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DISCURSO DE APERTURA DEL COLOQUIO INTERNACIONAL
FRANCMASONERIA DEL SIGLO XXI: EL DESAFIO DE CONSTRUIR IDEAS Por Elbio Laxalte Terra Señor Intendente de Montevideo, Dr. Ricardo Ehrlich Señor Presidente de la Junta departamental de Montevideo, Prof. Gabriel Weiss Autoridades Nacionales y Departamentales presentes Dirigentes asociativos Querido Hermano Ivan Herrera Michel, Vicepresidente de CLIPSAS Dignatarios de la Masonería presentes, del Uruguay y del Extranjero que nos acompañan, Grandes Maestros y Soberanos Grandes Comendadores del Grado 33 Hermanos y Hermanas Francmasones, amigas y amigos Señoras y Señores,
Un agradecimiento muy especial por la presencia de todos Uds. en un momento muy particular para la Francmasonería Universal. Como Uds. saben, estamos en pleno Solsticio de Invierno; es el momento en donde la Luz fue más corta y es el momento en donde día a día la Luz irá creciendo. Y cuando la Luz crece, Mis Hermanos y Hermans, amigos y amigas, todas las esperanzas nos son permitidas. Es entonces desde este enfoque de esperanza y agradecimiento que voy a realizar algunas reflexiones.
Cuando nos referimos a la Francmasonería, estamos hablando de una de las instituciones más antiguas de occidente; y sobre la cual se han tejido múltiples leyendas y mitos. Es que, la Francmasonería, tiene antecedentes muy antiguos, algunos tan remotos, que coinciden con los maestros constructores romanos, que nos dejaron esas maravillas que aun hoy nos emocionan, conformando uno de los cimientos de nuestra civilización. Durante la Edad Media, en aquel universo tan cerrado, la presencia de los francmasones fueron uno de los elementos fuertes en el arte constructivo, y, sus obras fueron destellos luminosos que continuamos admirando, en forma de catedrales, castillos u otras obras magníficas, por sus estructura monumentales y su belleza arquitectónica. Esos hombres y mujeres, albañiles, constructores, artistas en el arte del tallado de la piedra, imbuidos de una fuerte espiritualidad, donde cada obra tenía un aspecto trascendente, más allá de lo útil, buscadores de conocimiento científico y técnico, aunados por una férrea hermandad y solidaridad de un oficio compartido, tejieron una red de amistad, compañerismo y fraternidad que ultrapasó las fronteras artificiales impuestas por los señoríos feudales, por las lenguas, las costumbres, las razas … y las barreras temporales, de manera de conformarse a lo largo de los siglos, como una
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comunidad de mentalidad abierta, con un fuerte componente universalista y humanista y de una marcada sensibilidad societal.
Esta red, fue, en buena parte, las venas y las arterias por donde circularon las nuevas ideas de un mundo que pugnaba por abrirse y que hizo finalmente eclosión con el Siglo de las Luces, el siglo XVIII, con sus ideas de humanismo, democracia, contrato social, emancipación del individuo, libertad e igualdad; derechos del hombre y del ciudadano, que implicaban también libertad de investigación científica, libertad de circulación, libertad de mercado y de emprendimiento; pero también ideas de justicia social y de emancipación de los oprimidos. Ideas por las cuales los Francmasones, y otros hombres y mujeres, estimulados por esos mismos propósitos, se movilizaron y lucharon en grandes movimientos sociales, algunos de los cuales – los más emblemáticos – fueron sin dudas la Independencia Norteamericana, la Revolución Francesa y los Movimientos Independentistas latinoamericanos. La Francmasonería fue, sin dudas, la gran protagonista de esa verdadera revolución de los espíritus, que sobrevino a finales del Siglo XVII y principios del Siglo XVIII, y el vector por donde circularon más genuinamente las ideas de Modernidad y Progreso, que poco a poco se fueron socializando como el sistema de ideas básicas de la civilización que se estaba construyendo, y la cual, posiblemente hoy, esté llegando a un punto de quiebre y no retorno.
