Jorge Aulicino. poemas

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Jorge Aulicino poemas

(De El Cairo, inédito.) El Cairo ¿Por qué no decir que estoy en la otra costa del Atlántico donde comienza esta respiración, donde está el centro de su pálpito? Más cerca imaginariamente del pecho emisor, pero no tan lejos, no demasiado lejos de la verdad, de la naturaleza de este respiro africano de la ciudad en que vivo. En El Cairo buscamos el café en la calle del mercado al que solía ir el Premio Nobel, un sitio detestable, la calle; un lugar provisorio y ligeramente fresco el café con mesas cubiertas de hule, creo. Un sitio detestable, provisorio y tan antiguo a la vez que todo parecía estar ocurriendo el día en que el hombre descubrió sorpresivamente la mercancía. ¡Oh cornucopias, pasteles, panes frutados, especias, vinos, telas, miel, ébano, madera, hojalata, esmalte, terracota, tabaco! Ah la abundancia y el ruido; el exceso y la plata, el dorado y el narguile lento. Sucios pies, sucias sandalias, sucias camisetas, turbantes, manos expertas en relojes de imitación, en vituallas, en cajas, como acá. Oh el valor de cambio cubierto sin embargo de ese otro valor -no el número-: la variedad, la abundancia, el excedente. Nunca fue tan plena la realidad. Uno y todo: el pálpito africano, el dinero metálico, sonante, la textura del objeto, su color, la aceituna de sabor indescriptible, el dátil. He aquí el café pues, cómo no entenderlo. Un hombre no sería nada sin café y tabaco.

Grimm NBC, 2011-14 Los Grimm, sus antepasados y sus actuales descendientes pueden ver (y cazar) los monstruos de nuestra carissima imaginación en sus mil variantes: lobizones, hombres-tigre, hombres-serpiente, y también hombres-conejo y hombres-pájaro (cuando digo hombres quiero decir hombres y mujeres). Heredero de esta dinastía de cazadores, nuestro héroe es un detective de la ciudad de Portland. en el Noroeste de los Estados Unidos, quien es el primer sorprendido por su poder pero trata de actuar según la ley (de todos modos se despacha algún monstruo de vez en cuando). Se hace amigo de un lobizón que trata a su vez de vivir armoniosamente con humanos, es vegetariano, toca el cello y hace Pilates. Las cosas se complican con algunas brujas y se destapa una conspiración internacional de dinastías de monstruos, culpables de muchas cosas en la historia, entre ellas el nazismo -y hoy muy cerca del poder-, con sede en Viena. Así alejados de lo humano, del otro, del semejante, del hermano, de la real carne del espíritu, caemos en una singular sicopatía que nos llevará a la más perfecta autodestrucción. ¡Queridos escritos de Marx! ¡Hordas de Lenin! Os ruego llevadnos a una de las tres fuentes del marxismo,* el humanismo -y el humanismo cristiano-, donde cada muerte es una Crucifixión, donde cada captura de la alienación es estruendo de campanas, puertos incendiados en el Poniente, hachas hundidas en el Mar del Norte. * Engels

(De El camino imperial, escolios, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012.)

Dinastía Han, 194 d.C. Bien lo dices: "Qué clase de emperador soy que no tiene morada y habita un país en ruinas"; el entendimiento en ruinas, asimismo. Hice dádivas, mientras tallaba mi palacio en oro. ¿Los que invaden mi reino son pueblos justos? ¿Todos beben según su necesidad en los ásperos campamentos? ¿El líder es probo? De nada te sirven estas preguntas. Planta tú mismo el arroz devastado. Únete a tu pueblo. Naufragará en el Yang Tzé el pensamiento único. En cada uno de los Tres Reinos habrá una semilla de verdad. La espada tiene término. Donde quiera, el Espíritu soplará. Y dirá incluso Cao Cao el poderoso: "Aun las serpientes aladas se convierten en polvo".

Olímpicas 2 Prometeo liberado de sus cadenas va con ellas por la calle golpeando a los falsos ciegos, a los inválidos, a los menesterosos, como si todos ellos fueran mercaderes en el templo. He ahí dice Zeus, el resultado de condonar, compadecer, indultar y, por así decirlo, el resultado general de la piedad.

