II CONCURSO DE RELATOS INFANTILES EL AGUA EN TU ENTORNO 2013

II CONCURSO DE RELATOS INFANTILES “EL AGUA EN TU ENTORNO” 2013 RELATOS PREMIADOS CATEGORÍA A.- 5º y 6º de Primaria CATEGORÍA B.- 1º y 2º E. S. O.

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II CONCURSO DE RELATOS INFANTILES “EL AGUA EN TU ENTORNO” 2013 RELATOS PREMIADOS CATEGORÍA A.-

5º y 6º

de Primaria

CATEGORÍA B.-

1º y 2º

E. S. O.

CATEGORÍA C.-

3º y 4º

E. S. O.

CATEGORIA A) PRIMER PREMIO Nombre: Claudia Yufei García Hermida Colegio: María Auxiliadora Puerto Real 6º Prima Relato: LA AVENTURA DEL AGUA Era un día del mes marzo en España. Al amanecer el cielo estaba cubierto de nubes que se movían lentamente porque hacía un poco de viento y lo que parecía un ligero silbido no era si no las mamás nubes despertando a sus pequeñas hijas, las gotas de agua. -¡Venga, perezosas! Ya ha amanecido y hoy parece que vamos a tener trabajo. -¡No, mamá! Todavía queremos dormir un poco más, hasta el mediodía solamente. -se quejaban las gotas. La nube más grande, Carolina, insistía a sus hijas GO-TAS-DE-A-GUA-EN-ELCIE-LO, que era hora de levantarse. Pero su vecina Filipina había decidido que no, que no molestaría a sus hijas y si querían seguir durmiendo, que lo hicieran. Simplemente se dejaría arrastrar por la corriente de aire y ya está, se iría a otro lugar. - ¡Mamá, mamá! ¿por qué nosotras no hacemos lo mismo? - le preguntó Go (que era la mayor) a su madre. - Porque tenemos un trabajo que hacer y es nuestra responsabilidad llevarlo a cabo. Go lo entendió y se apresuró a llamar a sus hermanas para poder cumplir con la tarea de ese día. Tas y sus otras hermanas se resistían porque pensaban que su trabajo era un poco aburrido: el ciclo del agua. Caer a la tierra, mojarlo todo, evaporarse de nuevo y luego volver con mamá a casa y así sucesivamente. A Carolina, que las estaba escuchando atentamente, esas palabras le traían nostálgicos recuerdos, pues a ella y a sus hermanas también les había ocurrido

algo parecido, y decidió tener una pequeña charla con sus hijas. - Venid todas, que tenemos que hablar. He escuchado a vuestra hermana Tas y tiene algo de razón. Si cumplís con vuestra obligación pero no le encontráis sentido a lo que hacéis, termina por aburrir, porque siempre es lo mismo: un ciclo y otro y otro. Pero, en cambio, si veis la importancia que tiene vuestra presencia en la tierra, os daréis cuenta que no hay trabajo ni misión más importante. Yo llevo cientos de años haciéndolo y estoy muy orgullosa. - ¿Y que podríamos hacer para cambiar mamá? - preguntaron todas a la vez revoltosas. -Pues buscar entre todas una solución. Y así fue. Después de desayunar, las pequeñas gotas empezaron a dar ideas pero ninguna les gustaba. Hasta que de pronto Go dijo: - ¡Ya lo tengo! Sus hermanas se apresuraron a preguntarle: - ¿Qué es, qué es? Y Go empezó a explicarle su idea: - Cada una de nosotras escogeremos un destino y caeremos allí. Mamá nos ayudará llevándonos a cada lugar. Observaremos qué hacen con nosotras y nuestras otras compañeras de todo el mundo en aquellos lugares y una vez cumplido nuestro ciclo del agua, regresaremos con mamá y cada una contará sus experiencias y sensaciones. Se lo contaron a su mamá y ésta, aunque un poco sorprendida y preocupada por la separación de sus hijas, les dijo que parecía una idea estupenda. En ese momento, A, la más pequeña, mostraba una cara un poco asustada, pero su hermana Cie (la más rellenita de todas) le dijo que no se preocupara y que escogiera un lugar cercano y si lo necesitaba que pidiese ayuda a sus compañeras cuando se encontrase con ellas. Por la tarde todas estaban nerviosas. ¡El momento había llegado! Se fueron despidiendo de su mamá y luego se dieron entre ellas un fuerte abrazo. Se dirigieron hacia el gran tobogán y deslizándose por él fueron cayendo poco a poco, una tras otra, a medida que su madre las dejaba en su destino. Pasaron unos días. Cada una había concluido su ciclo del agua y poco a poco fueron llegando y reuniéndose con su madre y sus otras hermanas. La que más y menos, llegaba cansada pero muy feliz pero muy feliz. Todas estaban deseando contar sus experiencias y no tenían paciencia. Carolina les dijo que se sentaran alrededor de ella y que empezara la más pequeña, A, y así, poco a poco, una tras otra empezaron a contar su aventura . - Yo me quedé muy cerca -dijo A-. Caí sobre el río Ebro, el más caudaloso de España. Su agua riega gran parte de las tierras de cultivo de ese país y además

