La Bienaventuranza. de los. PABLO: el dios de este siglo TERMINAR LA CARRERA. que prediques la Palabra... 2 Timoteo 4:2

“que prediques la Palabra...” 2 Timoteo 4:2 ÓRGANO FORMATIVO E INFORMATIVO DEL SEMINARIO TEOLÓGICO BAUTISTA MEXICANO MAYO / 2013 La Bienaventuranza

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Story Transcript

“que prediques la Palabra...” 2 Timoteo 4:2

ÓRGANO FORMATIVO E INFORMATIVO DEL SEMINARIO TEOLÓGICO BAUTISTA MEXICANO MAYO / 2013

La Bienaventuranza

PABLO: Y el “dios” de este siglo

que lloran de los

TERMINAR LA CARRERA

ÓRGANO FORMATIVO E INFORMATIVO DEL SEMINARIO TEOLÓGICO BAUTISTA MEXICANO MAYO / 2013

“que prediques la Palabra...” 2 Timoteo 4:2

DIRECTORIO Director y Editor: Misael Pascual López Diseño Editorial: Adán R. Fuentes Barrera [email protected]

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:1-9

Distribución y Publicidad: Edgar A. López De la Paz Lizbeth J. Azcorra Robledo

DIRECTORIO DEL S.T.B.M. Presidente de la C.N.B.M.: José Trinidad Bonilla Morales Vicepresidente de Educación Teológica: Elías Salvador Ramírez López Presidente de CoEducate: Susana Irene Blake de Ramírez Director: Daniel Jiménez Torija Decano Académico: Misael Pascual López Administrador: Fernando Hernández Zepeda

EDITORIAL

¿Ministerios exitosos? “Jesús, el hombre exitoso por antonomasia, quien conquistó la victoria sobre la muerte, el pecado y Satanás también fue capaz de hablar de su pobreza...”

No cabe duda que alcanzar el éxito, sobre todo, el éxito a la manera del mundo, sigue siendo el verdadero apetito de muchos. Por todas partes se respira una avidez por los resultados espectaculares, la ambición por ser visto y elogiado, el deseo de ser reconocido como el personaje de la fórmula mágica para los grandes males, o sencillamente ser visto como alguien que regularmente cosecha triunfos. Así, en esta carrera, el éxito es definido por muchos en función de números o conquistas alcanzadas. Pero alcanzar el éxito tiene su motivación: atraer los reflectores y ser homenajeado. En esta loca carrera quedan incluidos no pocos cristianos, aunque la actitud en este caso trate de enmascararse con una pretendida espiritualidad. Hay por ejemplo, quienes hablan del “poder de Dios” porque el templo está repleto de personas, o que “el Señor es fiel” porque les permite viajar, comer en los mejores restaurantes y dormir en los mejores hoteles (me pregunto si cuando se pastorea una iglesia pequeña se está lejos del poder de Dios, o el Señor deja de ser fiel cuando se pasa por pobreza, limitaciones materiales o una crisis). Los hay también quienes en su búsqueda de admiración inflan cifras o magnifican eventos. He escuchado de quienes dicen hablar idiomas bíblicos cuando en realidad sólo conocen algunos aspectos elementales de griego, hebreo o arameo; o de quienes presumen que acaban de atender una conferencia con una multitud de oyentes cuando en realidad han hablado ante unas cuantas decenas de asistentes. Esto que no pocos suelen llamar “éxito ministerial” es en realidad un éxito espurio. De esta manera, la búsqueda compulsiva del éxito ha sido el medio sutil para fomentar en la vida la mentira, la simulación, la falta de autenticidad, el exhibicionismo. No es fortuito que nadie use el facebook para hablar de sus luchas, frustraciones y derrotas; ahí todo es bonanza y éxito. Padecemos de una especie de esnobismo en el que intentamos hablar el lenguaje, vivir la vida y mostrar los goces de quienes consideramos superiores. Nuestro ambiente huele a un extraño incienso, producto del culto al dios éxito.

Por Misael Pascual

No puede negarse que los seres humanos tenemos necesidad de reconocimiento, porque la ausencia de éste, al parecer impacta negativa y significativamente la autoestima con otros efectos colaterales. Pero de la satisfacción de una necesidad legítima en una manera legítima, a la búsqueda compulsiva de los reflectores para exhibir el supuesto éxito hay una gran diferencia. En este terreno pantanoso es donde los cristianos, especialmente los ministros o líderes deben tener mucho cuidado. Vale entonces la pena recordar que el éxito no necesariamente está ligado a los números, a lo que es visible a simple vista, a lo inmediato, a lo espectacular. Jesús, el hombre exitoso por antonomasia, quien conquistó la victoria sobre la muerte, el pecado y Satanás también fue capaz de hablar de su pobreza cuando dijo “…el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.” (Mateo 8:20). Estuvo también dispuesto a sacrificar el éxito de tener muchos discípulos cuando le abandonaban a causa de sus palabras y él se atrevió a preguntarle a los que quedaban “¿También ustedes quieren marcharse?” (Juan 6:67). Vale la pena recordar que bajo la óptica del mundo Jeremías habría sido un perfecto fracasado. C. Paul Gray en su comentario sobre el libro del profeta escribe “Es cierto que con su mensaje oscuro y triste, Jeremías no es un personaje atractivo. Aquellos que confían demasiado en sí mismos y adoran al “dios del éxito inmediato”, sólo pueden menospreciar a Jeremías.” Sin embargo, sabemos que este profeta de Dios fue el hombre ideal para comunicar el mensaje del cielo en una época de aguda crisis moral y espiritual del Reino del Sur. En una reunión de capilla de nuestro seminario hace apenas unos días atrás, un predicador dijo que tener éxito es hacer lo que Dios quiere que hagamos. Estoy de acuerdo. De qué serviría ser vitoreado por los hombres pero estar reprobado delante de Dios. Cumplir con sus propósitos es dar en el blanco, y esto no tiene que ver con espectacularidad alguna, sino con una relación estrecha con él. Que él nos ayude en nuestra gran necesidad de ser exitosos conforme a su corazón. ¡Ánimo!

Misael Pascual López

APERTURA DEL CICLO ESCOLAR 2013-2014 DÍAS DE ORIENTACIÓN ACADÉMICA DEL 21 AL 23 DE AGOSTO CULTO DE APERTURA 24 DE AGOSTO, 18:00 HRS.

