el virrey don Antonio Amar y Borbón, así como sus gobernadores y corregidores, debieron rechazar sobre la formación de Juntas; pero éstas, debido al sentimiento de ausencia de representación por parte americana en los órganos de la península, eran consideradas como un cuerpo intermediario de sus representantes. 7 En otras palabras, esto significaba que el autoreconocimiento de los criollos era el primer paso para iniciar la búsqueda por la autonomía, y que la restitución de la unidad, dependía de que se produjera un cambio en el que las provincias americanas y peninsulares valieran por igual ante el rey. Pero hasta este punto “autonomía” no significaba independencia absoluta, aún faltaba mucho para que esta medida radical cuajara entre el grupo de los criollos, y las autoridades realistas como Tacón, en vez de evitarlo, azuzaron los ánimos para que tomaran más fragor. Era común entonces encontrar que un funcionario de la corona, “orgulloso y arrogante”, reaccionara radicalmente frente a los insubordinados. Pese a que pertenecía a la generación de liberales peninsulares, Tacón no entendió los argumentos que esgrimían los criollos, siendo así la búsqueda de mayor autonomía de estos vista por él como un delito y una afrenta a la monarquía. Todo lo contrario pensarían los criollos del gobernador. Su falta de entendimiento fue interpretada como una deslealtad a la soberanía real, ahora en manos del pueblo. A raíz de estos acontecimientos, Tacón dispuso numerosas fuerzas en Popayán y fortaleció las guarniciones fronterizas de Pasto y el río Carchi, también convocó a un cabildo abierto para decidir sobre las medidas que debía tomar su jurisdicción ante “el estado de conmoción general del reino”. Se resolvió pedir a las poblaciones de la provincia que eligieran delegados que las representaran en una asamblea que se reuniría en Popayán. Pero el mal ya estaba hecho, y las medidas de presión militar de Tacón fueron interpretadas como una afrenta directa, por lo que las ciudades del Valle Cauca tomaron la determinación de instalar su propia junta de gobierno. Dichas ciudades fueron: Santiago de Cali, Santa Ana de los Caballeros de Anserma, Nueva Segovia de San Esteban de Caloto, San Jorge de Cartago, Nuestra Señora de Consolación de Toro y Guadalajara de Buga; quienes impulsaron la confederación eran los más notables criollos de cada una de ellas que actuaban en los cabildos locales, hacendados y altos ministros del clero. Todos tenían en común su origen Americano. La idea del rechazo a su convocatoria y la formación de otra junta por fuera del control de la ilustre y tradicional ciudad de Popayán escandalizó al gobernador Tacón. Así empezaron 6

José Camilo Torres, Representación del Cabildo de Bogotá Capital del Nuevo Reino de Granada a la Suprema Junta Central de España en el año de 1809, S/L, Imprenta de N. Lora, 1832, 27 - 28. 7 Oscar Almario García, La invención del suroccidente colombiano: Independencia, etnicidad y estado nacional entre 1780 y 1930. Tomo II. Colección Pensamiento Político Contemporáneo, N.° 13, Medllín, Universidad Pontificia Bolivariana, 2005. 79.

