FRAGMENTOS DE "MEMORIAS DE UN NINO LATINOAMERICANO" LIBRO GANADOR DE LA BIENAL LITERATURA LUCILA PALACIOS, MENCION NARRATIVA

Prof. Exio Saldivia FRAGMENTOS DE "MEMORIAS DE UN NINO LATINOAMERICANO" LIBRO GANADOR DE LA BIENAL LITERATURA LUCILA PALACIOS, MENCION NARRATIVA. PROL

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Prof. Exio Saldivia FRAGMENTOS DE "MEMORIAS DE UN NINO LATINOAMERICANO" LIBRO GANADOR DE LA BIENAL LITERATURA LUCILA PALACIOS, MENCION NARRATIVA. PROLOGO: EFRAIN INAUDY BOLIVAR. Se puede decir que esta novela no fue escrita por mí, el adulto ya sexagenario, sino por un niño. Sí, el niño que siempre ha estado conmigo, junto a mí, muy dentro de mí, desde el día en que vine al mundo a convivir con mis semejantes, y que permanecerá ahí, seguro estoy, hasta que la muerte se antoje de venir a recogerme. Un día, ese niño escribió con su incipiente lenguaje e ignorando reglas y preceptos del arte de escribir- fragmentos de su vida, su vida de niño marginal, a los cuales tituló: "Memorias de un Niño Latinoamericano". Y tuvo la ocurrencia -por no decir la ingenuidad de enviar dichos fragmentos a un concurso literario: a la "Primera Bienal Literaria de Guayana, 1990"... El niño estuvo a punto de morir de alegría -y yo también, por supuesto al recibir la noticia de haber sido el ganador de la Bienal, mención narrativa "Lucila Palacios". Ese niño, el que continúa aferrado a mí tercamente, jamás pensó que su vida, su anónima vida de niño marginal, podría ser tomada en cuenta por las personas adultas, especialmente por los integrantes del jurado calificador de dicha bienal literaria: Héctor Malavé Mata, Walter Rodríguez y Sildia Cordoliani. Ahora él, el niño, decide contar el resto de sus vivencias guardadas celosamente para, junto con esos fragmentos que fueron objeto del galardón, darlas a conocer a sus semejantes en forma novelada, tratando de mantener, en lo posible, la linealidad narrativa propia de una novela. Y todo, con la esperanza de que, "despojados de toda aspereza adulta", logremos "remover el niño que llevamos dentro". Si llegásemos a alcanzar este objetivo, entonces podemos sentir plenamente que no hemos envejecido, aunque los años se empeñen en imprimirnos sus inevitables cicatrices. Y es voluntad del niño - autor, que el prólogo de esta novela sea el mismo que escribiera para "Memorias de un Niño Latinoamericano", el reconocido médico y poeta Efraín Inaudi Bolívar, ya que a dicho prólogo puede considerársele como valedero y pertinente en ambas circunstancias. Exio Saldivia. PROLOGO Calles de Ciudad Bolívar rizando su parroquial perfil para emular el ondulaje del río. Calles largas por donde bajan silbos y aromas de jazmineros y remontan sueños de niños. La Carioca, Perro Seco, barrios mansos bautizándose en la sedalina de las aguas pumorosas. Plaza Bolívar cubriendo con su rojez perenne el dolor del General' Piar. Plaza Miranda, La Escalinata, El Malecón, río bajando, río crecido, crujido de zapoara. Río Orinoco con su balada de barcas y de redes para el adormilar pez brillante. Breñas pintadas de cristofué, zanjonales donde empolla la güeimita. Rancho pobre, madre pobre, niño pobre, anudados de felicidad. Por ahí, por esas estancias maravillosas, la vida labró en hojaldre sensible al niño Exio, éste que hoy nos entrega sus realidades, sus estupendas memorias que, al fin, son nuestras propias memorias infantiles o las memorias de todos los niños latinoamericanos de provincia. En ella han quedado encerrados todo el perfume y la ternura de la infancia untada de ese Orinoco fascinante en cuyas riberas

