La Condición Social del Ser Humano. Tabla de Contenidos. 1. La condición social del ser humano 2

La Condición Social del Ser Humano Tabla de Contenidos 1. La condición social del ser humano ______________________________ 2 ¿Qué significa que el s

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La Condición Social del Ser Humano Tabla de Contenidos

1. La condición social del ser humano ______________________________ 2 ¿Qué significa que el ser humano es un social? ___________________________ 2 ¿Qué es un proceso de humanización? __________________________________ 3

2. Definición de Cultura __________________________________________ 4 2.1. Tipos de Culturas. El Cambio social y la idea del ‘nosotros’ __________ 11

3. Hacia una mirada ética: ¿Cómo podemos determinar lo bueno? _____ 18 Dossier: La Ablación del clítoris __________________________________ 19 Los Papalagi __________________________________________________ 24 4. ¿Valores Relativos, valores Absolutos? __________________________ 26

Carlos Muñoz Gutiérrez

La Condición Social del Ser Humano Carlos Muñoz Gutiérrez

1. La condición social del ser humano Hemos visto en el tema anterior que el ser humano es un ser moral. También adelantamos que nuestra condición moral se da solo por el hecho de vivir en comunidad. En este tema vamos fundamentalmente a explorar esta condición social para comprender fundamentalmente como se elaboran los sistemas de valores o morales, como se difunden y mantienen como creencias y costumbres en los individuos y en qué medida pueden cambiar y transformarse a lo largo del tiempo. En esta posibilidad de transformación de lo que un grupo social considera como bueno y deseable empezará a aparecer la ética como un saber racional que analiza los valores y creencias existentes para proponer nuevos contenidos a esos valores y, en consecuencia, nuevas formas de relación social entre los individuos de una sociedad y entre los distintos grupos humanos. Empecemos, en primer lugar tenemos que comprender qué queremos decir cuando decimos que el ser humano es inevitablemente social. ¿Qué significa que el ser humano es un social? En el contexto evolutivo en el que apareció la especie humana la necesidad social del ser humano va ir apareciendo inevitablemente hasta constituir la especie que somos. Naturalmente la especie humana no es la única social. En verdad, la mayoría de los animales conforman grupos sociales de muy diversas características. Desde las hormigas hasta los grupos de mamíferos superiores como los leones, encontramos en la naturaleza formas muy diversas de organización social en las cuales los grupos animales han encontrado una ventaja adaptativa que les ha permitido sobrevivir. Por ejemplo, la férrea organización social de un hormiguero logra el objetivo de hacer que el grupo de hormigas creado por la hormiga reina sea prácticamente eterno, aunque ello signifique que todos los individuos trabajan para alimentar, defender y satisfacer al elemento más importante, la reina. Así también, un grupo de leones convive para ser más eficaces en la caza. Esta convivencia está organizada normalmente en una estructura de harén, donde un macho controla a un grupo de hembras. Además en el grupo hay roles sociales jerárquicos muy marcados que determinan las tareas y los privilegios que se pueden disfrutar, como comer primero, reproducirse, etc. Tenemos que advertir la diferencia que existe entre un grupo de animales que van realizan actividades juntos y una organización social. Desde un banco de peces, que no es más que un agregado de individuos, que únicamente se reúnen por seguridad, pero que no tienen ninguna estructura social, ni reparto de roles sociales, ni jerarquías, hasta un grupo social de chimpancés o de leones podemos encontrar muy diversas agrupaciones de individuos de una misma especie: manadas, bandadas, parejas y también animales solitarios. Luego, en general, la sociabilidad contiene algún tipo de organización dentro del grupo. Ya sea un reparto de las tareas, que hacen que algunos individuos se ocupen de determinadas funciones y otros de otras; o una distribución del poder jerárquico que dispone un orden a la hora de alimentarse o de reproducirse. Hay también reglas o prohibiciones e incluso procedimientos de sucesión en la jerarquía. En el caso de la sociabilidad del ser humano hay algo especial y quizá único en el reino animal y es que la naturaleza biológica nos permite ―y además nos exige―, formas sociales de convivencia si queremos obtener las características propias de la

