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Extractos del Cantar de Mio Cid (texto modernizado)1
Caballero, escultura en bronce del XII
Iglesia de Santa Gadea (Burgos), donde dice la leyenda que el Cid hizo jurar a Alfonso VI que no había tenido nada que ver en la muerte de su hermano Sancho II de Castilla (1072).
I. Cantar primero o “Cantar del destierro” (vv. 1-1086) Los cincuenta primeros versos del Cantar, que corresponden a la hoja inicial del manuscrito, se han perdido. En ese folio se narraría la preparación del destierro: el Cid, a punto de partir de sus tierras en Vivar (Burgos), convoca a sus parientes y vasallos para saber quiénes desean acompañarlo. Todos deciden ir con él. En cuanto a los antecedentes de la expulsión del héroe, las alusiones a lo largo del texto y las versiones prosificadas de las crónicas nos permiten resumir los hechos como sigue. El rey Alfonso VI de Castilla y León envía al Cid (del árabe vulgar sidi, ‘señor’) a Sevilla para cobrar en su nombre las parias que le debe este reino taifa (año 1079). El rey moro de Sevilla, vasallo del de Castilla, es atacado desde Granada por el conde castellano García Ordóñez, gran amigo de Alfonso VI. El Cid se ve entonces obligado a amparar al moro y vengarse de García Ordóñez mesándole (arrancándole) la barba. Cuando el Cid llega con los tributos, García Ordóñez, furioso, lo acusa de haberse quedado con parte. El destierro sería, pues, injusto: Rodrigo se ve impelido a dejar Vivar porque los mestureros (envidiosos) han sembrado la discordia entre él y el rey a quien servía. He aquí los nueve primeros versos conservados del cantar, que se transcriben en la lengua original: a
1 De los sos ojos tan fuertemientre llorando, tornaba la cabeça i estábalos catandoa. Vio puertas abiertas e uços sin cañadosb, alcándarasc vazias sin piellesd e sin mantos e sin falcones e sin adtores mudadose. 5 f g Sospiró mio Cid, ca mucho habié grandes cuidados. Fabló mio Cid bien e tan mesuradoh: —“¡Gradoi a ti, Señor Padre, que estás en alto! Esto me han vuoltoj mios enemigos malos.”
Catando: mirando (los palacios de Vivar). Uços sin cañados: puertas sin candados, abiertas de par en par. c Alcándaras: perchas en que se colgaban prendas y se dejaban las aves de caza (halcones y azores). d Pielles: pieles, vestiduras de piel e Falcones e adtores mudados: halcones y azores que han cambiado de pluma (muda). Los de mayor precio eran los que no la habían cambiado aún. f Ca: pues. g Habié: había, tenía. h Tan mesurado: mesuradamente, apaciblemente. i Grado: “Te doy gracias”. j Vuolto: urdido, tramado. b
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Se indican tanto el número de tirada (a su inicio) como el de verso (derecha). Se señalan con “[…]” los pasajes que han sido omitidos. La versión es la de V. Tusón y F. Lázaro, inspirada en la adaptación de P. Salinas.
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2 Ya cabalgan a prisa, ya aflojan las riendas. 10 Al salir de Vivar, tuvieron la corneja diestra, y entrando en Burgos, tuviéronla siniestra. El Cid se encogió de hombros y meneó la cabeza: —“¡Albricias, Álvar Fáñez2! Nos echan de nuestra tierra, pero con mucha honra volveremos a ella.” 14bis3 El Cid inicia el destierro con sus tropas, presididas por sesenta estandartes. Al entrar en Burgos, las gentes, entristecidas, salen a ver pasar a su héroe:
3 Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró, 15 sesenta pendones lleva detrás el Campeador; todos salían a verle, niño, mujer y varón, 16b4 a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó, llorando de los ojos, ¡tan grande era su dolor! Y de las bocas de todos, salía una razón: —“¡Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor!” 20 Pero, a pesar de la empatía y comprensión, nadie se atreve a ofrecerle alojamiento: el rey lo ha prohibido, como explica el narrador. Se dirigen a una casa y llaman a la puerta; tras mucho insistir, la abre una niña.
4 Lo albergarían de grado, pero ninguno osaba: del rey don Alfonso, tan grande era la saña. Al atardecer, a Burgos llegó de él una carta con gran sigilo, y fuertemente sellada, con orden de que al Cid nadie le diera posada. 25 Y que el que se la diese, supiera que se arriesgaba a perder sus haciendas, y aún los ojos de la cara, y aún, además, los cuerpos y las almas. Gran pesar tenían las gentes cristianas; se esconden de mio Cid: no osan decirle nada. 30 El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la halló bien cerrada: por miedo al rey Alfonso, así la dejaran; ellos no la abrirían, si él no la forzaba. Los guerreros del Cid con grandes voces llaman; 35 los de dentro, no les contestan palabra. Espoleó el Cid su caballo, a la puerta se llegaba, sacó el pie del estribo, y le dio una patada. No se abre la puerta, pues está bien cerrada. 2
Este Álvaro Háñez o Álvar Fáñez es un personaje histórico: un pariente del Cid que, a pesar de aparecer en el Cantar como su mano derecha, en realidad no acompañó al Campeador en su destierro. El poema emplea en numerosas ocasiones el sobrenombre de Minaya para referirse a esta figura. Se trata de una fórmula de tratamiento en la que se funden el posesivo castellano mi y el sustantivo vasco anai (‘hermano’). 3 Verso inspirado en las crónicas, añadido en algunas ediciones del Cantar. 4 Este verso, por error del copista, aparece en el manuscrito en la misma línea que el anterior (16). Sucede, como se verá, en varias ocasiones.
