I.- La referencia del colectivo

El VIH/Sida en la deconstrucción de la identidad gay Por Luis Manuel Arellano Introducción. Cuando decimos “los gays mexicanos” ¿estamos apelando a un

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El VIH/Sida en la deconstrucción de la identidad gay Por Luis Manuel Arellano Introducción. Cuando decimos “los gays mexicanos” ¿estamos apelando a una identidad o a un enunciado performativo? Planteo esta disyuntiva conceptual porque creo que constituye una pregunta básica al interior del colectivo homosexual que, a pesar de estar integrado por distintas expresiones o formas de asumir disidencias frente a la norma del comportamiento heterosexual, aparece ante la opinión pública como un referente común y generalizado.

Un referente, que necesita revisarse y actualizarse pues no basta con aceptar que los homosexuales en este país difícilmente pueden constituir una identidad social, si no se cuestiona el “modelo dominante de comprensión del homoerotismo entre varones” (Núñez, 2001). Ciertamente no soy el primero en plantearlo, pero vengo a ofrecer algunos elementos desde la epidemia del VIH/Sida que nos ayuden a intentarlo, convencido de la importancia de revisar la noción de lo “gay”, que el creciente mercado de consumo ha equiparado como una vida efímera, nocturna, de mucha actividad sexual, anónima, de gasto suntuoso y desparpajo. Construcción que, en consecuencia, se recoge en los medios de comunicación y se almacena en el imaginario social.

Me resulta urgente hacerlo para beneficio de los miles de homosexuales que viven con VIH/Sida y que por esa condición están quedando marginados no sólo de las políticas gubernamentales de equidad de género y no discriminación sino del propio colectivo, pues una y otra soslayan el rasgo volátil de las identidades sexuales.

I.- La referencia del colectivo

Antes de iniciar mi intervención, creo conveniente delimitar la noción de “colectivo” como indicador de las disidencias sexuales en el país. Y sugiero hacerlo desde la aproximación a este concepto entendido como una “unidad de análisis y referencia” (Eribon, 2001), que va más allá de líderes o personajes en lo particular. Pensando en la experiencia mexicana estoy cierto que el colectivo puede visualizarse, por lo menos cada 365 días durante la marcha que desde hace 27 años homosexuales y lesbianas

realizan en la capital del país, donde sin duda están representadas las distintas expresiones de la multitud sexual en cuestión.

Pues bien, me tomaré esa licencia y esa será mi conceptualización del colectivo durante la presente intervención.

No obstante, quiero hacer otra precisión: como mi abordaje está hecho en torno de la epidemia del VIH/Sida y sus efectos en la deconstrucción de la identidad gay, voy a concentrar mis próximos minutos únicamente en dicho modelo de vida, asimilado como “normal” por el efecto mediático del mercado de consumo homoerótico, teniendo en cuenta que al estandarizar sus patrones de comportamiento produce una “significación nueva de todo el pasado” en que se crearon los individuos asimilados a esa identidad (Córdoba, 2003). Y ese es un punto central de la perspectiva queer que también trataré de abordar.

Han transcurrido suficientes años para preguntarnos por qué en nuestro país la epidemia del VIH/Sida sigue concentrada en gays. ¿Alguien se ha cuestionado, acaso, cuál ha sido la contribución del propio colectivo para que la infección no abandone sus lugares de reunión y socialización?

Me resulta, por eso, importante señalar la persistencia, idea o creencia de que sólo se puede ser gay sin modificar los referentes construidos en torno de una identidad comprendida únicamente por su condición sexo genérica y que ésta llegue a encontrar más sentido si se mantiene distante de la información acerca de cómo evitar la transmisión del VIH, desdeñando las escasas campañas de prevención que logran irrumpir los lugares de ligue, diversión y reunión.

