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DIRECCIÓN DE RR.HH.
Optimismo y alto rendimiento Buscar y encontrar personas que aporten a la empresa entusiasmo y un optimismo sólido es uno de los retos de los Departamentos de Recursos Humanos. Cualidades como la creatividad o la capacidad de trabajo precisan también de un arranque de optimismo efectivo y alentador, que produce, en la mayoría de los casos, los mejores condicionantes para lograr una alta efectividad y rendimiento para la empresa.
JOSÉ ENEBRAL FERNÁNDEZ, Director de Contenidos de Alta Capacidad
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ay diversas lecturas del optimismo; las hay sobre todo en el mundo empresarial, en que realismo y objetividad, prudencia y cautela, deben igualmente cultivarse. Siendo, por gratificante y motivador, más deseable el optimismo que el pesimismo, habríamos de asegurar la más idónea presencia del primero, sin erradicar quizá del todo el segundo… Pero convengamos, para el desempeño profesional, el mejor significado de estos significantes; saboreemos un optimismo sólido, efectivo y alentador, en beneficio del alto rendimiento.
F ICHA Autor:
ENEBRAL FERNÁNDEZ, JOSÉ
Título:
Optimismo y alto rendimiento
Fuente:
Capital Humano, nº 215, pág. 86. Noviembre, 2007.
TÉCNICA
Resumen: El balance entre el optimismo y todas sus bondades y el pesimismo crítico es el nudo central de este artículo. Analizar qué se entiende por “optimismo” en el ámbito de la empresa, las fortalezas que le otorga tanto a la persona como a la organización sin renunciar al sentido crítico y, sobre todo, observar qué actitud es la más eficaz para conseguir un “alto rendimiento” es lo que se propone explicar el autor, José Enebral, a lo largo de un artículo minucioso y plagado de ejemplos. Descriptores:
Motivación / Productividad.
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Prestigiosos expertos, fuera y dentro de nuestro país, han abordado el tema recientemente, y no faltan razones para hacerlo: cualquier elemento que a la vez mejore efectividad y satisfacción profesional, merece atención. Desde luego, no cabría hablar de optimismo en el trabajo salvo desde una ocupación acorde con la capacitación y debidamente remunerada; ésta es la prioridad para cuando no fuera así, pero aceptemos introducirnos en las reflexiones que siguen, porque en verdad podemos ser más felices y efectivos. Tras más de 30 años en una gran empresa, yo creo, en realidad, haber cultivado algo más el pesimismo que el optimismo; pero formularé aquí mi propio punto de vista sobre la presencia de éste en la actuación profesional, y sobre su contribución a la consecución de metas. He consultado, también y por cierto, numerosas citas sobre el tema y me he quedado con una que se atribuye a Churchill: “Un optimista ve una oportunidad en cada calamidad, un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad”. También me gustó, del historiador francés Guizot: “Los pesimistas no son sino espectadores; son los optimistas los que transforman el mundo”. Podemos ser optimistas como forma de ser, o serlo ante unas situaciones específicas y no ante otras; podemos serlo para ver el lado bueno de hechos ya acaecidos, o bien para nutrir
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favorables expectativas de futuro (próximo o lejano); podemos ser optimistas como meros espectadores, o serlo sobre nuestros propios resultados individuales o colectivos; podemos, ante un caso determinado, ser optimistas de verdad, o fingir que lo somos; podemos relacionar el optimismo con la esperanza, y también con la confianza en lo que hacemos, la perseverancia, la iniciativa… Se trata de una forma positiva o favorable de ver las cosas, aunque éstas no suelen ser como las percibimos a primera vista.
guida en escena términos vinculados como perseverancia, entusiasmo, objetividad, perspicacia o intuición, al explorar las realidades y oportunidades, y posicionarnos ante ellas. Queriendo ser pragmáticos, podría pensarse que ni optimismo ni pesimismo, que seamos simplemente realistas; pero esta legítima actitud no resulta quizá muy realista, porque casi siempre se nos escapa una parte de la información, y porque además lo que llega a la conciencia son percepciones a veces muy desdibujadas o simplificadas.
