FUTURO Y DROGAS (*) El discurso de estudiantes de enseñanza media de Santiago 1. Humberto Abarca

FUTURO Y DROGAS (*) El discurso de estudiantes de enseñanza media de Santiago1 Humberto Abarca Humberto Abarca es sociólogo, titulado en la Universid

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FUTURO Y DROGAS (*) El discurso de estudiantes de enseñanza media de Santiago1 Humberto Abarca

Humberto Abarca es sociólogo, titulado en la Universidad de Chile, y fue becado del Programa de Investigadores Jóvenes de SUR, Centro de Estudios Sociales y Educación, durante 1995. 1

Este trabajo es el resultado de un estudio del discurso juvenil en torno al futuro y la droga. El propósito fue determinar el lugar que estos dos temas ocupan en la subjetividad juvenil de los noventa. Para alcanzar este objetivo se utilizaron metodologías y técnicas cualitativas de investigación. Los temas propuestos fueron analizados a partir del discurso de los jóvenes, producido en situación grupal, mediante la técnica de “grupo de discusión”. Su cobertura consideró jóvenes de clase baja, estudiantes de liceos humanistas científicos y técnico-profesionales de la Región Metropolitana (comunas de Puente Alto, Conchalí, Huechuraba, San Miguel). Algunos de los alumnos seleccionados participaron en el Programa de Prevención del Consumo de Alcohol y Drogas del Ministerio de Educación. El estudio se realizó entre mayo y diciembre de 1995; su fase de terreno se extendió entre agosto y septiembre del mismo año. La investigación se enmarcó en el Programa de Investigadores Jóvenes de SUR, Centro de Estudios Sociales y Educación, y fue patrocinada por la Secretaría Ministerial de Educación de la Región Metropolitana.

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Y no fue tan verdad... Jorge González

INTRODUCCIÓN: UNA CRISIS DE TRANSPARENCIA La fractura de un relato de modernización: el caso chileno Una hipótesis para explicar la existencia de conductas anómicas o de disolución social durante el proceso de modernización que experimentaba Latinoamérica en la primera mitad del siglo, era que se trataban de fenómenos de “transición”. Esto es, un momento del paso de un estadio inferior a otro superior, en el que se lograría la integración de los grupos sociales descuidados por el proceso. En el caso de los jóvenes, se suponía que las conductas problema provenían de las formas de adaptación juvenil al ritmo del cambio. Al cabo del tiempo, ronda una sospecha: “segmentación y 'dualismo' parecían rasgos exclusivos de las sociedades 'en vías de modernización'; con el nuevo orden económico-social, en cambio (...) se han transformado en rasgos 'de la modernización” (Tironi 1987). Asimismo, “la modernidad produce un nuevo tipo de pobreza: pobres por atraso y pobres por modernización” (Bengoa 1995). De perdurar el actual patrón de acumulación y regulación, la pobreza deberá asumirse como un fenómeno en continua recreación, producto de la dinámica de funcionamiento del sistema: un orden moderno que renueva constantemente su pobreza.2 La nostalgia de los sesenta Para algunos, el dilema de la modernización en Chile se manifiesta en el siguiente problema: los modelos de vida o cultura, propuestos por ser los que mejor se ajustan al tipo de fuerza de trabajo y de ciudadano que se necesita, llegan a determinadas zonas sociales tan refractados que se hacen incongruentes, levantando una barrera entre lo que se puede hacer y lo que se puede decir (Canales y otros 1990). Retomando el análisis sobre la crisis de tradición en Chile, sugieren que los jóvenes de los noventa llegan a un mundo que no tiene la consistencia que tuvo en la década de los sesenta. Se dice que “en la década de los sesenta los jóvenes fueron audaces, aventureros”; pero lo fueron sobre un terreno muy firme: una conciencia social y una cultura nacional bastante sedimentada, pues, como señala Touraine, los movimientos sociales son actores de una sociedad integrada. Así, los jóvenes de los sesenta pudieron hacer una elaboración sobre su cultura; fueron un comentario a la ideología del progreso, al Estado Docente, a una imagen reconocible de país. La cultura juvenil de los ochenta y los noventa es hija de la crisis, en el sentido de que lo que ayer se dijo no fue y lo que se soñó quedó como un sueño. Por llegar a un mundo no transparente, esta generación sabe distinguir entre la realidad y el sueño; entre utopía y realidad. Desconfía de la palabra, huérfana del estatuto de realidad que pudo tener en los sesenta. El estudio A continuación, justificamos las preguntas que orientaron el estudio, que profundizan en dos de las convocatorias sociales dirigidas a los jóvenes.

2

Al respecto, véase: Tironi 1987:246; Canales, Rodríguez y Undiks 1990:314; J. Rojas, "Rasgos visibles de la modernización autoritaria en una sociedad de transición a la democracia", Doc. de Trabajo 116, SUR, 1990; F. Dubet, "Las conductas marginales de los jóvenes pobladores", Proposiciones 14 (Santiago: Ediciones SUR, 1987); J. Bengoa, "La pobreza de los modernos", Temas Sociales (Santiago: SUR) 3 (marzo 1995).

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Convocatoria I: Las opciones de futuro

Los jóvenes fueron convocados a conversar sobre sus opciones de futuro. ¿Qué significados involucra la convocatoria? Para Jesús Ibáñez, una elección es una convocatoria en sentido positivo: “hay que elegir”, “hay que aplicar las reglas”. Es una convocatoria que sitúa dentro del sistema. Según Paul Ricoeur, el orden deseado es aquello a lo que prometo cumplir mi promesa: en ese sentido, hablar de las opciones futuras implica una convocatoria a creer; las alternativas de futuro operan como una convocatoria a pensar/creer en el orden: sea para renovarlo o para mantenerlo. En definitiva, los jóvenes fueron invitados a conversar sobre el orden y sobre su disposición a confiar en sus promesas y en sus llamados: no debe olvidarse que el gran llamado a toda nueva generación es a tomar en sus manos el futuro orden. •

Convocatoria II: Las drogas

Sobre los jóvenes opera un discurso que vincula el cuerpo y el mundo, exigiendo el autocuidado en función de un proyecto de vida: es una apuesta contra la perdición, que celebra el autodominio, la contención. Se trata de un llamado a creer que la participación en el orden social importa más beneficios que riesgos. Así, la pregunta por la droga indaga una posibilidad en el camino al futuro: la caída. Desde el punto de vista del orden social, el tema de la droga es un comentario que mira hacia la acción de la institución educativa y, más allá, hacia la fuerza de los relatos de modernización e integración social dirigidos a la juventud. De común con el futuro, es una pregunta que motiva el comentario del ritmo que llevamos como país: una mirada al espejo de nuestra modernización. •

Una mirada: los discursos sociales

Nuestro acercamiento al fenómeno se realizó a través de una metodología cualitativa, comprensiva, basada en la teoría de las representaciones colectivas o sociales, tal como propone Durkheim y recogen Moscovici e Ibáñez, entre otros. El supuesto es que en el habla se articularían dos niveles, esto es, el de la subjetividad y el de lo social, por lo cual las representaciones sociales —y las instituciones— quedarían inscritas en el lenguaje y, por lo mismo, vehiculizadas en la conversación. Nuestra intención fue reproducir la conversación social y observar las marcas juveniles sobre los tópicos descritos de la drogadicción y el futuro. De esta forma, el punto de partida se expresó en dos interrogantes: ¿cuál es la representación del futuro y la droga en el discurso de los jóvenes?; y ¿qué lugar ocupa la droga en el discurso sobre el futuro? Tales son los ejes ordenadores de nuestros resultados, que pasamos a exponer.

I.

REPRESENTACIONES SOBRE EL FUTURO

La conversación sobre el futuro se ordena de acuerdo al horizonte temporal sugerido por la moderación, esto es, mediano y largo plazo. En relación al primero, los jóvenes se refieren a su imagen de planes a la salida del colegio; en el segundo caso, realizan un ejercicio prospectivo, imaginándose a sí mismos y al mundo cuando tengan treinta años. En el camino, un tipo humano emerge a la ciudad: el jaguar. 1. MEDIANO PLAZO: PLANES AL SALIR DEL COLEGIO 1.1 El futuro como convocatoria La pregunta por el futuro gatilla el peso de una serie de exigencias que conforman las expectativas normativas dispuestas frente al joven-promesa. Los planes propios son transparentes, se saben resumidos en una canción de cuatro estrofas sucesivas:

“Estudia” = “Sé un profesional” = “Gana dinero” = “Triunfa”

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De esta forma, los jóvenes se saben vigilados e intuyen que cualquier logro no da lo mismo: un buen trabajo no es lo mismo que una profesión, como sobrevivir no es lo mismo que triunfar. No solamente uno, sino lo que la familia espera, los amigos, profesores... llegar a la universidad. El colegio es un paso... La sociedad te lo exige como meta... [para] satisfacer lo que deseas, para satisfacer a los demás... No es lo mismo que tu papá se sienta orgulloso de ti porque tienes un buen trabajo o que tengas un título excelente. Si uno no tiene estudios no es nadie en la vida. Donde vayas, te preguntan hasta qué curso llegó... El estudio es la base de todo.

Sin embargo, la convocatoria al futuro enfrenta una interferencia: la percepción de una realidad marcada por la desigualdad de oportunidades, circunstancia que se erige algo obvio para los jóvenes. En este caso, el discurso generacional —”los jóvenes”— aparece fundido con el discurso de clase —”no tenemos”—, proyectando la imagen de una juventud a la intemperie, viviendo una vida que no está comprada. Como estamos estudiando hoy día, es difícil llegar a la universidad. La prueba es muy exigente. No todos llegamos, algunos tienen que ir a institutos. Los jóvenes no tenemos muchas oportunidades... pa’ ingresar a la universidad hay que tener plata y es difícil para la mayoría.

Frente a una exigencia de éxito impuesta por la norma cultural, y una carencia constituida en marca común, los discursos sobre el futuro representan formas de reacción y respuesta a la pregunta lanzada a los jóvenes: ¿lograrás lo que te propones?. A partir de allí, existen distintas formas de relacionarse con la norma que —como razones “a la mano”— recorren las conciencias del sujeto juvenil popular, la primera repitiendo el camino del orden, las siguientes contestándolo: •

Actor converso, en concordancia (respeta la norma cultural, emanada del poder legítimo);



Actor subverso, en oposición (cuestiona la norma y propone alternativas);



Actor perverso, en transgresión (juega con la norma, afirmando su distancia sin pensar en abolirla).3

Lectura conversa: el esfuerzo o “espíritu de superación” En esta modulación —hegemónica en el discurso juvenil—, alcanzar la movilidad social a través del esfuerzo personal basado en la educación constituye el ideal de actuación que encauza por el camino correcto —regido a norma— el proyecto de vida de los jóvenes. Si la educación es el vehículo de movilidad, la voluntad personal y la fe en sí mismo son el motor de avance que se alimenta de las expectativas sociales depositadas sobre el joven, para el cual sus cualidades y redes de apoyo familiar definen el destino del proyecto de vida. En esencia, es el modelo de un sujeto que se forja a sí mismo, proyectándose pleno de fe al futuro. •

La promesa fundante del relato: todos parten de abajo

El texto se sostiene en el siguiente dicho: “si te lo propones, pones voluntad y cuentas con el apoyo, lograrás lo que quieres”. En esta modulación se deposita y transmite una promesa de éxito y una vocación de integración que provee una coartada social a la medida del que nace sin patrimonio visible. Al interior de esta visión, la vida se presenta como una prueba de virtud que el individuo debe cumplir inspirado en el ejemplo de sus padres, historia de la que emana un relato digno de imitar que legitima la propia actuación. Parte de la formación que te den tus papás... espíritu de superación y de la gente de esfuerzo; tú querís ser igual. Mi papá empezó de la nada. [Es] el espíritu de superación. Mi papá empezó de abajo.

3

Distinciones propuestas por la teoría de las ideologías como formas de lectura del texto ideológico dominante. Al respecto, véase Canales (Agurto, Canales y De la Maza, 1985:109) e Ibañez (1979:204).

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El texto se impone como un esfuerzo de continuidad, que responde a una ley de la vida donde cada generación debe superar a la anterior, apoyándose en ella; así, el esfuerzo es una línea ascendente de progreso, acumulación de empresas y logros cada vez mayores. Aquí, aparece la fuerza de la imagen del joven-promesa, que alivia las frustraciones de sus padres a través de sus propios logros. Si la familia apoya, uno puede llegar muy lejos. Así se siente con fuerza pa’ seguir y lucha para ser algo mejor. A lo mejor los padres no pudieron hacer lo que uno tuvo la facilidad de hacerlo... Los papás te lo dicen, porque no quieren que uno pase lo mismo que pasaron ellos.



Contra miseria, devoción y atrevimiento

La ideología del ascenso social se “inculca” como mentalidad de generación a generación, expresada en un discurso que promueve dos actitudes ante el futuro: devoción a la promesa y atrevimiento para cumplirla; de conjunto, representan una respuesta generacional —”todos reinaremos”— a la barrera que antepone el dicho “no tenemos oportunidades”. Así, la recepción de la promesa de futuro se transforma en un acto de fe colectiva. Los papás siempre de chico le inculcan eso: “tenis que ser mejor que yo...” Uno crece con esa mentalidad... Creo que si nos esforzamos, siempre vamos a poder... Con el apoyo de mis papás puedo llegar. Con esfuerzo, todos vamos a llegar, unos más tarde, otros más temprano... Todos tenemos una oportunidad.

El discurso involucra un proyecto de mejoramiento dirigido a un individuo, que recibe apoyo retribuyendo bienestar, y cuyo éxito económico representa la vara por la que será medido: dinero y afecto se funden en una dedicatoria dirigida a la familia. Se trata de una voz dirigente que, al fondo de su texto, hace un llamado al país, a lo que somos: se trata de una petición de fe; no un llamado a cambiar el mundo, sino a confiar en su promesa de saber administrarlo a la hora del recambio generacional. Si querís esforzarte, ser alguien, tenís que sacarte la mugre no más estudiando, pa’ l final poder disfrutar a tu familia, tus papás; demostrarles “mira, papá, aquí está mi cartón, mira toda la plata que puedo ganar, ahora yo voy a ser el que te da los gustos a ti” ¿Qué más rico?... Ésa es la base... el país tiene que ayudar un poco más a la juventud, todo este liceo es el futuro del mañana.

Es un discurso esperanzado, confiado en la capacidad del sistema para absorber todas las demandas de movilidad y de ayudar a los que, teniendo voluntad de surgir, no pueden hacerlo por problemas económicos. En última instancia, siempre hay una salida para los problemas y un espacio para todo el que quiera estar dentro. El texto deposita en el Estado la provisión de oportunidades para aquellos que no logran acceso a la educación superior; en esto, la educación técnico-profesional constituye un camino intermedio que, a pesar de ser valorado como un triunfo parcial, no logra desplazar a la educación superior como horizonte de logro. No es común que no vengan al colegio por culpa de la plata... Hay escuelas que pueden ir gratuitamente, terminar y tener su cartón para ir a un instituto o universidad. MODERADOR.: ¿Estás pensando en una escuela industrial? Sí. Piensan que estudiar puede ser solamente en la universidad, pero no. También hay colegios industriales; ahí a uno le aseguran ya que en ese oficio... va a hacer la práctica en una papelera. Uno mismo, si hace el esfuerzo, puede quedar en el mismo lugar y ahí uno sigue trabajando.

Lectura subversa: el reclamo ante la discriminación Hasta cuándo la mentira: no somos todos iguales. Joe Vasconcelos, “Así es la vida”

El discurso subverso toma en sus manos la convocatoria al éxito, recorre sus ángulos y asume la actitud de un testigo acusador, que quiere “hacer ver” —a los deslumbrados— los matices, las paradojas que niegan la promesa del orden, agrietándola a través de una denuncia: no hay igualdad. Con todo, es un

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discurso que tiende a quedarse en la queja, en una constatación amarga de extranjería social, y que — ajeno a otras alternativas— sólo pareciera demandar mejores condiciones para competir. Más cerca del reclamo que de la propuesta, más cerca de acatar que de negarse. En primer lugar, la crítica denuncia el desprecio de la sociedad hacia los que, a pesar de esforzarse, no tienen sobre sí las marcas de distinción que figuran como requisitos en los avisos del diario: buena presencia, experiencia previa. Frente a un mundo que pugna por homogeneizar las diferencias, sólo cabe la renuncia, la automarginación. Al fondo del asunto, hay una constatación: éste es un mundo cerrado, donde no es posible integrarse a partir de la propia identidad de joven, que debe acostumbrarse a usar corbata con 30 grados de calor. A los jóvenes siempre los discriminan. Uno se viste de una manera, “este gallo vale hongo, no sirve”. Cachai... tenís que andar con terno y corbata... Al final, la mayoría que puede, termina estudiando y yéndose pa' fuera. Los empresarios no nos dan la oportunidad, prefieren un viejo con experiencia; pero si no empezai de joven, no vai a tener esa experiencia, ¿cachai?

En segundo lugar, es un habla resentida, como la de un corredor que —plantado en la línea de partida— se compara con sus competidores, viendo disminuidas su posibilidades ante la evidencia de los privilegios de nacimiento de que gozan otros. Es un discurso de autoafirmación que opera negando las virtudes de los contenedores de vida regalada, para validar los logros propios, amparados en el esfuerzo personal. Es el fantasma de un mundo segmentado. Gente apitutada, hijos de gallos importantes... son flojos. Les llega plata todos los meses, así pa’ qué trabajar, pa’ qué estudiar; total, “mi papá me da plata”.

La discriminación vicia la competencia, favoreciendo la circulación de las elites económicas, abriendo/cerrando sus puertas de acuerdo al apellido. En este caso, la denuncia apunta a la inexistencia de un sistema de movilidad basado en los méritos personales. La denuncia de los privilegios es el principal ataque a la promesa del orden, puesto que evidencia el engaño que constituye la imagen de la competencia entre iguales. En un mundo dividido entre privilegiados y desamparados, los primeros tienen total impunidad para circular eufóricos por una ciudad que les pertenece, puesto que sus faltas serán perdonadas por un poder con el que están coludidos. Por ser hijito de papi, de tal persona, “ya, claro, pasa”... No soi hijo de nadie, “quédate fuera”. Cuando hacían las carreras allá arriba... si los meten [en] la cárcel, el papito hace dos llamados, listo pa' fuera, y al otro fin de semana, vuelta a andar en auto...

