Jorge Enrique Adoum. Poemas. 1.- Resumen de la infancia

Jorge Enrique Adoum Poemas 1.- Resumen de la infancia Ante todo, es preciso ordenar la infancia como un país disperso, hallar las fechas de su límite

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Jorge Enrique Adoum Poemas

1.- Resumen de la infancia Ante todo, es preciso ordenar la infancia como un país disperso, hallar las fechas de su límite: la dulce iniciación en la desobediencia, la cerradura que por necesidad puse a mi alcoba o la primera mujer que se guardó la noche entre sus telas estériles, sus párpados. Y descubrí de pronto que nadie compartía mis costumbres: la muerte había entrado antiguamente al patio, a la bodega, y yo crecía sobre un osario familiar. No sé por qué, porque sí, por pura gana, cambié las órdenes para la cena, el sitio de los adornos, el precio de las plumas; odié el muro que cercaba la viña y el camino de orina a los establos. Y ya no pude vivir más, no podía establecer mi edad, mi oficio, destruir la seguridad de cada día o levantar los párpados hacia la luz de afuera: un hombre pasaba sin llorar bajo la lluvia, las aldeanas completaban su cuerpo entre la hierba, pero debía conservar la herencia intacta, conocer los secretos del ganado, calcular la distancia entre mi seca seguridad y la aventura. Así empecé a soñar solamente con la llave, con la bahía donde nadie hubiera a despedirme, con migraciones de pájaros azules. No era la pegajosa soledad lo que buscaba sino una familia diseminada en la distancia, una hora de paz bajo los árboles, una hoja sin odio entre mis manos. De: Notas del hijo pródigo. Jorge Enrique Adoum

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2.- La fecha de partida "Me entristecéis, parientes. El futuro no es cuestión de esponsales y de hacienda: ayer he conocido el único lindero de la propiedad: los jornaleros con su hambre duradera. Vosotros no adorais a Dios, doblados sobre reclinatorios: anoche vi el caudal oculto en la pared tras de la imagen. Me hablabais de la fe y del honor como una nuez encerrada en el apellido exprimido hasta el vacío: en verdad no me estabais enseñando sino un ruido metálico, sílabas de monedas, porque ¿qué habeis comprendido del hijo sino su obligación de convertirse en propietario? Mas he aquí que hay otras cosas cercanas al corazón del hombre, hay asuntos ajenos a vuestra ley, no contaminados de vuestros hábitos." Y, sin embargo, cuando cerré la puerta no quedó tras de ella lo aprendido: iba entre mis cosas el pasado intacto, un olor a bodega, las cartas de la prima preparada, los cuadernos de cálculo. Ah duras, terribles ligaduras con el umbral lejano, vínculos de pálido parentesco destruido: ¿qué busqué desde entonces si lo que abandonaba llevé conmigo a cada sitio? (Fue tal vez por eso -¿fue por eso?- que tantas veces recordé mis pasos, que avergonzado buscaba llamadas en el viento. Yo decía: Duele la distancia, me hace sollozar el hambre hueca, el agua me golpea sin cesar el corazón. Pero era la melancolía del reino que había poseído, aún quería el jardín lunar para el amor y el tedio, Jorge Enrique Adoum

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amaba todavía el castillo y la provincia que me correspondían por primogenitura.) Aún no despertaban los sirvientes con su ruido de escobas acomodado al sueño cuando salí a preguntar por mi destino.