Y podemos decirlo sin ambages: frente a cada idea de progreso, a cada emprendimiento, a cada evolución de la sociedad, siempre hubo francmasones que alentaban, que empujaban, que abrían nuevos caminos.
Ahora bien, ¿que motivaba a esos francmasones, hombres y mujeres de fuertes convicciones a una entrega y compromiso con esos ideales de progreso? Que alentaba, por ejemplo, a un científico como Isaac Newton, promoviendo fuertemente la organización de logias masónicas, allá por los años 1700 en Inglaterra; a Diderot intentado sistematizar todo el conocimiento universal en la Enciclopedia; a Voltaire propagando los valores de tolerancia; a la franco peruana Flora Tristan, abuela del pintor Gauguin, defendiendo ya, hacia 1830, los derechos indigenistas americanos y luchando – en esa época tan temprana - contra ese flagelo que hoy conmueve nuestras conciencias como es la violencia doméstica, que ella misma había sufrido. Y a Luise Michel, combatiendo en las trincheras de la Comuna de Paris por los derechos de los sin derechos; a Mozart, componiendo “la Flauta Mágica”; a Proudhon, organizando sindicatos obreros; a nuestros Libertadores americanos, como Moreno, Bolivar, San Martín, Miranda, O’Higgins, Manuela Saenz, entre muchos otros; a Paul Harris, creando los Clubes de Rotarios; a Henri Dunant creando la Cruz Roja; a Víctor Raúl Haya de la Torre y Augusto Cesar Sandino paladines del ideal americanista; a Henry Ford, innovando en la producción industrial del automóvil, igual que André Citroen; o Walt Disney o Cantinflas, en el cine, o la lucha por la laicidad en Ecuador y América, de la mano de Guadalupe Larriva, trágicamente desaparecida el pasado año, mientras ejercía sus tareas de ministra de
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defensa de su país?. O a Giusseppe Garibaldi, el héroe libertario, que luchó junto a Anita en Rio Grande del Sur, en nuestro país y en Italia por sus ideales republicanos y contra la opresión; o en nuestro país, para mencionar solo algunos pocos, a Joaquín Suárez, Oribe, Florencio Sánchez, Eduardo Acevedo, Pedro Figari, Juan Manuel Blanes o Elbio Fernandez?
Pero, y deseo muy especialmente remarcarlo, ¿qué motiva aun – en esta época tan compleja - a los miles y miles de hermanos y hermanas francmasones que a lo ancho del mundo y en los diversos terrenos de la actividad humana, ponen sus ideales al servicio de la humanidad, con entrega, con desprendimiento personal, de manera anónima y muchas veces a riesgo de sus propias vidas? Por que tampoco debemos olvidar las persecuciones que ha sufrido la masonería desde muy temprano en su historia, ni a los tantos y tantos masones que han dado sus vidas – y continúan exponiéndola aun en muchos lugares del mundo – por la causa de la libertad y de la emancipación humana. De todos ellos los masones de la actualidad estamos orgullosos, son para nosotros un ejemplo y una inspiración suplementaria para emprender nuestras tareas en el hoy y aquí; y – en el espíritu evolutivo y de progreso heredado de nuestros ancestros – trabajar para preparar el porvenir.
Pero, para entender que motivaba a esos grandes espíritus hay que entender también cual es el medio ambiente en el cual están inmersos los francmasones.
