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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES SEDE ACADÉMICA MÉXICO
Maestría en Ciencias Sociales XVIII promoción, 2010-2012
“No sólo por ser mormón soy el padre que soy” Concepción y ejercicio de la paternidad en varones miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Ciudad de México. Tesis que para obtener el grado de Maestro en Ciencias Sociales presenta:
Isaac Ali Siles Bárcenas Director de tesis: Dr. Juan Guillermo Figueroa Perea
Seminario de tesis: Las mujeres y el género: investigación en ciencias sociales Línea de investigación: Familia, género, grupos de edad y salud México DF, agosto de 2012
Tesis realizada gracias al apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT)
Resumen La presente tesis es el resultado de un proceso de investigación cualitativa emprendida con el fin de dilucidar cómo está configurada la paternidad en varonespadres miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de lo Últimos Días (padres mormones o padres SUD), la manera en que estos varones incorporan dicha concepción normativa religiosa de la paternidad, particularmente en torno a la figura de padre en tanto jefe de familia, y contrastar estas dimensiones subjetivas con las prácticas relacionadas con el propio ejercicio de la paternidad. Para lograrlo, se expone la concepción normativa religiosa de la paternidad propia del mormonismo, y se observa cómo interactúa con otras nociones en el mismo sentido a las que los varones están expuestos en el día a día, y que no proceden, necesariamente, de la manera mormona de entender el mundo. Asimismo, se da cuenta de algunas prácticas concretas de paternidad de los varones SUD, para observar cómo se materializa la significación de los marcos normativos de las instituciones, religiosas y seculares, hecha por los sujetos.
Palabras clave: Paternidad, masculinidad, Mormonismo, normatividades, poder, afectividad, responsabilidades.
Iglesia
SUD,
Abstract
This thesis is the result of a qualitative research process undertaken to elucidate how fatherhood is configured in male-parent members of the Church of Jesus Christ of Latter-Day Saints (LDS parents or Mormon parents), the way in which these men have incorporated this normative religious conception of fatherhood, particularly around the father figure as head of household, and to contrast these practices with the subjective dimensions related to their own parenting practices. In order to achieve this, we illustrate the religious normative conception of fatherhood made by Mormonism itself and observe how it interacts with other notions in that same regard to which men are exposed on a daily basis and do not necessarily come from a Mormon way of understanding the world. We also discuss some of the specific parenting practices performed by LDS male individuals, to observe how they embody the significance of institutional regulatory framework, both religious and secular, made by the subjects.
Keywords: Fatherhood, masculinity, Mormonism, LDS Church, normativities, power, affection, responsibilities.
II
Al padre más presente en este trabajo, mi propio padre. ¿Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida, que la vida sin ciertas normas pierde forma? Mario Bennedetti
Agradecimientos Concluir el programa de maestría con la presentación de esta tesis es para mí un evento muy significativo, debido, no únicamente a la importancia que en sí mismo reviste, sino a la serie de sucesos y circunstancias que lo anteceden, desde mucho tiempo antes del inicio del propio programa. Y es en ese espíritu que me permito escribir estas líneas de agradecimiento. En primer lugar, agradezco a mi querida familia, en cuyo seno aprendí a decir “gracias” y a quienes, en gran medida, debo la sensación que ese fonema evoca para mí en la actualidad. A Isaac, mi padre, cuyo ejemplo de sobriedad y, sobre todo, de responsabilidad ha dejado una huella muy importante en mí y, sin duda, ha constituido una guía para mí en este trance. Aunque ya no lo vea, su breve sonrisa me acompaña constantemente. A Yolanda, mi madre, por su incondicional cariño y por su apoyo en muchos momentos clave en mi vida, de los cuales éste forma parte; sin ello tampoco estaría escribiendo esto hoy. A mis fabulosas hermanas, América y Vanessa, por su amistad y complicidad, por siempre demostrarme –a su particular manera– lo importante que soy para ellas, por dejarme a mí hacer lo mismo con ellas, y por nunca dudar de que puedo hacer lo que comparto con ellas como anhelos. A mis amigas y amigos, quienes con el paso del tiempo han llegado a ser parte de mi familia también. Principalmente a Elievf, Itza, Karla y Rodrigo, cuyo amor por la vida y convicción de que el mundo puede ser un mejor lugar donde vivirla me han inspirado en incontables ocasiones, y son, en ese sentido, corresponsables en este logro. También a mi querida amiga Elizabeth, una gran compañera cuyo buen ánimo y afectuosa presencia siempre se encargan de recordarme que, aunque tú mismo no lo hagas a ratos, siempre hay alguien que confía en ti. A Tania por su crucial ayuda en una parte fundamental para este proyecto, su cimentación, así como por su apoyo, aliento, cariño y confianza en los momentos difíciles del resto del proceso. Al Dr. Figueroa –Juan Guillermo, como seguramente él prefiere ser mentado– por su invaluable compañía en el proceso de la investigación y de la confección de esta tesis. Realmente me considero afortunado de haber contado con ella. También a las Doctoras Alejandra Salguero y Lucero Jiménez por participar como lectoras. Por supuesto, a las Maestras Flérida Guzmán y Marta Subiñas, coordinadoras del seminario de investigación de tesis, por su confianza en mi intuitivo proyecto y por su apoyo para hacerlo crecer, guiando y enriqueciendo este trabajo. A mis compañeras y compañeros del propio seminario, por compartir conmigo este proceso de aprendizaje y crecimiento académico, pero sobre todo personal. Gracias también a los demás profesores y profesoras, tanto del claustro de la FLACSO, como a aquellos a quienes conocí mientras me adentraba en el estudio de la sociología, o con quienes tuve la oportunidad de laborar. De ellas y ellos aprendí mucho sobre teoría social, política y metodología, y de algunas y algunos otros, el afecto e interés por el trabajo académico y por el intento de dilucidar un poco mejor IV
lo que ocurre a nuestro derredor. Todo lo que me dejaron está, en mayor o menor medida, presente en este trabajo. Agradezco, además, a los padres que participaron en la investigación, por su tiempo y su confianza para platicar conmigo de una experiencia tan íntima y significativa para ellos como la paternidad. Y finalmente, pero no por ello de forma menos importante, a mis queridísimas compañeras y compañeros de la XVIII promoción de la maestría en Ciencias Sociales de la FLACSO sede México, por haber venido desde los confines de la América latina, desde extremos alejados del país, o de apenas unas cuadras de distancia, a formar parte de esta enriquecedora y lúdica experiencia. Su compañerismo y amistad fueron una compañía idónea para estos breves pero sustanciosos años, que atesoraré de hoy en adelante. ¡Para ustedes “las guirnaldas de oliva” y un gran y afectuoso abrazo!
V
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
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INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO I - LOS PADRES MORMONES EN CONTEXTO
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El origen y expansión del mormonismo
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Joseph Smith Jr. “Profeta de la restauración”. El Libro de Mormón, clave del mensaje restaurador de Smith. Los primeros años del movimiento mormón: persecución y resistencia La muerte de Smith y el gran éxodo mormón hacia el oeste
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El mormonismo en México
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El panorama religioso en México La Iglesia SUD en México
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¿En qué creen los mormones?
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En torno a la masculinidad En torno a la paternidad En torno a la familia
31 35 37
Reflexiones finales en torno al contexto de los varones-padres mormones
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CAPÍTUO II - ELEMENTOS TEÓRICO-ANALÍTICOS PARA EL ESTUDIO DE LA PATERNIDAD ENTRE VARONES MORMONES.
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Significados de paternidad
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Paternidad y poder Afectividad Emocionalidad
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VI
Responsabilidades paternas
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Provisión (material) Autoridad Formación / Educación
58 59 61
Abyecciones paternas
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Normatividades
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Orientación religiosa
66
Consideraciones metodológicas
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A manera de cierre
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CAPÍTULO III - «Y LA MISMA SOCIABILIDAD QUE EXISTE ENTRE NOSOTROS AQUÍ, EXISTIRÁ ENTRE NOSOTROS ALLÁ…» PADRES MORMONES Y SU POSICIÓN EN EL ENTRAMADO DE RELACIONES FAMILARES
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«Reprendiendo en el momento justo… » Padres mormones y poder
76
«Yo creo que el ser padre tiene ciertas ventajas ante ser madre» Padres mormones frente a su pareja. «A veces, sí abusan mis hijas» Bidireccionalidad de poder en las relaciones paternofiliales. «Y si se te pone rebelde, 2,3 nalgadas… » Lo abyecto en la práctica de padres SUD
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«Viviréis juntos en amor» Afectividad en las relaciones entabladas por varones-padres mormones.
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«Bueno, primero amo a Dios…» El amor doctrinal como fuente de significación de la paternidad «La cosa es vivir en pareja… una familia empieza con los padres» Paternidad y matrimonio «Si no tuviera hijos ¿quién me va a abrazar y a llorar conmigo?» Afectividad en las relaciones paterno-filiales «Si no tuviera a mis hijos ¡qué aburrida sería la vida!» La dimensión lúdica de la paternidad «No estoy diciendo que por eso yo pueda equiparar el amor, muy distinto, de mamá al de papá» Consideraciones de género en torno a la afectividad de los padres Algunas consideraciones finales en torno a las relaciones de poder y afectividad
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VII
CAPÍTULO IV - «EL SER PADRE SANTO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS ES UNA RESPONSABILIDAD TREMENDA…» VARONES MORMONES Y RESPONSABILIDADES PATERNAS
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Formar una familia y «presidir» sobre ella, un mandamiento para los varones SUD.
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«¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?» Padres mormones proveedores
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«Esa responsabilidad no se te quita, aunque no tengas trabajo…» La provisión material como una clave para entender la paternidad «A mis hijas les he dado educación, les he dado oportunidades; nunca les ha faltado nada…» Provisión paterna diversificada.
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«Que encuentren en ti una fuerza y una autoridad…» La responsabilidad paterna de ser la autoridad familiar.
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«Porque uno se afana por enseñarles cosas correctas…» La responsabilidad de formar a los hijos.
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«Es enseñar principios correctos y dejar que se gobiernen solos» Los padres SUD como transmisores de principios y valores. «Difícilmente puedo enseñarle a mi hijo a ser un buen hijo si yo no soy un buen hombre, un buen padre» La responsabilidad paterna de ser un ejemplo
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CONSIDERACIONES FINALES
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BIBLIOGRAFÍA
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Anexo I - Instrumento de recolección de información
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Anexo II – Formato para encuadre y consentimiento informado
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VIII
Yo, Enós, sabía que mi padre era un varón justo, pues me instruyó en su idioma y también me crió en disciplina y amonestación del Señor. El Libro de Mormón, Enós 1:1
INTRODUCCIÓN
Aun cuando se trata de un elemento que ha estado presente en los estudios feministas, o sobre las mujeres, desde sus inicios, la masculinidad, como un tema de estudio, comenzó a recibir una atención creciente y particular de las ciencias sociales hace sólo un par de décadas. Desde entonces, este tema ha cobrado una importancia particular en el campo de los estudios de género, intentando dar cuenta de cómo son los hombres, qué es lo que hacen y los significados otorgados al “ser hombre”. Quienes se han abocado al estudio del tema han planteado, además, la necesidad de ir más allá de la sola descripción en esos sentidos, y buscar analizar cómo esas distintas dimensiones del concepto se relacionan con el ejercicio del poder y el problema de la dominación masculina (Careaga y Cruz, 2009). Los estudios de género surgieron a partir de esfuerzos por hacer visible la desigualdad intrínseca en las relaciones entre hombres y mujeres, en un intento por superarla. Sin duda, esta noción de desigualdad es clave para dicha perspectiva analítica. Una visión relacional de la masculinidad, está ligada, necesariamente, al carácter desigual de las relaciones de género. Es por ello que los estudios sobre masculinidad, que se han desarrollado de manera más importante y en una versión más acabada, lo han hecho a partir de ese marco. El problema de la desigualdad entre hombres y mujeres comenzó a ser planteado, como materia de análisis, por las teorías feministas. Las explicaciones a este problema, ofrecidas desde el feminismo, han enfatizado, con diferente intensidad a lo largo de su historia, aspectos tales como el régimen patriarcal, la división sexual del trabajo, y en general una estructura de dominación en la que los hombres aparecen en las posiciones más altas, con base en una serie de supuestos respecto a las capacidades natas de hombres y mujeres. Más allá del esquema sexo-género, de las posiciones biologicistas y la lógica binaria de los sexos, la perspectiva de género planteó la introducción de los ámbitos cultural y subjetivo, en la discusión sobre la desigualdad (Minello, 2002; Ramírez, 2006). La propuesta de Joan Scott (1997) es clave en ese sentido, al señalar una doble
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dimensión de la categoría género. Para la autora: “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1997: 287). Respecto al género como constitutivo de las relaciones sociales con base en los sexos, Scott señala que hay una serie de elementos a través de los cuales éste se configura. En primera instancia, la existencia de símbolos “disponibles culturalmente”, cuyas representaciones son evocadas al definir tales relaciones. En segundo término, estas representaciones simbólicas devienen en la formulación de ideales normativos, que buscan delimitar claramente lo masculino y lo femenino, y las normas correspondientes a ambos conceptos. Un tercer elemento es el relacionado con las instituciones y organizaciones sociales, más allá del sistema de parentesco, tales como el mercado, las instituciones educativas, políticas, etc. Finalmente, la identidad subjetiva, considerada como un proceso social verificable a nivel individual, es un cuarto elemento del género. Por otro lado, lejos de abandonar la posición feminista respecto a la desigualdad, Scott enfatiza el hecho de que el género ha sido el ámbito principal por medio del cual se articula el poder. Si bien el género no es el único ámbito en el que ello ocurre, la autora señala que “los conceptos de género estructuran la percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la vida social” (Scott, 1997: 290). Sin duda, la distribución de las posiciones de poder y autoridad ha favorecido, históricamente, a los varones, a quienes se ha considerado como poseedores de “atributos jerárquicamente superiores” (Burin, 2003). No obstante, ello no exenta a los varones de las contradicciones y conflictos propios de las responsabilidades que les han sido asignadas con base en esas mismas consideraciones. Así, los estudios sobre masculinidad encuentran una importante veta de investigación precisamente en ese terreno. Importantes estudios sobre masculinidad se han construido sobre la base del conocimiento generado a partir de las reflexiones hasta aquí presentadas, generadas 3
en un marco feminista y desde una perspectiva de género. Y es también en ese contexto, que se ha plantea el estudio de los discursos, las creencias y las prácticas religiosas como factor de conformación de la masculinidad. La implicación de dichos aspectos de orden religioso es sumamente importante en una visión de género como la presentada por Scott, por ejemplo. Muchas de las representaciones simbólicas constitutivas del género tienen su origen en las cosmovisiones y creencias religiosas, particularmente en el caso de las sociedades judeo-cristianas. La mayoría de las doctrinas y filosofías religiosas constituyen normatividades sobre el género. Ellas señalan, de manera explícita, una serie de funciones diferenciadas para hombres y mujeres, las presentan como propias a desempeñar por unos y otras, prescriben algunas conductas relacionadas con lo masculino y lo femenino, mientras que censuran otras tantas. Las iglesias cristianas, particularmente, son instituciones claramente jerarquizadas, y en la mayoría de los casos, la composición de la jerarquía eclesiástica, fundamentalmente masculina, hace evidente la desigualdad de género en su interior. Asimismo, el constante proceso de formación de la identidad subjetiva se ve impactado por el credo que los sujetos profesan. Por lo general, las religiones judeo-cristinas asignan a los varones características de fortaleza y liderazgo, mientras que enfatizan atributos de compasión, altruismo y caridad en las mujeres. Dichos elementos juegan un papel importante en la creación de identidades, tanto masculinas como femeninas. Diversos estudios sobre masculinidades que consideran las aportaciones hechas por las teorías feministas, y la perspectiva de género, han tendido a reproducir modelos explicativos de carácter estructural y se suele asumir una posición un tanto universalista al hablar, por ejemplo, de modelos de “masculinidad hegemónica” (Connell, 2003), soslayando aspectos contextuales, o el problema central de la agencia. El trabajo del sociólogo francés Pierre Bourdieu es un intento por establecer una posición que medie entre una visión estructuralista y otra radicalmente individualista, en el análisis de la acción social, una visión metodológica que está presente en su obra La dominación masculina (2000), un referente sociológico importante para el tratamiento del tema de la desigualdad de género. Empero, el interés de dicha obra radica en hacer evidentes formas de dominación inherentes a la 4
organización social, utilizando como ámbito particular de análisis el constituido por las relaciones entre hombres y mujeres y, en ese sentido, se trata más de un esfuerzo por establecer una teoría sobre el poder, que de un intento específico por analizar las formas en que los varones significan las estructuras de dominación, y el papel que ello juega en la conformación de la masculinidad Autores como Víctor Seidler (2006), por su parte, han argumentado sobre la importancia de considerar la construcción de masculinidades a la luz de aspectos históricos y culturales propios de sociedades específicas. De acuerdo con este autor, la preponderancia de la religión católica ha sido un elemento articulador de las subjetividades y, por tanto, un factor de primer orden (entre otros) en la conformación de modelos de masculinidad, en las sociedades latinoamericanas, y en particular en la mexicana. La asociación de lo masculino con el ejercicio violento del poder, producto de la conquista y colonización europea de los territorios conocidos hoy como Latinoamérica, ha favorecido la difusión de una idea del hombre como detentor violento del poder (Seidler, 2006). Así, el modelo predominante de masculinidad en México, se ha relacionado con una cultura de dominación violenta, fundamentada en una estructura social jerárquica, que plantea una relación de superioridad cuasi natural de hombres sobre mujeres. Existen algunos trabajos cuya intención ha sido estudiar las masculinidades prestando particular atención a factores de carácter religioso. Un estudio conducido por Peter Hopkins (2006), sobre varones jóvenes musulmanes en Escocia, es un ejemplo de ello. En este trabajo, Hopkins argumenta que las masculinidades juveniles musulmanas son diversas, heterogéneas y multifacéticas. Además de hallarse enmarcadas por el credo y la práctica religiosa musulmana, están atravesadas por el género, el sexo y la clase, e influidas por el grupo generacional y la localidad. El autor sostiene que, si bien los jóvenes participantes en el estudio tienden a satisfacer los estereotipos masculinos hegemónicos, el patrón se interrumpe por otros aspectos de diferencia social, propios de su contexto geográfico. El trabajo constituye un ejemplo importante del estudio de la masculinidad atendiendo a factores de orden más micro, como el entorno geográfico en el que los sujetos habitan y se relacionan. 5
De hecho, puede decirse que esta dimensión geográfica en la configuración de la masculinidad de los jóvenes varones musulmanes, así como de sus prácticas, constituye el foco del análisis de Hopkins. De ello se desprende la posibilidad de analizar con mayor profundidad aspectos de carácter concretamente social, subjetivo e incluso identitario.1 Sin duda, la paternidad es una dimensión fundamental en la cual la masculinidad cobra forma. Diversos aproximaciones teóricas al tema de la masculinidad (Connell, 2003; Seidler, 2006) reconocen a la paternidad como un ámbito clave para la comprensión de lo masculino. De igual forma, estudios sobre masculinidad de carácter empírico proveen datos sobre la importancia del ejercicio de la actividad paterna en la conformación de ella, y ubican la dimensión subjetiva de la misma como constitutiva de las subjetividades masculinas (Fuller, 1998; Viveros, 1998). Un estudio sobre masculinidad entre varones de la ciudad de Santiago de Chile (Valdés y Olavarría, 1998), por ejemplo, muestra claramente cómo los varones conceden una importancia fundamental a la responsabilidad para con su familia (su pareja, e hijos2), de convertirse en la “cabeza” de la misma, su proveedor y protector, en la definición de lo que para ellos significa “ser hombre”. Las descripciones en ese sentido, hechas por los varones estudiados, presentan el ser padre (cabeza de familia) como parte necesaria y fundamental de un proceso de construcción y consolidación de su masculinidad. Si atendemos al aspecto simbólico del género planteado por Scott, mencionado anteriormente, en la configuración de las relaciones sociales –y más concretamente, en las relaciones de parentesco y paterno-filiales– fundadas sobre la diferencia sexual, es claro que el pensamiento religioso constituye una fuente fundamental para hacer que los referentes simbólicos en cuestión se encuentren “disponibles culturalmente”. En sociedades mayoritariamente cristianas, como la mexicana, la normatividad 1
El tema de las relaciones de poder (tanto entre hombres y mujeres, como entre varones), por ejemplo, es tratado de manera tangencial únicamente, en el artículo donde se reportan los resultados del estudio. 2 A lo largo del texto se emplea el término hijos para referirse tanto a hijas-mujeres como a hijosvarones, fundamentalmente, debido a una cuestión de estilo, aun cuando favorecemos el uso del término hijas e hijos, por considerarlo más equitativo.
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derivada de dicha simbología, puede ser claramente ubicada como parte del discurso de las varias iglesias que profesan esa fe. En él, podemos observar amplias y variadas prescripciones respecto al ejercicio de la paternidad, y el lugar a ocupar por los varones al interior de las familias, e incluso en otros grupos sociales más amplios. Parece razonable pensar que la experiencia de los varones como adherentes a un determinado credo o denominación religiosa juega un papel importante en la conformación de la identidad de los varones en tanto hombres y, en consecuencia, de su concepción y ejercicio de la paternidad. La vivencia de los varones de su condición de padres, así como los significados que ellos atribuyen a la misma, guardan una estrecha relación con los principios religiosos a los que están expuestos. De ahí que resulte importante considerarlos, junto con las prácticas asociadas al ejercicio de la paternidad, a la luz de aspectos de carácter religioso. Un esfuerzo importante al respecto es el conducido por Kristin Aune (2010) en torno a la paternidad en la cristiandad evangélica británica. Utilizando como punto de partida estudios similares sobre comunidades evangélicas en Estados Unidos y Australia, Aune busca explorar cómo el discurso evangélico ha contribuido a la configuración de una idea de paternidad más cercana y afectiva en el Reino Unido, a través de un estudio de caso sobre el movimiento evangélico Newfrontiers. La autora encuentra una reivindicación de la figura bíblica del patriarca, en el discurso público de algunos líderes del movimiento. Los líderes rescatan la responsabilidad paternal como instructores, consejeros y guías de tales figuras simbólicas, para enfatizar la importancia de una paternidad más afectiva, que los mantenga cerca de sus hijos y sus hogares. Si bien, esta propuesta discursiva retoma valores en torno a la paternidad de impronta decimonónica, tales como la responsabilidad, la autoridad, la disciplina y la provisión económica, también incorpora una visión de “nueva” paternidad basada en el afecto y la participación de los padres, aspectos planteados desde posiciones feministas durante la segunda mitad del siglo XX. Al dar cuenta de sus observaciones sobre las prácticas de los padres, Aune señala la clara coexistencia de nociones de una nueva paternidad (más participativa en la crianza y atención de los hijos), con nociones más tradicionales (asociadas al padre como figura de autoridad y como 7
proveedor). La autora observa que dicha ambigüedad en el ejercicio de la paternidad no es privativa de las comunidades evangélicas, sino que diversos investigadores la consideran típica de las formas en que los varones se aproximan al ejercicio de su paternidad en la actualidad, en la sociedad británica. Así, concluye, los discursos evangélicos de género y familia son más tradicionales que sus prácticas, como resultado de un proceso de negociación con las ideas de paternidad en consolidación en la cultura mainstream en la Gran Bretaña. El tema de la paternidad ha sido estudiado de manera reciente en el contexto mexicano, con importantes aportes para el conocimiento acerca del mismo (Figueroa, Jiménez y Tena, 2006) Los esfuerzos en ese sentido han puesto el foco de su análisis en grupos socioeconómicos específicos (Salguero, 2006), demarcaciones geográficas dadas (Haces, 2006), o aspectos de orden sociodemográfico (Rojas, 2006), por ejemplo. No obstante, no es sencillo encontrar, en el contexto mexicano, trabajos como el de Aune, cuyo interés sea el de vincular la composición discursiva religiosa con la práctica de la paternidad. La importancia de hacer visible esta relación es clara en un nivel cultural, pues da cuenta de las interacciones entre ámbitos discursivos, normativos y simbólicos y prácticas cotidianas concretas, relacionadas con las relaciones de género. Resulta igualmente importante, en ese sentido, observar las valoraciones y significaciones de la paternidad a nivel individual, para intentar vincularlas a esa relación de orden más amplio, una tarea que parece poco abordada, aun en trabajos como el de la autora británica. El papel de las nociones religiosas en la configuración de la vida social sigue siendo fundamental. La preponderancia del discurso religioso católico romano en México sigue siendo clara, así como su papel en la conformación de las relaciones que los varones entablan con las mujeres y entre sí. A ese respecto, el trabajo de Seidler (2006), mencionado anteriormente, es particularmente valioso. Por otro lado, en la actualidad se observa, también con claridad, una tendencia creciente hacia la pluralidad y a la tolerancia hacia las distintas posturas místico-religiosas. Varias de estas propuestas proceden de contextos culturales en los que el protestantismo ha sido el factor más importante de aglutinación de las creencias y prácticas religiosas. De ahí 8
que resulte importante indagar sobre la influencia de religiones cristianas protestantes en México (cuya presencia es sustancialmente más reciente comparada con la del catolicismo) en el proceso de conformación de las masculinidades contemporáneas en general, y de manera particular, en la significaciones, las valoraciones y el ejercicio de la paternidad entre los varones mexicanos. El caso del mormonismo, el credo difundido y practicado por los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Iglesia SUD), llegada a México a finales del siglo XIX, es uno de particular interés, dado su rápido crecimiento y su constante esfuerzo por propagar la religión Mormona (como popularmente se conoce) y engrandecer su cuerpo de seguidores. 3 La jerarquía eclesiástica del mormonismo está compuesta casi en su totalidad por varones. La iglesia promueve un programa misional de proselitismo religioso abocado a mantener constante su crecimiento y expansión, que involucra, principalmente, a varones jóvenes de entre 18 y 25 años. Aspectos como el matrimonio, la familia y la paternidad, son elementos fundamentales del mensaje evangelizador de la iglesia, y la figura masculina es central en estos aspectos de organización de la vida, bajo la concepción mormona. En ese sentido, la adopción de los varones, en mayor o menor grado, de los preceptos de vida del mormonismo, los significados que ellos otorgan, tanto a dichos preceptos, como a otras maneras de entender lo masculino con las que entran en contacto, así como las prácticas resultantes de dichos procesos de subjetivación, tienen un impacto directo en las relaciones de género, por lo que resulta importante conocer con detalle el proceso mediante el cual ello tiene lugar. La mejor comprensión de estos procesos constituye un elemento clave en la búsqueda de una eventual superación de dichas relaciones de desigualdad. Sin embargo, la vinculación de estos discursos religiosos, y las prácticas que se derivan de ellos, con la conformación y mantenimiento de relaciones de género ha sido poco explorada en la investigación social en México.
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De acuerdo con cifras ofrecidas por la propia Iglesia SUD, hacia finales de la década de los noventa, ésta contaba con poco menos de un millón de miembros en México, colocándolo como el país con mayor membresía, fuera de Estados Unidos, país de origen del credo mormón (Domínguez, 2003).
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La paternidad es una noción multidimensional. De manera clara, alude a la provisión material y económica, así como emocional y afectiva. Pero además, el componente de autoridad, plasmado en la figura de jefe de familia, es una parte fundamental de la idea del padre como encargado del establecimiento y salvaguarda de la disciplina y el orden familiar, así como del cuidado de la propia familia. Dada la multiplicidad de valoraciones respecto de las muchas dimensiones que configuran la idea de paternidad, no es de sorprender que existan más de una idea respecto a qué es y cómo debe ser un padre. En ese contexto, la noción mormona de paternidad es una más de entre las múltiples ideas en torno a ésta. El interés de esta investigación de tesis gira en torno a dilucidar cómo está configurada la idea de paternidad en la normatividad mormona, la manera en que los varones mormones incorporan esa concepción normativa religiosa de la paternidad propia del mormonismo, particularmente en torno a la figura de padre en tanto jefe de familia, y contrastar estas dimensiones subjetivas con las prácticas relacionadas con el propio ejercicio de la paternidad. La pregunta que orienta la investigación de este problema sería, pues, la siguiente: ¿cómo está configurada la paternidad de los varones SUD? Para intentar responderla, se buscará conocer la concepción normativa religiosa de la paternidad propia del mormonismo, y observar cómo interactúa con otras nociones en el mismo sentido a las que los varones pudieran estar –o haber estado– expuestos en el día a día, y que no proceden, necesariamente, de la manera mormona de ver y entender el mundo. Asimismo, se pretende dar cuenta de las prácticas concretas de paternidad de los varones SUD, con el fin de observar cómo se materializa la significación de los marcos normativos de las instituciones, religiosas y seculares, hecha por los sujetos. Dado que la subjetividad propia de los actores juega un papel importante en dicha significación, es razonable esperar encontrar más que una sola forma típica de significación y práctica de la paternidad entre los varones SUD, hipótesis que guía el trabajo de investigación para la composición de la presente tesis. Se trata, entonces, de dar cuenta de esas formas, diferenciadas entre sí, en las que los padres SUD entienden y practican la paternidad, con base en la significación que hacen de los 10
preceptos normativos transmitidos por el cuerpo institucional de la Iglesia SUD, y de distintas representaciones sobre la paternidad a las que se hallan expuestos en su día a día, promovidas desde otros espacios institucionales. Como un inicio de la reflexión en este sentido, la presente tesis comienza ofreciendo un contextualización de los varones-padres mormones como los sujetos centrales para la investigación. El primer capítulo está dedicado a realizar una revisión de cómo y en qué contexto surge este credo al que los padres se encuentran adscritos. Se hace un breve recuento del surgimiento y expansión del mormonismo, su llegada a México y el desarrollo que ha tenido en el país desde entonces. En el mismo capítulo, se revisa, de manera general, las principales creencias del mormonismo en torno a la masculinidad, las cuales delinean una trayectoria ideal esperada para un varón mormón. En ese mismo sentido, se hace un esbozo general sobre las doctrinas, valores y creencias SUD en torno a la paternidad y a la vida y organización familiar. Tal como se apuntaba, la paternidad es un concepto complejo y muy amplio. Para efectos de esta investigación, y en consonancia con la pregunta e hipótesis delineadas, se plantea observarla en dos grandes ámbitos. El primero de ellos es el de la significación de la paternidad hecha por lo varones. Este refiere a las creencias, significados, y valores que los varones asignan a la figura de padre, y a su propio papel como padres. Un segundo gran ámbito es el relacionado con las prácticas que los varones realizan como parte de su actividad como padres. En el segundo capítulo, se ofrece una propuesta teórica-analítica para el estudio de la paternidad que considera estos dos grandes aspectos. En primera instancia, se consideran una serie de significados atribuidos a la paternidad. Estos sirven como punto de partida para el análisis de la misma, entendida como un entramado de relaciones que tienen lugar, y son dotadas de significado, en dos importantes dimensiones. En primer lugar, se trata de poder, en tanto la paternidad está asociada con una estructura jerárquica al interior de la familia. Al mismo tiempo, las relaciones que los padres entablan poseen un importante elemento de afectividad, un referente simbólico importante para su establecimiento y consolidación. Ambos espacios están dotados de una carga emocional muy importante, pues su vivencia como padres en 11
estas dos dimensiones se ve influida por estados emocionales y anímicos, por lo que la emocionalidad de los padres es considerada clave para este análisis. Por otro lado, además de estas relaciones y sus contenidos, la paternidad también implica una serie de responsabilidades que orientan la actividad paterna y sirven como referente para su evaluación. Como parte de este marco teórico-analítico se analizan las responsabilidades asignadas a la figura paterna en torno a la provisión familiar, el ejercicio de la autoridad al interior de la familia y la educación y formación de hijas e hijos. Asimismo, se propone la noción de abyecciones paternas para designar aquellos aspectos considerados perniciosos y poco deseables de la práctica paterna, entre los que se encuentra un ejercicio autoritario o violento de la paternidad. Finalmente, éste capítulo teórico-analítico elabora sobre la necesidad de considerar las diversas normatividades que buscan regir el actuar de los varones desde su posición de padres, con un especial énfasis en la orientación religiosa. Cabe señalar, además, que como parte de este segundo capítulo, se dedica un apartado para la presentación de algunas consideraciones de orden metodológico que guiaron el diseño y la realización del presente esfuerzo de investigación. Los últimos siguientes dos capítulos contienen propiamente el análisis de la información recabada durante el proceso de investigación, expresada en los testimonios de los varones-padres entrevistados. El capítulo III se concentra, de manera más importante, en el tema de la significación de los varones-padres de su posición como padres en la estructura relacional de la paternidad. Los ejes que ordenan el análisis son, por un lado, la dimensión de poder de las relaciones que los padres entablan con los demás miembros de sus familias y, por el otro, la dimensión afectiva que también hace parte del sentido atribuido por los varones a su actuar como padres. El capítulo IV, por su parte, remite de manera más cercana a la dimensión práctica de la paternidad, en tanto que su objetico está más en analizar las valoraciones y relatos de los varones-padres en torno a lo que consideran sus responsabilidades respecto de la provisión familiar, su papel como autoridad familiar y su labor como formadores de sus hijos. A lo largo de estos dos últimos capítulos, se busca resaltar los momentos, espacios y situaciones en las que la normatividad y el 12
discurso doctrinal SUD se mezcla, se confronta, se complementa o se distancia de otras nociones normativas sobre la paternidad y como estos procesos son vividos y relatados por los varones-padres. El trabajo concluye con un apartado de consideraciones finales, que buscan ofrecer algunas conclusiones respecto a los hallazgos realizados como parte del proceso de investigación, las preguntas surgidas como parte del mismo y que pudieran ser retomadas para ampliar, continuar o profundizar la reflexión y el trabajo de investigación respecto al tema tratado, así como algunas consideraciones de orden ético consideradas pertinentes dada la naturaleza del objeto de estudio, vinculado a concepciones y valoraciones afectivas de los sujetos participantes en el estudio.
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CAPÍTULO I - LOS PADRES MORMONES EN CONTEXTO
El presente capítulo tiene como finalidad ubicar a los varones-padres miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como seguidores de una tradición religiosa cristiana, surgida en el contexto moderno, que al mismo tiempo, afirma tener sus raíces en la cristiandad original, y que ha gozado de un periodo de auge, no sólo en Estados Unidos, sino en muchos de los países en los que se encuentra presente hoy en día –particularmente en la región de Latinoamérica–, durante los últimos cincuenta años. Con este propósito en mente, el primer apartado se ocupa del surgimiento del movimiento religioso mormón, a inicios del siglo XIX, y de los años de su consolidación e institucionalización. En el segundo apartado, se da cuenta de la diversificación religiosa que ha tenido lugar en México, en las últimas décadas, para dar paso a un recuento de la breve historia del mormonismo en el país, y un panorama general de su organización y crecimiento. El tercer apartado presenta, de manera sucinta, las principales creencias, valores y doctrinas del mormonismo respecto al ser hombre y al ser padre, así como sus planteamientos respecto a la familia.
El origen y expansión del mormonismo El 6 de abril de 1830, un grupo de alrededor de sesenta personas se reunió en una pequeña cabaña de troncos en el poblado de Fayette, Nueva York, EUA, para participar en la organización oficial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Iglesia SUD, 1993: 259). Poco menos de dos siglos más tarde, el primer fin de semana de abril de 2012, la Iglesia Mormona, 4 como se le conoce popularmente, celebrará su Conferencia General Anual número 182. Desde su Centro 4
El nombre oficial de la iglesia es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sin embargo, los términos Iglesia Mormona o Iglesia SUD, entre otros, aparecen recurrentemente en la literatura respecto al tema. Para propósitos de abreviación, estos dos términos, junto con simplemente la Iglesia, son utilizados para referirse a dicha organización a lo largo del presente trabajo.
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de Conferencias –un auditorio con capacidad para más de veintiún mil personas, construido ex profeso para ser la sede de dicha reunión– en la ciudad de Salt Lake, en el estado de Utah, las autoridades generales de la Iglesia tomarán la palabra para dirigirse a sus miembros con mensajes doctrinales y de instrucción religiosa. Año con año, la Conferencia alcanza a una audiencia estimada en millones de personas alrededor del mundo, por medio de transmisiones de televisión y radio vía satélite, así como por internet, con traducción disponible en más de noventa idiomas.5 En las semanas subsiguientes a aquella reunión de 1830, se unieron a la Iglesia algunos de los personajes que llegarían a ser miembros prominentes en la historia mormona, con lo que la membresía de la incipiente nueva iglesia apenas rebasaba las treinta personas (Iglesia SUD, 2003). Actualmente, la también llamada Iglesia SUD (una abreviación de Santos de los Últimos Días) cuenta con casi seis millones de fieles en Estados Unidos, la cuarta mayor membresía entre todas las iglesias cristianas presentes en ese país. A nivel mundial, la Iglesia reporta un número total de miembros superior a los catorce millones, la mayoría de los cuales corresponde a los más de ciento cincuenta países fuera de Estados Unidos en los que el mormonismo está presente; tan sólo en Latinoamérica, la Iglesia estima su membresía en poco más de cinco millones y medio de personas.6 Sin duda, el crecimiento y propagación del movimiento religioso mormón es notable, y ha concitado el interés de diversos estudiosos en el campo de la religión y la historia (Eliason, 2001; Bushman, 2005; 2008; Cragun y Lawson, 2010). Particularmente en este último campo, una figura central en el estudio del mormonismo es la de su fundador Joseph Smith Jr. Su presentación como un “profeta” de Dios, vocero divino en la época moderna, así como la serie de doctrinas y prácticas religiosas que instituyó como parte de su movimiento, tras afirmar haberlas recibido por revelación divina, son clave para comprender la manera mormona de ver y entender el mundo y la existencia humana. 5
De acuerdo con información ofrecida por la Iglesia SUD en el sitio llamado mormonnewsroom.org; véase http://www.mormonnewsroom.org/article/coverage-and-news-media-resources-from-the181th-annual-general-conference 6 Véase http://saladeprensamormona.org.mx/articulo/quienes-son-los-mormones-
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Joseph Smith Jr. “Profeta de la restauración”. La fase de institucionalización de la Iglesia SUD comienza con el acto de asociación y posterior registro como asociación religiosa en Fayette, Nueva York, del que se da cuenta anteriormente, y se consolida con el asentamiento de la Iglesia Mormona en el estado de Utah y su consecuente reestructuración organizativa, encabezada por su entonces líder Brigham Young, a finales de la década de los años cuarenta del siglo XIX (Iglesia SUD, 2003). Sin embargo, la historia del mormonismo había comenzado durante la década previa a 1830, cuando un joven campesino llamado Joseph Smith Jr., irrumpió en la escena religiosa del estado de Nueva York, declarando ser un profeta moderno e iniciando un movimiento religioso cuyo propósito fundamental consistía en “restaurar” el verdadero cristianismo, en medio del ambiente de agitación religiosa que privaba en la sociedad rural del norte de los recién creados Estados Unidos de América. La figura de Smith ha sido objeto de análisis en numerosos estudios históricos sobre la sociedad rural norteamericana de la primera mitad del siglo XIX. Dichos estudios caracterizan a Smith de diversas maneras, las cuales fluctúan entre descripciones del hombre como un estafador inescrupuloso, con una avidez tal por superar su situación de pobreza que lo llevó a involucrarse en actividades tan poco legítimas como la búsqueda de tesoros, o la abierta estafa; hasta la de un visionario emprendedor, convencido de tener un llamamiento divino para sacar a la luz “verdades eternas” sobre el origen, propósito y destino de la especie humana, y sobre la auténtica fe cristiana (Juster, 2006). Lejos de la suerte de personajes como Robert Mathews,7 –con características afines y procedentes de contextos similares– Smith logró, en el periodo de tiempo relativamente corto en el que estuvo al frente de la Iglesia (alrededor de 15 años) dar 7
Mathews ganó popularidad durante la década de 1830, al afirmar ser la reencarnación del profeta bíblico Matías, e incluso de Dios mismo. A pesar de ganar adeptos, Mathews se vio envuelto en diversos escándalos que lo desacreditaron como líder religioso, por lo que su propuesta de culto no trascendió más allá de mediados del siglo XIX. Para una revisión detallada de la figura de Mathews véase Johnson y Wilentz, 1995.
