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G a l e r i a A l e j a n d r o S a l e s Escenarios de reflexión. Alejandro Sales habla sobre su visión del arte Acto primero: las armonías matem

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Escenarios de reflexión. Alejandro Sales habla sobre su visión del arte

Acto primero: las armonías matemáticas en el arte Escenario Al poco de decidir convertirse en galerista, Alejandro Sales viaja a Nueva York. No era la primera vez que visitaba la ciudad mito de la modernidad, pero sí la primera que lo hacía con la mirada enfocada al universo artístico del Soho neoyorquino. En uno de los escenarios de este teatro de variedades, se encontró paseando entre materias tridimensionales pigmentadas. Alejandro creía en la experiencia táctil a la que nos llaman los objetos escultóricos. Y así actuó. Tocó una de aquellas formas de color. El placer del roce fue seguido de una sorpresa: ¡su dedo estaba manchado de bermellón! Incómodo ante una posible reprimenda de los responsables de la galería, sin saber donde meter el dedo —un bolsillo manchado lo hubiera delatado—, cerró el puño, escondió la mano y salió. El autor de aquellos objetos de color no era otro que Anish Kapoor. En aquellos momentos, un joven escultor británico de origen hindú, aún desconocido entre el gran público, que experimentaba con la materialidad de los colores para desmaterializar la escultura. El “delito” de Alejandro Sales fue iniciativo. Descubrió a un artista que transgredía tres de los principios clásicos de la escultura: el tacto, el volumen y el material. Descubrió a un nuevo anti-Fidias — sus palabras literales— cuyas imágenes le recordaban las figuras ingrávidas de uno de sus escultores preferidos, Giacometti. Al cabo de unos años, en 1996, Alejandro presentó a Anish Kapoor en Barcelona.

Reflexión El trabajo de Kapoor sobre las polaridades perceptivas —presencia y ausencia, lugar y no lugar, sólido e intangible, etcétera—, nos pueden servir de contrapunto para entender las ideas sobre las armonías matemáticas defendidas por Alejandro Sales respecto al arte. La armonía es la calidad principal a buscar en las obras, afirma. La armonía, resultado de la relación entre las partes de un conjunto, se establece entre los acentos y las pausas de las combinaciones de elementos, notas en el pentagrama, palabras en el poema, colores en la pintura y líneas en el dibujo. El orden no se entiende sin el caos, pero, a su vez, el orden contiene su caos y el caos guarda su orden. El ritmo entre contrarios, lleno y vacío, por ejemplo, es fundamento de la armonía.

Alejandro Sales acude a la teoría del Big Bang como símil para explicar el funcionamiento bipolar del arte. A pesar de las múltiples incógnitas que aún plantea la formación del universo, la comunidad científica está de acuerdo en creer que éste nació de un no espacio, un no tiempo y una no masa. La explosión energética nuclear fue modulando estos tres componentes a través de combinaciones mutuas susceptibles de ser traducidas matemáticamente. Pues bien, si para Pitágoras la matemática era la clave para resolver los enigmas del universo, Alejandro Sales encuentra en las relaciones numéricas entre los elementos de una obra la llave de la historia del arte. Los acontecimientos artísticos —las obras de arte— están, de este modo, conectados y sometidos a repeticiones cíclicas susceptibles de ser calculadas matemáticamente. Nada es completamente nuevo en la historia, pues. La distancia entre un cuadro de Velázquez, uno de Picasso o una video instalación de Bill Viola sólo es cronológica; al igual que entre un dibujo de Ingres o unas constelaciones de Miró o unas pinturas de Philip Guston. Todas estas obras se fundamentan en el principio de armonía y, por lo tanto, poseen el mismo valor matemático, aunque el carácter y la composición de los elementos no sean los mismos. Reducir la naturaleza a las formas de la geometría fue la ambición de Cézanne, recuerda Alejandro Sales. Para explicarlo, traduce aquella frase del pintor francés según la cual «una botella es un cilindro». En este sentido le interesa el camino histórico que va de Cézanne, pasa por Mondrian y llega a Malévitch. Mondrian, a partir de la aportación de Cézanne, deriva una figura arbórea a su línea original en el plano. Malévitch actúa contrariamente, pasa de la abstracción del suprematismo al realismo. Sin embargo el proceso es el mismo, sea desde la abstracción o la figuración, la base está en la fórmula matemática con la que la naturaleza se convierte en arte. Sin un principio de armonía sometido a un orden numérico la obra de arte no tiene sentido para él.

