Introducción. Juana Sánchez-Gey Venegas. Resumen. Abstract

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104 Juana Sánchez-Gey Venegas Universidad Autónoma de Madrid [email protected]

Recepción: 20 de mayo de 2015 Aceptación: 15 de junio de 2015 Aurora n.º 16, 2015, págs. 104-113 issn: 1575-5045 issn-e: 2014-9107 doi: 10.1344/Aurora2015.16.10

El pensamiento teológico de María Zambrano: Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu The Theological Thinking of María Zambrano: Letters from La Pièce. Correspondence with Agustín Andreu Resumen

Abstract

En este epistolario se destaca un pensamiento teológico mediante el cual María Zambrano reflexiona sobre algunas preocupaciones que siempre ha mostrado: el cristianismo y la mística, y, adentrándose aún más, las procesiones divinas, especialmente la del Espíritu Santo, la encarnación de Cristo, la Virgen, la liturgia y la recepción del Vaticano II, entre otras vivencias personales. Se descubre de modo sobresaliente la búsqueda del Espíritu como fundamento del conocimiento, por lo que se podría llegar a decir que esta vivencia contribuye y da pie al rechazo del racionalismo en su filosofía y también del materialismo en su concepción de la persona, concebida como un ser espiritual.

In this collection of letters a theological reflection stands out in which Maria Zambrano reflects upon some of the problems she has always been interested in: Christianity and Mysticism, with special emphasis on the divine processions including that of the Holy Spirit, the Incarnation of Christ, the Virgin Mary, the liturgy and the reception of the Second Vatican Council, among other personal experiences. In these letters the pursuit of the Holy Spirit as the foundation of knowledge is remarkably noticeable, so that it could be argued that this experience contributes and gives rise to the rejection both of rationalism in her philosophy as well as of materialism in her concept of the human person, which is considered as a spiritual being.

Palabras clave

Keywords

filosofía y teología, mística, el cristianismo, el Espíritu Santo.

Philosophy and theology, Holy Spirit, Mysticism, Christianity.

Introducción El epistolario de Cartas de La Pièce de María Zambrano transcurre entre octubre de 1973 y primeros de abril de 1976. Recoge 78 cartas de María Zambrano a Agustín Andreu (1928), teólogo y filósofo, al

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Asimismo el epistolario permite adentrarse en esta relación de amistad o relación discipular, paredro, que de forma delicada se va tejiendo durante estos años y con una asiduidad casi diaria. Basado, pues, en esta relación de philia, el tono cercano e íntimo en su trato con el amigo, así como el lenguaje de las cartas, expresan la comprensión y familiaridad de los temas que a ambos atañen. No obstante, hay también cartas donde se exponen puntos de vista diferentes y hasta sentimientos de ruptura entre Zambrano y su discípulo, especialmente las cartas 50 y 73. Durante este tiempo María ha vivido junto a Araceli en Francia en una casa en medio del bosque, a la que denomina a menudo como «la choza», cerca del monte Jura en la frontera con Suiza. Araceli, que llegó con María en 1964, fallece en este lugar en 1972, por lo que estas cartas recogen la soledad primera de María tras la muerte de su hermana y expresan también la importancia que le da a su propia experiencia. La filosofía de Zambrano es un saber de experiencia, por ello, en varios momentos dice de sí misma que ella no es teóloga,1 como anteriormente lo habían dicho santa Catalina de Siena y santa Teresa de Jesús, reconocidas actualmente como doctoras de la Iglesia. No obstante, en este epistolario se observa, de forma evidente, su reflexión sobre el papel de la Iglesia católica y el momento actual, tras la celebración del Concilio Vaticano II, y algunos otros temas muy teológicos como: las procesiones divinas, la encarnación del Verbo, la Virgen María, la vivencia del amor, la mística y la purificación, entre otros. Además de los temas teóricos hay que tomar en consideración los relativos a la práctica religiosa: aquellos que se refieren a los motivos que Zambrano esgrime para llevar a cabo o no la separación y divorcio del marido, los rezos, la asistencia a oficios religiosos, a la misa, etc.

