Italia, es decir: Berlusconi City

Italia, es decir: Berlusconi City Antonio Hermosa Andújar (Universidad de Sevilla) O sea, que Berlusconi va y hace de Berlusconi y el Financial Times

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Italia, es decir: Berlusconi City Antonio Hermosa Andújar (Universidad de Sevilla)

O sea, que Berlusconi va y hace de Berlusconi y el Financial Times se da por ofendido (Oh, no, not again, leo que ha escrito en una editorial crítica con eso de volver a concentrarse “sobre sí mismo y no sobre Italia”). Estos ingleses parecen haberse caído de un guindo: ¿acaso Italia existe fuera de Berlusconi para Berlusconi? Además, ¿y sobre qué se va a concentrar si no, qué otra cosa sabe hacer –delinquir aparte, eso sí, pero es que el pobre lo hace sin querer, es que ni se da cuenta dado lo habituado que está? Y además: ¿acaso puede? Pobre, si es que me lo llevan a mal traer los cancerícolas ésos de la magistratura (“Los jueces son un cáncer”, acaba de repetir en su enésima andanada contra ellos); fíjense ustedes qué agenda le han fijado para julio: el 4, el 7, el 8, el 10, el 14 y el 18 –y menos mal que la justicia veranea en Italia a partir de la segunda quincena de julio, que si no…- tiene citas judiciales, y en tribunales distintos, y por causas diferentes, y luego llega setiembre y el juego sigue de oca a oca y tiro porque me toca. Díganme ustedes cómo se puede gobernar así; o incluso: ¿cómo puede seguir uno delinquiendo impunemente, con la prudencia, tranquilidad y finura que eso requiere para hacerlo comm’il faut, si los jueces no cejan en su acoso? Hay que saber muy bien a quién llama uno, qué le dice, a quién comprar, a quién vender, de quién acepta llamadas, a quién promete la gloria una vez acordado el precio, cómo colocar a la familia, a los amigos, cómo chantajear a un abogado, sobornar a un testigo, amenazar a un juez, cómo hacer que las televisiones, las propias y las (nominalmente, claro) ajenas –es decir, la Rai- compitan en ensalzar, divinizar, adorar a uno, y eso requiere tiempo, requiere calma, en fin. ¿Cómo va a costar lo

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mismo un senador de la oposición, cuya compra te deshace una mayoría opositora y te rehace otra favorable, que pasarle la factura a una aspirante a estrellita televisiva, etc., una vez que le haya obtenido su cuota de pantalla? Al pan, pan y al vino, vino. El mismo Berlusconi, sépanlo ustedes, pese a su total buena fe, no ha tardado en darse cuenta él mismo del problema: “¿Cómo podría continuar siendo jefe del gobierno con una condena con las repercusiones internas e internacionales que tendría?” Parece que nadie tiene en cuenta esas cosas, y por ende nadie se compadece de las dificultades por las que pasa un gran hombre como él en el desempeño de su misión. ¿A quién puede extrañar entonces que su instinto, depurado en el curso de estos ya largos años, se emborrique en modernizar Italia amordazando a los magistrados, y que en consecuencia lo primero que se le ocurra sea aprobar una ley totalmente en apoyo de sí mismo, porque lo tienen fustigado los cancerícolas de antes? ¿O que prepare otra contra las escuchas telefónicas? (¿Y si le oyen, de qué habría servido entonces la primera ley?) ¿Y otra a favor de la inmunidad de las cuatro más altas magistraturas del Estado, es decir, él y dos más, porque la otra magistratura que para él es como si estuviera libre, la Presidencia de la República, es la que piensa ocupar en cuanto se canse de la presidencia de gobierno, o sea, cuando no le quede ningún escudo legal más por promulgar? Alguien pensará que aún falta otra persona, pues cuando se vaya a vivir a la nueva silla dejará vacante la vieja, ¿pero quién lo ha dicho: quién puede afirmar que no la comprará y se la dejará en obsequio al que le hace las leyes a medida, una especie de berlusconi junior? ¡Hasta parece mentira que alguien pueda dudar a estas alturas de lo desprendido que es: sería como dudar del tufillo a mafia a que hiede su sentimiento de gratitud, faltaría más! Me da en la nariz que hay que entender la cosa-Berlusconi, so pena de magnificarlo. Su ideal habría sido ser Peter Pan, pero la realidad fue más cruel y lo 2

