index Tierra Baldía Rafael Urzúa Macías Consejo Editorial

Tierra Baldía  index Rafael Urzúa Macías rector Ernestina León Rodríguez secretaria general Jorge H. García Navarro director general de difusión

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1 EDITORIAL Les presentamos Korad 14, correspondiente al trimestre julio-agosto-septiembre del 2013. Korad es la revista que persigue aglutinar la n

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Tierra Baldía



index Rafael Urzúa Macías rector

Ernestina León Rodríguez secretaria general

Jorge H. García Navarro director general de difusión

Eduardo López editor

Consejo Editorial Víctor Sandoval Juan Pablo de Ávila Rosa Luz de Luna Salvador Gallardo Topete Claudia Santa-Ana Óscar Santos Benjamín Valdivia Arturo Villalobos Edilberto Aldán Martha Esparza Ramírez cuidado de la edición

Sergio Rosales foto de portada

Tierra Baldía es una revista de Literatura de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su quehacer consiste en la difusión de la creación literaria local y nacional, sin fines de lucro ni de la promoción de un perfil único estético o de pensamiento. El criterio de selección de los textos se basa únicamente en la calidad literaria. Puede dirigir sus textos en poesía, narrativa y ensayo a la página electrónica [email protected] Visite nuestra página en Internet: http://revistatierrabaldia.blogspot.com El Consejo Editorial no se hace responsable por las colaboraciones no solicitadas. Impresa en el Departamento de Procesos Gráficos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Tiraje: 750 ejemplares. Agosto de 2007



sAlvador gallardo topete Lección de permanencia / Señor de la iracundia 3 eDuardo milán 5 aLejandro molina valerio A veces te pienso descalzo 7 aEhécatl muñoz gonzález Cuatro cuentos “bonitos˝ 8 aRlette luévano / Un poema de Casa en ruinas 10 lAura cristina villalobos Cada cabeza es un mundo 11 sAlvador gallardo cabrera Cinco cajas para una instalación 12 aRturo villalobos / Cinegrafismos 15 mIguel fernando yacamán Cuando nada tenía sentido 21 dIego andrés reyes / Hay moscas 23 sErgio martínez / Doña Luz 25 mArtín molina / Nadir 27 éDgar alberto garcía / Dos poemas 31 eDilberto aldán / Imagen única 33 eDuardo garay vega / Basta de lugares comunes 34 eLsa pérez paredes / El resbalón 35 aNa romo / El flamboyán 40 aNdrés téllez parra / Fábula 45 iRia puyosa / Señor cazador 48 jOrge gómez jiménez / El capitán frío 50 jUan manuel rodríguez 55 eDaín r.v. / La escritura del sí mismo en Nietzsche 56 yAvick loera / Leer libros de ciencia para imaginarte en otro lugar 65 eManuel durán / Lo nuevo de García Márquez 67 sErgio rosales / El silencio y la piedra (fotografía de toda la revista) 71 lAura zapata 74 mIguel ángel méndez / Cartas de amor / Metamorfosis 76 iLse díaz / Tercer mes 78 rEgina kalach atri / Rojos 80 rOdolfo jm. / El flautista 82 rOdrigo carmona / Mar / Quedarse así 86 sAntiago rojas valdivia / Distintos y distantes 88 rOsa patricia vázquez 93 jUan pablo de ávila / Suicidio 95 rIcardo moreno zapata / Tacos afrodisíacos 101 nÉstor duch gary / Una conversación a destiempo 104 dIana martín del campo / Y cada día 106 rAmón lópez rodríguez / Carta de un amor condicionado o m.m.p. 107 jAmes wright / Beginning (Traducción de Oscar Santos) 108 vÍctor sandoval / De agua de temporal 110 lOurdes de santos 112 rUbén torres / La epopeya latinoamericana 113 aLdo garcía ávila / El jimador 115 eLena de casas 117 mArc jiménez rolland /Frege, Perry y la semán tica de la primera persona 119 Tierra Baldía

sAlvador gallardo (el hijo) Lección de permanencia

Pero el amor revive de los huesos

desde el humilde vómer tremolando banderas victoriosas para dictar su lección de permanencia en los estratos húmedos de arcilla; la enhiesta espiga con su germen de vida desafiante. Otros serán quienes reciban

ahí la pequeña señal,

este gesto de amor, y en sus arterias un ligero

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temblor...



Señor de la iracundia

Señor de la iracundia

lanzo palabras como flechas,

putamadres, carajos,

pájaros de negra mierda,

gavilanes, azores, cuchillas cachicuernas. De la cólera el amo, cabrones lanzo azuzo perros, jabalíes y leones, gatosnavajas, ocelotesclavos.

como aceradas uñas:

Toda la furia

como piedra hondeo. Rompo, rasgo, reviento, y me mando a la chingada.

muerdo y te mando



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eDuardo milán

I No consigo estar de acuerdo conmigo: dudo, titubeo. ¿Qué debo decir que esté conmigo de corazón, no tanto de lenguaje? Es que el lenguaje es tanto. Y mientras al costado mi hijo espera, al costado mi hijo espera, al costado mi hija espera, pacientemente al costado mi mujer espera: Son tres hijos y mi mujer al costado del poema, al costado de mi ¿Qué es esta justificación tentativa de una tiniebla como si no tuviera derecho? La izquierda no me lo quita sea lo que sea ese derecho no civil, estar a una doble sombra, la de la. Árboles referí que estaban a un costado, esa paisajística ingenua: yo y al costado árboles en prolongación, voy con ellos, rasgos de una querencia con un yo central, pampa en el dibujo, charreteras de mi camisa, hombros de

desacuerdo conmigo.

cabeza.

mi

De su más reciente libro: De este modo se llena un vacío, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2007.

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Es que no consigo estar de acuerdo yo profundo con yo profundo, va uno por su lado y otro por su lado ladeados reconociendo lados de los que dudo, soldados.

* No israelíes

ya tipificados en su tipo ni soldados por

soplete A mi yo –mijo incaico de rodillas ante lo que cae- sino soldados por el sol dados a la infancia

Ganado el derecho

toro,

del cubilete.

a escribir como quiero,

vaca, oveja obligatoria, después de haber escrito como había, de haber escrito como no había –la intensidad no se excede: desaparece antes, pedazo

después

de naturaleza caído al blanco

espacio del poema, ¿escuché bien?– ancla, astillero corroído, un solo grito sofocado pero bien sofocado, eterno retorno de lo mucho Munch, de los que deberán esperar siglos para el salto, cangrejo a la garganta victoriosa ya no épica,

hímnica, hípica que habrá quedado atrás, inclinados quedan los vencidos sin tocar con la palabra el suelo.



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aLejandra molina valerio A veces te pienso descalzo

A veces te pienso descalzo eso es a menudo, más satisfactorio a pensarte desnudo

es como cuando decido entre cebollas y chocolates un todo en la nada, y nada en el todo. Así prefiero entonces respirar tus callos, tus desgastadas plantas,

pisada cansada,

tu

lo prefiero así antes de suspirar tras tu experimentada retórica, o tras una sonrisa dadivosa que no promete ni los dientes… Y desespero al pensar que “a ver qué sale entre el buitre y la lagartija”. pero… ¿qué sale? Penosamente, miradas sin un iris que tocar, bocas sin saliva con la cual jugar, dedos sin huella, y una rodilla… que nadie dobla. Así pasa el amor, ¿amor?... sé que nunca he sabido distinguirlo pero hasta lo que hoy mis nulas experiencias me han dejado saber, es lo que sucede entres dos personas se miran sin usar los ojos, y se besan el alma… dije, ‘nulas experiencias’.

pensando,

tocarse,

Dios juega con nosotros

que se sienten sin

A veces te pienso descalzo, y tropiezo con mis pies.

Alejandra Molina Valerio. 7 de Diciembre de 1990. Cursa el cuarto semestre de preparatoria en el Bachillerato de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

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aEhécatl muñoz gonzález Cuatro cuentos “bonitos”

Sueños… Personaje tuvo un padre rígido y malhumorado, quien en todo tiempo fruncía el ceño. Cuando personaje terminó la educación primaria, su padre le hizo saber que ya no era más un niño, que estudiaría para ser un exitoso abogado, que toda su vida estaría llena de trabajo, que aprendiera a ahorrar dinero y que dejara de soñar. Un año después de que el padre muriera, Personaje terminó la carrera de Derecho, aunque nunca consiguió empleo como abogado o en la jurisprudencia, se mantenía vivo trabajando, doce horas por día, como mesero y lavaplatos en un restaurante muy concurrido, empleo que ni siquiera lo dejaba pensar. Con sus ahorros que había guardado durante mucho tiempo, compró el “NTSJ 3000”, aparato que Personaje, antes de dormir, sólo tenía que conectar a su cabeza por medio de seis neurotransmisores que captaban el momento justo cuando comenzaban los sueños o las pesadillas, y cuando se detectaban, la máquina emitía sonidos chirriantes y fuertes que lograban despertar a Personaje. Así, noche tras noche pues sabía que sus sueños morían irremediablemente.

Personaje dormía contento

La enfermedad –¡Jija de la chin!– fue la frase inconclusa que dijo mi tío antes de haber caído por las escaleras del primer piso. Se golpeó consecutivas veces el cráneo con los siete barrotes; finalmente, quedó tendido sobre el suelo. Doña Enma la portera y Baltasar el cartero, después de ver consternados, acudieron al auxilio de don Acacio. –¿On toi? – fueron las primeras palabras de mi tío instantes después de haberse incorporado.

Aehécatl Muñoz González (ciudad de México, 1988). Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes y músico.



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Era la historia que siempre contaba Andrés cuando le preguntaban el origen de la enfermedad de su tío. En aquel día, mientras el señor Acacio Cristovo descendía por las escaleras pensaba en los mil pesos para pagar la renta, otros cincuenta para librarse de la deuda de las chuletas y no podían faltar las cuarenta y cinco aves marías con sus quince padres nuestros por haber llegado al derrame pensando en los senos firmes y redondos de Lupita. Algunos conocidos del señor Cristovo, con relación a la caída y al producto de ella, argumentaban que tuvo suerte; otros como el padre Callas pregonaban que era “porque así lo quiso Dios”, mientras que la esposa de Acacio, doña Genoveva, decía que era “un acto del demonio”, pues ahora ella era la encargada del sustento del hogar trabajando todas las tardes. Hoy, tres años después, la amnesia de don Cristovo no sabe distinguir entre un billete de 50 y uno de 20, ha olvidado el infierno y el cielo, inclusive no recuerda que hay que ir al baño. Para el señor Acacio la deuda de las chuletas está perdonada, doña Enma sólo exige 650 pesos de renta y, Lupita, quien se encarga del pobre hombre, le da de comer, lava, viste y si se porta bien le recuerda cómo tratar a las mujeres. Bendito sea.











Epitafio de la imaginación

Mis patas, que parecen sartenes golpeados, que son más bien verdes; las dos piernas que tengo, son sólo dos palos gruesos de caoba fina; mi larga cola de reptil es morada con un garfio oxidado en la punta; mi barriga es muy grande –será porque como mucho– con lunares y verrugas de todos colores; mi dos brazos, largos como las palmeras, son rojos o azules o negros, depende de mi estado de ánimo; mi cuello, bueno, no tengo cuello, pero si lo tuviera sería musculoso como los de los fisicoculturistas; mi cabeza es grande, tan grande como una uva blanca… ¿Qué haces? ¿Me tienes en tu mente, no? ¿Pues no que yo, la imaginación, estaba muerta?







Epitafio de la felicidad

A ver, una sonrisita, una sonrisita no más.

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aRlette luévano Un poema de Casa en ruinas En la última carta que escribí a mi madre no sé cómo con qué signos pero le hablé del árbol que plantamos

No espero una respuesta si acaso yo pudiera desear algo sería

una foto suya

Pero le hablé del árbol y de su gris contorno contra el cielo de la bondad con que calla de la amargura con que se va dejando morir

y mi instinto me dice él, que siempre responde aunque no lo espere,

que por la tarde

dentro de algunos meses mi madre tomará la carta y sabrá de toda la desesperación

con que la extraño

Arlette Luévano, Aguascalientes, 1976. Es licenciada en Derecho por la Universidad Bonaterra, institución en la que también cursó un posgrado en Amparo. Es maestra en Derecho Constitucional y Amparo por la Universidad Iberoamericana. Entre sus publicaciones se encuentran Mujer es isla; Apostillas negras; y Navegar la piel. Ha publicado en revistas y suplementos culturales. Desde 1997 es editora del suplemento cultural Ananke del diario Página 24 en Aguascalientes y Zacatecas. Con el poemario Casa en ruinas ganó en 2006 el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta.

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lAura cristina villalobos Cada cabeza es un mundo

A

l principio todo era tan negro, tan pacífico y acogedor, y yo, sólo un negro más, con mis ojos y todo. Me gusta pensar que alguna vez fui blanco, estoy convencido de que así fue, todos debemos ser así antes de nacer… Después vino el caos, las aguas se volvieron violentas y espumosas, bombas tóxicas… mamá fue atrapada por ellos y no quiero imaginar qué habrá sido de ella. Por eso temí por mi descendencia, los llevé a los lugares más recónditos, donde los campos negros eran más densos, pero resultaba inútil, poco a poco fui perdiendo a cada uno de ellos, estaba destrozado, parecía que no teníamos escapatoria, no podía protegerlos y eso me llenaba completamente de rabia, no había lugar donde la furia y la destrucción no nos alcanzaran. Dios se olvidó de nosotros y nos dejó en las manos de ésos, esos que aunque eran sólo diez –­y por lo general atacaban de dos en dos–, tenían más furia que un demonio, nos perseguían, nos aplastaban, no dejaron rastro de nuestra existencia. Jamás imaginé que nuestro fin sería tan tortuoso, aunque hay algo de lo que me alegro: jamás encontraron la forma de quitarnos el alimento, los que quedábamos en el mundo estábamos saciados hasta el tope. Después temí por lo que pudiera seguir a ese suplicio que hasta entonces habíamos vivido, temí que eso fuera sólo el comienzo y que lo más terrible estuviera por venir, y desgraciadamente, así fue. Un mal día, una cuchilla fulminó nuestros campos, se llevaron a mi esposa, a lo que quedaba de nuestra descendencia y a todo ser viviente que quedaba sobre la redonda superficie del mundo. No sé si afortunada o desafortunadamente yo pude saltar

antes de ser atrapado, me he salvado, pero me he quedado solo. Vivir sobre un perro con aspecto de trapeador,

a lado de unas garrapatas y pulgas no es una vida digna de un piojo. Tierra Baldía

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sAlvador gallardo cabrera Cinco cajas para una instalación Caja # 1 Contiene 3 gubias sujetas con una liga de goma/ navaja de afeitar con mango de carey, incrustaciones de plata o níquel, y una placa con este monograma: DGS/ frasco gotero de 10 ml./ un casete; en la etiqueta del lado A está escrito: Varios; en la del lado B: Music for amplified toy pianos/ vainas de colorines en una lata de sardinas/ volante de pizzas Hut/ cuaderno de bocetos marca Cachet con el lomo quebrado/ un pedazo de lápiz/ fotografía de una estela de reactor en el cielo/veletagallo oxidada con 4 orificios de bala calibre 22/ botecito de yogurt lleno de cáscaras de avellana/ tarjetas de palabras clasificadas por rimas/ libélula en un frasco de formol/ microchip en una cajita metálica de vick-vaporub/ placa con huellas fósiles de helechos/ cinta métrica/ fotografía de una casa roja de madera en el barrio de los ferrocarrileros de Aguascalientes/

Caja # 2 En la tapa de la caja está escrito a grandes trazos y con tinta color verde: De la verificación general de objetos antiguos y actuales. Verificación general, subrayado. Contiene miles y cientos de miles de listas, clasificaciones, morfologías y tablas de localización. También hay 54 disketes en una bolsa de plástico con una etiqueta en blanco. Listas escritas a mano, otras en máquina mecánica y otras más en computadora. Las hojas tienen 3 columnas: un nombre en la primera, un dibujo-descripción en la segunda y una cifra de localización geográfica en la tercera. Los dibujos no aspiran a la representación; parecen funcionar como elementos de invocación: corazón en un hueco en la casilla que corresponde a la magnolia, por ejemplo. A partir de la página 13, es posible notar la ruptura del sistema de comparaciones y analogías: las

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coincidencias entre los nombres, los dibujos-descripciones y las localizaciones se dislocan e iluminan ángulos difíciles de percibir. En la entrada Estanque de metano, hay un dibujo de un satélite muy alto sobre el océano y como cifra de localización las coordenadas de La Haya. Desde ahí, aparece una taxonomía dislocada por clases impuras, géneros escurridizos, fisuras entre los parentescos y las especies, evoluciones que no proceden por diferenciación, sino que saltan de una línea a otra entre seres totalmente heterogéneos; genealogías cruzadas y comunidades simbióticas. Cada página tiene muescas en las comisuras, líneas marginales en color naranja y cortes como entradas o perfiles. ¿Son marcas de un orden mayor; de un orden que daría sentido total a esas miles de páginas?

Caja # 3 Contiene 129 no objetos, objetos que se anulan a sí mismos, objetos provenientes de almacenes secundarios, objetos sin propósito alguno, objetos en ebullición, objetos desequilibrados, objetos de adaptación instantánea (al tocarlos se funden con nosotros replegándose sobre sí mismos), objetos en estado de hibernación, neo-objetos, objetos-trampa, objetos armándose con una paciencia presta para lo infinito, objetos que tienen por estómago a un hombre, objetos desfondados, objetos sin contorno, metaobjetos, objetos congelados en su perfección, objetos obturados en las terrazas electrónicas, objetos en mudanza incesante (no permiten hacerse una representación de ellos), objetos de doble coyuntura, objetos imposibles, objetos-cardumen, objetos desventrados, objetos de última generación rebasados por la obsolescencia, objetos desestructurados, objetos textuales de persecución, chupaobjetos, dispositivos u objetos de umbral. Son 129. No describiré ninguno.

Caja # 4 Contiene un cuaderno con observaciones tomadas desde una ventana que da al Parque Hundido. Tres muestras: 12:25 – 12:29 [ventana cerrada. lunes. nublado. lloviznó] pájaro con el pecho naranja en la jacaranda/ un policía atraviesa el audiorama lentamente. se detiene en el primer círculo de bancas. busca algo; luego sale/ avión/ mujer con tenis color rosa haciendo jogging. lleva dos perros; uno tiene tres patas, el otro es un dálmata/ gato jaspeado en gris echado bajo un plátano/ hombre con tenis color rojo haciendo jogging. usa audífonos/ la banderota nacional reluce por estar mojada Tierra Baldía

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13:42 – 13:46 [ventana abierta. lunes. nublado con viento] ardilla color café con gris salta de un eucalipto al muro de separación del parque (hay unos pájaros que tienen la misma combinación de colores)/ sonidos: viento entre las ramas, viento entrando por la ventana, trinos aislados, las cuatro estaciones de Vivaldi desde el audiorama, un cláxon distante/ nueva vuelta de la mujer con tenis rosa; el perro de tres patas mantiene el paso/ pareja de ancianos acompañados por una sirvienta que empuja una carreola. la vieja tira de un tanquecito de oxígeno con llantas/ avión/ gorrión picoteando en el limonero/ olor a madera quemada/ hombre con tenis color azul cielo y perro chihuahua al lado/ ondea la banderota nacional 5: 22 – 5:26 [ventana abierta. miércoles. frío.] sonidos: trinos aislados, silbido del aspersor encendido, campanas/ luz delgada aún no toca el suelo/ olor a eucalipto/ helicóptero cruzando de norte a sur/un farol prende y apaga/ indistinguible la banderota nacional

Caja # 5 Contiene paquetes de tarjetas. Cada paquete, de grosor variable, abre con un símbolo topográfico dibujado a trazos gruesos como con un pincel chino. En las tarjetas que le siguen se consignan diferentes trayectos-historias por medio de frases cortas, palabras sueltas y dibujos de otros símbolos topográficos. Bajo el signo topográfico Canal de navegación: Interrumpo prosa del registro. Desvío no señalado en mapas. Cruzado límite término provincial. Bruma. No encontramos la estación meteorológica. No encontramos las lagunas con agua constante. Viramos varias veces. No encontramos la vía doble de ferrocarril. Una señal desconocida, como un bucle, pintada en muro color amarillo ocre. Ruinas. Transformador oxidado. Zona no consignada en mapas. Pozo seco al norte. Puente de hierro quebrado. Neblina. Torre vigía en ruinas. Árboles desconocidos. Naturaleza extraña y hostil. Marismas. Saltos de agua. Regresar. Imposible reconocer los trayectos. Ninguna vía permanece. Mudanza de los canales de navegación.

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aRturo villalobos Cinegrafismos

Genealogías “Si vas a viajar, de preferencia no viajes con un hombre muerto” –nos advierte Henri Michaux.

A

diferencia de nosotros, los personajes de la literatura resucitan trasmutados y practican una suerte de transmigración entre obras. Crear un personaje, como el Plume de Michaux, es hasta cierto punto crear “algo” –un personaje no es, obviamente, una persona, pero tampoco sólo una fantasía o una abstracción– destinado a sobrevivir a su autor. Michaux sobrevive en Plume como Swift ha conocido el país de la Magia que no conoció con Gulliver, y es Gulliver quien se despierta convertido en un gigantesco insecto para morir y resucitar en Plume, el inocente lunático que se enfrenta a las encrucijadas que corren por las avenidas del sueño, de la muerte y de la lógica distorsionada en el espejo que Alicia encadenada cruzó para nunca regresar sino en nuestras pesadillas. Posible genealogía de personajes aventureros más allá del sueño y de la muerte: Gilgamesh quien engendró a Ulises quien engendró a Eneas quien engendró a Simbad el Marino quien engendró a Amadís de Gaula quien engendró a Tierra Baldía

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Don Quijote y a Gargantúa quienes engendraron a Gulliver quien engendró a Arthur Gordon Pym quien engendró a Alicia quien engendró a Maldoror quien engendró a Gregorio Samsa quien engendró a Plume quien engendró a... (?) Dice un personaje de cierta novela de Stephen King: “Un personaje está más muerto que un saco de huesos”. Más o menos como un fantasma, pues el fantasma ni siquiera existe en “el mundo real”, a diferencia de un saco de huesos, que se puede tocar y cuyo contenido alguna vez estuvo vivo. Una historia de la literatura en que los personajes se extinguen al finalizar la obra y resucitan en otra, renovados y metamorfoseados en otro espacio, otro tiempo y otro paisaje estético. No son dioses, ni humanos, ni potencias sobrenaturales, aunque se acerquen a lo mitológico, sino entes fuera del espaciotiempo que viven en el plano del arte y se posesionan de ciertos escribientes que han tenido contacto con ellos al leerles. No viajes con un hombre muerto: revive a ese personaje cuando lo lees. Sólo tú puedes volver a hacerlo existir. Él duerme en las dimensiones de la nada impresa, aguardando a que lo hagas volver de entre aquellos que están más muertos que los muertos. Lo peor que te puede pasar es que seas poseído durante un tiempo por una ninfa, un espectro, un hombre inexistente, un dios antiguo, un mito, una mujer amada, un aura, una sombra. Recordar a Calasso: cuando los dioses murieron, hace cerca de dos siglos, no desaparecieron, sino que se transformaron en enfermedades mentales. La literatura es acaso la única forma de resucitarlos para conjurar su influencia.

A las puertas de la ley – No toques a las puertas, no llames más, no lograrás entrar. Las puertas de la Ley están vedadas para ti, aunque hayan sido construidas para que las cruces. ¿Pero, dime, para qué deseas entrar en la Ley? ¿Acaso no sabes que la Ley transcurre en un mundo de bibliotecas laberínticas, pasillos burocráticos con apenas oxígeno, antiquísimas máquinas de escribir, legajos de papeles amontonados sobre escritorios, jurados escurridizos, abogados y fiscales pactando en parques fantasmales: todo dentro de una maquinaria perfecta e inmutable que a pesar de su magnificencia representa un modelo deteriorado del otro mundo platónico hecho con Leyes exactas y abstractas, teoremas geométricos de sentencias donde el hombre ideal habita a salvo de toda contingencia, de toda violación a la Ley, de toda blasfemia y hasta el pecado más abominable cuenta con un código numérico que lo clasifica y redime?... – No puedes entrar a la Ley, aunque esté hecha para ti. No es para tus ojos, aunque pueda cegarte. Mereces la Ley, pero no ingresarás jamás a Ella. 16

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Un rasgo tenaz en la memoria que ha guardado la adaptación cinematográfica de El proceso de Franz Kafka, realizada por Orson Welles, es la insidia desmesurada de las puertas. Puertas que empequeñecen a quien llama a ellas. Puertas que asfixian y separan como bloques gigantescos toda entrada y salida a un proceso que se alarga y se confunde con cada acto de la existencia cotidiana. Mientras tanto, Joseph K. apenas tiene tiempo para un erotismo sin culpa, para esas espectrales mujeres, fugaces e incomprensibles, que lo saben condenado.