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Una niña de nueve años, a sus ojos se mostraba: 40 —“¡Tente, Campeador, que en buena hora ciñes espada! El rey lo ha prohibido: de él entró anoche una carta, en gran sigilo y fuertemente sellada. No osaríamos abriros ni acogeros por nada. De hacerlo, perderíamos haciendas y casas, 45 y aún, además, los ojos de la cara. ¡Cid, en nuestro mal, vos no ganaréis nada! Dios creador os valga, con todas sus virtudes santas.” Esto dijo la niña y volviose para casa. Bien ve el Cid que, del rey, ya no tiene la gracia. 50 Marchose de la puerta, y por Burgos entraba, Llegó a Santa María, allí descabalgaba. Se hincó de rodillas, de corazón rogaba. La oración hecha, luego cabalgaba; salió por la puerta, el río Arlanzón pasaba. 55 Junto a la villa de Burgos en la glera5 acampaba, mandó plantar las tiendas, después descabalgaba. Mío Cid Ruy Díaz, el que en buen hora ciñó espada, acampó en la glera que nadie le abre su casa; están junto a él los fieles que le acompañan. 60 Así acampó mío Cid como si fuese en montaña. […]
El río Arlanzón y Santa María de Burgos (Catedral), hoy
Como el Cid no tiene suficientes provisiones (lo cual demuestra que la acusación de García Ordóñez era falsa) y tiene que dejarle dinero a su familia y pagar a sus hombres, se ve obligado a recurrir a dos prestamistas judíos que viven en Burgos, Rachel y Vidas. Sin embargo, el Campeador no es honesto con ellos: los engaña haciéndoles creer que unas arcas llenas de arena (pero muy bien adornadas) están repletas de riquezas, y que debe empeñarlas porque son pesadas y constituye un peligro llevarlas consigo. Para iniciar tratos con los prestamistas Rodrigo instruye y envía a un hombre de confianza, el burgalés Martín Antolínez (personaje ficticio). Éste…
9 A los judíos encuentra cuando estaban ocupados 100 en contar esas riquezas que entre ambos se ganaron. Les saluda el burgalés, muy atento y muy taimado: “—¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, amigos míos tan caros? En secreto yo querría hablar con los dos un rato.” No le hicieron esperar; en un rincón se apartaron. 105 “—Mis buenos Raquel y Vidas, vengan, vengan esas manos, guardadme bien el secreto, sea a moro o a cristiano, que os tengo que hacer ricos y nada habrá de faltaros. De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha encargado, grandes riquezas cogió, y caudales muy preciados, 110 pero luego se quedó con lo que valía algo, y por eso se ve ahora de tanto mal acusado. En dos arcas muy repletas tiene oro fino guardado. Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado, aquí se deja heredades, y sus casas y palacios, 115 no puede llevar las arcas, que le costaría caro, el Campeador querría dejarlas en vuestras manos 5
Cascajar, playa fluvial muy pedregosa.
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empeñadas, y que, en cambio, les deis dinero prestado. Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo, pero eso tiene que ser con juramento prestado 120 que no las habéis de abrir en lo que queda de año.” Raquel y Vidas están un rato cuchicheando: “—En este negocio hemos de sacar nosotros algo. Cuando el Cid cobró las parias, mucho dinero ha ganado, de allá de tierra de moros gran riqueza se ha sacado. 125 Quien muchos caudales lleva nunca duerme descansado. Quedémonos con las arcas, buen negocio haremos ambos, pondremos este tesoro donde nadie pueda hallarlo. Pero queremos saber qué nos pide el Cid en cambio y qué ganancia tendremos nosotros por este año.” 130 Dice Martín Antolínez, muy prudente y muy taimado: “—Muy razonable será Mío Cid en este trato: poco os ha de pedir por dejar su haber en salvo. Muchos hombres se le juntan y todos necesitados, el Cid tiene menester ahora de seiscientos marcos.” 135 Dijeron Raquel y Vidas: “—Se los daremos de grado”. “—El Cid tiene mucha prisa, la noche se va acercando, necesitamos tener pronto los seiscientos marcos”. Dijeron Raquel y Vidas: “—No se hacen así los tratos, sino cogiendo primero, cuando se ha cogido dando”. 140 Dijo Martín Antolínez: “—No tengo ningún reparo, venid conmigo, que sepa el Cid lo que se ha ajustado y, como es justo, después nosotros os ayudamos a traer aquí las arcas y ponerlas a resguardo, con tal sigilo que en Burgos no se entere ser humano”. 145 Dijeron Raquel y Vidas: “—Conformes los dos estamos. En cuanto traigan las arcas tendréis los seiscientos marcos”. El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado, van con él Raquel y Vidas, tan satisfechos del trato. No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron 150 para que no lo supiera en Burgos ningún cristiano. Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid llegaron; al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos. Sonriose Mío Cid, y así comenzara a hablarlos: “—Sí, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado. 155 Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado. De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo, y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos”. Entonces Raquel y Vidas van besarle las manos. Martín Antolínez tiene el trato bien ajustado 160 de que por aquellas arcas les darán seiscientos marcos, bien se las han de guardar hasta el cabo de aquel año, y prometido tenían y así lo habían jurado, que si las abrieran antes queden por perjuros malos y no les dé en interés don Rodrigo ni un ochavo. 165 Dijo Martín Antolínez: “—Raquel y Vidas, llevaos las dos arcas cuanto antes y ponedlas a resguardo,
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yo con vosotros iré para que me deis los marcos, que ha de salir Mío Cid antes de que cante el gallo.” ¡Qué alegres que se ponían cuando los cofres cargaron! Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo. Ya se alegran los judíos en los dineros pensando, para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron. […]
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Prosiguiendo el viaje al día siguiente, el Campeador pasa por el monasterio de San Pedro de Cardeña, a cuyo abad —que lo recibe espléndidamente— confía el cuidado de su familia mientras él cumple el destierro, para despedirse de su mujer, doña Jimena, y de sus hijas, doña Elvira y doña Sol.