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Esta reflexión teológico-metafísica es el tema central del epistolario, como se dice en los preliminares de la obra, y también del pensarsentir de Zambrano desde sus orígenes hasta el fin. Por ello veremos el cuidado con el que redacta estas cartas que acogen el pensamiento del amigo y reviven su propia filosofía en diálogo constante con el joven teólogo.

1.  Zambrano, M., Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu, Valencia, Pre-Textos, 2002. «Yo me atengo a mi experiencia», Carta, n.º 15, pág. 83.

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que conoció en Roma en tiempos de su formación como joven sacerdote católico, profesor y doctorando, al que trató allí entre 1955 y 1962, año de su tesis doctoral, y al que le une durante todos esos años una estrecha amistad. En las cartas destaca, de modo evidente, la dedicación de la filósofa al teólogo, pues este le va exponiendo su pensamiento enviándole cartas o apuntes de sus escritos, especialmente un libro titulado El tratado del Espíritu, que Zambrano comenta con reflexiones personales y, en ocasiones, con apuntes muy detallados sobre esta novedosa obra que Agustín Andreu está escribiendo y al que anima en todo momento a su publicación, aunque a fecha de hoy aún no está editada.

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El pensamiento teológico de María Zambrano 2.  Zambrano, M., Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu, ed. cit., Carta n.º 1, pág. 27. 3. Ibídem. 4. Ibídem.

Entre estas preocupaciones y vivencias de Zambrano se encuentran las lecturas e influencias del pensamiento de Plotino y el pensamiento gnóstico, los mesalianos, san Agustín, la Escuela de Alejandría y san Clemente; temas muy cercanos y conocidos para Agustín Andreu por su formación teológica y debido a la investigación de la tesis doctoral, que, como hemos señalado, presentará en 1962 en el Pontificio Instituto Oriental de Roma. Como no será posible adentrarnos en todos estos temas, nos vamos a ceñir a la relación existente entre filosofía y teología, en clara apertura a la mística, acotando el estudio de estas cartas, por el momento, a las quince primeras.

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La relación entre filosofía y teología Al comienzo del epistolario, en la carta n.º 1, del 4 de octubre de 1973, María se sitúa en un locus claramente teológico al recurrir a la esencia, la presencia o el gozo y la alegría que nacen de su posterior afirmación: «El amor que circula, como el Verbo, juntos los dos».2 El amor, que es esencial en el pensamiento de la autora, ahora lo matiza como centro también del pensamiento teológico, esencia del ser humano y, por ello, de la religión. Hablará de fraternidad y también de filiación. El amor nos hace sentirnos hijos de un Padre, al que Zambrano alude en El pensamiento vivo de Séneca (1945), al afirmar que toda reflexión se inscribe en una tradición que expresa referencias o modelos de conducta, a los que denominará como padres, en la necesidad de encontrar en una tradición cultural estas figuras intelectuales, al igual que en el vivir se invoca a un origen. Y de nuevo, la referencia a lo sagrado: Zambrano recuerda el santo de cada día y aquel que se lleva en el nombre personal de cada uno. Esta alusión reaparecerá a lo largo de muchas de sus cartas y, en este caso, rememora a san Agustín, que reflexiona sobre «la revelación del Hombre a Cristo-Jesús».3 Ahora bien, si se habla de revelación, la filosofía se abre a un pensamiento teológico, ya no es solamente filosófico; por ello conviene subrayar el centro de esta reflexión que se cita en esta carta y permite este tejido entre ambas disciplinas: La filosofía griega de la que me sabes devota, no pudo llegar a esa revelación de hombre. Y bien, ahora justo ahora, esa revelación tiene que ser reiterada, revivida [...]. Insisten en la «idea» de Dios, y hasta en el «concepto». Si por concepto entendiesen la concepción...4

En el origen del pensamiento está la vivencia, no el concepto. Por eso Dios no puede ser tratado como un tema, como una preocupación erudita. Su vivencia de la filosofía y de la teología invoca a un centro común en ambas disciplinas, esto es, la experiencia vivida, por eso rechaza el concepto y quiere hablar de concepción. En la concepción hay una realidad dinámica que se presenta ante la mente y ante el sentir, que crece, que genera un proceso, una cercanía, una relación. Así el pensamiento teológico supone una concepción