Un clavel para el espectro del sex-appeal El romance como ocultamiento y ropaje de un salvaje objeto de la pasión. Susana (Carne y demonio) (1950) y Ese oscuro objeto del deseo (1977) de Luis Buñuel son películas que permanecen como profundas cavernas por donde sopla el viento del deseo y descubre las formaciones líquidas y rocosas que la sensibilidad erótica, con sus contradicciones simbólicas de ángel carnal y demonio de la tentación, ha depositado en capas geológicas que rara vez nos atrevemos a excavar. En la primera, hay que ver cómo la desamparada huerfanita, interpretada por una hechizante Rosita Quintana, seduce a todos los hombres de una hacienda donde le han dado refugio. Uno a uno caerán mediante una ars erótica que raya en lo demoníaco por su habilidad para diluir la transgresión carnal exhibicionista en una apariencia infantil de inocencia juguetona y malévola. La hacienda se volverá un infierno donde los deseos masculinos se entrelazarán con las rivalidades del macho mientras el cuerpo femenino formará con la violencia un solo objeto bifronte de evidencia dramática, aterradora y subyugante. La huérfana se enseñorea al fin del hacendado y lo embrida delante de sus potros. Una historia melodramática, propia del género folletinesco, que hoy se ha vulgarizado hasta perder el encanto y la maldición originales que Buñuel rescató en su estrato mitopoético, también se puede leer como una sátira despiadada a la fragilidad de las buenas costumbres. En Ese oscuro objeto del deseo, Buñuel crea un abismo a partir de la distancia entre dos mujeres que habitan al mismo personaje femenino. Una de ellas casta y virginal, la otra apasionada y lasciva. El espectador será lanzado de un lado del precipicio al otro hasta perderse en ese laberinto borgiano, que consta de una sola recta y que separa al hombre de la mujer metamorfoseada en obsesión erótica. Pues no hay laberinto más inextricable que esa distancia inasible donde toda racionalidad se evapora y todo precepto estorba. En manos de Buñuel la distancia del deseo se hace imagen tangible, se desborda en matices, nos seduce hasta la exasperación. Susana La perverse –como fue titulado su film en Francia– espera en algún paraje de nuestras mentes, en algún instante crepuscular de la ciudad, y no habrá salida porque en el fondo nunca hemos deseado que haya salida alguna. Tierra Baldía

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La máscara de Tin Tan – Es que toda la vida he sido un idiota y hasta ahora me doy cuenta– dice un personaje de Tin Tan casi al final de una de sus clásicas películas en blanco y negro, al inquirirle la razón de sus lloros y gimoteos, luego de ser ignorado por una mujer a la que creía enamorada de él. La escena provoca una especie de risa patética, una triste socarronería, un carcajearse a pesar de todo y de sí mismo, del mundo y la fortuna con sus vuelcos despiadados. Pero en el caso de este enorme actor cómico –para algunos, el más grande en el cine mexicano –, siempre me he preguntado si lo que atrae de Tin Tan consiste o subsiste en su ausencia de personalidad, cuyo delicado lirismo sólo presentimos cuando canta o en quijotescos momentos de melancolía. Fuera de esos momentos, el rostro de Tin Tan gesticula parodiando todas las gesticulaciones, los rictus, los semblantes, las personalidades, los egos, los roles, los oficios... todos los hábitos humanos que requieren de una actitud gesticulatoria para definirse y diferenciarse ante los demás. El rostro de Tin Tan se convierte en un signo de otros signos, la satírica farsa gestual de la comedia humana urbana. Asimismo, es como si Tin Tan actuara visiblemente cualquier personaje y exagerara los tonos de la actuación hasta dejarla en suspenso sobre el vacío, como ocurre en cierto teatro chino en que el actor nunca pretende simular una personalidad sin indicar en todo momento que está actuando. En Tin Tan, su paródica actuación se intensifica porque poseía el genio que subrayaba aquellos rasgos de la actuación más caricaturescos de su personaje, acentuaba hasta el delirio la máscara de la emoción para dejarnos en una irrealidad por la que en momentos extremos se llega a sospechar la artificialidad de todo dramatismo, del énfasis que lo alimenta, de la expresión como impresión. Tin Tan no sólo actuaba, sino actuaba al papel del actor mismo, dejándonos también la incógnita de quién era Tin Tan, quién estaba al fondo de esa personalidad ausente que estiraba hasta la grotesco todas las personalidades en una plasticidad que las recuerda como son, es decir, como máscaras. 18

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El robot genético De acuerdo con J.G. Ballard, hay dos rasgos que la “narrativa tradicional” no asume con el vigoroso relieve de la ficción científica: nuestra situación en el universo –ya que la narrativa tradicional se enfoca por entero al campo recorrido palmo a palmo de las relaciones humanas y de la “corriente de consciencia”– y la evolución de las sociedades en el futuro –la narrativa tradicional suele enmarcar sus ficciones en sociedades representadas como estáticas–. Se puede estar de acuerdo con ello, discutirlo o ignorarlo, pero es difícil negar que la ficción científica abrió nuevos horizontes para la narrativa, tanto en el espacio de lo imaginario como en la incorporación de estéticas extrañas. Ha planteado interrogaciones filosóficas inéditas, lanzando guantes que pocos filósofos han recogido. De Frankestein a Solaris se hace evidente que sólo cierta forma de imaginación, que es a un tiempo especulación científica, poética narrativa y pregunta existencial, podría aventurarse ahí donde ya no hay modelos novelísticos, tratados filosóficos o historicismos estéticos que auxilien al autor. Gattaca y el horror a un posible fundamentalismo genético radical: desde el título, se nos transporta al novísimo alfabeto que determinará la configuración no sólo biológica, sino social, del hombre en una utopía biosférica: Guanina, Adenina, Timina y Citosina. Si en la antigüedad, como han especulado algunos antropólogos, son la religión, el ritual y el tabú los controles que legitiman la jerarquía social, oscuros y complejos en contraste con unas relaciones económicas transparentes y simples, en las sociedades modernas la complejidad de la economía subordina a los estratos religiosos y culturales en la conservación de las jerarquías. No se conoce sociedad humana que no se sostenga por una forma de fundamentalismo –y sería fascinante algún estudio que nos mostrara cómo sucede esto, si se trata de una conformación antropológica (pues no se cimenta en una mera “relación de producción”) o una configuración biológica que se traduce en rasgo psicosocial–, así que Gattaca proyecta –aunque menos incisivamente que su ancestro A brave new world de Huxley– una pavorosa luz sobre esta variable por nacer que podría parametrizar todo el espectro de lo social: un fundamentalismo que se basa en la configuración genética del individuo. Ya no hay lugar en este nuevo mundo, para ninguna forma de disensión o Tierra Baldía

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protesta pues la genética ha terminado por discriminar con toda exactitud las capacidades humanas y distribuir sin margen de error el rol, la ocupación y las relaciones personales. Como es habitual en el género, se expone el conflicto social latente o abierto a través de lo individual, en este caso un impostor que en tal sociedad se convertiría automáticamente en criminal, determinado a lograr su acariciado sueño de viajar al espacio exterior (una imagen de ir al encuentro con lo virgen y no condicionado, inefable e incontrolable, al silencio infinito de las estrellas, como se revela en las últimas imágenes del film) y demostrarse a sí mismo que la fuerza de voluntad se impone sobre los genes, arrostrando enormes sufrimientos por su osadía y no sin hacer uso de todo su ingenio y disciplina para aspirar a lo que en su civilización responde a lo imposible de traspasar. Podría parecer una conclusión optimista, pero pensemos que si fueron necesarios todos los recursos que el protagonista emplea para “alcanzar su ideal”, no hay lugar alguno para la esperanza: cualquier fundamentalismo –véase como se le vea: necesidad antropológica o estructura psicosocial– deviene en condición opresiva que la jerarquía se encarga de “normalizar” para que pase por “natural” (en esta utopía se ostenta como “lógica” o “racional” dentro de una posthistoria como paraíso artificializado) y lejos de haber liberado al hombre se constituye en obstáculo para su conocimiento, en desarticulación de sus atributos –que no pueden darse por separado, como es obvio– para reinventarlo como robot programado por cuatro bases orgánicas.

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mIguel fernando yacamán Cuando nada tenía sentido Gregorio Samsa,

al despertarse esa mañana después de un sobresaltado sueño,

se halló sobre su cama convertido en un repugnante bicho...

(La metamorfosis, Franz Kafka)

S

entado en una banqueta, esperando a que algo pase, un algo que haga cambiar mi vida de manera instantánea. Esperando un alguien. Alguien, ¡chingada madre! Alguien que me vea y que patéticamente sienta tanta lástima y por ello me abrace. Estoy mendigando amor. ¡Quien sea! No importa. Cualquier ser que tenga brazos. Durante estas reflexiones, inesperadamente se acerca una callejera, m2e ofrece su compañía, que promete alivianar mi tristeza, esa que…– Ándale, papacito, que la noche está caliente, no te arrepentirás– ¡Qué chingados me puede llenar en este momento el sexo! ¡Nada! Pero no venía sola, la acompañaba un ratero, obvio, sin intención de proporcionarme nada. Se llevó todo mi dinero, asegurándose antes de dejarme la cara manchada de sangre. Se llevó todo, menos lo que yo quería. ¡Este pinche sentimiento que no se me despega! Peor que un cáncer. ¿Qué cara tendría? que un señor me pregunta qué tengo, que si estoy perdido, ¿qué

puede hacer por mí?, ¿que no ve? Realmente esta noche toda mi desventura me cala más allá de los huesos de frío. ¿No ve la desgracia humana que tiene ante sus ojos? No le dirijo ni siquiera la palabra, lo aborrezco por ser tan poca cosa. Sin saber por dónde, aparece un ángel de alas rotas. Me empieza a decir sin que le pregunte nada, que la vida es bella, que debo vivirla y disfrutarla. Portarme bien, para que pueda ir al cielo, con Dios y toda Su Gloria. Me dice que la Virgen me ama, que en el Cielo siempre estaré bien… en el Cielo, ¿pero aquí? ¡Chingaos! ¿Aquí qué? ¡¿Mientras, me sigo comiendo las uñas y la piel?! ¡Ángel pendejo! Si pudiera le arrancaría lo que le queda de alas. Finalmente desaparece, no sé cómo, pues ni siquiera puede volar. Balbuceante me encuentro al psicólogo que inmediatamente empieza a analizarme. Me observa como a un animal. ¡Basta de frases de autoayuda! ¡Deprimen! ¡Castran! ¡Me cagan la madre! ¡Que Freud se muera con todos los

Miguel Fernando Yacamán Neri. México, d.f., 1985. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Escribe cuento, poesía y crónicas. Ha pertenecido a varios talleres de creación literaria. Actualmente asiste al taller de Cuento que coordina en el ciela el licenciado Gallardo Topete.

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psicólogos que han existido en esta tierra! Todos están locos. Malditos seres perdidos, no se encuentran ni ellos mismos y en esa calidad humana se van a la tumba. No sé qué sucede pero un policía bajando de una patrulla quiere mis datos. ¡Los quiere! Si ni siquiera sé quién soy. ¡Que me lo diga él! Instantáneamente veo a mi madre angustiada y preocupada. Me da más dolor. ¿Por qué me parió? Detrás de mi madre venían mi padre y hermanos. La Gran Tragedia ¡La Gran Tragedia! Y no saben ni por qué, ¡carajo! Me levanto y salgo corriendo, nadie me puede hacer nada, ni la policía me puede detener, el único crimen por el que me podrían culpar es por mis pensamientos suicidas, pero ésos son sólo míos; ni siquiera se los comparto a Dios, y si lo tuviera enfrente le preguntaría por qué me dio la capacidad de interrogarme tanto las cosas y por más que me esmero no encuentro respuestas. ¿Se divierte viéndome cómo me las arreglo con mi poca capacidad intelectual? Ni mis padres me pueden detener, su autoridad no se les acabó a los dieciocho años sino desde que nací, jamás volverán a darme

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una orden. No me detiene ni la ficción que vende un ángel, mucho menos el psicólogo y el sexo, nada, ni nadie. Este momento es un fragmento de libertad que me regalo para siempre. Corro, lejos de todos esos seres, corro para no volver a todo eso, corro porque nadie me da lo que quiero. Nadie ni nada me motiva. Y si estoy encabronado y si chillo y berreo es por que no me quiero morir. ¡No me quiero morir! Intento quedarme en este mundo, pero nada me convence y me siento como un fracasado, un mediocre. Este mundo es demasiado para mí y sin embargo nada me llena. Me canso de tanto correr, caigo al suelo. Mi respiración es agitada, me siento por unos momentos. Sinceramente, sigo esperando a que algo pase. ¡Alguien! Alguien que me abrace y me haga entender, no importa si es el Diablo. Quiero algo que cambie mi pinche vida, un algo que me haga llorar no sólo de esta euforia. ¡Algo! ¡Un maldito Algo! Una palabra, un acto, un golpe, lo que sea. Pasado el tiempo, todo continúa estático. Algo se mueve y no sé por dónde salió, por lo que deduzco que la noche lo escupió… es un gato negro… No hace nada más que seguir su camino, ni siquiera me observa. Esos gatos son todos unos maestros del egocentrismo. Mi concentración se interrumpe por un animal que sale de una coladera, se trepa en un contenedor de basura y el gato como una bala sale disparado a matar, va detrás de él. El animal logra meterse a un contenedor de basura y justo cuando el gato dio el salto hacia el interior, el contenedor se cierra y lo aplasta. Como dicen trilladamente: La curiosidad mató al gato… ¿Será éste el sentido? Y es justo ahí cuando me levanto; he encontrado mi respuesta. Tierra Baldía

dIego andrés reyes Hay moscas

1 La mosca vuela en círculos

pequeña de alas telaraña pretenciosa mosca cóndor 2 Hay moscas ilustradas sabias de vida caramelo

pero mosca en almíbar es mosca muerta 3

Hay moscas poetas sin mierda en qué caerse moscas soberbias 4 Mosca burguesa hundes a las moscas en la mierda

moscas de palabra

mosca del pueblo

mosca ciega

Diego A. Reyes Rojas. 18 años. Estudiante, joven lector.

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5 Mosca vaginal que mama y Mosca lameculos mosca partidista

mama

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Mosca joven mosca de noche mosca inerte

mosca dormida.

7 Mosca progresista mosca de mierda

moscasapiens

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sErgio martínez Doña Luz

C

aminó, atravesó el patio, las plantas y flores en las macetas se balancearon por el viento que soplaba fuerte. Apagó la luz, entonces la luna iluminó el lugar que pareció más viejo y derruido. Paso a paso, llegó a su cuarto, entró y cerró la puerta tras de sí, quedó parada sin moverse hasta que sus ojos cansados se acostumbraron a la penumbra. El lugar olía a naftalina. Su máquina de coser, anaqueles del almacén de su difunto esposo, cuadros, una cama, envases de vidrio, ropa, fotografías viejas en blanco y negro que ahora eran amarillas, y libros llenaban el lugar. Prendió el quinqué y el reflejo

de su rostro en la bombilla le despertó el miedo de todas las noches, el pánico a la muerte.

¿Por qué todo había cambiado? ¿Por qué las cosas no podrían ser siempre como cuando ella era joven? Las costumbres de principio de siglo con las que creció la habían convertido en una mujer educada y sobria, ahora ya no era igual, con rencor recordó que ya no podía hacer lo que su antojo le dictara y conservar no sólo su casa, sino las costumbres de la misma, firmes, adecuadas a las buenas maneras y valores con los que creció. Doña Luz se sentó en un sillón y trató de dormir. Llevaba años con la misma rutina,

tenía horror de ser encontrada en la cama con la boca abierta y en camisón, como fue encontrada su hermana mayor. Al temor a la muerte se le sumó el horror del entierro. No quería ser enterrada y desconfiaba en que sus hijos cumplieran con su último mandato: no ser enterrada ni velada, ¿qué tal si aún estaba viva y su corazón de pronto volvía a latir regresándola a la vida? Había escuchado muchas historias de personas enterradas vivas, se podía imaginar despertando en un lugar oscuro y frío, se le iría acabando el aire y moriría por asfixia sin que nadie se diera cuenta. Se horrorizó de sólo pensarlo, no tendría ni tiempo de rezar para redimir sus pecados; y si es que los tuviera, se iría directamente a arder en las llamas del infierno. En un momento de lucidez se dio cuenta que empezaba a perder la razón ante el miedo a la muerte. Se sentía tan lejos y olvidada de la familia, no le consolaba que los domingos la familia entera se reuniera en la casa sólo para su satisfacción de verlos a todos juntos. Nunca quiso regalar nada, ni heredar en vida a los hijos o nietos. No era egoísmo o envidia, aunque así lo entendieran todos en la familia. Había clases sociales y quien no nacía rico tenía que trabajar a lomo partido como lo había hecho don José, su esposo, que a base de

Sergio Martínez (Puebla, 1973); estudió Derecho en la unam, reside desde hace 13 años en Aguascalientes y asiste al taller de cuento con el maestro Salvador Gallardo Topete en el ciela.

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lamentó y sufrió la descomposición de su familia, que evitó mientras las fuerzas le alcanzaron y pudo ejercer alguna influencia, todo se volvió un desorden. Ahora las mujeres trabajaban, se habían olvidado las tareas del hogar y la educación de los hijos; no sabían cocinar ni remendar; no se dedicaban al esposo y a sus hijos. Todo había cambiado para mal. ¿Qué era eso de andar a altas horas de la noche en la casa de las amigas, tomando y divirtiéndose con juegos de azar que en sus tiempos sólo jugaban los hombres en la cantina? ¿Cuánto le quedaría

de vida?, ¿qué tal si su deseo de nunca morir se había cumplido? Recordaba

estudio y trabajo se hizo de un nombre, una posición y de un capital que le permitió vivir con comodidades hasta sus últimos días. La familia quería su dinero y

nada más. Eso de que los nietos pretendían que los ayudara económicamente le resultaba un insulto. Antes los hombres trabajaban, ahora eran unos mantenidos; y de las mujeres mejor ni hablar. Las nietas con esas

faldas tan cortas, las piernas abiertas al sentarse, todas pintadas y los cabellos de colores, no, ya no había respeto por nada. En silencio

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aquel día que por interrumpir a sus padres en una plática fue castigada y enviada a su recámara sin cenar. Ofreció disculpas pero no fue escuchada, entonces pidió con todas sus fuerzas castigos para la familia entera, y la inmortalidad para ver el castigo de cada uno. Después de llorar en silencio se quedó dormida y cuando despertó se arrepintió por haber pedido lo maligno y lo imposible. Nada era ya como antes, todo había cambiado y ahora ella no encajaba en el nuevo mundo. Respiró profundo, buscó entre sus ropas un frasquito que contenía un líquido que bebió lentamente, pero con firmeza. Cerró los ojos, empezó a quedarse dormida y no se dio cuenta cuando dejó de escuchar los sonidos de la noche que avanzaba lentamente. Cuando despertó, el cuarto estaba vacío y había pasado una semana desde su funeral. Tierra Baldía

mArtín molina Nadir

Diásporas

flotan como nebulosas de humo

como el opio

Y la luna nueva

respira

crepita

en su Nadir A la sombra de las higueras unas estrellas caen

y vuelan como pedradas

mientras yo vago

y divago

el cielo está estrellado La noche

constelada de un velo me niega el harem de mi memoria

No está Casiopea se la llevó el grito negro del viento

Martín Molina Gola nació en la ciudad de México en 1988. Actualmente estudia en la Universidad de Toulouse.

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Ni las siete hermanas que miran ocultas tras la bóveda vedada de las nubes Mientras yo

vago y divago la noche se estrella Y la adivino como una tela constelada un Tapiz una telaraña Hilada de polvo lunar

Enhebrada Menguante Esporas de la luna polvo barrido por el viento

ella

sentada al borde de su Nadir incierto Ella musgosa

me mira con tus ojos idos con tus ojos nebulosos y perdidos Recuerdo sólo ahora

que fue la diáspora con el eclipse que Damasco yace desierto

a la luz pálida del astro Recuerdo al fin que en esta noche de diásporas estrelladas 28

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Es que tu cara vana se fue

al acabar con los últimos ritos Recuerdo sólo ahora

que tu iris

–­ donde hay ríos de colores que se funden como deltas ascendentes–

es un nómada

que vaga a la luz de la luna

en el desierto de lo real

Nautilus Nautilus de profundis espirante y total

Cautiva y fugitiva coraza de architechtis Calamar gigante dios hindú de los muchos brazos de los ojos enormes de luna llena

de la respiración sombría tinta para versos acuosos

entenderías tal vez

Si me vieras, lo que es vivir en las profundidades

cautivo y espirante de corazas fugitivo y verdadero

nautilus de profundis Tierra Baldía

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Crudo karma de la crin circundante

caballo atroz y poseído murciélago enorme, terrible y acechante oscuridad de telaraña de noche de nube de tinta

profundidad ineluctable Voz mía como canto ahogado

como eco grabado en el fonógrafo alguien escribió estos versos antes yo no es yo

yo es otro

otro es terrible

yo es terrible.

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éDgar alberto garcía Dos poemas

Siempre en la cocina. El olor a hambre tiraba su anzuelo. Ella trabajaba en los conjuros debidos

con su silueta despiadadamente débil como una vela recién apagada. Y yo escuchaba su voz pequeña, semejante al mar íntimo de las conchas, reclamándome que siempre había querido hacer tantas cosas

y que nunca había hecho tantas cosas. Volvía de un sueño

cuando de pronto volteó hacia mí con su cabello teñido de bandera encendida y me apuntó con su cuchillo húmedo

igual que su frente. Mi madre tenía en los ojos el tamaño de la desesperanza

porque la preocupación en ella era siempre una horca tensa.

Édgar Alberto García (Mexico, D.F. 1983), tallerista del ciela, gusta de complicarse la vida, por eso intenta, en cada momento desde hace cuatro años, hacer poesía. En sus ratos libres trabaja como lava coches en un lote de autos usados.

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“El enamorado busca su amor aún allí donde sabe que no está” Jaime Jaramillo Escobar

   

De cierto es

que no se puede esconder un beso detrás de tus pechos: apenas dos tatuajes gemelos de otros pechos que no están. Digamos que si se siente un escalofrío antes de la muerte es más muerte la que merodea debajo de tus bragas; y es piromanía, tortura limpia, y no tiene nada que ver con morir de amor. Sé que no está en tu rostro cubierto por ángeles menos feos que tú, ni en esos ojos que parecen dos brujos desnudos –porque ni los ángeles se muerden los labios de ganas

ni los demonios les palmean el culo.–

Podría jurar que los perros que se enseñan los dientes antes de copular se aman aterradoramente. Tú siempre ríes. Yo, como el eunuco de un rey muerto, tengo el deber de decirte

que el amor no lo encuentro en ti,

solamente que tú dejas una trampa hecha de esa mirada, que me ve igual que si hubiese hecho una buena obra: en cada palabra que repito estoy solo

y llevo mi mano hacia abajo apresuradamente.

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eDilberto aldán Imagen única

T

e han dicho que en el instante previo a la muerte la vida sucederá ante tus ojos como un río de imágenes significativas. Ahora sabes que no es una corriente sino el reflejo de tu mirada en el agua calma de un pozo, que en una sola imagen se concentra el todo, que esa visión traduce lo que hasta entonces has sido. En la pantalla de los párpados cerrados brilla, refulge, el color con que ella pintaba sus labios una tarde de septiembre; no llovía pero así lo recuerdas, así lo merece el movimiento emperador con que dibujó una boca más intensa sobre el rostro tantas veces deseado: el gesto redondo con que besó el aire y el color, otra vez el color, sobre los labios. Sobre la mesa hubo una copa de vino, mientras ella imprimía un labio sobre el otro, un relámpago en las comisuras, una mosca recorrió el borde de esa copa; también el insecto estampó su huella en esa orilla, dejando señas microscópicas de la mierda en que antes se refugió. Los labios recién pintados te sonrieron, una sonrisa iluminada, centella que se acercó a la copa para beber justo del lado en que caminó la mosca. No la volviste a besar. No es un río, en una sola imagen se concentra el todo que hasta entonces has sido, ahora lo sabes, demasiado tarde.

Edilberto Aldán (Ciudad de México, 1970). Lector. Es becario del feca. Le gusta contar mentiras.

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eDuardo garay vega Basta de lugares comunes... A la verga. Que no nos vengan con su jugamos como nunca y perdimos como siempre; que ahora ninguna persona se atreva a decirme que, bueno, tuvieron su oportunidad y desaprovecharon el último juego mientras el Santos ganó 2-0. Ya estoy harto de estos axiomas que comienzan hablando sobre que en la democracia se gana con un voto, que la ley es implacable aunque sea injusta, que debemos seguir las reglas del juego porque todos las aceptamos desde el principio. Que se vayan a chingar su madre aquellos que ahora dicen que las becas y los apoyos son para todos, que las oportunidades ahí están y que debemos aferrarnos a un sueño porque algún día, en algún momento, se van a realizar. Y que nadie salga con que Dios aprieta pero no suelta, que podríamos estar peor, que para qué mover esos papeles que más daño que beneficio le hacen al país, que para qué contar lo que ya contamos, que sí hubo una mala interpretación con los 3 puntos al aplicar el reglamento, pero, pues ya qué. “Querétaro lloró”, “no hubo milagro”, “2.54 arriba el pelele”, mamadas. La esperanza nunca muere porque no existe, y aunque digan que todos somos arquitectos de nuestro propio destino casi nadie cuenta con maquinaria para empezar a trabajar. Nuestro mal de muchos es la risa de los pocos cuantos. Ya basta de lugares comunes, de poetas y escritores hijos del servicios de relaciones

exteriores de México, de ediciones gachupinas con joder en lugar de chingar, de consejos de participación para que nos digan que todos decidimos; basta de liguillas y repechajes, de derrotas sorpresivas para que los apostadores hagan su agosto, de juegos de futbol de primera división en el Corregidora, de Hugo contra La Volpe, de diplomas que acreditan como escritores a aquellos que pagan su mensualidad completa. Estoy hasta la madre de homenajes nacionales a Chespirito, de que los presupuestos se vayan en sueldos ejecutivos, de que a los gordos se les considere como enfermos, que me hable de Zapata un tipo que aún considera a los campesinos como gente sencilla y humilde. Mando derechito a la mierda a los poemas sobre el pobre poeta incomprendido y poseedor de una verdad que es incapaz de plasmar en una frase; me declaro incapaz de poder leer otra columna de periodistas que me dicen que el video es la mejor evidencia que pueden encontrar, de incompetentes que no pueden decir sí o no y que necesitan que llegue el jefe para tomar una decisión. Así que nadie se extrañe si me cago de la risa la próxima vez que me alguien me dé un discurso de cómo están las cosas. O si mando al carajo revistas y columnas llenas de nombres de prestigio. Y que me perdonen cuando en la calle me sorprenda la muerte y dé las gracias.

Eduardo Garay Vega. Nace en Querétaro en 1970 (queretano 100%), mentiroso profesional, hablador, gordo y calvo. Ha publicado dos libros Crónicas crónicas y Aventis. Casi no tiene amigos.

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eLsa pérez paredes El resbalón

P

atricia tenía sentimientos encontrados. Salió de la coordinación de la maestría incrédula, preocupada y hasta un poco molesta por la actitud déspota y acelerada con que la trató la doctora Sánchez. Unas horas antes, justo en el momento en que se hacía una prueba de embarazo en el baño de su casa, recibió la llamada de la secretaria de la coordinación solicitándole se presentara con urgencia en el Centro de Estudios de la Mujer. Cuando presentó el examen de admisión para la maestría en Estudios de Género le aseguraron que en diez días hábiles recibiría una llamada para informarle sobre sus resultados. Los días pasaron y el plazo venció; de la preocupación pasó a la tristeza y de ésta al enfado, luego empezó con un ligero malestar que no sabía si era a causa de la incertidumbre o por algo que había comido. Cayó en la cuenta de que otra vez se había retrasado en su menstruación, así que sin más salió prácticamente corriendo hasta la farmacia de la esquina. De regreso en su casa se encerró en el baño pensando que la vida le estaba jugando otra broma pesada, cuando escuchó los gritos de Juan su marido anunciando que tenía una llamada. Al teléfono, la secretaria de la coordinación se limitó con decir que sus resultados estaban listos y que era necesario se presentara ese mismo día en el centro de estudios para que le indicaran los siguientes trámites para su inscripción. Coincidentemente, ese día Patricia había solicitado otro permiso para salir antes del trabajo porque las náuseas no la dejaban concentrar, así que no tuvo problema para atravesar la ciudad para llegar hasta la ciudad universitaria poco antes de las tres de la tarde. La doctora Sánchez la hizo esperar por más de una hora para señalarle, en menos de quince minutos, que su evaluación había sido apenas suficiente para Elsa Pérez Paredes. Nació el 17 de mayo de 1972 en el Distrito Federal, lugar donde radicó hasta 2006 cuando cambió su residencia a la ciudad de Aguascalientes. Es demógrafa y participa en el Taller de Cuento que coordina el licenciado Salvador Gallardo Topete en el ciela.

