ISRAEL y el CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ Una breve guía para los perplejos

ISRAEL y el CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ Una breve guía para los perplejos (Revisada y actualizada) El American Jewish Committee (Comité Judío Americano) p

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ISRAEL y el CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ Una breve guía para los perplejos (Revisada y actualizada) El American Jewish Committee (Comité Judío Americano) proteje los derechos y las libertades de los

por

judíos en todo el mundo; combate la intolerancia y el antisemitismo y promueve los derechos humanos para todos por igual; trabaja en favor de la seguridad de Israel y de un comprensión más profunda entre estadounidenses e israelíes; aboga por políticas enraizadas en los valores democráticos de los Estados Unidos y en la tradicion judía; y busca acrecentar la vitalidad creativa del pueblo judío. Fundada en 1906, es la institución pionera en el campo de las relaciones humanas en los EE. UU.

DAVID A. HARRIS

La historia de Israel es la realización prodigiosa de un vínculo de 3,500 años entre una tierra, una fe, un idioma, un pueblo y una visión. Es una historia inspiradora, de tenacidad y decisión, de coraje y renovación, de la supremacía de la esperanza sobre la desesperación. David A. Harris, Extracto de In the Trenches (2000)

Agosto de 2005

Israel y el Conflicto Árabe-Israelí Una breve guía para los perplejos El Medio Oriente parece estar siempre en las noticias. Nunca pasa más de un día sin que se publique algún artículo sobre un acontecimiento ocurrido en Israel, relacionado con el conflicto árabe-israelí. Desgraciadamente, el periodismo de consumo rápido que prevalece en la actualidad, carece muchas veces de contexto histórico.. Este artículo plantea algunas perspectivas y puntos para discusión, tanto históricos como contemporáneos, sin pretender hacer un análisis exhaustivo del tema.

El argumento a favor de Israel sigue siendo tan fuerte como siempre. Al presentársele los hechos, la gente de buena voluntad debería entender: (a) Los cincuenta y siete años de búsqueda de paz y seguridad por parte de Israel; (b) los peligros reales que enfrenta Israel, un país cuyo tamaño no supera el de Nueva Jersey o Gales, y equivale a dos tercios del tamaño de Bélgica, y al uno por ciento del de Arabia Saudita, en un entorno tumultuoso y poderosamente armado; (c) el compromiso irrenunciable de Israel con la democracia, que incluye elecciones libres y justas, transferencias fluidas de poder, control civil sobre los militares, libertad de expresión, prensa, culto y asociación, y un poder judicial independiente —todo ello singular en la región; (d) el hilo conductor común de las amenazas de extremismo y terrorismo que enfrentan Israel, Estados Unidos, Europa, India, Australia, Rusia, los países musulmanes moderados, y otros; y (e) los aportes portentosos —en realidad pioneros— de Israel a la civilización mundial en campos como ciencia, medicina, tecnología, agricultura y cultura, aportes aún más notables dada la relativa 1

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juventud del país y su pesado lastre en defensa, que lamentablemente se suelen olvidar ante la preocupación por informar sobre el conflicto y la violencia. Ningún país tiene un historial perfecto, e Israel, al igual que otras naciones democráticas, ha cometido errores. Sin embargo, reconocer la falibilidad es una fortaleza nacional, no una debilidad. Y los antecedentes de Israel se comparan favorablemente con los de cualquier otro país de la región, incluso de fuera de la misma, en su consagración a los valores democráticos. Israel tiene antecedentes notables y los amigos del país no deberían vacilar en gritarlos a los cuatro vientos. Y comenzaron mucho antes de la creación del Estado moderno en 1948.

El vínculo del pueblo judío con la tierra de Israel es incontrovertible e ininterrumpido. Tiene casi cuatro mil años de existencia. La prueba “A” de este vínculo es la Biblia hebrea. El libro de Génesis, el primero de los cinco libros de la Biblia, relata la historia de Abraham, la relación pactal con el único Dios, y el traslado de Ur (en el Irak actual) a Canaán, la región que corresponde aproximadamente a Israel. El Deuteronomio, el cuarto libro de la Biblia, incluye las siguientes palabras: “Yahvé habló a Moisés y le dijo: Envía algunos hombres para que exploren la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas”. Esto ocurrió casi al final de un viaje de cuarenta años de los israelitas en busca no sólo de un refugio a salvo de los egipcios, sino de la Tierra Prometida, el país que hoy conocemos como Israel. Y éstas son sólo dos de las muchas referencias a esta tierra, y su centralidad para la historia judía y la identidad nacional. La prueba “B” es cualquier libro de plegarias judío usado a lo largo de varios siglos en cualquier lugar del mundo. Las referencias en la liturgia a Sión, la tierra de Israel, son infinitas.

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El mismo vínculo poderoso se aplica a la relación entre el pueblo judío y Jerusalén. Se remonta al periodo del Rey David, que vivió hace aproximadamente tres mil años, y que estableció a Jerusalén como capital de Israel. Desde entonces, Jerusalén ha representado no sólo el centro geográfico del pueblo judío sino también, el corazón espiritual y metafísico de su fe e identidad. Independientemente de dónde recen los judíos, siempre dirigen la mirada hacia Jerusalén. En realidad, la relación entre Jerusalén y el pueblo judío es absolutamente singular en los anales de la historia. Jerusalén fue asiento de los dos Templos: el primero, construido por el Rey Salomón durante el siglo décimo AEC y destruido en 586 AEC durante la conquista de los babilonios; y el segundo, construido menos de un siglo después, restaurado por el Rey Herodes, y destruido en el año 70 EC por las fuerzas romanas. Como escribió el salmista, “Si yo me olvidara de ti, Jerusalén, olvidada sea mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de mi alegría”. Un comentario sobre las Escrituras Hebreas dice: “También se sabe que hay un Jerusalén celestial, que corresponde al Jerusalén terrenal. Por puro amor al Jerusalén terrenal, Dios construyo uno en el cielo”. Y durante más de tres mil años, en el Seder de Pesaj, los judíos han repetido las palabras: “El año próximo en Jerusalén”.

Si bien estuvieron en éxodo forzado durante casi mil novecientos años, los judíos nunca dejaron de añorar a Sión y a Jerusalén. Está escrito en el libro de Isaías: “Por causa de Sión no callaré, y por causa de Jerusalén no reposaré...” Además de expresar esta añoranza a través de la oración, siempre hubo judíos que vivieron en la tierra de Israel, especialmente en Jerusalén, aún con riesgo para su integridad física. En realidad, desde

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el siglo XIX los judíos han conformado la mayoría de la población de la ciudad. Por ejemplo, según el Political Dictionary of the State of Israel, los judíos representaban 61.9 por ciento de la población de Jerusalén en 1892. El vínculo histórico y religioso con Jerusalén es especialmente importante porque algunos árabes pretenden reescribir la historia y aseveran que los judíos son “ocupantes extranjeros” o “colonialistas” sin un vínculo concreto con la tierra. Dichos intentos por negar la legitimidad de Israel son demostrablemente falsos, y deben ser desenmascarados por su falsedad. También hacen caso omiso del hecho “inconveniente” que, cuando Jerusalén estuvo bajo el gobierno musulmán (es decir, otomano y, posteriormente, jordano), siempre fue un rincón tranquilo. Nunca fue un centro político, religioso ni económico. Por ejemplo, cuando Jerusalén estuvo en manos de Jordania, desde 1948 a 1967, virtualmente ningún líder árabe la visitó y ninguno de los gobernantes de la Casa de Saud de Arabia Saudita fue a rezar a la mezquita Al-Aksa en el este de Jerusalén.