He sido testigo, como puede haberlo sido el lector, de la distorsión con que solemos percibir los hechos y las posibilidades en las empresas, así como de las frecuentes muestras de optimismo que se despliegan, con distinto fundamento e intención. Podríamos hablar de optimismos propios, de otros inducidos, de intentos vanos de inducir optimismo, de optimismos y pesimismos colectivos… Conocí, por ejemplo, una proclamación corporativa de valores y estilos de actuación, en que una gran empresa incluía el “orgullo de pertenencia”; aquello, en aquel caso específico, me pareció un posible exceso de optimismo (luego, en una revisión posterior, se habló ya de “espíritu de pertenencia”).
Hay que insistir en que cada individuo percibe las cosas a su manera. Por una parte, el cerebro tiende a rellenar huecos a su albedrío cuando le falta algún dato; por otra, la educación, las creencias, el ideario, las experiencias, nos hacen ver las cosas de modo muy particular; y aún más: los intereses, los deseos, las inquietudes, también distorsionan las realidades. En suma y como bien sabemos, tenemos una visión bastante parcial (por incompleta y casi nada imparcial) de la realidad, y así, ante el mismo suceso y por ejemplo, una persona puede mostrarse optimista, y otra pesimista; e incluso la misma persona puede verlo de forma distinta en diferentes circunstancias.
Aunque vemos el optimismo como positivo y el pesimismo como negativo, y nos quedamos con el primero, también aparecen ense-
Y hay que decir también ya que, sin el buen juicio, sin la capacidad de análisis y síntesis, sin el conocimiento suficiente, sin el pensamiento
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crítico, sin un esfuerzo de objetividad y realismo, el optimismo no resultaría muy eficaz, aunque tenga, a menudo, un incuestionable efecto motivador. Es verdad que estamos ante un catalizador (entre otros muchos) del éxito, y que desde luego no cabe pensar en un emprendedor pesimista –inimaginable–, pero, para que la actitud optimista lleve al resultado esperado y como bien sabemos, ha de tener suficiente fundamento, y acompañarse de los esfuerzos debidos. Como decía Nédoncelle, una brújula no dispensa de remar.
QUÉ ENTENDEMOS POR OPTIMISMO Podemos profundizar algo más en este concepto, cuyo despliegue depende lógicamente de la intención que nos guíe. Hemos hecho ya referencia a la dimensión temporal del optimismo: • Interpretación favorable de los hechos cotidianos (presente). • Confianza visible en una favorable evolución de acontecimientos (futuro). También podría hablarse del pasado, pero simplifiquemos. Martin Seligman, padre del movimiento de la psicología positiva, nos ayuda a identificar y medir diferentes aspectos del optimismo sobre los hechos cotidianos y también sobre la percepción del futuro, y hasta nos recuerda que contribuye a la felicidad y la longevidad; no lo perdamos de vista, pero tampoco olvidemos que, en la empresa, hemos de ser lo más objetivos que podamos en relación con lo que sucede, y dotarnos de proactividad para asegurar los logros perseguidos. O sea, hemos de ver las realidades como son (lo que nunca es del todo posible), y provocar que las cosas evolucionen favorablemente. Se ha de contemplar, sin duda, un específico significado del optimismo en el escenario profesional. No podemos obviamente influir sobre todo lo que ha de ocurrir en la empresa, pero sí sobre lo que nos corresponde dentro de la organización, y quizá sobre algo más. Daniel Goleman
La evolución del nombre dado a los departamentos especializados en la gestión de personas en el contexto organizacional ha estado fuertemente ligada a la forma de mirar y valorar los “Recursos Humanos”
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nos recuerda que una expectativa de éxito resulta más energizante que la desconfianza o el temor al fracaso, que por el contrario parecen bloquearnos o agarrotarnos. En su despliegue de competencias emocionales, este autor emparienta la iniciativa y el optimismo, y nos dice que las personas optimistas se muestran resistentes a los obstáculos y adversidades, que actúan con confianza en los logros, que aprovechan las oportunidades… En la empresa, el optimismo ha de resultar alentador, estimulante y aun comprometedor. En efecto, podemos conectar también el optimismo con la proactividad de que nos hablaba Stephen Covey, al describir sus hábitos para la efectividad. Como sabemos, la proactividad se nutre, entre otras fuentes, de la expectativa de logro con que hemos de asumir el protagonismo de nuestras vidas. Esta conexión nos recuerda igualmente la presencia de la autoconfianza, situada en un punto óptimo del trayecto existente entre el miedo y la arrogancia, casi en pleno centro, y próxima a la seguridad y el buen humor. (No se sorprenda el lector: es que tengo un mapa…).