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En la carta n.º 3, del 28 de abril de 1974, como una celebración del número tres, se habla de la Trinidad en su sentido más ontológico y claramente vivencial: «Tus palabras acerca de la circulación sacratísima, santísima, divina entre el Verbo y el Espíritu me parece que son de primer orden».7 Ya vemos que el motivo del epistolario será el conocimiento de la Trinidad; este es el argumento central, por tanto, del diálogo que se genera entre ellos. Como bien dirá Agustín Andreu, no corrían buenos tiempos para la teología ni en el ámbito eclesiástico ni en el civil en la España de finales de los años setenta, donde las corrientes filosóficas más candentes serán la dialécticomarxista y la filosofía analítico-positivista; ahora bien, esta era la vivencia espiritual en ambos amigos que gozan al percibir la comunicación que existe entre las personas divinas y en su propia vida personal, y tratan de exponer esta realidad acerca de la comunicación entre el espíritu infinito y el finito, entre el Espíritu Santo y la persona humana. Desde entonces María denominará «la perla» a esta visión originaria o comunicación entre el Logos y el Espíritu, que, como perla preciosa, algunos han percibido y han constatado que es la relación de diálogo que también se da en su vivir personal. Filosofía y Teología en comunicación entre ellas, puesto que la filosofía reflexionará sobre esta potencia y capacidad del ser humano de poder vivir abierto a la trascendencia, mientras que la teología reconocerá esta vivencia que tiene su origen en el Espíritu que impregna o infunde virtudes y valores a la naturaleza humana. Esta tercera carta se constituye en un nudo gordiano del epistolario, que también tendrá otros momentos nucleares, todos referentes a temas centrales que tratan esta vivencia que es, ad intra, la comunicación del Espíritu y del Logos y, ad extra, la comunicación del Espíritu en el ser finito. Esta vivencia es el origen y la causa de la

6.  Zambrano, M., Cartas de La Pièce, ed. cit., Carta n.º 2, pág. 31. 7.  Op. cit., Carta n.º 3, pág. 33.

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San Agustín será el padre de la Iglesia con el que Zambrano se encuentra en permanente diálogo, así ha sido en La confesión (1941) cuando habla de la necesidad de hablar desde sí misma, con la propia voz, y en La agonía de Europa (1945), cuando ha querido buscar los orígenes del pensamiento ciudadano y político en las raíces cristianas y griegas de Europa. Ahora escudriña el origen del pensar teológico y lo encuentra también en san Agustín: la Verdad que habita en el interior del hombre. Zambrano confía en aquel pensamiento, aunque sabe que el discípulo, Agustín Andreu, se distancia del agustinismo especialmente en su antropología y en su idea del pecado o del infierno,6 que considera aún cercanas al maniqueísmo.

5.  En una entrevista realizada a María Zambrano responde con estas palabras a la pregunta de cómo se puede llegar a través del racionalismo a la idea de Dios: «Pero… ¡Dios mío!, si la idea de Dios es la más racional de la filosofía». E insiste ante la pregunta de si lo puede explicar mejor: «No, evidentemente, no. Es que Dios se dice de muy diferentes maneras, y en España hay la manera especial de usar la palabra Dios como si fuera un pedrusco que le tiran a uno a la cabeza. Ello viene de ese algo muy español, que es el usar las palabras más bellas, más esperanzadoras, más respetables, como si fueran pedruscos». Citado por Jiménez Moreno, L., «La dimensión religiosa “Dios ha muerto” y el avistar de Dios» en Philosophica Malacitana, vol. iv, Departamento de Filosofía de la Universidad de Málaga, 1991, pág. 181.