En complemento a lo anterior, el poder define al pobre como un sospechoso en potencia. En última instancia, levantan una amenaza propia de mentalidad de clase media: no hay orden ni espacio para nosotros, la gente del medio. En la medida en que los ricos sean cada vez menos, a la larga todos seremos tratados como pobres y, como tales, sin derecho a ciudad. Asimismo, el discurso de la virtud en la pobreza se fractura ante la evidencia de una sociedad que no da segundas oportunidades, donde al que resbala sólo le queda seguir cayendo: es un mundo de todo o nada, sin reivindicación posible. Tal es el agobio que domina el discurso de la virtud: lo que se pierde no se recupera. En cambio la gente pobre, vai así caminando, ven un gallo sospechoso los pacos, pa’ dentro y unos grosos palos y hasta ahí no más llegaste... Está muy dividido... Hay sociedad alta y baja y nada más, hasta ahí no más llega. Gente que llega a caer en la cárcel por “n” motivo, queda con sus papeles manchados... Va por un trabajo, ¿qué es lo que te hace la sociedad? No le dan la segunda oportunidad que todos deberíamos tener.

Éste es un discurso que pugna por marcar las diferencias y lavar los estigmas, que deja puertas abiertas al admitir distintos patrones de conducta al interior de la cultura de la pobreza. Es un reclamo de justicia, un llamado a separar la paja del trigo. Se marca a muchos, a algunos pobres que no tienen nada que ver... hay gente pobre que te ve la puerta abierta, se te mete pa’ dentro y te roba lo que puede, como que hay gente que te ve la puerta abierta y viene a avisar que la cierres.

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En relación con el discurso del esfuerzo, esta sensibilidad aparece como su mala conciencia que, frente a la dificultad de responder al llamado del éxito, acusa en un tono amargo la escasa validez del llamado. Si la viabilidad de un orden requiere la apariencia de que para todos se cumplirá la promesa de participar, ésta es una sensibilidad que se integra rezongando, en la sospecha de que no podemos ser lo que queremos, sino lo que nos dejan o exigen ser. Así, el texto construye su distancia afirmándose recluido, denunciando que no son los sueños sino el dinero el motor del mundo, escéptico ante la petición de esfuerzo que emana del orden: “¿para qué seguimos escondiendo las reglas del juego?”. A la larga, el camino crítico llega a un círculo vicioso, a un dilema que no tiene respuesta sino fuera de las actuales reglas del juego. La plata mueve al mundo, eso está claro; si no ganai plata, no pasa na’ contigo... si ganai plata podís darte los gustos. La gente pobre no tiene plata, está obligá a estudiar y no puede estudiar porque no tiene plata... Ahí está el gran problema.

Lectura perversa Por definición, la lectura perversa juega con la ley, requiere su mantenimiento para poder transgredirla. En el lenguaje, recurre a un tono provocativo, hablando a los de “dentro” para enrostrarles que sus palabras no lo alcanzan; reconociendo con desvergüenza el placer de su transgresión. En el extremo, llega a responder al orden: “no me culpes, estoy afirmando mi individualidad ¿no estoy en regla?” No me importa lo que hablen o que no hablen de mí. En todo caso no puedo olvidar que es bueno. Si lo hago, lo hago por mí y no por los demás; lo hago con mi plata y no con la plata de los demás.

A nivel del discurso general, esta vertiente aparece disminuida por la presencia de las dos primeras, conversa y subversa. Tales matrices constituyen las voces principales que pugnan al interior de la conversación juvenil. 1.2 Las vías del logro Ante la pregunta “¿creen que lograrán lo que se proponen?”, el discurso del esfuerzo se transforma en un acto de fe que bordea lo épico, asociando esfuerzo a valor, a virtud de sufrimiento que, tarde o temprano, tendrá la recompensa justa; así, la vida se transforma en una carrera de obstáculos o penurias que aumentan el disfrute del perseverante que logra llegar a la meta. La vida, yo cacho que es una carrera de vallas: hay obstáculos y al final llega el triunfo.

Con esa disposición ante la vida, la cuestión de la competencia se plantea como el escenario de una pugna de sensibilidades propuestas como filosofías de movilidad social: solidarios/asociativos frente a indiferentes/competitivos. En el primer caso, se aspira a un proyecto de movilidad que armonice las aspiraciones individuales con el respeto hacia el resto de las personas. Sin embargo, esta conducta es evaluada como un ideal cooperativo bajo sospecha de ser abandonado tarde o temprano, cuando el joven se endurece o internaliza las reglas de convivencia que provee el orden, y asume la mentalidad de un guerrero urbano, solitario e indiferente a todo lo que no sea su propio plan. El sentido de la competencia La competencia es un campo donde pugnan, de una parte, una mentalidad sana, que se da entre amigos dispuestos a turnarse en la obtención de beneficios; de la otra, la rivalidad vinculada a malos sentimientos como la envidia y a un sentido de la primacía que —para los hablantes— se da como algo obvio. Entre estos polos, lo que está en disputa es la legitimidad de preocuparse por los demás en una situación de competencia. Si tienes una competencia sana con un amigo, ¿qué más rico que decir “deseo esto, pero p’ la otra, ahí nos vemos?” En cambio si tenís una envidia, ya pasa a ser otro tipo de cosa. Obvio que siempre vas a querer ser el mejor dentro del círculo en el que te encuentres, ¿no? Pero también está el no dañar a las demás personas.

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Si tienen la oportunidad de estar los dos, de compartir... pueden asociarse, algo así. Siempre le van a poner “x” obstáculos a los jóvenes. Uno tiene que ser frío. Cuando uno sale del colegio, tiene que empezar a endurecerse; si no, te van a pisotear.

La lección del texto es clara: a pesar de que existe una actitud defensiva hacia los conflictos (“si me obligan, peleo”), dado el actual estado de cosas, aprender a pelear es un requisito de ciudadanía. El jaguar: un competidor paranoico, solitario Pero, yo no sé quién soy. Mi padre me dijo: no te preocupís de nada, sólo de ti mismo, porque cuando caigas en la mierda nadie te va a tender una mano, y me cantó yira, yira. José Ángel Cuevas, “Proyecto de País”

El jaguar es un guerrero urbano, tal vez el hijo más legítimo del sistema, conocedor del mensaje escrito del lado oscuro de la promesa: “libres para elegir, condenados a competir”. Poseído por el “espíritu emprendedor” que propugna la ideología dominante, asume la vida como una carrera ascendente y ciega donde prima la ley del más fuerte. Para él, no existen comunidades sino individuos que compiten; viene solo al mundo y lo habita en soledad total. El resto de la humanidad representa una amenaza para sus propios objetivos, por lo que la consideración por el otro es codificada como una pérdida de tiempo que se paga perdiendo metros en la carrera. Jaguar con alma de tiburón: si no nada, se ahoga. No importa por quién uno tenga que pasar para conseguir lo que quiere... si lo puede conseguir, uno debe pensar en uno solamente, no tiene para qué pensar en los demás... los demás no se van a detener a pensar en uno.

Este discurso irrumpe en la conversación ante el asombro de los asociativos. Frente a esta mentalidad, que crea y alimenta sus propios enemigos, ellos prefieren ver al otro como una oportunidad. El jaguar es drástico, orientado por una lógica de eficiencia que no repara en lazos personales. Pero supongamos son amigos y trabajan en la misma empresa. Eres la jefa y ella está funcionando mal. ¿La echaríai? Pienso que hablaría con ella; si no cambiara, la echaría. Si vai con la mentalidad de pasar encima de toda la gente... tienes que pensar en lo que te pueden hacer.

Sin embargo, el jaguar parece condenado a profundizar su delirio, convencido de enfrentar enemigos tan temibles como él. Resignado a su rol, no pide lo que no está dispuesto a dar y elige morir en su ley: la ley del más fuerte. Al fondo del jaguar, hay un desamparo aprendido. Desde el punto de vista del orden social, éste es un discurso indecente —que no se puede decir en público—, resistido por los asociativos. Sin embargo, el ataque más frontal —el argumento a la persona— es el más resistido: ponerse en el lugar del otro —la empatía— implicaría desarmarse y construir otra identidad. Si voy en una carrera, me voy a preocupar de llegar primero... Supongamos que otra persona se cae... yo quiero llegar a la meta y voy a llegar sin importarme lo que le pase a los demás... Si yo caigo, va a seguir corriendo... no se va a preocupar, no se va a detener a pensar en mi. ¿Cómo voy a hacerlo yo por la otra persona? Es... un sentimiento egoísta de tu parte... yo soy católico... Te tenís que poner en el lugar de las otras personas. Es que si uno quiere conseguir lo que quiere, debe querer conseguirlo a toda costa... Si uno se detuviera a ayudar a todo el mundo, pucha, ¿qué voy a hacer?

Para el jaguar, no existe atribución de responsabilidad individual sobre la pobreza (“es pobre porque quiere”), pues esos problemas no le competen. Ante la evidencia, el solidario afirma su diferencia y opta por negar la voluntad que potencia al jaguar, negando seriedad a la ferocidad de su enseñanza. Lo que está al fondo del asunto es una pregunta límite: ¿se necesita a los demás para vivir? La experiencia de la repetición de cursos ilustra la pugna entre ambas figuras: el desamparo y la afirmación de la solidaridad, que aprende en carne propia una lección de vida: no hacer lo que no quieres que te hagan.

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Si ganarai plata y tenís que hacer una donación, ¿no te sentirías bien con... ayudar a muchos niños? Es que no es mi problema que los niños tengan el problema que tengan. Si se le presentara esa oportunidad no actuaría de esa manera, igual como está pensando Antes que todo están las personas... Yo repetí hace un año... le decía a mis compañeros: “Ayúdame”. “No. Tengo que estudiar”. Ellos pasaron y tú quedaste repitiendo... si te la hubierai jugado y luchado por ti, hubierai pasao.

La cultura popular tiene un remedio para el desamparo: la institución del “compadrazgo”, una cultura de intercambios, de dones, que implica el mutuo beneficio de la cooperación de los actores. El mensaje es doblemente claro: para pedir hay que estar dispuesto a dar, pues nadie está a salvo de caer algún día. Si le pide ayuda a un compañero y ese compañero lo ayuda, se está ayudando a sí mismo... Estudian los dos y es más fácil. Es comadre mía, yo le ayudo a ella y ella me ayuda a mí. Uno necesita mucho de la demás gente, por eso uno no puede estar mal con la gente.

La definición individualista del jaguar lo sitúa como una expresión extrema del discurso del esfuerzo, definido como “espíritu de superación” por aquel que no tiene posibilidad de confiar en nadie más que en sí mismo, especialmente frente a las cosas que pueden sacar del buen camino. Así, el discurso del jaguar puede devenir en una afirmación dramática de virtud y voluntad personal. Si no confías en ti, nadie lo hace tampoco. Tenís que pensar por ti, o sea, tú primero, tú segundo, tú tercero y después los demás... ése es el espíritu de superación, tú te impones lo que tú quieres.

A estas alturas, una pregunta quemante: ¿qué tipo de mutaciones culturales se están produciendo para que el jaguar se permita hablar en el grupo? La respuesta puede parecer obvia: se está transformando en una experiencia recurrente de vivir la ciudad y la sociabilidad. Sin embargo, ¿qué hace al jaguar? A nuestro juicio, es el sentimiento de soledad: es un individuo que se hace solo, sin ayuda del mundo, que no tiene deudas con nadie ni proyectos más que los propios: como todo depredador, es un sobreviviente. El jaguar es el hijo del nuevo “Estado de hágalo-usted-mismo”. Yo soy yo... que veas por ti... hoy día tú vas con los amigos, les pides un favor, te dicen “ah, marcha de aquí”. Por eso tenís que tú solo plantearte tus metas. Yo no dependo... Nadie me enseñó, me mando sola. Yo vine sola a este mundo.

1.3 ¿Cambio o continuidad en la mentalidad? (fundacionismo frente a atinismo) En este caso, la pugna tiene como eje la actitud hacia el porvenir del proyecto de vida. De una parte, se sostiene la posibilidad de emprender la construcción de un futuro acorde a los proyectos personales, inmerso en un proyecto de país que intenta refundarse sobre la base del espíritu de superación. De la otra, se reconoce la refracción de la promesa de éxito que emana del sistema,. Una pulsión de realidad rebaja el alcance de los sueños, transformando la existencia en un constante aprovechamiento de oportunidades, lejos del estilo de los nuevos empresarios atentos a la aparición de nuevos mercados, más cerca de la renuncia a la facultad de soñar y del fin de la fe en la propia capacidad de concretar metas en el tiempo. El espíritu emprendedor: una pulsión fundacional Éste es un discurso que convoca a diario por los medios de comunicación, hasta filtrarse en la recepción individual como un sentido colectivo. Se trata de la consigna con que los últimos dos gobiernos han fundamentado su administración: “Chile tiene una oportunidad”. Una vez más, la fuerza del mensaje reside en lo hueco de su convocatoria (nadie define con claridad cuál es la oportunidad disponible), abierta al deseo como lo fue la imagen del NO. De esta forma, el llamado convoca a asumir el compromiso con un país virtual. En él, la empresa de conquista de nuevos mercados —en el mediano plazo— y la empresa modernizadora del desarrollo —en el tiempo largo—, retoman el espíritu de un

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ascetismo ya conocido en tiempos oscuros,4 transfigurado esta vez en la metáfora de la montaña como una convocatoria a la aventura, resumido en la filosofía del proyecto Everest:5 sólo se llegó a la cima de la montaña más alta por la ruta más difícil. Para que tengamos un buen futuro, la juventud de ahora tendría que cambiar la mentalidad.

Por naturaleza, el emprendedor sale a fundar. Si en los sesenta cambiaba mundos inserto en proyectos colectivos, en los noventa conquista mercados o pequeños proyectos personales y el éxito es la meta en la que ansía depositar su proyecto de vida. A nivel ideológico, la fuerza del texto se afirma —como toda operación de artificio— en hacer pasar la parte por el todo: la empresa del éxito, eminentemente individual, se lanza como una convocatoria generacional. Dirigido a la “juventud chilena”, el proyecto sólo puede ser realizado por individuos parciales que buscan “salvarse” en solitario, unos contra otros. El llamado no considera cambiar estructuras, salvo las que aún engañan a los sujetos que confían en una voluntad externa como proveedora de oportunidades. Coherente con el repliegue del Estado de Bienestar, es un llamado a convencerse de que se está en el mundo librado a la propia voluntad. En esencia, el estereotipo “joven emprendedor, propositivo”, es un intento de abandonar los tres modelos anteriores: “joven rebelde de los sesenta”, “joven violento de los ochenta”, “joven problema de los noventa”: cualquiera sea, este joven no cambia nada, sino lo contrario: demuestra que puede habitar el sistema y acumular triunfos. Dicen que la sociedad no les da oportunidades; pero, ¿qué oportunidades les va a dar si no las buscan? El que busca, encuentra. Crearía todo de nuevo... que fuera todo distinto y tuviéramos una mentalidad diferente. Los jóvenes siempre decimos que estamos en un país chico, no somos nada; [así], ¿cuándo vamos a surgir? Hay que tener una mentalidad... hay que ser luchador. Así en este mundo tiene que ser uno, ir contra todos los obstáculos... pasarlos a llevar y dejarlos atrás.



Su representación de la pobreza

De modo principal, es un discurso apuntado a la pobreza y a sus propias carencias que, de cara a la desigualdad, propone una respuesta individual y define la contradicción principal de la movilidad social entre emprendedores y conformistas. Esta sensibilidad está dominada por un sesgo individualista que está en la base de una representación social de la pobreza y que pesa con más fuerza que la determinación socioeconómica de las posibilidades. A nivel de la teoría de las representaciones sociales, esta actitud recibe el nombre de “sesgo del mundo justo”: el mundo es, en lo fundamental, el más justo que podemos tener y lo que les ocurre —y no les ocurre— a las personas es porque ellas se lo buscaron: cada cual recibe lo que se merece. De esta forma, se cierra el círculo de legitimidad del orden, pues los que no surgen son conformistas: el mundo es justo. La gente pobre es mucho más conformista que el resto de la gente... pasan pidiendo por la casa, vai a la esquina y veís los montones de ropa que botan... Hay gente que le gusta la vida fácil... gallos jóvenes... En vez de estar ese mismo tiempo ocupándolo en buscar trabajo, les gusta vivir a costillas de otra gente... ¿Cómo van a dar ganas de ayudar a la gente pobre si ve las cosas que hacen?

El ejemplo de sus padres sirve de modelo para erradicar la pobreza: “todos deben partir de abajo. Si usted quiere, va a surgir”. Es un texto que entronca con el discurso de la virtud, donde el pobre se dignifica por su empeño y el buen desempeño es el sello personal de decencia, por baja que sea la labor que cumpla. Usted trabaja de basurero o en la construcción, pero que trate de surgir... Si entra a puro clavar clavos... mirai pa’l lao, un compadre está poniendo fierro, estai aprendiendo cómo se ponen los fierros... los ladrillos...

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Recordemos la campaña por la calidad desplegada por el régimen militar: "No le echemos agua a la leche".

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Propuesto por la Secretaría de Comunicación Social del gobierno de P. Aylwin.

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Todos parten de abajo. Aunque se te pongan las feroces metas adelante, las vas a pasar.



La pulsión ascética del espíritu emprendedor

Entroncado al ascetismo, este sesgo individualista se aplica al conjunto del país, y ataca lo que define como un modo de ser constitutivo del chileno: el facilismo, vinculado a la cultura del consumo que adormece al país en el conformismo. Es un llamado a la sobriedad, a desertar del modo de vida limitado a las sensaciones inmediatas, que entronca con el discurso del ahorro promovido desde el nivel oficial. Toda la gente hasta el cuello con deudas, otra no tiene pa’ comer, otros tirando la plata a la chuña... debería ser equilibrado. Está el problema del consumismo: queremos tal cosa, crédito 12 meses... terminai pagando tres veces el precio.

El facilismo tiene sus raíces en la modorra del consumista, miope por definición y hábil para disfrazarse de víctima y así conseguir la caridad pública. En definitiva, si la gente pobre es la más conformista, resulta la principal responsable de que el país no surja y, catapultado por el espíritu de superación, acceda al estatus efectivo de jaguar. Hay gente que no quiere surgir, no quiere hacer nada y quedarse en la casa no más viendo tele... ésa gente que no sirve. El espíritu de superación en Chile muy poca gente lo tiene... es la mentalidad lo que no lo ha hecho surgir... [Nos] dicen los jaguares de Sudamérica y, ¿dónde se ve eso?



Esencias y apariencias: ¿qué país habitan?

