GALIA, FRANCIA Y LA REPÚBLICA ARGENTINA: NUEVAS APROXIMACIONES AL IMAGINARIO POLÍTICO DE LEOPOLDO LUGONES

Nathalie Fürstenberger Nathalie Fürstenberger Université de Valenciennes et du Hainaut Cambrésis, Valenciennes GALIA, FRANCIA Y LA REPÚBLICA ARGENTI

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Nathalie Fürstenberger

Nathalie Fürstenberger Université de Valenciennes et du Hainaut Cambrésis, Valenciennes

GALIA, FRANCIA Y LA REPÚBLICA ARGENTINA: NUEVAS APROXIMACIONES AL IMAGINARIO POLÍTICO DE LEOPOLDO LUGONES En colaboración con Nicolás González Luján, Lugones fundó Pensamiento Libre. Periódico literario liberal. Con una periodicidad irregular, este semanario –de dos páginas impresas a tres columnas– salió el 19 de octubre de 1893 y publicó 8 números, y cesó el 19 de diciembre del mismo año por falta de recursos1. Se difundió en Córdoba mediante un doble sistema de suscripciones y ventas callejeras. A pesar de su pequeña tirada y corta vida, este periódico contribuyó al auge de la prensa argentina que, en los últimos veinte años del siglo XIX, vio florecer un número impresionante de publicaciones periódicas, “a veces de gran alcurnia intelectual, dedicadas, ya a estudiar y documentar seriamente pasajes de la historia nacional y americana, ya a abordar con el mismo afán la presentación igualmente seria y documentada de temas de otra índole (Galván Moreno 1944: 234)”. Sin embargo, en vez de responder a la irrupción de un periodismo de masas, informativo e ilustrado, aquella publicación formaba parte más bien de una larga tradición publicista, puesto que se definía como una tribuna de doctrina, afanada, principalmente, en temas políticos. Por eso usaba un lenguaje violento y apasionado en el estilo de la prensa de la primera mitad del siglo XIX (Alonso 2003: 8). En “Marcando rumbo”, la profesión de fe del primer número de Pensamiento libre, Lugones apuntaba al blanco de su quehacer periodístico: según afirmaba, la salida del diario de opinión respondía a la necesidad que sentían la “juventud estudiosa” de Córdoba y los extranjeros de leer un órgano de prensa cuyo programa era difundir ideas liberales y democráticas a la vez que “mover cruda guerra a todas esas publicaciones literarias que, lejos de realzar nuestras cualidades intelectuales nos presentan como prototipos de la impotencia y raquitismo literarios” (Lugones 1893a: 17-18). En otras palabras, el periódico pretendía desempeñar un papel de primer orden en los conflictos ideológicos de la época, dirigiéndose a una comunidad nacional integrada, de acuerdo con el pensamiento de Sarmiento, por criollos instruidos e inmigrantes (Botana 1984: 330). El contrato de lectura así definido hacía de Pensamiento libre un periódico polémico; comprometía al editorialista con un restringido, partidario y culto grupo de lectores, imbuido de la cultura vernácula y elitista de los años ‘80. Siendo el propósito de Lugones hacer política con su pluma, se presentaba como el garante de valores comunes (liberales y democráticos) susceptibles de captar la atención de un público progresista y favorecer su identificación con él, identificación sin la cual ningún medio de comunicación sería viable. Sin embargo, dicho proyecto llevaba en sí el germen de su rápido e ineluctable fracaso porque no se ajustaba a ninguna de las normativas de la prensa moderna. En efecto, el periódico lugoniano no se enmarcaba dentro de la actividad empresarial que hacía de los anuncios comerciales un factor fundamental de financiamiento de las publicaciones. Además, no lo ilustraban grabados o fotografías, discursos icónicos bastante apreciados por un público popular ya que servían para explicitar y/o reforzar un discurso escrito no siempre accesible para los lectores recién alfabetizados o de lengua materna extranjera. Así que, como era de esperar, el estilo académico de Pensamiento libre no entusiasmó a los lectores, menos aún a los obreros que recibían el periódico de las manos de González Luján en las puertas de las fábricas y los sindicatos (Canedo 1974: 26). 1 Su colección fue parcialmente facsimilada en Las primeras letras de Leopoldo Lugones (Lugones 1963).