FORTALEZAS RELACIONADAS CON EL OPTIMISMO
En cada uno de nosotros, la mente funciona como un todo y no parece sencillo desconectar alguna fortaleza o facultad. Podemos, en nuestras reflexiones, dividir el todo en partes y las partes en más partes, pero no deberíamos olvidar la relación sistémica. Como soy ingeniero, no estoy muy seguro de si esto es una postura gestáltica u holística; pero creo en la sinergia de facultades diversas en beneficio de los resultados. El optimismo, en suma, es más valioso cuando se acompaña de otras fortalezas y facultades. Parece emparentado con la seguridad y la confianza en nosotros mismos y en los demás, la iniciativa, la proactividad, el entusiasmo, el afán de logro, la esperanza, la expectativa de éxito, la resistencia a la adversidad, la perseverancia, el compromiso, la calidad de vida…, y aun con la intuición: una familia numerosa, sí. Y debe además el optimismo llevarse bien con elementos como el pensamiento crítico, la objetividad, la perspicacia, la prudencia, la perspectiva o la reflexión. El lector añadirá algún pariente más, próximo o lejano, a esta sinergia de fortalezas personales: quizá el ya referido buen humor,
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la fe… A esta familia no pertenecería, creo yo, la complacencia; ni la pusilanimidad, el escepticismo o el pensamiento negativo. Contribuye, en suma y si bien entendido –se habla también a veces de optimismo inteligente, de optimismo realista, etc.–, tanto a nuestra efectividad profesional como a la calidad de vida en el trabajo. A la primera porque, además de que toda esta familia de fortalezas resulta motivadora y energizante, el optimismo propicia el mejor despliegue del resto de rasgos competenciales del individuo: viene a ser un activador de recursos y de perseverancia, un catalizador; a la segunda, porque somos más felices contemplando, saboreando, el lado positivo, bueno, de las cosas, sin perder por ello conciencia de los riesgos, inconvenientes, dificultades, etc. Aquí tenemos que relacionar también el optimismo con la gestión de la atención y la conciencia. La atención –una suerte de energía psíquica y también un recurso limitado, como nos recuerda, entre otros, el profesor Mihaly Csikszentmihalyi– determina lo que llega y se detiene en nuestros pensamientos. Hay personas que concentran su atención, y hay otras que la dispersan; hay quienes atienden a detalles o matices que resultan inapreciables para otros; hay individuos que distinguen mejor entre lo importante y lo superfluo; hay, desde luego, sujetos –los más optimistas– que tienden a enfocar su atención hacia las cosas positivas, y otros –los más pesimistas–, en las negativas. Parece cierto que el uso que hacemos de la atención nos distingue muy visiblemente a unos de otros. En la medida en que dominemos la atención y extendamos el horizonte, podemos mejorar nuestra posición relativa entre el optimismo y el pesimismo (enseguida nos referiremos también a éste), ante cada caso que se nos plantee. Pero asimismo habría que relacionar el optimismo con la autenticidad u honradez, porque a veces, en la actividad empresarial, se despliegan discutibles optimismos: se alardea pública y gratuitamente de prosperidades no tan sólidas, de falsos éxitos, o de éxitos futuros que no se materializan. No sé si dar de alta la categoría de “optimismo alardoso”.