suministra agua para el consumo de las personas. Aunque he estado poco tiempo, hemos visto muchas plantas, árboles, animales, vegetales y personas distintas. Me lo pasé chupi. Tas estuvo en Brasil: - ¡Qué calor! - empezó diciendo-. Me dirigí al río Amazonas que recorre el país y es el más caudaloso del mundo. Sus aguas transportan cientos de miles de millones de gotas como nosotras pero, lo que vi, no me gustó. Han desaparecido muchos bosques porque talan los árboles para hacer carreteras, grandes campos de cultivo y el ganado. ¡En fin, que el hábitat se ha modificado rápidamente y muchos indígenas han tenido que abandonar sus poblados. - Pues yo vi una cosa muy curiosa - contó Gua-. Estuve en Holanda y allí para poder sustraer el agua de unos canales, emplean unos grandes molinos de agua y tras pasar por unas depuradoras la conducen a unos grandes depósitos de donde la distribuyen para su consumo. - ¡Me toca, me toca! - decía nerviosa En-. Yo me caí por una especie de tobogán gigante al que llaman cataratas, las Cataratas del Niágara, en Canadá. Llevan una gran cantidad de agua y gente de todo el mundo va a visitarlas. Realmente es asombroso, un prodigio de la Naturaleza y aunque al principio da un poco de vértigo, la verdad es que fue divertidísimo. ¡Incluso hay un barco con turistas que pasa por detrás de las cataratas! - Continúa, Lo - dijo su madre. - Mi viaje no fue tan divertido porque yo caí en el mar Muerto y allí no hay vida. Su agua tiene tanta sal que no sobreviviría ningún ser vivo. Y además vi una cosa extrañísima: las personas flotaban en el agua cuando se introducían en el mar y ¡no se hundían! Una compi me explicó que era debido a la gran cantidad de sal y que por eso también extraen barro del fondo para untársela por todo el cuerpo porque contiene minerales beneficiosos para la salud. - Y, tú, Go, ¿dónde estuviste?-le preguntaron sus hermanas. - Pues yo estuve en China y ¿sabéis una cosa? Allí hay un juego de damas que se llama como yo. Bueno, a lo que vamos. Aunque hay unos ríos muy caudalosos y largos, el agua en las ciudades no es potable, así que tienen que hervirla para poderla consumir. ¡Vaya trabajo! - África, el continente negro. Allí estuve yo -comenzó De su relato Un poco apenada-. El agua es muy escasa en muchísimas zonas. No tienen para los regadíos ni el ganado por lo que escasea mucho la comida. En los poblados hay unas personas encargadas de ir a buscarla a pequeños pozos que generalmente están a unas cuantas horas de distancia por lo que dedican a esta tarea la mayor parte del día y además tienen que venir muy cargados. - La que ha pasado más frío he sido yo - dice El, que cuenta cómo llegó al Polo

