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Dossier Crónica del rey pasmado. Gener de 2008
Gonzalo Torrente Ballester Hombre de intensa vida literaria y personal que le llevó a viajar de forma constante. Nació en 1910 en Serantes (Ferrol, A Coruña). Su infancia y juventud transcurrieron entre la aldea y la ciudad de Ferrol, donde vivían sus padres. En aquellos tiempos suponía pasar del casi medievo a la modernidad, y viceversa. Esta dualidad marcó de por vida a GTB, ya que durante las frecuentes y largas ausencias de su padre (marino) quedaba en casa de los abuelos al cuidado de las mujeres de la familia. Por otra parte, su padre hombre culto y mundano, lo incitaba a leer y lo llevaba a conciertos y teatros. Tuvo, pues, una infancia en la que se sembró su interés por la cultura, sobre todo por la literatura. Gracias a todo ello, al terminar el bachillerato, había ya leído a casi todos los clásicos españoles y a la mayoría de los europeos. El periodo universitario va ligado a los continuos traslados de su padre. Así pues, en 1926 pasó largas temporadas en Santiago de Compostela, pero comenzó Derecho en Oviedo. Allí publicó sus primeros artículos en el diario local, El Carbayón. En Madrid continuó sus estudios. En ese marco conoció personalmente a Valle-Inclán, en cuya tertulia “veía, oía y callaba”, acudía a las conferencias de Ortega y Gasset e iba al teatro. En 1931, sin sueldo, se incorporó a la redacción del diario anarquista La Tierra, y cuando éste cerró regresó a Galicia. En 1931 se trasladó a Bueu (Pontevedra), en consecuencia, se matriculó en la Universidad de Santiago de Compostela, pero esta vez en la facultad de Filosofía y Letras. Se casó en 1932. La pareja se instaló en el Ferrol, donde dio clases particulares en la Academia Rapariz. Continuó con sus estudios en Santiago, donde se licenciaría en Historia. En 1936, previas oposiciones, ganó una plaza de profesor auxiliar en la Universidad compostelana, debido a lo cual, en 1936, le concedieron una beca para preparar la tesis doctoral en La Sorbona. Llegó a París días antes del 18 de julio. A causa de la inquietud que le provocaba el estado de guerra en España, tras tan sólo dos meses en París decidió regresar para reunirse con su mujer y sus hijos. Como su nombre había sido oído como hostil a las nuevas autoridades por su pasado de anarquista y galleguista, un fraile amigo, con intención de que evitara posibles riesgos, le recomendó que se afiliase a Falange –que ya conocía por su reciente amistad con Pedro Laín–, consejo que siguió y que surtió el efecto deseado.
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Su entrada en Falange lo llevó a Burgos, donde Dionisio Ridruejo, alto cargo ministerial, había reunido a un grupo de intelectuales amigos –Laín, Vivanco, Uría, Rosales, Cunqueiro–. En 1938 publicó su primera obra de teatro, El viaje del joven Tobías. En 1939 ganó un concurso nacional de autos sacramentales con El casamiento engañoso, y regresó a la Universidad de Santiago como profesor auxiliar. En 1939, preparó y ganó la oposición a catedrático de Instituto. Por entonces inició la colaboración en la revista Escorial. En 1942 dejó Santiago y regresó a Ferrol, al instituto donde permanecería hasta 1947. Ballester se dedicó a enseñar, a leer, a jugar al bridge y a hacer tertulia. De 1941 a 1946 salieron a la luz tres piezas de teatro –Lope de Aguirre (1941), República Barataria (1942) y El retorno de Ulises (1946)– y sus dos primeras novelas: Javier Mariño (1943, secuestrada por la censura a los pocos días) y El golpe de estado de Guadalupe Limón (1946). En 1947 se trasladó a Madrid, donde obtuvo una plaza de profesor en la Escuela de Guerra Naval; además, ejerció la crítica teatral para el diario Arriba y Radio Nacional de España. Pronto pasó a ser uno de los críticos más temidos, y a la vez más respetados, de la capital. En 1948 publicó un libro de viajes –Compostela y su ángel–. En 1949, una novela –Ifigenia– y un manual universitario –Literatura española contemporánea–, e inició la colaboración con el