______________________ De: Notas del hijo pródigo.

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3.- La moneda perdida En la cal del verano la lujuria tomaba cuenta de mi edad; una vez conté el tesoro errante del otoño, removí una piedra, conversé con la sábana del clima a la intemperie. Al alba, cada día, un pájaro de niebla picoteaba las piedras y las hojas; en la playa hubo huellas de pisadas: un bastón y un zapato abandonados por la muerte. Pero dejadme recordar otros sucesos, comprended que cada día estuve solo, y que necesitaba amar, soñar, envejecer en mi viudez estable. Sabed que eso no es fácil, que todo tiene un precio pactado de antemano: el desayuno, la flor, el ataúd. De estas estampas está hecho el calendario de mi exilio, esa selva de zozobra insobornable, el precio de la alcoba ya única medida de edad, el tiempo con sus cascos de miedo resonando en el sábado, y el hueco del domingo desbordando mi olor a desempleo y desesperación. ¿En dónde hallar una moneda, una sola, dónde esperar la que perdí, ésa que pudo haber sido harina, almohada, viaje o círculo de olvido? Porque sucede que nadie necesita de mis manos limpias ya de pecados y de anillos. Ay, dejadme sollozar de vez en cuando, dejadme solamente una cucharada de arroz, dadme un trozo de candela, un plano de la ciudad y de sus cuevas, una carta de alguien, solamente una moneda. Jorge Enrique Adoum

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Entonces, te pregunto, si no tengo lo que me pertenece, ¿qué me queda sino retornar cada día a la corbata sucia, recoger la gillette que aún puede servirme, contentarme con trozos, con pedazos de cosas, hallar buen sabor a la basura, rondar los cementerios del día disputándoles a los perros y a los viejos su mínima oportunidad de vida, y decir que esto está bien, que todo está bien, porque ésa es la santa voluntad de dios sobre la tierra?

_________________________ De: Notas del hijo pródigo.

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5.- Égloga Esta comarca limita con la sangre y la abundancia. Cada día pude hallar en el bosque iniciales de martirio y hermosura, y sobre la triste arena del país descubierto el rastro que fue dejando la violencia. Oh dulce día indígena enterrado, puro territorio bajo el tiempo y la ceniza: yo amaba al victorioso general de bronce pero hay una historia nueva entre la hierba, una voz heroica que me llama a las raíces: "Sobre mi provincia de paz y de sembrío le cantaba a la leche de la luna, a la grávida montaña; como a una niña protegí a la avena, la cuidaba del hielo con mi cuerpo; las muchachas llevaban audaz olor a perejil entre los pechos. Pero vosotros empezasteis la violencia, dijisteis: Ya no es tuya la tierra. ¿No es mía? ¿No tiene mi rostro la patata? ¿No es mi título la espalda desgarrada por la bestia? ¿No me entregó su múltiple secreto la cabuya? ¿No es mío el sitio donde me sedujeron los helechos? Aquí nací llorando la llovizna y he sembrado en el surco con mis dientes; bajo el arenal está mi territorio donde vive mi padre añadiéndole un pétalo a cada rosa que se quiebra. La semilla no es sino mi goterón endurecido, mi lengua hiere el brutal tabaco sin misericordia. Tú pusiste mi nombre en el arroz: toca, entonces, mis yemas, toca mi rostro que he golpeado contra tu propiedad y la mazorca Jorge Enrique Adoum

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de granizo. Prueba mi sangre, su sabor de castigo en la fruta que abres como a una mujer bajo la luna. Todo lo que tienes a mí me estás quitando: porque sembré y no fue mía la cosecha, porque cuidé tu viña y no gotearon en mis manos los racimos, tampoco tuve el agua y la tierra conquistadas: soledad y pajonal, víbora y destrozo, látigo y sequía estaban destinados a matarme. Alimenté al ganado y no tuve ración en su comida. Pero sé del suelo la dimensión exacta que será reconquistada a tu violencia. ¿No es mío acaso el sitio donde me han matado tanto?" Ahora estoy seguro de mi culpa, ya conozco mi república de hierbas y prodigio. Yo iba como un ciego, llamando con mi bastón a su sal y su neblina, pero me encontraron el héroe y el profeta: porque ésta es la única historia de la tierra. .......................................................... Y ya no estuve solo: la patria se cubrió de muchedumbre: la saludé como si fuera la primera mañana, hallé su zócalo de voluntad, su verdad dura como una geología de combate. Al fin estaba entre mi familia presentida, comencé a descubrir mi origen. Y me llené de héroe. Y esto es también historia exacta.

