FACTORES EXPLICATIVOS DE LA EMIGRACIÓN

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FACTORES EXPLICATIVOS DE LA EMIGRACIÓN José Antonio Alonso1

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Catedrático de Economía Aplicada. Director del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)

Línea I. Migraciones y Desarrollo Factores explicativos de la emigración

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Como es fácil suponer, ni todas las migraciones tienen la misma naturaleza, ni todas responden a factores estrictamente coincidentes. No es similar la experiencia de quien emigra para preservar su vida frente a la violencia política que quien lo hace para encontrar un empleo y un salario mejor, quien abandona su país para escapar de la pobreza absoluta que quien lo hace para probar una vía más prometedora de promoción profesional, quien se desplaza al exterior de forma temporal y recurrente para complementar las rentas familiares que quien lo hace para instalarse de forma definitiva en un nuevo país o, en fin, quien emigra con toda su familia que quien lo hace en solitario, dejando atrás a sus seres queridos. Bajo el rótulo compartido de “emigración internacional” se acoge un muy variado catálogo de experiencias y situaciones personales que se resisten a una única caracterización. En correspondencia, es difícil encontrar un cuadro común de causas que expliquen tan variado fenómeno. No obstante, identificar esas causa es una tarea obligada para el analista, aun cuando de ella no quepa derivar más que alguno de los principales factores –no necesariamente todos- que propician la decisión migratoria. En su deliberada modestia, ese esfuerzo es útil no sólo para entender mejor el fenómeno, sino también para sentar las bases de una adecuada definición en política. No cabe pensar, sin embargo, que semejante búsqueda conduzca a la identificación de la causa de la emigración. El fenómeno es suficientemente diverso y complejo como para atribuir su explicación a una única causa. Cuando una persona emigra lo hace por un cúmulo muy diverso de factores. Algunos se refieren a aspectos genéricos del país, otros a circunstancias personales del emigrante; unos operan como factores de expulsión en el lugar de origen, otros como efectos llamada del lugar de destino; unos son más permanentes en el tiempo, otros puramente circunstanciales: todos se integran y sopesan en el proceso de decisión del emigrante. Una decisión que es importante en la trayectoria vital de quien emigra y de su familia, por lo que es razonable suponer que comporte un análisis detenido de los distintos factores en juego. En todo caso, más allá de la diversidad de situaciones posibles, a toda decisión emigratoria es común el venir animada por la expectativa de una mejora en las condiciones de vida del emigrante como resultado del desplazamiento. Emigrar es una forma de anticipar un futuro que se presume mejor, asumiendo los costes del cambio de asentamiento. Desde el punto de vista económico es como una decisión inversora: un esfuerzo en el presente a cambio de unos mayores beneficios futuros. Como toda inversión, el proceso comporta costes de distinto tipo, que se asocian al desplazamiento, a la adaptación al nuevo lugar de destino, a la adquisición de nuevas competencias (incluidas las lingüísticas), a la quiebra de lazos afectivos previos, etc.; y también comporta beneficios que se prolongan en el tiempo, derivados de las condiciones sociales y personales, de empleo y de renta a las que, se supone, se podrá acceder en el lugar de destino. La emigración, pues, como vía de promoción –no sólo económica- de la persona y de su familia, cuando otras opciones -incluidas las que el propio país ofrece- parecen cegadas o resultan menos promisorias. Que este cálculo se acertado o no, es menos relevante que el hecho de que se procese en la mente del emigrante. Por supuesto, el factor mencionado, en sí mismo complejo, no agota el conjunto de posibles causas de la decisión migratoria, pero conforma un vector básico en su motivación. El presente capítulo pretende ahondar en alguna de las explicaciones más solventes que la doctrina ha ofrecido sobre la emigración internacional. Dos precisiones conviene ofrecer previamente. En primer lugar, que no cabe integrar las diversas interpretaciones en un marco teórico único y coherente, entre otras cosas porque responden a disciplinas, perspectivas y niveles de análisis diferentes. Como señalan Masey et al. (1993: 432), de lo que hoy se dispone es de “una fragmentada colección de teorías que se han desarrollado en gran medida aisladas unas de otras”. Pero, por ello mismo, no cabe interpretarlas tampoco como explicaciones necesariamente alternativas: es posible que diferentes enfoques ofrezcan explicaciones parciales y complementarias del fenómeno. En segundo lugar, la perspectiva que se va a adoptar en las páginas que siguen es preferentemente – aunque no de forma exclusiva- económica. Se es consciente que otros factores, como el deseo de eludir la persecución política, de evitar los riesgos y sufrimientos que origina la violencia, de escapar a la discriminación de género o de liberarse de unas normas sociales que se perciben como restrictivas pueden influir también en la decisión de emigrar. Pero se entiende que, incluso en estos casos, razones económicas pueden influir en la determinación de quién emigra y en la selección de hacia dónde se emigra.

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1.- Explicación neoclásica básica

En un inicio, la teoría económica trató de explicar las migraciones humanas con el instrumental analítico que le proporciona la teoría del equilibrio general. En ella el mercado opera como un juego de vasos comunicantes, permitiendo que se equilibre el diferencial entre retribuciones que deriva de la disímil dotación de factores entre países (Lewis, 1954 y Harris y Todaro, 1970). En los países donde es relativamente abundante el trabajo, será baja la retribución comparada de la mano de obra; y lo contrario sucederá en los países con abundante capital (y escaso trabajo), donde las retribuciones salariales serán comparativamente más elevadas. Esta diferencia en los salarios está relacionada con la respectiva productividad marginal del trabajo, que es superior allí donde existe mayor capital por persona. La emigración surgirá, entonces, como una respuesta de las personas a los estímulos del mercado, desplazándose allí donde su esfuerzo resulta más productivo y mejor retribuido. La población fluirá, por tanto, desde las economías con abundante dotación relativa de mano de obra (los países en desarrollo) hacia aquellas en donde ese factor es relativamente escaso (los países desarrollados), a la búsqueda de mayores salarios (Recuadro 1). De la argumentación anteriormente ofrecida se extrae una consecuencia adicional de interés: en un entorno internacional en el que rigen importantes diferencias en los niveles de productividad (y de retribución, por tanto), resultarán beneficiados aquellos factores que tengan mayor capacidad para moverse por encima de las fronteras, pues ellos son los que pueden trasladarse más libremente (o con menos costes) allí donde se ofrecen mayores retribuciones. No es extraño, por tanto, que en un mundo globalizado el capital y la mano de obra muy cualificada (factores altamente móviles) tengan ventaja respecto a los recursos humanos no cualificados o a los recursos naturales (factores menos móviles) (Rodrik, 1997). Cabría decir que la ausencia de movilidad se ha convertido en un factor más de vulnerabilidad: la globalización ha generado una nueva segregación social que afecta a aquellas personas que ni siquiera tienen la posibilidad de desplazarse internacionalmente, aquellas que no pueden emigrar (Bauman, 2003).

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Recuadro 1: Explicación neoclásica de la emigración Un grafico puede ayuda a entender la lógica de la explicación teórica. Supóngase que el mundo está compuesto por dos países, que llamaremos Norte y Sur, el primero abundantemente dotado de capital, con relación al trabajo disponible, y el segundo a la inversa. En el eje de abscisas se representa, en sentidos opuestos la población correspondiente a los dos países en cuestión (ONL1 en el Norte y OSL1 en el Sur), de tal modo que la suma de ambas suponga el total de la población mundial. A su vez, en los respectivos ejes de ordenadas se representa la productividad marginal del trabajo y, en su caso, el salario. Como puede comprobarse, para un capital dado, la productividad es en ambos casos descendente (PMLN y PMLS) : a medida que se incrementa el número de trabajadores sin alterar el capital, desciende la productividad correspondiente al último de los trabajadores empleados.