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Estudios Trasandinos, 18:1 las hostilidades entre la capital de la gobernación con lo que se conocerá como “Confederación de Ciudades Amigas del Valle del Cauca”. No obstante, para entonces, las presiones de los criollos en Santafé, así como los envíos y peticiones que hiciera el marqués de Selva Alegre al virrey Amar y Borbón, habían logrado que éste último accediera a autorizar una junta del reino instalada en dicha capital y que él presidiría atendiendo a que estaría sometida a la Junta Central de España. Pero la idea llegó demasiado tarde y medidas beligerantes como las tomadas contra Quito, así como la actitud de funcionarios como Tacón, no terminaban de tranquilizar los ánimos del grupo criollo. Es a partir de entonces cuando se puede apreciar en medio de la convulsa situación la aparición en el discurso de dos bandos. Ellos y nosotros, los que explotan y los explotados, los conquistadores y los conquistados, los oprimidos y los opresores, los realistas y los americanos. Andrés Rosillo y Antonio Nariño propusieron la creación de otra junta que no incorporara a aquellos funcionarios de la corona procedentes de la península, pretendiendo de esta manera que “como se hicieron varias juntas en distintos reinos o provincias, podía también hacerse lo mismo en la América [...] a nombre del señor Fernando VII”. 8 De nuevo el virrey debió actuar con fuerza para borrar del todo “el feo lunar de infidencia que había contraído la ciudad de Quito, y que que había llegado a manchar el lustre de la Américas, ya no existía, pues ningún otro vecindario de la jurisdicción del virreinato había 9 incurrido en la propagación de este trastorno”. Pero la semilla del juntismo ya estaba sembrada y las ambiciones de los criollos neogranadinos habían sido reforzadas por el quiteño Antonio de Villavicencio, quien llegó a Cartagena de Indias para dirigirse a Santafé como comisionado del Consejo de Regencia. En el transcurso de 1810, pueblos de todo el virreinato conformaron juntas de gobierno erigidas desde el cabildo y por los representantes nombrados por el pueblo: 22 de mayo en Cartagena, 3 de julio en Cali, 4 de julio en Pamplona, 10 de julio en Socorro, 20 de julio en Santafé, 10 de agosto en Santa Marta, 31 de agosto en Antioquia, 16 de septiembre en Quibdó, y 22 de septiembre en Nóvita. Todas estas juntas nacieron bajo los argumentos de defensa del rey, la religión y la patria; rechazando la invasión francesa y poniendo en duda a las autoridades de la corona y al Consejo Regencia que se comenzaba a ver como ilegítima y desleal. Fue en nombre de Fernando VII que surgieron los movimientos locales insurgentes en todo el Reino avalados por la nueva idea de soberanía popular. Siendo así que “todas las juntas fundamentaron sus hechos en los mismos principios que con anterioridad habían defendido sus homónimas peninsulares”. 10 Con tales principios las juntas pudieron atacar la legitimidad del Consejo de Regencia para actuar sobre los dominios de la monarquía, iniciándose un proceso de reivindicación de soberanías, demostraciones de poder y de redefinición de jurisdicciones. El golpe de gracia para que despegara la idea de un enfrentamiento entre peninsulares y americanos, los dio el desprestigiado Consejo de Regencia al respaldar con ahínco la autoridad de los “soberbios gobernadores”. Villavicencio se percató de lo arriesgado de la medida y escribió a la regencia en busca de conciliar ambos intereses, “sobre la inconveniencia 8

Archivo General de la Nación, Archivo Anexo, Historia, Rollo 6, f. 56. Citado por: Armando Martínez Gárnica, “La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada”. En: Manuel Chust (Coord.), La eclosión juntera en el mundo hispano, México D.F., Fondo de Cultura Económico - Colegio de México, 2007, 303. 9 Op. Cit. 302. 10 Miguel Molina Martínez, Los Cabildos y la independencia Iberoamérica, Granada. CEMCI, 2002, 129.

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Martínez – El gobernador depuesto de emitir órdenes que indiquen superioridad sobre éstos países”. 11 El comisionado conocía perfectamente bien que si la Regencia no aceptaba la representación de los cabildos y juntas americanas, se iniciaría la ruptura de la unidad política de la monarquía. Por su parte Santafé consideró que necesitaría el apoyo de todo el Reino para oponerse a la Regencia. De esta manera orquestó la conformación de un Congreso del Nuevo Reino de Granada que se instaló el 22 de diciembre de 1810, demostrando con ello que admitía la soberanía de las demás provincias. Hay que decir que la confrontación de bandos en este momento, se daba a la altura de las elites, los “peninsulares” eran los funcionarios de alto rango de la corona, mientras que los “americanos” no eran más que los notables criollos. Esta aclaración es importante ya que hay que entender que la vinculación de la gran mayoría de la población al proceso de independencia será de alguna manera promovida por estos dos grupos que buscarían legitimar sus acciones. Así bien, la mala disposición de las elites de las provincias americanas con la Regencia derivó en la guerra. Un enemigo común servía para unir a pueblos tan diversos. El peninsular pasará a ser español y luego realista. La naturaleza de la situación llevó a que se sembrara el germen de una confrontación que parecía inminente. El mejor ejemplo estará en el caso que nos ocupa, la Confederación de Ciudades Amigas del Valle del Cauca, que como se ha dicho, fue la alianza de seis cabildos para defenderse de los posibles ataques del gobernador Miguel Tacón y Rosique quien controlaba los ejércitos de Popayán. Es común encontrar que durante el periodo de crisis política de la monarquía hispánica de 1808 a 1811, en el Nuevo Reino ocurren una serie de levantamientos entre poblaciones cabecera versus poblaciones subordinadas, es decir, villas contra ciudades, ciudades contra capitales de provincia y capitales de provincia contra la sede de la Audiencia. Estos enfrentamientos se justificaron bajo la noción de soberanía popular en la que cada pueblo tiene derecho al autogobierno. No obstante, se ha observado que para el caso de la guerra de las ciudades confederadas contra Popayán, se reitera que en varias ocasiones que éstas no querían atacar a Popayán, sino al funcionario que servía de gobernador y que era visto como un “tirano”. En las postrimerías de la guerra, fueron varias las comunicaciones que la Junta Provisional de gobierno de la confederación de ciudades instalada en Cali dirigió al cabildo de Popayán para que éste: “... abra los ojos, se desengañe, conozca los verdaderos intereses del nobilísimo pueblo que representa y no lo sacrifique por el capricho de sostener a un hombre, que aunque no tuviera otra recomendación que la de ser hechura del más infame de los traidores, del que ha vendido la más valiente y noble nación, bastaría para ser mirado con horror, para alejarlo de nuestro seno y para persuadirse que nos trata de entregar a la nación francesa. No ha sido otro el lenguaje de los diferentes gobiernos de España.” “... Pero esta Junta a pesar de que está penetrada de los dulces sentimientos de unión y fraternidad para con la ilustre Popayán, se ve en la necesidad de insinuarle, que si por no separar del gobierno al señor don Miguel Tacón nos