CUIDADO CON LOS ALARDES DE OPTIMISMO Un caso de optimismo empresarial llamativo fue el de una consultora hoy desaparecida,
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que en junio de 2001 afirmaba, en nota de prensa, que en 2003 multiplicaría su facturación habitual hasta llegar a los 5.000 millones de pesetas, y que sin embargo, tras un año 2002 en que renovó su equipo directivo y cosechó cuantiosas pérdidas, en 2003 facturó apenas 6 millones de euros (la quinta parte de lo anunciado en los medios). Pero también se producen estos optimismos sospechosos en otros sectores, y así, por ejemplo, unas importantes bodegas (de también recién renovado equipo directivo) aparecían repetidamente en los medios económicos en 2004, para hablar de su próximo desembarco en Estados Unidos con un vino de mesa, para anunciar su compra, al año siguiente, de bodegas en Rioja y Ribera del Duero, para decir que se convertirían en una de las mejores bodegas internacionales…, sin que nada de esto se haya confirmado todavía al comienzo de 2007. He creído oportuno aludir a este tipo de alardosas declaraciones de empresarios y directivos. Parecerían más aceptables en la medida en que respondieran a fundamentos válidos e intenciones maduras, pero resultan curiosas, por el empeño en hacerlas aparecer en los medios y por la falta de materialización posterior. Es legítimo y necesario hacer publicidad de los productos o servicios ofrecidos por la empresa, pero si de lo que se hace ostentosa publicidad (sincera o engañosa) es del negocio, habría que pensar que lo que se quiere vender es el propio negocio. El optimismo es, sin duda, más deseable que el pesimismo; pero en la toma de posición ha de actuarse con la necesaria dosis de integridad. Y, desde luego, uno puede llevar íntimamente su actitud, o dar a conocer su optimismo o pesimismo; lo que no parece recomendable es engañar al mercado…, entre otras razones porque no parece nada sencillo. Dicho coloquialmente, la gente no es tonta, y mucho menos cuando ya está prevenida.
EL PESIMISMO Hay que decir que el pesimismo, aunque a veces parezca un pecado profesional, no es quizá tan fiero como lo pintan, y que incluso hay quien habla de “pesimismo inteligente”; pero está en verdad mal visto, por obstruccionista, porque se asocia al pensamiento negativo, y porque hace suponer una falta de eficacia y de felicidad. Obviamente, habríamos
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de distinguir entre el pesimismo habitual –como hábito– y el ocasional. Y, si caben grados o variantes del optimismo, también lógicamente del pesimismo: quizá uno de los más molestos pesimismos sea el de los agoreros, pero no olvidemos a los negativos, los quejicas, los escépticos, los aguafiestas… No obstante, no pocos fracasos se han consumado porque en un momento dado faltó alguien que hiciera emerger las dificultades subyacentes, que los optimistas no percibían. Tal vez, en cada grupo de optimistas habría que infiltrar algún pesimista disfrazado (para no generar muchas prevenciones); pero también cabe recordar aquí los seis sombreros de colores (blanco, rojo, verde, azul, negro y amarillo) de Edward De Bono, con que quizá tendríamos que disfrazarnos todos más a menudo. El médico y psicólogo maltés, experto en pensamiento creativo, nos recomendaba a todos pensar con diferentes sombreros, es decir, desde diferentes posicionamientos: asumir en un momento el papel de optimistas, y en otro el de pesimistas, sobre el mismo asunto. Debíamos utilizar primero el sombrero amarillo del bien fundado optimismo y del pensamiento positivo o constructivo, para pasar luego al sombrero negro del juicio crítico o negativo. El hecho es que ambos juicios, el positivo y el negativo, resultan necesarios para aproximarnos a la realidad, o a la mejor decisión, en cada momento. Ciertamente cabe mostrarse optimista o pesimista no sólo porque ello forme parte de nuestra personalidad, sino también porque hechos concretos, o metas perseguidas, se nos muestren, o no, favorables o alcanzables. En definitiva, si no tuviéramos un pesimista en el equipo, tengamos cerca el sombrero negro…
HASTA AQUÍ… Hagamos inventario. Hemos descartado el optimismo ciego, iluso, para quedarnos con el fundamentado, fruto de una suficiente percepción de las realidades, incluida la propia (autoconocimiento). En general, aplicamos el concepto de optimismo sobre el presente (lo asimilamos al pensamiento positivo) o sobre el futuro (que contemplamos con confianza). Parece saludable pensar con confianza en el futuro, pero hemos de activar, en su caso, nuestros recursos para materializar los logros.