cuajó su primer llanto ese niño Exio en una hora cuando eran más primorosas las canciones de la gente de piragua y en cuyas aguas aprendió a imitar el salto de la guabina y a flotar con livianidad de bora. Leer estas memorias es como meterse en un remolino de mariposas azules y envidiables, o como comerse una guayaba madura que antes probó el errante diostedé. Es hacerse dueño nuevamente del goloso río, de las calles soledosas para subirlas y bajarlas a nuestro antojo, del cielo para cuajarlo de papagayos, de las estrellas, de la noche con sus Tres Reyes Magos y de los barcos que pasan a lo lejos. Maravillosa narrativa de un niño, ágil, real, sin un rasgo de ficción y por real, cruda, llena de niño pobre y por eso aquí, la ternura, se hace incontenible. Para darle sentido justo a lo que Exio nos cuenta, escrito en el idioma universal de los niños, es necesario ser niño, o remover el niño que llevamos dentro; abrir de par en par la puerta y, despojado de toda aspereza adulta, entrar y escudriñar la casa encantada de la infancia. Bordan este texto, vivencias extraordinarias de la vida mansa e ingenua de un niño arrullado por una pobreza pintoresca y heroica. Vivencias que permanecieron intactas, inmutables en su mente y guardadas con ese celo con que la crisálida preserva su tesoro para hoy, después de tantos años, el mismo niño Exio rompa la cajita de música para que vuele la mariposa. Esa mariposa son sus memorias. Son Exio convertido en el niño del poema de Walt Whitman hecho amor detrás de un pájaro del monte, apoderado del tuqueque, de esos que delataron a Cristo, de la güeimita cuyos progenitores de aquellos tiempos borraron las huellas del Hijo de Dios para ocultarlo de los enemigos, dueño de su "Arbol Secreto" que gotea paraparas y que vende para que los novios jueguen "pares o nones", y dueño de alpargatas raídas que lo acompañan por caminos de sueños y realidades. Exio es Simbad niño, descubriendo el rumor del Padre Río en el nácar de una caracola. Simbad espiando desde la proa de una laja azul la serpiente de siete cabezas que según el señor Manana vivía en la Piedra del Medio y que sólo se le aparecía a los de alma buena. Simbad descubriendo, en un mapa de la escuela, el Río Caura, por donde él bajó una vez en el vientre materno desde lo más profundo de la selva. Leyendo estas memorias no puedo más que confesar que Exio fue un niño afortunado y envidiable porque durmió muchas veces al pie de un árbol de corcho, entre sus raíces, como un gnomo, y era todo suyo el salmo de los grillos y dueño de los cocuyos que hilaban destellos para que su nido vegetal tuviera encajes astrales, porque otra cosa eran las estrellas, aquellas que él perseguía a través de los agujeros del techo de su rancho para encontrar el sueño. Y fue un niño precoz tocado por esa responsabilidad de muy extraña aparición en el mundo de la infancia que lo hacía hombrecito pensante cuando menguaba el alimento y se exacerbaban las dolencias de la madre. El y ella eran coyunda primorosa e inseparable, camino y huella, pobreza y amor inenarrable, calor y besos, alba y lucero amaneciéndole en su regazo, consejo y oído atento, río luchando contra la escollera y arroyuelo aprendiendo a correr por entre juncos. "Mi mamá..." "mi mamá...", todas las páginas están pespunteadas de esa palabra maravillosa. Mujer hacendosa su madre, de trabajo honesto, para orgullo de él y de las señoras de las casas de buena familia, como la de la Sra. María "que era la señora de la casa donde trabajaba mi mamá". Y cuando decía esto, su pechito se hinchaba cómo el de un colibrí. Ella le daba amor a su niño, a su muchacho, y él la consentía y la cuidaba. "Bueno, la cosa es que mi mamá estaba enferma y no se podía parar del catre... Los que vivían en los otros ranchos me daban algo de comer. Yo comía y le llevaba a mi mamá...".