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calificar, que su currículum no era atractivo y que la carta de recomendación del director general de su centro de trabajo era lo único que realmente justificaba su aceptación en el programa. Después de indicarle que el Conacyt no la becaría porque rebasaba el límite de edad, le dijo que no se preocupara porque el centro de estudios le había conseguido otra fuente de financiamiento que a cambio exigía que mantuviera un promedio general de nueve a lo largo de la maestría. Necesitaba llevar antes del lunes original y copias de su título profesional, acta de nacimiento certificada, fotos infantiles y tamaño credencial, certificado de buena salud acompañado de placas de tórax y cráneo, química sanguínea, examen general de orina y constancia de ingravidez. Al mencionar este último requisito, la doctora Sánchez explicó que estaban a punto de convencer a la presidenta del patronato de que éste era totalmente discriminatorio, pero que por lo pronto tenían que aceptar así las cosas so pena de recortar algunos programas de investigación financiados por la fundación. Le quedaba poco menos de una semana para resolver las cosas. Los papeles ya estaban listos, afortunadamente en el trabajo guardaba original y copias de toda su documentación porque en casa nada estaba seguro con el desorganizado de Juan. Las fotos se las tomaría en el estudio de la esquina, donde se las tendrían para el jueves en la tardecita. Por la noche visitaría al doctor de la familia, quien seguramente no tendría problema en ordenar los exámenes y certificar su buen estado de salud. Caminó hasta la estación del metro con un enjambre de ideas en su cabeza –qué cosas, pensó–, Juan y ella tenían meses de no dirigirse la palabra y justo ese encuentro amoroso les hizo estar relativamente bien por unos días para después reiniciar los reproches y recriminaciones. ¿Cómo empezó todo? ¿Por qué ahora? ¿Y si tuviera otro hijo? ¿Y si fuera una señal? No, el médico le dijo que cada vez era más peligroso que quedara embarazada, sus problemas de anemia e innumerables abortos espontáneos no auguraban que un bebé naciera en las mejores condiciones.

Imaginó la cara de la doctora Sánchez si se enterase que existía la posibilidad de que alguien osara botar su afamada maestría para consagrarse al deber supremo de la maternidad. ¿Y qué con la reacción de Alonso?

El movimiento más acelerado de la gente y el timbre del tren anunciaron que las puertas se cerraban en ese momento, corrió mecánicamente, y a fuerza de empujones y uno que otro jalón logró colarse al interior del vagón; dentro pensó en su imprudencia, tenía que cuidarse, lo que menos

necesitaba en ese momento era tener que convalecer por un accidente. 36

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Alonso Ramírez, director del Instituto de Estadísticas Socioeconómicas la recibió en su oficina casi a las nueve de la noche. ¿De qué necesitaban hablar a semejantes horas? ¿Qué te dijeron en el centro? ¿Estás embarazada? ¿Estás segura? ¿Cómo que no traes tu coche? ¿Qué más necesitas? La voz de Alonso iba subiendo cada vez más de tono y en ese momento, Patricia –como siempre– comprendió, advirtió que en esas condiciones lo mejor era retirarse, ¿por qué lo había ido a buscar? Ambos estaban seguros que el hijo no era de él. Después de interminables viajes de trabajo que no les permitían

verse con regularidad en sus citas a hurtadillas y de las cada vez más frecuentes escenas de celos, Alonso y Patricia acordaron no verse más. Ella se iría del instituto, mientras que él se comprometía a no buscarla más; a cambio, él seguiría pagando el financiamiento del auto y la apoyaría para que la aceptaran en el centro académico más prestigiado de la entidad. Alonso se puso en contacto con su entrañable amiga Carmelita para solicitar informes sobre requisitos, fechas y lugares del próximo ciclo escolar de la maestría que ella coordinaba, y a pesar de sus múltiples ocupaciones se dio tiempo para redactar personalmente la carta de exposición de motivos, esbozar el anteproyecto de investigación, conseguir otras cartas de recomendación y ayudarla a preparar el examen de admisión. Cuando cerró la puerta del taxi le rogó por cuarta ocasión que lo perdonara por no llevarla hasta su casa –iba muy atrasado en el proyecto que tenía que entregar a primera hora– le pidió que por favor se fuera con mucho cuidado, que lo tuviera al tanto de todo y que le mandara un mensaje cuando llegara a su casa. En cuanto el auto dobló en la esquina ella se soltó a llorar y no paró sólo hasta que se percató que ya tenían un rato detenidos frente a su domicilio. Recordó que ya había hecho cita con el médico, así que le pidió al conductor que la esperara en lo que entraba por unos papeles y por más dinero. Ya en camino, le marcó a Juan desde su celular para informarle que había pasado a la casa por unos papeles y que llegaría un poco más tarde. El doctor la revisó y le dijo que su embarazo estaba más avanzado de lo que ella suponía, tal vez tres o cuatro meses. Le aconsejó que se alimentara

porque estaba excedidamente delgada y le recetó un arsenal de vitaminas y complementos alimenticios. Le solicitó que no se tomara

las placas y en cambio le encargó un par de estudios más para ver el estado de ella y el producto. Le dijo que con gusto le extendía el certificado médico, pero que decididamente no podía ayudarla a interrumpir el embarazo. De regreso a casa, ya casi a la media noche, con los ojos hinchados de tanto llorar se percató que únicamente el yogur que se compró afuera del metro era su alimento desde que salió de la casa rumbo a la ciudad universitaria. Al Tierra Baldía

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encerrarse en el cuarto del niño no tuvo tiempo para pensar en más porque un pesado sopor la invadió dejándola caer sobre la cama vestida y con zapatos puestos.

A la mañana siguiente tomó una larga ducha y se arregló con esmero intentando ocultar los ojos abultados y cualquier rastro de un posible embarazo, esfuerzo infructuoso porque su extrema delgadez lo único que delataba era que hacía tiempo que cuidaba su dieta sólo para no ganar peso. Se dirigió a la cocina y se bebió de un trago el jugo que Juan le había dejado media hora antes de salir para el negocio familiar. Las náuseas fueron tan fuertes que terminó vomitando todo.

Juan había tomado su auto otra vez, de modo que con una expresión de hartazgo caminó hasta la esquina esperando con impaciencia al camión que la dejaría a una cuadra del metro Guerrero, de ahí a la estación Zapata y luego un taxi al metro Mixcoac… –¡Abran paso!– gritaba un paramédico bajando de dos en dos las escaleras de la salida del metro con una camilla plegable –¡abran paso!– gritaba otro empujando a la gente arremolinada alrededor de Patricia que yacía en el suelo en posición fetal al pie de la escalera. En el hospital, doña Dolores, mamá de Patricia, rezaba sin cesar pidiéndole a Dios que Patricia despertara. Ya se habían cumplido dos semanas del accidente, y los doctores sólo respondían que estaban haciendo todo lo humanamente posible para que ella y el bebé estuvieran en las mejores condiciones. Fractura de clavícula y de nariz, contusiones por todo el cuerpo y considerable pérdida de sangre fue el resultado del resbalón. Técnicamente no había explicación para que el estado de inconciencia se hubiera prolongado tanto, dado que los estudios de cráneo reflejaban que estaba ileso. En todo ese lapso, Juan se despegó del hospital únicamente un par de horas cada mañana, para ir a casa a ducharse, enviar al niño al colegio y regresar al lado de su esposa. En ese espacio, Alonso aprovechaba para reportarse todos los días con doña Dolores y preguntar si había alguna novedad. La secretaria de la coordinación dejaba insistentemente recados en la grabadora del teléfono de la casa de Patricia, para preguntar, sin resultado, por qué el retraso para la entrega de la documentación solicitada. Un par de días después, justo en el momento en que Juan no estaba, Patricia despertó y fue víctima de las más ácidas recriminaciones de su madre. Desconsiderada, mala madre, irresponsable, pecadora fueron algunos de los adjetivos que utilizó doña Dolores al momento en que le pedía cuentas por su acto suicida. “Mira que tirarse por las escaleras sólo porque no fuiste aceptada en la maestría. Afortunadamente, Dios sabe por qué hace las cosas y no permitió que en ese desastre se perdiera esa criaturita inocente, que sería

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otra bendición para su matrimonio.” Ya en casa, Patricia se reportó a la oficina para informar que estaría convaleciente todavía tres semanas más. Habló con la doctora Sánchez para disculparse porque, por razones obvias, tendría que “abortar” su plan de estudiar la maestría. En ese tiempo, el niño fue el más feliz porque su mamá estuvo en casa para comer, jugar y hacer la tarea juntos. Juan le pidió perdón por su terrible comportamiento y le prometió que ahora sí cumpliría su promesa de acabar la preparatoria, apoyarla más para que desempeñara su trabajo sin las presiones del niño y de la casa, y dejar atrás sus estúpidos celos. Patricia aplazó su renuncia en el trabajo pues recibió un ascenso lo que significó un cambio de oficinas y una significativa reducción en el tiempo de traslado. Unos meses después Alonso y la doctora Sánchez fueron los padrinos de la hermosa Carmen Dolores. Juan cerró definitivamente el negocio familiar para dedicarse de lleno al cuidado de los niños y las labores de la casa. Patricia vendió el auto para finiquitar el adeudo con Alonso, y la doctora Sánchez al fin logró convencer a la presidenta del patronato para eliminar la cláusula de ingravidez.

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aNa romo El flamboyán

C

uando recibí aquel telefonema y escuché la noticia, no tuve ni tiempo de pensar, urgida del encuentro inevitable. Llamé para solicitar un taxi pues la conmoción no me permitía ni siquiera manejar. Llegué al Hospital tarde, él se había ido con todo y su enfisema fatal, ella, huyó a su tierra verde en busca de un consuelo vegetal. Después de ese día, pasaron muchas semanas antes de que Fabiola aceptara oírme y por fin ese día contestó a mi llamada telefónica. –Amiga, ¿cómo estás? –¿Qué quieres?– fue lo único que acertó a decirme con un tono furibundo, como aquel que emite alguien cuando se siente ultrajado y robado de aquello que más quiere. – Quiero saber cómo estás. – ¿Y cómo habría de estar? Mal, fatal, ¿satisfecha?–. Era obvio que estaba demasiado dolida, el consuelo no iba a resultar con una simple llamada telefónica así que ofrecí –¿puedo ir a verte?-, y aunque no esperaba la respuesta, oí extrañamente al otro lado de la bocina –ven, por favor–. Aun cuando el autobús ya llevaba algunas horas de carretera y yo lo había pedido, ese viaje me parecía aún absurdo. Me había prometido hacía mucho tiempo no volver a esa tierra de aroma sensual entre café y naranja; sin embargo, el movimiento del camión arrullaba la rebeldía urgida por salir y la suplía por los inevitables recuerdos que empezaban a

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invadirme. A través de la ventana se me metía la reflexión y los recuerdos mientras veía cómo el trópico invadía con su follaje los caminos de aquel lugar, para mí, maldito. De niñas habíamos pasado muchas horas envueltas en el agua tibia del mar o de las pozas que se formaban en el trayecto sinuoso del río. La pubertad nos tomó por sorpresa a lomo de caballos arreadores de ganado, corriendo a campo traviesa, saltando los troncos y, por detrás, la jauría de lebreles de su abuelo que siempre nos acompañaban para cuidarnos de los jabalíes, venados y alguno que otro borracho de los que abundaban por la zona. El tiempo seguía pasando hasta

que la madurez le adornó a Fabiola con un rostro angelical y un cuerpo tentador y sus padres la vistieron con prendas femeninas y finas que ya no eran útiles para montar o subirse a los árboles, pero que decían mucho de su nueva edad y su linaje en aquella sociedad cerrada de pueblo chico e infierno grande. Aún muy joven, mi entrañable hermana fue iniciada en la sociedad transformándose en la futura mujer del soltero más apetecible y el hombre más acaudalado de la región. A la boda nadie fue, excepto yo, su relación no era bien vista por la familia, no eran los 25 años que le llevaba en ventaja, sino las mil y una historias de amantes y promiscuidad que rodeaban a ese hombre lo que ahuyentaba a Tierra Baldía

sus padres a bendecir del todo aquel enlace; sin embargo, mi amiga fue tentada por los viajes, el velero, el yate, la avioneta, los ranchos, las huertas y las mansiones y edificios que le acompañarían por toda su existencia.

Cuando su primer embarazo llegó, ella por fin entendió que su lugar no iba a ser viajando y brillando en sociedad al lado de su acaudalado marido, sino atrapada en su casa, como correspondía a la señora del casi dueño de aquel pueblo perdido en la selva tropical. De aquel sueño infantil que la llevó a decir que sí en la ceremonia matrimonial, quedó Tierra Baldía

sólo la quimera, porque la realidad pronto se transformó en exigencias maniáticas de ultra limpieza pasando además por miles de pañales, papillas, mamilas y complicadísimos platillos típicos, como el sacahuil, armadillo a la naranja, venado en salsa de ciruela y simplezas de esa índole que debía estar listas todos los días para el almuerzo de las once, cuando él llegaba de cabalgar y supervisar los potreros de la hacienda. A los niños nada de nanas, que para eso estaba su joven y sana madre; y en la casa, nada de auxilio doméstico. Mi amiga, acostumbrada a ser la niña de la casa grande, descubrió con callos en las manos y lágrimas en los ojos que ser “la señora” de

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ese hombre era muy diferente a lo que ella se había imaginado. Algunas veces Fabiola viajó. Él la llevaba de compras a donde ella quisiera, se iban volando en la avioneta a San Antonio o Mac Allen al menos una vez por mes y ella siempre a la sombra de su marido como le correspondía su papel histórico (y, para acabarla, social).

Elegía con el dedo lo que anhelaba. Eso sí, nunca le limitó ningún gusto y regresaban a su casa en la selva a colgar la ropa que nunca usaría porque no habría evento alguno para presumirla, ni tiempo o compadres al menos para invitar. Bastó un año de

este tratamiento para que ella ya nunca más anhelara esos viajes. Los negocios florecían, pues en casa siempre había carros nuevos para llevar a los niños a la escuela. También hubo mejoras en el hogar. Se instaló una piscina a fin de no tener que moverse a la casa de la playa. Fue así que el mar se fue olvidando del cabello y cuerpo de olas de aquella que había jurado de niña ser sirena y quizá por eso la piel perdió su tono dorado, y su suavidad huyó agrietándole el cuerpo y el alma. Los ojos se le secaron y se le hundieron como pez muerto. El color de sus labios se fue perdiendo poco a poco, así como su risa. Y cada vez que su enamorado

dueño se percataba de esos cambios, mi hermana era preñada, para ver si así el semblante le cambiaba; pero, en vez de mejorar, parecía que la cosa empeoraba. Nadie le visitaba, posiblemente por temor a las deudas no pagadas que ostentaba la mayoría del pueblo, excepto yo, que por no pertenecer a ese lugar ni deberle un peso al dueño y señor de la mansión azul, era bien recibida y mi presencia no era tan mal vista

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en aquel paraje perdido en el paraíso de árboles frutales y verdor. Por eso sé que ir allá y verla morir poco a poco, me era cada vez más y más insoportable, así como el calor y los mosquitos, y el sudor eterno y la falta de aire que se respiraba en esa vivienda. Fueron muchas visitas las que hice antes de decidir no volver jamás. La última la recuerdo: fue diferente, ella simplemente no me quiso recibir, él se veía muy angustiado, tanto que por primera vez se sinceró conmigo y me platicó entre whiskey y whiskey que la veía rebelde, rencorosa, furiosa, resentida, y no alcanzaba a comprender qué era lo que le faltaba a su mujer, si él se desvivía por brindarle todo lo que estaba en su mano. –Mire, Teresa, yo no entiendo qué le pasa a mi mujer, usted que es su amiga aconséjele, a mí no me escucha, no sé qué le sucede, hace mucho ya ni me habla, me corrió de la alcoba, ya no oye mis historias con la misma atención y embelesamiento de antes; los hijos cada vez la alteran más y más y lo único que quiere es que le compre libros que yo no entiendo, y encerrarse con ellos desde que amanece hasta que anochece, pero más bien creo que no quiere saber nada de nadie, su grado de insatisfacción es absoluto. Ya tampoco le gusta la piscina; quiere cambiar todo el decorado apenas termina con la remodelación del anterior; ya no me quiere acompañar en la avioneta a las compras mensuales. Le cumplo como hombre todos los días aun cuando no le voy a negar que a veces me resulta difícil y necesito más estímulo que antes. Y yo callada, escuchaba la réplica de ese hombre simple en su pensamiento y sus costumbres que nunca podría comprender que la felicidad de su mujer no era tener todos los hijos enviados por el Señor, ni todo lo Tierra Baldía

material posible, ni su cuerpo caduco todas las noches. Quizá la quería, pero nunca podría entenderla porque nunca la escuchó, él sólo

sabía que después de viajar y viajar por cincuenta años, lo que restaba en la vida era sentar cabeza, por eso eligió a la mujer más joven, ingenua y hermosa que encontró en su terruño y le pidió matrimonio para tener por fin la prole que heredaría el apellido y la fortuna que forjaba con sus manos día a día. Para qué más querría a

una mujer sino para que le atendiera a él y a sus hijos. Qué más podría anhelar una mujer si ellas nacieron para procrear y atender a la familia. Las citas de negocios, las decisiones, las sucursales, el contador, el abogado, los juicios, los acuerdos entre los socios, las cuentas bancarias, las juergas, los burdeles para probar de vez en cuando o llevar a los clientes como promoción para convencerlos de futuros negocios, las pólizas de seguros, las facturas de los carros, la tenencia de los ranchos, terrenos y edificios y todos esos detalles, le correspondían a él y sólo a él. Su “vieja” (aun cuando tuviera veinticinco años menos) para qué querría saber de todo eso. Y me rehusé a seguir escuchando las versiones de cada uno, me fracturaba ver y escuchar a dos que unidos por intereses materiales y utilitarios vivían en guerra constante entre ellos y consigo mismos, y de paso observar a la prole crecer sin brillo ni ilusión en los ojos. Pero la noticia de su muerte me obligó a regresar al menos para consolar por unos días a mi amiga. Me recibió en la terraza. El color gris de su piel me asustó, los ojos hundidos no le ayudaban a verse hermosa y lozana y el rictus de dolor y desesperación se le había quedado Tierra Baldía

dibujado en el rostro, aparentemente para siempre. Horrorizada de verla en ese estado, miré hacia el contraste de la belleza del paisaje que nos rodeaba y así escudriñando cada centímetro de placer visual, mi mirada se fijó en un árbol frondoso y lleno de flores naranjas que me atrajo de una manera especial. Después de un largo silencio, Fabiola aparentó reaccionar levemente diciéndome –te ofrezco un whiskey–. Verdaderamente necesitaba algo fuerte para soportar esa presencia tan negativa, así que gustosa agradecí el ofrecimiento. Siempre tuve buena vista. Mientras amanece hago gimnasia con los ojos, miro a lo lejos, después cerca; arriba y abajo; doy vuelta la mirada como hacen las manecillas del reloj. Cada diez o quince movimientos doy masaje con mis dedos a los párpados, por eso nadie puede alegar que aquéllo que vi esa tarde fuera fruto de mi imaginación. Allí empezó todo. Mi mirada se perdía hacia el depósito de herramienta, los juegos de los niños, la piscina lejana en el jardín, la variedad y abundancia de árboles, fresnos, naranjos, limones, araucarias, sauces, cuando el

flamboyán, empezó a tomar vida aparte, al principio creí que era el aire quien movía sus hojas, pero pronto me percaté que no había ni siquiera una brisa, y por absurdo que parezca, sus ramas me hacían señas. De pronto una neblina se posó sobre

el árbol y poco a poco fue extendiéndose por el jardín humedeciendo de una forma diferente la piel y obscureciendo de un tajo el ambiente. Aquéllo parecía adherirse entre las ramas, no parecía la imagen acostumbrada de humo flotando, ese que produce la impresión de deshilacharse en los extremos, más bien tenía

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la forma de un óvalo casi perfecto. Y aunado a esto, en el ambiente emanaba la sugestión de un peligro oculto, de una energía adversa, que se escondía entre los árboles. Pronto también descubrí un olor desconocido, acre, ácido, dulzón. Cuando giré para comentar el fenómeno con Fabiola, ella tenía una expresión de terror que nunca he vuelto a ver en humano alguno. Me veía como si viera un espanto, como si yo viniera de la ultratumba. Por distraerla, empecé a hablar del clima silencioso y calmo que se percibía, del olor, de la neblina, de ese ambiente que daba la impresión de venir de un mundo distinto donde rigieran otras leyes físicas y otras fuerzas extrañas. Recuerdo que le sonreí y fue cuando ella, sin poder frenarse, empezó a llorar profusamente y a decir:

–Teresa, llevas bastante tiempo dándome instrucciones y ordenándome que escriba qué hacer con la finca, con los carros, con las cuentas bancarias, qué convenios continuar y cuáles no, y en especial me has insistido que mi marido no quiso nunca lastimarme ni abandonarme y que en vista de que nunca acepté su desamor, sus aventuras en el burdel, su territorialidad en su coto

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de poder, no le quedó más remedio que probar sus intenciones aun contra la fuerza de la naturaleza.

Yo sorprendida la paré en seco, –¿de qué me hablas?– Y Fabiola, con rubor en las mejillas, una sonrisa de perversidad y placer mezcladas y la vista iluminada, empezó a decir: –Sabes que no soy supersticiosa, pero embotada en la rabia y en el duelo, fui con la curandera, pero nunca me esperé que…– Y en eso le pedí silencio, miré el reloj y efectivamente eran tres horas más tarde de lo que yo recordara, miré hacia el flamboyán y la luz brillante de un atardecer incipiente le iluminaba el precioso verde del follaje y el fuego de sus flores; no había rastro de neblina y el aroma que predominaba en el ambiente era de naranjo en flor. Después de lo que sucedió, confieso que muchos de mis criterios han vacilado, pues no se aún cómo explicar en dónde quedaron tres horas de mi vida. Casi no hace falta decir que Fabiola y yo entramos por un tiempo en un estado de ánimo angustioso que se ha ido diluyendo y prometimos no difundir nuestra historia, pero es que hoy en el parque un flamboyán empezó a sonreírme.

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aNdrés téllez parra Fábula

L

as ratas estaban hartas de vivir apretujadas en ese asqueroso y sucio drenaje. Hacía muchos años que no habían podido salir de allí porque los gatos patrulleros estaban más brutales que nunca. En el lapso de cinco años habían masacrado al setenta por ciento de la población. El único lugar donde estaban seguras era en aquel drenaje debido a la fobia de los gatos al agua. Una noche decidieron que Rata Osada abandonara la guarida y los confrontara directamente; tal vez platicando podría llegar a algún acuerdo. Si fracasaba sería el sacrificio de una por las demás. Pero si el plan resultaba, implicaría el inicio de una nueva Era en la cual gatos y ratas volverían a convivir como antes. Todas la despidieron con lágrimas en los ojos, pero ella estaba con el rostro inconmovible y seguro: tenía una misión importante que cumplir. Largas noches transcurrieron desde la partida de Rata Osada, y las otras ratas ya se habían hecho a la idea de la pérdida irreparable de esa formidable compañera; incluso, había algunas que le habían organizado un funeral y la habían declarado “La Primera Mártir de la Revolución”. Todas juraron vengar su memoria. Un comando de ratas guerrilleras se estuvo preparando para realizar la primera incursión en el mundo que los gatos se habían apoderado. No obstante, un día antes de comenzar las actividades bélicas, Rata Osada retornó con una sonrisa en el rostro: atrás de ella venía el Comandante de los Gatos Patrulleros. Todas las ratas comenzaron a correr desesperadas por los canales del drenaje, mientras Rata Osada gritaba que se detuvieran, que todo estaba bajo control. El Comandante venía a firmar un pacto de paz. Ese anuncio fue tomado con gran escepticismo e incredulidad. La decisión de Rata Osada de llevar al Comandante a la guarida era demasiado riesgosa y todas estaba más bien alertas y a la expectativa.

Andrés Téllez Parra. Sociólogo; escribe narrativa y ensayo. Actualmente, estudia la maestría en Filosofía en la unam.

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–¡Compañeras! Escuchen lo que el Comandante tiene que decirnos. Esta es la gran oportunidad que tenemos para terminar con esta guerra y masacre de la que hemos sido objeto en estos años –gritaba Rata Osada para convencer a sus compañeras. Pronto el silencio reinó y las ratas hicieron un increíble esfuerzo por creer y escuchar la propuesta.

–Desde que comenzó la guerra –explicó el Comandante- el número de Gatos Patrulleros ha aumentado en más de un mil por ciento hasta la fecha. Cada día somos más los que vivimos de este oficio. Sin embargo, la brutalidad de muchos elementos ha dado por resultado prácticamente el exterminio de su especie. No soy estúpido y Rata Osada me ha hecho ver que si bien el fin de nuestra organización es precisamente exterminarlas, si acabamos con ustedes ya no tendríamos razón de ser, lo cual implicaría tanto como exterminarnos a nosotros mismos. Por eso, esta noche he venido a hacer un trato con ustedes: podrán regresar a la ciudad y poblarla de nuevo. Habitarán en lugares secretos, reservados especialmente para ustedes, pero no podrán sobrepasar en más de un diez por ciento la reproducción de su especie. La única condición es que cada determinado tiempo nos entreguen un porcentaje de su especie a un gato comisionado para este fin, de manera que podamos seguir justificando nuestro trabajo. Éste es el trato que vengo a ofrecerles.

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De inmediato se escuchó un fuerte murmullo de todas las ratas que se habían congregado para escuchar ese histórico discurso. La mayoría desaprobaba esta oferta e incluso los ánimos comenzaron a exaltarse. Se oían gritos como ¡Mejor matémoslo! ¡Hay que aprovechar que está aquí! ¡Descuarticémoslo! ¡Somos más! ¡Venguemos la muerte de nuestras compañeras! ¡Raptémoslo y exijamos un mejor trato con el gato en nuestras manos!, y cuestiones por el estilo. El Comandante se mantenía sereno e indiferente. De pronto, Rata Osada se levantó y pidió orden y silencio. –Compañeras, ésta es una oportunidad histórica. No dejen que les gane la rabia y el coraje. Sí, yo sé que a todos nos gustaría hacer pagar a los gatos por todo el sufrimiento que hemos padecido. Pero analicemos la situación con calma. Se trata de salvarnos como especie. Es sólo un gato el que tenemos aquí. Él fácilmente puede ser reemplazado por alguien más. Sin embargo, este gato inteligente ha comprendido la precaria situación en la que él mismo está inmiscuido. No saben lo difícil que fue llegar hasta él sin perder la vida. Pero no se trata de mí. Entiendan que si sacrificamos al Comandante, la furia del resto sería peor y presiento que difícilmente lograríamos sobrevivir. Somos pocos, pero somos suficientes para mantener la especie y procurar que los que hemos sobrevivido lo hagamos en mejores condiciones. -Sí, pero, ¿qué hay de aquellas que tendrán que ser sacrificadas por las demás? ¿Cómo se decidirá a quién mandamos al matadero? –grito alguien. –Lo he meditado mucho antes de presentar esta propuesta ante ustedes. La única solución factible es sacrificar a las ratas viejas. Ellas ya tuvieron la oportunidad de vivir; dejemos que las más jóvenes lo hagan también. –¡Pero eso es una aberración! ¡Cómo se te pudo ocurrir semejante idea! –gritó otra rata. Después de largas horas de discusión, Rata Osada finalmente convenció al pleno de que la mejor salida era aceptar el trato del Comandante. Años después, la tierra estaba infestada de ratas que corrían libremente por campos y ciudades, y cuyo número ya era imposible de contabilizar. Millones de ellas estaban reunidas en la Gran Plaza, donde se conmemoraba el vigésimo aniversario de la Revolución Ratil, y en esa ocasión, el líder espiritual, Rata Osada, había prometido un gran espectáculo para la celebración de ese honorable acontecimiento: el sacrifico público del último gato con vida ante las millones de ratas revolucionarias que estaban invitadas para presenciarlo.