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Optimismo supone llevar nuestra atención a lo bueno, al éxito, a las ventajas, a lo positivo…, y esto favorece la efectividad y la satisfacción profesional; pero, en la empresa hay que detectar riesgos, prever y prevenir problemas, anticiparse a los obstáculos. Para ser óptimamente optimistas, hemos de encajar esta actitud en un marco de sinergia entre fortalezas, y así hablamos también de perspicacia, intuición, objetividad, prudencia, pensamiento crítico, iniciativa, proactividad, confianza en lo que hacemos, perseverancia, afán de logro, compromiso, integridad… En cuando al pesimismo, lo hemos desestimado como rasgo de personalidad, pero, viendo al pesimista como una especie de abogado del diablo desvelándose ante cada caso concreto, convengamos –¿convenimos?– en tener la toga a mano. ¿Qué otras reflexiones cabe compartir? Naturalmente hay que detenerse en cómo se eleva nuestro rendimiento, catalizado por el optimismo sólido y auténtico. Si uno tiene fe en lo que hace en su puesto de trabajo, podría incluso alejarse mentalmente de posibles inquietudes ambientales, y fluir en su rendimiento profesional.
TRAS EL ALTO RENDIMIENTO Para el directivo, el camino hacia las metas empresariales es casi siempre difícil e intrincado, y no está exento de espacios inexplorados, obstrucciones, trampas, imprevistos, contrariedades, malentendidos y otros elementos adversos. Éstos suelen ser más frecuentes que los favorables, tales como felices casualidades o golpes de fortuna. Se necesita conocimiento, habilidad, esfuerzo…, pero también perspicacia, perseverancia, resistencia a la adversidad, confianza en las posibilidades… Para el trabajador del saber, la cosa no es tan distinta porque también encara retos. Haciendo una síntesis, diríamos que, tras el alto rendimiento, precisamos todos: • Capacidad para actuar (Competencia) • Voluntad de hacerlo (Motivación) • Confianza en los resultados (Optimismo) Puede decirse que nuestras competencias nos hacen capaces, que la motivación nos impulsa, y que una inteligente convicción, como imán, atrae el alto rendimiento. ¿Han probado a conseguir algo que demande gran
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esfuerzo, sin estar confiados en lograrlo, o dudando del valor de los resultados que se persiguen? Durante años, ha venido tal vez pareciendo que si sumábamos capacidad y motivación, estaba todo resuelto; pero lo cierto es que hemos de prestar mayor atención a las metas, y a la confianza, tanto en su consecución como en que valen la pena y colman aspiraciones. Debemos tener suficiente perspectiva, para saber cómo contribuye cada esfuerzo a los resultados individuales y colectivos esperados, y tal vez recordar aquello de que la fe mueve montañas. Antes de seguir, cabe quizá detenerse en lo de las metas de la organización, más allá de los objetivos anuales. Podemos recordar formulaciones corporativas como “liderar el mercado de nuestro sector en España”, o “conseguir el premio de calidad de la EFQM”, que muy legítimamente interesaban a más de un primer ejecutivo en los años 90: por entonces había grandes obsesiones por liderar mercados, y aún las hay hoy. Pero había también en aquellos años quien se alineaba mejor con metas o visiones de mayor orientación social, como “cada persona con su teléfono móvil”, “Internet para cada estudiante”, “pantallas planas para todos”, “electrodomésticos silenciosos”, “energía no contaminante”, “ruedas sin pinchazos”, “casas sin goteras”, “colchones ergonómicos”, “cristales irrompibles”, “trajes sin arrugas”, “remedio para el sida”, “viviendas más asequibles”, “alimentos más sabrosos”, “ordenadores más seguros”, etc. Quizá, con formulaciones de mayor orientación social, las empresas propiciarían