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LA GUERRA DE ARAUCO Martín García Oñez de Loyola (1548 o 1549− 1598), veedor de Tupac Amaru en 1572 y sobrino del virrey del Perú francisco de Toledo (1516−1582), fue designado gobernador de chile en el año 1592. Tras su acción contra el inca rebelde, habia casado con Beatriz Sapay Coya, princesa hija del inca Sairi Tupac y descendiente, por lo tanto, de Manco Cápac y de la dinastía que había gobernado el imperio incaico antes de la llegada de los españoles. La relación de Oñez de Loyola con los indígenas lo llevo a practicar una política de atracción que pusiera fin al estado de crónico enfrentamientos. El nuevo gobernador ordeno devolver la libertad a quienes eran apresados en guerra y aceptaban novel a la reducirse, les reintegraba a sus tierras y les eximia de tributos y servicio personal, además de hacerles de entrega de herramientas para cultivar la tierra, de vestidos y vinos. Castigo el botín tomando a los indígenas y los malos tratos que se les infringieran. Prosiguió con la función de ciudades y la fortificación de enclaves. La imagen de conquistador debía ceder ante la del colono. Al creer sometida la región de Arauco, rehabilito las minas de Millapoa y Angol, lo que seria causa de la siguiente sublevación. El levantamiento de 1598 En diciembre de 1598, teniendo noticia de las acciones hostiles emprendidas por los indígenas del Purén, Oñez de Loyola se dirigió de la imperial Angol con un ejército reducido. La actitud más benevolente dispensada a los indígenas le hizo pensar que se había ganado su confianza. Mientras pernoctaba en Curalaba sin apenas vigilancia, su campamento fue sorprendido por los mapuches mandados por el toqui Pelantaro y el destacamento fue degollado. La cabeza de Oñez de Loyola acabó en la picota y fue guardada como símbolo de la acción hasta que 10 años después su premio fue devuelto a los españoles. Curalaba era la primera señal del levantamiento general araucano, mayor y mejor preparado que el de 1543. En breve, comenzaron los asaltos a fuertes y poblaciones de la comarca. Pelantaro atacó Angol. Pero el desastre para los españoles no se limitaría a la perdida de estos campamentos fortificados. Todas las poblaciones del sur de BioBio, las siete ciudades, fueron distribuidas y despobladas: Valdivia, Arauco y Sta. Cruz, algunas tras un largo asedio. Santiago recogió a la mayor parte de la población huida del sur: ya no hay mas Chile q esa ciudad, resumida en 1600 un testigo de la hecatombe. Los españoles se dieron obligados a retirarse hacia el norte y establecer en el Biobio la frontera, fuera del espacio mapuche, sin asegurarse con ello verse libre de las incursiones que desde el territorio enemigo se producían con relativa frecuencia. En adelante la frontera definiría, más allá de la línea geográfica, la situación entre la gobernación y el país de los araucanos. Concepción quedo en primera línea, expuesta a las acciones de las avanzadas enemigas; Chillan, en el interior, estuvo a merced de cualquier ataque. El desastre de 1598 constituía el mayor revés entre tierra americana de las armas españolas, no solo por el abandono a la que se vieron obligadas , sino por el terreno perdido no volvería a recuperarse efectivamente en los 200 años siguientes. Por primera vez la colonia se tenia y al a postre se renunciaría a continuarla. Los avatares de la guerra La corona española prestó al problema de Chile la atención que merecía, al considerar que aquella colonia austral desempeñaba un papel defensivo en el sistema hispano en América, al controlar el acceso al océano Pacífico y al Perú, cuando los corsarios ingleses y holandeses habían extendido sus actuaciones a la región. No era posible seguir confiando la custodia del territorio a los vecinos, más interesados en explotar las riquezas y asentarse en el país que en combatir, y a diferencia de los primeros conquistadores, cada vez menos 1