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relacional de apertura entre Dios y el ser humano, el hombre y lo divino. La crítica al racionalismo tiene también esta explicación: el concepto no puede captar la realidad que es dinámica, abierta, siempre en proceso. En estas cartas a la razón formal se le denomina razón demiúrgica, mecánica, que, por tanto, no es la razón espiritual, que constituye la fuente de la reflexión de todo el epistolario.5

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realización personal así como, contrariamente, la asfixia o el ahogo del espíritu es causa del derrumbamiento personal. Cuando se alcanza una plenitud es porque se da la inspiración como procesión del espíritu, que se constituye en el origen del conocimiento y también del ser. De esta antropología teológico-filosófica era de la que se nutrían ambos autores y pretendían desarrollarla. Suponía una concepción del hombre como ser espiritual que Agustín Andreu atribuía a Clemente de Alejandría, que desarrolló un cristianismo humanista o de encarnación del Logos, pues hemos de recordar que Clemente de Alejandría se esforzó en asimilar la tradición filosófica griega en el cristianismo, reconociendo que el helenismo constituía una verdad parcial frente a la verdad revelada, aunque alaba algunas verdades que son realmente anticipaciones y recomienda la atención a la filosofía. Rechaza la falsa gnosis, porque sostiene que el cristiano es el verdadero gnóstico, o el verdadero sabio, puesto que aprovecha las verdades de la filosofía como camino de conocimiento. Aquí se reconoce también el movimiento mesaliano (siglos iii y iv), al que luego se unirá el movimiento Joánico del Asia Menor (Éfeso), no en algunos de sus temas que son aspectos heréticos para el cristianismo, sino en cuanto que dan origen a toda la literatura monacal de los siglos iv y v con santos de la talla de san Benito, san Francisco, etc. La recuperación de la reflexión sobre la inhabitación de la Trinidad en el ser finito personal, según van dando cuenta tanto María como Agustín en unas notas muy sustantivas de esta carta, suponía explicar el origen del conocimiento como un conocimiento espiritual: «La inteligencia se alimenta del alma», dirá Zambrano, y «el pensar viene del espíritu», dirá Andreu. Y también se subraya que esta Trinidad será el origen del amor como vivencia íntima y constitutiva del ser humano. Así le dice la filósofa al amigo: «Que el Dios Amor esté siempre contigo, que ya sé que lo está desde antes de que nacieras». El sentir originario que se constituye en objeto de búsqueda constante para la filósofa es una razón de amor, tan hecha de pensamiento como de caridad, pues el amor originario es el que sueña primero al ser humano y lo crea, lo sostiene y lo cuida hasta el final de sus días. En este amor ha querido vivir siempre María, puesto que ha hecho de la amistad, como gustaba decir, militancia; así se dedica con amorosa abnegación al pensamiento de Andreu, sabiendo que solo se ama desde la desposesión. En las notas de Agustín Andreu se da importancia a la vivencia espiritual que el ser humano adquiere desde su creación, pues se le ha dotado de esta capacidad a fin de vivir a la manera en que las Personas Divinas se comunican entre sí. De este modo se desarrolla, principalmente, la vida del espíritu: «El dogma trinitario (que en el Dios único hay tres Personas o Hipóstasis o puntos de reciprocidad infinita) ilumina y ofrece lo que es el proceso íntimo de esa expe-

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El binomio amor-desposesión está permanentemente en Zambrano, como está en la vida del espíritu. Por ello, la carta n.º 4 desarrolla la anterior y se detiene en presentar esta vida del espíritu. Entre sus atributos se encuentra la libertad, que surge de la obediencia al espíritu y se vive de forma liberadora, pues la filósofa ha explicado desde muchos aspectos que la obediencia «es siempre ligera»; también es fuego, un fuego paciente y no devorador ni tampoco amante de disputas; es amor y no sacrificio. Zambrano ha venido repitiendo este deseo desde sus primeros libros y preocupaciones tanto políticas como ontológicas. La razón poética ha de ser una razón ética y creadora, no violenta ni sacrificial. En este caso lo recuerda así: «Siempre desde adolescente, y más aún de niña, anduve buscando una religión no sacrificial, y hasta creí que la Católica lo era. Debería de haberlo sido. Si tienes mi Sueño Creador, en «El Sueño de los discípulos en el Huerto de los Olivos», hay algo de esto».9 El espíritu es silencio y mediación para hallar un método que recupere la integridad o autenticidad, diría Ortega. El método consiste en «ir de intuición en intuición, sin dejarse interferir [...]. El Método en cuestión es el de la experiencia».10