Como no quiero herir susceptibilidades sino abrir un espacio de reflexión, formulo un reconocimiento a los activistas que merecen mi respeto y consideración, así como a muchos otros hombres que tienen proyectos de vida más laxos y protegidos, independientemente de que se asuman gays por entender esta palabra como sinónimo de la homosexualidad.

Pero, para terminar mis precisiones, quiero insistir que me motivan esta intervención los hombres homosexuales que viven con VIH/Sida. En ellos he pensado al escribir las líneas que ahora comparto con ustedes.

II.- El VIH/Sida y la vida gay

En México el binomio gay-VIH/Sida ha sido abordado desde diferentes y variados ámbitos, pero en pocas ocasiones mediante cavilaciones que nos permitan reflexionar si el colectivo está preparado y dispuesto a ajustar la construcción de su propio proceso social para disminuir la prevalencia de la infección en esta población que alcanza un porcentaje del 15% mientras que en la población general es de .29%.

E insisto en este asunto porque la epidemia sigue golpeando con dureza al colectivo homosexual. Voy a compartir con ustedes algunos números sobre el impacto de dicha enfermedad que, en el ejercicio de mi profesión periodística y mi actividad laboral, he podido obtener, aclarando que no son datos oficiales pero cuya estimación tiene sustento al cruzar información epidemiológica y del Registro Nacional de Casos de Sida.

Antes, también diré que el VIH/Sida es la única enfermedad que acumula casos y los distingue por sexo y formas de transmisión. Asimismo quiero recordar que las características de la epidemia en México la presentan como una infección transmitida en un 96% de los casos por vía sexual y que está concentrada en poblaciones específicas, particularmente en la integrada por los Hombres que tienen Sexo con Hombres, entre los cuales la identidad gay ha sido la más afectada.

¿Cuántos hombres gays han muerto por Sida? Es probable que más de 55 mil de los casos notificados ante la Secretaría de Salud. ¿Cuántos hombres gays están tomando medicamento en este momento? Sin duda más de 20 mil. Y ¿Cuántos hombres gays viven con VIH sin haber desarrollado todavía Sida? El número que pongo sobre esta mesa es de una cantidad que puede oscilar entre los 100 mil y los 200 mil, dependiendo de los parámetros que se tomen en las estimaciones proporcionadas por las autoridades sanitarias.

Si sumamos estos números, la cantidad de hombres gays mexicanos que han establecido contacto con el VIH, incluidos vivos y muertos, es mayor a los 250 mil ciudadanos. Y digo ciudadanos porque las disidencias sexuales, las conocidas y las que estén por venir, todas requieren discutirse desde la referencia de su ciudadanía.

De acuerdo a la Secretaría de Salud, cada año se diagnostican más de 4 mil nuevos casos de VIH siendo “la cuota” para los homosexuales la más alta. Como ya lo he dejado entrever, la transmisión de este virus es actualmente en un 96% de los casos por relaciones sexuales no protegidas, lo cual indica que no han disminuido las condiciones de riesgo, significativamente: aceptar encuentros sexuales anónimos, considerar que toda relación corporal necesariamente conlleva la penetración anal u oral, que el condón puede esperar o descartar la eventualidad de encontrarse con una persona seropositiva porque “no se le nota”, etcétera.

Más algo es cierto: la vulnerabilidad al VIH y otras infecciones de transmisión sexual no se presenta porque el individuo asuma la orientación, preferencia o rol homosexual, sino por aceptar y buscar emular la construcción identitaria de lo que debe ser un gay.

III.- ¿Se puede ser gay y tener VIH/Sida?

Durante mi participación en el primer encuentro de Escritores sobre Disidencias Sexuales, realizado el año pasado en la Universidad de Guadalajara, señalé que con el VIH/Sida el discurso de liberación e igualdad para todos los homosexuales ya sólo es una referencia del tiempo en la sinuosa marcha que el colectivo ha transitado persiguiendo la utopía de emancipación de la norma heterosexual.