En este punto, se expresa una pugna entre dos posiciones que pretenden articular las reglas del juego del sistema. De una parte, una sensibilidad subversa afirma un discurso que rescata la esencia de las personas, al interior del cual el ideal ilustrado, que otorga valía en función del caudal de conocimientos que un sujeto logra reunir, es una estrategia para enfrentar a los que levantan el valor de lo material: es un discurso dirigido hacia las clases bajas. Esa cosa de la ropa... podís andar súper bien vestío, pero si te quedai ahí no más, vai a ser un ignorante para siempre. Aquí en Chile... si comparamos un barrendero y un abogado, ¿a quién van a mirar en menos? ¿Y si el abogado es corrupto? Es que en este país todo funciona en torno a la plata... no se hace nada sin plata, se vive de las apariencias.

Sin embargo, el discurso de las esencias se enfrenta a los patrones de juicio que dicta el sistema, que legitiman la apariencia y que permiten justificar las discriminaciones cotidianas: “dime cómo vistes...” Sí, pero el hecho de la presencia, si tú querís llegar a algún lado, no podís andar mal vestío tampoco. Pero es que una empresa tiene que buscar a personas que sepan representar a la empresa.

A su vez, el discurso emprendedor del joven promesa entronca con el despliegue de un proyecto de país-promesa. Al interior de la propuesta, la imitación de modelos externos exitosos está legitimada como alternativa válida para la definición de identidad de país. Al fondo del discurso, hay una constatación: la identidad actual de Chile —que no se llega a mencionar— no basta para la actual fase que vive el país. La metáfora lo iguala con un joven, que crece imitando a sus mayores, en un proyecto de eclecticismo orientado por los modelos de éxito internacional. Los chilenos nos creímos estilo europeo, cachai, esa cuestión de la diplomacia, querimos ser copiones. Eso no se llama copiar, se llama querer surgir, realmente. Si veís un amigo, se saca la mugre estudiando, un gran profesional, gana cualquier plata, vive súper bien, vai a querer hacer lo mismo... No es ser copión, es surgir con la imagen de una persona. Chile crece con la imagen de varios países para poder llegar a ser una gran potencia.

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Al interior de esta matriz, el lugar común de la crítica los políticos que viajan, nacido de la oposición al gobierno de Aylwin, encuentra su réplica natural —los viajes son necesarios para el país— en las reglas de juego del nuevo mundo en el que debe insertarse el país. El caso de Frei, ese gallo pasa viajando y ahora, ¿cuándo va a viajar pa’ Chile? Dijo que iba a luchar contra la pobreza, todos los presidentes dicen eso, pero es muy difícil... es el monstruo más grande que tiene Chile. No creo que viaje porque le guste... Una persona, como un país, no puede surgir solo; necesita la ayuda de alguien. Cuando fue el régimen militar, las relaciones estaban malas con varios países... Si Chile quiere surgir y poder ser grande, tiene que dejar las relaciones buenas con todas las potencias. Si no tiene relación con nadie, qué vamos a hacer con el cobre, con la fruta, los vinos... puras cosas que se exportan, y si tú no vai a hablar “oye ¿sabís?... en mi país tengo tal cosa que te puedo ofrecer. Tú, ¿qué tienes?”

El “espíritu de superación” es un proyecto total, que sirve de marco para fundir el esfuerzo de un país y de un joven que fracasaron y se empeñan en surgir y no repetir malas experiencias. En definitiva, es la versión cotidiana, a escala humana, de la “teoría del chorreo”: al igual que los empresarios definen el desarrollo del país como un fruto del crecimiento económico, este discurso lo apuesta al progreso de su gente, que aprende de sus pequeñas derrotas, cuya sumatoria de esfuerzos personales dará por resultado la grandeza de la nación. Los repitentes tiene un tremendo bajón, una tremenda caída, pero se paran y seguimos luchando; no nos echamos a morir... somos personas nuevas, cambiamos caleta. Ahí está todo, en el espíritu de superación que tiene que tener la gente y es lo mismo que nos va a llevar a ser grandes personas en el futuro y que va a llevar a este país a surgir... el espíritu de superación, nada más.

Aquí, individuo y país aparecen fundidos por un mismo lazo: el espíritu de superación. ¿Dónde está la raíz del lazo? En una operación simbólica que iguala en el nivel generacional la identidad del sujeto y su país bajo la idea de algo que nace a la vida: ambos son jóvenes, con el mundo por delante; ambos requieren buscar una identidad, requieren salir a buscarla, imitarla. Un potente relato. Sin embargo, el país también hereda lo peor del estigma juvenil: un país-adolescente, que adolece de falta de criterio, que sigue regido por el gran padre, tenso ante cualquier desborde. El inquilino: la voluntad de cohabitar ... renuncio a toda ilusión sobre la faz de esta tierra. José Ángel Cuevas, “Proyecto de País”

En este caso, la sensibilidad fundante cede su espacio a una matriz anclada —para bien o para mal— en el Chile de todos los días. Lejano a la vocación de cambio, el inquilino intenta hacer de este mundo un espacio habitable, a la medida de sus sueños (diseñando su carrera) o, en última instancia, a la medida de sus posibilidades (sobreviviendo, atinando). •

Vivir de acuerdo a un plan: el diseño de carrera

Paradójicamente, la voluntad de vivir de acuerdo a un plan se presenta sólo como una nostalgia de lo que nunca fue. Esta carencia constituye un motivo de frustración y desdibujamiento de las perspectivas trazadas en el plan de superación que la sociedad exige. Al interior del colegio, se mantiene activa la promesa “todos llegaremos”; una vez fuera, la realidad ordena los destinos reales, dejando la promesa como una mueca ante la evidencia de que el sacrificio fue inútil si no se tienen los medios económicos para sostener la continuidad del esfuerzo educativo. Todos soñamos de repente con tener un plan, de lo que vamos a ser y de repente... los sueños no resultan ser lo que son. Encuentro ridículo... uno entra al colegio, se saca la mugre estudiando... sale y se encuentra con un mundo totalmente distinto. Un cabro súper inteligente, le da el puntaje, pero el papá no tiene plata. ¿Qué tiene que hacer? La sociedad como que a uno lo va hundiendo.

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Vivir sin un plan: realismo + pragmatismo = “atinismo”

El atinismo es una ideología para disponerse ante la contingencia del porvenir que, en esencia, plantea someterse al vaivén de los acontecimientos, sin una idea de timón o proyecto que guíe las decisiones. Su código de éxito/fracaso responde al aprovechamiento de las oportunidades que irrumpen en la experiencia, en la lógica del “derrepentismo” descrita por Manuel Canales. De esta forma, constituye la política del que perdió la fe en sí mismo y en su capacidad de logro, renunciando a apostar por su proyecto. Así, permanece tranquilo, desactivando constantemente la expectativa de éxito que pesa sobre el sujeto juvenil. El atinar hace cuerpo con el discurso del sobreviviente: es el lapso de realismo que contrapesa el discurso prometeico del emprendedor que, en un tono descarnado, arriba al dicho de Lennon: “la vida es lo que te ocurre mientras estás haciendo otros planes”. De repente cuando llegan chispazos... uno deja de lado el sueño y pesca lo que más le convenga... Hay muchos sueños, pero una vez encima te enfrentai a la realidad... como que tira un poco pa’ la cola...

El itinerario del realismo/pragmatismo es el siguiente: en primer lugar, el sistema obliga a constatar la falta de futuro si éste se afirma en los propios sueños; a continuación, el realismo se asume como un destino obligado; por último, el pragmatismo obliga a conformarse con la elección posible y con la satisfacción de haber elegido lo correcto (sin reconocer que era la única alternativa). El habla subversa identifica el realismo y el pragmatismo como respuesta a las reglas del juego que impone el orden, pregonando oportunidades para todos y, bajo cuerda, obligando a rebajar las aspiraciones, a la autocensura y a la digestión callada de la frustración de los planes. Soy músico, pero ¿qué futuro voy a tener yo tocando la batería? ¡Ni uno, poh! Estoy obligado a estudiar y después tener la música solamente como un hobby. El gran problema es que tú no dai la prueba pa’ estudiar lo que querís, [sino] pa’ lo que te alcance no más... Aquí hay mucha gente valiosa... un músico en Chile se muere de hambre... El problema de todo es la plata.



El inquilino es un sobreviviente

La ideología del sobreviviente es un discurso de parches-antes-de-la-herida, que resigna sus metas ante la posibilidad cierta de no lograrlas. Existe un criterio de realidad que señala “no se puede estudiar algo muy largo” y lleva de lleno al mercado de las carreras técnicas, que definen las vocaciones a partir de la capacidad de pago. A mi mamá le digo: “Si no me va tan bien en el colegio, ¿para qué voy a gastar inútilmente esa plata?” Reconozco que soy floja... siempre voy a estar ahí mismo y la plata se va a ir perdiendo... Más vale ser honrados altiro antes que después una ya va mal. Da lata cuando los papás a uno le sacan en cara, porque uno no pidió que lo trajeran.

En este itinerario de realismo las expectativas se reducen, matizadas por una discreción aprendida: no se puede prometer lo que no se puede cumplir. La pregunta por la igualdad de oportunidades surge descarnada: ¿no dicen que todos podemos? A la larga, el discurso disfraza el “voy a tener” con el “me gustaría”. Uno no tiene que estar diciendo “yo tengo que ir a la universidad”. ¿Qué pasa si no quedo? Tengo que pensar también si no me da la cabeza... si después no quedo voy a tener... Me gustaría ingresar a las Fuerzas Armadas. Uno no puede llegar de decir “quiero estudiar esto y esto”. ¿Y si los papás no pueden tal vez pagar? Quería estudiar leyes, pero es una carrera larga y cara... Dijeron “vas a tener que buscar algo más barato”. Los sueldos son más bajos... pa’ pagar esos precios... difícil que una persona de este colegio municipalizado pueda llegar a la universidad.

Es un discurso donde el “atinar” cobra sentido como definición de identidad y donde los golpes de suerte son la forma en que el futuro se hace presente en la vida del sujeto, siempre a la espera. Ante todo, este discurso intenta un remedo del diseño de carrera con metas jerarquizadas y plantea alternativas de acción que protegen contra el principal pecado del juego: permanecer sin proyecciones, sin rumbo. El

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pragmatismo es su forma recurrente de decisión, en una política de “pájaro en mano” asumida como forma de ordenar la existencia. Si un grupo de música tiene suerte... a lo mejor tienen un pituto o son buenos... son golpes de suerte. Si me da el puntaje en la prueba, estudio periodismo, pero si no, elijo carreras opcionales pa’ no quedarme parao, porque ésa es la base de todo no más.

Diseñar alternativas para no permanecer detenido: en la base de esta actitud, permanece una clave de interpretación que vincula la deriva con una amenaza: el fenómeno de la drogadicción se presenta como una consecuencia del deterioro progresivo de un proyecto de vida postergado. En esencia, ésta es la declaración de un sujeto que sospecha el riesgo que implica quedarse quieto: el fantasma de las adicciones acecha. Si soi una persona conformista y te quedai ahí no más y decís que no tenís plata pa’ estudiar... mejor me quedo en la casa, salgo con mis amigos, me fumo unos pitos, lo paso piola...



Su incapacidad de proyectar

La matriz del sobreviviente asume la adolescencia como un período de mutación constante, donde no hay planes fijos y las preferencias cambian periódicamente. De esta forma, funde la etapa psicológica de la adolescencia con la circunstancia social que bloquea la validez de sus proyecciones. Así, la ideología justifica su condición: no proyecto porque soy joven, no porque mi condición me lo impida. Dulce ideología, que hace habitable este mundo. Uno todos los días va cambiando... ¿De aquí entro a la universidad?... Voy en segundo [año de educación media] y lo encuentro tan lejano.



La cohabitación: no hay que ser conflictivo

El inquilino prefiere aparecer como el que no ha hecho promesas, permanecer en segunda línea, sin ser molestado y sin correr riesgos ni exponerse a frustraciones. En ese sentido, elabora una política de mantenimiento, que confía en la capacidad del vértice para descubrir las cualidades de su personal; es el lugar del buen trabajador, que elude la confrontación con sus superiores —profesor, jefe—. El motor de su actitud radica en un acto de confianza: si hay oportunidades para todos, si todos pueden surgir con su esfuerzo, sin molestar a nadie, no hace falta endurecerse. Hay que aguantar a quien está arriba tuyo... Si te llevai mal con tu jefe pero estai bien trabajando y querís mantenerte ahí no más, piola como estai... lo vai a tener que hacer. Como está el mundo hoy, hay mucha gente que tiene que aguantar cosas... Si te ponís a estar mal con la gente, no vai a llegar a ningún lado... una empresa conoce a la otra... te hace no endurecerse tanto con la gente y aguantar un poquito... sabiendo que tienen las mismas oportunidades... la gente no tiene porqué hacerte eso. Hay que estudiar no más y no buscarle el lado malo. Hay que tener paciencia.



El futuro como fuente de ansiedades

En su versión más extrema, el inquilino teme al futuro, que marca la salida de la adolescencia y el ingreso a un mundo de preocupaciones, y recela también del realismo que sobrevendrá ante el espectáculo real de la carencia. Es preferible seguir soñando, ya llegará la hora de despertar. Me da miedo el futuro, porque después que pasen los estudios... ya no es lo mismo que la infancia. Ahora uno la pasa bien, dice las cosas que quiere, pero ya teniendo 22 años, tienen cosas moderadas pa’ decirse. Eso no me gusta... Ahora soñamos, soñamos... hartas cosas.

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2. LARGO PLAZO: SUEÑOS DE ADULTEZ En este caso, la moderación indagó las proyecciones a quince años plazo. Los jóvenes se refirieron al futuro deseado (“¿Cómo se sentirían realizados?”); además, imaginaron el escenario y los futuros actores (“¿Cómo se imaginan Chile, a los jóvenes y a ustedes?”). En relación al tema de la realización personal, conviven dos tipos de proyectos: uno que vincula los logros personales con un espíritu de civismo, y otro que se conforma con la dimensión de la autonomía, individualizado. En cuanto a la imagen futura del país, tiende a presentarse en tonos grises, como una proyección amplificada de lo peor del presente, donde el deterioro ambiental y social crecen hasta límites incontrolables. Sin embargo, esta imagen de país, que llama al abandono, se enfrenta con una sensibilidad dispuesta a jugarse por un proyecto de progreso. Un punto central de la discusión es el tipo de orden que imaginan en el país futuro: ¿liberalización o regulación? Tales son los ejes del debate, que evidencian una tensión de la sociedad chilena de los noventa: la pugna entre la tendencia a la fragmentación de identidades (“la vida de cada uno es cosa de cada cual”) y los intentos de recuperar el lazo (“la vida de cada uno está conectada a la de cada cual”). 2.1 Proyecto de vida Ante la pregunta ¿cómo se sentirían realizados cuando tengan 30 años?, las respuestas evidenciaron el deseo de normalidad de los hablantes, diferenciándose dos formas de desear el proyecto: por una parte, un proyecto completo, profesional y afectivo, vinculado a una noción de ciudadanía; por la otra, un plan hecho a medida individual, donde la autonomía respecto de los padres pareciera ser la meta principal, independientemente del modo de lograrla. Un proyecto total, social En este caso, existe una dimensión profesional, vinculada al logro de un título universitario. Es la concreción de la ecuación citada con anterioridad: “Estudié” = “Soy un profesional” = “Gano dinero” = “Triunfé”. En esencia, el triunfo está vinculado al disfrute del bienestar. Junto a ello, la dimensión afectiva y social aparece con igual fuerza, vinculada a una idea de familia virtuosa que vive en tranquilidad, trabajando y ganando lo suyo. Profesión, familia y utilidad social constituyen credenciales de normalidad que el joven enrostra a todos los que no creyeron en él. Hacer lo que uno quiso desde un principio, hacer toda la carrera que tenía por delante. Haberme recibido, estar trabajando, pasarlo bien, disfrutar lo que uno tanto luchó... los frutos. Al conformar una familia, tener un buen trabajo, tener hijos buenos, sanos, ser una persona que le sirva a la sociedad. Si alguien te llega a decir “tú no soi nadie”... “oye un momento, soy esto, tengo mi familia, tengo mis hijos, soy una persona que vive feliz, tranquila, yo sirvo, soy alguien en esta sociedad, alguien que sirve mucho”.

El horizonte de realización incluye la satisfacción por haber podido vivir sin interrupciones las etapas del crecimiento; asimismo, el gozar en plenitud la etapa juvenil. En esa imagen, el proyecto profesional está vinculado a la idea de retribución social, a una felicidad que se prodiga más allá del círculo inmediato del joven, hasta convencer a sus detractores. No haberte saltado etapas, haber sido niño, adolescente, joven, no tener un hijo a los 18 que te corte todo... Cuando soi joven, pasarla bien, carretear todo lo que podai; y ya cuando soi más maduro, poder estudiar; cuando soi un adulto, poder disfrutar con toda la gente que hay a tu alrededor, tu familia... decirle a la gente con esa tranquilidad: “soy tal persona, sirvo para esto”, y no avergonzarte... aunque no sea profesional, pero que tenga un trabajo bueno, estable y honesto.

Un proyecto parcial, íntimo En este caso, la realización muestra un mundo pequeño, privado, un pequeño sueño que concretar con sacrificio. La dimensión profesional y la independencia de los padres desplazan el deseo de familia, que llega a ser desestimado. Sin embargo, la sensibilidad (en este caso, con voz femenina) convive con la posibilidad de abandonar el proyecto de futuro, y refugiarse en el proyecto de otro.

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Un departamento chiquito, limpiecito... hijos no me gustaría tener... soy catete y no me gustaría pasar lo que mis papás pasaron conmigo. Trabajar y tener tu propia casa. Uno no puede estar dependiendo siempre de los demás. Hay que esforzarse. Salir del colegio, estudiar, trabajar y casarme... También puede pasar que uno sale de cuarto medio, se enamora, quiere casarse, y dejar de lado... la independencia.

2.2 Proyecto de generación En su alusión al futuro, los jóvenes evidencian su evaluación del significado de ser joven en el presente: un estigma. Así, la mención de los hijos los pone en clave de conciencia social: trabajar para que sus hijos no pasen por el estigma que significa ser joven en la actualidad y, así, borrar de la memoria un presente que no debe volver a repetirse. Voy a ayudar caleta a mi hijo... Si vemos todos los problemas que tienen los jóvenes ahora, que se los trata de drogadictos, alcohólicos y todo lo demás... hay que trabajar por ellos, pa’ que no pasen esto... que sea una juventud ejemplar, que podai decir “la juventud en mi país es así y así”.