Gráfico: Efectos económicos de la emigración E PMLN

WN

PMLS

A

WM

ON

C

B

F

WM WS

L1

L2

OS

Supongamos inicialmente que ambos países, Norte y Sur, viven sin conexión alguna. En ese caso, la productividad del último trabajador contratado será la que fije el salario vigente en la economía: de modo que, en condiciones de pleno empleo, el salario en el Norte será WN y WS en el Sur. Obsérvese que el salario del Norte es superior debido a que, como consecuencia de su mayor dotación relativa de capital, la productividad de los trabajadores es también más elevada. A su vez, el valor de la producción tanto en el Norte como en el Sur vendrá dado por el área del trapecio entre los respectivos ejes y el producto marginal del trabajo: es decir, ONEAL1 en el Norte y OSFBL1 en el Sur. De ese valor, estará dedicado a retribuir a los trabajadores los rectángulos ONWNAL1 y OsWSBL1 , quedando el resto para retribuir a los respectivos capitales. Si ahora se abren ambas economías y no existe restricción ni coste alguno para la emigración (ni en el ámbito económico, ni en el humano), parte de los trabajadores del Sur estarán dispuestos a abandonar su país para obtener mejores salarios en el Norte. ¿Cuántos trabajadores emigrarán? Los necesarios para equilibrar la retribución del trabajo en el mercado mundial: es decir, hasta convertir WM en el salario común. En esa situación L1L2 habrán abandonado el Sur y nutrido la población trabajadora del Norte.

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Los efectos económicos que este cambio provoca son los siguientes: a) En primer lugar, hay un incremento de la eficiencia del sistema internacional: el valor de la producción mundial se incrementa en un valor equivalente al área del triangulo ABC. En segundo lugar, la distribución de la producción mundial se altera como consecuencia del desplazamiento de los trabajadores. En concreto, el Sur deja de producir un valor equivalente al área L1BCL2; y el Norte gana el área equivalente a L1ACL2. Obsérvese que no se trata de un juego de suma cero: existe un beneficio neto del cambio. b) Por último, si se asume que la retribución de los capitales representa la renta de las clases altas y el salario la de las bajas, la emigración originará un incremento de la desigualdad en el país de acogida (en este caso, el Norte), dado que bajan los salarios, y una mayor equidad en el país de emisión (el Sur) que mejora la retribución de los trabajadores. A escala internacional se aproximan las condiciones de retribución entre ambos países respecto de las vigentes antes de la emigración.

Ahora bien ¿qué efectos económicos se derivan de esta visión del proceso? Expuestos de forma sumaria serían los siguientes: ƒ

ƒ

ƒ

ƒ

En primer lugar, habrá un incremento de la eficiencia del sistema internacional: el valor de la producción mundial se incrementa al permitir que la población se desplace desde donde es menor hacia donde es mayor su productividad marginal (y, por tanto, su retribución). El proceso no es, por tanto, un juego de suma cero: existe un beneficio neto agregado asociado al fenómeno migratorio, aun cuando no se defina cómo se distribuye esa ganancia. Este resultado es acorde con la visión que atribuye mayores niveles de bienestar a mundo abierto al intercambio internacional, ya que permite que los factores se desplacen allí donde son más productivos. En segundo lugar, se modifica la distribución de la producción mundial: al alterar la dotación de recursos humanos disponibles, se incrementa el potencial productivo en los países receptores a costa de los emisores. Parte del incremento de renta que se genera en los países receptores podrá retornar a los países emisores en forma de ahorro que los emigrantes envían a sus familias (remesas), si bien el tamaño y perdurabilidad de este flujo depende muy crucialmente de las características de la emigración. En tercer lugar, si se asume que la retribución de los capitales representa la fuente de ingresos de las clases altas y el salario de las bajas, la emigración originará un incremento de la desigualdad en el país de acogida y una mayor equidad en el país de emisión, dado que mientras en el primero bajan los salarios, en el segundo tenderán a incrementarse. Por último, a escala internacional el sistema se camina hacia una mayor equidad, por cuanto se aproximan las condiciones de retribución entre ambos países respecto de las vigentes antes de producirse el flujo de personas.

El marco teórico sobre el que se construye esta argumentación conecta con aquél que explica el comercio de bienes y servicios (el modelo de Heckscher-Ohlin), que asocia la especialización de los intercambios con la dotación relativa de factores de los países implicados y con la intensidad con que esos factores son usados en la producción de los respectivos bienes. De acuerdo con esta explicación, a un país se le presentan dos vías para rentabilizar su dotación relativa dominante en un determinado factor: bien vende los bienes que usan intensivamente ese factor, bien exporta directamente el factor en cuestión. La exportación de bienes intensivos en trabajo y la emigración se presentan, por tanto, como corrientes sustitutivas para rentabilizar la abundante dotación relativa de mano de obra de los países en desarrollo. A su vez, la emigración se motiva y resuelve en el ámbito exclusivo de los mercados laborales, que es donde se reflejan los diferenciales de retribución que alimentan el flujo internacional de trabajadores. No es irrelevante aludir a la naturaleza restrictiva de buena parte de los supuestos que subyacen a la anterior explicación teórica. Para empezar, el enfoque ofrecido remite la emigración a un fenómeno que remite en exclusiva al funcionamiento de los mercados laborales: son los desajustes en esos mercados, expresados en los diferenciales retributivos, los que alimentan el flujo internacional de trabajadores. Adicionalmente, se supone un mundo en que rige la

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competencia perfecta, existen rendimientos marginales decrecientes de los factores, capital y trabajo, éstos se consideran homogéneos y perfectamente sustituibles entre sí, los rendimientos agregados son constantes en la producción y no hay costes de ajuste. Pese a lo restrictivo de semejantes supuestos, el modelo es útil para imaginar algunos cambios que, desde una visión estática, puede provocar la emigración. La realidad, sin embargo, es bastante más compleja de lo que estos supuestos insinúan. De hecho, las conclusiones antes obtenidas cambian dramáticamente si se abandona alguno de los anteriores supuestos. Por ejemplo, si se supone que existe cierta complementariedad entre factores, el comercio y la emigración podrían dejar de ser sustitutivos para convertirse en complementarios; si se considera que la mano de obra no es homogénea y se acepta una mayor “calidad” comparada de la mano de obra emigrante, se abre paso a la posibilidad de un coste adicional para el país que pierde ese segmento cualificado de su población (es el caso, por ejemplo, de la “fuga de cerebros”); y, en fin, si se acepta que existen rendimientos crecientes en la producción, las ventajas del país receptor pueden acabar por acumularse en el tiempo en forma de un crecimiento más intenso, deteriorando las posibilidades dinámicas del país emisor. Se trata de supuestos que no están muy alejados de la experiencia real y que conviene considerar. Pese a su capacidad de sugerencia, el anterior cuerpo de explicaciones se enfrenta a un problema: la cartografía de los movimientos migratorios no responden de manera fiel al gradiente de retribuciones laborales a escala internacional. No parece, en suma, que la mera diferencia de salarios determine los flujos migratorios, si no ¿por qué los emigrantes ecuatorianos eligen España como lugar de destino cuando podrían ir a Holanda, por ejemplo, que tiene un PIB per cápita un 30% superior? ¿y por qué son los ecuatorianos los que emigran masivamente a España y no, por ejemplo, los haitianos, cuando estos últimos tienen un PIB per cápita que está por debajo de la mitad del de Ecuador? Una forma más precisa de comprobar este hecho es poner en relación la tasa migratoria con el nivel de desarrollo del país, recurriendo para ello a los datos de Docquier y Marfouk (2004) antes manejados y al PIB per cápita en paridad del poder adquisitivo. En principio, cabría esperar que a mayor nivel de desarrollo, menor tasa migratoria, pero esa relación no se confirma a través de la mera inspección visual de los datos. Incluso, para evitar el efecto que tiene el tamaño del país sobre la tasa migratoria, se ha divido la muestra en los tres estratos antes manejados (países pequeños, medianos y grandes), sin que en ninguno de los casos se aprecie una relación clara entre PIB per cápita y la intensidad migratoria del país (gráfico 1 a, b y c). Es necesario, pues, buscar nuevos factores explicativos del fenómeno migratorio.

