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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe www.virgendeguadalupe.org.mx
Versión estenográfica de la
Homilía pronunciada por S. E. Mons. Eduardo, C.O.R.C Carmona Ortega, Obispo de la Diócesis de Parral, en ocasión de la peregrinación de su diócesis a la Basílica de Guadalupe. 23 de julio de 2015 Muy amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo. ¡Bienvenidos, todos! En primer lugar quiero saludar, como es mi feliz deber, a mis feligreses, a mis diocesanos de Parral. Que los que no lo saben, los que vienen de otros lados, compartirles de allá de tierras muy lejas, del norte de nuestro país, del Sur del Estado de Chihuahua, allá está la Diócesis de Parral. Y desde allá venimos en peregrinación con el ánimo, con el deseo de postrarnos a los pies de nuestra Madre bendita, nuestra Señora de Guadalupe, cada uno con nuestra vida, cada uno con nuestra intención, cada uno con nuestro anhelo o nuestra súplica. Aquí a los pies de la Morenita del Tepeyac, la Señora de la carita de miel que tanto nos bendice, que tanto nos consuela. ¡Aquí queríamos estar! Y junto con mis hermanos de Parral saludo a todos ustedes, porque desde aquí, desde esta perspectiva, ya me tocó ver una pequeña peregrinación que entró por uno de los costados y finalmente cada uno de nosotros estamos aquí por algún motivo, aunque sea el más sencillo, el más pequeño; como puede ser venir a la casa de la Madre a decirle: aquí estoy Mamá, aquí estoy para saludarte, aquí estoy para estar un ratito contigo interrumpiendo mis labores, porque voy de camino a la oficina o al mercado, pero no quise dejar de pasar a saludarte. Cada uno sabe porque estamos aquí, cada uno con su intención, cada uno con su plegaría. Una cosa sí me queda muy clara por la que estamos todos aquí: saludar a nuestra Madre en su casa; o sea, saludar a nuestra Madre en nuestra casa. Me asiste la experiencia para decir que cada vez que uno viene a la Basílica de Guadalupe es esa sensación, es esa experiencia, sentir que llegamos a nuestra casa, allá a donde está nuestra Mamá, allá donde está aquella que nos
consuela, que nos conoce, con la que no tenemos distancias, con la que nos sentimos cerca, comprendidos. Y aquí venimos cada uno, aún con nuestro pecado, aún con nuestro error, con nuestra tibieza, con nuestra frialdad, de todos modos venimos aquí con Ella. Que es el reflejo más nítido que tenemos, humanamente hablando, de lo que es la bondad del Señor Jesús, su Hijo, de lo que es la misericordia del Padre Todopoderoso. Así que ¡Bienvenidos, todos! cada uno con su intención. ¡Bienvenidos, todos, en esta unión que nos da con la mirada! Mirar el Ayate de Juan Diego, mirar la Tilma bendita y quedarnos ahí un ratito extasiados, contemplando, pensándola, mirándola, refiriéndole nuestras cuitas, nuestras intenciones, nuestras preocupaciones, nuestros anhelos. Muchos venimos, también, a darle gracias. Muchos sabemos de los favores que Ella ha hecho por nosotros y por eso estamos hoy aquí, para pronunciar con toda la fuerza de nuestro corazón la palabra más simple, más sincera y más honda que puede aflorar desde corazón por nuestros labios: ¡Gracias, Madre mía! ¡Gracias, Madre nuestra por estar con nosotros, por bendecirnos, por guardarnos en el cruce de tus brazos, en el hueco de tus manos, por tenernos como niños pequeños en tu regazo, arropados y consolados! ¡Gracias, Madre mía! ¡Gracias, Madre nuestra! Y la providencia de Dios hoy nos regala una palabra, una Palabra de Dios, una Palabra inspirada. La Liturgia de la Palabra que acabamos de escuchar, y que justamente lo que tenemos que hacer en este momento es reflexionar sobre esta Palabra. Porque honestamente me parece una Palabra muy fuerte, la que hoy se nos ha pronunciado. Hay unas palabras, yo diría, un tanto firmes, severas en labios del Señor Jesús, son palabras de Isaías, pero que Él las retoma y al retomarlas, al decir Él: se cumple en ellos la profecía de Isaías que dice: Entonces, ya son palabras de Jesús, ya salieron de sus labios, ya las hizo propias, y es un reclamo muy fuerte. Y estando aquí, en la Basílica de nuestra Madre Bendita de Guadalupe, pues, yo creo que son palabras que las tenemos que aplicar a nosotros, como pueblo católico de México, porque nosotros tenemos un deber histórico, somos también un pueblo elegido por Dios. Como el Papa Francisco en la entrevista que dio a aquella reportera mexicana, hace algunos meses. Pues, hablaba de México y hablaba de como el diablo, decía él: le pasa la factura a México, porque México tiene lo que otro país no tiene. La presencia benevolente de la Virgen María en su advocación de Guadalupe.