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Hasta ahora, muy pocos han sido los críticos que se han interesado por esta publicación: los hay que han generalizado el tono violento de sus crónicas al conjunto de la producción lugoniana sin indagar el parentesco etimológico que existe entre la polémica (del griego pólemos) y la guerra2, o los que sólo han mencionado en sus ensayos la existencia de Pensamiento libre sin hacer hincapié en el compromiso político que supone la fundación de un periódico doctrinal3. En trabajos más recientes como Leopoldo Lugones, un cordobés rebelde de Efraín U. Bischoff, todavía perdura la idea de que la línea editorial definida por Lugones tuvo entre otras metas la de competir con La Aurora, una publicación estudiantil a cargo de los hermanos José María y Juan José Vélez, conocidos por su clericalismo4. Según este análisis, una secreta –y no menos profunda– rivalidad habría animado, pues, la labor del joven poeta, justificando en parte una contienda literaria entre ambos periódicos (Lugones 1893b: 23). Ahora bien, un rápido examen de los números facsimilados en Las primeras letras de Leopoldo Lugones muestra que lo que sí dominan no son sino crónicas de cuño político. Por cierto, estos artículos de gran extensión vienen acompañados de poemas como “Nupcial”, “Ingens”, “Ámame así (a María)”, pero reducir la actividad periodística de Lugones a una prédica anticlerical, motivada por profundos desacuerdos ideológicos entre jóvenes literatos, resulta poco satisfactorio. Semejante lectura del génesis de Pensamiento libre tiende por su parcialidad a obliterar relevantes hechos históricos; en primer lugar, porque no da cuenta de las circunstancias críticas por las cuales atravesaba el país; y, en segundo, porque no menciona el decisivo papel desempeñado por la coalición política formada por radicales y católicos durante la Revolución Radical del ‘93. En realidad, tanto Efraín U. Bischoff como los demás biógrafos de Leopoldo Lugones se conforman con evocar dichos acontecimientos para, o bien ensalzar las “hazañas militares” del joven cordobés, o bien denunciar su participación en un movimiento represivo de una rara violencia (López 2004: 39). No se involucraba Lugones por casualidad en la vida política mediante una escritura periodística: de acuerdo con las representaciones decimonónicas del estadista, el joven poeta se servía de Pensamiento libre como de una tribuna para desaprobar los planteos democráticos de los partidos de oposición. Así, luego de participar en los enfrentamientos militares, desplazó el conflicto del campo de batalla al campo político e ideológico, de modo que el contexto histórico constituye la verdadera clave interpretativa de sus crónicas. Dicho contexto no sólo arroja una luz esclarecedora sobre algunas herméticas alusiones a la vida política argentina, sino que permite al crítico sagaz precisar el imaginario político del que se vale el joven cordobés para defender el orden y promover valores liberales conservadores. Así pues, si bien confirma en “Marcando rumbos” su orientación liberal, anunciada ya en un epígrafe que rinde homenaje a las Luces a la par que hace de las libertades y derechos individuales unos principios fundamentales, Lugones no dejaba de inquirir los fundamentos de la democracia liberal. En este sentido, Pensamiento libre constituye una valiosa aportación al estudio del recorrido ideológico de su fundador. Como tal, nos invita a contextualizar su aparición y 2