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dejó en Berlusconi. Más cruel, digo, pero no del todo cruel, pues ha realizado parcialmente su sueño impidiéndole crecer: ¿alguien es capaz de concebirlo madurando, de pensarlo adulto? Vamos a ver, ¿sigue siendo o no un niño cuando –en una de las conversaciones recién publicadas por el semanario L’Espresso-, a propósito de Antonella Troise, le pide al dirigente de la Rai Agostino Saccà que le hable en su favor? Y he aquí la motivación ontológica: “en mi vida he sido un obstáculo para nadie en ningún ámbito”. ¿No les entra a ustedes algo leyendo eso, aunque sean las ganas de regalarle unas chocolatinas ya mismo? ¡Y la Sra. Troise sin enterarse! Claro que por eso el líder-máximo la califica con razón ante su interlocutor de “loca”, una “loca”, además, que “se está volviendo peligrosa”, y de ahí la llamadita para pedirle al aquiescente señorito-Rai que la refrene. Así pues, ¿es o no un niño Berlusconi, es infantil o no esa disarmante ingenuità aducida para frenar a la maldicente? Niño al fin, lo que más que nada quiere es que le quieran, y ya lo ven, está dispuesto a hacer de todo, pero de todo, para que así sea. ¡Y si el niño se hubiera parado ahí! ¡Fíjense en su afición al chascarrillo fácil, del que por ingenio sólo se ríe él y por obligación su amplia cohorte de culífilos (les pido disculpas por esta emoción que, al embargarme y embargarme, me ha llevado ya a acuñar dos neologismos en un solo artículo)! Además, ¿no sienten un poco de lástima torera cuando, cada vez que se auto-ríe, se le hace un roto en la escayola que le ajusta la cara? Y el niño es un buen niño, pues nada de nada gusta jugar con los niños malos; por ejemplo, acaba de alcanzar uno de sus numerosos éxtasis, tan sublimes para la democracia, haciendo como pocas veces de sí mismo, esto es: rechazando hablar con la oposición, porque en realidad no es oposición, sino una “oposición justicialista”. Y claro, ¿dónde se ha visto que los niños jueguen a la justicia? Hace bien el niño-máximo en no querer jugar con quien quiere llevar juguetes propios al 3

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juego, seguramente con el perverso ánimo de desairarle. Y luego, ¿para qué hablar con el tal Veltroni, que hasta ha salido un poco zapateril con eso del diálogodiálogo-diálogo, como si se pudiese hablar con todos y cupiese hablar de todo? Así aprenderá, piensa el niño-amo de Italia. Pero donde es más niño-niño, donde mejor trasparecen sus ingenuas intenciones, es, como dicen en Italia, ante su insofferenza alle regole. Hombre, no es que Berlusconi no entienda que reglas debe haber: lo que no entiende, y en absoluto, es que las reglas se le apliquen también a él. Pero es que él -se acaba de demostrar en el párrafo anterior- es un niño. Y ya se sabe cuál es el principio supremo de la conducta infantil: culo veo, culo deseo: (y ya, cabría añadir). Pedirle que respete las reglas, es decir, aquello y a aquéllos que tutelan las reglas, es pedirle que mute su naturaleza. ¿Es que ya no hay alma? Así las cosas –y me permito hacerles notar que ni aludir quise a ciertos arrebatos suyos de cristianismo militante, tan afines al comportamiento delatado en el diálogo antes citado con Saccà: pero conocida es la elasticidad de la conciencia del cristiano, sobre todo en la sombra; así las cosas, digo, pues eso, que todo queda aclarado. Berlusconi es un niño, y se le juzga como si fuese mayor (y eso que Rousseau ya nos amonestó en su Emilio contra ese vicio de los pedagogos). Cierto, no hay duda: si usted o yo, adultos como nos supongo (¡y eso que empecé mal el lunes!), hiciéramos esas cosas, pues sería como muy adecuado si se nos tildase de iluminados, de caudillos populistas que confundimos el Estado con nuestro patrimonio y el Derecho con nuestro más rastrero interés; o si se nos considerase un peligro para la democracia porque abusamos de nuestra situación en la cúspide del ejecutivo para, mediante el uso torticero de los instrumentos legislativos, acabar con uno de los santo y seña de la democracia y del Estado de Derecho, cual es la independencia y la legitimidad del poder judicial. O por muchas razones más. Pero insisto hasta la saciedad: la cosa va de niños. 4