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Martínez, Op. cit. 330.

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Estudios Trasandinos, 18:1 declara nuevamente la guerra, después de las pasadas hostilidades que hemos sufrido con la admiración de todo el Reino...” 12 Una vez se consiguió el triunfo militar sobre Popayán, desde la Junta Provisional se le solicitó a Antonio Baraya, comandante de las fuerzas de la confederación que había sido enviado desde Santafé con un ejército para apoyar la causa que alejaría del gobierno al peninsular Tacón: “Que procure por todos los medios de suavidad y prudencia, que son tan propios de su noble y generoso carácter, imprimir confianza al pueblo de Popayán, haciéndole ver con las Actas, Oficios, y especialmente con las dos últimas intimaciones, que éstas ciudades jamás quisieron hacerle guerra ni daño ninguno, sino sólo remover a Tacón por los temores que han realizado, de que les hiciese derramar su sangre principalmente desde que él y el cabildo pidieron tropas a Lima para conquistar estos pueblos, echarse luego sobre la ilustre y desgraciada ciudad de Quito, y finalmente sobre el Reino y su capital que derribó de raíz el gran árbol de la tiranía. Que se haga ver a esa noble ciudad que no hemos renunciado la Religión Santa de Jesucristo, sino que somos católicos prontos a sellar con nuestra sangre las verdades del evangelio: que somos fieles vasallos de Fernando Séptimo a quien a 13 pesar de sus desgracias reconocemos como a nuestro legítimo soberano...” Se definieron los perfiles del enemigo, no era el rey, no era el pueblo, eran sus autoridades, y especialmente las de origen peninsular. Es claro que en el fondo era la clase criolla de elite la que orquestaba el enfrentamiento para pasar a ocupar los destinos que los borbones habían reservado exclusivamente a hijos nobles de España. Miguel Tacón no entendió los móviles que impulsaron a los americanos a erigir sus propias juntas, y aparentemente no lo hizo nunca, pues a cambio de conciliar los derechos que pedían, se encargó de ir gestando por el resto de su vida un odio cada vez mayor por ellos, a quienes pensaba ir progresivamente suplantado por naturales de la península. Política que llevó a la práctica cuando ejerció como gobernador de Cuba. Habrá también una férrea oposición a la Regencia por parte de los Confederados, y al convocar las cortes de igual manera se miraría con recelo estas instancias que los criollos neogranadinos presentarían como contaminadas del afrancesamiento propio del infame Godoy. Aún más, la imagen de este último se usará en repetidas ocasiones de comodín para radicalizar sus posicionamientos, pues no habría temor mayor que el de caer en manos francesas. Sin embargo el odio a Godoy terminó siendo un factor que unía las desprestigiadas instituciones peninsulares con las americanas, así queda claro cuando la Junta Provisional de Cali se manifiesta al decir que: “La Junta central, el Consejo de Regencia, las mismas cortes acabadas 12

Para el presente artículo el autor tuvo a la luz el compendio de fuentes documentales transcritas por Alfonso Zawazdky en la versión de: Laureano García Ortiz, Las ciudades confederadas del Valle del Cauca. Academia Colombiana de Historia, Bogotá, Editorial Voluntad, 1943. El documento citado es: Acta de 9 de marzo de 1811. “Se avisa recibo de una comunicación del Deán de Popayán”. 13 Acta del 6 de abril de 1811. “Se refiere a las comunicaciones que ha enviado a la Junta, desde el Campo de Cauca, don Antonio Baraya después de la batalla de Palacé”. En: Laureano García Ortiz, Op. cit.

