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A veces la verificación la hacíamos colectiva en el Treintayuno,que era la escalera del vicio donde jugábamos a la baraja y a médicos con las chávalas, todos con la chorra fuera y fótali manel, los grandes chulos con toda la mano, los pequeños con el índice y el pulgar, que aquello no daba para más, todos riéndonos al principio un poco avergonzados, poco a poco ganados por una seriedad que el deseo imponía con su orden de urgencia a la mano en el movimiento de sacudirnos la picha, todos mirando la foto de una Yvonne de Cario vestida de mora bailando la danza de los siete velos enseñando el ombligo y un muslo morenísimo entre la gasa del vestido, pálidos, desencajados, ahogando los gemidos para que no nos oyeran los vecinos y al final la espesa señal de los grandes, ¡Mire-ho, mire-ho.J. y el seco desencanto de los pequeños. Los grandes dictaban las leyes y las hacían cumplir bajo amenaza de castigos terribles como los tres carquiñolis y la piñaseca, meterte el sexo en la boca o encerrarte en la escalera donde decían una mujer se había envenenado con salfumán después de ahogar a sus dos hijos pequeños, y el peor de todos: prohibiendo que nadie te dirigiera la palabra, ordenando que te ignoraran, como si fueras invisible, como si no existieras, olvidado, muerto como el Miquelet... Pero no todos los grandes eran igual, el Férmin, que así le decíamos acentuando la e, era grande, pero no nos despreciaba, alto, pelirrojo y lleno de pecas, el Férmin era noble y bueno y siempre intercedía por cualquiera de nosotros, y a los pequeños nos gustaba luchar con él de mentiras porque no sudaba, olía a colonia y se dejaba ganar. Yo al Férmin lo apreciaba tanto como al Quique. El Quique no era bien bien de los grandes, pero tampoco de los pequeños, tenía esa edad intermedia que le hacía poder estar con unos y con otros con total naturalidad, además tenía una extraña facilidad para pasar de Jekyll a Hyde que, como decía el otro, te hacía andar sin sombra. Delante del Quique nadie se atrevía a decirme murciano, quizá porque también él era, aunque calladamente, despreciado, porque su padre era un borracho que cruzaba las calles como un niño que recién aprendió a andar, mascullando canciones llenas de barricadas e hijos del pueblo y barbotando blasfemias y meándose allí donde le daba. El Quique vivía en la esquina de Burgos/Pomar, en una planta baja amplia y oscura a la entrada de la cual intentamos violar a la Susi cuando volvía de la vaquería saltando ahora sobre un pié ahora sobre el otro balanceando la lechera con el petricón y medio, el Chino, que le decíamos Chino porque la piel de los párpados le escondían las pestañas dándole un aire oriental como los chinos falsos de las películas americanas, Està bonissima, el Ros, que le decíamos Ros porque era rubio, Te pits, què no veieu como se l'hi marca els sostenidors? ¡Tots amb la xorra fora, es una ordre!, dijo el Largo, que no era largo, sino bizco y llevaba unas gafas con el vidrio izquierdo ahumado que parecía un pirata, cuando la Susi pasó delante de la puerta y alguien la cogió por el brazo y la metió dentro junto a su grito, -¡Tapeu-li la boca!

la lechera por los aires, la leche bañándonos, ella pateando, -¡Agafeu-li les carnes!, desgarrándole el vestido, rompiéndole las bragas, los pequeños asusasustados como si fuésemos la Susi, la Susi una fiera ¡Filis de puta, el meu pare os matará, deixeu-me, el Ros encima, magreando, Te pits... Y de pronto la luz y en la luz el padre del Quique como un niño que recién aprendió andar, ahogando una blasfemia, nosotros quietos como escarabajos sorprendidos por la claridad, la Susi hecha un cristo, levantándose, corriendo aprovechan do la sorpresa, Filis de puta, y yo S'ha deixat la Hetera con la lechera en la mano y todos mirándome sin comprender, ¿Què diu aquest imbècil?, saliendo zumbando en desbandada... La casa del Quique tenía un patio de tierra descuidado y sucio lleno de cajas y aparejos de labrar oxidados, una gábia con conejos y un perro de mirada y orejas tristes atado a una higuera enorme que colgaba sus ramas sobre la calle y levantaba con sus raíces las losetas del comedor del Lolo, que vivía junto a aquel patio desventurado. El Lolo, que le decíamos Lolo porque se llamaba Manolo, era un chulipia que se peinaba con un tupé muy alto encartonado con fijador. El Lolo se las daba de ser el mejor espadachín y el pistolero más rápido a este lado del Misisipí, pero no era más que un poses que presumía de todo, hasta de tener un hermano en el Tercio que volvió negro de moreno con una chávala en bañador tatuada en el brazo, y de una hermana muy gorda, peinadora, porque le tocó la lotería. Lo mejor del Lolo era sin embargo aquello de lo que se avergonzaba: la Nuri. La Nuri era fea como ella sola, es cierto, alta y desgarbada y con los dientes salidos como la Mary Sempere, pero un amor. La Nuri hacía de enfermera en las guerras y a nadie le decía nunca que no cuando jugábamos a mequieres, las niñas en una acera y nosotros en la otra, escogiendo a quién decirle, que yo, después de cargar con las calabazas de la Mercedes y la Susi (que eran las que estaban más buenas), me decidía siempre por ¿Mequieres, Nuri? y la Nuri Sí, triste por que nunca se lo preguntaba el chulo del Lolo, salvándome de quedar desaparejado y haber de pasar por el tubo de todos dándote de palos. Pero a pesar de que entonces bebía los vientos por aquel perdonavidas que la rehuía burlón, la Nuri terminó casada con el Jabato, caudillo de los ejércitos enemigos de la calle Andalucía que se enfrentaban con nosotros en la Montañeta, miserable promontorio junto a las vías del metro y el tren (donde un día a un chaval de Juegos Florales le seccionó un pie a la altura de la espinilla, que todos pudimos ver allí solo metido en su chiruca de la que sobresalía el hueso cortado. Después, aquel zagal jugaba de portero en los partidos de la calle, echado en el suelo, arrastrándose de mala manera, que daba una pena...)