Así, por ejemplo, Dardo Cúneo afirma: “Cualquier cosa, cualquier absoluto, cualquier campamento desigual, menos una mediocridad planchada. Acaso, esa fue la más consecuente de sus divisas [las de Lugones], la que le obligaba consigo mismo, la que imponiéndole una lealtad a sí –por lo tanto, una paz interior– le fraguaba, por reacción, esa abundante inconsecuencia, esa abusiva contradicción que le hacía vivir en guerra permanente con todos, con casi todos, con la mayoría, es decir, con la mediocridad. En guerra” (Cúneo1955: 36). 3 Por su parte, Enrique Zuleta Álvarez señala con razón que “en los textos de su protesta libertaria hay que rastrear los primeros atisbos del programa moral y artístico que será la base de toda su obra posterior”, en “ Lugones, pensador político”, Atlantida. Revista del pensamiento actual, vol. VII, núm. 42, noviembre-diciembre de 1969, p. 8 [612]. 4 La Aurora salió por primera vez el 16 de abril de 1893 (Bischoff 2005).

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desaparición dentro del contexto insurreccional de 1893, así como a considerar de nuevo la cronología de sus sucesivas adhesiones a corrientes políticas contrarias. En realidad, parece más que urgente acabar con unas clasificaciones partidarias –por cierto, reivindicadas por el mismo Lugones– para mejor entender los motivos que tuvo Lugones para rechazar unos valores e instituciones burguesas. En vez de postular contradicciones inherentes a su pensamiento, es hoy tiempo de buscar las constantes ideológicas que le permitieron pasar del liberalismo al anarquismo (1893-1897), acercándose, entre tanto, al socialismo. Aprovechándonos del renovado interés por la prensa de antaño, nos proponemos estudiar “Francia” (Lugones 1893c: 19), una crónica en la que Lugones brinda a sus lectores un sorprendente análisis del proceso histórico que permitió la formación de esta nación. Sin dar referencias exactas de su bibliografía crítica, indaga los fundamentos de la República Francesa desde una perspectiva positivista. Como prueba de ello –antes de entrar en el meollo del tema– relaciona la política con la ciencia, y combina así las fuerzas de un pensamiento racional, contrario a la religión, con una acción política. Es más, con la oración “Si las conciencias tuvieran polos, como el planeta, yo colocaría el boreal en Francia”, no sólo insinúa que la cultura francesa tiene carácter de universalidad ideal, sino que introduce de antemano el tema de la revolución, oponiendo el movimiento circular de un astro que vuelve a su punto de partida (el campo semántico de la astronomía le permitirá dar a su exposición tonalidades mesiánicas) a las revoluciones radicales que, como lo veremos después, motivan su discurso. Entabla a continuación un ecléctico discurso historiográfico en el que explica a grandes rasgos cómo Francia consolidó su unidad territorial. Evoca sucesivamente la actuación heroica de Vercingetórix, la figura legendaria de Carlos Magno para, finalmente, retratar a Felipe Augusto. Prosigue refiriéndose al reinado de Luis XIV y a la política exterior tanto de Napoleón Bonaparte como de Napoleón III: Y así la vemos [la unidad francesa]. Ya sea que apoyada en el feudalismo guerree con Felipe Augusto en las cruzadas; ya que haga de Aviñón la sede pontificia en su Cisma de Occidente; ya que invada la Italia con las falanges de su errante caballería; ya que dispute el dominio á la monarquía austriaca con Luis XIV; ya que esparza su prolífica simiente por la Europa toda con las triunfantes huestes de sus voluntarios republicanos; ya que salve con pié atrevido las fronteras internacionales y ponga su mano sobre todas las coronas con Bonaparte; ya que pelee por el agrandamiento de su influencia con el segundo Napoleón; siempre ha aspirado al dominio no con la esperanza de los lucros pasajeros de la victoria, sino porque tenía hambre de sacrificio, sed de gloria con que acrecentar el prestigio de su espíritu generoso.