Un aspecto fundamental es la promoción de la tolerancia y de la libertad de pensamiento, que permite a unos y otros, en total libertad, realizar su búsqueda de la verdad. Las famosas Constituciones fundacionales atribuidas a James Anderson en 1723, pero cuyo principio inspirador hay que encontrarlo en el propio Isaac Newton, es que la masonería es un centro de unión y un medio para anudar una verdadera amistad entre personas de honor y probidad, cualquiera sean sus opiniones y creencias particulares, y que sin ella se hubieran encontrado perpetuamente alejadas. Y este mensaje de tolerancia y de unión por encima de las diferencias, lanzado al mundo en una época particularmente turbulenta a causa de las controversias religiosas, es el principio fundamental que continúa rigiendo a la francmasonería de hoy. Porque, justamente ese estado de espíritu de cultivar la tolerancia, es el que posibilita que los francmasones puedan trabajar en una verdadera “disciplina de diálogo”, incitador de la comprensión y del aprendizaje mutuo. Por ello, la masonería ha atraído tradicionalmente a todo espíritu inquieto, que ha venido a esta institución a ejercitar su espiritualidad libre, a cultivar sus conocimientos, a fortalecerse en su búsqueda, a confrontar sus pensamientos e ideas en total libertad, respeto y tolerancia.
Entonces, este ejercicio de libertad de expresión y de conciencia, este lugar donde quienes están no se unen a través de la aceptación de una verdad impuesta, excluyente y particularista, como tampoco les une un interés menor o espurio, sino que están unidos en la diversidad que implica la aceptación de cada uno en
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lo que es y en lo que piensa o cree, es un lugar único, donde favorece la reflexión y meditación personal, de manera de ayudar a comprender mejor la relación con uno mismo, con los otros y con el universo.
La masonería reemplaza, en un ejercicio de libertad sin parangón, la llamada autoridad de los clérigos, o guías iluminados, de los dogmas o las verdades reveladas, por el libre examen y la libre interpretación. Reemplaza el pensamiento único por el cuestionamiento, y favorece la búsqueda de las respuestas personales y jamás definitivas, a través del diálogo y la reflexión. Por ello, los masones no practican ningún “ismo” ideológico, religioso o doctrinal. Un masón, es un buscador, y la francmasonería no enrola, sino que
intenta “despertar” las interrogantes, el cultivo de la interioridad personal, la duda metodológica sobre nosotros mismos y el universo en el cual estamos inmersos. Por ello no puede ser francmasón, quien no respete al otro, en su individualidad, en sus pensamientos, y en sus creencias. Por ello la francmasonería es profundamente humanista, y como no comporta un dogma a título de verdad, es evolutiva, libertaria y laica. Más que cualquier otra institución, conjuga la necesidad natural de trascendencia, con el libre examen, la libertad de acción y una obligación ética de respeto al otro. Y este ambiente espiritual de libertad absoluta y de obligaciones éticas y humanas hacia los demás, es justamente el que posibilita esa fuerza espiritual que desde hace siglos, hace de la masonería una fuerza actuante, una conciencia de la vida, una actitud de servicio al prójimo, una vocación de búsqueda de respuestas que posibiliten la mejor convivencia entre las personas, los pueblos, las naciones, las razas, por encima de lo que las separa y de los intereses estrechos e inmediatistas.
La vía que propone a hombres y mujeres la Francmasonería está enraizada profundamente en lo mejor que ha dado el pensamiento de occidente, originado en la cuenca del Mediterráneo, que es la creencia en la potencialidad natural y racional del ser humano, y ha estado receptivamente abierta a otras influencias del pensamiento universal que tengan – como ella - al ser humano en el centro de sus preocupaciones.
La Francmasonería invita, no impone, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, deseosos de crecer y ser mejores personas, y de dar lo mejor de si a la causa del Humanismo, a transitar por un sendero que comporta varias dimensiones simultáneas:
En primer lugar, propone lo que llamamos una vía iniciática, de crecimiento personal espiritual, interior a la persona, para que pueda conocerse mejor a si misma, ser más completa como individualidad, y poder cultivar verdaderamente su autonomía espiritual.
En segundo lugar, propone una vía de crecimiento intelectual, a partir del estudio sobre la realidad, de la naturaleza y de la sociedad, de la ciencia, el arte y la cultura, y a través del intercambio racional y dialogado,
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donde cada uno pone en duda racionalmente sus propias certezas y acepta que cada uno puede tener una cuota parte de la verdad, negando las verdades absolutas y totalizantes. Es de esta forma, que todos y cada uno de los Francmasones tiene la oportunidad de ir forjando en su libre albedrío, y desde el libre examen, la elaboración de su propio pensamiento. El librepensamiento.