en la Montañeta cazábamos aviones (libélulas) y sargrantanes y cogíamos llufas el día de los Inocentes para enrredar el pelo de las chávalas y hacíamos las guerras (tacatacatacatacatá), mascando chicle, la cinta de sujeción del casco colgando, Pida refuerzos, soldado. ¡Sí, señor!, y donde el Llórens, también así, con acento en la o, cayó un día herido a mi lado de una pedrada en la frente, y yo No si val, parau, pareu, a pecho descubierto, gritando Heu matat el Llórens, heu matat el Llórens, con el Llórens en los brazos, no un cobarde, padre, no un desertor, no un michanena, el general condecorándome, yo firmes con el brazo en ángulo, la mano extendida con los dedos juntos tocando la sien, Gracias, señor, y una música como de circo y el ondear de la bandera, (Hay que joderse, lo embusteros que son...) y todos parando la guerra, llevando al Llórens desangrándose, dejando un reguero de gotitas de sangre desde la trinchera hasta las baldosas de la farmacia, el farmacéutico Què em porteu aquí?, las mujeres chillando, Porteu-lo al Dispensari, al Dispensari... qué drama, el Llórens pálido como el Miquelet, pero vivo, soportando el dolor de los puntos como un hombre, y luego con la frente vendada, su madre ¡Verge del Carme!, asustada, abrazándolo, Què t'ha passat, llorançet, fill meu?, la Milady Guau, guau, y él por fin llorando... El Llórens vivía debajo mío, era un muchacho asustadizo que se arrancaba los rizos de su cabeza y se los comía como si fueran pegadolça. Del padre del Llórens, que era moreno y alto, un gigantón bromista que se tiraba unos pedos sonoros y se reía muy fuerte, como los ogros de los cuentos de Cascabel, decían que de joven había ganado la Travesía del Puerto. Ahora hacía termómetros en su casa, en una habitación habilitada como taller, y nos dejaba jugar con el mercurio. El padre del Llórens murió de repente mientras dormía, su mujer fue a despertarlo y ya estaba muerto, tan sano siempre y aquel color como de volver de vacaciones, que ni un constipado había sufrido nunca y la pobre mujer durmiendo con el muerto, válgame Dios, que dijo mi madre. Al Llórens y a su hermana ( que era tan pequeña que se me olvidaba que la tenía), aún después de morir su padre, los Reyes siguieron trayéndoles los juguetes más chanis, y cuando digo que les traían quiero decir que lo hacían de verdad, los tres con las coronas torcidas sobre sus largas melenas, el negro pintado como Al Jonhson en El cantor de Jazz, los tres cargados con

paquetes envueltos en papeles brillantes de los que sobresalían el mango de un florete, las ruedas de un camión o los dedos regordetes de una muñeca, dando traspiés, riendo, pisándose los mantos, a unas horas demasiado tempranas para el reparto de juguetes, que habría tenido que sospechar, viéndolos cargados, dejándole al Llórens despierto todo cuanto les había pedido en la carta y no como al resto de nosotros, que nos echaban lo que querían y cuando ya estábamos durmiendo, el Pito Aquest paio es burro, que el Reis son els pares, desgraciat. y yo No, que els meus pares no son reis, que som pobres. Como cuando un día alguien me dijo Fill de puta y todos Trenca-li la cara, Trenca-li la cara, y yo Per què, si la meva mare no es puta, que es modista, y el Quique Voleu deixar el nano en pau o què. Desde que se murió el padre del Llórens el rei Melchor era más bajito y no hacía tanta coña, y el Llórens estaba siempre como ausente, retortijándose más que nunca los rizos y arrancándoselos para comérselos como si fueran pegadolça, pero nosotros pensábamos que aún sin padre el Llórens tenía suerte, porque veía a los Reyes y recibía todo cuanto les pedía, porque tenía a la Milady, Guau, guau, que hacía todo lo que le mandaba y porque todos los lunes de Pascua su padrino, que decían que era rico porque tenía una droguería en Hostafrancs, le traía una mona así de grande que compartía con los de la escalera, el Pito, el Lito, la hermana del Lito i yo. Un año fue la monda, resulta que el tío del Llórens compró en todas las pastelerías de la carretera de Sans el mismo número de la rifa de las enormes y artísticas monas -la Sagrada Familia de galleta de caramelo, el Camp del Barca de chocolate; el monumento de Colón también de chocolate con sus leones y todo sobre una base redonda de pà de pesie y un Tibidabo con su avioncito y todo que giraba de verdad y su talaya oscilante con su cesta llena de minúsculos muñequitos de plástico, que exponían en sus escaparates, y no te lo vas a creer, ¡le tocó!, el vecindario entero con los morros llenos de nata y chocolate, picando de allí de allá en un banquete improvisado en mitad de la calle como en la Fiesta Mayor, yo ofreciéndole un pedazo de tribuna a Alicia, ¿Vols, Alicia? Sí. Alicia era la hermana melliza del Miquelet, nos hicimos novios bailando La Niña de Puertorico una Fiesta Mayor en que la calle ganó el tercer premio (el primero siempre lo ganaba la calle Canalejas) conun motivo de pueblo tropical, toda plantada de palmeras de cartón y cocoteros con monos de trapo colgando, bailábamos tan arrambados que las viejas murmuraban Guaita, guaita, tan menuts.