¿Cómo se imaginan a los jóvenes del 2010? A su juicio, la rebeldía volverá a ser la marca de la generación futura si no se redefine el actual estado de cosas, en particular, la discriminación que los aqueja. Existe una representación atemporal de la juventud, un discurso esencialista que define la etapa juvenil como etapa reactiva ante un mundo que, aun mutando, siempre les será adverso. El doble de rebelde de lo que estamos ahora... Si no se solucionan los problemas... la discriminación... van a seguir luchando por sus ideales. Siempre ha sido así. Nuestros papás, cuando fueron jóvenes, ¿cómo eran? Rebeldes... desde que existían los jóvenes siempre quisieron ser rebeldes. Aunque los abuelos te digan “no fuimos rebeldes”, fueron... pero a su manera de ser y del tiempo.

2.3 Proyecto de país: ¿huida o compromiso? ¿Cómo se imaginan Chile cuando tengan 30 años? La pregunta de la moderación convoca un debate entre una posición proclive a la huida y otra dispuesta a sentirse parte de un proyecto de país. En el primer caso, se trata de una sensibilidad que no siente en sus manos el proyecto de país, cuyo devenir no es más que la proyección amplificada del presente, con su imagen de deterioro social y ecológico, herencia gris del desarrollo. La idea de fondo es: Chile estaría mejor sin los chilenos. Vivir fuera de Chile... o fuera de la Región Metropolitana; vivir en el norte o vivir en Europa. En Puerto Varas, donde no hay casi nadie de Chile... pura gente alemana. La ciudad es limpia, no se ve ni un papel en el suelo... los chilenos somos cochinos. Así como vamos, ya no me lo imagino ya... es que este país es súper cochino en comparación a otros...

En este caso, el progreso alude a una sensación de deterioro donde sólo las lacras progresan; se trata de una visión subversa del futuro, que se ríe de la noción de progreso, escéptica del país-promesaejemplo-latinoamericano. En su texto, la droga representa el vaticinio de un poder de creciente influencia, que corrompe todos los sectores de la sociedad, con la complicidad de la autoridad, que pena por su ausencia. No veo progreso, encuentro que no hacen nada. Con las poblaciones se está poniendo súper malo el ambiente. La droga... la droga es lo único que está progresando. Van a vender drogas delante de los carabineros y no van a hacer na'... Están raptando niñas y el presidente no hace na'. No pasa nada con lo que dicen de Chile en otros países.

En respuesta, se activa el discurso del “cambio de mentalidad”: ésta es una convocatoria a quedarse, a creer en Chile como un proyecto posible de tomar entre las manos, vinculando el empuje personal con el desarrollo del país. Parte por la mentalidad de la gente.

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¿Por qué no nos quedamos acá y tiramos arriba nuestro país, donde nosotros nacimos?

Lo que está en el centro de la discusión es el curso de una crisis de fe, donde la voluntad personal no basta frente a un mundo que se define en contra. Esta percepción entronca con la vocación de huida, propia de la religiosidad popular o del discurso del volado que señalaban Canales y otros en la década de los ochenta: “el mundo está podrido, yo me salvo”. De hecho, la sensibilidad comprometida se asume como una voz minoritaria y utópica, frente a una muchedumbre entregada a vivir el presente en un afán depredador, sin consideración por los que vienen. No sirve de nada que una persona esté recogiendo los papeles... las demás te lo van ensuciando. Pa’ eso están, trabajar pa’ que eso no ocurra. Pa’ que toda la gente vaya detrás de un mismo ideal. Somos pocos los que pensamos positivamente de Chile... la mayoría de la gente le da lo mismo, total, “cuando esté la embarrá voy a estar muerto y qué”? No están ni ahí, van haciendo más daño, más daño, más daño. Lo mismo que pasa en Francia con los ensayos... ese compadre está loco... necesita esa bomba... pa’ destruir a la gente, hacer explotar todo lo bonito que nos queda... ¿Por qué mejor no hacer armamento y se la damos [la “plata”] a toda la gente pobre y la ayudamos a que surja, que nuestro país surja y nos olvidamos de las guerras y cuando hay alguna guerra lo conversamos tranquilamente, pacíficamente?

2.4 El futuro como “acabo de mundo” La percepción de un mundo en peligro conecta el discurso juvenil con lo peor del futuro: el sentimiento de fragilidad, vinculado al fatalismo, inmovilista por naturaleza. Se trata de una sensibilidad apocalíptica, que deja en evidencia un juicio oscuro sobre las posibilidades del mundo y, abandonada a su paranoia, mira la realidad buscando en todo momento los signos bíblicos que anuncian el fin. Ante este ejercicio de prospectiva, el humor es un recurso de contrapunto que salva la discusión, manteniendo la conversación vinculada a una realidad donde lo que vaticinan aún no ocurrió. Tengo miedo [al futuro]... la gente habla que el 2000 se va a acabar el mundo, que va a haber una guerra... estaban hablando del atolón de Muroroa... capaz que los papás se vayan al trabajo y los hijos a la escuela y nunca más se vuelvan a ver. Pero en el 2000 no se puede acabarse el mundo, porque en el 2050 tiene que salir campeón la U. [Risas] Dicen: “Quedan cinco años, si en la Biblia sale... “ Y como está la cosa ahora, que uno no puede salir ni a la calle ni a la esquina porque hay peligro. Dicen que antes que venga Dios van a venir diez plagas, y una de ellas es el cólera, la meningitis y el sida... son señales... se han visto hartas cuestiones raras... parece que en Egipto encontraron el Arca de Noé... en el cerro más grande encontraron la punta. Dicen que va a aparecer un monstruo de siete cabezas... los siete países más grandes del mundo van a luchar contra todos. O sea que Chile va es estar ahí peleando. [Risas]

Frente a este panorama, otro recurso de salvación proviene de la influencia de los medios masivos, su principal propagandista: es el discurso “Chile, isla de paz alejada de los problemas del mundo”, que idealiza un país autosuficiente, pródigo, de gente solidaria, enemiga de las guerras. En todo caso, Chile es el mejor país del mundo... Tiene los mejores climas, está mejor que todos los países, porque uno se pone a ver guerras por aquí, éstos que están pasando hambre. Chile está clasificado como uno de los mejores países solidarios que hay en el mundo... Cosa mala que pase en Chile, los mismos chilenos se ayudan.

El discurso de la “isla” es una reserva de esperanza que prontamente queda destruida por la realidad: su estereotipo cede cuando la moderación los pone ante un caso concreto: la actitud ante el consumidor de drogas, donde la imagen de una sociedad unida en su cerrazón domina el lugar de la representación. MOD.: ¿Y ante el caso de los drogadictos?

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No, ahí cambian al tiro. Comunitariamente la gente les dice no a los drogadictos.

Por último, la “isla de paz” es un país virtual, cuya normalidad no está asegurada sino presta a derrumbarse y volver atrás. Es el fantasma del retorno, en una era que se ha ensañado en demostrar que la irreversibilidad no existe. Uno va viendo cosas... Estaba en un grupo... todos los que querían unirse se unían, se llamaba Viernes Juvenil y uno tenía que dar el dato de la fecha de nacimiento... Hacíamos “Grease brillantina”... De repente llega un lolo y me pregunta “¿supiste la embarrá que quedó?” “¿Ustedes no dieron ningún dato, ¿no cierto?”... Me dijeron “no lo dis porque con la cuestión del Caso Contreras... dijeron que el Pinochet va a hacer un golpe de Estado y todos estos papeles los llevaron a no sé qué cuestión de los diputados... Si hay un golpe los van a pescar a todos los que estaban inscritos en ese grupo...” Estábamos todos miedosos y las mamás se estaban poniendo de acuerdo... Todavía estoy nerviosa... no sé si será verdad. Mod.: ¿Y ustedes creen que puede haber un golpe así en Chile? Unísono: Sí. Es que como vamos... Una vez vi una película que... había un golpe de Estado y no podían pasarse de una línea.

La última cita retrata el dilema de Chile en la posdictadura: ¿seguir anclado o cruzar la línea?

II. REPRESENTACIONES SOBRE LA DROGA En la conversación sobre la droga, los jóvenes se refieren al país que en que se sienten viviendo, y tensan la capacidad de creer en un proyecto de nación. Una vez dentro del discurso sobre la droga, proyectan sus representaciones sobre la estigmatización, las distintas sustancias y sus consumidores, abordando la explicación del fenómeno del consumo y afirmando su virtud frente a la posibilidad de la adicción, terminando en sus propuestas de acción. El discurso sobre la droga se ampara en una percepción conservadora del país, que lo define como un territorio en descomposición. Surge una retórica que resucita la imagen del migrante que llega a la ciudad, es introducido a las malicias de la vida y, al cabo de un tiempo, ha perdido la bondad y el sentido de la decencia. Se trata de un discurso adulto, culpabilizador, que intenta enjuiciar una realidad que no logra comprender. [Los padres] al tiro dicen: “los niños de ahora no son los mismos de antes”. La gente de antes era más inocente... Mi mamá me dice que en todo era lo mismo, pero más reservado: las familias cuidando las apariencias, había más respeto... Ahora no, todos insultan a todos. Es que ahora está todo como más liberal.

Los jóvenes incoproran en su discurso la nostalgia de sus padres, que añoran un mundo regulado, discreto, de vicios bien privados y virtudes bien públicas. En el hoy, la libertad se transforma en libertinaje, los niños pierden su inocencia, los padres reniegan de su autoridad y los hombres de su iniciativa; un mundo suelto, donde se ha perdido el sentido de orden y de respeto. A la larga, el discurso de la culpa atraviesa la subjetividad juvenil, al punto de identificar su libertad con impunidad. Por último, la interpretación del silencio de sus padres es reveladora: refleja la falta de modelos de conducta, síntoma de una crisis de legitimidad cuya salida no llegan a vislumbrar sino como anuncio de “nuevos” tiempos. Ahora los hombres están más tímidos, la mujer está más viva. Se ve hasta en el horario de salida... Los papás dejaban salir hasta cierta hora... después de las diez te sacaban la mugre. Ahora a uno le dicen “llega a las diez”, uno llega a las doce... No te dicen nada, porque se dan cuenta que los tiempos cambian.

Su descripción de la vida en la ciudad es una crónica de violencia entre grupos de jóvenes armados que repiten pautas de modelos de desarrollo de países que en otros planos —como el económico o el cultural— se miran como ejemplos dignos de imitar. Es el despliegue de otro tipo humano: el guerrero

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urbano, pariente cercano del jaguar en su relación con la violencia, salvo que el primero no necesita el pretexto de los planes de futuro para utilizarla. Al fondo del discurso, están los pedazos del estereotipo “Chile, isla de paz”. Decían en Estados Unidos, pero aquí también pasa lo mismo, todos van preparados... corta pluma en el zapato... cuchillo metido en el calcetín, linchaco en el pantalón. Las pandillas pelean por las esquinas. Donde yo vivo van preparados, van dispuestos... con palos, con cadenas. Los punzantes metidos en las pulseras... Lo que se está dando aquí son las peleas de pandillas de raperos... los Popeyes contra los Aliens.

Para los jóvenes, estas luchas se vinculan con la defensa del territorio y la identidad, en una sociedad que, paradójicamente, no hace más que agudizar el sentido de las diferencias. Pero la explicación es clara: en un sistema de dominación, las diferencias deben pasar por una segunda regulación, esto es, su jerarquización. Así, los tiempos actuales son la ley de la selva: bienvenido a la jungla de las tribus urbanas. MOD.: ¿Por qué será que hay más violencia ahora? Quieren ser superior. La ley de la selva, pero ésta es la ley de las calles. La competencia de la violencia, la competencia de las calles, del más superior, del más fuerte.

El resultado de la percepción de deterioro no se hace esperar, obligando a despoblar el inseguro espacio público y recluirse en el hogar. El mundo está podrido y habitado por gente que ha perdido el sentido de la solidaridad: el camino de la salvación en solitario está abierto. Me cuenta mi papá, que ya tiene 48 años, que antes uno podía andar como a las seis de la mañana por la calle... Ahora uno va a algún lado, tiene que salir de espalda para que no lo asalten a las nueve de la noche o en pleno día. La otra gente no atina a nada.

Para los jóvenes, la introducción del consumo de pasta base representa un caso emblemático, que refleja la facilidad con que un producto adictivo penetra el mercado chileno, cuestión que hace de Chile un “país esponja”, dispuesto a absorber lo que venga, en medio de su liberalización. Asimismo, el consumo de drogas modifica su distribución original limitado a minorías contraculturales, ampliándose hasta el conjunto de la población. Es un problema que, aún preexistente, en nuestro tiempo viene a agudizarse hasta límites preocupantes. Lo que pasó con la pasta base, aquí nunca se había visto y hoy todo furor la pasta base. Antes, cinco o siete años, no se veía tanta drogadicción... Se veía en los viejos, en los que eran más hippy.. ya la droga alcanza niveles mucho más altos.

La presencia de la droga en la vida de las personas es un fenómeno que opera al estilo de una institución: un poder que se apropia del cuerpo y la mente, que funciona como una maquinaria que oferta y demanda dependencia. Desde este punto de vista, el trabajo que realizan los monitores de prevención es visto como un esfuerzo desesperado de personas que se enfrentan a un poder. La identidad de país no se observa: son personas que se oponen, frente a un poder político en el que no confían y que definen como esencialmente cooptable. Ya no la pueden sacar... aunque digai “ya, no la voy a fumar ma’”, igual la vai a tener... aunque luches y luches, siempre va a haber gente que va a estar contra tuya. Ya la droga está en todos lados, incluso en el deporte... En tu trabajo, en tu familia, en tu escuela... ya no hay ningún lugar que se salve de la droga.

El narcotráfico dispone una red de influencias que extiende sus ramificaciones hasta lo más profundo del poder, y que sólo podrá mantenerse a raya, nunca exterminarse. Al igual que la pobreza, la droga es una realidad con la que hay que acostumbrarse a convivir.

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Y cuando encuentran droga, hacen como que la queman... Pienso que se quedan con ella y después la venden. Hay mucha gente importante que está involucrada con eso... Esos compadres mueven muchas cosas, mueven países, ciudades, gente... Un narcotraficante famoso, está más protegido que el mismo Presidente de la República.

A la larga, Chile aparece como un espacio de impunidad, de inseguridad creciente, de deterioro de la calidad de vida. Sin embargo, existe la percepción de que no es más que un punto intermedio de las redes de tráfico. Como la corrupción, la droga es un problema de otros, que se introduce al país: son los resabios de la identidad de isla, frente a un continente lleno de lacras sociales. Chile es un puente no más pa’ que pase todo...

1. EL CONSUMO El discurso sobre el consumo aparece diferenciado en términos generacionales (“los jóvenes de hoy”) y de clase (“los ricos”, “la gente pobre”). 1.1 Discurso generacional En el imaginario de los jóvenes, existe un sistema de “muros” separados por edades que marcan los límites de permisividad para el consumo. La percepción de los jóvenes es que ese sistema está siendo desbordado y que el consumo de las sustancias legales —como alcohol y tabaco— se normaliza, rebajando la edad de ingreso al circuito de la adicción y originando un tipo de joven descarriado, sin control externo alguno. Niños chicos... toman, fuman, hacen lo que ellos quieren. Tenía compañeros que fumaban... ahora he visto a mis compañeros de quinto y sexto básico fumando y tomando. Está disminuyendo la edad...

En un tono crítico dirigido al resto de los jóvenes, denuncian que el consumo de marihuana aparece normalizado como un “estar con los tiempos”, en un consenso que legitima el consumo de drogas al interior de la sociabilidad juvenil. Es un texto que llama a tomar las cosas con seriedad y en su real significado, que exige abrir los ojos y abandonar el tono lúdico con que el sentido común juvenil se refiere a la experiencia de la droga, hasta mostrarla en toda su dimensión de lacra social. El que ahora no toma, no fuma, no es nadie dentro de un grupo... es el gil. Lo hacen así que es normal... Porque se ve en casi todas partes, fumar marihuana es normal... Dicen que el que no fuma es tonto, es atrasado, prehistórico. Ellos se lo toman como un juego. Ya los pitos son como el cigarro. Es como el pan nuestro de cada día ahora ya.

En medio de un contexto de cambios, nuevas adicciones vienen a disputar al cigarrillo y la marihuana como símbolo de la juventud actual. En particular, el alcohol —por su carácter legal— no aparece codificado como una droga y representa un signo de adicción más serio, más adulto, cuya vía de consumo —endovenosa— constituye una conducta de riesgo y una vía de entrada a otras sustancias. Los jóvenes de ahora no están fumando tanto, lo que están probando más es el alcohol... no prueban tanto la pasta base. Para otros lados sí, pero aquí por lo menos no se ve tanta droga. Actualmente no están fumando tanta marihuana, lo que están más es inyectándose pisco.

1.2 Discurso de clase Desde el primer momento, el tópico surgido de la drogadicción aparece asociado a un estigma de pobreza, en un sentido territorial: zonas de pobreza cuyas esquinas están habitadas por gente que se droga. El hablante de este texto es descriptivo, usa un tono denunciante de “hacer ver” que la

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drogadicción enrarece la propia identidad de pobre, quien reemplaza el alimento por la droga y es obligado a entrar al circuito de tráfico como una estrategia de sobrevivencia. La gente pobre en las esquinas está fumando, o pasándose cuetes, se pinchan con la jeringa sin esterilizar. Los niños que andan botados pasan hambre... No saben cómo hacerla cortar... piden y todos les dan vuelta la espalda por ser inferiores... aspirando neoprén se olvidan. Es pobre... le dijeron “le salió este paquetito a tal persona... te paso tal cantidad de plata...” Después ellos mismos empiezan a consumir.

Sin embargo, a pesar de que no existe una idea cierta sobre la distribución del consumo, el discurso construye sus distinciones proponiendo una correlación positiva entre el ingreso y la adicción: a mayor ingreso, mayor necesidad/capacidad de distorsión. Al fondo del discurso, se sugiere un juicio sobre las adicciones: éstas provienen de los sectores adinerados de la ciudad, que pagan el costo que implica seguir el ritmo de su euforia. Es un legado de la “teoría del chorreo”. La devolución del estigma: droga, estigma de riqueza La conversación rechaza el estigma que vincula los barrios bajos a la degradación social y al consumo de drogas. A modo de defensa de la virtud de su territorio, introducen una distinción polémica entre tipo de consumo y nivel socioeconómico: sustancias habituales —alcohol y tabaco— en sus barrios y las drogas en los barrios altos de la ciudad, donde el consumo aparece asociado a la “chispa de la vida”. Para la gente del barrio alto, el consumo de drogas se presenta como una experiencia de hartazgo, de cansancio en la abundancia, de falta de sentido. Lo común... se ve el alcohol y el tabaco. Las drogas, se ve más allá pa’ l barrio alto. Se dice que en los barrios bajos está lo peor de la sociedad, la droga, pero allá... alegremos la fiesta... tómate este poco de cocaína o fúmate este pito. Hay clases y clases de drogas; por ejemplo, aquí está en ese sector la marihuana y en el barrio alto sería la pasta base. No siempre le echen la culpa a los pobres que consumen más marihuana, porque los ricos consumen bastante. En el barrio alto por lo menos se consume bastante droga. Allá es la cocaína. Lo más que se ve por estos barrios bajos es la marihuana y la pasta base... la cocaína es ya otro nivel de drogas, el gramo debe estar a cien luchas. Tienen la plata para poder comprarla. Pero la mayoría de las veces no están feliz. Los del barrio alto... no tienen problemas económicos, pero pueden tener problemas sentimentales o lo tienen todo y ya no hayan qué hacer, entonces recurren a la droga pa’ ir probando algo nuevo.