Gráfico 1: Intensidad migratoria y renta per cápita (2000) 1.a)

Tasa de Migración (%

Países Pequeños 50 40 30 20 10 0 0

10000

20000

30000

40000

50000

60000

PNB per cápita PPA (BM)

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1.b)

Tasa de Migración (%)

Países Medianos 35 30 25 20 15 10 5 0 0

5000

10000

15000

20000

25000

30000

35000

40000

PNB per cápita PPA (BM)

1.c)

Tasa de Migración (%

Países Grandes 14 12 10 8 6 4 2 0 0

5000

10000

15000

20000

25000

30000

35000

40000

PNB per cápita PPA (BM)

Fuente: Docquier y Marfouk (2004) y WDI, Banco Mundial

2.- A la búsqueda de una mayor complejidad 2.1.- Las expectativas de ingreso vital La inicial explicación ofrecida por la teoría económica admite una mayor complejidad, en cuanto que se considere que la emigración comporta una decisión que intenta maximizar las rentas esperadas por el emigrante a lo largo de su vida. Es decir, la decisión de emigrar tiene consecuencias que van más allá del período en que la decisión se adopta, por ello lo relevante no es tanto el diferencial de salarios en ese momento, sino el valor actualizado neto del conjunto de rentas hacia el futuro que esa decisión permite. Tal es lo que sugieren Todaro (1969, 1976) y Todaro y Maruszko (1987), al admitir que no es tanto la disímil retribución de la fuerza de trabajo en un momento dado cuanto el diferencial en las expectativas de rentas esperadas a lo largo del ciclo activo lo que determina la emigración. Al considerar las rentas esperadas se está integrando no sólo los salarios actuales, sino también otro tipo de factores que condicionan el flujo de rentas futuras, como la probabilidad de acceso al empleo, las posibilidades de promoción profesional o los diferentes niveles de riesgo que afectan a la estabilidad de los ingresos en el futuro. Se incorpora así una cierta medición de las expectativas, vinculadas a la probabilidad de obtener empleo en el lugar de destino; que aparece, a su vez, condicionada por los niveles de desempleo existentes. De acuerdo con este planteamiento, si las rentas esperadas en el mercado de destino fuesen suficientemente elevadas, podrían compensar los costes asociados al subempleo (o desempleo) en una primera etapa del proyecto emigratorio.

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A través de este planteamiento se lograba compatibilizar la explicación teórica con ciertas regularidades observadas en el comportamiento migratorio de los países en desarrollo. En concreto, se admitía la compatibilidad entre la presión inmigratoria y la persistencia del desempleo en el país (o en el sector) receptor, se explicaba la existencia de un importante sector informal nutrido de inmigrantes en la economía receptora, con salarios incluso más bajos que los del sector agrario de procedencia de los inmigrantes, y se asumía el prolongado marco temporal de la estrategia emigratoria, capaz de aceptar un período previo de baja renta en el lugar de destino a la espera de un mayor beneficio posterior. Se trataba, en todos los casos, de circunstancias que parecían acompañar la emigración rural-urbana en los países en desarrollo y que podían ser extendidas, sin excesivo esfuerzo, al caso de la emigración internacional. La propuesta motivó un amplio debate, dando lugar a desarrollos posteriores, como los propuestos por Stiglitz (1974), Corden y Findlay (1975) o Cole y Sanders (1985). Buena parte del debate aludió al ambiguo respaldo empírico del modelo, en particular en lo que se refiere a la necesaria existencia de un diferencial notable y sostenido de los salarios entre el sector manufacturero y el sector informal en la economía receptora, al potencial crecimiento del desempleo urbano (y del sector informal) a pesar de la expansión del sector manufacturero, y a la duración del período admisible asociado a la búsqueda de empleo por parte del inmigrante. En particular, Cole y Sanders (1985) hicieron ver que con el diferencial de salarios existente entre los sectores manufacturero y rural en el mundo en desarrollo (el primero fácilmente duplicaba al segundo) y asumiendo una tasa de descuento de entre el 5% y el 15%, el tiempo de búsqueda de trabajo podría alcanzar valores cercanos a los cincuenta años: una magnitud que parecía claramente alejada de una previsión realista del fenómeno. 2.2.- Dinámica demográfica comparada El planteamiento anterior es compatible con aquellas interpretaciones que buscan en la dinámica demográfica comparada una explicación del fenómeno migratorio. La emigración, en estos casos, se entiende como un factor resultante del desequilibrio entre regiones que registran situaciones demográficas muy dispares. Se emigra desde donde existe una elevada presión demográfica sobre los recursos hacia donde esa presión es más baja. El diferencial de salarios entre regiones no sería sino una consecuencia de esta disímil presión demográfica: allí donde abunda relativamente la población, los salarios serán comparativamente bajos; mientras que lo contrario sucederá en los países con baja presión demográfica. Esta explicación parece adaptarse bien al comportamiento de los flujos migratorios de la primera oleada globalizadora. Europa vivía entonces un período de marcado crecimiento poblacional, encontrándose en plena transición demográfica: la tasa de mortalidad había caído de forma acusada, sin que apenas hubiese cedido la natalidad. La población abandonó entonces la relativamente “superpoblada” Europa para buscar mejores destinos en tierras del Nuevo Mundo que tenían muy baja densidad demográfica. También podría apelarse a esta interpretación para explicar la emigración asiática del período, en tanto que la población se desplazó desde las pobladas regiones densamente pobladas de India y China hacia países con más baja carga demográfica (y elevados recursos), como Ceilán, Malasia, Taiwán o África Meridional. ¿Podría ese factor demográfico explicar la emigración actual? En principio podría admitirse una respuesta positiva. En este caso, son las regiones del mundo en desarrollo, principales emisores de emigración, las que viven –aunque no con similar ritmo- sus respectivas transiciones demográficas, registrando ritmos de crecimiento poblacional muy vivos, mientras que los países desarrollados, receptores de emigración, son los que presentan demografías más estables y envejecidas. Las diferencias en las tasas de crecimiento demográfico entre las distintas regiones son, por lo demás, muy notables (gráfico 2). Este dispar dinamismo demográfico tiene consecuencias sobre los respectivos mercados laborales. Con un entorno de bajo e inestable crecimiento como sucede en buena parte de los países en desarrollo, es muy difícil que los mercados generen empleo suficiente para atender las necesidades de las extensas cohortes de población que acceden a la edad laboral. En esas condiciones, las posibilidades de alto desempleo (o masivo subempleo) pesan sobre las expectativas de rentas esperadas en el país de origen, estimulando la búsqueda de oportunidades en los mercados exteriores. Al tiempo, en las regiones de bajo crecimiento demográfico, el problema es cómo atender las necesidades de provisión de la mano de obra requerida por su proceso de crecimiento y cómo sostener desde el punto de vista fiscal aquellos sistemas de

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bienestar que se asientan en un principio de reparto intergeneracional. La inmigración se convierte en estos casos en una opción poco menos que obligada.

Gráfico 2: Tasas de crecimiento demográfico (%) (19752003) 3 2,5 2 1,5 1 0,5

Eu

rp

a

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0

Acaso las dos regiones que con mayor intensidad ejemplifiquen este diferente comportamiento demográfico son África Subsahariana y Europa. En el caso de África Subsahariana la tasa de fecundidad promedio es de 5,4, lo que da como consecuencia un elevado crecimiento demográfico (del 2,5%) y una población desplazada hacia sus estratos más jóvenes: cerca del 44% de la población del Africa Subsahariana se encuentra por debajo de los 15 años. Son esas cohortes de población las que en los años futuros presionarán sobre sus respectivos mercados laborales a la búsqueda de empleo, alimentando la emigración. En el caso de Europa, sin embargo, la tasa de fecundidad (1,4) no alcanza siquiera para la reposición demográfica y la prolongación de la esperanza de vida alimenta un creciente envejecimiento de la población: cerca del 16% supera los 65 años. Este comportamiento demográfico hace difícil el mantenimiento de la relación entre población activa e inactiva sin una cierta inyección de recursos humanos (se volverá sobre este tema en el capítulo 4). Este diferencial en los ritmos de crecimiento demográfico, no compensados por diferencias en los ritmos de expansión del empleo, constituye un factor potencial en la explicación de las corrientes migratorias. Ahora bien, el diferente comportamiento demográfico no es por sí solo capaz de explicar la cartografía de las migraciones internacionales. Por ejemplo, pese a ser Africa Subsahariana la región del mundo de mayor dinamismo y juventud demográfica, no es sin embargo la que presenta mayores tasas emigratorias; y, al contrario, es elevada la emigración de algunos países de Europa del Este, pese a tener crecimientos demográficos muy bajos (de apenas el 0,4%). Una confirmación más completa de estas discrepancias la proporcionan los gráficos 4 y 5, en los que la tasa migratoria actual se pone en relación con la tasa de fecundidad y el porcentaje de población inferior a los quince años propios de hace dos décadas. En principio, cabría esperar que cuanto más elevada fuese la tasa de fecundidad o la población inferior a 15 años de hace dos décadas, mayor debiera ser la tasa migratoria. Los datos, sin embargo, revelan que aunque existe una relación entre las variables, se trata de un vínculo débil y sujeto a una muy elevada dispersión, lo que revela la necesidad de considerar factores adicionales en la explicación del fenómeno migratorio.

