LA CIENCIA COMO DISCURSO DE PODER: HACIA UNA CRÍTICA DEL POSITIVISMO GUATEMALTECO DE FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX

LA CIENCIA COMO DISCURSO DE PODER: HACIA UNA CRÍTICA DEL POSITIVISMO GUATEMALTECO DE FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX BIENVENIDO ARGUETA HERN

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LA CIENCIA COMO DISCURSO DE PODER: HACIA UNA CRÍTICA DEL POSITIVISMO GUATEMALTECO DE FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX BIENVENIDO ARGUETA HERNÁNDEZ El presente estudio examina de manera crítica los discursos del positivismo guatemalteco estableciendo las relaciones que existen entre la filosofía, la ciencia y el proyecto histórico y social de la modernidad guatemalteca. Se devela cómo el positivismo esta asociado a planteamientos racistas, constituyéndose en un proyecto tecnológico de dominación y poder.

Con la publicación del libro El Positivismo en Guatemala, Jesús Amurrio inicia la discusión acerca del desarrollo filosófico y científico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX1. Amurrio intenta delimitar con precisión los orígenes del positivismo en Guatemala. La relevancia de tematizar este período del desarrollo intelectual consiste en reconocer las influencias que la filosofía positiva aún ejerce en el presente. En efecto, el desarrollo científico, tecnológico, social, político, étnico y económico de Guatemala encuentra su fundamentación en gran medida en el positivismo y en la ilustración política y científica. De esa cuenta, la tarea histórica iniciada por Amurrio puede considerarse como fundamental para la comprensión del desarrollo intelectual guatemalteco.

Véase Jesús Julián Amurrio González, El Positivismo en Guatemala (Guatemala: Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala, 1970). 1

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El análisis realizado por Amurrio constituye un examen de la legislación educativa en la época de la “Revolución Liberal” de 1871 y del Primer Congreso Pedagógico Centroamericano de 1893, así como de los textos filosóficos de la época, particularmente las publicaciones hechas en el país por Valero Pujol, Manuel Herrera, Darío González, Jorge Vélez y Adrián Recinos. El análisis de Amurrio se limita esencialmente a tres tareas. Primero, se exponen las principales ideas y desarrollos de la filosofía positiva en Europa e Hispanoamérica. Segundo, se identifican las leyes, decretos y otras actividades realizadas en el campo de la educación que a su criterio se inspiran en elementos de la filosofía positiva. Tercero, se cotejan y comparan las ideas del positivismo en Guatemala con las ideas básicas del positivismo europeo, principalmente con los planteamientos de Comte. Sin embargo, el trabajo de Amurrio adolece de una dimensión crítica que permita establecer las presuposiciones teóricas del positivismo guatemalteco y considerar la cuestión de sus implicaciones prácticas. En este sentido, Amurrio se limita a exponer el proyecto cientificista, utilitarista, antimetafísico, anticlericalista y reformador de la época, dejando de lado cualquier intento de crítica que devele no sólo las inconsistencias del positivismo, sino que también el conjunto de relaciones que se establecen entre conocimiento científico y poder. Sin negar la contribución realizada por Amurrio, el objeto del presente ensayo es tematizar otros aspectos que han quedado en el transfondo de su obra. Mi intención es examinar los distintos efectos que han tenido los planteamientos de la filosofía positiva en las nuevas formas de poder y dominación surgidas con la reestructuración del Estado guatemalteco inmediatamente después de la reforma liberal, particularmente en relación a la articulación de los procesos científicos como un sistema tecnológico que produce y genera relaciones de poder asociadas al ideal de orden y de progreso. Asimismo, se pretende explorar las relaciones entre la filosofía positiva y el proyecto historicista 136