El Sionismo es la búsqueda de la autodeterminación nacional del pueblo judío. Si bien la añoranza de un hogar judío se remonta a miles de años y tiene su expresión en los textos judíos clásicos, también proviene de una realidad más contemporánea. Teodoro Herzl, considerado el padre del sionismo moderno, fue un judío secular y periodista vienés que se horrorizó ante el flagrante antisemitismo que incitó el tristemente célebre caso Dreyfus en Francia, el primer país europeo en otorgar plenos derechos a los judíos, y en su Imperio austro-húngaro nativo. Arribó a la conclusión de que los judíos nunca podrían tener igualdad plena como minoría en las sociedades europeas, ya que el triste legado de siglos de antisemitismo estaba demasiado arraigado. Por lo tanto, instó a la creación de un estado judío, que describió en su libro emblemático Der Judenstaat (“El estado judío”), publicado en 1896. La visión de Herzl fue apoyada por el Secretario de Relaciones

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Exteriores de Gran Bretaña, Lord Balfour, quien emitió una declaración el 2 de noviembre de 1917: El gobierno de su majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará sus mayores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, quedando entendido claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y situación política de los judíos en los demás países.

En 1922, la Liga de Naciones, encomendando a Gran Bretaña el mandato de Palestina, reconoció “la vinculación histórica del pueblo judío con Palestina”. El advenimiento de Adolf Hitler y la “solución final” nazi encabezada por Alemania y sus aliados —y facilitada por una generalizada complicidad e indiferencia ante el destino de los judíos en gran parte del mundo— reveló en dimensiones trágicas la necesidad desesperada de contar con un estado judío (a propósito, Haj Amin el-Husseini, el muftí de Jerusalén, estaba entre los más entusiastas partidarios del genocidio del pueblo judío a manos de los nazis). El movimiento sionista —y sus partidarios no judíos— sostenían que sólo en ese estado los judíos no dependerían de la “buena voluntad” de otros para decidir su destino. Todos los judíos serían bienvenidos a vivir en un estado judío, un refugio contra la persecución, o la materialización de la “añoranza por Sión”. En realidad, este último aspecto dio rienda suelta a la imaginación de muchos judíos que se establecieron en lo que entonces era una Palestina desolada, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en pos de sus convicciones idealistas, sentando las bases del moderno Estado de Israel. Hablando de desolación, el autor y humorista americano Mark Twain visitó la zona en 1867. Así es como la describió: … [Un] país desolado cuya tierra es bastante rica pero totalmente entregada a una vegetación salvaje, una extensión silenciosa y lastimera... Una desolación tal que ni siquiera la imaginación puede agraciar con la magnificencia de la vida y de la acción... No vimos un solo ser humano en toda la ruta... Prácticamente no había ni árboles ni arbustos. Hasta los olivos y los cactus, leales amigos del

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suelo inhóspito, lo habían prácticamente abandonado.

Haciendo una breve digresión, cualquiera que visite Israel puede observar la milagrosa transformación de la tierra, a medida que se plantaron amorosamente los bosques, se regó y aró el suelo, y se construyeron ciudades y poblados. Los adversarios de Israel maliciosamente tergiversan el significado de sionismo —el movimiento por la autodeterminación del pueblo judío—, tratando de presentarlo como una fuerza demoníaca. Más aún, procuran describir una zona bien desarrollada por los árabes locales que, de alguna manera, fueron relegados por los judíos que arribaban. Su objetivo principal es socavar la razón de ser de Israel y aislar al estado de la comunidad de naciones. Esto ocurrió, por ejemplo, en 1975, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas, por sobre las persistentes objeciones de los países democráticos, adoptó una resolución en la que rotulaba al sionismo como “racismo”. La resolución fue, finalmente, derogada en 1991, pero la patraña reapareció en 2001 en la Conferencia Mundial contra el Racismo, en Durban, Sudáfrica. El bloque árabe, sin embargo, no logró su objetivo de que se condenara al sionismo en los documentos de la conferencia. En dicha oportunidad, muchas naciones comprendieron que el conflicto entre Israel y los palestinos es, y siempre ha sido, político y no racial. Incidentalmente, este intento repetido de rotular al sionismo como “racismo” es un ejemplo claro del muerto que se ríe del degollado. Las naciones árabes se definen formalmente por su etnicidad, es decir, árabe, excluyendo así a los grupos étnicos no árabes, como los bereberes y los kurdos. Lo mismo se aplica a la religión. El Islam es la religión oficial en todos los países árabes excepto uno (Líbano), lo que inevitablemente marginaliza a las confesiones no islámicas, particularmente las minorías cristianas. En este sentido, vale la pena recordar los comentarios del reverendo Martin Luther King, Jr., sobre el anti-sionismo: ¿Y qué es el anti-sionismo? Significa negar al pueblo judío un derecho fundamental que con justicia reclamamos para los pueblos de África y todas las demás naciones del globo. Significa discrimi-

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nación contra los judíos, mis amigos, porque son judíos. Dicho en pocas palabras, es antisemitismo... Permitan que mis palabras resuenen en el fondo de vuestras almas: cuando la gente critica al sionismo, se refieren a los judíos —no se equivoquen con eso.

También es importante recalcar que no se ha excluido a los no judíos de la construcción de la nación de Israel. Por el contrario; actualmente, un quinto de los ciudadanos de Israel son no judíos, incluyendo más de un millón de árabes, y el árabe es un idioma oficial del país. Más aún, la población judía de Israel siempre ha reflejado una enorme diversidad nacional, étnica, cultural y lingüística, que se tornó aún más pronunciada en la década de 1980, cuando Israel rescató a decenas de miles de judíos negros de Etiopía, afectada entonces por las sequías, quienes soñaban con reasentarse en Israel. Merecen repetirse los comentarios elocuentes de esa época de Julius Chambers, director general del Fondo de Defensa Legal y Educación de la NAACP (Asociación Nacional Para el Progreso de la Gente de Color): Si las víctimas de la hambruna etíope hubieran sido blancas, innumerables naciones les habrían ofrecido refugio. Sin embargo la gente que moría a diario de inanición en Etiopía y Sudán era negra, y en un mundo donde casi todos los gobiernos organizados oficialmente deploran el racismo, sólo una nación no africana abrió sus puertas y sus brazos. La silenciosa acción humanitaria del Estado de Israel, una acción realizada sin siquiera considerar el color de las personas rescatadas, aparece como una condena al racismo mucho más elocuente que los meros discursos y resoluciones.