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Tasa de emigración 2000

Gráfico 3: intensidad migratoria y fertilidad 50 40 30 20 10 0 15

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45

50

55

Población 0-14 años 1982 (% del total)

Fuente: WDI Banco Mundial

Gráfico 4: Intensidad migratoria y población menor de 15 años

Tasa de emigración 2000

Gráfico 4: Intensidad migratoria y población menor de 15 años 50 40 30 20 10 0 0

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5

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7

8

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Tasa de fertilidad 1982 Fuente: WDI Banco Mundial

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2.3.- La emigración como proceso inversor Además de las retribuciones salariales y de los niveles de desempleo, otros factores pueden influir en el diferencial de rentas esperadas. Por ejemplo, las expectativas de rentas futuras en destino se ven ampliadas si el emigrante posee activos que son móviles y pueden ser valorados por el mercado: en ese caso, sus posibilidades de éxito migratorio serán mayores. El más importante de esos activos es, sin duda, el capital humano acumulado por el emigrante. No obstante, para que el capital humano opere como factor promotor de la emigración habrá de suponerse que la productividad (y la retribución, por tanto) del capital humano es mayor en los países de destino que en los de origen de la emigración. Esto puede parecer contradictorio si se tiene en cuenta que los países desarrollados, receptores de emigración, disponen de una más generosa dotación de capital humano que los países en desarrollo, emisores de emigración: lo esperable sería, por tanto, que al abundar el factor su retribución relativa fuese menor. No obstante, la contradicción desaparece si se considera, como parece que existe, una cierta complementariedad entre el capital físico y humano: este último sólo es productivo si dispone del capital físico necesario para desarrollar su tarea. Pensemos, por ejemplo, en un informático bien formado: su productividad sólo va a ser plena si dispone de los equipos necesarios para ello. Y es claro que son los países desarrollados los que pueden acompañar al capital humano con una mayor dotación de capital físico. En ese caso, podría admitirse la presencia de un diferencial en los niveles de productividad (y de retribución) del factor, que justifique el proceso migratorio. Por lo demás, puede ser que cierto nivel de educación constituya un umbral requerido para enfrentar una estrategia migratoria con posibilidades de éxito. En mercados altamente competidos, en los que la enseñanza primaria y media es virtualmente universal, un cierto grado de educación por parte del emigrante se convierte en un activo relevante para el acceso al empleo, incluso en trabajos de limitada calificación. Además de la cualificación laboral, puede haber otros factores que pueden influir en el valor de las rentas esperadas por el emigrante. Por ejemplo, influye también esas rentas el grado de certidumbre existente acerca del flujo de ingresos futuros. Un factor que está altamente condicionando por la inestabilidad del país y sus expectativas de progreso, lo que condiciona la tasa de descuento de las rentas futuras. No es extraño, por tanto, que los flujos migratorios crezcan cuando los países se encuentran sometidos a un proceso estancamiento económico o de inestabilidad recurrente. Sjaastad (1962) intentó integrar este conjunto de factores en un modelo que asimila la opción de emigrar con una decisión inversora. Como en toda inversión, al optar por la emigración el trabajador asume ciertos costes presentes a condición de obtener unos rendimientos futuros. El diferencial en las retribuciones o en las posibilidades de progreso profesional entre origen y destino y los costes asociados al desplazamiento emergen, por tanto, como variables explicativas básicas de esta decisión. Esto quiere decir que la emigración no se producirá si el propio país de origen ofrece la posibilidad de elevados rendimientos al trabajo, si los activos acumulados por el trabajador (conocimientos o experiencia, por ejemplo) sólo son útiles en el mercado doméstico o si los costes del desplazamiento o adaptación al nuevo mercado son muy elevados. Esto ayuda a entender por qué es tan limitada la emigración a pesar de la magnitud de los diferenciales de renta entre países. ¿Por qué no emigran más etíopes a Noruega pese a que la relación de rentas per cápita es de 53 a 1? Pues, simplemente porque es muy baja la capacidad que un etíope tiene, dado su capital humano, de obtener empleo en Noruega; y, a cambio, es muy elevado el coste de acceso a ese país, dada la renta media de un etíope. Es esta misma explicación la que explica el sesgo a favor de los jóvenes de la población emigrante. Es más fácil emigrar para un joven que para un adulto: es menor la inversión que el primero ha hecho para su implantación en el mercado doméstico (y son menores, por tanto, los costes del desplazamiento); y, a cambio, el horizonte de rendimientos previstos por la inversión realizada a través de la apuesta migratoria es mayor, porque es más dilatado su horizonte vital. En suma, los emigrante potenciales calculan los costes y beneficios que se derivarían de su implantación en distintos mercados; y eligen aquél en el que el valor actualizado de los rendimientos netos es mayor (Borjas, 1990). Frente al modelo neoclásico más sencillo, que asume la existencia de pleno empleo en los mercados de origen y destino, aquí se admite la posibilidad de desempleo y la presencia de heterogeneidad en los recursos humanos, debido a su capital humano, que condiciona el flujo de rentas esperado por el emigrante. Se trata de una propuesta sin duda más realista: sin embargo, es todavía limitada, como veremos, la capacidad para integrar todos estos factores en un modelo empíricamente contrastable (Recuadro 2).

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3.- Factores complementarios al diferencial de rentas

3.1.- La Nueva Economía de la Inmigración Los factores hasta ahora aludidos remiten al diferencial de rentas en los mercados laborales como el principal factor animador de la emigración. Sin embargo, otros factores y otros mercados pueden ser igualmente relevantes para explicar la decisión de emigrar: un aspecto que ha sido destacado por el equipo de Stark, dentro del programa de Migraciones y Desarrollo de la Universidad de Harvard, que dio origen a lo que algunos denominan la Nueva Economía de la Emigración. Tres son las aportaciones que aquí se quisiera destacar: en primer lugar, que la emigración puede ser una estrategia no sólo para obtener mayores rentas, sino también para reducir los niveles de riesgo y vulnerabilidad de las personas; en segundo lugar, que las decisiones de emigrar, aunque tomadas por agentes individuales, responden a estrategias más amplias de carácter familiar; y, en fin, que los fenómenos migratorios son una respuesta al carácter imperfecto de los mercados de capital. Veamos brevemente estos tres argumentos. Stark y Levhari (1982) y Katz y Stark (1984) sugieren que la emigración, además de ser una vía para mejorar la renta, puede considerarse como una estrategia de elusión del riesgo por parte de la familia. Su propuesta puede resultar sorprendente, ya que tradicionalmente se considera al emigrante como un agente proclive al riesgo. No obstante, lo que se presenta como una aventura en el ámbito personal puede responder a una estrategia agregada de reducción de los niveles de riesgo familiar, a través de la diversificación de las fuentes de ingreso de la unidad doméstica. En la medida en que exista una baja covarianza entre la evolución de los ingresos en los mercados de origen y destino, la emigración de un miembro de la familia puede constituirse en una estrategia apta para reducir los niveles de riesgo y vulnerabilidad del núcleo familiar. A través de la emigración se diversifican las fuentes de ingreso y se reduce, por tanto, el grado de exposición que la familia tiene frente a acontecimientos inesperados. Obsérvese que en este caso la lógica de la decisión no es exclusivamente individual, sino familiar2. De lo que se deriva una conclusión importante: los factores que determinan la emigración de unos miembros de la familia pueden ser los mismos que explican, en ocasiones, la renuncia a emigrar del resto.

