La Capa de Ozono

Química. Medio ambiente. Atmósfera. Radiaciones ultravioleta. Desgaste. Medidas

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− CAPA DE OZONO − La capa de ozono es la zona de la atmósfera que abarca entre los 19 y 48 km por encima de la superficie de la Tierra. En ella se producen concentraciones de ozono muy elevadas. El ozono se forma por acción de la luz solar sobre el oxígeno. Esto lleva ocurriendo muchos millones de años, pero los compuestos naturales de nitrógeno presentes en la atmósfera parecen ser responsables de que la concentración de ozono haya permanecido a un nivel razonablemente estable. A nivel del suelo, unas concentraciones tan elevadas son peligrosas para la salud, pero dado que la capa de ozono protege a la vida del planeta de la radiación ultravioleta cancerígena, su importancia es inestimable. Por ello, los científicos se preocuparon al descubrir, en la década de los 70, que ciertos productos químicos llamados clorofluorocarbonos, o CFC, usados durante largo tiempo como refrigerantes y como propelentes en los aerosoles, representaban una posible amenaza para la capa de ozono. Al ser liberados en la atmósfera, estos productos químicos, que contienen cloro, ascienden y se descomponen por acción de la luz solar, tras lo cual el cloro reacciona con las moléculas de ozono y las destruye. Por este motivo, el uso de CFC en los aerosoles ha sido prohibido en muchos países. Otros productos químicos, como los halocarbonos de bromo, y los óxidos de nitrógeno de los fertilizantes, son también lesivos para la capa de ozono. El ozono es el único gas de la atmósfera capaz de bloquear los letales rayos ultravioletas del sol. Se extiende en una capa tan fina por toda la estratosfera que, si pudiera concentrarse, formaría un anillo en torno a la Tierra tan delgado como la suela de un zapato. Aun así, si no fuera por este frágil filtro, las radiaciones ultravioletas acabarían con toda la vida en el planeta. El ataque de las radiaciones ultravioletas. Una pequeña cantidad de estas radiaciones dañinas atraviesa la barrera y causan suficientes daños como para servir de aviso ante el debilitamiento de la capa de ozono. Es la causa principal del cáncer de piel, una enfermedad cuya incidencia crece rápidamente y que causa ya la muerte de unas 12.000 personas al año sólo en los EE.UU. Es una radiación supresora del sistema inmunitario, lo que ayuda a los cánceres a implantarse, y aumenta la susceptibilidad al herpes y la leishmaniasis. Es una causa importante de las cataratas, que ciegan al menos a 12 millones de personas en el mundo y disminuyen la visión de al menos otros 18 millones. Cualquier daño que sufra la capa de ozono, por ligero que sea, aumenta esta amenaza para la salud humana. También se verán afectados los suministros de alimentos. Más de dos tercios de las especies de plantas sometidas a los efectos de los rayos ultravioletas, fundamentalmente los cultivos, resultaron dañados por ellos. Las pesquerías otras formas de vida marina pueden resultar incluso más vulnerables. La radiación ultravioleta atraviesa el agua alcanzando hasta los 20 metros de profundidad cuando está clara. El plancton, compuesto de organismos microscópicos que flotan a la deriva en la superficie del mar y que desempeña un papel indispensable en la cadena alimentaria marina, es particularmente vulnerable. También se verían afectadas las pesquerías comerciales. Podría alterarse el equilibrio mismo de la vida en el mar. El peligro de los CFCs. El mayor peligro para la capa de ozono proviene de los CFCs. Estos son unos productos químicos asombrosamente útiles y versátiles que durante mucho tiempo se consideraron sustancias milagrosas. Inertes e inmensamente estables, no inflamables ni venenosos, fáciles de almacenar y baratos de producir, parecían diseñados para el mundo moderno y han hecho mucho por darle forma. Originalmente se desarrollaron como refrigerantes, y desde entonces han desempeñado un papel esencial en la extensión de la refrigeración y el aire acondicionado. Se utilizaron como propelentes para aerosoles durante la Segunda Guerra Mundial para fumigar con pesticidas en la lucha contra la malaria. Se diversificaron hasta ser utilizados en los sprays de toda una serie de productos, desde medicinas y abrillantadores de muebles. Se emplearon en espumas para 1