El Acontecimiento Guadalupano decimos nosotros, que incluye las 5 apariciones, también aquella de Tulpetlac, a Juan Bernardino, las 4 que fueron a Juan Diego aquí en el Tepeyac. Pero, también la Tilma, el Ayate de Juan Diego donde queda impregnada, pintada, como decirlo, puesta ahí por el pincel de Dios. Que hace que ahí en la Tilma esté impresa la Imagen de nuestra Madre Bendita, pero junto con las apariciones y junto con la Tilma está el mensaje guadalupano. La Santísima Virgen tuvo una Palabra para nosotros, un mensaje. Ciertamente, un mensaje de amor y de ternura, un mensaje de benevolencia, un mensaje de amor, de misericordia. Llama la atención, permítanme hacer una sencilla comparación pero a la mejor en la Iglesia tenemos otras dos grandes Apariciones de la Virgen, me refiero a la de Lourdes, me refiero a la de Fátima dos apariciones reconocidas por la Iglesia, veneradas, aceptadas. Y fíjense como tanto en Fátima, como en Lourdes ambos mensajes son de penitencia, son una advertencia de parte de la Virgen, que llama a la conversión por las cosas que están mal en el mundo. A diferencia el mensaje de Guadalupe no es primero un mensaje a la penitencia, no es primero un mensaje al arrepentimiento es ante todo el despliegue de amor de una Madre solicita y una Madre benevolente, de una Madre que viene en pos de sus hijos, al rescate. Hasta llama la atención, yo no sé si ustedes han visto este detalle, cuando uno mira a la Imagen de la Virgen de Guadalupe en sus múltiples detalles, todos ellos significativos. Uno de ellos es que tiene como un pie adelante, como que estuviera en camino, como que estuviera dinámica, como que no está pasiva, no está parada, sino que viene en búsqueda de sus hijos, los moradores de esta tierra, que son nuestros antepasados, que somos nosotros y las futuras generaciones. Y, entonces, digo: ¡Cómo el pueblo de México tiene una vocación universal!, ¡cómo el pueblo de México tiene un deber misionero! Nada más porque en nuestra tierra está a la que podemos llamar la Estrella de la Evangelización y la historia nos dice que América, nuestro continente, porque en ese tiempo no había fronteras: no había Estados Unidos, Guatemala, Chile era el Nuevo Mundo. Cuando Ella se aparece en el Nuevo Mundo, entones, eso ocurre aquí, en lo que hoy es nuestra patria y por tanto esta vocación universal, está misión universal de propagar, de comunicar, el mensaje del Evangelio, impregnado de esta maternidad de la Virgen, pero que trae consuelo, que trae paz, que trae liberación para todo este magno continente, el nuevo continente,
América. Y que por tanto, hoy, nosotros como pueblo de México tenemos que mirar. Les decía esta Palabra fuerte de Jesús hoy: A ustedes se les ha concedido escuchar estás cosas, pero a ellos no. Y yo quisiera que hoy nos lo aplicáramos nosotros, verdad. Que hoy nosotros, acaso curándonos en salud o arrepintiéndonos o reconociendo nuestras responsabilidades escuchemos estas palabras para nosotros, como pueblo mexicano. Ellos mirando, no ven; oyendo no escuchan, porque no quieren comprender con el corazón. Por eso han cerrado los ojos, ha tapado sus oídos, se les ha endurecido el corazón. ¡Qué Palabra tan fuerte en labios del Señor, Jesús! Un corazón endurecido porque no quieren ver, porque no quieren escuchar, porque no quieren comprender. Y lo más tremendo lo dice al final. No quieren convertirse. Y peor todavía: No quieren que Yo los salve. Hace muchos domingos se leía este Evangelio. Preparando mi reflexión me acuerdo