algo más la energía emocional de sus profesionales. Movidos por la contribución a la sociedad, habría probablemente mayor dosis de autotelia en el trabajo. Cuanto más autotélica es la actividad, es decir, cuanto más sentido tiene en sí misma o más relacionada está con las metas perseguidas, en mayor medida propicia las emociones positivas, como viene a decirnos el profesor Csikszentmihalyi. Esto parece sintonizar con el perfil que se viene describiendo para los profesionales de la era del conocimiento (new knowledge workers), a quienes Peter Drucker atribuía más lealtad a su profesión que a su empresa. Dejen que me ponga pesado: en esta economía del conocimiento y la innovación, el profesional debe creer en lo que hace; no cabe limitarse a obedecer, porque eso inhi-
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biría nuestros recursos competenciales como profesionales expertos. Si somos competentes y creemos en lo que hacemos, podemos ser optimistas sobre los resultados, trabajar con autonomía y satisfacción, rendir al máximo, y alcanzar las metas. Si no creemos en lo que hacemos, de momento surgen sentimientos negativos y luego el rendimiento lo va acusando; no sólo se alejan los buenos resultados sino que puede también resentirse nuestra salud psíquica y física.
CULTIVO DEL OPTIMISMO Y LA CONFIANZA En nuestro desarrollo personal y profesional, hemos de cultivar diversas facultades y fortalezas (algunas, como la creatividad, la intuición, la integridad, la empatía, la perspectiva, la objetividad, el autoconocimiento o el afán de aprender, merecerían quizá mayor atención) y, asimismo, sentimientos positivos. ¿Para qué? Decididamente, me estoy poniendo pesado: en beneficio de nuestra efectividad individual y colectiva, y también de la calidad de vida. Entre las emociones o sentimientos positivos (saboreo, confianza, paz interior, solidaridad, buen humor…) situamos desde luego el optimismo, que además figura entre las 24 fortalezas ubicuas de la conocida lista de Seligman. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podemos cultivar el optimismo y las fortalezas asociadas? Hablamos especialmente de administrar bien la atención al observar ventajas e inconvenientes, posibilidades y obstáculos, y asimismo de confiar en lo que hacemos. Más o menos conscientemente tendemos, si podemos elegir, a hacer aquello que nos gusta y en lo que creemos; pero cuando no sea el caso, tratemos de confiar en lo que hacemos, buscando razones sólidas para ello. Todo parece más sencillo si a trabajadores y directivos mueven metas profesionalmente atractivas, desde una óptica social: ya hemos hablado de ello. Puede desearse multiplicar las ventas o mejorar el ebitda, pero seguramente, a un profesional de cualquier campo, resulta más estimulante generar satisfacción, asentimiento, bienestar en la sociedad, mediante su trabajo cotidiano. Una concepción autotélica de la profesionalidad nos lleva a concentrarnos en nuestro trabajo como fin, y observar las compensaciones económicas como consecuencia: esta concepción parece favorecer el concurso de nuestras facultades como seres humanos, y la
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neurociencia nos irá seguramente dando más pistas al respecto. Lo contrario, es decir, buscar la ganancia como fin con una actividad como medio, es sin duda legítimo pero identificaría más a los profesionales de hacer dinero, quizá movidos por el principio gano-pierdes. Veamos ya qué podemos hacer para beneficiarnos de la relación entre optimismo y rendimiento. Les propongo una especie de decálogo: 1. Revise las metas que le mueven, intentando que emerja su profesionalidad. 2. Gobierne su atención, para analizar siempre debidamente lo positivo y lo negativo. 