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iRia puyosa Señor cazador

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elson y yo estudiamos juntos desde el segundo grado. Le tocaba sentarse detrás de mí y nos hicimos amigos desde el primer día. Yo no conocía a nadie porque venía de otra escuela. Me gustaba más esta escuela que la anterior. A la otra me llevaba mi mamá porque quedaba cerca de su trabajo; pero aquí empecé a venir solo en el autobús, aunque todavía tenía sólo siete años. Había una escuela cerca de mi casa, a la que podía ir caminando, pero a mí no me gustaba y a mi mamá tampoco. El uniforme de ellos tiene esos botones azules, grandes, como de payasos. Me gusta más el uniforme de nosotros, aunque digan que parecemos heladeros con la camisa blanca larga. Resultó que Nelson y yo casi éramos vecinos. Él vivía en la otra calle; la calle

Iria Puyosa (Puerto Cabello, Venezuela, 1967). Realizó estudios en Comunicación Social (ucv, 1993) y Letras (ucv, 1997). Ha escrito reseñas literarias para el suplemento Lectores de El Diario de Caracas y reportajes para la revista Viernes. Dedicada a la investigación en comunicación política, capital social y educación superior. Ha publicado en Zona Moebius y Ficción Breve Venezolana, entre otros. Mantiene el blog: Rulemanes para Telémaco (http:// rulemanes.blogsome.com/).

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de la bodega del señor Gerónimo. Yo a veces voy al mediodía a comprar con el señor Gerónimo, porque él no cierra entre doce y tres como los demás abastos. Así que cuando hace falta algo a última hora, voy allá. El señor Gerónimo siempre está escuchando Martín Valiente o Los tres Villalobos y apenas se fija en lo que uno lleva cuando tiene que marcar el precio en la caja.

A Nelson lo traía su mamá a la escuela. Tienen una camioneta que parece de transporte. Vienen los dos hermanitos de Nelson que están en preescolar, un varón y una hembra, que no sé cómo se llaman, y su hermano que ya está en sexto; antes venía la hermana, pero ahora está en el liceo.

el día anterior había estado haciendo las tareas en mi casa y yo le había regalado mis barajitas repetidas. Pero, Nelson me dio la cachetada. No suavecito; me la dio duro. Yo no podía responderle porque era un juego. Así que me reí, pero me dolía.

Igual, Nelson y yo seguimos siendo amigos. Nunca hablamos de la botellita. No tenía importancia.

Este año, en la semana de la escuela, nuestro curso decidió representar El pájaro Guarandol. Como nosotros somos buenos alumnos, nos seleccionaron a Nelson y a mí. Nelson era el pájaro Guarandol y su mamá le hizo un disfraz muy bonito. Yo era el cazador. Nos divertimos mucho durante los ensayos. Yo estaba muy contento con la escopeta prestada con la Cuando estábamos en tercero que iba a matar al pájaro Guarandol. Yo jugábamos mucho a la botellita. Si tengo buena puntería. En todo. El disparo se oyó durísimo. El golpe tocaba un varón y una hembra, siempre los mandábamos a darse un beso. Pero, de la escopeta me echó para atrás. Me si tocaban dos varones o dos hembras quedó doliendo el hombro. La maestra inventábamos otra cosa. Un día me tocó gritó. Olía a pólvora. También las señoras ponerle la penitencia a Nelson. Le mandé en el público estaban gritando, los niños a darle un beso a July, pues yo sabía que de preescolar lloraban. Yo me senté en el ellos habían sido novios en primer grado. piso, quietecito, sin llorar, sin hablar, pero July se molestó. Estaba rojita. Y después le me dolía. Nadie me hacía caso, porque tocó a ella ponerle una penitencia a Nelson. estaban socorriendo a Nelson, que se Lo mandó a que me diera una cachetada. moría con un tiro en el pecho. Nadie sabe Yo pensé que Nelson no lo haría porque cómo es que la escopeta estaba cargada.

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jOrge gómez jiménez El capitán frío

Desde que quedé mudo he tenido que esforzarme para mejorar mi caligrafía. Al principio fue duro, pues tenía la idea errónea de que debía escribirlo todo para ser entendido. Con el tiempo noté que cualquiera podía conocer mis intenciones con sólo algunos trazos. Por ejemplo, una q solitaria es la palabra que. Si quiero decir que algo me gusta, simplemente dibujo una carita feliz. Pequeños juegos como éstos me han abierto un mar de posibilidades y, por añadidura, han hecho que mucha gente me considere un mudo algo peculiar. Pero no era esto lo que quería escribir. Realmente quería contar la historia del Capitán Frío, un tipo interesante a quien conozco a medias desde que era niño. El asunto es que lo conseguí hace unas horas en un bar y me hizo acordarme de todo esto. Lo he visto un par de veces este año, ambas en el mismo bar y con la misma chaqueta gris cuyos codos se oscurecen cuando los posa sobre la barra, mojada por el sudor frío de las cervezas. También lo he visto de lejos en la calle, pero eso no cuenta.

Cuando llegué al bar, ya el Capitán Frío estaba sentado en un rincón de la barra, cerca de la puerta del baño de hombres. Me saludó con la mano y un inexpresivo movimiento de la cabeza. Quizás tendría más de una hora sentado allí; desde mi puesto pude ver algunas cervezas que tenía ya anotadas en su cuenta. Pedí la mía con una señal. Haber enmudecido me convirtió en un franco admirador del bullicio. Cada fin de semana gasto algunos billetes en cualquier concurrido bar de la ciudad donde pueda ver a la gente. Cato la felicidad y la desdicha ajena como si fuera un buen licor, y lo disfruto casi más que el licor verdadero y barato que trago cada una de esas noches. Aprecio las oportunidades que tengo de acercarme a la gente. Mediante señas lanzadas a la distancia en los bares, suelo contactar a las chicas para bailar. Pero invariablemente siento que la gente establece distancias cuando mi mudez se hace evidente. Es como una repugnancia, una forma absurda de miedo. Se ha afianzado, en el común de las personas, la

Jorge Gómez Jiménez (Cagua, Venezuela, 1971). Edita la revista literaria digital Letralia, Tierra de Letras (http://www.letralia. com/). Obtuvo el Primer premio de los Concursos Literarios Semana de la Juventud y Pedro R. Busnego, ambos en 1996, y Segundo premio en el Concurso de Minicuentos Los desiertos del ángel (1998), además del primer premio en el Concurso de Cuentos UCV Maracay (2001). Ha publicado los libros: La educación secundaria venezolana: un muerto sin dolientes (ensayo, 1985), Dios y otros mitos (cuentos, 1993), Los títeres (narrativa, 1999). Mantiene el blog http://jorgeletralia.blogsome.com/

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convicción de que quienes sufrimos de algún tipo de invalidez detestamos el mundo. Al menos en mi caso no es así. Pero no era esto lo que quería escribir. Desde mi tercera cerveza sentí ganas de ir al baño y pasé por un lado del Capitán Frío. Mientras orinaba, un tipo se puso a contarme que estaba con su novia y de repente llegaron tres amigas que se sentaron con ellos. Había bailado con todas y ahora se lamentaba pues de seguro tendría que pagar una cuenta enorme. Noté que en cierto momento empezó a mirarme en forma inquisidora, como esperando que le respondiera algo para apoyarlo en su pequeña desgracia. Me toqué la garganta e hice con los labios el ademán de la palabra mudo. El tipo entendió, arqueó las cejas y me dio una palmada en el hombro antes de salir. Ya me he acostumbrado a esos intentos de consuelo. Salí del baño y, mientras caminaba hacia mi puesto, vi de frente al Capitán Frío. Le sonreí, y me sentí un poco torpe cuando advertí que ni siquiera me estaba mirando. Sorbía su cerveza un tanto atropellado, con los ojos fijos en un punto del bar más allá de mi estúpida sonrisa. Cuando llegué a mi puesto me di cuenta. Hace tiempo alguien me contó un episodio en el que estuvo involucrada la mujer que captaba esta noche la atención del Capitán Frío. Ella trabajaba en una oficina del gobierno en la que él tenía que hacer ciertas gestiones. Fue así como se conocieron y, en unos días, estaban envueltos en un affaire que habría podido ser tranquilo, a no ser porque él era casado y se lo ocultó. Una noche, la esposa del Capitán Frío le montó cacería y lo encontró en un bar con la mujer en cuestión. Él se levantó de su puesto y trató de sacar a su esposa del sitio, pero ella, ofendida, blandió un paraguas Tierra Baldía

con el que golpeó varias veces a la amante, persiguiéndola hasta la calle en un tumulto del que, aupando alegremente la golpiza participaron vigilantes, clientes, dos choferes de taxi y hasta un músico ambulante con su guitarra colgada a la espalda. De detalles como éstos suelen nutrirse las historias de la noche. Pero no era esto lo que quería escribir. La mujer estaba sentada en una de las mesas, algo tensa por la insistente mirada del Capitán Frío. El hombre que la acompañaba hablaba menos de lo que bostezaba y, para cualquiera que no conociera los antecedentes, parecía una pareja bastante aburrida. Cada cierto tiempo, la mujer hallaba algún ingenioso pretexto para girar el rostro y mirar fugazmente al Capitán Frío. En cuanto ella volvía a ver hacia su galán de turno, el Capitán Frío miraba la puerta del baño y hacía con su cabeza un gesto de desaprobación, con los labios flojamente apretados hacia abajo. Casi pude prever lo que iba a ocurrir cuando llegó la vendedora de flores. Era una muchacha muy agraciada que recorría los sitios nocturnos con una cesta llena de flores envueltas en papel celofán. Nos hemos visto muchas veces y hasta me saluda, aunque confieso que me molesta cada vez que me dice mudito. Espiando en las afueras de un bar descubrí, una noche, que la vendedora era trasladada por toda la ciudad por un hombretón que conducía una camioneta color crema bastante vieja. Pero no era esto lo que quería escribir. La muchacha recorrió todo el bar sin vender nada, y ya se iba cuando el Capitán Frío la llamó. Lo escuché preguntarle por el precio de las flores y tenía su sonrisa cínica cuando envió una a la mesa de la mujer. A la chica le pareció extraño

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porque la dama estaba acompañada, pero después de guardar los billetes en su cartera cumplió su encomienda. La mujer dio un golpecito a la mesa y lanzó una mirada de enojo al Capitán Frío mientras, sin demasiada cortesía, devolvía la flor a la muchacha, quien dudó un poco. Con un gesto preguntó al Capitán Frío qué hacer, y éste le indicó con la mano que se fuera, mientras la mujer esgrimía argumentos con que calmar a su pareja, que la acosaba a preguntas. Los labios del Capitán Frío esbozaban esa mueca suya lejanamente parecida a una sonrisa. Una sonrisa fría. Hace muchos años, cuando el Capitán Frío no era aún el Capitán Frío y yo no era aún mudo, él trabajaba en una carnicería. No había cumplido los dieciocho, pero como era un poco mayor que nosotros, fue el primero de la cuadra que tuvo que conseguir empleo. Acababa de salir de la secundaria. Creo que su familia no disponía de muchos recursos y que por eso se empeñó en trabajar, para reunir dinero e irse a la universidad, en la capital. Aunque esto realmente es una especulación mía. Una tarde, el dueño de la carnicería le pidió que lo ayudara con la carne que llegaba del matadero. Él se puso una chaqueta de cuero, una gorra y unos guantes para soportar la temperatura de la nevera del camión. Subió y se encargó de pasarle las reses al dueño y a

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otro muchacho que trabajaba con él. Cuando estaban a punto de terminar, la puerta del camión se cerró accidentalmente. Por una extraña razón, la manilla no funcionó y él se quedó encerrado en la nevera. Buscaron un cerrajero, pero éste no pudo hacer nada con la oxidada manilla y tuvieron que romperla a golpes con una llave inglesa. La operación duró quizás unos minutos, pero fue suficiente para que todos los muchachos de la cuadra conociéramos del terrible peligro en que se hallaba nuestro amigo mayor. Nos mezclamos entre la pequeña multitud y, cuando finalmente la puerta se abrió, el joven salió esgrimiendo en el rostro una sonrisa extraña, parecida a la que le vi esta noche. Desde entonces le llamamos Capitán Frío. Pero no era esto lo que quería escribir. Tratando de que se olvidara de lo ocurrido, la mujer invitó a su pareja a bailar. Él accedió a regañadientes y por unos momentos fue bastante visible su incomodidad, pero creo que ella tuvo éxito, pues cuando volvieron a su mesa estaba más tranquilo y, al cabo de unos minutos, conversaban sin asomo alguno de tensión. Miré varias veces al Capitán Frío y noté que hacía un esfuerzo silencioso por que ella volviera a mirarlo. Dos chicas se sentaron en la barra, cerca de donde yo estaba, y atrajeron de súbito mi atención. Una de ellas hablaba y la otra paseaba su vista por el lugar, mirando a los hombres en abierta cacería. Quise sentirme Tierra Baldía

halagado cuando aceptó bailar conmigo después de haber visto al Capitán Frío sin inmutarse. Creo que todavía lo admiro. La chica me preguntó mi nombre y tuve que escribírselo. Cuando se enteró de que era mudo empezó a preguntarme cosas sobre mi estado que le parecían interesantes, cosas que podía responder con movimientos de cabeza o señas simples. La noté un poco divertida de bailar con un mudo, lo cual me hizo sentir bien. Pero no era esto lo que quería escribir. Mientras bailábamos miré hacia la mesa donde estaba la mujer. Estaba sola. El hombre se había puesto de pie y caminaba hacia el Capitán Frío. Por un instante pensé que iba a enfrentarlo, pero sólo iba al baño. Supuse que el Capitán Frío aprovecharía la oportunidad, y lo hizo. Se acercó a la mesa y discutió en voz baja con la mujer. Casi podría asegurar que lo oí decirle que el tipo con quien andaba era un imbécil. Ella respondió algo que no pude precisar y él dio un pequeño golpe en la mesa antes de retirarse. Llegó a su puesto justo antes de que el otro saliera del baño. Cuando volvimos a la barra, la chica le dijo a su compañera que yo era mudo. Tuve que utilizar el bolígrafo para responder algunas preguntas un poco más complejas, pero todo estuvo bien. Bailé con la segunda chica y luego me propusieron bailar los tres juntos. Al regresar a la barra, un tipo que estaba sentado Tierra Baldía

cerca de nosotros lanzó un comentario que pretendía ser jocoso, pero se tuvo que tragar su intento de congraciarse cuando las chicas y yo le miramos con desprecio. Desde que soy mudo he tenido que inventarme nuevas maneras de atraer a las mujeres. Al principio no me fue muy bien, pero con el tiempo me di cuenta de que todo se reducía a olvidar que ser mudo es una forma de invalidez. Lo más difícil era luchar contra el rechazo que producía en muchas chicas intentar comunicarse con un mudo. En cuanto empecé a resolver ese problema, con más o menos suerte dependiendo del caso, desapareció la mayoría de mis inhibiciones y pude tener sexo con cierta regularidad. Incluso una vez estuve con una mujer que decía sentirse aliviada, ya que al fin se acostaba con alguien que no le decía porquerías mientras la penetraba. Pero no era esto lo que quería escribir. Una de las chicas era maestra en una escuela primaria; la otra, cajera en una ferretería. Tomé dos servilletas y les escribí sendos mensajes que les entregué sin ocultar que se trataba de un arresto de picardía. A la maestra le pedí que me enseñara a besar y, a la cajera de la ferretería, un tornillo que me faltaba. Celebraron mi ingenio con alegres risotadas. Estuvimos bailando y bebiendo por más de una hora, hasta que me dijeron que debían irse. Me anotaron en una servilleta sus nombres y teléfonos y las hice reír cuando les pregunté,

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escribiendo en el reverso, qué sentido tenía llamarlas si no podría hablarles. Acordamos un práctico sistema de comunicación por soplidos en la bocina, y hasta lo ensayamos usando sus celulares. Cuando se fueron, entre risas y promesas de nuevos encuentros, sentí que la noche había sido redonda y decidí ir al baño, pagar la cuenta e irme. Antes de levantarme di el último sorbo a mi cerveza y recordé al Capitán Frío. Se acariciaba la barbilla y miraba a la mujer con el ceño fruncido. Ésta estaba nuevamente incómoda, o al menos así me lo parecía. El hombre acababa de pagar y caminó hacia el baño. Se miraron desafiantes. Cuando el hombre se perdió tras la puerta del baño, el Capitán Frío se levantó y la mujer hizo un gesto de enfado. Pero no fue hacia ella, sino que se metió en el baño. Entró justo antes que yo. Lo oí discutir con el hombre y preferí devolverme a la barra y aguantar mis

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ganas hasta que terminaran de dirimir sus asuntos. No podía verlos, pues el baño tenía una pequeña antesala con lavamanos y los urinarios estaban tras una esquina en la que ambos se insultaban con voz airada. Viré y, antes de abrir la puerta para salir, escuché dos golpes secos. Casi corrí hasta mi puesto en la barra para ver cómo terminaría todo. El Capitán Frío salió ocultando con frialdad su tensión. La mujer alternaba su mirada entre él y la puerta del baño. Él se tomó lo que quedaba de su cerveza, llamó al barman y pagó. Se disponía a salir del bar cuando pasó cerca de mí y le hice una seña. No esperaba que viniera hasta mí, pero lo hizo. Le escribí preguntándole por qué se iba. —Las cervezas están calientes —mintió. Me dio una palmada en el hombro y salió del lugar, luciendo la misma extraña sonrisa de la tarde en el camión del matadero.

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jUan manuel rodríguez Tómale la palabra a la muerte muérdete los dedos y renuncia a tu nombre Tómale el brazo

no es tan malo sollozar inviernos Llévale en tu pecho como escudo de uniforme no olvides la espada de los adoloridos de los que llevan zanjas de sangre de los que mueren de frío. Tómale el viene gris como ceniza suplicante como perro feroz y hielo entre los dientes Vaga con la muerte llévala hasta el rincón de tus secretos escucha sus consejos y traga, por fin, tu humilde humanidad tu pusilánime esqueleto. Vuelve a escribir la historia dentro de un cuarto de un día como hoy.

aliento

elefante

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negro

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eDaín r.v. La escritura del sí mismo en Nietzsche Una reconstrucción ontológica de la mirada...

I

La conciencia se devela a través de la escritura ontológica del sí mismo Nietzsche sólo pensaba para sí mismo,

escribía sólo para él, ya que transmutaba en pensamientos su propia sustancia.1

Este trabajo parte de la idea de que ningún filósofo permite acceder a su obra a través de su vida tanto como Nietzsche, para ello basta observar que el propio tratamiento de los múltiples autores que comentan a Nietzsche, justifica y plantea la necesidad de acudir a la biografía y personalidad de este pensador para poder descifrar y discutir algunos aspectos de su filosofía. Nietzsche, quien en su primera etapa, cuando su objetivo era analizar a los griegos, demostró su interés en la “actitud” de este primer tipo de filosofo que nace en la figura de los pensadores preplátonicos, lo cual pareciera dar en un punto clave para poder señalar que si el mismo autor a tratar lo consideraba un método de acercamiento, no sería equivocado permitirse esta misma herramienta para el análisis que se desea realizar con respecto a ciertos puntos de su pensamiento. Para aprender a conocer a los griegos es muy valioso tener en cuenta que algunos de ellos llegaron a tomar conciencia más allá de sí mismos; sin embargo, casi más importante que esta conciencia es su personalidad, su actuar.2 Esta cita abre el camino en cuanto a que es la conciencia de Nietzsche la que nos interesa ante todo, pues de ahí surgirá el camino por recorrer, así como los bruscos cambios de enfoque que tendrá su filosofía, pues es su conciencia, su sentir, su

pensar, lo que decide en último momento la ruta final, la que nos lleva hacia su concepción del superhombre, el eterno retorno y su creación del “filosofo del porvenir”.

Nota del editor: En realidad no se llama así, pero le gustó el “seudónimo” (creo).

1 Salome, Lou Andreas, Nietzsche, Editorial JP, 2000, p. 5. 2 Nietzsche, Friedrich, Los filósofos preplatónicos, Clásicos de la Cultura, Editorial Trotta, p. 18.

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Lo que no puede ser puesto en duda, es que el actuar de Nietzsche en la vida esta íntimamente ligado a su obra, a pesar de que en ésta sea la máscara quien habla para ocultar y develar al mismo tiempo, la capacidad demoledora del pensamiento. Lou Andreas Salomé3 demuestra esto en su obra sobre Nietzsche, pues hacer notar como él mismo advirtió que la gran filosofía anterior a su época era también una confesión de su autor, de sus memorias, insertadas en el gran contexto de la civilización, del “pensamiento” que influye en lo que vendrá a ser el carácter de toda una cultura. Negar la relación entre su personalidad y su filosofía

sería opacar, como dice Salomé, lo mejor de su fuerza creadora, de su sino, ese que le llevó a los extremos de una misma idea, ya

fuera ésta religiosa, científica, moral o un confuso aforismo que martilla oscureciendo lo que ya estaba claro. Ahora, es necesario partir del siguiente argumento: Nietzsche es ante todo un demoledor de conceptos y en su propio devenir puede observarse la necesidad de superación, pero para él superar un principio será derrumbarlo. Buen ejemplo de ello sería el fin de su amistad con Wagner, así como su crítica a Bayreuth, su decepción ante un genio que de pronto pareció Humano, demasiado Humano. Y es que pareciera que este principio de oposición, de no-identificarse, nace en una edad temprana, cuando Nietzsche pierde a su padre y ve su mundo demolido por esta ausencia. Ausencia que será remplazada por un hogar donde tres mujeres dominan el panorama: abuela, madre, hermana. Quizá esto sirve de umbral para comprender que en su conciencia primera Nietzsche elaboró esa voluntad de poder que se basaría en oponerse a lo que sería la más grande influencia de su vida, pues Nietzsche desarrolló una vigilancia extrema de sí mismo en ese ambiente rarificado por la muerte paterna, primer gran cambio en su vida. El que la oposición lleve a una nueva creación será un punto complejo en toda su filosofía. Oponerse necesita una vigilancia especial, la cual después formará su sagaz sentido crítico, su necesidad apremiante de dislocar y proponer derrumbamientos al orden establecido, pues Nietzsche busca cavar en lo profundo de todo cuanto existe, empezando por supuesto, por su propio pensamiento y el de su entorno. Todos hablan de mí, pero nadie piensa en mí, será una frase cimiente de su Zaratustra, frase que desde pequeño parecía irse formando en su recelo, en su eterna diferencia respecto a quienes le rodeaban. Ya en la juventud iría sobresaliendo una característica esencial en su personalidad y pensamiento: “la resistencia irónica”... esa resistencia que surge cuando: Pensar bajo la forma de las categorías es conocer lo verdadero para distinguirlo de lo falso; pensar un pensamiento “acategórico” es hacer frente a la negra estupidez, y, como un relámpago, distinguirse de ella. La estupidez se contempla: hundimos en ella 3 Escritora rusa que tuvo amistad con Nietzsche, autora de una de las biografías más contemporáneas a la propia vida del filósofo.

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la mirada, ella nos conduce con dulzura, la mimamos al abandonarnos a ella; sobre su fluidez sin forma tomamos apoyo; acechamos el primer sobresalto de la imperceptible diferencia, y, la mirada vacía, espiamos sin febrilidad el retorno de la luz.4 Nietzsche buscará distinguirse de la “masa”, de los borregos y esclavos que necesitan un gran pastor, ya sea un religioso o un creador de sistemas filosóficos. Tomar

partido por algo, por alguien, es perder voluntad de resistencia, voluntad de poder ser autónomo entre la manada que representa una cultura “decadente”. Ser un crítico

de la existencia permitirá a Nietzsche el soportar la propia, ser crítico de la estupidez y engaño en que vive el mundo, la finalidad y principio de su pensamiento. En esa primera mirada crítica de Nietzsche que se cierne sobre sí mismo, es donde hay que mirar con detenimiento para entender los fundamentos que dan continuidad a sus obras, por más distintas que pudieran ser entre sí. Esa mirada vigilante provocará la desconfianza primera, la cual será producida en el seno de su hogar, pues las motivaciones de todos aquellos que irán formando parte de su vida serán cuestionadas. Pero incluso antes de ese resquemor, ya existía la desconfianza hacia su propia conciencia hacia su “genio”, el cual siempre tenía que ser desafiado para así crecer hasta llegar a sugerir el pleno carácter de Zaratustra, del superhombre que sólo sería entendido por el pensamiento futuro. Ni él ni su personaje igualmente ermitaño, necesitan del “entendimiento” de otros para poder propugnar sus ideas, Nietzsche se opone a cualquier relación de cualquier especie porque sabe que compartirse es dejar de estar consigo mismo, con el silencio abrumador en donde nacen sus aforismos más terribles. Luego esa soledad que busca el sabio será llevada al límite por la enfermedad. Tampoco se trata de afirmar que la enfermedad sea elemento de la obra por sí misma, pero es indudable que el rumbo tomado por Nietzsche fue dominado de un modo u otro por la necesidad de alejarse de una ciudad, de un grupo de personas, de su trabajo, por las “condiciones especiales” que debía tener para poder combatir esa enfermedad que parecía venir de sus propios pensamientos. II

La música como único espacio de fusión y rompimiento de limitaciones Es así que Nietzsche señala en varias ocasiones que sólo en la música encontró algo distinto a la resistencia, es decir, posibilidad de fusionarse, de ser llevado por una corriente que le muestra la inmensidad que sobrepasa las limitaciones de la realidad cultural humana. La música adormece la enfermedad, no sólo la del cuerpo, sino 4 Foucault y Deleuze, Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y diferencia, Anagrama, Barcelona, 1970, p. 38.

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la de las palabras y los conceptos que forman la realidad engañosa en que vive el hombre, por ello Nietzsche quiere hacer música con el lenguaje, los pensamientos y los conceptos.5 Pero Nietzsche sabe que en una cultura como la suya (más aún, como la nuestra), nadie escuchará un canto excepcional, al contrario, nadie escucha sino se dice a gritos, a empujones. La música salva el alma, lo más espiritual del

hombre, la música supera las limitaciones del lenguaje lingüístico, su equívoca multiplicidad de significaciones.