como me golpearon esas palabras en mi ánimo, como me hacían pensar que eran una verdadera voz de alerta de parte de Dios a través de su Palabra. No quieren convertirse, no quieren que Yo los salve. Y es que me parece a mí que palabras tan antiguas escritas hace 2 000 años, vivas porque es Palabra de Dios, se nos aplican perfectamente hoy. Y no allá en Europa o en Norteamérica o en África, se nos aplica aquí, a nuestro pueblo de México, porque tenemos esta especie como de superficialidad, esta especie de no querer darnos cuenta, una especie como de alejarnos de Dios. Creer en Dios, saber que Dios está ahí, invocarlo cuando nos haga falta, pedirle que nos ayude cuando necesitamos, pero que no pase más de ahí, que no se meta en nuestras vidas, que se tome su distancia porque no queremos convertirnos a Él de corazón. ¿Saben ustedes cuál es la diferencia entre un hombre mágico, una persona que vive en un mundo de magia y una persona que vive en un mundo de fe, en un mundo de religión verdadera? Escuchen bien cuando es la diferencia. El hombre mágico quiere que Dios haga la voluntad del hombre; el hombre religioso hace la voluntad de Dios. El hombre de fe verdadera busca entrar en obediencia a Dios; el hombre mágico quiere que Dios lo obedezca. Y esto de la persona mágica y la persona de fe verdadera no está lejos de nosotros. Yo los invito a que cada uno de nosotros nos preguntemos ¿Cómo es nuestra dimensión espiritual? ¿Cómo vivimos nuestra fe? Porque uno se espanta y se sorprende de ver como tenemos muchos católicos que de pronto no leen la Palabra de Dios, que se les cae la Biblia de las manos. Que acuden a chamanes, a brujos que creen en novedades, en hechicerías, en filosofías, en
ideologías y en maneras de pensar que son totalmente extrañas a la fe católica y lo terrible de esto ¿Saben qué es? Que no les importa que no sea católico. Y por eso son las palabras tan fuerte del Señor Jesús aplicadas a nosotros hoy. Cierran los ojos para no ver, tapan sus oídos para no escuchar, endurecen el corazón para no comprender, no se quieren convertir y no quieren que Yo los salve. Queremos que nos salve la santa muerte; queremos que nos salven unas piedritas de cuarzo; queremos que nos salve que los astros se pongan en alineación, o no sé como dicen los astrólogos charlatanes. Novedades, novedades sólo por el plurito de oír cosas nuevas olvidando el gran tesoro, la gran tradición de la que nosotros venimos, de la que somos herederos y de las que también corresponsales como depositarios para llevarla adelante en nuestro mundo. A mí me hace mucho pensar la situación que estamos pasando en estos momentos, en un tiempo tan especial, ya se ve que el Papa por eso lo pone tan fuerte, me refiero a esta crisis tan dura que estamos teniendo para la familia. Y, entonces, el Papa nos está invitando a reflexionar sobre la familia. Hizo un Sínodo extraordinario, hace unos meses, el año pasado. Estamos en el arco para llegar al nuevo Sínodo, el ordinario, que Dios mediante se hará este próximo mes de octubre y que yo los invito ya desde ahora a que oremos por el fruto espiritual benéfico para las familias del mundo que va a venir de ese encuentro mundial, de ese congreso, de ese Sínodo, porque luego en el mes de septiembre en Filadelfia, Estados Unidos, el Papa va a venir justamente a participar y a darnos enseñanza y su doctrina en el Encuentro Mundial de las Familias, que a finales de septiembre va a tener lugar en Estados Unidos, en Filadelfia. Y, entonces, ya se ve cómo