cineasta José Antonio Nieves Conde, para el que prepararía el guión de una película emblemática: Surcos (1951). En 1950 había ultimado la novela La Princesa Durmiente va a la escuela, para la que no encontraría editor hasta 1983. En 1957 apareció El señor llega, primera parte de su trilogía Los gozos y las sombras, cuya acogida no fue buena –a GTB se le conocía más como crítico y así se le había catalogado–, y esto le tentó a dejar la novela. Además, en enero de 1958 falleció su esposa, Josefina, que padecía una enfermedad crónica. Ese mismo año contrajo segundas nupcias. La Pascua triste, cierre de la trilogía, no tuvo crítica ni publicidad, una consecuencia más de haber criticado, él y otros intelectuales, la represión de las huelgas asturianas de 1962. La firma de un manifiesto de repulsa determinó que GTB perdiera su puesto en la Escuela de Guerra Naval y su espacio en prensa y radio. Fue poco antes de la dificultosa salida –por culpa de la Censura–, en 1963, del Don Juan. En 1964 pidió el reingreso en la enseñanza pública y regresó a Galicia, a Pontevedra, destinado al instituto Femenino. En Pontevedra cultivó otra faceta periodística con el inicio de la columna A modo, en el diario Faro de Vigo. En 1966 aceptó la invitación de la State University of New York at Albany, para ejercer como profesor distinguido de Literatura Española. A lo largo de los años en Albany se gestaron dos novelas: Off-side (1968), y La saga/fuga de J. B. (1972), que publicaría ya en España. Tras este periodo, volvieron a Madrid donde impartirá clases en el instituto de Orcasitas de 1970 a 1973, compaginándolo con viajes a Albany. 1972 fue su último año de residencia en la capital, doce meses intensos a causa del gran éxito obtenido con la publicación de La saga/fuga de J. B., que recibió el premio de la Crítica y el Ciudad de Barcelona. En 1973 regresó a Vigo, y ejerció en el instituto de La Guía. En 1975 pidió el traslado al Instituto Torres Villarroel de Salamanca, donde ocuparía la cátedra hasta 1980 y de donde ya no se movería. Poco antes de morir Franco había sido elegido académico de número de la Real Academia Española. En Salamanca continuó con
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su actividad literaria y de columnista, pues desde su vuelta a Vigo publicaba una columna en el diario Informaciones: Cuadernos de La Romana (después Torre del Aire). En 1975 publicó también uno de sus ensayos más conocidos: El Quijote como juego. En 1977, año en que leyó su discurso de ingreso en la RAE, publicó Fragmentos de Apocalipsis, novela premiada con el de la Crítica, y en 1979 un libro de relatos: Las sombras recobradas. En 1980 GTB, a los setenta años, terminó su actividad docente y se dispuso a disfrutar de una jubilación que se caracterizó por la intensa creación literaria y los viajes. Un año después de abandonar la cátedra publicó La Isla de los Jacintos Cortados, por la que le concedieron el premio Nacional de Literatura. Al tiempo, inició sus Cotufas en el golfo, una colaboración para el diario ABC de Madrid. 1982, tiempo de cambios políticos en España, fue otro año memorable en su cronología, ya que la publicación de dos nuevos libros –la novela Dafne y ensueños y sus diarios de trabajo, que tituló Cuadernos de un vate vago– vino acompañada del premio Príncipe de Asturias de las Letras, ex aequo con Miguel Delibes. Además, logró el espaldarazo de la popularidad gracias a la adaptación televisiva de Los gozos y las sombras. Por fin, al hilo del éxito, encontró editor para La Princesa Durmiente va a la escuela (1983), y también se publicaron Quizá nos lleve el viento al infinito (1984) y La rosa de los vientos (1985), casi sin descanso, al tiempo que algunas obras aparecían en otros idiomas: La Isla de los Jacintos Cortados en gallego en 1983, Don Juan en italiano en 1985 y El cuento de Sirena en portugués en 1986. El reconocimiento del público fue seguido de los honores académicos, pues recibió doctorados honoris causa por varias universidades. En 1985 fue el primer novelista Miguel de Cervantes.