Se pudo haber evitado el conflicto árabe-israelí. Poco después de su fundación en 1945, las Naciones Unidas se interesaron en el futuro de la Palestina del mandato, entonces bajo administración británica. Una comisión de las Naciones Unidas (UNSCOP, o Comisión Especial para Palestina de las Naciones Unidas) recomendó a la Asamblea General una partición del país entre

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judíos y árabes. Ninguna de las partes recibiría la totalidad que procuraba, sin embargo una división reconocería que había dos poblaciones en el país —una judía, otra árabe— cada una de ellas merecedora de un estado. El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas, con una votación de 33 a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, adoptó la Resolución 181, conocida como el “Plan de Partición”. La aceptación del Plan de Partición habría significado la creación de dos estados, sin embargo los países árabes vecinos y la población árabe local vehementemente rechazaron la propuesta. Rehusaron reconocer el derecho judío a una parte de la tierra, y eligieron la guerra para echar a los judíos. Este rechazo ha sido siempre el centro del conflicto, tanto entonces como ahora. Algunos países árabes e Irán, sin mencionar a las organizaciones terroristas palestinas, aún no reconocen el derecho insito de Israel a su existencia, independientemente de cuáles sean sus fronteras definitivas, incluso 57 años después de la creación del estado. El 14 de mayo de 1948, se fundó el moderno Estado de Israel. Winston Churchill captó su trascendencia: La creación de un estado judío... es un hecho en la historia del mundo que se debe observar no desde la perspectiva de una generación o de un siglo sino de mil, dos mil o incluso, tres mil años.

Años después, el presidente John F. Kennedy presentó su punto de vista sobre el significado del renacimiento de Israel, casi 1900 años después de su última expresión soberana: Israel no fue creado para desaparecer; Israel resistirá y florecerá. Es el hijo de la esperanza y el hogar de los valientes. No puede ser vencido por la adversidad ni desmoralizado por el éxito. Porta el escudo de la democracia y honra la espada de la libertad.

Sobre el tema de la paz, la Declaración de Israel de la Creación del Estado incluyó estas palabras: Tendemos nuestra mano a todos los estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad y los exhortamos a

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establecer vínculos de cooperación y ayuda mutua con el pueblo judío soberano establecido en su propio territorio para el bien común

Trágicamente, no se tomó en cuenta esa oferta, tal como había ocurrido con otras hechas por dirigentes judíos en los meses anteriores a la creación del Estado.

El 15 de mayo de 1948, los ejércitos de Egipto, Irak, Jordania, Líbano y Siria atacaron al naciente Estado de Israel, buscando su destrucción. En el curso de esta guerra, lanzada por las naciones árabes, resultaron afectadas poblaciones civiles, como ocurre en todas las guerras. Hasta la actualidad continúan las controversias respecto de cuántos árabes locales huyeron de Israel porque los líderes árabes los instaron a hacerlo o los amenazaron si no lo hacían, cuántos partieron por miedo a la lucha, y cuántos fueron obligados a partir por las fuerzas israelíes. Lo importante es que centenares de miles de árabes terminaron permaneciendo en Israel y se convirtieron en ciudadanos del Estado. No se debe perder de vista el punto central: los países árabes comenzaron esta guerra con el propósito de borrar de la faz de la Tierra a los 650,000 judíos del nuevo Estado de Israel y, al hacerlo, estas naciones contravinieron el plan de las Naciones Unidas para la creación de los estados árabe y judío.

El conflicto árabe-israelí ha creado dos poblaciones refugiadas, no una. En tanto que la atención mundial se ha centrado en los refugiados palestinos, la difícil situación de los judíos de los países árabes, centenares de miles de los cuales se han convertido también en refugiados, ha sido ignorada durante mucho tiempo. En realidad, muchos expertos consideran que el tamaño de ambos grupos era básicamente comparable. Existió sin embargo una profunda diferencia: Israel inmediatamente absorbió a los refugiados judíos, en tanto que los refugiados

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palestinos fueron ubicados en campos y mantenidos deliberadamente allí, generación tras generación, como una cuestión calculada de la política árabe con la complicidad de las Naciones Unidas.

No existe una situación comparable en el mundo actual donde una población de refugiados haya sido cínicamente explotada de esta manera. Hasta ahora, sólo un país árabe—Jordania—ha ofrecido la ciudadanía a los refugiados palestinos. Los otros veintiún países árabes, con sus vastos territorios y compartiendo idioma, religión y raíces étnicas comunes con los palestinos, se han negado a hacerlo. ¿Por qué? Tristemente, parecen tener poco interés en aliviar la difícil situación de los refugiados que viven en campamentos frecuentemente miserables. En lugar de ello, quieren engendrar el odio a Israel y usar así a los refugiados como un arma clave en la lucha permanente contra Israel. Entre paréntesis —simplemente para dar una idea de cómo se trata a los palestinos en el mundo árabe— Kuwait sumariamente expulsó a más de 300,000 palestinos que trabajaban en el país (a quienes nunca otorgó pasaportes kuwaitíes) cuando Yasser Arafat apoyó al Irak de Saddam Hussein en la Guerra del Golfo de 1990-91. Los palestinos fueron considerados una potencial quinta columna. Apenas hubo un conato de protesta de los otros países árabes respecto de lo que significaba la expulsión de la totalidad de una comunidad palestina. Y, aunque resulte difícil creerlo, el Líbano, durante décadas hogar de varios centenares de miles de refugiados palestinos, legalmente les impedía trabajar en muchos sectores profesionales.