La Bienaventuranza Bienaventuranza de los

que Lloran

Mateo 5:4

Jorge Eduardo Garay

“Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor. ”. (Jeremías 31:13)

La Bienaventuranza Bienaventuranza de los

que Lloran Sin lugar a dudas, una experiencia determinante en la vida y en el ministerio de Martín Lutero, fue su constante lucha con la depresión. Afortunadamente para solucionar este problema, Lutero contaba con la ayuda del mejor “medico” posible: el vicario de la Orden de los Agustinos, y su confesor personal, el padre Johann von Staupitz. Como uno de los biógrafos de Lutero dijo: “El vicario conocía todos los remedios prescritos por los eruditos del pasado, para tratar las dolencias espirituales, y tenía además una cálida vida religiosa que le permitía simpatizar compasivamente con las debilidades de los demás”.1 Así, el doctor Staupitz pudo intuir las capacidades latentes en Lutero, y le proveyó dos valiosos recursos para salir de sus crisis, y para desarrollar además sus capacidades: el ministerio pastoral, y el acceso a la Palabra de Dios. Sin embargo, cuando el padre Staupitz notificó a Lutero su decisión de enviarlo a estudiar el doctorado, el joven sacerdote

tartamudeó quince razones por las cuales no podría hacerlo “¡tanto trabajo me va a matar!” –protestó Lutero- a lo que su confesor le respondió “Muy bien, Dios también tiene trabajo para los hombres inteligentes en el cielo”. Pero cuando supo de su nombramiento como pastor de una parroquia, Lutero se aterró aún más, pues un joven al borde de un colapso nervioso por sus problemas religiosos, iba a ser nombrado maestro, predicador y consejero de almas enfermas. Pero von Staupitz sabía lo que hacía, en la práctica le estaba diciendo: “Médico, cúrate curando a los demás”. Seguramente el Señor Jesús nos dio “la bienaventuranza de los que lloran”, exactamente por la misma razón, para ayudarnos a dejar de lado la tentación de vivir lamiéndonos nuestras propias heridas, y enseñarnos a desocuparnos de nosotros mismos para ocuparnos de las tragedias y angustias de los demás. 2 Basados pues en Mateo 5:4, consideremos la Bienaventuranza de los que lloran. 1 Roland H. Bainton. Martin Lutero. p. p. 53-54. Ediciones CUPSA. México, 1989. 2 Ibíd. p. 61.

“Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo”. (Joel 2:12-13)

I. La identidad de los que lloran Como sabemos, las bienaventuranzas evangélicas tienen un carácter paradójico. Su naturaleza aparentemente contradictoria es evidente: van en contra de lo que llamamos “sentido común”. Prometen felicidad en situaciones que humanamente hablando no son muy venturosas. Así, contra la alabanza del mundo que dice ¡Bienaventurados los ricos! ¡Dichosos los que ríen!, el Señor Jesús dice ¡felices los pobres y los que lloran! Obviamente estas discrepancias nos enfrentan a preguntas ineludibles ¿de qué estaba hablando el Señor Jesús? ¿Puede encontrarse alguna dicha en el sufrimiento? Trataremos de responder estas preguntas en el desarrollo de nuestra reflexión. Siendo sinceros, vivimos tiempos que no proveen muchos motivos de alegría. Al vocabulario nuestro de cada día, formado por las palabras “Crisis”, “inseguridad” y “temor”, debemos añadir cada día nuevas palabras. Y como el sufrimiento es tan antiguo como el mundo, cifra en parte la esencia del ser humano. Por lo anterior, la bienaventuranza que nos ocupa es en si misma toda una paradoja, pues promete ¡felicidad al que llora con un llanto fúnebre! ¿Qué significa llorar en el contexto de esta bienaventuranza? El verbo empleado aquí (gr. ðåíèåù: lamentar, endechar), es el término más fuerte que existe en la lengua del NT, para denotar el sufrimiento humano. Describe esa clase de dolor que constriñe el corazón y hace a los ojos derramar lágrimas incontenibles; como el desgarrador llanto del patriarca Jacob por su hijo José, a quien creía muerto: “Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; más él no quiso recibir consuelo y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Génesis 37:34-35. LXX).

Sin embargo, debemos ser cuidadosos con las lágrimas, pues si bien pueden expresar los más nobles sentimientos, también pueden enmascarar las más aviesas intenciones. El historiador romano Cayo Suetonio cuenta que cuando el emperador Nerón fue notificado de la rebelión que finalmente lo llevó a la muerte, se jactó delante de sus amigos diciendo “que en cuanto se encontrase en la Galia se presentaría sin armas ante las legiones rebeldes; que se limitaría a llorar delate de ellas; y que un inmediato arrepentimiento le traería a los sediciosos, y que a la mañana siguiente, en medio de la alegría general, entonaría el canto de victoria que iba a componer para la ocasión”. 3 Pero en el mensaje de Cristo, “los que loran”, lloran por razones diferentes. El pensador alemán Dietrich Bonhoeffer dice que a diferencia del mundo que se goza y “fantasea con el progreso, el poder y el futuro, los discípulos conocen el fin, el juicio y la venida del Reino, para los cuales el mundo no está preparado… Son extranjeros en el mundo, huéspedes molestos y perturbadores de la paz, a quienes se rechaza…” II.

La naturaleza del llanto bienaventurado El texto nos enfrenta a otra pregunta ineludible: ¿Cuáles lágrimas merecen el nombre de bienaventuradas? Tradicionalmente, los intérpretes del evangelio se han visto frente a las bienaventuranzas, en la disyuntiva entre una lectura literal y una más simbólica. Una lectura literal entendería a los pobres exactamente como a miserables y desheredados; y a los que lloran, como a desdichados que sufren por las más diversas razones. Sin embargo, “pobre” es un término que fue empleado también en la Biblia, para describir a los piadosos que remitían su confianza a Dios (Salmo 34:6).

3 Cayo Suetonio. La Vida de los Doce Césares. p. 288. Editorial Cumbre, S. A. México, 1977.

“Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador. Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”. (Salmo 30:10-12)

Así que si los “pobres en espíritu” son los que han reconocido su bancarrota moral, “los que lloran” no son los infelices que gimen por pérdidas materiales o familiares; sino quienes lamentan por razones morales y espirituales. Es cierto que la Palabra de Dios encarece la identificación con el prójimo, es verdad que nos llama a “gozarnos con el que se goza y a llorar con el que llora”; es decir, nos llama a la solidaridad y la empatía. Pero también es cierto que Dios puede utilizar el sufrimiento para hacernos volver a Él. Martín Lutero decía al final de su vida “Si yo vivo más tiempo, me gustaría escribir un libro sobre las tribulaciones, pues sin ellas ningún hombre puede comprender ni las Escrituras, ni la fe o el temor o el amor de Dios. Si alguien no ha estado nunca sujeto a tribulaciones, no conoce el significado de la esperanza”. 4

El llanto bienaventurado es el que sufre por lo que Cristo llora…

S i n e m b a rgo, e l l l a nto d e l a s e g u n d a bienaventuranza mira a otra dirección. Juan Crisóstomo decía al respecto: Cierto que el Señor dice “Bienaventurados los que lloran”, pero es acerca de los que lloran por causa del pecado. 5 El llanto bienaventurado es entonces el lamento por el pecado personal, es la tristeza piadosa que produce el arrepentimiento que lleva a la salvación (1 Corintios 7:10). Pero ese llanto no se limita al dolor por el pecado propio, sino que se extiende al pesar por la condición de quienes nos rodean. Bonhoeffer decía al respecto: Los que lloran son los que están dispuestos a vivir renunciando a lo que el mundo llama felicidad y paz, los que en nada

pueden estar de acuerdo con el mundo; los que no se le asemejan. Sufren por el mundo, por su culpa, su destino y su felicidad. El mundo goza y ellos se mantienen al margen; el mundo grita ¡Alegraos de la vida!, y ellos se entristecen. Ven que el barco de la inmensa alegría se está yendo a pique. 6 Hablando a sus discípulos, el predicador británico Carlos H. Spurgeon decía que uno de los rasgos más importantes de un pescador de hombres, es que debe ser un “llorón por las almas.” Pero quien ilustra mejor los motivos del llanto bienaventurado, es el propio Señor Jesús. Él lloró por la ceguera de la ciudad Santa: Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación (Lucas 19:41-44). Por su parte, y siguiendo el ejemplo del Maestro, san Pablo daba fe de sus propias lágrimas por causa del ministerio: “Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que supieseis cuán grande es el amor que os tengo”; “que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido…” (2 Corintios 2:4; 12:21). En suma, las lágrimas de la bienaventuranza son aquellas que trascienden el lamernos nuestras propias heridas, para dolernos por aquello por lo que Cristo se duele. El llanto bienaventurado es el que sufre por lo que Cristo llora… son las lágrimas por el Reino. Pero el Reino no sólo llevó a Cristo a llorar por el mundo, sino a levantarse también y hacer algo por él. 4 Roland H. Bainton. Óp. Cit. p. p. 408-409. 5 Juan Crisóstomo. Homilías del Evangelio de Juan. Tomo IV. p. 167. Editorial Tradición, S. A. México, 1981. 6 Dietrich Bonheoffer. El Precio de la Gracia. p. 72. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2004.

“Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová”. (Salmo 40:1-3)

III.

La naturaleza de la consolación prometida Como hemos dicho, el sufrimiento es una realidad fatal que caracteriza a la condición humana. Alguien dijo al respecto: El duelo es una emoción que resulta de la experiencia universal de pérdida; de esta manera el que sufre la pérdida se adapta desde lo que fue a lo que es. Sufrir (sentir la carga de un dolor) y estar afligido (perder a alguien o algo muy preciado), es una parte –tan sólo una partedel proceso de duelo. El duelo es un proceso que te conduce de donde estabas antes de sufrir la pérdida, hacia donde estarás, en medio de tu lucha por adaptarte al cambio en tu vida. 7 Resulta sintomático que en este mundo existan seguros de vida -que por cierto no garantizan la vida- que existan seguros médicos o seguros contra el desempleo, pero no existan seguros contra el sufrimiento. Seguramente por esa razón, don Alonso de Ercilla (poeta y conquistador español) se lamentaba diciendo: “¡Oh vida miserable y trabajosa, a tantas desventuras sometida! ¡Prosperidad humana sospechosa, que nunca hubo ninguna sin caída! ¿Qué cosa habrá tan dulce y tan sabrosa que no sea amarga al cabo o desabrida? No hay gusto, no hay placer sin su descuento, que el dejo del deleite es el tormento.” 8 Dado pues, que tarde o temprano experimentamos en esta vida la necesidad de consuelo, es preciso comprender la naturaleza de la consolación prometida en la segunda bienaventuranza. El término que el AT traduce como “consuelo” proviene de una raíz que significa entre otras cosas “despertar” 9 ; es decir cambiar de sentimientos y actitud con respecto a una realidad. 10 En la antigüedad, en el mundo pagano se escribió mucho sobre el consuelo, pero los hombres vivían sumidos en el pesimismo y la desesperanza. Aunque tenían

dioses para cada necesidad: dioses creadores, dioses de la fertilidad, dioses de la guerra y hasta dioses para cosas como el vino, la belleza, el erotismo; sin embargo nunca inventaron a un “dios de la consolación”. En contraste los israelitas –tal vez por el hecho de su perenne opresión a manos de sus enemigos- hallaron en el Dios verdadero, la plenitud del consuelo. Los pueblos de la Biblia conocieron también diversos medios de consuelo: las visitas (Génesis 37:35; Job 2:11); el envío de emisarios (2 Samuel 10:1-2); las cartas de aliento (Jeremías 29:1-23), etc. Pero a la luz de las Escrituras, es evidente que el consuelo humano suele ser quasi-ritual, y por tanto vano; cosa que llevó a Job a recriminar a sus amigos: “Consoladores molestos sois todos vosotros” (Job 16:2). Los profetas también advirtieron a Israel sobre los peligros del falso consuelo que podía encontrarse en profecías fraudulentas, ilusiones humanas y seguridades ficticias (Isaías 28:14-22; Jeremías 7:4; Zacarías 10:2; Job 21:34, etc.). Cuando el consuelo tiene su fuente en Dios, se convierte en un consuelo verdadero que implica la renovación de la comunión entre el hombre y su Creador. La consolación de Cristo es primeramente la consolación del perdón y la salvación, pues materializa la antigua promesa “Consolaos, consolaos pueblo mío... Hablad al corazón de Jerusalén, decidle a voces que su tiempo ya se ha cumplido, que su pecado ha sido perdonado…” (Isaías 40:1-2). Dios nos consuela por medio de Jesucristo, quien hizo del consuelo una de las razones de su venida: “porque me ungió el Señor y me ha enviado a… ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isaías 61:5). 7 Ingrid Trobisch. Aprendiendo a Caminar en Soledad. p. 59. Ediciones Certeza-abua. Buenos Aires, 1988. 8 Alonso de Ercilla. La Araucana. p. 505. Editorial Ramón Sopena. Barcelona, 1972. 9 E. Jeni- C. Westermann. Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento. Vol. I. p. 88. Ediciones Cristiandad. Madrid, 1978, 10 Luis Alonso Schökel. Diccionario Bíblico Hebreo- Español. p. 489. Editorial Trotta. Madrid, 1999.

“Cantad a Jehová, vosotros sus santos, Y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, Pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría”. (Salmo 30:4-5)

Dios nos consuela por medio de su Santo Espíritu, a quien la Biblia llama justamente “el Consolador” (Juan 14:16). Nos consuela por medio de inmutables promesas divinas: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré;y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:11). Nos consuela también por medio de las circunstancias y de agentes humanos, que pueden actuar como heraldos de una buena nueva (1 Tesalonicenses 2:11; 2 Corintios 1:3; Hechos 20:20; Colosenses 1:28; Efesios 6:22, etc.). Finalmente nos consuela por medio de las verdades eternas que son la base de nuestra fe, tales como la certeza de la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15), y la convicción de que la experiencia cristiana consiste también en un llamado a sufrir en unión con Cristo (2 Corintios 1:5; 4:17; 1 Pedro 4:13), pues la participación en los padecimientos de Cristo lleva aparejada la participación de su gloria. En suma, la consolación divina nos permite un cambio de enfoque, nos permite despertar y poner la mirada en Cristo y en las realidades que Él ha posibilitado. Así que el hombre de fe es bienaventurado cuando llora, porque tiene en su Dios la fuente inagotable de su consuelo. Conclusión. El Señor Jesús nos dio “la bienaventuranza de los que lloran”, para ayudarnos a que una vez reconciliados con Él, nos desocupemos de nosotros mismos para ocuparnos de las tragedias y angustias de los demás. De hecho, san Pablo enseña que el cristiano es consolado para consolar; es decir, que su llanto puede convertirse en un patrimonio espiritual, en un medio de identificación con el que sufre. Pero como hemos señalado antes, debemos ser cuidadosos con las lágrimas. El periodista norteamericano John Kenneth Turner, decía que el dictador Porfirio Díaz poseía una enorme

habilidad para verter lágrimas con facilidad y a la más ligera provocación, y que esta habilidad era su mayor ventaja como estadista. Y como evidencia, contaba la siguiente anécdota: Cuando el tribunal militar sentenció al capitán Clodomiro Cota a ser fusilado, su padre arrodillado y llorando suplicó al Presidente que perdonara a su hijo. Porfirio Díaz también lloraba, y levantando al pobre hombre desesperado, le dijo “Tenga valor y fe en la justicia”. El padre se marchó consolado… pero su hijo fue fusilado al día siguiente. Las lágrimas de Porfirio Díaz son lágrimas de cocodrilo. 11

“...el hombre de fe es bienaventurado cuando llora, porque tiene en su Dios la fuente inagotable de su consuelo”. El Señor Jesús lloró por la ciudad de Jerusalén, pero se levanto para entrar a ella a consumar su obra redentora, aún cuando la vida le iba en su determinación. Pero ¿existe alguna bendición en sufrir por el mundo? Esta bienaventuranza nos enseña que el consuelo de Dios nos hace despertar del sopor de la aflicción, y cambiar nuestros sentimientos y actitudes frente a una realidad -que puede seguir allí- pero que debe ser percibida de una forma diferente. Nos enseña que podemos curarnos del sufrimiento curando a otros, y que si bien será en el futuro cuando el Señor enjugue las lágrimas de los ojos de los suyos, y termine con el sufrimiento y el dolor, no obstante, podemos gozar aquí y ahora, de la bendición de un consuelo sobrenatural. 11 John Kenneth Turner. México Bárbaro. p. 283. Costa-Amic Editores, S. A. México.