español
galardonado
con
el
premio
Los años siguientes continuarían con la publicación de casi un libro al año, además de viajar por todo el mundo ofreciendo charlas, conferencias y cursos. En 1987 desembarcaba en el panorama literario Yo no soy yo, evidentemente, y en 1988 Filomeno, a mi pesar, obra que recibiría el premio Planeta. El mismo año apareció la primera traducción al francés de una de sus obras, en este caso el Don Juan, idioma al que, junto al portugués, ha sido traducida casi toda su obra. En 1989, GTB publicó la Crónica del rey pasmado, que dos años después llevaría al cine Imanol Uribe, y que consiguió ocho premios Goya. Santiago de Rosalía Castro, otro libro sobre la ciudad jacobea, salió el mismo año de la imprenta. En 1991 Las islas extraordinarias; en 1992 La muerte del decano; en 1994 La novela de Pepe Ansúrez (premio Azorín); y en 1995 La boda de Chon Recalde. En 1997 salieron Memoria de un inconformista –recopilación de los A modo publicados en Faro de Vigo– y Los años indecisos. Durante este periodo de intensa producción literaria serían varios los premios y reconocimientos que recibiría a uno y otro lado del Atlántico, como el doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana, en 1992, o el premio Castilla y León de las Letras, en 1995. La noche del 27 de enero de 1999, casi con el fin de siglo, Gonzalo Torrente Ballester falleció en su casa de Salamanca.
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Cronologia
1910
1926
1931
Naixement
Santiago de Compostela
Oviedo Madrid
1964
1966
1970
1973
És professor a un Institut Femení de Pontevedra
És professor a la State University of New York at Albano (EUA)
És professor a l’Instituto Orcasitas de Madrid
És professor a l’Instituto La Guía de Vigo
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Pontevedra
1932
Ferrol Primer casament
1975
És professor a l’Instituto Torres de Salamanca
1936
Guanya les Obté oposicions una a la beca per Universitat La de Soborna Compostela (París)
1977
1981
Ingressa a la RAE
Reb el Premi Nacional de Literatura
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Torna a Madrid
1939
1942
1947
Aprova unes oposicions a catedràtic d’institut a Santiago de Compostela
És professor a un Institut del Ferrol
Treballa a l’Escuela Guerra Naval de Madrid
1982 Reb el Premio Príncipe de Asturas de las letras
Adaptació televisiva de Los gozos y las sombras
1985
1999
Reb el Premi Miguel de Cervantes
Defunció
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Obra literaria: Narrativa 1943. Javier Mariño 1946. El golpe de estado de Guadalupe limón 1950. Ifigenia 1957-1960. Los gozos y las sombras 1963. Don Juan 1969. Off-side 1972. La saga/fuga de J.B. 1977. Fragmentos de Apocalipsis 1979. Las sombras recobradas 1981. La isla de los Jacintos Cortados 1982. Dafne y ensueños 1983. La Princesa Durmiente va a la escuela 1984. Quizá nos lleve el viento al infinito 1985. La rosa de los vientos 1987. Yo no soy yo, evidentemente 1988. Filomeno, a mi pesar 1989. Crónica del rey pasmado 1991. Las islas extraordinarias 1992. La muerte del decano 1994. La novela de Pepe Ansúrez 1997. La boda de Chon Recalde 1997. Los años indecisos 1999. Doménica Teatre 1938. El viaje del joven Tobías. Milagro representable en siete coloquios 1939. El casamiento engañoso. Auto sacramental 1941. Lope de Aguirre. Crónica dramática de la historia americana en tres jornadas 1946. El retorno de Ulises 1950. Atardecer en Logwood 1982. Teatro I y II Periodisme 1997. Memoria de un inconformista 1975-1977. Cuadernos de La Romana y Nuevos Cuadernos de La Romana 1993. Torre del aire 1986. Cotufas en el golfo Assaig 1937. Razón y ser de la dramática futura 1939. Las ideas políticas. El liberalismo 1939. Antecedentes históricos de la subversión universal 1942. Siete ensayos y una farsa 1949. Literatura española contemporánea
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1957. Teatro español contemporáneo 1961. Panorama de la literatura española contemporánea 1965. Aprendiz de hombre 1975. El Quijote como juego 1982. Ensayos críticos 1982. Los cuadernos de un vate vago 1984. El Quijote como juego y otros trabajos críticos Diversos 1948. Compostela y su ángel 1989. Santiago Rosalía de Castro 1989. Lo mejor de Gonzalo Torrente Ballester 1994. Los mundos imaginarios
Gonzalo Torrente Ballester
Crónica del rey pasmado Crónica del rey pasmado desarrolla una divertida situación grotesca en la antigua Corte española de Felipe IV, en el siglo XVII, a la vez que su narración constituye una sutil parodia de la novela histórica. El espectáculo comienza un sábado por la noche, cuando el rey se ha ido de putas y luego manifiesta su escandaloso deseo de ver a la reina desnuda. El domingo de maravillas se ofrece así como campo abonado para el humor y la ironía de este consumado maestro en manipular la historia con la invención de situaciones regocijantes. Aquellos cuatro pecados y un gatillazo reales en la España corrompida y vigilada de las castas y el Santo Oficio dan lugar a una sucesión de pintorescas estampas rebosantes de gracia y comicidad, en las cuales se despliega una hilarante procesión de nobles, prostitutas, frailes, monjas e inquisidores sorprendidos en una agridulce enredo vodevilesco sobre los claroscuros de la católica España de la decadencia. La inaudita imagen recurrente del joven rey, pasmado por haber visto el cuerpo desnudo de Marfisa, es uno de los signos más reveladores de las claves humorísticas de la novela. Y su construcción, en forma de parodia de la novela histórica, se revela ya en el comienzo mismo, con el burlesco acopio Biblioteca Central Tecla Sala