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Martínez – El gobernador depuesto de instalar, todos han declarado contra los hijos de Godoy, esos escorpiones que diseminados en toda la nación, eran otros tantos tiranos, decididos a la América siguiese la suerte de la Península, y que entrega a los franceses si aquella sucumbía en la gloriosa lucha que ha 14 mantenido con asombro de la Europa”. En el tratamiento que hace del gobernador Tacón, la Junta Provisional de Cali intentaba identificarlo con el satanizado Godoy, pues así mellaba la legitimidad de su autoridad. También insinúa que en el mundo hispánico existía una suerte de “satélites” de Godoy que querían entregar las posesiones de Fernando VII a Napoleón, y que el gobernador de Popayán era uno de ellos: “... La autoridad del citado Tacón, que contra el voto general del reino 15 pretendió sostenerse en el gobierno que debió al infame Godoy”. De esta manera la Junta pudo empezar a llamar a Tocón y Rosique como “tirano”: “... hasta salir el tirano, que se organice el gobierno y podamos retirar nuestras tropas, sin riesgo de ser nuevamente insultados y hostilizados. Que igualmente se ha de indemnizar la Real Hacienda de todo lo malgastado por el tirano para sostenerse a la sombra de los tiranos satélites y favoritos en el Gobierno de estos pueblos que con tanta razón y justicia desconocieron su autoridad y temían peligrar en manos de una chusma predilecta del infame Godoy. Que si los caudales existentes en Pasto se los llevara Tacón o los miserables satélites que lo acompañan o los consumiera en nuevas hostilidades...” 16 Es necesario también conocer quien estaba detrás del grupo de criollos que suscribía las decisiones que tomaba la Junta. Entre muchas más, no se puede pasar por alto los nombres de Joaquín Caicedo, José María Cabal, José Joaquín Escobar, y por supuesto, el de Antonio Baraya. Provenientes todos de familias afortunadas, tal vez quien más influencia tomó en la conducción de la Junta sería Caicedo. Su apellido no es extraño en la región del Valle pues en su familia el varón tenía el privilegio de servir desde hacía varias generaciones como Alférez real. Joaquín había estudiado jurisprudencia en Popayán y Santafé, ciudad esta última en la que sirvió de juez de cuentas antes de pasar a ser uno de los mayores promotores de la Junta de ciudades confederadas que se establecería en Cali. De igual modo José Joaquín Escobar, que antes de ordenarse como sacerdote había estudiado derecho en el colegio del Rosario de Santafé, se puso detrás de las orientaciones ideológicas de la junta al igual que lo hiciera el naturalista y químico de la Universidad de París, José María Cabal. Sin duda alguna que estos hombres tenían los argumentos y la formación para liderar el movimiento de insubordinación al gobernador. Ello explica que las razones usadas para la creación de la junta, coincidían con aquellas que el mundo hispánico revelaba como la formula para detentar la soberanía popular, es decir, el rechazo a la invasión francesa y la tenencia temporal de la soberanía del monarca caído en desgracia.

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Acta de 9 de marzo de 1811. “Se avisa recibo de una comunicación del Deán de Popayán”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 15 Acta de 17 de abril de 1811. “Trata de varias comunicaciones recibidas, entre las cuales tiene mucha importancia una del coronel José Díaz”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 16 Acta de 6 de abril de 1811. “Se refiere a las comunicaciones que ha enviado a la Junta, desde el Campo de Cauca, don Antonio Baraya después de la batalla de Palacé”. En: Laureano García Ortiz, ibid.

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Estudios Trasandinos, 18:1 “...viendo el peligro que amenaza a las ciudades amigas y confederadas, las diferentes disposiciones hostiles que toma el señor gobernador de Popayán don Miguel Tacón (el acuartelamiento de las tropas y las medidas de “ataque”)... No conociendo las justas miras de estos pueblos, y la necesidad de su independencia, la de librarse del yugo francés y conservarle estos dominios a nuestro legítimo soberano don Fernando Séptimo...” 17 Pero los criollos del Valle del Cauca sabían que no podrían oponerse militarmente a la fuerza que tenía Popayán, ciudad que por mucho tiempo había dominado los extensos territorios de la gobernación. Fue de esta manera como buscaron la alianza con Santafé, prefiriendo jurar primero fidelidad a su Junta, que al órgano de gobierno que Tacón propuso establecer en la que era su capital. Para la sede de la Audiencia y capital del Virreinato, estaba muy bien visto que las ciudades del valle buscaran su respaldo, pues ella también se encontraba intentando coagular una unidad jurisdiccional sobre la base de la unidad que había establecido la monarquía. Como se sabe esta tarea fue ardua pues los grandes centros urbanos como Cartagena, Tunja y el mismo Popayán, se opondrían a las pretensiones de Santafé. De esta manera la Junta Provisional de las ciudades confederadas del Valle del Cauca recibieron lo que necesitaban para cumplir con su objetivo, apoyo militar. Santafé envió a uno de sus mejores militares que tenía el Reino en aquel entonces, pues la posible confrontación con Popayán lo merecía. Se trató del general Antonio Baraya, quien se había formado en los ejércitos del rey en donde actuaba como comandante del batallón Auxiliar. Los miembros de la Junta instalada en Cali, de manera estratégica para sellar el pacto con Santafé, decidieron nombrarlo presidente de esa corporación, titulo que, en realidad ejerció de manera honoraria pues mientras actuaba en los campos de batalla, sería Caicedo y Escobar quienes despachaban desde Cali. El nombramiento dice así: “...el señor Coronel y comandante general don Antonio Baraya... Para dar justo y público testimonio de nuestro respeto, de nuestra adhesión y gratitud por la prontitud y generosidad con que prestó a las seis ciudades amigas el auxilio militar de hombres de armas que le pidieron para defenderse de las insultantes amenazas del señor don Miguel Tacón, Gobernador de Popayán, que pretende su engrandecimiento y gloria oprimiendo a estos pueblos que han desconocido su autoridad y la del Consejo de Regencia de Cádiz, que han pretendido usurparse la soberanía del señor Don Fernando Séptimo y la que tienen todos los pueblos libros de elegir la forma de su gobierno en las circunstancias en las que se halla la nación (...) lo eligen presidente de esta 18 Junta...” A los pocos días de consumar este acto de lealtad, los criollos de la Junta de ciudades confederadas continuaron con la intención de legitimar su nuevo órgano de gobierno. Por ello son muy cuidadosos diciendo que: “...para justificar la conducta de las ciudades confederadas y 17