(De Libro del engaño y del desengaño, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011.)

Se decía Se decía: el tiempo es bueno –no habían comenzado las matanzas –: me refiero al paso tranquilizador de los Ford a bigote por el fondo nacarado de una postal de balneario. Siempre apacibles los tiempos pasados de la nobleza burguesa, y aun de la burguesa plenitud de los barrios “un poco alejados”. Siempre apacible la infancia, en los suburbios incluso llena de misterio. En este momento yo comienzo a retroceder, me tomo de una estaca, miro un muelle tormentoso, no es de acá, es de alguna novela, de algún sueño. Aquí esperan jornadas de invierno y calor, con las llaves prestas para volver a casa, con la santidad del gato, con los libros que se doblan y deshojan. Nada, absolutamente, nada más, y el regreso imposible. Habíamos, lo saben, preparado el sacrificio: era perfecto, pero algo salió decididamente mal. La víctima propiciatoria tenía recursos. ¿Por qué es tranquilizador el tiempo de los objetos viejos? Hemos sido capaces de arrancarle la angustia de lo irrecuperable. Son un modesto paraíso atravesado de brillos pequeños pero palpables que ya no pueden fructificar en el futuro. Y eso no nos causa desazón, sino el acostumbramiento a que los siglos pasan y fijan siempre en sus cielos la posición hacia la cual, si hubiésemos avanzado, quizá, todavía, habríamos alcanzado esas planicies auguradas por las letras de interminables novelas, sobrevoladas por halcones, con un trepidar, un gusto de tormenta decididamente mágica: algo que nos recibiera, angélico, diciendo: Y tú, y tú, baja la mirada, olvida la letra.

(De El capital, Buenos Aires, 2010; inédito y luego editado en Estación Finlandia. Poemas reunidos, Ediciones Bajo la Luna, Buenos Aires, 2012.)

Estación Finlandia Libertad es la necesidad conocida Engels Y sobre la precisión, y sobre el armado de aquella relojería que implicaba vidas en las leyes de la historia, el viento de octubre rugía. Sabés, no era el nido de la cigüeña ni el jardín de los cerezos sino su luz, la que, derrumbándose, provocaba el desapego, otra alienación. Ni de fraguas rojas como el cielo era el porvenir en los ojos de ciervo de los nuevos obreros. No era lo que se perdía, no. No lo que se ganaba. Era todo torvo, metafísico, de uno y de otro lado. Y sobre aquella vastedad del clima al que se abandonaba todo, tu dedo desde el camión blindado. No era el jardín, era su luz; no era el futuro, sino su hueco. “¡Todo el poder a los soviets!”, tu dedo. No ha lugar a semiclimas. Este es el momento, mañana será tarde, ayer era temprano. ¿Alguno vio que ese momento sagrado de la historia –lo que va del ayer al mañana– era cimbreante vértigo? O algo distinto al vértigo. Un momento de nada. Hablando en [rigor, un momento ahistórico (ni los de arriba ni los de abajo pueden [vivir como hasta ahora). Ciego, entraste en el hueco, sin voces. Y tras de vos, el soviet. ¿Qué sería ahora de la nueva asamblea? Una torsión en los siglos, una extrema prescindencia, un cántico vacío, un oratorio, un canon. A partir de vos, la historia fue irreal. En cierto modo –en un modo, en el único modo–, dejó de ser historia. Fue de nuevo el páramo duro de la religión, no humano. En tus secretas charlas con Hobbes, resolviste la partida de esta forma: Si los dejamos librados a sus intereses, estos potros desnudos, hambre y fusil, van a la organización, al gremio, a la palabra hecha objeto: salario, salario.