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forma y cuerpo a un movimiento religioso que ha crecido consistentemente, hasta convertirse en una de las organización cristianas más importantes en Estados Unidos, con una creciente presencia a nivel mundial. Nacido en Vermont, en 1805, Smith llegó a Nueva York a la edad de 10 años, cuando su padre llevó a su familia a ese estado, buscando recuperar estabilidad y solvencia económicas, luego de perder las pequeñas extensiones de tierra en Vermont que había recibido como herencia, y como dote al casarse con la madre de Smith, Lucy Mack. Ésta última, junto con algunos de los hermanos de Joseph, se convirtió al presbiterianismo poco tiempo después de mudarse al poblado de Palmyra, NY. No obstante, según su propio relato, Smith decidió no unirse a ninguna de las iglesias conocidas hasta entonces, luego de que Dios le apareciera en una visión, y le mandara no hacerlo, explicándole que todas ellas “estaban en error” (La perla de gran precio, José Smith Historia 1: 25-28). El relato de Smith sobre dicha aparición, conocida entre los mormones como “la primera visión”, constituye un hito en su tradición religiosa puesto que, de acuerdo con la misma, marca el restablecimiento de la comunicación de Dios con la humanidad, luego del largo periodo de “apostasía” en el que había caído el cristianismo, poco tiempo después de la resurrección y ascensión de Jesucristo. La idea fundamental de la doctrina de “la restauración” consiste en una ruptura en la continuidad de la Iglesia cristiana original que muchas iglesias cristianas reivindican.8 Como resultado de la corrupción de la doctrina cristiana originaria, “el poder y la autoridad” para dirigir la Iglesia de Jesucristo habrían sido retirados de la tierra, con lo que importantes elementos doctrinales y litúrgicos de la cristiandad auténtica también habrían sido perdidos. En este sentido, más que un fundador, Smith es venerado por los mormones como “el profeta de la restauración”, por medio de quien “la plenitud del evangelio9” habría de
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Entre ellas el Cristianismo Ortodoxo Griego, Ruso, etc., la Iglesia Romana y las diversas Iglesias Protestantes. 9 Los mormones utilizan la expresión “el evangelio” para referirse al sistema de creencias, doctrinas y prácticas religiosas al que se adscriben, y del cual forma parte la organización eclesiástica.
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encontrarse de nuevo en el mundo. Smith declaró recibir instrucciones10 directas de Dios, por medio de visiones y revelaciones divinas, en torno a la organización y gobierno de la Iglesia, y a una serie de prácticas y normas de conducta para los miembros de la Iglesia, a quienes a menudo se refería como “los Santos” 11 . Asimismo, parte fundamental de la labor atribuida a Smith, como un profeta moderno, fue la publicación de un nuevo volumen de escrituras conocido como El Libro de Mormón, tema que se aborda en el siguiente sub apartado.
El Libro de Mormón, clave del mensaje restaurador de Smith. Hacía finales de la década de 1820, Joseph Smith Jr. afirmó haber recibido, por vía de un mensajero divino, una serie de escritos en planchas de oro, los cuales le fue mandado traducir “por el poder de Dios”. Hasta este punto, si bien la Iglesia aún no se había constituido formalmente, contaba ya con una pequeña base de seguidores, algunos de los cuales participaron como sus escribientes y patrocinadores durante el tiempo en el que afirmó trabajar en la traducción de dichos escritos. El resultado de su trabajo fue publicado en 1930, con el nombre de El Libro de Mormón. Este texto se convirtió en la clave del mensaje evangelizador de los primeros seguidores de Smith, razón por la cual muy pronto comenzó a identificárseles como mormones. El relato contenido en el libro, que los detractores de Smith solían llamar despectivamente “la biblia mormona”, comenzó a llamar la atención, y de inmediato fue objeto de descrédito y encarnizada crítica debido a las afirmaciones de Smith de ser un texto con carácter sagrado, equiparable a la Biblia estudiada y reverenciada por
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La mayor parte de dichas instrucciones fueran registradas por escrito, por Smith y sus seguidores, y publicadas más tarde en un libro con el nombre de Doctrina y Convenios. Dicha compilación forma parte del canon de escrituras con valor sagrado para el mormonismo descrito en el tercer apartado. 11 Los miembros de la Iglesia se identifican a sí mismos como Santos de los Últimos Días, más que como mormones. El acrónimo SUD (Santo de los Últimos Días) también es utilizado como adjetivo para designar lo relacionado con el mormonismo y, más puntualmente, con la Iglesia, de modo que términos como “templo SUD”, “jóvenes SUD”, “misioneros SUD”, “valores SUD”, etc. suelen encontrarse en trabajos periodísticos, comunicaciones internas, sitios web y otra serie de materiales producidos por, y en torno a, la Iglesia Mormona y sus miembros.
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el cristianismo. Una breve introducción al texto (incluida desde su más reciente edición, en 1993) habla del mismo en los siguientes términos: “El Libro de Mormón es un volumen de escritura sagrada semejante a la Biblia. Es una historia de la comunicación de Dios con los antiguos habitantes de las Américas y contiene la plenitud del evangelio eterno. Escribieron el libro muchos antiguos profetas por el espíritu de profecía y revelación. Sus palabras, escritas sobre planchas de oro, fueron citadas y compendiadas por un profeta e historiador llamado Mormón. El registro contiene un relato de dos grandes civilizaciones. Una llegó procedente de Jerusalén en el año 600 a. de J. C., y tiempo después se dividió en dos naciones conocidas como los nefitas y los lamanitas. La otra había llegado mucho antes, cuando el Señor confundió las lenguas en la Torre de Babel. Este grupo se conoce con el nombre de jareditas. Después de miles de años, todos fueron destruidos con excepción de los lamanitas, los cuales son los principales antecesores de los indios de las Américas” (Iglesia SUD, 1993).
El libro narra, además, que luego de su resurrección y ascensión al cielo, Jesús apareció a los antiguos habitantes de las Américas y ministró entre ellos, de manera similar a lo narrado por los evangelios bíblicos. De este modo, Smith introducía un concepto hasta entonces ausente en la tradición cristiana norteamericana, la presencia de la religión cristiana en el continente americano mucho antes de la llegada de los colonizadores. Como lo consiga la cita previa, el nombre del libro proviene de la historia narrada en el propio texto, según la cual, un profeta americano antiguo, llamado Mormón, recopiló los escritos de muchos otros profetas, y los organizó en un solo volumen. Poco antes de su muerte (alrededor del año 420 d.C.), este profeta habría escondido los registros, para ser encontrados por Smith en la época moderna. El décimo tercer presidente de la Iglesia SUD, Ezra Taft Benson, plantea la centralidad del Libro de Mormón en el movimiento afirmando que: “igual que el arco se derrumba si se le quita la piedra clave, así también toda la Iglesia permanece o cae en base a la veracidad del Libro de Mormón”. Esto es así, argumenta Benson, en la medida en que la descalificación del texto, como apócrifo o no divino, implica también una desacreditación del propio Smith como profeta auténtico, “así como nuestra afirmación de que poseemos las llaves del sacerdocio, revelación y la Iglesia restaurada. Asimismo –señala Benson– si el Libro de Mormón es verdadero (…) 19
entonces uno debe aceptar las afirmaciones de la restauración y todo lo que la acompaña” (Benson, 2011). Así, desde la óptica del mormonismo, el advenimiento de dicho texto constituye la obra divina fundacional llevada a cabo por Joseph Smith, guiado por el propio Dios, en un modelo de comunicación entre divinidad y comunidad religiosa similar al de los relatos del Antiguo Testamento.12
Los primeros años del movimiento mormón: persecución y resistencia Varias de las revelaciones que Smith afirmó recibir incluyeron instrucciones para que los miembros de la Iglesia en ciernes se trasladaran de un lugar a otro durante los años posteriores a su establecimiento. Los primeros mormones recorrieron los estados de Nueva York y Pensilvania, para luego migrar hacia el vecino estado de Ohio. Los primeros visos de la vocación colonizadora de la Iglesia se dieron con la extensión de la comunidad mormona hacia el estado de Misuri, 13 como parte de los primeros intentos de colonización hacia el oeste norteamericano. Durante los años de su asentamiento en Ohio y Misuri, la Iglesia creció y se fortaleció, causando resquemor entre los detractores de Smith y los opositores a la fe mormona, de manera que la persecución y el hostigamiento en contra suya y de la Iglesia, presentes desde los primeros años de la prédica de Smith, alcanzaron niveles hasta entonces no conocidos. Luego de periodos sostenidos de violencia en su contra, y de resistencia en esos mismos términos, los mormones fueron obligados a dejar la sede administrativa que habían edificado en Kirtland, Ohio. Más tarde, y de manera posterior a su reubicación en el norte de Misuri, la persecución (que incluyó una “orden de exterminación” de los mormones por parte del gobernador, así como el encarcelamiento del propio Smith y algunos otros líderes) se volvió aún más violenta y agresiva, culminando con la expulsión definitiva de los mormones del estado. 12
Uno de los más notables es, sin duda, el relato de Moisés, quien de acuerdo con el texto bíblico del libro de Éxodo, guió al pueblo hebreo fuera del cautiverio egipcio y recibió la ley directamente de la mano de Dios. 13 Al mismo tiempo, algunos miembros de la incipiente Iglesia, entre ellos familiares cercanos de Smith, como su padre y hermanos, habían partido hacia diversas comunidades en busca de convertir a más personas al mormonismo.
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Una nueva etapa de crecimiento para el mormonismo se dio con el asentamiento de poblaciones de Santos de los Últimos Días (SUD) en la parte este del estado de Illinois. Luego de la liberación de Smith, éste se trasladó hasta aquella zona, donde los mormones edificaron una pequeña ciudad a la que llamaron Nauvoo, y donde florecieron por cierto tiempo, antes de volver a ser objeto de persecuciones. Durante este periodo de relativa estabilidad, Smith impulsó la primera gran empresa proselitista de la Iglesia hacia el extranjero, enviando a varios misioneros SUD a Gran Bretaña y otras partes de Europa, así como a las islas del Pacífico Sur. Asimismo, expandió la doctrina mormona y consolidó el corpus básico de creencias que distinguen al mormonismo de varias otras denominaciones cristianas (entre ellas, la doctrina sobre la prolongación del matrimonio y las relaciones familiares después de la muerte y por toda la eternidad).
La muerte de Smith y el gran éxodo mormón hacia el oeste Durante su estancia en Illinois, Smith jugó un papel central como líder religioso, pero también encabezó el gobierno de la recién creada población SUD de Nauvoo. Como parte de sus labores administrativas, procuró obtener una compensación para sus seguidores por las pérdidas sostenidas en Ohio y Misuri. Para lograrlo, y para sumar solidez a la que su movimiento había desplegado aún frente a la adversidad, Smith buscó tejer alianzas con importantes actores políticos en el nivel federal, intentos que no rindieron los frutos que él esperaba. Por otro lado, y a pesar de contar con una base importante de seguidores, también eran numerosos sus detractores y adversarios, muchos de los cuales eran disidentes que en algún punto habían pertenecido a su movimiento. Estos también fueron organizándose en contra del liderazgo de Smith y buscaron debilitarlo por diversos medios, e incluso derrocarlo. Cuándo Smith hizo públicas sus intenciones para contender como candidato a la presidencia de Estados Unidos en la elección de 1844, el movimiento anti mormón tomó la resolución de detenerlo a toda costa. Como parte de su estrategia, inició la publicación de un periódico abiertamente anti mormón que, 21
de acuerdo con las autoridades de la ciudad, mormonas en esencia, instigaba a la violencia en contra del movimiento de Smith. Éste respondió utilizando a la fuerza civil de la ciudad para clausurar el periódico, destruir su imprenta e incendiar los ejemplares restantes del mismo. Lo anterior le valió acusaciones por violación a la libertad de prensa y al derecho de propiedad privada, y la presentación de cargos formales frente al estado de Illinois, a través de la corte de Carthage. Cuando la agitación llegó a su punto máximo, Smith decidió dejar la ciudad, junto con algunos de los demás miembros del consejo municipal, pero la crispación era tal que ello no satisfizo las demandas de los opositores. Luego de su fallida salida de Illinois, Smith y varios otros miembros del consejo municipal fueron apresados en Carthage. Durante su breve estancia en la cárcel, de apenas un par de días, una turba asaltó de noche el edifico de la prisión para lincharlos. La turba avanzó sin encontrar mayor resistencia, dando muerte a Smith y a la mayoría de los líderes religiosos que se encontraban presos junto con él. La Iglesia cayó, entonces, en una crisis por la disputa respecto al modelo de sucesión en el máximo liderazgo. Hasta entonces, Smith había sido sostenido como profeta y como el primer Elder14 de la Iglesia, dotado con carácter presidente sobre la misma. De acuerdo con la doctrina de la restauración predicada por Smith, la Iglesia debía tener un consejo integrado por doce varones, cuyo nombramiento era el de apóstoles, a semejanza de lo que se relata en el Nuevo Testamento bíblico respecto a los apóstoles de Jesús. Luego de la formación de dicho consejo, conocido como el Quórum de los Doce Apóstoles, Smith había asignado a la mayoría de sus integrantes a misiones proselitistas en otros estados de la unión americana y en el extranjero, por lo que en su mayoría sobrevivieron al linchamiento. A la muerte de Smith, estos llamados apóstoles volvieron a Illinois, y el Quórum asumió el liderazgo del movimiento. 14
La palabra en inglés Elder significa “anciano”. Dentro de la doctrina mormona, es el título que se otorga a un varón que ha sido autorizado para participar en la administración espiritual de la Iglesia. Quienes ocupan cargos en la jerarquía eclesiástica SUD son todos considerados élderes. El título también se utiliza como prefijo para identificar a quienes ocupan un cargo en la administración de la Iglesia SUD a nivel mundial, y los varones que participan en el servicio misional de la iglesia. Así, un miembro del consejo de apóstoles en la actualidad es conocido como Elder Packer, mientras que un joven misionero de tiempo completo puede ser identificado como Elder González.
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En ese momento, el Quórum era presidido por Brigham Young, un granjero de Vermont, seguidor de Smith casi desde los inicios del movimiento. La disputa por el liderazgo se extendió por varios meses, luego de la muerte de Smith – periodo en el cual se produjo un sisma al interior de la incipiente Iglesia, que llevó a la formulación de pequeñas denominaciones mormonas disidentes. 15 Sin embargo, el liderazgo de Young fue respaldado por la mayoría de los militantes quienes, con él a la cabeza, continuaron su desplazamiento hacia el oeste. Luego de haber padecido persecuciones durante varios años, los líderes mormones decidieron emprender una migración masiva y de proporciones sin precedente hasta entonces, hacia la zona conocida como la Alta California, donde el gobierno mexicano había permitido el asentamiento de población estadounidense. Durante los años de la migración, que se extendió desde mediados de los cuarenta hasta la década de los sesenta, del siglo XIX, casi la totalidad de adherentes a la Iglesia Mormona del este de Estados Unidos se desplazaron hacia lo que, después de la guerra con México y la cesión de los territorios de la Alta California, se convirtió en el territorio de Utah. En ese lugar, la Iglesia –pero sobre todo, el estilo de vida mormón– pudo florecer como no lo había conseguido desde sus inicios, en muy buena medida debido al aislamiento del que disfrutaron aún hacia finales del siglo XIX. Una de las revelaciones que Joseph Smith afirmó haber recibido tenía que ver con la práctica del matrimonio plural, documentada también en el Antiguo Testamento bíblico. Smith enseño a sus seguidores que era legítimo que un varón tuviera varias esposas, siempre que fuera llamado por Dios para ello. Así, varias familias SUD comenzaron a organizarse de acuerdo con este modelo. La práctica del matrimonio plural había sido un argumento muy importante para la persecución de la que el movimiento mormón había sido objeto, y había potenciado el rechazo hacia él. Si bien este no había sido el caso a su llegada al valle del Lago Salado, a medida que el territorio de Utah comenzó a poblarse con personas no mormonas, y las autoridades gubernamentales a secularizarse, el tema volvió a ser 15
Entre ellas se encuentran la Iglesia Reorganizada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (más tarde renombrada como Comunidad de Cristo), La Iglesia Remanente de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y la Iglesia de Cristo.
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causa de disputa hacia la Iglesia SUD. Las autoridades federales penalizaron la poligamia, y exigieron a la Iglesia detener su práctica, en un intento por controlar la prosperidad que “los Santos” comenzaron a lograr, y la consecuente acumulación de poder por parte de su dirigencia. Como parte de la estrategia de presión, el gobierno estadounidense confiscó propiedades de la Iglesia y encarceló a algunos de los miembros de su jerarquía acusándolos de instigar a sus miembros a violar la ley. Al mismo tiempo, negó las peticiones de incorporación del territorio de Utah como estado de la Unión, condicionando el reconocimiento al abandono total de la práctica polígama. La Iglesia terminó por modificar su postura, declarando abolido el principio de matrimonio plural en 1890. Un buen número de familias se rehusaron a dejar el principio aún después de la prohibición de la jerarquía eclesiástica, lo que les valió la desafiliación de la Iglesia. En la actualidad, existen una serie de grupos quienes aún sostienen el matrimonio plural como principio religioso, fundamentalmente en el estado de Utah. La Iglesia SUD niega cualquier conexión con ellos, e incluso afirma que ser descubierto en la práctica del matrimonio plural puede ser motivo de excomunión para sus miembros. 16 La sede administrativa y espiritual de la Iglesia SUD permanece actualmente en la ciudad de Salt Lake. Ahí también radica el cuerpo de gobierno más importante de la Iglesia SUD, conocido como “La Primera Presidencia”, integrada por el profeta en turno y otros dos hombres que fungen como primer y segundo consejero, respectivamente. El profeta permanece en ese cargo hasta su muerte, luego de la cual, el Quórum de los Doce Apóstoles (mencionado anteriormente), radicado también en Salt Lake, asume el control de la Iglesia, y nombra de entre ellos, al miembro con mayor antigüedad en el quórum, como el nuevo presidente de la iglesia. Posteriormente, es sostenido por los miembros en la Conferencia General Anual como “profeta, vidente y revelador y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los
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Véase Poligamia y los mormones: la práctica del matrimonio plural, disponible en http://saladeprensamormona.org.mx/articulo/poligamia-y-los-mormones
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Santos de los Últimos Días”17. Este modelo de organización y gobierno de la Iglesia data de 1847, año en el que Brigham Young fue ratificado como profeta y presidente. Desde entonces, catorce hombres han sucedido a Smith y Young como líderes de la Iglesia. La mayor parte de la población del estado de Utah es SUD, si bien la migración hacia el valle del Lago Salado dejó de incentivarse hacia finales del siglo XIX, para dar paso al proyecto de expansión mundial en el que la Iglesia se encuentra hasta el día de hoy. Actualmente, la Iglesia cuenta con un programa misional de proselitismo en el que participan más de cincuenta mil jóvenes misioneros, distribuidos en trescientas cuarenta misiones alrededor del mundo. Una misión está conformada, típicamente, por entre cien y ciento cincuenta misioneros de tiempo completo, cuyas edades oscilan entre los 18 y los 25 años, y un presidente de misión (generalmente, un hombre adulto casado), quienes realizan labores de proselitismo en un área geográfica específica, que varía según la densidad de población SUD en la región. El objetivo primordial de las misiones es llevar el mensaje doctrinal mormón a la mayor cantidad de personas posibles con el fin de hacer crecer el movimiento. Para ese mismo fin, los SUD son constantemente instados por las autoridades a invitar a amigos, familiares y vecinos a conocer la Iglesia y unirse a ella.
El mormonismo en México El mormonismo llegó a México desde finales del siglo XIX. Si bien ha estado presente desde entonces en el país, su periodo de crecimiento y consolidación debe ser ubicado, claramente, en la segunda mitad del siglo XX. Ello hace parte de un proceso de transformación y diversificación religiosa vivido en México en ese mismo periodo, desarrollado de manera un tanto más amplia en la primera porción de este apartado.
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Véase El sostenimiento de los Oficiales de la Iglesia, en el sitio web oficial de la Iglesia SUD, disponible en http://www.lds.org/general-conference/2011/04/the-sustaining-of-churchofficers?lang=spa
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El panorama religioso en México Sin duda, la religión católica ha estado presente en el contexto cultural de Hispanoamérica, y ha sido una fuente nodal de identidades y normatividad para la vida en las sociedades latinoamericanas. El caso de México no es, desde luego, una excepción. Tan pronto como se consumó la independencia de España, el catolicismo fue declarado como la religión oficial y única de la nueva nación mexicana. Con el proyecto liberal de mediados del siglo XIX, se introdujo la noción de pluralidad religiosa, más como una manera de buscar contrarrestar el poder acumulado por la Iglesia católica que como una verdadera filosofía de apertura hacia diversas formas de vivir la religión. Sin embargo, los primeros grupos cristianos no católicos comenzaron a arribar al país desde mediados del siglo XIX (Blancarte, 2010). Tal como lo afirma Roberto Blancarte, aún hasta ya avanzada la segunda mitad del siglo XX, “casi todos los mexicanos eran católicos”. No obstante, como el propio autor lo señala, entre 1970 y 2010 tuvo lugar “uno de los cambios culturales e identitarios más espectaculares en México (…) relativo al mundo de las creencias y las adscripciones religiosas”. Durante dicho periodo, México “dejó de ser casi absolutamente católico y se convirtió en una nación religiosa plural” (2010: 88). De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), el porcentaje de personas registradas bajo el rubro Religión No Católica, en los censos de población y vivienda, pasó de 1.8% de la población total, en 1950, a 10.7% en 2010. Es decir, para el año 2010, un poco menos de doce millones de mexicanos que declararon profesar una religión, no eran católicos.18 De entre las posturas religiosas distintas al catolicismo, presentes en México en la actualidad, las religiones cristianas protestantes y evangélicas constituyen los grupos más importantes. Asimismo, la presencia de otras denominaciones „bíblicas no evangélicas‟, se ha incrementado notablemente. Entre ellas se cuentan la Sociedad de la Torre del Vigía (la iglesia de los Testigos de Jehová), la Iglesia Adventista del
18
Por otro lado, el porcentaje de personas registradas como Sin Religión pasó de 0.6 a 4.8% en el mismo periodo. Véase http://www.inegi.org.mx/sistemas/sisept/default.aspx?t=mrel01&s=est&c=27645
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Séptimo Día, y la Iglesia SUD, de particular interés dado su rápido crecimiento y su constante empeño de expansión.
La Iglesia SUD en México El mormonismo llegó a México durante el último cuarto del siglo XIX. Luego de que un converso mormón español, quien había arribado a Salt Lake como parte de la migración internacional hacia el Utah, tradujera los primeros extractos del Libro de Mormón al español, Brigham Young envío a los primeros misioneros SUD a territorio mexicano. Su labor se concentró en los estados fronterizos del norte, y los primeros frutos de la misma tuvieron lugar en Sonora, donde se unieron a la Iglesia los primeros miembros mexicanos. Pocos años después, los primeros misioneros SUD arribaron a la capital y organizaron la primera congregación mormona permanente en México. La primera reunión oficial de la Iglesia SUD de la que se tiene registro tuvo lugar el 6 de abril de 1881, con menos de diez personas presentes, en las laderas del volcán Popocatépetl. En esa ocasión, se realizó una ceremonia religiosa con la que se “dedicaba” el territorio de México “para la proclamación del Evangelio y el establecimiento de colonias” (Searle, 2004:42). Hacia 1885, llegaron a México las primeras familias SUD de habla inglesa que habrían de asentarse en el país. Éstas establecieron siete colonias en el estado de Chihuahua, y dos más en el estado de Sonora. Luego de un breve receso ocasionado por la serie de conflictos que la Iglesia SUD vivía en Utah, la misión proselitista mormona en México fue reabierta en 1901. Si bien los primeros misioneros SUD habían llegado a la Ciudad de México, la mayor parte del trabajo proselitista hasta entonces se había realizado en la parte norte del país. Durante la primera década del siglo XX, la “Misión” en México se extendió hacia el sur, hasta los estados de México, Hidalgo, Morelos y el Distrito Federal. Con el estallido del conflicto armado en 1910, los misioneros mormones, todos ellos de origen norteamericano, abandonaron el país y de nuevo el trabajo proselitista entró en un compás de espera. La revolución trajo consigo “grandes padecimientos” entre los 27
SUD en México, algunos de los cuales incluso perdieron la vida. Asimismo, la guerra provocó un éxodo de vuelta a Estados Unidos de los mormones de las colonias (Searle, 2004). Luego del final del conflicto bélico, los misioneros SUD volvieron a México, y el trabajo proselitista ha estado presente en el país desde entonces. Si bien, los primeros miembros de la Iglesia en México habían migrado de Estados Unidos, y muchos de quienes formaban la membresía en esos años eran descendientes de estos migrantes –y por lo tanto de habla inglesa–, el trabajo proselitista mormón rindió frutos en la captación de conversos mexicanos a la Iglesia SUD, durante la primera mitad del siglo XX. La estructura organizacional de la Iglesia incluye una figura de lo que llama “Estacas” (comparables a las diócesis de la Iglesia Católica Romana), compuesta de un número de entre 5 y 12 congregaciones (llamadas Barrios o Ramas, dependiendo de su tamaño). 19 A inicios de la década del sesenta, se organizó, en la Ciudad de México, la primera estaca cuyas congregaciones fueran, en su mayoría, de nacionalidad y ascendencia mexicana. Se trataba también de la primera estaca de habla hispana de la Iglesia. Hacia 1967, y como resultado del crecimiento en el número de congregaciones, la Estaca fue dividida en dos para crear la Estaca Norte de la Ciudad de México, que quedó a cargo de un converso mexicano llamado Agrícol Lozano, quien fuera “el primer presidente de estaca de ascendencia mexicana” (Searle, 2004). No obstante este crecimiento a partir de la segunda mitad del siglo XX, el periodo señalado por Blancarte (2010) como de expansión religiosa en el país, fue testigo de un incremento exponencial de la presencia SUD en México. A principios de la década de los setenta, la Iglesia Mormona registraba un número total de cien miel miembros. Para finales de la década de los ochenta, la propia Iglesia ya estimaba que su membresía en México era superior a las quinientas mil personas, y existían ya cien estacas, siendo el primer país en llegar a ese número después de Estados Unidos. En 2004, la revista Ensign, una publicación oficial SUD en inglés, publicó un artículo titulado One Million in México, en el que se anunciaba que el número de SUD en 19
Para un descripción más detallada de esta estructura véase la página “Cómo está organizada la iglesia” en el sitio web de la Iglesia, en http://www.lds.org/church/organization/how-the-church-isorganized?lang=spa
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México había alcanzado precisamente la cifra de un millón, convirtiéndose así en el país con la mayor membresía fuera de Estados Unidos.20 En 2012, la Iglesia reporta21 la cifra de 1, 234, 545 miembros en México, al tiempo que señala contar con un total de 2,009 congregaciones, más de 200 estacas, 23 misiones proselitistas y 12 templos en el país.22 Hacia mediados de la década de los sesenta, la Iglesia SUD inició también un proyecto de escolarización de su membresía, que combinaba la formación académica con la educación religiosa. Con ese fin, la Iglesia construyó el centro escolar Benemérito de las Américas, al norte de la Ciudad de México. Esta escuela privada ofrecía cursos desde educación básica, hasta educación media superior, en la forma de una escuela Normal de maestros. Esta última modalidad dejó de funcionar durante la década de los setenta, y para mediados de los ochenta, la escuela abandonó las demás modalidades y se concentró en la educación media superior bajo el modelo de escuela preparatoria. Desde su apertura en 1964, miles de jóvenes SUD, procedentes de varios estados de la república (la escuela cuenta con la modalidad de internado) han estudiado en esta escuela. Vale la pena señalar que, como lo apuntan Cragun y Lawson (2010), las cifras deben ser retomadas con cierto matiz, puesto que en el caso particular de la Iglesia SUD, los números oficiales tienden a ser “exagerados” al ser comparados con los datos sobre identificación religiosa, recabados por censos nacionales, por ejemplo. Para el caso mexicano, es notable que en los resultados del censo de población de 2010,
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solamente figuren poco más de trescientos mil casos de personas que declararon 20
El artículo fue traducido y publicado en español ese mismo año, en la revista Liahona, la publicación oficial de la Iglesia SUD en los países de habla hispana (Véase Searle, 2004) 21 Con base en datos actualizados hasta diciembre de 2010, disponibles en htttp://saladeprensamormona.org.mx/datos-y-estadist%C3%ADcas/ 22 Los templos son diferentes a las capillas regulares o centros de reuniones dominical a los que los SUD asisten semanalmente. Con base en el número de congregaciones existentes, nuestra estimación del número de centros de reunión dominical que la Iglesia Mormona ha construido y posee en México sería de alrededor de mil, considerando que, en muchos casos, dos o tres congregaciones comparten la misma capilla o centro de reuniones. 23 Información disponible en http://www.inegi.org.mx/lib/olap/consulta/general_ver4/MDXQueryDatos.asp?#Regreso&c=27770, %2027770 Consultada el 15 de febrero de 2012.
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profesar la religión mormona, apenas una cuarta parte de la cifra de miembros en México registrada por la Iglesia SUD. Datos del propio censo permiten ubicar al grueso de la población que declara ser SUD en el centro del país, pues más de la tercera parte de ella (alrededor de ciento once mil personas) reside en el Distrito Federal y los estados de México, Hidalgo, Morelos y Puebla. El estado de Veracruz presenta la tercera concentración más grande de mormones declarados, por entidad federativa (poco menos de veinticinco mil), sólo por debajo del Estado de México (con casi cuarenta y cinco mil) y el DF (con poco menos de treinta mil). Por su parte, los estados fronterizos de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California, concentran a alrededor de ochenta mil mexicanos que se declaran SUD; mientras que los estados de Oaxaca y Yucatán, al sur y suroeste respectivamente, son el lugar de residencia para más de diez mil mormones cada uno. El resto de la población SUD en México se encuentra distribuida en las demás entidades federativas, con concentraciones menores de mormones declarados en cada una de ellas, todas por debajo de diez mil personas.
¿En qué creen los mormones? “Nuestro mensaje es sobresaliente, aunque sencillo…”, es lo primero que puede leerse al visitar la sección „Creencias‟ en la página web Mormon.org, una página informativa auspiciada por la Iglesia SUD, dirigida a personas interesadas en el mormonismo. La frase se completa con la siguiente afirmación: “Dios es nuestro padre y nosotros somos Sus hijos. Él nos ama, pues somos parte de Su familia, y desea que volvamos y vivamos con Él”. Esta cita es elocuente respecto al papel central que juega la idea de familia, con la figura de Dios como padre, en el mensaje mormón, su ideología y su propuesta de vida. Se ha mencionado ya la creencia mormona en doctrinas y valores tomados de la Biblia, como parte del canon de escrituras con valor sagrado para el mormonismo. De la misma manera, la visión doctrinal SUD incluye los preceptos contenidos en los otros tres libros que comparten ese mismo estatus doctrinal y sagrado, a saber, El 30
Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio. Como se menciona anteriormente, la figura de Joseph Smith y la doctrina de la restauración son parte esencial del sistema de creencias entre los SUD. La idea de que Dios ha entablado una comunicación directa con la humanidad es particularmente importante en la configuración del discurso SUD, pues se le atribuye un origen netamente divino. Smith afirmaba que sus palabras eran, literalmente, la voz de Dios hablando a través de él, por lo que habría de ser llamado “vidente, traductor, profeta, apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre” (Doctrina y Convenios, 21:1). Así, el profeta en turno es concebido como el mensajero directo de Dios, y sus palabras tienen validez divina por lo que los miembros de la Iglesia son llamados a obedecerle en los siguientes términos: “Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus apalabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad; porque recibiréis su apalabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (Doctrina y Convenios, 21:5). En ese sentido, otros escritos contemporáneos, producidos en el seno de la Iglesia SUD y escritos o avalados por su dirigencia, tienen un valor doctrinal similar, por lo que varios de ellos son retomados en el presente trabajo. Estos documentos son considerados como la base de la orientación religiosa mormona, y de la normatividad que se espera que observen los miembros de la Iglesia. Puesto que el interés de este trabajo radica, particularmente, en los varones-padres SUD, a continuación se presentan algunos de los elementos más importantes de la normatividad mormona en torno a la masculinidad, y particularmente a la paternidad y la familia.
En torno a la masculinidad El tercer libro de Nefi, uno de los escritos que conforman el Libro de Mormón, hace un relato de lo que los mormones consideran la historia de la visita de Jesucristo al continente americano. Como parte de la narración de este ministerio suyo en América, Jesús pregunta a sus seguidores “¿Qué clase de hombres habéis de ser? – solamente para responder, él mismo a la pregunta con la sentencia– En verdad os 31
digo, aún como yo soy” (El Libro de Mormón, 3 Nefi 27:27). La figura de Jesucristo es constantemente referida para fijar un estándar de masculinidad. La humildad, la obediencia, la misericordia, el sacrificio, la honestidad, el servicio, la caridad, la castidad, entre otros, son atributos cristianos constantemente resaltados en los mensajes constitutivos de un modelo de varón SUD (Iglesia SUD, 2009). A pesar de esta clara alusión a la figura de Cristo en el discurso SUD, al interior de la sociedad norteamericana, una sociedad mayoritariamente cristiana y protestante, existe un debate acerca de la naturaleza cristiana del movimiento mormón. De acuerdo con resultados de un estudio realizado en el contexto de la campaña del político mormón Mitt Romney, por la candidatura del partido republicano a la presidencia, 32% de los norteamericanos no mormones, considera que los SUD no son cristianos. 24 Con base en la extrapolación de la necesidad de emular la figura de Cristo, la Iglesia SUD –como la mayoría de las iglesias cristianas– ha asignado labores para su administración y gobierno primordialmente a los varones. Una de las características fundamentales del credo mormón es su empeño por crecer y atraer al mayor número posible de personas a la Iglesia. Con esta empresa en mente, la Iglesia SUD promueve el programa misional de proselitismo religioso, abocado a mantener constante su crecimiento y expansión, del que se daba cuenta anteriormente. Si bien todos los miembros de la Iglesia son invitados a participar en la labor proselitista de uno u otro modo, dicho programa involucra fundamentalmente a varones jóvenes de entre 18 y 25 años que sirven como misioneros de tiempo completo. La iglesia es dirigida por cuadros administrativos de varones. El sostén teológico para este hecho descansa sobre la posesión de lo que los mormones conocen como el Sacerdocio, y que definen como “la autoridad y el poder que Dios da al hombre para actuar en todas las cosas relacionadas con su salvación” (Iglesia SUD, 1993a:180), y administrar Su reino en la Tierra. Todas las posiciones de liderazgo en la Iglesia, conocidas como „llamamientos‟ son gobernadas por este sacerdocio, por lo que un 24
Véase http://www.pewforum.org/Politics-and-Elections/Romneys-Mormon-Faith-Likely-a-Factorin-Primaries-Not-in-a-General-Election.aspx
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varón debe poseer esta autoridad para ocupar cualquiera de ellas. 25 Se espera que todos los varones miembros de la Iglesia, mayores de 12 años, posean este sacerdocio en algún nivel, de acuerdo con el grado de responsabilidad y autoridad que les corresponde. Los diferentes niveles de responsabilidad son conocidos como “oficios” del sacerdocio. Para recibir esta autoridad, en cualquiera de dichos niveles u oficios, los varones deben ser entrevistados por la autoridad que preside sobre ellos, con el fin de evaluar si son dignos de recibirlo. La dignidad se determina con base en la observancia por parte del varón de los códigos de conducta establecidos por la iglesia para sus miembros. Los varones deben mostrar una convicción razonable de la veracidad de la Iglesia, y una aceptación general de los principios de doctrina y de las creencias reivindicadas por ella. Deben además observar varias normas de conducta, especialmente aquellas que prohíben la ingesta de alcohol, tabaco y drogas perjudiciales, así como las relaciones sexuales pre-maritales y extra-maritales, y que alientan un comportamiento proclive a la castidad. Los mormones observan la ley del diezmo, por lo que es importante que los varones poseedores del sacerdocio estén comprometidos a pagar sus diezmos (el 10% de su ingreso) mensualmente. La trayectoria ideal para un varón SUD puede ser dividida en dos grandes momentos. El primero de ellos durante su infancia y adolescencia. En esta etapa, se le enseñan una serie de principios y preceptos religiosos relativos a la creación del mundo, el propósito de la vida humana, y “el plan de Dios para sus hijos”. Se procura su formación en el sacerdocio como poseedor de “oficios preparatorios”, para la eventual obtención del grado de Élder, el nivel de autoridad sacerdotal que lo faculta para participar en prácticas de carácter ritual en la iglesia. Durante dicha etapa, se hace un especial énfasis en la importancia de la obediencia a la autoridad eclesiástica y paterna. Asimismo, particularmente durante la adolescencia, se resalta la importancia de desarrollar el autocontrol, sobre todo en relación con el ejercicio de la 25
Existen grupos al interior de la iglesia compuestos únicamente por mujeres o por niñas y niños. Las posiciones de liderazgo en tales grupos son ocupadas exclusivamente por mujeres. Sin embargo, puesto que no son entidades autónomas, en última instancia, se encuentran bajo la presidencia de autoridades ejercidas por varones.