Lamentablemente, no se relata con frecuencia la historia de los refugiados judíos de los países árabes. Cuando se plantea el tema de los refugiados judíos de los países árabes, los voceros árabes, con frecuencia, fingen ignorancia o aseveran vigorosamente que los judíos vivían bien bajo el gobierno musulmán

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(a diferencia de los judíos en la Europa cristiana). A veces, sostienen solapadamente que los árabes, por definición no pueden ser antisemitas porque al igual que los judíos, son semitas. Es verdad que no existió un equivalente del Holocausto de la experiencia judía en los países musulmanes, y también es cierto que hubo periodos de cooperación y armonía, pero la historia no termina allí. Los judíos nunca gozaron de derechos plenos e iguales a los musulmanes en los países bajo gobierno islámico; había reglas de conducta claramente delineadas para los judíos (y cristianos) como ciudadanos de segunda categoría. La violencia contra los judíos no era desconocida en el mundo musulmán. Para citar sólo un ejemplo del destino de los judíos en los países árabes, los judíos vivieron ininterrumpidamente en Libia desde la época de los fenicios; es decir muchos siglos antes de que los árabes arribaran desde la Península Arábiga, trayendo el Islam al norte de África y asentándose en—¿ocupando?— tierras ya habitadas por bereberes nativos, entre otros. La gran mayoría de los 40,000 judíos de Libia partieron entre 1948 y 1951, después de pogroms perpetrados en 1945 y 1948. En 1951, Libia se convirtió en un país independiente. A pesar de las garantías constitucionales, a los judíos que permanecieron en el país se les negó el derecho al voto, a ocupar cargos públicos, a obtener pasaportes libios, a supervisar sus propios asuntos comunitarios, o a adquirir nuevas propiedades. Después de un tercer pogrom en 1967, los 4,000 judíos que aún vivían en Libia huyeron; se les permitió partir con una sola valija y el equivalente a 50 dólares. En 1970, el gobierno libio anunció una serie de leyes confiscando los activos de los judíos libios exilados y emitió bonos a modo de compensación justa, pagaderos en 15 años. Sin embargo, 1985 pasó sin que se pagara la compensación. Al mismo tiempo, el gobierno destruyó cementerios judíos, usando las lápidas para pavimentar nuevos caminos, como parte de un esfuerzo calculado por borrar cualquier vestigio de la presencia judía histórica en el país. Había aproximadamente 750,000 judíos en los países árabes

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en 1948, el año de la creación de Israel; hoy hay aproximadamente 6,000, la mayoría en Marruecos y Túnez.

¿Dónde estuvo la conmiseración de los árabes por la población palestina desde 1948 a 1967? Cuando los acuerdos de armisticio dieron fin a la Guerra de Independencia de Israel, la Franja de Gaza estaba en manos de Egipto. En lugar de considerar el otorgamiento de soberanía a la población árabe y a los refugiados palestinos que se establecieron allí, las autoridades egipcias impusieron un gobierno militar. Mientras tanto, Jordania gobernaba la Margen Occidental y la mitad este de Jerusalén. Tampoco en esta ocasión hubo intención alguna de crear un estado palestino independiente; por el contrario, Jordania anexó el territorio, un paso reconocido sólo por dos países del mundo, Gran Bretaña y Pakistán. Fue durante este periodo —en 1964, para ser precisos—, que se fundó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Su objetivo no fue la creación de un estado en los territorios bajo la autoridad de Egipto y Jordania, sino la eliminación de Israel y la fundación de un estado palestino-árabe en la totalidad de Palestina. El Artículo 15 de la Carta fundacional de la OLP claramente articulaba este objetivo: La liberación de Palestina, desde la perspectiva árabe, es el deber nacional de rechazar la invasión sionista, imperialista, de la gran patria árabe, y deshacerse de la presencia sionista en Palestina.

En los años siguientes, el terrorismo patrocinado por la OLP cobró sus víctimas centrándose en blancos israelíes, norteamericanos, europeos y judíos. Escolares, atletas olímpicos, pasajeros de líneas aéreas, diplomáticos, e incluso un turista en silla de ruedas en un crucero, fueron blancos de los terroristas.

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¿Cómo llegó Israel a tener la posesión de la Margen Occidental, las Alturas de Golán, la Franja de Gaza, la Península de Sinaí, y la mitad este de Jerusalén, incluyendo la Ciudad Vieja? En la actualidad, algunos reflexivamente se refieren a los “territorios ocupados” sin siquiera preguntarse cómo cayeron en manos de Israel en 1967. Una vez más, están quienes en el mundo árabe, buscan reescribir la historia y atribuir motivos expansionistas a Israel, pero los hechos son claros. A continuación, un breve resumen de los sucesos más importantes que desembocaron en la Guerra de los Seis Días: El 16 de mayo de 1967, Radio Cairo anunció: “La existencia de Israel lleva ya demasiado tiempo. Ha llegado la hora de la batalla en la cual destruiremos a Israel”. El mismo día, Egipto exigió el retiro de las fuerzas de Naciones Unidas que estaban estacionadas en Gaza y Sharm el-Sheikh desde 1957. Tres días después, las Naciones Unidas, para su permanente vergüenza, anunciaron que acatarían la exigencia de Egipto. El 19 de mayo, Radio Cairo dijo: “Ésta es nuestra oportunidad, árabes, de asestar a Israel un golpe mortal que lo aniquile…” El 23 de mayo, el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser declaró su intención de bloquear el Estrecho de Tirán a las naves israelíes, cortando efectivamente los vitales lazos comerciales de Israel con el este de África y Asia. Israel respondió que en virtud de la legislación internacional, se trataba de un casus belli, un acto de guerra. El 27 de mayo, Nasser dijo “nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel”. El 30 de mayo, el Rey Hussein de Jordania puso a las fuerzas jordanas bajo control egipcio. Se enviaron tropas egipcias, iraquíes y sauditas a Jordania. El 1 de junio, el líder iraquí añadió sus comentarios: “Estamos resueltos, decididos, y unidos para lograr nuestro claro objetivo de borrar a Israel del mapa”. El 3 de junio, Radio Cairo aclamó la inminente guerra santa musulmana.

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El 5 de junio, Israel, rodeado por fuerzas árabes mucho más numerosas y fuertemente armadas, dispuestas a atacar en cualquier momento, lanzó un golpe preventivo. En seis días, Israel derrotó a sus adversarios y capturó tierras en los frentes egipcio, jordano y sirio. Israel realizó esfuerzos denodados —y documentados— a través de los canales de Naciones Unidas, por persuadir al Rey Hussein de no participar en la guerra. A diferencia de Egipto y Siria, cuya hostilidad hacia Israel era irremediable, Jordania había cooperado calladamente con Israel y compartido preocupaciones por los designios agresivos de los palestinos. Años después, el Rey Hussein públicamente reconoció que su decisión de participar en la guerra de 1967, en la cual perdió el control de la Margen Occidental y Jerusalén del Este, fue uno de sus peores errores.

Otra oportunidad de paz perdida. Poco después de la Guerra de los Seis Días, Israel señaló su deseo de intercambiar tierra por paz con sus vecinos árabes. Si bien Israel no estaba preparado para ceder la mitad este de Jerusalén —que contenía los sitios más sagrados para el judaísmo que, en violación flagrante de los términos del acuerdo de armisticio entre Israel y Jordania, habían estado totalmente vedados a Israel durante casi diecinueve años (mientras Jordania profanaba cincuenta y ocho sinagogas en el barrio judío de la Ciudad Vieja y el mundo permanecía en silencio)— estaba ansioso por entregar los territorios tomados a cambio de una conciliación amplia. Sin embargo, las propuestas de Israel fueron rechazadas. Llegó una respuesta inconfundible desde Kartún, la capital de Sudán, donde se reunieron los líderes árabes para emitir una resolución el 1 de septiembre de 1967, en la que se anunciaban los tres “no”: “no a la paz, no al reconocimiento y no a la negociación” con Israel.