muebles, aislamientos, alfombras, contenedores de comida rápida y otras muchas aplicaciones. Han colaborado también a la revolución informática, ya que se pueden utilizar para limpiar circuitos delicados sin dañar sus monturas de plástico. Por desgracia, es la estabilidad que les hace tan útiles la que les permite atacar la capa de ozono. Flotan hacia arriba tardan alrededor de ocho años en alcanzar la estratosfera. Una vez allí pueden sobrevivir durante casi un siglo. Al irse descomponiendo por los efectos de la intensa radiación ultravioleta liberan cloro, que reacciona con el ozono transformándolo en oxígeno normal. El cloro actúa como catalizador: no sufre ningún cambio permanente, por lo que cada molécula de CFC pervive para destruir miles de moléculas de ozono. El agujero de la capa de ozono. Los CFCs son la causa del ejemplo más dramático del desgaste de la capa de ozono. Cada primavera se abre un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida. De una anchura equivalente a la altura del monte Everest, su descubrimiento sorprendió a todo el mundo, incluidos los científicos que lo encontraron. En octubre de 1982, el Dr. Joe Farman e investigadores del Equipo Británico de Investigación Antártica estaban realizando mediciones rutinarias en la base científica de la Bahía Halley cuando descubrieron que una gran parte del ozono que debía existir sobre ellos parecía haberse desvanecido. Una pérdida de ozono de tal magnitud era algo totalmente imprevista. Las mediciones de la capa de ozono publicadas, obtenidas por el satélite meteorológico norteamericano Nimbus 7, no mostraban trazas de nada semejante y parecían negar su descubrimiento. Farman pensó que sus instrumentos, muy trabajados, podrían ser los culpables, por lo que él y sus colegas regresaron con equipos nuevos en la misma época del año en 1983 y 1984, encontrando aún menos ozono. Publicaron su descubrimiento en la revista científica NATURE, causando sensación. Los científicos de la NASA reexaminaron los datos del Nimbus 7. Descubrieron que el satélite, de hecho, había apreciado este mismo fenómeno, pero que los ordenadores de la NASA habían sido programados para rechazarlo como falso. Afortunadamente los datos descartados se habían conservado y, una vez recuperados, confirmaron las observaciones hechas con los viejos instrumento del Dr. Farman. A lo largo de los siguientes años el agujero fue en aumento, lo mismo que el esfuerzo de los científicos por descubrir cuales eran las causas. El 5 de octubre de 1987 la cantidad total de ozono sobre la Bahía Halley era menos de la mitad de la existente en los años anteriores a la aparición del fenómeno. En las zonas más afectadas, a una altura entre los 15 y 20 km, había desaparecido un 90%. Al mismo tiempo, 150 científicos pertenecientes a 19 organizaciones se reunieron en Punta Arenas, Chile, la ciudad más meridional del mundo, para organizar una operación cuyo fin era determinar las causas del fenómeno. Recorrieron 175.000 km en dos aviones repletos de instrumentos, penetrando en e área del agujero de la capa de ozono, realizando medicio0nes que probaron más allá de toda duda razonable que los CFCs eran los responsables. En cuatro o cinco años a partir de 1991, el agujero en la capa de ozono alcanzará su mayor dimensión. En 1991 tenía un tamaño 13 veces mayor que 10 años antes. A comienzos de 1992 hubo informes alarmantes sobre ceguera en peces, conejos y ovejas en el sur de Chile. Los médicos de la región informaron del incremento en el número de pacientes con alergias y enfermedades en la piel y en los ojos. El daño en la capa de ozono ha aumentado en el hemisferio norte, donde viven el mayor número de personas. Entre 1979 y1990, la cantidad de ozono sobre las latitudes entre los 30º y 50º N en primavera se había reducido en un 8%, dos veces la cifra esperada por los científicos. El programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente calcula que por cada pérdida del 1% de ozono se producen 50.000 casos de cáncer de piel y 100.000 casos de ceguera por cataratas en el mundo. En febrero de 1992, los científicos avisaron del peligro de que se abriera un agujero en la capa de ozono del hemisferio norte, pues las sustancias arrojadas por el volcán de Filipinas estaban agravando los efectos de los CFCs y de otros agentes químicos destructores del ozono. Un invierno inusualmente cálido ayudo a limitar el 2