Acta de 1 de febrero de 1811. “Acta de instalación de la Junta Provisional de Gobierno de las seis ciudades confederadas del Valle del Cauca”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 18 Acta de 3 de febrero de 1811. “Acta de de elección del Coronel Antonio Baraya para presidente de la Junta Provisional de Gobierno”. En: Laureano García Ortiz, ibid.

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Martínez – El gobernador depuesto dar al Reino entero un público testimonio de su moderación, de sus deseos de paz y conciliación y del horror con que miran una guerra civil destructora entre hermanos 19 coprovinciales vasallos de un mismo rey y que veneran una misma Santa Religión”, debían: “... Conciliarse los ánimos, los intereses y opiniones de cuyo choque han nacido las desgracias de esta provincia y las que amenazan por la conducta del señor don Miguel Tacón que titulándose aún gobernador de Popayán y toda la Provincia, continúa expidiendo providencias perjudiciales contrarias al orden y la justicia, sin embargo de habérsele negado la autoridad que ni tiene ni puede ejercer sobre unos pueblos libres declarados tales por él mismo, que han proclamado su independencia y desconociendo la ilegítima autoridad de la Regencia de Cádiz, que sin contar con los votos de los generosos y fieles americanos, han pretendido usurparse la autoridad soberana que reside en los mismos pueblos por la ausencia del monarca desgraciado, para quien desean conservar estas preciosas posesiones libres del tiránico yugo francés, y que sin embargo de todo y de que el mismo señor Tacón no desiste, si no antes continúa tomando medidas hostiles, quieren estas ciudades amigas dar a la ilustre de Popayán la última prueba de de amor, de su beneficencia, de su unión deseando que no se rompan los sagrados vínculos que les han unido hasta ahora, sólo por sostener a dicho señor contra el voto general del Reino, que al paso que oprime su independencia, una independencia que lo hará feliz, es el más fiel a su legítimo Soberano el señor don Fernando Séptimo...” 20 En el documento anterior, que es una especie de rendición de cuentas al resto del Reino, los criollos vuelven a dejar muy claro que su objetivo es el de deponer al gobernador, no el de entablar la guerra contra Popayán. Es por ello que las comunicaciones las dirigieron a partir de entonces al cabildo de esa ciudad, desconociendo por completo la autoridad que tenía Tacón sobre la gobernación. Sin embargo los regidores estaban alineados con el gobernador, e iniciaron una serie de medidas de persuasión a los otros cabildos de las ciudades confederadas para intentar ponerlos a su favor y disolver así la liga de las seis ciudades. Enterados de esto, los criollos de la Junta Provisional, pidieron muestras de lealtad a los otros cabildos: “...que se agregue igualmente el expediente remitido por el muy ilustre cabildo de la ciudad de Cartago 21 sobre juramento de obediencia prestado a esta Junta Provisional...” Por su parte lo que buscaba Tacón era que no se perdiera el orden de la monarquía, por ello lo que solicitaba a los diferentes cabildos y ayuntamientos de las ciudades confederadas era el reconocimiento de las Cortes de Cádiz. El ayuntamiento que recibió las órdenes de Tacón por primera vez fue el de Anserma, que lo notificó a la Junta Provisional. Ésta conocía de la convocatoria que se hacía a las cortes, pero actuó con reserva, aguardando para

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Acta de 5 de febrero de 1811. “Acta en que la Junta trata de la seguridad y defensa de las ciudades del Valle”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 20 Loc. Cit. 21 Acta de 5 de marzo de 1811. “Se da debate a varias comunicaciones. La Junta ordena pasar al Ayuntamiento de Anserma un pliego de Baraya”. En: Laureano García Ortiz, ibid.