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¿Y con qué gusta jugar el niñato Berlusconi? Pues con una pelotita llamada democracia italiana, que, a la manera de las muñecas rusas, contiene otra en su interior, de nombre Italia, si bien con la peculiaridad de no ser estrictamente idéntica ni más pequeña. Le encanta ensalzar algunos de sus dibujos, mimar partes de su superficie; también esconder unas, pinchar otras y fingir que permanece igual de inflada y redonda mientras hace lo que más le gusta (aparte de quitársela de las manos a quien viene de fuera dispuesto a jugar allí): patearla. Patearla fuerte y en todas direcciones, agarrándola como un trapo, sacudiéndola como un monigote y haciendo con ella lo que quiere, en el convencimiento de que si se le rompe del todo se compra una nueva y ¡listos, a seguir jugando! Y, por si fuera poco, se cree con derecho a hacerlo, como todo adulto infantil. ¿Que de dónde lo extrae? Muy sencillo, pregunten a sus correveidiles de los media o a él mismo, que en esto les puede ilustrar: del pueblo, nos dicen. “Ungido por el voto”, como magistralmente ha escrito Giuseppe D’Avanzo en Repubblica, se cree detentador de un poder divino, de un poder constituyente de suyo superior al ostentado por el “fetiche constitucional”. Vamos, que en opinión de Berlusconi I El Único y de sus caimanes mediáticos, el pueblo –o sea: sus votantes-, y no, por ejemplo, la nueva y en gran medida tramposa ley electoral, que adjudica directamente la mayoría absoluta al ganador sin contar el número ni el porcentaje de votos, le ha otorgado con su voto su voluntad y el poder de hacer y deshacer a su antojo, un poder irresponsable: todos en Italia “han perdido la autoridad civil de juzgar en nombre del pueblo italiano a quien ha sido elegido democráticamente por dicho pueblo”, ha dicho así de bonito otro niño grande a las órdenes del jefe desde su periódico, uno que no necesita ni venderse para ser servil. Cualquiera, leyéndolo, diría que en Italia pervive el espíritu de la aristocracia rusa, resucitada en su ideal de adquirir el noble título de siervos hereditarios. En fin, las cosas que ocurren cuando uno se hace niño-esclavo: ama tanto al Capo que termina 5

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por mussolinizar su deseo y convertirlo en necesidad. Eso sí, tomamos nota de que el pueblo italiano lo ha elegido, no se vayan a hacer los tontos cuando llegue el día. Y lo peor de todo: en buena y caudillista lógica, Il Capo y sus mandados creen que, aunque el pueblo quiera hacer una cosa así, el pueblo puede hacer una cosa así. Creen que el poder constituyente sigue actuando donde permanece en vigor un poder constituido, y creen que las reglas no pueden ni deben actuar contra quienes tienen poder y capacidad para burlarse de ellas, y, en un acto de cristianismo político, siguen proclamándose demócratas. Es lo bueno que tiene ser niño e ignorar el derecho: en el terreno de las normas, uno confunde ser adulto con cometer adulterio sin contradicción. El Derecho, para los vencidos; el Poder, para los vencedores (ahora, naturalmente, que el vencedor es él y su corte de perros guardianes). ¡Y que viva la nueva política antigua! Parafraseando muy, pero muy libremente la frase de Porfirio Díaz en otras latitudes, uno está tentado de pensar: ¡Pobre Italia, tan cerca del Papa y tan ahíta de berlusconis!

Antonio Hermosa Andújar Universidad de Sevilla

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