_______________________ De: Notas del hijo pródigo.

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8.- Se recuerda el amor y la muerte Yo te amé, niña de paz, pero no tuve tiempo para besar tu pelo, no me dejaron lavarte pies y rostro en matrimonio. Fue primero el túnel del mes, fueron los turnos, la celda con cuatro pasos de candado a candado. Después la terrible pureza fue esa sorda huelga contra la barba dorada de los extranjeros. Las grandes muchedumbres se alejaron de la estatua e iban a escucharte. Tú hablabas de nuestra propiedad de suelo y mina, y la gente sabía que la herida de la bestia pegajosa del petróleo o la miel lastimada del salitre, dolían en el corazón del hombre. Y ya no oyó, como antes, la protesta del alacrán o del azufre, sino tu voz salida del pedestal terrestre, del mar que lo sustenta, del cordón borrascoso de las islas. En verdad, no defendimos solamente el mineral sino a los niños que asustados reclamaban por su edad prometida, por sus próximos cumpleaños que hacían dudosos los guerreros. Ay, amor, las transacciones en las manos del gobierno, los convenios, el envío de mensajeros, los tratados de guerra: un fusil por diez adolescentes, esa agitada pólvora por nuestra costa de coral y luna. Y así, después, sin mineral, sin patria, ¿cómo íbamos a cazar la paloma o a romper la rama errante del olivo? Amor de paz, pertenecía al mundo tu ternura, el joven territorio te dictaba profecías, te nacía un olor a humanidad entre las manos y una agua patria Jorge Enrique Adoum

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goteaba sin cesar desde tu pelo. Pero estabas deseada por el odio y no solo me quitaron mi abatida geografía sino también la cita para peinarte junto al río. Y ya no pude besar tus párpados, ni transcurrir ceñido a tu garganta: tenía tu cadáver recostado en la tarde y lloré en tu destrozo sin paz hasta que hubiera la paz abierto sus alas sobre la ola y el desierto. Lloré y combatí. Llevé tus sílabas de ternura como una coraza victoriosa contra la muerte y sus caballos oficiales, y pregunté por ti en las puertas de todas las ciudades, te buscaba en cada muchedumbre, como si nunca te hubiera mezclado con el polvo la violencia. Amor de tierra, joven derruida: tú sabes que llevo tu sangre en mi pañuelo, cada noche lo estudio, ése es el mapa del yacimiento y de la selva defendidos de quienes te mataron; la fecha en que estarías mordiendo las naranjas de la tarde sin guerra y sin disturbio; ése el maravilloso límite del esfuerzo: la patria al otro lado del combate.

______________________ De: Notas del hijo pródigo.

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10.- Fugaz retorno La cocina estaba todavía salpicada de harina y oraciones; la nodriza arropaba al fantasma de la noche, buscaba el itinerario de las naves que trajeran de regreso a un vagabundo. Habían enmohecido las imágenes, envejecido el ruido. En las grandes tinajas el eco de voces conocidas repetía la cuenta del dinero. Se hablaba de adulterios cercanos, de inversiones. "Hay afuera un día de luz, de humana paz y de manzanas. Hay canciones y avanza una multitud que vive y crece. De ella es el reino del futuro. El que sea digno ahora merecerá ese día y será amado. Yo sé qué hora es, cómo me llamo, a dónde voy lleno de orgullo y de noticias. Y no estaré mucho tiempo entre vosotros". No hubo sacrificio de vino o de cordero. La madre, entre dos lágrimas severas, me habló por mi bien, me indicó bondadosa el buen camino, preguntó si tenía otro sombrero. Mas mi hermano, el que solía fabricar delgadas flautas para acompañar el canto de los sembradores y que aún temía la dureza de la herencia y la mirada del búho como un sacerdote, no pudo dormir. "Yo quiero merecer el amor que tú has visto. ¿Cuándo es la felicidad?" "Mañana". Y corrimos, como dos fugitivos, hasta la dura orilla donde se deshacían las estrellas. Los pescadores nos hablaron de victorias sucesivas en provincias cercanas. Y nos mojó los pies una espuma del alba, llena de raíces nuestras y de mundo. Jorge Enrique Adoum