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Estudios Trasandinos, 18:1 tomar una decisión que comprometiera la soberanía del Reino. Así se lo hizo conocer al dicho ayuntamiento de Anserma: “...que se consta al mismo en cuando a las órdenes dirigidas por don Miguel Tacón sobre el reconocimiento de las Cortes instaladas en la isla de León, que luego que el muy ilustre cabildo de Anserma pase a esta Junta Provisional las citadas órdenes circulares, se tomará la conveniente providencia a nombre de los pueblos confederados y se les comunicará 22 oportunamente...” Posteriormente la Junta muestra que había logrado obtener la autoridad para tomar las decisiones como máximo órgano de gobierno de la región del Valle del Cauca, es decir, que sobre dicho territorio había suplantado al poder del gobernador. Igualmente se destaca la importancia que tiene el tema del reconocimiento a las cortes de Cádiz, pues a pesar que la guerra que vendrá, impedirá que se debata sobre la aceptación o no de su legitimidad, si se considera como uno de los tópicos más importantes sobre los que tendría que pronunciarse la Junta: “... Se hizo también presente el oficio 6 del corriente del citado muy ilustre Ayuntamiento (Anserma) que remite las órdenes dirigidas por el señor don Miguel Tacón gobernador de Popayán, sobre el reconocimiento de las Cortes que se han titulado generales y extraordinarias. Y respecto a que todos los muy ilustres (ayuntamientos) de la confederación del Cauca han hecho igual remisión, defiriendo a lo que éste cuerpo determine, se acordó reservar la resolución para una de las primeras sesiones, como asunto del mayor interés 23 y que exige el más maduro examen.” Como se decía anteriormente, en el momento en que se inició el debate sobre el reconocimiento de las Cortes, es cuando las tensiones entre los criollos del valle y los seguidores del gobernador llegaron a su momento más álgido. La situación de guerra por lo tanto desplazó cualquier debate ideológico pues ya lo que importaba era quien se hacía al poder de la gobernación. La Junta Provisional de las ciudades confederadas, una vez se sintió respaldada por el apoyo militar de Santafé, pudo expresar su desafío a Tacón y Rosique de la siguiente manera: “... Que en consecuencia de los desaires, insultos, provocaciones y agravios, inferidos por el señor Tacón y sostenidos por ese muy ilustre Cabildo, ha dispuesto esta Junta cesen todas nuestras relaciones políticas, que se suspenda toda comunicación, que no vayan de éstos pueblos los víveres en que consiste la subsistencia de aquel, y que se acantone nuestro respetable ejército en las márgenes del Ovejas para defendernos de cualquier temeraria

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Loc. Cit. Acta de 9 de marzo de 1811. “Se avisa recibo de una comunicación del Deán de Popayán”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 23

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Martínez – El gobernador depuesto tentativa que quisiese emprender el señor Tacón bajo los auspicios de ese 24 muy ilustre Cabildo.” Tacón y Rosique también había alistado sus fuerzas que había reunido con tropas de Pasto y el Patía. Pero el 28 de marzo de 1811 el ejército que comandaba Antonio Baraya entró por el bajo Palacé y sorprendió a las fuerzas que se comenzaban a conocer como “realistas”, las cuales fueron contundentemente derrotadas, otorgando la primera victoria a las ciudades confederadas y permitiendo la entrada triunfal de su ejército, en gran parte conformado por santafereños, a la ciudad de Popayán el 29 de marzo del mismo año. Este triunfo, junto a los que vendrían más adelante en las campañas del sur, le merecieron gran fama a Baraya en Santafé, donde le otorgaron el ascenso a Brigadier por “sus servicios a los ejércitos patriotas”. Por su parte, el gobernador vencido, hubo de retirarse de la capital hacia las tierras del Patía y luego a Pasto donde se dice que fue recibido con grandes ovaciones debido al afecto que este pueblo supuestamente tenía por la causa “realista”. Los ejércitos de Baraya lo siguieron, cuidando la retaguardia para que la Junta Provisional de gobierno que estaba en Cali, pudiera entrar a Popayán para despachar desde allí, juzgar a todos aquellos que apoyaron al gobernador depuesto e instalar un nuevo gobierno. El documento lo demuestra de la siguiente manera: “... Se ha encargado el gobierno provisional de aquella ciudad, a consecuencia de la precipitada y vergonzosa fuga hecha por don Miguel Tacón el día 28 de marzo en que fue derrotado su ejército por el nuestro, y otro oficio del muy ilustre cabildo de aquella ciudad acompañando el acta y otros documentos, que manifiesten que habiendo seguido al citado Tacón todos los miembros de aquel ayuntamiento como compañeros inseparables de crímenes, que han dado motivo a la desolación de aquella ciudad, se declaró en Junta de las otras corporaciones y del pueblo por sus representantes, no ser ya tal gobernador Tacón y haber perdido sus derechos los Regidores a sus oficios por su mala versación y complicidad en los excesos cometidos por el ex-gobernador, de que han venido perjuicios incalculables a la Real Hacienda y a la Patria, nombrado en consecuencia por gobernador provisionalmente al señor Teniente Asesor... Pues aún no estamos seguros de una nueva tentativa que haga contra estos pueblos el sagaz y atrevido Tacón.” 25 Aunque por entonces el objetivo principal por el cual se creó la Junta de las ciudades confederadas ya se había cumplido, es decir, ya se había logrado retirar del cargo a Tacón y Rosique, es necesario mostrar cómo terminan de desarrollarse los hechos, pues el estado de guerra duró un par de meses más y ninguna victoria estaba aún asegurada. Desde Pasto Tacón ideaba la “re-conquista” de Popayán y Quito y por su parte los confederados planeaban la ocupación de las tierras del sur. El ex-gobernador inició su campaña desde Carlozama, esperando enfrentar las fuerzas de Pedro Montúfar a las que encontró a la altura de Cuaspud después de atravesar el río 24

