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Introducción a la gestión de los miedos y las inseguridades Por Jorge Cuervo Extractado de diversos capítulos del libro “Mejor liderar que mandar”, del propio autor. Ed. Libros de Cabecera, 2.012.
LAS EMOCIONES Con el fin de aligerar nuestros procesos de decisión utilizamos las emociones: éstas nos predisponen a favor de ciertas opciones que intuimos -que nos apetecen más- y eso acelera el proceso de decisión. Antonio Damasio en los noventa nos enseñó que el ser humano no es un ser racional, sino un ser que razona sobre una base emocional previa, que condicionará cómo va a pensar. Es decir, que primero sentimos y luego pensamos. O lo que es lo mismo, ¡está demostrado científicamente que el ser humano no es un ser racional! Estamos diseñados por la evolución como seres eminentemente emocionales. Si usted se encuentra de improviso frente a un león, sus sentidos harán llegar impulsos nerviosos a una estructura denominada amígdala situada en la zona de nuestro cerebro que conocemos como Sistema Límbico. Su amígdala llevará a cabo un rápido proceso de confrontación de datos con el “departamento de archivos” -la memoria, situada en la misma zona cerebral- para confirmar ese potencial peligro. A continuación empezará a enviar a otra área del cerebro -denominada corteza motriz o córtex motor- señales nerviosas que activarán el movimiento de las extremidades. Y al mismo tiempo desencadenará una cascada hormonal que acabará provocando la secreción de adrenalina, destinada a preparar su “caldera metabólica” para alimentar de energía las acciones musculares necesarias para el titánico esfuerzo de salvar la vida. En términos coloquiales, ese león “le ha dado un buen susto”. Ese susto es precisamente una emoción, ¡todo un maravilloso torbellino fisiológico depurado por millones de años de evolución! Nuestro cerebro no permite distinguir fielmente un pensamiento racional de la emoción previa que lo condiciona, y a menudo origina. Pero todos los humanos cuando hemos vivido una emoción intensa podemos hacernos conscientes –“darnos cuenta”- de ella, e incluso ponerle nombre: “tengo miedo”, en el anterior ejemplo del león. Esta toma de consciencia nos dispara a su vez una cadena de pensamientos –un diálogo interior, coloquialmente llamado “comida de coco”- enraizados en nuestro
“esqueleto mental” –nuestro particular Sistema de Creencias-. Continuando con el ejemplo del león, el proceso podría ser algo así: tengo miedo. Los hombres no podemos tener miedo. Soy un guerrero y no puedo tener miedo, pero lo tengo. Soy un cobarde. Ya me lo decía mi padre… ¡Y así sucesivamente! A ese conjunto de emoción, más la toma de consciencia de que experimentamos dicha emoción, más toda la consiguiente elaboración mental lo llamamos “sentimiento”. Constituye lo que a partir de ahora vamos a denominar como impacto emocional . Por ese motivo, los humanos somos incapaces de conocer “la realidad” a través de nuestros sentidos: simplemente, no podemos separar un hecho del impacto emocional que nos provoca. ¡Lo que nosotros llamamos “realidad” es de hecho una “percepción”! La buena noticia es que conociendo el mecanismo, si bien no podemos evitarlo, porque es automático, sí que podemos gestionarlo. Ante un posible peligro la emoción nos conduce a tres mecanismos de respuesta innatos:
Huida, que es la opción preferente en relación coste-beneficio frente a un peligro. O -en su versión moderna- el «desconectar», como ocurre cuando ponemos cara de escuchar mientras recibimos una reprimenda… pero estamos pensando en lo que hicimos en las vacaciones. Lucha, que corresponde al enfrentamiento físico, o en su versión más actual, el “pique” verbal. Bloqueo, que consiste en convertirnos en estatua, para que el depredador no nos detecte, y que hoy nos lleva a «quedarnos sin palabras» o «quedarnos en blanco».