También hice referencia a la discriminación que el colectivo ha venido realizando en contra de los gays que están viviendo con VIH/Sida, al imponer una nueva forma de exclusión, ahora por motivos de salud (“enfermos” y “sanos”) que, dije entonces, se sumaban a las distinciones ya existentes por motivos de raza, peso, talla, rol sexual, edad o condición económica.

La anterior aseveración sigo observándola en la medida que abundan proyectos visualizados y alentados desde el colectivo para evitar nuevos casos de VIH entre

gays, pero ninguno para promover la prevención secundaria y evaluar qué tanto los gays infectados pueden seguir siendo gays.

Esta situación me resulta crucial porque habiéndose construido con el referente identitario en cuestión, el homosexual con VIH/Sida sigue considerándose gay en tanto que para el colectivo es sólo un hombre “enfermo”. Insisto: el individuo se asume con esta identidad pero su estilo de vida ha cambiando sustancialmente, sobre todo si ya está bajo tratamiento antirretroviral.

Por ello, no me queda duda que la epidemia ha permitido distinguir la existencia de una sexualidad propia en cada homosexual y que ésta aparece o se puede recuperar una vez que la identidad gay queda diluida por los efectos que la inmunodeficiencia adquirida genera no sólo en la salud del individuo sino en el conjunto de referentes que lo han vinculado como una identidad aparentemente estable.

Y es que, como bien señalan algunos investigadores de los procesos de construcción de las identidades sexo genéricas y los planteamientos de la teoría queer, las identidades son inestables tanto individual como colectivamente. Incluso, hay algunos como Joshua Gamson que consideran necesario desmantelar esas categorías, porque observan que rechazar el estatuto de minoría constituye una clave para la liberación del individuo.

Por lo anterior, creo necesario empezar a formular algunas preguntas con la intención de irles buscando respuesta: Un hombre gay que vive con VIH/Sida, ¿debe seguirse asumiendo gay? ¿Los hombres homosexuales que viven con VIH/Sida requieren establecer lazos de identidad entre ellos? ¿Obtienen algún beneficio si se identifican a partir de su situación de salud? ¿Es importante? ¿Cuántos hombres homosexuales han logrado establecer vínculos identitarios por vivir con VIH/Sida? ¿Cuántos no? ¿Por qué?

IV.- Performatividad y VIH/Sida Judith Butler ha podido identificar el sentido performativo de las identidades en la reiteración o repetición de las normas mediante las cuales se constituye cada referente ante los demás. Parafraseando sus palabras me permito agregar que si los homosexuales se han convertido en gays es por la repetición de un modelo de vida

preestablecido y ahora condicionado por el mercado, e insisto, vinculado al entorno erótico, falocrático, de cuerpos bellos y esbeltos (que casi nadie posee más que en su imaginación), así como a la falsa percepción de que los gays tienen un alto poder adquisitivo.

Sin embargo, debe quedar claro dentro de este esquema, que los hombres afectados por el VIH, conforme avanza la infección y aparecen los síntomas asociados al Sida, van dejando paulatinamente de repetir los rasgos de la identidad gay. Entonces me surge otra pregunta: ¿necesita el hombre homosexual, sobre todo si antes se asumía gay, identificarse con una nueva identidad? No es fácil saberlo, empero, Butler ha dicho que “en ocasiones” el mismo término que podría aniquilar a una sexualidad disidente llega a convertirse en un espacio de resistencia.

En mi desempeño laboral he podido percatarme que existen varios elementos definitivos en la respuesta que el hombre gay dará a su vida tras enterarse de que está infectado con el VIH: uno es el nivel de información de la epidemia y su evolución; otro más está condicionado por el entorno social dentro del que vive; y también cuenta de manera importante el grado de internalización que desarrolle del estigma asociado al Sida.