El misterio está en la ondulación de un sonido que refleja la imagen del mundo, eso que se ha ido perdiendo ante la formulación de conceptos necios, como el de la razón totalizadora. La música es la más perfecta resistencia frente al supuesto orden que enmascara al caos. El estado dionisíaco que Nietzsche formularía en El nacimiento de la Tragedia demostraría que sólo en el abandonamiento de sí mismo puede traspasarse la barrera y el límite usual de la existencia individual. Pero lo que propone el sabio griego, es decir, el primer tipo de filósofo, es que para hacer filosofía, para asombrarse del mundo y separarse de él, buscando sus causas y efectos, el hombre debe ser apolíneo, debe buscar el límite, el orden, lo claro, lo único en contraste con lo múltiple. Distinguirse del arrobamiento orgiástico que crea Dionisos con su música, apartarse de la belleza que causa el sentimiento de que todo tiene sentido para encontrarse con la negación que propone el autoafirmarse fuera del estado donde se desdibujan los bordes del “yo”, son las condiciones para alcanzar el conocimiento y la sabiduría, aunque ello conlleve que el hombre deba sustraerse al placer que produce la música, la danza, el arte, los cuales unifican el ser del mundo, a costa de perder la conciencia individual. La complejidad resulta en que el hombre busca una vida individual sencilla, esto significa el protegerse a sí mismo de cualquier terremoto interno, aceptar las normas del exterior sin fundirse con ellas. El hombre sencillo es aquél que

en algún momento admiró Nietzsche, el hombre positivista y científico que se enfría bajo los dominios de la ciencia y se resguarda así de la fuerza demoledora que es la pasión. Por ello, el hombre inventará otra clase de placer, para soportar su existencia sin tener que arriesgarse a escuchar una música que hechice y haga perder el rumbo (tal como las sirenas hacían con los marineros de la antigüedad).

5 Safranski, Rüdiger, Nietzsche, biografía de su pensamiento, Tusquets Editores, 2004, p. 18.

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III

El juego de la existencia: escape de la Angustia y del Absurdo “El juego”, principio desencadenante de toda voluntad, estimula los afectos, los conduce hacia un fin, el cual siempre busca huir del aburrimiento producido por la incapacidad del hombre para mirarse a sí mismo. El hombre busca perderse en cualquier cosa que lo aleje de su propia conciencia, de la voz y música interior que le hace sentir, ante todo, angustia. ¿Qué angustia? La del Sin Sentido. Escapar de esta

sensación de “tiempo vacío”, de esfuerzo que nunca será totalmente gratificado nos conduce a la desesperación y luego a la apatía; finalmente, al nihilismo; el hombre tiene que encontrar el sentido de algo para poder creer en ello. Lo irrelevante del mundo se refleja en lo insignificantes y frágiles que somos.

Nietzsche buscó la oposición a todo ello, primero al no doblegarse ante la enfermedad del cuerpo, pero tampoco a la de su época: el conformismo conceptual en que había caído el mundo. El aburrimiento y la apatía de una existencia llevan al absurdo, Nietzsche tuvo que escapar de un primer absurdo: el quedar solo en un mundo femenino cargado de formas y sensibilidades incomprensibles. El primer gran absurdo al que todos nos enfrentamos es la vida, esa vida que es única e intransferible; ante todo, no elegida, impuesta, aquejada por la voluntad de un mundo que se nos opone como un monstruo. ¿Cómo llega uno a ser?... No sólo es una pregunta sobre la identidad, sino sobre qué es lo que cada uno debe lograr, como si la vida fuera lo que hay que soportar, hasta sublimarla. Querer ser algo más allá de lo que las propias posibilidades sugieren parece ser una de las metas que se oponen a lo monstruoso, combatir el absurdo es sobreponerse a la vida, conquistarla, desafiando lo que se debía ser, lo que se creía, para así buscar un nuevo modo de actitud, una nueva responsabilidad consigo mismo. Ahí comienza la escritura sobre sí mismo, ahí comienza toda la filosofía que ha venido a comprobarse en este mundo futuro. La filosofía de Nietzsche que señala la necesidad de que cada quien sea su propio dios y fundamento, pues lo 60

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único que poseemos realmente es nuestro “yo”, si es que lo hemos sabido modelar, raspar, endurecer. La angustia sólo puede ser dominada por la voluntad de evolucionar, de traspasar nuestros propios condicionamientos hasta llegar a ser la promesa que en un inicio nos planteamos, aunque el mundo pareciera estar en contra. Nietzsche quiso desenmascarar el misterio de los griegos como la cultura portadora de los primeros conceptos filosóficos (vigentes hasta la actualidad), pero ante todo quiso señalar que en la actitud de los griegos, en la actitud fi-

losófica para con el mundo es donde está el germen de la auto afirmación. Foucault parece llegar a esta conclusión al final de su

obra, cuando convierte la vida misma en un cuidado “estético”, él mismo plantea ideas reveladoras sobre lo que llamó “el cuidado de sí”, que rastrea desde Sócrates. El principio del auto-conocimiento. Al equiparar conócete a ti mismo, con cuida de ti mismo, Foucault parece acercarse como en tantas otras obras a varios ideales nietzscheanos sobre la concepción del sujeto, pero ante todo, sobre cómo “un sujeto debe llegar a ser lo que es”. ¿Quiénes podemos ser? Es la última pregunta, la última fase en el pensamiento de Foucault, pregunta que se vio precedida por otras dos igual de importantes: ¿Qué podemos saber? ¿Qué podemos hacer?6 ¿Qué es ese cuidado de sí mismo? Foucault, siguiendo a Nietzsche, pareciera hablar de que el propio vivir debe des-

encadenar en una “filosofía”. IV

La reconstrucción ontológica del sí mismo y el llegar a ser El cuidado de sí mismo implica la auto-conciencia, la proposición de Nietzsche “llega a ser quien eres” sólo se logra por una reconstrucción ontológica. Si hay algo que Nietzsche no destruyó en la metafísica, fue ese último lugar del sujeto como algo que debe sustraerse del engaño gramatical que trae consigo el creer que sólo por decir “pienso, luego existo” ya existe por sí mismo un sujeto. Nietzsche pensaba explícitamente y con énfasis en la primera persona del singular aun cuando él mismo descubriera que el enunciado “yo pienso” es una seducción de la gramática. El predicado pensar, exige un sujeto. En consecuencia se declara que el “yo” es sujeto, pero lo que produce la conciencia del yo es el acto del pensamiento... Nietzsche sabe que él es Nietzsche, a sus ojos valía la pena ser él mismo.7 Ese sujeto supuesto en la frase de Descartes para Nietzsche es una broma lingüística que nos juega la lógica de nuestro pensamiento traducido en palabras, ese “pienso, 6 ¿Qué sé? ¿Qué puedo? ¿Qué soy?, M. Morey, en el prólogo de la obra: Foucault, escrita por Gilles Deleuze, Editorial Paidós, p. 17. 7 Safranski, Rüdiger, Nietzsche, biografía de su pensamiento, Tusquets Editores, 2004, p. 28.

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luego existo” no trasciende puesto que el sujeto no existe desde antes, no es una sustancia metafísica comprobable por medio de la duda, sino una simple demostración vana de que la existencia es pensante, pero no basta pensar, porque ese

pensar debe ser puesto en acción por medio de la voluntad y de la resistencia para que entonces pueda darse la formación de un sujeto, un sujeto que deberá cuidar de sí mismo para

poder llegar a ser un documento digno de citarse.8 El sujeto debe verse como una narración futura, debe contemplarse a futuro, eso que Nietzsche hizo consigo mismo cuando se dio cuenta de que él hablaba para las épocas futuras. La vida es un ensayo del sí mismo al que debemos acceder, ser el propio autor

de nuestra vida, saber que las elecciones han sido nuestras a pesar de cualquier circunstancia. ¿Qué significo para mí

mismo? Es una pregunta igual de importante, pues la trascendencia siempre ha estado en la esfera de la significación. La cuestión es una “tecnología” porque debe existir un método para abordarse y describirse a sí mismo, para que en un futuro seamos nuestros propios lectores. En estas ideas parece haber un prototipo de lo que Foucault llama la “racionalidad retrospectiva”, sólo que en este caso la propia racionalidad debe ser cons-

truida por el sujeto ya visto como algo que va a llegar a ser y que después tendrá que mirar en retrospectiva su propio quehacer como

sujeto y filósofo. Quizá la diferencia mayor entre Nietzsche y la concepción última de Foucault a este respecto es que para él las prácticas del sí mismo son los medios por los que podemos cambiarnos a nosotros mismos para convertirnos en sujetos éticos, pues el objetivo de la vida ética o “telos” determina la clase de ser a la que aspiramos cuando nos comportamos de una forma moral.9 Para Nietzsche lo moral pareciera reducirse a ser “congruente contigo mismo”, aunque eso deberemos profundizarlo más adelante. En su juventud Nietzsche parece creer aún en conexiones llenas de sentido, lo cual después pareciera cristalizarse en la despersonificada voluntad de poder o fuerza creadora. Nietzsche encuentra esta especie de conexión o fuerza ya desde muy pronto en las palabras, escribir lo

que uno piensa y espera de sí mismo parece concedernos un poder superior, una seriedad y un sentido que se ve empeñado en la “mayoría”.

La poesía, así como la música, son dos artes donde Nietzsche puede ver este poder que va del pensamiento hacia algo más sublime, en ese orden pensamiento y creación

8 Ibidem, p. 29. 9 Popkewitz, Thomas (compilador), El desafío de Foucault, Ediciones Pomares-corredor, España. 2000, pp. 83-84.

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se unen para generar conceptos, esos que vendrán a derrumbar viejas concepciones, proponiendo un nuevo horizonte de significados, tanto en lo teórico como en lo práctico. La fuerza creativa de la vida y del hombre mismo vendrá a reemplazar a Dios. Esta fuerza a la cual a veces hay que oponerse y otras entregarse, nos lleva hacia un Destino. El destino, tal como lo entiende Nietzsche, es la contingencia, la casualidad y necesidad alejada de todo sentido.10

Para que exista un sentido debe existir una unión entre lo que es el destino y la libertad. Dios es la libertad absoluta, ¿cómo en-

tender esto?... En 1862 Nietzsche cavilaba sobre Dios y el mundo. Aún joven ya tenía en claro que a pesar de cualquier confusión siempre habría un principio del cual partir: Habría que llegar a ser un individuo que se configura a sí mismo y que, ampliando sus círculos, tiene la fuerza de elevarse en la medida de lo posible... para ello se requiere la convicción de que nosotros somos responsable solamente ante nosotros mismos.11 No es necesario acceder a otra vida ni seguir los preceptos de un dios en ésta. No-

sotros debemos convertirnos en lo que el hombre realmente es, ese es el sentido y la finalidad. ¿Qué debe ser y hacer el

hombre?... Pareciera en primera instancia que comprendernos a nosotros mismos es la tarea más urgente, ¿qué debo llegar a ser y para qué?, son las preguntas esenciales en la vida de un hombre; en ese sentido el hombre debería ser capaz de liberarse de los condicionamientos de su propia cultura o modificarlos, engrandecerlos, tal como hicieron los griegos en su momento.

10 Safranski, Rüdiger, Nietzsche, biografía de su pensamiento, Tusquets Editores, 2004, p. 40. 11 Ibidem, p. 41.

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yAvick loera Leer libros de ciencia para imaginarte en otro lugar

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os habitantes de Mogol, pequeñísimo planeta ubicado en las inmediaciones de la Vía Láctea, habían logrado pasar las más duras pruebas de la cadena evolutiva de la ecología en su entorno, perfeccionando su sociedad a lo largo de millones de años. Estaban en su etapa cumbre, en la que habían comprendido casi todo lo que rodeaba y afectaba su pequeña sociedad. Entre los habitantes vivía Inamezhteg, una pequeña estudiante penúltima clase (en nuestro sistema equivaldría a la universidad), la que había razonado a lo largo del tiempo que había tenido contacto con toda aquella vida alejada de problemas, preocupaciones, moldeada casi a la perfección; sintió que esto no era tener una vida decente, pues todos gozaban de tal alegría que menospreciaban o no le daban el valor que merecía el sufrimiento y la carencia, aunque ella misma no conociese exactamente estos mismos términos. Su desesperación fue tanta de ver tal mundo de frías beldades y arrumacos de certidumbre, que salió un buen día de aquel lugar tan excelso, decidiendo ir a un planeta del que hablaban ciertos libros de ciencia ficción de un tal autor llamado Vomisa Cassi, los cuales, aunque viejísimos, a ella le encantaba leer. Éste se encontraba, según el autor, entre las dos estrellas más brillantes del firmamento. Para facilidad de la pequeña, los transportes de esta civilización podían moverse prácticamente a cualquier lado del planeta e, incluso, salir de él, pero a nadie le interesaba tal hecho, pues estaban conscientes de que no había necesidad de salir de su plácido paraíso, por lo que Inamezhteg se escapó y se dio a la búsqueda de tal planeta. No pasó mucho para que conociera realmente que sí existía el planeta, y no sólo eso, sino que sus habitantes eran tal y como los contaban los libros, llenos de problemas por resolver, inmersos en un mar de preocupaciones, con una libertad tal de escoger el acomplejamiento que tú quisieras y pasar si querías, el resto de tus días viendo todo en un andar de incertidumbre y supuestos. Se puso a observar todo lo que hacían aquellos seres (cabe mencionar que antes de llegar a aquella civilización, se hizo una cirugía completa después de escanear por completo el cuerpo de un ser que secuestró, mandándolo en su nave hacia el espacio, para asegurarse de que así ya no podría regresar nunca más a su pulcro planeta), y se topó de repente con una exposición de arte en una ciudad. Tierra Baldía

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Se sintió tan atraída de tal hecho y de pensar cómo es que habrían llegado a resultados tan asombrosos e incomprensibles al mismo tiempo, que ni siquiera ella, una mente tan perfecta y deductiva, llena de cantidades insospechables de conocimiento, podía razonar, podían estar en aquel lugar tan desequilibrado. Inmediatamente supo que aquello se llamaba arte y se propuso estudiar aquello en una escuela para conocer la fuente de todo aquel placer. Preguntó cuáles eran las artes y decidió estudiar una que le gustó de sobremanera, llamada arquitectura. Han pasado ya tres años desde que llegó de su planeta y ahora más que nunca pasa desapercibida como estudiante de arquitectura, llegando a su casa (adoptiva, por cierto) y tirándose en la cama, en donde se la pasa leyendo libros de ciencia ficción, después de llegar de la escuela, contándome a veces lo que dicen los libros. Por esa misma razón es que sé que mi hermana es extraterrestre, pues aparte de que ni duerme ni come intentando buscar comprender el arte, se la pasa leyendo libros de ciencia ficción, esperando encontrar uno que hable de su planeta para poder saber cómo regresar a él.

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eManuel durán Lo nuevo de García Márquez

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odas las mañanas comienzan de la misma manera, el cigarrillo, la taza de café y esta terrible angustia de pasar desapercibido mientras la cola se enrosca con vileza criminal por debajo de los pantalones. Mi nombre no importa, hace mucho que la estirpe se extinguió casi por completo; sólo soy uno más de los empleados de esta librería, viviendo la rutina del día a día y mandando al mismo estante a las personas que me preguntan una y otra vez lo mismo: ¿En dónde encuentro lo nuevo de García Márquez? Pasillo tres, estante nueve, escritores iberoamericanos, García Márquez, Gabriel, código 785678-89 a. Esa es la ubicación exacta de mi truncado destino, el que perdí para convertirme en este idiota que, rodeado de los mejores, sólo puede admirarles y alabarles mientras ellos se llevan el reconocimiento, la fama y los millones. Porque yo pude ser escritor si hubiera escuchado las advertencias de mi madre. La estirpe murió, me decía, termina una carrera, gradúate, todo sería mejor que vivir metido

en este rincón alejado de la vida real, detrás de un mostrador. Escritor hubiera sido lo ideal. O quizás Patriarca; sí, Patriarca hubiera estado bien, para pasearme por las calles de Macondo con un aire señorial, vestido con las mejores telas y la mirada siempre fija en lo alto, ir a la cantina y sentarme al lado del coronel, tomar un buen trago o disfrutar uno de los deliciosos pudines de la señora Forbes mientras el hombre del hielo nos muestra las magnificencias de su máquina prodigiosa. De pronto, el cielo se abre y una luz celestial ilumina las polvosas calles del pueblo mientras las nubes, cayendo desde las alturas como retazos de sábanas blancas, se abren para dar paso a la figura hermosa y delicada de un ángel que desciende envuelto en un halo de luz azulada. Remedios, la hermosa Remedios, tan harta ya de la vida entre nubes y santos ha decidido volver con nosotros. Me levanto de mi poltrona con la vista fija en ella y la garganta cerrada a causa de la emoción y, con un temor reverencial, me acerco a ella, tomo

Emanuel Durán, Aguascalientes, México (1981). Portero frustrado, lector incansable y novelista de terror contemporáneo. Ha publicado la novela Jardín de Niños (2006). Asistente al taller de narrativa del Centro de Investigación y Estudios Literarios (ciela-fraguas) que imparte el profesor Eduardo López.

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una de sus delicadas manos entre las mías, curtidas y resecas por el sol inclemente, y la beso en los labios con dulzura. –¿En dónde estuviste todo este tiempo? Ella no responde de inmediato, sino que desvía la mirada hacia el local que se encuentra frente a la plaza y que tiene un toldo ceniciento. –He buscado lo nuevo de García Márquez en todos lados y no lo encuentro. ¿Sabías que, al recordar a todas sus putas, olvidó mencionarme? ¿Sabes en dónde puedo encontrarlo? –¿Y cómo se lo digo? ¿Cómo le digo que lo nuevo de García Márquez se encuentra frente a ella, relegado a estar detrás de un mostrador

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de la librería de toldo ceniciento que se encuentra frente a la plaza, sólo porque nació con una maldita cola de puerco enroscada en la pierna? ¿Cómo se lo digo? En lugar de hacerlo cierro los ojos y lloro en silencio. Mi vida no es lo que debió ser. Ahora nada más me queda la esperanza de visitarme de tanto en tanto (quizá por más de cien años), en el pasillo tres, estante nueve, escritores iberoamericanos, García Márquez- Gabriel, código 785678-89 a. Cómo puedo explicarle a nadie que, de mi vida que nunca sería, lo único que conservo es la triste verdad de saberme abandonado, porque al igual que al coronel, yo tampoco tengo quién me escriba.

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aNgélica martínez coronel Lo que he visto por estos días en los que me alejo un poco de casa Me dirigía camino a la parada del autobús, he tirado el portaminas que guardaba en un bolsillo lateral de mi mochila al salir de la preparatoria; caminé mirando todo a mi alrededor –y es que no sé qué tengo, pero para mí, hasta un mísero papelillo flotando en el aire es digno de intriga–. Los autos pasaban demasiado rápido a sabiendas de que no circulaban por una avenida de alta velocidad. Y yo me envolví en el pensamiento, cuestionándome acerca del “¿cuánto tiempo tardaré en pasar al otro lado?”. En ese instante en el que todo eran enervantes colores de vehículos que levantan mis cabellos, con la ráfaga que dejaba su velocidad, llegaba a mi mente aquel nunca olvidado y pueril chistecillo –si es que en verdad logra calificarse como tal, actualmente- que habla de la gallinita que quería llegar al otro lado. Sí,... veo muchas cosas todos los días... Los tipos indiscretos, mientras esperan la luz verde del semáforo, han de recargar su brazo derecho en la ventana abierta del vehículo para hurgar (con su dedo índice o meñique, según les plazca) su nariz, lo que tienen de virtud es que son previsores (algunos, puesto que otros en su desfachatez hacen lo que mi tío tiene a bien en llamar “rascarse el cerebro”)

y giran su cabeza de derecha a izquierda y

viceversa sólo para mirar si algún transeúnte los vigila.

Haciendo ese minúsculo examen de zona, los individuos proceden con el protocolo del “entra dedo, saca moco” y lo deliciosamente maravilloso que hay en ello es que piensan que nadie los ve arrojar –después de sacado el dedo de la nariz- la pegajosa plasta hasta el asfalto; pero amigos, yo los he visto a todos hacerlo de mil y una maneras distintas. Entonces una fatídica aparición de la luz roja interrumpe el fino arte nariz-dedo y nos permite –después de algunos minutos– cruzar para llegar al otro lado; empero hay unos monstruo-conductores que son poseedores del excelso don de las maniobras inteligentes, esos son los que de mi parte pasan a ser acreedores a una refrescada o lo que es lo mismo una mentada de madre, es inminente no callar cuando uno de ellos ha estado a unos segundos de dañar al peatón por no respetar la vialidad. Me acaba de suceder que, cierta tarde, en que caminaba de una acera a otra, un automóvil se dirigía hacia mí, revisé el sentido de la calle y me percaté de que el vehículo y su pasajero al volante, iban en contra; casi me arroja. Se frenó, y aquel ser humano (el que sostenía el “timón”) inmisericorde asomó su cabezota por la ventanilla y dijo: –¡Fíjate,... carajo!–. Para su suerte, no pude escuchar el resto de la

Angélica Martínez Coronel. Aguascalientes, Ags. 1991. Estudiante de segundo semestre en el Bachillerato de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. “Gusto de contar historias, con las que hago reír a mis amigos. Las cosas sencillas son para mí las más complejas. Algún día viviré en la Luna”.

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retórica sobre la supuesta responsabilidad que debía tener. No me enteré de más porque mis audífonos emanaban la música que me agrada, pero creo que, aquel escasamente escuchable conjunto de vocablos, era enfadoso. Como decía, todos los días que camino para tomar el autobús que me lleva a casa, veo muchas cosas. Hoy, por ejemplo, mientras partía a la universidad, me encontré con diversas clases de personas, unos eran hombres mayores quienes me veían mal y murmuraban una serie del infame palabrerío que pronto advertí eran para, según ellos, elogiarme; también buscaban llamar mi atención silbando o haciendo otra clase de lo que se podría nombrar estupidez. Otros más eran los ciudadanos, los bona gens, y los últimos fueron los que me inspiraron para presionar teclas. De repente divisé a un muchacho que venía con cierta expresión en su rostro, como de dolor y coraje embelesados, noté lo más lógico y de fácil distinción, él cojeaba del pie derecho como si alguien o algo lo hubiera noqueado, y en su ojo izquierdo, me pareció haber visto unas cuantas cortadas, así que, como sé bastante de las peleas y de sus consecuencias, conjeturé que ese era el final andante que nos brindó una riña, momentos atrás. Una idea vino a mí, como un campesino de hace años iría con un sacerdote, desesperada y súbita. Quería que de mi boca brotaran las amistosas palabras: ¿estás bien, puedo ayudarte?, pero me trabé gracias a la posible reacción del chico, pues tal vez diría cosas demasiado viles y crueles, además de que para muchos de nosotros, hoy día es imprudente hacer algún tipo de intromisión en los asuntos de alguien que hemos visto sólo una vez en la vida. Callé y continué. Al llegar a la banqueta que seguía, una joven miraba en dirección al chico lastimado; lo veía alejársele

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mientras sostenía su bolso y lloraba tras unas gafas oscuras. No sé qué se movió de nuevo en mí, pasó exactamente lo mismo que cuando me tropecé con aquel joven, y quise prestar auxilio, pero lo mismo que antes me forjó un obstáculo, surgió nuevamente como el renacer del fénix. Mis impulsos me hicieron girar la vista hacia donde ella, y luego me volví para mirarla, pasé por su izquierda y para ella, aquel (tal vez novio) se distanciaba del amor. Cuando subo al camión otras historias comienzan, pero la mayoría de las veces odio mirar al gentío o simplemente, mis desvelos hacen de las suyas y comienzo a cabecear bruscamente hasta dar un beso con mi frente en el asiento. De ahí que lo que vi en el urbano no fue más que albañiles quejándose –como todo el buen mexicano- de los humildes salarios; la niña que estudiaba con detenimiento y entre tambaleos unas hojas cuya procedencia se volvía obvia- me refiero al cortar-pegarimprimir y a unos estudiantes hablando de sus tortuosos tests universitarios. El resto del camino lo pasé debatiendo entre el sueño y la poca fuerza que tenía para no dormir. Pese a lo aburrido que fue el camino, disfruté el resto del día, con excepción de mi inquisidora clase de deportes. Loor a mi gente buena por darme mucho de qué hablar, por hacerme sentir, y por darme la oportunidad de, aunque no muy frecuentemente, ver a través de miles de ojos. Lo que siento en cada persona con la que me topo es, algunas veces indescifrable, otras insensible e indiferente, pero lo que sé, es que por ellas estoy esta noche escribiendo y he olvidado que tengo un examen y que debí leer mi libro de texto para la clase de biología de mañana. Un ansia de saber qué será lo que veré mañana recorre mi espina dorsal... Tierra Baldía

sErgio rosales El silencio y la piedra

Ahí donde están los que acá estuvieron, ahí donde descansan los que nunca lo

hicieron o lo hicieron siempre. Ahí donde, pobres-ricos, grandes-chicos, gordos-flacos, altos-bajos, negros-blancos, amarillos-rojos, largos-anchos, buenos-malos, jóvenes-viejos, guapos-feos, ahí donde las pasiones, esperanzas, desafíos, humildad, sueños, devociones y amores, todo y todos encuentran la paz. Ahí donde la belleza se eterniza, muchas y muchos mueren a diario, pero su belleza sólo es eterna permaneciendo en pidera, enfrentando con orgullo los maltratos, los climas, pero sobre todo los tiempos. A estos lugares los ocupa un sinfín de historia, de leyendas y de misterios. Lo ocupa un sinnúmero de seres que un día nacieron, rieron, sufrieron, amaron, lloraron y que ahora son tan sólo “silencio, piedra y paz˝. En este lugar existen los ángeles mensajeros. Ángel significa “mensajero˝, espíritu celeste criado por Dios para su ministerio, y aquí velando por el eterno descanso de los muertos. Ángel Custodio; siempre erigido detrás de la sepultura de un niño o niña. Ángel Oidor; tiene sus manos sobre el oído como si estuviese escuchando quejas, lamentaciones y confesiones del difunto. Ángel del Silencio; con el dedo índice sobre sus labios, exigiendo silencio para que descanse en paz en su tumba. Ángel Escritor; quien apunta los hechos más importantes de la vida de quien duerme camino a la eternidad. Ángel de la Fe; se le puede ver levantando el brazo hacia el cielo, como indicando: éste es el camino. Son miles de ángeles, de epitafios. Es lugar de vida y de muerte, de muerte y de vida. Es un lugar de silencio y paz. Este Panteón de los Ángeles, fue construido en el siglo XVII, alberga un sinfín de personajes y sus silencios, simples mortales de la historia de mi ciudad. Ahí viven entre sus silencios.

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lAura zapata

Luces en el cielo

A

rreciaba la lluvia y sus viejos huesos no podían llevarle más rápido, lo empinado del cerro o haber ordeñado esa tarde casi veinte vacas a mano le tenían entumido. Cuando entró a su casa estaba empapado, se cambió de ropa y fue a la cocina para tomar algo caliente. Con su tazón en la mano se asomó por la ventana para ver la lluvia y una luz brillantísima le deslumbró. Su mujer llegó minutos después, vio la ventana abierta y en la penumbra pudo distinguir sobre el piso una masa chamuscada y una cuchara doblada. Elena   Los fantásticos hermanos K   Hoy celebramos nuestra función número ochocientos, los compañeros del circo nos acompañan, ellos al igual que mi hermano, piensan que nuestro acto es el mejor  en su tipo, pero yo sé que nuestra simple aparición ya no impresiona a nadie.   No hablo de esto, es inútil; para todos somos un individuo   El  alcohol  que él  ha tomado me da valor para callar por fin al corazón que tantos años hemos compartido y terminar con mi vida que unida a la suya no tiene motivos para  festejar. Elena  

Laura Elena Zapata Hermosillo. Fecha de nacimiento: 10 de julio de 1967. Estudios: Ingeniero en Sistemas Computacionales por la uaa. Pertenece al taller de cuento y varia invención que coordina el licenciado Salvador Gallardo, el hijo, en el ciela.