La construcción de los límites de la normalidad Frente al estigma de la droga, la necesidad de diferenciación aparece tanto en relación al barrio alto como respecto a su territorio. En este caso, el valor de la “discreción” es lo que marca la diferencia: la droga no circula públicamente por sus barrios, es cuestión de un mercado segmentado que funciona a nivel individual: “aquí son algunos, no todos: no nos igualen”. Sin embargo, la defensa que hacen de su territorio se desvanece frente a la evidencia de que su espacio no está ajeno, que el problema no puede atribuirse a los de más allá. Aquí nunca se ha visto a ninguna persona vendiendo drogas, eso se ve pa’ La Palmilla... Un hermano mío iba pasando... un cabro chico en la esquina le decía “compadrito ¿droga?” Aquí la gente es más discreta... no llega y sale a la calle y te vende... La gente sabe dónde comprarla.

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En la esquina de mi casa venden... La señora que vende sentada en el mesón... llegó un caballero y le pasó plata y de una chauchera sacó unas pastillas... Así que no es eso de que no se vende por aquí, porque aquí se vende.

1.3 Explicaciones para el fenómeno del consumo A continuación enunciamos las distintas vertientes que intentan explicar el fenómeno del consumo. “Se consume por problemas” En este caso, se trata de una modalidad de análisis que deposita en elementos externos al individuo — unificados bajo la noción de “problema”— las causas que impulsan hacia el consumo. •

La crisis de la familia y del mundo adulto

La fuerza de la convocatoria al consumo de drogas tiene su origen en un problema social, esto es, la crisis de credibilidad de las instituciones tradicionales. En este caso, se trata de un consumidor que ha abandonado a sus padres y se somete a la autoridad de sus pares. Ellos tienen problemas... ¿porqué salen a la calle? ¿porqué hacen lo que les dicen los amigos?... tienen problemas con los papás, no creen en los papás.

En el mismo sentido, sus atribuciones apuntan a la necesidad de igualación con un mundo adulto que, en general, es incapaz de proveer buenos ejemplos de conducta y pide lo que no sabe dar, predicando lo que no practica. En este texto, el joven aparece como un imitador de ejemplos, noción que lo deja en calidad de “adolescente”, esto es, sin criterio para tomar decisiones: es un discurso dirigido al mundo adulto, que replica “¿qué piden a los jóvenes? Miren su propio ejemplo”. Muchas veces los niños chicos quieren imitar a sus padres. Con qué derecho los papás... con el cigarrillo en la boca... puede decirte que no tenís que fumar porque te hace mal ¿Con qué moral te lo dicen?

En otra interpretación, la necesidad de igualación se supedita a la sensación de desamparo e incomunicación familiar, donde el consumo constituye la autoinmolación que un sujeto aproblemado utiliza para provocar la reacción de su familia. Esta imagen —la familia indiferente— convive con otra — la familia permisiva—, dando cuerpo a un estereotipo familiar en que el joven no encuentra reconocimiento ni consideración. También lo prueban para llamar la atención de los padres. Ahora casi todos lo están haciendo por llamar la atención de los padres, no por imitar a otra persona. Su tío la trató de violar... Tenía tantos problemas con la gente, que fuma, toma, va a fiestas, para llamar la atención, porque nadie la pesca... Se tomó un frasco de pastillas que estaba tomando la hermana... Es de esas niñas que les gusta ir a fiestas... la mamá la deja ir a discotecas, llega a la hora que quiere a su casa.

Junto a ello, existe una relación ambivalente con la función disciplinaria: de una parte, se resiente como una regulación autoritaria; cuando está ausente, se resiente la necesidad de atención de parte de los padres. Mis papás no me dicen nada, tienen confianza en mí. Algunas veces les hace falta que... nunca que los reten, sino que les recomienden, que les den consejos.

En última instancia, la familia es un factor de advertencia que pesa sobre el joven y le sirve de “ángel bueno” a la hora de enfrentar los riesgos, sea si existe un ejemplo sustentado en el sacrificio, sea que se recuerden las lecciones sobre la vida que entregan los padres. Así, los padres ponen en alerta al joven, inculcándole desconfianza. Mi papá y mi mamá son hijos de padres separados... Han aprendido harto de su experiencia... Mi familia es una familia ejemplar; mi mamá sufrió porque el papá le pegaba... Por esos problemas ella aprendió harto... igual que mi papá.

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Cuando uno va a una fiesta... que nadie se te acerque, que nadie te vaya a hacer algo. En la casa me aconsejan... Cuando veo en la esquina un loco, me acuerdo de mi papi y mi mami que me conversan: “no te metai en las drogas, porque vai a ser igual que ellos y yo no te quiero así...” Pienso en eso y sigo caminando.



La pérdida de vínculos como causa del consumo

Tradicionalmente, la experiencia de la droga está asociada con una salida del mundo: de allí que una causa de adicción sea la pérdida de lazos con la realidad, que actúa como factor atractivo de la adicción en un individuo que se refugia en sí mismo, huérfano de relaciones de intimidad que le permitan compartir sus problemas y mostrarse tal cual es. Ante esa situación, el consumo aparece como la decisión de cortar el cable: una huida al descampado. El problema es de la misma sociedad. Falta de comunicación. La falta de comunicación con tus padres o las personas más cercanas... a tus mismos amigos no les contai nada.



Los amigos como factor-problema, que induce al consumo

En este caso, se construye un estereotipo juvenil que manifiesta un consenso favorable al consumo de drogas como un “estar con los tiempos”. Los jóvenes interpretan esa circunstancia como una fuente de riesgos para todo aquel que quiere asumir una identidad falsa, aparentando lo que no es o aún no es. Los amigos aparecen como una fuente potencial de malas influencias que debe ser cuidadosamente seleccionada: ello activa un discurso de afirmación de la diferencia, que abordaremos más adelante. Los amigos que se buscó son marihuaneros que les gusta el carrete malo, sucio. En el grupo también... se creen los más inteligentes, los dueños del mundo... se están haciendo un daño.

Para esta visión, crítica de la cotidianidad juvenil, el consumo está asociado falsamente a una experiencia social de crecimiento, de madurez, de virilidad, que lleva lejos del alero paterno. Es sentir una experiencia nueva no más, y sentirse más grande y sentirte más hombre. También está creerse más grande por fumar más.



La pobreza, catalizador del consumo

En este punto, los efectos de la segmentación social —pobreza y discriminación— se potencian mutuamente: la pobreza provee un ambiente familiar deteriorado y constituye un estigma rotundo — ”cerrado”—, un círculo imposible de romper, que se traduce en una carrera de deterioro moral. Asimismo, la apariencia miserable mueve a sospecha y nutre de nuevas discriminaciones el itinerario de la carencia, al final del cual espera la droga. La sociedad cierra sus puertas a la fealdad: entre los jóvenes, existe una fuerte conciencia anti-discriminatoria y una defensa del derecho de los pobres a la ciudadanía, en una sociedad que es una gran cancha donde el derecho a jugar no está asegurado. Muchas veces la misma sociedad los impulsa. Como a los cabros de la calle, los que viven en el Mapocho, les cierran las puertas todos, uno de ellos va a buscar trabajo no le dan porque creen que es ladrón. O porque anda mal vestío. Los juzgan por su apariencia, no los juzgan como son. La misma sociedad los impulsa a la droga. También ese mismo problema de los papás separados... muchos niños se van de sus casas y llegan a la calle y se vuelven totalmente drogadictos... andan pidiendo monedas.

La compulsión por el éxito “La droga es para perdedores”

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Lema del Programa de Prevención del Consumo de Alcohol y Drogas, Mineduc, IV Región

¿Qué quiero? ¿Qué será de mí? Son preguntas que apuntan a la definición de un plan de futuro que, en el discurso juvenil, aparece como una fuente de ansiedad, dada la fuerte valoración del éxito que reina en la sociedad. El mejor trabajador que había era él, hacía los dos turnos y al otro día era el primero... un día me pidió un papel especial, y empezó a fumar delante mío... Si estaba fumando marihuana era para rendir más.

En este caso, el discurso de la planificación aparece como una cuerda floja relacionada con una sociedad que exige al joven —cada vez más pronto— pensar en el futuro, hecho que anticipa la preocupación por los problemas y las ansiedades del futuro: ante la posibilidad cierta de un fracaso o un renuncio, el paso a la droga está a la vista. Se entiende así el profundo temor que lleva al “atinado” a considerar constantes metas, aun cambiantes: sabe lo que le espera a la bajada del tren. El joven siempre se preocupa de lo que va a hacer uno más adelante, del estudio, la universidad. Cuando uno se mete más en problemas es cuando se mete a pensar en los estudios. Es mental, psicológico, lo que te causa la sociedad, el colegio, el futuro, la familia. Son problemas porque fracasan... en carreras, en el mismo deporte.

En su denuncia, retratan la imagen de una sociedad que no permite vivir la etapa juvenil: así como convoca a consumir drogas a una edad más temprana, lo mismo anticipa la preocupación por el futuro. Frente a esto, el discurso añora y defiende el mantenimiento de la etapa adolescente como una existencia sin preocupaciones, lejos de la demanda de rendimiento. Es un discurso que pide espacios de juventud encajados en un estereotipo relajado, despreocupado, lejos de la ansiedad del futuro. Ahora, como está la juventud... empiezan a pensar desde chicos las carreras... Desde que tengo uso de razón he pensado en una carrera, qué quiero ser cuando grande. Es que el país, la sociedad, la gente lo exige. En estos momentos estamos pensando en carreras, en lo que vamos a ser cuando grandes... Lo encuentro súper difícil y hay que hacerlo... Si quiero entrar en la universidad, tengo que seguir en este colegio; también tengo que pensar si fracaso en esa universidad, tendría que empezar todo de nuevo y otros se van a institutos... Todavía no tengo idea y ya estamos en el segundo semestre. [Nota: La alumna cursa octavo año básico] La incertidumbre hacia el futuro conduce a muchos muchachos a la droga.

La conversación permite deducir una hipótesis: en esferas diversas de la vida —como son el deporte, el proyecto de futuro o el trabajo— la sociedad siembra exigencias y cosecha adictos. Una sociedad que se alimenta de éxitos y donde el futuro no está asegurado, genera temor al fracaso y ansiedad por el rendimiento. La actitud ante este rasgo cultural es una clave que define el dilema central de la conversación sobre la droga: la normalización de su consumo ya no como forma de salir del sistema, sino de habitar dentro de él. De esta manera, los jóvenes se encuentran ante dos modelos de obtención del éxito: uno armoniza metas y medios; el otro ajusta medios a metas. Como se verá, este tipo de reacciones se verifica tanto en los oficios de alto rendimiento como en los de sobrevivencia. •

Oficios de alto rendimiento

La pregunta por el consumo de drogas en los oficios deportivos activa la pugna entre modelos polares — Maradona y Zamorano—, que representan la degradación exitosa y el éxito virtuoso en el discurso de los jóvenes. En el caso de Maradona, se sugiere una respuesta que proviene del corazón de la ideología de mercado; se trata de un intento de justificación, permeado por la mentalidad del rendimiento que acentúa tópicos como “su competencia es tan fuerte que lo lleva a consumir”, “es que debe consumir para rendir como rinde”. [Maradona] tiene un nivel de competencia más fuerte, más rígido... A ti no te exigen; no estás ni ahí porque al final no estás compitiendo por algo. Los medios que necesita son más rígidos, más potentes.

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O sea, pa’ ganar plata Maradona tiene que competir más y hacer más goles, y ahí al pasarle la plata él compra la pasta base y lo hace de nuevo para ganar mucha más plata. Ya no funcionaba sin drogas; cuando joven era un deportista total, pero ya está por cumplir treinta... No se puede el cuerpo, [si no] se inyecta drogas no podría jugar.

Zamorano ofrece una respuesta al primer modelo: es el ejemplo vivo de que se puede triunfar sin perder la virtud, una expresión perfecta del discurso del esfuerzo: “era pobre y con esfuerzo logró sus metas”. En este pasaje queda representado el significado más profundo de un modelo de conducta, esto es, servir como un llamado a la esperanza, a confundir las excepciones con la regla. Mira, a Iván Zamorano: tiene 29 años y nunca se ha drogado. Él era un cabro pobre y ahora es uno de los que tiene más plata de los jugadores.

La discusión se zanja recurriendo a un discurso de esencias, que viene a sustituir el argumento pragmático donde se refugia el éxito de Maradona: su actitud, que encuentra justificación dentro de la lógica de rendimiento, se derrumba cuando el eje de la discusión se pone en torno a la esencia del deportista. Un verdadero deportista no necesitaría la droga. Al final no está jugando él, está jugando la droga.



Oficios de sobrevivencia

Otra forma en que la lógica del rendimiento puede conducir al consumo de drogas en la búsqueda de un efecto estimulante, tiene un origen socioeconómico. Se trata del mundo de los oficios temporales, de alta concentración y larga jornada, que requieren un alto esfuerzo físico y mental para el cumplimiento de las metas. En este caso, el desgaste que produce la jornada de trabajo y la obsesión por aumentar el salario incrementando la producción, hacen recurrir a la droga en su calidad de estimulante. La presión de tener una familia... Un compañero —yo trabajaba en la fruta en el verano y el mejor trabajador era él— hacía los dos turnos y al otro día era el primero que tenía que manejar el tractor que cambia los cajones... era como un ejemplo. Un día me pidió un papel especial, ése que es para envolver la fruta. Yo creía que era para ir al baño, y se sacó el sombrero y tenía unos papelitos de cuaderno con marihuana y empezó a fumar delante mío... Yo decía “con razón rinde tanto”. Si estaba fumando marihuana era para rendir más. Lo mismo que hace Maradona. En mi empresa han pillado dos maestros. Se quedan el domingo todo el día y después el lunes en la mañana... los pillan durmiendo ahí, muerto ‘e curaos... El chiquillo que hacía el código de barras —es el más importante—, para estar despierto —porque él trabajaba de repente todo el día y toda la noche, pegao—, este chiquillo fumaba pasta base, porque le quita el sueño.

En contextos como éste, las regulaciones tradicionales ceden frente a los frutos del rendimiento, pues mientras la virtud se lleva por dentro, el rendimiento trae éxitos observables. La búsqueda del rendimiento trastoca el discurso valórico y se refugia en la potencia cultural del relato pragmático, transformándose en un recurso a todo nivel, una forma de cumplir dentro y fuera del colegio. Me sorprendió cuando me contaba que los papás sabían, pero los jefes no. El año pasado tuve clases casi todo el día. No me quedaba tiempo pa’ estudiar y estaba tomando pepas... despierto total. Dicen que el pito es bueno pa’ la memoria... pa’ estudiar... Te fumai un pito estudiando pa’ una prueba y te entra todo. Creo que todos los universitarios hacen eso. Y eso no pasa sólo en el colegio. Yo cacho que en el trabajo de los contadores y los que trabajan en la empresa... en fin toda la gente... es tanta la presión que tiene por un trabajo, por llevar la plata pa’ la casa, también le hacen a todo ¿cachai?

Bajo los discursos con que se protegen, nadie duda del mundo que le espera.

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2. CONSUMIDORES Y ADICTOS Una hipótesis de interpretación: cuando se maneja a nivel individual, silencioso, moderado, el consumo de drogas y alcohol llega a ser tolerado. Ello queda evidenciado por la distinción discursiva entre el “oportuno”, cuyo consumo aparece vinculado a lo social, y el “volado”, fuera de toda convención, donde el consumo vale por sí mismo. La línea divisoria de la normalidad se mueve alrededor de la moderación o capacidad de distinguir una dosis adecuada, de un exceso. Una retórica del justo medio gobierna la jugada, al igual que la oleada de propagandas masivas de alcohol en la víspera de las fiestas de fin de año, que propugnan consumir sin exceso. El alcohol no es malo... Es malo pero en exceso; en su justa medida el alcohol es tan normal como tomar agua o algo así. Hay gente que sabe tomar... un poquitito para la sed, para la comida... Hay gente que no queda tranquila hasta que queda borracho. Tengo un tío que puede tomar mucho, pero se sabe controlar; él controla su cuerpo.

El discurso construye una tipología de la ebriedad: •

“El tranquilo”: Cuando se curaba, llegaba a la casa... saludaba a todos, decía “buenas noches” y... directo a dormir.



“El testarudo”: El porfiado que no se quiere acostar.



“El violento”: Llega a la casa y empieza a golpear a medio mundo.



“El parlante”: Otros que hablan toda la noche.

¿Existe una tipología similar alrededor de la droga? Cuando discriminan entre tipos de adicto, el punto de legitimidad está dado en la capacidad de manejar el efecto de la droga en un nivel de alienación privada, sin causar perjuicio a los demás, sin conectarse: “en la suya”. Al igual que en el consumo de alcohol, la distinción entre “diarios-dependientes” y “periódicosindependientes” se mantiene. Hay algunos que se drogan a cada rato y algunos que no... de repente, cuando están con un grupo de amigos.

También se distingue entre drogadictos tranquilos y violentos: Hay drogadictos tranquilos... andan en su mundo, así volando, se creen supermán... Hay drogadictos que les gusta andar peleando... las guerras de pandillas... puros drogadictos peleando.

2.1 El buen drogadicto y su tranquila adicción En esta evaluación, el factor discriminante será la capacidad de autocontrol y de vincular el consumo a las celebraciones públicas o a las depresiones periódicas. Sin embargo, en este nivel sólo el alcohol está legitimado, pues para los jóvenes el resto de las sustancias sólo aparece allí donde hay problemas. Esos niños que jugaban pin-pon... todavía son drogadictos, pero a su debido tiempo y son súper buenos amigos. Mi hermano está en la Unión Española... él no puede estar haciendo eso... estos niños lo ayudan, le dicen “no, si no tenís que hacer esto, no tenís que tomar”. Un volao lo hace siempre, todos los días... Ellos, cuando tienen depresiones, cuando tienen problemas hacen eso.