Pablo y “el dios de este siglo este siglo” Apuntes exegéticos sobre 2 Corintios 4:4 Martín Ocaña Flores

“El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4). Así reza literalmente el texto según la versión Reina-Valera 1960. El punto concreto es ¿Qué significa esto? ¿Quién es este “dios”?. El presente artículo ofrece algunos criterios de carácter hermenéutico y exegético para una comprensión de este texto. Escudriñemos la Palabra.

“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. (Juan 3:19)

Pablo y “el dios de este siglo” este siglo Planteamiento del problema En la interpretación de 2 Corintios 4:4, predicadores y teólogos de antaño han enseñado que “el dios de este siglo” es, a secas, Satanás. Entre éstos se encuentran Juan Calvino (“Ninguno que juzga rectamente puede tener duda que es de Satán quien habla el apóstol”), A. Barnes, W. B. Godbey, Matthew Henry, Charles Hodge, John Wesley (“¡Qué sublime y horrible descripción de Satán!”) y John Gill, entre otros.1 Por cierto que hay muchos más autores en esta línea, a los cuales no escapa ni George Ladd, el gigante de la teología evangélica del siglo XX.2 Entre los más recientes autores y libros conservadores están Colin Kruse 3 y el Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia.4 ¿Significa, por tanto, que “el dios de este siglo” es Satanás?

La interpretación tradicional encuentra un paralelismo entre “Dios de este siglo” (ho Theós tou aiónos tútu, 2 Corintios 4:4) y “el príncipe de este mundo” (ho árjon tou kósmou tútu, Juan 12:31; 16:11), para sostener que aquí Pablo se está refiriendo a Satanás. Así Pablo, en esta interpretación, concordaría con Juan. “Dios” viene a ser lo mismo que “príncipe”, y “siglo” igual que “mundo”. Hay que observar que esta forma de leer el texto nos desvía del punto, pues no se trata de buscar equivalencias o paralelismos entre aiónos y kósmos. ¡El punto es si Theós es equivalente a árjon!5 Hay sin embargo un “texto paulino” que se parece mucho a Juan 12:31. Se trata de Efesios 2:2 donde se habla del “príncipe (árjonta) de la potestad del aire, el espíritu (pneúmatos) que opera en los hijos de desobediencia”. ¿Cómo es posible esto? Una

posible explicación es que este texto se encuentra en Efesios, una carta de discutida paternidad paulina. Hoy es moneda corriente guardar reservas acerca de la paternidad literaria de Pablo, y más bien lo fechan a fines del siglo I, es decir el tiempo en que fue escrito el Evangelio de Juan. Tal vez ambos escritos participaban del mismo punto de vista –propios del judaísmo helenista- que incluía el ver a Satanás como un “príncipe” (árjon).6

Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones,...

Interrogando a la “exégesis” tradicional Para comenzar señalaré lo siguiente: 1) El texto griego -me refiero a los manuscritos- no hace distinción entre mayúsculas y minúsculas, por tanto bien se podría leer “el Dios de este siglo”. Los manuscritos existentes –que son una tentativa de aproximación al “texto original”- o bien están escritos todos con mayúsculas o bien todos con minúsculas. Si las traducciones de la Biblia hubieran usado la mayúscula nadie tendría hoy la menor duda que aquí se trata de Dios el Señor y no de Satanás. El hecho que las versiones prefieran la minúscula ya evidencia la precomprensión de los traductores, que en 2 Corintios 4:4 se encuentra efectivamente Satanás. ¡Pura pre-comprensión! Incluso el lector puede comprobar fácilmente que en el texto griego –acomodado por las casas editoriales- “Dios” aparece con mayúscula, pero aún así las traducciones no hacen caso de ello. ¡Traduttore traditore!7

“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12)

2) No se puede leer a Pablo dependiendo de Juan. Eso sería cometer anacronismo, cosa imperdonable en la exégesis. 2 Corintios apareció tal vez por el 56 d.C. mientras que el Evangelio de Juan se escribió a fines del siglo I, es decir más de cuatro décadas después. Es evidente que Pablo desconocía lo que iba a escribir Juan en el futuro, por tanto no existe paralelismo alguno. Aquí alguien podría argumentar que desde el judaísmo tardío se creía que Satanás era considerado un “dios”, y que Pablo conocía tal tradición. Sin embargo también había tradiciones judías que le negaban todo rango divino a Satanás8, más bien les parecía una blasfemia ponerlo al mismo nivel que el Dios todopoderoso. ¿Por qué, más bien, Pablo no habría conocido esta última tradición?

encuentra en Romanos ¡el escrito teológico más acabado de Pablo! Estas tres interrogantes puede que hayan dejado la impresión que interpreto 2 Corintios 4:4 como si hablara de Dios y no de Satanás. Pero sólo se trata de una impresión, nada más. He intentado, más bien, probar que el argumento de ver a Satanás en ese texto es forzado y muy antojadizo. 9 Aportes a la exégesis bíblica Llaman la atención los comentarios de dos biblias de estudio:

3) No existe un solo texto en la Biblia que se refiera a Satanás como “Dios”. Es más, podríamos preguntarnos ¿Cómo es posible que Pablo haya podido adscribir el nombre de “Dios” justamente a su gran adversario Satanás? La explicación tradicional es que el texto señala que “El dios de este siglo cegó el entendimiento (noémata) de los incrédulos”, y Dios jamás podría hacer esto, pues iría contra su naturaleza misma y finalmente contra los seres humanos.

1) En la Biblia de Jerusalén 10 dice sobre 2 Corintios 4:4 que el genitivo es explicativo del contenido, como en Filipenses 3:19, traducido por “cuyo dios es el vientre” (RV 1960), aunque más literalmente debiera decir “su Dios, es decir, su vientre” (ho Theós he koilía). Aquí quiero destacar el carácter explicativo del genitivo usado por Pablo. Si la RV 1960 hubiera traducido 2 Corintios 4:4 con el mismo criterio que usó con Filipenses 3:19 hubiera quedado entonces: “el Dios que es este siglo”. ¿Por qué no lo tradujeron así? No sabemos las razones, lo que sí sabemos es el resultado y las confusiones causadas a los lectores contemporáneos de dicha “eiségesis”.