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de datos e informaciones destinados a atender varias versiones acerca de la mínima contingencia. Un simple socavón en una calle madrileña y el consiguiente mal olor desatan la fantasía popular. Una vieja vio salir de allí una víbora; según un talabartero, fue una culebra; par una beata se trató de un ; y alguien de la Guardia Valona descubrió una . Visiones todas que el narrador engloba en una que pudo deslizarse hasta el campo del Moro. Porque las primeras versiones no dejaban claro si el animal había hechado a correr hacia arriba o hacia abajo. Seguidamente, el socavón se transforma, para otros testigos desconocidos, en grieta o sima de cuyas profundidades salen gases sulfurosos que señalan el comienzo del infierno, por lo que allí también se han oído . No terminan aquí los prodigios provocados por aquella noche de fornicio real, con la villa oliendo las ventilaciones infernales de azufre y las brujas cubriendo el cielo madrileño. Cuando las noticias llegan al padre Ribadesella, que tiene tratos con el diablo, ya se trata de un . Al cabo, todo pudo tener su origen, según cuenta el criado del Gran Inquisidor, en . A tanto ha podido llevar un espasmo erótico del rey convertido en problema de Estado.
La creación literaria de Gonzalo Torrente Ballester. Universidad de Vigo, 1987. pp. 122-123.
Article Gonzalo Torrente Ballester per Gonzalo Torrente Ballester (1986)
El que escribe sobre sí mismo corre el riesgo, prácticamente inevitable, de equivocarse, aunque también sea cierto que el escribe sobre otro se equivoca sin remedio. No entiendo, sin embargo, que esto valga como pretexto para dejar de escribir. Pero conviene tenerlo en cuenta y no hacerse excesivas ilusiones.
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Si ahora voy a escribir sobre mí, no lo hago de motu proprio, como suele decirse, sino porque alguien me lo solicita, no será un esquema de autobiografía, ¡Dios me libre de semejante atrevimiento!, sino todo lo más un vistazo a mi pasado de escritor, reducido a él, y sin salirme del necesario esquematismo. A este respecto estimo interesante recordar que si el destino de los hombres se fragua durante su infancia, y que resulta de su choque con los azares, no hay duda de que mi carrera de escritor se fraguó antes mismo de iniciarse, en esos primeros años en que viví metido en un mundo de fantasías y realidades difícilmente discernibles, y que intenté recordar en mi libro Dafne y ensueños. Dos de esos azares vinieron a completar mi bagaje y, sobre todo, a aclararlo (en la medida de lo posible). El primero, mi encuentro, en 1927, con lo que aquí se llama el "superrealismo"; el segundo, cinco años más tarde, mi lectura de los ensayos de E.A. Poe. Si el "superrealismo" me permitió entender que mi orientación hacia la fantasía no iba descaminada, en Poe hallé justificaciones más que suficientes para mi tendencia paralela al racionalismo. Eran dos modos de situarse ante la realidad prácticamente irreductibles, que yo jamás me preocupé de conciliar. Vivos y opuestos, unas veces en paz y otras en guerra, me acompañaban desde que tengo memoria, y a su luz habrá que entenderme, si alguien desea hacerlo. A su luz intenté a veces entenderme yo mismo, sin que pueda afirmar que lo haya logrado del todo. Mi primera obra publicada, El viaje del joven Tobías (1938) es la consecuencia inicial de semejante contienda. Intenté con ella encerrar en un cuadro geométrico –o, más ampliamente, matemático– unos materiales fantásticos razonablemente acompañados de su miajita de magia, de una buena dosis de lirismo y del inevitable humor en su versión intelectual. Lo que en aquella experiencia me falló, fueron las palabras. Había elegido malos maestros, y preferí el rebuscamiento a la sencillez. No dejo de lamentarlo. Sin embargo, en el Joven Tobías se pueden descubrir los gérmenes de mi actitud posterior, al menos en buena parte. No por entero, ya que a los veintisiete años mi experiencia de la realidad apenas había crecido. Así, por ejemplo, a pesar de que "el poder" haya sido una de las realidades más evidentes por aquellos años de dictaduras, necesité de la guerra civil española entera, y de todo lo que siguió, para percibirlo como tal realidad, y no precisamente ocasional, cosa de aquellos años y de aquellas circunstancias, sino permanente a lo largo de la historia, como un paso o un ansia que el hombre lleva y no pierde. Coetáneo fue mi descubrimiento del "mito" como otra realidad operante, en cierto modo complementaria, y con frecuencia opresora, por cuanto suele ir en buena connivencia con el poder, mezclado a él, formando una misma, indivisible, realidad.