15 He aquí a doña Jimena que con sus hijas va llegando; dos dueñas las traen a ambas en sus brazos. Ante el campeador doña Jimena las rodillas ha hincado. Lloraba de los ojos, quiso besarle las manos: —“¡Ya Campeador, en hora buena engendrado, por malos intrigantes de Castilla sois echado! 16 Ay, mi señor, barba tan cumplida, aquí estamos ante vos yo y vuestras hijas, muy niñas son y de pocos días, con estas mis damas de quien soy yo servida. Ya lo veo que estáis de partida, y nosotras y vos nos separamos en vida. ¡Dadnos consejo, por amor de Santa María!” Alargó las manos el de la barba bellida, a las sus hijas en brazos las cogía, acercolas al corazón que mucho las quería. Llora de los ojos, muy fuertemente suspira: —“¡Ay, doña Jimena, mi mujer muy querida, como a mi propia alma así tanto os quería. Ya lo veis que nos separan en vida, yo parto y vos quedáis sin mi compañía. Quiera Dios y Santa María, que aún con mis manos case estas mis hijas, y vos, mujer honrada, de mí seáis servida.” […]
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A la mañana siguiente…
18 Hecha la oración, la misa acabada ya, salieron de la iglesia, ya quieren cabalgar. El Cid a doña Jimena iba a abrazar; doña Jimena al Cid la mano le va a besar, llorando de los ojos que ya no puede más. Y él a sus dos niñas volviolas a mirar: “A Dios os encomiendo, al Padre espiritual,
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ahora nos partimos, ¡Dios sabe el ajuntar!” Llorando de los ojos, nunca vieseis tal, como la uña de la carne apartándose van. 375 […] Tras despedirse, llorando, de su mujer y sus hijas, y confiando en que Dios los vuelva a reunir, el Cid tiene un sueño alentador justo la noche antes de atravesar la frontera de Castilla:
19 En cuanto que fue de noche el Cid a dormir se echó, le cogió un sueño tan dulce que muy pronto se durmió. El arcángel San Gabriel a él vino en una visión: —“Cabalgad, Cid —le decía—, cabalgad, Campeador, que nunca en tan buen hora cabalgó varón; bien irán las cosas vuestras mientras vida os dé Dios.” Mío Cid al despertar la cara se santiguó. […]
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El plazo para abandonar Castilla está próximo a cumplirse, y el Cid (a quien se han unido aún más hombres) avanza hacia fuera de sus fronteras, hacia los territorios ocupados por los musulmanes. Se interna en el reino moro de Toledo, cuyo rey es tributario y aliado de Alfonso VI. Una vez allí, decide ir rumbo a Castejón (población de Toledo), mientras su brazo derecho Álvar Fáñez y otros hombres pasan por Guadalajara. En Castejón, Rodrigo asalta la ciudad y la conquista, sacando de ahí “mucho oro y mucha plata”. Da comienzo así a su principal actividad durante esta primera parte del Cantar: la obtención de botines de guerra y el cobro de parias o tributos a los árabes.
23 Ya amanecía y venía la mañana, 456 salía el sol, ¡Dios, qué hermoso apuntaba! En Castejón todos se levantaban, abren las puertas, afuera se mostraban, para ir a sus labores y a sus campos de labranza. 460 Todos han salido dejan libre la entrada, sólo pocas gentes en Castejón quedaban; las gentes por los campos andan ocupadas. El Campeador salió de la celada, en torno a Castejón aprisa cabalgaba, 465 Mío Cid don Rodrigo corre hacia la entrada, los que guardan la puerta viéndola asaltada, tuvieron miedo y la dejan desamparada. Mío Cid Ruy Díaz por las puertas entraba, trae en la mano desnuda la espada, 470 quince moros mataba de los que alcanzaba. Ganó a Castejón y mucho oro y plata. Sus caballeros llegan con la ganancia, la dejan a mío Cid sin querer para sí nada. […] También Minaya Álvar Fáñez regresa de su saqueo en Guadalajara con riquezas (ovejas, caballos, etc.) y se las entrega a su señor. El Cid comparte todo este tesoro con sus hombres, ofreciéndole un quinto de la ganancia a Álvar Fáñez, que le responde:
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24 Mucho que os lo agradezco, Campeador afamado, de este quinto del botín, que ponéis entre mis manos por contento se daría hasta Alfonso el Castellano. 495 Pero yo os lo devuelvo, Mío Cid, en paz estamos. Quiero prometer a Dios, a Aquél que está allí en lo alto, que mientras yo no me harte, montado en mi buen caballo, de lidiar bien con los moros y vencerlos en el campo, hiriéndolos con la lanza, poniendo a la espada mano, 500 mientras no vea la sangre chorrearme codo abajo estando delante el Cid, ese guerrero afamado, no tomará ni un dinero del Campeador mi mano. Tras esto, el Campeador resuelve abandonar Castejón para evitar el ataque del rey Alfonso VI, amigo y protector del rey taifa de Toledo. Para mostrar su generosidad, libera a doscientos moros que había cautivado, de manera que, al final:
26 Del castillo que tomaron todos ricos se van; los moros y las moras bendiciéndole están. […]
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Tras abandonar el reino de Toledo, el Cid resuelve encaminarse hacia el Levante. Marcha primero a tierras de Zaragoza (dependientes del rey moro de Valencia), donde decide atacar un punto estratégico para el dominio de la zona: Alcocer. La ocupación de su castillo por parte del Campeador y sus hombres hace que las poblaciones musulmanas circundantes, atemorizadas, pidan ayuda al rey de Valencia. Éste envía un ejército para poner cerco al castellano, que constituye una obvia amenaza. El asedio dura tres semanas, tras las cuales el Campeador decide atacar por sorpresa a los sitiadores. De esta manera, se produce la primera batalla campal del Cantar. La guerra es para el Cid un medio necesario de subsistencia, como profesión por excelencia de un caballero. Pelea contra los árabes para sustentarse y mantener a los suyos, y para obtener, paulatinamente, la gracia del rey. El vasallo socialmente desairado ha de hacer méritos para recuperar el favor real; el padre debe conseguir, en tales circunstancias, botín y riquezas y una situación honorable para sus hijas. En la España ocupada por los musulmanes, Rodrigo y sus guerreros consiguen mantenerse y triunfar, unas veces con el valor de su brazo y otras con sus habilidades políticas. Son abundantes las batallas que describe el Cantar: he aquí algunos fragmentos, pues, de la de Alcocer:
35 Se ponen los escudos ante sus corazones, 715 y bajan las lanzas envueltas en pendones, inclinan las caras encima de los arzones6, y cabalgan a herirlos con fuertes corazones. A grandes voces grita el que en buena hora nació: —“¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador! 720 ¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!” [...] 36 Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar, tantas adargas7 hundir y traspasar, 6 7
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Arzones: sillas de los caballos. Adargas: escudos de cuero.