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En noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 242. Esta resolución, frecuentemente citada en discusiones sobre el conflicto árabe-israelí como la base para su resolución, no siempre se cita con precisión. La resolución enfatiza “ la inadmisibilidad de la adquisición de territorio mediante la guerra, y la necesidad de trabajar por una paz justa y duradera en la que todos [énfasis agregado] los Estados de la zona puedan vivir con seguridad”. Posteriormente, insta “al retiro de las fuerzas armadas israelíes de territorios que ocuparon en el reciente conflicto”, omitiendo deliberadamente el uso de la palabra “los” antes de la palabra “territorios”. El embajador de Estados Unidos ante Naciones Unidas en esa época, Arthur Goldberg, señaló que esto fue intencional, para que cualquier conciliación definitiva permitiera ajustes de las fronteras no definidas que tomarían en cuenta las necesidades de seguridad de Israel. Por ejemplo, antes de la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel, en su punto más estrecho —justo al norte de Tel Aviv, la ciudad más grande— tenía sólo nueve millas de ancho. La resolución también incluye un llamamiento a “la terminación de todas las situaciones de beligerancia o alegaciones de su existencia, y respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona, y de su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas y libres de amenaza o actos de fuerza”. Y, “afirma además la necesidad de (a) garantizar la libertad de navegación por las vías internacionales de navegación de la zona; (b) lograr una solución justa del problema de los refugiados [comentario del autor: Nótese la falta de especificidad en cuanto al problema de qué refugiados, lo que permite más de una interpretación de la población de refugiados a que se refiere]; y (c) garantizar la inviolabilidad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona, adoptando medidas que incluyan la creación de zonas desmilitarizadas”. El 22 de octubre de 1973, durante otra guerra lanzada por los árabes, que fue conocida como la Guerra de Iom Kipur porque co-

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menzó en el día más sagrado para el judaísmo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la resolución 338. Esta medida instaba a un cese del fuego, la implementación de la totalidad de la Resolución 242, y el inicio de conversaciones entre las partes. Las Resoluciones 242 y 338 normalmente se citan juntas en relación con cualquier conversación de paz entre árabes e israelíes.

Los asentamientos han sido un tema contencioso. Sin duda, pero al igual que casi todo los demás relacionados con el conflicto árabe-israelí, hay más de lo que se ve a simple vista. Después de la victoria de Israel en la guerra de 1967, y al resultar evidente que los árabes no estaban interesados en negociar la paz, Israel, bajo una coalición encabezada por el laborismo, comenzó a alentar la construcción de asentamientos, o nuevas comunidades, en los territorios capturados. Esta práctica se aceleró bajo los gobiernos encabezados por el Likud después de 1977. Cualquiera sea la perspectiva que se tenga de los asentamientos, resulta importante comprender los motivos de Israel para avanzar en este frente: (a) Israel sostenía que la tierra estaba en disputa—tanto árabes como judíos la reclamaban—y debido a la inexistencia de una autoridad soberana, Israel tenía tanto derecho a asentarse allí como los palestinos (que nunca habían tenido un estado propio); (b) habían existido comunidades judías en la Margen Occidental mucho antes de 1948; por ejemplo, en Hebron y Gush Etzion, ambas escenario de masacres en el siglo XX, donde los árabes mataron a gran cantidad de judíos; (c) la Margen Occidental, según la Biblia hebrea, representa la cuna de la civilización judía, y algunos judíos, impulsados por la fe y la historia, estaban ansiosos por reafirmar dicho vínculo; (d) el gobierno israelí creía que ciertos asentamientos podían cumplir un propósito de seguridad, dada la importancia de la geografía, y sobre todo de la topografía, en esta zona más bien fronteriza; (e) ciertos funcionarios israelíes consideraban que la construcción

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de asentamientos, creando así elementos concretos sobre el terreno, podría acelerar la fecha en que los palestinos, presumiblemente reconociendo que el tiempo no era necesariamente su aliado, estarían dispuestos a hablar de paz. Al mismo tiempo, las encuestas han indicado de forma consistente, que la mayoría de los israelíes acepta que cualquier acuerdo de paz con los palestinos implicará necesariamente desmantelar muchos de los asentamientos, si bien no todos. En cualquier acuerdo de paz, Israel probablemente retenga los asentamientos que hoy son ciudades importantes, ubicados más cerca de Jerusalén y otras zonas adyacentes a la línea de 1967. Resulta importante señalar que la frontera de 1967 nunca fue reconocida internacionalmente, sólo se trata de una línea de armisticio que marca las posiciones ocupadas en 1949 al final de la Guerra de Independencia de Israel. Los Estados Unidos recientemente reconocieron este hecho de singular importancia, cuando el presidente George W. Bush escribió al Primer Ministro Ariel Sharon, el 14 de abril de 2004, que “no es realista esperar que el resultado de las negociaciones finales sea un retorno absoluto y completo a las líneas de armisticio de 1949”.

Las posibilidades de paz En 1977, asumió Menajem Begin, el primer Primer Ministro likudista de Israel. Esto no impidió que el presidente Anwar Sadat de Egipto hiciera su viaje histórico a Israel ese mismo año y hablara ante la Knesset, el parlamento de Israel. A esto siguió un extraordinario proceso de paz, con todos los vaivenes resultantes de un conjunto difícil de negociaciones. En septiembre de 1978, se firmaron los Acuerdos de Camp David, que sentaban las bases para una paz integral, incluyendo una propuesta de gobierno autónomo limitado para los palestinos (quienes rechazaron la propuesta). Seis meses después, se firmó un acuerdo de paz que puso fin al estado de guerra entre Israel y Egipto, que había durado treinta y un años. Fue un momento notable de la historia. Sadat, virulentamente anti-israelí y antisemita durante gran parte de su vida, y el cerebro del

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ataque sorpresivo de Egipto (junto con Siria) a Israel, que encendió la mecha de la Guerra de Iom Kipur de 1973, unió fuerzas con Begin, jefe del partido gobernante de derecha de Israel, abriendo un nuevo capítulo en las relaciones árabe-israelíes. Probó que, con decisión, coraje y visión, todo era posible. Sin embargo, todos los demás países árabes, excepto Sudán (cuyo gobierno entonces era mucho más moderado que en la actualidad) y Omán, cortaron relaciones diplomáticas con El Cairo en protesta por dicha actitud. Y en 1981, el líder egipcio fue asesinado por miembros de la Yihad islámica egipcia, que, posteriormente se convertirían en hermanos de armas de Osama bin Laden y de su red de Al-Qaeda. Por su parte, Israel cedió el extenso territorio de Sinaí (aproximadamente 23,000 millas cuadradas, o más de dos veces el tamaño de Israel propiamente dicho) que había servido a modo de zona de valla estratégica esencial entre Israel y Egipto. Israel también renunció a valiosos campos de petróleo que había descubierto en el Sinaí, un gran sacrificio para un país sin recursos naturales. Cerró importantes bases de la fuerza aérea que había construido. Y, a pesar del sólido compromiso de Begin con los asentamientos, desmanteló estos enclaves del Sinaí. Al hacerlo, Israel demostró su sed inagotable de paz, su voluntad de aceptar riesgos sustanciales y hacer sacrificios, y su compromiso escrupuloso a cumplir los términos de sus acuerdos. ¿En qué otro momento de la historia moderna un país victorioso en la guerra por su supervivencia misma ha cedido tierras y otros activos estratégicos tangibles en procura de la paz?