Loc. Cit. Acta de 17 de abril de 1811. “Noticias importantes sobre el triunfo de Palacé”. En: Laureano García Ortiz, ibid. 25

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Estudios Trasandinos, 18:1 Carchi. Hubo algunas instigaciones en Zapuyes, Imbué y finalmente en el Chupadero, donde fue derrotado y tuvo que refugiarse en las riveras del río Juanambú. Baraya y Caicedo había reagrupado hombres en Popayán alcanzando un poco más de mil con los que marcharon en la búsqueda de Tacón. Éste, cada vez más acorralado y con menos hombres, huyó a Barbacoas en búsqueda de acercarse al océano Pacífico. Gracias a las dificultades del terreno y la insalubridad del valle del Patía, no pudo ser alcanzado por las tropas de Baraya, las cuales regresaron a Popayán. Así la Junta de Popayán logró abarcar un mayor territorio de gobierno, pues con la ayuda de las fuerzas quiteñas de Pedro Montúfar, Caicedo logró entrar victoriosa a Pasto el 22 de septiembre de 1811 y apropiarse de la “Caja militar” que poseía 413 libras que Tacón había sustraído de la Casa de Moneda de Popayán. Durante el resto del año Tacón se instaló en el puerto de Tumaco, ejerciendo su mando desde allí y sometiendo a su autoridad a todo el distrito de Barbacoas emitiendo decretos en los que condenaba a muerte y confiscación de bienes a todo aquel que no fuera fiel a su causa. Recibió apoyo del gobernador de Guayaquil que le envió un contingente con el que pudo interferir, por lo menos en esa zona, con la victoria que celebraban los criollos confederados. Decidió correr el último riesgo en 1812 atacando a los criollos, pero fue nuevamente derrotado cerca al río Izcuandé, razón por la cual abandonaría para siempre la gobernación de Popayán embarcándose para Lima donde sería recibido por el mismo virrey Abascal. *** Se considera como un hecho relevante para obtener la victoria el que los criollos hayan presentado al pueblo la imagen de Tacón como la de un tirano opuesto a las causas justas. Como se vio, esto se hizo por medio del lenguaje que se usaba en los documentos que expedía la Junta Provisional de Gobierno de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, en los que recurrentemente se identificaba al gobernador de Popayán, Miguel Tacón y Rosique, con el valido y desprestigiado Manuel Godoy. De esta manera los criollos lograron crear una división en la que presentan la sociedad hispánica de aquel entonces establecida en América compuesta por americanos explotados y españoles opresores. A esto se suma las formas de proceder ante el problema de los propios funcionarios peninsulares que, no hay que negarlo, refuerzan la visión que planteaban los criollos. Lo anterior se formula por medio de un discurso que pretende legitimar las acciones insurgentes que del grupo criollo frente al poder establecido. Los planteamientos de dicho discurso se postularon en el lenguaje de la legalidad del mundo hispánico, es decir, justificando todas las medidas tomadas en aras de la defensa de la Religión, el Rey y la Patria. Por último, hay que subrayar la idea de que el grupo que impulsó ideológicamente el proyecto de la confederación, fue el de la elite criolla que habían ocupado cargos públicos, que habían recibido formación en derecho y teología y que tenían la ambición de acceder a una mayor cuota del poder local americano. Como se conoce, la falta de representación americana en las cortes, y en general, en todo el concierto del aparato estatal de la monarquía hispánica, fue el origen del malestar de estos pueblos que aprovecharon el contexto de crisis para declararse autónomos, o como se decía en la época, para declarar su “independencia absoluta”.