Su formación autodidacta le conduce a cometer varios errores históricos: primero, reduce el proceso de unificación de Francia a una política de conquistas territoriales, confundiendo dos tipos de expansionismo: el primero, consistía en integrar regiones dentro de límites naturales bien definidos; el segundo, obviamente imperialista, servía al propósito de Napoleón de difundir principios revolucionarios –la libertad, fraternidad e igualdad– por distintos países europeos. Luego, si bien es verdad que Francia era uno de los países que mejor había alcanzado su unidad en el siglo XIX, no era menos cierto que, en 1893, había sufrido ya la pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena (el tratado de Francfort fue ratificado el 18 de mayo de 1871). Tampoco da cuenta de la política de centralización administrativa sin la cual dicha unidad no hubiera sido posible: iniciada durante el Antiguo Régimen –bajo el reinado de los Borbones en particular–, fue amplificada por Napoleón con la creación de los “departamentos”, es decir, con la creación de unas divisiones territoriales, sin tradición histórica, con el fin de favorecer la homogeneización tanto lingüística como cultural de Francia.

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De manera general, el columnista aminora con deliberada intención la importancia de los sucesos que no apoyan su argumentación alegando que no fueron más que “inocentes pecados”. Así, asombra el que no evoque sino metafóricamente la Revolución Francesa y el Régimen Napoleónico, dos momentos históricos clave para Francia. Es tanto más curioso cuanto que aquellos hechos fueron de gran transcendencia5, ya que aceleraron el paso de un absolutismo despótico a un régimen republicano y, por ende, la introducción del liberalismo en América Latina6. Pero, por razones obvias, el poeta argentino no podía menos que eludir el extraordinario impacto de las invasiones francesas en España y sus colonias americanas, así como sus nefastas consecuencias despóticas tras la destrucción del orden colonial. Con todo, esta malograda demostración presenta un interés peculiar, de sumo interés para comprender qué tradición política prevalece en el joven poeta para justificar implícita y simbólicamente la represión militar de la Revolución radical de 1893. Con este fin, se vale ni más ni menos de la figura heroica de Vercingetórix7, cuya evocación resulta desproporcionada en relación con la de Carlomagno, otro símbolo fuerte en el imaginario francés, pero estrechamente ligado a la Iglesia Católica: Cuando la nacionalidad gala comenzó recien á consolidarse bajo la tiránica tutela de la dominación romana, un hombre concibe el gigantesco pensamiento de aglomerar bajo la sola potestad de su raza las dispersas rudimentarias federaciones de tribus entonces bárbaras, como presintiendo talvez, las infalibles señales de la decrepitud latina cuyo súbito descuajamiento iba a dejar en el mundo, un vacio tal que solo pudiera ser llenado por un pueblo capaz de hacer suya y sostener la herencia grande acumulada en e1 Pomerium de la romana metrópoli en secular jornada. No fuera acaso aventurado suponer á Vercingetórix el primer patrocinador de esta idea: pero el terror supersticioso que le infundiera la profecía de la druidesa de Sayne agotó sus fuerzas esterilizando su acción en la lucha encarnizada que sostenía; y talvez cuando pasaba por las calles de la Roma cesárea, atado al carro de su vencedor, pensaba que de aquellas tierras lejanas, agostada por el fuego en el supremo recurso del patriotismo herido, se levantarían no muy tarde los vengadores de su afrenta. Estaba reservada á Carlos Magno la empresa grande; y puede decirse que, desde entonces la pesadilla del pueblo francés ha sido la unidad europea. Sueño, indudablemente, entonces, pero sueño digno del cerebro de un Dios.