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del período post-colonial en Guatemala. Finalmente, se pretende mostrar que el discurso de la filosofía positiva en Guatemala esta entretejido con los discursos racistas de la época. La ciencia como discurso tecnológico A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los filósofos positivistas guatemaltecos hacen suyos los planteamientos que erigen la metodología de las ciencias naturales como el elemento unificador de todo conocimiento verdadero de la realidad. Según esto, mediante la observación no sólo se superan las construcciones metafísicas sino que además se logra conocer los hechos y las leyes que rigen la naturaleza y la sociedad. En oposición a las perspectivas racionalistas y escolásticas, la filosofía positiva considera que únicamente lo que afecta nuestros sentidos puede ser motivo de conocimiento2. Esto quiere decir que circunscibiéndose a la observación científica, el ser humano tiene acceso a los fenómenos de la naturaleza que constituyen los objetos reales posibles del conocimiento y a las leyes universales bajo las cuales se rigen. De esa cuenta, al igual que Comte y otros positivistas europeos, la actitud positivista en Guatemala erige a la metodología de las ciencias naturales como el medio para evitar “la especulación metafísica estéril” que nos aleja del conocimiento de la realidad. Esto significa que la certeza del conocimiento de los fenómenos naturales y sociales es ahora un problema de procedimiento metodológico y no de contenido3. A 2 Darío González, Principios de Filosofía Positivia (Guatemala: Tipografía Nacional, 1895) señala que: “Conocemos únicamente lo que puede afectar nuestra sensibilidad” (p. 50) 3 Esta es una característica común con el positivismo europeo, como puede ser visto en Theodor W. Adorno, Sociology and Empirical Research, Göttingen, 1957; Jürgen Habermas, Knowledge and Human Interests, Boston, 1971; y Herbert Marcuse, Reason and Revolution, Hegel and the Rise of Social Theory, Boston, 1968.

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este respecto, Darío González (1895) define el positivismo como un sistema filosófico que: “tiene por objeto el progreso científico en cuanto depende de los medios de investigación que puede disponer la humana inteligencia para encontrar la verdad. Se aparta de toda especulación estéril, y su campo de acción es la naturaleza, cuyos secretos trata de conocer por medio de la razón auxiliada de la observación y la experiencia. … La voz positivismo debe tomarse en un sentido propio o doctrinal, que sólo se ocupa de lo real y accesible a nuestros medios de investigación, de los hechos adquiridos por la observación. El positivismo es simplemente aquello que es real, lo opuesto a lo imaginario, quimérico o sin fundamento”4. El presupuesto básico de la filosofía positiva consiste en considerar que el científico evita la construcción de un mundo quimérico más allá de los hechos que reportan nuestros sentidos. El ideal de la ciencia, entonces, consiste en limitar estrictamente el objeto del conocimiento a la evidencia empírica. Como González (1895) expresa: “esta ciencia toma la materia tal como se presenta a nuestros sentidos para estudiar sus propiedades y las leyes de los fenómenos, sin preocuparse de su esencia o naturaleza íntima”5. Por tanto, el conocimiento ahora se limita estrictamente a “los hechos observables”. Sin embargo, los positivistas guatemaltecos, al igual que los postivistas europeos, no ofrecen ningún criterio que permita distinguir con claridad entre hechos y quimeras. Mientras que los objetos de la especulación metafísica son rechazados por ser considerados un sinsentido, los hechos empíricos son resultado del procedimiento de los métodos de la ciencia. Cuando Darío González indica que: “el positivismo sólo 4 5

D. González, pp. 6-7. D. González, p. 9.

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admite como principios reales o positivos los adquiridos por la observación y la experiencia”6, en realidad afirma que lo empírico propiamente está determinado por las reglas del método científico y, por consiguiente, la objetividad del conocimiento depende del método y no de los fenómenos que se investigan. Esto quiere decir que cualquier experiencia empírica directa es irrelevante, dado que lo empírico no consiste en un simple observar lo que está allí en el campo de nuestra experiencia posible. Más bien, la experiencia debe ser reconstruida a nivel metodológico y sujeta a la prescripción del método científico que al final de cuentas determina y prescribe “cómo ha de observarse”. En consecuencia, la validez y objetividad de los fenómenos percibidos debe de estar constituida de acuerdo a los requerimientos de los procesos y técnicas de la ciencia. Estas observaciones nos conducen a la formulación de leyes científicas que regulan los fenómenos naturales, sociales, históricos y psicológicos. Después de todo, de acuerdo al positivismo, los hechos de la experiencia tienen sentido si y sólo si se organizan en una estructura teórica y lógica que permitan: a) la formulación de leyes científicas; y b) el establecimiento de conexiones entre distintas observaciones y leyes que permitan construir teorías para deducir y predecir el acaecimiento de ciertos hechos. Sea que se acepte la existencia real de las leyes de la naturaleza o que éstas sean una invención del hombre, el elemento común que se plantea en la perspectiva positivista de la ciencia es que las leyes se articulan sobre la base de la generalización. A este respecto, Adrián Recinos (1921) señala que: “En la naturaleza no existen propiamente leyes y en este sentido es un error decir que el mundo se rige por leyes. Lo que hay en realidad es que las observaciones humanas de los fenómenos se generalizan por la inteligencia humana, que es la que para interpretar la persistencia de deter6