diestros en el manejo de las armas y peor organizados. El reclutamiento en el Perú, en Panamá o en Santo Domingo habia demostrado su ineficacia, toda vez que se canalizaba un limitado contingente de desarraigados, mas inclinados al botín que a cumplir con las exigencias de la disciplina castrense. La guerra de Chile devorado uno tras otro los refuerzos llegados desde el continente americano y España. A partir de 1603 se hizo preciso destinar un ejército profesional permanente de unos dos mil hombres, que debería ser sufragado con el real situado del Perú, esto es, la provisión de fondos procedentes del Tesoro Real destinado in situ a la defensa de las posesiones americanas. En la guerra de Arauco, sin embargo, la presencia de una fuerza adiestrada y disciplinada no seria granita de éxito. Las características de la lucha y de la propia sociedad mapuche hicieron que el esfuerzo bélico español se estrellara en las sucesivas campañas que se emprendieron. Los araucanos padecían de ciudades y haciendas contra las que dirigir los ataques; sus gentes se habían retirado hacia la cordillera de los Andes, sus cultivos fueron reiteradas veces destruidos, pero el conocimiento de el terreno permitía subsistir a los combatientes con raíces y frutos silvestres; la sustitución del maíz por el trigo y la cebada, donde fue posible, permitió a los indígenas disponer de las cosechas mas tempranas y confundir a los españoles sobre sus reservas de alimentos. La larga temporada de lluvias obligaba además a interrumpir las operaciones posibilitando la recuperación de los contendientes locales, mientras los españoles debían aguardarla llegada de refuerzos del exterior. A las condiciones descritas se unía la estrategia adoptada, pues rara ves los araucanos llegaban a reunir una concentración importante de hambres, mientras las tropas peninsulares generalmente marchaban en numero seguro, acompañadas de aliados, e iban agotándose y perdiendo efectivos faltas de avituallamiento y presas de continuas emboscadas. La guerra ofensiva Varios gobernadores internos dejaron paso en 1601 al capitán Alonso de Ribera (1560−1617), veterano del tercio de Flandes que durante cuatro años desplegó una implacable estrategia militar con bastantes menos recursos de los anunciados. El ejercito paso entonces a ser de carácter permanente y profesionalizado. Ribera pretendía levantar una línea de fortificación en territorio mapuche que fuera avanzado una vez sometiera la población conquistada. Pese a las derrotas que Ribera infligió a los indígenas n Purén, Pelantaro y Nabalburí, y a la tala sistemática de sementeras, la ausencia de un resultado inequívoco y la noticia de la perdida de Villarrica hicieron que el monarca Felipe III decidiera en 1604 trasladarlo a Tucumán y nombrar para reemplazar a Alonso e Sotomayor. Pero Sotomayor declino el nombramiento y en su lugar se designo en 1605 a Alonso García Ramón, experimentado en las luchas chilenas, quien opto por la guerra frontal. Sin embargo, en la quebrada de Palo Seco perecieron, en 1606, mas de cientos cincuenta españoles mandados por el capotan Lisperguer en una emboscada que obligo de nuevo a despoblar el fuerte de Boroa, cerca de la antigua Imperial. De un golpe se perdía el terreno ganado en los últimos años. Refundación de la Real Audiencia Fue en ese año 1606 cuando Felipe III acordó crear de nuevo la Audiencia de Chile, institución que había sido solicitada años antes por Ribera, constituyéndose por fin en 1609. Así se instauraba una administración que tuviera en cuenta importancia estratégica adquirida por la provincia y la necesidad de fiscalizar el crecido contingente militar para su defensa. La Corte encontraba además una vía directa de información sobre los acontecimientos chilenos. El virrey del Perú y la Audiencia de Lima respaldaban esta solución. García Ramón fue designado presidente sin dejar el cargo de gobernador, pero fracaso en la pretensión de incluir las provincias de Tucumán y Buenos Aires en su jurisdicción. 2