Norte y como enseguida se quedó tiesa de frío porque ¡se congeló! Aunque fue por poco tiempo ya que debido al Calentamiento Global ella y sus compañeras se descongelaron rápidamente. Una de sus amigas les contó que antes no era así ya que permanecían congeladas grandes temporadas pero ahora con esta calor todo ha cambiado. Por último Cie cuenta su relato. Corto, pero al fin y al cabo, su relato. -¡Aburridísima! -dijo-. Me tocó encima del desierto y cuando estaba a mitad de camino, me tuve que dar la vuelta porque me achicharraba. Sé que algunas compis de vez en cuando se quedan y se refugian en unas plantas llamadas cactus que guardan el agua durante muchísimo tiempo. Carolina, después de escuchar a todas sus hijas, les dijo que se sentía muy orgullosa de ellas por haber sido tan valientes. - ¿Cuál te ha parecido la aventura más importante mamá? - le preguntó A. - Todas lo son, hijas mías. Cada una habéis tenido la oportunidad de ver lo importante que somos para el desarrollo de la vida en el planeta, pero también habréis observado que el agua, a veces, está muy mal repartida y que a algunos le sobra y la derrochan y malgastan y otros en cambio tienen que hacer grandes esfuerzos para conseguir y conservar una pequeña cantidad. - ¿Qué se podría hacer para solucionarlo, mamá? - preguntó Go, la mayor. - Pues yo creo que una vez que nosotras cumplimos con nuestra misión, el ser humano debe buscar recursos y soluciones para poder guardar el agua que le suministramos, utilizarla y repartirla de la mejor forma posible para que todos puedan beneficiarse de este recurso que la naturaleza les proporciona y que si no aprenden a conservarla, pueden encontrarse con grandes problemas como ya está empezando a ocurrir desde hace algún tiempo. Ya cansadas, después de contar sus relatos, se fueron a descansar y Carolina, más que nunca, creía en el valor y la importancia de su tarea.

CATEGORIA A) SEGUNDO PREMIO Nombre: Claudia Jiménez Albarrán Colegio: C.E.I.P. EL RETIRO 6ºB Relato: EL CASO GUADALETE -¡Se abre la sesión! -anunciaba Don Castor. Hubo un murmullo en la sala que, poco a poco, desapareció y dio paso a la acusación de Doña Pata: -¡El río Guadalete ya se ha desbordado casi seis veces! ¡Es imposible nadar por

las zonas inundadas cuando sabes que hay troncos y ladrillos a la deriva, y menos con mis patitos! -Es verdad, pero no podemos hacer nada contra la Madre Naturaleza -proclamó un jurado. -Mmmm... veré qué se puede hacer -dijo Don Castor. Los problemas relacionados con la crecida del Guadalete preocupaban cada vez más a los animales que habitaban en su ribera, y los casos en el Tribunal del Dique desbordaban al pobre juez. Tenía que buscar una solución provisional para ganar tiempo y después, acabar con él. Esa noche el viejo Castor no conseguía pegar ojo, así que salió a meditar un rato. En esos instantes de reflexión, se acordó del trágico accidente que sufrió en la carretera del poblado de Lomopardo. Recordó también a la niña que le salvó la vida aquel día, Amelia. Corría el año 2005 cuando la conoció: bajita, morena, con los ojos más negros y bonitos que había visto jamás y una tierna sonrisa que inspiraba seguridad. La pequeña estaba haciendo una ruta en bicicleta con sus primos cuando lo encontró moribundo en el arcén de la carretera. No dudó ni un instante y lo metió en la cestita de su bici, dio media vuelta y salió a toda velocidad hacia el núcleo urbano, donde de inmediato acudió a un veterinario. Los siguientes dos meses, Amelia estuvo cuidando de Castor como si fuera su madre, hasta que se encontró completamente recuperado. -¡Adiós, amigo, hasta siempre! -decía entre lágrimas Amelia a la hora de soltar al animal en el río. -¡Adiós, Amelia, nunca te olvidaré! -decía Castor De esto hacían ya unos cuantos años, pero él lo recordaba como si fuera ayer. Al día siguiente, Castor se aventuró hacia el núcleo urbano. Se dio cuenta de que la ciudad estaba muy cambiada desde que pasó por allí. Estaba todo inundado y los campos de algodón se habían convertido en un espejo de agua que reflejaba el cielo gris oscuro; se avecinaba una tormenta. Llegó a los primeros barrios después de Los Albarizones, e iba escondiéndose de todo el que pasaba por temor a que le atacaran. Consiguió meterse en la casa antes de que estallara la tormenta, y encontró a Amelia que, tras llegar del instituto empapada, se estaba dando una ducha. Al principio no reconoció a Castor, pues antes era mucho más pequeño, pero después se dio cuenta de quién era. Con la ayuda de los gestos de Castor y una pizarra para dibujar, Amelia se percató de lo que quería su amigo. -Castor, no te prometo nada, pero haré lo que pueda. -dijo la niña. A Amelia le preocupaba el campo de sus padres, pues estaba anegado debido al río y las vacas y ovejas de la granja estaban muriendo ahogadas, pero le preocupaba aún más la tormenta, y Castor tenía que volver solo a su casa.