D. González, p. 4.

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minadas condiciones en los objetos naturales, formula las leyes”7. Lo que esta perspectiva presume es que las leyes científicas son el resultado de procesos de generalización que parten de las experiencias empíricas particulares. En efecto, la formulación de las leyes científicas requieren de una estructura formal y lógica y, por tanto, la aplicación de los métodos formales en los procesos de la investigación científica se constituyen en una condición esencial para los mismos. Esta conciencia de la necesidad de la aplicación de los métodos formales de la matemática y la lógica en la actividad científica se muestra en varios pasajes de los textos positivistas publicados en Guatemala. Dos ejemplos son los siguientes: a) Valerio Pujol (1885) señala que: “Aunque para los fines especiales de cada hombre pueda preferirse una a otra ciencia conviene advertir que todas las fundamentales deben ser atendidas porque forman un encadenamiento lógico y constituyen un todo. … Pero la escesiva especialidad tiene inconvenientes: si no es presidida por un entendimiento conocedor de las relaciones indispensables, puede cada ramo aislarse hasta un grado que haga difícil o imposible volver a una armonía y enlace”8. (p. 291) Por otra parte, Darío González es aún más claro en las relaciones entre la estructura formal de la ciencia y las experiencias empíricas cuando afirma que: “Dado el espacio y la materia con las propiedades que le caracterizan, las leyes matemáticas de la mecánica celeste tienen que cumplirse, ya sea para conservar a los planetas girando alrededor de su centro en órbitas determinadas, ya Adrián Recinos, Lecciones de Filosofía (Guatemala: Casa Colorado, 1921), p.5. Valero Pujol, Compendio de la Historia de la Filosofía (Guatemala: Tipografía “El Progreso”, 1885) 7 8

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para hacerlos estallar o reducirlos a materia cósmica en un momento dado, en virtud de las mismas leyes naturales”9. El punto que interesa analizar es el hecho de que el positivismo plantea, como un aspecto esencial del desarrollo científico, la construcción de teorías o al menos, de una organización armónica entre las leyes científicas para efectos de interpretar ciertos hechos o predecir otros. Esto conduce a la aplicación de métodos formales y cuantitativos de la lógica y de la matemática al campo de las experiencias empíricas. Pero lo anterior nos conduce a reconocer una contradicción no resuelta por parte de los positivistas guatemaltecos. Por una parte, ellos afirman que el criterio fundamental del conocimiento de la realidad lo constituye el sujetarse estrictamente a la experiencia empírica, y por otra parte aceptan el uso de métodos formales que no son derivables de dicha experiencia empírica. Considerando que la ciencia y sus métodos no son completamente derivables de la observación directa, el problema que se plantea es el de la conexión entre los sistemas formales y la experiencia. ¿Cuál es la mediación que se establece entre lo formal y lo empírico? ¿Cómo se puede explicar la aplicación de las estructuras formales de la lógica y la matemática a los procesos de observación y experimentación, si de antemano se ha planteado la primacia de lo empírico? Aunque se interprete que los textos de Darío González y Adrián Recinos sugieren los métodos de la inducción para generalizar, hay que considerar que estrictamente hablando, la inducción no permite generalizar ni formalizar sin asumir previamente una lógica que no está basada en la inducción. Esto quiere decir que el planteamiento de la inducción como fundamento de la generalización y formulación de las leyes científicas apunta a una necesidad que va más allá de lo que las experiencias empíricas puedan articular. Aún si se considera que el propio lenguaje es un fenómeno empírico, la 9