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sexualidad, reservado para el matrimonio, y el consumo de alcohol y otras sustancias dañinas. Una segunda etapa se distingue a partir de la edad de 18 años. Es desde este momento que se considera al varón como un „hombre‟ y ya no como un niño. Esta etapa se conforma, a su vez, por dos momentos importantes. El primero de ellos se relaciona con la participación de los hombres en la labor misional. Se espera que cada varón mormón entre las edades de 18 y 25 años cumpla con una misión de 24 meses, periodo durante el cual se ausenta del hogar familiar y viaja a una localidad distinta para dedicarse de tiempo completo a la prédica del mensaje evangelizador mormón. De acuerdo con datos de un estudio titulado Mormons in America, realizado por el Pew Research Center,26 43% de los varones mormones en Estados Unidos ha servido en misiones de tiempo completo.27 Durante ese periodo, la disciplina a la que los varones se sujetan es más estricta de la que hasta entonces han seguido. La labor misional requiere que los varones observen un detallado horario y plan de actividades a seguir. Durante esos dos años, dedican su tiempo entero a actividades religiosas, no cursan estudios de bachillerato ni profesionales, no participan en actividades de esparcimiento con jóvenes de su edad, y evitan el contacto con materiales literarios y audiovisuales no relacionados con mensajes religiosos. Luego de concluido este periodo, los varones (en su mayoría entre 21 y 23 años de edad, en este punto) regresan a sus localidades de origen para reincorporarse a la vida secular, esperando que continúen observando los preceptos eclesiásticos de la masculinidad adquiridos anteriormente.
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Estudio disponible en http://www.pewforum.org/mormons-in-america/ Tomando en cuenta que para ser misionero de tiempo completo se debe ser soltero y tener una edad de entre 18 y 25 años, sería interesante indagar, de entre el número de varones que no sirvieron como misioneros, quienes ya eran miembros a la edad de 18 años, y quienes se unieron a la Iglesia después de los 25 años o estando casados, con el fin de tener una idea más acabada del cumplimiento de la expectativa SUD de que cada varón que cumpla con los requisitos señalados sirva en una misión. 27
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En torno a la paternidad Hasta el momento de partir como misioneros, la formación religiosa de los varones ha estado dirigida a incentivarles para participar en dicho trabajo misional como su prioridad. Una vez cumplido ese deber, la siguiente etapa está definida por la necesaria tarea de contraer matrimonio, formar una familia y presidir sobre ella. En la visión mormona, alimentada a su vez por la tradición judeocristiana, uno de los símbolos fundamentales es el de un solo Dios, padre de la humanidad, quien es visto como creador, dador de vida y autoridad máxima. Éste es, sin duda, un referente simbólico constante, y un modelo a emular para los padres SUD. Durante esta segunda etapa, la responsabilidad central del varón es convertirse en jefe de familia y “presidirla con amor y rectitud. Ser jefe de familia –padre– es la responsabilidad más importante para cualquier varón, de acuerdo con el discurso religioso mormón, y es por tanto el eje que debe articular su vida como tal. La familia debe establecerse y mantenerse “sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”. La noción de rectitud está estrechamente relacionada con la de dignidad, discutida anteriormente: un varón “recto” es justo, íntegro, obedece los mandamientos de Dios y evita el pecado. Entre los mandamientos a los que se alude de nuevo encontramos lo referido al ejercicio de la sexualidad como medio para la reproducción, para la procreación de hijos, y únicamente dentro del matrimonio, “sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa” (Iglesia SUD, 1995). Se distinguen también, como llamamientos a observar, el cumplimiento de la ley del diezmo, la asistencia regular a los servicios religiosos, el estudio constante de las escrituras, tanto individualmente como en familia, la abstención de alcohol, tabaco y otras sustancias dañinas, y un comportamiento honesto y respetuoso con los demás miembros de la familia, y en general con toda persona (Iglesia SUD, 2009). Los textos sagrados del mormonismo definen el concepto „padre‟ en dos sentidos: padre celestial y padre terrenal (Iglesia SUD, 1993a). De acuerdo con el primero de 35
ellos, Dios es considerado por el mormonismo como „Nuestro Padre Celestial‟, y los SUD constantemente se refieren a él de esa forma. De acuerdo con la doctrina mormona, Dios es el “gran Padre del universo” y “vela por todos los de la familia humana con cuidado y consideración paternales” (Iglesia SUD, 2007: 41). La analogía de Dios como el padre de la familia humana adquiere una proporción extrema. Los mormones afirman que Él es, literalmente, el Padre de los espíritus de toda persona; que hombres y mujeres vivieron con Él, antes de nacer en esta Tierra, la cual creó para su uso y provecho. Aseguran, además, que durante esa estancia preterrenal en el cielo, hombres y mujeres desarrollaron una personalidad propia, hasta que el plan de Dios para sus hijas e hijos hizo necesario que dejaran su presencia y continuasen progresando por sí mismos en este mundo. Ello serviría como preparativo para lograr su propósito último: llegar a ser como Él y convertirse en padres y madres celestiales, para así poder acceder a una “plenitud de gozo”. El recuerdo de esa existencia pre-terrenal les ha sido borrado, dice la doctrina, de manera que la obediencia a Dios y sus mandamientos es una prueba de fe. De esta forma, si las personas son obedientes a Dios y viven como Él lo indica, y aprenden de las experiencias de la vida, tanto positivas como negativas, pueden alcanzar el propósito de su existencia, regresando a la presencia de Dios siendo seres semejantes a Él (Iglesia SUD, 2009: 9-12). Los textos del canon sagrado del mormonismo están repletos de ejemplos del modelo de organización familiar que habría sido instituido por Dios, desde el inicio de la historia de la humanidad según la versión judeocristiana. El relato bíblico de la creación del mundo, particularmente su culminación con la creación de Adán, a imagen y semejanza de Dios, y de Eva como su pareja, es una parte nodal para la concepción mormona de la vida colectiva, toda vez que constituye un sólido fundamento teológico de la institución matrimonial y la organización familiar, con un patriarca a la cabeza. Si bien, como se mencionaba en el primer apartado, los primeros mormones practicaron el matrimonio plural, desde su abolición en 1890, la familia monógama –nuclear y heterosexual– es la unidad central de la Iglesia SUD, y una gran cantidad de recursos, tanto de la jerarquía religiosa como de la membresía en general, se destinan a procurar su funcionamiento y su “éxito”. 36
La segunda dimensión del concepto de padre es la del padre terrenal. Padre, señala la literatura sacra mormona, es un
“título sagrado que se da al hombre que ha
engendrado o que legalmente ha adoptado a un hijo” (Iglesia SUD: 1993a: 158). Para los mormones, un padre es la manifestación terrenal de Dios: es un varón, quien (pro)crea hijos (o los adopta, de manera similar a la que Dios adopta a pueblos “gentiles”), quien es el principal proveedor de su familia y quien representa la autoridad última al interior de ella. Si bien, la adopción es un recurso que los mormones consideran legítimo y deseable, las autoridades eclesiásticas SUD destacan que “el mandamiento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable” (Iglesia SUD; 1995), con lo que se enfatiza la función procreadora de la unión entre varón y mujer, y la necesidad de reproducir en una pequeña escala el modelo familiar que, en su cosmovisión, Dios mismo práctica.
En torno a la familia Los mormones suelen ser asociados con su fuerte orientación hacia la familia. Los resultados del estudio Mormons in America, muestran que entre los propios SUD, efectivamente existe una preocupación fundamental por lo familiar. El estudio señala que 67% de los mormones entrevistados en Estados Unidos está legalmente casado, 73% de ellos considera el tener un matrimonio exitoso como una de las metas más importantes a lograr en la vida, y 81% piensa lo mismo de ser un buen padre.28. La normatividad mormona señala que los padres, entendidos aquí como “esposo y esposa”, deben compartir “algunas responsabilidades”, entre las que destacan transmitir los principios religiosos y “trabajar juntos para satisfacer las necesidades espirituales, emocionales, intelectuales y físicas de la familia” (Iglesia SUD, 2009: 235). Sin embargo, existe una diferenciación entre las responsabilidades del padre y la madre. A mediados de la década de los noventa, la Primera Presidencia de la Iglesia SUD presentó un manifiesto llamado La familia. Una proclamación para el mundo, por medio del cual hizo pública su posición oficial en torno al concepto de 28
Véase http://www.pewforum.org/Christian/Mormon/mormons-in-america-family-life.aspx
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familia y, de manera implícita, frente a asuntos como los matrimonios entre personas del mismo sexo, el aborto y otros. Como parte de esta declaración, las autoridades SUD manifestaron su punto de vista doctrinal respecto a la paternidad: “Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida” (Iglesia SUD, 1995). En consecuencia con tal posición, literatura adicional utilizada como material didáctico en la reuniones de la Iglesia enfatiza la responsabilidad del padre como el proveedor material, quien debe asegurarse “de que la familia tenga los alimentos, el hogar, la ropa y la educación académica necesarios” y señala que “aun en los casos en que al padre le sea imposible proporcionar toda la manutención por sí solo, nunca debe abandonar la responsabilidad de cuidar de su familia” (Iglesia SUD, 2009). Por su parte, la proclamación sobre la familia señala que “La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos”, aunque sostiene que “en estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente” (Iglesia SUD, 1995). Por su parte, los materiales didácticos creados por la Iglesia SUD, para la preparación e impartición de lecciones a los grupos de varones adultos mormones, en las reuniones dominicales, señalan que “El padre debe dedicarle tiempo a cada uno de sus hijos en forma individual; debe enseñarles principios correctos, hablar con ellos acerca de los problemas e intereses que tengan, y aconsejarlos con amor”, promoviendo así un modelo de paternidad cercana e involucrada en el proceso de crianza y sobre todo, de educación de los hijos. Asimismo, se subraya la responsabilidad del padre como autoridad, y se sostiene que ésta debe ser ejercida “con humildad y bondad en lugar de hacerlo por la fuerza o con crueldad” (Iglesia SUD, 2009: 237).
Reflexiones finales en torno al contexto de los varones-padres mormones Sin duda, el crecimiento y expansión del mormonismo constituyen un fenómeno notable, que puede ser observado desde distintas perspectivas. La clara delineación de 38
un perfil para los varones-padres, y las familias de las cuales están llamados a ser cabeza, es uno de los temas más importantes a explorar debido a su potencial impacto en la configuración de relaciones paterno-filiales y entre hombres y mujeres. Ello parece aún pertinente al considerar que la cosmovisión y normatividad mormonas han alcanzado a un número cada vez mayor de varones en México, y parecen haberse consolidado como un referente para muchos de ellos, en las últimas décadas. Así, por ejemplo, resulta interesante reflexionar el discurso normativo SUD a la luz de lo argumentado por la literatura sobre paternidad, en torno a modelos de paternidad más o menos tradicional y/o más o menos flexible e innovadora (De Keijzer, 2000; Haces, 2006; Rojas, 2008). En este sentido, la normatividad mormona pareciera, por un lado, proponer una paternidad con elementos tradicionales, particularmente en lo que tiene que ver con la autoridad, la provisión y el cuidado de hijas e hijos. Al mismo tiempo, incorpora nociones cercanas a una paternidad de tipo más innovador o flexible, enfatizando la necesidad de la cercanía del padre para con hijas e hijos, y haciendo un claro hincapié en la dimensión afectiva como el fundamento y motor de la labor paterna. Por otro lado, a pesar de la clara división de labores entre hombres/padres y mujeres/madres en la normatividad SUD, es interesante la valoración de la actividad materna, cuyas responsabilidades consideradas como primarias –entre las que destacan el cuidado del hogar y de las hijas e hijos, así como su propia gestación y alumbramiento– son descritas como “sagradas” y, en diversas ocasiones, equiparadas a la responsabilidad de los varones como “poseedores del sacerdocio” de presidir sobre sus hogares y sobre la Iglesia, así como de gobernar y administrar ambos espacios. Ello contrasta con lo documentado ampliamente por estudios realizados desde la perspectiva de género (Lagarde, 1996; 2000), en torno a una subvaloración de las labores asignadas socialmente a las mujeres, sobre las cuales descansa, en buena medida, su condición de subordinación y desigualdad. De este modo, es posible prever diferencias en torno a la valoración que los varones-padres SUD pudieran hacer de las labores desempeñadas por sus parejas.
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Finalmente, cabe señalar que estas consideraciones en torno a la normatividad SUD para la masculinidad y la paternidad son retomadas en el siguiente capítulo, como parte de la discusión teórica del estudio.
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CAPÍTUO II - ELEMENTOS TEÓRICO-ANALÍTICOS PARA EL ESTUDIO DE LA PATERNIDAD ENTRE VARONES MORMONES.
El presente capítulo esboza una propuesta teórica-analítica para el estudio de la paternidad, como puede ser observada en varones miembros de la Iglesia SUD, tanto en términos de sus concepciones y representaciones de la paternidad, así como de su práctica paterna. Como punto de partida de este esfuerzo, en un primer apartado, se exploran distintos significados atribuidos a la paternidad. Éstas nos ofrecen, por un lado, la posibilidad de observar la dimensión estructural de la paternidad que a través de elementos sociales, culturales e históricos, la dota de forma y contenido, y brinda a los varones una serie de elementos para orientar su práctica paterna, en espacios específicos del mismo orden. Por otro lado, la exploración de estos significados nos permite también ubicar a los varones-padres como individuos capaces de interpretar estos referentes estructurales, y asignar a la paternidad significados y sentidos propios, como resultado de su experiencia de vida, sus propias reinterpretaciones de los marcos normativos sobre masculinidad y paternidad, o las condiciones objetivas en las que se desempeñan como padres. El ideal de paternidad del mormonismo –como comúnmente se identifica al credo de los Santos de los Últimos Días (SUD)– ofrece estos referentes que, a su vez, son recibidos por los padres, interpretados, resignificados e incluso modificados por ellos. Lo anterior da lugar a una serie de prácticas que constituyen el “hacer” de los padres mormones como tales. Este “hacer” de los padres, en el que sus referentes estructurales confluyen con su propia capacidad de agencia –la cual también incide en la estructura, a la manera del esquema estructura-acción propuesto por Anthony Giddens (1993)– no transcurre de manera aleatoria y desordenada. Tal como lo sugiere Giddens, la acción de los padres está enmarcada en una estructura de relaciones, situada en contextos (tanto físicos como culturales) específicos. Los individuos en tanto agentes tienen la capacidad de modificar dicha estructura, en 41
virtud de la reflexividad que imprimen a sus acciones. Desde luego, el hacer esto, a partir de la acción individual, puede significar múltiples e importantes costos para los agentes. La referida estructura de relaciones reviste una clara dimensión de poder. Por su parte, la racionalidad individual de los padres puede dar cuenta de dicha dimensión y puede alinearse a ella o intentar subvertirla o modificarla en algún otro sentido. Asimismo, las relaciones de parentesco, en las que se encuentran situadas las de paternidad, poseen una dimensión afectiva y emocional, que involucran, más puntualmente, los afectos, pasiones y emociones de quienes participan en ellas. Los padres, como agentes, no sólo reproducen las estructuras al verse constreñidos por ellas, sino que tienen la capacidad de comprenderlas y actuar en función de esa comprensión. Es decir, los padres integran las estructuras por medio de sus acciones. Así, tienen la posibilidad de dar continuidad a las estructuras relacionales de la paternidad, que pueden conferirles una posición de ventaja en la distribución del poder, por ejemplo, o bien buscar modificarla en función de consideraciones afectivas y/o emotivas. Estas dimensiones –poder, afectividad y emocionalidad– son discutidas en el primer apartado sobre significados de paternidad, en tres sub-apartados correspondientes. Por otro lado, lo que los padres hacen, y se espera que hagan, está estrechamente ligado con una serie de responsabilidades atribuidas a la función de la figura paterna, las cuales se considera pertinente describir. Estas corresponden a la dimensión fundamentalmente estructural de las relaciones de paternidad y dotan, a su vez, de forma a la acción paterna. En un segundo apartado, destinado para tal efecto, se discuten brevemente las responsabilidades paternas de provisión material, de ejercicio de la autoridad y de formación y/o educación de los hijos e hijas. Un breve apartado adicional, el tercero, plantea la existencia de abyecciones paternas, entendidas como acciones negativas del ejercicio de la paternidad que a menudo lo acompañan para perjuicio de las y los actores involucrados en él.
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Así, las dimensiones de poder, afectividad y emocionalidad apuntan hacia la observación del ingrediente individual de la paternidad, al permitir explorar la manera en la que los padres integran la estructura de relaciones paternas, por medio de sus acciones, y si éstas son tendientes a la continuidad o la transformación de las mismas. Por otro lado, conocer la normatividad estructural que sirve como referencia para la actuación de los padres y su vivencia como tales, permite observar la manera en que ellos interactúan con esos marcos de referencia, los dotan de nuevos significados, y los modifican a través de sus acciones. Por otro lado, la paternidad no se concibe, ni ocurre, de manera aislada a la masculinidad. Ser padre es más bien una dimensión de lo masculino, y en ese sentido, está enmarcada por la configuración de la masculinidad. Desde una perspectiva de género, la masculinidad hace parte de una estructura relacional entre los sexos, pautada por una serie de normatividades de género, las cuales devienen en normatividades también sobre el propio ejercicio paterno. El tema de la normatividad es tratado de manera un tanto más amplia en el cuarto apartado del capítulo. A este respecto, vale señalar que la procedencia de dichas normatividades es variada, y que la orientación religiosa es una fuente primordial para ellas. La orientación religiosa mormona constituye, probablemente, la fuente de normatividad sobre paternidad más importante para los padres SUD. Por ello, se destina un sub-apartado en el que se pretende ofrecer algunas claves para su análisis. Un quinto y último apartado aporta algunas consideraciones metodológicas que guían el trabajo de investigación para esta tesis.
Significados de paternidad La vigésimo segunda edición del diccionario de la lengua española, ofrece doce acepciones en la definición de la voz padre. Luego de proporcionar la etimología del término (procedente del latín pater, o patris), la primera de dichas acepciones define al padre como un “varón o macho que ha engendrado”. Algo muy similar ocurre en las definiciones del término père o father, equivalentes del vocablo en lengua 43
francesa e inglesa, respectivamente. El Dictionnaire de l’Académie française 29 también vincula al père con un hombre que ha engendrado (qui a engendré), mientras que el Merriam Webster’s Dictionary30 asocia al father con el verbo procrear (beget). Definiciones como éstas son ilustrativas del hecho de que, de manera común, la paternidad 31 se relacione estrechamente con la participación del varón en la reproducción. Una segunda acepción para el vocablo castellano padre, “varón o macho, respecto de sus hijos”, alude a una dimensión un tanto más relacional de la paternidad: el varón es padre en tanto se relaciona con otro(a) a quien puede llamar su hijo o hija. No obstante, la carga biológica asociada al termino resurge de manera aún más contundente al considerar la tercera acepción proporcionada: “macho (…) destinado a la procreación”. Finalmente 32 , padre también es definido como “cabeza de una descendencia, familia o pueblo” (Real Academia Española, 2001). Más allá de sus componentes biológicos y fisiológicos relacionados con la reproducción, la paternidad también ha sido concebida como un fenómeno complejo de interacción humana. En términos amplios, la paternidad ha sido definida como una institución y una práctica de carácter social (Meler, 2000). Esta concepción, acuñada desde las ciencias sociales, da cuenta de una dimensión fundamental para la comprensión de la paternidad, al entenderla como constructo social, más que como algo natural. Al mismo tiempo, la paternidad ha sido caracterizada como una posición y una función que responde a aspectos culturales, sociales e incluso étnicos (de Keijzer, 2000), con lo que parece enfatizarse la dimensión estructural del fenómeno. Al pensarla como una posición a ocupar por los individuos, con funciones propias a 29
Consultado en línea en http://atilf.atilf.fr/dendien/scripts/generic/cherche.exe?22;s=4044234210;; Consultado en línea en http://www.merriamwebster.com/dictionary/father?show=0&t=1321898711 31 El propio diccionario de la lengua española define la voz paternidad como la “cualidad de padre”. 32 Las acepciones restantes que no se mencionan son las siguientes: 5. m. U. para referirse a ciertos religiosos y a los sacerdotes, 6. m. Origen, principio, 7. m. Autor de una obra de ingenio, inventor de otra cosa cualquiera, 8. m. Rel. Primera persona de la Santísima Trinidad, 9. m. pl. El padre y la madre, 10. m. pl. antepasados, 11. adj. coloq. Muy grande. Se armó un escándalo padre, 12. adj. coloq. Méx. estupendo. 30
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desempeñar, correspondientes a necesidades de carácter colectivo, tales como las derivadas de la vida en un grupo social o étnico determinado, se vislumbra que las prácticas asociadas con esa posición pueden, entonces, alcanzar una cierta estabilidad en el tiempo, con base en su pertinencia para contextos específicos. Sin embargo, estas prácticas también están sujetas a variaciones a lo largo de diversos espacios culturales, así como de diversos periodos históricos. Los planteamientos teóricos hasta aquí reflejados nos permiten realizar un primer acercamiento al fenómeno a analizar como parte de esta investigación. La paternidad de los varones Santos de los Últimos Días (SUD) puede ser observada a la luz de aspectos de orden estructural, tales como la posición que se otorga a los varonespadres y el entramado de relaciones en las que participan, en función de esa posición. En este sentido, la dimensión estructural de la paternidad SUD tiene una doble vertiente. Por un lado, la doctrina religiosa mormona otorga al varón-padre una posición presidente dentro de la familia, y delinea claramente sus atribuciones y responsabilidades como parte de su práctica paterna como cabeza de la misma. Ello tiene lugar con base en consideraciones de orden cultural, más específicamente religioso, en este caso. Por otro, esta práctica está situada, además, históricamente, con lo que la paternidad SUD tiene hoy una configuración relacional específica, enmarcada por la noción de la familia nuclear, es decir un padre, una madre y sus hijos e hijas, en armonía con una tendencia histórico-social. Ésta, a su vez, es distinta a la que revestía entre los primeros mormones, quienes, por ejemplo, encabezaron familias articuladas en torno al principio del matrimonio plural.33
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La práctica de matrimonios plurales estuvo vigente entre los miembros de la Iglesia SUD desde poco después de su fundación y hasta el año de 1890, cuando las autoridades de la iglesia establecieron como posición oficial de la misma era la de ceñirse a las leyes estatales y nacionales norteamericanas, las cuales prohibían el matrimonio plural. Una serie de grupos disidentes continuaron con la práctica polígama, por lo que fueron expulsados de la Iglesia SUD. Muchos de estos grupos continúan vigentes hasta el día de hoy, sin ser reconocidos como miembros de la iglesia. No obstante, la mayoría de ellos reivindican su práctica religiosa como mormona, en una interpretación ortodoxa de doctrinas y conceptos relacionados con el matrimonio. Tales grupos están presentes, principalmente, en los estados de Utah, Idaho, y el suroeste norteamericano. Un caso notable en este sentido, en México, es el de muchos de los miembros de la comunidad mormona de Lebaron, en el estado de Chihuahua, al norte del país.
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Ahora bien, como lo señala de Keijzer (2000), la trayectoria individual de los varones y su tránsito a lo largo del ciclo de vida, también va dotando a la paternidad de especificidades en lo individual, que permiten distinguir entre distintas maneras de entenderla y de ejercerla. El autor plantea que dicha multiplicidad nos señala la necesidad de pensar en paternidades (en plural) más que en un solo tipo de relación, predeterminada y universal. Dada la naturaleza dinámica de la paternidad, así como la relación que el propio concepto guarda con los sujetos involucrados en ella, resaltada en estos planteamientos, parece conveniente pensarla, además, como un proceso amplio y complejo, enmarcado en un sistema de múltiples relaciones (Lerner, 1998), en las que participan actores diversos, y que se encuentran en constante configuración y resignificación, en tanto se hallan, como ya se señalaba, situadas histórica y socialmente (Salguero, 2006 y 2011). A ese respecto, Salguero destaca la capacidad de agencia de los varones para “asumir, reproducir o transformar sus actuaciones como padres e incorporar una diversidad de formas (…) en la relación con sus hijos”, a partir de su interacción con discursos normativos sobre el quehacer paterno generados por las instituciones, en momentos históricos dados (2007: 565). Atendiendo a este planteamiento, nos es posible dirigir la atención también hacia los sujetos –en interacción con los aspectos estructurales– como una parte fundamental de la manera de abordar el análisis del fenómeno de la paternidad. Ello nos permite una descripción más rica de dicho fenómeno, al abarcar un amplio espectro de actores e interacciones, de posiciones y relaciones entre ellos, que dé cuenta tanto del orden más estructural, como del componente individual de la paternidad. Este componente individual juega un papel importante en la configuración de paternidades específicas, también entre los propios miembros de la Iglesia SUD. Si bien el ideal normativo-religioso señala la necesidad de establecer relaciones de paternidad dentro del marco de la familia nuclear, descrita anteriormente, existen distintas maneras de asumir esas posiciones, y de actuar desde ellas. Los padres mormones tienen la posibilidad de reacomodarse, individualmente, en el marco de las exigencias normativas de que su credo los provee. Este puede ser el caso de padres 46
solteros34, viudos, migrantes o en alguna otra circunstancia que les impida ajustarse completamente a la estructura relacional propuesta y, en esa medida, van modificándola. Es decir, algunos varones pueden asumirse como padres y actuar como tales, a pesar de no estar casados, de no tener una pareja o no cohabitar con sus hijos, lo cual implica una adaptación de la estructura normativa a las condiciones objetivas individuales de cada uno de ellos. Por otra parte, es necesario atender al hecho de que la paternidad es una de las varias dimensiones de la masculinidad. Diversos trabajos al respecto han documentado esta relación estrecha entre el ser padre y el ser hombre (Knibiehler, 1997; Salguero, 2007), y han encontrado que, en efecto, lo que los padres hacen y dicen, así como sus representaciones respecto a su posición como padres, está estrechamente vinculado con sus representaciones del ser y hacer de los hombres, y lo que implica y significa „ser hombre‟. Estas representaciones, implicaciones y significados están, a su vez, enmarcados por el género, entendido como un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias entre los sexos (Scott, 1997). De ahí la pertinencia de abordar el estudio de la paternidad desde una perspectiva de género. Abordar un fenómeno como la paternidad desde tal perspectiva guarda armonía con los tres ejes de análisis propuestos por Castañeda (2008), al argumentar en favor de lo que llama una “metodología feminista”. En primera instancia, permite visibilizar la dimensión de poder de las relaciones entabladas entre individuos sexuados. Como lo señala Joan Scott, el género es en sí mismo “una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1997: 287). Desde una perspectiva de género, las relaciones que configuran la vivencia de la paternidad son, en buena medida, relaciones de poder, puesto que la paternidad, tanto en una dimensión práctica como en una subjetiva, tiene como marco de referencia modelos específicos de masculinidad, configurados y delimitados por la estructura de género. En segundo lugar, puede servir para hacer evidentes las desigualdades entre hombres y mujeres, las cuales suelen asumirse como naturales con base en las diferencias 34
Si bien es mucho más común encontrar, al interior de las comunidades mormonas, a madres solteras.
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percibidas y construidas a partir de la diferencia sexual. En su esfuerzo por ir más allá de las posiciones biologicistas, del esquema sexo-género, y de la lógica binaria de los sexos, la perspectiva de género ha planteado la introducción de los ámbitos cultural y subjetivo, en la discusión sobre la desigualdad en las relaciones entre sexos (Minello, 2002; Ramírez, 2006). En este sentido, es interesante considerar cómo la paternidad es concebida como distinta, acaso complementaria, de la maternidad. El papel de la madre en la gestación y alumbramiento de los hijos, por ejemplo, ha sido asociado con una necesidad por parte de estos, así como con una afinidad “natural” de la madre, por la cercanía física, e incluso afectiva, para con ellos. Suele asumirse que hijas e hijos estarán mejor si están cerca de la madre aunque lejos del padre, y la situación contraria se percibe como más perniciosa. En la doctrina SUD, la paternidad está asociada con responsabilidades específicas, diferenciadas de las de la madre, que se desprenden de la “naturaleza divina” de hombres y mujeres, diferenciadas entre sí. Así, la paternidad es vista como un símil de la relación que el propio Dios tiene con la humanidad. Su papel como “Padre Celestial” es central como el creador, pero principalmente como autoridad, como proveedor y como guía. Los padres terrenales son llamados a emularlo, al cumplir estas mismas funciones para con sus familias. Por su parte, la función materna es percibida como “sagrada” en tanto que permite a la madre ser “copartícipe con Dios al traer a Sus hijos espirituales a este mundo” (Iglesia SUD, 2009: 239-240). Así, el papel de la madre, íntimamente ligado con la reproducción y la crianza de los hijos, reviste una importancia equiparable a la de la paternidad. El “llamamiento” de las madres de dar a luz35 y “criar a los hijos” es tan importante como el que tienen los padres, de ser los principales líderes y guías de sus familias, en tanto que uno complementa al otro. Por último, es importante mantener presente que lo que significa ser padre, y por contraste lo que significa ser madre, está sujeto a transformaciones históricas y cambios de carácter cultural que afectan a colectividades enteras, incluyendo a grupos 35
Si bien el componente biológico, tanto de la paternidad masculina como de la maternidad, tiene un peso considerable, la Iglesia SUD reconoce la práctica de la adopción legal como ampliamente deseable, y alienta a sus miembros a participar de ella.
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religiosos y seculares por igual. Con la industrialización, por ejemplo, se cristalizó la clara división entre la esfera productiva y la esfera más íntima del hogar. La noción del padre como proveedor lo colocó en la esfera de la producción, alejándolo del hogar y depositando en la madre las responsabilidades asociadas con el núcleo familiar, como las de la crianza y el cuidado de hijas e hijos. Ello colaboró a la consolidación de la idea de paternidad como una actividad distante, basada en la provisión material, desvinculada del cuidado de los hijos, lo cual difería de lo ocurrido durante el periodo previo a la industrialización en el que la mayor parte de los miembros de la familia formaban parte del proceso productivo y reproductivo (Blau, Ferber y Winkler, 2010). Lo anterior constituye, sin duda, un eje fundamental para la configuración de las relaciones de paternidad en la sociedad contemporánea, en la que los padres mormones viven e interactúan. Asimismo, hace parte del contexto en el que los padres SUD, habitantes de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), han llegado a ser padres y en el que tienen que actuar como tales. La concepción de la paternidad en los centros urbanos de México, documentada en la literatura sobre el tema (Nava, 1996; Alatorre y Luna, 2000), acusa la presencia de referentes claramente anclados en una división sexual del trabajo, en la que padres y madres poseen responsabilidades fundamentales, que pueden ser compartidas por ambos, pero que, en última instancia, corresponden a unos y otras de manera esencial. Así, se percibe, por ejemplo, que los padres son responsables de la educación escolarizada de los hijos en su dimensión más material (aportando recursos económicos para su realización), mientras que las madres son mayormente responsables de ayudar y dar seguimiento al desempeño escolar de los hijos, en virtud de su mayor proximidad física y presencia en el hogar.
Paternidad y poder Al pensar en la paternidad como un proceso que involucra a varios actores, y que tiene lugar como parte de un entramado de relaciones, es preciso intentar dilucidar la
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naturaleza de éstas. Si, además, consideramos que está enmarcado por representaciones de género y prácticas derivadas de ellas, podemos encontrar una clave para explorar la naturaleza de tales relaciones, en la desigualdad entre los sexos en la que ellas transcurren, en un sistema patriarcal. De acuerdo con la propuesta de R. Connell (2003) para el análisis de la estructura de género y, por tanto, de los hombres ubicados en ella, el poder es una dimensión fundamental de las relaciones, en tanto eje que articula las posiciones de subordinación de los varones, ya sea sobre las mujeres y/o sobre otros varones. En un sistema patriarcal, las relaciones que los padres entablan con su pareja, la madre, están permeadas por esta lógica de poder y derivan, sin duda, en la citada subordinación de mujeres respecto a hombres, de madres respecto a padres, si bien esta situación puede llegar a invertirse –como lo advierte el propio Connell– en casos específicos, como en el de familias monoparentales encabezadas por mujeres, por ejemplo. Por otro lado, las relaciones de poder al interior de la pareja pueden también ser entabladas de manera bidireccional. Es decir, la pareja también puede ejercer, y de hecho ejerce, poder sobre el padre, para orillarlo a tomar determinadas decisiones o modificar algunas conductas que la involucren a ella o la familia, de manera directa o indirecta. En el caso de las parejas mormonas, la importancia que, desde dicha cosmovisión, se otorga a la figura materna, puede abonar a esta bidireccionalidad en el ejercicio del poder. En la literatura de la Iglesia SUD se sostiene que las responsabilidades para con la familia deben ser afrontadas y compartidas por “el padre y la madre, como iguales” (Iglesia SUD, 1995), lo que puede dar lugar a que los varones mormones “deleguen” parte de ese poder a su pareja, o a que ellas mismas lo reclamen. Las relaciones de poder entre padres e hijos pueden, y suelen, también establecerse en términos de subordinación de los segundos respecto a los primeros. Además de la dimensión genérica del poder, en el caso de las relaciones con hijos e hijas, esto ocurre de manera más clara en virtud de una dimensión generacional del poder, propia de las relaciones de paternidad (Nava, 1996). Tanto el padre como la madre pertenecen a una generación mayor a la de los hijos, lo que les confiere cierto poder 50
en razón de su mayor experiencia, saberes, capacidades físicas y de otro tipo, por sobre la generación más joven a la que los hijos pertenecen. Empero, como tampoco ocurre para el caso de las relaciones de pareja, el ejercicio del poder en las relaciones padres-hijos no es necesariamente unidireccional; los diversos actores que toman parte en el conjunto de relaciones que la paternidad supone tienen la capacidad de ejercer poder, en tanto pueden influirse entre sí, en sus comportamientos y acciones. A este respecto, resulta interesante considerar la posibilidad de un ejercicio multidireccional del poder, en el que no únicamente el padre, por sí solo o junto con la pareja, ejerce poder sobre los hijos, sino que estos también pueden influir en el padre, a través de demandas de cuidado, alimentación o conocimientos, como lo sugiere Susana Narotsky. En ese sentido, señala la autora, el poder debiera ser considerado “la fuerza motriz de la construcción de la relación paterno-filial en sus múltiples representaciones” (1997: 214). La lógica de dominación y de un ejercicio vertical de poder puede ser subvertida, y ha venido modificándose de hecho, a partir de la difusión de ideales en torno a los derechos de las mujeres, los menores, y las personas en general, enmarcados en el contexto de cambios socioculturales impulsados por los movimientos feminista, de derechos humanos, y otros. Por su parte, autores como Juan Guillermo Figueroa (2000) han discutido sobre la posibilidad de introducir prácticas democráticas en el ejercicio del poder al interior de las familias y, con ello, en el ejercicio de la paternidad. En este sentido, es importante considerar la posición de Seidler (2006) respecto al poder del padre, en tanto figura masculina, con base en la lógica de la racionalidad „inherente‟ al actuar de los hombres. El autor es crítico de las posiciones que afirman que, a medida que el ejercicio de la paternidad ha sido permeado por consideraciones de carácter afectivo, la figura de autoridad del padre se ha visto disminuida, y con ello la posibilidad de un ejercicio autoritario del poder. A ese respecto, señala que la aparición de discursos promotores de la afectividad y la atención a la emocionalidad, particularmente en las relaciones de pareja, no implica necesariamente una superación de las relaciones de poder, en un sentido de subordinación, entabladas por los padres, 51
lo cual es claro a la luz de consideraciones históricas: hacia finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, la responsabilidad de provisión material recayó casi exclusivamente sobre los varones, lo que favoreció que éstos siguieran detentando un poder importante, al ser los únicos o los principales proveedores del hogar. Con ello, el resto de la familia permanecía en una posición de notable dependencia hacia el padre, quien de esa forma concentraba el poder de decisión sobre cómo y en qué habían de gastarse los recursos familiares. Por último, cabe señalar que, si bien esta posición de dominación representa una serie de ventajas para los padres, derivadas principalmente de su condición como varones (Burin, 2000), también ha generado algunas circunstancias que pueden ser percibidas como adversas para ellos mismos. Tal es el caso de los problemas de algunos varones relacionados con el manejo de su emocionalidad, por ejemplo, o con la vivencia de la dimensión afectiva de su actividad como padres. Discutiendo de nuevo con la visión negativa que sanciona la pérdida de autoridad vía el ejercicio afectivo de la paternidad, Seidler señala que el desplazamiento de la práctica paterna hacia formas tímidamente más igualitarias de ejercicio del poder en la pareja, puede ser considerado “un logro y una promesa para la vida emocional de los hombres” (2006:93).