daño entre un 10 y 15 %, pero el Dr. Farman informó que la capa de ozono, sobre las áreas más pobladas, probablemente se reduzca entre un 20 y un 30% hasta el año 2000. Todos estos datos científicos han alimentado una creciente determinación a nivel internacional de suprimir progresivamente el uso de productos químicos dañinos para la capa de ozono. El Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente lleva trabajando en este tema desde 1975, poco después de que dos investigadores californianos sugirieran que los CFCs dañaban la capa de ozono. Pero avances a escala internacional resultaron dolorosamente lentos. Por fin, en 1985, el PNUMA logró un acuerdo en el Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono. Los objetivos del acuerdo se concentran especialmente en la investigación y el intercambio de información y no plantean ninguna medida específica para proteger el ozono. Medidas sobre el ozono. Tras el descubrimiento del agujero en la capa de ozono e PNUMA tuvo más éxito. Tras duras pero rápidas negociaciones, las naciones aprobaron el Protocolo de Montreal en septiembre de 1987, en el que se disponía la reducción a la mitad del uso de los CFCs para mediados de 1996. Fue un acuerdo delicado al que se llegó recientemente, con previsiones especiales para facilitarles las cosas a ciertos grupos de países. Muy especialmente los menos desarrollados. Fue un gigantesco primer paso hacia delante. En la primera reunión de las partes implicadas en el protocolo, menos de dos años más tarde, tras completarse una enorme batería de estudios científicos, 81 países acordaron unánimemente ir sustituyendo los dañinos CFCs hasta suprimirlos tan rápido como fuese posible, incluso antes del año 2000. A finales de junio de 1990, en la segunda reunión de las partes en Londres, se dio un salto hacia delante aún más espectacular. No sólo se acordó formalmente dejar de utilizar los CFCs para el año 2000 (13 países prometieron eliminarlos para 1997), sino que también se acordó ir suprimiendo gradualmente los otros productos químicos causantes de la pérdida de ozono. El halón y el tetracloruro de carbono quedarían prohibidos para el año 2000; el metilclorformo para el 2005. Se creó un fondo especial de ayuda a los países en desarrollo, a los que se concede diez años de gracia, para que puedan permitirse la instauración de tecnologías menos contaminantes aunque más caras, las primeras de su tipo. Entre 1988 y 1992, el consumo mundial de los CFCs cayó en un 40%. En febrero de 1992 la Comunidad Europea y los Estados Unidos anunciaron su intención de disminuir las emisiones de lo CFCs y de otras sustancias reductoras del ozono para finales de 1995. Tendrá que pasar mucho tiempo para que recuperemos el ozono perdido. Los análisis de la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. parecen sugerir que aunque se suprimieran gradualmente todos los productos químicos que atacan al ozono, llevaría un siglo el que las condiciones atmosféricas pudiesen regresar incluso a la situación de 1986. No obstante, el mundo se movió con rapidez a la hora de acordarla supresión progresiva de estos productos químicos una vez demostrada su peligrosidad, lo que crea un precedente esperanzador para la adopción de medidas a nivel internacional frente a otras amenazas del medio ambiente del planeta.

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