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MOD.: ¿No se puede fumar cuando uno está contento? A veces también... ganan un partido, llegan a la casa, se juntan en un sector, se ponen a tomar”. Cuando uno está alegre nunca consume drogas... o sea, toman. En las celebraciones, desde al principio de la historia hasta el fin, se va a tener que ocupar alcohol.

¿Pueden existir emociones positivas en el momento de la volada? En este punto se enfrentan dos actitudes: en primer lugar —y eso es precisamente lo llamativo: operan un quiebre en la repetición de la pauta moral— señalan que sólo puede hablarse de algo si se está en el momento. Pero luego el discurso converso reacciona enfáticamente respondiendo de modo negativo, asociando el goce a un momento: la felicidad de la droga es un líquido que se evapora, es falsa. Y la ideología vuelve a recubrir las brechas del discurso. MOD.: ¿Se puede pasar bien drogándose? Hay que estar en el momento para contestar. Se está drogando y... está feliz de la vida. Al rato se empieza a acordar de los problemas y está llorando... empieza a buscar pelea o se aparta del grupo. Se le empieza a ir el efecto de la droga. Es por el instante que lo tuviste en tus manos y después se te va... la droga no te va a ayudar a olvidar nada.

2.2 El “volado” violento En esencia, la representación del “volado” violento surge en el marco de una estrategia discursiva: enfrentarse al discurso que sugiere la posibilidad de abolir la prohibición; es por ello que su estereotipo es el retrato de un sujeto que constituye un peligro para los que circulan por las calles. En el extremo, una persona de hábitos pacíficos puede cambiar bajo el efecto de la droga, que hace aparecer lo peor de cada persona. Sin embargo, también existen evidencias en contrario, que vienen a fracturar el estereotipo violento: en esencia, el volado es violento si se lo perturba sacándolo de su ensimismamiento o cuando está en una crisis de abstinencia. MOD.: ¿Con qué sustancia se pone más violento? Con el neoprén. No... tu lo veís en la calle... Está ahí tranquilo alucinándose, andaba en la luna, en Arica [risas], pero eso no daña a nadie. Pero imagínate, por las casualidades de la vida, le chocai el hombro a ese gallo... se va a exaltar. Los drogadictos son alteraos cuando no tienen la droga; mientras la tienen andan en otro mundo.

Tipos de sustancias y sus efectos sobre los consumidores Provocados a partir de la representación del volado violento, los sujetos construyen una serie de distinciones sobre los efectos de las sustancias. En primer lugar, la marihuana aparece por excelencia como el vehículo del viaje y apertura de sentidos: La marihuana... los deja igual con los sentidos abiertos... no es tan fuerte como la pasta base. Los deja pensando.

La experiencia violenta se liga al consumo de alcohol, asociado a la pérdida del autocontrol: O alcohol fuerte. Se estaba cayendo así... de alcohol.

La pasta base se vincula al tabaco: [La pasta base] es como el tabaco, pero un poco más fuerte... Al final también viene siendo una hierba.

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Son como cinco cigarros.

La percepción del consumidor de pasta sugiere que en la pasta no hay viaje, sino un estar, una enajenación: ¿Con pasta base? Anda más volao... más tonto. No se da cuenta de lo que pasa.

En la contraposición pasta/marihuana, aparece por vez primera la posibilidad de ludismo en una experiencia de consumo: la diferenciación de la volada “en buena”/”en mala” es una posibilidad para la marihuana, que no existe en la pasta, una mudez blanca. [No se da cuenta de lo que pasa] más que el que está con marihuana... [Éstos] muchas veces se ponen violentos y otros se ponen a tirar tallas, así. El que está con pasta base queda tonto. Te deja más volao... más alejado del mundo.

Fisuras del estereotipo del volado violento La representación del volado lo hace pariente del jaguar y del guerrero urbano, en común dominados por el deseo: de droga, de éxito, de violencia. En este caso, el estigma es llevado al máximo, dejando al volado fuera de la ley; sin embargo, es justo aquí donde surge una conciencia anti-discriminatoria que porfía en la generación actual, y deja en estado de pugna la definición de la drogadicción como un problema social. Los cambios emocionales en los adictos son muy variados... Esos gallos no están ni ahí con nada; si quieren hacer algo, lo hacen; no les importa si dañan o no. Cuántos ladrones no son drogadictos. Cuando ya son drogadictos, ahí los discriminan. Ellos tienen problemas en sus casas y no encuentran su lugar para estar... de por sí consumen drogas por problemas.

Ante la experiencia de mantener contacto con un consumidor, el estereotipo del volado violento se invierte hasta la figura de un igual integrado —a su manera— a la vida de la comunidad, jugando incluso un rol protector. Hay un dejo de resignarse a aceptar que habitan el mismo espacio. MOD.: ¿Han tenido la experiencia de estar al lado de un volao y poder conversar con él? Cuando ando aburrido me paro en la esquina a conversar con ellos... Son más grandes... si nos pasa algo, ellos van y nos defienden. Al final no son pesaos.

La misma actitud se observa cuando son consultados por la posibilidad de ser amigo de un drogadicto: esta vez, hablan desde el cuerpo y la experiencia, manifestando su disposición a permanecer al lado de un amigo si éste necesita de su ayuda para abandonar el consumo. Puede apreciarse que la reserva de sociabilidad opera cuando se personalizan las situaciones; el sentido de “ser amigo” depende de la definición del adicto: un enfermo que necesita ayuda, lealtad. MOD.: ¿Es posible ser amigo de un drogadicto? Si tuviera una amigo o amiga drogadicto... me seguiría juntando con él para que vea que tiene mi apoyo para ayudarlo a salir.

A la larga, no existe una representación estable de los efectos de las drogas: para una posición, la droga que violenta es la marihuana, frente a la pasta (que pone atento y alegre) y la cocaína (que te saca de ti mismo y te pone violento). De otra parte, no existe una clara idea de los efectos de los medicamentos. Frente a la posibilidad de diferenciar el efecto preciso de las sustancias, prima la necesidad de generalizar el estigma, igualando su efecto nocivo. MOD.: ¿Con qué droga te pones más violento? Con la marihuana... La pasta base o la cocaína se usa más para alegrarse y despertarte los sentidos. La cocaína te hace poner violento y te saca de tus cabales, pero la pasta base te pone más alerta... va eliminando tus neuronas, al mismo tiempo que te va despertando tus sentidos.

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Fumando marihuana... altiro a la violencia. En una fiesta una persona que está consumiendo pasta base se topan y te dicen “no, no pasa na', socio” y siguen bailando. Todas las drogas te hacen poner violento.

Puede resumirse lo expuesto en la siguiente interpretación: marihuana y pasta base apuntan a experiencias interiores, que amplifican lo que hay dentro de uno —en buena o en mala—; coca y alcohol apuntan a experiencias exteriores, que hacen otro, que son excéntricas. 2.3 El adicto: un enfermo dependiente El consumidor de droga es visto como una persona disminuida en sus facultades por una serie de circunstancias psicológicas; al fondo, prima la representación del adicto como un enfermo mental. La adicción lleva al sujeto hasta el límite de la legalidad, y se manifiesta en una dependencia total, entronizada como un parásito que medra al interior del cuerpo, intoxicándolo y robando la identidad del sujeto, cuya individualidad pasa a ser reemplazada por la sustancia que consume. De hecho, no es casual que el consumidor se llame a sí mismo “drogo” o “droga”: Todos los que consumen drogas... tienen problemas de personalidad o un complejo de inferioridad. Ya no pueden parar, se ven tan atrapados que no pueden salir. A un extremo que llegan a robar para comprar la droga. El organismo se lo pide. Necesita tratamiento, pero de médicos. Tirita, le da calor o frío por inyectarse, por tomar pastilla o ácido. Estuve muy enviciada, pero no llegué a ser droga.

3. LA AFIRMACIÓN DE LA VIRTUD •

El discurso sobre la droga es una afirmación de la diferencia

Los jóvenes se sienten ante una amenaza que está enraizada en los grupos que frecuentan y que les hace ser diferentes al resto de los jóvenes. De una parte, resienten la discriminación que pesa sobre el que no consume —el alcohol o la droga aparecen como puerta de entrada a los grupos— y de la otra, afirman el orgullo de su diferencia, de la dignidad de su virtud. En el extremo, la afirmación de la diferencia marca un quiebre en la sociabilidad del joven que dice “no a la droga”. Cuando uno va a una fiesta quiere integrarse a un grupo... están fumando, tomando, y cuesta entrar porque uno va a ser la única que no va a estar tomando. Si uno no lo hace, lo tratan de cabro chico. Empiezan “¡oh! quedó hediondo a leche...” Molesta, pero igual es preferible ser así. Preferible... que uno esté pasado a leche y todo eso que... ... andar pasado a marihuana.



La estrategia “NO a la droga” impone un corte en la sociabilidad

La posibilidad de construir una voluntad asertiva capaz de diferenciarse del resto y poder decir “no” requiere situarse contra la sociedad y —generacionalmente— rebajar la condición del joven adolescente, que se deja influir o busca experiencias nuevas en lugares que implican una conocida exposición al riesgo. Los que lo hacen por problemas es una cantidad reducida... Cada uno lo hace porque los amigos te dicen. Es tal la presión que ejerce la sociedad sobre uno, que al final uno termina igual fumando droga. ¿Y por qué? A la gente que le he preguntao por qué empezaste a fumar, “de mono” y “no sé”, “me dio la duda” y “porque mis amigos me dijeron”.

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Ése es el atao de la experiencia nueva. En cuanto a las violaciones, las niñas que se van a lugares solitarios ¿y a qué se van? una vez que andan volás...

Circular por el mundo diciendo “no a la droga”, defendiendo la propia virtud, exige una distinción estricta entre amigos y enemigos, entre amigos y conocidos. La asertividad, la capacidad de decir “no” es algo que se defiende a toda costa y requiere la demonización de lo que se quiere rechazar. De hecho, ante la eventualidad de ser influidos por amistades que consumen drogas, existe un discurso de exclusión que separa el mundo entre amigos y enemigos. La definición del rol que juegan las amistades inaugura una disputa sobre la definición del término “amigo”: para unos, los amigos son aquellos que al interior del grupo respetan la decisión personal de no consumir; para otros, justamente, se trata de aquellos que tratan de integrar a través del consumo. El fondo del asunto, un comentario sobre el discurso de la virtud; en este caso, su validez exige una política clara de distinción entre amigos y enemigos para legitimar su autoafirmación. Otro caso... perteneces a un grupo, tus amigos están fumando y te dicen “oye, vamos igual, no seai así”. Por algo son amigos... si uno no quiere “Ah, ya... no importa”. Es que ahí se ve el amigo... si lo obliga, sería uno más de los enemigos. Los amigos son personas que te influyen en algo... son personas que están en la droga, pero que a ti te dicen “no, tú no lo debís hacer porque es peligroso”. Si te tienen mala te meten en la droga; si son tus amigos, te sacan. Los verdaderos amigos... cuando todos se han ido “y ese drogadicto”... no se juntan con él y aparece una persona y te ayuda en la crisis... te ayuda a salir del problema, se queda contigo. Está bien tener amigos, pero hay que saberlos elegir.

Frente a esta voluntad, existe otra, que afirma la voluntad de no consumir y tampoco renegar del afecto que obtienen y dan en el grupo. Otros optan por alejarse, aunque sin celebrar el haber mantenido su propia virtud a costa de haber perdido el lugar que habitaba con el amigo. Son tus amigos, desde chico te hai criao con ellos y ellos se metieron en esa cuestión; no los vai a dejar de ver... Si no te juntai con ellos, ¿con quién te vai a juntar? Y uno les agarra cariño a sus amigos. No los dejaría por nada... va en la fuerza de voluntad de uno. No me junto con ellos porque se metieron mucho; ahora están angustiosos. Así que... buscando nuevos rumbos. Ahora estoy viendo dónde ponerme ahora; de repente ando solo en las noches por ahí, de repente me voy a los videos.



Personalizando la situación: “¿Lo harías?”

Tal vez sea ésta la pregunta más perturbadora a la que se enfrenta la subjetividad juvenil. Su potencia radica, precisamente, en su desnudez: durante la conversación, salvo cuando hablan de sí mismos para afirmar su diferencia, han estado siempre refiriéndose a los “otros”: a los que consumen, a los violentos, a los que se dejan, a los dependientes. De improviso, la pregunta les deja sin el recurso a los demás y quedan solos ante la respuesta que predomina en el discurso: “lo harías?: “no sé, depende del momento”. El resto, son elaboraciones sobre el tema, un paseo por los mismos argumentos que usaron para referirse a otros, que serán abordados a continuación. •

El itinerario del renuncio

A la primera mención personalizada el discurso afirma su voluntad de no ceder. Prontamente, sin embargo, aparece la “ideología del momento” o contingencialismo, disponible para todo aquel que no puede adelantar una opinión y traslada al “momento” la resolución del dilema que, en esencia, refiere a la pérdida o mantenimiento de la virtud y a la capacidad de imponerse a las malas influencias de los demás. El sujeto que habita al interior de este discurso no puede anticipar su actuación a partir de sus

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convicciones presentes, sino sólo sobre la base de la estructura de la situación futura —que no conocen—, renunciando a la facultad de afirmar una decisión. El sujeto se desvanece en la contingencia de un futuro abierto. Si yo no quiero fumar, no voy a fumar... No me van a meter el cigarro a la fuerza. Es que, en algunos, casos te obligan. No sé, depende del momento... no sabría... Te puedo decir aquí una cosa y después me pasa la cuestión y hago otra... Depende del momento cómo actúas tú.

En otro contexto, existe una sensibilidad similar que refuerza la incapacidad de afirmar una decisión: frente a la definición del proyecto de vida y a la construcción de la imagen social, el joven debe responder a un estereotipo cuyo rasgo central es la inestabilidad en las convicciones y la incapacidad de mantener una decisión, hecho que lo lleva a desautorizarse a sí mismo y a la consiguiente pérdida de confianza. Así, puede pensarse que la percepción de un futuro incierto y la mutabilidad del proyecto de vida son factores que se potencian mutuamente. Cuando chico empecé queriendo ser boxeador; después no quise, porque vi que era muy sacrificado... de ahí quería ser doctor. O si no querís ser boxeador un rato. Va cambiando su forma de pensar y su forma de ser... un día puede ser uno la persona más tímida que hay en el mundo y al otro día no. Uno todos los días va cambiando.

De esta forma, en la eventualidad de verse enfrentados a la posibilidad de consumir, no existe un consenso grupal que asegure la imposibilidad de consumir sustancias. El mantenimiento de la virtud se transforma en un acto de fe, individual. MOD.: Ustedes, ¿dirían “nunca la voy a probar”? No. Yo no podría decir eso. Nunca se puede decir nunca. [Risas] Tú no sabes cuándo te va a pasar que puedas consumir. Nunca me ha llamado la atención ni espero que me llame la atención nunca; tampoco me pongo a escupir al cielo, así “yo nunca voy a fumar”, porque uno no sabe más adelante lo que le espera. Ojalá nunca llegue ese momento que tenga que probarla. Habría que estar en el momento para decir. Ahora se están inventando drogas que cada vez el efecto es más inmediato.

4. TALISMANES CONTRA LA ATRACCIÓN DE LA DROGA Conscientes de que su capacidad de autodeterminación está en juego, el tópico produce el momento de mayor dinamismo de la polémica entre el abandono al contingencialismo y la autoafirmación, segura de poder anticipar y dominar el sentido de su acción. El contingencialismo ataca desde la curiosidad, íntimamente vinculada a la identidad social del joven. La curiosidad tiene su fuente en el consenso generacional que enfrentan —favorable al consumo—, al cual el joven, finalmente, puede ceder. Nunca podría decir “nunca voy a probar”... En este momento tengo harta curiosidad... quiero saber qué le encuentran ellos a eso, qué tan bonito.

Esta posibilidad activa tres argumentos que actúan contra la experimentación, conjurando su poder de atracción o reforzando la voluntad del individuo: en primer lugar, el temor al ridículo —vergüenza de sí— que podría traer la experiencia de la embriaguez. Como un remedio ante la posibilidad del límite, el miedo al ridículo constituye el disuasivo más a la mano en nuestra cultura. Nunca tomaría... He visto a personas borrachas... me daría vergüenza andar así. Uno está en una fiesta... se cura... al otro día... puede ser que dejaste una embarrá... arruinaste tu imagen.

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El ser humano se envalentona... es penca y tiene que sentirse avergonzado.

El segundo, más fuerte y completo, es el discurso de la afirmación de la voluntad personal, de aquel que se manifiesta seguro de poder negarse a la oferta, en una demostración —siempre declarativa— de autocontrol. En este caso, la voz de la virtud es un relato que el individuo escucha dentro de sí mismo, activándose la ideología del esfuerzo, que llega a constituir algo más que un discurso sobre el futuro o la superación personal: el individuo no tiene más que a sí mismo como proyecto, descubre el valor de la autoconservación en un relato que reproduce la continuidad del sistema. Así, el discurso se transforma en un talismán de virtud. Si tú veís drogas y decís “no”, es “no” no más... tú te mandai a ti misma. Nunca he fumado, porque tengo fuerza de voluntad. Parezco así callao y tímido, pero... MOD.: Les hacía la pregunta de si ustedes pueden decir —desde el fondo del corazón— “yo nunca voy a consumir droga”. [Silencio] Yo sí lo he visto caleta de veces ya; he estado en una situación de que te ofrecen... pensai en tus papás, en todo lo que te han enseñao y en la persona que eres... tú solamente vas a ser el que va a decidir tu futuro... Está en ti la inseguridad de correr el riesgo. ¿Qué vas a hacer si te gusta? Vas a tener que ser un adicto más, nada más... Al final es la confianza que se tiene uno.

Para el discurso del sobreviviente, que vive tomando lo que la contingencia arroja a sus pies, la fuerza del discurso anterior no lo alcanza; la caída es una cuestión del momento, de renuncio que pierde. Frente a este desamparo, sólo queda la estrategia del terror. Típico, cuando iba en la básica decía “no voy a fumar, y no voy a fumar”. Ahora voy a una fiesta y si me ofrecen, yo lo tomo... Es el momento, uno igual cae. He visto muchas cosas... gallos jodíos por el cigarro con un tremendo hoyo que no pueden ni hablar... El copete igual... manejando con copete dejai la embarrá. Vi el tratamiento pa’ sacarse la droga... al tiro uno empieza a sentir un rechazo... Usan puras inyecciones, pero sin anestesia... A las mujeres les abrían las piernas.