Pero también, y en tercer lugar, la masonería invita a sus miembros a transitar por la vía cívica. No es pensable un masón aislado en una torre de marfil. Cada hombre y cada mujer francmasón sabe que él puede ser mejor persona, si comprende mejor la comunidad en la cual está inserto; si forma parte de la misma, si colabora con ella y da todo de si para mejorarla, pues todo masón y toda masona sabe que mejorando su comunidad, él o ella también mejoran, en un proceso infinito de intercambio mutuo.
Entonces, mis amigos y amigas, si tuviéramos que definir lo que es un masón, podemos decir sencillamente, que es un hombre o una mujer libre, honesto, escrupuloso, que hace lo posible por ser mejor persona, y al mismo tiempo, desarrolla una capacidad de servicio a los demás, trabajando para que su entorno, su comunidad, la sociedad de pertenencia, y por ende para que la humanidad toda sea un poco mejor, más justa, más fraternal, más humana. Qué ese es el sueño último de la Francmasonería.
Pero, respecto a ese sueño, a esa utopía, el Francmasón no se sitúa en espectador pasivo, esperando que alguna vez ocurra. El Francmasón no espera la salvación, o que algo o alguien provea una vía de llegar al paraíso o a la felicidad eterna. El Francmasón sabe, que debe actuar en el aquí y ahora, que debe todos los día poner su cuota parte de trabajo a la Obra, sabe que es agente de la construcción de su destino tanto personal como colectivo y es conciente que tiene una cuota parte de responsabilidad en el destino de la Humanidad. Sabe, como lo supieron todos sus ancestros, que la Humanidad se construye, en un día a día, que “es siempre perfectible pero que ese trabajo siempre estará inconcluso, puesto que siempre habrá que reparar y reconstruir lo que las imperfecciones, el tiempo, la ignorancia o la locura de los hombres ha destruido”.
Entonces, el francmasón, si bien es una persona optimista y progresista porque cree que es posible permanentemente hacer algo positivo, no es tampoco un romántico incurable. Sabe que debe combatir por sus ideas, sabe que sufrirá decepciones y sabe que todo cuesta, pero que aun así, debe persistir, porque está intentando – junto a muchos otros, sean francmasones o no – darle a nuestra Humanidad un sentido y una significación, para evitar la zozobra de la civilización y la hecatombe de la Humanidad.
El siglo XX ha sido rico en enseñanzas. El ha confirmado – nos ha confirmado a quienes somos producto de ese siglo – que el ser humano es una entidad compleja, capaz de lo mejor, como lo prueba la larga historia humana, con su multiplicidad de factores de progreso en todos los campos, que nos hacen hoy vivir mejor
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que ayer. Pero también capaz de lo peor, capaz de masacrar a sus semejantes en nombre de una creencia, de una raza o simplemente de la ambición; capaz de encadenarlo a la ignorancia en nombre de la libertad; capaz de enloquecerle en nombre de la razón o capaz de hacer reinar el terror fanático en nombre de la virtud.
Hoy, entrando ya en el Siglo XXI y en un nuevo milenio, estamos frente a unos desafíos que nos interpelan. Están en desarrollo unas tendencias que ponen a la humanidad frente a unas decisivas disyuntivas.
Por un lado, asistimos a la cosificación creciente del ser humano y de su existencia, empujado por una ideología materialista, cientificista, productivista, consumista y mercantilista, que rige cada vez más sus esquemas de pensamiento, e intenta transformarlo en un ser progresivamente instrumentalizado.
Por otro, el callejón sin salida que representa el individualismo, el egocentrismo, el relativismo y el nihilismo creciente asociado a ese proceso de cosificación.
Asistimos a una progresiva destrucción de la naturaleza, asociados a esas dos desviaciones.