Esta vez la sede de la Audiencia fue fijada en Santiago, cuya capital seria en adelante indiscutida. Santiago se erigía como una ciudad próspera, alejada de la guerra pero proveedora de sustentos, pertrechos, soldados y dinero a la misma, al tiempo se convertiría en lugar de descanso de los oficiales que combarían en la región araucana. García Ramón consiguió también de la Corona una medida insólita orientada a escarmentar y quebrar la resistencia mapuche y a recompensar a los soldados que servirían en sus filas. Consistía en establecer la esclavitud para los indígenas apresados durante la contienda. La esclavitud venía siendo reclamada por los colonos desde el inicio de la rebelión y fue presentada como una forma de proveer de mano de obra a las estancias y chacras de los valles centrales entre el auge que iban teniendo y el descenso de población indígena encomendada. Ello explica −y no sólo como medida militar− que estuviera vigente hasta 1683, cuando hacía tiempo que había remitido la contienda araucana. Con la anterior cédula, promulgada en Chile en 1610, se establecía el botín personal, la recompensa inmediata que cualquier soldado podía tomar en el campo de batalla o en los poblados, sabiendo que no faltaría comprador para su presa. La libertad de captura se convirtió también en un estímulo ofrecido a los indígenas aliados para que combatieran al lado de las tropas españolas. Pero ni el recrudecimiento de la guerra abierta ni la esclavitud hicieron avanzar las posiciones españolas. En 1610 fallecía el gobernador. García Ramón fue reemplazado interinamente por Luís Merlo de la Fuente, alcalde de corte de Lima. Éste practicó acciones de castigo, aunque una de sus mayores preocupaciones consistió es restablecer la moral y la disciplina en el ejercito, minadas por la audiencia de resultados satisfactorios y el trato dispensado a la tropa, víctima de los abusos de sus jefes, de los encomenderos e incluso de los clérigos. El curso de la guerra adopto un nuevo sesgo en 1612 al ser restablecido Alonso de Ribera al frente de la Audiencia y la Gobernación de Chile. Los araucanos estaban de nuevo sublevados, tenían aislados el fuerte de Arauco y amenazaban con ataques a Concepción. La guerra defensiva Ribera llevó a cabo el plan de guerra defensiva propuesto en 1607 por el oidor de la Audiencia de Lima Juan de Villela, preocupado por la larga duración del conflicto y el coste que representaba para las arcas peruanas. Villela proponía <>, dejándose el sur de esa línea a la acción persuasiva de los misioneros. Y aunque inicialmente el Consejo de Indias rechazó esta idea, acabo apoyándola gracias a la intercesión del padre jesuita Luís de Valdivia (1560−1642) y el virrey del Perú. Valdivia consiguió que el ejército de Arauco renunciara a traspasar el BioBio y se concediera a la Compañía de Jesús la misión de evangelizar y pacificar la Araucanía. Mas los primeros jesuitas enviados en misión evangelizadora murieron asesinados y la guerra defensiva pronto fue puesta en entredicho. Una nueva ofensiva A comienzos de 1625, Luís Fernández de Córdoba Arce (1589−1653) hizo publica la Real Cedula que autorizaba el cambio de rumbo en la relación con los araucanos y el sometimiento de los prisioneros a la esclavitud tal y como se había decidido en 1608. El nuevo gobernador reorganizó la defensa de los fuertes y comenzó a realizar incursiones en el territorio mapuche. Ello significaba el regreso a la guerra ofensiva. El empuje conquistador perecía reactivo. Se volvía al espíritu de los primeros tiempos, predominante también al comienzo del levantamiento general, hasta que en el 1629 cacique Lientur derrotaba a los españoles en Las 3
cangrejeras, cerca de donde estuvo La Imperial. Después de varios encuentros de signo diverso, en 1631 Francisco Laso de la Vega (1586−1640) derrotado a las araucanos en La Albarrada, dispersando la gran concentración que estos habían conseguido reunir. La victoria, interpretada desde lejos como final de la guerra, no se tradujo, en cambio, en un aplastamiento de los mapuches debido a la ausencia de refuerzos que ni llegaban de España ni de Perú, ni los habitantes de la colonia estaban dispuestos a sacrificar después del gran esfuerzo que venía realizándose desde décadas atrás. Reconstrucción del puerto de Valdivia Laso de la Vega proyecto entonces fundar nuevas ciudades que avanzaran la Conquista y pudieran suponer un valladar a las incursiones indígenas. Propuso también reconstruir el puerto meridional mas importante del pasado, Valdivia; que, debidamente fortificado serviría para impedir el establecimiento de los holandeses, de