Jürgen Habermas sobre Alexander Kluge

Jürgen Habermas sobre Alexander Kluge TOPO BENEFICIOSO QUE DESTROZA LAS BELLAS PRADERAS. EL PREMIO LESSING PARA ALEXANDER KLUGE1 I El Premio Lessing

0 downloads 88 Views 68KB Size

Story Transcript

Jürgen Habermas sobre Alexander Kluge TOPO BENEFICIOSO QUE DESTROZA LAS BELLAS PRADERAS. EL PREMIO LESSING PARA ALEXANDER KLUGE1

I El Premio Lessing para Alexander Kluge: la constelación de estos dos nombres tiene algo directamente evidente. ¿Por qué algo directamente evidente resulta, sin embargo, tan poco fácil de explicar?. Entre Lessing y Kluge saltan a la vista, claro está, los puntos en común. Ciertamente, el dramaturgo propone una dramaturgia y el cineasta de películas de autor es su propio teórico cinematográfico. Ambos son estetas igual de influyentes. Lessing no estaba seguro de que "la finalidad última de la fábula fuera [...] la enseñanza moral". Kluge describe procesos de aprendizaje con desenlace fatal, pero siempre tenazmente aferrado a una idea de vida correcta. E incluso la apelación de Lessing al lector en la conclusión de la pieza nonagésimo quinta de la Dramaturgia de Hamburgo podría provenir de Kluge: Mis ideas pueden ser tan inconexas como se quiera, e incluso puede parecer que se contradicen: basta con que estas ideas aporten (a mis lectores y espectadores) un material de reflexión. No pretendo otra cosa que esparcir fermenta cognitions2 Semillas de conocimiento: es lo que deben ser, efectivamente, estos relatos singulares en escritura, sonido e imagen. Si bien reflejan las calamidades del siglo XX, se remiten no obstante al espíritu del XVIII. Lessing, por ejemplo, considera a Diderot como la mayor autoridad después de Aristóteles y, asimismo, la Documentación de Stalingrado de Alexander Kluge termina con una frase de Lessing. La frase reza así: "Nadie tiene por naturaleza derecho a dar órdenes a otro". Y esto trae a la memoria la figura de aquel director de colegio, Schincke, que siempre se sentía desconcertado cuando alguien le obedecía. A pesar de todos los puntos en común, sin duda, la distancia de doscientos años también deja tras de sí sus huellas. Sólo el amigo y maestro Adorno debería colocarse entre él y Lessing antes de que Kluge, por ejemplo, pudiera hacer la reflexión sobre cuánta debilidad es necesaria para que alguien llegue a ser ilustrado. Lo que, en cambio, separa a Kluge de Adorno es una tendencia casi paleo-ilustrada al pragmatismo, un sentido para la consecución de pequeños éxitos. Kluge, por supuesto, no es un ingenuo: "Alguien es vulnerable únicamente mientras", afirma él, "tenga un objetivo. Nunca se obtiene, por ejemplo, una mujer si uno se lo propone". A pesar de ser consciente de su vulnerabilidad, Kluge no desiste de seguir marcándose determinados propósitos. Diseña proyectos y tiene éxito con ello. Contrariamente a la presunción de que se trata de creaciones de Kluge, los rótulos de empresas por los que cualquiera tiene que pasar al ir a buscar a Kluge a su oficina son, de hecho, auténticos. Kluge, el solitario, apuesta a la productividad de la cooperación. Muestra de ello no sólo son el Manifiesto de Oberhausen, una Ley de Promoción del Cine, aquella famosa película por episodios Deutschland im Herbst o la Kulturschiene en la televisión por satélite: en general, todo lo que se esconde bajo los enigmáticos caracteres "dctp". A la cooperación con un espíritu de índole bien distinta como es Oskar Negt se deben incluso productos que adquirieron el rango de libros de culto para toda una generación de lectores. 1

Laudatio del 25 de setiembre de 1990.