Acto segundo: las obras hablan de sí y sobre sí

Escenario En su primer viaje a Nueva York, Alejandro Sales no obvió la visita obligada al The Metropolitan Museum of Art. Tras recorrer las salas de arte antiguo y medieval, llegó la hora de entrar en el recinto dedicado a la pintura europea. Allí Alejandro empezó a sentirse intimidado por algo. Su mirada era constantemente interpelada por una obra que, a pesar de la lejanía, distraía su atención de los Giotto, Bronzino, Tiziano, Caravaggio, Ribera o El Greco que tenía delante. Escrupuloso para con el itinerario marcado, esperó poder descubrir cuál era la obra que tanto llamaba su atención. Se trataba ni más ni menos que del retrato de Juan de Pareja, obra de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. A partir de esta experiencia velazqueña, Alejandro Sales reafirmó su convicción sobre aquello que siempre le había seducido del arte: las obras, no sus firmas. Desde entonces sigue

esperando que las obras le hablen por y de sí mismas. Desprecia las cartelas informativas donde el autor se descubre. Este vivir en la propia piel el poder autónomo de las imágenes le ha llevado incluso a adquirir piezas de cuyo autor o autora no sabe el nombre. En 1986 se lo propuso como juego en la feria de Basilea. Con un presupuesto previo estipulado debía comprar una obra desconocida para él. Es así como ha conseguido para su colección particular presumir de un Cy Twombly, un Ernesto Neto o un William Wegman. Este entretenimiento sobre el anonimato tiene sus consecuencias: el interés o el descarte. Es decir, la inclinación a saber más sobre algunos o la exclusión de otros.

Reflexión El aprendizaje a partir del Juan de Pareja ha llevado a Alejandro Sales a hacerse suyas las propuestas de las teorías formalistas, expuestas principalmente por el alemán Heinrich Wölfflin. Wölfflin abogaba por una historia del arte sin nombres, fundamentaba el arte en una serie de coordenadas empíricamente objetivables, resultado de la observación de la composición del espacio, la relación de sus elementos o el uso de la línea recta o la curva. Para los formalistas, que invaden las reflexiones sobre el arte a lo largo del siglo XX, la obra sólo tiene sentido autónomamente. Si alguna relación establece ésta es con las otras obras, tanto con las del pasado como con las del presente y el futuro. A la luz de esta manera de entender el arte, Alejandro Sales defiende la necesidad de abandonar cualquier libro de instrucciones al uso, las del artista, las del crítico o las del experto. El retrato es un sujeto con historias, el cuadro convierte el sujeto particular en un objeto universal. La obra, más allá de lo que cuenta y al margen de la intención originaria de su autor, es una composición de elementos en relación. Y la buena obra es aquella que dignifica cualquiera de estos elementos, por insignificante que éstos sean respecto al tema, bajo el ritmo al que antes se refería. Es por este motivo, explica Alejandro Sales, que pueden convivir con perfecta armonía los campesinos grotescos del pintor de género holandés del siglo XVII Adrien van Ostade con los grafitos del expresionista americano Cy Twombly; o las líneas sinuosas de Miró con un collage de Marina Núñez o una de las geometrías de Eduard Arbós, tal como actualmente se muestran en la exposición Reflejos. Alejandro Sales no concibe la galería como un “super-mercado” sino como un lugar de degustación. Donde las obras siempre ocupan un lugar preferente, aunque sea a costa de la cantidad. Donde a menudo el espacio vacío ocupa más metros cuadrados o lineales que las obras expuestas. El vacío de la pared realza el lleno de la obra, cuadro, dibujo o escultura. Volvemos otra vez a la armonía de los opuestos.