Afectividad Resulta pertinente, además, atender al señalamiento de Seidler en el sentido de no plantear a la masculinidad –en sus múltiples dimensiones, entre ellas, la paternidad– exclusivamente como una relación de poder y “explorar las tensiones existentes entre los hombres y las masculinidades dominantes. Además de entender la importancia de poner al descubierto las relaciones de poder y violencia, y las formas en que se expresan tanto local como globalmente” –advierte– “también necesitamos ser capaces de presentar nuevas formas de intimidad y amor como parte de un proceso de transformación de las masculinidades” (2006:85).
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Ciertamente, la afectividad es un elemento fundamental de las relaciones que los varones padres entablan con su pareja, así como con sus hijos e hijas, y una dimensión más del género como estructurador de la práctica social de la paternidad. Como lo señalara Connell respecto al deseo sexual (eje de lo que denomina las relaciones de catexia), en la teorización social suele dejarse de lado la dimensión afectiva que revisten las relaciones de parentesco, particularmente la paternidad. No obstante, tal y como lo apunta Seidler, lo afectivo es un referente simbólico importante para la concepción que los distintos actores participantes en estas relaciones tienen de las mismas, así como de las expectativas que de ellas generan. Lo anterior resulta particularmente atendible si se considera que las diferencias en dichas concepciones pueden derivar en conflictos y tensiones para los varones que dificultan su ejercicio de la paternidad. En ese sentido, Salguero, Córdoba y Sapién (2011) destacan lo que algunos padres reportan respecto a sus dificultades para expresar ciertas emociones, a la falta de tiempo para desempeñar labores en la crianza y el cuidado de los hijos que identifican como propias del ser padres, o a sus dudas sobre cómo evitar repetir historias de abuso y/o autoritarismo, como las que vivieron ellos con sus padres, ahora que se encuentran en una posición de autoridad frente a sus propios hijos. La propuesta de Figueroa (2003) de retomar la dimensión afectiva como un posible eje de análisis de la paternidad, a partir de lo que él designa como “elementos lúdicos” de la misma, resulta particularmente pertinente en este sentido. El autor plantea diversas facetas de la figura paterna que pueden resultar gratificantes para quienes participan de ella. Así, la paternidad brinda oportunidades para los varones de ser acompañantes en la experiencia de crecimiento de los hijos e hijas y, de la misma forma, de ser acompañados por ellos. Dicha posibilidad de compañía puede resultar positiva en función de un manejo adecuado de los tiempos y espacios en los que se verifique; o negativa, en ese mismo sentido. Asimismo, observa el autor, cuando las dinámicas de comunicación e interacción entre padres e hijos alcanzan un nivel suficiente de armonía y acoplamiento, la práctica de la paternidad puede resultar placentera y divertida, tanto para los propios padres como para los hijos. 53
Quizá la manifestación más notable de la dimensión lúdica de la paternidad propuesta por Figueroa y, sin duda, aquella en la que más claramente podemos ubicar el elemento afectivo, sea la faceta del padre como alguien que puede ser “amoroso” y también “amado”. El autor resalta la naturaleza dinámica de las relaciones afectivas al señalar que “el amor se cultiva”, y que no puede darse por sentado que hijas e hijos desarrollarán afecto hacia los padres de una vez y para siempre. Lo mismo puede pensarse de los lazos amorosos de los padres hacia sus hijos. La dimensión afectiva de las relaciones de paternidad es fundamental al abordar el estudio de la paternidad entre varones mormones. El amor infinito que Dios siente por sus hijos –suficiente para sacrificar a quien, de entre ellos, le era más caro, “su hijo unigénito”, con el fin de otorgar a todos ellos “vida eterna” (La Biblia, Juan 3:16)– es el referente simbólico que los padres SUD tienen del amor paterno, y el ideal al que debieran aspirar al entablar relaciones con su pareja y sus hijos e hijas. Las nociones del “perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes” (Iglesia SUD, 1995) forman parte del discurso SUD sobre la familia y, por extensión de la paternidad, como elementos necesarios para tener una vida familiar “exitosa y feliz”. Como se planteaba anteriormente, la afectividad es un referente simbólico del quehacer paterno, que puede tener un impacto importante sobre las representaciones de los propios varones acerca de su labor como padres. Citando estudios de carácter histórico para el Reino Unido, Tabitha Freeman (citada en Seidler, 2006:98) señala que, si bien se ha documentado plenamente el ejercicio del poder en formas autoritarias y distantes, por parte de muchos padres, desde el periodo victoriano y a lo largo del siglo XX, también existen evidencias que demuestran una importante implicación afectiva de los padres en la vida familiar. De manera similar, resalta que los ejemplos de una “cariñosa preocupación” de los padres por sus hijas e hijos, así como del placer del esparcimiento compartido entre padres e hijos, son comunes en la literatura sobre paternidad, y evidencian lo importante que resulta considerar esta dimensión afectiva del quehacer paterno para su análisis.
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No obstante, como lo advierte Seidler, algunos padres pueden “refugiarse en la idea de que siendo buenos proveedores, ya manifiestan el amor que sienten por sus hijos” (2006: 97). Algunos padres mexicanos, por ejemplo, han evidenciado la existencia de esta conexión entre el cumplimiento de las responsabilidades de provisión material y la expresión de afecto, al hablar acerca de su propia vivencia como hijos. A pesar de expresar desencuentros con sus padres, producto de la distancia o la dureza que revestían sus relaciones con ellos, son capaces de reconocer en sus padres un cierto interés y afecto por ellos, sus hermanas y hermanos, a partir del cumplimiento de sus “obligaciones” como proveedores, o como figuras de autoridad (Torres, 2006). Ello puede estar relacionado con un aprendizaje masculino de formas de expresar el afecto que trascienden su demostración por medio de la cercanía física, o incluso la verbalización del mismo, y que se toman forma en la provisión material, de valores morales, de saberes u otros bienes. Así, más que necesariamente inhibir la afectividad de los varones en el ejercicio de su paternidad, sus formas de hacerlo pueden hallarse vinculadas más cercanamente a una racionalización del propio vínculo afectivo, y un tanto más lejanas de la experiencia consciente de las emociones.
Emocionalidad La dimensión afectiva de la paternidad se vincula claramente con la experiencia emocional de los varones padres. El modelo predominante de masculinidad parece haber derivado en una forma particular de los padres para conectar con su emocionalidad. Como lo explica Seidler, “Si en la modernidad los hombres siguen definiéndose como el primer sexo de una forma que les enseña a ser independientes y autosuficientes, el amor deviene problemático y las emociones son una muestra de debilidad”. El autor observa que hay un aprendizaje de los hombres para “ocultar su vulnerabilidad, incluso a sí mismos”, para “pasar por alto sus necesidades emocionales (razón por la cual) a menudo consideran difícil identificar sus sentimientos y saber qué quieren o qué necesitan en una relación íntima” como las que la paternidad supone (2006: 79-80).
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De Keijzer (2011) señala que, como parte de esta manera peculiar en la que los varones aprenden a interactuar con sus emociones, en muchos casos, los padres encuentran espacios y momentos para la demostración más abierta del enojo, por ejemplo, por encima de otras emociones y de manera más regular. Incluso, sugiere el autor, en muchos casos esto puede tratarse de la canalización de sensaciones de tristeza, miedo o angustia a través de la irritación y el despliegue de violencia verbal o física, a falta de mecanismos para procesarlas. Ello se relaciona con las concepciones de la masculinidad como “independiente y autosuficiente”, que se mencionaban con antelación. Estas concepciones inhiben, en muchos hombres, el desarrollo de habilidades para procesar sus afectos, temores e inseguridades. Tal y como lo apunta Seidler, dada la exigencia de racionalidad en los varones, algunos padres pueden desarrollar una cierta dependencia emocional de sus parejas en el ámbito familiar. Ello puede derivar, por ejemplo, en que esos padres se priven de mantener una mayor proximidad física con los hijos, al considerar más “legítimo” social y culturalmente, e incluso más “natural”, que las mujeres-madres lo hagan. La doctrina SUD, por su parte, indica que “el esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos” (Iglesia SUD, 1995). Ello sugiere la necesidad del padre de involucrarse en relaciones cercanas y afectuosas con su pareja e hijos. Sin embargo, el peso de referentes culturales propios del contexto en el que los varones mormones pueden haberse desarrollado, sobre todo en el caso de quienes se convirtieron al mormonismo durante su edad adulta, puede generar maneras diversas de entender y poner en práctica dicho principio de amor y cuidado. Así, los padres SUD pueden también experimentar estas problemáticas en la vivencia emocional de ser padres o, de manera contrastante, encontrar en ese marco referencial religioso un puntal para superarlas. En este sentido, es importante considerar que, como bien lo señalan Salguero, Córdoba y Sapién (2011), la paternidad se halla inscrita en un complejo de relaciones que involucra a diversos actores, no únicamente a los padres y a sus hijas o hijos: la
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pareja, los padres y/o suegros del varón, así como otros familiares suyos,36 también interactúan con los actores antes mencionados, a partir de sus propias representaciones sobre la actividad paterna. Dichas representaciones, si bien pueden ser compartidas en virtud de la pertenencia de todos o varios de estos individuos a grupos similares de referencia, pueden dar lugar a conflictos y tensiones cuando son divergentes. La emotividad de los padres puede verse afectada también por estos conflictos y tensiones, toda vez que se generan en ellos dudas, angustias, enojos e inconformidades respecto a su actuación como padres y a la convivencia con su familia. Los autores mencionan, por ejemplo, las quejas expresadas por algunos padres quienes se sienten constantemente vigilados por su pareja o los familiares de ella, en su ejercicio como padres, o quienes sienten que la paternidad ha tenido un impacto negativo en sus relaciones de “intimidad” con la pareja.
Responsabilidades paternas Si bien la paternidad brinda, a los varones que la experimentan, la posibilidad de entablar relaciones de poder, de afectividad o emotivas, que les favorezcan, satisfagan o incluso les generen conflictos, supone, además, una serie de responsabilidades para ellos. El estudio de la paternidad ha sido abordado ampliamente desde una perspectiva negativa, es decir, de los problemas generados, entre otros aspectos, por el incumplimiento de dichas responsabilidades (Fuller, 2000). Sin embargo, parece pertinente retomar esta dimensión de la paternidad también desde la perspectiva opuesta,
toda
vez
que
la
observación
de
prácticas
referidas
a
dichas
responsabilidades, por parte de los padres, constituye un ámbito privilegiado para el estudio de la paternidad. Aunque puede hacerse una distinción entre ellas, estas responsabilidades se encuentran relacionadas y vinculadas entre sí a distintos niveles. Asimismo, cabe destacar que los temas del poder, la afectividad y la emocionalidad las cruzan de manera transversal. 36
Tal como lo señala Knibiehler (1997) hay otros actores, externos al núcleo familiar –tales como el Estado, los educadores, los ministros religiosos, etc.– que también interactúan en este sentido.
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Provisión (material) La paternidad en el discurso SUD está impregnada de la idea de responsabilidad. Los padres son, ante todo, responsables de “proteger (a su familia) y de proveerle las cosas necesarias de la vida” (Iglesia SUD, 1995). Sin duda, la provisión material de la familia, asignada tradicionalmente a los varones, es una de las claves para definir las responsabilidades percibidas como propias de la práctica paterna, puesto que, como se apuntaba con anterioridad, quien aporta los recursos económicos suele ser quien decide la manera de utilizarlos. Conforme a lo señalado previamente, la provisión material ha sido un eje articulador del poder en la paternidad. Las transformaciones de orden político y económico han dado forma a la faceta del padre como proveedor, en distintos momentos históricos y espacios sociales. Como también se indicó con antelación, el advenimiento de la familia contemporánea trajo consigo una disminución de la presencia de la figura paterna, merced a la distancia que el sistema de producción capitalista impuso entre el padre proveedor y el espacio familiar del hogar. Ello hizo invisibles, para hijos e hijas, las actividades fundamentales del padre que se realizaban fuera de ese espacio (Knibiehler, 1997). Dicha situación favoreció que la figura de proveedor ocupara un
lugar privilegiado en las representaciones colectivas e individuales de la paternidad, y, en alguna medida, relegó otras atribuciones y responsabilidades del padre, en el ámbito de su relación con los hijos. En este sentido, vale la pena considerar el planteamiento de Figueroa (2003) respecto a qué tipo de bienes se espera que el padre proveedor haga accesibles a la familia. Su posición cuestiona si la provisión del padre debe apuntar solamente a cubrir necesidades materiales, o pueden incluirse necesidades de tipo afectivo, emocional, de esparcimiento, o incluso de contacto y proximidad física con hijas e hijos. Asimismo, la incorporación cada vez más importante de las madres a la esfera productiva, y por tanto, de provisión material de la familia, plantea la posibilidad de reconfiguración de las responsabilidades paternas y maternas. Es decir, a medida que las madres comparten la responsabilidad de la provisión económica-material de la familia de manera más importante, la responsabilidad de proveer a hijas e hijos de 58
afecto, tiempo, actividades recreativas, etc., puede también incrementarse para los varones, o ser percibida como compartida, de manera un tanto más igualitaria, por ambos. La visión SUD de la responsabilidad paterna de provisión parece cercana a estos planteamientos. En el documento llamado La Familia. Una proclamación para el mundo37 –el cual constituye un posicionamiento oficial de la Iglesia respecto a las relaciones familiares– si bien se insiste en que la responsabilidad de proveer es principalmente de los varones, también se sugiere una corresponsabilidad de la pareja para cumplir con dicha responsabilidad. El documento señala que “los padres38 tienen la responsabilidad sagrada (…) de proveer (a hijos e hijas) para sus necesidades físicas y espirituales” (Iglesia SUD, 1995), ampliando así el espectro de la provisión, en términos de qué tipo de bienes deben proveerse y quién es responsable por ello.
Autoridad Otra de las responsabilidades asociadas con la paternidad es la de fungir como autoridad sobre los hijos e hijas, y sobre la familia en general. La teoría feminista retomó el concepto de dominación patriarcal de Weber (1997), en la que todo el poder y autoridad era concentrado por una persona, a saber, por un varón patriarca, con base en reglas tradicionales de herencia familiar. Reformulándolo en la categoría de patriarcado, el feminismo ubicó así la fuente de la subordinación masculina en la autoridad conferida sobre los varones, a través de este modelo de autoridad tradicional. Seidler señala que, a pesar de que con la llegada de la modernidad la actividad preponderante de los padres se ubicó en la esfera productiva, fuera del hogar: “El padre proveedor siguió siendo la fuente última de autoridad y disciplina hasta la
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El documento fue dado a conocer el 23 de septiembre de 1995, por el entonces presidente de la Iglesia SUD, Gordon B. Hinckley, durante una asamblea general de la Sociedad de Socorro, una asociación de la iglesia SUD que congrega a madres de familia y mujeres mayores de 18 años. 38 La versión original del documento, redactado en inglés, utiliza aquí la palabra parents, refiriéndose tanto al padre como a la madre.
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década de los 60 y más allá…” puesto que su figura es un referente constante, que permanece presente aun cuando no lo esté físicamente, pues al momento de volver a casa, es el encargado de establecer el orden (2006: 94). El hecho de que el padre fuera el único proveedor o al menos el principal, dio lugar no sólo a una continuación de la autoridad del padre, sino incluso a su fortalecimiento (Freeman citada en Seidler, 2006: 97-98). Por otro lado, el autor también destaca la dimensión simbólica de la autoridad paterna, proveniente de la religión cristiana. La idea de Dios como ser masculino, padre de toda la humanidad, y autoridad máxima por encima de toda su creación, sirve como referencia para la colocación del padre por “encima de la familia”, como la “cabeza” de la misma. El pensamiento protestante de la modernidad –señala Seidler– colocó en la figura paterna la responsabilidad de ejercer la autoridad y el control sobre la familia, con base en la extrapolación del relato bíblico de la caída de Adán y Eva, que “manifiesta” la inclinación de las mujeres por la naturaleza y el instinto, así como un déficit de control sobre los mismos, situación que en los hombres es subsanada por un mayor apego a la razón. Asimismo, autoras como Knibiehler (1997) también destacan la importancia del pensamiento moderno ilustrado, en la medida en que racionalizó la autoridad del padre sobre hijas e hijos en función de las necesidades de estos y su imposibilidad de satisfacerlas por sí mismos, puntualmente durante su niñez. Así, tanto la pareja como los hijos e hijas dependerían del padre no sólo en un sentido material sino, en buena medida, también moral, pues el ejercicio de la razón, fundamento de la moral moderna (laica, a la manera durkheimiana) es propio del padre, en tanto hombre (Seidler, 1994). Por otra parte, Figueroa (2003) señala que el hecho de colocar sobre el padre la responsabilidad como proveedor, en efecto, suele reducir el tiempo que el padre pasa en el hogar familiar. Sugiere que, además de esto, puede resultar “desgastante” tener que fungir como juez en los tiempos en los que sí está presente. Su propuesta apunta hacia un replanteamiento del padre como figura de autoridad, por medio de la reformulación de esta concepción del padre-varón como ineludiblemente racional, y 60
pensarlo más como capaz de reconocer sus limitaciones y falencias ante los hijos. Esto es, puede plantearse la posibilidad de una autoridad menos racional y más afectiva-emotiva. La autoridad paterna en la cosmovisión mormona, está relacionada con el hecho de que “por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud” (Iglesia SUD, 1995). Estos elementos de “amor y rectitud” son un matiz importante para el ejercicio de la paternidad, en tanto “jefatura de familia”, puesto que pueden implicar un distanciamiento implícito de un ejercicio violento o autoritario de la misma, abordado más adelante.
Formación / Educación La idea de que tanto el padre como la madre son la primera agencia formativa para los hijos, y en ese sentido, la más importante, ha estado presente desde los primeros planteamientos sobre el tema en las ciencias sociales. Dada la asociación de la madre con el espacio privado, la formación de hijas e hijos suele estar mayormente asociada con la figura materna. Por otro lado, como parte de la modernidad, la responsabilidad educativa fue siendo transferida de los padres hacia el estado, vía la reivindicación de éste como responsable por la educación de sus ciudadanos. No obstante todo ello, la figura del padre como responsable último de proveer educación a los hijos, de servir como su guía moral y proveedor de saberes prácticos, aún puede rastrearse en el imaginario colectivo. Si bien la categoría de patriarcado tiene, de manera más clara, la vocación de develar la dimensión de autoridad concentrada en el padre, la carga simbólica de la figura del patriarca comprende también varios de estos atributos como educador, maestro y guía. En ese sentido, Alatorre y Luna (2000) sostienen que, en la sociedad urbana mexicana, por ejemplo, el padre suele ser percibido como un educador y guía moral, y como el responsable de transmitir a los hijos nociones sobre “lo bueno y lo malo”, la responsabilidad, el respeto y la vida armónica en colectivo. Asimismo, señalan que
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se confiere a los padres la responsabilidad material de la educación escolar de los hijos, al considerárseles responsables de proveer los recursos materiales para la misma, e incluso práctica, al ayudarles con sus tareas escolares; así como de transmitirles saberes extra escolares útiles para la vida cotidiana. Evidentemente, el supuesto operante es el de que los padres poseen un acervo mayor de conocimientos que trasmitir a los hijos con base en la experiencia. Figueroa (2003) sugiere que valdría la pena replantear la concepción del educador como alguien que se limita a transmitir conocimientos, y considerar las posibilidades de generación y apropiación conjunta de conocimiento entre padres e hijos. Partiendo del supuesto de que toda relación e interacción humana brinda dicha posibilidad, concebir a la paternidad como un espacio más para acceder a esta experiencia requiere del reconocimiento de la individualidad de los hijos e hijas, como sujetos capaces de generar conocimiento, y de su capacidad de aportar al proceso de aprendizaje del propio padre. Ello resulta particularmente pertinente, atendiendo a las referencias que varios padres hacen del ejercicio de la paternidad como un proceso constante de aprendizaje (Haces, 2006; Salguero, 2007 y 2011). De igual forma, la figura del padre suele ser identificada como la de un modelo para los hijos. Varios estudios realizados tanto con padres como con hijas e hijos dan cuenta de cómo algunos padres suelen recurrir al modelo aprendido de sus propios padres, ya sea para reproducirlo o para utilizarlo como un contra-ejemplo en su ejercicio de paternidad (Haces, 2006; Salguero 2007); así como de la manera en que los hijos e hijas adquieren de sus padres referentes sobre la propia paternidad, la masculinidad y las relaciones entre los sexos, ya sea, también, para afirmarlos o evitar imitarlos (Tena, 2006; Torres, 2006). La figura de Jesús como maestro, tiene un peso simbólico de gran importancia en la configuración de un modelo de hombre para el cristianismo mormón. Por tanto, el ideal de paternidad entre los SUD apunta a la necesidad de atender esta responsabilidad formadora de los hijos, con particular importancia. Desde luego, el sentido de la educación y formación que se espera que los padres mormones impartan a sus hijos e hijas está relacionado con la transmisión de principios y valores de orden 62
fundamentalmente religioso, como también los señala el documento La Familia. Una proclamación para el mundo, al afirmar que el padre y la madre son responsables de “educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, (…) de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan” (Iglesia SUD, 1995).
Abyecciones paternas A menudo como un intento de legitimación, los padres suelen asociar un ejercicio violento y/o autoritario de su paternidad con la necesidad de cumplir con estas responsabilidades. Figueroa (2003) destaca algunas de estas características perniciosas, menos deseables del ejercicio de la paternidad, y las designa como “vicios” de la misma. Como parte de estos modos abyectos 39 del ejercicio de la paternidad podemos abordar, en primera instancia, la figura del padre violento. La violencia en las relaciones de parentesco, tanto con la pareja como con los hijos, se encuentra íntimamente relacionada con modelos de masculinidad que no sólo legitiman su uso, sino que recurren a ella como forma de reafirmación de lo masculino. La referencia a episodios de violencia en las relaciones padres-hijos son comunes en la literatura sobre el tema, ya sea por parte de los hijos, o referidas por los padres al hablar de su relación con su propio padre. Si bien, como señala Connell en su argumentación sobre el carácter hegemónico de las relaciones entre las masculinidades, “la principal característica de la hegemonía es el éxito de su reclamo a la autoridad, más que la violencia directa”, también es importante su aclaración en el sentido de que “la violencia a menudo apuntala o sostiene a la autoridad” (2003: 117). De esta suerte, el ejercicio violento de la paternidad a menudo “apuntala” también un ejercicio autoritario de la misma. 39
Se privilegia el uso de este calificativo con el fin de atender a la carga de rechazo que estas formas viciadas del ejercicio paterno han concitado en los últimos años, a partir de discurso que reivindican el derecho a la vida libre de violencia y a la autodeterminación, tanto de las mujeres como de los menores.
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De manera analítica, es posible separar un ejercicio autoritario de la paternidad como un segundo aspecto negativo comúnmente asociado la práctica de la misma. Sin embargo, un ejercicio autoritario del poder implica, en sí mismo, un despliegue de violencia, no necesariamente física, sino también simbólica y, en ese sentido, puede resultar igualmente pernicioso, a nivel de la subjetividad de los individuos afectados. Figueroa apunta que, si bien hijas e hijos, usualmente, “no nombran” el autoritarismo y el abuso de poder del que son objeto por parte de los padres, este silencio puede ser interpretado como un escepticismo respecto de las posibilidades de cambio de dicha situación, o incluso de agotamiento en la denuncia. Ello puede leerse, sugiere el autor, como una crítica implícita a estas formas abyectas de paternidad. Por otro lado, muchos testimonios de padres que denuncian haberse visto afectados por un ejercicio autoritario y/o violento de poder por parte su padre, durante su vivencia como hijos en el seno familiar, tienden también a justificar, en alguna medida, dichas circunstancias (Torres, 2006). Esto puede estar relacionado con la posibilidad de que estos varones entablen relaciones de complicidad (a la manera descrita por Connell) con modelos hegemónicos de la masculinidad, y por posible extensión, de paternidad. La justificación de conductas violentas/autoritarias de sus padres, puede ser percibida como una forma de legitimar potenciales o efectivos episodios de violencia y/o autoritarismo por parte de estos varones ahora padres. Como se señalaba anteriormente, la posición oficial de la Iglesia SUD frente a estas abyecciones paternas es de condena, por considerar que no son compatibles con su doctrina y creencias religiosas. Las más altas autoridades de la Iglesia han “advertido” que la responsabilidad primordial de quienes incurren en ellas es para con Dios, y que “un día deberán responder ante (Él)” por hacerlo (Iglesia SUD, 1995). Independientemente de consideraciones trascendentales, dicha aseveración puede brindar a los miembros de la comunidad religiosa, una sensación de certeza de que dichas conductas abyectas pueden ser objeto de una sanción al presentarse, lo que podría contribuir a inhibir su ocurrencia.
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Normatividades Las nociones en torno a una paternidad “deseable” o “negativa”, y lo que ellas implican están fundamentadas en los complejos normativos sobre lo que “debe ser y hacer un padre”, y lo que, por contraste, “debe evitar”. Tal y como lo sugiere Joan Scott (1996), existen una serie de elementos a través de los cuales el género se configura, en tanto elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias percibidas entre los sexos. Claramente, las relaciones de parentesco – en las que la paternidad se halla inscrita, en tanto proceso y entramado de relaciones – son un ámbito en el que es posible observar esta constitución con base en la diferencia sexual, si acaso sólo por involucrar a individuos categorizados como padres y madres en relación directa con su categorización como varones o mujeres, respectivamente. En ese sentido, las normatividades de género influyen sobre la configuración de códigos que norman la masculinidad y, de manera sucesiva, la paternidad. Respecto a esta dimensión relacional del género, Scott señala la existencia de una serie de símbolos que llegan a estar “disponibles” a través de mecanismos culturales, cuyas
representaciones
son
evocadas
al
definir
tales
relaciones.
Estas
representaciones simbólicas devienen, a su vez, en la formulación de ideales normativos, que buscan delimitar claramente lo masculino y lo femenino, y las normas correspondientes a ambos conceptos. Scott plantea que dichas normas llegan a cristalizar en instituciones enteras, que incluso trascienden el ámbito de las relaciones de parentesco, tales como el Estado, el mercado o las Iglesias. En este sentido, Connell (2003) va un paso más allá, al afirmar que se trata de instituciones masculinas. Es decir, la configuración de género las ha moldeado de manera tal que sean los hombres quienes las dirijan y ocupen mayoritariamente, en función de su papel en el ámbito productivo (como proveedores) y reproductivo (sólo como procreadores y no como criadores y/o cuidadores). El autor destaca que dicha relación entre la práctica de género y el ámbito de lo reproductivo es, en efecto, eminentemente social, una clave para el estudio del género aportada por Gayle Rubin, en sus estudios sobre lo que llamó la “economía política” del sexo. 65
Así, las normatividades de género tienen un impacto sobre la concepción y el ejercicio de la masculinidad, en la medida en que ésta última se halla imbricada en la estructuración de la práctica social que el género constituye. Considerando la paternidad como una de las varias dimensiones que conforman la concepción y la práctica vivencial de la masculinidad, puede establecerse un vínculo entre dichas normatividades y aquellos marcos referenciales que norman la práctica paterna. Estos marcos normativos se materializan y reproducen en distintas instituciones, al interior y en torno de las cuales tiene lugar el ejercicio paterno. Las distintas esferas en las que los varones-padres –así como los otros actores individuales involucrados en la paternidad– actúan, los colocan en contacto con dichos marcos. Ahora bien, muchas de las representaciones simbólicas constitutivas del género, a las que alude Scott, tienen su origen en creencias, doctrinas y cosmovisiones que hacen parte de las múltiples orientaciones religiosas a las que los varones pueden hallarse adscritos, por lo que resulta importante considerar el ámbito de la orientación religiosa de manera particular.
Orientación religiosa En el caso de las sociedades mayoritariamente judeo-cristianas, las doctrinas y filosofías religiosas claramente configuran normatividades de género: señalan una serie de funciones, explícitamente diferenciadas, como propias a desempeñar por hombres y mujeres, prescriben conductas relacionadas con lo masculino y lo femenino, y censuran otras tantas. Asimismo, la constitución de núcleos familiares – en cuyo seno, varones y mujeres ocupan posiciones específicas, con funciones y responsabilidades bien definidas– es un elemento fundamental de las normas de género en las principales religiones cristianas. Los cuerpos institucionales que gestionan dichas orientaciones religiosas –las distintas iglesias cristianas, entre ellas la Iglesia SUD– suelen ser instituciones altamente jerarquizadas, y en la mayoría de los casos, la composición de la jerarquía
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eclesiástica, fundamentalmente masculina, es evidencia clara de la configuración de género a la que se aludía anteriormente. Por lo general, las orientaciones religiosas de origen judeo-cristiano asignan a los varones/padres características de fortaleza y liderazgo, reforzando así la lógica de poder horizontal al interior de las familias, con los padres a la cabeza, mientras que enfatizan atributos de compasión, altruismo y caridad en las mujeres-madres. Seidler afirma que “la cultura occidental ha sido concebida de diferentes maneras mediante una relación de paternalidad”. Ello es así –señala– debido a la “obsesión” manifiesta de las sociedades de occidente con la idea de “Dios padre”. Así, la visión que las tradiciones religiosas occidentales tienen de la relación con Dios es todavía ampliamente formulada en términos de una relación paternal, que supone obediencia de los individuos hacia el padre. En esta noción está presente la idea de Dios como “progenitor” divino, que crea el mundo y a quienes lo habitan, y le da forma de acuerdo a sus deseos e intenciones (2006: 87). Esta posición guarda relación con la dimensión simbólica del género defendida por Scott, así como con las dimensiones normativa e institucional con las que ésta se vincula, y que, al mismo tiempo, derivan de ella. La lectura cristiana occidental de la historia bíblica de la creación, tal como aparece en el Génesis, ha tenido un impacto sin parangón en la forma de relacionares entre varones y mujeres en el mundo occidental (Fewell y Gunn, 2003). Las interpretaciones que de ese pasaje bíblico se han hecho, han sido un referente en la conformación de normatividades de género, al asignar valores, atributos y posiciones a hombres y mujeres, en función de las descripciones hechas sobre Eva y Adán –la primera mujer y el primer varón en la tierra, respectivamente, de acuerdo con la propia tradición judeo-cristiana. Y en esa medida, han ayudado a conformar también normatividades sobre paternidad. Diversos estudios sobre religión realizados desde una perspectiva de género, en América Latina, han realizado una relectura y reinterpretación de los textos sagrados de las distintas orientaciones religiosas –en particular de la Biblia, por su centralidad en el Cristianismo (Marcos, 2007). Este enfoque hermenéutico constituye un aporte importante en términos metodológicos para el estudio de la relación religión-género. 67
En dichos textos se puede rastrear los orígenes simbólicos de esfuerzos interpretativos-normativos realizados dentro de marcos de género, en una lógica de retroalimentación, mediante la premisa de que tales escritos son producciones humanas, como lo refleja la afirmación de Ivonne Gebara de que “la Biblia no es „la palabra de Dios‟, es la palabra de los seres humanos acerca de Dios” (citada en Marcos, 2007: 39). Así, a lo largo del Antiguo Testamento bíblico, por ejemplo, es posible encontrar numerosos relatos de personajes masculinos, al frente de colectivos que retratan una organización familiar específica, con patriarcas a la cabeza como líderes filiales, morales y religiosos, pero también políticos y económicos. La historia de Abraham (también en el libro de Génesis) es un ejemplo emblemático de dicha narrativa. Puesto que la presente investigación pretende estudiar la paternidad en varones padres miembros de la Iglesia SUD, es importante considerar cuales son los referentes simbólicos y normativos que se desprenden de esa orientación religiosa específica. La orientación religiosa mormona, a la que los seguidores se refieren comúnmente como “el evangelio”, suscribe la creencia cristiana en la Biblia como un libro sagrado “inspirado por Dios”. Al mismo tiempo, está fundamentada en escritos adicionales40 que comparten ese estatus sagrado con el texto fundacional del cristianismo. El Libro de Mormón41 es tal vez el más importante entre dichos escritos. Es sugerente el hecho de que en él aparezcan mencionadas por nombre únicamente dos mujeres.
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El canon ampliado de escrituras con valor sagrado para el mormonismo está compuesto también por la Biblia, además de otros tres libros que comparten su estatus doctrinal y sagrado: ‘El Libro de Mormón’, ‘Doctrina y Convenios’ y ‘La Perla de Gran Precio’. Otros escritos contemporáneos producidos en el seno de la Iglesia SUD tienen un valor doctrinal similar, y aunque representan la posición oficial de la Iglesia no son considerados propiamente textos sagrados. 41 Una breve introducción al texto, incluida desde su más reciente edición, en 1993, ofrece la siguiente definición del mismo: “El Libro de Mormón es un volumen de escritura sagrada semejante a la Biblia. Es una historia de la comunicación de Dios con los antiguos habitantes de las Américas y contiene la plenitud del evangelio eterno. Escribieron el libro muchos antiguos profetas por el espíritu de profecía y revelación. Sus palabras, escritas sobre planchas de oro, fueron citadas y compendiadas por un profeta e historiador llamado Mormón. El registro contiene un relato de dos grandes civilizaciones. Una llegó procedente de Jerusalén en el año 600 a. de J. C., y tiempo después se dividió en dos naciones conocidas como los nefitas y los lamanitas. La otra había llegado mucho antes, cuando el Señor confundió las lenguas en la Torre de Babel. Este grupo se conoce con el nombre de jareditas. Después de miles de años, todos fueron destruidos con excepción de los
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La narrativa del libro es, pues, claramente masculina. La figura paterna está presente constantemente, dadas las alusiones de los narradores al linaje de los personajes, y al conocimiento y tradiciones transmitidas por sus padres, particularmente notorias. De este modo, la centralidad de la figura masculina, y su primacía por encima de la femenina, es un rasgo compartido por los textos propios del mormonismo y la Biblia, como también lo es la noción del padre como autoridad por sobre madre(s), hijos e hijas. Por otro lado, el Libro de Mormón alude, de manera constante a la necesidad de los padres de actuar como tutores y guías de sus hijos, de vivir de acuerdo con las enseñanzas de Dios y ser ejemplos para ellos. Ello supone una responsabilidad simbólicamente muy importante para los varones-padres, quienes en algún momento pudieran sentirse abrumados por tener que cumplir con ella. El libro ofrece varios ejemplos de padres llenos de pesar y desasosiego ante el hecho de que sus hijos no escucharan sus consejos y amonestaciones, no vivieran de acuerdo a las normas y preceptos que ellos les habían transmitido, o actuaran deliberadamente en contra de “los mandamientos de Dios”. Asimismo, el texto enfatiza la importancia de un desempeño cercano de la actividad paterna, y la necesidad de estrechar los lazos entre los padres y sus hijos e hijas. Como se ha venido esbozando a lo largo de este capítulo, la doctrina mormona otorga un papel fundamental a la organización familiar. Muchos de los ritos que los varones mormones deben realizar como parte de su liturgia42 están directamente relacionados con la familia y tienen un carácter “sagrado”. Ese mismo carácter de sacralidad es atribuido a la paternidad, en un amplio sentido del término. La Guía Para el Estudio de las Escrituras43, un texto mormón definido como “de apoyo” para el estudio de los
lamanitas, los cuales son los principales antecesores de los indios de las Américas.” Véase Iglesia SUD, 2003. 42 Entre ellas se encuentran el matrimonio, tanto por uno mismo, como en favor de familiares fallecidos que no hayan recibido la “ordenanza” o el ritual matrimonial mormón en vida, así como el ritual de “sellamiento” de las familias, el cual permite que los lazos familiares puedan ser validos en planos de existencia posteriores a la vida mortal y “perdurar eternamente”. 43 Esta guía es un glosario que se encuentra como anexo en las ediciones más recientes del Libro de Mormón. Contiene definiciones de conceptos claves para el estudio de los textos sagrados del mormonismo y referencias a pasajes de los mismos que abordan los temas y conceptos en cuestión.
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textos sagrados, define el concepto de “padre terrenal” como un “título sagrado que se da al hombre que ha engendrado o que legalmente ha adoptado un hijo”44 (Iglesia SUD, 1993a: 157-158). La naturaleza “sagrada” de la posición de padre, así como de las funciones como tal – cuyo desempeño, en función de esa misma característica, debe ser lo más cercano posible al ideal – que surgen de la lectura e interpretación de los textos sagrados, está relacionada con una cosmovisión y una manera particular de entender al mundo propuesta por la doctrina mormona. De acuerdo con ella, el destino del alma humana, en una existencia más allá de la vida mortal –una creencia común a la mayoría de las orientaciones e interpretaciones del cristianismo– está estrechamente ligado con la posibilidad de formar una familia (contrayendo matrimonio y procreando, o adoptando legalmente, hijas e hijos) y “presidiendo” sobre ella, de manera similar a lo que Dios preside sobre la familia humana, la provee de lo necesario para su subsistencia, y le brinda una guía para encontrar la ruta hacia su “salvación y felicidad eternas”.
Consideraciones metodológicas Dada la importancia que el enfoque teórico aquí propuesto atribuye a los varonespadres a nivel individual, como agentes cuyas acciones conforman las estructuras relacionales en las que se ubican, y con la potencialidad de resignificarlas y modificarlas, resulta trascendental para la investigación indagar sobre sus concepciones y representaciones individuales sobre la paternidad, particularmente aquellas dimensiones de la misma que hasta aquí se han desarrollado. Para ello, una propuesta metodológica cualitativa se revela como la más adecuada. Ello en virtud de la consideración epistemológica según la cual el estudio de la realidad social, y la
Puede consultarse una versión digital del documento en la dirección electrónica http://lds.org/scriptures/gs?lang=spa 44 La palabra padre tiene, desde su origen, también una acepción divina. El Padre Celestial es definido por la misma Guía… como “el padre de los espíritus de todo el género humano, (de quién) Jesús es (…) hijo unigénito en la carne” – y añade – “Al hombre se le ha mandado obedecer y reverenciar al Padre y orar a Él en el nombre de Jesús”.