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Martínez – El gobernador depuesto Bibliografía ALMARIO GARCÍA, Oscar (2005). La invención del suroccidente colombiano: Independencia, etnicidad y estado nacional entre 1780 y 1930. Tomo II. Colección Pensamiento Político Contemporáneo, n.° 13. Medellin: Universidad Pontificia Bolivariana. GARCÍA ORTIZ, Laureano (19943). Las ciudades confederadas del Valle del Cauca.. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Editorial Voluntad. GUTIERREZ RAMOS, Jairo (2007). Las rebeliones realistas de los indios de Pasto durante las guerras de independencia. Una interpretación socio-histórica. Bucaramanga: Editorial ICANH. MARTÍNEZ GARNICA, Armando (2007). “La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada”. En. Chust, Manuel (Coord.) La eclosión juntera en el mundo hispano. México D.F.: Fondo de Cultura Económico - Colegio de México. MARTÍNEZ SOLÍS, Lorena (2009). “Family Tree Builder como posible herramienta para la construcción de un árbol genealógico. Ejemplo práctico de la familia Tacón y Herves”. Naveg@mérica. Revista electrónica de la Asociación Española de Americanistas , n.° 2. En: . MOLINA MARTÍNEZ, Miguel (2002). Los Cabildos y la independencia Iberoamérica. Granada: CEMCI, Granada. PÉREZ PIMENTEL, Rodolfo. Diccionario Biográfico del Ecuador. Disponible en: TACÓN Y ROSIQUE, Miguel (1839). Juicio de residencia del escelentísimo [sic] señor don Miguel Tacón o sea colección de varios escritos presentados por su apoderado y defensor José Antonio de Olañeta... con un apéndice que contiene las respectivas sentencias. La Habana: Comercio de la Habana. TORRES, José Camilo (1832). Representación del Cabildo de Bogotá Capital del Nuevo Reino de Granada a la Suprema Junta Central de España en el año de 1809. Imprenta de N. Lora: 27 - 28.

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Instrucciones a los autores Pautas editoriales Estudios Transandinos difunde trabajos originales de investigación del campo de estudio de las relaciones argentino-chilenas, la integración binacional y las realidades nacionales, regionales y locales de ambos países que puedan ser abordadas desde una perspectiva comparada. Su eje disciplinar es el de la historia pero recibe aportes de la humanidades y las ciencias sociales en general. Los artículos provienen de trabajos de investigación académica finalizados o cuyo grado de avance amerita la comunicación de conclusiones provisorias y se estructuran de modo que resultan claramente identificables sus hipótesis de trabajo, sus aportes originales, sus conclusiones y sus fuentes. Las reseñas bibliográficas describen externa e internamente una o más publicaciones referidas a la temática de interés de la revista, aportando una lectura analítica y critica de los materiales en cuestión. Todos los trabajos deben ser presentados en archivo digital, en procesador de textos Word configurados para hoja tamaño A4 en una extensión no mayor de 10 000 palabras los artículos y 2 000 palabras las reseñas bibliográficas. Las referencias bibliográficas y/o documentales siguen el sistema autor, fecha entre paréntesis, indicando las páginas con precisión. Por ejemplo: (Villalobos 1979, 45). En consecuencia, esas referencias remiten a un listado bibliográfico y/o documental ubicado al final del trabajo, ordenado alfabéticamente en el que se proporcionan todos los datos necesarios para una identificación indudable de los materiales citados. Los cuadros, gráficos, mapas e ilustraciones se presentan en archivo digital separado del texto. En el texto, se debe indicar claramente su ubicación. Se pueden agregar aclaraciones, traducciones breves y datos segundarios en notas a pie de página numeradas correlativamente. En la primera página del artículo, se indican su título y sus autores. En una primera nota a pie de página, a partir del título, se indica si el trabajo forma parte de algún proyecto de investigación institucional, que entidad lo financia, si su contenido fue comunicado total o parcialmente en alguna reunión científica, si se agradece la colaboración o los comentarios de otros investigadores, etc. En una segunda nota a pie de página, a partir del nombre del autor, se indica su pertenencia institucional y su dirección de correo electrónico. A continuación del título y del nombre y apellido del autor se incluye un resumen del artículo de no más de 200 palabras de extensión, y entre 3 y 5 palabras claves. El título, el resumen y las palabras claves deben

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