Después, y mientras proyectaban "Mariona Rebull" en una pantalla plantada en mitad de la calle, la gente a un lado y otro viendo la misma película pero al revés, Alicia y yo jugamos a besarnos en el Treintiuno con la boca llena de sidral que hacía una espuma dulce. La Fiesta Mayor era un tiempo fuera del tiempo, todo cambiaba, el cielo desaparecía más allá de las cintas de papel que a la altura de los primeros balcones se cogían de parte a parte de la calle engalanada cada año con motivos diferentes, éste de un pueblo tropical, el pasado de un castillo medieval con sus almenas y su puente levadizo, el próximo de un fondo marino con toda clase de peces de colores, tiburones enormes con las fauces abiertas y pulpos gigantes como los de "Veintemil leguas de viaje submarino", en mitad de San Baltasar se plantaba un tablado sobre grandes caballetes de madera donde tocaban las orquestas y vocalistas chupados de tez pálida y chaqueta blanca cantaban Bajo el palio de la luz crepusculaaaaar y

Cabareteeraaa, nosotros bajo el tablado, viendo a los músicos llevar el ritmo con los pies, que hacían crujir el piso levantando un polvillo que nos hacía toser. Un día hacían cine en mitad de la calle con un viejo proyector que se estropeaba cada dos por tres interrumpiendo la proyección de la película entre las protestas de los vecinos y en cuyo haz de luz metíamos las manos llenando de sombras espúreas la pantalla, otro una sesión de boxeo con unos púgiles de coña, escuálidos y cobardicas que se pasaban los asaltos abrazados como novios provocando el abucheo general, las tardes eran para nosotros: carreras de saco, trencar l'olla, chocolatadas (con grandes baberos, los ojos bendados dándonos a ciegas unos a otros el milindro mojado en chocolate poniéndonos perdidos, las madres riéndose, haciendo ¡Uuuuuh!), compitiendo haber quién cogía el melón de un enorme barreño lleno de agua y fruta (nosotros a unos quince metros, corriendo de uno a uno hacia el barreño del que con una mano y sin pararte cogías lo que podías, a veces nada, agua...), jugando a coger sin manos con la boca una peseta rubia que nos ponían en la frente, sentados, la cabeza hacia atrás, haciendo muecas, arrugando y tensando la piel del rostro llevando la peseta hacia el puerto de los labios, que no era fácil, y a toda hora música que salía por unos altavoces enormes repartidos por toda la calle, Para Alicia, de quien ya sabe, "Ansiedad", o "Madrecita", para la señora Ángeles, de su hijo con cariño, como en los discos dedicados de la radio. En la Fiesta Mayor, las noches no acababan nunca, todo iluminanado, los vecinos a la fresca, las mujeres con abanicos que manipulalaban con destreza, los hombres fumando en mangas de camisa, vendedores de chufas y altramuces, de globos de colores, de gafas con bigote y pirulís de la Habana, y nosotros entre los caballetes del tablado viendo por debajo a la orquesta y el vocalista con agujeros en los zapatos imitando a Machín, Jorge Sepúlveda o Lorenzo González, La niña de Puertorico, por quién suspiraaaa...