-¡Quédate aquí hasta que pase el temporal, será divertido! A Castor se le iluminó la mirada. Así lo hizo, y antes de que la chica despertase, se marchó. En clase, la profesora de Ciencias Sociales le dijo a sus alumnos que escribiesen una carta a la alcaldesa que incluyera alguna sugerencia para mejorar la ciudad. Para Amelia era una oportunidad de oro para poder decirle a la alcaldesa que intentara remediar las inundaciones. Con todo su esmero, escribió la carta y la mandó. A los tres días, la alcaldesa, los ministros, y un montón de ecologistas y curiosos, estaban concentrados a orillas del Guadalete frente a varios periodistas. -El otro día -empezaba la alcaldesa- recibí en mi despacho, como todos los años, cartas de alumnos y alumnas de 2º de E.S.O. Las leí todas, pero una que me impresionó, fue la de una chica a la que le preocupaba el estado del río Guadalete. En la carta decía una cosa más o menos así: "Me preocupa mucho el estado del río. Sé que el agua es necesaria para la vida, pero con tanta agua acumulada en él, los animales no pueden vivir, ni tampoco los humanos, por favor, ruego que haga algo para remediarlo. "Inmediatamente me puse a pensar en una solución. Vamos a plantar muchos árboles para que absorban el agua sobrante, y para que purifiquen el aire de Jerez. Esta propuesta emocionó a los ecologistas. - Además, limpiaremos los cauces y los haremos más grandes para que puedan transportar mayor cantidad de agua. Esta última le gustó mucho a los granjeros. Todos se pusieron manos a la obra y, en menos de una hora, habían plantado más de quinientos árboles, y al día siguiente ya había máquinas trabajando en el cauce. Al mes siguiente, Castor había resuelto el caso de Doña Pata, que ahora podía nadar a gusto con sus patitos por el cauce limpio del río. Además, la población de animales residentes en la ribera aumentó considerablemente porque ahora podían comer jugosas hojas de los árboles y no conformarse con mosquitos y ranas. Amelia se alegró mucho, y con esta experiencia, escribió su primer cuento infantil. Trataba de la importancia del agua para los humanos, porque bebemos y usamos la energía hidráulica, para los animales, porque es su entorno de vida, y para el planeta, porque sin el agua no existiríamos. Más tarde, a los veinte años, ya había publicado cinco novelas que recibieron muchos premios y galardones. Y, al final de su vida, Castor, que había tenido seis preciosos nietos, se retiró del oficio de juez, dejando a su hija menor, a la que había llamado como su amiga, Amelia, el Tribunal del Dique .

CATEGORIA B) PRIMER PREMIO Nombre: Alberto Romero Vallejo Colegio: Nuestra Señora del Carmen 2º ESO B Relato: SOMOS AGUA Mi abuelo era una persona bastante mayor y por eso era sabio, porque como dice el refrán más se sabe por viejo que por diablo. Conocía todas las cosas que nos rodeaban. Le encantaba el campo, las plantas, los animales, toda la naturaleza. Recuerdo cómo tenía la pequeña parcela que rodeaba la entrada principal de mi casa y cómo cada vez que volvía del colegio me decía que le ayudara a regarla. Le encantaba contarme fábulas, leyendas y cuentos relacionados con la vida en el campo, esa que yo no conocía. Le apasionaba la ciencia y comprender el por qué de las cosas. Pero lo que más le gustaba, lo que más le interesaba por encima de todas las cosas, su verdadera pasión, era el agua. Somos agua me decía cada vez que me bañaba; somos agua me decía cuando llovía; somos agua me repetía una y otra vez cada vez que hablábamos de la vida. Yo nunca supe por qué me repetía constantemente aquella frase, y por qué le daba tanta importancia al agua. Él me contaba millones de historias sobre su infancia. Recuerdo una que me contó muchas veces. -Antiguamente, no había agua potable en la mayoría de las casas. Para poder beber agua, teníamos que ir a la fuente más cercana o bien a la azotea, donde estaban los depósitos de la lluvia -me decía cada vez que abría un grifo y dejaba correr el agua tontamente. Él vivió la Guerra Civil y la Posguerra y me explicaba que eran tiempos de penuria, donde la gente pasaba mucha hambre. Me enseñó algunas fotos de aquella época que me daban miedo y pena, porque nunca me imaginé que así hubiera vivido mi abuelo. Él me decía que era un chico afortunado. Mi abuelo me dijo, y eso sé que nunca se me olvidará, que la Tierra ha cambiado y que los hombres de hoy en día no quieren darse cuenta de esta transformación, ni quieren adoptar nuevas formas para poder frenar el cambio climático. Yo entendía por cambio climático el cambio de estaciones, y fue mi abuelo quien me lo aclaró todo. El cambio climático se produce con el paso de muchos años, pero como mi abuelo tenía ochenta y dos, ya habría visto y oído muchísimas