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Por el momento se hará caso omiso de las desigualdades en el seno de la familia, incluidas las desigualdades de género, por cuanto lo que interesa no son tanto los procesos de decisión en su seno, cuanto su comportamiento agregado. Es bueno advertir, sin embargo, de la necesidad de considerar esas desigualdades para profundizar en el análisis social del proceso migratorio.

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Recuadro 2: Una traducción simple del modelo explicativo de la emigración La explicación ofrecida a lo largo de este epígrafe podría trasladarse a un gráfico donde se representen los costes y beneficios que informan la decisión migratoria, tal como se sugiere en Roy (1951). En principio, los beneficios vendrían dados por el diferencial de rentas salariales entre el lugar de origen y destino de la emigración (DR). Según lo comentado, ese diferencial de rentas se incremente a medida que el emigrante acumula capital humano. No obstante, ha de suponerse que hay un factor de compensación obligado para que uno abandone su entorno familiar y social y busque un nuevo lugar donde instalarse (puede suponerse que ese efecto de compensación es una proporción fija del diferencial de rentas salariales). Esa compensación debiera descontarse del diferencial de rentas, de modo que el beneficio neto que informa la decisión migratoria vendría dado por BN. A su vez, también la decisión migratoria comporta costes CCE). Una parte de esos costes (que se puede suponer invariante) tiene relación con el desplazamiento físico del emigrante (costes del viaje y la entrada en el país) (CT). Otro componente de los costes estará asociado a las dificultades que el emigrante tiene para integrarse al mercado laboral del país de destino (CL). Estos costes dependerán de la política migratoria del país de acogida y serán decrecientes en función del nivel de formación del emigrante. Siempre que los beneficios superen a los costes, se producirá la decisión migratoria. De los supuestos planteados se desprende que la decisión migratoria es tanto más probable cuanto mayor sea el nivel de formación del emigrante, aunque otros factores como los costes del transporte, la presencia de diáspora nacional en el país de acogida (que actúa sobre el factor de compensación) o la política migratoria que ese país ponga en práctica pueden ser igualmente factores que influyan en la decisión de emigrar. No obstante, debe subrayarse que la relación entre emigración y nivel de formación del emigrante no es en este modelo lineal. DR

Coste y beneficio

BN

Compensación

Costes de integración

CE

CT Costes de movilidad Capital humano

La pertinencia de recurrir a la familia como unidad de referencia para el análisis de la emigración parece suficientemente probada. La presencia y significación de las remesas, la intensidad de las comunicaciones de todo tipo entre el emigrante y su familia, el reparto de las obligaciones familiares (cuidado de los hijos y de la casa) por parte de quienes se quedan y el esfuerzo que el emigrante dedica a los procesos de reagrupamiento familiar son, entre otros, factores que confirman el compromiso familiar sobre el que se sustenta, en buena medida, la decisión de emigrar. El Banco Interamericano de Desarrollo lo refleja en un reciente estudio sobre la emigración ecuatoriana: de acuerdo a sus datos, el 83% de los emigrantes declaran que viajan al exterior para “enviar dinero a su familia”. Las relaciones familiares, por tanto, se redefinen, pero no se anulan ni se disuelven, como consecuencia de la emigración, dando lugar a la aparición

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de nuevas morfologías del núcleo familiar (las llamadas familias transnacionales3). A través de este planteamiento, como señalan Stark y Bloom (1985), se desplaza el punto central de la teoría de la migración desde una mera decisión individual (optimización de unos frente a otros) a una opción cooperativa (optimización agregada de la familia); y se pasa a considerar la migración como una “estrategia calculada” y no como un mero “acto de desesperación o de optimismo sin límites”. Un tercer aspecto trabajado por Stark y Chau (1998) es la relación entre la emigración y las imperfecciones de los mercados de capital (mercados de crédito y de seguros). Como antes se ha mencionado, podría considerarse la emigración como una estrategia de inversión y aseguramiento. Esto último es especialmente importante en el caso de los sectores sociales más pobres, dado lo vulnerables que resultan a factores de riesgo como enfermedades, malas cosechas o desempleo. Si los mercados de capital operasen en un entorno de información perfecta, las instituciones correspondientes (de crédito y seguros) serían capaces de proporcionar la financiación o el aseguramiento que esos sectores reclaman para mejorar sus condiciones e vida. Si se recurre a la estrategia emigratoria como vía para el aseguramiento o para la acumulación de activos en la familia es, en cierto modo, porque el mercado de capitales carece de esos criterios de eficiencia. La información imperfecta y asimétrica que caracteriza a los mercados de capital genera procesos de exclusión, que terminan por afectar a aquellos sectores que carecen de los colaterales requeridos para acceder al crédito o a los seguros. Ante las dificultades para acceder al mercado de capital, la emigración se presenta como la única estrategia accesible de ahorro para muchas familias. Una importante consecuencia adicional que se deriva de este enfoque es que no sólo es importante el nivel de renta de los potenciales emigrantes, sino también la fuente de donde procede esa renta. Porque esa fuente es la que determina, en gran medida, los niveles de exposición al riesgo a los que se enfrentan las familias, obligándoles a asumir estrategias (necesariamente costosas) de aseguramiento, entre las que se encuentra la emigración. Por lo demás, ésta es el resultado no sólo de la carencia absoluta de rentas del potencial emigrante, sino de la carencia relativa del emigrante en relación con su entorno de referencia (Stark, Taylor y Yitzhaki, 1986, 1988, Stark, 1991). Lo que sugiere que la emigración puede estar influida no sólo por el movimiento en las rentas del emigrante, sino también por el que se produzca en las de otros segmentos sociales del entorno de referencia, alterando su posición relativa (sobre esto se volverá más adelante). Acorde con esta teoría, la emigración puede producirse incluso en ausencia de un diferencial de rentas entre los lugares de origen y destino, siempre que responda a propósitos de diversificación de riesgos o de reducción de los niveles de carencia relativa. 3.2.- Dualismo en el mercado laboral Además de los factores que impulsan la emigración desde la oferta, algunos enfoques insisten en el efecto que los factores de demanda tienen sobre la emigración. Una de las propuestas más persuasivas es la que alude al dualismo del mercado laboral en los países desarrollados como factor de estímulo a la emigración (Piore, 1979). Un dualismo provocado, en primer lugar, por el efecto que la reputación y el estatus social tiene en el funcionamiento del mercado laboral. Entienden estos autores que el mercado laboral no sólo responde a criterios de mercado, sino también cumple una función institucional de distribución de estatus social entre los agentes sociales. Pues bien, hay empleos que son rechazados por los residentes nacionales de un país desarrollado por suponer que aceptarlos supondría admitir una cierta rebaja en su consideración social. Es el caso de los empleos caracterizados por las tres d´s (dangerous, degrading and dangerous), que no constituyen alternativas efectivas de empleo para la población local y que son reservados a los inmigrantes. La solución que la economía sugeriría para resolver esa carencia es elevar los niveles salariales de ese tipo de empleos, para hacerlos más atractivos. No obstante, esa decisión llevaría aparejada una elevación de las retribuciones de los otros salarios, para preservar la jerarquía de reputación y prestigio relativo del resto de las ocupaciones, dando lugar a un proceso inconveniente de inflación estructural. Por ello para evitar ese efecto de inflación estructural, se recurre a la mano de obra inmigrante, que está dispuesta a asumir estatus sociales inferiores (incluso a los de su propia formación), al menos en sus primeros tramos de experiencia laboral en el mercado de destino. Un segundo factor que motiva el dualismo en el mercado laboral tiene relación con la necesidad que el sistema tiene de disponer de una reserva laboral, no necesariamente formada, que responda con flexibilidad a los cambiantes ciclos 3

Resulta muy sugerente la recomposición de la “cadena de afectos” que la emigración provoca, al propiciar que, por ejemplo, una emigrante se dedique a cuidar los hijos de una familia en el país de acogida, al tiempo que deja sus hijos en el país de origen a cargo de un familiar (Hoshschild, 2001).