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Maldición La misma noche que murió el doctor Leiví toda esta casa se llenó de una lluvia de ceniza. El huerto fue el lugar más dañado, no sobrevivió ni una  de las plantas y el viejo pozo aun cuando estaba tapado, acabó contaminándose. Tenía miedo de  que el peso  terminará de tumbar los antiguos techos y di órdenes a la servidumbre para que recogiera hasta el último cúmulo de escoria. La escoria debe limpiarse, igual hice con el doctor al denunciarlo; mi país me lo exigía. Después de todo este tiempo parece que la tarea será imposible y es que durante la noche ese olor nauseabundo a carne quemada vuelve sin aviso  al igual que la ceniza.   Remedios caseros Se la pasaba sentada en el balcón la mayor parte del año; sólo la lluvia o el frío muy intenso lograban que entrara al departamento. Se levantaba tarde, casi al mediodía; encendía su primer cigarro y salía a la terracita. Yo debía servirle las comidas, llevarle las revistas y, lo peor, cada lunes hacerle el pedicure. Ella no movía un dedo en todo el día, es cierto que su peso tampoco se lo permitía; ni podía, ni quería. Sentada en su equipal, que era la única silla que soportaba sus carnes, se enteraba de vida y milagros del vecindario. Desde lo alto de ese balcón no había suceso que se perdiera. Mientras tanto, yo no tenía un minuto de descanso, si no era la limpieza de casa, era la cocina o traer de la calle sus encargos. El lavado de la ropa era otra de las tareas que debía realizar con sumo cuidado, y aunque teníamos lavadora, toda su ropa y la ropa de cama debía pasar por un escrupuloso ritual de limpieza inventado por ella para ser cumplido justamente por mí. Ese verano tuvimos una plaga de moscas. Yo estaba lavando los trastos cuando por la ventana vi cómo estaba de pie agitando sus gruesos brazos; traía en una de sus manos un matamoscas. Me distraje un momento y cuando volví la mirada hacia ella vi cómo perdió el equilibrio y cayó al vacío. La policía me preguntó qué tenían los platitos que estaban por toda la casa e incluso en el balcón; yo dije la verdad: agua azucarada.

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mIguel ángel méndez Cartas de amor

Por las tardes huelo en la humedad de las mareas aromas de otras distancias y escucho a los oleajes susurrarme cartas de amor que algún remitente inaccesible pero que sabe de mí hasta el último de mis secretos me ha estado escribiendo desde la otra orilla del océano.

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Metamorfosis

Recojo una piedra en forma de pez junto a un río,

la siento arder en mis manos mientras la palpo un ave pasa graznando

en fugaz vuelo.

La piedra empieza a moverse lentamente; cambia de color, siento su humedad transpirar en mis manos

y trato de cerrar el puño. Pero la piedra o el pez salta hacia la corriente y parte río abajo.

De lo alto

un pájaro cae y al recogerlo sólo encuentro una piedra

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en forma de ave.

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iLse díaz Tercer mes

... en marzo, el mes del leopardo... Julio Cortázar

El agazapado. Pero con un sol, El que empezó en un continente

y todavía no termina. El que tenía una mujer

y un hombre

y una tristeza que no se puede poner en letras.

Ya tenía los puños cerrados ya iba a lanzarse a ios mi i vacíos siniestros,

ya no dudaba.

Pero el leopardo le vomitó encima una i que terminó por cegarle

y nadie le lamió los ojos.

Ya no quiso saber nada de la felicidad de los cuerpos,

prefirió Amberes en su frialdad tibia, en sus cafés altos y en sus cervezas-cerezas.

Ilse Díaz, Aguascalientes, 1985. Estudiante de Letras Hispánicas en la uaa. Escribe cuento y poesía. Pertenece al Taller de Cuento y Varia Invención que coordina el licenciado Salvador Gallardo Topete en el ciela-fraguas.

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Amberes lleno de bicicletas,

té de Sudáfrica,

chocolate caliente, nubes que no hay nunca junto a los tranvías y la mano del gigante cargando a la gente que se duerme en las plazas la gente a la que el río les muerde las nucas,

Podría haber muchos cadáveres flotando y música de jazz resonando en las tiendas. eso lo deseaba, pero sobre todo una felicidad nueva,

primigenia,

que ya en nunca tuviera que ver con los cuerpos.

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rEgina kalach atri Rojos

1.

Se me ahoga el rojo Mi rojo, el propio,

me asfixia. ¿ahoga a los otros?

2. Rojo en arena



Salpicada la sangre.

Ciegas divinidades dejaron gotas Semillas de granada. ��������� Aterrado.

granates

El color rojo:

Regina Kalach Atri es madre, esposa y poeta. Tiene en prensa su segundo poemario.

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3. Descarnados

Intensos

Suaves desperdigados Desamorados En mortaja final. Relucen sangre y fuego.

amoratados

4. Rojo:

esplendor.

Por la tarde

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Pétalos sobre el mantel.

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rOdolfo jm. El flautista

L

e llamaban el flautista, aunque no tocaba la flauta ni ningún otro instrumento. Era un predicador que desde hacía varios meses había aparecido en las calles de la ciudad. Vestía una túnica color rojo brillante. Llevaba la canosa cabellera larga y suelta, y una barba cerrada que le engrosaba el rostro y cuyas puntas rozaban su pecho. Ahora nadie recuerda

cuál era su nombre antes de que comenzaran a llamarle flautista, pero la mayoría coincide en que se llamaba Pablo.

Sobre quién lo bautizó hay más controversia, se dice que fueron los medios de comunicación, otros dicen que fue la gente; también se dice que él mismo acuñó el sobrenombre, pero esto último es poco probable. En lo que todos estamos de acuerdo es en la razón del apodo, quizá porque resulta demasiado obvio y nadie se atreve a interpretarlo de diferente manera. Se sabe que le gustaban los parques y las banquetas amplias del centro de la ciudad –donde además dormía–, porque en esos lugares podía reunirse mucha gente a escucharlo, también porque había el espacio suficiente para desplegar los cinco carteles que le ayudaban a ilustrar sus sermones. Es un hecho que el flautista pintó aquellos carteles, usando plumones de

colores y basándose en los dibujos de las revistas para adultos que solía encontrar en los baños públicos y los parques. Dibujó en cada cartel cuatro rectángulos, dentro de los cuales se mostraba a los personajes de su historia, cada uno de ellos con globos de diálogo sobre sus cabezas. Una vez montado su escenario,

Rodolfo JM (México, 1973). Estudió Ingeniería Industrial en el Politécnico Nacional así como el diplomado en Literatura de la sogem. Ha publicado un plaquette (1994) y un libro de poesía (1998). Ha sido colaborador de El Sol de México, así como de distintas revistas de provincia y publicaciones virtuales. Ganó el VI premio de narrativa breve Tirant lo blanc, convocado por el Orfeo Catala en 2006, y obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional de Cuento Policiaco 2007. Se encuentra incluido en la antología de cuento fantástico Antes de que las letras se conviertan en arañas, compilada por Édgar Omar Avilés, en 2006.

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el flautista, haciendo bocina con las manos, y a gritos, invitaba a escuchar su sermón a todos los transeúntes. A los vecinos no les importaba mucho la presencia ni los gritos del flautista, lo veían como un personaje inofensivo que incrementaba el encanto turístico de la ciudad. A veces algún despistado se detenía para ver de qué trataba el sermón, incluso hubo quien le tomó alguna foto, pero nadie se quedaba a escucharlo. Salvo los niños. Pero no los que iban de la mano de sus padres, no los que paseaban en grupos, uniformados y con mochilas en la espalda, sino los otros. Niños sucios, de ropas sucias y rotas, la mayoría descalzos; niños casi salvajes, llenos de piojos; niños solos; niños perfumados con orines y humedad. Al principio, fueron sólo unos cuantos, que seguramente sintieron curiosidad por la túnica roja, los dibujos en los carteles, la melena y la barba. Y algo encontraron en las historias del flautista, en lo que irradiaba, en su voz, porque decidieron quedarse a vivir junto a él. Le acompañaban a todas partes, eran su público, y por las noches, a la hora de dormir, los niños se acostaban a su alrededor, como protegiéndole. Cuando fueron más de diez, los vecinos se encargaron de echarlos de calles y parques del centro. Era molesto encontrarse con aquella visión al salir del trabajo y después de hacer las compras. El flautista y su séquito abandonaron el centro de la ciudad y comenzaron así su peregrinaje por las colonias de la periferia. No era ningún idiota el flautista, estaba consciente de que su corte llamaba demasiado la atención, pero no hizo por evitarlo, al contrario: cada vez eran más. Las gentes hablaron sobre una pandilla de ladrones, sobre un vendedor de droga especializado en niños, sobre un pervertido que promovía la prostitución infantil entre turistas inescrupulosos. Los policías detuvieron algunas veces al flautista, pero no encontraron motivos para encerrar a un viejo vestido de rojo que contaba historias en la calle. El flautista no usaba drogas ni alcohol, no pedía dinero, y aunque su voz era grave y muy alta, era un hombre pacífico, de carácter amable. Los policías le hacían las preguntas de costumbre, lo registraban, pero debió resultar intimidante hacerlo mientras más de cincuenta niños les observaban en silencio. En cada ocasión los policías,

temerosos y avergonzados, terminaron retirándose, amenazando con volver de nuevo, preguntándose qué era lo que habían sentido ante aquel hombre y sus fieles, por qué les tenía que haber sucedido a ellos, por qué no simplemente lo habían subido a la patrulla y llevado a la delegación, donde hubieran podido encerrarlo un par de noches por vagancia. Se dice que eran cien los niños que seguían al flautista cuando se instalaron en el parque chino. Nadie lo sabe con exactitud; al igual que todo lo que hoy sabemos del flautista, nos basamos en los relatos de la gente, en las historias Tierra Baldía

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que cuentan los vecinos, ninguna demasiado precisa; así que cien o cincuenta niños; de lo que sí estamos seguros es de que a partir de entonces no hubo más sermones. Suponemos que todo estaba previsto: el parque, el silencio, los niños, lo que sucedería después; pero quién podía imaginarlo. El parque chino fue el lugar ideal para ellos, oscuro, abandonado; era además un parque hundido, como si se encontrara al fondo de un embudo, es decir que para llegar a sus veredas y zonas verdes había que bajar las escaleras que le bordeaban. Visto desde el cielo, el parque chino debió parecer un hoyo rectangular, lleno de hierba, basura y ratas. Y en el centro de aquel hoyo, alrededor de la fuente seca, se hubiera podido observar al flautista y sus niños, como una mariposa rodeada de polillas. Para entonces, la fama del flautista ya había rebasado las calles. El primero en mostrar interés fue un reportero de periódico, joven, armado con grabadora y cámara digital, que se atrevió a internarse en el parque chino, platicar con el flautista y tomar algunas fotografías; a los dos días llegaron tres equipos de distintas televisoras. Fue la noticia de moda durante una semana. Y era curioso que ni el reportero ni las televisoras estuviesen interesados en la historia de ese hombre que les causara tanta gracia, el de largos cabellos y túnica roja, al que seguían los niños como a un “moderno santaclós” –dícese un conductor de telediario. Uno de los entrevistadores tuvo

la osadía de preguntar al flautista qué era lo que prometía a los niños que lo seguían tanto. El flautista

dijo que ya no tenía caso hablar de ello, que las señales se habían cumplido y ahora sólo era cosa de esperar unos días. El entrevistador se puso un dedo en la sien e hizo el gesto universal de la locura, compartiendo la complicidad con su público, y enseguida preguntó quién había diseñado esa túnica roja. A los niños no les preguntaron nada. Gastaron decenas de rollos fotográficos en ellos, y sorpresivamente dejaron constancia de que allí, en el parque chino, no había ninguna pandilla de asaltantes drogadictos, lo que había era una gran familia, muy extraña, pero cordial y unida. Algunas personas que acostumbraban correr por las mañanas alrededor del parque dicen haber visto cierto día a los niños tomados de las manos, formando un amplio círculo alrededor de la fuente. El flautista se encontraba en el centro del círculo, su voz formando extrañas melodías. Ese día, en el cielo, como si la mano de un dios tenebroso estuviese por caer, las nubes formaron un remolino negro y se abrieron. Fue la tormenta más fuerte que viera la ciudad en toda su historia. Llovió hasta que se hizo de noche. Las calles quedaron

desiertas, oscuros ríos recorrieron el asfalto y se estancaron para reflejar un cielo estrellado, sin nubes ya. 84

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Una noche perfecta para hablar de fantasmas y decir, como por casualidad, que el tiempo pareciera haberse detenido. Al día siguiente, o al siguiente, nadie está seguro, alguien notó que el flautista y los niños ya no estaban en el parque. Esa gente es así, diría ese alguien, van y vienen. Con las semanas fue evidente que habían desaparecido. Muertos por la lluvia, dijeron muchos. ¿Y los cuerpos?, preguntaron otros. Como es natural, pronto a nadie le importó y no volvió a tocarse el tema. Hasta hace unos meses.

A media tarde, en todos los televisores de la ciudad, se interrumpió la programación acostumbrada y

tras unos instantes de estática pudo verse en pantalla al flautista: Les tengo un mensaje, dijo, y durante dos minutos su boca escupió cosas sin sentido, palabras que parecían no tener relación entre sí. Se le veía contento, los ojos llenos de luz. Tras él, y a su alrededor, un rincón de playa. La ciudad no fue el único lugar donde sucedió esto, todas las televisoras del mundo recibieron la señal con el mensaje del flautista, y no pudieron hacer nada para evitar su transmisión. Tampoco para detenerla. Desde ese día las telecomunicaciones de todo el mundo quedaron arruinadas. Si alguien enciende

una radio, o si levanta el auricular de un teléfono,

escuchará el sonido del viento y el mar, en ocasiones una risa lejana. En los televisores se observa lo que parece ser el fragmento de un paisaje, el mismo en el que apareció el flautista por unos minutos. Es como si alguien hubiese dejado olvidada una cámara encendida y la lente registrara un poco de arena y rocas de mar, otro poco de cielo por el que a veces cruza una nube. Sabemos por los periódicos que nadie ha podido explicar de dónde viene la transmisión ni el por qué es imposible bloquearla. Ningún experto

ha podido ofrecernos una mentira y regresarnos la tranquilidad.

Los pocos que conocemos la verdad seguimos esforzándonos por reconstruir la historia del flautista: comparamos versiones, realizamos cronogramas, retratos, estudiamos recortes de periódico y fotografías, nos reunimos en el parque chino y meditamos en silencio. Hay quienes dejan ofrendas en la fuente, hay quienes lloran un rato. Incluso, y aunque es seguro que hayan sido destruidos por la lluvia y la intemperie, todavía tenemos la esperanza

de encontrar alguno de los carteles que el flautista dibujó, cualquier cosa que nos permita entender su mensaje.

También contamos con gente que pasa todo el tiempo frente al televisor, observando, atentos a cualquier detalle. Estamos ������������������������������� seguros de que volverá.

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rOdrigo carmona Mar

Recorrerte la playa a ojo de gaviota, desprendido de mí. Merced a tus mareas

suben hasta el oído los brillos que suspiras pasos a ras de aroma, horizonte espiral.

Se me vuelven dos peces las manos por tu cuerpo trepando por la cresta de tus olas. Como la sombra de la mantarraya crece el rumor de tu bosque marino, provocando el vaivén de las corrientes. Con un pincel de mar trazo mis obsesiones esta noche por lienzo voy a tomar pinto el mar con el mar, que la sal de mi espuma seque sobre tu arena.

tu vientre

Rodrigo Romo Cardona. Poeta y comunicólogo. Nació en San Luis Potosí en 1972. Tallerista del Instituto Cultural de Aguascalientes desde 1991. Su obra se encuentra dispersa en publicaciones locales y nacionales.

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Quedarse así

En un remanso quede la fuga de tus ojos cuando dices te quiero quede la verdad pura que revela el instante en que nos trascendemos

polen a contraluz.

Quédese una mirada que acude religiosa a posarse en tus labios empeñada en hacerles entreabrirse. Queden también los lances de tus manos remansando esta piel llanura y cuenca de suspiros cortados a deseo.

Quede de tu recuerdo lo que me da tu aroma bálsamo inmemorial que construye mis ganas y mi futuro ciego

y mi dosis de frío.

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sAntiago rojas valdivia Distintos y distantes

Víctor abrió la puerta presuroso al escuchar el timbre de una llamada en el interior de su departamento. Entró arrojando el saco al sillón y extendió la mano hacia el teléfono, pero pese al esfuerzo, no logró alcanzar el aparato antes de que enmudeciera. Aun así, levantó la bocina para matar dudas, pero sólo escuchó el alargado tono de la línea desocupada. La fatiga lo derribó en el sillón. Con oído expectante aguardó que la chicharra quebrara de nuevo el silencio. No sucedió. Entonces el reloj: la una de la tarde. ¿Quién llamaría? A esa hora debía estar trabajando de no haber perdido la cartera y varias horas buscándola. Había vuelto incontables veces sobre sus invisibles huellas, había repasado uno a uno sus movimientos y acciones, pero la cartera no apareció. La llamada no podía provenir de nadie que conociera sus horarios.

Víctor se frotó el rostro con la palma de una mano, trató de alejar su preocupación para ocupar la cabeza en elaborar el inventario mental del refrigerador y decidir qué comería. Después del tercer intento, Sofía dejó de oprimir los botones y al fin colgó el teléfono. Tomó entre sus manos la credencial sin fotografía y la contempló a la luz, confirmó los datos, entre ellos el número residencial que había marcado. Podría haberla dejado

Santiago Rojas Valdivia. Nunca pensé en ser escritor o músico, pero esa no fue mi decisión. Podemos elegir una profesión, un oficio, pero no ser un instrumento de creación. Eso lo decide Dios o el destino. El escribir puede ser algo que se considere habitual, hasta normal o cotidiano. Pero lo que hace a la literatura es la manera de elegir palabras, ordenarlas y encontrarles nuevos significados. El crear nuevos mundos o modificar los ya conocidos, con la intención de que no se queden en el cuaderno dentro del buró o el escritorio, sino compartir esos universos y llevarlos al ojo del lector. “Si puedes vivir sin escribir, hazlo”. Frase de mi maestro Gerardo de la Torre, que me persigue a diario sin pensar en más opción que hacer lo que me corresponde. ([email protected]).

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en la banqueta junto a la cartera saqueada y rota, un trozo de piel inservible, pero no supo resistirse a la curiosidad, deseaba saber quién la había extraviado. La guardó en su bolso. Una aterciopelada caricia recorrió sus piernas. Levantó al gato y lo llevó a comer a la cocina. Entre bocados de atún frío con galletas, Víctor evaluaba la compra de una nueva contestadora. Escasas veces, llegando de sus andanzas, había encontrado el número uno, que indicaba una solitaria llamada, en su vieja máquina de respuesta automática. Incluso el día que el artefacto dejó de funcionar marcaba un irrebatible cero. La ausencia de mensajes se debía tal vez a lo molesto que resultaba no hallar a la persona que se buscaba. Masticando mecánicamente, como un robot bien programado, Víctor recorría el entorno con la mirada, tratando de hallarle explicación al asunto de las contestadoras sin recados. Siguió raspando el molde con una galleta, intentando arrancar los restos que se adhieren al fondo de los moldes con relieves. Mientras rumiaba los restos del alimento, lo acosaba la duda de quién podría haber llamado. Pasó por su cabeza la identificación perdida con la cartera; la contestadora se hacía necesaria. Cerró el paquete de galletas y sumó el molde a la torre de trastes de la semana: el domingo llegaría ayuda para la limpieza. Sofía abrió la lata con cuidado, evitando los bordes. Tomás la miraba impaciente, con la cola serpenteando sin cesar. Ella se inclinó a vaciar la lata en el plato. Girando entre las piernas de su dueña, el gato oliscó el alimento y no esperó mucho para hundir el hocico en la mixtura y olvidarse de la mujer. Ella, mientras miraba comer al gato, de manera inconsciente se llevó una mano al bolsillo y allí la credencial buscó la mano. Se animó a marcar de nuevo. Tierra Baldía

Se hallaba a dos pasos de tomar el auricular cuando la distrajo el timbre de la puerta. No esperaba visita y se acercó sigilosa a la mirilla: habían dejado de agradarle las sorpresas. El ojo de pescado dejó ver a un desconocido. Volvió sobre sus pasos en silencio. Después de dos timbrazos retornó el silencio. Sofía fue a la cocina a despedirse del gato y tomó un chal para salir. Víctor buscó la caja de madera y sacó unos billetes, hundido en el recuerdo de la cartera perdida y el dinero que portaba. Podría serle útil una contestadora: de vez en cuando alguien se animaría a hablar con la máquina. Y si dejaba un mensaje que estimulara a los posibles interlocutores, quizás obtuviese éxito con los recados. Desde que compró ese pantalón supo que las bolsas eran muy pequeñas. Regresó en recuerdo a la búsqueda, pero a esa hora cualquier mano podría haberse agachado a recoger la cartera. Demasiada gente en la calle. Además, se había dado cuenta demasiado tarde. Tomó un solitario billete del fondo de la caja y se lo metió al bolsillo. El dinero, pensó, no se da en maceta. De nuevo rondaba en su cabeza la idea de que la última llamada podría haber sido de quien tenía la cartera y todo lo demás. Excesivo tiempo de ocio y en soledad le impedía sacarse el timbre del teléfono de la cabeza. Quizá, antes de la compra, se bebiera un prudente café para repasar lo

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ocurrido. Se acercó a la ventana y abrió la cortina por un lado: el cielo, de un gris sin matices, se reflejó en su rostro. Sus ojos se posaron en el abrigo sobre el sillón. Antes de salir se dirigió a la mesa y a manera de despedida arrojó comida en polvo a Barrabás. Y aunque demorara, el agua del frasco no se evaporaría. —No te preocupes, no tardaré. Además, veo complicado que pueda entrar un gato a tragarte dijo, y el pececillo no se molestó en responder. La mesera la miró con familiaridad y la condujo a la mesa de todas las tardes, la del primer cristal. Sofía se alegró al ver un cielo en tonos pardos. Sabía que mientras más durase la lluvia, más demoraría en volver a su casa. Siempre el mismo ventanal, siempre la mirada a la acera entre bocado y bocado para observar a la gente, siempre la misma mesera con diferente platillo, de acuerdo con el día de la semana. Tomó el menú y ordenó pensando en el gato. De no haberlo acostumbrado a las latas, le llevaría un filete para la cena. Es un gato bueno e inofensivo, no le gustan los peces. Cerró el menú mientras la empleada se alejaba y miró la banqueta, que comenzaba a humedecerse.

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Víctor alzó la mirada hacia el cielo y vio el caudal de gotas que se lanzaban contra él. Contó las primeras una a una, luego perdió la cuenta. Descartó la idea de tomar café en el restaurante de los grandes ventanales y dobló la esquina antes de cruzar el primer cristal. Apretó el paso. La gente buscaba resguardarse acercándose a los muros mientras él caminaba por el centro de la acera con pasos largos y premiosos, aprovechando el vacío de las calles. Después de todo, ¿para qué es el dinero? Hoy lo gano y mañana pierdo la cartera. Mejor lo gasto. Apresuró sus pasos para evitar la lluvia, continuó enrollando y desenrollando ideas. Las venas de agua sobre el vidrio hicieron a Sofía perder el punto de vista y hundirse en pensamientos. La cuchara comenzó a escurrir sopa sobre el plato. La gente tropezaba intentando protegerse de la lluvia con cualquier objeto. Así había corrido ella en muchas ocasiones. Pero había cosas más complicadas que atajar, cosas más complicadas que unas cuantas gotas de agua. Recordó las palabras por aquel hombre meses atrás, no pudo alejarlas de sus oídos y habían mojado su alma. Aquello terminó hacía unos meses. Sofía terminó la sopa y apartó el plato, hundió luego el cuchillo en la carne.