modificaciones de la estructura de la Tierra. Él me mostró desde su experiencia y sabiduría, una imagen del planeta totalmente diferente: todo estaba inundado. -Claro, por eso es tan importante el agua -le dije. Pero rápidamente me respondió que se debía al calentamiento del hielo, que se encuentra arriba y debajo de la Tierra, y que eso hacía que el nivel del mar aumentara. Entonces yo empecé a darle vueltas a mi cabeza hasta hoy, que a mis catorce años, no he podido comprender la gran cantidad de agua que hay en el mundo, y el mal uso que hacemos de ella, sin pensar que tan solo una mínima parte es potable. -Y hay que ver la gracia que me hace que la gente tire basura al mar - comentaba muchas veces. Y me decía que si pillaba a alguien algún día tirando desperdicios al mar, le daría su merecido castigo. A mí me daba mucho miedo cuando mi abuelo decía eso, así que nunca tiré nada al mar; y no solo por el castigo, sino también porque con mi abuelo he aprendido que el agua no es de usar y tirar. Que el agua verdaderamente es importante, y que algún día, si seguimos destruyendo la naturaleza, la echaré en falta. A mi abuelo le hubiera gustado ser científico, y yo creo que habría sido uno y de los buenos. No había especie ni zona del Universo que no se conociera. Él decía que lo de buscar agua en Marte no era uno de los principales objetivos del ser humano en esta vida. -Nos deberíamos preocupar de lo que pasará en unos cuantos años. No quedará ni una gota de agua potable en nuestro hábitat, y no sólo moriremos nosotros, sino todo lo que hay a nuestro alrededor. No vamos a conseguir nada buscando agua en otro lugar. Nuestro objetivo siempre ha de ser conservar nuestro planeta. Las palabras de mi abuelo las echaré en falta toda la vida. Pero siempre lo recordaré por sus grandes actos de solidaridad, por su ayuda y su compañía, por su compromiso con el medioambiente, por sus preocupaciones por conservar el planeta y por su cariño, que compartía con todos. Es verdad abuelo, somos agua, lo comprendí el día que te marchaste. Recordando tus palabras, tus juegos, se me llenan los ojos de lágrimas, de agua. Somos agua, abuelo. Seré un chico afortunado, pero gracias a ti, sé lo que es vivir y sé cómo respetar a nuestro planeta. No sé como agradecerte todo lo que me has enseñado en estos años. Y que sepas que siempre defenderé tus ideas, que cada vez que desperdicie inútilmente el agua del grifo me acordaré de ti, que cada vez que mire al mar, me acordaré de ti, que cada vez que la lluvia me moje, me acordaré de ti, porque somos eso, abuelo, somos agua. Te quiero. Alberto Romero Vallejo