3. Actúe para que lo positivo se imponga: neutralice obstáculos o inconvenientes. 4. Dispóngase a obtener el máximo provecho de los factores favorables. 5. Despliegue sus esfuerzos profesionales desde la expectativa de éxito. 6. Concéntrese, todo lo que pueda, en su desempeño profesional. 7. Recuerde cultivar otras fortalezas necesarias, incluida la intuición. 8. Saboree, sin incurrir en complacencia, cada avance hacia las metas. 9. Permita que su optimismo se contagie al entorno. 10. Evite pensar que un éxito alcanzado asegura otros éxitos. Sí pero, por poner un ejemplo, ¿cómo puedo concentrarme en mis tareas, agobiado por los resultados a conseguir? Respondería yo que no cabría quizá tanto agobio, si de verdad confía uno objetivamente en el valor de lo que hace; pero además, recuerde que a los fines se llega a través de los medios: si no se asegura cada paso, no es seguro llegar al destino. Al obsesionarnos por las metas podríamos estar desatendiendo las tareas, y también hemos incluido, en otro de los puntos, una buena gestión de la atención: no debemos perder el norte… ni equivocar el camino. Si gestionamos bien la atención, puede, además, que la gestión del tiempo ya mejore como consecuencia. Sentiría no haber dicho nada nuevo al lector, pero déjenme ser optimista: probablemente eso significaría que estamos básicamente de acuerdo. Parecería más grave que el lector estuviera en total desacuerdo con lo expresado por mí; pero entonces le recordaría lo
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bueno que es igualmente el desacuerdo: permite ampliar nuestra percepción de las realidades, o, al menos, comprobar que hay otras percepciones posibles.
RECOMENDACIONES Para terminar este texto, me pregunto cómo afecta a nuestro perfil (optimista/pesimista) un logro o un revés reciente, o por qué no extraemos mayores enseñanzas de éxitos y fracasos. Creo que una derrota inesperada, como vemos por ejemplo en los equipos de fútbol, puede causarnos un bache importante, aunque también puede servirnos para tomar impulso y batallar por nuevas victorias; y creo igualmente que, de una secuencia de éxitos, podría resultar un exceso de confianza. Maduremos, maduremos antes de que sea demasiado tarde, para una mejor ingestión y digestión de éxitos y fracasos. En el fútbol se hacen ciertamente muy visible todo lo bueno y malo de los equipos. Se aprecia cuando los jugadores confían en el triunfo, cuando juegan con la necesaria dosis de proactividad, o si lo hacen con exceso de confianza. E igualmente se aprecia la aparición del pesimismo, en grado de prudencia atenazante, o de asunción de la derrota. Resultan muy visibles las emociones positivas y negativas de los jugadores, como también se aprecian los estados de flujo autotélico, en que los jugadores parecen estar comunicados e iluminados por la intuición: todo les sale bien. Por cierto, ¿qué meta mueve a los jugadores, ganar el partido o la prima a percibir? También se aprecia, en su caso, la carencia de metas, de motivación, el desinterés… En nuestra oficina las cosas no son siempre tan visibles, pero también se aprecian las caras alegres y las mustias, las actitudes…; se advierten, en suma, las emociones ambientales. Si puede hablarse de organizaciones inteligentes y torpes, también puede hablarse de empresas alegres, optimistas, confiadas en el futuro, o de empresas mustias, lánguidas, faltas de horizontes. El primer ejecutivo ha de ser optimista y confiable; más cosas también, pero, en lo que aquí nos ocupa, optimista y confiable. Si se mostrara optimista en las palabras pero nadie le creyera, el pesimismo cundiría y quizá el pánico; sería menos malo que fuera pesimista en las palabras pero digno de confianza. Aquí lo dejo ya; gracias, desde luego, al lector. \
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