Israel y Jordania llegaron a un acuerdo histórico de paz en 1994. Ésta negociación fue un poco más fácil que con Egipto, ya que Israel y Jordania tenían establecidos vínculos claros, si bien reservados, basados en intereses nacionales coincidentes con respecto a los palestinos (los jordanos sentían tanto temor a las ambiciones territoriales palestinas como Israel). Israel demostró, una vez más, su profunda

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añoranza por la paz y su disposición a tomar las medidas necesarias para alcanzarla, incluyendo los ajustes de fronteras y los acuerdos para compartir el agua exigidos por Amman. Así, el 26 de Octubre de 1994, el Primer Ministro Israelí, Yitzhak Rabin y el Rey Hussein Ibn Talal de Jordania firmaron un tratado formal de paz en la cuidad fronteriza de Araba. En palabras de Rabin, esta fue “una paz de soldados, y una paz de amigos”. Incitados por los ejemplos de Egipto, primero, y de Jordania después, una cantidad de países árabes comenzó a explorar los vínculos con Israel. El más amigable fue Mauritania, que se convirtió en el tercer estado árabe en establecer relaciones diplomáticas formales con Israel. Otros, como Marruecos, Omán, Qatar y Túnez, si bien no llegaron al reconocimiento pleno, buscaron abiertamente establecer relaciones políticas o económicas. Y algunos otros países árabes, que prefieren no ser nombrados, desarrollaron puntos de contacto con Israel que han tomado una variedad de formas. Sin embargo estos países no han tenido la voluntad de avanzar más, según dicen, hasta que se haya alcanzado un acuerdo de paz integral entre Israel y todos sus vecinos.

Los palestinos rechazaron otra oportunidad de paz en 2000-2001. Cuando Ehud Barak se convirtió en primer ministro, en 1999, anunció una agenda ambiciosa. El líder israelí de centro-izquierda dijo que intentaría llegar al fin histórico del conflicto con los palestinos en trece meses, retomando en el punto en que sus predecesores habían abandonado, y aprovechando el impulso de la Conferencia de Madrid de 1991, las primeras conversaciones de paz desde el acuerdo de Camp David y los Acuerdos de Oslo, de 1993, que establecían una Declaración de Principios entre Israel y los palestinos. En la realidad, fue más allá de lo que cualquiera en Israel hubiera pensado posible, en su voluntad de realizar concesiones en procura de la paz. Con el respaldo activo del gobierno de Clinton, Barak impulsó el proceso con la mayor rapidez y latitud posibles, y al hacerlo, logró

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nuevos avances en relación con problemas infinitamente sensibles como Jerusalén, con tal de lograr un acuerdo. Lamentablemente, sin embargo, él y Clinton fracasaron.

Arafat no estaba dispuesto a participar en el proceso y hacerlo funcionar. En lugar de seguir insistiendo con las conversaciones que habrían conducido a la creación del primer estado palestino de la historia, con su capital en Jerusalén del este, se retiró, después de intentar ridículamente persuadir al presidente Clinton de que no había un vínculo histórico judío con Jerusalén, y lanzando la resonante exigencia del así llamado “derecho al retorno” para los refugiados palestinos y sus generaciones de descendientes. Arafat sin duda sabía que esto instantáneamente daría por tierra con las tratativas, ya que ningún gobierno israelí podría concebiblemente permitir a millones de palestinos asentarse en Israel y socavar totalmente la naturaleza judía del Estado.

Trágicamente, Arafat se reveló incapaz o renuente, o ambos, a buscar la paz en la mesa de negociaciones. En lugar de ello, retornó a un modelo más familiar: hablar ocasionalmente de la paz, y alentar constantemente el terrorismo. Arafat comprendió que las imágenes reproducidas en los medios, de tropas israelíes fuertemente armadas enfrentando a palestinos en las calles, incluso niños cínicamente enviados a las líneas de vanguardia, redundarían en su beneficio. Pondrían a Israel en el rol de agresor y opresor, y a los palestinos como víctimas sojuzgadas. No pasaría mucho tiempo, según calculaba, para que el mundo árabe denunciara airadamente a Israel, los países no alineados obedientemente lo seguirían, los europeos demandarían aún más concesiones de Israel para aplacar a los palestinos, los grupos internacionales de derechos humanos acusarían a Israel de fuerza excesiva, y el

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mundo, afectado por una memoria de corto plazo, olvidaría que el líder palestino acababa de desdeñar una posibilidad sin precedentes de llegar a un acuerdo de paz. Arafat no estaba totalmente equivocado. Gran parte de los medios, muchos gobiernos europeos, y la mayoría de los grupos de derechos humanos le siguieron el juego. Fue sólo después de su muerte, en 2004, que algunos, si bien no todos, se dieron cuenta de que habían sido engañados por el líder corrupto y artero, en quien inexplicablemente habían elegido confiar, asignándole incluso un carácter romántico. Más aún, Arafat presumiblemente pensaba que Washington finalmente adoptaría una línea más dura con Israel como resultado de la presión de Egipto y Arabia Saudita, dos países árabes con fuerte peso en la visión mundial de los creadores de políticas norteamericanos, y de la Unión Europea. Además existía la posibilidad, en el largo plazo, de que Israel, un país del primer mundo, se empezara a cansar de la lucha y de su cuota diaria de víctimas militares y civiles, del impacto negativo sobre el estado de ánimo y la psiquis de la nación —sin hablar de su economía— y del potencialmente creciente aislamiento internacional. Sin embargo, se equivocó en los cálculos. Israel no se cansó sino que mantuvo el rumbo. Y Estados Unidos apoyó a Israel, reconociendo y poniendo en evidencia a Arafat por lo que era y rehusando tener tratos ulteriores con él.