10.  Op. cit., Carta n.º 9, pág. 56.

El hombre como ser personal La vivencia que se abre a la relación es, al mismo tiempo, inmanente y trascendental. En su carta primera dice: «Toda la guerra ha pasado dentro de mí, he revivido todo, sólo que viendo su sentido más límpidamente»; esta vivencia relacional que enraíza su experiencia de vida le llevará también a la idea más personalizada o humanizadora en el sentido esencial del hombre. Añade: «Inútil decirte que sin lo divino para mí no hay hombre posible, ni para nadie. Y no se trata de un nuevo “humanismo”, ni de ningún “ismo”»; así, ante tanta antropología vacía o huera, reivindica: «Sólo el hombre entero y verdadero», y es en esa vivencia de lo verdaderamente humano donde está la huella de lo divino, la que también le salva de los partidismos de los que siempre huyó, tanto en política como respecto a las asignaciones en función del género, o en relación con las religiones en su sentido corporativo, por

11.  Op. cit., Anexos, n.º 10, pág. 348. 12.  Op. cit., Carta n.º 15, pág. 80.

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La exaltación del espíritu supone un alejamiento del racionalismo y del materialismo, también del gnosticismo que no tiene en cuenta la importancia del cuerpo, pues de ninguna manera Zambrano excluye la corporeidad del Verbo. Cuando decimos que es gnóstica hemos de entender «la filosofía como gnosis, como conocimiento desde la vida divina».11 Más aún, como doctora mística, según la llama Andreu, Zambrano defiende a «Dios en el hombre» y así exalta también la mística, pues solo puede entenderse la mística como «el conocimiento experimental de Dios», según santo Tomás,12 añade, aunque tal vez ella hubiera hablado de «conocimiento experiencial».

9.  Op. cit., Carta n.º 4, pág. 39.

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riencia y, en ella, los destinos de la palabra, forma o expresión en la vivencia del ser y de la Vida, divina y humana».8

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El pensamiento teológico de María Zambrano 13.  Op. cit., Carta n.º 1, págs. 27-28. 14.  Op. cit., Carta n.º 11, pág. 65. 15.  Op. cit., Carta n.º 11, pág. 67. 16.  Op. cit., Carta n.º 12, pág. 72.

supuesto, o competitivo, aunque sin alejarse nunca de lo real en su intimidad.13 Zambrano habla mucho de la integridad, el mismo Andreu se extraña de su defensa constante, asemejándola incluso a la virginidad, que resalta en personajes como Antígona o la Virgen María. Parece que esta virtud es la que defiende cuando se refiere a su separación matrimonial, pues dice que estaría dispuesta al divorcio siempre que no comprometa su pertenencia a la Iglesia católica: «El bautismo no me lo ha podido quitar».14 La integridad recuerda a la autenticidad orteguiana, aquel «fondo insobornable» que constituye la radicalidad humana y del que emana la mejor energía de sí mismo. También apela a la integridad en su sentido originario cuando se refiere a la secularización de muchos sacerdotes tras el Concilio, y, cuando se dirige a Agustín Andreu, le dice: «No fundes nada en parte alguna. Funda tu vida y tu obra. Fúndate tú mismo sobre terreno sólido, bajo el firmamento lo más puro posible, y más todavía bajo el Cielo del Santo, Santo Espíritu».15 Repite muchas veces el Fiat mihi secundum verbum tuum porque la vida humana es un proyecto de realización, en palabras también de Ortega y que ella denomina como segundo nacimiento, nacimiento del agua y del Espíritu Santo. Todo el contenido de la carta n.º 12 es una exhortación a vivir del espíritu, porque en toda realidad y más aún en el ser humano hay siempre un núcleo oscuro que se resiste a la luz. Ese vacío necesita ser llenado por el espíritu, y fundamentalmente por una experiencia vivida, ajena a un Dios que solo sea un demiurgo, un dios hacedor o del trabajo, puesto que con este demiurgo no se puede vivir en diálogo alguno que posibilite la transformación personal, la verdadera conversión. La metafísica ha de ser empírica, experiencial, mientras que la filosofía busca los principios o fundamentos y ha de ser «a priori»; ahora bien, la metafísica no puede ser solo ablativa o atada al circunstancialismo. Su diálogo con Ortega, pues, es constante y en estos momentos percibe, sin embargo, las distancias entre ambos pensamientos. Les separa fundamentalmente la concepción del espíritu y hasta ese anhelo de raíz ética que es perfección personal y deseos de un mundo mejor: «que el hacer bien no se pierde ni aun en sueños».16 En estas cartas Zambrano rememora muchas veces la Guerra Civil, especialmente porque en estos momentos se reedita el número XXIII de Hora de España, que no pudo salir a causa de la guerra, y este recuerdo viene siempre «al hilo» de la experiencia espiritual que le permitió no caer bajo la más completa desesperación: solo esta vivencia del espíritu le permitió creer en una bondad que restaura al ser humano y le posibilita vivir la fraternidad, lo cual está en las entrañas mismas de la persona.