Y cuando el hambre afincaba sus dientes en su humanidad infantil y en la de su madre, comprendía que no eran tiempos para detenerse a elevar papagayos o para consentir ranitas en el charco, sino que con bríos inconcebibles, ante la mesa vacía, se iba hasta su tomatal furtivo, sembrado con semillas que descubriera en un charco y que por la calidad del fruto lograba la benevolencia del pulpero para el canje. Y así para sorpresa de la madre florecía el alimento en la mesita del rancho. Y vendía periódicos y turrones, y matos de agua para los asmáticos, y lo que es más hermoso: vendía libros. A Exio lo rozó la historia grande. Cierta vez, y ante el asombro de los familiares, se llevó al anciano y sabio, Dr. Agosto Méndez, por riesgosos barrancales para que curara a su madre. Después supo que aquel venerable señor era, además, el autor del Himno del Estado Bolívar; y por eso, cuando en la escuela lo cantaban, él era el que lo cantaba "más fuerte y más duro". Una vez, cuando: "la gran creciente del río Orinoco", el niño Exio pescaba en una de las calles y un señor vestido de blanco que pasaba por la calle en una embarcación le preguntó que qué había pescado, y él le respondió levantando dos peces que acababa de atrapar. El señor, viendo la habilidad del niño no tardó en bautizarlo, llamándolo "gran pescador": Era el Presidente Isaías Medina Angarita. Y un día de recreo, "nos íbamos llevando por delante a un señor que desde hacía bastantes días se la pasaba pintando la casa del Congreso de Angostura..." Jesús Soto era el nombre de ese señor que pintaba el Congreso de Angostura... "El hacía eso ahí en las mañanas, porque en las tardes é4 hacía los letreros en los cartelones de los cines `América', `Mundial' y ‘Royal’. Exio nos cuenta en sus memorias, que cierta vez una echadora de cartas le predijo a su mamá la llegada del padre de él. Y Fernanda, la de Perro Seco, le anunció la llegada y sucedió que: "Al otro día, mi mamá me despertó temprano, bien temprano y me dijo que me lavara la cara bien lavada y que me pusiera las otras alpargatas, las que no estaban rotas". Y lo llevaron al padre y bastó que el niño Exio leyera en voz alta el Génesis, para que el padre exclamará: "Este es mi hijo"; y por eso Exio, Simbad niño, triunfante, va río arriba, remontando el Caura por donde bajó en el vientre de su madre. Va con el padre, que es para él como remontar el corazón del hijo. Confieso que al leer estas memorias se me hace un nudo en la garganta. Me provoca irme al encuentro de Exio y en alguna callejuela, como al niño del cuento del Deshollinador de la Ciudad de Amicis, dejar caer en sus pies ramitos de flores. Madre, río, infante heroico: trilogía de una obra universal. Leerla, es como irse detrás de un mágico rumor de caramillo y bajar hasta el río y hundir los pies en la espuma orinoqueña e irse después detrás de un niño cuyo corazón hila sentimientos eternos. Ese niño que al otro lado del río, con su caja de cartón por equipaje, siente que se le desprende la ciudad de su corazón y el río y la piedra del medio donde vive la serpiente de siete cabezas, y el latido de la madre y el dolor de la madre que él aliviaba con su aliento. Ya él no es el pichón caído del nido. Alguien lo ha recogido y va a volar cielos inciertos. Un nuevo mundo, al otro lado del río, le hace señas con el arco iris; y por eso, cuando ve el rostro tristón de la ciudad, siente como si en sus ojos estuviera lloviendo. Hoy releí las memorias. Hoy quería ponerme a llorar bajo las estrellas. Efraín Inaudy Bolívar.