En consecuencia, el que existan respuestas y tiempos diferidos entre los hombres homosexuales con VIH/Sida, plantea de inicio no una sino varias posibilidades a la eventualidad de construir una identidad emergente que, justamente por esta diversidad de circunstancias, no podría ofrecerse a todos por igual.

Y es que también existe un número importante de gays que, conociendo cuál será la respuesta del colectivo hacia ellos si se conoce su seropositividad, asumen la disposición de aparecer como “sanos”, por lo menos mientras no haya evidencias de que están infectados, sintomatología que sin duda aparecerá tiempo después como evolución de la disminución de su sistema inmunológico, del tratamiento antirretroviral y los efectos que algunos medicamentos pueden generar, así como de la eventualidad de que lograran construir una red de apoyo entre sus amigos o familiares.

No obstante estos matices, en los últimos años se han articulado redes de homosexuales con VIH/Sida para integrar nuevas comunidades donde la sexualidad ya

no es el factor central, lo cual tampoco presupone que se renuncia a su ejercicio. En estos ámbitos de encuentro e identificación, se está produciendo un paulatino efecto performativo debido a que no pocos miembros de esas comunidades, muchas de ellas virtuales, están reinterpretando sus vidas como si siempre hubiesen vivido con VIH/Sida. La identificación con el estigma (Córdova, 2003) asociado a la epidemia está generando una subversión, porque en lugar de asumir “los rasgos adscritos a esa categoría desde los discursos sociales dominantes”, se ha empezado a generar una transformación afirmativa que incluso cuestiona los usos y lenguaje con los cuales se ha nutrido el colectivo. En este sentido, es que los homosexuales que viven con VIH/Sida y ejercen su sexualidad, aunque la mayoría de ellos no lo perciban, están construyendo la última y más singular expresión de la diversidad sexual.

V.Desde una perspectiva queer, el VIH/Sida debería aquilatarse como herramienta para documentar el agotamiento de la identidad gay. Sin embargo, encuentro que la experiencia norteamericana y la que más recientemente se está impulsando en España, por citador dos ejemplos, no cuentan en este momento con condiciones para germinar en México.

En los Estados Unidos, la efímera experiencia de la Queer Nation hacia 1989 se diluyó cuatro años después -dicen los que han investigado ese episodio- porque se presentó como un movimiento radical al grado de que resultaba difícil tomar decisiones que posteriormente pudieran compartirse entre sus integrantes. No sé qué tanto la relación con ACT UP influyó en esta visión extrema, pero el movimiento se diluyó muy pronto en su expresión de movilización para quedar vinculada a la academia y la formulación de una teoría vigente dada su constante revisión.

Y en España, la teoría queer está generando sus propias aportaciones, quizá más radicales que las acuñadas a principios de los 90 en los Estados Unidos, facilitadas porque el Estado español ha logrado enfrentar con mucho éxito las resistencias ideológicas del conservadurismo y particularmente del clero católico. Las propuestas contenidas en el “Manifiesto contra sexual” de Beatriz Preciado, como la resexualización del ano, la abolición de la familia nuclear y el libre acceso a las hormonas sexuales, ilustran el ritmo con el cual se está desarrollando esta visión en la península ibérica.

No obstante, cito brevemente la propuesta queer por cuanto contiene elementos suficientes para evidenciar el punto más relevante de la crisis identitaria en los gays por no asumirse vulnerables, y que los expone no sólo a la violencia generada por la homofobia sino a al transmisión de infecciones sexuales, particularmente al VIH.

Mientras los hombres gays sigan resistiéndose a modificar o ajustar las pautas de comportamiento que han dejado los caractericen, aceptando además que pueden enfermar y envejecer, la sombra del VIH/Sida seguirá traduciéndose en nuevas infecciones con la consecuente pérdida de la calidad y sentido de vida.

Por lo pronto, muchos hombres homosexuales que viven con VIH o Sida han comprendido la ilusión y los espejismos de la vida gay.

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