Sin embargo, aún es posible el recurso a la figura del buen adicto: el adicto responsable cuyo “probar” hace cuerpo, de una parte, con la imagen social de la juventud (“ser joven es conocer la vida”) y, de la otra, con el estereotipo moderno del ciudadano responsable e informado, que conoce a partir de su propia experiencia. En la eventualidad de la experimentación, fundan su posibilidad en el rol que proyectan para sí mismos: agentes del orden que, en tanto tales, deben conocer la experiencia del desorden. Depende de la responsabilidad con que lo asumas; me gusta fumar, pero hasta cierto límite... Tú eres el que decide si los pasa o no... todo está en ti. Mira, si de fumar, se puede, pero moderao, ¿cachai? y tomar... pero no quedar en el estao botao. Hace bien probar... hasta los de Investigaciones tienen que saber cuál es el sabor de la marihuana o la pasta. Es bueno [probarlo]... no así con desesperación... para ver qué tanto es lo que le encuentran los marihuaneros. ¿Y si te gusta? Después tú mismo te podís convertir en un drogadicto... para probar una experiencia nueva... supónte que la cuestión te quede gustando.

Enfrentados a la posibilidad de experimentar con el riesgo, se muestra en toda su extensión el mecanismo de convocatoria de la ideología: un llamado al que respondemos con lo que creemos se espera que respondamos. En este caso, la interpelación opera como discurso interior de “buena conciencia”, y lo que está en juego es el tiempo en que opera: ¿resquemor? (previo al consumo) ¿remordimiento? (posterior al consumo).

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MOD.: ¿Cómo se verían ahí ustedes? Es rico, se siente bien, pero también pensaría en mi familia, qué te dirían en la casa si te pillaran. Sí... la conciencia te hace mirar para otros lados. Te hace razonar, pero después que ya lo hiciste, no antes. No, antes, cuando vai a probarla... ahí empieza la conciencia: “¿la vai a probar o no?” O si no, es lo mismo cuando te vai a suicidarte... te dice: “¿te vai a matarte?” El angelito bueno y el angelito malo. A uno le habla la conciencia, una que le dice “¡hácelo!” y la otra “¡no!”

5. PROPUESTAS DE ACCIÓN DESDE LOS JÓVENES 5.1 Para no entrar a la droga En este caso, debaten dos posiciones complementarias: una propuesta vinculada con una política de tiempo libre, que valora el deporte y la integración comunitaria como herramientas que alejan del deseo de probar malos caminos, sacando a los jóvenes de las calles. Frente a ésta, se defiende el apoyo afectivo que requiere una persona cuyos problemas pueden llevarla a la adicción. Una política de tiempo libre •

Cosas que alejen de la droga: un joven sano

Esta mención sostiene que, de aumentar la provisión de espacios de entretención “sana”, cuerpos y mentes permanecerían ocupados de modo constructivo, ordenados alrededor de una competencia estimulante, que otorga un sentido al cuidado del cuerpo. En esencia, constituye un discurso dirigido al cuerpo, individualista, cuyo supuesto es el siguiente: si el joven concentra su mente en el rendimiento deportivo, no maltratará su cuerpo con sustancias y asumirá una vida sana: mente sana y cuerpo sano. Para esta posición, el problema consiste en lograr el acceso a los espacios existentes. Si hicieran más deporte, se alejarían un resto de la droga; si hubieran más canchas y dejaran jugar más. Si se formaran más grupos de deporte, se alejaría más la juventud de la droga, por las ansias de competir. Las ganas de competir alejan al hombre de la droga... Si yo hubiera querido fumar o tomar, hace tiempo lo hubiera hecho... Pero a mí me gusta el deporte... Qué saco con fumar si a mí me gusta correr... El que fuma, a los cinco minutos está cansado. Yo no fumo ni tomo y tengo puros siete en educación física... no me interesan las drogas ni fumar. Todo eso aleja más de las calles.



Cosas que integren a la comunidad: una juventud ejemplar

Junto al deporte como espacio individual, coexisten brotes de iniciativa grupal orientados a favor de la comunidad, que representan testimonios de reivindicación moral y desarrollo de un sentido social, reflejado en la responsabilidad hacia la comunidad. La fuerza de este tipo de actividades es visual y funciona por autoselección: para el joven que asiste, queda en evidencia que existe un grupo de personas iguales a él que quiere hacer otras cosas. Son un remedio contra la soledad que puede habitar en la opción de no consumir, pues se trata de soluciones tejidas por los propios interesados, que acuerdan interesarse en otros. Lo importante es el hecho de que, desde la misma identidad de “esquinero”, es posible actuar conforme a comunidad y aparecer ante los demás como seres útiles. Donde vivo yo había un grupo, puros marihuaneros que se juntaban el fin de semana, tomaban... A mucha gente les molestó... Les nació hacer un grupo que jugaban a la pelota y hay de todas clases: chicos, más grandes, y ellos no son igual que antes. Fuman, sí, y toman, pero antes lo único que sabían hacer era drogarse, ponían música satánica.

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Los “conversos” articulan la vida de barrio y las actividades externas, reivindicando las esquinas como un espacio legítimo de sociabilidad y, de un modo más general, constituyen la demostración viva de la posibilidad de ser “bueno”, mirándose en el propio empeño que ponen en su acción: es una demostración de fe en ellos mismos: un empoderamiento colectivo. Mi hermano está en ese equipo, jugaba en la Unión Española... Acá tiene su grupo y se juntan en las esquinas, pero no se ponen a drogarse... Cuando no tienen nada que hacer, se ponen a jugar pin-pon... hasta el otro día. Es entretenido verlos jugar... Entonces a uno le dan ganas de seguir y no echarse para abajo con las drogas y todo eso. En vez de estar ahí, se alejaron de la droga y tomar más... Si llegan a tomar es una vez en cuando... Saben que al otro día tiene que estar bien para llevar a los niños a jugar a la pelota... Tienen que llevarnos para allá.

Un cable a tierra: el apoyo moral En este caso, la validez del deporte como estrategia única es cuestionada. Mientras unos levantan el valor de la competencia y de la cooperación constructiva como parte de un proyecto de autoafirmación y esfuerzo personal, otros lo igualan al efecto de la droga: es válido como un escape mientras dure su efecto, pero no hace olvidar los problemas ni apoya en las crisis. El afecto y el apoyo son lo central y no pueden ser reemplazados por el deporte. El deporte es una solución para un sector no más... No te va a hacer olvidarte que tus padres son separados, o que en el colegio te rechazan por tu forma de ser... Por eso buscan la droga, porque en el instante de volarse se te olvida todo eso. Uno cae siempre en la droga... cuesta retirarse... Le vienen los achaques, la depresión, y no lo solucionan con deportes sino con apoyo de amigos, casi puros familiares... No es tanto el deporte, sino el apoyo moral, la amistad... Las crisis las pasan con sus amigos, porque el cuerpo sigue pidiéndoles drogas... El deporte es como un parche. El deporte es algo momentáneo... Termina el partido, viviste un momento de alegría, pero cuando llegai a tu casa te acordai de que tenis eso guardado y vai y lo sacai y te volvís a poner a fumar... Al tiempo después te vuelven esas ganas.

5.2 Para salir de la droga De un pozo se sale con los brazos y una cuerda (Una variante del discurso del esfuerzo) En este punto, se unen el discurso del esfuerzo —referido al futuro— y el tema de la salida de la droga: el primero provee el soporte ideológico que hace posible la segunda, asumida en calidad de autosuperación individual: la voluntad y el esfuerzo —junto al apoyo del medio— son las vías para “salir” de la droga. Se trata de una lucha de la persona contra la adicción que la habita; es una empresa de virtud que busca exorcizar el vicio y hacer que triunfe lo mejor de sí, como en la analogía del deportista que corre su carrera: a la vez dependiente de su esfuerzo y del público que lo anima; sólo puede correr por sus propias piernas, pero requiere que la carrera tenga algún valor. Para los jóvenes, el apoyo social es una base irremplazable de la labor de rehabilitación, que provee las oportunidades que orquestan el esfuerzo personal por redimirse. Se trata de un discurso con sólidas emisiones de mensajes, que reafirma la paciencia ante una difícil misión: salir de la droga requiere perseverancia. Vi un programa, un grupo de niños se fueron de sus casas, se tomaron una droga que estuvieron tres días botados... Dicen que con la ayuda de sus papás, de psicólogos, pudieron salir de las drogas... Si ellos se lo proponen, salen. Solos no pueden, tienen que tener a alguien. Si uno no tiene fuerza de voluntad, no va a salir nunca adelante, no va a ser nunca nada.

De otra parte, la tarea de “salvación” es una labor purificadora que consiste en nacer de nuevo, saliendo del mundo donde se habitaba en el consumo, para limpiar el cuerpo y la mente de toda dependencia. Lo

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importante es que esto abre un espacio para que la conducta del adicto se legitime como una forma de enfermedad-oficio, que valida la rehabilitación como una ocupación social: “está ocupado saliendo de la droga”. Ello constituye una posibilidad de diluir el estigma del drogadicto. Si uno sale de la droga, tendría que cambiar las amistades... Si tiene las mismas, va a volver de nuevo. Uno tiene que proponerse querer salir de la droga y lo más malo es que... tienes que comenzar de a poco.

5.3 ¿Qué hacer en Chile? Existen dos niveles de demanda vinculados: una política de asistencialismo a cargo de instituciones especializadas (en lo posible autogestionadas) y la demanda de control policiaco sobre el narcotráfico, dotado de herramientas legales adecuadas. La demanda de un nivel asistencial de intervención, con profesionales capacitados: Una fundación así... donde lo mismo que hacen con los alcohólicos anónimos hacerlo con drogadictos. Drogadictos anónimos. Personas especializadas... que los ayuden, los comprendan.

La demanda de control policiaco sobre el narcotráfico: Debían existir leyes... esa parte está un poco vacía... hay que atacar más a los narcotraficantes, porque ellos tienen más la culpa.

Este punto origina la polémica sobre el tipo de regulación que debe pesar sobre el consumo de drogas, tópico que abre dos líneas de discurso: “todos somos potenciales consumidores y alguien debe impedir que lo hagamos”; “lo prohibido llama a la curiosidad”. Sí los atacan actualmente, pero dicen que lo prohibido atrae más a la gente” La droga es igual a la manzana, porque al final atrae. Tus papás tienen un libro así con llave... te atrae y te soñai abriendo el libro.

Este debate será retomado en el último capítulo, que aborda el cruce entre el futuro y el tópico de la drogadicción. El monitor de drogas: una propuesta disponible En el horizonte de las propuestas de acción, la figura del monitor de drogas aparece como la posibilidad más a la mano para canalizar la participación juvenil en el marco de una política de prevención. Una parte importante de los hablantes ha participado de los talleres de prevención del consumo de alcohol y drogas del Ministerio de Educación, recibiendo los mensajes y metodologías de trabajo que los preparan como monitores. Al cabo de la experiencia, surgen dos interrogantes relacionadas con el programa: ¿cuál es el significado de haber participado?; ¿cuál es su percepción del rol y sus posibilidades? •

Evaluación de la experiencia

De modo general, la experiencia de ser monitor aparece como una apertura hacia nuevas vivencias y posibilidades: Una posibilidad de llegar hasta otros: Se logró el objetivo, llegar a los gallos de primero, que entendieron lo que nosotros queríamos decirles.

Una experiencia de advertencia: Súper agradable... uno aprende el daño que hacen.

Una experiencia de límites: Uno aprende cosas que no debe hacer.

Una experiencia de saber hacer:

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Qué hace uno si está en el caso.

Una experiencia de crecimiento personal: Además la personalidad también que uno toma. Nos sirvió para aumentar la personalidad, de salir adelante y no ponerse rojo.

Una experiencia de expresividad, amistad y aprendizaje de solidaridad: Uno aprende cómo ayudar a los demás a alejarse de la droga. Ganai buenos amigos. Me gusta... uno habla y se expresa los sentimientos. Encima aprende algo para ayudar a los demás. Una buena experiencia. Conversábamos lo que pasaba... nos juntaron como grupo y nos hicieron participar.

Una posibilidad de mantenerse alejado de las drogas: Estos grupos también te sacan un poco de las drogas si estás consumiendo.

Una posibilidad de ser aceptado como un igual entre otros: Aquí somos todos iguales. Estamos hablando de igual a igual, aquí no hay diferencias de sexo ni de edad... nadie te menosprecia.



El significado del rol de monitor y el sentido de su labor

En esencia, la labor del monitor se vincula a la de prevención, que es un discurso acerca del futuro y el autocuidado. Asimismo, el rol está marcado por la perseverancia, requisito básico para todo aquel que intente ayudar a personas con problemas. Igual que el sida... mejor estar informado desde chico. El ser monitor también consiste en ser insistente. Ser monitor es la paciencia. Cuando ves a alguien, tratar de ayudar, no solamente cuando estai en el curso.



Su margen de actuación

Ante la consulta “ustedes, como monitores, ¿qué pueden hacer?”, surge un tono de desesperanza: la propia lógica administrativa del sistema que los forma les impide cumplir su función. Se resienten de que se les impida actuar de modo independiente, y se ven inscritos en un listado de potenciales delatores. Al fondo, ponen en evidencia un sistema que produce culpables y no prodiga ayuda, pues sólo quiere saber dónde poner el límite entre decentes y perdidos, esta vez. Es tan poco lo que podemos hacer... El liceo no nos da la oportunidad de actuar como monitores. Estuve un tiempo afuera como monitora... después no podía ir por las notas. Es más fácil desde fuera que dentro del colegio... Uno tiene que rendir cuentas de lo que está haciendo... Si alguien se acerca y te dice “yo soy drogadicto, ayúdame”, el director va a exigir que le digan quién es.



Su evaluación del futuro

El monitor tiene el privilegio del discurso sobre la prevención en el futuro: a diferencia de los otros, que sólo acceden a imaginar el panorama apocalíptico del futuro, el monitor —además— teje un discurso de anticipación, que convoca a actuar en el presente con miras a mejorar el futuro. De hecho, ante la consulta sobre el aumento o disminución del consumo de drogas en el futuro, los jóvenes monitores se inclinan por una mentalidad de prevención, confiados en que la acción interesada puede paliar —en ningún caso controlar— el fenómeno del consumo. MOD.: En ese futuro, ¿va a haber más volados o menos volados? Depende como se trate la droga ahora. Depende de qué precauciones y la conciencia que tome la gente... el trabajo que hagan los adultos con los jóvenes. Si nosotros nos quedamos con la mentalidad de que la droga es mala, vamos a poder inculcar eso desde chicos.

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Sin embargo, una mentalidad que supedita todo a las posibilidades de un proyecto personal desestima la efectividad del traspaso de mensajes entre generaciones y, a la larga, la posibilidad de una prevención efectiva. Para esta posición, es el individuo, frente a sí mismo, el que decidirá su acción. Es que no es algo que te vayan inculcando tus padres... Uno fuma viendo comerciales... los papás se lo dicen a uno que le hace mal, pero uno fuma igual... Va en ti solamente que fumís o no.

III. ¿LEGALIZAR O RESTRINGIR? En el discurso sobre el momento actual, se sostiene que la droga es un visitante que viene a quedarse. Coherente con esa visión, el problema de la adicción se proyecta en el futuro, en una versión ampliada de lo peor del presente. En segundo lugar, el cruce entre drogas y futuro activa la discusión sobre la regulación moral en la ciudad futura: ¿qué tipo de orden están dispuestos a asumir? Autorregulación y control social son las aristas de este debate. Como una certeza respecto al futuro de los jóvenes, en el discurso irrumpe una profecía apocalíptica, una versión amplificada de los problemas del presente. Se trata de un oráculo que promete lo peor de nosotros, en medio de un mercado de sensaciones en crecimiento geométrico, de sustancias cada vez más fugaces, cada vez más sublimes. Van a haber más drogas, más tipos de estimulantes... En el 2010 van a haber “n” cuestiones.

Frente a esta visión, se activa la reserva de esperanza de quien imagina la posibilidad de un futuro remoto donde las cosas mejoren, confiado en que el paso del tiempo puede limpiar el alma de la historia: una segunda oportunidad. Nos estamos imaginando lo puro malo, pero van a pasar hartos años. ¿Por qué no pueden cambiar para ser mejor?

Sin embargo, esta sensibilidad queda sumida en la lectura oscura del porvenir, que vislumbra un mundo de mutaciones repentinas, donde sólo hay “siempre” para lo perverso, lo que no prodiga vida. Al futuro se proyecta una paradoja: mientras los jóvenes y sus padres se integran en una cadena virtuosa de progreso ascendente, el medio social sufre el mismo proceso, en clave viciosa. Así, cuanto peor esté el mundo, tanto mayor será la virtud necesaria para habitarlo, una virtud individual. Siempre van a haber gallos que quieran ganar plata dañando... Van a vender droga, van a existir los tráficos. La droga nunca se va a acabar, siempre va a haber.

De la ciudad futura Frente al tema de los límites que la cultura impone a la conducta individual en la sociedad futura, sus imágenes se contraponen entre un mundo con menos regulaciones y otro donde el aumento de las lacras refuerza los afanes reguladores. En el primer caso, se imaginan un mundo donde el control de la conducta es un gesto íntimo, que localiza en la persona la decisión de actuar y la responsabilidad de asumir el resultado de sus acciones: un mundo sin más regulaciones que las que impongan las voluntades individuales. Van a ser más liberales, no con tantos prejuicios... hasta los papás. Si yo tuviera hijos, no le pintaría así los monos. ¿Por qué tanto complicarle la vida a los hijos si lo van a hacer ellos, si les duele... les va a pasar a ellos? Los padres ponen muchas barreras y nosotros quebrantamos las leyes que nos imponen... Si no nos pusieran tantas reglas, seríamos... más conscientes.

Frente a esta propuesta, existe un modelo de conducta que exige sujetos “sujetados” a una moral supraindividual, que defiende el rol de las regulaciones sociales y de la autoridad de los padres. Esta visión actúa promoviendo el terror al caos que significaría un mundo no sujeto por la autorregulación. Los papás son los que tiene que poner orden... Si ellos no inculcaran... cada uno haciendo lo que quisiera, si no hubieran leyes... está bien poner reglas dentro de tu casa.

