Felipe R. Navarro Hombres felices

Felipe R. Navarro Hombres felices Editorial Páginas de Espuma 91 522 72 51 || [email protected] Información: www.paginasdeespuma.com Sinopsis Alg

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Felipe R. Navarro Hombres felices

Editorial Páginas de Espuma 91 522 72 51 || [email protected] Información: www.paginasdeespuma.com

Sinopsis Alguien llega a su casa. Un hombre, una mujer. Pone la televisión, o música. Lee. Quizá llame a otro o sea otro quien haga la llamada, quizá conteste a un mensaje o a un correo. Y, entonces, el mundo –la vida– comienza a desmoronarse, o al contrario, empieza a vislumbrarse la lógica –a veces injusta– de su funcionamiento. Una fotografía o un cuadro, un padre que juega con su hijo y que –irremediablemente– se convierte en otro, las familias, los compañeros, los amantes. Dos amigos, por ejemplo, debaten sobre el orden y el desorden de una cocina y, como en estos cuentos, de una honestidad bestial, todo se convierte en una lúcida visión de lo que es la vida –el mundo–, de lo que somos, felices o no, cada uno de nosotros. Fiel a una voz inigualable, personalísima y capaz de zarandear al lector entre la alegría y la desolación, Felipe R. Navarro ha logrado –con sinceridad, con rigor, pero también con no poca ironía y humor– que los cuentos de estos Hombres felices sean ya no solo el reflejo de una búsqueda y un aprendizaje constantes, sino la confirmación de un escritor apasionado y apasionante como pocos.

Felipe R. Navarro (Málaga, 1969) es autor del libro de cuentos Las esperas (2000). Ha sido incluido en las antologías Cuento al Sur (2001), Paso Doble. Junge spanische Literatur (2008) y Pequeñas Resistencias. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2002).

A MODO DE ENTREVISTA Felipe R. Navarro corre rápido y escribe algo más despacio. Entre su primer libro y este segundo, quince años. ¿Qué tiene que decir al respecto? Yo diría que ni corro tan rápido ni escribo tan despacio; de hecho, quizás escribo más rápido que corro. El problema es ponerse. O más bien, NO ponerse. Podría, para contestarle, contarle quizás una historia: algo así como que cuando acabé con el primer libro me inscribí a una carrera sin saber que era un ultramaratón, y durante ese tiempo, ocupado como estaba en correr, me olvidé de qué había que -¿tenía que?- escribir; luego me olvidé de por qué o para qué había que escribir; luego, del hacia dónde. O a lo mejor es que quise olvidar todo eso. En las carreras la existencia es más fácil: el camino, por largo que sea, suele estar señalizado, con asistencias, avituallamiento, etc. Incluso hay un premio al final, un mínimo regalo; sabes siempre hacia dónde vas. La escritura, sin duda, está peor organizada: aunque escribas rápido, no conocer el recorrido hace que al cabo te detengas. Podría contarle -¿no se trata de eso, siempre?- quizás que sufrí los efectos una mala planificación del entrenamiento; de la falta de él; o de su exceso. O que sufrí alguna lesión que fue muy difícil de curar -o que quizás es crónica, y he aprendido a correr con ella, a correr con dolor-. Ya no sé si estoy hablando de correr o de escribir: quizás fue eso, que en algún instante confundí ambos ejercicios..

Una reflexión para contextualizar su libro en términos de presente en nuestras letras. Hay actualmente buen número de escritoras que profundizan y analizan su condición, su cuerpo, su realidad. ¿le toca ahora también al hombre, al escritor? Bueno, es que yo no sabía que eso de profundizar y analizar fuera sólo cosa de escritoras. Creía que incluso hasta los corredores podían hacerlo. Que debían hacerlo. Que debía hacerlo cualquiera. Incluso pensaba que era un imperativo categórico. Creía que era obligado mirarse desde fuera, y aún más obligado, mirarse mientras uno se mira a sí mismo o a los otros desde fuera. Mirarte mirando la vida: charlando banalmente en los ascensores; llevando el coche al taller; yendo a trabajar o volviendo de ello -¿oiga, eso no es la Odisea-; esperando a que alguien llegue a casa, que regrese, o regresar tú, o deseando que nadie lo haga; cenando con una persona a quien miras un largo rato a los ojos mientras decidís qué vino tomar, o tomando un aperitivo con otra con la que nunca has acabado de congeniar del todo; viendo en una canción, en un cuadro, en un espejo, que alguien ha copiado lo que parece ser tu vida sin saber si es mala la copia o lo es el supuesto original. Pero si usted me dice que eso sólo es cosa de escritoras no quisiera yo meterme donde no me llaman: Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir.