Y observamos las reacciones fanáticas, como el etnocentrismo y los integrismos religiosos, sectarios y/o ideológico-políticos.
Las transformaciones globales, económicas, culturales y tecnológicas en curso, implican cambios de tal magnitud, a escala planetaria, que – a primera vista y a la escala personal - cuesta entender hacia donde nos dirigimos, cual es nuestro rol, como personas y como ciudadanos, y cual es el rol que detentan las instituciones en las cuales confiábamos, como la Nación, el Estado, la Política, las Instituciones Educativas, la Economía … Nos preguntamos qué pasa con nuestras sociedades, cada vez más fragmentadas, cada vez más violentas, cada vez más miedosa, cada vez más encerrada.
Todo parece indicarnos que estamos al final de un ciclo. Y un mundo nuevo parece estar gestándose desde las entrañas del mundo actual. Es normal que sea así, y naturalmente esto nos produce incertidumbres, cuando no impotencia. Pero, los problemas que aparecen son de naturaleza similar a los que aparecieron también en otras épocas parecidas del pasado, cuando se experimentaron también grandes cambios, por ejemplo, en fines del siglo XVIII con la revolución industrial y mercantil. Y las preguntas son: ¿cual es la dirección que experimentarán los cambios?, ¿Quiénes lo guiarán? ¿Con qué propósitos se dan los mismos, y a quienes beneficiarán? Y estas preguntas son absolutamente pertinentes, si miramos un poco alrededor.
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Y lo que vemos hoy es desatarse el egoísmo generalizado, los deseos de control y las ansias de poder desmesuradas, el máximo acaparamiento de las riquezas y la concentración de las fuentes de producción mundial, y los flujos financieros internacionales desbocados, sin importar lo que sucede a una buena parte de la humanidad, viviendo en la miseria y sin perspectivas. Y, concomitantemente, observamos desarrollarse los sentimientos de desesperanza, el miedo al otro, la violencia tribal, la falta de fe en la bondad humana, y la creciente desconfianza en la capacidad creadora del Hombre, de la Sociedad y de sus instituciones para dominar los cambios.
La investigación y desarrollo científico y tecnológico crecientemente militarizados y mercantilizados, se ejercen más como instrumento de dominación, de acumulación de riquezas o como elemento de presión y control políticos, que con la altruista finalidad de terminar con el hambre, con la enfermedad y con la pobreza, que afligen a buena parte de la humanidad, que debieran ser los objetivos primarios y fundamentales de tanto esfuerzo creativo: la ciencia y la tecnología al servicio del bienestar humano.
Se intensifica la explotación de los recursos naturales, para gloria de los mercados especulativos y a futuro, mientras hay escasez en las despensas de la mayoría aplastante de la población mundial, buena parte de la cual se encuentra sumida en la más absoluta de las pobrezas y falta de recursos; a pesar de los esfuerzos desesperados de los estadísticos por intentar convencernos de lo contrario.
Los círculos financieros estimulan el ahorro monetario, las pensiones para la vejez, las pólizas de seguro, como objetivos que den seguridad para el futuro, en aquellas poblaciones que tienen una capacidad de hacerlo, porque la gran mayoría apenas puede sobrevivir. Sin embargo, no se pone el mismo énfasis en que los suelos mantengan sus nutrientes, que el agua que bebemos continúe siendo suficiente, pero sobre todo potable; que la tierra y los mares mantengan la vida animal y vegetal de la que depende el futuro de la humanidad, y que nuestra atmósfera siga siendo proveedora de oxígeno respirable. Qué esto sí sería prever estratégicamente el futuro, pero un futuro para todos y no para una minoría.