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Zambrano habla del centro, ahí donde se unen el orden y conexión de las ideas y de los hechos, lo llama corazón trascendente o corazón con alas, y es el centro que los místicos siempre han buscado, metáfora, como la perla, de una visión originaria que saborea la verdadera comunicación y también de una quietud que aparece como una paz duradera y llena de fortaleza. Pensar y sentir unidos. Este camino iniciático, que consiste en perder para poder ganar, olvidándose de sí mismo para alcanzar la trascendencia, que conduce a la plenitud en el campo intelectivo y en el volitivo, supone tocar el centro, lo más recóndito de sí mismo, que es lo más propio, también la realización más plena. Lo contrario, encerrarse en los propios límites, quedarse en la superficie de la realidad, no lleva más que a la desgana, a la angustia o al abatimiento. De nuevo, la guía será san Juan de la Cruz: «Olvídate de ti estando más presente que nunca. El olvido ¿por qué ha de venir de la ausencia y no de la presencia?».18 Zambrano conoce la vía para llegar al centro: es la vía unitiva. Ella recuerda que habla sobre esta forma unitiva del ser humano muy pronto en uno de sus primeros artículos, en su escrito Hacia un saber sobre el alma, y que ello fue motivo de ruptura con el maestro. Su concepción de la persona está más allá del racionalismo y del voluntarismo, la vida espiritual se alcanza por esta forma de compenetración, de unión y aspiración a lo más sagrado, que supone clara inteligencia y unión de voluntades. Esta unión lleva también a la comunión. Te iba a decir que sólo ahora vislumbro adónde podría llegar la unión en matrimonio o syzyguia (en griego) —sé que lo escribo mal— o en Academia ultra-platónica. Adonde la vía unitiva, inteligencia verdadera.

18.  Op. cit., Carta n.º 7, pág. 50.

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Zambrano se posiciona pronto a favor de la mística e incluso rechaza la aversión de Andreu por la misma, pues piensa que sería el rechazo del amor. Entiende que una teología del Espíritu Santo es una teología del amor y, por tanto, concierne a la vida más íntima de la Iglesia, pues el dualismo episcopocracia o monacato se debería haber resuelto en favor del camino más atractivo que es aquel por donde la mística transita; un camino que consiste en la renovación desde las entrañas mismas, propia de la vivencia más cotidiana y también de la más religiosa. De aquí que recuerde su obra, Los bienaventurados, un libro de desarraigo personal hasta lograr comprender las maravillas que vive aquel que perdiendo lo superfluo gana lo realmente importante. Con este sentimiento se dirige a Andreu en la carta n.º 5: «Pues que tus palabras respiran una especie de liberación. Y como según san Juan de la Cruz, la esperanza purifica la memoria, poco a poco... las tinieblas irán retirándose y de ellas irás extrayendo conocimiento, como ya estás haciendo».17

17.  Op. cit., Carta n.º 6, pág. 47.

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La mística

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El pensamiento teológico de María Zambrano 19.  Op. cit., Carta n.º 13, págs. 75-76. 20.  Op. cit., Carta n.º 15, pág. 80. 21. Ibídem. 22. Ibídem.