Lugones se apropia del mito político elaborado a lo largo del siglo XIX por una nueva generación de historiadores franceses junto con los escritores románticos. Sin entrar en los detalles del antiguo proceso mitificador, que empieza a finales del siglo XV, cabe señalar que la figura del jefe galo llegó a ser la de un héroe nacional después de la Revolución Francesa y el advenimiento del Régimen Republicano. Hasta aquel entonces, por muy valiente que hubiera sido, Vercingetórix no podría haber prefigurado la identidad francesa: pagano y humilde, no estaba dotado de los atributos requeridos para la construcción del prestigioso mito de los orígenes, tan necesitado por la nobleza. Pero, luego de las invasiones prusianas (1814-1815) y la Guerra franco-alemana (1870-1871), esta figura problemática se convirtió en el emblema de la lucha contra los invasores. Así, gracias a los trabajos de Sieyès, los hermanos Thierry y François Guizot, el pueblo francés pudo reconocerse en sus antepasados celtas, aprovechándose de una profunda mutación ideológica, cuyo aporte fundamental fue ubicar al hombre común en el mero centro de la Historia8. 5

Para Claude Nicolet, es un hecho simbólico universal (Nicolet 1994: 106). Véase Hobsbawm 2005. 7 Vercingetórix (72 a.C.-46). Fue el jefe de la poderosa tribu gala de los arvernos, ubicados en la actual Auvernia. Aliado de Julio César durante sus primeras campañas militares en Galia, encaudilló en el ‘52 adC a los pueblos galos y federó a sus jefes para llevar a cabo la resistencia contra los romanos. Encabezó una sublevación en masa de la coalición gala, que deseaba una nación libre y unida, valiéndose de las tácticas de la guerra de guerrilla y, más particularmente, de la técnica de la “tierra quemada”. Cayó preso en el ‘56. 8 Véase Beaune 1985; Simon 1989; y Nicolet 2003. 6

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Pero Vercingetórix no debe su nuevo estatuto simbólico tan sólo a su capacidad de repeler y tener en jaque a los romanos, o a un patriotismo avant la lettre; su ejemplar heroicidad radica también en la frágil unidad lograda entre los pueblos involucrados en la Guerra de las Galias. Como había sido designado jefe supremo por sus compañeros (Vercinn-cedo-righ, generalísimo), simboliza además un modo primitivo de ejercer la libertad política, motivada por un radical individualismo ajeno a la polis clásica. Bien podríamos equiparar este individualismo con una forma disfrazada de caudillismo, pero Lugones se esfuerza en precisar que el sentido galo de la libertad y el genio político del jefe ya no son expresiones de la barbarie, ni del miedo o el egoísmo (Botana 1984: 280-283). Para él, Vercingetórix pertenece de pleno a la cultura del espíritu; supo trabajar por el bien público. En vez de reconstruir la historia real del Estado francés, el caso es que Lugones se conforma con retomar tópicos románticos, según los cuales “el ideal de los espíritus superiores”, es decir, un “credo liberal y democrático” fue lo que motivó siglos de historia. Sólo le importa demostrar que la nación francesa procede de una ley de progreso –del progreso del espíritu–, razón por la cual no repara en el hecho de que ésta se fue fortaleciendo gracias al desarrollo territorial y administrativo de un Estado monárquico. Con una nota algo admirativa, concluye su análisis evocando la asunción de la Tercera República (1870-1940): La República, hecha poder por el fallo del pueblo tiene por fin el seguro apoyo de la opinión inteligente; y aquella federación europea predicha por Victor Hugo en las tempestuosas sesiones del 71, marcha camino de la realidad á fundir todos los odios, todas las envidias de raza en el culto del derecho humano y de la humana conciencia. Somos, aunque fervientes admiradores de sus progresos, fustigadores severos también de los vicios que la trabajan.