CATEGORIA B) SEGUNDO PREMIO Nombre: Yolanda Romero Vallejo Colegio: Nuestra Señora del Carmen 1ºB Relato: Cada mañana lo mismo. Cuando suena el despertador, Andrés salta de la cama como si un resorte lo impulsara y, antes del desayuno, mientras su madre le prepara la ropa, corre al cuarto de baño y abre el grifo para que el agua se vaya calentando. Con el sonido del agua, se mira en el espejo y fantasea con no ir hoy al colegio. Se desnuda y deja correr el agua caliente sobre su cuerpo durante uno, dos, tres minutos, hasta que la voz de su madre lo saca de su ensoñación. -Hoy llegas tarde -le dice desde la puerta-. Date prisa, que se te enfría la leche. Cada mañana lo mismo. Cuando suenan los gallos, Lavie sale de la cama, con cuidado de no despertar a sus dos hermanillos que duermen con ella. Aún está oscuro y sabe que hoy tampoco desayunará hasta que no vuelva de sus quehaceres. Su madre le ha dejado el vestido sobre la mesa antes de irse al campo y después de limpiarse como puede las legañas se mira en el reflejo del cristal de la ventana y fantasea con no ir hoy a llenar los cubos a la fuente. Los tres kilómetros que debe recorrer le pesan más que los tres cubos de agua que traerá para su familia, hasta que la voz de su padre la saca de la ensoñación. -Hoy llegas tarde -le dice desde la puerta-. Date prisa, o te quedarás sin agua. Andrés sale deprisa y da un salto para no pisar la manguera de riego que a esas horas baldea la calle, luego pasa junto a la fuente de la plaza e instintivamente le da al botón por el simple placer de ver correr el agua. Como cada día, se acuerda de que olvidó la botella de agua en casa, pero no le importa porque puede comprar una en la máquina del instituto. Lavie sale deprisa y saluda a las mujeres que recogen con cuidado el agua del charco que se formó tras las últimas lluvias. Son tan mayores que ya no pueden ir hasta la fuente y se conforman con llenar una botella con la que asearse y hacer un poco de caldo. Lavie tiene sed, y bebería también del charco, pero prefiere que esta agua sea para sus vecinas. Andrés vuelve del colegio sudando y mete la cabeza debajo del grifo para refrescarse antes de ir a la piscina. Odia las clases de natación, pero su madre insiste en que le vienen bien para la espalda. Lavie vuelve de la fuente sudando, los tres cubos llenos pesan mucho, pero

permitirán a su madre lavar la ropa, bañar a los pequeños y hasta hacer un poco de caldo. Odia tener que ir cada día a llenar los cubos y cuidar que no se derrame el agua por el camino, pero su madre insiste que esa fuente es la fuente de la vida. Andrés ayuda a su madre cada noche a regar las plantas del jardín. La manguera tiene varias posiciones y pulveriza el agua sobre las hojas durante un buen rato. A veces aprovecha para mojarse los pies y las manos aunque luego tenga que volver a la ducha antes de acostarse -Date una ducha - le dice su madre-. No te acuestes con los pies sucios. Es el mejor momento del día, cuando abre el grifo y dejar correr el agua mientras se cepilla los dientes, y la ducha caliente va empañando el cristal convirtiéndolo en una pizarra donde puede escribir su nombre, y el de sus amigos. Tiene razón su madre, nunca hay que acostarse sin darse una buena ducha. Lavie ayuda a su madre cada noche a fregar los platos. Utilizan el agua del barreño donde antes han chapoteado sus hermanillos mientras se bañaban. - No desperdicéis el agua -les dice su madre poniendo la ropa sucia junto al barreño para luego lavarla. Es el mejor momento del día, cuando vuelcan con mucho cuidado el agua del baño en las palanganas para fregar los platos. Lavie se moja las manos y se refresca la cara. Tiene razón su madre. El agua es la fuente de la vida. Andrés vive en un país del llamado primer mundo, aunque para él es el único mundo que conoce. Sabe, porque lo ha estudiado, que el agua es un bien escaso, pero también sabe que cada vez que abre un grifo, cada vez que pulsa una fuente pública, cada vez que va a la piscina, ahí está el agua. Lavie vive en un país del tercer mundo, aunque para ella es el único que conoce. Sabe, porque se lo dijo su maestra, que en otras partes del planeta el agua fluye de los grifos y que hay piscinas donde la gente se baña por placer, pero ella lo único que sabe es que si no llueve, si no se llenan los pozos y si no va cada día a llenar los tres cubos a la fuente, no tendrán agua, ni vida. Andrés y Lavie tienen la misma edad, posiblemente los mismos sueños y tal vez las mismas ilusiones. Pero no tienen las mismas oportunidades, aunque ellos no lo sepan, por haber nacido en dos mundos distintos. Tal vez no podamos cambiar esta historia, pero si podemos concienciarnos de que hay algo que nos une, el agua y que el agua no nos pertenece. El agua es de todos, el agua es la vida.