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Con el rostro distorsionado por el agua, Víctor miraba desde fuera el muestrario de aparatos de la tienda. Los cartoncillos con los precios le ensancharon los sorprendidos ojos. Los precios iban más allá de lo imaginable, rebasaban sus posibilidades. ¡Al diablo con la tecnología! Si me quieren encontrar, que insistan. Un empleado que escuchó a Víctor encogió los hombros y volvió la cara. Demasiadas exigencias comerciales que al final no sirven para nada. En ese momento el agua penetró en su saco y Víctor cruzó los brazos. Le comenzó a gotear el cabello, le caló el frío. Apretó los brazos contra el cuerpo, recordando situaciones que penetraban más hondo que el agua de lluvia y no sólo dejaban la ropa escurriendo sino también el ánimo. De regreso, caminando inclinado acortó los pasos. El vapor del café se pegaba al ventanal, en el cual Sofía había dibujado efímeras figuras. Una de sus manos escapó a la bolsa del saco para buscar calor, la otra se calentaba con la taza. La credencial se interpuso en el camino de sus dedos, la sacó, de nuevo la tuvo ante sus ojos. La usó después para trazar figuras en el cristal y se detuvo cuando entre tantos garabatos le pareció descubrir la figura de un pez. Definió sus contornos con el dedo. Guardó la credencial y sin parpadear contempló largamente la imagen. El dibujo cambiaba de color al paso de la gente en el fondo. La lluvia había amainado y, apesadumbrada, Sofía retornó a la realidad y pidió la cuenta. Las gotas dejaron de golpearle el rostro, pero el frío ya formaba parte de él. Paso a paso Víctor vio acercarse la licorería y cuando la tuvo cerca entró. Botellas y más botellas invocaban la sed. Encontró el billete que había estrujado en el camino y pidió la botella de la Tierra Baldía

más oscura calidad ambarina que había en el estante. El tendero la metió en una bolsa de papel de estraza, tomó el billete y devolvió algunas monedas. La sensación de la botella en la mano atrajo fantasmas a la mente de Víctor. Impulsivo, abrió el frasco y de un trago ahogó unos cuantos. Vio al tendero con ojos de cristal. ¿Por qué todos mis fantasmas siempre tienen nombre de mujer? Bebió otro poco y salió. Sofía caminó hacia la esquina y dejó correr la vista por el sendero que tendría que recorrer de regreso. El frío de la calle entumió sus manos. Las llevó a su vientre y se encorvó, marchó mirando el piso. En un charco vio el reflejo de un cielo que no se abría. Antes de los nubarrones del reflejo, observó su rostro cargando el peso de los años, lleno de líneas de amargos recuerdos que empezaban a asomar. Una lágrima rompió la imagen, era hora de volverse a encerrar. No soy más que un gato, un gato educado pero a fin de cuentas un gato, un pobre gato alcoholizado. Mientras aguardaba el cambio de luces en la esquina, cabizbajo, esperaba también respuestas de la vida. La llamada retornó a su mente. La luz roja del semáforo acomodó el vidrio de un carro frente a sus ojos, lo miro directamente el instante que duró la parada. Víctor volvió en el recuerdo a esa cara reflejada, la puerta del departamento que visitó durante más de dos años y que se había cerrado abruptamente con él afuera y la mitad de su vida adentro. Se inclinó un poco para sorber de la botella y estiró un brazo para transitoriamente detener el viaje del camión. Estaba cansado de andar. Había llovido mucho. Sofía buscó un charco grande, uno que pudiera contener el pez de la vitrina. El agua anegó sus zapatillas

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cuando entró al charco y se inclinó para dejar salir de su mano el pez imaginario. Efímero pez que desaparecería cuando el sol calentara los cristales, así como los charcos. Pero los recuerdos perdurarían. Guardó las manos en las bolsas y se enconchó. De nuevo tenía la tarjeta plástica entre sus dedos. La aferró como un signo de esperanza. El chirrido de las llantas rodando sobre el húmedo pavimento la impulsó a extender un brazo. Con una moneda en la mano subió al camión para ahorrarse unas cuadras de camino. Sofía encontró un lugar vacío, justo frente a un hombre con una botella sobresaliendo de una bolsa de papel mojado. Vio aquella cabeza inclinada, un gesto alargado tal vez por el alcohol, y buscó en el piso el punto fuga de la mirada de ese pasajero de semblante atribulado. Víctor, hundido en su asiento, intentó cubrir la desnudez de su botella con lo que quedaba de la bolsa, la metió luego en el saco remojado. Su mirada mostró curiosidad al hallar unas zapatillas empapadas. Víctor, con una sonrisa, elevó lentamente la mirada, que pasó por las pantorrillas, las piernas, el torso y al final se encajó en unos ojos inciertos. La mirada de Sofía dibujó una línea recta hasta los ojos del hombre de la botella, le bastó un somero examen para notar que escurría de todos lados. Con cualquier movimiento, los anegados zapatos del hombre eructaban burbujas entre las costuras. La mujer se llevó la mano a la boca para ocultar una tímida sonrisa. Víctor alzó el rostro y notó las inquietas niñas de los ojos, las encontró justo antes de que huyeran entre risas y se escondieran en

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sus ahogados choclos. Había luz en esos ojos. El camión siguió su curso, la vida también. El hombre buscó de nuevo la mirada y la encontró de frente, pero el contacto se rompió abruptamente al paso de un tropel de gente que buscaba lugar en el transporte. Sofía y Víctor esperaban que no estorbara la gente para seguirse mirando,  pero los pasajeros eran tantos que no había quedado hueco. La mujer sonrió con el alma ennoblecida, pensó en las coincidencias que habría tenido en su vida. Buscó sin resultado un agujero para mirar. Sacó la credencial que había encontrado unas horas antes en una de tantas banquetas de la ciudad y de nuevo comenzó a recorrer las letras del frente. Víctor se volvió hacia una ventana y constató que había oscurecido y sonrió por salvar un día más en un mundo hostil. Sofía llevó de nuevo la mano con la identificación a la segura bolsa, pero un salto del camión se la arrancó y el documento cayó frente a ella, en medio del mar de piernas. Como pudo, la mujer extendió la mano tratando de recuperar la identificación en medio de un mar de pisotones. Agotado, Víctor permanecía con la mirada clavada al piso. Notó que una mano se movía ansiosa buscando un objeto. A Sofía le bastó sentir la credencial para aferrarla y tirar de ella, pero al tenerla cerca notó unos dedos del otro lado del objeto. Víctor había reconocido su identificación y, extrañado, trató de levantarla, pero alguien la aferraba en el otro extremo. En medio de las piernas de la gente, del espacio que habían abierto los jalones, halló una mirada, aquella de la que no hubiese querido apartar los ojos hacía unos segundos. Un pez había encontrado el mar.

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rOsa patricia vázquez

Señoras del mercado “Tonta, tonta, tonta”. Se pensó de esta manera y así sería toda la vida. Y siguió caminando por el único pasillo del mercado. Maribel se acercó al puesto de la señora que gritaba: -¡Pásele, señito, dos por diez… dos por diez!– Compró esos dos de naranjas mientras con una mano despanzurraba los aguacates del puesto de al lado. ¿Cómo es que nunca me di cuenta de lo que estaba pasando? Maribel se afligía al tiempo que pedía otra bolsa para el cuarto de tomates. Segundos después se paró en el puesto de comida y pidió un choco y tres tacos. Los masticó

de una manera tan fuerte que en el primero trituró sus sentimientos, en el segundo y entre dientes hizo pedacitos lo

que pensaba; en el posterior se echó el último pedazo de recuerdos y para no atragantarse tuvo que tomar un gran sorbo de su bebida para pasarse las últimas lágrimas y restos de melancolía entre chocolate y crema batida. Par de ninfas Misela y Verasi eran dos ninfas que a veces eran amigas y a veces no. Vivían en un reino lleno de brillo, ríos, faunos, agua cristalina y flores. Un día las dos se dieron cuenta que los faunos de ahí no eran lo suficiente buenos para ellas, ya que conocían las manías de cada uno. Por ejemplo, Limotino siempre se quedaba dormido antes del acto amoroso, Camiloto cuando dormía en vez de ronquidos emitía pujidos infantiles y Felitolo tenía un horrible hipo que comenzaba justo antes de que finalizara el acto supremo.

Patricia Vázquez, nació en el año 1985; estudia octavo semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas, en la uaa y pertenece al Taller de Cuento y Varia Invención que coordina el licenciado Salvador Gallardo Topete en el ciela-fraguas.

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Muchos días estuvieron las dos ninfas con todos los hombres lujuriosos de la aldea. Así fue como lograron hacer un registro de cada uno de ellos y guardaron los datos celosamente en su gruta. Las debilidades y detalles

físicos, el lugar en que con tan sólo soplar estremecían a todos los hombres y a los sátiros les producía un gran trance que les hacía divagar

algunos minutos locos y melositos entre la tierra y el subsuelo. Por esos días, en la región comenzó a haber rumores sobre dichos apuntes y Limotino, Camiloto y Felitolo fueron a la gruta en busca de ellas. Para calmar el insulto y la burla de los duendes, gnomos y elfos quisieron la ofrenda del par de blanquecinas ninfas. Las encontraron descalzas y desnudas. Los tres sátiros les hablaron suavemente, reprimieron su lujuria a cambio de besos y suspiros, las acariciaron con ternura y presteza para luego vestirlas lentamente y mirarse de reojo uno al otro, Camiloto a Felitolo y él a su vez a Limotino mientras ponían los collares, prendían los aretes o tocaban discretamente sus pechos a través de sus delgadas prendas. Ya vestidas desgarraron su ropa, las maltrataron, escupieron y organizaron una bacanal en donde participaron los cinco. Ellas se vieron obligadas a escuchar pujidos de niños, hipos de borrachos y ensoñaciones de leches perdidas. 94

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jUan pablo de ávila Suicidio

La iglesia abre sus fauces labradas

La fotografía amarillea

El recuerdo agrieta Estoy tragándome el miedo Bocana altisonante Ya no hay vino risas mascarada Únicamente punto diminuto en el que ardemos sin alma Con la historia colgando de la sombra:

ErAMOS

Pero si mágicos salvajes teníamos picos cuernos plumas garras

Bailábamos confundidos

El león La Zarigüeya

se disfrazaban de hombre Los hombres Tigre Águila

Tlacuache quemado

Entregamos en ello Lontananza Punta roca labrada

Ahora la luz no basta

Duele desenterrar nuestro cristal Las campanas llaman Esta claridad empaña

Me espera EL perfil blanco Tierra Baldía

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Marcho con el árbol torcido que quisieron incendiar y no hizo flama

Pirul

huizache

esencia tachada

Con nudo viento y la estatua que cae Escama escudo deshecho Tus ojos clavados en mi daga

Ante la garganta maniatada

Frase mercancía de cambio Abismo letra a cada palabra tiene Se agota la puntuación GRAMOticar Rimbeaud escucha Llora Rilke

SemantiCONOTAR

Violín deja su León Felipe y calla El cáliz me aparta de Vallejo

Un aullido le aúlla al Ginsberg ANDApalabreadar Aquí está el cadáver:

Hagan lo que sepulcren Afuera del laberinto luminoso hay soledad El río corre a mitad de las aceras llevándose a transeúntes en su afluente La música sube No entiende ¿Interpretar la isla? juego imbécil El poeta espera que le cruja el estómago Un par de senos que le pateen su tarde 96

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Calle oleaje de canción La sangre va cantando Inasible bullicio flota Los no poros que no lavaste no absorben

Tanto no féretro

Que no mienten y sí son falsedad navegando en esta atmósfera Duele el viaducto de palabras dichas

Palabras pasadas duelen

Dichas palabras viaducto duelen Sirven para salir a matar si ya muerto yo Uniformes caprichosos de los textos

Yo mato me

Apocatástasis los páramos

Pedro soñando a un Juan

Yo soñando un Desiderio

Y recuerdas aquel tu reflejo que es él: Empujones lo llevan por la calle Alma le han salado él Desechable llámale Apagan la vela le Sinfonía Ráfaga de hiel Que duele cala calor candiente

que rebelde se revuelca

Lo detuvieron en la universidad ¿fotografía? ¿pequeña crónica inconclusa? A la mañana apareció con un tajo en su palabra

Su lugar está en este silencio:

_____________________________________________ Tierra Baldía

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_____________________________________________ _____________________________________________ _____________________________________________ ¿Alguien quiere despertar? lanzo mi humo El sol huérfano no tiene ojos que cegar Bosquejo de dioses ebrios Palabra cancerosa negándose a escuchar Volver memoria es Comenzar: rama flotando en el tornado Magia del perfil plumaje que nos une otra Biblia Que nos explique la oquedad

Insisto,

Trayecto a confeccionar

Conmigo va el que no conozco, mi hermano Escucho su sangre coagular Tengo la perversión suficiente para encontrarlo Desnudo ante el tifón de piel blanca Hasta el fondo de la noche

Lleno de aliento

Estoy muriendo con un sol negro en todo el cuerpo Como ojo seco Río detenido Gota derramada ‘’Dónde estoy dónde estás” Pregunta Chico Buarque Y la sed envejece La lengua se petrifica luz de llorar Los cohetones iluminan la plaza Nadie comprende la ilusión Todos celebran al orgulloso

cazador que

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regresa Con la presa colgándole del hombro

Aún no muere Las palabras escupen su garabato Resuellan su sombra a las paredes Permanentemente muerte viven viven mueren Cordón umbilical guardado en el río del silencio Canta sermones que le escribió un tal Heráclito

Mente permanente

La voz durmiendo

Mi desnudez se lanza Cae en nuestra herida Lléname de labios clama En este oleaje hay tormenta

Palabradear chorreando

De escuchar el corazón no doy descanso Dispersos núcleos Permanezco pariendo peldaños Conceptos sin brazos piernas sin caricia Paciente parto con dolor me mato

Aquí está el cadáver Desnudo sin adornos Arde el tiempo en mi piel No tengo manos No puedo asirme a nadie Todo mi hiere Estoy en palabra viva Todos esquivan mis ojos Se hunden en la selva antes de encontrarme

Volver al fondo del océano a la estepa al deshielo Al grito de la bestia en agonía Tierra Baldía

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Aún me duelen las cabezas rodando Inmensas moles

en mi cabeza ruedan sanguinolentas

­¡Había tantas que cortar!

No te acerques quema Centro altisonante que intentan apagar Son las mismas palabras que salen una y otra vez como ratas de la alcantarilla El Voyaguer cruza el universo

donde no estamos

Todos, al sermón de la tarde, se han marchado Mientras mi caldero hierve y me crecen escamas que nadie se atreve a palabrear Mato esta alma sin rencores

Florecen los ojos Ya puedes besarme.

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rIcardo moreno zapata Tacos afrodisíacos

E

l rumor se regó como polvorín y en cuestión de semanas ya toda la ciudad comentaba de manera subterránea aquel chisme que parecía milagro o magia: era la especulación sobre el poder mágico de unos tacos, tacos de los que se decía eran afrodisíacos. Todo mundo había conocido a un amigo del primo de un compañero que podía constatar la historia y hasta jurar por lo más sagrado. La fama del comerciante fue en aumento poco a poco y de ser un modesto puesto se convirtió en un pequeño local que estaba siempre abarrotado de gente de todo tipo, aunque evidentemente la clientela era en su mayoría masculina. Era una especie de leyenda urbana que fue creciendo por sí sola. Para cuando me enteré yo, ya habían pasado meses desde el primer milagro de aquellas viandas magníficas. Aparentemente había sido un hombre mayor, muy mayor, más de ochenta años, que evidentemente no tenía erecciones ni en el más audaz de sus sueños, pero cuando probó aquella delicia culinaria tuvo una erección de ocho horas y una sonrisa con la que murió en aquel burdel de mala fama.

Del propietario del local y ejecutor de la receta secreta, se decía que provenía de un lugar por Los Altos de Jalisco, que procedía de una añeja familia de curanderos y yerberos poseedores de mágicos secretos de la naturaleza, pero que al hombre no le había agradado continuar con la tradición familiar y decidió dedicarse al comercio de la panza, o sea a los alimentos. Nadie sabia a ciencia cierta cómo había llegado a la ciudad y sobre el éxito obtenido se decían muchísimos chismes, algunos descabellados, otros absurdos y algunos hasta ingenuos, pero nadie podía negar el poder de aquel comestible que lo había lanzado a la fama y a la fortuna, incluso no faltaba algún envidioso que insinuará con mala fe que los tacos eran en realidad un pretexto, que lo que realmente sucedía en la taquería era un trafico indiscriminado de droga. Incluso se generó una historia que mencionaba que a los tacos les ponían viagra molida con otros menjurjes para los resultados deseados; pero todos esas especulaciones no eran más que chismes infundados y malsanos. También se había regado la información de que la receta del preparado no sólo surtía

Ricardo Moreno Zapata. Nació el 17 de octubre de 1968 en la ciudad de Aguascalientes. Es licenciado en Medios Masivos de Comunicación. Actualmente es docente en la Universidad Cuauhtémoc y la Universidad del Valle de México, y Coordinador de dos Talleres sobre Cinematografía en el ciela. Pertenece al Taller de Cuento que coordina el licenciado Salvador Gallardo Topete

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efecto en los varones flácidos, también las mujeres con ausencia de apetito sexual podían gozar del milagro y aunque se dice que no hay mujeres frígidas, sino malos amantes, también la concurrencia femenina proliferó en el lugar. Lo más sorprendente era que no se trataba exactamente de mujeres menopáusicas y cincuentonas, había incluso jovencitas de preparatoria y no faltaban las parejas precoces que después de salir de cenar caminaban por la calle oscura haciéndose arrumacos. Como buen escéptico decidí probar por mí mismo la receta secreta y enfrentar la leyenda popular y de la que nadie dudaba; incluso se rumoraba que venía gente de las regiones circunvecinas para probar el prodigio; también se sabía que el dueño no vendía la receta ni por la sumas más coquetas que le pusieran enfrente y lo mas curiosito era que no tenía intención de abrir una cadena de locales como lo hacen este tipo de comerciantes. El día que fui estuve en fila de espera por casi dos horas al igual que las otras personas.

Los meseros corrían de un lado a otro y el de la caja movía tanto las manos como el que hacía el guisado. No sé si era sugestión colectiva o era un milagro real, pero en el ambiente había una energía erótica por demás palpable. La gente sonreía incansablemente,

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se tocaban en todo momento el rostro, las piernas, las manos, algunos menos pudorosos se besaban con besos de salsa verde y los solitarios se regocijaban mirando con placer aquel espectáculo de sexualidad contenida. Durante el tiempo que esperé, vi cómo de un recipiente de metal, cerrado herméticamente, vaciaban cantidades de carne cortada en trozos finos a la bandeja de sazonado, luego era guardada en un refrigerador que estaba cerrado con un candado. Indiscutiblemente, era verdad de que había una receta secreta que se tenía que proteger, obviamente que el resto de la preparación era como en cualquier local de esta naturaleza. No había nada raro en las verduras, acompañamientos y salsas.

Cuando guisaban aquella carne que tenía el aspecto de ser de res, emanaba un olor delicioso, pero con algo diferente, indefinible. No sólo era el olor, también el aspecto que tomaba la carne al ser dorada por el aceite caliente,

así que deduje que en aquella carne había un condimento especial, que no sólo era la carne. No puedo negar que el sabor de los tacos era realmente soberbio, único, me atrevería a decir, ya por sí mismos esos tacos poseían un sabor difícil de igualar. Había pedido ocho y apenas comenzaba a deglutir el quinto cuando sorpresivamente me comencé a sentir excitado, no podría explicar de qué manera, pero estaba a punto de tener una erección, cosa que me apenaba profundamente y por más esfuerzos que hacía para no dejarme atrapar por la sensación libidinosa, para cuando hube terminado estaba realmente caliente. Pagué mi cuenta, que reflejó por cierto que el precio Tierra Baldía

de cada vianda era casi el doble al que tenían en cualquier otro lugar. Aquella noche fue maravillosa; pues al abandonar el local me dirigí a buscar a una buena amiga que conocía de mucho tiempo, le confesé lo de los tacos y le pedí que hiciéramos el amor de inmediato. Accedió más por curiosidad que por regalarle una cogida a un necesitado, pero después de cinco horas ininterrumpidas de sexo salvaje se rindió y me pidió una tregua, pues se sentía vencida, Yo, por mi parte, aún me sentía excitado. Me despedí en medio de la noche y la dejé tendida en la cama. Acto seguido traté de localizar a una antigua ex pareja con la que llevaba buena relación, afortunadamente la encontré en un bar céntrico y aunque iba acompañada me las ingenié para que en menos de una hora abandonáramos el lugar y fuéramos directo al sexo maravilloso. Con ella vi el amanecer. Me sentía satisfecho y agotado. No había duda alguna de que lo que se decía de aquella comida. Decidí en aquel momento que el resto de mis noches acudiría a cenar a aquel lugar. Entendí por qué la gente abarrotaba el lugar y la fama crecía demencialmente, pero mi oportunidad de convertirme en el semental del barrio, en el gigoló de la colonia se fue al carajo esa misma tarde, irónicamente a la hora de la comida, justo mientras miraba el noticiero vespertino. La comentarista resaltaba la noticia de la clausura del local en el que la noche anterior yo había estado. Al parecer la Secretaría de Salubridad había dado la orden de clausurar el local y su dueño y empleados enfrentaban cargos duros que los podrían poner en la cárcel. En ese instante creo que

todos lo que veíamos el televisor supimos el famoso secreto de Tierra Baldía

aquellos tacos afrodisíacos, cuando un hombre delgado de rostro cacarizo y gruesos lentes cuadrados declaraba a las cámaras el noticiero local que él era responsable de surtir el principal ingrediente al comerciante de alimentos. El

sujeto en cuestión resultó ser el empleado del hospital vecino que estaba justo frente a la taquería y que abiertamente declaraba que hacía tiempo se dedicaba a vender los pedazos de prepucio (o cuero de pene), sobrantes de las circuncisiones que se realizaban en el nosocomio, así como también se dedicaba a despellejar los falos muertos de los que ahí dejaban la vida; que la paga era muy buena y además era un pedazo de pellejo del pito que a nadie le haría falta. Dejé el plátano que tenía en la mano y sentí que se me revolvió el estómago al pensar que era eso lo que había comido, pellejos de pito humano mezclados con carne de res. El escándalo sonó por semanas y luego se perdió en el olvido de la vida cotidiana. Del hombre y su familia no se supo más. Algunos decían que había dado una jugosa fianza para que lo dejaran libre, otros decían que estaba en el cereso purgando condena y que era el encargado de la cocina y otros decían que simplemente se había largado del estado. Como quiera que haya sido, lo realmente escandaloso del asunto no era haber comido tacos, cuyo ingrediente ya había dejado el anonimato, sino que todos nos quedamos deseando saber cómo preparar aquel manjar afrodisíaco, pero la receta se había desvanecido junto con su dueño.

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nÉstor duch gary Una conversación a destiempo

“O

A Irene, con afecto fraterno.

ye”, dijo la vieja señora sin verlo, sin dirigirse a él, como si hablase para sí misma, lejana y altiva, con su tono perentorio y a la vez contenido, “dime si tú crees que ese joven Abel, a quien quiere contratar Adolfo, es una persona de confianza. ¿Tú crees que se le puedan confiar mis tierras, todas mis tierras; tú crees que sabrá trabajarlas y las hará rendir como deben rendir?” “Señora Lucrecia” dijo él en voz muy baja, articulando con parsimonia cada palabra, “la familia de Abel y la de usted se conocen desde hace muchos, muchísimos años. Recuerde que el padre de Abel y el padre de usted fueron entrañables amigos; los dos trabajaron para constituir la cooperativa y, que yo sepa, nunca tuvieron problemas; al contrario, siempre se ayudaron el uno al otro, aun en las circunstancias más difíciles y delicadas, que las hubo, ¿recuerda? No creo, entonces, que Abel quiera romper con esa tradición de lealtad mutua entre las familias. Además, es el heredero de la hermana de la madre. En su momento tendrá sus propias tierras. En el pueblo todo se sabe: es difícil aprovecharse de los otros sin que nadie sepa. Usted lo sabe tan bien como yo”. “Es cierto” dijo ella, resignada y momentáneamente afable, “pero no es garantía. Los padres son una cosa y los hijos pueden ser otra muy distinta. Que ahora estemos en paz tampoco es suficiente. Además, Adolfo quiere darle todo a ese Abel. Quiere darle el tractor y también la administración, los pagos y los cobros, las entregas a la cooperativa; en fin, quiere ponerlo todo en sus manos. Yo creo que es demasiado y lo demasiado acaba por no ser bueno. No olvides que Adolfo no es de aquí. Para él, las tierras significan algo distinto de lo que significan para ti o para mí. Eso lo sabes bien”.

Nestor Duch Gary. Nació en Mérida, Yucatán en 1941. Es licenciado en Economía, radica en Aguascalientes desde 1986. Trabajó durante mucho tiempo en el inegi, del que es jubilado. En la actualidad trabaja como consultor independiente.

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“Pero, señora Lucrecia, el señor Adolfo viene de una familia que ha sido de este pueblo por generaciones. Es cierto que su padre y sus tíos se fueron muy jóvenes, todos lo sabemos. El señor Adolfo no nació aquí, sin embargo, ya ha vivido muchos años en estas tierras. Sabe muy bien cómo se manejan las cosas y sabe qué se debe hacer o no hacer. Yo he hablado largamente con él; créame: contratar a Abel puede ser un buen negocio para ustedes.” “Nadie conoce a Adolfo como yo; ya veremos eso de Abel; yo tengo mis dudas; siempre tengo dudas de la gente que no es de mi clase y aun de mis iguales” dijo la vieja señora y se inclinó hacia la ventana que daba a la plaza de la iglesia. “Míralos pasar. Todos parecen gente apacible; pero

yo los conozco y te sorprenderías de lo que yo sé. Te sorprenderías de saber cómo es verdaderamente esta gente: nada de esas apariencias amables y ordinarias es verdadero: sé lo que te digo. Pero dejémoslo

así por ahora. Ya son muchos años. No quiero recordar: es muy doloroso. No sabes cuán dolorosa me resulta la memoria. “Ha sido doloroso para todos. La tierra no da para mucho; nunca ha dado en abundancia: las fincas son pequeñas o lo que había que entregar a los propietarios era demasiado. La gente ha sufrido y ha visto sufrir a los suyos. Hemos tenido épocas de malas cosechas, de escasez y ese ambiente hace a la gente dura, sobre todo en las circunstancias anómalas a las que usted, sin decirlo claramente, se refiere”. “No sigas, ya no tiene caso. Sólo dime ¿cuándo me van a enterrar? Ya estoy fastidiada de estar muerta y seguir aquí apegada a esta ventana. Tienes que hacer algo. No puedo seguir así; necesito olvidar y descansar. Toda esta vida me ha fatigado tanto; no puedes saber cuánto es mi cansancio. Ahora, ayúdame ya.” “Señora Lucrecia, sólo esperamos que Erasmo termine el ataúd que usted encargó. Dice que lo tendrá mañana.” “Me repites lo mismo de siempre, pero está bien, esperaré un día más, qué remedio me queda. Y, ahora, déjame sola” dijo ella en el tono autoritario con que siempre le había hablado. Fue entonces que Abel salió a la tarde fría, humedecida por una finísima llovizna, cerrando tras de sí, con suavidad, la puerta de la casona. Tierra Baldía

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dIana martín del campo Y cada día

Y

si una mañana de junio abrieras los ojos y yo estuviera junto a ti, ¿me despertarías o te quedarías viéndome dormir? ¿No lo sabes?, pues yo, en tu lugar, te despertaría para quedarme viendo cómo me miras, para saber al fin que te das cuenta de que existo y que no soy un sueño, un imposible. Después pasaría mi mano por tu cabello, que estaría cubriendo tu rostro, besaría la puntita de tu nariz y dudaría si levantarme o recostar mi cabeza sobre tu pecho, pero creo que al final me levantaría, caminaría con los pies descalzos sobre la alfombra y… me detendría frente al espejo para poner un poco de orden en mi cabello, después buscaría tu reflejo, pero tú ya no estarás donde creí que hubieras estado, recostado aún, con tu cabeza en la almohada, y tus brazos fuera de las sábanas. Ése no serás tú, serás otro, y entonces escucharé su voz pidiendo el desayuno, y la desconoceré, recordaré la noche anterior y desearé morir al pensar que no fuiste tú, el cariñoso, el amante, y me sentiré una cualquiera. Saldré cabizbaja, triste, arrepentida de saber que no eras tú, y desconoceré el lugar en el que me encuentro, entonces correré escaleras abajo en busca de una salida. Él bajará tras de mí, y me verá asustada, a punto de ser un mar de lágrimas, me abrazará, no entiende por qué ese cambio, y lloraré, pero no en sus brazos, no dejaré que me vuelva a tocar. Correré hacia la ventana a mirar y preguntarme dónde estás tú, cuándo te perdí, por qué cada mañana es como olvidar el día anterior,

soñar que estuve contigo ayer y despertar con la voz de un extraño que me pregunta por qué lloro, y yo siempre respondo: porque no eres tú.

Y soy como una niña que perdió, que te perdió, y ahora no sabe cuál es el sueño y cuál la pesadilla, y cómo es que llegó a los brazos de ese desconocido, y por qué cada mañana despierta pensando que eres tú, para darse cuenta después de que no lo eres.

Diana Martín del Campo. Estudiante de Letras Hispánicas, 8º semestre, uaa, Taller de cuento impartido por el profesor Salvador Gallardo Topete en el ciela-fraguas.