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generación de conocimiento sobre ella, pasa por una construcción de la propia realidad, más que por un descubrimiento de la misma (Castro y Bronfman, 1999: 50), en la cual están involucrados una serie procesos subjetivos, tanto por parte de los sujetos de investigación, como del propio investigador. Si bien, el tema de la posible generalización del conocimiento generado a través de análisis con esta orientación metodológica ha sido discutido ampliamente, vale retomar aquí lo expuesto por Castro y Bronfman (1999) al referirse a la pertinencia del uso de metodologías cualitativas en el estudio de fenómenos de la salud, en el sentido de que la generalización es sólo una de las posibilidades para el conocimiento científico, siendo los estudios de poblaciones o grupos específicos altamente pertinentes en la generación de postulados teóricos respecto a planteamientos más generales. En este sentido, el presente trabajo tiene como propósito aportar al conocimiento en torno al tema de la paternidad pero de ninguna manera a nivel global o todo comprensivo. Antes busca hacerlo a partir del estudio de una muestra de padres miembros de un grupo religioso específico, con la pretensión de que los hallazgos alcancen un cierto grado de validez entre los esfuerzos de teorización respecto al tema en particular. El instrumento central para la generación de información es la entrevista con varonespadres SUD, con el fin de dialogar con ellos sobre el tema y, por medio de sus relatos, identificar cómo perciben su posición como padres. Se busca observar la relación que lo anterior guarda con el ejercicio de poder al interior de las familias, observada a través de las sanciones o incentivos otorgados a conductas específicas, y la regulación de la vida familiar en general. Asimismo, se intenta explorar la dimensión afectiva de la paternidad indagando acerca de la cercanía física y/o simbólica, y las manifestaciones de afecto y/o reconocimiento entre padres e hijos. Por su parte, la propuesta para la exploración de la emocionalidad de los padres atraviesa por la indagación respecto a las preferencias de los varones, los aspectos de su ejercicio como padres que les brindan satisfacción o placer, y las que les significan malestares tales como enojo o frustración. El terreno de las abyecciones paternas está estrechamente ligado con estas dimensiones, particularmente con los ámbitos del 71
poder y la emocionalidad. Por medio de las entrevistas a los varones se pretende indagar respecto al manejo de las emociones en el ejercicio del poder como padre. De la misma manera, se puede identificar una relación entre dicho ejercicio y la serie de responsabilidades habitualmente reconocidas como parte de la paternidad, que se describen en uno de los apartados anteriores. La investigación busca indagar respecto a lo que los varones identifican como sus responsabilidades como padres, así como la valoración que tienen de su desempeño como tales, utilizando como referencia sus propias concepciones de lo que implica y significa ser padre. Ello incluye una exploración respecto al papel que los varones consideran que deben desempeñar en la manutención de los hijos, su educación y formación, su cuidado y su crianza. El instrumento seleccionado para la recolección de esta información fue la entrevista semi-estructurada, cuyo diseño está disponible al final de la presente tesis como un anexo metodológico. Dicha modalidad de entrevista resultó de particular utilidad dado el marco cronológico en el que se realizó la investigación, así como los recursos materiales y temporales con que se contó. El procedimiento mediante el cual se seleccionó a los entrevistados está signado por dos estrategias fundamentales. La primera de ellas consistió en contactar a miembros de la comunidad mormona del noroeste de la ZMCM, con quienes se había tenido contacto previo al inicio de la propia investigación, y a quienes conocemos desde hace algunos años. Una segunda estrategia consistió en el empleo del método de muestreo por “bola de nieve”, conforme al cual los primeros entrevistados nos pusieron en contacto con otros varones-padres quienes accedieron a participar como entrevistados en el estudio. Al tratarse de un esfuerzo de investigación enfocado en un grupo religioso específico (varones-padre SUD), es necesario considerar la normatividad oficial que dicho grupo suscribe, como referencia al contrastarla con las concepciones y las prácticas efectivas de los padres individualmente. Para ello se pretende realizar el análisis de la información obtenida mediante el trabajo de campo, a la luz de una descripción analítica de dicha normatividad. En este capítulo se mencionan algunas de las líneas generales de la normatividad mormona respecto a la paternidad. Parte importante de la estrategia analítica para este trabajo consiste en una contrastación de los ideales 72
normativos SUD, con los valores, principios y referentes normativos a los que los que aludan los varones entrevistados como aquellos que dotan de sentido y dirección su práctica paterna. Como parte del trabajo de campo para la presente investigación se realizaron ocho entrevistas con varones-padres miembros de la Iglesia SUD, cuyo perfil e información principal se detalla en la tabla 1. Los nombres de los participantes utilizados en el análisis de los resultados son pseudónimos y no corresponden a los nombres de pila de cada uno de ellos. Ello es así con el fin de proteger la intimidad de los participantes, toda vez que los temas discutidos están, como se ha mencionado, fuertemente permeados por la emocionalidad de los padres. Por otro lado, cabe mencionar que ni la comunidad religiosa en cuestión, ni algunos de los padres entrevistados nos eran completamente ajenos al inicio de la investigación. Dicho escenario plantea una doble circunstancia. Por un lado, la familiaridad con la comunidad hizo posible un acercamiento efectivo y con relativa facilidad a varios potenciales entrevistados, en un ambiente de confianza y respeto por el trabajo de investigación. Asimismo, permitió tener acceso a una importante cantidad de información impresa y audiovisual en la que se plasma de manera clara la visión y el discurso normativo SUD. Por otra parte, puede resultar una limitante analítica, en la medida en que contribuye, hasta cierto punto, a la dilución de la posibilidad de adoptar una actitud de extrañamiento respecto a las nociones, doctrinas, creencias, conceptos y prácticas de los padres. En este sentido, además, cabe reflexionar sobre el elemento subjetivo de los involucrados en el proceso e investigación, al que se alude al inicio del presente apartado. Sin duda, la investigación social no se produce en el vacío. Tal y como lo apunta Leticia Robles (2000), es importante tener claro quién investiga y desde dónde lo hace. A este respecto, cabe apuntar que, como se señalaba anteriormente, varios de los padres entrevistados son personas contemporáneas al investigador, a quien conocen desde hace varios años, pues compartieron con él un marco normativo y cultural, toda vez que el propio investigador formó parte de la comunidad en las etapas iniciales de su vida. 73
Tabla 1. Perfil de los padres entrevistados Edad
Estado
(años)
civil
Andrés
45
Casado
Edgar
40
Casado
Gerardo
43
Casado
Héctor
42
Casado
Ignacio
35
Casado
Licenciatura
José
43
Casado
Bachillerato
Leonel
40
Casado
Licenciatura
Sergio
44
Casado
Nombre
Miembro
Número/sexo
Edad hijos e
hijos e hijas
hijas (años)
Empleado
2 hijos
18 y 11
45
Licenciatura
Docente
3 hijas
10, 6 y 3
19
Licenciatura
Docente
3 hijas
20, 18 y 13
30
Empleado
3 hijas
17, 15 y 5
36
Empleado
1 hija
5
23
2 hijas
12 y 10
20
Empleado
2 hijas
8y6
2
Empleado
2 hijos
11 y 8
33
Escolaridad
Bachillerato técnico
Licenciatura trunca
Licenciatura trunca
Ocupación
Trabajador por cuenta propia
Iglesia SUD (años)
A manera de cierre A partir de estas consideraciones, es posible ubicar los componentes más claramente estructurales del fenómeno de la paternidad. Los varones-padres mormones están adscritos a una serie de marcos normativos, tanto los propios de su orientación religiosa, como aquellos que norman las relaciones entre los sexos, de una manera más general. Al mismo tiempo, el ejercicio de su paternidad está enmarcado por otra serie de consideraciones de carácter social, cultural e histórico que les proveen referentes sobre lo que, como padres, “deben ser y hacer”. Por otro lado, también podemos observar el nivel de la subjetividad individual, implicado en su paternidad, particularmente en lo relacionado a las dimensiones afectivas o emocionales de la misma, o a las prácticas individuales específicas que los individuos realizan, al cumplir o no con las responsabilidades de provisión o de fungir como autoridad para con sus familias. En ese sentido, una observación de las prácticas individuales de los varones-padres, y su posterior contrastación con los referentes estructural-normativos aquí expuestos, puede arrojar luz sobre el proceso 74
mediante el cual los varones interpretan y resignifican, y en esa medida, reproducen o modifican tales referentes. La revisión de la literatura permite constatar que el desarrollo de una teoría sobre la paternidad se encuentra aún en una etapa inicial. Sin duda, la perspectiva de género ha brindado elementos para plantear a la paternidad como un problema de estudio. No obstante, es necesario poner a prueba el alcance de los postulados teóricos provenientes de la propuesta de autoras como Rubin o Scott, por medio de su aplicación en la observación de un objeto de estudio distinto a la dominación masculina sobre las mujeres, o la propia condición de subordinación de éstas. Así, se considera particularmente pertinente explorar la dimensión individual de la paternidad, más próxima a la vivencia de los varones-padres, más que asumir a priori cuál es posición en el esquema de dominación y, sobre todo, su propia concepción de la misma.
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CAPÍTULO III - «Y LA MISMA SOCIABILIDAD QUE EXISTE ENTRE NOSOTROS AQUÍ, EXISTIRÁ ENTRE NOSOTROS ALLÁ…» PADRES MORMONES Y SU POSICIÓN EN EL ENTRAMADO DE RELACIONES FAMILARES
La paternidad supone una serie de relaciones que los varones-padres entablan con su pareja, hijas e hijos. Como se ha señalado anteriormente, dichas relaciones son, en buena medida, relaciones de poder, en las que los varones participan desde posiciones privilegiadas, que su condición de hombres les confiere con base en la organización jerárquica de las relaciones entre los sexos. Si bien, ello puede considerarse ventajoso para los padres, no los exenta de confrontar situaciones y circunstancias que les resulten conflictivas, abrumadoras o no deseables en el ejercicio del poder, particularmente en un nivel emocional. Por otro lado, las relaciones de pareja y paterno-filiales tienen un componente afectivo fundamental en su formulación y sostenimiento. Las relaciones entabladas con base en la afectividad dotan a los varones-padres de espacios y formas de convivencia que les resultan gratificantes, enriquecedoras y significativas. Son concebidas por ellos como una fuente de significado para su labor de padres, dan lugar a momentos lúdicos en el ejercicio paterno y constituyen un incentivo para el desarrollo de formas de convivencia más armónicas e igualitarias. Al igual que las relaciones de poder, las vivencias de los padres enmarcadas por este tipo de relaciones poseen una carga emocional significativa. Estas dos dimensiones de las relaciones entabladas por los varones-padres entrevistados son discutidas en el presente capítulo.
«Reprendiendo en el momento justo… » Padres mormones y poder La figura del padre en el esquema patriarcal de organización familiar ha sido asociada, históricamente, con un ejercicio autoritario y vertical del poder. De la misma manera, estudios sobre paternidad han dado cuenta de cambios en ese modelo 76
más autoritario hacia formas de relación en las que el poder se distribuye y ejerce un tanto más horizontalmente entre varones-padres y mujeres-madres (Schmukler, 1989; Leñero, 1994, de Keijzer, 2000; Tena y Jiménez, 2006). Cómo se ha señalado previamente, desde la perspectiva doctrinal SUD, los varones mormones cuentan con el poder del sacerdocio, de donde dimana su autoridad como cabezas de familia. Sin embargo, este poder no es ilimitado ni inalienable, puesto que la propia doctrina señala que: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre, y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia; reprendiendo en el momento justo, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo; para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los lazos de la muerte” (Doctrina y Convenios, sección 121: 41-44, cursivas agregadas).
Así, la fuente última de poder de los padres debe residir en el desarrollo de los atributos resaltados en la cita anterior, en el ejercicio de la autoridad paterna. Sin embargo, la interpretación del principio religioso que algunos de los varones entrevistados hacen del mismo, da lugar a un modelo de paternidad similar al que de Keijzer (2000) llama machista-leninista, con padres que discursivamente asumen una serie de compromisos de igualdad, pero que en el ejercicio de la actividad paterna, despliegan una práctica de género más atrasada, pues el referente simbólico de su tradición religiosa sigue colocándolos en la parte más alta de la jerarquía familiar. Dada la naturaleza de las relaciones familiares y paterno-filiales, así como las posiciones en las que se encuentra cada uno de quienes participan en ellas, parece pertinente observar y analizar esta dimensión de poder de la figura paterna en dos niveles: el de las relaciones que el padre entabla con su pareja, la madre, y el de aquellas que lo vinculan a sus hijos e hijas.
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«Yo creo que el ser padre tiene ciertas ventajas ante ser madre» Padres mormones frente a su pareja. La normatividad religiosa SUD señala claramente que, en la organización jerárquica de la familia, padre y madre se encuentran por encima de los hijos, y son responsables de transmitirles los principios normativos prescritos por la doctrina y las normas eclesiásticas. Al mismo tiempo, el liderazgo conjunto de padre y madre está presidido por el varón, mientras que la madre ocupa un papel complementario en la dirección del hogar. Lo anterior coloca al padre en la posición más alta de la jerarquía familiar, toda vez que se le llama a presidir sobre ella. La interpretación que los varones SUD hacen de este llamamiento tiene varios matices, pero en la mayoría de los casos, como padres, asumen esa posición de última instancia de autoridad en la familia. Dicha posición está apuntalada simbólicamente por referentes doctrinales, que otorgan a los varones-padres el papel de líderes principales: …porque se nos da esa responsabilidad, finalmente, de dirigir el hogar. O sea, bíblicamente, religiosamente, pues Adán tenía que guiar a Eva y al final decide compartir responsabilidad con ella para estar con ella, y es por eso que comenten el pecado „original‟ famosamente llamado; pero no es al revés, no es una cuestión de que… o sea, a lo que voy es que, finalmente, sí hay una línea, una línea de liderazgo que recae en el varón. Y la responsabilidad primaria yo creo que es esa, la responsabilidad de padre, de director, de padre-director (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años). Una hermana claramente lo dijo: pues es que es un peleadero entre… fue en la clase de escuela dominical, que ahora las esposas quieren… pues quieren ¿cómo dijo? pues pelear con el esposo el liderazgo de la casa, la jerarquía de la casa, quieren estar al mismo nivel. Y no es que sean sumisas, ni nada, siento que los roles son muy… tienen que estar muy bien marcados, muy bien marcados, y cuando lleguemos a un acuerdo: yo lo regaño, tú lo contentas, ok; no pues, ahora me toca a mí, tú lo regañas yo lo contento, de cosas que sabemos que pues se les tienen que decir (a los hijos). Cuando sí funciona eso, es bien fácil, cuando no, es muy difícil (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años).
Por otro lado, la noción de corresponsabilidad entre padre y madre está presente en la manera en que algunos varones viven el ejercicio del poder en sus hogares. La descripción que hacen de la manera de actuar de su pareja, sugiere que el ejercicio del 78
poder al interior de las familias SUD está permeado por la idea de que la labor materna es tan importante como la paterna, y que, en esa medida, lo que las madres tienen que decir respecto a ciertas decisiones tiene un peso y una relevancia específicos, en una lógica de complementariedad: Yo creo, así lo vivo yo con mi familia, que aquí, con la iglesia a la que pertenezco, sí se comparten responsabilidades, no es más bien que el hombre dirige y manda como un capataz y la mamá tiene que obedecer y decir: “sí, sí, sí”; sino que sí se comparten las responsabilidades (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años). Creo que los roles están muy bien definidos, para que el hogar pueda llamarse así, o la familia pueda llamarse así. Sí, definitivamente hay diferencias (entre el padre y la madre), diferencias hermosas y necesarias para poderse complementar (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20,18 y 13 años).
En la medida en que su labor como madre es relevante para cumplir con la responsabilidad última del padre de presidir sobre la familia, la pareja tiene poder para ejercer influencia sobre la actividad paterna del varón, cuando considera que éste no está atendiendo sus deberes con toda la diligencia que requieren, o no lo está haciendo de la mejor manera posible: …hablando de lo que pasa en casa con mi esposa, mantenemos como buena comunicación. A veces ya no es una plática, es una exigencia de ella hacia mí, porque pues ella es la que me pone las cartas sobre la mesa. Difícilmente yo le voy a decir: “la niña tiene un problemón ¿por qué no lo detectas?” pero ella siempre va a ser como ese semáforo: “sabes qué: está en amarillo, está en rojo, está en verde, podemos hacer esto, ¿hacemos esto?” Casi siempre así es la forma en la que nuestra familia funciona ¿no? ella me pone el indicador y yo soy el que lo ejecuta, así es como funciona (Ignacio, 35 años, una hija de 2 años) ...platico mucho con ella (su esposa) y trato de que ella me ayude a ser un mejor padre, a ser un mejor esposo. Su punto de vista es muy importante para mí; si ella se siente bien, creo que las cosas van bien; si ella se siente mal, creo que hay cosas que ajustar, que mejorar (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20,18 y 13 años). Hubo una ocasión donde mi hija no me quería obedecer ¿no? Y entonces yo, malamente, le dije a su mamá: “oye, mírala, no quiere hacer esto” y mi esposa me regaño, me dijo: “oye, pues arréglalo tú ¿no? o sea, tú eres el papá y tú tienes que decirle: a ver, hija…” Y entonces yo me di cuenta y dije: tiene razón mi esposa, y lo apliqué ¿no? Entonces, “a ver, cómo no, tienes que hacer esto” y lo hice ¿no? y lo aprendí de mi esposa (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años).
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Si bien la normatividad institucional SUD afirma que la provisión material de la familia es la responsabilidad fundamental del padre, muchas de las parejas de los padres SUD participan también en labores productivas, lo cual les concede cierto poder de influencia y de negociación frente a su autoridad principal. No obstante, ello no necesariamente integra a los varones a las labores de cuidado de los hijos con un nivel de participación similar al de las madres. De manera más o menos unánime, los padres hablan de la necesidad de que las labores del hogar sean compartidas por padre y madre, al tiempo que reconocen que, en la práctica, les es difícil alcanzar una repartición equitativa del trabajo doméstico. Ello es así, consideran, debido a que su situación de proveedores los obliga a mantener horarios que los ausentan del hogar por largos periodos, o que los hacen volver extenuados a sus hogares. Sin embargo, lo mismo no se menciona como una limitante válida para que sus parejas desatiendan las labores del hogar, a pesar de que varias de ellas también trabajan fuera de él. De hecho, existe un reconocimiento por parte de algunos padres, de que la propia posición de padre ofrece ciertas ventajas al varón, cuando éste decide nadar con la corriente y evadir algunas responsabilidades en el hogar. Como lo expresa Edgar, la idea de que las labores principales del padre son la provisión material y la dirección del hogar –con la distancia entre el padre y los demás miembros de la familia que esto pueda llegar a representar– parecen remitir a una idea machista de ejercicio del poder, al tiempo que pueden servir fácilmente como coartada para que algunos padres desatiendan estas responsabilidades: …no me quiero justificar, porque teniendo esta platica con cualquier otra persona que no sea de la iglesia a la que yo pertenezco, de mis mismas creencias, esa persona a lo mejor podría decir: “ay, éste es un macho, como todos los padres machos de cualquier religión que existe” ¿no? porque si es muy cómodo decir: “como papá estamos separados para poder dirigir” entonces suena como a “¡ay, yo me deslindo – un poco– me lavo las manos para no involucrarme…”, en las tareas domésticas inclusive (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Este modo de pensar es, además, ilustrativo de la manera en la que los varones-padres SUD interactúan con nociones distintas a la normatividad mormona (tales como aquellas que legitiman la ausencia del padre en las actividades del hogar, por 80
ejemplo) y son capaces de cuestionarlas a la luz de su formación religiosa o su propia valoración de su circunstancia como padres; o incluso establecer relaciones de complicidad con ellas, con el fin de obtener los dividendos que pudieran ofrecerles: …en la manera en que somos educados aquí en México, o sea, el padre sale, tiene que buscar el sustento, regresa a casa por la tarde y esa es una ventaja que uno tiene, porque la madre, como hemos sido educados, es la que se queda con los niños y la mayor parte de la educación el niño o la niña la recibe por parte de la madre; el padre solamente llega a reforzar lo que ha enseñado la mamá. Pero en la actualidad, es así como yo lo noto, hay como cierta molestia, cierto enojo de… “ah, pues es que tú estás todo el tiempo afuera y tú no ves lo que está pasando en casa” entonces, siento yo que sí hay ciertas ventajas, que no deberían ser, pero ya como que están en nuestro colectivo, todo el mundo piensa eso y es así como son las cosas. Pero bueno también al menos yo siento que soy un papá responsable, o un esposo responsable, trato de que esas tareas sean compartidas aunque siento que todavía estoy muy por debajo de las expectativas de mi esposa, de mi pareja. Pero creo que uno trata de esforzarse sobre todo para llevar la fiesta en paz, para que la niña también vea que tiene un papá y que participa (Ignacio, 35 años, una hija de 5 años)”.
Al mismo tiempo, como lo ilustra la cita anterior, existe la advertencia por parte de algunos padres de que sus parejas cuestionan dicho orden jerárquico que las coloca en desventaja, por lo que deben ser conscientes de los costos que el sostenerlo puede llegar a tener para su estabilidad como jefes de familia y la valoración que sus parejas e hijos hacen de su labor como tales.
«A veces, sí abusan mis hijas» Bidireccionalidad de poder en las relaciones paternofiliales. Por otro lado, los padres SUD son conscientes del poder –y la responsabilidad aparejada a éste– que tienen sobre sus hijas e hijos, quienes pertenecen a generaciones más jóvenes, y dependen de ellos en muchos sentidos. Más allá del aspecto simbólico de la figura de Dios Padre, la doctrina mormona enseña que el modelo de familia con un padre a la cabeza es una semejanza de la organización jerárquica de la familia humana, sobre la cual Dios –el Padre Celestial, como suelen identificarlo los mormones– preside.
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Aquí ya entra un aspecto espiritual sumamente fuerte, en el sentido de poder ser un representante en la tierra de Nuestro Padre Celestial. El mismo modelo que existe en los cielos, y que nosotros tenemos certeza de que así es, el hecho de que tenemos un padre celestial, una mamá celestial, y que ellos han delegado sobre nosotros la responsabilidad de cuidar a nuestros hermanos menores, pero en la tierra nos llaman padres y nosotros les llamamos hijos, sin embargo, son nuestros hermanos. Entonces, como padre Santo de los Últimos Días mi responsabilidad es ser lo más semejante a Nuestro Padre Celestial, porque tengo que cuidar a su hijo, es una responsabilidad tremenda el hecho que mi Padre Celestial me permita a mí tener experiencias de ser padre para que yo le enseñe de tal manera a mi hermano menor que él también tiene que, en algún momento, tomar el papel de Dios… y no porque sea un dios o sea perfecto, sino en el sentido de que tiene que cuidar a un hijo (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
De este modo, su autoridad como padres terrenales tiene un origen divino, y en ese sentido debe ser valorada y respetada, no sólo por los hijos e hijas, sino también por las madres y por los propios padres, quienes deben actuar con “rectitud”, recordando que son representantes de Dios ante sus hijas e hijos: (Ser padre) significa la oportunidad de ser parte del plan de Dios para poder procurar el bienestar de todos los seres humanos ¿no? En este caso, estoy convencido de que, al ser padre, Dios me ha dado, digamos, su confianza para poder pues ayudarle ¿no? a seguir poblando el mundo, y pues cuidar en este caso del ser que Él me confió como mi hijo, mi hija, mis hijas en este caso, eso es lo que significa para mí. (…) la responsabilidad primaria yo creo que es esa: la responsabilidad de padre, de director, de padre-director; no de padre-cuate, como las últimas tendencias de la moda social ¿no? que “soy tu amigo” o “no soy tu papá soy tu amigo”. No creo en eso, creo que el papá es papá, y esa imagen es una imagen designada por Dios que requiere respeto. Eso no implica que el papá está muy alejado de los hijos y que no puede haber vínculos, claro que los hay, los debe haber, pero siempre creo que conservando esa mentalidad de que es su responsabilidad divina (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
De la misma manera en que Dios espera que ellos sean obedientes a su voluntad, los padres SUD esperan obediencia de sus hijas e hijos. Esta expectativa descansa en una creencia de que el conocimiento que ellos tienen como padres posee un grado más alto de refinamiento al que hijas e hijos pudieran tener, no sólo con base en su mayor experiencia, sino porque sus amonestaciones hacia los hijos invariablemente tienen, a su juicio, la finalidad de procurar su bienestar:
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…creo que a veces como hijos, no se valora, quizás como el padre quisiera, o como es; entonces esa ingratitud, esa injusticia, es dolorosa. Ver que no te entienden, que no puedan comprender que como papá lo que dices o haces, incluso sería para dar la vida si es necesario por tus hijos. Pero cuando ellos piensan que es por molestar, que es “porque me hostigan”, que es “porque no me dejas”, es doloroso porque sí dan ganas de decir: “es que no te lo digo para molestar, yo ya lo viví. Es más, yo ya sé lo que va a pasar, ya sé que dentro de 10 minutos te vas a caer y vas a sufrir enormemente, te vas a dar de topes y no lo quieres ver, no lo quieres entender”. O te compré esto porque es mejor para ti, pero bueno no es lo que tú querías y eso a lo mejor te hace sufrir (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años).
Los padres SUD parecen haber incorporado de manera muy clara la noción de que la obediencia es un valor sumamente importante, por lo que transmitirlo a los hijos se vuelve fundamental. El hecho de que la autoridad paterna sea contravenida, puede ser una fuente importante de desazón para los padres. Sin embargo, existe un reconocimiento de la agencia de cada individuo, hijas e hijos en este caso, para obrar conforme a su propia decisión, lo cual sugiere un constante conflicto para los padres que esperan que los hijos actúen como sus propios agentes, pero que su decisión sea la de atender el requerimiento de los padres: …a veces quiero que mi hija me obedezca y no me obedece, entonces, ahí me pongo un poquito triste y digo: “híjole, a lo mejor algo no he hecho bien, no la he educado bien ¿sí? Me gustaría que me obedeciera. Yo se lo he dicho a mi hija: “todo lo que voy a hacer por ti es para tu bien, cada consejo”. Pero también les he dicho: “mija, tú vas a tomar tu decisión” (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años). …a mí me duele mucho cuando alguna de mis hijas desobedece, y de verdad que pienso que Dios también siente feo cuando sus hijos desobedecemos ¿no? …pero finalmente, al final de la vida, cualquier hijo va a tener su albedrío, en algún momento de su vida, y tendrá que decidir sus propios actos (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Si bien los padres consideran legítimo que los hijos tomen sus propias decisiones, también juzgan necesario transmitirles que dichas decisiones no están libres de consecuencia, como un mecanismo para lograr que actúen conforme lo que ellos consideran es mejor para cada hija o hijo: Una de las cosas que considero importante es el transmitir a cada uno de mis hijos el valor de las cosas. Creo que como padre tienes la responsabilidad de transmitir a tus hijos, llámense niños o niñas, el valor de cada una de las cosas que tienes, y de las 83
acciones que tomas. Entonces, cada acción que tú realizas tiene una trascendencia, ya sea momentánea o futura, y tiene un valor, ya sea sentimental o físico, o monetario, lo que sea. Entonces, tienes que estar dispuesto a pagar el precio de las cosas, entonces, creo que esa es la parte que debe de trascender, no nada más, este… el objetivo de esto es que ellos puedan tener los fundamentos necesarios para tomar una decisión ¿sí? Yo no quiero que ellos hagan lo que yo hice, yo no quiero que ellos hagan lo que yo les digo que hagan, lo que quiero es darles esos valores y principios, para que una vez que ellos los tengan, y al momento de decidir, recuerden que su decisión tiene un valor, que puede ser cobrado en ese momento o que después les van a pasar la factura (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
En este sentido, algunos padres consideran legítimo recurrir a una lógica de incentivos para lograr que las hijas e hijos adopten actitudes o realicen actividades que demandan de ellos. Así, es posible entender que los padres castiguen a los hijos cuando consideran que sus acciones no son apropiadas, o les premien cuando consideran que el proceder de los hijos es correcto: Ya sabes, ahorita a los chavos lo que más les duele es la tecnología: el celular, el iPod, la televisión, todo ese tipo de cosas son lo que más limitan. Y luego, obviamente, están en la edad de que los jovencitos quieren echar relajo con los cuates, amigos y compañeros de la escuela. Entonces, al limitarles los permisos, de que –“¡hoy quiero ir a una fiesta!” –“¿Ah sí, quieres ir a una fiesta? Entonces haz tu tarea, tu escuela, tu trabajo aquí en la casa; tus trastes, tu cama, tu cuarto”. Entonces, si tú has cumplido con eso, pues ahí vas llenando los puntos, entonces… esto es un 100%, y si no estás al 100% ¿yo cómo puedo darte un permiso o cómo podemos canjear ese permiso si tú no estás dando nada? (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años). … yo le dije a mi hija: “mija, cada quien nos ganamos, nos sacamos nuestro premio; tú tenías la oportunidad de ir (al concierto), a pesar de que tu mamá no quería ¿cuál era tu condición? Portarte bien, obedecer a tu mamá. No lo quisiste hacer, ni modo, no hay boletos” (José, 44 años, dos hijas de 12 y 10 años).
Asimismo, los padres reconocen que los hijos también tienen la capacidad de ejercer una influencia en ellos, y de lograr que los padres realicen ciertas acciones o tomen ciertas decisiones. Esta lógica se ve alimentada por el esquema de premios y castigos, pues cuando los hijos cumplen con la parte de los acuerdos –propuestos por los padres– que les corresponde, se sienten con derecho a acceder al “premio” ofrecido. Por otro lado, los padres también observan que los hijos cuentan con otro tipo de mecanismos para ejercer presión e influir en la conducta de los padres, y que suelen
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apelar a las emociones de los padres, a hacerles sentir culpa o irritarles con peticiones excesivas. Para José, la experiencia con una de sus hijas ha transcurrido en esos términos, como él lo explica: Bueno, la hija más chiquita todo quiere que le compre. O sea, yo me he dado cuenta, si vamos aquí a Satélite, quiere helado, quiere globos, quiere paletas, quiere comer, quiere todo… quiere pizzas ¡quiere todo! La más grande no tanto; la chiquita… ya estuviera pobre si le compro todo lo que quiere. A veces le he dicho: “no, esto no”. Me ha pasado que me ha hecho berrinche, por ejemplo, la otra vez compramos un papalote, dijimos – ps, un papalote para todos – (imita la voz de un niño llorando) “¡No, yo quiero un papalote! ¡Papá, cómprame un papalote! ¡Yo por qué no…!” y entonces yo dije: híjole, qué mala onda. Costaba como 300 pesos cada papalote y dije – ¡no, son 600 pesos, no, no, no! con un papalote, – “no es que yo quiero el mío, yo lo quería de otra figurita”, y que no sé qué. Bueno, terminé por comprarlo ¡y ahí tengo 2 papalotes arrumbados! (José, 44 años, dos hijas de 12 y 10 años).
Por otro lado, algunos padres también señalan que la sensación que registran es la de que al ceder en ocasiones, y no ser suficientemente estrictos, su autoridad se debilita y sus hijos e hijas adquieren mayor poder, en una especie de juego de suma cero. No me gusta, por ejemplo, cuando mis hijas me contestan, me contestan así, casi, casi me sacan el pecho y me contestan. Eso no me gusta como padre, me entristece, pero creo que también he tenido la culpa, he tenido la culpa, porque mi esposa me dice: te agarran de bajada, cuando dices que no debe de ser no, pero tú a veces dices no y cuando ves ya dijiste sí (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años).
Al mismo tiempo, consideran que su posición como autoridad es vulnerada por ellos mismos, al ser excesivamente transigentes, o intentar relacionarse con sus hijos de maneras no tan autoritarias, más abiertas o flexibles: …pienso que es consecuencia de, en ocasiones, ser flexibles, o no ser tan estrictos o rígidos en los castigos que se les puede hacer. E incluso, hemos tenido también ejemplos de ellas (sus hijas), de que nos han dicho: “pues, no pasa nada ¿no? yo sé que al rato vuelve a ser la cosa normal; para qué hago esto si yo sé que al rato te lloro o le lloro a mi mamá, o te doy tus besos o le doy los besos a mi mamá y obtengo lo que quiero; o hago berrinche y obtengo lo que quiero”, ese tipo de acciones… y de ellas son de quien vienen (Leonel, 40 años, dos hijas de 8 y 6 años).
No obstante, algunos de ellos también hacen una valoración positiva de la toma de consciencia de los hijos e hijas de su individualidad, y de sus necesidades, al 85
considerarlo un aporte de ellos mismos a su desarrollo como personas, uno de los objetivos de la labor paterna que consideran fundamentales: Yo creo que es bueno que reprochen, yo creo que es bueno que me hagan observaciones, me ayuda, me edifica, yo creo que definitivamente es bueno (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años). …afortunadamente tuve ese deseo, por lo mismo que te digo de la espontaneidad de sus comentarios que llega a haber ¿no? que pueden ser crudos pero, sí recuerdo un ejemplo muy particular para con mi esposa, que a ella le toco sufrirlo, que ella quería imponerles un castigo del cual ellas no estaban de acuerdo y terminaron diciéndole: “de todos modos se hace lo que queremos”, casi, casi. Y para mi esposa pues fue así como un shock muy enorme ¿no? Para mí fue una sensación medio cruzada, porque pues, lástima por la reflexión pero qué bueno porque lo exponen, y que bueno porque… pues es la realidad (Leonel, 40 años, dos hijas de 8 y 6 años).
«Y si se te pone rebelde, 2,3 nalgadas… » Lo abyecto en la práctica de padres SUD La posición de poder que el padre posee frente a hijas e hijos, incluso únicamente en virtud de su mayor edad y fuerza física, es un factor latente de desigualdad en las interacciones entre ambos actores. Como se mencionaba anteriormente, las paternidades han transitado de formas profundamente autoritarias de ejercicio de poder, hacia maneras un tanto más igualitarias y respetuosas de los derechos de mujeres, niñas y niños. En la mayoría de los casos, existe una conciencia en los padres mormones de lo importante que resulta ejercer la autoridad paterna de manera respetuosa y mesurada. Al mismo tiempo, la doctrina y normatividad mormonas constituyen un notable referente simbólico respecto a la importancia de evitar los abusos en el ejercicio de la autoridad, pues la jerarquía eclesiástica ha señalado que dichas acciones poseen una trascendencia negativa para quienes incurren en ellas, y lo han hecho en los siguientes términos: “Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios (Iglesia SUD, 1995)”. No obstante, aún son verificables una serie de actitudes consideradas como poco deseables, relacionadas con un ejercicio de poder autoritario, e incluso violento, en el 86
relato que los varones mormones entrevistados hacen de su práctica paterna, en momentos específicos de su actuación como padres. En la mayoría de los casos, los episodios de violencia verbal y/o física, en los que los varones-padres mormones se ven involucrados, están estrechamente relacionados con situaciones con un importante contenido emocional. Es decir, las experiencias, narradas por los padres, en las que consideran incurrir en un ejercicio violento del poder suelen estar directamente asociadas con sensaciones de enojo, frustración o impaciencia. En algunos de los casos, se menciona que dichas emociones se generan, incluso, fuera del espacio doméstico, y que la inhabilidad de los propios padres para procesarlas contribuye a que se presenten eventos violentos en el desarrollo de las actividades como padre: …cuando tus situaciones familiares o de trabajo no las puede sacar de ti, y al escuchar a tu hijo que perdió la chamarra, en vez de preguntarle por qué y cómo, te vas a las nalgadas y a los gritos y a regañarlo. Pero eso es por la incapacidad de no dejar lo que te agobiaba a ti como trabajador, no lo puedes dejar allá y llegas con eso a la casa y “es que perdí la chamarra”, pero no escuchas. Entonces, esa es una situación difícil como padre, en el momento en el que tú no puedes separar las cosas que son de trabajo y dejarlas allá y convertirte en el padre; quieres ser un padre con el problema que tenías en el trabajo. Entonces, eso se convierte en algo complicado (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
El autoritarismo y la agresividad son percibidos como parte del modelo de masculinidad tradicional predominante en la sociedad mexicana. Los padres mormones sugieren que, si bien la normatividad SUD ha sido un referente importante para evitar incurrir en este tipo de prácticas abyectas, la influencia de un modelo tal de masculinidad también ha permeado su labor como padres. Incluso, suelen asociarlo con una especie de esencia masculina, que hace a los hombres proclives a la agresión, el enojo y el despliegue de la fuerza: Yo creo que, de alguna manera, uno responde a ciertos impulsos. Nuevamente, regresamos a la parte biológica, y te voy a comentar una de las situaciones en las que hemos recurrido a eso: estás haciendo alguna actividad que es importante para ti y de repente tu hijo, que está en el patio, patea la pelota y rompe el vidrio de la ventana. Entonces, nuevamente, el adulto no piensa en que el niño se estaba divirtiendo; el adulto piensa: ya tengo que pagar otro vidrio, ya tengo que pagar otra pelota, y corre a ver si no se lastimo el niño y hay que llevarlo al hospital o alguna cosa de esas, es lo que viene a la cabeza del adulto, irracionalmente. Y lo digo irracional porque, de 87
alguna manera, es el impulso del hombre, llamémosle, del animal, llegar y lastimar o de alguna manera sacar la frustración que uno tiene, decirle “¿Por qué hiciste eso?” y viene la nalgada (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años). Creo que golpes nunca se ameritan; lo he hecho, pero nunca se ameritan. No se aprende, no se enseña con golpes, no se enseña con gritos. Repito, lo he hecho, y lo digo con pena porque sí lo he hecho, pero me he dado cuenta que eso no edifica, no ayuda, las cosas empeoran cuando eso pasa, e inclusive viene mayor rebeldía a eso. Creo que sí, la manera adecuada es hablando. Creo que sería maravilloso poder controlar siempre el enojo, y creo que no hay necesidad de enojarse, pero te repito: yo me enojo. Si pudiera no enojarme, o controlarme, para mí sería maravilloso. Si pudiera yo pedirle a Dios un talento, le pediría el talento de mi esposa, la capacidad de negociación que ella tiene, ella puede hablar con sus hijas, tocar su corazón, a arrepentirse y a desear ser mejor, y a mí me cuesta mucho, naturalmente (Gerardo, 43 años, 20, 18 y 13 años).