está la preocupación de la Iglesia por la familia. Y decía, aquí en nuestra patria que tanto amamos la familia, que tanto valoramos la familia, porque sí somos un pueblo que es muy importante la familia para cada uno de nosotros. Como ejemplo yo podría poner ahora que están estos juegos, estas competencias deportivas. Llama la atención cuando entrevistan a los atletas mexicanos que ganan alguna medalla y casa siempre en la entrevista sale el tema de la familia. ¿A quién le dedicas tu medalla? A mi familia que tanto me apoya. Hoy algunos van a decir: pues, yo he logrado esta presea gracias a mi familia, que siempre me ha apoyado y de una y otra manera nosotros vemos que la familia para el pueblo de México es fundamental. Bueno, pues, paradójicamente en nuestra sociedad se dan fuerzas, se dan inercias contra la familia. Y ahora que estamos aquí delante de la Tilma de
Juan Diego, delante de la Imagen de nuestra Madre bendita, nuestra Señora de Guadalupe, hoy, la tenemos que mirar a Ella como Madre y Esposa, porque en Ella se junta todo el misterio cristiano. Virgen bendita, Virgen perpetua, pero a la vez Madre, a la vez esposa. Madre de Cristo, esposa de san José y por tanto Ella como integrante de la Sagrada Familia Nazaret: Jesús, José y María. Yo quisiera que, entonces, en está plegaría guadalupana que estamos haciendo la miremos a Ella, hoy como Madre, la miremos hoy como Esposa. ¿Qué pensaría Ella de lo que es la familia? ¿Qué pensaría Ella de lo es el matrimonio? Y ya se ve que, entonces, Ella referiría el pensamiento de Dios, porque entre nosotros, digo, se dan inercias, se dan situaciones donde la familia viene vulnerada, la familia viene deteriorada, viene como diluida, queriendo llamar familia ya a cualquier cosa. Y, entonces, vemos como nosotros tenemos que orar fuerte por la familia y a la vez proclamar el Evangelio de la familia. En la familia, célula de la sociedad, hay un fundamento del cual parte y es el matrimonio. La familia es importante y por consecuencia el matrimonio también es importante. De tal forma que una buena familia va a tener muchas más posibilidades, porque proviene de un buen matrimonio. El matrimonio está en el designio de Dios. El matrimonio es algo que Dios pensó. ¿Cómo podemos saber esto? Bueno, pues, vamos a mirar el libro del Génesis. Todos conocemos las dos narraciones con las que se abre la Biblia. El primer libro de la Biblia es el Génesis y en el capítulo I tenemos la primera narración de la Creación, como el capítulo II tenemos la segunda narración de la Creación, son dos narraciones. Moisés, seguramente, que fue el que redactó el Libro del Génesis tomó las dos tradiciones que ya había en el pueblo y él las escribe. ¿Cuándo las escribe Moisés? 1 000 años antes del Señor Jesús. Históricamente Moisés vive 1 000 años antes de Cristo y el redacta lo que el pueblo ya traía como una tradición: dos narraciones. La primera es aquella que nos habla de la Creación en siete días, que Dios hizo el cielo y la tierra. Y nos dice que el primer día, pues, separó las aguas de arriba, de las aguas de abajo. Y cada día, dice el narrador: y vio Dios que era bueno. Pero el sexto día crea al hombre y cuando crea al hombre dice así: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. A imagen de Dios lo creó, hombre y mujer lo creó. Este es el designio de Dios, para el ser humano, hombre y mujer. No creó otra cosa, creó hombre y mujer. Pero además dice más todavía, y dijo al hombre y a la mujer: multiplíquense, pueblen la tierra.