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rAmón lópez rodríguez Carta de un amor condicionado o m.m.p.1 A Cornubia, mi lógicamente amada:



Con la certeza que de P se sigue Q, si “yo fuera Dios”, o sea, P, “te abrazaría con mi amor ad infinitum”. Admíteme que no es posible que, al mismo tiempo, “te ame” y no “recuerde”; que no es posible que los conyuntos “A y no R”, por ejemplo, simultáneamente surjan, pues cuando te amo, hasta lo mínimo de tu ser retengo. Simbólicamente digo: “si A entonces R”. Entiéndeme, además, dos obscuras premisas: Que recordarte –o R–, es el acto que gratifica los deseos de un alma condenada al silogismo –o G–. Dígase, pues: “R entonces G”. También sabrás que “el empeño arrebatado de un amante” –es decir, E–, “suele martirizar a la persona que ama” –es decir, M–. Una definición –que crea disyuntos– afirma que: “E entonces M” es lo mismo que “no E o M”. Yo uso V para expresar que “te venero”; para enunciar categóricamente que “te amo”, uso A. Postúlese que buscar gratificación a los deseos –de nuevo G– “causa” el empeño exacerbado del que ama –o E–; y que es la veneración rendida –o V–, la que inmuniza, en este caso, a la amada, del martirio –o no M–. Atribúyase a un dilema destructivo –poderoso motor de la ruptura– que, una vez dicho que “no E o M”, pero también que “G entonces E”, y al unísono que “V entonces no M”, pueda decretarse lo siguiente: “no G o no V”. Acéptame que, desde hace tiempo, señalé que V: eso deriva a que se afirme, sin sospecha, no G, a la rígida sombra de un silogismo disyuntivo. Mas, advierte que, si asumes no G y, a la par, aceptas la premisa obscura que dice que “R entonces G”, tendrás que llegar súbitamente al acabóse: ¡Modus tollendo tollens! Pues si “R entonces G”, y –tú sabes que– no G, implican la imposibilidad de R. Recuérdate, amada, que habíamos dicho A, y se había declarado que “si A entonces R”. Atente, por piedad, a un implacable modus ponendo ponens, que sólo puede concluir que R. Pero ¿no se había dicho primero no R, mientras que ahora se demuestra R? ¿Qué es? ¿Qué significa? ¿Contradicción? Sin duda. Sólo eso requiere el voraz principio que lleva tu nombre. Hace su acto de presencia y nada queda a salvo. Todo lo devasta desde el centro, quebrantando, como un dardo mortífero, la consecuencia lógica de todos los juegos. Provoca que, de la conjunción demostrada del recordarte y no recordarte, es decir, “R y no R” –como que dos más dos sean, y no sean, cuatro–, un juicio fundamental, entre otros tantos, sobrevenga: Decreto que “SOY DIOS”, es decir, P. Devuélvete, amor, al principio, y descubrirás la verdad gloriosa que simbólicamente he derivado. Ahora todo tiene sentido. Atte. Q.

1 Esta es la trascripción, casi literal, de una carta que encontré en un viejo libro de lógica de segunda mano. La hoja, amarillenta y quebradiza, me hizo saber que su autor amó de extrañas maneras a una tal Cornubia. No hay lugar ni fecha que me den una pista de su origen. Tampoco el libro tiene la impronta de su dueño, aunque supongo que el libro era de ella. ¿O no? ¿Pero qué mujer sin corazón deja una prueba de amor olvidada en un libro? En fin. Sólo la carta habla de pasado. Creo haber intuido su fondo, pero su forma se escapa a la convencional manera de escribirle al amor. También hay que sospechar que, una carta así, jamás fuera enviada.

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j

A

m

e

s

Beginning

The moon drops one or two feathers into the fields. The dark wheat listens. Be still. Now. There they are, the moon’s young, trying their wings. Between trees, a slender woman lifts up the lovely shadow of her face, and now she steps into the air, now she is gone wholly, into the air. I stand alone by an elder tree, I do not dare breathe or move. I listen. The wheat leans back toward its own darkness, and I lean toward mine.

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w

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i

g

h

t

( Tr a d u c c i ó n d e Ó s c a r S a n t o s )

Comienzo

La luna deja caer una o dos plumas en el campo. El trigo oscuro escucha. Quédate quieto. Ahora. Allí están, las criaturas pequeñas de la luna, probando sus alas. Entre los árboles, una mujer ligerísima levanta el manto adorable de su rostro y se aventura en el aire, ahora flota completamente en el aire. Estoy de pie junto a un árbol antiguo, no me atrevo a respirar o a moverme. Escucho. El trigo se inclina hacia su propia oscuridad y yo me inclino hacia la mía.

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vÍctor sandoval Ganador del Premio de Poesía Iberoamericano Ramón López Velarde, 2007

De agua de temporal En Los Claustros, al norte de Manhattan,

existe un unicornio en cautiverio. Preso en los tapices franceses del siglo XVI, , mordido por los perros, golpeado por los amos de los perros,

alanceado

golpea entre los muros y dormita de pie.

Suena el cuerno de caza de Manhattan,

el subway cuarteado de grafitos. Las flores del patio de Los Claustros tendrán este verano

su áspera reunión de adormideras y colores. Arriba del ombligo de Manhattan, cerca de las cuatro de la tarde,

el unicornio luce

ya libre del acoso, radiante y feliz sobre las sedas.

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Una doncella le acaricia el cuerno de marfil

(a los unicornios se les conoce por sus buenas intenciones). –Andirú, andirú,

brama la bestia pura

y miles de espejos se desprenden de las Torres Gemelas.

–Andirú, andirú,

y toda la ciudad se estremece de gozo.

La lluvia desciende con su furor de esquirlas,

sus picotazos en los vidrios, su aforo de luciérnagas y ramas y se pone a cantar los pretiles.

Cae la estela de este día;

en la penumbra se encrespa el agua.

Un gallo-gallina ciego recorre el mundo.

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lOurdes de santos

Los enrejados y las hiedras las huellas de los pájaros, ya remontados

sus cantos…

las piedras y la hiedra

la piedra verde que es el asombro, las primeras estrellas entre las hojas de las hiedras.

Las flores del granado con su fresca lujuria y las figuras trazadas, por pequeñas aves

del atardecer

las primeras rosas de esta primavera y la flor ya desaparecida.

Ma. de Lourdes de Santos Delgado. Estudió Filosofía en la unam. Ha sido promotora cultural e imparte talleres literarios. Publicó Rapallo en la uaa. Gusta de escribir. Colecciona libros antiguos. Actualmente escribe Luna de día.

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rUbén torres La epopeya latinoamericana La palabra mestizaje significa mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede esperarse de semejante brebaje? A propósito de “Buen viaje, señor presidente˝, en Cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez

El Realismo Mágico de América Latina es mucho más que la designación que se da a uno de los movimientos literarios que de ella surgieron, muchísimo más que el mismo autor que inspira este escrito, Gabriel García Márquez y su obra completa. Las gestas se viven a diario en los ultrajados y sufridos suelos latinoamericanos, miles de héroes anónimos se erigen de entre las cenizas de un fuego colonizador para consagrar nuestra cultura como el grado máximo de lo humano. Esos héroes no tienen nombre, o tal vez lo tengan, pero son tantos y con tan múltiples luchas, que no son recordados como lo merecen; viven en el abismo de la incertidumbre y la injusticia social; la fatalidad los rodea y lo magnífico de ellos es que sobreviven a ella, formando originales y fantásticas epopeyas que nunca en la historia habían surgido, y su diferencia con las plasmadas en los libros es que su causa es real y redunda en mantener la fuerza de toda una cultura: la fuerza mestiza. Todos somos Latinoamérica, desde México hasta la Tierra del Fuego estamos hechos por una misma sangre, la mezcla india aunada a la pretensión eurocentrista de dominar el mundo: con ello, la incomparable potencialidad de nuestros pueblos, el coraje de unos indios que ya no son indios y el altivo comportamiento de un blanco que dejó de serlo. Y si digo que todos somos Latinoamérica es que todos somos héroes. El presidente que aparece en el cuento de García Márquez tiene la fuerza para no morir, independientemente de lo sufrido (caer en un golpe de estado, ser traicionado por el único hijo, la muerte de su mujer, el exilio a la fría Europa, la pobreza, una enfermedad irremediable), sus manos conservan la fluidez

Rubén Torres quiso dar su opinión a propósito de la lectura de García Márquez. Rubén acaba de terminar el bachillerato. Es un buen lector.

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original, la fuerza del espíritu prevalece y volverá al Caribe para mostrarle a “esos˝ que lo tumbaron, que el poder latinoamericano es de garra e ideologías, de puras ganas de vivir. La fraternidad es necesaria para que la epopeya sea posible, no hay personajes principales, todos somos uno, un solo motivo; por eso, Homero y Lázara apoyan al presidente pese a los infortunios y la ausencia del calor antillano en Ginebra. ¿No es esto fantástico y digno de condecoraciones (aun sin dueño)?

Nuestra América está llena de guerreros que luchan día a día por ganarse el pan, ocho horas más las “extras˝ del obrero, “las gorditas˝que hace doña Tere con cicatrices en el rostro (por los nocturnos conflictos maritales), el hondureño que cruza el río Bravo en México para mandar unas caricias de dólar, el colombiano que ve sucumbir su casa por el terremoto, el subversivo que deja a su familia para derrocar al tiránico régimen; y miles de muestras más de unos dedos que luchan trémulos de rabia en contra de lo que el “destino˝ ha puesto sobre el mapa. Con o sin vasallos cada habitante americano construye con letras de roca su propia gesta y su recompensa es seguir viviendo, o por lo menos, no morir (que no es lo mismo). Pero, ¿qué de “maravilloso˝ tiene “lo real˝? Lo que se vive en es-

tas tierras puede ser únicamente una casualidad, tal vez hasta merecemos todo lo sufrido. Eso nos toca por ser hijos de dos razas, es decir: de nadie. Nuestra identidad queda nula y ninguno debe ser reconocido, somos parte de la masa que vive por la inercia un mundo apresurado en el siglo xxi. ¿Será esto cierto?, cosificados por la conveniencia y los fines económicos de las grandes potencias, ¿y esa será por siempre nuestra consigna? ¿Puede no ser una epopeya y nadie es un héroe? Precisamente, el hecho de dejar de ser “cosas˝, para levantarse de entre las ruinas de dos culturas, es el valor y lo “maravilloso˝ que de este continente surge, son poemas épicos cada vida latinoamericana y a pesar de las diferencias y características propias de cada región y, por supuesto, de cada individuo, el motivo de lucha forja la hermosa escultura de lo que es el hombre: mezcla (risas y llanto, dolor y placer, amor y odio, real y maravilloso). En eso consiste la heroicidad, mostrar lo polifacético de la vida, la epopeya de Latinoamérica es: ser humano.

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aLdo garcía ávila El jimador

Compré una jarra de mezcal en Calvillo hace algunos años, cuando todavía era soltero. Tenía pintado un jimador cortando los agrestes agaves. Era chaparrita y barrigona, como aquella en la que mi abuela solía guardar el agua. Y qué decir del sabor del mezcal: casi o mejor que un coñac. La jarra se erguía sobre la barra, al lado de la sala de mi casa, desde donde el jimador podía vigilar a todo el que entraba, siempre con sus ojos de lodo fijos. Vengo de una familia en la que abundan los niños en edades infernales; de esos que no se están quietos, que brincan en la cama y buscan en los libreros ejemplares con dibujos del dragón con bolas o de la despampanante barbie. El jimador podía olerlos, advertirlos: la jarra se humedecía más de lo normal, como si transpirara el peligro y cuando llegaba, parecía bajar la mirada y apretar con más fuerza el machete que sostenía con la mano derecha. En una ocasión se estremeció con un golpe de Dieguito; en otra, tembló con el roce del biberón de Ramón y, en una de las peores, su barriga casi se estrella con el grito de Valeria. Pero ninguno de ellos se compara con Juanito, la encarnación del mismo diablo, hijo de mi hermana (Juanito, no el diablo que es un querubín frente al niño, si así se le puede llamar). Juanito no quería al jimador que estaba encerrado en la barriga de barro, y cierto día, el infeliz le rompió una oreja, jalándosela, pero JuaniTierra Baldía

to no midió sus fuerzas y la pulverizó entre su puño, sangrándose la mano. Toda amenaza infantil fue reprimida con una nalgada o un cintarazo y al pobre de Juanito lo amarré a la silla, al lado de su madre, excusándome de que era un juego. En el fondo, el jimador y yo sabíamos que era algo así como un castigo. Desde aquella vez, las visitas pueriles fueron menos frecuentes: temían a la jarra del jimador, pero más le temían esos escuincles a mis manos entre su cuello o marcadas en sus nalgas sucias. “¡Ya te veré con los tuyos!˝, me decían mi madre y mis hermanos. Para el jimador y para mí era más importante la integridad física que el cariño a los escuincles. Algunos años después llegó Andrea, mi hija. Para ese tiempo, mi pastel se había llenado con treinta lucecitas y al jimador una incipiente mancha se le asomaba entre el sombrero, algo así como canas. “¡Ya lava esa jarra!, ¿que no ves que le está creciendo moho?˝, me repetían mis parientes y amigos. Pero el jimador y yo sabíamos que no eran hongos sino cabello maduro: era nuestro secreto, siendo los secretos un tipo de egoísmo al que todos quieren acceder, pero que sólo son asibles para nuestra almohada. Mi esposa sabía lo del jimador, sabía mis secretos y yo los de ella; los intercambiábamos por las noches, luego del rito de amarnos. Por eso soñamos. Los secretos tienen pies y alas; vuelan de al115

mohada en almohada y, los más traviesos, de cama en cama. Las pesadillas son los secretos de aquellos que quieren deshacerse de una complicidad. En los sueños recordamos gente porque a nuestra almohada llegan secretos de vivos y muertos así como de los que aún no nacen; a veces estos últimos necesitan encarnarse; Andrea lo deseaba y su secreto llegó a nuestra almohada antes del rito del amor y el sueño de Andrea se hizo realidad. Mi esposa, el jimador y yo, veíamos crecer a Andrea: sus primeros pasos los dio recargada en la barra, bajo la mirada del jimador, hasta alcanzar a su madre, sentada en el piso a unos pasos de la niña, y yo entre los dos escoltando a Andrea por si tropezaba. Cuando por fin logró caminar sin problemas, comenzó a saludar y a despedirse del jimador. Antes de dormir bebía su –para mí, asquerosa– leche soluble, bajaba de la silla, miraba al cielo de la barra, agitaba la mano de un lado al otro, en el aire, y luego corría hasta su cuna, donde su madre le esperaba para contarle un cuento. A mí me tocaba recoger la cocina y el jimador platicaba sobre Andrea: la vez que una mariposa se posó en su nariz o cuando un zancudo le picó en sus mejillas de durazno. Andrea aprendió a hacer avioncitos con papel y barritas de madera en el jardín de niños. Por varios días estuvieron volando en la estratosfera de la casa aviones rotulados con un sol, pintado con crayones sostenidos aún por un trémulo pulso, o el rostro de un caballero águila hecho con la técnica infalible de los palitos y las bolitas. 116

Cierto día, un avión voló altísimo y cayó en picada directo a la barra, golpeando la barriga de la jarrra de mezcal, haciéndola caer en el piso. Cuando llegué a la barra, Andrea estaba sentada, juntando los trozos de barro, entre el pestilente aroma del mezcal. Ella conocía la historia de Juanito, Valeria y Dieguito. Me miró con sus ojos llorosos y tensó su cuerpo, como esperando un golpe. “Levántate, porque te puedes cortar y ve a traerme el recogedor.˝ Mi esposa miraba bajo el marco de la puerta de la cocina, con un bote de pegamento en las manos. Cuando Andrea llegó con mi pedido, mi esposa y yo habíamos puesto los pedazos de barro en la mesa. “Ayuda a mamá y a papá a pegar la jarra.˝ El jimador nos miró con su cuerpo rasgado hasta que Andrea aprendió alfarería: nuevamente rompió la jarra, y los pedazos de barro recobraron la forma antigua gracias a las manos salvavidas de mi hija. Ella tenía bien aprendida la imagen del jimador y no necesitó dibujarla previamente, sólo la volvió a dibujar donde estaba, copiándola de su imaginación: el jimador era el mismo, sólo en un cuerpo mitad nuevo, mitad viejo. Ahora el jimador nos mira tras el cristal de una vitrina, a veces se estremece con un golpe de Agustín, en otras, tiembla con el roce del biberón de Julia y, en las peores, su barriga casi se estrella con el grito de Rebequita. Pero ni el jimador ni yo nos inmutamos ante el vaivén de mis nietos.

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eLena de casas ola ignorada desmesura la espalda mudez me doblo cerca del miedo ¿quién allá a lo lejos? ni los árboles fértiles lugares donde encarnas kriya el aire toco entre tus bosques y los míos distancia yo vuelo cenizas gota a gota ven la palabra en el cuerpo se filtra su derrame el alma entra eco de aquellas aguas aparezco subterránea en las formas abajo el fondo respiro luz nadie el aliento una elipse l a r g a ven sucede en cualquier cielo

azul la línea atravesando un vuelo azul la línea atravesando un vuelo su corte el la memoria

I Tu gesto sin mapas la intemperie. Tras la palabra oculta tus pasos ascienden al silencio, escriben tu nombre afuera. Cada huella de ida epígrafe del polvo. Tierra Baldía

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Mi cuerpo oscura quietud a un sueño de distancia; la espalda –una laguna– el humo entre las piernas Hacia todos los vientos tu fiebre cualquier rumbo. En hombros el vértigo. II Desde dónde, hacia qué lugar. Antes de la lluvia el agua fue verde, sin árboles. Entre las voces, antes de la mirada o de la sed, el aire. Allá, la palabra que pierdo es esta habitación desnuda: la ventana, los brazos, una puerta, todo precipitándose a lo abierto.

La vastedad donde mi voz no empieza: En mis bosques hacia ti, ¿quién se pierde entre los árboles que la niebla cautiva?

Allanar la piedra, horadarla, buscar la noche alguien, a través.

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mArc jiménez rolland Frege, Perry y la semántica de la primera persona

P

odríamos caracterizar el problema semántico de la primera persona por medio de la siguiente pregunta: ¿a qué refieren, y cómo efectúan dicha referencia, los términos que emplean la primera persona? Ubicado en el marco general de una teoría de la referencia, el problema semántico de la primera persona ocupa una minúscula parte del amplio espectro de cuestiones que suscita la relación entre lenguaje y realidad. Sin embargo, es este problema, y en general el problema de la semántica de los deícticos y los demostrativos (como ha sido abordado por Perry y Kaplan), y más ampliamente aún el problema de la referencia de los nombres propios (tal como lo plantea Kripke), el que pone en serios aprietos a una teoría del lenguaje tan sugerente y plausible como la de Frege. El problema semántico de la primera persona pudiera incluirse dentro del problema más general de la referencia de los deícticos (o indéxicos) y los demostrativos, puesto que el pronombre personal de la primera persona (‘yo’) puede analizarse como uno de estos términos. Asimismo, el elemento deíctico de la primera persona, además de presentarse en el pronombre, se extiende a las diversas conjugaciones, en tiempo y modo, de los verbos en primera persona. Este problema tiene relevancia en la discusión filosófica en la medida en que expresiones de esta índole: i) desempeñan un papel crucial en argumentos y paradojas de cuestiones de amplio interés filosófico (como el yo, la naturaleza del tiempo y la de la percepción); ii) aunque el significado de estas palabras parece relativamente claro, no ha sido tan obvio cómo incorporarlo en una teoría semántica (Vid. Perry, 1994). Aunque tengan un significado constante, los deícticos y los de-

mostrativos denotan algo distinto según el contexto en que sean empleados. Realizan una peculiar función ostensiva en la medida en que señalan, apuntan, indican o muestran de manera particular a: una persona, como los términos ‘yo’, ‘vosotros’; o un lugar, como ‘allí’, ‘arriba’; o un tiempo, como ‘ayer’, ‘ahora’, de modo que lo denotado por ellos varía de acuerdo al contexto Tierra Baldía

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en que se enuncian. Aunque pareciera tratarse de un conjunto reducido de términos y expresiones (‘yo’, ‘esto’, ‘aquí’, ‘ahora’), un análisis más minucioso muestra que hay un elemento deíctico en gran cantidad de términos y expresiones El señalamiento que se realiza por medio de estos términos puede también referirse a otros elementos del discurso o presentes sólo en la memoria, dando lugar a la deixis anafórica (que recoge el significado de una parte del discurso ya emitida) o a la catafórica (que anticipa el significado de una parte del discurso que va a ser emitida a continuación). Habría que distinguir la función deíctica de los términos y expresiones demostrativas de otra función lingüística: la homonimia. La deixis pareciera ser un tipo de homonimia, pues el uso de la palabra ‘aquí’ denota algo distinto al ser enunciada en dos lugares diferentes, al igual que ‘gato’ puede denotar tanto a un animal como a una herramienta o a una persona. Sin embargo, la distinción es llana y simplemente que lo que cambia

de un término a otro en el caso de la homonimia es el significado constante, independiente al contexto, de la palabra; en el caso de los demostrativos, por contraparte, este significado no varía, pero sí lo hace lo denotado por la palabra. Pese a que no son las únicas alternativas frente al problema, aquí se revisarán los enfoques de la doctrina del sentido y la referencia, de Gottlob Frege, y de la referencia directa, de John Perry. La tesis fregeana de que para conocer la referencia de una determinada expresión (sea ésta un término o una oración) se requiere conocer su sentido, ha sido criticada en forma incisiva durante las últimas décadas, en parte debido al estudio de los términos deícticos y demostrativos. Esta tesis supone que el sentido puede ser un pensamiento, un modo de presentación, un completador de sentido o un sentido de re. Al analizar estas alternativas y su posible aplicación en el caso de los demostrativos, Perry concluye que ninguna de ellas da satisfactoria cuenta de este problema (Perry, 1977); es por ello que el mismo Frege hace uso, contra la tendencia antipsicologista de su teoría semántica, de “pensamientos privados” como equivalentes al sentido de expresiones demostrativas. Así, si Hume dijese: (1) Yo soy el autor del Tratado de la naturaleza humana La referencia de esta expresión sería un valor veritativo, a saber: que la expresión es verdadera cuando Hume la externa. Mientras que si fuese un desquiciado quien pronunciara esa oración, ésta sería falsa, pues el pensamiento ´esto es, el sentido que conduciría de la expresión a su referencia (su valor de verdad)– no sería el mismo en el caso de Hume y en el del maníaco. De acuerdo a la explicación de Frege, esto se debe a que el pensamiento 120

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expresado por ‘yo’ es distinto en ambos enunciados y sólo puede ser comprendido, en el sentido en el que (1) es verdadera, por Hume. Es aquí donde interviene el indeseable recurso al sentido privado, pues ciertamente el maníaco podría tener el pensamiento de que es Hume, vive en el siglo XVIII y está en Edimburgo, descripciones todas éstas que el mismo Hume tendría de sí mismo; y sin embargo, a decir de Frege, habría aún algo en el pensamiento de Hume que resultaría completamente inaccesible para el chiflado. Sería precisamente ese algo inexplicado, e inexplicable por definición, lo que establecería la diferencia en el valor veritativo de (1), ya sea que la enuncie Hume sea que lo haga un desquiciado. El teórico de la referencia directa argüye que no se requiere la media-

ción del sentido para conocer la referencia de un término o una expresión, de modo que el único contenido cognitivo de las proposiciones

es su referencia y a ésta se puede acceder de manera directa, sin el inconveniente recurso a sentidos privativos de cada individuo. Un argumento de los teóricos de la referencia directa es que la concepción fregeana del sentido como modo de presentación no resiste la evaluación de los enunciados en condiciones contrafácticas, especialmente al emplear los demostrativos. Pongamos por caso: (2) Yo me encuentro en la Universidad Autónoma de Zacatecas.1 El problema aparece al sustituir el pronombre por una descripción definida, digamos ‘el editor de la revista Vertiente’, de modo que: (3) El editor de la revista Vertiente se encuentra en la Universidad Autónoma de Zacatecas. La oración (3) difiere en valor semántico con respecto a (2), pues no tiene las mismas condiciones de verdad que la oración que hace uso del demostrativo. Podrían, por ejemplo, haberme despedido mientras hablo, por lo que (2) sería verdadera mientras (3) es falsa y la sustitución del pronombre personal por una descripción definida, un modo de presentación, no se realizaría salva vertitate, es decir, sin cambio en el valor veritativo. Así mismo, los términos y expresiones deícticas tienen un peso fundamental en la explicación de la acción al que la teoría semántica de Frege no hace justicia. Pero mientras la mayoría de los demostrativos pue-

den ser reemplazados para estas explicaciones haciendo uso de otros deícticos, el pronombre de la primera persona posee una deixis esencial (Perry, 1979). En efecto, mientras ‘esto’ puede ser reempla-

zado por ‘lo que se encuentra a mi alcance (visual, táctil o lógico –como en el caso de la anáfora y la catáfora–); ‘aquí’ por ‘el lugar en que me encuentro’; 1 Originalmente este texto fue presentando durante un coloquio en la Universidad Autónoma de Zacatecas.

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y ‘ahora’ por ‘el momento en que soy/estoy’, ‘yo’ no puede ser sustituido en el contexto de la explicación de la acción por otro u otros demostrativos sin recurrir a la primera persona. Para concluir esta somera revisión de la semántica de términos y expresiones deícticas y demostrativas, habría que señalar una peculiaridad de ciertas oraciones que los emplean y poseen un estatuto especial. E.g., sin ser una descripción empírica (universalmente válida) ni una expresión tautológica, la oración “Yo estoy aquí ahora” es verdadera para cualquier hablante (en sentido amplio), en cualquier lugar y momento en que la enuncie. Así mismo, aunque ésta no sea una contradicción lógica sino una posibilidad contrafáctica, para individuo específico (en su calidad de primera persona) es lógicamente imposible concebirse como no siendo sí mismo. Alguna bibliografía consultada Evans, Gareth. (1985; 1996). La comprensión de los demostrativos. En Ensayos filosóficos. México: unam-Instituto de Investigaciones Filosóficas. Frege, Friedrich Ludwig Gottlob. (1892; 1996). Sobre sentido y referencia. En Escritos filosóficos. España: Editorial Crítica. ___________. (1918-1919; 1996). El pensamiento: una investigación lógica. En Margarita Valdés (comp.). Lenguaje y pensamiento. Problemas en la atribución de actitudes proposicionales. México: unam/Instituto de Investigaciones Filosóficas. Heck, Richard G. Jr. (2002). Do demonstratives have senses? In Philosophers’ imprint. 2 (2). Kaplan, David Benjamin. (1990). Thoughts on demonstratives. In Palle Yourgrau (comp.). Demonstratives. United States of America: Oxford University Press. Kripke, Saul Aaron. (1972; 1985). El nombrar y la necesidad. México: unam-Instituto de Investigaciones Filosóficas. Perry, John R. (1977). Frege on demonstratives. In The Philosophical Review. 86 (4). ___________. (1979). The problem of the essential indexical. Noûs. 13 (1). ___________. (1996). Indexicals. In The Encyclopedia of Philosophy, Supplement. United States of America: Simon & Schuster Macmillan. ___________. (1997). Indexicals and demonstratives. In Robert Hale and Crispin Wright (eds.). Companion to the Philosophy of Language. United Kingdom: Blackwells Publishers. ___________. (1993). The problem of the essential indexical and other essays. United States of America: Stanford University Press. ___________. (2005) Using indexicals. In Michael Devitt and Richard Hanley (eds.). Blackwell’s Guide to the Philosophy of Language. United States of America: Blackwell Publishers. Russell, Bertrand Arthur William 3rd. (1948; 1992). Particulares egocéntricos. En El conocimiento humano. España: Planeta de Agostini. Valdés, Margarita (comp.). (1996). Lenguaje y pensamiento. Problemas en la atribución de actitudes proposicionales. México: unam/Instituto de Investigaciones Filosóficas.

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