cuya presencia ante la costa chilena mas adelante se dará cuenta. Sólo la reconstrucción de Valdivia mereció el respaldo real para convertirse en fortaleza y presidio bajo la autoridad directa del virrey del Perú entre 1645 y 1680, en que se reintegró a la jurisdicción chilena. Los parlamentos de Quillín El desgaste mutuo, la larga etapa por la que discurría el conflicto −casi medio siglo−, la destrucción ocasionada por la guerra y la que vino a sumarse como consecuencia de la erupción del volcán Villarrica y mas tarde de los sismos que asolaron la región, propiciaron formas de entendimiento ocasional que señalaron el final de la confrontación abierta, si no de manera concluyente, como una tendencia que el tiempo se encargaría de confirmar. En 1641 se produjo el primer parlamento de Quillín. El nuevo gobernador, francisco López de Zúñiga (1599−1655), marqués de Baides, se mostró favorable a la paz sobre la base de respetar la frontera del BioBio. Si la guerra había favorecido cierta actividad económica, de la paz cabía esperar la prosperidad general del reino. Los jesuitas emplearon su influencia en la colonia para respaldar esta actitud. Y los araucanos se mostraron favorables a dejar el combate, diezmados por la lucha y las enfermedades. En enero de 1641 el gobernador se reunía en Quillín con algunos caciques mapuches y pactaban la paz. Los españoles debían retirarse al norte del río y renunciar a tomar indígenas, debiendo despoblar los núcleos que mantenían, aunque podían conservar el fuerte de Arauco. Los mapuches devolverían los prisioneros, dejarían actuar a los misioneros y se comprometían a no aliarse con los extranjeros. Sin embargo, ninguna de las partes renuncio a realizar incursiones en terreno enemigo en busca de ganado y botín o de castigo recíproco. El rey ratificó el acuerdo. La Conquista había concluido en Chile. Un difícil compromiso Más difícil que acordar sería mantener lo acordado, máxime cuando dejaba tantas cosas sin decidir. Los incidentes volvieron a darse algo después. Los indígenas aprovechaban la tregua para armarse y en algunos puntos se prepararon concentraciones, dispersadas por las tropas españolas, que capturaron a algunos caciques y los mantuvieron como rehenes durante un tiempo. La mayor amenaza vino cuando la corona consideró que debían cesar los envíos con cargo al situado del Perú. La presencia holandesa en la costa aplazó una medida que hubiera dañado la estabilidad militar y económica de la provincia. El parlamento entre autoridades españolas y jefes mapuches volvió a repetirse en Quillín en 1647 sin resultados definitivos. El servicio personal volvía a ser suprimido y los araucanos permitían la construcción de fuertes y el paso por la tierra hasta Valdivia. Los enfrentamientos periódicos dejaban paso a etapas de paz en las que se reanudaban los intercambios económicos y culturales. A mediados del siglo XVII la situación se había estabilizado. La Corona renunciaba a intecorporar el territorio mapuche y emplazaba un ejército 4
permanente. El <> dejó paso a una suerte de marca fronteriza. Definición de la frontera Todavía se vivió el desastre de 1654 y un levantamiento en 1655 que duro hasta 1662 en respuesta a las expediciones españolas en busca de esclavos que contravenían lo acordado, mas el conflicto sólo fue general durante los dos primeros años de la nuevo contienda. En 1654 el gobernador Antonio de Acuña y Cabrera (1697−1656) había ordenado una acción de castigo contra los indígenas cuncos por haber asesinado y despojado a los náufragos de un navío que se dirigía a Valdivia, a lo que siguió la muerte de algunos soldados en otro incidente. Los cuñados del gobernador, los hermanos Salazar, habían sido elevados a los cargos de maestre de campo y de sargento mayor, a la vez que eran partícipes del comercio de esclavos y alentaron una campaña punitiva a la que la Audiencia dio su autorización. Había sido frecuente que los gobernadores y muchos funcionarios obtuvieran provecho de la captura y trata de esclavos, por lo que las acciones de castigo venían a compensar la disminución de las hostilidades. Al atravesar el río Bueno, las tropas españolas fueron arrastradas por el