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tanta loriga8 abollar y desmallar tantos pendones blancos, de roja sangre brillar, tantos buenos caballos sin sus dueños andar. 730 Gritan los moros: “¡Mahoma!”; “¡Santiago!” la cristiandad. [...] 38 A Minaya Álvar Fáñez matáronle el caballo, 744 pero bien le socorren mesnadas de cristianos. Tiene rota la lanza, mete a la espada mano, Y, aunque a pie, buenos golpes va dando. Violo mio Cid Ruy Díaz el Castellano, se fijó en un visir9 que iba en buen caballo, y dándole un mandoble10, con su potente brazo, 750 partióle por la cintura, y en dos cayó al campo. A Minaya Álvar Fáñez le entregó aquel caballo: —“Cabalgad, Minaya: vos sois mi diestro brazo.” […]
Los hombres del Cid, a pesar de algunas dificultades ocasionales, vencen a los musulmanes y ganan con ello muchas riquezas. El Campeador envía a Álvar Fáñez a Castilla para hacerle llegar gran parte de esos caudales al rey Alfonso. El rey acepta el regalo pero mantiene aún en efecto el destierro. El Cid decide abandonar Alcocer, devolviéndoselo a los moros a cambio de tres mil marcos de plata. Una vez más, recibe las bendiciones de los moros: “¡Vaste, mio Cid; nuestras oraciones váyante delante!”, exclaman llorosos al verlo partir. Rodrigo continúa sus hazañas por la taifa de Zaragoza, reino que termina por dominar. También se propone conquistar las tierras bajo la protección del Conde de Barcelona, a quien acaba por aprisionar (quedándose así con su espada, “Colada”). Todo este episodio, con el que se pone fin al primer cantar, supone una crítica (ridiculización) velada a la alta nobleza, que siempre sale vencida de los ataques de los hombres del Cid, inferiores socialmente pero mejores caballeros. El Cantar no sigue fielmente la realidad histórica en este punto, puesto que se omite el hecho de que Rodrigo (el personaje histórico) estuvo al servicio de los condes de Barcelona por un tiempo, y que combatió contra ellos más tarde en nombre del rey de la taifa de Zaragoza, a quien sirvió después.
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Loriga: armadura de malla de acero. Visir: autoridad militar árabe, oficial del ejército musulmán. 10 Mandoble: golpe con la espada. 9
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II. Cantar segundo o “Cantar de las bodas” (vv. 1087-2277) Conquista de Valencia y esponsales de las hijas del Cid Esta segunda parte del Cantar se hace eco de la sabia estrategia que el Campeador emplea para llegar a dominar las tierras del Levante. También se narran en ella las benéficas consecuencias de esta ocupación, que se reflejan en las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión (hecho ficticio). Las hazañas bélicas (muy significativas) no ocupan tanto espacio como en el primer cantar. El poeta concede mayor destaque a los asuntos de ámbito familiar.
Aunque no se refleje en el Cantar, históricamente el Cid ha recibido entretanto el perdón real: Alfonso VI le levanta el destierro en 1087 para tener a su vasallo disponible tras la derrota que sufre en 1086 en Sagrajas (Badajoz) contra el ejército almorávide. Los almorávides habían acudido a ayudar a sus correligionarios de Al-Andalus después de la conquista de Toledo (1085) por parte del rey castellanoleonés, y su superioridad militar supone una amenaza grave para los cristianos. El Rodrigo histórico no retoma sus posesiones en Vivar tras el perdón, sino que prefiere continuar en el Levante, por lo que el rey Alfonso le encarga la defensa de la zona, especialmente de la taifa de Valencia (aliada de Castilla pero ambicionada por moros y cristianos), que el Cid sólo ocupará cuando muera el rey árabe que la gobernaba (1093). Sin embargo, en 1089 vuelve a sufrir un nuevo destierro pues no llega a tiempo de auxiliar al rey Alfonso VI en el sitio de Aledo (Murcia). Nada de esto aparece documentado en la obra que leemos. Al comienzo de este segundo cantar, vemos cómo el Cid abandona las tierras del interior y se acerca a las costas levantinas:
64 de cara a la mar salada ahora quiere guerrear: por Oriente sale el sol y él hacia esa parte irá. […]
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En pocos versos, se nos resume cómo va sometiendo las localidades que rodean la ciudad de Valencia, con el objeto de dejar la plaza aislada:
71 Por esas tierras de moros, apresando y conquistando, durante el día durmiendo, por las noches a caballo, en ganar aquellas villas pasa Mío Cid tres años. 1169 […]