Pero esta interpretación olvida que Pablo, poco tiempo después, va a insistir que a los paganos “Dios los entregó (parédoken aftús) a la inmundicia” (Romanos 1:24) y “los entregó (parédoken aftús) a pasiones vergonzosas” (Romanos 1:26). Es interesante observar que en un texto que se parece mucho a 2 Corintios 4:4 Pablo dice que “Dios los entregó (parédoken aftús) a una mente (noún) reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Romanos 1:28). Finalmente en Romanos 9:18 Pablo dice de Dios: “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece (sklerúnei)”. Y todo esto se

2) En la Sagrada Biblia (de Francisco Cantera y Manuel Iglesias)11, se observa más exactamente el tipo de genitivo usado por Pablo. Bien se dice que el genitivo es epexegético y se debe traducir: “el dios que es este mundo”. Pero ¿qué es en griego koiné un genitivio epexegético? A veces se le conoce como genitivo de aposición y, dado a su relativa rareza, no se le suele advertir inmediatamente.12 Este genitivo ayuda a solucionar las aparentes dificultades y tiene un carácter explicativo del contenido, como dice el comentario de la Biblia de Jerusalén. Se trata en fin de un modismo griego, nada más.

“Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. ”. (Juan 9:39)

Si efectivamente en 2 Corintios 4:4 aparece un genitivo epexegético entonces este texto hay que entenderlo de una manera distinta a la hasta hoy preponderante. Pablo habría dicho que este eón (siglo, época), de carácter netamente temporal, para los incrédulos (apíston) es un Dios (Theós). Por eso concuerdo con Roy Clements cuando dice: “Mi opinión es que esta frase debe ser entendida como un genitivo, que “dios de este siglo” significa “el dios que constituye esta era”. En otras palabras, la gente hace de esta era su dios, y eso es lo que los vuelve ciegos”.13 ¿Qué es esta era? Se trata de “la mentalidad actual del mundo expresada por los ideales, las opiniones, las metas, las esperanzas y perspectivas de la mayoría de personas. Incluye las filosofías, la educación y el comercio del mundo”.14 Límites del texto y propuesta de lectura Se trata ahora de observar el contexto literario. Al parecer nuestro versículo es parte de un párrafo grande que va de 2:12 hasta 4:1815, y el tema es “El ministerio del apóstol Pablo”. Según la Biblia de Estudio, editada por Mervin Breneman16, el párrafo podría comenzar en 1:12 y terminar en 7:16 bajo el tema general “Una defensa del ministerio cristiano”. Se trata, sin duda, de un comentario nada desatinado. Con todo, el tema del ministerio está en el centro de la unidad textual y debiera guiar nuestra lectura. Así podemos dividir el párrafo en dos secciones: 2:12-3:18 (“Ministerio triunfante”) y 4:1-18 (“Ministerio honrado”). En la primera sección aparece la idea de un ministerio que triunfa aún frente a las adversidades (en 2:14; 3:2 y 3:18, aunque también en 4:18). En la segunda sección Pablo subraya la honradez del ministerio que debe llevar las “marcas” del ministerio: predicación de Jesucristo como Señor (4:5) y la entrega total y sufriente a Jesús (4:7-12). En el centro de 2:12-4:18 no por casualidad Pablo señala los enemigos de Cristo y del ministerio cristiano. En 2:17 hay una referencia a los

“muchos” que son falsificadores de la Palabra de Dios, y en 4:4 aparece este “siglo” o “época” que ha cegado “el entendimiento de los incrédulos”. En ambos casos el resultado es el mismo: las personas se alejan de Cristo, es decir se pierden (2:15 y 4:3). El ministerio de Pablo –según este párrafoconstantemente se ve en peligro, no por Satanás como muchos creen, sino por sus emisarios (2:17) y por este mundo que es un dios que pervierte y engaña a todos (4:4). Pablo no se limita a señalar a los enemigos de Cristo y de su ministerio, también señala sus estrategias: “andan con astucia”, “adulteran la Palabra de Dios”.

LAS PERSONAS QUE SE ALEJAN DE CRISTO, SE PIERDEN

Astucia, falsificar, adulterar, cegar, son términos que se traducen en actitudes que al final de cuentas hacen que “no resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo”. Y ese es el punto: sustituir o pervertir la persona de Jesucristo (4:6), su vida (4:10), y su resurrección (4:14). Así el evangelio queda opacado. Sin embargo, frente a ese hecho Pablo proclama “no desmayamos... esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (4:16-17).

“Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo”. (Juan 12:46-47)

Reflexión final No pretendemos ir más allá de lo que dice el texto bíblico, sólo entenderlo y explicarlo. Pero para hacer esto, como hemos visto, se requiere indagar el texto, no añadirle nuestras ideas por más que éstas gocen del apoyo de cierta tradición teológica. En nuestro caso –para estudiar 2 Corintios 4:4 no fue suficiente ir a las traducciones de la Biblia, se tenía que ir al texto griego directa e inevitablemente. Sólo así es posible llegar a comprender lo que estaba diciendo el apóstol Pablo, no antes.

Astucia, falsificar, adulterar, cegar, son términos que se traducen en actitudes que al final de cuentas hacen que “no resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo”.

NOTAS DEL AUTOR 1 John Calvin. Commentary on the Second Epistle to the Corinthians; A. Barnes. Barnes' Notes on the Bible, Volume 14; W. B. Godbey. Commentary on the New Testament, Volume 4; Matthew Henry. Commentary on the Whole Bible. Volume 9; Charles Hodge. An Exposition of 2 Corinthians; John Wesley. Notes on the Whole Bible: The New Testament (Todos estos textos se encuentran en: The Ages Digital Library Commentary, CD Master Christian Library 1-2); John Gill. Commentary on 2 Corinthians (CD: John Gill Library). 2 Philip Hughes. Paul's Second Epistle to the Corinthians. London – Edinburgh: Marshall. Morgan & Scott, 1962, p. 126; John Lange. Romans and Corinthians. Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1980 (original de 1869), p. 66; y Paul Barnett. The Second Epistle to the Corinthians. Grand Rapids, MI – Cambridge, UK: William B. Eerdmans Publishing Company, 1997, p. 219; George Ladd. Teología del Nuevo Testamento. Barcelona: CLIE, 2002, p. 497. 3 En: D. Carson y otros, edits., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno. El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1999. 4 Editado por E. Radmacher y otros (Nashville, TN – Miami, FL: Editorial Caribe, 2003). Vale recordar –sin ningún ánimo de burla- que una enseñanza fundamental de los testigos de Jehová es que Satanás es “el dios de este siglo”. 5 Recomiendo analizar estas voces griegas, sus equivalencias y matices en los distintos léxicos y diccionarios. Recomiendo el de Geoffrey Bromiley, edit., Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Gran Rapids, MI: Libros Desafío, 2002. 6 Joachim Gnilka. Teología del Nuevo Testamento. Madrid: Editorial Trotta, 1998, p. 344. Cf. también Jorge Pixley “Las epístolas paulinas: de cartas ocasionales a Sagrada Escritura”, en: Ribla N° 42-43, 2002, especialmente las pp. 100-101. 7 Cf. The Greek New Testament. New York – London: SBU, 1975 (Tercera Edición); y Francisco Lacueva. Nuevo Testamento Interlineal. Barcelona: CLIE, 1984. Aquí conviene señalar lo que dice Werner Stenger: “La traducción del texto bíblico, de la que hemos de echar mano cuando no dominamos las lenguas bíblicas, es otra forma de interpretación. Pues las traducciones no son, como quien dice, reproducciones digitales del texto original, sino testimonios de una determinada comprensión del texto bíblico por el traductor o los traductores, y constituyen por tanto la meta de un proceso de interpretación” (Los métodos de la exégesis bíblica. Barcelona: Editorial Herder, 1990, p. 40). 8 Craig Keener. Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento. El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2003, p. 496. Hay que recordar que en el contexto de la literatura apocalíptica (siglo II a.C.), -literatura inmanejable por los sectores partidarios de la aplicación rigurosa de la Ley y vinculados al Segundo Templo- aparecen visiones que equiparan a Satanás con Dios. Por cierto, se trataba sólo de una perspectiva, nada más. Cf. el brillante trabajo de Xavier Pikaza “Apocalíptica judía y cristiana. Prehistoria y símbolos básicos del Apocalipsis”, en: Blanca Acinas, edit., En torno al Apocalipsis. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001, pp. 3-112. 9 Que nadie vaya a sacar de este último comentario que hago la conclusión que no creo en Satanás y sus emisarios tanto angélicos como terrenales (Efe 6:12 y 2 Cor 11:14-15). El punto es que no se puede ver a Satanás donde no está. Se trata de leer los textos bíblicos con honestidad, no de acomodarlos al imaginario colectivo predominante. 10 Nueva edición revisada y aumentada (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2000). 11 Se trata de una versión crítica sobre los textos hebreo, arameo y griego (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2000). 12 Cf. Maximilano Zerwick. El griego del Nuevo Testamento. Navarra: Editorial Verbo Divino, 1997, pp. 38-39. 13 Roy Clements. La fuerza de la debilidad. Barcelona: Publicaciones Andamio, 1998, p. 80. Este autor encuentra en 4:6 otro genitivo epexegético. La “luz” sería el conocimiento de la gloria de Dios. 14 Tomado de: La Biblia de estudio Mac Arthur. Nashville, TN: Editorial Portavoz, 2004. Recomiendo considerar las observaciones de Herman Ridderbos, donde estudia detalladamente “El mundo presente: eón, cosmos” (El pensamiento del apóstol Pablo. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2000, pp. 119-122). 15 Las traducciones evangélicas más conocidas presentan distintas unidades textuales. Así Reina Valera 1960: “Ministros del Nuevo Pacto” (3:1 – 4:6); Dios Habla Hoy: “Anunciadores de Jesucristo” (4:1-6); Biblia de Las Américas: “Ministros de Cristo” (4:1-6); y Nueva Versión Internacional: “Tesoros en vasijas de barro” (4:1-18). 16 San José – Miami, FL: Editorial Caribe, 1980, p. 1233.