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Comencé a brujulearme entre estas experiencias, comencé a vislumbrar sus posibilidades literarias, a partir de 1940. Con excepción de Javier Mariño, novela fuera de programa, y, en cierto modo, experimental, todas mis obras de aquellos años dan vueltas sobre lo mismo: Lope de Aguirre y República Barataria, Guadalupe Limón y El retorno de Ulises. Poca gente debía de coincidir con mis preocupaciones, a juzgar por los escasos lectores que alcanzaron estas obras. Fue también por este tiempo cuando me di cuenta de la significación de Napoleón y su carácter de símbolo de aquello mismo que me preocupaba, si bien Napoleón no era una novedad para mí en otro orden de cosas. Su nombre y su figura constan entre mis más antiguos recuerdos; mis estudios de historia insistieron en él como tema preferido, o al menos entre el escaso repertorio de los que más me interesaron. Aunque lo haya nombrado antes alguna vez, no hice de él materia poética hasta Atardecer en Longwood, escrita y publicada en 1950. No es, curiosamente, una pieza en la que se traiga a Napoleón en cuanto mito, en cuanto ejercitante máximo del poder político; menos aún como generador de todo un período historia europea contemporánea (un período que todavía dura). Me interesó, entonces, un momento preciso de su vida, y a esto fue a lo que intenté dar forma dramática. En mi obra no es fácil hallar referencias inmediatas al transcurso de los hechos "actuales", quizá con la excepción de Off-side. Esto no quiere decir que no haya sido sensible a ellos y que no hayan repercutido en mi conciencia. A mi modo, Ifigenia y La princesa durmiente va a la escuela son mis respuestas a la situación posterior a la segunda guerra mundial. De ahí su pesimismo. Cierta vez me preguntó el profesor Colin Smith por qué había dado a La durmiente un final trágico: creo haberle respondido que, por entonces, yo no tenía esperanza. De modo que, de esa manera indirecta, "nuestro tiempo" está también en mi obra, en toda ella. Y también el pasado, aunque en parte. ¡No iba a abarcar el conjunto incalculable de los siglos! Conviene recordar aquí que, por fas o por nefas, mis obras no habían logrado la mínima consideración pública y crítica aconsejable a quien pretenda seguir escribiendo. Por eso fue tan escasa mi producción entre 1950 y 1957. Me dediqué, no sin dificultades, a la historia y a la crítica literaria. Un incidente que contaré algún día, me aconsejó, casi me obligó, a volver a la narrativa. Escribí y publiqué El señor llega. Su éxito no fue de los que asombran; entre diciembre de 1957, fecha de su aparición, y el mismo mes de 1959, en que recibió el Premio de la Fundación Juan March, se habían vendido ochocientos ejemplares, fracaso sólo comparable al de Don Juan, del que se vendió una cantidad algo menor en nueve años. Había motivos suficientes para arrojar la esponja, y la hubiera arrojado si el mentado premio no me comprometiera ante mí mismo y ante el editor a concluir la trilogía "Los gozos y las sombras".