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económicos. Es difícil que esa flexibilidad la proporcione una mano de obra local, que reclama derechos sociales y elevados niveles de seguridad en el empleo. Por ello, se recurre a los inmigrantes para cubrir esas necesidades en las fases álgidas del ciclo, prescindiendo de ellos cuando el signo económico cambia. Este mercado de empleo no cualificado, precario y temporal constituye también un ámbito propicio para la población inmigrante. Por último, colabora también a la creación de este dualismo en el mercado laboral la presencia de un amplio sector informal en la economía de algunos países desarrollados. Es ese ámbito de la economía informal un entorno altamente propicio para la ocupación de inmigrantes, incluso de aquellos que están en condiciones irregulares en el mercado de destino. En el caso de los países mediterráneos (incluido España), este factor parece estar detrás del florecimiento de un amplio sector de inmigración irregular. En suma, desde esta perspectiva se defiende que la emigración es, en gran medida, promovida por factores de demanda y sometida a una lógica de reclutamiento por parte de los países de acogida, más que impulsada por la oferta y relacionada con un diferencial de salarios. 3.3.- Las redes sociales Desde una perspectiva más sociológica, se ha insistido en el papel que las redes sociales tienen en la explicación del fenómeno migratorio. Como se ha analizado, la emigración comporta costes asociados al transporte, a la instalación en el país de destino y a la integración en el nuevo mercado laboral. Estos costes pueden verse notablemente atenuados por la presencia de redes familiares, lazos étnicos y vínculos culturales entre las comunidades de origen y destino de la emigración. Los lazos comunes y las redes de confianza constituyen una suerte de externalidad que aminora los niveles de coste y riesgo para el asentamiento del inmigrante en su lugar de acogida (Portes y Bach, 1985, Bartel, 1989, o Jaeger, 2000). En este caso se está aludiendo no tanto a una causa inicial de la emigración, cuanto a un factor que puede estimular a su perpetuación (Massey et al., 1993).

En concreto, Borjas (1999) se plantea cómo es posible que, dados los niveles de desigualdad vigentes en el mundo, exista, sin embargo, tan poca migración (apenas un 3% de la población mundial). Para responder a este interrogante Borjas apelará al papel que las diferencias étnicas y culturales entre países (expresadas en lenguas, tradiciones, marcos institucionales) tienen como barrera efectiva a la migración; y, al contrario, la eventual existencia de vínculos comunes y de redes de confianza entre los países emisor y receptor como un factor motivador de la decisión migratoria. Es este factor el que explica la existencia de núcleos de inmigrantes del mismo origen en entorno locales precisos, como en el caso de “Little Habana” en Miami, “Greektown” en Chicago, el barrio turco de Berlín o la concentración de ecuatorianos en Madrid. Al tiempo, la relevancia de este factor sugiere la posible autonomía del fenómeno, una vez puesto en marcha, respecto de aquellas causas que inicialmente lo motivaron: es la propia diáspora la que actúa como factor de atracción de nuevos emigrantes, al reducir los costes y riesgos de la emigración, en un proceso que se autoperpetúa. Una consecuencia interesante es que la existencia de redes sociales de conocidos y familiares atenúa el efecto umbral que la pobreza genera sobre la decisión migratoria y reduce el carácter autoselectivo de los flujos, al permitir que sectores con menores recursos accedan a emigrar. Este efecto es importante porque opera de una forma dinámica en el tiempo: a medida que la emigración es más prolongada en el tiempo -y se supone, por tanto, que ha generado una diáspora mayor-, resulta más accesible para sectores cada vez más pobres (o peor formados). Un resultado que tenderá a corregir el inicial efecto inequitativo que la emigración y las consiguientes remesas generan sobre las comunidades de origen. La consideración de este aspecto revela también la contradictoria relación que la migración tiene con la dotación de capital social de los países emisor y receptor. La emigración comporta, en primer lugar, una pérdida de capital social en el país de procedencia, como consecuencia de la ruptura de lazos comunales que provoca: una suerte de “fuga de capital social” (social capital drain). Y un proceso de similar signo se producirá en el país de acogida, al comportar la emigración elementos de heterogeneidad (diversidad de valores, costumbres, lenguas y culturas) que pueden debilitar lazos de confianza previos. Parte del capital social perdido se reconstruye en el ámbito más limitado de la comunidad de inmigrantes en el país de acogida, lo que actúa como un factor de seguridad para la inserción de los recién llegados. A partir de un determinado umbral, sin embargo, el incremento en el número de inmigrantes puede generar una pérdida de capital social en el país de acogida superior a la ganancia localizada en el seno de la comunidad de inmigrantes, lo que

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explicaría las resistencias a nuevas inmigraciones no sólo entre los locales, sino también entre los propios inmigrantes ya instalados (Schiff, 1998)4. La interpretación de esta curva dinámica en forma de U invertida puede ser sugerente, pero aparece condicionada por las dificultades que encierra trasladar el concepto de capital social al ámbito operativo. De hecho, sería innecesario apelar a esa aritmética del capital social para explicar las resistencias que los inmigrantes ya instalados pueden ofrecer frente a una eventual ampliación de las corrientes migratorias: al fin, como identifica la estimación del Banco Mundial (2006), el colectivo de inmigrantes ya instalado es el sector que más negativamente puede verse afectado por la llegada de nuevos inmigrantes. 3.4.- Pobreza y desigualdad Una variable cuyos efectos sobre la emigración son discutidos es el nivel de desigualdad que rige en la sociedad emisora. Para algunos autores, como Stark (1984) y Stark y Yizhaki (1988), existe una relación directa entre desigualdad y pulsión migratoria: a más elevado nivel de desigualdad (mayor carencia relativa, en términos de Stark), mayor intensidad emigratoria para un nivel de pobreza dado. Para otros autores, sin embargo, como Clark, Hatton y Williamson (2002), la desigualdad aproxima el diferencial en los niveles retributivos de los diversos niveles de cualificación, de modo cuanto mayor sea aquella, menor será el estímulo a la emigración de las poblaciones con mejores niveles de formación. La primera de las relaciones fue constatada para México por Stark y Taylor (1986), mientras que la segunda parece ajustarse a los resultados de Clark, Hatton y Williamson (2002) al estudiar la emigración de las diversas regiones dirigida a Estados Unidos. En puridad, ambas interpretaciones no son tan contradictorias como pudiera parecer, si se considera el efecto adicional de la movilidad. Si existe suficiente movilidad social, la desigualdad no tendría por qué dar lugar a la decisión de emigrar, ya que la mejora social podría alcanzarse en el propio país de origen. Los estratos más pobres podrían encontrar en los más prósperos la imagen de su posible futuro: es el “efecto túnel”, del que habló Hirschman (1984). En este caso se estaría ante la interpretación que sugieren Clark, Hatton y Williamson (2002). No obstante, cuando esa movilidad no existe (es decir, cuando la desigualdad está enquistada y es crónica), la emigración se constituye en una de las pocas vías a la que pueden recurrir los desfavorecidos para mejorar su estatus social (y el de su familia): es la interpretación que ofrecen Stark y Yizhaki (1988). Desde una perspectiva dinámica también se aprecia la complejidad de las relaciones entre desigualdad y presión migratoria5. Todo parece indicar que se trata de una relación no monotónica. Así, por ejemplo, cuando el país de origen tiene una distribución de la renta muy inequitativa, en un entorno de subdesarrollo, un incremento de la desigualdad conducirá a un descenso de la tasa de emigración: acaso porque se acentúa el efecto limitante que la pobreza tiene sobre la opción de emigrar. Por el contrario, cuando el país de origen tiene una distribución relativamente equitativa, un incremento de la desigualdad aumentará la tasa de emigración: acaso porque se acentúa el sentido de privación relativa de que hablaba Stark. No obstante, si la emigración tiene un alto componente de mano de obra cualificada, el incremento de la desigualdad en el país de origen tiende a atenuar las salidas, ya que puede ser consecuencia de una mayor prima asociada a la retribución del capital humano. En suma, el efecto de la desigualdad sobre la emigración es altamente dependiente de las condiciones de contexto y es, con alta probabilidad, cambiante en el tiempo. Una relación más nítida es la que existe entre emigración y pobreza. Como es sabido, no son ni los países más pobres ni los sectores sociales más depauperados los que en mayor medida emigran (Hatton y Williamson, 2003). En buena parte porque la propia decisión migratoria comporta un coste económico que no siempre está al alcance de los sectores más pobres. Para emigrar se requiere un capital mínimo que cubra los costes del viaje, el pago a los intermediarios para la entrada en el país de destino (coyotes, polleros, etc) y un fondo para la subsistencia hasta que se encuentre trabajo. En buena parte de los casos se trata de un capital que supera las posibilidades de ahorro y de crédito de los sectores 4