2

G.E. Lessing, Dramaturgia de Hamburgo, Publicación de la Asociación de Directores de Escena de España, Madrid, 1993, p.500 (N. Del T.) www.goethe.de/buenosaires

Al borde del abismo no es posible tanto pragmatismo sin una seguridad. Kluge no se deja desanimar y él tampoco desanima a los demás. Sin hacer ninguna concesión a lo afirmativo, conserva una especie de seguridad quebradiza, y la comparte con los demás. No se trata, por supuesto, de esa clases de seguridad que confunden con la realidad aquello que meramente compensa la caducidad de lo existente y que meramente le presta apariencia de normalidad y coherencia. No es tampoco la seguridad que hace gala del acceso privilegiado a lo extraordinario y que explica a una comunidad de iniciados el amor fati. Y aun menos la seguridad de Kluge se apoya en una crítica basada en el conocimiento precedente recopilado en el transcurso de la historia. Por ello coincide Kluge de nuevo con Lessing: primus sapientiae gradus est, falsa intellegere. El conocimiento no debe agotarse en la crítica. La confianza, considerada en términos de filosofía de la historia, que, dicho sea de paso, Kluge nunca poseyó tampoco puede tornarse en él en aquel negativismo en donde la totalidad se convierte en lo no verdadero. Kluge desconfía de la totalidad en cualquiera de sus formas. Se desprende de la dialéctica negativa sin abandonar su comprensión. Y, de este modo, se procura aire para aquel precario momento de seguridad que le permite, a pesar de todo, una proximidad con Lessing.

II Ahora existen buenas razones para distinguir a intelectuales de este tipo, justo en un momento en el que intelectuales reprochan a intelectuales que continúen sin querer resignarse con el estado del mundo, tan bello como es. Biermann y Sarah Kirsch y los demás tienen acreditado derecho para pedir explicaciones a quienes han compartido con ellos una historia común. Pero en el ardor con el que los naturales del país pidieron cuenta a los intelectuales de la República Democrática Alemana se encuentra presente no sólo, de todas maneras no en cualquier caso, la sensibilidad moral frente a una inacción que, de hecho, a penas se diferencia de la complicidad. En este ardor, así me lo parece, se delata también algo de los antiguos buenos rencores alemanes contra el pensamiento trascendente que fracasa por causa de lo real. No sólo allí a los intelectuales se les toma nota de su inacción. Aquí también se utiliza a los intelectuales como envases estimulantes, como suplentes para todos los que se han comprometido por algo que sobrepasa el juste mellieu y prometía un giro hacia lo mejor. El estalinismo tiene que ser reconducido ahora a sus auténticas raíces: como el movimiento utópico que impide el acuerdo. Debe terminarse, por fin, con los hacedores de proyectos y los sabihondos. A los sonámbulos se les silba para que retornen al ámbito privado. Que los poetas sigan poetizando, los investigadores investigando y los hombres de Estado haciendo Estado: preferiblemente con repique de campanas. Que nadie pueda persuadir a nadie. Nada de estar a favor o en contra: el código mismo debe retirarse de la circulación. Ahora bien, el código de Kluge no es tan fácil de descifrar. Kluge no se adapta a un esquema: ninguna gran teoría, ninguna actitud clave, sin polémica, sin señales unívocas ni grandes palabras, y, sin embargo, siempre con algo así como un antiguo receptáculo a la búsqueda de oligoelementos de energías utópicas fundidas. Kluge va de puntillas y espera que el esmalte se exfolie. En las fisuras del barniz se rebelan las energías de la vida reprimida. Se manifiestan sólo en plural y en los pequeños formatos de los detalles imperceptibles, en los márgenes de la vida cotidiana, y de un modo absolutamente profano. La mirada casuística de Kluge sobre el mundo administrado no es la mirada de un entomólogo distanciado; es la mirada del jurista irritado que observa la telaraña y la presa, por cierto, no sin admiración por la creatividad letal de la araña; pero observa con el propósito de descubrir para la presa caída una salida hacia la libertad.