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Al estrecharse el cerco en torno a Valencia, el Campeador envía pregones por los reinos cristianos con el fin de reclutar tropas suficientes para acometer el asedio. Tras nueve meses de hostigamientos, la ciudad se entrega. Pero los castellanos han de enfrentarse todavía al rey moro de Sevilla, que al enterarse de la conquista acude en ayuda de los valencianos. No obstante, los musulmanes vuelven a sufrir una estrepitosa derrota. Y el Cid se queda con el caballo del rey sevillano, Babieca. La ciudad de Valencia se convierte en el lugar de asentamiento para el Cid y sus hombres, que ya no continúan con el pillaje. De hecho, tras la toma de Valencia el caudillo organiza la vida en el interior de la ciudad con todo detalle, incluyendo la instauración de una sede episcopal. Tras ello, el Campeador envía a Castilla a Álvar Fáñez para entrevistarse con Alfonso VI y solicitarle en nombre de Rodrigo que consienta en que doña Jimena y sus hijas se reúnan con él. Minaya, que se reúne con el rey en Carrión, ofrece un regalo a Alfonso y le refiere la conquista de Valencia. La fama de las victorias del Cid y los presentes que le había enviado, habían ido recobrando la voluntad del rey Alfonso VI. Pero, de entre todos sus triunfos, ninguno es tan notable como el que ahora ha obtenido al conquistar Valencia. Alfonso accede a los ruegos del Cid. La reacción en la corte no tarda en hacerse sentir: los éxitos de Rodrigo despiertan la envidia y el despecho de García Ordóñez y la codicia de los Infantes de Carrión, que se plantean la posibilidad de casarse con las hijas del Cid pese a la notable diferencia de linaje. Álvar Fáñez se dirige a Cardeña para recoger a doña Jimena y sus hijas, y las conduce a Valencia, donde se reencuentran con Rodrigo. El recibimiento es espectacular: doscientos hombres salen a recibir a los viajeros, mientras el caudillo…
86 Manda traer a Babieca, poco ha que le ganara 1573 del rey moro de Sevilla en aquella gran batalla, aún no sabe Mío Cid, que en buen hora ciñó espada, 1575 si será buen corredor y si muy en seco para. A la puerta de Valencia, donde bien a salvo estaba, ante su mujer e hijas quería jugar las armas11. Con grandes honras de todos son recibidas las damas. […] Túnica de seda viste, muy crecida trae la barba, 1585 ya le ensillan a Babieca, muy bien que le enjaezaban, se monta en él Mío Cid y armas de palo tomaba. En el nombrado Babieca el Campeador cabalga, arranca a correr y dio una carrera tan rauda que todos los que le vieron maravillados estaban. 1590 Desde aquel día Babieca fue famoso en toda España. Al acabar la carrera ya Mío Cid descabalga, y va adonde su mujer y sus dos hijas estaban. Al verle doña Jimena a los pies se le arrojaba: —“Merced, Cid, que en buen hora fuiste a ceñirte la espada. 1595 Sacado me habéis, oh Cid, de muchas vergüenzas malas: aquí me tenéis, señor, vuestras hijas me acompañan, para Dios y para vos son buenas y bien criadas”. A la madre y a las hijas mucho el Cid las abrazaba y del gozo que tenían todos los cuatro lloraban. 1600 Esas mesnadas del Cid muy jubilosas estaban, jugaban a juegos de armas y tablados derribaban. Oíd lo que dijo Rodrigo, que en buen hora ciñó espada: “—Vos, doña Jimena mía, querida mujer y honrada, y las dos hijas que son mi corazón y mi alma, 1605 11
Jugar las armas: Hacer ejercicios de destreza con las armas.
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en la ciudad de Valencia conmigo haced vuestra entrada, en esta hermosa heredad que para vos fue ganada”. Allí la madre y las hijas las dos manos le besaban y en medio de grandes honras las tres en Valencia entraban. Finalmente, la escena culmina cuando las tres mujeres contemplan desde lo más alto del alcázar lo que el Cid ha conseguido:
87 Con Mío Cid al alcázar su esposa y sus hijas van, 1610 cuando llegaron las sube hasta el más alto lugar. Vierais allí ojos tan bellos a todas partes mirar: a sus pies ven a Valencia, cómo yace la ciudad, y allá por el otro lado tienen a la vista el mar. Miran la huerta, tan grande y tan frondosa que está, 1615 y todas las otras cosas placenteras de mirar. Alzan entonces las manos, que a Dios querían rezar, por lo bueno y por lo grande de aquella hermosa heredad. Mío Cid y sus mesnadas todos contentos están. […] En este clima de bienestar, sobreviene por primavera una contrariedad: “El invierno ya se ha ido y marzo quería entrar. / Noticias os daré ahora del otro lado del mar / y del rey moro Yusef que allí en Marruecos está”. Una amenaza acecha a Valencia: el rey almorávide de Marruecos, Yusuf (o Yusef), desea ocuparla por mar. El Cid, que tiene un agudo sentido de la propiedad (“en mis heredades es fuertemientre metido”, dice de Yusuf), y alentado también por motivaciones de cariz religioso, no teme el enfrentamiento. Muy por el contrario, la ocasión le place en sumo grado puesto que de esa manera su familia puede verle luchar, además de que puede con ello aumentar su riqueza. De hecho, cuando llegan los almorávides, el Campeador contempla las fuerzas enemigas y exclama:
90 —“¡Loado sea el Creador y Padre Espiritual! Los bienes que yo poseo todos ahí delante están, con afán gané a Valencia, la tengo por heredad, como no sea por muerte no la puedo yo dejar. A Dios y a Santa María gracias les tengo que dar porque a mi mujer e hijas conmigo las tengo acá. La suerte viene a buscarme del otro lado del mar, tendré que vestir las armas, que no lo puedo dejar, y mi mujer y mis hijas ahora me verán luchar. Verán en tierras extrañas lo difícil que es estar, harto verán por sus ojos cómo hay que ganar el pan.” […]
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La llegada del enemigo es para él, pues, motivo de alegría; en contraste con el temor expresado por doña Jimena:
—“Por Dios, Mío Cid, ¿qué es ese campamento que allí está?” —“Jimena, mujer honrada, que eso no os dé pesar, para nosotros riqueza maravillosa será. Apenas llegada y ya regalos os quieren dar, para casar a las hijas aquí os traen el ajuar.”