y yo ¿Balles, Alicia?, arrambados, Guaita, guaita, tan menuts, y después las bocas juntas en el Treintiuno llenas de espuma dulce de sidral... Pero al final, Alicia terminó dejándome por el Pito, estaba cantado, que tenía los ojos azules y jugaba al bàsquet. El Pito, que ya dije que vivía en mi escalera, tenía la mano rota de atizarme, yo no lo entendía: se me quedaba mirando fijamente, mirando... y soltaba la mano, plaf, ¡Murcianu!, más de una vez se las tubo con el Quique, ¿A tú quèfa que casqui aquest xarnego?, los dos rodando por el suelo, golpeándose, sangrando por la nariz, Com tornis a tocar el Nene et mato, fill de puta, el señor Ramón, el taxista, Hablad en cristiano, cabrones. A parte el taxi del señor Ramón, nadie tenía coche entonces, quita do el Biscuter de un joven del fondo de San Baltasar que vestía traje, y la gente sacaba las sillas a la calle en verano a tomar el fresco y hacerla petar. Mi padre lo hacía en camiseta espor y yo iba a darle un beso en su mejilla de púas, orgulloso de su aspecto feroz y aquella cicatriz de cuando la guerra, tacatacatacatacatá, hay que joderse. Mi padre casi siempre se sentaba solo, como el abuelo en el pueblo haciendo pares, a leer una novela de Zene Grey o Marcial Lafuente Estefanía. Entonces sí que nadie se atrevía a decirme ni pío. A veces lo hacía al lado de un hombre que hablaba como él y que tenía las manos blanquinosas de yeso pero que no manchaban, Hola chaval. Cómo crecen los crios, en, Perico? Dentro de ná tenéis otro sueldo. Y tú qué quieres ser cuando seas mayor? (Cuando sea mayor / quiero ser rebautizado / en la pila gentil / de una mujer morena, / y después, qué se yo, / chispa del deseo, / ebanista de nubes, / fresador de ideas, / comodín de una baraja, / hombre anuncio / de cualquier buena nueva, / artesano de latidos, / explorador del llanto, / óptico de evidencias, / indicador de encrucijadas, / joyero de noches preciosas, /cantor de tangos y rancheras, / fabricante de astrolabios, / pintor de sonrisas / en las caras más serias, / sastre de sombras, / pescador de mentiras, / libertador de letra im-presa, / delineante de ternura, / químico de amor, / vidriero de lunas nuevas, / anestesista de insomnes, / cirujano del alma, / fundidor de nieves perpetuas, / buzo del beso, / aguador de dunas, / fumigador de estridencias, / minero de oídos sordos, / soldador de solitarios, / albañil de fiestas, /piloto de autodechoques, /jinete de tiovivo, / cazador de patos / en barracas de feria, / lazarillo de videntes, / inventor de historias, / contable de estrellas, / recolector de sueños, / ganadero de perdidos, / poeta... ¡sí, poeta!, / que cuando sea grande / seré, seguro, / todo un poema.)

Yo quería ser valiente, no temer a los espectros de la escalera, que muchas veces se metían en mis sueños amargándome la noche, valiente y con los ojos azules y jugar al bàsquet, Alicia...

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Se equivocó lo justo para ser humana. / Hoy sufre el castigo de vivir y no olvidar / que fue hermosa (¿quién no la quiso?) / Yo la conocí en el secreto del alma, / cimbreado por los temores de su corazón, / oyéndole el revés de la voz, el eco sordo / de los pensamientos, envuelto en sus deseos, / creciendo fatalmente hacia el adiós / de los extraños que al ñn un día / la luz y el aire, su grito y el mío / -hermanos de sangre- / nos convertirían. / Qué lastima, dice -la vida en medio- / frente a su retrato de bodas. / Qué lástima. Mira... / Y miro sus ojos y recuerdo sus ojos / hoy inclinados a cerrarse y temo / que el tiempo -ladrón de tersura /y esperanza- quiere hurtarme / hasta la dulce sombra de su sonrisa...

Frente a unas últimas fotografías de mi madre, mi madre dice -Ya no soy yo. Y yo: -¿Cuándo eras tú, madre? Y ella: -Allí, señalando la ampliación de la foto coloreada de su boda, en la que está preciosa junto a mi padre, desconocidos los dos por jovencísimos, como si la vida fuera despojándonos con los años de la identidad de la imagen con que escogemos reconocernos -Ya no soy yo. Lentamente, en un suspiro, vamos dejando de ser, después de haber ido haciéndonos, niñez arriba, o abajo, hasta ese instante en que el alma coincide con nuestra imagen en el espejo, desdibujándose después hasta que la muerte termina por borrarnos definitivamente, dedejando en aquellos que nos miran por última vez esa consumida figura que como un síndrome de Dawm luctuoso asemeja a todos los difuntos. -Ya no soy yo, tan arrugada y dolorida y calva, sólo mirada adentro, muy al fondo, en el nacimiento de las lágrimas me reconozco, no en las cejas despobladas ni en los labios marchitos, no en estos dedos retorcidos ni en estos pies hinchados, no, sino allí, junto a tu padre... (con el vestido blanquísimo y largo, el velo de gasa sujeto a la mata de pelo oscuro coronada de flores que enmarcan un rostro redondo, hermoso y confiado de frente ancha y cejas apenas sugeridas que ceden protagonismo a unos ojos no muy grandes de mirada vivida y unas mejillas lustrosas que sostienen la barquita de una sonrisa de labios encendidos) El corazón como un tambor en fiestas, hijo, oliendo como el campo en la mañana, (el fotógrafo colocándole el velo sobre el hombro derecho, Haber, levanta un poco más el ramo... No tanto... Aaaaasí.) tu padre junto a mí, guapo, nervioso, con su traje oscuro (camisa blanca de cuello cerradísimo, corbata a rayas, la franja del pañuelo condecorándele el pecho, la sonrisa menos franca, sombrea-

da por el bigote, el brazo izquierdo estirado sobre su lado, la mano mano bien cerrada, el fotógrafo Haber...Quietos... ¡Ya!) En aquella muchacha, en ese instante, se produjo la identificación del alma con la imagen con que escogemos reconocernos -Allí, junto a tu padre. y que a partir de ese momento se iría difuminando hasta llegar a este desconocimiento de ella misma, -Ya no soy yo, hijo, frente a sus últimas fotografías.