Lo anterior es así, en una buena medida, también debido a que su propia experiencia como hijos mantuvo a los varones-padres expuestos a formas de masculinidad más cercanas a dicho modelo tradicional que genera en ellos una especie de efecto dual. Por un lado, se presenta una cierta inercia en el ejercicio paterno que los impulsa a reproducir las formas de ejercicio de autoridad a las que ellos fueron sujetos. Por otra parte, estos varones se encuentran constantemente en un ejercicio de valoración de dicho esquema y constantemente deciden resistirlo e intentar transformarlo en pos de formas menos agresivas o autoritarias en la práctica de su paternidad, muchas veces con resultados positivos. Nadie sabe ser el excelente padre pero pues siempre tienes, así, como las guías: ah, pues mi padre me enseño esto, mi madre era así y yo creo que es así. Entonces, como que le vas mediando, porque pues también no puedes ser tan autoritario, tienes que ayudarles a hacerlo pero sin que ellas lo vean como que es impuesto por el dictador… a veces te exasperas tanto que elevas la voz y te das cuenta que te estas convirtiendo en el padre que nunca quisiste, que tú tuviste, y dices: “me estoy pareciendo cada vez más a él” cuándo no es la idea. Entonces, siempre estas luchando con esos paradigmas, siempre te estas cuestionando tú: “¿qué estoy haciendo bien y en qué puedo mejorar?” (Ignacio, 35 años, una hija de 5 años). …muchas veces uno puede decir: “yo no quiero ser igual que mi padre”, pero muchos, y ese es el reto, pueden decir: “pues, yo quiero ser igual que él es”, desde todo, desde cómo le hablas a tu esposa, a ellos, cómo arreglas un conflicto entre hermanos, desde cómo arreglas una situación personal con cada uno de ellos. Todo eso debe de trascender y que ellos lo vean de tal manera que digan: “híjole, mi papá era tan paciente que me escuchaba primero antes de decirme algo”, y es lo que yo pretendo hacer, cambiar el hecho de cómo era con mi padre para poder ser de una mejor manera para con ellos (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años). 88
Aun cuando la mayoría de los entrevistados consideran que las actitudes violentas, como recurrir a un discurso y un tono agresivos o a los golpes, no son la vía más adecuada para gestionar y solventar los conflictos, algunos padres parecen legitimar cierto nivel de agresividad o violencia verbal y/o física, en función de la necesidad de guardar la disciplina o concitar la obediencia en sus hijas e hijos. La mayoría de los episodios de este tipo son descritos por los padres como menores y, en algunos casos, se les considera una medida de carácter drástico pero también eficaz y necesario. Ello puede estar vinculado con cierto nivel de naturalización de la violencia masculina, mediante el cual, algunas actitudes violentas no son siquiera percibidas como tales: …de repente, la mamá les pregunta algo y la respuesta es grosera, entonces la reacción es de “¡hey, niño, tranquilo; es tu mamá!” Entonces, esos son los tipos de acciones que ellos tienen en los que tal vez hemos recurrido, en alguna ocasión, a la nalgada. Con esto no quiero decir que son niños golpeados, pero creo yo que hay momentos en los que debes tener una forma de ser, en tu carácter, para que el niño sepa que si vuelve a ocurrir algo así va a tener una respuesta de esa manera (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años). Creo que para mí no ha sido complicado (ser padre), fíjate. Han sido unos piquitos ahí difíciles ¿no? algunas cositas ¿no? Por ejemplo, cuando eran mis hijas más chiquitas ¿no? que – lávate los dientes, – ahorita, – ¡lávate los dientes! – ahorita, y el ahorita nunca llega. Eh, le tuve que dar un chanclazo a mi hija y, este…, soy papá que no le gusta pegar ni amenazar, pero sí le he llegado a dar una que otra nalgada a mis hijas y santo remedio (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años). – Algunos conflictos o situaciones desagradables ¿ameritan, por ejemplo, ponerse más violento, digamos, agresivo a la hora de hablar, levantar la voz, soltar un golpe? – Pues sí, a veces yo creo que sí es necesario. Bien dicen, por ahí me decían, que una buena nalgada soluciona muchos problemas a destiempo ¿no? Entonces, yo creo que sí, o sea, okey, le explicas, y haces y dices ¿no? y bueno “¿sabes qué? yo te expliqué, yo te dije y tú no obedeces”. Entonces, yo creo que ya dependiendo el grado de falta entonces, yo creo que tal vez, puede ser, pues sí, el levantar la voz, el ponerse ya en otro tono ¿no? igual pues un buen cinturonazo, pues es lo que a veces amerita, y a veces como que nos duele (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años).
Si bien las expresiones autoritarias o violentas de poder son asociadas por los padres con situaciones límite, en las que la disciplina o el orden que ellos juzgan necesario está siendo cuestionado o se encuentra en riesgo, en algunas ocasiones, los varones 89
pueden incurrir en decisiones cuya lógica es más cercana, simplemente, al razonamiento de “porque soy tu padre”. Es decir, en algunos casos, las preferencias del padre son consideradas como válidas en función del razonamiento hecho por el propio padre, sin necesidad de considerar la visión de los hijos o hijas respecto al asunto en disputa: Hace poquito, estábamos, nos invitaron, en una, este, un coctel de bienvenida, entonces le dije al mesero: “no ¿sabe qué? Nosotros no tomamos alcohol”, –“No”, dice, “puede ser una piñita colada sin alcohol”, –“ah, ok, entonces sí nos la tomamos” ¿sí? Pasamos al barcito, afortunadamente no había nada de gente, porque era temporada baja, y había un piano, entonces le dije a mi hija, fuimos con unos amigos, y le dije a mi hija: “tócate una piececita de piano, tú sabes… mira, ahí está el piano, tócate una pieza”, –“¡ay, no, yo no quiero!” le digo: “¿ya ves, mija? te pido que toques una pieza, pero tú si quieres ir al concierto ¿verdad? Por eso no vamos a ir”, le digo, “yo te pido que toques una pieza porque sabes tocarla, porque ahí está el piano, porque para mí es bonito como papá, para que tú practiques lo que ya aprendiste en la escuela, y mira, para eso quiero ahorita que toques el piano, no te estoy diciendo que toques dos horas, toca una piececita, la que quieras, ni siquiera yo te la estoy poniendo, una que tú quieras, pues estamos disfrutando, una piececita y tan-tan”. Y ese día, le dije a mi hija: “ok, no la toques, „ta bien, no quieres tocarla, no la toques ¡pero entonces tampoco hay boletos! O sea, tú si quieres, irte al concierto, y los boletos, y tus tenis, pero yo te pido una piececita y no la tocas, pues no hay boletos” ¿no? (José, 42 años, dos hijas de 12 y 10 años).
La narración anterior es ilustrativa en ese sentido. El padre considera que su petición es válida con base en su propia apreciación de los hechos: se trata de una ocasión propicia para que la niña despliegue sus habilidades y ayude a amenizar el rato de esparcimiento del padre y las demás personas presentes. Sin embargo, parece no considerar la visión de la hija, quien podría no desear tocar el piano por sentirse apenada al hacerlo en público, temerosa de poder equivocarse y ser avergonzada frente a personas desconocidas, etcétera. Sin embargo, al hacer una lectura del hecho como una falta de reciprocidad en la relación entre padre e hija (“tú si quieres, irte al concierto, y los boletos, y tus tenis, pero yo te pido una piececita y no la tocas”), el primero decide que la circunstancia es un elemento válido más para imponer como castigo a la segunda no asistir a un concierto con el que se encuentra entusiasmada. Al final, si bien la hija puede recurrir a una serie de acciones o recursos para intentar modificar la decisión del padre, él tiene la capacidad de decidir en última instancia,
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en función de su posición desigual frente a la hija, si la hija asistirá efectivamente al concierto o no. Por otro lado, algunos padres sí refieren la necesidad de considerar la visión de hijos e hijas, como una muestra de empatía o de condescendencia. Reconocen, entonces, que la visión y las preferencias del padre interfieren en su decisión de lo que es mejor para sus hijas e hijos, y que, en ocasiones, ello pueda llevar a ser impositivo con ellos: …en ocasiones yo, reflexionando, pienso que también son prejuicios de uno, o tiene que ver con ideas de uno. Hay muchos detalles que, por ejemplo, a mis hijas, como a todos los niños, les gusta andar sin zapatos adentro de la casa, y es una cultura que yo no tengo. Entonces, ese tipo de detalles, de que no me obedezcan para que se protejan los pies, aun estando dentro de la casa, es algo que me ha costado trabajo. Yo las trato de entender, de que es agradable, porque pues a mí también me gusta estar descalzo, pero en ciertos momentos, y a ellas, pues, no pueden diferenciar eso. Entonces, pues en todo momento les gusta estar descalzas, y ese tipo… de no poderlas orientar o no mantenerles su orientación en todo momento, pues finalmente está reflejando algo de lo que yo traigo. Yo en todo momento ando con mis huaraches o con mis chanclas y con ellas no puedo, o sea, yo sé que sí tienen esa necesidad de sentir el pie sobre la superficie, la temperatura de la superficie y las texturas de la superficie, que es algo que a lo mejor yo ya no me permito disfrutar y, lamentablemente, pues a ellas es a las que arrastro a tener ese mismo patrón que yo tengo ahorita. Mis justificaciones pueden ser muchas, desde aspectos de la salud a aspectos de higiene, pero pues no he sido lo suficientemente claro, o lo suficientemente firme, o yo no he sido lo suficientemente laxo en ese sentido para intermediar o mediar algo (Leonel, 40 años, dos hijas de 8 y 6 años). – por ejemplo: “hay que cepillarse bien los dientes antes de dormir o después de cada comida” –“¿por qué, papá?” –“bueno, porque unos dientes limpios nos ayudan a tener buena salud en nuestra boca, así que tienen que estar limpios”. Y entonces, ella está aprendiendo esos hábitos: el lavarse las manos, el después de jugar con la mascota te tienes que lavar las manos, usar jabón, no desperdiciar agua, no desperdiciar papel, secarse las manos, no dejar chorreado, ese tipo de cosas ¿no? esas son las normas que ella tiene que aprender porque son esenciales, que nosotros ya las dominamos pero para ellos son nuevas. Entonces tienes que estar repitiendo, repitiendo, repitiendo, para que cuando ella ya lo domine pues es un peldaño más, y un peldaño más, y es así como, pues mientras ella se va convirtiendo en nuestra hija ideal, nosotros también vamos siendo los padres ejemplares para ella no, aunque no es nada fácil. – ¿qué es lo que lo hace difícil en tu caso o en tu perspectiva? – que tú eres un adulto y ella es un niño, y su mundo es diferente al nuestro. Entonces, yo no quiero que ella se eleve a mi nivel, yo me tengo que bajar a ese nivel y explicarle para que ella lo entienda, entonces, esa es la dificultad (Ignacio, 35 años, una hija de 5 años).
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«Viviréis juntos en amor» Afectividad en las relaciones entabladas por varonespadres mormones. Las relaciones familiares y paterno-filiales poseen un ingrediente afectivo que es central en la significación que los varones SUD hacen de las mismas, y de las interacciones que tienen lugar como parte de ellas. En la visión doctrinal mormona, el “amor”, entendido como una “profunda devoción y afecto” (Iglesia SUD, 1993: 13) hacia la pareja y los hijos e hijas, es el motor que debe impulsar la vida en familia y regir la práctica paterna. La normatividad SUD incorpora con claridad esta dimensión afectiva, como lo ilustra la declaración de las autoridades eclesiásticas mormonas, en el sentido de que “el esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos” (Iglesia SUD, 1995). El amor a Dios, a su pareja, y a sus hijos e hijas, así como el que reciben de estas tres entidades, es central para la concepción de los varones mormones de su condición de padres; dota de sentido su actividad como tales, les permite encontrar una gratificación en ella y articula el significado de ser esposo y padre. Aun cuando los padres señalan que el amor para con su pareja e hijos está presente en sus relaciones con ellos, algunos consideran que este afecto toma formas particulares, que suelen ser distintas a las de sus respectivas parejas mujeres, convirtiendo el ámbito afectivo en un terreno más para la configuración y expresión de la masculinidad. Por otro lado, al permitir que las relaciones familiares y paterno-filiales estén permeadas por el afecto, se da lugar a espacios de convivencia que resultan edificantes, placenteros y divertidos para los padres. Así, la paternidad es una experiencia en la trayectoria vital de los varones SUD que les aporta en un sentido emocional y que, si bien está compuesta por episodios de conflicto y desazón, puede brindarles momentos de placer, alegría y satisfacción.
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«Bueno, primero amo a Dios…» El amor doctrinal como fuente de significación de la paternidad Como se mencionaba anteriormente, el referente simbólico más importante del “amor verdadero” es el del propio Dios quien, movido por ese amor, ha diseñado un plan para que su familia, la familia humana, pueda alcanzar la felicidad en esta vida y aun después de ella (Iglesia SUD, 2009: 9-12). Creer que Dios es un padre amoroso, preocupado por el bienestar individual de cada uno de sus hijos –todos los seres humanos– es uno de los elementos centrales de la fe mormona. El amor de Dios es percibido a través de los dones con los que “bendice” a sus hijas e hijos, entre los cuales se encuentra el conocimiento de su “naturaleza” o su origen “divino” y, por supuesto, la posibilidad de ser padre. Puesto que el amor del Padre Celestial –como se refieren los mormones al Dios de la tradición judeocristiana– precede a cada uno de los mandamientos que da a Sus hijos, la obediencia a Su voluntad es, a su vez, una muestra del amor y la confianza hacía Él. Así, cuando el Padre Celestial delega su responsabilidad paterna en hombres para que lo representen frente a Sus hijos, en el ámbito más inmediato de la familia, los varones pueden sentirse amados por Él e investidos con su confianza. Del mismo modo, la experiencia paterna es percibida por algunos padres mormones como una representación de la paternidad de Dios sobre ellos mismos. En palabras de Sergio, padre de dos hijos: …para mí es una representación del amor que Dios tiene para ti, y te deja sentir algo de lo que Él siente por ti. Para mí es esa sensación: así como yo estoy tomando ahorita a mi bebé, Dios tiene ese mismo sentimiento por mí, y poder sentir en ese momento esa función de ser padre y de tener entre las manos algo tan delicado como es el cuerpo de un bebé (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
Así, el padre amoroso, que actúa en función de ese profundo afecto, es similar a Dios y se encuentra en la ruta correcta hacia la salvación. El Nuevo Testamento bíblico señala que el amor por Dios se demuestra, además, siendo obediente a sus mandamientos (La Biblia, Juan 14:15). Ello resulta un referente simbólico importante para los padres, al referir que la falta de obediencia de sus hijos produce en ellos sensaciones de tristeza y desaliento. 93
«La cosa es vivir en pareja… una familia empieza con los padres» Paternidad y matrimonio Por otro lado, la paternidad es concebida, idealmente, por los varones-padres SUD como resultante de la relación de pareja, fundada en el afecto de los cónyuges e institucionalizada a través del matrimonio. En este sentido, el afecto entre la pareja es también un elemento importante de la vida familiar. Como se mencionó anteriormente, el matrimonio es considerado como un momento necesario en la vida de todo varón y toda mujer, y tiene, por tanto, un sello de naturalidad. Al mismo tiempo, el matrimonio posee también la carga simbólica de la afectividad, como fuente de significado y legitimación. Andrés, uno de los padres entrevistados, expresa con claridad esta visión, compartida por muchos varones mormones, al hacer un recuento de los motivos para su decisión de contraer matrimonio: “nos casamos sin ninguna, cómo se podría llamar… no había ninguna presión, no había nada. Nos casamos por querer, por amor, porque decíamos: ¿sabes qué? ya es hora” (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años). La normatividad eclesiástica SUD señala que: “La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa” (Iglesia SUD, 1995). Los varones-padres entrevistados señalan que, en efecto, el amor hacia su esposa es central en la manera en la que ellos, y aquellos alrededor suyo (su propia pareja, hijas e hijos) conciben su posición y su desempeño como padres. Este afecto es, pues, un ingrediente central de las relaciones familiares, y un incentivo para actuar de acuerdo con sus principios y valores, tanto eclesiásticos como personales: También tienes que evaluarte si eres buen marido, buen esposo o buena pareja, porque los hijos eso también lo notan; si te llevas bien con tu mujer, si eres cariñoso, amoroso; si la relación como de noviazgo que tuviste en su tiempo la sigues viviendo, o sigue estando ahí, a flor de piel. Yo creo que ese es un punto en el cual marca de que, pues, estás haciendo bien las cosas ¿no? porque tus hijos, a fin de cuentas, igual, van a tratar de imitarte, a fin de cuentas. Entonces, bien dicen que los hijos son el 94
espejo de uno ¿no? el reflejo de uno, entonces, si tú ves que ellos son amorosos, cariñosos o respetuosos con los demás personas es porque lo viven en casa ¿no? o lo ven en casa (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años).
«Si no tuviera hijos ¿quién me va a abrazar y a llorar conmigo?» Afectividad en las relaciones paterno-filiales En el documento La Familia. Una proclamación para el mundo, al referirse a la paternidad como una bendición, la jerarquía eclesiástica SUD cita parte del texto bíblico según el cual: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” (La Biblia. Salmos 127: 3-5). Esta visión poética de la paternidad parece haber hallado eco en la subjetividad de varios de los varones-padres entrevistados, para quienes la convivencia con sus hijas e hijos no es, únicamente, una notable responsabilidad, sino una actividad gratificante y significativa. Algo que yo disfrutó mucho es poder convivir o sentir el afecto de mis hijas. Muchas veces, yo lo pienso así, es más fácil para los hijos admirar, aceptar y querer a la mamá, y creo que yo, por estar fuera todo el día, por ser más descuidado, más insensible en algunos puntos, no siento ese mismo apego de mis hijas hacia mí. Pero de pronto cuando tienen un gesto y dicen: “es que, papá, admiro de ti esto, o respeto de ti esto”; y me doy cuenta que reconocen ciertas virtudes, o cualidades o talentos que yo tengo, eso me llena muchísimo, porque quizá son puntos que a veces no espero, o que creo que ellas nos están viendo en mí… me gusta estar con mi familia, salir en la bicicleta, al cine, a donde sea. Me gusta verlas sonreír, me gusta verlas dormir. Admiro a mi familia, a mi esposa, a mis hijas, a veces creo que son demasiado grandes para mí, las admiro mucho, esos son algunos de los aspectos que más me gustan, verlas convivir, verlas siendo buenas hermanas (Gerardo, 43 años, 20, 18 y 13 años).
Al analizar las narraciones de las experiencias que los padres SUD entrevistados evocan como gratificantes, es claro que la paternidad es un espacio con una alta carga emocional tanto para ellos, como para sus hijos. Los padres reconocen que, como se ha señalado anteriormente, las emociones que experimentan pueden ser negativas, en muchas ocasiones. Sin embargo, reconocen que su paternidad les brinda también oportunidades para experimentar sensaciones y emociones placenteras:
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Pues son detalles de mis hijas, son detalles de mi esposa, son pláticas que llegamos a tener, son acuerdos que llegamos a tener los cuatro, porque somos cuatro de familia. Y ese tipo de pláticas, diálogos, comentarios, chistes, si quieres, propuestas o anécdotas que alguien llega a comentar, pues es algo que supongo no te lo puede dar en otro tipo de relaciones que no fuesen dentro de la familia. Sí hay malos momentos pero afortunadamente uno valora más o rescata más esos buenos detalles. Uno de ellos fue el de ahora: el logro que mi hija tuvo al exponer su felicidad por tener, o ser parte de una familia, por ser parte de nosotros, y eso pues es algo que no lo esperaba yo, y que lo sentí muy honesto… Yo me siento a gusto, me siento feliz por ella. No sé si decir satisfecho, porque implica que te limitas; disfruto el momento, disfruto la sensación, todo lo que conlleva, todo lo que trae atrás y lo que genera en mí. Y lo que genera en mí pues es esa felicidad, ese gusto, ese deseo y ese respeto por el sentimiento que se ha generado para ella (Leonel, 40 años, dos hijas de 8 y 6 años).
La mayoría de estos padres manifiesta valorar altamente el afecto de sus hijas e hijos, por lo que las expresiones del mismo que reciben de ellos son un elemento simbólico que, de manera importante, dota de significado su vivencia como padres. Cuando, por ejemplo, te quieres levantar tarde un fin de semana y llegan a la cama a despertarte y a jalarte las orejas y todo eso, yo creo que es lo que más disfruto, el sentir el cariño de tus hijos pequeñitos, que se acercan y te dicen, sinceramente: te quiero, papá, o ah, qué bonito que ya llegaste. O cuando llegas del trabajo, y apenas vas abriendo la puerta y vienen corriendo a abrazarte, para decirte, o darte la bienvenida. Yo creo que son los momentos que más disfrutas, y que te das cuenta que estás haciendo tu labor como padre. (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años). Esa película, ese día, yo me acuerdo que me dio un sentimiento bonito, que empecé a llorar. Y abracé a mi hija, y me vio llorar mi hija y ella empezó a llorar, y yo lloré con ella. Y yo le dije: “mija, esto es lo que yo quiero que tú sientas; que conozcas a tu marido, que seas feliz, ¡que disfrutes la vida! Y quiero decirte, mija, que te quiero mucho, que para eso trabajo, para eso nos sacrificamos, y eres mi hija, eres un pedacito de mí”. Y entonces lloró, me abraza mi hija y me da un beso, y me dice: “te quiero mucho, papá”. Cuando yo oigo esas palabras, que me las dice mi hija, ahí es cuando digo: “¡aaaay, este es, creo yo, el propósito de la vida!” Si no tuviera hijos ¿quién me va a abrazar y a llorar conmigo? (José, 42 años, dos hijas de 12 y 10 años).
La paternidad es, en muchos sentidos, una actividad trascendente para los varones SUD entrevistados. Así, transmitir afecto a sus hijas e hijos, y recibirlo de ellos, brinda a los padres una sensación de trascendencia en su actuar como tales, convirtiéndose en una fuente importante de gratificación, así como de potencial frustración y desencanto cuando el afecto no fluye conforme a las expectativas de padres e hijos, u otros actores involucrados en el proceso. Al mismo tiempo, en varios 96
de los padres entrevistados, existe una conciencia de que la naturaleza afectiva de tales relaciones es dinámica, y que el afecto se va construyendo, alimentando y modificando con la vivencia y las experiencias.
«Si no tuviera a mis hijos ¡qué aburrida sería la vida!» La dimensión lúdica de la paternidad Un aspecto importante de la dimensión afectiva de la paternidad entre varones SUD, es el relacionado con los elementos lúdicos de su vivencia como padres. Además de la gratificación de sentirse queridos y valorados por sus hijos e hijas, los padres relatan experiencias en las que la paternidad aparece como una actividad divertida, que les ofrece una serie de momentos y espacios para lo lúdico. Ser padre me ayuda a ser creativo y eso me parece ser divertido, a imaginar, a ver cómo puedo hacer más o mejor. Es muy divertido ver a mis hijas bromear, convivir, llevarse bien; además de padre es divertido, además de bonito es divertido. No es fácil, pero es divertido conquistar desafíos o vencer lo que es desafiante (Gerardo, 43 años, 20, 18 y 13 años).
Las oportunidades para el entretenimiento de los padres pueden presentarse de manera directa, en la propia convivencia con hijos e hijas, pero también de forma un tanto más indirecta, como ocurre con las ocasiones para socializar y convivir con otros individuos en situaciones derivadas de su posición como padres, como lo expresa José, por ejemplo: Muchas de las satisfacciones que yo he recibido como papá me las han dado ahora mis hijas; ejemplo: mis hijas empezaron a practicar basquetbol, –“papá, hay un partido de basquetbol” –“¿dónde va a ser?” –“pues, en tal parte”. Bueno, las llevamos, fuimos con otros papás a llevar a nuestros hijos a jugar basquetbol con otro equipo. Y ahí estábamos los papás, echando porras ¿no? ¡Échale mija, bien, bien! Hicimos amistad con los papás, nosotros, llegamos a hacer bonitas amistades con los papás ¿por qué? porque ahora mis hijas me jalan a mí, en sus actividades que ellas tienen. Y me han llevado mis hijas a que conozca a otras personas, que no hubiera conocido si no hubiera tenido hijos. Y buenos amigos, buenas personas, buenas amistades que hemos hecho. Y entonces, ahora digo: ahora mis hijas me están dando a mí; en vez de darles yo, ellas me están dando, me han dado entretenimiento (José, 42 años, dos hijas de 12 y 10 años).
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Al considerar los elementos lúdicos de su quehacer como padres, algunos de los varones aluden también a un elemento generacional. Los padres pertenecen a una generación adulta, para la cual existen una serie de referentes sociales en torno a momentos, espacios y actividades para la diversión como adulto. Por su parte, los hijos en edades infantiles, (la mayoría de los entrevistados son padres de niños y niñas) disfrutan de otra serie de actividades y momentos lúdicos. La convivencia de los padres con sus hijos en edades infantiles es percibida por los primeros como una experiencia que les permite conectar con su propia vivencia infantil, la cual sienten ya lejana: Finalmente, uno como adulto, al darle más valor a una chamarra que se les perdió que a un momento de diversión, que se fueron a jugar futbol y que se le perdió la chamarra en el patio… Uno piensa en la chamarra, claro, pero ¿por qué no piensas en el momento que él paso feliz jugando futbol? Pero bueno, ya son involucrar cosas de adulto que tú comienzas a meter, y a romper el esquema de la felicidad del niño (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años). – Hay quienes han dicho que ser padre les resulta divertido ¿a ti te ha resultado divertido? – Sí, es una experiencia. Y sobre todo que, el hecho de ser padre justifica hacer locuras, como el hecho de hacer caras con ella. Yo no me imagino un adulto, a mi edad, haciendo caras en el carro, pero cuando vas con tu hija puedes hacerlo, puedes cantar, gritar, reír, darte maromas en el pasto y lo justifica porque estás con tus hijos, entonces, sí se te permite. Sobre todo yo, que soy una persona muy inquieta, puedo hacer cosas que a mi esposa le avergüenzan pero a mi hija le divierten, entonces eso me da cierta permisividad, abre puertas, es una experiencia padrísima por ese lado (Ignacio, 35 años, una hija de 5 años).
«No estoy diciendo que por eso yo pueda equiparar el amor, muy distinto, de mamá al de papá» Consideraciones de género en torno a la afectividad de los padres Si bien, para la mayoría de los padres SUD, la afectividad es un elemento importante de su labor como padre, es también un terreno que, por su “naturaleza” masculina, les es menos familiar. En general, los varones-padres entrevistados comparten la idea de que los hombres poseen cualidades más cercanas a la fuerza y la racionalidad, en contraste con las mujeres, más cercanas a lo emotivo, y más proclives a ser sensibles y empáticas:
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– Creo que hay una naturaleza normal definitiva, entre hombre y mujer. Entonces, partiendo de ahí, creo que esa diferencia implica la situación de ser madre como la persona que es noble, que es sensible, que es comprensiva, que es amor abiertamente. Y ser padre significa ser ejemplo, ser firmeza, ser protección. Creo que los roles están muy bien definidos, para que el hogar pueda llamarse así, o la familia pueda llamarse así. Sí, definitivamente hay diferencias, diferencias hermosas y necesarias para poderse complementar. – Hablabas, por ejemplo, de las madres siendo más amorosas y los padres siendo, en contraposición… ¿cómo? – No, quizá equivocó la respuesta. Si no más amorosas, yo creo que el amor es semejante, o puede ser muy igual, yo creo que apunta más hacia esa diferencia que te comentaba, en cuanto a es más fácil para la mujer… ser más… o demostrar el amor, no ser más amorosa, que para el papá. O sea, para el papá, como hombre, tú tienes menos romanticismo, tienes menos detalles, creo que por naturaleza. La mujer no olvida un cumpleaños, no olvida una fecha importante, los hombres, en general, yo me imagino que debe haber hombres que son muy detallistas, pero en general, no es tan fácil demostrar el amor que puede sentir también y puede ser muy grande (Gerardo, 43 años, 20, 18 y 13 años).
El hecho de que la normatividad religiosa enfatice como responsabilidad fundamental de los varones “el proveer y proteger a su familia”, y de la madre “criar” a los hijos, parece interactuar de manera poco conflictiva con nociones seculares respecto a la “naturaleza”
de
los
sexos,
basadas
en
consideraciones
de
tipo
biologicista/esencialista, según las cuales, los elementos biológicos y fisiológicos de la constitución masculina y femenina están vinculados estrechamente con características
emocionales
y
psicológicas
atribuibles
a
los
individuos,
primordialmente, en función de su sexo. En este sentido, los varones parecen suscribir la creencia de que la participación de las mujeres en el proceso de gestación de hijas e hijos las ayuda a conectar más fácilmente con su emoción y a desarrollar un vínculo afectivo por ellos, lo cual las hace más sensibles a sus problemas y necesidades. Por otro lado, en su mayoría parecen descartar –de manera implícita– la posibilidad de que los padres desarrollen un vínculo similar, al asociar dicha posibilidad únicamente con el elemento biológico: Híjole, es que la diferencia, yo creo, que puede haber es que las madres pueden, yo creo que más, amar más a sus hijos porque ellas los procrearon ¿no? Y, realmente, ellas llevan a sus hijos en el vientre. Y, siento que, realmente, es más doloroso para una madre perder, o tener malos resultados de sus hijos, como madre que como padre. Yo creo que también como padre se siente uno decepcionado, o te apachurra el ver que tu hijo no obedece o eso ¿no? Pero, siento que la diferencia entre madre o 99
padre pues si marca, o hay alguna diferencia (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años). El rollo de ser madre, pues, tiene esta cuestión de que ellas tienen dentro de su cuerpo al bebé que están engendrando ¿no? y por lo tanto creo que por más que un papá le piense y quiera sentir, pues la mamá tiene digamos una, o sea, no sé si es una ventaja o una desventaja ¿no? el hecho de tener adentro de ellas un bebé. Y por lo tanto siento que las mamás…, no hablo tal vez en mi caso, pero hablo de muchos casos que incluso se ven en la televisión y este rollo, donde las mamás son mamás toda la vida, y los papás puede que no. Por eso yo creo que es muy común que haya matrimonios donde el papá se desaparece y ya no cumple sus responsabilidades, cuando llega a haber algún problema, de algún divorcio o alguna separación, por x o y circunstancias. Como que para el papá le es mucho más fácil desprenderse que la mamá; le echa un poquito la culpa a esa situación del engendrar ¿no? como no engendramos a nuestros hijos, siento que es más fácil desprendernos de ese afecto, de ese vínculo ¿no? yo creo que esa es la gran diferencia (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Por otro lado, algunos padres intuyen que la relación con hijos varones puede ser diferente a la entablada con hijas mujeres, a pesar de que ninguno de ellos ha vivido la experiencia de contrastarlo (todos los entrevistados, excepto uno, tienen más de un hijo o hija, pero todos o todas de un mismo sexo). Ello es ilustrativo de las nociones previas que los individuos poseen, incluso antes de convertirse en padres, respecto a las relaciones entre los sexos, y de las actividades que consideran más propicias para individuos de uno u otro sexo y, en particular, de la dimensión afectiva de las mismas: …más por las funciones: la madre, educación, atención; y el padre pues en el caso de que sean hijos… siento que, a lo mejor, cambiaría si fueran hijas: el modelo a seguir seria la madre, la guía a lo mejor, el que nunca se salgan de su senda o meta. El padre, si tuviera hijas, a lo mejor a mí me tocaría la parte más fácil, porque dicen que las hijas son muy cariñosas con los papás. A lo mejor a mí me tocaría apapacharlas por los regaños de la mamá: “ya te quedó mal esto, o hiciste mal esto”. Siento que cambian mucho los roles, entre la mamá y el papá, cambian mucho, cuando son hijas o hijos, y es en base a las funciones, pienso (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años).
Lo anterior puede resultar conflictivo en un nivel emocional para los propios padres, e incluso para hijas e hijos. La rigidez con la que suele interpretarse la naturaleza de las relaciones con hijos-varones versus la de las relaciones con hijas-mujeres puede dar lugar a frustraciones o confrontaciones entre ambas partes. 100
Quizás hay cosas, detalles, que yo no observo, me es difícil ser detallista. Me es difícil ser tolerante, soy muy impaciente, me es difícil inclusive, bueno, hablo de impaciencia porque si vamos de compras, antes eran muñecas y juegos de té, cuando eran niñas, y pues para mí eso es aburrido. Ahora es ropa, cosas de niñas, detalles de mujeres y sigue siendo aburrido para mí, y eso es cansado. Juegos, en ocasiones inclusive las he lastimado, lloran y ya me regaña mi esposa porque, sencillamente, a veces no mido, o sea, yo creo que estoy siendo suave, pero soy hombre, y no sé, siempre los hombres juegan duro, juegan recio, sudan, no sé, hay mucha diferencia. Las niñas son otra cosa, ellas están en el piano, en la computadora, no sudan, no huelen feo, o sea, es completamente diferente. Y yo, es algo que me ha costado trabajo… cómo será la palabra, congeniar, entender, porque, a veces, he sufrido, yo soy el que sufre, porque a veces las lastimo y lloran, porque me pasé de fuerza. Pero después me hace sufrir eso, pensar que no soy comprensivo, que no mido que son niñas… sufro mucho cuando las hago sufrir, cuando por mi causa ellas lloran, cuando por mi causa ellas no se sienten atendidas, cuando olvido algo que es importante para ellas (Gerardo, 43 años, 20, 18 y 13 años).
Algunas consideraciones finales en torno a las relaciones de poder y afectividad Hasta este punto, se ha buscado analizar las concepciones y significados que los varonespadres SUD atribuyen a la paternidad, en el marco de las relaciones que ella supone, mediante las cuales los padres interactúan con su pareja, hijos e hijas. Esas relaciones se establecen, simultáneamente, en términos de poder y de afectividad. Los varones-padres se encuentran en una posición de poder más ventajosa que la de la madre, en virtud de una estructura familiar generizada, pero cuyas dinámicas ofrecen espacios para la resistencia y el equilibrio de poder. Lo mismo es cierto para las relaciones paterno-filiales, las cuales también son un espacio en que el ejercicio del poder circula en dos direcciones. Al mismo tiempo, el afecto funciona como un elemento subjetivo que nivela simbólicamente a los actores, en tanto que el “amor” entre los miembros de la familia puede fluir en diversas direcciones, y orientar las prácticas de los varones-padres, y de cada uno de los miembros de la familia. La normatividad mormona en torno a la paternidad es clara en dos sentidos: el padre debe ser la autoridad presidente en el hogar, y debe ejercer esta autoridad con base en el amor que siente por su familia. Este discurso normativo es recibido por los varones-padres SUD, y resignificado a nivel individual, de manera tal que las valoraciones en torno a cómo hacer compatibles estos dos principios pueden variar de unos padres a otros. Mientras que, por ejemplo, todos ellos condenan, en algún nivel, el uso de la fuerza física o de la violencia verbal en el ejercicio de la paternidad, algunos de ellos lo legitiman en ciertos momentos con base en su eficacia, como último recurso en situaciones extremas, mientras que otros lo atribuyen a la incorporación de su parte, de un modelo de masculinidad dominante, asociado 101
con la fuerza y la violencia como atributos inherentemente masculinos, por medio de su experiencia como hijos o como miembros de una sociedad como la mexicana. Lo anterior es un ejemplo de como la normatividad religiosa dota a los padres de referentes simbólicos importantes que pueden ayudarles a tomar distancia de modelos de paternidad más autoritarios o violentos. Sin embargo, esta distancia es mayor o menor de padre en padre. Al mismo tiempo, podemos advertir que no significa, necesariamente, que los padres abandonen del todo un ejercicio violento o autoritario de la paternidad. No obstante, sí se observa en los padres una conciencia de que una conducta tal puede ser censurada por sus pares, su pareja o sus propios hijos que puede dar lugar a tensiones en los varones. Se trata de una convivencia de los valores y principios religiosos con prácticas ampliamente difundidas y toleradas –si bien, cada vez en menor medida– socialmente, que a veces puede ser armónica y en por momentos contradictoria. Algo similar se observa con el elemento afectivo, tan presente en la normatividad religiosa del credo que los padres practican. Lo afectivo funciona como un referente simbólico que permite, hasta cierto punto, que los padres busquen hacer de la actividad paterna una experiencia principalmente significativa, gratificante e incluso divertida, no sólo para ellos sino para sus hijas e hijos. Para los propios padres, ello contraviene las formas más comunes y tradicionales de ejercicio paterno, representadas por la figura de padres más bien ausentes y poco afectivos. Sin embargo, algunos de los varones-padres aún evidencian un importante peso de referentes simbólicos de género, compartidos por una amplia porción de la sociedad mexicana, según los cuales demostrar afecto o ser cariñoso es una labor innatamente difícil para los hombres.
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CAPÍTULO IV - «EL SER PADRE SANTO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS ES UNA RESPONSABILIDAD TREMENDA…» VARONES MORMONES Y RESPONSABILIDADES PATERNAS
Además del entramado de relaciones en las que los varones-padres se ven involucrados, la paternidad representa para ellos una serie de responsabilidades que “deben” atender. Como se ha apuntado anteriormente, la literatura sobre paternidad se ha abocado ya ampliamente a describir los problemas generados por el incumplimiento de los varones de dichas responsabilidades. No obstante, se considera igualmente importante analizar la manera en la que los varones-padres que han asumido dichas responsabilidades, en mayor o menor medida, y observar la relación que ello guarda con su concepción del ser padre. En el presente capítulo, se intenta dar cuenta de cómo la significación hecha por los varones mormones de su posición como padres se vincula con su práctica paterna, particularmente en torno a esas responsabilidades como tales. En el Libro de Mormón, texto doctrinal clave para los varones-padres SUD, es posible encontrar un modelo de padre que, como producto de una relación estrecha con la deidad, es capaz de cumplir con sus responsabilidades como tal. El texto relata la prédica de un profeta llamado Benjamín, en la cual amonesta a los padres conminándoles a establecer una comunión con Dios, que los coloque en armonía con Él y les permita obrar de manera correcta, lo cual incluye observar sus responsabilidades como padres: Y he aquí, os digo que si hacéis esto, siempre os regocijaréis, y seréis llenos del amor de Dios (…) Y no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente, y de dar a cada uno según lo que le corresponda. Ni permitiréis que vuestros hijos anden hambrientos ni desnudos, ni consentiréis que quebranten las leyes de Dios, ni que contiendan y riñan unos con otros y sirvan al diablo, que es el maestro del pecado, o sea, el espíritu malo de quien nuestros padres han hablado, ya que él es el enemigo de toda rectitud. Mas les enseñaréis a andar por las vías de la verdad y la seriedad; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro (El Libro de Mormón, Mosíah 4: 12-15. Cursivas agregadas).