CATEGORIA C)

PRIMER PREMIO Nombre: Anabel Román Sánchez Colegio: IES Fernando Savater 4ºB Relato: CORRIENTE DE AGUA Hacía mucho calor en la gran sala del aeropuerto de Málaga, la gente se agolpaba alrededor de una mujer que iba nombrando a cada niño y su familia asignada. Mamá y yo fuimos a sentarnos y esperar. El minutero del reloj parecía ir a cámara lenta. Tenía la esperanza de que el nuestro fuera un niño, pero no pude ocultar mi desilusión cuando nombraron nuestro apellido y mi madre apareció de la mano de una niña. Vivo en un pueblo pequeño y escondido entre montañas llamado Benamahoma, en el que nace un río. Casi todos los habitantes son ancianos, hay muy pocos niños de mi edad. Mi madre pensó que sería una buena idea acoger a un niño saharaui durante el verano, así no solo le ayudaríamos sino que también yo estaría más acompañado. Se llamaba Naia, tenía mi misma edad y estatura, pero esas dos cosas eran lo único que teníamos en común. El contraste entre nosotros era como el día a la noche. Ella era muy delgada, toda huesos, de piel oscura, una gran melena rizada de pelo negro y unos ojos negros, profundos y desafiantes. Yo sin embargo era más bien gordito, de piel blanca y sonrosada, con el pelo rubio y lacio y los ojos azules. La primera vez que recorrimos las calles de mi pueblo, Naia lloró en la fuente , tres chorros de agua limpia y fresca que emanan de la tierra incansables. Sus delgadas manos cogían el agua para beber una y otra vez hasta hincharse la barriga. Luego la llevé al río, el invierno había sido bastante lluvioso y el caudal era abundante para la estación en la que estábamos. Naia sin quitarse la ropa, se metió en un pequeño embalse que hace el río, saltaba de alegría sin importarle que las piedras del fondo se clavaran en sus pies o que el frío helase su cuerpo. Mi madre me explicó que en los campamentos del Sahara, a los niños se les encarga andar varios kilómetros hasta los pozos para volver cargados de agua, agua que es del color de la pobreza y de la tierra en la que solo crecen temores y desdichas. Íbamos juntos a todos lados, yo en mi bicicleta y Naia corriendo a mi lado. Pronto comprobé lo rápida que era. Además jugaba muy bien al fútbol y a todos juegos a los que jugáramos con mis amigos. Yo no soy muy bueno en ningún deporte y empecé a tener la sensación de que preferían jugar con Naia antes que conmigo. Por eso un día la llevé a hacer el sendero del río hasta el bosque. Naia disfrutaba tanto que empezamos a hacer las rutas que los turistas hacían en mi pueblo, todas las mañanas nos colgábamos las mochilas a la espalda y dejábamos el pueblo atrás acompañados del sonido del amanecer.

Nunca había estado tan agotado y me habían dolido tanto las piernas, pero aguantaba porque Naia no se quejaba. Naia decía que Ala había hecho brotar el agua de la tierra y había creado este paraíso en el que vivíamos. Nunca había pensado que viviera en un paraíso. En el colegio la señorita nos había enseñado como el agua se evaporaba y comenzaba el ciclo interminable del agua, y por eso sabía que no era obra de ningún dios pero en una cosa llevaba razón: el agua había creado los bosques y toda la naturaleza que me rodeaba y que hasta ahora nunca me había adentrado en ella. No era Naia la única que estaba descubriendo cosas nuevas, para mí estaba cambiando mi visión del mundo. Por las tardes, nos íbamos al río, bajo la sombra de los árboles el calor es menos sofocante. Nos bañábamos en cualquier hueco donde la corriente no fuera demasiado fuerte, mientras la espuma nos rodeaba y Naia me contaba historias de su mundo, algunas parecían ser sacadas de una pesadilla pero para ella era algo normal. Y por las noches íbamos al mirador, allí buscábamos las estrellas tras un cielo profundo y oscuro, con la música de los grillos y el murmullo del agua de fondo. Durante aquellos días sentí como el tiempo transcurría demasiado rápido, escapándose entre mis dedos y haciendo que cada atardecer terminara sin avisar. Mis amigos se burlaban de mí, decían que parecíamos dos enamorados, siempre juntos. Al principio me avergonzaba y me molestaba bastante, pero poco a poco fue dándome igual. Una mañana en la que le cielo estaba teñido de gris y las nubes amenazaban en el horizonte cada vez más oscuras, mi padre preparó una gran mochila para acompañarnos en nuestra salida diaria. Así fue como subimos durante 4 horas montaña arriba, sin apenas divisar nada más que el camino que pisábamos. Una niebla espesa nos rodeaba y el vapor de agua se nos caló hasta los huesos, empapando nuestro pelo y haciendo que el de Naia tomara una forma muy divertida. A pesar de mis quejas mi padre insistía en que era el mejor día para subir al Torreón. Cuando llegamos arriba seguíamos sin ver nada, por eso desplegamos una tienda de campaña donde nos cambiamos las ropas totalmente mojadas y esperamos. Poco a poco los rayos del sol se fueron asomando tímidos entre las nubes y se fue despejando el cielo encima de nuestras cabezas. Y así fue como descubrimos un mar de nubes esponjosas a nuestros pies, estábamos en el cielo. Más tarde se fueron divisando también los valles, los bosques y los pueblos de un blanco intenso limpio por la lluvia. Cuando miré a Naia y vi como sus ojos brillaban de la emoción supe que sería un día que jamás olvidaría.