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Yo me fui con tu nombre por la tierra Nadie sabe en dónde queda mi país, lo buscan entristeciéndoe de miopía: no puede ser, tan pequeño ¿y es tanta su desgarradura, tanto su terremoto, tanta su tortura militar, más trópico que el trópico? Tampoco lo sé yo, yo que lo amo a pesar de mis jueces (la Corte se reúne en el café las tardes y ni un testigo sino mi taza que pagaron una vez). Y condenado a muerte en su dulce calabozo, abro los ojos de vez en cuando, lo veo igual y le pregunto: ¿Qué siglo será hoy, dónde se esconde el corazón para hacerme doler? Si de la tierra no te quedara amar sino el paisaje, si solamente te faltara la espada agresiva de su luz. Pero no es ese el caso. Sucede que no estoy orgulloso de mi aldea, ni de su río, el único que sigue siendo el mismo bañándote cien veces, ni de la cometa que enarbolaba el polvo en el mercado. No me dejan estarlo, no me han dejado nunca unos señores compatriotas, cincuenta años en la misma esquina calculando los mismos asuntos importantes -el mundo solo va de tu bolsillo a su bragueta- y ven pasar el tren y no lo toman, ven acercarse el día pero se acuestan, ven la vida pasar pero regresan y animal, voluntariosísimamente, se amarran por el cuello al palo de la iglesia. Debo estar orgulloso ¿de qué, si la ternura solteronas de ambos sexos me robaron en la infancia, aprovechando que no estuve? ¿Y lo demás, cuando indagan si es aún una colonia pobrecita, con la cabeza a un lado, mientras le abren la blusa democráticamente? ¿Qué puedo contestar si ven la fecha de hoy y notan Jorge Enrique Adoum

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que vive el encomendero todavía en su fósil, si me miran llevando a un indio de la mano, aterido de patrón y tiempo, intacto en la obediente piedra, estatua para adentro, con que lo llenaron? Ah si fuera dable por un día limpiar el amor de todo cuanto es cierto, como cuando nos toca los párpados el delirio. Porque a veces no es posible tolerar a la madre con sus cosas. Quisiera entonces que no encuentren la lupa, que no miren de cerca lo difícil, eso no nuestro, tan desprecio, tan asco. Pero insisten y, como soy patriota, digo: "Sucede que los Incas". En dónde queda, di, di qué le hicieron.

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Surrealismo al aire libre El insólito encuentro de una máquina de coser y un paraguas en un mesa de operaciones o relojes con ojos. De modo que pensabais que había que inventar los increíbles. Pero, entonces, ¿no habéis estado en mi país, en mis países, nunca supisteis lo que pasa en su paisaje de colores en cólera, por ejemplo una bota con espuela y un sombrero de cura encima de un cadáver, de un indio por más señas, como si no bastaran los piojos de su historia, cuentas de avemarías? Oh loca simetría de uniformes en la humilde dictadura del difunto, y es tan sabido el cada día americano que también lo morimos de memoria, y es tan igual a la vejez el hambre cuando empieza por adentro a desvestirnos, y están los dientes importantes que nos muerden la tierra, y la Virgen con gorra y con polainas. Eso es así, es así, es así más que qué, más Américas en las bodegas del olvido, más eco regresando a la puerta del grito, buscándose la culpa como una culebra. Qué sabíais, entonces, si no estas estampas, si no esta atroz baraja del delito, ni cómo inventaríais nada igual a ese muerto que murió sin decir nada, llorándose los gusanos que le quedaban desde cuando le dejaron un rato sin matarle. Pero esto no es pintura ni palabra lograda: sucede, nada más, después de misa, después de la independencia y otras tonadas de larga duración. Pero la sangre, no el llanto, tiene ahora la palabra y ha de reír mejor al último de tanto. Jorge Enrique Adoum