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23.  Op. cit., Carta n.º 15, pág. 81.

Malos tiempos han corrido y corren. Por eso escribí en Hora de España XXIII lo de la vía unitiva, retirando más que había escrito para no ser acusada de «mística», que en boca de tantos suena a mixtificadora. Todo es alzar barreras para que la vida verdadera y el hombre y la mujer verdaderos no puedan ni dar el primer baquido, ni suspirar siquiera.19

La mística es un saber acerca del alma y del espíritu. Por ello, toda la filosofía de Zambrano apuesta por una conjunción entre el pensar y el sentir, filosofía y poesía, filosofía y teología. «El alma y el espíritu planean en discontinuidad. Pues que se eclipsan y se nos van»,20 así nace la búsqueda por el centro, que es unidad, o por lo originario donde reside también la unidad. Los atributos referentes de la vida mística, según nuestra autora, son: el amor, la libertad, la integridad y la esperanza. Zambrano nunca da nada por perdido, su fortaleza frente a la derrota reside en su confianza en Dios: «La derrota verdadera es la final y ésa está en las manos de Dios y también en las nuestras pues que somos ejercientes de la libertad».21 Y la vivencia de estos atributos nos acerca a la mística. Dice: «Según santo Tomás, la mística ¿no es el conocimiento experimental de Dios? Pues en eso estamos, queramos o no queramos. Y una servidora añade siempre: recibiéndolo pasivamente, y padeciendo activamente».22 La mística es don recibido, pero Zambrano no lo llama pasividad porque hay siempre una recepción o una acción humana de acogida que lleva a plenitud o a experiencia el acto divino; tampoco es solo acción porque el acto no parte del sujeto sino de Dios. Y esta acción que se padece es propia de un Dios que se acerca, que no es ni inmutable ni impasible, sino que su amor herido lo transmite y lo contagia a los seres humanos. Como siempre, añade que no es teóloga, pero sí sabe de la conjunción entre el hombre y Dios y de un Dios, que es también verdadero Dios y verdadero hombre. Escribe páginas muy bellas para tratar la mística, pues la mística es belleza. Se ciñe a la Trinidad y habla de las tres Personas Divinas asignándole caracteres personales y singulares a cada una. Y señala que reconoce esta vivencia en las obras de arte: pintura y escultura; en la pintura de la creación en la Sixtina: «entre la mano del Creador y la de Adán que hacia él se tiende como no queriendo desprenderse, hay un vacío, un abismo»; se refiere también al Padre que tiende su protección en la persona del Hijo cubriendo toda la tierra, el abismo también. Cristo en la cruz, Dios y hombre verdadero y el Espíritu Santo. De su cabeza y de su corazón sale «el suspiro y gemido del Amor».23 Cuando María «toca» al Espíritu surge su experiencia y llega a afirmar que gracias a esta forma de proceder de la divinidad ella es cristiana, «y por eso, una servidora que se fue desprendiendo de tantas cosas..., no ha querido ni en sueños desprenderse, desasirse del bautismo que por inmerecida gracia y voluntad de mis padres

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Concluimos la interpretación somera de algunas de las primeras misivas de las Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu, obra muy original y cuidada por el amigo editor de Zambrano. Al epistolario se le añaden 11 Anexos, algunos están escritos por María y otros por Agustín Andreu, los cuales completan y añaden contenido a las cartas, más un «Sumario del estudio final “Anotaciones epilogales”» de la obra de la filósofa. Hemos de reconocer, entre otros argumentos propios de la talla de Zambrano como filósofa de su tiempo, que su pensamiento es creador y abierto, no monolítico, y que su reflexión nunca fue heterodoxa respecto a un catolicismo que ella entendía como auténtica religión del espíritu.

24.  Op. cit., Carta n.º 15, pág. 80.

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recibió».24 De la Trinidad pasa a la cruz y entonces serán las figuras de la Virgen y del discípulo amado las que la conmueven.

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