Y llegó el día de la despedida. Naia estaba preciosa con su gran melena rizada, su vestido blanco y su piel morena. Le regalé un álbum de fotos colmadas de sonrisas que había tomado en nuestras salidas, y ella me regaló una piedra con forma de corazón en la que ponía su nombre y la promesa de que volvería. Más tarde encontré en Google que Naia significa corriente de agua. Sé que volverás el verano que viene y que crearemos juntos muchas más historias que contar.

CATEGORIA C) SEGUNDO PREMIO Nombre: Manuel Alejandro Berraquero Sánchez Colegio: Nuestra Señora del Pilar, Marianistas Fijo Relato: ODIO LA LLUVIA. Las gotas golpean persistentemente el cristal de la ventana que está enfrente de mis ojos, como recordándome su existencia. Recordándome que es necesaria, por mucho que yo me empeñe en mostrarle mi desagrado cada vez que la veo, en pequeños fragmentos, bajar hasta caer derrotada en su vano intento por perforar el suelo. Y es que la lluvia es triste. Saca el lado más melancólico de nosotros cada vez que dos nubes chocan, llorando. Nunca me ha gustado mojarme con lágrimas ajenas, así que siempre permanezco en casa cuando allí fuera el sol desaparece. Y no es que le tenga miedo. Más bien todo lo contrario, ya que en ocasiones una media sonrisa maquilla mi boca cuando me descubro en mi memoria, mucho más joven, saliendo a la calle y gritándole al cielo que si él disfrutaba privándome de mi libertad. Pero de aquello hace demasiado tiempo. Hoy estoy viejo. Las canas salpican como si de un chaparrón se tratase mi desgastada cabellera, las arrugas fueron adquiridas hace mucho por mi piel como elemento decorativo y mi amor por los deportes de riesgo se convirtió en uno de los elementos que pueblan esa lista de cosas por hacer en mi segunda vida. Mi mayor entretenimiento es observar a través de mi ventana como el aguacero causa estragos en la sociedad. En ver, una y otra vez a través de mi ventana como todos salen corriendo cuando notan que el diluvio ha comenzado. Creo que ya hay poca gente a la que le guste la lluvia. Algunos románticos aún dicen que les inspira. Pero es mentira, porque lo que les hace imaginar un mundo alternativo es el aburrimiento que acompaña de la mano a esas horas muertas provocadas, como no, por la larga espera a que fuera de las cuatro paredes de su recinto mental escampe. Pero por mucho que yo profese mi argumentado sentimiento hacia la tormenta, ella es necesaria. Porque aunque me quiera morder la lengua al pensarlo, sin ella no estaría vivo. Y por eso la

amo, porque me ha dado la oportunidad de nacer, y de morir, con la existencia que eso conlleva. Por eso hoy, aunque pueda carecer de sentido, le dedico estas palabras a la lluvia. Al agua. Por la oportunidad que me brinda de estar aquí sentado, observándola desaparecer en cuestión de segundos de mi ventana, para darse de bruces con el mundo civilizado.

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