Entonces, fíjense, en la primera narración del Génesis de la Creación tenemos el designio de Dios para el matrimonio. Tenemos la primera finalidad del matrimonio del hombre y de la mujer. La generación de los hijos, es una de las finalidades del matrimonio. Estoy hablando del matrimonio natural, todavía no hablo del sacramento. El matrimonio es una institución natural, es decir, está inscrito en la naturaleza del ser humano, en el designio, en el diseño de Dios, en el hombre en su naturaleza está el matrimonio, hombre y mujer: multiplíquense. Y pasamos a la segunda narración en el capítulo II del Génesis ahí otra vez retoma, reinicia y va a decir que cuando no había nada, entonces, Dios hizo las cosas. Entonces, Dios hizo las plantas, Dios hizo los animales y al final hizo al hombre, a Adán y le da el dominio, le dice: haber le vas a poner nombre a todas las cosas, vas a dominar sobre ellas. Como ahí nos viene un eco de lo que es la encíclica última del Papa la encíclica Laudato Si, donde el Papa nos hace una sensibilidad muy grande, por el cuidado de la Creación donde el hombre el custodio, es el administrador, pero el hombre hoy se ha convertido en un depredador, en un consumidor. Y hoy nosotros antes la palabra del Papa y esta palabra del Génesis, donde dice: que hace al hombre responsable de la Creación, cada uno debemos pensar como nos comportamos con la Creación. Pero luego después dice: que ve al hombre solo, porque no hay ninguna creatura, ni vegetal, ni animal que se parezca a él, que sea semejante a él. Y dice Dios esta Palabra, designio de Dios, escuchen: no está bien que el hombre esté solo, le haré una compañía semejante a él. Y, entonces, es la narración del sueño de Adán, la costilla, y hace a Eva. Una compañera digna del hombre. Y ahí está la segunda finalidad del matrimonio, la mutua edificación de los conyugues, la mutua ayuda, el complemento natural que hay entre el hombre y la mujer, donde en el consorcio del matrimonio, cada uno aporta lo femenino, lo masculino, lo propio y hace ese ensamble, esa armonía, esa belleza, que es el matrimonio, que por consecuencia será la familia. Pero saben qué en el capítulo III es la narración del Pecado Original, o sea, a partir del Pecado Original, ese que todos conocemos. Un amigo mío, sacerdote, decía esta frase, lo decía como broma, pero es una realidad pesada, decía: no, no se preocupen del Pecado Original todos traemos nuestra porción, se ha distribuido muy bien, todos traemos nuestra porción de Pecado Original. Y no hace falta que yo se los explique, ustedes lo saben igual que yo. Como diría san Pablo: hago lo que no debo hacer, dejo de hacer aquello bueno que debería hacer.
El Pecado Original capítulo II del Génesis hace que el matrimonio, el diseño de Dios para el matrimonio sea ensombrecido. El Pecado Original afecta a la pareja humana, al matrimonio. Y, entonces, hay sombras, ha habido sombras sobre el matrimonio. En la misma Biblia encontramos sombras con el matrimonio. Se acuerdan cuando a Jesús le preguntaron ¿Si era lícito repudiar a la mujer por cualquier causa? O sea aquellos daban, por supuesto, que el divorcio era válido, la pregunta era ¿Si por cualquier causa? Y ante la pregunta engañosa, ante la confusión como nos pasa ahora, Jesús nos da la pedagogía de como tenemos que responder. Jesús va decir: Moisés les dio permiso de repudiar a la mujer por la dureza de corazón de ustedes. Y aquí está la clave: pero al principio no fue así. Jesús se pregunta por el pensamiento de Dios, Jesús se pregunta por el diseño, por el proyecto de Dios y se va a los orígenes y va a decir esas palabras solemnes del Génesis, para decir: lo creó hombre y mujer y por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, serán los dos una sola cosa. Y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Pero la sombre del divorcio estaba ahí, como está hoy sobre el matrimonio. Está, estaba y está la sombra cuando se va dando una contracultura, una subcultura, una mala costumbre del sometimiento de la mujer al hombre. Llama la atención, ahorita, unos anuncios que salen en la tele, pues, que dicen la verdad. De pronto dice la señora aparentemente toda abnegada diciendo: él me pega porque yo lo hago enojar. Nadie te puede tocar, la dignidad no se negocia por nada, el respeto a la persona humana no tiene precio, no hay manera de ir contra eso. Bueno, pues, nosotros así como amamos mucho la familia vemos esta sombra del machismo, sobre la bella institución del matrimonio. En la Palabra de Dios, también, vemos otra sombra muy fuerte, muy pesada: la poligamia. En los tiempos antiguos llegó a aceptarse, como algo válido. Gedeón, por ejemplo, nos habla de que tenía un montón de mujeres. La poligamia: sobra sobre el matrimonio. O querer llamar matrimonio a una unión que no es de hombre y mujer: son sombras sobre el matrimonio. Y esto ha pasado en la historia de la humanidad. A nuestra generación, los que somos de este tiempo, del tercer milenio, del año XV y XVI y consecuentes tenemos que hacernos la pregunta, cuando oímos estas voces que nos confunden, cuando sentimos estas presiones que son más allá de México, que son más allá de nuestra cultura, de nuestra sociedad, que vienen de no sé dónde, con no sé qué presión, con no sé qué interés. Y no me extraña que sea el interés económico.