Martín Ocaña Flores, peruano, es pastor bautista (en Moquegua, Perú). Tiene grados en teología y psicología. Avanza estudios para obtener el Ph.D. en PRODOLA – SATS (Costa Rica – Sudáfrica).

TERMINAR LA CARRERA La filosofía paulina delMinisterio Ministerio Misael Pascual López

El autor es egresado del Seminario Teológico Bautista Mexicano, primero en la Licenciatura en Teología con Idiomas, luego en el programa de Maestría en Ministerios Pastorales y Consejería. Actualmente se desempeña como Decano Académico de la misma institución.

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. (2 Timoteo 4:7-8)

TERMINAR LA CARRERA La filosofía paulina delMinisterio Ministerio INTRODUCCIÓN De manera especial, los ministerios pastoral y misionero, constituyen ministerios clave en el extensión del reino de Dios dondequiera que se ubiquen. En todo tiempo y lugar, el pastor o misionero tiene la responsabilidad de diseñar y probar estrategias que puedan proveer elementos para el desarrollo de la obra de Dios de acuerdo con el contexto histórico, social, económico y político concreto en el que le toca desarrollar su quehacer. Pero la eficacia de la estrategia que ponga en marcha dependerá del apego a principios que trascienden a la temporalidad y al espacio geográfico, aunque los elementos de su estrategia obedezcan a circunstancias concretas. Estos principios podrían definirse como la filosofía del ministerio, la cual es, como señala Villalpando Nava1 al hablar de la filosofía de la educación, un “intento reflexivo”, con rumbo a la comprensión de “la esencia, los valores y los fines” del ministerio. Del discurso del apóstol Pablo en Mileto a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:17-38) es posible identificar los elementos de su filosofía ministerial, es decir, la esencia, los valores y los fines de su apostolado, mismos que según puede leerse tanto en el libro de los Hechos como en las epístolas paulinas, guiaron y sustentaron su ministerio hasta su muerte. Las líneas que siguen intentan presentar una lectura de esta filosofía paulina. I. Un indisoluble compromiso con Dios El diccionario define el compromiso como una “obligación contraída” o “una palabra dada”. Una persona comprometida es aquella que acepta una responsabilidad, cumple con lo esperado y aun más. A decir verdad, pocas personas pueden expresar un apego a una obligación contraída con

tal radicalidad como lo hizo el apóstol Pablo. He aquí la médula de lo que podríamos identificar como su compromiso: “He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas…” (v. 19). Dichas pruebas son explicitadas en este mismo versículo como “maquinaciones de los judíos” en el pasado, y en el futuro “prisiones y sufrimientos” (v. 23) según le fue revelado por el Espíritu.

Sobre los sufrimientos mencionados en relación con su estancia en Éfeso, se dice muy poco en otros lugares de Hechos; más bien es la correspondencia paulina la que da cuenta de ellos 2. Pero sobre sus experiencias difíciles en general, la exposición más elocuente es quizá el amplio catálogo que se halla en 2 Corintios 11:23ss. Vale la pena observar que desde esta perspectiva paulina, el compromiso ata, y no exhibe garantía alguna de triunfo o éxito; no, al menos a la manera del mundo. 1 Villalpando, Nava, “La Pedagogía Filosófica” en Historia de la Educación y de la Pedagogía (México: Editorial Porrúa, 2005), p. 335. 2 F. F. Bruce, Hechos de los Apóstoles: Introducción, Comentarios y Notas (Michigan: William B. Erdmans Publishing Company, 1990), p. 457.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,...”. (Hebreos 12:1)

En medio de una sociedad insensibilizada por el pecado en general, y por la alienación, la injusticia y la violencia en particular, es evidente que prevalece más bien la búsqueda de la comodidad personal. De hecho, la religión popular misma tiene carácter utilitario y egoísta 3. En el pensamiento popular, la búsqueda de Dios o cualquier otra deidad está motivada por la necesidad que impone la crisis o el deseo de obtener riquezas o bendiciones, antes que por el deseo genuino de adorar y entregarse. Ante esta actitud, pensar en darse a Dios es cosa rara. Pablo, por su parte, sabe que terminar la carrera como él se ha propuesto, tiene su razón en el hecho de estar “obligado por el Espíritu” (v. 22), con todas sus implicaciones. Aceptar este desafío sin amilanarse es señal de compromiso. Dos cosas más deben decirse respecto del compromiso con Dios visto a la luz del ministerio paulino. Primero, se trata de un compromiso visionario. Pablo señala con precisión que su visión consiste en que “…termine mi carera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.” (v. 24). Sostener la vista en la visión que Dios nos ha dado es evidencia de haber sido cautivado por el compromiso y es también elemento imprescindible para acabar bien la carrera. Por ello no parece inverosímil afirmar que el fracaso de no pocos ministerios tenga su explicación en el extravío de la visión. En segundo lugar, se trata de un compromiso persistente y sufriente, ya que según testifica Pablo, “…de día y de noche, durante tres años, no he dejado de amonestar con lágrimas a cada uno en particular” (v. 31). La soledad frente a la indiferencia y las lágrimas frente a la oposición e ingratitud serán frecuentemente los acompañantes naturales del ministerio cristiano. Pero cuando por nuestro ministerio conformado a ese modelo paulino alguien llega al conocimiento de Dios y su vida recobra el sentido, descubrimos que el compromiso vale la pena.