Mi madre no bajaba nunca la silla a la calle a tomar el fresco y hacerla petar, siempre con la Singer, atareada en costuras e hilvanes, dobladillos y hombreras y patrones que marcaba con jaboncillo azulverdoso después de venir de coser en casas de ricos más ricos que el tío del Llórens, de alto copete que ella decía y que vivían no en Hostafranchs, sino en Muntaner o Balmes o Infanta Carlota. A Infanta Carlota iba mi madre a coser en casa de la hija de Ramón de Setmenat, galán de cine de los años treinta y cuarenta que formaba pareja artística con Lina Yedros, un hombre ya mayor entonces, pero guapísimo y muy alto que vivía con su mujer en una torre en Esplugas guardada por unos perros que daban miedo de grandes y fieros. Al hombre le gustaba regar el jardín y lo hacía envuelto en una toalla de cintura para abajo, un tipazo. Tema un hijo muy mujeriego que metía a las novias por la ventana para que no se enterasen sus padres y que murió en un accidente de coche, el pobre, y una hija casada con un banquero muy importante, que eran los que vivían en Infanta Carlota. Un día te llevé no se por qué y dio la casualidad que celebraban.el cumpleaños de un nieto, hijo de la hija y el banquero , y tú te pusiste a jugar con todos los crios convidados. Yo estaba planchando, y noté a las chicas, las criadas, un poco raras y muy serias dando vueltas a mi alrededor, no sabiendo como decirme, diciéndome Ángeles, que dice la madre de la señora que tenga, dándome una bolsa de peladillas envueltas en celofán, que le dé ésto a su hijo y que lo saque de la sala de juegos. Mira, que no sabes lo que sentí que me puse a gritar para que me oyera la tía: ¡Claro que lo saco, pero para que no le pegue a ella sarna de su niño!... ¡Ah, y las peladillas que se las meta la vieja donde le quepan, que le caben, éstas y los kilos que ha comprado sin pagarlos! (que su marido no le daba dinero y a las chicas ya no les fíaban). Y te cogí y nos fuimos, dando yo un portazo que no se como no se cayó la puerta... -Sí, me acuerdo, tú llorando y yo ¿Por qué lloras, madre? y tú Por nada, hijo, que he quemado un vestido planchando y me han reñido. -Sí, tú tan pequeño, qué querías que te dijera.

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Dickens puro, amor, que además, de aquellos niños de aquellas casas lleva yo las ropas que desechaban y que mi madre me arreglaba que parecían luego hechas a medida, las vecinas Señora Ángeles, hay que ver como lleva usted a su hijo, y leía sus lujosos tebeos de Superman y el Capitán Marvel -¡Sazám!- y cuentos magníficamente ilustrados de los Grim, Andersen y Perrault. Mi madre vistió de novia a medio barrio, las jóvenes probándose en nuestro dormitorio frente al armario de luna, yo colándome como distraído, ellas Aaaaaah, tapándose pudorosas, mi madre No pasa nada, es un crío, para verlas en bragas y sujetador y explicarlo luego a los otros un poco chulo. Entonces las bodas de la calle se hacían en la Bodegueta, una tasca que tenía un futbolín de dos defensas con el extremo izquierda baldado, entre toneles de vino y cajas de sifones y cervezas bajo un cielo emparrado de uvitas colgando, ¡Visca els nuvis! donde el lito -mandil blanco a la cintura y servilleta al hombroterminó de camarero. El Lito era mi mejor amigo, un hermano, el que nunca tuve, y el más listo de nosotros, serio, reservado y ágil como Burt Lancaster, y aunque sus padres hablaban en castellano nadie se metía. Estudiaba en los curas, iba para abogado, pero su padre, sargento chusquero, hombre violento y agrio, arrendó el bar y lo puso de camarero, Una pena, que dijo mi madre. El Lito y yo íbamos juntos al cine Manelic, que no se llamaba Mane lie, sino Albéniz tallado en piedra en arco sobre la entrada, pero, dicen que un día una compañía de teatro representó Terra Baixa con tanto éxito que se quedó para siempre con el nombre del protagonista,- ¡Manelic, Manelic...!- Al Lito y a mí nos arrebataban las películas, los espacios abiertos de las pelis del oeste, que también decíamos de indios o de americanos, las de piratas, con aquellos barcos llenos de escaleras de cuerda e hileras de cañones con el velamen hinchado por el viento y cuyo mascarón de proa era una sirena tallada en el tajamar que abría las aguas verdeazuladas de los mares del sur, Contramaestre, a toda vela. Sí, señor. ¡Atodaveeelaaaaa...!, del paisaje sinuoso y agostado del desierto de Tres lanceros bengalies, de la India de Kim y la selva descolorida de Tarzán, de las sombras que endurecían el rostro de Sterling Hayden o la luz que angelicaba el rostro de Dorothy Malone, el cine era la hostia que nos redimía de la miseria de aquel blancoynegro desventurado de nuestras calles (donde por cierto se rodó una película titulada "Herencia de sangre", de la que se existe alguna copia por ahí) y donde ninguna chávala hablaba como Jean Simons con la voz de Carmen Lombarte, ni de lejos el más valiente de nosotros como cualquier héroe con la de Juan Manuel Soriano (al que hace unos años mandé un librito de poemas dedicado y tuvo la delicadeza de llamarme para agradecérmelo, que no sabéis lo que sentí al oir mi nombre en su voz, que fue como Kirk Douglas y Rock Hudson o Glend Ford, diciendo