Lo que explicaría resultados como los que se recogen en una Latino National Political Survey de 1993 que revela que el 65% de los hispanos residentes en Estados Unidos se mostraba partidario de imponer límites a la futura inmigración (véase Schiff, 1998). 5 Conviene aclarar que en esta ocasión se está discutiendo la relación entre desigualdad y emigración: la causalidad de sentido inverso, que igualmente comporta una relación compleja, será estudiada en el siguiente capítulo.

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sociales más pobres, que de este modo resultan excluidos hasta de la posibilidad de emigrar. La pobreza actúa, por tanto, como una restricción, una suerte de efecto umbral para hacer posible la emigración: sólo superado determinado nivel de renta se está en condiciones de asumir los costes del proceso migratorio. Esto es lo que explica, por ejemplo, el bajo nivel de emigración que por el momento presenta África Subsahariana: pese a los diferenciales de renta y al comportamiento demográfico que caracterizan a la región respecto al mundo desarrollado, buena parte de su población es excesivamente pobre para emigrar a escala internacional. Conviene señalar que esta restricción que la pobreza supone para emigrar se ve condicionada por muy diversos factores. Por ejemplo, influyen, en primer lugar, los costes de transporte y acceso al país de destino: canto más cercano y accesible sea, menor es el nivel de ingresos requerido para el potencial emigrante. Esto es lo que explica que, por ejemplo, sea más accesible a los estratos más pobres la emigración interna o entre zonas fronterizas que la emigración de largas distancias. En segundo lugar, influye también la dimensión de la diáspora nacional en el país de destino: cuanto más amplias sean las redes sociales, menor es el coste que comporta la instalación y menores los requerimientos para acceder a emigrar. Lo que sugiere, como se ha señalado, que la dinámica temporal del fenómeno influye en el grado de severidad con que opera la pobreza como restricción para emigrar. 3.5.- Emigración y acción colectiva Ahora bien, si el potencial emigrante ha de acceder a una previa acumulación de capital (ahorro propio o préstamo) para poder emigrar, la pregunta podría ser ¿por qué no invierte ese capital en su propio lugar de origen, para evitar así la emigración? La teoría de juegos, a través del dilema del prisionero, podría ofrecer una primera respuesta a ese interrogante (Ellerman, 2003)6. Si todos los emigrantes decidiesen invertir sus ahorros y energías, de forma coordinada, podría hacerse la emigración innecesaria. No obstante, ante la desconfianza en las posibilidades de una acción coordinada, cada uno de los afectados opta por su solución particular a través de la emigración. La emigración se convierte, de este modo, en la salida a una situación de carencia o necesidad cuando es poca la confianza que existe en las posibilidades de una acción coordinada (una acción colectiva, en suma) que afronte el problema. Si se recurre a la heurística sugerida por Hirschman (1977), la emigración constituye una expresión de salida individual cuando se perdió la lealtad hacia las instituciones y de desconfía de las posibilidades de articular una voz colectiva que promueva un cambio social deseable. Siguiendo esta explicación, no es extraño, por tanto, que las presiones emigratorias se acentúen cuando coinciden con situaciones de desgobierno, de fragilidad institucional, de desarticulación social o de desconfianza colectiva. En estos casos la emigración se conforma, al tiempo, como una válvula de escape de las crisis sociales y como una denuncia silenciosa ante la falta de respuesta colectiva en los países de origen. Este mismo planteamiento puede conducir a una conclusión notablemente desasosegante: bajo ciertas condiciones, la emigración puede anular las posibilidades de un país para acceder a ciertas opciones de transformación, ya que éstas se convierten en irrealizables por la misma sangría de recursos que la emigración comporta. En términos de RosesteinRodan (1943), la emigración podría imposibilitar a un país alcanzar un equilibrio de nivel superior, condenándole a permanecer en un equilibrio de bajo nivel (el propio de un país subdesarrollado)7. Como se recordará, la teoría neoclásica sugiere que los movimientos de factores (capital o trabajo) tienen, a escala internacional, una función equilibrante. A través de la emigración, la mano de obra fluye desde los países donde ese factor abunda hacia aquellos en donde escasea: como consecuencia, se aproximan las condiciones de retribución de ese factor a escala internacional. Esta función equilibrante parece que efectivamente operó en el caso de la emigración desde Europa hacia América del Norte en la primera oleada globalizadora, a juzgar por lo que apuntan algunos estudios históricos (0´Rourke y Williamson, 1999). No obstante, el resultado sería muy distinto si la emigración operase sobre un recurso (capital humano o capital institucional) requerido para desatar el proceso de desarrollo y para que el país alcance un equilibrio dinámico (de alto nivel). 6

Como es sabido, tal dilema expresa el problema que se plantea cuando existe contradicción entre las estrategias individuales autónomas y la que resultaría del interés cooperativo. 7 La existencia de complementariedades en el proceso inversor explica la existencia de múltiples equilibrios en el proceso de desarrollo. Un aspecto planteado por Rosestein-Rodan (1943) como justificación de su doctrina del “Big Push”. Para un planteamiento más actual véase Murphy, Shleifer y Wishny (1989).

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Supóngase, por ejemplo, que existen complementariedades en el proceso inversor que afectan a determinados recursos humanos requeridos para alcanzar un equilibrio de alto nivel. A los propietarios de esos recursos se les plantea una doble opción: i) pueden permanecer en el país, confiando en que el resto de los componentes de la estrategia estarán disponibles y, como consecuencia, se podrá alcanzar el equilibrio dinámico (o de alto nivel), beneficioso para todos; o bien, alternativamente, ii) pueden intentar una opción de mejora personal a través de la emigración. Cuanta mayor desconfianza se tenga en las posibilidades de una acción colectiva de calidad en el país de origen, más atractiva resultará la opción individual de emigrar. El problema es que a medida en que se incrementa el número de individuos que emigran, menores serán las posibilidades de éxito de una estrategia cooperativa encaminada a alcanzar un equilibrio de alto nivel, reforzando la estrategia de “salida”. A su vez, la reducción de las expectativas de éxito colectivo anima a nuevos individuos a optar por la salida emigratoria, generando un proceso que se autoalimenta, generando una cultura de la emigración (Piore, 1979), condenando a la economía en cuestión a permanecer en un equilibrio de bajo nivel. Si este fuese el caso, la emigración lejos de actuar como un factor de equilibrio, actuaría como una fuerza tendente a alejar a la economía del objetivo de desarrollo, a través del despoblamiento y la pérdida d recursos productivos (Portes, 2006). 4.- Evidencia empírica El recorrido realizado por las diversas propuestas explicativas de la emigración confirma que: i) responden a enfoques y niveles de análisis diferentes, lo que las hace difíciles de integrar en un marco teórico unitario y coherente; y ii) pero ese mismo hecho hace que las diversas propuestas puedan considerarse como no necesariamente incompatibles. Es más, es probable que una explicación cabal del fenómeno migratorio fuerce a abandonar estrechos doctrinarismo y obligue recurrir a más de una de estas explicaciones, manejándolas de una manera complementaria. En suma, ante la ausencia de una teoría coherente e integrada sobre la emigración, puede ser bueno optar por un enfoque ecléctico, que simplemente trate aprovechar las hipótesis y enfoques analíticos de diversos enfoques no contradictorios entre sí. Proceder de otro modo puede resultar contraproducente ya que, como señalan Massey et al. (1993: 455), parece necesario alejarse “tanto de las teorías atomísticas que niegan la relevancia de las restricciones estructurales en la decisión de los individuos como de aquellas teorías estructurales que niegan la capacidad de agencia de individuos y familias”. No es fácil, sin embargo, trasladar el conjunto de factores que contempla este enfoque ecléctico a la medición empírica. De hecho, buena parte de las investigaciones cuantitativas han recurrido a modelos relativamente simples, tratando de limitar su campo de análisis a los factores económicos más fácilmente mensurables (Recuadro 3).