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Condecoración y ascenso Homenaje a Newton Moreno ¿Has preguntado, di, te has preguntado, cuando el fácil cuchillo metió su lámina abusiva en el costado, hurgándole su hueso de agonía, dónde está el centinela, dónde la guardia? No preguntaste nunca, nunca supiste dónde estaba cuando la pisada de torpes poderosas suelas vino a espantar la iguana de las islas mayores, vino a orinar en nuestros pedestales, vino a pegar su chicle en nuestro idioma. Estaba ¡firmes! donde toda la vida ha estado, disparándonos, templando la red del tiro contra el pez del hombre, puntería sin fecha fija contra el desocupado, Alto Mando contra los panaderos para hacerlos leña a la salida de la harina, matándonos de octubre a julio y de mayo a enero cuando aprendíamos a combatir con piedrecillas, ramas de álamo, poemas: chatarra contra los cuadernos de filosofía, chatarra contra el alba de otro día. Ahora está también donde toda la vida, agonizando indios en la cárcel y en el surco, abriéndoles la voz a puñetazos. Si no han hablado en cuatrocientos años de golpes prehistóricos, terrestres, si no han dicho nada ni de sus otras muertes. Desde lo inmemorial de esta fotografía están dándole coces entre todos, dándole Dios, Patria y Libertad para que aprendan. ¿Nuevos amos con estrellas en el páramo del hombro? No, nuevos mayordomos, Generales, Jorge Enrique Adoum

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nuevos aciales para la antigüedad del odio, como si se tratara de un remordimiento en su espejo tenebroso, vengándose del padre o más bien del ovario, por suprimir su piel color de América, su pelo pensativo, su cornada, para que nadie grite ¡Traidor! con todo el cuerpo. No lo creíais, madres, entre tanta leche y cacerolas, pero las camisas del hijo ensangrentadas, sus tambores, pero los dientes que os devuelven de la celda, pero el cadáver. Me han matado así entre otros al amigo con quien cuando muchachos disputábamos el único Lautréamont que llegó al pueblo. Era tan miope que debió acercarse mucho para verme y cuando me di cuenta había entrado en mi alma. Así entró en la ley, lleno de lentes, buscándole un rincón, un banco donde pueda sentarse a no morir el campesino y su gallina. Lo han matado por eso, me lo han muerto a golpes, a frío y golpes de oficial, dejándole migas de sol cada tres días, pateándole por dentro a Maldoror antiburgués y justo, golpeándolo como una puerta contra las paredes de cuarteles, hospitales, tumbas. Su borbotón de bueno, el triste pie, sus anteojos que no fueron a su entierro. Están matando, todavía, donde toda la vida pagamos por su oficio eficaz, profesional. Pero, carajo, también se resucita por capricho.

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Poética a dos voces Aves corola que deshoja sin preguntar el viento "-... vinieron en la noche, derribaron la puerta..." por sus propios colores perseguidas "-... hirieron al hermano y quemaron los libros..." con las alas mojadas en estanques de altura "-... bajaron a registrar hasta abajo del suelo..." flechas del paraíso clavadas a su aliento "-... rompieron los retratos, desgarraron mis ropas..." las lineales celosas ahogadas del aire "-... entre caballos se llevaron al marido..." otoños en exilio forasteras del tiempo "-... le colgaron de los dedos quebrándole las manos..." guareciendo su pluma en bodas de algodones "-... le han dejado con los pies en agua helada..." amor que se adormece en la ola del vuelo "-... ha muerto y lo enterraron no sé en dónde..." con burbujas de nube entre los remos "-... hoy se llevaron ya hasta a los niños." Yo quería añadir: Su orden de aluminio... Pero no puedo, pero no me dejan y no quiero y me callo. Tal vez matarlos es ahora el poema más puro.