De acuerdo con el epígrafe de Pensamiento libre, Lugones se reconoce en el legado ideológico del Siglo de las Luces, recordando implícitamente que la Razón es una ley eterna que lo rige todo, incluso las instituciones políticas. Por eso, no deja de celebrar el advenimiento del Régimen republicano como la oposición de la Unión republicana –el partido de Gambetta– a los preliminares de paz negociados por Thiers después de la capitulación francesa (28 de enero de 1871). Sin embargo, cabe advertir que Lugones escamotea el sentido contextual del discurso “Pour la guerre dans le présent et pour la paix dans l’avenir” (Hugo 1880-1926: 95-104), pronunciado por Victor Hugo el 1 de marzo de 1871 ante la Asamblea de Burdeos, para reducirlo a la utopía política de formar los Estados Unidos de Europa. De herencia romántica, el viejo proyecto de construir una Europa unitaria, a imagen y semejanza del Imperio Romano, respondía entonces al deseo de crear una solidaridad filosófica entre los pueblos europeos que luchaban por su libertad e independencia. Se trataba, pues, de forjar una sociedad más justa, basada en una comunidad de valores y un ideal fraternal9, sin tener todavía base jurídica. En realidad, en vez de predecir una futura Comunidad Europea, Hugo abogaba en su intervención parlamentaria por la guerra: como republicano, se negaba a aceptar las condiciones impuestas por Bismarck (cesión de Alsacia y una parte de Lorena) y, al mismo tiempo, se oponía a la restauración monárquica a la cual aspiraba la coalición conservadora que había obtenido la mayoría en las elecciones legislativas del 8 de febrero de 1871. De ahí que, al caracterizar el conflicto franco-prusiano como una guerra entre pueblos y reyes, Victor Hugo preconizaba “la guerra a ultranza” a fin de mantener la unidad del país y acabar de una vez para siempre con formas de gobierno impuestas por la Monarquía y el Imperio: 9

A principios del siglo XIX, tanto Saint-Simon como Auguste Comte ya barajaban posibilidades de elegir un parlamento europeo o tener una moneda única.

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Je vais démolir mes forteresses, tu vas démolir les tiennes. Ma vengeance, c’est la fraternité! (A gauche: Bravo! Bravo!) Plus de frontières! Le Rhin à tous! Soyons la même république, soyons les États-Unis d’Europe, soyons la fédération continentale, soyons la liberté européenne, soyons la paix universelle! Et maintenant, serrons-nous la main, car nous nous sommes rendu service l’une à l’autre; tu m’as délivrée de mon empereur, et je te délivre du tien (Bravo! Bravo! – Applaudissement) (Hugo 1880-1926: 103-104).

Ansioso de vivir en una sociedad pacífica (he aquí una reminiscencia al lema de Roca), libre de odios y envidias, Lugones evoca por tanto lo que constituye uno de los mayores episodios de la historia política francesa para adscribirse al proyecto utópico de fraternizar y alcanzar la paz universal. Pero, ¿será esta interpretación la única posible? ¿No se podría ver en esta referencia a Victor Hugo otra cosa que la prueba de un férvido interés por el romanticismo francés? En el contexto revolucionario que conocía entonces Lugones, no es de extrañar que un país políticamente adelantado como Francia se convierta en un convincente modelo tanto más cuanto que, en aquella época, gozaba del único régimen republicano vigente en Europa. Podemos ver incluso semejanzas entre lo expuesto y la realidad argentina: los temas nacionalistas abordados (unidad, soberanía, pasado histórico y universalidad) son los que nutren la vida política de la Argentina sacudida por los reclamos democráticos de los extranjeros recién establecidos en la región. No olvidemos que, hasta el año 1890, la sociedad argentina –aún en formación– confiaba en su propia capacidad para absorber el aluvión inmigratorio. Pero, en una época de intensa expansión imperialista y de conquistas coloniales, la formación de las colonias agrícolas en el interior le hacía temer que los extranjeros tuvieran pretensiones separatistas y que el gobierno federal perdiera su jurisdicción en las provincias, tanto más cuanto que las tensiones entre los inmigrantes y los criollos se exacerbaban. Por eso, el poder legislativo se lanzó a una vasta campaña a favor de la naturalización automática de los residentes extranjeros, quienes, poco favorables a esa medida (no querían abandonar su nacionalidad de origen), luchaban por el otorgamiento sin más de derechos políticos. Es el caso en particular de la provincia de Santa Fe donde los inmigrantes se vieron privados de su derecho constitucional de participar en las elecciones municipales y así, intervenir en los asuntos municipales. Sancionada en 1890, esta reforma inauguró una celosa política en defensa de la nacionalidad que dio lugar a manifestaciones y combates callejeros tanto en Santa Fe como en las demás regiones del país. Argentina conocía entonces un clima de rivalidad y enfrentamiento casi permanente. El conflicto se intensificó en 1893. A las manifestaciones de protesta organizadas por los extranjeros para obtener el voto municipal se sumaron la resistencia armada de los colonos al cobro abusivo de un impuesto agrícola (febrero) y el levantamiento armado apoyado por la Unión Cívica (julio). Cuando a finales de julio de 1893 los colonos de Santa Fe derrocaron al gobierno provincial (Rosario) para reemplazarlo por una Junta Revolucionaria encabezada por Mariano Candioti, la República Argentina quedó definitivamente desestabilizada: el ministro del interior, Aristóbulo del Valle, que había dado a conocer sus intenciones de convocar comicios libres, renunció en agosto, convencido de que los colonos se habían sublevado porque el poder provincial instrumentalizaba la ley para mantenerse en el poder (Bertoni 2001: 147-155); mientras, el nuevo gabinete de Quintana declaraba el estado de sitio. Como se sabe, Lugones no sólo fue testigo ocular de dichos acontecimientos sino que tomó parte en ellos como oficial de la Guardia Nacional. Luego de haber cumplido con lo que sentía como un “deber imperioso (Lugones 1963: 17)”, reanudó su labor periodística y publicó “Francia” en la tercera entrega de Pensamiento libre. Aparentemente desvinculada de la realidad nacional, esta crónica bien podría constituir una clara respuesta a la impugnación