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Esta novela en tres partes fue mi primer ensayo de literatura realista en el sentido tradicional. Suelen atribuirme, a su respecto, filiaciones equivocadas. Muchas veces dije que, al escribirla, ponía en práctica las teorías de Ortega y Gasset acerca del arte de novelar. Se habló de Galdós, se habló incluso de Clarín. Por este último siento una gran admiración, pero no es lícito contarlo entre mis modelos. Mi aprendizaje de la novela realista transcurrió por otros caminos. A nadie se le ocurrió, por ejemplo, pensar en Henry James, si bien otros, con más perspicacia, han apuntado a los novelistas centroeuropeos. Esto no obstante, por aquellos años tenía muy clara mi idea de "modelo", que nunca busqué en otro escritor o en un tema abstracto, sino que pensaba (y sigo pensando) que son los materiales mismos los que condicionan la forma, y que a cada obra corresponde un modelo ideal que al escritor compete adivinar y realizar en la medida de lo posible: con este "modelo" singular es con lo que hay que comparar la obra para discernir su mayor o menor acierto. Hoy no están de moda los juicios literarios, "la crítica". La gente se interesa más por otra clase de análisis, pero algún día comprenderán el error. Pues con las obras de arte acontece más o menos como con las mujeres: cuando se inventa un modelo, un sex-symbol, la calle se llena de Gretas Garbo o de Marylines. Y se cae en el disparate de compararlas a todas con esos arquetipos. Pero cuando decimos que algunas es fea, en realidad no la comparamos con nadie, sino con ella misma, con lo que pudo ser sin dejar de ser la que es. Cada persona lleva consigo la imagen de su propia perfección: a las novelas les sucede lo mismo. Este excurso me apartó de mi tema. Sucedió que "Los gozos y las sombras" me dejaron fatigado de realismo, y presté atención, hasta llegar a escribirlo, a otro asunto que me traía preocupado desde algunos años atrás, el de "Don Juan". Me hallé en él a mis anchas, y más en mi terreno; comprendí que al no excluir la fantasía, las posibilidades del despliegue imaginativo eran mayores. Cuando me puse a escribir Don Juan, las dificultades de su concepción las había superado, pero no las técnicas, que eran muchas. Por aquellos años se hablaba de la técnica, se intentaba convertirla en un valor sustantivo y, lo que es peor, visible. Mi criterio fue entonces, y sigue siéndolo, justamente el opuesto. Don Juan me fue saliendo. Su manuscrito me lo admitió, sin discusión, José Vergés: iniciamos con él nuestra colaboración. Ya dije antes que su venta no fue afortunada. Tampoco tuvo suerte su crítica. Yo no me explicaba por qué determinadas personas, de cuyo criterio esperaba una comprensión mayor, permanecieron indiferentes. Este fracaso me afectó con más fuerza que los anteriores: me desanimó, me hizo desistir definitivamente de la literatura. Y así habría sido si mi huida a Norteamérica no me hubiera ayudado a recobrarme. Volvía al realismo, a "otro realismo" con Off-side, un nuevo fracaso, que, como me cogió lejos, no llegó a afectarme Biblioteca Central Tecla Sala
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tanto. Y comenzó el proceso de La Saga/fuga de J.B., que consistió, ante todo, en una vuelta a mi primer camino, más experimentado y más informado que en 1937. Un crítico dijo que esta novela fue el resultado de un curso sobre Cervantes y de una frecuentación de Bach. Es cierto, pero creo que es algo más que eso. Ante todo, un esfuerzo intelectual e imaginativo prolongado, y en ocasiones doloroso, del que salí seguro de mí mismo y dispuesto a medirme con quien fuera. Lecturas parciales, conversaciones aledañas, ayudaron a esa seguridad. Nunca creí que llegase a ser una obra popular (su naturaleza, sus dificultades intrínsecas, lo impiden), pero sí que no caería en el vacío como las anteriores. Mi propósito inicial no era contar una historia, sino inventar un mundo que se bastase a sí mismo, que es, según creo, lo que debe ser una novela (no existe un concepto único de "mundo"). Supone, técnicamente, el abandono del procedimiento "presentativo" por el "narrativo" (véase Ortega), la búsqueda y el hallazgo de una técnica que me permitiese conjugar materiales tan abundantes y tan distintos (me refiero al procedimiento constructivo), y, al mismo tiempo, introducir en el relato, de manera indirecta —es decir, metafórica