De pronto nosotros tenemos que hacer, como hizo Jesús: ustedes hacen eso por la dureza de su corazón, porque cierran los ojos, tapan sus oídos, endurecen el corazón, no se quieren convertir, ni quieren que Dios los salve; pero al inicio Dios nos dijo que era el Evangelio, la Buena Nueva del matrimonio: Hombre y mujer los creó. Y por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer. Serán los dos una sola carne. Y Jesús añadirá solemnemente (Sacramento del Matrimonio): lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Pidamos por nuestro México. Pidamos por nuestras autoridades. Pidamos por nuestra sociedad, cada uno con su vida, aquí presente, cada uno con su costalito, a los pies de nuestra Madre, a los pies de Ella que también es Esposa. A Ella que nos comprende, a Ella que nos ama, vamos a poner delante todas nuestras intenciones las personales, las privadas, las muy privadas, las muy íntimas, que cada uno de nosotros viene a decirle a Ella y que ni siquiera nos atrevemos a decirle a nadie, porque a lo mejor nos consideran ridículos o a lo mejor los espantamos. Pero no solamente vamos a pedir por lo íntimo, vamos a pedir por nuestra familia, vamos a pedir por nuestra sociedad. Mi gente de Parral, Chihuahua, que hoy venimos en peregrinación, vamos a pedir por nuestra región, vamos a pedir por nuestro estado, vamos a pedir por nuestra diócesis, pero un corazón católico. Católico significa: universal. Vamos a pedir por todo el mundo, vamos a pedir por toda la humanidad, por todos los que sufren, los que son perseguidos por su fe cristiana, los que son asediados por el hambre, los que se ven obligados a la migración, los que están descartados, diría el Papa. Aquellos que los agobia la pobreza, la pobreza extrema, la miseria, el hambre. Vamos a pedir a nuestra Madre. Hay un dicho que todos conocemos bien, que no está en la Biblia, pero que sí dice bien: a Dios rogando y con el mazo dando. Y entonces, hoy, aquí a los pies de nuestra Madre, si es sincera nuestra oración y si no venimos con un mundo mágico a que nos hagan una magia, sino que venimos con espíritu de fe a entrar en obediencia al plan de Dios a nuestras vidas vamos a hacer un compromiso de fe para decir ante estas palabras del Obispo de Parral: ¿Qué voy a hacer yo? ¿Cómo me voy a comprometer? Y vamos a empezar por la familia y más profundo por el matrimonio. ¿Cómo voy a defender yo el matrimonio? ¿Cómo voy a defender yo la institución matrimonial, la institución familiar?
Con mi silencio, que muchas veces es cómplice, con un falso respeto, porque en eso nos escudamos y nos quedamos así como si fuéramos muy elegantes y bien modernos: yo respeto. Y al decir: yo respeto, pues, entonces dejamos las cosas vayan contra las convicciones más profundas de este pueblo guadalupano, católico, hijos de la Virgen de Guadalupe. ¿Cómo voy a defender yo mi fe? ¿Cómo voy a defender yo mi creencia? ¿Qué hago para que las futuras generaciones no caigan en un corazón más duro o en una actitud todavía más insolente y fría donde ni siquiera les cale, como nos ha calado a nosotros hoy esa Palabra, que dice: no se quieren convertir, no quieren que Yo los salve? ¿Qué vamos a hacer? Cada uno tenemos un compromiso. Eres esposo tienes que ser fiel. Eres madre educa a tus hijos en la fe católica. Eres hijo obedece a tus padres. Eres hermano, ayuda a tus hermanos mayores, se ejemplo para los menores. Cada uno tenemos un rol. Eres empleado, eres patrón, eres obrero, ama de casa, en cualquier lugar el Evangelio del Señor Jesús ha de ser proclamado y para nosotros con este tinte guadalupano, donde nosotros sabemos que Ella para nosotros los pobladores de esta tierra es Evangelio puro, es la manifestación más bella que tenemos de la misericordia de Dios Padre Todopoderoso. Todos, pues, a orar por México. Todos, pues, a salvar la familia. Todos, pues, a apostarle al verdadero matrimonio, como Dios lo pensó desde toda la eternidad y lo inscribió en la naturaleza humana. Nos ponemos de pie. Vamos a continuar…