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revolucionaria de los colonos santafesinos, así como a las veleidades autonomistas de la UCR10. En efecto, pese a la ausencia de referencias circunstanciales –debida en gran parte a la prohibición de “comentar las medidas tomadas mientras rigiera el estado de sitio (ALONSO 2000: 200)”–, es como si la crónica lugoniana se valiera del ejemplo francés y, más particularmente, de la asunción de la Tercera República para condenar las revoluciones de julio, agosto y septiembre de 1893. De modo que, metafórica y elípticamente, el joven poeta tomará parte en el debate nacional tal como lo da a entender en la conclusión de su discurso: Francia, que ha sido la primera en poner el pié sobre la ruta del progreso, cuide bien de no quedarse atrás. El retroceso es un pecado mortal de las naciones. No se castiga sinó con la esclavitud y no se reimite sinó á precio de sangre.

Con esta advertencia, Lugones desafiaba la censura de prensa impuesta por el gobierno de Luis Sáenz Peña, utilizando con una finalidad pedagógica el armisticio francoalemán y las sesiones parlamentarias de la Asamblea de Burdeos (marzo de 1871) para condenar públicamente los levantamientos armados y hacer campaña por la paz. Sin embargo, cabe advertir lo ambigua que era la postura ideológica de Lugones, ya que, ante la imposibilidad de cuestionar la política del gobierno nacional, no aclara lo suficiente la idea de “retroceso” introducida en la conclusión de “Francia”. ¿Sería éste consecuencia de la reforma de la Constitución regional que restaba a los extranjeros su derecho a participar en la vida local? ¿O tal vez hacía alusión a la plataforma partidaria de los radicales vistos a menudo como un símbolo de regresión por querer obtener el restablecimiento de las instituciones del país?11. Sea lo que fuere, el que Lugones se incorpore de forma voluntaria a la Guardia Nacional da constancia de su oposición al radicalismo. Pero, en vez de aceptar los valores del oficialismo, asume otra postura ideológica de oposición, mediatizada por la referencia a la diputación de Victor Hugo. Así, al referirse a un discurso pronunciado en nombre de la extrema izquierda francesa, cuya representación minoritaria (40 diputados sobre un total de 675) militaba a favor de la guerra para mejor defender la Tercera República, proclamada por Gambetta el 4 de septiembre de 1870 (Gouault 1954: 75; Chastenet 1952: 114-115), el joven poeta procura demostrar que la República estaba por encima del derecho de las mayorías. Sin desacreditar del todo el “fallo del pueblo”, Lugones rechaza la propuesta de instaurar un sistema político moderno de representación, es decir, un sistema electoral democrático porque, de acuerdo con las sorprendentes críticas al sufragio universal masculino, formuladas tanto por los republicanos como por los socialistas franceses, dicho modo de representación no lograba vencer al espectro de la monarquía (comicios de 1848, 1849 y 1871)12: ¡Republicanismo no concordaba todavía con democracia! Esta ambivalencia, por lo demás común a ambos lados del Atlántico (las imágenes de pasión, desorden y radicalismo dan cuenta de ello), conduce a Lugones a poner el espíritu por encima de la ley sin reparar en que los colonos, sostenidos por una incipiente clase media ansiosa de poner coto al fraude electoral, defendían la igualdad política entre los individuos13, uno de los valores fundamentales de la Ilustración. 10