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En este pasaje es posible apreciar una triple orientación de la actividad paterna. En primera instancia, se habla del padre como encargado de la manutención y el sustento material de los hijos, y por tanto, de la provisión como una responsabilidad paterna. En segundo lugar, se habla de la necesidad del padre de ser garante de la observancia de los principios religiosos y doctrinales asumidos por la familia SUD. Finalmente, se enfatiza la labor del padre como trasmisor de principios y valores religiosos que rijan la vida de los hijos. Esta triple vertiente de las responsabilidades paternas es explorada a lo largo de este capítulo. En primera instancia, se explora la responsabilidad que, en sí misma, implica la necesidad de formar una familia y ejercer la paternidad. Posteriormente, se abordan cada una de las tres dimensiones de la responsabilidad mencionadas anteriormente, en tres apartados correspondientes.
Formar una familia y «presidir» sobre ella, un mandamiento para los varones SUD. Además de un privilegio –una bendición–, ser padre es concebido por el mormonismo como una responsabilidad divina. La normatividad SUD es muy clara respecto a la importancia de la paternidad en la trayectoria ideal de los varones. Varios de los padres entrevistados se refieren al “ser padre” como una etapa esperada de manera natural en sus vidas, una labor que “debe” desempeñarse, y se refieren a la paternidad como “el propósito de mi vida como hombre” (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años), “el poder trascender en la humanidad” (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años) o una experiencia que les permite crecer y progresar. Este último punto, particularmente, está ligado a la noción mormona de que el “aceptar responsabilidades conlleva bendiciones” y contribuye al progreso y la felicidad personal y familiar (Iglesia SUD, 2009: 239). Así lo refrenda el testimonio de Gerardo, quien señala que: Ser padre para mí implica, primeramente, mucha responsabilidad, quizás por esa razón pienso que a algunas personas no les gusta ser padre, pero creo que una de las razones principales por las que uno debiera serlo, o por las que a mí me gusta serlo, es porque adquieres un grado de responsabilidad, creces, definitivamente, como persona; creces, te conviertes en una persona más madura, más centrada, tienes 104
metas, objetivos, tienes razones para vivir y para vivir bien (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20,18 y 13 años).
Como se mencionaba al hablar de la normatividad eclesiástica en tormo a la masculinidad y la paternidad, se espera que esta última tenga lugar dentro del marco de la institución matrimonial, cuyo propósito fundamental es el de formar una familia. A este respecto, la jerarquía eclesiástica SUD ha señalado: El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva tenía que ver con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el mandamiento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable. También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa (Iglesia SUD, 1995).
En este punto, hay un elemento importante a considerar en torno a la paternidad como una responsabilidad. Ella debe ser el resultado de un matrimonio, preferentemente sancionado por la Iglesia SUD, o al menos formalizado por las instituciones estatales. Aun cuando la Iglesia es tolerante hacia algunas otras formas de organización familiar (familias monoparentales o separadas por asuntos como la migración), el modelo simbólico de referencia para la familia es biparental, heterosexual y, desde hace más de un siglo, monógama.45 Si bien, las formas realmente existentes de organización familiar en México han venido diversificándose notablemente desde hace más de dos décadas (Echarri, 1995, Ojeda 2009), este referente simbólico de familia ha estado presente en la sociedad urbana mexicana, desde hace varios años. Así, parece haber sido interiorizado por los padres SUD a través de su socialización en un núcleo cultural que valora un modelo tal como positivo y un credo que lo pondera como ideal. Un ejemplo de ello es el aportado por José, uno de los padres entrevistados, quien al ser cuestionado sobre si se considera a sí mismo un buen padre, señala que en efecto él evalúa su actuación 45
A este respecto, vale la pena recordar que, si bien la Iglesia se ha pronunciado en contra del matrimonio plural, ésta fue una práctica común entre los mormones, sustentada en un principio doctrinal, cuya modificación se dio luego de más de seis décadas de su adopción.
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como padre de forma positiva, en razón, en primera instancia, de que se ha esforzado en planear “muy bien” su noviazgo y su matrimonio. Al mismo tiempo, se observa una incorporación de otro tipo de nociones hasta cierto punto contradictorias con la normatividad religiosa SUD aquí expuesta. Aun cuando los padres señalan la importancia de seguir el consejo del liderazgo eclesiástico, es también claro que en términos del tamaño de la familia, por ejemplo, los padres han optado por un número reducido de hijos, puesto que el promedio del número de hijos en las familias de los entrevistados es de 2.3 y ninguno de ellos tiene más de tres hijos, lo cual es consistente con la tendencia nacional.46 De lo anterior se infiere una decisión consciente, en alguna medida, por parte de los padres y/o sus parejas, así como la implementación de alguna estrategia de anticoncepción. De esta manera, parece razonable asumir que, además de los aportes de la normatividad religiosa que profesan, lo padres-varones SUD incorporan elementos de orden secular en su manera de entender y, por tanto, de practicar la paternidad. Un terreno clave en el que esto puede observarse es el de la provisión que se discute en el siguiente apartado.
«¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?» Padres mormones proveedores En el Nuevo Testamento bíblico, por ejemplo, Jesús enuncia la frase que se retoma para el título de este apartado, con la intención de trasmitir a sus seguidores la importancia de orar a Su Padre pidiéndole las cosas que requieren para su sustento material y espiritual, y enfatizando que este sustento viene de Dios hacia los hombres. A lo largo de éste y otros textos sagrados del mormonismo, se pueden encontrar variadas referencias al papel del Padre Celestial como dador y sustentador de la vida
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Aunque el censo no registra el número de hijos por familia, propiamente, y dado que en demografía tampoco suele estudiarse el número de hijos por varón, puede utilizarse como referencia la tasa global de fecundidad, la cual está consignada en el censo de población de 2010 como equivalente a 2.3 hijos por mujer, y 3.3 hijos por mujer casada. Véase http://www.inegi.org.mx/Sistemas/temasV2/Default.aspx?s=est&c=17484
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humana. Esto constituye un referente muy importante a nivel simbólico para la concepción y el desarrollo de la labor de proveedor realizada por los padres SUD. Edgar, uno de los varones-padres entrevistados, señala claramente que la “imagen” de padre tiene un origen divino, que debe reconocerse y ponderarse al entrar en relación con ella, ya sea como el propio padre o como hijo. Asimismo, es contundente al señalar que, así como su autoridad como padre respecto a los hijos está por encima de la que pudiera haber entre pares, también lo está la responsabilidad ineludible de brindarles las cosas necesarias de la vida: No soy cuate de mis hijas; las adoro, las quiero muchísimo, las amo. Pero soy su padre, y sobre todas las cosas, yo tengo la obligación de que ellas sobrevivan; tengo esa responsabilidad de mantenerlas, alimentarlas, educarlas, guiarlas y por lo tanto un cuate no es tan responsable de esas direcciones, de guiar, alimentar, preservar, etcétera (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Así, es clara la visión de que hijas e hijos dependen del padre, sobre todo en las edades más jóvenes, de la misma manera en que las personas dependen de Dios para su sustento.
«Esa responsabilidad no se te quita, aunque no tengas trabajo…» La provisión material como una clave para entender la paternidad De forma consensual, los padres otorgan una gran importancia a la responsabilidad de proveer a la familia para sus necesidades particularmente materiales. Esto debe ocurrir aún si las condiciones objetivas en las que viven los padres les resultan adversas. Así, los padres deciden cumplir con su responsabilidad de ayudar a Dios “a seguir poblando el mundo”, como lo consigna Edgar, y a la vez optimizar la provisión para sus familias. El testimonio de José es ilustrativo en este sentido: ¿Qué implica para mí ser papá? Yo creo que implica mucha responsabilidad, no nada más es el tener sexo con mi esposa, porque sé que si tengo relaciones sexuales con mi esposa „al ton ni son‟, sin cuidarme, sin una responsabilidad, pues obviamente mi casa estaría, creo, con más de 4, 5 hijos, no lo sé. Y obviamente, para mí, yo soy un papá que no me gustaría tener muchos hijos, eh, porque, precisamente esa responsabilidad; una cosa que implica para mí ser papá es darle a mis hijas una 107
educación, un tiempo para ellas donde pueda compartir, este, un tiempo específico para ellas, donde tengan una recámara, un baño, una cama individual, y para mí, creo yo, que con dos hijos que tengo, que son los que yo planee, son suficientes para mí (José, 33 años, dos hijas de 12 y 10 años).
De este modo, se observa como los padres otorgan prioridades a ciertas responsabilidades, y jerarquizan su observancia, pues como se observa en este testimonio, existe una priorización de la responsabilidad proveedora, por encima de la de “multiplicarse y henchir la Tierra”. Sin duda, la figura del padre proveedor ha sido ampliamente documentada en estudios sobre paternidad. Como lo señala José Olavarría, respecto a los varones padres de Santiago de Chile, “no depende de su voluntad” sino que “proveer es sentido como una exigencia que nace con el hecho de ser varón y que debe asumir al comenzar a convivir y tener un hijo sin que nadie se lo tenga que decir o recordar” (Olavarría, 2000: 143). Esto se verifica también en lo externado por los padres SUD entrevistados. La responsabilidad de ser proveedores es algo que ninguno de ellos cuestiona y que está presente de manera implícita en sus testimonios, y en varios casos también de forma explícita. Se trata de una responsabilidad primordial, que no se puede eludir y al mismo tiempo considerar que se está desempeñando la paternidad adecuadamente. La importancia que los varones-padres otorgan a su labor como proveedores hace que varias de las otras responsabilidades que asumen como parte de su ejercicio paterno estén directamente relacionadas con ella. Muchos de los entrevistados hablan de la necesidad de alcanzar un nivel óptimo en las condiciones materiales de la familia, con el fin de prestar atención a otras dimensiones de la provisión que incluyen la formación escolar, actividades recreativas y de esparcimiento. Al mismo tiempo, es necesario para ellos cumplir con esta responsabilidad con el fin de no perder la calidad moral que les permite ejercer la máxima autoridad en casa o brindar un ejemplo de responsabilidad a sus hijas e hijos.
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El peso de la normatividad en este sentido puede ser difícil de manejar para algunos de los padres, sobre todo ante circunstancias adversas: Después de que nació mi primer hijo, perdí mi trabajo. Y eso te rompe un esquema que tenías, o te imaginabas, el hecho de que tú ibas a poder dar soporte económico a tu familia; porque no nada más es a tu hijo como padre, sino como esposo. Entonces, el hecho de haber perdido el empleo, a tres meses de nacido, vienen todas las cosas sobre ti y viene un peso tremendo ¿Cómo vas a alimentarlos? ¿Cómo vas a vestirlos? Creo que ese es uno de los puntos difíciles de ser padre, de lo que te comentaba hace un momento, de tener la responsabilidad de tener que cuidar a alguien y que esa responsabilidad no se te quita aunque no tengas trabajo, tú sigues teniendo la responsabilidad de cuidarlo. Eso te lleva a tener la sensación de que no estás haciendo bien tu trabajo, entonces te puede frustrar como padre, decir: “bueno, yo no merezco esta familia porque no tengo cómo poder sostenerla” (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
En este sentido, es interesante reflexionar respecto a que el entrevistado habla de “tener que cuidar” a los hijos de manera casi indistinta a tener que mantenerlos. Ello parece indicativo de una noción que valora de manera muy alta la labor del padre como proveedor económico. En el caso particular de Sergio, es notable el hecho de que su esposa también colaboraba al ingreso familiar en el momento en el que él refiere haber perdido su trabajo, por lo que, si bien su capacidad financiera se vio mermada, el ingreso familiar no desapareció por completo. Al mismo tiempo, el haber estado desempleado lo dotaba de una cantidad mayor de tiempo para participar en otras actividades propias del cuidado de su hijo, del que hubiera tenido de estar empleado. Sin embargo, para él, como para muchos otros padres, cuidar de los hijos no significa lo mismo si se es varón, que si se es mujer; los varones aportan los insumos económicos mientras que las madres se ocupan de otra serie de labores reproductivas (aun cuando las mujeres aporten también al ingreso). Por otra parte, algunos padres SUD consideran que la responsabilidad como proveedores limita su posibilidad de participar en la crianza y cuidado de sus hijas e hijos. Ello puede resultarles conflictivo a nivel emocional con base, en buena medida, en su propia experiencia como hijos de padres poco presentes: – …yo, la verdad, sí me hubiera gustado tener a mi papá más tiempo y es lo que yo no quiero para mi hija; no quiero que en un futuro ella diga tuve un papá ausente… yo creo que ese es el sentimiento de culpa que siempre voy a tener: quisiera ser rico 109
para tener tiempo para ti, para la mayor parte del tiempo estar contigo; difícilmente va a pasar, obviamente y siempre, va a estar ese sentimiento. – Si ese fuera el caso, por ejemplo, si tuvieras resuelto ese problema ¿Tú crees que sí pasarías más tiempo con tu hija? – Claro, porque bueno, al menos yo no soy una persona tan pretenciosa económicamente hablando; siempre he dicho que con que tenga lo suficiente para mis necesidades basta, pero como no he sido rico nunca, tampoco puedo decirte ya lo solucioné. Al menos creo que, en este momento, si tuviera resuelta esa parte sí pasaría más tiempo con ella (Ignacio, 35 años, 1 hija de 5 años).
Aun cuando los padres suscriben la normatividad que les señala que, como varones, proveer materialmente para sus familias es una responsabilidad primordialmente suya, en más de la mitad de los casos observados en este trabajo, sus parejas también contribuyen al ingreso familiar, en menor o igual medida que ellos. El hecho de que los padres se afirmen como los principales responsables de la provisión del hogar parece guardar relación con las prácticas de género que históricamente han asignado dicha labor a los varones, y que se ven reforzadas por la normatividad eclesiástica, más que con las prácticas que objetivas se viven al interior de sus familias. Ello puede ser así, en la medida en la que la normatividad puede ser percibida –como en el caso de Andrés– como imposible de disociar de la vida cotidiana: …perdón que lo diga, quisiera apartar un poco lo que sea eclesiásticamente hablando pero no se puede. Siento que hemos sido creados cada quien para tener un propósito, una función. Yo a mi esposa, a veces me lo ha dicho: “es que siento que eres machista” en el sentido de que me salgo a trabajar. Yo le he dicho, con estas palabras: “Corazón, si crees que con lo poco o mucho que ganes va a superar de que estés al pendiente de nuestros hijos adelante, no te digo que no, queda en ti. Yo, en el momento en el que te haga falta algo básico, porque yo lujos no te los ofrezco jamás, jamás te he ofrecido lujos, en el momento que te haga falta algo, ahí si créeme que me tapas la boca, porque yo no te estoy proveyendo lo que tú necesitas básico. Ahora que si lo quieres para lujos te lo pongo así: lo mucho o poco que ganes, si crees que eso va a ser de mayor beneficio para nuestra familia, de que estés al pendiente de los niños, adelante” (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años).
El testimonio de Andrés es un ejemplo de cómo las nociones tradicionales respecto a la división de tareas entre sexos son reforzadas por la normatividad religiosa en el caso de algunos padres. Aun cuando para él es claro que el hecho de que su esposa colaborara en el ingreso familiar daría acceso a su familia una serie de bienes que él 110
mismo considera suntuarios (“jamás te he ofrecido lujos”), pondera como más importante que su espose se ocupe de la crianza de sus hijos, de “estar al pendiente” de ellos, dando por descartado la posibilidad de tomar él parte en esa labor de manera distinta a la que lo ha venido haciendo hasta ahora, como proveedor. Por otro lado, posiciones más equitativas respecto a la provisión material de la familia han hecho eco en varios de los demás padres entrevistados. Algunos de ellos, como Leonel, hablan de estas ideas normativas como “prejuicios” que no tiene un asidero en condiciones objetivas de la vida colectiva, ni en las características y capacidades de hombres y mujeres: Lamentablemente, a veces, uno hasta que no reflexiona, o no puede reflexionar, se da cuenta. Porque la inercia, yo en lo particular como padre, la inercia es, en ocasiones, delegar cierta responsabilidad a mi esposa, pero potencialmente yo la puedo cubrir, yo puedo subsanar esa, dejar que ella haga ciertas cosas que a lo mejor yo no hago y viceversa. Porque es un juego en que uno no nada más implica reflexión y acción, si no que pertenecemos a una familia, estamos impregnados de ciertas ideas tanto ella como yo, y a lo mejor para ella es más fácil tomar un rol en ciertos quehaceres y a mí el otro rol en esos mismos quehaceres, o en los otros quehaceres, y se delega la responsabilidad sin acuerdo o un dialogo previo entre los dos, entonces a esa pequeña diferencia es a lo que llamó un prejuicio, una predisposición a hacer o no hacer unas cosas (Leonel, 40 años, dos hijas de 8 y 6 años).
Si bien, estas posturas parecen contradecir la normatividad que señala a la provisión como una responsabilidad fundamentalmente de los varones, parece razonable asumir que la mayoría de los padres entrevistados han logrado negociar con este principio normativo y conciliarlo con la idea de que la mejor provisión de la familia se alcanza con la participación de sus parejas en la procuración del ingreso. Asimismo, la propia normatividad religiosa los dota de elementos para ponderar que las responsabilidades paternas deben ser compartidas por ambos cónyuges, y que ambos deben estar dispuestos a flexibilizar sus papeles, cuando las condiciones así lo ameriten. El documento intitulado La familia. Una proclamación para el mundo, cuyo contenido ha sido discutido a lo largo de este trabajo, afirma que: “En estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente. Las incapacidades físicas, la muerte u otras circunstancias
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pueden requerir una adaptación individual. Otros familiares deben ayudar cuando sea necesario” (Iglesia SUD, 1995, cursivas agregadas). Incluso el propio Andrés concede de manera implícita esta posibilidad al afirmar que “en el momento que (a su pareja) te haga falta algo, ahí sí, créeme que me tapas la boca, porque yo no te estoy proveyendo lo que tú necesitas básico”.
«A mis hijas les he dado educación, les he dado oportunidades; nunca les ha faltado nada…» Provisión paterna diversificada. Por otra parte, es interesante considerar los diversos aspectos que los padres mormones contemplan como parte de su labor proveedora. Los varones entrevistados señalan la importancia de hacer disponibles una serie de bienes a sus hijos e hijas, no sólo de carácter material, sino también espiritual, social, cultural, lúdico o afectivo. Estos padres hablan acerca de la necesidad de proveer a los hijos con oportunidades de desarrollo, como pueden ser brindarles educación o transmitirles conocimientos o saberes prácticos, lo cual remite a una idea de provisión un tanto más amplia que dotar a los hijos de alimentación, vestido y vivienda dignas, sin que la importancia de esto último sea minusvalorada. A este respecto, por ejemplo, José señala espontáneamente que el valoraría su labor como padre con una calificación de nueve, en una escala de cero a diez. Lo haría así puesto que, a su juicio, ha cumplido con la labor de proveer a sus hijas para sus necesidades básicas, así como con otra serie de elementos entre los que destaca la oportunidad de participar en actividades recreativas y formativas, un ambiente familiar que él considera adecuado y otros: …comida, paseos, educación musical, educación deportiva, religión, una creencia en Dios les he dado. Tienen una excelente madre, tienen unos abuelos, creo yo, buenos, sin vicios, que los quieren, que los apoyan. Tienen buenos familiares, buenos primos, buenos tíos ¿sí? Mis hijas nunca han visto conflictos en casa, ni con sus abuelos, ni con familiares. Entonces, yo creo que por eso me pongo esa calificación. Salud, siempre han tenido salud, bueno, doctor pues, nunca se han quedado enfermas porque no tenga yo cómo llevarlas al doctor; un lápiz, una pluma, un libro, escuela, que – “papá, necesito ir al museo” ahí vamos al museo, que –“necesito ir allá”–órale, si no puedo yo va tu mamá. O sea, yo no creo que mis hijas digan: “ay papá, no tengo que comer, no tengo ropa, el uniforme de la escuela, me pusieron seis porque no llevé la chamarra de deportes”, y no porque se le olvidó, simplemente porque no tenía para
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comprarla. O sea, yo creo que por eso me pongo un nueve de calificación (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años). – (mis compromisos como padre) pues son trabajar, cumplir con ellos (los hijos), darles al menos lo necesario para que ellos cumplan o cubran sus necesidades básicas tanto fisiológicas, como sociales y también como de formación. – Y ¿cuáles crees que sean algunas de estas necesidades por ejemplo de formación o sociales como las mencionas? – Pues yo creo que las principales son el educarlos, es vestirles y que se sientan, en tener un lugar donde ellos puedan sentirse protegidos tanto del medio ambiente, de las inclemencias del tiempo. Y también los compromisos de tener, este, un poco de vida social también ¿no? Yo creo que el estar dentro de una religión, o de llevarlos a la iglesia, ya sea a misa o a lo que sea, implica el tener yo creo que un buen desarrollo también social, que empiecen a integrarse como seres humanos y como seres pensantes ¿no? (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años).
Esta preocupación por proveer a los hijos más allá de cuestiones materiales está asociada claramente con la formación religiosa que los padres poseen y que buscan transmitir a sus hijas e hijos. La normatividad religiosa llama constantemente a los padres a “mejorarse” como personas con el fin de actuar “mejor” como padres. Algunos de ellos consideran, además que esto puede ser un sello distintivo de su paternidad versus las paternidades de quienes no cuentan con este entramado normativo para servirles como referencia: (la paternidad) representa una gran responsabilidad, representa también un desafío que implica, pues, que yo desarrolle mis atributos ¿no? en este caso, digamos, mis atributos cristianos, en el sentido de la paciencia, el sacrificio personal, para poder hacer que…, cerciorarme que mis hijas tienen lo necesario en el terreno material, pero también en el terreno espiritual, digamos. Entonces, representa también eso, desafíos. Siento que es una, digamos, prueba para estar siempre desarrollando cualidades ¿no? como papá, este, como te digo, como la paciencia, como el cuidado de mis hijas y también de mi esposa (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años). – ¿Cómo caracterizarías tú a los padres que no son miembros de la Iglesia, que no son mormones? ¿Cómo se te hace un típico padre que no es miembro de la iglesia? – Descuidados, en la protección de sus hijos, yo creo que la mayoría de los padres son responsables, se preocupan por proveer, se preocupan por tener, pero creo que hay muchos peligros que los hijos, niños y jóvenes, enfrentan que el común de los padres fuera de la iglesia no prevén, o inclusive no saben cómo combatir. – ¿Cómo que peligros tienes en mente o conflictos o circunstancias difíciles para los hijos? – Homosexualidad, transgresiones sexuales, o libertinaje sexual quizás, para ser más claro. Drogas, y todos los problemas que esto conlleva o que esto produce (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años).
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Sin duda, como se ha argumentado anteriormente, el tema del tiempo dedicado a los hijos es un aspecto importante de esta noción ampliada de provisión en los padres SUD. Pasar tiempo con hijas e hijos en actividades significativas, tanto a nivel lúdico como espiritual, es algo que estos varones consideran importante, y que hace parte de una valoración positiva o negativa de su actividad como padres:
Siento que necesito balancear bien mi tiempo. Ahorita cubro, o trato de cubrir el tiempo, no por cantidad sino por calidad. Estamos en casa –“¿qué hacemos? ¿Te ayudo con la tarea, vemos una película? Oye, tiene como tres meses que aquella no la hemos visto”. No sé, cositas así (…) detallitos que siento que me he tardado mucho; un año en esta casa y no lo hemos hecho, ni jugar meta, ni cositas así, sencillas, no sé, mi aro de básquetbol no lo he puesto, y es con red, grande. Siento que sí, sí me falta y me falta mucho. - Por el lado, por ejemplo, de balancear el tiempo, de darles a sus hijos el tiempo que usted cree que necesitan ¿Qué otras cosas cree que lo podrían hacer un mejor padre? - Pues siento que la principal es esa, porque cosas materiales no siento que hagan falta, y tampoco soy ni muy codo, ni muy… no los quiero chantajear, ni comprar con regalos, para nada. Bueno, sí soy bien codo, más bien, sí soy bien codo, sin embargo, pues poco o mucho lo tienen; no son cuestiones materiales, siento que es más el tiempo para ser un buen padre, es tiempo (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años). …como padre debes estar ahí, de hecho, estar presente con ellos y poder interactuar con ellos. Yo creo que la mejor forma de que se puedan desarrollar y obedecer e integrarse es realmente que te integres con ellos también, y que no nada más es: ahí está el dinero y pues haz lo que quieras o vete a divertir. Yo creo que es integrarte, como, ir a jugar o ir a comprarte un pantalón, unos zapatos, ir a jugar pelota. Yo creo que es la mejor manera de que ellos aprendan y se desarrollen, para poder conocerlos, pero aun así nunca terminamos de conocer a nuestros hijos, porque a veces nosotros mismos no nos conocemos. Yo creo que para poder conocernos es interactuar más ¿no? estar juntos el más tiempo posible (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años).
Esta preocupación por pasar más tiempo con los hijos, en espacios y actividades en las que tradicionalmente se visualiza al padre como ausente (muchas veces, en función de la propia experiencia como hijo), y el interés por que este tiempo esté dotado de una cierta “calidad”, forma parte de una serie de consideraciones propias de lo que algunos estudiosos (Del Valle, 2002; Bonino, 2003) han llamado “modelos emergentes” de masculinidad y/o de paternidad. En este sentido, es interesante observar como estos elementos de modelos en emergencia conviven de manera, en 114
general, armónica con el modelo normativo SUD, en buena medida tradicionalista. La dimensión afectiva y emotiva, tan resaltada en el discurso doctrinal SUD, ayuda a que los varones-padres juzguen importante incorporar estas nociones a sus relatos sobre la práctica paterna –aunque, como señala Olavarría (2000), no sea necesariamente el caso de las prácticas efectivas de los padres, a las cuales no tenemos acceso por medio de las entrevistas– y sobre lo que consideran un ejercicio apropiado de la paternidad. De este modo, algunos de los entrevistados incluso consideran que ésta conciencia de la importancia de fortalecer la provisión de tiempo y afecto es una característica particular más de los padres SUD frente a aquellos que no lo son: …la Iglesia es una organización en donde se nos dice que lo primero es la familia (…) y hay una serie de prácticas en la Iglesia donde sí se fortalecen esos vínculos de familia. Por ejemplo, mi papá no era, no es mormón, yo soy converso, pero yo sé perfecto que la Iglesia organiza actividades para que los padres y los hijos convivan mucho, para que estén muy cercanos y exista ese ejemplo: los campamentos, las excursiones, las actividades mismas de los servicios dominicales. A mí algo que me encanta pensar y ver es que, en ocasiones, un papá y su hijo, por ejemplo, repartiendo la Santa Cena,47 o llevando a cabo ciertas ordenanzas en donde a lo mejor el papá bautiza a una persona y el hijo la confirma, o simple y sencillamente, en la iglesia tenemos las bendiciones a bebés, para dar un nombre al bebé ¡uff! ¡Se reúne toda la familia, y se reúnen los abuelos con el papá, y toman al bebé entre sus manos y lo arrullan y le dan un nombre y una bendición! Todos esos son vínculos que se fortalecen en la Iglesia y siento que eso nos hace distintos (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Algunos padres consideran que para actuar adecuadamente en este sentido, para “hacer las cosas bien” como padre, es necesario hacer algunos sacrificios. Ese es el caso de Ignacio, en cuyo testimonio aparece el relato de una cierta afectación en otros dominios de su vida, como consecuencia de su responsabilidad, como padre y esposo, de proveer a su familia de atención y dedicar una importante cantidad de tiempo a ella. Aunque afirma que ello no necesariamente implica una restricción, “una 47
La “ordenanza” de la Santa Cena es un ritual presente en muchas iglesias cristianas, en el que se conmemora la última cena de Jesús con sus apóstoles. En el caso de la Iglesia SUD, tiene lugar cada domingo, durante los servicios dominicales, y reviste una importancia particular al ser considerado un momento de comunión individual con la divinidad. Los varones miembros de cada comunidad eclesiástica mormona, mayores de 12 años, son los encargados de bendecir el pan y el agua y de repartirlos entre la congregación.
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limitante”, reconoce que la responsabilidad impacta su manera de interactuar y relacionarse en otros campos de su vida fuera del familiar: …es difícil dejar de ser tú para darles todo a ellos; porque el ochenta por ciento de tu tiempo es para ellos. O sea, ya no hay un “yo”, ya es un “nosotros”, la familia, la pareja, el hijo, la hija, es así (…) ya no puedes ir a los lugares que tú frecuentabas porque estás con ellos, o sea, con tu esposa, con tu hijo, no puedes estar con tus amigos. Y no es una limitante, al contrario, yo creo que es una exigencia de la misma… si quieres hacer las cosas bien tienes que pasar tiempo con ellos. Claro, no lo dejas del todo, pero sí disminuyen completamente a un nivel muy básico esas relaciones, pero fomentas otras, o sea, la unidad familiar incrementa y la unidad social, de tus amigos, va decreciendo (Ignacio, 35 años, 1 hija de 5 años).
Finalmente, también es claro que la exigencia de ser el proveedor principal y, a la vez, la expectativa que los propios padres asumen de pasar más y “mejor” tiempo con su pareja e hijos, pueden resultar conflictivas para los padres y producirles algunas sensaciones negativas. Como lo vive el propio Ignacio, se produce en él una sensación que identifica como culpa: “Yo creo que ese es el sentimiento de culpa que siempre voy a tener, quisiera ser rico para tener tiempo para ti, para la mayor parte del tiempo estar contigo. Difícilmente va a pasar, obviamente, y siempre va a estar ese sentimiento”.
«Que encuentren en ti una fuerza y una autoridad…» La responsabilidad paterna de ser la autoridad familiar. Otra de las responsabilidades que la normatividad eclesiástica y doctrinal sobre la paternidad enfatizan es aquella del padre como la autoridad en la familia. Si bien, como se ha mencionado anteriormente, el discurso religioso enfatiza la necesidad de ser afectuoso y comprensivo, también insta a los padres a hacer valer su autoridad como presidente sobre la familia, para lograr que los principios y preceptos religiosos sean observados en su seno. La mayoría de los padres entrevistados ponderan su labor como autoridad de manera notable, pues consideran que es fundamental establecer disciplina en su hogar y para con sus hijos: Y obviamente la disciplina que debe haber. Tú como padre, si es que quieres lograr trascender, en cuanto a cómo eres con tus hijos, en futuras generaciones, tienes que 116
marcar una huella, decir: “yo te corrijo de esta manera esperando que tú puedas corregir a tus hijos mejor que yo”. Porque cuando uno crece, dice: “recuerdo que mi padre me corregía así y ahora soy lo que soy por eso, por la manera en que me corrigió mi padre”. Y yo creo que esa es la forma, que hay que trascender, porque muchas veces uno puede decir: “yo no quiero ser igual que mi padre”; pero muchos, y ese es el reto, pueden decir: “pues, yo quiero ser igual que él es”, desde todo, desde cómo le hablas a tu esposa, a ellos, como arreglas un conflicto entre hermanos, desde como arreglas una situación personal con cada uno de ellos. Todo eso debe de trascender y que ellos lo vean de tal manera que digan: híjole, mi papá era tan paciente que me escuchaba primero antes de decirme algo. Y es lo que yo pretendo hacer, cambiar el hecho de cómo era con mi padre para poder ser de una mejor manera para con ellos (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
El testimonio anterior es elocuente respecto al papel que la disciplina paterna que los padres experimentaron en su vivencia como hijos ha jugado en la formación de modelos referenciales para su actividad paterna, sean estos considerados modelos a seguir o, por el contrario, necesitados de ser superados. Al mismo tiempo, la normatividad eclesiástica y las creencias religiosas y los referentes doctrinales intervienen en la formación de una figura del padre como autoridad, que es concebida como un auténtico gestor de la vida familiar, como lo señala Sergio al hablar de “cómo le hablas a tu esposa, a ellos, como arreglas un conflicto entre hermanos (o) como arreglas una situación personal…”. Por su parte, algunos otros de los padres entrevistados, como José, reconocen la importancia de su responsabilidad como padres de establecer orden y disciplina en el hogar, al tiempo que señalan como legítima la posibilidad de compartir esa obligación con sus parejas, e incluso se dan la oportunidad de relajar un poco su autoridad: Definitivamente, en mi caso, si no estuviera la mamá, quién sabe cómo serían mis hijas ¿por qué? Porque mi esposa me ha dicho que yo soy más barco ¿sí? O sea, mis hijas me agarran más la medida, soy un poquito más consentidor, menos exigente ¿no? Y su mamá es la de: órale, y haz, y párate, y estudia ¿no? Entonces, este, yo soy, creo que, el lado consentidor, un poquito, y mi esposa es el lado así un poquito más fuerte ¿sí? Entonces, este, creo que, hasta cierto punto, hay un cierto equilibrio en mi familia, donde pues yo soy el que a lo mejor consiente un poquito y su mamá es un poquito más estricta. Me gusta que su mamá sea estricta porque como yo no soy tanto, este, si mi esposa fuera consentidora como yo pues nuestras hijas nos dan la vuelta ¿sí? Entonces, eso me gusta de mi esposa y mi esposa me enseña muchas veces ¿no? (José, 43 años, dos hijas de 12 y 10 años).
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En este sentido, vale la pena recordar lo que algunos padres señalan, y que ha sido consignado en el capítulo anterior, en torno a las diferencias entre el trato del padre con hijos varones y con hijas mujeres. Sergio, quien considera trascendental su labor como autoridad disciplinante, es padre de dos hijos varones, mientras que José es padre de dos niñas, lo cual puede contribuir a entender por qué se permite ser más laxo y permisivo, más “consentidor” con ellas que su pareja. Sergio, por su parte, señala sus hijos parecen tener una mayor afinidad con su esposa –que incluso los lleva a compartir con ella cierto tipo de experiencias que con él no comparten–, mientras que a él parecen identificarlo más como una autoridad que como un confidente. Lo que queda claro en ambos caso casos, padres de hijos varones o de hijas mujeres, es que la figura paterna es dotada de contenido como la autoridad garante del orden, como lo ilustran las afirmaciones de los padres sobre la necesidad de que sus hijos e hijas les obedezcan, o no “les den la vuelta”. Asumiendo, pues, la necesidad de mantener el orden y la disciplina en los hogares, como una responsabilidad propia de su carácter como padres, algunos de los varones entrevistados hacen alusión a las enseñanzas doctrinales, contenidas en las escrituras,48 en torno al modelo de ejercicio de autoridad para los varones SUD, ya sea en como jefes de familia o al ocupar alguna posición de liderazgo en la Iglesia. Para los varones mormones con responsabilidades de liderazgo resulta importante corregir las conductas y/o acciones consideradas inapropiadas, realizadas por aquellos a su cargo (en el caso de los padres, de los miembros de su familia), de manera contundente, con el fin de que salvaguardar la normatividad: – ¿Qué tipo de conflictos llega a tener a veces con sus hijos? – Conflictos, los más comunes, pues lógico son los que tienen que ver con disciplina, no hay más. O sea, no tengo ningún otro tipo de conflictos, ni por amistades, ni por ociosidad, ni por vicios, ni por palabras, ni por maltrato. Nada más es por disciplina. – ¿Y generalmente como los resuelve? – Pues, bien claro está: llamarles la atención con severidad, en el momento, y después hablándoles con cariño para que no me consideren su enemigo. Eso está clarísimo, es algo que me ha ayudado muchísimo. – Siente que funciona…
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Particularmente, los padres refieren el pasaje de Doctrina y Convenios, sección 121: 42-44, citado en el capítulo anterior, bajo el apartado sobre padres mormones y poder.
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– Sí. En sí esa es una escritura que aplicarla es lo más maravilloso; en el momento di: “levanta, acomoda, haz”, “pero es que…” “hazlo por favor”. Se hace el berrinche, no te habla o simplemente son indiferentes o cosas así, hasta que: “te dije eso porque era la tercera ocasión”, etcétera. Ya después, uno les habla, les explica y ya como que se calman las cosas. Es muy buena táctica, es maravillosa. Pero en el momento sí: “hazlo, ya van tres veces que te lo digo, hazlo” (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años). Hay una escritura que en lo particular me gusta muchísimo que dice: reprende con severidad, cuando sea necesario; inmediatamente después, muéstrale tu amor para que no te considere su enemigo. El poder hacer que alguien sea reprendido con severidad habla acerca de golpes, habla acerca de que tienes que ser firme con tu decisión, no puedes decirle: “bueno, esta vez te la paso”, no, ni ahorita ni nunca te la voy a volver a pasar, porque una grosería de esas no se le hace a nadie y tienes que ser firme. Pero ya que le llamaste la atención, ya que le enseñaste por qué no tiene que ser así, inmediatamente: “¿sabes qué, hijo? yo te quiero muchísimo y no quiero que en algún momento alguien te dañe porque tú hagas estas acciones, entonces no lo vuelvas a hacer”. Ya le presentas tu amor, terminas con un abrazo y un beso para que el niño no se vaya a dormir diciendo: “es que mi papá es un irracional y no me escuchó”, no te lo eches como enemigo, al contrario (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
Al tratarse de un texto doctrinal, la normatividad es objeto de la interpretación individual por cada uno de los padres. Así, algunos de ellos consideran que “el momento oportuno” para corregir a sus hijos es en el acto mismo que consideran equivocado u otros después de que ya han solicitado su obediencia con resultados poco satisfactorios. Asimismo, hay quienes consideran que la severidad a la que alude el texto religioso puede incluir palabras fuertes o el uso del castigo físico. De otra parte, no obstante el cariz recriminatorio, de orden correctivo, que dicha visión presenta, la dimensión afectiva resaltada en la propia normatividad es también recuperada por los varones-padres, quienes señalan que es igualmente necesario buscar momentos para trasmitir a los hijos que las reprimendas son producto del afecto y la preocupación genuinas que sienten por sus hijos. En este sentido, la mayoría de los padres resaltan la importancia de dialogar con sus hijas e hijos, con el fin de hacerles entender el porqué de sus peticiones o medidas disciplinantes. Algunos de ellos, incluso, señalan su intención por privilegiar el diálogo en el ejercicio de la autoridad: Yo creo que hablando con ella y haciéndole sentir lo mucho que la quiero y lo importante que es para mí que ella lo haga, porque ella también es feliz al verme a mí 119
que estoy contento con ella. Porque, pues ¿a quién le gusta ver a una persona enojada? sobre todo a tu papá o a tu mamá, o sea, si tú quieres estar bien con ellos pues tienes que hacer lo que ellos te piden, es parte de crecer, de la obediencia. Yo soy enemigo de los golpes, aunque sé que una buena nalgada a veces es necesaria, pero yo prefiero hablar con ella y explicarle porque es importante que haga lo que le estoy pidiendo, para que ella lo sintetice en su mente y vea la solución que le estoy ofreciendo. De otra manera no la veo viable, porque pues un golpe si le va a doler pero lo va a volver a hacer, en cambio, cuando lo hablo con ella y ella ve que es importante lo hace y ella también lo disfruta (Ignacio, 35 años, 1 hija de 5 años). …si pudiera yo pedirle a Dios un talento, le pediría el talento de mi esposa, la capacidad de negociación que ella tiene. Ella puede hablar con sus hijas, tocar su corazón, inclusive llevarlas a las emociones, a sentir lágrimas, a arrepentirse y a desear ser mejor; y a mí me cuesta mucho, directamente, por eso uso mucho las escrituras y los principios (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años).