II. Proclamar la palabra de Dios Hay voces autorizadas que señalan que el pueblo evangélico actual padece un lamentable analfabetismo bíblico. Esto no obstante la gran cantidad de casas editoras que publican la Biblia en las más diversas versiones y presentaciones, amén de las ventajas que ahora ofrece la tecnología en el campo de la comunicación que permite tener acceso a ella en dispositivos electrónicos portátiles como lo es el teléfono celular cuyo uso se ha popularizado. Súmese a esto la lectura parcial que se hace de la Palabra de Dios donde sólo se buscan “promesas” o pasajes que hacen sentir bien pero en un proceso donde se soslaya el contexto.

“El imperativo del púlpito cristiano hoy es ser el espacio donde pueda proclamarse -todo el propósito de Dios-.” Se deplora también el que el púlpito cristiano adolezca en algunos círculos de un auténtico mensaje bíblico. Desde hace aproximadamente cinco décadas, la predicación que denuncia el pecado, llama al arrepentimiento y promueve la edificación, ha sucumbido en muchos casos frente a un discurso seductor que ofrece prosperidad material y promete milagros y prodigios. Este discurso hace sentir bien al auditorio, pero es carente de esencia celestial. Multitudinario sí, pero incapaz de provocar el encuentro con Dios. En su afán por complacer, fracasa porque muchas veces lleva al individuo más cerca de los psicólogos y psiquiatras que de Dios. El testimonio de Pablo nos llama a rectificar: “porque sin vacilar les he proclamado todo el propósito de Dios.” (v. 27). La preocupación invariable del apóstol era predicar la Palabra, y predicar toda la Palabra. En medio de un mundo lleno de confusión, esta actitud deber ser rescatada, porque hay mucha gente que sólo ha escuchado de forma parcial el evangelio. El imperativo del púlpito cristiano hoy es ser el espacio donde pueda proclamarse “todo el propósito de Dios”. 3 Pablo Alberto Deiros, Historia del Cristianismo en América Latina (Buenos Aires: Fraternidad Teológica Latinoamericana, 1992), p. 102.

“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos”. (1 Timoteo 6:11-12)

Si la Biblia es la Palabra de Dios para la humanidad, en ella se hallan todos los temas que nos conciernen y aquejan: misión, ecología, ética, justicia social, género, educación sexual, aborto, relaciones interpersonales, etc., pero sobre todo, dirige a las personas a la reconciliación con Dios. Reorientar y dar esperanza a las personas de nuestro tiempo no puede prescindir del “mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados.” (v. 32). Un discipulado formador y transformador Lloyd Mann y Wilma Mendoza definen el discipulado como “transferencia de vida” que es propiamente el título de un libro escrito por ellos. En el mismo, a la vez que reorientan el concepto, dirigen críticas hacia la práctica tradicional de hacer discípulos donde se busca transmitir conceptos mediante la asistencia a cierto número de clases bíblicas o cumplir un programa sin saber cómo vivir la vida cristiana por el ejemplo cercano de un hermano mayor 4.

La carencia de este discipulado ofrece una tierra fértil para los lobos rapaces que multiplicados, “procurarán acabar con el rebaño” (v. 29). La estrategia pastoral ante este peligro debe seguir los pasos de Pablo: la enseñanza de la Palabra con un discipulado incesante (v. 31) y un poderoso ejemplo de vida (vv. 33-35).

III.

La formación del discípulo demanda una atención permanente donde pueda mostrársele los conceptos vitales de la Palabra de Dios así como la manera del vivir cristiano y las disciplinas espirituales que se requieren para ello. La instrucción pública y por las casas (v. 20) da cuenta de que no obstante el trabajo colectivo que Pablo desarrollaba entre los efesios, primero en la sinagoga luego en la escuela de Tirano (Hechos 19:8-10), llevaba a cabo también un ministerio particularizado con cada uno de los creyentes (v. 31). Actividades conjuntas como orar, leer la Biblia, platicar de cosas cotidianas, resolver problemas, visitar a los hermanos (y visitarse mutuamente en sus hogares y lugares de trabajo), interpretar la vida, entre otras cosas, son oportunidades para aprender, tanto para el discípulo como para el discipulador.

IV.

Un evangelismo bíblico e incluyente Judíos y griegos, en la perspectiva paulina del ministerio, debían ser instados a “convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesucristo” (v. 21). En medio del relativismo moral que nos circunda con su consecuente confusión y el cúmulo incalculable de almas que caminan con rumbo a la condenación eterna, somos llamados a ser sal y luz. Ya se ha dicho que en ello la proclamación debe tener esencia bíblica porque es necesario que haga su efecto en el corazón extraviado para traerlo a Cristo. Pero es evidente que esta tarea aun no tiene suficientes adeptos entre el pueblo cristiano. Motivos como el temor al ridículo, la falta de seguridad en el mensaje que se comunica, la ausencia de confianza en la obra sobrenatural de Dios y la falta de vitalidad espiritual, entre otros, son los que inhiben sensiblemente la capacidad evangelizadora. La promoción desde el púlpito y las clases bíblicas aunadas al ejemplo de los pastores y la consagración de cada creyente pueden hacer repuntar esta labor. 4 Lloyd Mann y Wilma Mendoza de Mann, El Discipulado, Transferencia de Vida, (Barcelona. Editorial Clíe, 1996), pp. 12-23.

“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”. (1 Corintios 15:57-58)

Pero es necesario señalar algo más: aun en iglesias y creyentes particulares que han adoptado el eva n ge l i s m o co m o d is c ip lin a , s u la b o r evangelizadora en muchos casos suele ser selectiva y cómoda. Se le habla de Cristo al que es “buena persona” y que acepta sin objeciones nuestras propuestas; al que no representa amenaza alguna. Esta parcialidad en la obediencia al Gran Mandamiento constituye todavía el “talón de Aquiles” del pueblo cristiano. No se tienen aun estrategias, sino en honrosas excepciones, para alcanzar a mujeres y hombres que se prostituyen, a drogadictos, a homosexuales, a las tribus urbanas, a los académicos de las universidades, a los estudiantes, a los de capacidades diferentes, etc. Las razones pueden ser variadas, pero ninguna con justificación que valga. Quizá las personas de estos sectores citados sean la versión contemporánea de los “griegos” en tiempos del Nuevo Testamento que necesitan nuestra atención. Arrostrar la forma de pensar y de vivir de nuestro tiempo demanda una tenaz obra evangelizadora. Los recursos para ello los existen en las iglesias amén de los grandes proyectos evangelísticos: las reuniones departamentales de niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, los grupos celulares y reuniones con motivos diversos, por decir lo menos. Todos estos eventos deben ser usados para alcanzar a la gente. Realizar reuniones como mera tradición o como un fin en sí mismo, causa hastío en la gente al tiempo que dichas reuniones se convierten en oportunidades perdidas. V. Un cuidado pastoral genuino El grito paulino de alerta resonó en el lugar de reunión: “Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño…” (v. 28). Cuidar de sí mismo primero, luego cuidar del rebaño son dos facetas del ministerio que no existen en forma independiente la una de la otra; por el contrario, tienen una relación indisoluble. Ellas dos constituyen un binomio inexcusable en la responsabilidad