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Se suceden a continuación varias batallas contra Yusuf en las que el Cid sale siempre victorioso. Gracias al importante botín obtenido, puede enviar otra dádiva al rey a través de su fiel Minaya. Alfonso VI, que recibe del desterrado una tercera ofrenda, decide perdonar al Cid y proponerle como recompensa y desagravio un matrimonio que estimaba beneficioso para sus hijas, para lo cual determina entrevistarse con su heroico vasallo a orillas del Tajo. La reunión es muy cordial, y en ella se pactan las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión. Éstos no agradan al Cid, pero, como buen súbdito, no quiere incurrir de nuevo en la ira del rey, que ha pedido aquel casamiento. La responsabilidad de aquellos matrimonios recae, pues, enteramente en Alfonso VI:
110 —“Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios. A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol, que con este casamiento ganaremos en honor, pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo: os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor. Lo hizo con tanta firmeza, tan de todo corazón, que a aquello que me pedía no supe decir que no. Así en sus manos os puse, hijas mías, a las dos. Pero de verdad os digo: él os casa, que no yo.” […]
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Los matrimonios se celebran, con gran solemnidad (los festejos duran quince días), y transcurren dos años muy felices para los desposados en Valencia:
111 Allí moran los infantes muy cerca de los dos años, 2271 en Valencia todo el mundo hacíales agasajos. Muy contento estaba el Cid, muy contentos sus vasallos. Ojalá quiera la Virgen María y el Padre Santo que salgan bien estas bodas al que así las ha casado. 2275 Las coplas de este cantar aquí se van acabando. Que Dios creador os valga y con Él todos sus santos.
Estatua del Cid, en Burgos
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III. Cantar Tercero o “Cantar de la afrenta de Corpes” (vv. 2278-3730) Al fin, los infantes de Carrión descubren su mala índole: son cobardes, como se demuestra un día que se escapa un león que el Cid tiene en una jaula, suceso que da inicio a la tercera parte del poema.
112 En Valencia, con los suyos, el Cid permaneció, estaban también sus yernos, los infantes de Carrión. Echado en un escaño, dormía el campeador, 2280 cuando algo inesperado de pronto sucedió: salió de la jaula y desatose el león. Por toda la corte un gran miedo corrió; embrazan sus mantos los del Campeador y cercan el escaño protegiendo a su señor. 2285 Fernando González, infante de Carrión, no halló dónde ocultarse, escondite no vio: 2286b metiose bajo el escaño, tan grande fue su pavor. Diego González, el otro, por la puerta se salió diciendo con grandes gritos: “Ay, que ya no veré Carrión!” Tras la viga de un lagar metiose con gran temor; 2290 todo el manto y el brial sucios de allí los sacó. En esto que se despierta el que en buen hora nació; de sus mejores guerreros cercado el escaño vio: —“¿Qué es esto, caballeros? ¿Qué es lo que queréis vos?” —“¡Ay , señor honrado, un susto nos dio el león!” 2295 Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó, el manto trae al cuello, se fue para el león; el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló. Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió, 2300 lo lleva por la melena, en su jaula lo metió. Maravillados están todos los que con él son; lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó. Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló; aunque los está llamando, ninguno respondió. 2305 Cuando los encontraron, pálidos venían los dos; del miedo de los Infantes todo el mundo se burló. Prohibió aquellas burlas mío Cid Campeador. Quedaron avergonzados los infantes de Carrión. ¡Grandemente les pesa esto que les sucedió! 2310 […] Por si esto fuera poco, ante un nuevo ataque a Valencia por parte de los moros (comandados ahora por el general Búcar de Marruecos), Rodrigo (que de esta batalla obtendrá la espada Tizón) pasa por la vergüenza de que sus yernos tengan miedo. Mientras éstos manifiestan cobardemente temer por sus vidas, los caballeros del Cid muestran en contraste una gran alegría ante la perspectiva de una nueva ganancia, y hasta se disputan quién va a mandar las tropas de la vanguardia (incluido el obispo don Jerónimo, “por sabor que había de algún moro matar”). La situación de los infantes se hace insufrible, y traman una infame venganza. Con el pretexto de mostrar las posesiones de Carrión a sus esposas, piden al Cid que les permita abandonar Valencia:
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124 —“Pidamos nuestras mujeres a este Cid Campeador. Diremos que las llevamos a heredades de Carrión para que vean allí las tierras que nuestras son. Saquémoslas del amparo de Mío Cid Campeador, y por el camino haremos lo que nos plazca a los dos antes que nos pidan cuentas por aquello del león. De gran linaje venimos, somos condes de Carrión. Muchos bienes nos llevamos que valen mucho valor, escarnio haremos a las hijas del Campeador. Con estos bienes seremos ya ricos hombres los dos: podremos casar con hija de rey o de emperador. De gran linaje venimos, somos condes de Carrión; escarnio haremos a las hijas del Campeador antes que nos pidan cuentas por aquello del león.” […]
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El héroe concede la autorización: aunque siente oscuros recelos, carece de argumentos para oponerse a aquella petición. No obstante, envía a uno de los suyos, Félix Muñoz, en compañía de sus hijas. Tras entregar a los infantes, en señal de confianza, las espadas Colada y Tizón y tres mil marcos de oro y plata, el Cid les pide que, de camino, pasen a saludar a un moro amigo suyo, Avengalvón, que los acogerá gustoso sin duda. Así lo hacen. Pero, en pago del magnífico recibimiento que les brinda el moro Avengalvón, los infantes no piensan sino en matarlo y quedarse así con sus riquezas. El “buen Avengalvón, moro valiente y leal”, se entera de los planes de los de Carrión, y, al despedirlos, les dice:
127 —“Si no fuera por respeto a Mío Cid de Vivar, haría yo con vosotros algo que diese que hablar: devolvería sus hijas al Campeador leal y vosotros a Carrión no tornaríais jamás.” […]
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Prosiguiendo viaje, al llegar al robledo de Corpes (Soria), los infantes cometen la felonía: despiden a todos los criados acompañantes y se quedan solos con sus esposas, las golpean sin piedad y las abandonan. Se reproduce el episodio en la lengua original12:
128 Fallaron un vergel con una limpia fuent, mandan fincar la tienda ifantes de Carrión, con cuantos que ellos traen ý13 yazen essa noch, con sus mugieres en braços demuéstranles amor14,
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Se conserva la f- inicial en palabras que hoy se escriben con h-: así, fallaron (v. 1) es “hallaron”. Las anomalías o irregularidades en las rimas que pueden notarse en este pasaje (tirada 128) se solucionarían si añadiésemos a todos los versos una -e paragógica: amor>amore, sabor>sabore… Menéndez Pidal postuló que en su origen el texto del CMC presentaba dicha -e, aunque en los tiempos en que se pone por escrito el cantar (s. XII, según este autor) el fenómeno de la -e paragógica ya resultaba un arcaísmo lingüístico. Casos como los de fuent (por fuente) o noch (por noche) ejemplifican otro fenómeno diacrónico, contrario al anterior, cuyo origen tal vez se debe al influjo del francés: el de la apócope extrema de -e, vigente en la lengua castellana de finales del siglo XII y primera mitad del XIII (cuando empieza a reponerse en algunas palabras). 13 Ý: allí. 14 Demuéstranles amor: les hacen el amor, mantienen relaciones sexuales con ellas.