Nuestra luz, amasada en alguna comarca de la lógica, en un sitio atestado, revelará el destino que calzaremos como un guante de acero. No pudo con tu cerebro tu cuerpo tártaro. Paralizado, mudo, dictabas todavía cartas al Comité Central. Pero todo había cambiado ya: se organizaba lo rampante según el dictado de una máquina de acero que era imposible parar. En los Parlamentos europeos se veían las caras, cara a cara, pero en el soviet había caras tan despejadas de engaño que apenas conservaban el color del surco, la rojiza luz de los talleres. Los hombres no fueron tratados ni como cosas: fueron tratados como ideas. Y todo el Partido, toda la historia, se convirtió en ideológico erial. Todo fue irreal, y tragó sangre, madres, olores, el silencio sagrado del trabajo. Coraje, Lenin. Borbotea de nuevo el alcantarillado de la historia. Estos son hombres, estos son hombres, en las vacías ciudades nuevas. Habemos hombres y chatarra. Hombres que saben de un modo confuso de aquel intento de entender, en lucha cuerpo a cuerpo, de qué son objeto. Millones quedaron allí, en el descampado sin historia, por entender la historia, por cambiar la historia sin entenderla, por trascender lo vano y lo nuevo. Millones, por ser en la luz infecunda del cielo. Millones por vos, por tu dedo señalando lo más privado de historia, lo nuevo privado de historia: el poder de los soviets. La libertad.

(De Cierta dureza en la sintaxis, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2008.)

4 La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos de la palabra divina, pero que nada hacen con ella cuando la han recibido. Y crían en las orejas. La comadreja representa a quienes quisieron la gracia y la gracia les fue dada, para nada. No te muevas si encontrás a la comadreja en la escalera o en el asiento de un taxi. Reptará su pensamiento hacia lugares hollados, porque, segura de la gracia y la palabra, no se le ocurre qué hacer sino vagar por donde hubo ciudades que los ejércitos aplastaron con botas y llenaron de condones. Más bien continúa construyendo el merecimiento para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos, cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar, carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir. Aunque andes descalzo por los muelles ásperos de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente para no recibir en vano la amistad del reino, para no deambular con la comadreja

30 Soy el escriba del Partido y de los documentos desclasificados. Escuchad los que no habéis querido escuchar. Con sangre de mongoles, de ucranios y de eslavos suicidas se alzaron las columnas de humo del triunfo vuestro. De los campos de la horda salió el acero que permite hoy la victoria de los burgers, el relativismo y el ocio. Antes del día D estuvieron los días Z del Frente Oriental. Allá se amasó en sangre y pantanos nevados el día hueco. Con un viva Stalin en la boca se iban los muertos y los vivos seguían con el “a Berlín” el camino oscuro. Habéis visto películas de la sangre y el miedo pero poco supisteis del Frente Oriental. Antes que la carnicería del Canal estuvieron los millones de muertos del Frente Oriental. Honor, camaradas de estiércol, a los muertos del Frente Oriental. No fuisteis a Berlín a rematar al Maldito sino a detener la ola roja del Frente Oriental. Cada bocado y risa y zumbido de autopista se lo debéis a los camaradas del Frente Oriental.

(De Máquina de faro, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006.)

Hay tórtolas... Hay tórtolas en los senderos de las hijas, todo aquello que era una bonita encrucijada para vos. Un camino bajo un cielo borrascoso, emociones con que un dios amable y rengo les habla. No saben, tal vez, lo que sueñan o las aterroriza en el movimiento de los helechos o en una canción. También para ellas la tormenta trae sombras pero trenzan resoluciones distintas. No vivís sus mundos aunque quieras, ni los de muchos otros que a su vez ven tu máquina de faro gastarse, sin lubricante, loca, como quien decide que el rayo que arroja escribe una realidad tangible, áurea, donde hay liebres rosas, moluscos dorados. No podrán enseñarte aquello que no saben, lo único que debería poder enseñarse. Ellas llenan la noche, el tejido transparente del cielo vibra en la ventana, delante de tu máquina. Hay astillas de vidrio en la pantalla donde querrías escribir un artefacto plausible, un relato donde se arme con precisión aquello que no pudiste decir, que, suponés, otros no pudieron, y de lo que dan pobres señales las palabras, los ojos, aun los hechos, duros.

(De Las Vegas, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2000.)

Caesars Palace Redoble de platillos y un metrónomo en el paisaje. No hay vida natural tras las ventanas. Como si todo hubiese sido levantado por gitanos del espacio que no conocieran el fuego; cuyas manos hubiesen estado entrenadas por siglos en el manejo de rayos, en la fabricación industrial de cosmos.

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