Estos mecanismos están profundamente incrustados en nuestra biología, como mamíferos que somos. Probablemente usted está vivo y leyendo estas líneas porque en algún momento alguno de estos mecanismos le hizo dar un salto para que un vehículo no le aplastase, o le ayudó a enfrentarse a un matón en el colegio… o a huir de él. O también -por qué no- a soportar impertérrito la bronca de un jefe autoritario... ... Pero la evolución de nuestra especie ha venido causando un creciente aumento en la complejidad de las situaciones que debemos afrontar, por lo que mecanismos de respuesta tan simples y directos como éstos son cada vez más inadecuados, menos eficientes. Constatamos que nuestra vida actual nos pone en muchas tesituras en las que nuestras respuestas biológicas no son las más adecuadas. Cuando esto ocurre, intentamos controlarlas. Sin negar la indudable utilidad práctica de esta estrategia en situaciones concretas, vemos que si se convierte en nuestra opción habitual conlleva una represión que nos empuja al estrés.
En situación de estrés, el cuerpo se carga de una hormona llamada cortisol, cuyo fin es ayudar al cuerpo a sobrellevar situaciones de presión de larga duración… Sin embargo, a nivel cerebral el cortisol provoca que se acaben deprimiendo aquellos centros que estimulan la creatividad, el aprendizaje y la detección de oportunidades. En consecuencia el cerebro se comportará de manera más parecida a un mamífero primitivo, pero no estará “en forma” para encontrar soluciones creativas y eficaces, ni para idear maneras innovadoras de afrontar la situación. Para resumirlo de una forma gráfica y sencilla, nuestro cerebro muestra dos modos de funcionamiento diferentes: uno proactivo-creativo, y otro defensivo-reactivo. La clave para que se disparen uno u otro dependerá de qué emociones predominen en la zona del cerebro denominada sistema límbico. Así, cuando vivimos una situación desde la ilusión, disponemos de más “potencia” en ciertos centros cerebrales que albergan la creatividad, el aprendizaje, el sentido de la vida… y se reduce la actividad de aquellos centros que rigen el miedo. En consecuencia, nos sentiremos más capaces y más motivados. Por el contrario, si predominan nuestras inseguridades, el proceso se desarrollará en sentido contrario, activándose los miedos e inhibiéndose la creatividad y el aprendizaje. Cuando “nos controlamos”, nuestra racionalidad parece imponerse sobre nuestras emociones... Sin embargo, éstas no desaparecen, pasan a la clandestinidad, se convierten en nuestros “terroristas mentales” y desde allí nos sabotean. Esta discrepancia entre nuestro pensamiento y nuestras pulsiones emocionales nos provocan un estado mental que conocemos como disonancia, en el cual nos sentimos confusos y faltos de energía, incapaces de decidir con claridad y de actuar con decisión. Si este estado se prolonga lo suficiente, llegaremos al estrés. La vida nos sume permanentemente en estados de disonancia: tengo que estudiar pero quiero jugar, no sé si estudiar una carrera u otra, para este proyecto he de entenderme con alguien que no aguanto... Pero si somos capaces de modificar el cómo sentimos una situación, podremos modificar el funcionamiento de nuestro cerebro para buscar las mejores soluciones, generar visiones claras y encontrar la energía para actuar. Conseguiremos un estado de resonancia.
SUPERVIVENCIA Y EGO El Ego es un “software” que nos sirve para sobrevivir como individuos. Es decir, para que usted se sienta usted, alguien único y diferente de los demás, que quiere vivir y que se tiene derecho a hacerlo. El Ego es un software mental de supervivencia individual y sirve para que el cavernícola que hay en usted reclame su trozo de carne a la hora del reparto en torno al fuego. La función del Ego no es hacerle a usted más justo, ni más sabio, ni más feliz. Es, simplemente, que usted sobreviva. Si ha de caer alguien, que sea otro… El poder del ego genera una percepción polarizada: se irá convenciendo de la razón que usted tiene tanto como de la incompetencia, o incluso de la mala fe, de los otros, para justificar ante sí mismo cualquier medida que esté dispuesto a adoptar. Además, ignorará todo aquello que sienta que va en contra de sus intereses. Perderá ecuanimidad. Siempre que se enfrente a un entorno de incertidumbre se le despertarán inseguridades. Inmediatamente su Ego se movilizará para acudir en su auxilio, y se dispondrá a tomar los mandos en su mente. Por lo tanto, cuando usted “está en el miedo”, de forma natural será su Ego quien tomará las riendas de su trabajo, de su vida. Y su Ego hará lo que sabe hacer: sobrevivir a cualquier precio. ¿Qué cómo lo hará?