D. González, p. 240.

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constitución de una generalidad no puede localizarse a este nivel, puesto que los términos empíricos no constituyen ninguna generalidad. Por tanto, el problema de la aplicación de los sistemas formales de la ciencia al campo de nuestra experiencia u observación empírica aún sigue vigente. La respuesta que ofrecen los positivistas guatemaltecos es el principio de «intervención en» y la «transformación de» los fenómenos empíricos para satisfacer las «necesidades humanas». En este sentido, los positivistas no cumplen con las condiciones que ellos mismos han erigido como requerimientos básicos del conocimiento científico. De hecho, la aplicación de formas lógicas, así como la intervención en los fenómenos naturales y sociales y la transformación de los mismos no son dadas en la experiencia empírica, sino más bien, son propuestas a partir de ciertas valoraciones de las «necesidades humanas» y de los requerimientos que plantea el dominio práctico. En principio, la aplicación directa de los métodos formales de la ciencia no es posible, y por tanto, dicha aplicación es más bien valorativa. Esto significa que la ciencia a este nivel se fundamenta en un conjunto de valores, sean estos sociales, económicos, políticos o sencillamente prejuicios culturales. Cada uno de ellos comparte una operación común cuando los métodos científicos formales son aplicados a los fenómenos empíricos. La experiencia empírica directa por sí misma no nos dice cómo han de ser aplicados los sistemas formales, ni tampoco establece cómo los fenómenos han de ser organizados, manipulados o transformados. Por lo tanto, estos procesos están mediados fundamentalmente por una acción valorativa más que por una descripción de la experiencia empírica directa. Una variante de este problema se puede plantear de la siguiente manera: la ciencia no investiga la totalidad de los hechos que constituyen los problemas sociales o naturales, sino más bien establece un proceso de selección del campo fenoménico a considerar. En este sentido, las experiencias empíricas han de ajustarse a los requerimientos establecidos 142

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de antemano por el método científico que exige el cumplimiento con ciertas condiciones formales y de las reglas lógicas para asegurar la precisión, certeza y utilidad del conocimiento10. Esto quiere decir que la complejidad del campo de las experiencias posibles requiere de la selección de ciertos hechos para efectos de su estudio. Regularmente, este proceso de selección se realiza sobre la base del ajuste de los hechos a teorías que establecen previamente las condiciones que han de observarse. Pero este proceso de selección no deviene de la observación empírica en cuanto tal, sino más bien de las condiciones que se establecen previamente. Esto muestra el carácter selectivo y valorativo de los procedimientos de la ciencia cuando aplica las estructuras lógicas y formales de una teoría a los fenómenos empíricos. Para los positivistas guatemaltecos, el problema de la mediación entre la realidad y la experiencia científica se resuelve mediante la intervención y manipulación que el “ser humano” hace de la naturaleza de acuerdo a sus intereses y necesidades. Como lo expresó claramente Adrián Recinos: son “los hombres” quienes “han hecho las leyes de la naturaleza. El saber científico es de condición humana, hecho por el hombre para las necesidades del hombre”11. El proceso científico que construye las leyes de la naturaleza consiste en «controlar el ambiente»” y «transformarlo» de acuerdo a los diseños y planes del hombre. La ciencia, en este sentido, se convierte en una actividad tecnológica que no se limita a observar el mundo, sino más bien a prescribir la forma como los fenómenos de la naturaleza tienen V. Pujol a este respecto señala que: “El método positivo no puede ser estudiado fuera de las investigaciones en que se emplea. Considerado en abstracto se reduce á generalidades vagas que no puede tener ninguna influencia sobre el régimen intelectual. Es pues el primer resultado la manifestación por esperiencia de las leyes que se cumplen al verificarse nuestras funciones intelectuales, y por consiguiente el conocimiento preciso de las reglas generales necesarias para proceder con acierto á la investigación de la verdad” (p. 292 y 293) 11 A. Recinos, p. 5. 10

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que comportarse. El proceso científico, entonces, se convierte en un «saber-como» que se traduce en un «saber-comohacerlo»12. Esto significa que la ciencia se articula como un dominio fundamentalmente técnico e instrumental cuyo valor operativo se define por la capacidad de dominio y transformación de la naturaleza y la sociedad13. Esto significa que tanto los fenómenos de la naturaleza y los fenómenos sociales se rigen por leyes que al final de cuentas se articulan por los deseos e intereses humanos. Por tanto, la objetividad de la experiencia científica ya no descansa en la observación directa de los fenómenos, sino en el valor utilitario y el poder tecnológico del hombre que calcula, arregla y produce ciertas condiciones materiales a través de la experimentación. La ciencia como actividad que interviene, controla, predice y transforma la naturaleza y la sociedad es esencialmente un poder tecnológico que no describe la realidad sino más bien la produce. Al reducirse el proceso científico a una actividad tecnológica y cuyo propósito es el dominio creciente del ambiente incluyendo la vida humana, la ciencia se convierte en un discurso del poder. Esto quiere decir que el supuesto ideal de la ciencia de construir un conocimiento objetivo es en realidad una construcción arbitraria y valorativa de formas de poder y de sometimiento que analizaremos con más detalle a continuación. El despliegue de la ciencia positiva como poder tecnológico es también extendido al ámbito social. El rol de la ciencia consiste en determinar el conjunto de leyes que rigen la historia y la sociedad. En este sentido, los individuos no sólo se considePara un análisis de la constitución de la ciencia como un fenómeno tecnológico vease Algis Mickunas, Technological Culture, Greenwood Press (New York, 1986); y The Essence of the Technological World (University of America Press, 1984). 13 Una crítica similar al positivismo europeo en particular y la filosofía moderna en general puede verse en Max Horkheimer, The Eclipse of Reason, The Seabury Press (New York, 1974). 12