III Esta mirada acechante e indagadora de soluciones estaba ya presente en aquellas trayectorias vitales de Anita G. Y del juez de primera instancia Korti con las que se cimentó la fama literaria de una joven asesor jurídico Kluge. Ustedes recordarán esta inquieta vagabunda llamada Anita www.goethe.de/buenosaires

G., de origen burgués. Ella, con sus pequeños robos, estafas y malversaciones, provoca de manera intencionada una ola de persecución policial que, a la postre, envuelve a ella y su hijo y que, más tarde, los acaba sepultando a ambos bajo sí. El autor reconstruye los movimientos de esta mujer que de alguna manera completamente impertérrita se precipita hacia la depresión nerviosa en un hospital penitenciario renano. Reconstruye estos movimientos partiendo de las actas del fiscal, esto es, de tal modo que la biografía de la delincuente vibra en la red de los conceptos jurídicos. Estos conceptos, que están cortados al talle de la averiguación de la figura delictiva y de la subsunción, penetran en todo. No obstante, las relaciones y los episodios privados quedan atrapados en las categorías de consentimiento y requerimiento, provecho y dolo. Pero los motivos vitales de esta mujer, los motivos, miedos y deseos incomprensibles configuran en virtud de esta reconstrucción tan sólo un pozo turbio. El fiscal se pregunta "¿Por qué esta persona inteligente no ordena sus asuntos de manera satisfactoria? [...]¿Por qué no traba amistad con el hombre que se esfuerza por conseguirla?, ¿Por qué no se yergue ante el terreno de los hechos?, ¿No quiere ella?". El mundo del fiscal no es lo suficientemente racional como para admitir una respuesta a cuestiones tan comprensibles. Exactamente ésta es la razón, según nos deja ver el autor entre líneas, por las que se plantean éstas preguntas en general. El terreno de los hechos se abomba en un receptáculo de la vida en el que la vida misma se estanca como sedimento. El mundo del derecho es un mundo de burocracia. En las historias de Kluge, una tras otra, la burocracia da prueba de su propia racionalidad irracional. No obstante, ésta no es precisamente la historia completa. El aparato judicial alberga aún una idea. Dado que se ha atrincherado, sin embargo, tras sus muros burocráticos para así defender fuera la idea de la justicia frente al mundo injusto, tiene que pervertir esta idea: aproximadamente como pasó con aquel comisario de la policía criminal llamado Scheliha que en enero de 1945, partiendo de Berlín, emprendió un viaje en comisión de servicio a la disputada ciudad de Elbing para aclarar el caso dudoso de asesinato según las estrictas reglas de un sumario jurídico; en el transcurso de una breve escaramuza ardieron las actas correspondientes. Así y todo, ésta no es la idea de justicia misma, que se deforma al adoptar como distintivo este "fiat justitia pereat mundus", sino sólo una justicia sin facultad de juicio y sin contacto con la realidad. Kluge sabe demasiado bien como se desenvuelve una organización, cómo puede urdirse algo sobre ella, como para no dejarse impresionar por el núcleo racional de este entramado de acción organizado artificialmente de forma jurídica. Esta capacidad de diferenciar refrena a Kluge; puede hacerle titubear: por ejemplo: en la mirada retrospectiva sobre la espeluznante normalidad del acomodaticio juez Korti se deja llevar sin reserva por un juicio exclusivamente kafkiano. Cito: " En 1800 hubiera bastado un artículo de periódico para eliminar a Korti; en 1900 hubiera sido necesario para ello un movimiento de reforma. En 1962", el año de la publicación del libro, "quizás no hubiera sido suficiente con un tumulto para eliminar a Korti. Y, ¿quién emprende ya un tumulto contra Korti?. El fin de Korti se encuentra todavía en una lejanía distante, efectivamente: el fin de Korti se remite por de pronto a una lejanía siempre distante". Téngase en cuenta que este "por de pronto" no se encierra ninguna reserva teológica. La reserva surgida de una seguridad quebradiza es de un tipo completamente profano.