An tonio Martínez, por favor.) ah, el cine era lo más grande del mundo, más grande que los cuentos y los tebeos, más grande que los sueños y las aventis del Umberto, más grande que la vida, que el Lito y yo salíamos que nos costaba hahablar y andábamos un rato en silencio porque en nuestra retina no se había sobreimpresionado aún la palabra FIN. Tanto nos gustaba el cine, que los domingos por al tarde, mientras nuestros padres se quedaban inclinados sobre la radio oyendo el futbol y haciendo ¡ayyy!, el Lito y yo nos íbamos a la catequesis para ver películas mudas de Charlot y de Pamplinas, que era BusterKeaton, y del Gordo y el Flaco y de Gafitas, que era Harold Lloid, y que pasaban directamente sobre la pared con un proyector que se estropeaba tan a menudo como el de la Fiesta Mayor y que metía un ruido que casi te impedía oír aquella voz que decía YJaimito enamorado la coje de la mano, después de que unos jóvenes pulidos y bien peinados que hablaban un castellano neutro lleno de pausas nos contaran de la Vida, Pasión Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, así como de los Hechos de los Apóstoles y nos dieran de merendar pan con chocolate y el premio de una estampa en relieve del Sagrado Corazón si al final respondías correctamente a las preguntas Dónde nació Jesús, Dónde fue crucificado, Qué se conoce por Cruzada Española, colaban, Nombre y apellidos del Caudillo, tacatacatacatacá, hay que joderse, y todo por el cine, que nos enloquecía al Lito y a mí. Pero la verdad es que a mí me gustaba la historia de aquel muchacho también pobre, capaz de andar sobre las aguas como el mascarón de proa en el tajamar de una goleta y provocar aquel arrobo de las santas en las estampas, aunque no entendía por qué con todos sus poderes se dejaba clavar en una cruz y aún decía Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen y al final exclamaba ( como yo en las escaleras de la iglesia) Padre, padre, por qué me has abandonado, que lo sentía entonces como un amigo mejor que el Lito, tan bueno y allí colgado, coronado de oprobio y espinas que le salpicaban la frente de gotitas de sangre provocando la vergüenza del sol y la ira de los vientos que para eso, dicen, era el hijo de Dios, que por qué, por qué lo había abandonado oliendo a nardo, con su cabeza nimbada y sus prodigios de mago, el rostro fulgente, las rodillas de nácar, él que miraba hondo y sin daño y hablaba con dulzura en un idioma hecho de luz y sombras de cine, que andaba como sin tocar el suelo y con el corazón flamante en la mano, tan hermoso que hasta el más hombre de nosotros se hubiese dejado besar por él como discípulo amado, tan listo y sin chulería, que hay que ver que palabras decía, que de historias contaba, Dios, por qué lo abandonaste a la suerte de los cambistas y los mercaderes, de los charlatanes y los fanáticos y los que no entendieron, cargando sobre su memoria el peso insoportable de mentiras y templos erigidos a un dios que sin su rostro espantaría a los niños y a los hombres y mujeres de buena voluntad...

La escuela era más o menos como la catequesis, pero sin Pamplinas ni pan con chocolate, aunque a veces te daban un queso color butano y un vaso que decían era leche pero era agua con unos polvos que decían era leche en polvo, todo americano, con mapas que pintábamos con colores Goya y mucha caligrafía copiando de la pizarra La ociosidad es la madre de todos los vicios, que yo me preguntaba quién sería esa señora cargada de hijos que gastaban sus noches fumando, aferrados a un abanico de cartas impasible el ademán o haciendo la pila del greix con la señora enjoyada, el chofer y la criada en un despelotado revoltijo de identidades indescifrables, que ya era mala suerte, caligrafía y más caligrafía, que te salía un callo en el dedo medio de la mano derecha, que pobre de ti que fueras zurdo como el Ricardo Gandul, que a hostias te rectificaban diestro, y problemas de obreros que ganaban 4,50 pesetas por hora y trabajaban 10 días a razón de 5 horas diarias y aún ahorraban 75 pesetas, que cuánto habían gastado por día (mi padre y los tres hermanos hijos de la viuda discutiendo su resolución, haciendo números con una mano cogiéndose el mentón, llegando a resultados diversos, que no se por qué les pedía ayuda si acababan confundiéndome más y terminaban por discutir sobre cómo cono el obrero podía ahorrar de aquella cantidad tal y como estaba la vida, hay que joderse). A la escuela íbamos todos uniformados con unas batas grises con rayitas oscuras y cinturón y al entrar y al salir cantábamos brazo en alto, la mano extendida como en las películas de romanos, Caralsol corúa camisanueeeva.... mientras subían o bajaban la misma bandera que hacía de fondo en la fotografía a un Generalísimo soberbio con chaquetón que colgaba sobre la pizarra junto a la de un joven peinado como un cantante de tangos, uno a cada lado de un Cristo crucuficado, padre, padre..., que ha diferencia de la catequesis aquí los maestros te pegaban con la regla en la punta de los dedos puestos como cuando los mayores decían de bote en bote o con la mano con ganas en las mejillas y humillándote de mil maneras llamándote burro a gritos o poniéndote de cara a la pared sin moverte un pelo. Los había como Don Pablo que parecía disfrutar convirtiendo la clase en un infierno, implantando el terror de la violencia física con una frialdad de médico de Treblinka, te ponía la mano sobre el hombro mientras iba dándote un discursito justificativo del castigo que muy a su pesar debía infligirte A mino me gusta tener que pegarte... la voz suave, paternal A mí me gustaría que no te hubieses equivocado, que ese siete fuera un nueve... la mano dándote golpecitos en el hombro Que prestaseis mirando al tendido más atención, pero me obligáis a ser malo, tu tragando saliva, apretando los dientes el temible Don Pablo. Y todo por qué.