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No es nada, no temas, es solamente América Cuando supe (porque yo soy así, aquel que se levanta a golpes, se desentierra, se pone el cuerpo que dejó en la silla, la esperanza que ya no le servía sino como una mala dentadura, y sale, más bien se saca, para ver cómo han ido los días de allá afuera, cómo sigue la insolente estatua de los dictadores, casco arriba y casco abajo, animal de baraja, poniéndose mala madre por su cuenta, mala hostia en el verano enamorado, mala piedra en su rocío, su memoria, solo para que tropiece el desterrado, caiga apenas, a duras penas, crea que se equivoca, que no tiene razón en su raíz) me desperté asustado. En dónde estoy, grité, después de tanto esfuerzo, hasta cuándo es antes todavía, cómo me llamo entonces, para qué me llamo. (Porque todo olía a siempre, a sufrimiento viejo, muerte de ayer que no valió de nada, absurdo en que han quedado restos de la telarañada cena, y todavía, todavía hay que poner la mesa, camareros, perezosos profetas consuetudinarios, ponerle voluntad al pan, servir el desayuno de los pobres, sin tanto regresar a hoy, error de fecha, digo, y tantos siglos sin lavar la servilleta.) Y no pude seguir desaprendiendo a pura historia, y no pude apretarle el cinturón al corazón para que aguante. Mejor nos fuimos, prójimo y yo, a rehacer lo roto, los vestidos, a preparar las vísperas. Aún no he vuelto y no sé cuándo volveré a morir: no tengo tiempo. Jorge Enrique Adoum

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Despedida y no Como un muerto, amor, yo me incorporo, echo puñados de olvido y grava, tablas que mordí, piedras, lo que queda de mí y de las flores que un día me pusieron, y todo lo que echaron sobre ti para enterrarme: las embriagueces de la equivocación, toda la complicidad por amor, todo el amor que confundí con el silencio, los clavos que no me dejaban ir hasta tu frente. Le devuelvo a tu ayer la herencia injusta que me dejó en los ojos, mi desesperación hecha de tierra, el llanto que sacaba su alcohol a las primeras cuerdas del pasillo, mi angustia que presentía tu preñez, mis raíces atadas a tu verdad enorme, tu alarido en la espalda. Ahí quedan mi camastro con sus sábanas de soledad y de melancolía, mi empleo, mi patrón, mi desempleo, mis deudas de aguardiente y aspirina, mis zapatos llenos de no hay vacantes y costuras, los almuerzos en que me ponían un libro abierto sobre el plato, mi espera de la gran ocasión, de la gran cosa, del gran día. Aquí comienzo, salgo del rencor como de madre, me pongo todos los huesos. Yo me voy de este hotel de pesadumbre a hoy día, yo me voy a aprender la esperanza como una lengua antigua que olvidé entre los escombros de tanto ser caído en el fracaso, pero tengo con quién hablar, con los que han muerto por carta y no lo creo y llegan a enseñarme su boleto, tu recibo hecho pedazos por la crueldad del día y las ráfagas del año. Henos aquí, botín de tus edades, hasta l altura a que has crecido, hasta la línea del posterior rescate, prisionera de ti. Almas amontonadas junto al muro, Jorge Enrique Adoum

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caras contra la pared para verte por dentro ese rostro de hermosa que estaba en las medallas, y agarradas las manos a lápices, fusiles, herramientas, cucharas: la batalla es contigo y el regreso es contigo, porque has de ser feliz aunque no quieras.

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