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¡mal ge lo cumplieron cuando salié el sol! Mandaron cargar las azémilas con grandes averes a nombre15, 2705 16 cogida han la tienda do albergaron de noch, adelant eran idos los de criazon17, asi lo mandaron los infantes de Carrion, que no ý fincás ninguno, mugier nin varón, sino amas sus mugieres doña Elvira e doña Sol: 2710 deportarse18 quieren con ellas a todo su sabor. Todos eran idos, ellos quatro solos son; Tanto mal comidieron19 los ifantes de Carrión. —“Bien lo creades, doña Elvira y doña Sol, aqui seredes escarnidas20 en estos fieros montes, 2715 hoy nos partiremos y dexadas seredes de nos, non habredes part21 en tierras de Carrión. Irán aquestos mandados al Cid Campeador; nós vengaremos aquesta22 por la del león.” Allí les tuellen23 los mantos e los pelliçones, 2720 24 páranlas en cuerpos e en camisas e en çiclatones ; espuelas tienen calçadas los malos traidores, en mano prenden las cinchas fuertes e duradores. Quando esto vieron las dueñas, fablaba doña Sol. —“Don Diego e don Ferrando, ¡rogámosvos por Dios! 2725 Dos espadas tenedes fuertes e tajadores, a la una dizen Colada e al otra Tizón; cortadnos las cabeças, mártires seremos nós, moros y cristianos departirán d’esta razón25, que por lo que nos mereçemos no lo prendemos26 nós; 2730 atan malos ensiemplos27 no fagades sobre nós; si nos fueremos majadas, abiltaredes a vós28, retraérvoslo han en vistas o en cortes.” Lo que ruegan las dueñas no les ha ningún pro29. Esora les compieçan a dar los ifantes de Carrión, 2735 15
Grandes averes a nombre: bienes en gran número. Cogida: recogida. 17 Los de criazón: los vasallos de criazón de los infantes; esto es, los componentes de su comitiva personal. 18 Deportarse: solazarse o tener solaz; es decir, pasarlo bien, divertirse. 19 Comidieron: planearon. 20 Escarnidas: escarnecidas, ultrajadas, humilladas. 21 Non abredes part: no tendréis parte (de las tierras de Carrión). 22 Aquesta: esta (cfr. ley del talión). 23 Les tuellen: les quitan. 24 Páranlas: las dejan. En cuerpos: en ropa interior. Camisas, ciclatones: prendas de vestir que se colocaban debajo de la ropa de abrigo (los mantos y pellizas o pellizones del verso anterior). La camisa, en contacto con la piel, era una especie de túnica que se colocaba bajo el vestido o brial. El ciclatón designaba tanto un tipo de tejido lujoso, con estampados, como el propio vestido hecho con esa tela. O sea, el sentido del verso es que las dejan prácticamente desnudas, en cueros o en pelotas, que diríamos hoy. 25 Departirán d’esta razón: hablarán de este asunto. 26 Prendemos: recibimos. Sentido del verso: ‘no nos tratáis como merecemos’. 27 Ensiemplos: acciones notables. 28 Majar: golpear (vid. infra, v. 2736: májanlas). Abiltaredes: envileceréis. 29 Pro: provecho. Es decir, el discurso anterior no les sirve de nada, não adianta. 16
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con las cinchas corredizas májanlas tan sin sabor, con las espuelas agudas, donde ellas han mal sabor; rompién las camisas e las carnes a ellas amas a dos. Limpia salié la sangre sobre los ciclatones, ya lo sienten ellas en los sus coraçones, ¡qual ventura serié esta, sí ploguiese al Criador que asomase esora el Cid Campeador! Tanto las majaron que sin cosimente son30, sangrientas en las camisas e todos los ciclatones. Cansados son de ferir ellos amos a dos, ensayándos amos31 qual dará mejores colpes. Ya no pueden fablar doña Elvira e doña Sol, por muertas las dexaron en el robredro de Corpes. 129 Lleváronles los mantos e las pieles armiñas, mas déxanlas marridas32 en briales e en camisas e a las aves del monte e a las bestias de la fiera guisa33; por muertas las dexaron, sabed, que no por vivas. ¡Quál ventura serié, si asomás esora el Cid Campeador! 130 Los ifantes de Carrion […………ilegible…………] en el robredo de Corpes por muertas las dexaron, que la una a la otra no le torna recaudo34; por los montes do iban ellos, íbanse alabando. […]
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Este salvaje atentado, descrito de manera realista, no podía quedar sin venganza. Los Infantes dejan desnudas y ensangrentadas a las hijas del Cid y se van, pero Félix Muñoz vuelve al robledal, las descubre de tal guisa y las lleva a San Esteban de Gormaz para que se recuperen. Entretanto, la noticia del abuso llega al rey Alfonso y también al Cid:
131 Van estas noticias a Valencia la mayor; 2825 Cuando se lo dicen a mío Cid el Campeador, un gran rato pensó y meditó; Alzó al fin la mano, la barba se tomó. —“Alabado sea Cristo, que del mundo es señor; 2830 ya que así me han ofendido los infantes de Carrión, juro por esta barba, que nadie me mesó, no lograréis deshonrarme, infantes de Carrión; que a mis hijas bien las casaré yo.” […] El Cid envía a Álvar Fáñez, en compañía de muchos otros hombres “de pro”, a recoger a doña Elvira y doña Sol. Vuelven todos a Valencia con las dos mujeres, donde el Cid los recibe. El reencuentro 30
Sin cosimente: sin fuerzas (bien las hijas del Cid, bien los propios infantes de Carrión). Ensayándos(e) amos: esforzándose los dos, compitiendo entre ellos. 32 Marridas: desfallecidas. 33 Guisa: manera, aspecto. 34 No le torna recaudo: no le presta ayuda (porque no puede). 31