pausa ¡Por qué! cambiando el tono, fuerte, imperativo ¡¡Decídmelo, coüoü entonces aquella mano amigable que había ido dándote golpecitos en el hombro devenía de piedra lisa contra la cara y sentías un fuego en la mejilla y un nudo en la garganta, impasible, que pobre de ti que lloraras, todos mirándote, unos compadeciéndote, otros sonriendo cabrones, pero todos cagados... La escuela era una mierda llena de triángulos equiláteros, de áreas y hectolitros, de mártires y reconquista, "Diego, machuca, machuca como esforzado, no nos quede moro vivo, todos mueran a tu mano." A la escuela sólo la redimía el tiempo de patio y las chávalas con sus trenzas y su olor a día festivo cerca del mar que iban a clases separa das de nosotros, y a veces la lectura de la Historia Sagrada con aquellos relatos fantásticos, terribles y apocalípticas del Antiguo Testamento y el de mi amigo el Galileo con sus prodigios y bondades en el Nuevo que tanto me gustaba aunque terminase mal por más que intentaran arreglarlo con su resurrección, que más miedo me daba un muerto levantado de su fosa, y todo ilustrado con dibujos a la manera de Durero, mucho mejor que los tebeos del Jabato o el Capitán Trueno y aún de Supermán, que no es nada la historia de Isaac que significa risa y que me daba de todo menos risa bajo el cuchillo de un Abraham decidido a cumplir el mandato de Yavé Toma a Isaac, tu único hijo, a quien tato amas, y ve a la tierra de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, porque sí, porque Él se lo mandaba y sanseacabó, que decía mi padre, y todo por poner a prueba la obediencia ciega del patriarca, que menos mal que un ángel detuvo la escena en el último segundo satisfecho Dios de que por obedecerle no perdonaba ni a su único hijo, que mi padre no hubiese nunca acatado mandato tal con lo que me quería, que tendrías que haberle visto la preocupación sacudiendo el termómetro cuando la fiebre me salvaba de Herr Pablo por no recordar mica, cuarzo y feldespato y le decía a mi madre Treinta y ocho y medio, Ángeles, hay que llamar al médico, y me arropaba con mimo echándome la manta estampada con la Venus de Milo manca y las tetas al aire y me daba un beso en la frente demorándose en el contacto con mi calentura, Me cago en la Pastora Imperio. Definitivamente mi padre jamás sería padre de un gran pueblo ni en él serían benditas todas las generaciones, sólo de mí y por mí bendito, aunque me abandonase en la puerta de la iglesia o fuese motivo de las lágrimas ahogadas de mi madre sola en la cama grande bajo el Jesús crucificado tantos sábados por la noche, ¿Por qué lloras, madre? Porque he quemado un vestido planchando, y padre allá lejos, entre las zarpas oscuras de los enormes leones de Colón, deciéndonos venid, venid, aunque lo que de verdad quería era voiveeeeer...

Y un día, hacia finales de los cincuenta, mi padre dijo como una bomba Nos vamos, y nos vamos significaba dejar así sin más y sin remedio el único lugar al que había pertenecido de veras, que uno no es tanto de donde nace como de donde juega, crece y aprende y hace amigos y pierde novia y es consciente del miedo. Otra vez ¿Cuándo te vas, Antoñico? Otra vez Tricytrac, tricytrac... Nos íbamos, Alicia, Lito, Llorens, Guau, guau, Milady, adiós Quique, Nuri, Fermín... Perdía sin remisión aquella patria de penumbra y adoquín, calles que amaba como a madre y temía como a Dios, que el diablo, decían, era como nosotros, pobres, raídas y mágicas alfombras abiertas al indulto escolar de cada tarde, Bagdad y Sherwood, Dunquerque y O.K. Corral, liceos al raso donde aprendí con corrección nativa su idioma de jotas impronunciables, Setzejutjesmenjenfetgedunpenjat la historia de las armas, el nombre de los reyes del balón y el triángulo sin teorema de las chávalas, adiós monas de pascua, mazas y carracas, baldufas y canicas, cromos y chapas, adiós Manelic, Liceo, Garralle y Galileo, catequesis y Montañeta, adiós Fiesta Mayor, Treintiuno, chufas y altramuces y pirulís de la Habana, organilleros y afiladores, futbolistas y locutores, cómicos, púgiles y vocalistas que amenizaron aquel tiempo de miedo en que todos fuimos murcianos realquilados bajo la noche estrellada, adiós, Mercedes desnuda en el lavadero, Qué haces tanto rato en la ventana. Nos vamos, nos íbamos, ostras, Pedrín... La noche antes de mi partida me quedé el último en el poyo de la puerta del Lolo, invadido seguramente por el mismo sentimiento que a mi padre años antes al venirse del pueblo, (ahora yo también lloraría al oír a Gardel, Caminito que el tiempo a borrado...), viendo pasar al padre del Quique dando traspiés, mascullando canciones de cadenas y barricadas en mitad de la noche apenas sostenida por el único farol sano de Pomar, mirando el cielo orillado por las azoteas que parecía un río lleno de pececitos de estrellas, la luna como un delfín de plata entrando y saliendo de las nubes y yo en aquel silencio húmedo y sin amigo, olvidado del miedo, más triste que otra cosa, que subí las escaleras sin importarme los espectros, que apiadados de mi aflicción cantaron unidos a la Coral de los Niños Muertos "La niña de Puerto Rico, por quién suspiraaa... ", en homenaje. Mi padre ¿Qué te pasa?, viéndome tan serio, sorbiéndome los mocos, Nada, que quemé un vestido planchando...