Asimismo, algunos padres han encontrado en el discurso normativo religioso un respaldo para su autoridad, y lo utilizan como marco normativo de referencia para evaluar las acciones de sus hijas e hijos. El mismo Gerardo, por ejemplo, señala que su papel frente a sus hijas, más que el de legislador, es el de un garante y guardia de la disciplina: – En tu casa, supongo, como en todos lados, hay normas. Existen una serie de normas así, que tú fijas, que se van fijando sobre la marcha, que fijan tú y tu esposa o sólo tu esposa ¿Existen normas respecto al cuidado de los hijos, de la crianza de los hijos? – Sí – Y ¿de dónde vienen?, es decir, ¿cómo las formulan?, ¿quién las formula? – Los principios, las escrituras, “La fortaleza de la juventud”,49 nos regimos por esas normas. – Entonces diríamos, tu papel, más que crear las normas, es como el de vigilar que se cumplan, de alguna forma… – Sí, así es (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años).
Finalmente, es interesante considerar la idea que los padres ofrecen respecto a la necesidad de ser autoridades para sus hijas e hijos, no sólo por cumplir con esa
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La fortaleza de la juventud es un folleto publicado por la Iglesia SUD dirigido a jóvenes de entre 12 y 18 años, en el que se detalla un código de conducta esperado para mujeres y hombres en ese grupo de edad, conocidos en la estructura organizacional de la Iglesia como Hombres y Mujeres Jóvenes, disponible en: https://www.lds.org/bc/content/shared/content/spanish/pdf/languagematerials/09403_spa.pdf?lang=spa
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obligación, sino por la idea de que los hijos necesitan, de hecho, de una autoridad que los dirija. O como lo expresa Ignacio: …es lo que yo quiero para ella (su hija), que tenga en mí no un amigo, sino un padre, porque puedo llegar a ser su amigo sin que ella se dé cuenta. Lo que menos necesitan los jóvenes ahorita es tener amigos, tienen muchos, lo que necesitamos nosotros es ser padres para ellos, que encuentren en ti una fuerza y una autoridad, un apoyo que no va a encontrar en ningún otro lado, entonces eso es lo que yo quiero para mi hija, que en el momento que ella tenga un problema pueda recurrir a mí sin avergonzarse y sin que tenga miedo (Ignacio, 35 años, 1 hija de 5 años).
Esto guarda una relación estrecha con el referente simbólico de la deidad cristiana y con las características atribuidas a ésta y a la relación entablada entre ella y los hombres, desde la perspectiva doctrinal mormona. La noción de Dios como un Padre Celestial incorpora la idea de que Él es, en realidad, un padre del que se depende no sólo materialmente, para brindar vida y sustento, sino también para disciplinar a las personas con el fin de ayudarles a mejorarse y tener vidas más plenas, así como para obtener la recompensa prometida para los fieles después de la vida mortal, como lo expresa la literatura sacra del mormonismo al afirmar que: “De cierto, así dice el Señor a vosotros a quienes amo, y a los que amo también disciplino para que les sean perdonados sus pecados, porque con el castigo preparo un medio para librarlos de la tentación en todas las cosas…” (Doctrina y Convenios, sección 121:1). Por otro lado, es interesante observar que los padres denotan una cierta preocupación por marcar distancia de figuras como la del amigo o el compañero, y reivindican la de padre como una figura dotada de mayores capacidades y potencialidades, tal como Dios está por encima de todas sus creaciones. Son varios los testimonios de los varones-padres entrevistados en los que se alude a la idea del padre como diferente al amigo, en tanto que con los amigos suelen entablarse relaciones de complicidad o desacato de las normas. Sin embargo, los padres resaltan la importancia de desarrollar confianza, compañerismo, afecto, un ambiente de cordialidad y espacios lúdicos entre ellos y sus hijas e hijos, características también propias de las relaciones amistosas. Como lo expresa Edgar: “Eso no implica que el papá está muy alejado de los hijos y que no puede haber vínculos, claro que los hay, los debe haber…”, la diferencia
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fundamental parece radicar en una concepción de la idea de una relación cercana, afectiva y de confianza como antagónica, opuesta por definición, a la figura del padre como una autoridad, también por definición. El referente simbólico de la autoridad que debe ser respetada y observada tiene un peso importante sobre la propia concepción de los padres como tales, aun cuando consideran deseable incorporar elementos afectivos y de cercanía física y emocional en su práctica paterna.
«Porque uno se afana por enseñarles cosas correctas…» La responsabilidad de formar a los hijos. Por último, un tercer rasgo de las responsabilidades paternas que la normatividad religiosa señala, y que los padres asumen de manera notable es el de fungir como un formador y un ejemplo para sus hijas e hijos. La figura de Jesús como maestro es una parte central del modelo masculino a seguir para los varones SUD, y ello se traslada de manera directa a la paternidad. Tal como se señalaba al inicio del capítulo, en el Libro de Mormón se resalta la necesidad de que los padres “amonesten” a los hijos, les enseñen principios justos y verdades eternas, y ofrece una gran cantidad de ejemplos de padres que predican estas cosas a sus hijos. De igual forma, la normatividad eclesiástica contemporánea ha señalado que una responsabilidad de los padres es “educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud” y “enseñarles a amar y a servirse el uno al otro”, tal y como se ha mencionado anteriormente. Dada la naturaleza compartida de esta responsabilidad educadora, existe lugar para que los padres asuman actitudes cercanas a modelos de paternidad más ausentes, en la medida en que delegan la educación y la formación de los hijos a su pareja. No obstante, la mayoría de los padres entrevistados reivindica su deber como formador, fundamentalmente a través de dos vertientes. En primer lugar, los padres señalan la necesidad de transmitir a los hijos una serie de principios y valores sancionados, en su mayoría, por la doctrina y la normatividad SUD. Entre ellos se encuentran el amor a Dios, a la familia y al prójimo, la rectitud, la obediencia y la humildad, por mencionar algunos de los más notables. En segundo término, los varones-padres otorgan una importancia fundamental a la idea de ser buenos ejemplos 122
para sus hijos, y de esta forma contribuir a que su formación sea lo más adecuada posible. Al respecto de esta responsabilidad de formar y educar a los hijos, cabe reflexionar sobre el siguiente testimonio, aportado por Andrés, padre de un hijo adolescente de 18 años. Dicho testimonio es ilustrativo de lo estrecho que es el vínculo entre paternidad y formación de los hijos, así como su relación con el tema de la autoridad paterna, que está presente en la concepción de algunos de los padres, presumiblemente, con base en la figura del padre mentor a la que se alude con tanta frecuencia en los textos canónicos estudiados por los mormones: Mi esposa casi lloró cuando escuchó que le dije, refiriéndome a mi hijo: yo ahí (en su lugar de trabajo) necesito gente que trabaje, que le eche ganas. Y le dije: es que así es, en un trabajo se requiere eso, y yo a él (a su hijo mayor), cuándo le quería enseñar…, a mí me encanta, me meto a plomería, electricidad, carpintería, lo que sea me gusta, quisiera hacer más cosas pero la herramienta es algo que, es infinita, no hay herramienta para todo lo que uno quisiera hacer, entonces, cuando yo le decía: “hijo, ayúdame”, mi esposa decía: “¡ay, ya vas a empezar!” O sea, jamás se ha dado, desde mi punto de vista, mi paternidad no se ha ejercido (…) Yo siento que mi paternidad nunca la ejercí porque cuando yo quería decirle algo al niño, de la escuela o lo que sea, ella me decía: “no, tú qué le dices, déjalo”, cosas así. Me apartaba, entonces, y ahorita siento que él, de más grande, es un estupendo muchacho, es inteligente, se da cuenta de todo, entonces, siento realmente que hay que mediar en todo, que no es todo lo que le decía mamá. Él se siente realmente frustrado porque: ¡cómo no aprendí! o no le hice caso a mi papá o ¡cuánto tiempo perdido! (Yo le digo:) “hijo, fuiste a la secundaria, fue electrónica, no le echabas ganas, cuando te quería enseñar inglés ¿qué me decía mamá? ¡Ya vas a empezar! ¿Te acuerdas?” Sí. “Y no es tanto echar en cara lo de mami, sino que, simplemente, ahora borrón y cuenta nueva, ahora sí trata de hacer caso, velo por ti mismo” (…) Entonces, siento que con el segundo (hijo) como que sí me ha dado más cabida a ejercer mi paternidad: “hijo, los sacos se cuelgan, no son como un vil suéter”, detallitos sencillísimos, “chaparrito, ya acabaste tu tarea pues de una vez organiza tu horario para mañana, si no al rato estás haciendo otra cosa y te tenemos que llamar para que hagas lo que ahorita puedes hacer”. Son detallitos, simplezas, pero en esas simplezas hay mucho fondo (…) siento que ahí hay más, como, fuerza, de ejercer mi paternidad con él (su hijo menor), no como con el grande (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años).
De acuerdo con su propio relato, el hecho de que Andrés encontrara una situación de conflicto con su pareja al intentar transmitir a su hijo mayor una serie de saberes y conocimientos, lo llevó a adoptar una actitud pasiva en ese sentido, con el fin de evitar discusiones o peleas con su esposa. Andrés señala que su sensación es similar a 123
la de ostentar una paternidad de jure, conferida, fundamentalmente, por el hecho de haber procreado un hijo, pero que no ha sido ejercida de facto, dada la dificultad que encontró para fungir como formador –de acuerdo con su propia concepción de lo que significa educar a un hijo. La experiencia vital de la crianza de su segundo hijo reafirma esta sensación, en la medida en que los momentos de transmisión de conocimiento o de corrección hacia su hijo menor son más legítimos para su esposa y, por tanto, menos conflictivos. De este modo, Andrés siente que su paternidad se ejerce de manera más efectiva puesto que percibe que su labor como formador es reconocida y respaldada por su pareja.
«Es enseñar principios correctos y dejar que se gobiernen solos» Los padres SUD como transmisores de principios y valores. Varios de los padres entrevistados coinciden en señalar que, mientras las madres tienen una relación más cercana con sus hijas e hijos que les permite transmitirles una serie de saberes y preceptos, y que dicha transmisión tiene un cariz más emotivo o afectivo, los padres suelen recurrir a mecanismos más pedagógicos y/o lógicoracionales, para enseñar a los hijos “cosas correctas”. Ello está relacionado con la necesidad de guiar a los hijos –e incluso disciplinarlos, como se mencionaba antes– que ellos asumen como padres. Al mismo tiempo, también parece relacionarse con la noción doctrinal que postula la vida mortal como un periodo de aprendizaje para las personas, destinado a ayudarles a obtener conocimientos que les serán necesarios en un plano de existencia posterior a la terrenal. Como se señalaba anteriormente, la figura cristiana es un referente simbólico central en la configuración de un ideal masculino y, en consecuencia, de paternidad. Dicha figura está dotada de un muy importante carácter instructivo y formativo. Tanto en la Biblia como en otros textos canónicos, suele utilizarse el término maestro para referirse a Jesús, quien imparte enseñanzas a sus seguidores en contextos cotidianos y utilizando elementos que les son familiares. Los padres parecen haber incorporado la importancia de la enseñanza constante, tanto en el seno de sus familias como en sus posiciones de responsabilidad en la Iglesia, y a menudo se refieren a esta dimensión 124
mentora como una parte muy importante de su práctica paterna, implícita en el desempeño de su labor como tales: Trato de mostrarles qué principio se puede aplicar en cada acción, como la honestidad, como ser bondadoso o como ser respetuoso. Por ejemplo, una de las cosas que más inculco en ellos es el respeto a las mujeres; no importa la edad, no importa quién sea, no importa de dónde venga, es una mujer y hay que respetarla, y hay que ayudarle, y hay que prestar servicio (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años). Sí, trato de que no, que no vean que es mi intención molestarlas, sino que es cuestión, o es parte de su educación el hecho de ser frugal, de ser cuidadoso, de ser limpio, de ser ordenado. Me meto mucho por el principio, por el principio de verdad, no tanto por mi verdad, si no por algo que yo esperaría que ellas comprendan que les va a servir no sólo para su vida como mis hijas, sino para su vida como estudiantes, como trabajadoras, como esposas en un futuro, madres (Gerardo, 43 años, tres hijas de 20, 18 y 13 años).
En este sentido, es interesante la idea manifestada por Gerardo respecto a lo que él llama “principios de verdad”. Esta noción, presente en varios de los testimonios de los varones-padres entrevistados, está íntimamente relacionada con la idea religiosa de que existen una serie de principios que poseen un valor en sí mismos, dada su procedencia divina y que, con base en esa misma procedencia, son considerados como permanentes y no sujetos a falibilidad. Las diferencias a nivel individual entre unos y otros padres aparecen más en el terreno de cuáles principios tienen esta característica. Parece existir un consenso en el que ciertas normas, basadas en principios doctrinales, son aceptadas por todos los padres entrevistados, entre las que se encuentran, el ser honesto, caritativo, obediente o casto, por ejemplo. Sin embargo, algunos padres consideran que el ser frugal, ordenado o productivo, comparten ese mismo estatus de importancia con los señalados anteriormente. Lo anterior parece sugerir un espacio más en el que la incorporación de nociones normativas procedentes de contextos seculares, que los padres han incorporado y que han adaptado a su forma de entender su deber como padres, puede ser observada. Para varios de ellos, es posible encontrar, aún fuera del conocimiento impartido por la Iglesia, preceptos tan importantes como los que la propia fe prescribe, y es legítimo
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para ellos incorporarlos y transmitirlos como parte de su labor como formadores de sus hijos: Yo lo veo como un mandamiento para los miembros (de la Iglesia SUD), que debemos de leer los buenos libros, aprender de los buenos libros, de la buena palabra, no sólo de la eclesiástica sino también de la secular; tenemos que leer buenos libros, por ejemplo. Entonces, eso me da la pauta para que, no hay que sólo clavarse con la cuestión de la Iglesia, y la Iglesia, y la Iglesia, sino también abarcar lo que la misma Iglesia te dice que hagas: aprender más de todo. Y justo eso es lo que requieren los hijos de hoy (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años). Yo me quedé con muchas cosas de ahí (del escultismo). Dije: “si esto se lo enseñáramos a todos”, la ley scout, honor, virtud, lealtad, compañerismo, Dios, patria, siento que eso es el enfoque principal, es lo que yo me gustaría darles (a sus hijos) siempre, o que siempre ando como cuchillito, a pesar de que con la primerita que tengo que pelear no es convencer a mis hijos si no convencer a mi pareja, como que siento que no estamos viendo lo mismo o…, no estamos viendo lo mismo a futuro (Andrés, 45 años, 2 hijos de 18 y 11 años).
Así, la incorporación de principios externos al discurso doctrinal mormón es vista como un recurso legítimo en el intento de cumplir con la responsabilidad de dar una educación y formación de los hijos.
«Difícilmente puedo enseñarle a mi hijo a ser un buen hijo si yo no soy un buen hombre, un buen padre» La responsabilidad paterna de ser un ejemplo Finalmente, los varones-padres entrevistados señalan la necesidad de actuar de manera adecuada frente a sus hijas e hijos y, en ese sentido, constituirse en ejemplos para ellos, como una parte central de la formación de los hijos. La idea de que estos aprenden por imitación de los padres parece ser una idea propia del sentido común. Sin embrago, vale la pena ponderarla a la luz de la modalidad del maestro que “predica con el ejemplo”, propia de nociones doctrinales arraigadas en el mormonismo. Dicha figura ejemplar, nuevamente sustentada en la figura cristiana, es extrapolada a la figura del padre como mentor, quien debe reforzar las enseñanzas que sus hijos e hijas reciben, ya sea de él o de la madre, o en el caso de las familias mormonas, de la doctrina religiosa, por medio de su ejemplo al observarlas.
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En primera instancia, es de resaltar el hecho de que los padres consideran necesario ser un ejemplo de rectitud; de dignidad, en un sentido religioso. Es decir, ser dignos de la aprobación de Dios hacia su conducta. Para algunos padres, esto puede ser un sello distintivo de la manera mormona de ser padre. Se trata de ser un hombre que no sólo pontifica, reprende u ordena, sino que en efecto vive de acuerdo con un código moral que lo dota de solvencia para amonestar a otros a hacer lo mismo: …no solo es el conocimiento, la guía de las escrituras, las enseñanzas de los líderes, sino también el hincapié que se hace en la Iglesia acerca del ejemplo, que se nos dice mucho: “el ejemplo es la mayor enseñanza, no hay nada que pueda enseñar mejor que el ejemplo”. Se nos hace mucho hincapié en eso. Y sí creo que es real, totalmente, que un papá mormón, que asiste a la capilla (semanalmente), que paga sus diezmos, que obedece “la palabra de sabiduría”, es decir, que no utiliza drogas ilegales y que mantiene su cuerpo limpio, etcétera. Yo siento que ese es un muy buen ejemplo para que el hijo actúe de esa forma. Finalmente, al final de la vida, cualquier hijo va a tener su albedrío en algún momento de su vida y tendrá que decidir sus propios actos, pero el ejemplo es el cuarto punto que yo recalcaría como papás diferentes (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
Por otro lado, los padres reconocen también una serie de elementos en su manera de actuar como tales, que incorporaron por medio de su experiencia como hijos, es decir, por medio de la observación de las prácticas de sus propios padres: Y todo el tiempo es eso, igual, en el Libro de Mormón, están estas, digamos, como clanes familiares ¿no? donde la familia de tal persona y sus hijos, y cómo se comportaron esos hijos por medio del ejemplo de los papás ¿no? que también es algo súper importante de hablar, acerca del ejemplo como padre, creo que marca mucho de los hijos, por eso te decía que yo soy el padre que soy mucho por el ejemplo de mi papá (Edgar, 40 años, tres hijas de 10, 6 y 3 años).
En ese sentido, la necesidad de ser un buen ejemplo está además relacionada con ayudar a sus hijos varones a convertirse en buenos padres en algún punto de sus vidas y a sus hijas mujeres en buenas madres. Como lo ilustra el testimonio de Edgar, los relatos en las escrituras refuerzan la idea de que los padres deben capacitar a los hijos para, llegado el momento, relevarles en la posición de líderes al frente de sus familias. Esto acusa, por supuesto, una fuerte presencia de elementos de una organización generizada de la convivencia familiar, con patriarcas a la cabeza, como se apuntaba con antelación. 127
Ser un buen ejemplo implica, además, transmitir a hijas e hijos elementos que les sean útiles para la vida colectiva de manera más amplia, aún fuera del círculo inmediato de convivencia provisto por la religión. Dado que ser un buen ejemplo implica actuar de acuerdo a normatividades varias, a lo largo de una amplia gama de dominios de vida, ello no siempre resulta sencillo para los padres. Saberse observado y evaluado constantemente genera una presión que para algunos padres puede resultar difícil de manejar. Las situaciones que se me han hecho más difíciles, yo creo que es el darles buenos ejemplos, con los que luego a veces se nos complican mucho. Porque a veces podemos hablar y decir que no hay que hacer esto y aquello, pero tú realmente lo haces o lo estás haciendo. Decirle: “¿sabes qué, hijo? pues mira, el reglamento de tránsito”, le dices “¿sabes qué? hay un semáforo en rojo, y eso es detenerse y no hay que pasarse”, y tú agarras y ves que no pasan carros y te sales y te pasas. Son pequeños ejemplos que, tal vez tú los ves muy simples ¿no? Pero a tus hijos les estas dando una señal muy muy grande, de que cualquier transgresión en el reglamento de tránsito podemos brincarnos y no sucede nada, y entonces, yo creo que esas pequeñas cosas son las que tal vez, a veces, nos cuestan más trabajo dar buen ejemplo en todo momento y situación (Héctor, 42 años, tres hijas de 17, 15 y 5 años).
Ello está relacionado, en última instancia, con la trascendencia que los padres atribuyen a su posición como tales, en una etapa en el desarrollo de sus hijos e hijas que ellos consideran clave en su desarrollo. Al igual que como lo expresa Sergio, la mayoría de los padres consideran que ser un ejemplo para los hijos es clave en los momentos más tempranos de su desarrollo, más concretamente en la infancia, pues es un momento en el que la figura paterna ocupa un papel protagónico y se constituye un referente central para los hijos: Como figura de padre en el entorno familiar, algo que siempre va a suceder es que nuestros hijos siempre nos van a buscar y nos van a considerar las mejores personas que pueda haber en el mundo, y yo creo que ese es un reto bien grande, que esa imagen que ellos tienen de ti como padre se conserve el mayor tiempo posible. Siempre llega un momento en el que papá pasa a segundo término y mamá también, y los que saben todo son los amigos, y los que pueden todo son los amigos, y que cuando llegue ese momento que pueda haber todavía algo de esa imagen de que papá es quien puede ayudarme a resolver el problema (Sergio, 44 años, dos hijos de 11 y 8 años).
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La literatura sobre paternidad ha abundado respecto al tema de las responsabilidades paternas, ya sea respecto a la falta de atención a dichas responsabilidades (Fuller, 2000), a la centralidad de las mismas en la labor paterna (Alatorre y Luna, 2000), o la conexión que el cumplirlas o no tiene con la propia concepción de los varones de su ser como padres y como hombres (Olavarría, 2000). Sin duda, tales responsabilidades constituyen, también, una parte fundamental de lo que significa ser padre, y en última instancia ser hombre, en el caso de los varones-padres SUD. Los varones entrevistados hablan ampliamente sobre qué responsabilidades sienten como fundamentales en su labor como padres. Esto es algo que comparten con nociones no mormonas sobre la paternidad. Sin embargo, consideran que el marco normativo referencial del que los dota su carácter como adherentes al mormonismo reduce un tanto el margen de maniobra para eludir dichas responsabilidades. Al mismo tiempo, consideran que el conocimiento que su doctrina y creencias les brindan dota de mayor significado a esta serie de responsabilidades, de manera que ser proveedor, una autoridad o un ejemplo, para un padre mormón, es aún más demandante que ser un padre fuera de dicha comunidad religiosa.
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CONSIDERACIONES FINALES
Tal como se plantea en la introducción al texto, la presente investigación de tesis se emprende como un intento de aproximación al tema de la paternidad entendida como una dimensión fundamental en la conformación de la masculinidad, en un grupo de varones adherentes a un credo religioso específico, a saber, el propuesto por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, comúnmente conocido como mormonismo. La intención fundamental de este esfuerzo de investigación es la de dilucidar de qué manera se constituye la paternidad de estos varones, y cómo las diversas nociones religiosas normativas propias del mormonismo, así como otra serie de nociones normativas seculares a las que los varones-padres tienen acceso en su experiencia vital y en su cotidianeidad, actúan en dicho proceso constitutivo. Se trata, pues, de observar cómo la orientación religiosa de los varones-padres interactúa con otras formas de ver y entender el mundo, en el proceso mediante el cual los varones dan contenido a su posición como padres y orientan su actuación como tales. Con esta finalidad, se buscaba conocer lo que para los varones entrevistados significa “ser” padre, así como las fuentes primordiales de las cuales estas nociones y significados abrevan. Se intentaba conocer cuáles son para los varones los aspectos más placenteros, así como los más complicados, de su ser y hacer como padres, con el fin de ponderar las valoraciones que los propios sujetos hacen de su actividad paterna, y observar cuáles son sus marcos normativos de referencia al realizar dicha evaluación. Asimismo, se pretendía dar cuenta de cómo los varones ponen en acción estas diversas formas de entender la paternidad, y cómo éstas dan lugar a sus prácticas como padres. Mediante el análisis de los testimonios vertidos por los varones-padres entrevistados ha sido posible aproximarnos a la forma en que ellos entienden la paternidad. Dada su creencia en que la vida terrenal es solamente una de varias etapas, parte de un proceso de existencia mucho más amplio –que inició antes de nacer en la Tierra y continuará después de morir– los padres SUD consideran que su papel como tales es
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fundamental en este proceso. Ser padre representa la responsabilidad de participar y colaborar con Dios en dicho proceso. Al mismo tiempo, se trata de una experiencia idónea para el aprendizaje de los padres, para acercarse al modelo ideal de masculinidad y de paternidad, personificados en la propia figura del Padre Celestial. En efecto, en el caso de los padres entrevistados durante el proceso de investigación, existe una importante incorporación por parte de los varones de las creencias y doctrinas religiosas mormonas. De manera consecuente, los varones-padres han adoptado, de manera importante, la normatividad propuesta por la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, existen matices en la manera en la que los padres se adaptan a esta normatividad y en la importancia que dan a diferentes aspectos de la normatividad en la relación con su pareja y con sus hijas e hijos. Dichos matices están relacionados con la propia experiencia vital de los padres, y con la incorporación de otro tipo de discursos normativos, que pueden tener un origen moral distinto al de la religión mormona, o incluso un origen secular. La mayoría de los padres entrevistados manifestaron abiertamente sentir una gran influencia del discurso religioso en su manera de entender y de vivir la paternidad, lo cual es consistente con las muchas alusiones a la normatividad y la doctrina mormonas en sus comentarios. Sin embargo, algunos de ellos identificaron el ejemplo de sus propios padres como un referente fundamental para su labor paterna, ya sea para buscar emular las características que juzgan valiosas y apropiadas de la labor de sus padres, o para intentar evitar reproducir aquellas formas de acción paterna que consideran perniciosas. Al mismo tiempo, y de manera más bien intuitiva, algunos de los padres manifiestan que su actividad como padres no se reduce a una adaptación de su parte a la normatividad mormona. Tal como lo señala Ignacio, uno de los varones entrevistados, “no es que me influya la religión, porque la religión es finalmente, como, solo normas”. El propio Ignacio habla de un “sentido espiritual” que él otorga a sus creencias, y que le permite verlas como más que un conjunto de normas que tiene que acatar, y le otorga la posibilidad de interactuar con ellas, interpretarlas, resinificarlas y, en esa medida, dejar que orienten su labor como padre. Algo similar 131
se percibe en lo declarado por Edgar, quien hala de la necesidad de ser un padre “proactivo”, que no espera que la institución eclesiástica le diga en todo momento lo que tiene o no tiene que hacer. Para él, por ejemplo, el principio religioso según el cual los mormones deben “buscar sabiduría” en todas partes, es un claro indicativo de que aquellas situaciones prácticas del ser padre que pudieran no estar prescritas por la normatividad mormona, pueden y deben ser resueltas recurriendo a otros marcos de referencia y reflexión respecto al tema. Así pues, aun cuando no parecen tener muy claro el porqué, los padres intuyen que no únicamente la religión los ha formado como tales. Edgar lo señala con contundencia cuando afirma: “La verdad, yo siento que no por ser mormón soy el padre que soy”. Los varones van dando forma a su noción de paternidad, la cual a su vez se refleja en su práctica paterna, por medio de su vivencia en múltiples dominios de vida además del religioso. Para empezar, los padres fueron también hijos y cómo tales se situaron en una estructura relacional, e interactuaron con otro varón, mayor que ellos, quien fungía como su padre. Esa experiencia les dotó de una serie de referentes sobre lo que significa tener una posición de poder y ejercitar una autoridad, sobre la trascendencia de interactuar con otros actores familiares con apego a afectos y sobre la manera de asumir una serie de responsabilidades y cumplirlas. Por otro lado, a lo largo de sus vidas, los varones-padres han asistido a la transformación del paradigma de organización familiar, con todas las modificaciones que eso puede implicar en la paternidad. Ello hace parte de un proceso de cambio social mucho más amplio, del cual los padres no se hallan exentos, a pesar de pertenecer a una comunidad fuertemente cohesionada y vinculada. Como se apuntaba anteriormente, estas nociones han tenido cierto eco en los varones-padres SUD, algunos de los cuales comienzan a relajar la observación de ciertas prescripciones de género, como aquellas que señalan que ellos deben ser los únicos proveedores materiales para la familia, o que la provisión se limita a la satisfacción de necesidades materiales, por ejemplo. Si bien los varones-padres mormones dan cabida a referentes y normatividades sobre la paternidad procedentes de contextos distintos al de su práctica religiosa, muchas de 132
esta nociones comparten su origen en una serie de prescripciones y razonamientos de género, por lo que les resulta poco conflictivo incorporarlas. Muchos de los padres entrevistados, por ejemplo, parecen reafirmar, a través del discurso religioso, creencias respecto a la “naturaleza” de hombres y mujeres que los capacitan mejor para realizar labores como padres y madres, respectivamente. La normatividad mormona que señala que el padre debe ser la autoridad del hogar y la madre quien cuide de los hijos, da lugar a reflexiones por parte de los padres de que, en efecto, los hombres son más racionales que las mujeres, mientras que las últimas son capaces de desarrollar y demostrar afecto que los primeros. Al mismo tiempo, abre la puerta a especulaciones al respecto, que adoptan un sentido biológico (las madres están más involucradas con los hijos producto del proceso de gestación) o esencialista (las mujeres son amorosas y sensibles). Tal como se mencionaba respecto a las responsabilidades paternas, el marco normativo de referencia que representa para los padres el credo mormón, parece generar en algunos de ellos la sensación de una gran exigencia, que los lleva a definir el ser padre como “mucha responsabilidad”, “una gran responsabilidad” o “una tremenda responsabilidad”. En varios de sus testimonios presentados a lo largo del texto puede apreciarse cómo los padres parecen percibir un ideal de conducta, que se entiende lejano, y que, en muchos casos, es entendido directamente como “inalcanzable”. La consigna dada a los varones mormones –mencionada en el texto como parte de la normatividad SUD– de “ser perfectos” impone en ellos un deseo de constante superación y desarrollo, al que a menudo hacen referencia como un deseo de “progreso”. Al mismo tiempo, puede generar una sensación de insatisfacción sobre la propia actuación como padre, que se expresa con claridad en las respuestas de varios de los varones entrevistados al ser cuestionados sobre su evaluación como padre. A la pregunta expresa ¿usted se considera un buen padre?, varios de los varones señalaron sentirse parcialmente satisfechos –o incluso, insatisfechos– con su desempeño como padres, en relación con toda una serie de expectativas que ellos mismos se han fijado, con base en el ideal normativo SUD, y otras consideraciones normativas seculares.
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En este punto, es interesante, además, reflexionar respecto a la composición del grupo de padres entrevistados. La mayoría de ellos ha pertenecido a la Iglesia SUD desde hace más de veinte años, y si bien, también la mayoría de ellos son conversos, casi todos se convirtieron al mormonismo en edades infantiles o adolescentes. En este sentido, el único caso de un varón recientemente adherido al credo resulta poco significativo, al tratarse del único caso con tales características dentro del grupo. Sin embargo, el distanciamiento de varias de las respuestas de éste varón-padre en particular de la generalidad de los testimonios merece consideración. En diversos momentos, Leonel, el padre en cuestión, parece referirse a la normatividad religiosa, y a los referentes simbólicos sobre la que ella descansa, como una forma más de entender el mundo y, por ende, a la paternidad, de entre muchas otras, que si bien resulta pertinente en muchos sentidos, no es la única ni la más importante. Por otro, sus apreciaciones respecto al peso simbólico y cultural que la imagen paterna y familiar imperante en el hogar en que creció tiene sobre su manera de entender, pero sobre todo de practicar su paternidad, son mucho más cercanas a las de los varones con una historia de formación mormona de más largo aliento. Parecería, entonces, razonable a firmar que, dada la menor exposición de este padre a la normatividad, el peso simbólico de la misma como un canon incuestionable es mucho menor en él que en aquellos varones quienes crecieron con esos referentes. El tiempo que los padres han permanecido adscritos al marco referencial normativo de un credo religioso específico, puede ser un factor importante de contrastación para futuros esfuerzos de investigación, en la medida en que permitiría observar el papel que juega la experiencia militante, por así llamarla, en un espacio religioso específico. Por otro lado, el elemento individual juega también un papel fundamental en la configuración de formas de entender y practicar la paternidad. Como parte de los capítulos analíticos, se han ofrecido algunos ejemplos de padres cuya visión individual puede ayudarles a flexibilizar su posición frente a la normatividad, como en el caso de la provisión material –señalada por la normatividad como responsabilidad primordialmente del varón– en el que varios de los padres se ven reforzados por sus parejas sin que esto les genere algún tipo de conflicto a nivel 134
personal. Sin embargo, aún es posible observar un peso muy importante de la normatividad religiosa, en varios casos, la cual, cómo se señaló también con antelación, no es necesariamente conflictiva con la noción secular tradicional en la sociedad mexicana, que distribuye las funciones entre padre y madres de manera similar. Si bien a lo largo del texto se intenta recuperar esta dimensión individual, futuros trabajos de investigación podrían retomar el tema de la incidencia transformativa de las actitudes individuales sobre las estructuras normativas con una mayor profundidad. Finalmente, cabe señalar que al iniciar la investigación, se tenía una idea general de lo que la paternidad podría implicar a nivel individual y social en la vida de los varones, así como en términos de la conformación de su masculinidad. No obstante, a lo largo del proceso, ha quedado claro que el fenómeno de la paternidad presenta innumerables aristas que merecerían ser igualmente atendidas y estudiadas. Sin duda, el componente emotivo de la vivencia paterna es uno de notable importancia, de manera particular, al pensar en el trabajo de campo y el contacto con los individuos que componen la población de estudio. El tema de la paternidad, especialmente al ser abordado desde una perspectiva de lo emotivo, plantea una serie de retos de carácter ético, pues la participación del investigador plantea una intervención que problematiza los procesos de construcción y ejercicio de la paternidad, así como las relaciones implicadas en ellos, problematización que puede resultar difícil de afrontar para los participantes en el estudio.
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141
Anexo I - Instrumento de recolección de información Preguntas prototípicas para la realización de la entrevista I.
Significación y representación de la paternidad
¿Para usted qué es ser padre? ¿Cómo es diferente a ser madre? -
Con base en la respuesta del entrevistado, indagar a profundidad sobre las actividades que la paternidad implica (por ejemplo, el cuidado de los hijos, su manutención, su formación) ¿Cuáles han sido las situaciones que más disfruta de ser padre? ¿Cuáles han sido las situaciones más difíciles de ser padre? ¿Qué tipo de conflictos tiene con sus hijos? ¿Generalmente, cómo los resuelve? -
Indagar acerca de sí el padre fija normas y de qué tipo (o si lo hace la pareja o ninguno de los dos) y que acciones se toman cuando esas normas no se cumplen.
¿Qué tipo de cosas piden los hijos del padre?
II.
Valoraciones sobre el ‘deber ser’ de la paternidad
¿Cómo ha aprendido a ser padre? -
Indagar sobre aspectos como la influencia de su propia experiencia como hijos en su experiencia de paternidad, por ejemplo.
¿Qué tipo de cosas hace el padre para ‘consentir’ a los hijos? ¿Cómo influye ser mormón en su manera de ser padre? ¿Cómo son los padres no mormones? ¿Qué opinión le merece esa manera de ser padre? ¿Usted encuentra diferencias o similitudes entre padres mormones y no mormones? ¿A qué cree que se deban? ¿Usted se considera un buen padre? ¿Por qué?
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III.
Socialización de la experiencia de la paternidad
¿Con quién platica sobre ser padre? ¿De quién toma consejos sobre la paternidad? ¿Dónde busca consejo o ayuda sobre su paternidad? IV.
Datos sociodemográficos
¿Qué edad tiene usted? ¿Cuánto hijos e hijas tiene y cuáles son sus edades? ¿Hace cuánto que es mormón? ¿Cuáles son sus estudios? ¿A qué se dedica? (Indagar sobre los ingresos si se considera apropiado) ¿Cuál es su estado civil?
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Anexo II – Formato para encuadre y consentimiento informado
Buenos días/tardes. Mi nombre es Ali Siles y soy estudiante de posgrado en la FLACSO – sede México. Actualmente me encuentro realizando un estudio sobre paternidad para mi investigación de tesis. Como parte del estudio me he entrevistado con varones casados y que tengan hijos, y estaría muy interesado en platicar con usted para hacerle algunas preguntas en torno al tema. Sus respuestas son totalmente confidenciales y la información que me proporcione será utilizada exclusivamente para la realización del estudio. No tiene que contestar a ninguna pregunta que no quiera responder y puede terminar la entrevista en cualquier momento si así lo desea. ¿Estaría dispuesto a participar concediéndome una entrevista? SI
NO
Me gustaría grabar su entrevista con el fin de registrar con fidelidad sus opiniones y puntos de vista ¿me permite encender la grabadora? SI
NO
Desea que su nombre sea omitido (sustituido por un alias) en el reporte de resultados de investigación SI NO
Nombre y firma del entrevistado: _______________________________________________
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