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es emocionante. A continuación, el Cid envía a Muño Gustioz a demandar a los infantes ante Alfonso VI. El Campeador le pide así justicia al rey quien, como responsable por los casamientos de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión, comparte la deshonra de las acciones de éstos. Encolerizado al conocer la bajeza de los infantes, Alfonso VI accede a la petición de su vasallo y decide iniciar un proceso judicial contra ellos en Toledo. Convoca a cortes (el tipo de reunión judicial de mayor categoría) a todos sus súbditos (desde León hasta Santiago; a leoneses, castellanos, portogaleses y galicianos), que deben acudir so pena de sufrir la ira regia. En la vista, los infantes se defienden alegando que nada puede reclamarse cuando se trata de “las hijas de un infanzón” (argumento que refuerza asimismo García Ordóñez, presente en estas cortes). El Cid presenta contra ellos tres demandas, a saber: en primer lugar, exige que le devuelvan las dos espadas (Colada y Tizón) que les había confiado al partir hacia Carrión; seguidamente, pide que le reembolsen los tres mil marcos en oro y en plata que les había dado al salir de Valencia; finalmente, los acusa de “menos valer” (infamia o minusvalía, cuya pena consistía en una pérdida de la mayor parte de los privilegios nobiliarios) por las lesiones que les ha causado a sus hijas. Los hombres del Cid, que recuerdan los episodios más ignominiosos para los de Carrión, retan a los infantes para restituir el ultraje de Corpes. El rey consiente (“¡Los retados lidiarán, así me salve Dios!”) y, más adelante, los adalides del Campeador vencerán a los de Carrión en las lides judiciales celebradas en presencia del rey Alfonso. Pero estando en esto:
149 Entraron dos caballeros, toda la corte los vio: Ojarra, Íñigo Jiménez son los nombres de los dos. El infante de Navarra al primero le envió, el otro era un enviado del infante de Aragón. Besan las manos al rey de Castilla y de León, y en nombre de los infantes pídenle al Campeador sus hijas para ser reinas en Navarra y Aragón, por esposas las querían, tiénenlo por gran honor. Cuando acabaron, la corte escuchando se quedó. Allí entonces se levanta Mío Cid Campeador: “—Merced, merced, rey Alfonso, vos sois mi rey y señor. Esto que ahora pasa mucho lo agradezco al Creador, que a mis hijas me las pidan de Navarra y de Aragón. Vos, rey Alfonso, a mis hijas las casasteis, que yo no, en vuestras manos, oh rey, vuelvo a poner a las dos; sin vuestro mandato, rey honrado, nada haré yo”. Se levanta el rey y a todos que se callaran mandó. “—Os ruego, Cid de Vivar, prudente Campeador, que aceptéis el casamiento y quiero otorgarlo yo. Que queden en estas cortes arregladas ya las dos bodas, que os han de dar, Mío Cid tierra y honor”. Levantóse Mío Cid, al rey las manos besó: “—Si a vos os agrada así, yo lo concedo, señor”. […] De los que había en la corte mucha gente se alegró, pero no estaban contentos los infantes de Carrión.
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Subsanada la situación ignominiosa que se había desencadenado en Corpes, Rodrigo y los suyos regresan a Valencia, donde Elvira y Sol alcanzarán un matrimonio venturoso con los infantes de Navarra y Aragón35). El Cid alcanza su máxima gloria. El Cantar acaba proclamando tan felices nuevas: 35
Estas bodas guardan una pálida correspondencia con la realidad histórica. En ella (realidad histórica), las bodas de doña Cristina (Elvira) y doña María (Sol) vienen a reforzar las alianzas militares que el Cid establece con el rey de Aragón y con el conde de Barcelona para frenar la amenaza almorávide sobre
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152 Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol; los primeros fueron buenos, pero estos son aún mejor, con mayor honra se casan que en la primera ocasión. Y ved cómo la honra aumenta al que en buena hora nació, al ser sus hijas señoras de Navarra y de Aragón. Y, así, los reyes de España, ahora sus parientes son, a todos alcanza honra por el que en buena hora nació.
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Los últimos versos antes del éxplicit se refieren a la muerte del héroe, como manera de cerrar definitivamente la narración en el punto culminante de la vida del protagonista.
Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó: en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón. También perdone a nosotros, al justo y al pecador. Éstas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador: en llegando a este lugar se ha acabado esta razón.
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[Éxplicit del copista] Quien escribió este libro, déle Dios paraíso, ¡amén! Per Abbat le escribió en el mes de mayo En era de mil e doscientos e cuarenta e cinco años. [Colofón del recitador, en letra distinta] E el romance es leído, Dadnos del vino; Si non tenedes dineros, Echad allá unos peños, Que bien nos lo darán sobre ellos.
Manuscrito del Cantar (vv. 561-582) Valencia. Cristina se casa con el infante Ramiro de Navarra, entonces dependiente de Aragón (Navarra se reestablecerá como reino independiente con el hijo de ambos). María contrae nupcias con el conde Berenguer III de Barcelona, condado que sólo más tarde pasará a formar parte del reino de Aragón.
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