Todo está a la compra y a la venta; todo es sujeto de una posible apropiación: por supuesto, los recursos naturales, cuyo control justifica las guerras y la violencia masiva, pero también las instituciones económicas, políticas, científicas, culturales, religiosas, educativas … la ley del lucro es la suprema ley, y, a pesar de las sabihondas justificaciones, la realidad es que no se pretende una mejor administración, un reparto más justo de los bienes públicos de la Humanidad, que son de todos así como de las oportunidades. Lo vemos en las humillantes tendencias actuales: se pretende liberalizar los mercados, pero no se liberaliza la circulación de personas. Los países más ricos, en vez de fronteras políticas, ahora están construyendo trincheras. Y esto no puede, racionalmente, sostenerse definitivamente.
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Por ello debemos cuestionarnos, e intentar buscar respuestas. No debemos conformarnos, hoy, con dejarnos llevar por la corriente. Debemos combatir el “todo vale” y el “sálvese quién pueda”, tan en boga. Debemos claramente señalar que queremos construir el mundo que viene, y no ser simplemente espectadores de cómo los poderes globales hacen y deshacen sin que podamos hacer nada porque nos superan en magnitud.
Claro que el mundo de hoy es complejo, y que esa complejidad puede superarnos individualmente. Pero por ello debemos vencer la inercia y cuestionarnos colectivamente, transformarnos en una fuerza dinámica de cuestionamiento, propuesta y transformación, en un sentido humano. Y a ello apostamos.
Debemos
intentar, por encima de todo lo que nos separa, mirar bien lejos, bien alto, abrazar el horizonte, para de esa manera ver que lo que nos separa es mínimo en relación a lo que tenemos en común.
Por ello, este esfuerzo que emprendemos hoy. Debemos entender el mundo en el cual estamos, y debemos estimular el debate de pensamiento, de manera de generar explicaciones, propuestas, de encontrar un sentido y una razón a nuestras vidas, a nuestras sociedades, a nuestros países, y a nuestro mundo. Por ello hablamos del desafío de construir ideas.
Los Francmasones somos gente sencilla, pero con un acendrado sentido de la libertad, un autocultivo de nuestras conciencias, y una convicción de soberanía como ciudadanos. Somos hombres y mujeres de los más amplios campos de actuación de la sociedad, unidos en una red – en el sentido más moderno del término – verdaderamente universal, como lo prueba la presencia entre nosotros de masones provenientes de diversos lugares del mundo. Y por vocación, y por convicción, queremos decir nuestra voz, nuestra opinión sobre la construcción del futuro. Es más, deseamos que cuantos más participen en esa construcción, mejor será, pues estamos convencidos de que el futuro humano nos pertenece a todos los seres humanos, sin excepciones.
Y deseamos nutrirnos de todos aquellos que tienen algo para decir, de todos quienes estudian seriamente y tienen propuestas. Es hora de romper tantos los moldes más o menos impuestos como los compartimientos estancos; debemos salir del conformismo, salir de los encierros y poner en debate todas las ideas. Debemos vencer el miedo de pensar. Es hora de reencontrarnos como sociedad, como humanidad, con el gusto del futuro, con el gusto del diálogo y el coraje de querer construir el porvenir, y no dejar que otros lo hagan por nosotros, a su antojo y conveniencia, mientras nos anestesian a golpes publicitarios.
Les invito a todos y todas a compartir la jornada de mañana con una nutrida saga de exposiciones, sobre los más diversos tópicos, que nos plantearán interrogantes, estimularán nuestras reflexiones, nos darán nutrientes a nuestras inteligencias. El objetivo no es dar respuestas hechas.
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Los masones somos librepensadores, y sería un contrasentido elaborar ideología. Pero si logramos despertar inquietudes por el pensamiento, si logramos estimular las ansias de saber, de estudiar, de comprender mejor el mundo y la época que nos ha tocado en suerte vivir, y si logramos estimular el trabajar mancomunadamente para intentar dejar un mundo mejor a las generaciones que vienen, un mundo más pacífico, más vivible, más justo, más solidario y fraterno, nuestra tarea podría darse hoy por cumplida, que no por concluida. A esto les estoy invitando, mis amigos y amigas. Contamos con ello.
Les agradezco a todos y todas su amable atención. Muchas gracias.
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