IV Kluge considera las cosas sin olvidar qué aspecto tienen desde la mayor distancia y desde la proximidad más cercana. Él fija la mirada sobre los puntos de sutura donde las categorías de derecho y organización intervienen en las trayectorias vitales. Deshace pacientemente estas suturas de nuevo y tropieza allí con la inteligencia oprimida de la vida cotidiana, con los deseos, fantasías y emociones, con virtudes y habilidades sublimes. Descubre la racionalidad, en términos del mundo de la vida, de aquel saber soterrado, acumulado durante generaciones, del que se nutren los grandes sistemas. Incluso en los pequeños impresos de las ordenanzas del servicio militar Kluge descubre las huellas de una actividad intelectual útil. Kluge cita presuntamente tengo que añadir yo las comillas-: "Frente al alcohol como medio de protección contra el frío no cabe advertir de manera suficientemente enérgica. El alcohol amplía los poros www.goethe.de/buenosaires

de la piel y tan sólo simula un sentimiento de calor. Únicamente debe ser repartido cuando a continuación sea de esperar una estancia más larga en espacios calientes". Ahora bien, este compacto trasfondo de un mundo de la vida inteligente y vuelto sobre sí convierte en algo sumamente incomprensible los grandes acontecimientos y la desolada situación de la historia. Esto es lo que Gabi Teichert no entiende: aquella patriota de la película, para mi gusto, más bella de Kluge, que, por cierto, nunca pone la palabra "patriota" en los labios. Ella tan sólo se encoge de hombros cuando se describe cualquier cosa que sucede en Stalingrado como una consecuencia necesaria de cualquier otra cosa. Gabi Teicher, también ella una mujer, se interesa por el absurdo específico de la historia: "Porque", dice ella, "es obvio que con ellos estaban las tropas y los suboficiales. ¿Cómo se hubiera podido impedir que 3000 soldados cayeran en la trampa cuando, por ejemplo, el general Paulus no ordenó la huida?". Las dificultades del proceso de entendimiento no le valen. Como prueba, Gabi Teichert se acuerda de una situación en abril de 1945 cuando se divulgó - en Hamburg-Harburg - la noticia de la llegada de un tren cargado con carbón y alimentos "de tal modo que pronto 9000 mujeres -de nuevo mujeres- y adolescentes con carretillas de mano y sacos acudieron corriendo sin que se supiera cómo previamente pudieron ponerse de acuerdo en tan poco tiempo". Esto sucedía, sin embargo, en abril de 1945, entre dos épocas. El momento de la catástrofe es el de la emancipación. Kluge se interesa por los puntos de cambio en donde se decide una batalla, una guerra, una época. Paso a paso persigue la estructura organizativa del desastre de Stalingrado -una gran empresa militar que no resultó de la premeditación y la cooperación, esto hubiera sido la vida correcta, sino de la casualidad y la autorregulación y que, por lo demás, permanecía a expensas de trayectorias vitales difícilmente controlables y de su saber soterrado-. El médico militar de Stalingrado tenía todo bajo control, pero tenía también la suerte de contar entre sus sanitarios a un viejo minero que para comunicar el búnker de operaciones y el búnker de los operados recorría un pasillo subterráneo de aproximadamente siete kilómetros de largo. El conjunto funciona sólo mientras el sistema ponga en marcha el mundo de la vida. Esto cambia en el momento de la catástrofe, cuando una organización, el ejército alemán, se desmorona, y la siguiente organización, la de los prisioneros de guerra rusos, aún no se ha constituido. Este momento de total postración, dado que una situación organizada pasa por encima de la otra, es el único momento de libertad. En esto se parece el desgraciado febrero de 1942 en Stalingrado al abril de 1945, cuando sucedió el traumático ataque aéreo a Halberstadt. La hora cero, la ficción de la libertad, el momento de la anarquía, cuando la historia contiene el aliento, los trenes del Reichsbahn3 ya no tienen ningún plan de circulaciones, es lo que ha ocupado una y otra vez la fantasía de Kluge. Por supuesto, él sabe tan bien como Niklas Luhmann que el continuum interrumpido cicatriza de nuevo, que la nueva situación organizada se parece a la antigua casi como un huevo a otro. Pero en los escombros de esta verdad trivial atiza Kluge de manera incansable las agonizantes chispas de la libertad. Tan sólo los sistemas funcionales se ocupan de algo así como de la propiedad de la ultraestabilidad. Esto significa para Kluge tanto como aquella frase de que únicamente las cucarachas sobrevivirán al próximo ataque atómico.