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La utopía de la autorregulación El discurso apocalíptico es contestado una segunda posición, que normaliza la experiencia del consumo a nivel de un sujeto autorregulado, morador de un país que ha abandonado las regulaciones actuales a la conducta y se ha hecho más permisivo: un país adulto. En ese país, las personas circulan — silenciosamente— dueñas de sus deseos y respetuosas de los asuntos del resto. Una moderada indiferencia reemplaza la actual cruzada civilizatoria contra el consumo de drogas. Quizá pa’ ese tiempo, hasta la marihuana y todo eso esté legalizao... Si uno anda en la calle, se quiere fumar un pito, se lo fuma tranquilamente... nadie lo molesta.

Este discurso hace cuerpo con otro, que critica la ideología del “Gran Padre”, un restrictor inmanente que regula la vida de las personas condenadas a una perpetua adolescencia. Desde su punto de vista, el Gran Padre es una de las fuentes de la adicción, al hacer de la droga una prohibición fascinante y una promesa de goce perverso donde la adicción no vale por sí misma, sino por la transgresión que rodea el acto de consumo. Esta crítica dice “si nos prohíben, ¿qué esperan sino que tomemos lo prohibido?” A los jóvenes les llama la atención lo prohibido y la droga es algo prohibido. Te lo prohíben por algo, pero tú rechazas esa prohibición, te revelas. Entonces empiezas a buscar por otro lado, los amigos, la calle... terminai mal.

¿Se legalizan o se penan las adicciones? Alrededor de estas posibilidades, se enfrentan dos posiciones irreconciliables en su concepto de la decencia: una ética colectiva y un orden autorregulado, una metida dentro de sí misma —que aspira a no molestar a nadie— y otra que postula un espacio público habitado por acuerdos de comportamiento. Legalizarlo también podría ser una solución.

Para el discurso regulador, el levantamiento de la prohibición es asimilado como una caída general de las restricciones, un efecto dominó, en cuya base se esconde el fantasma del caos, el horror de la ley de la selva y la dictadura de los deseos amplificados al paroxismo, con el agravante de unas drogas que pierden su poder satisfactor en la exasperación del consumo. Es que imagínate qué pasó con el cigarro; ya el cigarro... Te fumai un cigarro y quedai en las mismas...

El discurso pro-regulación utiliza las armas del contrincante: defiende un orden actual, donde —por último— cada uno debe manejar sus adicciones privadamente. En un país sin restricciones, la droga coparía el espacio público y el consumo se multiplicaría a límites inimaginables, hasta acabar con la idea de la ciudad como un territorio habitable. ¿Con qué tranquilidad vai a estar con tus hijos o tus hermanos chicos salgan a jugar... cuando haya gente drogá en la calle?

La voz contrincante recurre al mismo expediente: ¿cómo defender un orden que hoy tiene a la gente fumando en la calle? Igual la gente está droga ahora en la calle.

Frente a esta posición, subversiva porque hace ver las fracturas del orden, el discurso converso termina como una expresión de la política del terror al caos. Legalizá, imagínate la tremenda embarrá. Si lo legalizai, va a crecer el consumismo, a crecer, a crecer, a crecer. ¿Qué va a quedar? Puros volaos en la calle. Al final va a ser una tensión nerviosa tan grande dentro del país... cartel de narcotráfico... habiendo gente que lo puede vender legalmente, cómo va a ser la competencia... pasa un auto frente tuyo... unos cuantos balazos y hasta ahí no más llegaste... Si ahora es peligroso, imagínate cómo sería con la cuestión legalizá. Al final van a quedar puros drogadictos en el país y toda la gente tranquila se va a tener que ir.

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En respuesta, el discurso de legalización recurre a un criterio de realidad: habla desde su propia experiencia, transformándose en un habla con poder que se antepone a sí misma como garantía de la capacidad de autorregulación. Este discurso promueve una concepción del aprendizaje a partir del cuerpo: es por sí mismo como deben enfrentarse los fantasmas y descubrir la capacidad de decir “me gusta o no me gusta”. De esta forma, el llamado al no consumo se enfrenta a un significado vital, de gran potencia como convocatoria: aprende por ti mismo, por tu propia experiencia. Aunque lo legalicen, va en cada persona. En todos los kioscos venden cigarro, pero si tú no fumai no comprai cigarro. Si uno prueba un pito... si le gusta uno va a seguir, y si no... no sigue. Eso me pasó cuando empecé a fumar. Tienen que dejarte ver para que tú te des cuenta.

CONCLUSIONES Y COMENTARIOS 1. DEL FUTURO A nivel general, se observa un predominio de la lectura conversa de la norma, expresada en el afán de encajar con un proyecto de normalidad legítima, decente, identificada con un bienestar de clase media. El sujeto que protagoniza este discurso se forja a sí mismo, diseña su carrera y cuenta con el apoyo de sus padres para asumir la vida como una empresa de virtud, armado con el espíritu de superación. Frente a ésta, la lectura subversa de la norma oficia de testigo crítico de la modernidad, limitándose a denunciar los privilegios que impiden competir en igualdad de condiciones en un mundo cerrado y regido por las apariencias, que no da segundas oportunidades. Situados ante la incertidumbre de lograr sus metas, queda en evidencia una versión extrema del discurso del esfuerzo, el “jaguar”, representante del espíritu emprendedor/depredador. El jaguar lanza una pregunta que pone en jaque la integración social bajo un proyecto de nación, en una modernidad integradora. Sobre todo cuando su antípoda —el espíritu solidario— se percibe remando contra la corriente. El discurso juvenil aparece atravesado por una disputa entre dos formas de reaccionar al modelo de convivencia, enfrentadas tanto en el corto como en el largo plazo del discurso: de una parte, una pulsión fundacional, que pugna por un cambio de mentalidad y entronca con un proyecto de país integrado a los mercados mundiales, que deja atrás todo el resabio de relajo de una cultura que hace de los pobres los principales responsables de su pobreza, para asumir de lleno el ascetismo y la lógica de rendimiento. La segunda sensibilidad es el inquilino, que renuncia al espíritu prometeico del fundador, conforme con asegurarse un lugar cómodo y seguro donde sobrevivir, atento a las posibilidades que surgen en la contingencia; el tono de realismo que gobierna su discurso fluye de una certeza: el proyecto de diseño de carrera no encaja en su mundo, todo paso es un paso en falso. A la larga, esta mentalidad domina la conversación, y deja la prospectiva como un acto de fe. Por último, está la cuestión del lazo social: el discurso aparece dominado por la imagen de un país en deterioro progresivo, donde los espacios pierden su condición de habitables y dejan de ser lugares de encuentro para transformarse en contextos de peligro, que deben ser abandonados. Esta disposición, que se conecta con un modelo de convivencia que asume al “otro” como un competidor, convierte la ciudad en un espacio circunstancial donde se debe circular con los sentidos abiertos, donde todo lazo es efímero y donde el aire de normalidad no es más que una apariencia, siempre a punto de quebrarse. 2. DE LA DROGA La droga aparece en un país que ha perdido la inocencia, el respeto y la autoridad. En oposición a un pasado ordenado, el presente está vinculado a la desintegración moral. En resumidas cuentas, la droga es un producto de la época moderna de la sociedad, y viene a quedarse como una amenaza que sigue la misma pauta viciosa del país, enraizada en el poder, haciéndose cada vez más incontrolable. Así, la droga —al igual que la pobreza— es un problema con el que hay que acostumbrarse a vivir. En segundo lugar, la droga es un estigma democrático que ha conseguido llegar a todos los sectores sociales,

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especialmente a los dos polos de la modernización: pobres aproblemados (llevados por su necesidad) y opulentos eufóricos (llevados por su ansia de sensaciones). En otra dirección, la representación de la adolescencia asume el riesgo como una marca de identidad en dos sentidos: de una parte, la juventud —al menos en este sector social— ya no es vista como un período de goce relajado, sino como un período de ansiedad por el futuro, lejano a la propuesta de moratoria de roles adultos; de otra parte, el joven enfrenta un estereotipo negativo que lo vincula constantemente al riesgo (embarazos, drogadicción, delincuencia). Es un sujeto culposo, que responde constantemente por su virtud. No en vano su discurso de integración social repite “confíen en nosotros”, y uno de sus deseos más caros es “que los jóvenes del futuro no pasen lo que nosotros”. En conjunto, su discurso es la expresión de un “deseo de juventud” en el sentido de la moratoria, de vivirse la vida en plenitud, en un momento en el que —como nunca— ser joven es una tarea difícil. Otro punto que merece ser comentado es la vinculación entre la compulsión de rendimiento y la necesidad de consumir sustancias para mantenerse en funcionamiento. Por una parte, este discurso aparece como la principal vía de legitimación del consumo, porque facilita una respuesta coherente a las exigencias del medio. Por otra, viene a dar al traste con la visión alternativa del consumo de drogas, deudora del espíritu de los sesenta: ya no se consume para salir del sistema, sino para habitar integrándose con más fuerza a sus parámetros de éxito; ya no se consume para viajar y soñar, sino para permanecer despierto. Por otra parte, la tendencia de la sociedad chilena hacia la fragmentación de identidades genera una nueva fuente de tolerancia para el consumo: la tranquila adicción de un sujeto que se mantiene al margen de los demás, en un goce privado. Una cuestión epocal. Asistimos a la normalización del consumo por el mero hecho del goce que reviste. Frente a esto, no podemos evitar el paralelo con la sexualidad: así como en ella se tiende a separar el sexo y la procreación, en el plano de la droga se observa un divorcio creciente entre droga y discurso alternativo, entre droga y problemas, que comporta un resultado: la experiencia de la droga, así como la sexualidad, valen por sí mismas. ¿Qué unía estas parejas? A nuestro juicio, la única forma en que nuestra cultura occidental, racional y cristiana acepta la relación con experiencias que sacan del autodominio y pueden constituir motivo de goce, es a través la existencia de un contrapeso, sean los problemas (en el caso de la drogadicción), sea la reproducción (para la sexualidad). Ambos representan el lado grave del asunto, que permiten la vinculación placer-culpa, tan cara a nuestra civilización. Por último, la estrategia “NO a la droga” impone un corte en la sociabilidad juvenil. Al poner la droga como una amenaza que ronda su ambiente, los jóvenes construyen un mundo de amigos y enemigos de acuerdo al factor consumo, que recurre al discurso de la virtud y de afirmación de la diferencia para acatar el llamado del orden a separar la paja del trigo. La posibilidad de construir una voluntad asertiva capaz de diferenciarse del resto y de decir “no” requiere situarse contra la sociedad, contra un mundo que está podrido. De hecho, es la sensibilidad que domina la mayoría de las propuestas de acción sugeridas: alejarse de las calles, despoblar. Sin embargo, el discurso de los jóvenes —monitores incluidos— aparece dominado por la “ideología del momento” o contingencialismo, manifestada en la imposibilidad de afirmar una decisión futura y que traslada al momento la resolución de los problemas. La decisión de no consumir drogas se desvanece en la contingencia de un futuro abierto. 3. DEL CRUCE ENTRE FUTURO Y DROGAS Como fuera mencionado, el futuro de los jóvenes está dominado por la profecía apocalíptica de un país que no es más que una versión amplificada de los problemas del presente. En el vaticinio, la droga constituye un de oferta y consumo cada vez mayores. Ante esta percepción, sus imágenes se contraponen entre un mundo con menos regulaciones y otro donde el aumento de las lacras refuerza los afanes reguladores. En el primer mundo, el control de la conducta es un gesto íntimo, y no existen más regulaciones que las que dicten las voluntades individuales. En el segundo, se está sujeto a una moral supraindividual, por temor al caos que significaría un mundo liberado a la sola autorregulación; en él, las personas parecen condenadas a una perpetua adolescencia.

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4. LA FUERZA DEL CONVERSO (REFLEXIONES FINALES, DE CARA A LOS OCHENTA) En los ochenta, la explosividad de los jóvenes fue codificada como una amenaza por la sociedad. Dicha definición señalaba el fracaso del intento autoritario por reinventar el país fabricando nuevos ciudadanos. En el Chile pos-protestas de 1985, el converso iba en retirada y se anunciaba el predominio del subverso (que, a su vez, llevaba en su vientre al perverso). Sin embargo, la crisis de legitimidad que dominaba la situación a mediados de los ochenta —se decía “ningún proyecto histórico convoca hoy a Chile”— ha quedado desplazada por el modelo del país-promesa, lanzado a la conquista del Everest. En medio de los noventa, todo indica que los jóvenes siguen siendo una amenaza, que esta vez se ha apropiado del discurso que promueve la imagen de sí mismos como un problema por resolver (el “joven problema”). ¿De dónde surge el joven problema? Concordamos con los que señalan esta paradoja de nuestra historia: a pesar de que los mundos vividos por la generación actual y la anterior son más distintos que nunca, no existe la pugna generacional que caracterizó la década de los sesenta. El fenómeno sería el siguiente: puesto que los padres de hoy no tienen un modelo que transmitir —salvo el ejemplo de su actitud ante la carencia: “partí de abajo, me esforcé”—, silencio y advertencia son su palabra más recurrida. Conscientes de la pérdida de su dominio en un mundo que definen como libertino, reaccionan de un modo desesperado lanzando sobre los jóvenes la red del estigma: como una estrategia para recuperar el control sobre la generación, la sociedad la define como un problema. En este marco, se comprende la actitud de una juventud preocupada de justificarse, en una retórica de acusado que mastica su culpa. ¿Qué hace tan fuerte el discurso converso? A nuestro juicio, todo el poder de las reglas de juego de un sistema que se impone sin contrapeso, que legitima la carencia como una obviedad de la existencia. No en vano el discurso de los jóvenes se manifiesta en el siguiente tono: “ya sabes como es el mundo, no te engañes, estás solo”. Al interior de la lectura conversa de la norma existe una dicotomía dramática entre la solidaridad y la depredación del jaguar, dos formas de acatar la llamada del orden: de una parte, la disposición a asumir la vida como una colaboración posible; y de la otra, los que —en un acto de realismo— renuncian a ella y se sumergen en un individualismo descarnado, con anteojeras, la mirada puesta en llegar a la meta antes que nadie, sin consideración por el que queda atrás. El jaguar es un hijo del desamparo, de un mundo que arrasó con las conquistas de sus padres y abuelos. ¿De qué período es hija esta generación? De un período “ex”, de hundimientos, de fragmentaciones, de ausencia de protagonismo social y de reivindicacionismo efímero. Entonces, esperar el predominio de discursos contraculturales en esta generación equivale a pedirle a un pez que hable del aire, de algo que no ha vivido. En desmedro del surgimiento de estos discursos, se levanta una barrera que está al fondo del imaginario: vivimos en el temor de un mundo en deterioro, cuyo orden es precario y puede fracturarse en cualquier momento. No existe una base segura para pensar en el futuro: el miedo al quiebre de la democracia sigue rondando en las conciencias y alcanza a las nuevas generaciones. El sólido mundo que recibieron los jóvenes de los sesenta se esfumó. ¿Cómo pensar en proyectos en una época de mutaciones constantes, pero donde lo esencial se resiste a cambiar? Una vez vi una película que... había un golpe de Estado y no podían pasarse de una línea.

Sin embargo, a su manera, el espíritu contracultural pervive como reclamo, como resquemor, como rumor: Nos inclinamos a definir el momento actual como una interfaz en la legitimidad del orden: hay una disputa de fondo a nivel de la cultura, entre adanes y atinados: entre la refundación y la cohabitación. La demanda por el “cambio de mentalidad” es un reflejo de ello. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la refundación puede contentarse —como efectivamente lo hace— con exigir las condiciones para competir mejor, “una competencia más decente”, en el sentido de la solidaridad orgánica de Durkheim. De todas formas, lo que rescatamos es, precisamente, la sospecha de que hay un sentido común en disputa, a la espera de un lazo que la modernidad no proveyó. El punto es que el territorio sufre una crisis de insuficiencia deseante, por el predominio que ejerce una legión de ex adanes, sujetos emprendedores, con tarjeta de crédito para entrar y personal-stereo para salir del sistema. En ausencia de otras voces y otras refundaciones posibles, los jóvenes proponen refundar de la única forma que conocen: rescatando el espíritu del sistema en el que nacieron.

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El ansia del abrazo en la Alameda Salir a mirar en aquellos ojos que saben hablar en palabras invisibles el mensaje inquietante de otro mundo posible... Hugo Moraga, “Look”

¿Qué hay al fondo de una manifestación antinuclear tan grande como la que vivimos este años en Chile con ocasión de la explosión de la bomba atómica francesa en Mururoa? Pareciera ser nuestro deseo de seguir siendo isla; una isla integrada, eso sí, una isla amable. Al interior de Chile habita un país que no quiere perder la inocencia y preserva una sociabilidad estratégica —el país de compadres y comadres— que, al igual que el bosque nativo, se agota si no se promueven espacios de renovación.

San Joaquín, enero de 1996

BIBLIOGRAFÍA Asun, D. 1990. “Para enfrentar la fármaco-dependencia juvenil”. En: Generación, comp. Los jóvenes en Chile hoy. Santiago: CIDE-CIEPLAN-INCH-PSI-SUR. Canales, M. 1995. “Entre el silencio (el grito) y la palabra. En: Agurto, Canales y De la Maza, eds. Juventud chilena: Razones y subversiones. Santiago: ECO-Folico-Sepade. Canales, M., M. Rodríguez y A. Undiks. 1995. “Juventud y transición: de fronteras, puertas y ventanas”. En: Juventud chilena: Razones y subversiones. Véase Canales 1995. Hopenhayn, M. 1994. “Disquisiciones sobre mercado y cultura”. En: 1990–1994: La cultura chilena en transición. Número Especial Revista Cultura. Secretaría Comunicación y Cultura, Ministerio Secretaría General de Gobierno. Ibáñez, J. 1979. Más allá de la sociología. El Grupo de Discusión: teoría y crítica. Madrid: Siglo Veintiuno Editores. Moscovici, S. 1986. Psicología social. Buenos Aires: Piadós. Tironi, E. 1990. Autoritarismo, modernización y marginalidad. Santiago: Ediciones SUR. Tsukame, A. 1990. “La droga y la doble exclusión juvenil-popular. En: Los jóvenes en Chile hoy. Véase Asun 1990. Umbria Acosta, L. 1992. “Juventud y drogas. Extremos de una relación distorsionada”. Revista Nueva Sociedad (Caracas) 117. Valenzuela, E. 1984. La rebelión de los jóvenes. Santiago: Ediciones SUR. Weinstein, J., R. Aguirre y A. Téllez. 1990. “Los jóvenes dañados. Una re-visión de las 'conductas problema' en la juventud popular”. En: Los jóvenes en Chile hoy. Véase Asun 1990.

(*) Fuente: Ediciones Sur 1997. __________________________________________

Información disponible en el sitio ARCHIVO CHILE, Web del Centro Estudios “Miguel Enríquez”, CEME: http://www.archivo-chile.com

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