agua y mas de un centenar de españoles y el doble de indígenas aliados perecieron ahogados y a manos de los cuncos, quienes, alertados de la presencia enemiga, cayeron sobre los infortunados que la corriente empujaba. Una segunda expedición española, al año siguiente, dejo desprotegido los fuertes y facilitó el levantamiento general de los mapuches, contrarios al paso de aquel ejército por Arauco y opuestos a los fines que se perseguían. Después de 1662 se mantuvo la situación fronteriza de incursiones, acuerdos e intercambios antes descrita, en los que la aculturación y el mestizaje, la acción de los misioneros y las fricciones esporádicas se alternaron. A raíz del episodio protagonizado por los hermanos Salazar, cuya codicia había ocasionado una catástrofe en la Colonia, con la perdida de mas de mil trescientos españoles capturados por los mapuches, de abundante ganado, ocho fuertes y cuantioso armamento, comenzó a discutirse la supresión de la esclavitud de indígenas en Chile, ya que, lejos de servir de amenaza y castigo, se había convertido en una móvil para perpetuar la guerra. Finalmente una Real Cédula de 19 de mayo de 1683 puso fin a malocas (expediciones de captura de presas) y prohibió la esclavitud de araucanos. La esclavitud Por Real Cédula de 26 de mayo de 1608 Felipe III autorizaba y justificaba el establecimiento de la esclavitud en los siguientes términos: <>. Los araucanos en guerra La adaptación de los araucanos a las técnicas militares de los conquistadores se produjo con una extraordinaria rapidez. Poco después de la muerte de Lautaro (1557) ya empleaban caballos e, incluso, manejaban los arcabuces que habían arrebatado al enemigo, aunque lo habitual seguía siendo el empleo de arcos y flechas, picas, hondas, lanzas y macanas. La disposición de un arquero en la grupa del caballo, tras el jinete, aumento su eficacia al crear una caballería armada que oponer a la española y a la infantería enemiga. Los araucanos pronto comprendieron que buena parte de la superioridad militar del contrincante descansaba en el empleo de las armas de fuego. Ya que no podían proveerse de ellas sino de manera muy circunstancial y aun así carecían de pólvora y munición, aprendieron el mecanismo de funcionamiento de tales armas. En Las Cangrejeras el cacique Lintur lanzó a sus hombres contra los españoles sabiendo que la lluvia que estaba cayendo impedía mantener encendida de la cuerda de los arcabuces. En otras ocasiones los mapuches se 5
mantenían al acecho de las expediciones y practicaban la emboscada una vez habían ganado confianza y apagado sus mechas. La presencia de mestizos en el campo mapuche comporto que dispusieran de información sobre el modo de actuar de los españoles, sus tácticas y su armamento. Junto a las anteriores habilidades adquiridas, los araucanos practicaron la táctica de aislar al enemigo de los recursos que precisaba para abastecerse y desde luego le negaron el tributo, el servicio que permitía la explotación de tierras y minas. Con este objetivo, fueron retirando la población hacia la cordillera o hacia el sur, abandonando campos y poblados con efectos tanto para el plano militar como para la evolución del pueblo mapuche. A la captura de esclavos Tras la victoria española en el Albarrada (1631), la captura de esclavos se convirtió en la acción más frecuente y lucrativa para capitanes, soldados e indígenas aliados. La maloca, expedición rápida española destinadas a la captura presas, se hizo asidua y los fuertes, cuyo valor estratégico decae en una guerra sin avances, cobraron importancia como depósito de piezas. Boroa se erigió en <> y su casa de contratación fue frecuentada por tratantes de Santiago, Concepción, Chillán y lugares mas alejados en busca de esclavos, favoreciendo la prosperidad de la plaza y del negocio; <>, registra un cronista. La demanda de los cautivos para el Perú incremento su precio y ocasiona la protesta de los estancieros locales que los empleaban en trabajos rurales y veían encarecerse la mano de obra. Con todo, parecía haberse puesto fin al peligro mapuche y a los límites fijados a la máxima explotación del país.
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