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ran parte de la naturaleza14, y por tanto, sujetos a las leyes de la misma, sino que también objetos a ser formados tecnológicamente para la reproducción de las condiciones necesarias en una sociedad definida como “moderna” y “civilizada”15. Por lo tanto, La pretensión de la ciencia aplicada a la esfera social consiste en articular las condiciones materiales y formales requeridas para la instauración de un orden, al cual los intelectuales, en particular, y todos los guatemaltecos, en general, deben de obedecer y someterse16. En este sentido, Herrera es más que explicito cuando escribe en 1895 que: “Siendo las bases científicas inmutables, la nueva filosofía, inmutable también como la ciencia que le sirve de base, A este respecto, Dario González manifiesta que: “es un hecho que los actos intelectuales, las voliciones, los sentimientos y los instintos en el hombre están entermaente ligados al sistema nervioso, del cual dependen de una manera directa. … Por consiguiente, una psicología que no se funde en el estudio estructural y funcional del sistema nervioso, en general, es imposible. Bajo este punto de vista, la psicología es una ciencia natural, es parte de la biología y depende de las leyes de esta ciencia. … la psicología no es otra cosa que un desarrollo ulterior de la física y de la fisiología.” (p. 292) En este mismo sentido Amurrio cita a Manuel Herrera, quien en 1895, expresaba que: “Si se consideran estas funciones (intelecutales) bajo el punto de vista estático, su estudio puede no puede consistir en la determinación de las condiciones orgánicas de que dependen, forman así un parte esencial de la Anatomía y Fisiología. … Como el espíritu estático no es más que el estado estático del substratum nervioso cuya manifestación es el espíritu dinámico … debemos esperarlo todo del progreso ulterior de la Fisiología.” (p. 140). 15 V. Pujol afirma que una propiedad del método positivo “afecta á la educación (…) para hacerse positiva adaptándose á la cultura moderna. Para que la filosofía positiva pueda concluir la regeneración intelectual, es indispensable que las diferentes ciencias de que se compone presentadas al entendimiento como las diversas ramas de un tronco único sean reducidas primeramente á lo que constituye su espíritu, á sus métodos principales y á sus resultados más importantes” (p. 293). 16 D. González expresa claramente que: “La filosofía positiva es la llamada a establecer la unidad intelectual de la humanidad, regenerando así la educación, que deberá ser científica o positiva o gradual, teniendo por base la observación” (p. 14). 14

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salvará todas las distancias y reinará en todas las inteligencias. … [Asimismo,] la gran crisis política y moral de las actuales sociedades proviene, en último análisis, de la anarquía intelectual. Nuestro grave mal consiste, en efecto, en esa profunda divergencia que existe ahora entre todos los hombres reflexivos acerca de las máximas fundamentales cuya fijeza es la primera condición de un verdadero orden social. Mientras que las inteligencias individuales no hayan adherido por un sentimiento unánime, a cierto número de ideas generales, capaces de formar una doctrina social común”17. El discurso científico que demarca los límites de su acción explicativa a los fenómenos mecánicos, químicos, físicos y matemáticos, en realidad constituye un proyecto moral y político. De esa cuenta, el positivismo se convierte en un discurso que fundamenta y justifica las estructuras políticas de los dictadores liberales guatemaltecos cuyo ideal se expresaba en el slogan de “orden y progreso” Ciencia como discurso histórico El proyecto positivista al intentar construir y consolidar un orden social sobre la base de la ciencia y la tecnología se transforma en un discurso histórico. De hecho, los positivistas guatemaltecos consideraron que el estudio de la sociedad no puede hacerse sin apelar a las ideas de progreso y evolución18. De acuerdo a González, “La idea fundamental de la sociología J. Amurrio, pp. 151 y 154. El sentido histórico de la sociología también es manifiesto en el discurso de Miguel Angel Asturias (1923), quién afirma que: “Del estudio de la historia que, por otra parte, se ha encargado de comprobar, ordenar, y justificar lo que en boca de la narración no pasaba de ser un cuento de hadas, surgió la Ciencia Nueva, que es como Vico llamó a la sociología” (p. 11). 17