¿Qué se espera que haga Israel para garantizar la seguridad de sus ciudadanos? ¿Qué harían otras naciones en una situación similar? Quizás los recientes ataques en Gran Bretaña, Egipto, Indonesia, Marruecos, Rusia, España, Túnez, Turquía, Estados Unidos y otros sitios ayudarán al mundo a comprender la naturaleza real de la amenaza terrorista que Israel ha estado enfrentando, y la justificación de su respuesta inamovible. Inamovible, sí, pero también medida. La verdad es que Israel,

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dada su fortaleza militar, podía haber asestado un golpe mucho más devastador a los palestinos, pero ha elegido no hacerlo por una serie de razones diplomáticas, políticas, estratégicas y humanitarias. Jenin es un ejemplo perfecto. Si bien los voceros palestinos rápidamente condenaron la operación militar israelí en esta ciudad de la Margen Occidental en 2002, llamándola “masacre”, en realidad Israel eligió el método más peligroso para entrar a la ciudad a identificar los escondites terroristas, precisamente para evitar víctimas civiles palestinas. Como resultado de ello, Israel tuvo 23 víctimas militares fatales, matando a poco más de 50 tiradores palestinos armados. La alternativa de Israel podría haber sido atacar Jenin desde el aire, tal como los cazas de la OTAN bombardearon Belgrado en la década de 1990, lo que habría resultado en una matanza indiscriminada, algo que Israel deseaba evitar a toda costa. Resulta interesante señalar que muchos en Occidente que criticaron a Israel por sus tácticas contra el terrorismo están adoptando ahora los mismos métodos, incluyendo mayor inteligencia, vigilancia, penetración y movimientos preventivos. A juzgar por la fuerte presión de la prensa global contra los terroristas, no parece que las palabras “limitación”, “diálogo”, “negociación” y “entendimiento” sean actualmente parte del vocabulario en relación con aquellos que nos atacan, ni tampoco deberían serlo; pero éstas fueron algunas de las palabras ofrecidas por la comunidad internacional como consejo a Israel para enfrentar la amenaza, no mucho tiempo atrás. En el análisis final, aun cuando Israel goza de superioridad militar, Jerusalén comprende que no se trata de un conflicto que se pueda ganar exclusivamente en el campo de batalla. Dicho simplemente, ninguna de las partes desaparecerá. Este conflicto se puede resolver sólo en la mesa de negociaciones, siempre y cuando los palestinos, finalmente, se den cuenta de que han perdido más de medio siglo y desdeñado numerosas posibilidades de construir un estado —al lado de Israel, no en su lugar.

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Quizás el aspecto más controvertido de la política de Israel sea la cerca defensiva o barrera de seguridad que actualmente se está construyendo, y que los oponentes denominan falsamente “muro”. Se deben recordar en particular tres cosas. Primero, la barrera logró disminuir drásticamente la capacidad de los terroristas palestinos de ingresar a centros poblados de Israel causando estragos. Segundo, la barrera se construyó sólo como resultado de la repetida actividad terrorista, aproximadamente 25.000 intentos de ataque contra los israelíes por parte de grupos e individuos palestinos en los últimos cinco años solamente. Y tercero, las barreras se pueden trasladar en cualquier dirección o, incluso desmantelar, pero las vidas de las víctimas inocentes del terrorismo no se pueden recuperar.

Gaza es una demostración de las intenciones palestinas. La soltura de Israel respecto de Gaza, idea del Primer Ministro Sharon, no sólo aporta un potencial nuevo inicio al proceso de paz, sino que también ofrece a los palestinos, bajo la guía del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas, una oportunidad histórica de autonomía. ¿Comenzarán a establecer una sociedad civil pacífica, sin la difundida corrupción, violencia y anarquía, tan endémicas en el pasado? ¿O terminará Gaza como un área esencialmente sin ley, principalmente hospitalaria para los terroristas y sus amigos? ¿Aspirarán los palestinos a construir un estado modelo y vivir tranquilamente al lado de Israel, o usarán a Gaza como una nueva plataforma para lanzar misiles y organizar ataques terroristas contra su vecino Israel? Una prueba clave para el gobierno del presidente Abbas es el desafío planteado por los grupos terroristas que operan dentro de la sociedad palestina. El nuevo liderazgo palestino en ciertas ocasiones ha condenado los ataques de estos grupos, pero sólo raramente los ha enfrentado en forma directa, y no ha tratado de desarmarlos. Sin acciones en este frente, las posibilidades de avanzar con éxito hacia

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la paz disminuyen notablemente. Más aún, la Autoridad Palestina nunca podrá instaurar su autoridad si los grupos armados cuentan con el lujo de operar tanto como facciones políticas y como milicias independientes. En particular, Hamas y la Yihad Islámica, dos grupos radicales que aparecen en la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos y la Unión Europea, han estado operando con relativa impunidad en los territorios controlados por Palestina. Cada vez más ocurre lo mismo con Hezbolla. Los tres grupos tienen vínculos operativos y financieros con Irán y Siria. Hay otro punto importante. Si después del Acuerdo de Oslo de 1993, la Autoridad Palestina hubiera comenzado a introducir valores de tolerancia y convivencia en los programas escolares, quizá la generación de jóvenes atacantes suicidas que hemos visto en años recientes hubiera actuado de otra forma. Pero, en lugar de ello, se los alimentó con una dieta permanente de incitación, odio, difamación y demonización de los judíos, el judaísmo, Israel y el sionismo. Se les hizo creer que no podía haber un destino más excelso para los árabes y los musulmanes que el así llamado “martirio” a través de la matanza de la mayor cantidad posible de judíos odiados–los “hijos de monos y cerdos” como algunos voceros regularmente se refieren a los judíos. Y esta enseñanza ha sido reforzada por el golpeteo del odio en las mezquitas durante los sermones de los viernes, la popularidad de libros notoriamente antisemitas como Mi lucha y los Protocolos de los Sabios de Sión, y el uso de los medios masivos palestinos como portavoces de la incitación. Cuando las escuelas palestinas, los medios y las mezquitas detengan esta cascada de antisemitismo y anti-sionismo, aumentarán las posibilidades de construir cimientos de paz verdadera. Y, a pesar de las aseveraciones palestinas, nada comparable proviene del lado israelí. Cuando voces israelíes aisladas recurren al lenguaje (o acción) extremista, son rápidamente condenadas —y no aplaudidas— por la sociedad israelí.