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Recuadro 3: Modelo para la estimación empírica En la versión más sencilla la decisión de emigrar del país h al país f se hace depender del diferencial de salarios (wf - wh ), de un factor de compensación asociada a los beneficios que depara permanecer en el lugar de origen ( z ) y de los costes directos de la emigración ( c ). Es decir:

d i = w fi − whi − z i − c > 0

Si se considera el valor actualizado de los ingresos, en ese caso importa la edad del emigrante, ya que el diferencial de rentas crecerá con el horizonte laboral de la persona. A su vez, se puede considerar que la retribución del trabajo está condicionado por sus habilidades adquiridas ( s). Es decir:

w = α + βs

De modo que la primera función quedaría:

d i = α f − α h + (β f − β h )si − z i − c Si como supone Borjas (1989), tanto s como z se distribuyen normalmente, es posible expresar la tasa de emigración de un país en función de los valores medios y de los niveles de dispersión de esas variables en los lugares de origen y destino. Una parte de las teorías insiste en la importancia de los factores no económicos en la explicación de la emigración, que podrían quedar recogidos en la variable (z). Entre esos factores suele considerarse como uno de los más relevantes el stock de inmigrantes previo en el país de destino (que no sólo disminuye z, sino también puede reducir los costes de emigración, c). Por su parte, en c se suelen integrar las restricciones migratorias aplicadas en el país de acogida, que pueden entenderse como costes al desplazamiento. Finalmente, se suele considerar la posibilidad de una variable adicional para acoger las características individuales del emigrante, relacionadas con su capacidad personal, la existencia de vínculos familiares en el país de destino o cualquier otra que se considere relevante. En cuyo caso, la ecuación sería:

d i = w f , i − wh , i − z i − c + v i

Es el caso de Hatton y Williamson (1998), que comprueban que la tasa emigratoria a Estados Unidos aparece positivamente relacionada con el diferencial en la retribución salarial promedio (ajustada en paridades de poder adquisitivo) entre los lugares de destino y origen, con el peso de las cohortes de población más joven en el país emisor y el stock de inmigrantes en el lugar de acogida. A estos factores, Faini y Venturini (1994) añaden, al estudiar el caso italiano, el efecto negativo que el nivel de pobreza del emisor genera sobre la posibilidad de emigrar. Los estudios referidos a la época de emigración más reciente han tendido a confirmar alguno de los hallazgos antes señalados. Centrados, en general, en el caso de la inmigración a Estados Unidos, constatan la relación negativa con la renta per cápita del país emisor (Borjas, 1987) y el efecto positivo del stock de inmigrantes previamente existente (Yang, 1995). El papel de los diferenciales de rentas esperadas como factor explicativo de la emigración ha sido constatado también por Karemera (2000). En un reciente y ambicioso trabajo, Clark, Hatton y Williamson (2002) confirman la asociación de la tasa de emigración a Estados Unidos con el diferencial de renta per cápita, el nivel comparado de capital humano, aproximado a través de los años de escolarización, el porcentaje de población entre 15 y 29 años en la región emisora, el nivel de desigualdad comparado (que aproxima la retribución de las habilidades), el nivel de pobreza del país emisor, la existencia de comunidad lingüística, la distancia respecto al mercado de destino y algunas otras variables dummy de carácter temporal y regional (cuadro 1). Todas las variables tienen el signo esperado, incluida la referida al nivel de pobreza, que aparece negativamente asociada a la tasa de emigración, revelando la existencia de un umbral de renta requerido para la emigración8. Tal como se ha argumentado más atrás, se confirma que tanto el estímulo comparado a los niveles de cualificación, aproximado por el ratio entre los índices de Gini, y el volumen de la diáspora existente en el exterior tienen 8

De este modo, un incremento de la renta en el país tiene un doble efecto de signo contrario: negativo, en tanto que disminuye el diferencial de renta per cápita, y positivo, por cuanto reduce el nivel de pobreza del emisor.

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una relación no lineal con la tasa de emigración, por lo que ambas variables aparecen dos veces en la ecuación, una de ellas al cuadrado. Acorde con esta estimación, la tasa de emigración hacia Estados Unidos es tanto mayor cuanto menor sea el nivel de desarrollo del país emisor, mayores sean los niveles de formación de su población, mayor juventud demográfica presente, menores sean los costes de acceso al mercado de destino (proximidad y apertura al mar del país emisor), mayor sea la cualificación laboral relativa del emisor (con rendimientos decrecientes), más facilidad tenga de integración (comunidad de lengua), mayor sea la diáspora nacional instalada en el país de destino (con rendimientos decrecientes) y menor sea el nivel de pobreza del país de origen (que opera como efecto umbral).

Cuadro 1: Factores explicativos de la emigración a Estados Unidos 1971-98 Indicador utilizado Constante Ratio de renta per cápita fuente/EEUU

Coeficiente -11,95 -1,80

T estadístico 35,9 9,5

Variable expresiva

Ratio de años de escolarización fuente/EEUU (edad superior a 15 años) Proporción de población entre 15 y 29 años en país fuente Ratio de índices Gini fuente/EEUU Ratio de índices Gini fuente/EEUU al cuadrado Distancia a Chicago Procedencia de país anglófilo (dummy) País sin salida al mar (dummy) Diáspora en el país

2,61

12,7

Desigualdad de renta entre origen y destino Diferencia en los niveles educativos

2,71

2,7

Presión demográfica

4,17 -1,57

7,1 6,5

-0,18 1,11 -0,31 42,91

12,3 15,4 7,0 10,7

Diáspora al cuadrado

-182,94

6,5

Ratio índice de Gini/ renta per cápita al cuadrado Dummies temporales Dummies regionales R2

-0,36

3,9

Premio a la cualificación Efecto no lineal de la variable anterior Coste de acceso al país de acogida Facilidad de integración lingüística Costes de salida del país de origen Presencia de redes sociales en el país de acogida Efecto no lineal de la variable anterior Nivel de pobreza en el país de origen (efecto umbral)

0,77

Fuente: versión de Hatton y Williamson (2005) sobre trabajo de Clark, Hatton y Williamson (2002)

Buena parte de estos factores resultan también confirmados al tratar de explicar los patrones migratorios existentes a escala internacional, medidos a través de la tasa neta de inmigración (Hatton y Williamson, 2003). Aunque lo datos son menos fiables, de nuevo emergen el porcentaje de población joven en el país de origen, el stock de población inmigrante en el país de acogida, el diferencial de rentas ajustado por los niveles de educación (respecto a la media mundial y la media regional) y los niveles de pobreza del país emisor como las variables con mayor capacidad explicativa. Como cabría esperar, el efecto de la pobreza es notablemente más significativo cuanto menor es el nivel de renta per cápita de la región, lo que revela que opera como una especie de umbral. Por último, la aplicación de una versión de este mismo modelo servirá para interpretar la emigración internacional a España en los últimos años (se volverá sobre ello en el Capítulo 8).

Línea I. Migraciones y Desarrollo Factores explicativos de la emigración

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