Último acto: conmoción y contemporaneidad

Escenario Todavía en Nueva York, su ciudad talismán antes que Londres, París o Berlín, ahora Alejandro Sales visita, cómo no, la bienal del Withney Museum. Se encuentra dentro de una de aquellas cajas de sorpresa que son las cámaras oscuras de las video instalaciones. Cuando sus ojos ya se habían acostumbrado a la nocturnidad de uno de estos habitáculos artísticos, el destello lumínico de unas imágenes y el canto de una voz penetrante, envuelven a un Alejandro perplejo ante tal espectáculo de luz y sonido. Está dentro de una video instalación de Bill Viola. Este artista lo calcula siempre todo: el tiempo de exposición de las imágenes, los intervalos de luz y oscuridad, los ritmos entre las proyecciones y las voces en off, los contrastes de colores de las pantallas. Cualquier acontecimiento que ocurre en la habitación está fuera de imprevisiones. Sus ritmos remiten al infinito del volver a empezar, aunque ya sea renovado. Este infinito milimétricamente calculado de Viola conmocionó a Alejandro Sales, el cual nos recuerda la diferencia de este estado con el de emoción. La conmoción ante la video instalación de Viola fue comparable a la experiencia ante el Juan de Pareja de Velázquez. Dos obras distantes en el tiempo, pero sin embargo contemporáneas. Lo contemporáneo, al parecer de Alejandro Sales, no tiene porque ser coetáneo.

Reflexión Tras la afectación de la obra de Bill Viola y aún con el vivo recuerdo del Velázquez, Alejandro Sales descubrió dos cosas del arte. En primer lugar que debía reclamar la conmoción de las obras. En un segundo puesto, que éstas son madres de nuestro tiempo e hijas de nuestros sentimientos. La conmoción, ya lo hemos dicho, no es lo mismo que la emoción. Implica una sacudida física o moral. Provoca cambios en uno mismo, en la percepción del entorno, de la vida. La emoción apela a los sentidos, afecta en el momento. La conmoción remite al intelecto, su varita mágica trastorna para siempre. Tal trascendencia de la conmoción, por supuesto, no puede ser suscitada por cualquier obra. Los requisitos de Alejandro Sales los conocemos ya a estas alturas: un ritmo sin azar ni aleatoriedades, una poesía traducida a matemáticas, la armonía entre los polos opuestos. Con la afirmación que el arte es madre de nuestro tiempo Alejandro Sales se refiere a aquél devenir cíclico que hace que las obras compartan una historia en común, aun siendo hijas de los sentimientos de épocas distintas, con sus particularidades y características. Por ello, no toda obra realizada en un momento histórico dado tiene que ser contemporánea. Lo contemporáneo es un valor transhistórico opuesto a lo coetáneo. Lo coetáneo es siempre circunstancial, accidental y efímero. El arte no puede estar sujeto a las modas del momento y

tampoco debe repetir fórmulas agotadas, anacrónicas. Es decir, el hecho de pintar hoy como lo hacían los maestros del pasado puede ser coetáneo a nuestro vivir histórico pero nunca contemporáneo al tiempo del arte. Según Alejandro Sales, el arte debe ser coherente con sus fundamentos: construirse en un proceso de formación intelectual para ser visualizado, bajo coordenadas objetivables, en ritmos matemáticos.

Alejandro Sales con Laura Mercader Barcelona, noviembre de 2005

Laura Mercader es profesora de teoría del arte de la Universidad de Barcelona. Texto publicado en el libro 3.751 Días, editado con motivo de los 20 años de Galería Alejandro Sales.

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