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Israel es una democracia, y piensa y actúa como tal. Esto no siempre resulta fácil a la luz de la situación que enfrenta. Sin embargo, si bien Israel recibe su cuota de crítica por métodos supuestamente autoritarios, los palestinos, a pesar de su resonante retórica, comprenden mejor que nadie que el talón de Aquiles de la nación podrían ser precisamente los valores democráticos y el imperio del derecho en Israel. Los palestinos saben, aun sin reconocerlo públicamente, que el sistema democrático impone frenos y límites a las opciones políticas de Israel. Saben que Israel cuenta con un sistema político multipartidario y que los partidos deben diferenciarse entre sí para tener alguna posibilidad de éxito electoral. En realidad, los partidos incluyen todos los puntos de vista, de la extrema izquierda a la extrema derecha, de secular a religioso, de judíos rusos a árabes. A propósito, los árabes israelíes actualmente ocupan aproximadamente 10% de las bancas de la Knesset (y unos pocos de estos parlamentarios se han identificado abiertamente con los enemigos de Israel en el conflicto actual). Saben que la opinión pública en Israel tiene peso y puede afectar la política. Saben que Israel cuenta con una prensa libre e inquisidora. Saben que Israel tiene un poder judicial independiente que ocupa un lugar respetado en la vida de la nación y que no ha dudado en invalidar decisiones gubernamentales y hasta militares que parecen ser incongruentes con el espíritu o la letra de la legislación israelí. Saben que Israel cuenta con una pujante sociedad civil y numerosos grupos de derechos humanos que recalcan la objetividad y la imparcialidad. Saben que Israel protege la libertad de culto de todas las comunidades religiosas, que incluso ha llegado a impedir que los judíos recen en el Monte del Templo, el lugar más sagrado para el judaísmo, específicamente para evitar tensión con los devotos musulmanes en las dos mezquitas construidas allí mucho después. En realidad, desde la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel ha cedido la autoridad de la zona al Waqf, la autoridad religiosa musulmana. ¿Podría alguien

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imaginar lo contrario si se tratara de un país árabe? Saben que Israel, sobre la base de los principios centrales de la tradición judía, asigna gran importancia a las normas éticas y morales de conducta, aun cuando, a veces, son deficientes. Y, como resultado, saben que existen limitaciones auto impuestas a la conducta israelí, precisamente porque Israel es un estado democrático y porque, en el análisis final, su gobierno debe rendir cuentas a la voluntad del pueblo.

¡Si sólo el Medio Oriente se asemejara al Medio Occidente! ¿No sería auspicioso para la resolución pacífica del conflicto y la cooperación regional? ¿Cuándo fue la última vez que una nación democrática lanzó un ataque militar contra otra democracia? Lamentablemente, la democracia es un bien muy escaso en Medio Oriente. Los palestinos saben cómo manejó el difunto presidente de Siria Hafez el-Assad a los fundamentalistas islámicos, matando aproximadamente a 10,000-20,000 en Hama y arrasando la ciudad como mensaje inconfundible a otros fundamentalistas del país. Saben cómo manejó el ex presidente de Irak, Saddam Hussein, a los kurdos, usando gas venenoso para matar a miles de ellos, y destruyendo centenares de poblaciones kurdas. Saben cómo reaccionó Arabia Saudita al apoyo de Yemen a Saddam Hussein durante la Guerra del Golfo de 1990-91. De la noche a la mañana, el país expulsó a aproximadamente 600,000 yemenitas. Y saben cómo trató Egipto a sus propios radicales islámicos, lejos del radar de los medios, sin bombos y platillos. Miles de estos extremistas han sido asesinados, o encerrados en cárceles sin el debido proceso. Los palestinos cuentan con que Israel no seguirá ninguno de estos ejemplos. Ésa es la fortaleza de Israel como democracia, pero trae un precio aparejado. Los palestinos buscan obtener ventaja de ello. Sin embargo han cometido un error fundamental: han subestimado el deseo de supervivencia de Israel.

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Los israelíes desean desesperadamente la paz. Al mismo tiempo, la paz a cualquier precio no es paz. Los israelíes quieren dejar de preocuparse por bombas en buses y centros comerciales. Quieren poner fin al entierro de sus hijos, víctimas del terrorismo o de escaramuzas militares. En pocas palabras: quieren llevar vidas normales, y han demostrado su voluntad una y otra vez, avalando la aceptación de importantes concesiones, aun potencialmente riesgosas, en su búsqueda de la paz. Los israelíes, sin embargo, han aprendido las dolorosas lecciones de la historia. La paz sin fronteras seguras y defendibles puede equivaler al suicidio nacional. ¿Y quién sabe mejor que los ciudadanos de Israel, que incluyen a sobrevivientes del Holocausto y refugiados de países terroristas y del extremismo árabe, cuán peligroso puede ser bajar la guardia con demasiada rapidez y facilidad? ¿Deberán los israelíes simplemente hacer caso omiso del llamamiento de Irán a la aniquilación de Israel y a su pretensión de adquirir armas de destrucción masiva, a la hospitalidad que Siria ofrece a grupos terroristas decididos a destruir a Israel, al arsenal de Hezbolla de miles de misiles de corto alcance en el sur del Líbano, capaces de alcanzar la mitad norte de Israel, y los escalofriantes llamamientos a ataques suicidas contra Israel escuchados en Gaza y en la Margen Occidental? Nuestro mundo no ha sido tremendamente amable con los ingenuos, los crédulos, o los que se dejan llevar por ilusiones. A pesar de los incrédulos de esa época, Adolf Hitler quiso decir exactamente lo que dijo cuando escribió Mi lucha, Saddam Hussein quiso decir exactamente lo que dijo cuando insistió en que Kuwait era una provincia de Irak, y Osama bin Laden quiso decir exactamente lo que dijo cuando en 1998, instó a matar a la mayor cantidad posible de norteamericanos. Israel vive en un entorno particularmente agresivo. Para sobrevivir, ha tenido que ser valiente en el campo de batalla y en la mesa de negociaciones. Ha superado ambas pruebas con notas sobresalientes.

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Israel es mucho más que conflicto y resolución del conflicto Si bien el debate público y la atención de los medios tiende a centrarse en los temas de guerra, violencia y terrorismo de la región, hay otro aspecto de Israel que sólo se percibe en raras ocasiones, excepto aquellos que tienen la fortuna de visitar Israel y verlo con sus propios ojos. Israel es un país inimaginablemente vibrante y dinámico. Es, al mismo tiempo, antiguo y de vanguardia. Es un país de ganadores de Premio Nóbel de literatura y química, de medallistas olímpicos, de concertistas de piano y estrellas de rap. Hay más científicos e ingenieros per cápita en Israel que en cualquier lugar del mundo. El público lector de diarios y libros está entre los más altos del mundo. La cantidad de jóvenes empresas de alta tecnología, y de patentes otorgadas es sorprendente para un país que tiene apenas poco más de seis millones de habitantes. Los progresos en medicina, los avances novedosos en tecnología y comunicaciones, y las innovaciones en materia de agricultura no han beneficiado sólo a Israel sino también a millones de personas de todo el mundo. La próxima vez que ingrese a un chat-room, use un teléfono celular o un correo de voz, solicite imágenes en color, dependa de un chip del procesador Pentium, tenga necesidad de una tomografía computada o de una resonancia magnética, o vea una granja floreciendo en el desierto gracias al riego por goteo, será bastante posible que Israel haya ayudado a su desarrollo. Israel. Cuanto más se conoce, más se comprende.

The American Jewish Committee The Jacob Blaustein Building 165 East 56 Street New York, NY 10022 Agosto 2005 www.ajc.org

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