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es la evolución”19. En términos generales, la historia guatemalteca de acuerdo a los positivistas se rige bajo la ley de los tres estados. Los tres grandes períodos históricos propuestos por Comte: mítico/metafísico/científico, se traducen en Guatemala como: precolonial/colonial/independiente o anti20 guo/dominación/moderno-contemporáneo . Villacorta por ejemplo, establece el progreso como el objeto de la historia, el cual lo define como “Esa transformación lenta del hombre salvaje en hombre civilizado”21. Durante este período, las ciencias sociales desplegaron un discurso que regula el desarrollo histórico de la humanidad desde la época primitiva hasta los tiempos modernos. Dentro de esta perspectiva, los filósofos, los científicos sociales y los historiadores han de integrar la historia precolombina como parte de la historia universal. Esto tiene entre otras las siguientes implicaciones: primero, la historia de lo indígena para el pensamiento positivo no tiene sentido en sí misma, a menos que se establezca claramente su relación con lo europeo que constituye el punto de referencia desde el cual se juzgarán los acontecimientos históricos22. Por tanto, los ejes que permiten abordar las culturas D. González, p. 155. Véase: Ramón Salazar, Historia del desenvolvimiento intelectual de Guatemala, Tomos I, II y III (Guatemala: Tipografía Nacional, 1897); Agustín Gómez Carrillo, Compendio de Historia de la América Central, (Guatemala: Imprenta “La República”, 1906); Miguel Ángel Asturias, Sociología Guatemalteca: El problema Social del Indio”, (Tempe, Arizona: Arizona State University, 1923); J. Antonio Villacorta, Elementos de Historia Patria, (Guatemala: Tipografía Sánchez & De Guise, 1929); y Miguel G. Saravia, Compendio de la Historia de Centro América, (Guatemala: Talleres Tipográficos “San Antonio”, 1930). 21 A. Villacorta, p. 6. 22 Antonio Batres Jáuregui señala que: “Lejos de mi ánimo ha estado el constituirme en iracundo censor de España, llamando á juicio, ante los tiempos modernos y al través del actual progreso, á los hechos que pasaron hace siglos, como si no fuera preciso tener en cuenta las ideas y las preocupaciones de las diversas edades, á fin de que prevalezca en todo caso el criterio sereno y la razón desapasionada; pero tampoco soy vocero de la época colonial, ni 19

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indígenas como objeto histórico son la colonia y el período postcolonial. Esto quiere decir que la conciencia histórica positiva articula un horizonte temporal que permite conectar el pasado y el futuro en referencia a lo europeo-universal, en detrimento de lo indígena-regional-local. Segundo, se plantea como una tarea prioritaria el incorporar al indígena a la historia de la humanidad y de proponer los mecanismos concretos para su progreso, integración, asimilación y hasta su aniquilación23. Tercero, se construye una estructura temporal en la cual los indígenas se consideran parte del pasado, en contraposición al ladino o al criollo que representan el progreso y el futuro24. de aquellos que pretenden exhibirla inmaculadada y pura. Fué necesaria evolución, para que un mundo entero entrase en comunidad de miras é intereses con el resto del planeta. Cúpole á la nación ibera el glorioso destino de hacer renacer á la vida de la civilización este hemisferio. Es ley de la naturaleza que, así como el hombre viene al mundo entre lágrimas y dolores, no pasen los pueblos de una á otra edad, sino entre ayes de amargura y torrentes de sangre”. (A. Bátres, 1893, p. 4) 23 En este sentido, Batres Jáuregui expresa que: “Ni se extrañe que á las veces no limite mis estudios solamente á los aborígenes de Guatemala, ya que, aunque á ellos les consagro la mayor parte de mis lucubraciones—como que el primordial objeto es historialos é inquirir el modo de acerecentar su civilización y desarrollo”. (p. 4) Aún más severo en sus afirmaciones es Horacio Espinosa: “Es la ley de la Naturaleza que el débil, el impreparado, sea absorbido por el fuerte, desocupe el espacio para el más apto, para el más vital; y esta ley se confirma en la Historia, se confima en todos los fenómenos de la naturaleza. … El indio tropical, descendiente de una raza ya muy vieja, plácidamente vivía la vida indolente de la selva y de su indolencia sólo salía para hacer la guerra a sus hermanos”. (H. Espinosa, Primer Congreso Pedagógico Centroamericano, Guatemala: Tipografía Nacional, p. 10). 24 Antonio Carrillo en 1929 proclamaba la necesidad de: “Estudiar al indio por su historia como la profecía de su futuro. … porque la historia es la revelación del pasado, la profecía de lo futuro, la conciencia de la humanidad.” (Barillas, p. 78) Sin embargo, Miguel Ángel Asturias establece esta estructura temporal de la historia a partir de las diferencias étnicas: “El indio representa una civilización pasada y el mestizo, o ladino que le llamamos, una civilización que viene. El indio forma la mayoría de nuestra población, perdió su vigor en el largo tiempo de esclavitud a que se le sometió, no se interesa por