La felicidad... ese territorio. ¿Es un buen laboratorio para su literatura? ¿Así que era un territorio? Las definiciones sobre lo que sea al parecer no están muy claras. Y sobre lo que se haga en los laboratorios, incluso en los literarios, dígame, ¿quién no ha metido nunca un petardo en una caca de perro? Yo la verdad es que no lo he hecho -o tal vez sí-, pero me parece que hay que experimentar con todo en los laboratorios, incluso con eso que dice usted de la felicidad -lo ha dicho usted, eh-. Hay que ir a los territorios donde ya se ha estado demasiado, que uno cree que conoce -que cree- para ver cómo pueda ser estar allí de nuevo o llegar a ellos de nuevo, pero como de nuevo; pienso, por ejemplo, en el jardín donde juegas con tu hijo pequeño, o en tu salón, o en tu cocina -qué manía con el orden en las cocinas, ¿verdad?- o mientras limpias las cristaleras de la terraza. Esos lugares que parecen ser tu casa, tu territorio -¿me decía usted que eso de la felicidad era un territorio?-; las oficinas o las gasolineras o las aceras que pisas cada día esquivando las mismas cacas de perro. Pienso en situaciones como arreglarse para lo que sería una fiesta, o ir al supermercado, caminar por el campo, charlar con un vecino, chutar un balón: todo como de nuevo. Yo es que confío mucho en los experimentos y en lo que se haga en los laboratorios, porque padezco de jaqueca y dependo mucho de ellos y de sus resultados para poder salir a correr, digo para ponerme a escribir. Si se sintetizó en laboratorio el ácido nucleico -eso tengo entendido- no veo por qué no pueda hacerse con la felicidad. O con la infelicidad, lo mismo da. Lo importante es el progreso de la ciencia -y de las letras-.

Glose este anuncio por palabras. Hombre maduro. Aspecto agradable y con buenas intenciones. Gusta de subir y bajar montañas. Busca un poco de felicidad. Yo creo que, proporcionando esos datos, ese hombre en las páginas de contactos no puede aspirar a nada. Piénselo bien -es decir, reflexione sobre su condición, su cuerpo, su realidad-: hombre maduro suele ser eufemismo de cansado, lo de aspecto agradable suele indicar un alto índice de grasa, y me refiero a grasa mental, y no hay padre que no prevenga a sus hijos contra quienes, con buenas intenciones, les ofrecen caramelos sin conocerlos. Luego está lo de subir y bajar montañas: ¿para qué eso, si suele haber lo mismo en ambas laderas? Y por último lo de que busca un poco de felicidad: ¿no le suena a quien ha dejado los regalos navideños para última hora y no sabe qué comprar y de lo que se le ocurre ya no queda, y llega un momento en que ya sólo le interesa comprar lo que sea pero que devuelvan el dinero? Uf, yo no sé si quedaría con él ni para tomarme una tónica -mucho menos un gintonic-, la vida de ese hombre tiene toda la pinta de ser un mal cuento.

Ay... la familia. ¿carrera de obstáculos? Amigo mío, nada hay tan aburrido en los maratones como esas largas y llanas avenidas vacías de gente. Por eso dicen -no digo yo, digo que dicen- que se dejan las carreras de asfalto y se pasa a las de montaña, para correr de modo distinto, obstaculizado, entre pendientes y vadeos, golpeado por piedras y ramas, con barro y con lluvia y manchado de amaneceres que brotan de un anillo de nubes rojas; ¿me permitiría decir que casi felizmente obstaculizado?

Porque doy por supuesto, claro, que usted entiende que cuando hablo de correr estoy hablando de una de las ramas de la filosofía; que estoy hablando, además, de otra cosa.

¿En el 2030 su siguiente libro? No me meta prisas, por favor, porque no veo ahora mismo la necesidad de hacer planes tan inmediatos; la excesiva rapidez genera erratas y cacofonías y finales sorpresa. Le confío que es cierto que quizás tenía esa oculta intención, la verdad, empleado como estaba en un largo análisis de mi condición, de mi cuerpo, de mi realidad, como hombre y como escritor. Pero sus preguntas me han hecho reflexionar, y empiezo a tener nuevas dudas -las mismas dudas de nuevo- sobre la inevitabilidad de tener que escribir, su para qué, su hacia dónde. Además, ayer mismo pagué la inscripción para otra carrera. De todos modos, ¿no le parece absurdo eso de las carreras? Correr para llegar a una meta que ya conoces, cansarte a cambio de unos sorbos de agua a una botella que tiras casi llena, que tras reventarte en el límite de tus fuerzas te premien sólo con una triste camiseta; tener que atravesar largas y lisas avenidas desiertas, o subir y bajar montañas, salir solo, llegar solo, que duela todo, que hagas lo que hagas todo duela, ¿y sólo para llegar al mismo sitio, quizás un poco antes o quizás dando un larguísimo rodeo? No sé: aunque la verdad es que ya no sé si estoy hablándole de correr, o de escribir, o de qué.

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