pastoral. Por un lado, cuidar de sí mismo implica la búsqueda de la edificación personal que sólo es posible encontrar en Dios y en el “mensaje de su gracia.” (v. 32). El fortalecimiento de la vida interior bajo el influjo de la presencia de Dios es insustituible en la vida del ministro; nadie que pretenda ministrar puede ser independiente de su Señor. Por otro lado, tener cuidado de sí mismo finca su razón de ser en la necesidad que tiene el pastor de esforzarse en mostrar intencionalmente cómo se vive la vida en Dios. Esta vida es susceptible de observarse y aun de evaluarse. El apóstol les recuerda que en cuanto a él, ellos mismos eran testigos del andar suyo entre ellos durante su ministerio en Éfeso: “Ustedes saben cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes,…” (v. 17). Así, la vida del pastor debe estar abierta a los ojos de aquellos a quienes ministra para modelarles, motivarles y desafiarles en cuanto al andar cristiano. El siervo de Dios no puede permitirse el lujo de predicar para luego ser descalificado (1 Corintios 9:27). De manera especial, en la vida del ministro es cierto el refrán popular que reza “nadie puede dar lo que no tiene”; así que la tarea de ministrar a otros demanda una vida que evidencie de manera cotidiana la presencia divina. En la otra cara de la moneda está la responsabilidad de cuidar del rebaño. Ésta debe realizarse en la plena conciencia de que es “la iglesia de Dios” y que tiene un altísimo precio porque “él la adquirió con su propia sangre” (v.28). Este conocimiento debe llevarnos a realizar los más caros esfuerzos para protegerla de los lobos rapaces que no están dispuestos a perdonarla.

“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”. (Filipenses 1:9-11)

Además, las tragedias y problemas de la vida harán surgir preguntas sobre Dios en relación con su inmanencia o trascendencia, su severidad o bondad, su soberanía o limitaciones, si es punitivo o clemente y si es anticuado o actual. También de esas experiencias críticas surgirán interrogantes acerca de qué es el hombre. Ante ello, son imprescindibles una teología y una antropología construidas desde un punto de vista bíblico. Estas herramientas teóricas hacen del pastor un ministro eficiente cuando ayuda a las personas a trazar el curso de sus vidas y alcanzar la felicidad más alta 5.

VI.

Un servicio desinteresado a las personas La sociedad actual caracterizada por la propensión a consumir y a tener, producto de los estímulos publicitarios de los medios masivos de comunicación al servicio del capitalismo voraz está muy lejos de saber compartir, y más aun de hacerlo con sufrimiento. No es poca la gente que ha aprendido a valorar a los demás por lo que tienen. Como consecuencia, de manera cotidiana presenciamos una lucha por sobresalir cuyo foco de atención está en el dinero y las posesiones. Dicha lucha tiene expresiones variadas: engaño, exclusión, deshonestidad, abuso, despojo, asalto, violencia y muerte, por decir lo menos. Producto de esta actitud frente a las riquezas, cuyos

promotores y ejecutores, directa o indirectamente son las instituciones gubernamentales, los partidos políticos y los medios de comunicación, hay una multitud de almas que viven en la miseria. Al señalar las causas de esta pobreza en América Latina, Franklin Canelos 6 reporta que para el año 2000, la región contaba con una población aproximada de 450 millones de habitantes, de los que el 44% era pobre y 20% extremadamente pobre. Para aclarar estas categorías, el mismo autor apunta que organismos pertenecientes al sistema de Naciones Unidas, “considera pobres a quienes acceden a una renta per cápita de menos de 180 dólares anuales, y extremadamente pobres a quienes alcanzan no más de 90 dólares de renta per cápita anual.” La razón de todo esto, dice él, se encuentra en la “dominación internacional y la dependencia.” El ministro de Dios, ante tal estado de cosas no puede menos que asumir la enérgica declaración del apóstol Pablo: “Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados,…” (v.35). Dondequiera que plante el pie en América Latina encontrará oportunidad para el ejercicio de un ministerio que rebase las limitaciones que imponen las cuatro paredes de un templo. “...el apóstol Pablo expresa que su aspiración es terminar la carrera (v. 24). En el ocaso de su vida y ministerio declara que esa carrera la ha terminado como se lo había propuesto (2 Timoteo 4:7). El tiempo de su partida estaba a la puerta; ahora estaba listo para ir gozoso al encuentro de su glorioso Señor”. 5 James E. Giles, El Ministerio del Pastor Consejero, (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2002), p. 9-24. 6 Franklin Canelos, “Causas u Orígenes de la Pobreza en América Latina” en Misión Integral y Pobreza, (Buenos Aires: Ediciones Kairos, 2001), pp. 29-30.

“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.

(Apocalipsis 2:10)

papel activo como analista de su entorno así como estratega y promotor de bienes. CONCLUSIÓN

En el discurso que se ha intentado analizar, el apóstol Pablo expresa que su aspiración es terminar la carrera (v. 24). En el ocaso de su vida y ministerio declara que esa carrera la ha terminado como se lo había propuesto (2 Timoteo 4:7). El tiempo de su partida estaba a la puerta; ahora estaba listo para ir gozoso al encuentro de su glorioso Señor. Pero detrás de este rotundo éxito se encontraba una filosofía de ministerio que le sustentó de principio a fin. La misma le permitió diseñar estrategias ministeriales de acuerdo con los escenarios concretos en los que se encontraba. El pasaje aflora los componentes de esta filosofía que ya se han expuesto en este documento, mismos que de ser retomados pueden revitalizar el ministerio pastoral o misionero para llevarnos a acabar bien la carrera.

BIBLIOGRAFÍA

El ministerio integral tiene justificaciones de sobra en el campo latinoamericano. Rolando Gutiérrez, ya desde hace casi dos décadas ponía sobre la mesa diez síntomas de la crisis espiritual y moral que rige en el continente: el hambre, el analfabetismo, el desempleo, la falta de productividad racional del campo, la marginación indígena, la incapacidad para explotar los recursos marinos, la devaluación monetaria, la ausencia de partidos políticos conformados sobre la base de análisis objetivos de las realidades nacionales, “la variedad confusa de ideas y representaciones sociales que conforman sus creencias y conocimientos”, y, las deficiencias educativas en la explotación de los recursos materiales, tecnológicos y humanos 7. Es por ello urgente lo que el mismo Gutiérrez llama “el influjo regenerativo” del quehacer teológico en las relaciones humanas para propiciar un “vivir más digno de todos los estratos sociales” en nuestro continente 8. En ello, el ministro debe jugar un

Deiros, Pablo Alberto. Historia del Cristianismo en América Latina. Buenos Aires: Fraternidad Teológica Latinoamericana, 1992. Bruce, F. F. Hechos de los Apóstoles. Michigan: William B. Erdmans Publishing Company, 1990. Giles, James E. El Ministerio del Pastor Consejero. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 5a. Ed., 2002. Gutiérrez, Cortes Rolando. Educación Teológica y Acción Pastoral en América Latina, Hoy. México: 1984. Mann, Lloyd y Mendoza, de Mann Wilma. El Discipulado, Transferencia de Vida. Barcelona: Editorial Clíe, 1996. Padilla, C. René y Yamamori, Tetsunao, editores. Misión Integral y Pobreza. Buenos Aires: Ediciones Kairos, 2001. Villalpando, Nava. Historia de la Educación y de la Pedagogía en México. México: Editorial Porrúa, 2005.

7 Rolando Gutiérrez Cortes, “¿De la Dependencia al Hambre?” en Educación Teológica y Acción Pastoral en América Latina, Hoy, (México, 1984), pp. 19-20. 8 Ibid., p. 20.

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