"MI NIÑEZ FUE POBRE, PERO NUNCA FUE TRISTE, FUE MAS BIEN PENSATIVA Y SERENA, Y EN MUCHOS ASPECTOS FUE EN REALIDAD TAN HERMOSA COMO LA REVIVO EN LA MEMORIA..." AQUILES NAZOA, "El niño que yo era". "Hombres que salís al suelo por una cuna de hielo y por un sepulcro entráis, ved cómo representáis... Calderón, "El gran teatro del mundo" I RIO ABAJO Mi mamá se la pasaba hablándome y diciéndome un montón de cosas que yo no entendía. "Cuando tú venías conmigo, río abajo", me decía mi mamá una vez y otra vez, casi todos los días; pero yo no entendía eso de venir con ella río abajo. Otras veces me decía "Y tú venías conmigo río abajo, aquí, aquí, tocándose la barriga cada vez que decía aquí. Eso menos lo entendía, de venir con ella, río abajo, y en aquí, aquí donde ella se tocaba con las manos. Un día me dijo lo mismo y me puse a llorar porque yo no entendía nada de nada. Entonces mi mamá me tomó en sus brazos y empezó a explicarme - también llorando - lo de venir con ella, río abajo, ahí, ahí donde ella se tocaba cada vez que hablaba de esas cosas. Así fue que mi mamá me dijo, siempre llorando, que ella venía del Alto Caura, desde donde comienza el río Caura, cerquita de Brasil. Que ella venía desde allá, desde la selva donde hay muchas matas de sarrapia y de caucho, y que por eso hay muchos sarrapieros y caucheros allá, en el Alto Caura, para sacarle la sarrapia y el caucho a las matas. Y que. por eso ella venía de allá, porque uno de esos caucheros se la llevó para la selva, y que allá en la selva él y ella me hicieron a mí. Y por eso yo venía con ella en una curiara, río abajo, ahí, ahí, en la barriga de ella. Cuando supe lo que me contó mi mamá, comencé a pedirle a mi maestra, María Antonieta Mejías, allá en la Escuela Federal Heres, que me enseñara en el mapa de Venezuela que estaba pegado junto al pizarrón, dónde quedaba el río Caura. Mi maestra me dijo "mañana". Y esperé a que llegara mañana. Y cuando le pedí otra vez que me enseñara el río Caura en el mapa, me volvió a decir "mañana". Y vino otra mañana. Y otra mañana. Y más mañanas. Hasta que un día, a la salida de clase, quedé de último en salir y mi maestra me llamó y me llevó frente al mapa, tomó mi mano derecha y puso uno de mis dedos, el que se usa para enseñar cosas, en todo el centro del Estado Bolívar, y me dijo: "Este es el río Caura". Y se quedó allí, junto a mí. Mi dedo recorrió el río Caura hacia arriba, hacia abajo. Lo recorrió bastantes veces. Hasta que mi maestra me dijo: "Bueno ya conociste el río Caura, ¿por qué te interesa tanto?". Entonces le conté todo lo que me había contado mi mamá: Que cuando tú venías conmigo, río abajo, aquí , aquí, tocándose la barriga; de cuando él y ella me hicieron a mí, allá en la selva... Yo no sé por qué a mi maestra María Antonieta se le aguaron los ojos y no me dejó que le terminara de contar lo que me contó mi mamá.

XXXVI CARTA SOBRANTE Ese señor y esa señora de El Peso no querían que mi mamá se fuera todavía; le dijeron que se quedara unos días más, que se terminara de reponer; pero mi mamá les dijo que ya estaba bien, que le daba pena seguir molestando. Y ellos le decían que no, que no se preocupara, que ellos estaban para servirle, que lo pensara muy bien, que primero era la salud. Pero mi mamá les volvía a decir que ya se sentía mejor, y que además ella tenía que trabajar y que yo tenía que ir a la escuela, porque ya se me estaban acabando las vacaciones. Yo sabía que a mi mamá no le importaba quedarse más tiempo allá; pero era verdad lo del trabajo; lo de la escuela y lo de mis vacaciones. Porque ese mismo día que mi mamá salió del hospital, yo también salí de vacaciones en la escuela. Por eso ella decía, a veces, cuando estábamos en El Peso, que todo eso parecía como cosas de Dios, todo eso, que estuviéramos juntos, de vacaciones, temperando. Como no teníamos adónde ir a vivir, a mi mamá se le ocurrió ir a casa de la señora Fernanda, allá, en Perro Seco, mientras tanto, mientras conseguía trabajo. La señora Fernanda se contentó mucho cuando vio a mi mamá así, sana, sin ninguna enfermedad, sin asma. A los dos días mi mamá me dejó en la casa de la señora Fernanda y salió a buscar trabajo. Y dijo que también iba a pasar por la escuela a ver cómo estaban las cosas en la escuela, para saber cuándo iban a comenzar las clases. Yo me quedé