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En este sentido, el positivismo guatemalteco adopta las tesis del historicismo evolucionista que arbitrariamente establece un orden histórico, social, político y étnico sobre la base de un discurso normalizador. Darío González es determinante en establecer la conexión entre lo natural y lo histórico y entre los procesos fisico-químicos con los fenómenos históricos y sociales: “Pero la ley de evolución abarca también la evolución que Spencer llama superorgánica o de la vida social, que comprende las diferentes fases por las cuales han pasado las agrupaciones humanas, desde las tribus salvajes primitivas, hasta las sociedades civilizadas de la época presente. Esta evolución explica los cambios que se han operado en las ideas, instituciones y creencia de los pueblos desde los tiempos históricos hasta la fecha”25. La biología, la fisiología y la patología se utilizan para explicar por qué “lo indígena” se manifiesta históricamente como “ese pasado histórico, primitivo y contrario al progreso”. El positivismo define como una necesidad el que la ciencia cumpla con una nueva función: encontrar las leyes y las causas que determinaron la degeneración de los pueblos indígenas y, a través de ello, encontrar la explicación del atraso de Guatemala26.

nada, acostumbrado como está a que quien primero pase le quite lo que tiene, incluso la mujer y los hijos; representa la penuria mental, moral y material del país: es humilde, es sucio, viste de distinta manera y padece sin pestañear. El ladino forma una tercera parte, vive un momento histórico distinto, con arranques de ambición y romanticismo, aspira, anhela y es, en último resultado, la parte viva de la nación guatemalteca. Valiente nación que tiene dos terceras partes muertas para la vida inteligente!” (p. 10). 25 D. González, p. 156. 26 Algunos ejemplos del discurso normalizador de la ciencia se pueden encontrar en: Miguel Angel Asturias, Sociología Guatemalteca: El problema Social del Indio, Fernando Juárez Muñoz, El Indio Guatemalteco, (guatemala: Tipografía

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Esta conexión entre la concepción psicológica positivista que reduce los fenómenos psíquicos a una configuración anatómica y fisiológica y el discurso que plantea las características degenerativas orgánicas del indígena se trazan en el discurso de Manuel Herrera, quién considera que: “Debe estudiarse, al salvaje (primitivo), al loco, al niño, al idiota, al genio… Llegará un tiempo (y ya debiera haber llegado) en que las cárceles serán observatorios psicológicos”27. Los positivistas guatemaltecos pretenden así naturalizar y ontologizar los fenómenos históricos y sociales. Ellos intentan significar «lo étnico» y las construcciones temporales tales como «progreso» y «civilización» como objetos existentes y como parte de la realidad, más allá de toda apariencia. Las afirmaciones tales como “la degeneración del indígena” se manifiestan en lo real como algo natural. Sin embargo, si se analiza cuál es ese tipo de naturaleza al que se refieren y qué significan ellos por “«natural», uno encuentra inconsistencias y contradicciones que revelan el carácter racista del planteamiento positivista en Guatemala. Cuando se establece que algo es «natural» y al mismo tiempo se propone que eso natural es deficiente, anormal o degenerado en cualquier respecto, uno contradice la mera noción de naturaleza. Si la naturaleza es considerada como «lo que es», es un sin-sentido plantear la necesidad de su transformación. La noción de transformar o hacer cambiar la naturaleza del indígena establece otra naturaleza aperceptiva mediante la cual se establece una jerarquía donde existe algo mucho más elevado y apropiado; por ejemplo, el planteamiento que el mestizo o el criollo es naturalmente superior o mejor adaptado a las condiciones sociales que el indígena. Esto implica que la apercepción Latina, 1931); Alfredo Carrillo Ramirez, Biología Pedagógica, (Guatemala: Tipografía Nacional, 1929). 27 J. Amurrio, p. 142.