Y nos fuimos, así sin más y sin remedio, aunque no en tren, sino en una pequeña camioneta cargada con las camas y el Cristo crucificado, el armario de luna y la banqueta donde el abuelo, la Singer y la ropa (tan bien doblada por mi madre) y los cuatro cacharros de cocina, yo cargado con mis cuentos y tebeos (que terminaría vendiendo por cuatro perras expuestos sobre la acera con piedrecitas encima para que no se los llevase el viento). La camioneta una carraca asmática dando botes ciudad arriba con nosotros dentro junto a los muebles y los cacharros, mi madre ¡Huuuuu!, mi padre al chofer, Ten cuidao, muchaaaacho, sonriéndome tranquilizador, esturrufándome el pelo, comprobando la sujeción de los muebles, que al arrancar se había venido abajo una caja que entre otras cosas contenía un orinal de loza que salió despedido haciéndose trizas contra el adoquinado entre el cachondeo general, qué vergüenza. Fuimos a Horta, más allá del Turó de la Peira, en un bloque del Paseo Universal esquina con Doctor Letamendi, junto a la montaña donde había un hospital para leprosos donde subíamos en grupo a verlos la cara carcomida por el mal, que era un espanto, como el Vicent Price en Los crímenes del museo de cera, ellos haciéndonos ¡Uuuuuuh! y nosotros zumbando montaña abajo, que sólo me faltaba eso, que los espectros habían venido todos conmigo y aunque la voz me traicionara ora con repentina gravedad ora con agudos de zagala y el bozo me acarbonara su sombra sobre los labio, el miedo no aflojaba las mórbidas ügaduras con las que me sujetaba el ánimo. En Horta me hice mayor manchando un cromo de Sarita Montiel en El último cuplé, pero allí ser grande, perra suerte, no era ya requisito para nada, casi todos lo eran, y el que no, era hermano de alguno, por lo que me quedé sin poder mandar Tu no jugues, imbècil Tu de porter i a callar, porque además nadie allí hablaba catalán, todos de Extremadura y por ahí, que uno de Feliu y Codina sí y se llevaba todas las hostias, como yo en Sans , que la vida es una cosaPara paliar mi añoranza me inventé el subterfugio de buscar en los nuevos a mis viejos compañeros de calle y decía este es el Quique, este el Fermín, aquella la Nuri, o Mercedes (Alicia no, que a Alicia no quise compararla con nadie), y así terminé encontrando al Lito en el Diego, el pelo más corto y claro, la mirada menos honda, pero igual de serio y ágil y valiente y bueno (como luego a José Luis en La Torrasa, alto y rubio y también más bueno que el pan, que terminó entre naturales y chicuelinas ,capotazos y desplantes de novillero con el nombre de Joselito de Almería), que yo no sabría muchas de esas cosas que te suben al podio de los chavales, pero inspirar aprecio y protección del mejor de nosotros sí sabía (aunque años después, ya un hombre, me equivocara con Boy, la única vez,), que era un superdotado emocional como se dice ahora, y el Diego me adoptó, como yo a él, también un hermano, el que nunca tuve, los dos

siempre juntos, que más de una vez llegué tarde a la escuela por esperarlo, los dos por aquellas cuestas, atravesando las casas baratas hasta el Ramiro de Maeztu, que era el último curso y de pantalón corto, mi padre ¿Qué quieres ser? y yo, pensándolo, mirando hacia arriba, haciendo hunimmmm, Mecánico, que no se yo por qué la mayoría de nosotros queríamos ser mecánicos, y mi padre ¿Mecánico?... Mecánico no, que los mecánicos pasan frío en invierno y calor en verano y llegan muy sucios a casa. Déjame que lo piense. Y un día llegó con los papeles de ingreso en la Escuela Industrial, que estaba y está en la calle Urgel, y me dijo Serás delineante, y yo ¿Qué es eso? Algo que tiene que ver con el dibujo, y tú dibujas muy bien, (que fue la única vez que dijo muy bien y no medio regular) los delineantes están en la ofícina, calentitos en inviernos y fresquitos en verano, y no te faltará el trabajo, que en eso se equivocó, el pobre, que hoy, ya con la edad en que murió el abuelo, después de sufrir también la tos y el sanatorio, de conocer el amor y su reverso, el pavor de la paternidad, la ilusión y el desencanto, pero también el gozo de la amistad y la comprensión de tanto, y todo con la misma vieja ropa ( que nada de traje ignífugo plateado y brillante con zapatos a juego), soy un cadáver laboral en la fosa común del desempleo, mientras el mundo anda metido en un apocalipsis que no cesa, el Diego y yo contentos, cogidos por los hombros camino del último curso y el inicio de todo, que ya te contaré.... ...Hasta hoy, sabiendo ya lo que me esperaba cuando le pregunté a mi padre, Padre cuántos años tendré yo en el año 2000, que cómo iba a imaginar que tú.

FIN

A Marie-Odile, que me esperaba en el umbral del 2000.

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