… ¡Tomará medidas para controlar la situación! LA ZONA DE CONFORT Y LA GESTIÓN DE LOS MIEDOS Así como disponemos de un esqueleto que proporciona soporte y estructura a nuestro cuerpo, también nuestro pensamiento tiene su propio “esqueleto”, que da forma a nuestra manera de pensar, y que denominamos sistema de creencias. Las creencias son convicciones que determinan y modulan nuestras pautas de pensamiento, y se crean sobre todo durante la primera infancia. Actúan dando origen a suposiciones y prejuicios que van a condicionar nuestra actitud y, en consecuencia, nuestra toma de decisiones. Nuestro sistema de creencias marca la frontera “virtual” que delimita la que denominamos zona de confort o zona cómoda, donde se integran todas aquellas características, emociones y hábitos que aceptamos de nosotros mismos y que, por lo tanto, no cuestionan nuestro sistema de creencias, no lo desafían ni lo ponen a prueba. Como su propio nombre indica, cuando actuamos dentro de nuestra zona de confort nos sentimos cómodos, no tenemos que esforzarnos y es fácil el “hacer”. Nos sentimos seguros, pero a menudo también conformistas y limitados. Dentro de la zona de confort hay muy poco aprendizaje, el verdadero aprendizaje se encuentra fuera. Al cruzar su frontera aparecerán los miedos, que son las señales que nos avisan de que vamos a adentrarnos en territorio desconocido para evitar que salgamos. Son un software mental cuya función es que no hagamos... Por lo tanto, si los aceptamos y los
escuchamos a fondo habrán cumplido su misión, y nuestra mente estará libre de ellos el tiempo necesario para decidir o actuar. Podremos lanzarnos a afrontar la aventura proactivamente, y el premio será grande, porque -sea cual sea el resultadoobtendremos aprendizaje. Sentiremos que hemos crecido y descubriremos que eso nos provoca una enorme sensación de plenitud. Por el contrario, si rechazamos nuestros miedos, los obligaremos a gritarnos más para hacerse oír, y nuestra mente estará interferida por ese ruido: entraremos en disonancia, nos sentiremos confusos, encogidos y cada vez menos capaces. No nos atreveremos a salir de la zona de confort, y esta se irá convirtiendo en nuestra cárcel. ¿Y entonces qué ocurre cuando, sin querer salir, nos vemos arrastrados por la vida fuera de la zona de confort? Una situación laboral difícil, la pérdida de un trabajo, una enfermedad… En este caso no lo hemos elegido voluntariamente, pero sí podemos elegir entre aceptarlo -y así evolucionar-, resistirnos al cambio -y “enquistarnos”-… o aceptar “de mente” pero no “de corazón” -es decir, resignarnos-. He tenido ocasión de trabajar mucho con emprendedores y he podido comprobar qué diferente se vive el camino a recorrer y qué diferentes son los resultados cuando se parte de la ilusión por emprender, de cuando el impulso surge de la imposibilidad de encontrar un trabajo “como el que tenía” o “de lo mío”. En el primer caso, la proactividad brota a raudales; en el segundo, se vive desde la resignación -¿qué nuevo proyecto puede salir bien si lo construimos desde el dolor?-. Jung nos da la clave: “lo que aceptas se transforma, lo que resistes, persiste”. Sólo la verdadera aceptación de nuestros miedos nos abrirá la mente y nos hará capaces de convertir la situación en ocasión de aprendizaje y en espacio de creación. ¡Sólo teniendo en cuenta la forma de funcionar de nuestro cerebro, con su consiguiente impacto sobre nuestra mente, es cuando podemos gestionarnos! La aceptación de cómo somos, mediante la aplicación de las técnicas adecuadas, nos abre la posibilidad de mantenernos centrados y serenos, con la mente despejada para detectar las oportunidades que siempre existen y buscar soluciones creativas. Donde hay creatividad, hay crecimiento. Como dice John Grinder: “Si tengo una opción soy un robot, si tengo dos tengo un dilema, si tengo tres, soy libre”. Y ahora un aviso: si se produce aceptación a nivel intelectual, pero no aceptamos en el nivel emocional, entonces lo que tenemos no es verdadera aceptación, sino resignación. La resignación puede dar la impresión de ser aceptación, pero en realidad seguimos en el “no lo quiero”, en el dolor: nos sentiremos víctimas de las circunstancias y eso nos llevará a “aguantar” –a ser parte pasiva- en lugar de “hacer” – de ser proactivos-. ¡Nuestra capacidad de actuación no será la misma!