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de lo indígena como algo naturalmente deficiente, conlleva otra apercepción que es esencialmente valorativa. En otras palabras, la fundamentación del ciencia positiva se encuentra en una intencionalidad subjetiva, porque de la pura observación y de la experiencia empírica no se puede configurar una historia que juzga a una porción de la población guatemalteca como «primitiva» o como «errada». Estos juicios valorativos no encuentran evidencia en ninguna impresión. En efecto, esto constituye solo una invención arbitraria que distingue entre un tipo especifico de «naturaleza» que se considera «normal», en contraposición a lo «anormal» y a lo no-natural. De otra forma, no puede juzgarse que dos naturalezas distintas, la del indígena y la del mestizo o el criollo, son naturalmente superior, inferior, igual, civilizada, primitiva, etc. Por otra parte, esta ciencia positiva que se fundamenta en juicios de valor conduce a la introducción de un conjunto de requerimientos sociales que son co-extensivos con los discursos políticos y económicos. El grupo o grupos considerados como la expresión de una naturaleza superior o más avanzada conoce y define las acciones pertinentes para lograr el progreso y el desarrollo. De esa cuenta y al igual que el Nazismo, la oligarquía liberal guatemalteca no tuvo ningún problema en aceptar el positivismo. En conclusión, la etapa positiva construyo un discurso histórico en donde se suponía que los guatemaltecos debían de dar los pasos requeridos para avanzar a un estado mejor que el anterior. Pero esto sólo logro justificar la sujeción y sometimiento del Otro. Sin siquiera reconocer que el Otro puede decir que también es una expresión de la naturaleza. Que ni ellos, ni los otros son mejor o peor. Que se es y que se es sencillamente diferente. Sin lugar a dudas que Jesús Amurrio abordo este problema cuando analizó los textos del Primer Congreso Pedagógico 151

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Centroamericano de 1893. En su análisis se refiere a la discusión del primer tema del congreso que trato acerca de “los medios más eficaces para civilizar a la raza indígena, en el sentido de inculcarles ideas de progreso y hábitos de los pueblos cultos”. Asimismo hace alusión a la tesis de licenciatura de Miguel Angel Asturias. En palabras del mismo Amurrio: “Sería propio de un trabajo más específico investigar la proyección de este racismo científico (?) en el caso particular de nuestro pueblo indígena”28. Al referirse a la tesis de Asturias, Amurrio expresa: “No quiero alargarme demasiado. Voy a transcribir los párrafos más pertinentes sin comentarios, pues fácilmente se infiere que están imbuidos por la utopía común a muchos positivistas de que la evolución biológica, las mejores en el orden fisiológico, repercutirán en su avance y progreso de todos los órdenes”29. De ninguna manera se pretende afirmar que la posición de Amurrio sea igualmente racista ya que se manifiesta en un “sin comentarios”, o en la justificación histórica de los contenidos de la tesis de Asturias dado que para él constituyen “un auténtico producto del ambiente ideológico de su época”, o por abordar este tema como notas marginales al pie de página. Lo que se quiere manifestar es que Amurrio no logro comprender que el desarrollo del pensamiento positivista guatemalteco constituyo un discurso de poder y dominación. Prueba de ello, es que no sólo Asturias, Herrera y González –este último como organizador del Primer Congreso Centroamericano-, pero toda una generación de pensadores guatemaltecos tales como Batres Jáuregui, Juárez, Carrillo Ramirez, Antonio Villacorta, Wyld Ospina y hasta el propio Adrián Recinos expresaron que el indígena guatemalteco constituía «el problema» esencial a resolver. Esto es olvidar y obviar gran parte de las motivaciones y los desarrollos 28 29

J. Amurrio, p. 101. J. Amurrio, p. 103.

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LA CIENCIA COMO DISCURSO DE PODER…

del positivismo en Guatemala que no puede quedarse sin crítica y reflexión filosófica, particularmente cuando la ciencia se constituye como un discurso de poder que se materializa en una tecnología de dominación. Bienvenido Argueta Hernández [email protected]

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