Véase Gallo 1983. En aquel entonces –explica Paula Alonso– el término “revolución” significaba “restauración”, mientras el uso de la violencia era sinónimo de retorno al viejo orden, a la restauración de las costumbres y de la Constitución (Alonso 2000: 154155). 12 Como el sufragio universal no les había permitido asumir el poder, los demócratas socialistas veían algo peligroso en esta expresión de la soberanía popular (Rosanvallon 2001: 395-396). 13 Recuerda Lilia Ana Bertoni que todos los anuncios y proclamas de la campaña iniciada por el Centro Político Extranjero militaban por el logro de la “igualdad de derechos para nativos y extranjeros” (Bertoni 2001: 136-137). 11

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Galia, Francia y la República Argentina

Asimismo, la operación de transferir el tema de la ciudadanía del terreno jurídico al de la espiritualidad resulta contraproducente ya que, si trasponemos el caso francés a la Argentina de 1893, el nuevo ministro del Interior –conservador y antigringo– pasa a encarnar esa “opinión inteligente” que no sólo proclamó la Tercera República (Gambetta) sino que militó a favor de la “guerra a ultranza”, viendo en esta estrategia un mal necesario para garantizar en el futuro una paz duradera (Hugo 1880-1926). Si bien Pensamiento libre se hace eco del clima de opinión que reinaba en aquel entonces, no es menos cierto que el argumento lugoniano tiende a legitimar la política represiva del gobierno federal y a apoyar su concepción defensiva de la nacionalidad14. Sin lugar a dudas, Lugones defiende el orden establecido15 (“Las naciones tienen también sus inviolabilidades y sus privilegios”), respaldando la conducción de una élite esclarecida (Botana 2001: 175). Es más, la recuperación ideológica de la figura heroica de Vercingetórix, presentado como el padre de la nación francesa (procedimiento muy propio de la segunda mitad del siglo XIX), demuestra, además, que Lugones siempre abogó por un régimen representativo administrado por un ejecutivo electivo fuerte.

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En virtud del Art. 6 de la Constitución de 1853, el gobierno tenía obligación de garantizar el sistema republicano argentino, la integridad de su territorio, su soberanía y su paz interior (Botana 1998: 121-126 y Bertoni 2001: 153). 15 Lejos de cuestionar la unificación política del país, cuyo proceso culminó con la federalización de Buenos Aires (1880), el ciclo revolucionario abierto en el noventa sólo ponía en tela de juicio la legitimidad del orden establecido. Se discutían – explica Natalio R. Botana en El orden conservador– “los fundamentos concretos de la dominación [de la clase gobernante], el modo de cómo se habían enlazado la relación de mando y de obediencia y las reglas de sucesión” (Botana 2001: 172).

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Nathalie Fürstenberger

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