y alusiva— determinadas preocupaciones de orden intelectual, ante todo la de dar un "sentido", además de una coherencia, a la totalidad de los materiales y a sus significaciones. Un sentido no sólo "interior" a la obra misma, sino de tal manera inserto en ella que, por él y gracias a él mi epopeya (yo la consideraba así: por eso la titulé saga), se relacionaba con el mundo del que había salido y al que pertenecía: el mío y el de todos. Después vinieron Fragmentos de Apocalipsis y La isla de los jacintos cortados. Durante su concepción y redacción se repitieron circunstancias ya descritas. Son nuevas visiones de mis temas de siempre: el amor, el poder, el mito, con alguna novedad, como mi fe en el poder de la palabra como fundamento, como sustentación de realidades imaginarias, fuesen o no fantásticas; de donde deduje la inutilidad del "realismo", puesto que, cualquiera que sea la dependencia de lo narrado con la realidad, (la imaginación sólo opera sobre experiencias vivas) y su mayor o menor proximidad, lo narrado o descrito solo subsiste por la palabra, y, cualquiera que sea su naturaleza, pertenece a la realidad de lo poético. Ése es el sentido de Fragmentos de Apocalipsis. Con Dafne y ensueños intenté reconstruir mi infancia y parte de mi adolescencia en dos de sus varias dimensiones: las realidades y los ensueños. Lo hice de tal manera que pudiera servir al mismo tiempo de clave mi obra literaria, que en aquel momento consideré completa. No estaba completo yo, ni lo estoy, al parecer, todavía. Escribí y di a la estampa novelas cuyos materiales, más o menos pensados ya, o acaso iniciada su redacción, habían quedado marginados.
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Quizá nos lleve el viento al infinito fue la primera de ellas. Tampoco sus temas eran nuevos ni sus fuentes. Por una parte, el "autómata" lo había usado como personaje dos veces, que recuerde: en El casamiento engañoso (1939) y en Fragmentos de Apocalipsis. Aquí, en Quizá nos lleve el viento..., se utilizaba en su versión más moderna del robot, pero un tipo de robots que sólo han soñado los escritores, bastante vinculados los míos a Galatea, la de la estatua (mito de Pugmalión) y a las metamorfosis de Zeus. Poca gente lo vio así, y es una lástima. Se interpretó esta novela como de ciencia-ficción: ficción, sí; ciencia, poca. Es de las más poéticas de las mías, y respondió a mi antigua y nada original inquietud por la humanización de los autómatas. Me salió menos humorística que otras, aunque no del todo alejada de la ironía. Se observa en ella la preocupación por la historia que reaparece en La rosa de los vientos, ésta con más humor y al menos tanto lirismo: diversión de un profesor que, en algunos aspectos, se asemeja a ciertos momentos de La isla de los jacintos cortados. Insiste, última vez hasta ahora, en el hombre poderoso, aunque como caricatura de uno o de varios personajes reales, tenidos todos en cuenta; pero, al revés de mi tratamiento del tema en Fragmentos... y en La isla..., donde se indaga sobre lo que como ser (aparte lo psicológico, lo moral y lo social) es el tirano, aquí en La rosa..., permanecí voluntariamente en lo anecdótico, en lo pintoresco y en lo fantástico. Cosa bastante rara en mis novelas, ésta, enteramente caprichosa, está montada sobre una documentación seria y conocida, aunque no fácil de averiguar por el lector ni, a lo que parece, por los críticos al uso. Hay frases en el libro tomadas de las Memorias de Bismarck, y acontecimientos contados por los hermanos Goncourt, entre otros; a pesar de lo cual no me atrevo a clasificarla como novela histórica. Escribí algunas narraciones cortas. Hay quien prefiere "Farruquiño" (1954). Yo me quedo con "El cuento de Sirena". Figuran en Las sombras recobradas (1979). Otras, más breves, andan perdidas por revistas antiguas, por páginas literarias de periódicos, yo que sé por dónde más. No he perdido la esperanza de recopilarlas. No es que su valor sea extraordinario, pero servirán al menos de testimonio que aportar al hecho de que, cuando por estas tierras parecía averiada la aguja de marear, algunos escritores sabían lo que querían y el modo de expresarlo. Los otros eran Cunqueiro y Cela; poco después, Delibes. G.T.B.
Torrente Ballester, Gonzalo. - Nota autobiográfica, en: Anthropos, 1986, 66-67 (extr. 9). - pp. 19-21
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