V A un observador que haya hecho propia la óptica de Kluge, la historia alemana durante los últimos doce meses le ha regalado un rico material de ilustración. Me imagino que Kluge, como ya en 1968, como ya en 1977, así como también desde noviembre de 1989, en septiembre de 1989 se encuentra otra vez junto al telescopio y observa los movimientos de las tropas. De manera intensa observa el feliz contraste de Stalingrado: cuarenta y cinco años después de la

3

La Deutsche Reichsbahn fue la compañía estatal de ferrocarriles alemanes entre 1920 y 1945. En la República Democrática Alemana se mantuvo esa denominación hasta 1990 (N.del T.). www.goethe.de/buenosaires

terminación de las acciones bélicas sucede ahora algo así como la terminación de la guerra. Y de nuevo le interesan las peripecias, tanto la agudización de la trama como el cambio brusco. Me imagino la lista de textos de una película planificada aproximadamente de esta manera. Al principio están los deseos y expectativas pertinaces, las reflexiones provechosas de los que se reúnen en la iglesia o se evaden por la frontera húngara, sobre todo los miedos y las esperanzas de los que porfían con los tanques en plena calle. Luego Krenz, como la mueca de un orden que se derrumba. Después de la apertura del muro, el momento de la liberación, el poder de los sentimientos. En la mitad de la transición de una situación organizada hacia el próximo agotamiento, aligeramiento, alegría. Irrupción en los edificios de la Stasi4. Custodia de las actas. Intentos de orientación, intentos de sostener lo máximo posible la situación transitoria. Pero la mesa redonda cojea, no encuentra un sitio fijo. Una pata es demasiado corta, otra está amputada con herramientas importadas del Oeste. Sólo quedan reuniones de espiritismo. Trabajo intelectual para una nueva constitución; las espadas convertidas en arados: ¡Dios mío!, ¿cuánto tiempo hace de esto?. Me imagino cómo Kluge, cuya película por un motivo dado debe llevar el título de Teatro Nacional Alemán, describe la estructura organizativa de la felicidad. La invasión de los visigodos. La puesta en marcha de la red organizativa incólume de los partidos del bloque. Los viejos Pgs5 son los nuevos Pgs. Masas jubilosas zambullidas en negro-rojo-dorado. Ludwig Erhard y el tekel. Mayorías correctas, planes de circulación correctos. La administración federal de trenes establece las conexiones. El proceso schumpeteriano de la destrucción creativa sigue su curso. Me imagino cómo Kluge condensa simbólicamente, como siempre, la realización de la nueva situación organizativa. Un semanario de Hamburgo puso en marcha una encuesta sobre el tema de la nueva fiesta nacional. Un antiguo magistrado del Tribunal Constitucional quiere mantener abierta una opción para el día de la puesta en vigor de la nueva Constitución, otros quieren tan sólo legalizar como fiesta nacional, celebrada ya de manera consuetudinaria, la victoria futbolística de Roma. La mayoría de las voces se pronuncian, sin embargo, por una solución nacional-burocrática. La ejecución administrativa y sin contratiempos de la unificación encuentra reconocimiento entre las cabezas directivas del país: los tratados de Estado sacados como por arte de encantamiento de los maletines han conjurado cualquier injerencia del pueblo y han silenciado en gran parte a los parlamentos. Esta aséptica unidad, alcanzada por vía administrativa, tiene que ser coronada como corresponde. El Consejo de Ministros, de manera agradecida, hace suya la iniciativa del mundo intelectual. Dispone la onomástica de un secretario de Estado que de manera decisiva ha participado en las negociaciones como día conmemorativo de la restauración de la unidad nacional, como jornada libre escolar y laboralmente. Me imagino que el libro sobre la película contendrá muchas ilustraciones y testimonios de la época. Un capítulo estará reservado a la declaración de uno de nuestros queridos historiadores del FAZ6: "Únicamente la nación puede hacer soportable el final del comunismo. La nación compensa el carácter caduco de las cosas humanas". Al día siguiente Alain Touraine defenderá en Le Monde la categoría de sociedad contra el ofuscamiento nacional de la conciencia pública. Kluge abre una ventana más por medio de una entrevista en Der Spiegel con el civilista Jens Reich. Cita: "Yo estoy más bien decepcionado de que se haya descolgado del techo la lámpara de araña. Todo el país se ha desplomado. No voy a permitir que me