jugando y hablando con Pedrito, el hijo de la señora Fernanda. Yo le hablaba y le hablaba, contándole todo lo que hice allá, El Peso, ... lo de los baños en la poza, lo del chorro de agua que caía en la poza; le conté todo lo que vi por allá y cómo era todo por allá. En la tarde regresó mi mamá diciendo que todavía no comenzaban las clases en la escuela, que había ido a varias casas de familia buscando trabajo, y que en una de esas casas le dijeron que fuera la semana siguiente. Y también dijo que encontró una amiga, y que esa amiga le informó que en el correo, en la lista de cartas sobrantes, aparecía el nombre de mi mamá. Esa noche, antes de acostarnos a dormir, mi mamá dijo: "Mañana por la mañanita voy a ir al correo a buscar esa carta". XXXVII AL OTRO LADO DEL RIO Mi mamá recibió una carta de Caracas. De una familia donde trabajaba mi mamá y se fueron para Caracas para que los hijos de esa familia estudiaran en la Universidad. Mi mamá me enseñó la carta, diciéndome: "qué bueno, mijo, se acordaron de mi'. En la carta le decían a mi mamá que la recordaban mucho, que cómo estaba yo, si todavía seguía estudiando y tan juiciosito, que no se preocupara si ella quería que yo estudiara allá, en Caracas, porque ellos me mandarían el pasaje, y que no se preocupara por nada. Yo seguía leyendo la carta y mi mamá otra vez, diciendo: "qué bueno, mijo, se acordaron de mí". Leí la carta, miré la cara de mi mamá y le dije que sí, que les dijera que sí, que mandaran el pasaje para yo ir a estudiar a Caracas. "¿Y me voy a quedar aquí solita?, me contestó con cara triste, bien triste. La abracé duro y le dije que no, que yo le iba a escribir todos los días para que no se sintiera así, solita. Ella lloraba, pero yo no lloraba. Y me puse a escribir la carta para esa familia diciéndole que sí, que mandaran el pasaje, que mi mamá decía que sí. Y yo no lloré

porque a mí se me hacía que esa familia lo que quería era que mi mamá se fuera a trabajar para allá, para Caracas; y que por eso le escribieron diciéndole lo de mí, porque ellos sabían que si yo me iba a Caracas mi mamá no iba a aguantar y se iba a ir detrás de mí más después. Por eso yo decía que sí, que sí, y no lloraba. Tanto le di a mi mamá con el que les dijera que sí, que ella tuvo que decir que sí y que mandara la carta a la familia, allá, en Caracas. El pasaje que mandaron fue con el señor Orseti, que era un señor que hacía viajes para Caracas en un autocamión, así le decían, porque una mitad era como un autobús cortado por la mitad, y la otra mitad era como la parte de atrás de un camión, con barandas y todo, donde metían los corotos y las cosas de los pasajeros; yo sólo llevaba una caja de cartón, de esas de leche Klim, en la que mi mamá metió el bastimento, decía ella: casabe, dos mudas de ropa, queso, galletas de soda, turrón de merey y hasta cuatro hallacas que las terminó de hacer cuando ya era de madrugada. El autocamión, estaba por la mañanita a la orilla del río esperando la chalana para pasar al otro lado; y mi mamá ahí conmigo, esperando también que llegara la chalana. Y la chalana llegó, el autocamión subió a la chalana y mi mamá me abrazo duro, llorando y diciendo: "escríbeme todos los días, mijo, todos los días", y yo: "sí, mamá, sí". Y brinqué a la chalana que ya salía para el otro lado del río, a Soledad. Me quedé mirando a los que estaban en la orilla, a mi mamá que movía los brazos. La chalana andando, alejándose, y mi mamá, poniéndose chiquita, más chiquita, porque la chalana iba alejándose, alejándose. Y en el medio del río me quede así, mirando tanta agua que pasaba, que corría. Voltié para todos lados y me sentí como sin saber qué hacer. Hasta que la chalana llegó a Soledad. Brincamos a tierra y me volvía sentir como sin saber qué hacer. Me quedé mirando la ciudad, allá, al otro lado del río; al mismo río que corría como si también se estuviera iendo y la Piedra del Medio donde vive la serpiente de siete cabezas. Yo miraba todo para que también se fuera conmigo en mi memoria... entonces fue cuando sentí como si en mis ojos estuviera lloviendo. N.R: Este libro fue llevado al género novela con el título: "Al Otro lado del Río". Participó en el, concurso Literario "Miguel Otero Silva", en el cual obtuvo la distinción de finalista.

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