4

Stasi es la abreviatura del Staatssicherheitsdienst, esto es, de la temible policía secreta de la antigua República Democrática de Alemania (N.del T.).

5

Pgs es la abreviatura de Parteigenosse, esto es, "socio del partido". En particular, era la forma habitual de llamar a los miembros del Partido Nacionalsocialista Alemán (N.del T.). 6

FAZ es la abreviatura del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung (N.del T.). www.goethe.de/buenosaires

convenzan de que esto ha sido un desenlace inevitable". Kluge y Reich han ido a la misma escuela. Me imagino que Kluge, tras una conversación con Jens Reich, recapacita sobre sus planes, luego se marcha a Halberstadt para el rodaje y a continuación deja en manos de su mantadora Beate Mainka-Jellinghaus el material cinematográfico para su posterior elaboración.

VI Kluge es un maestro de historias surrealistas, pues piensa que la realidad no se deja representar de otra manera. No se sabrá jamás si aquello que Kluge relata como hechos son hechos. Pero tal como él los relata resulta claro que podrían haber ocurrido exactamente así. Cita: "Los reformadores en el ejército consiguieron hasta la primavera de 1942 que en las unidades de tropas al sur del Loira el botón superior del uniforme pudiera permanecer desabrochado en verano". Quien haya visto cómo Stefan Aust, imbuido de un espíritu completamente klugesiano, ha presentado el olor a naftalina de la Stasi, ya no dudará del realismo de Kluge. En el fragmento vigésimo tercero de la Dramaturgia de Hamburgo, Lessing responde a la cuestión de hasta qué punto el poeta está autorizado a desviarse de la verdad histórica con la siguiente frase: "En todo, sólo los caracteres son sagrados para él"7. Kluge comparte la visión dramatúrgica de Lessing sobre una historia que ha de ser arrancada de la mano de los historiadores. Dado que para el escritor sólo son sagradas las trayectorias vitales, no tiene ningún respeto por las fronteras entre la documentación y la ficción. Sólo cuando una historia es suficientemente grotesca puede presumirse que es verdadera.

VII Kluge es también, como ustedes saben, un maestro del montaje, ya que la realidad no se deja mostrar de otra manera que como realidad desmenuzada en su conjunto. Once menos once es un título que recuerda el inicio de la sesión de carnaval. Todas las noches de los lunes, como si los organizadores se avergonzaran, comienza la emisión la mayoría de las veces sólo después de las once, más bien a las once y once que a las once menos once. Todas las noches de los lunes Kluge escenifica en la cadena RTL durante un cuarto de hora el desmoronamiento de aquel bello orden que las emisoras han preparado durante el día para sus espectadores. Lessing dio, como es conocido, una nueva interpretación al concepto aristotélico de mimesis. Kluge revoluciona una vez más el concepto de imitación: el montaje es un medio para romper el falso continuum y de este modo imitar las consecuencias de una catástrofe: "Por un momento todas las relaciones se vuelven transparentes en el instante de la sacudida catastrófica y a consecuencia de ello se ensamblan de manera falsa: en ningún lugar conforman una relación humana o incluso meramente posible". Como apenas ningún otro contemporáneo este autor merece -de esto estoy convencido- el Premio de la ciudad de Hamburgo instituido en homenaje a Lessing.

7

G. E. Lessing, Dramaturgia de Hamburgo, cit., p. 184 (N.del T.). www.goethe.de/buenosaires

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.