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especie que, en el tema anterior, hemos establecido como inteligencia, conciencia y lenguaje. Dicho de otra manera: 1. Que el ser humano es un ser social significa que aislado de un grupo social humano el individuo humano no llega a ser humano, persona. Es decir, los hombres nos convertimos en seres humanos en un proceso de humanización. ¿Qué es un proceso de humanización? Se dice que la especie humana ha experimentado: 1. Un proceso de hominización: El proceso de hominización es el desarrollo evolutivo que el homo sapiens ha experimentado desde que una población homínida se ramificó del tronco común de los homínidos hasta evolucionar en la especie humana actual. A lo largo de este proceso hay tres variaciones significativas: • El bipedismo, • El desarrollo de habilidades manuales • La progresiva encefalización que estas tareas exigían. Este proceso culmina en el desarrollo del lenguaje simbólico y de la conciencia. Pero a partir de aquí, todo lo que la especie humana ha producido en la Tierra es el resultado de otro proceso. 2. Tras el proceso de hominización, la biología o naturaleza da paso a la cultura o sociedad. En el marco de la cultura y de la evolución cultural es donde la especie va a adquirir las mejores herramientas para su supervivencia. La especie humana puede desarrollar elementos que no existen en la naturaleza y crearse un mundo artificial. Todo lo que el ser humano ha producido por su inteligencia es lo que denominamos cultura y esa cultura se ha adquirido en un proceso de humanización por el que los nuevos individuos del grupo aprenden los logros de sus antecesores en un proceso de acumulación de conocimiento. Luego la evolución humana nos coloca en la posibilidad de transmitirnos unos a otros lo que hemos aprendido, lo que hemos experimentado o lo que hemos sufrido. Esto significa que un nuevo individuo humano que llegue al mundo en el marco de un grupo cuenta ya con una experiencia que puede aprender y que no tienen que experimentar o vivir. Así evita riesgos, pero también se le enseña a ser humano. No olvidemos que entre las cosas que se aprenden está el propio vehículo de aprendizaje, el lenguaje. Si un individuo no adquiere el lenguaje sus posibilidades de aprendizaje disminuyen y entonces los riesgos aumentan. En consecuencia el proceso de humanización es el proceso en el que un grupo social humano transmite al nuevo individuo aquello le que va a permitir adquirir todas las capacidades de la propia especie, es decir, la “humanidad”. Concretemos este proceso en el marco de la ontogénesis1. Cuando nacemos, no somos estrictamente o técnicamente humanos. No podemos andar, ni hablar, ni pensar. Prácticamente no podemos hacer nada, estamos indefensos e inermes ante el mundo. Somos de la especie humana, pero tendríamos muy pocas oportunidades de sobrevivir si no nos cuidan y nos humanizan. Es decir, si

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Ontogénesis en el término que refiere al proceso de desarrollo que tienen que realizar un individuo para convertirse en un ejemplar adulto de la especie a la que pertenece.

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no nos enseñan a andar, a hablar y a adquirir el conocimiento que vamos a necesitar sobre lo que nos conviene. Luego somos humanos porque se nos enseña a ser humanos. Ahora bien, como los seres humanos necesitamos humanizarnos y como esta humanización ocurre en el interior de un grupo social, lo que nos conviene ya no es solo lo que nos permite sobrevivir en la naturaleza, alimentarnos, protegernos de las inclemencias atmosféricas o evitar los riesgos, esto no nos diferenciaría de cualquier grupo animal. Además tenemos que saber vivir dentro del grupo en el que hemos nacido. Es decir, nuestra supervivencia depende de la supervivencia del grupo, por eso debemos aprender cómo convivir con nuestros semejantes con los que conformamos una comunidad. Por eso ser social significa también: 2. Saber convivir con nuestros semejantes dentro del grupo social al que pertenecemos y con quienes conformamos una comunidad. Convivir tiene también muchas expresiones en la vida cotidiana: viajar en el mismo autobús, encontrarnos juntos en una cafetería, caminar por las calles de nuestras ciudades, vivir en casa con la familia, ir con los amigos a clase o estar en clase todos juntos persiguiendo un propósito, pero por encima de todo esto; convivir significa que el grupo social perdura como una comunidad y en ella se conservan y se transmiten los conocimientos adquiridos, las maneras de relación, las herramientas y artefactos, las costumbres y valores que dirigen nuestra acción social, las instituciones, nuestro lenguaje, etc. Es decir, a lo que denominamos cultura. Así, finalmente podemos concluir que ser social significa: 3. Pertenecer a una cultura. Pero, ¿qué es una cultura?

2. Definición de Cultura Unas primeras aproximaciones hechas desde la antropología de la noción de cultura podrían ser las siguientes: "Todas las actividades humanas no estrictamente biológicas y los resultados de tales actividades. Abarca todas las estructuras sociales y políticas, sus modos de vivir y de actuar, las tradiciones éticas y religiosas, el lenguaje, la literatura, el arte, los conocimientos científicos y tecnológicos y, en general, todas las creaciones de la mente humana". AYALA, F., El Origen del hombre. "La cultura o civilización es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el hombre en cuanto miembro de la sociedad". TYLOR, E. B., El concepto de cultura. "Cuando los antropólogos hablan de cultura humana normalmente se refieren al estilo de vida total, socialmente adquirido, de un grupo de personas que incluye los modos pautados y recurrentes de pensar, sentir y actuar." HARRIS, M., Introducción a la antropología general.

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Si prestamos atención a estas definiciones vemos que descriptivamente podríamos definir cultura como todo lo que ha sido fabricado por el hombre. Desde este punto de vista la Cultura se opone a la Naturaleza. Pero, la cultura es lo fabricado por el hombre dentro de un grupo social determinado. Por ejemplo una práctica cultural que funcione en otro grupo cultural distinto al nuestro quizá no merezca para nosotros el apelativo de cultura y más bien sería una barbaridad. Pensemos por ejemplo en la práctica cultural milenaria de muchos pueblos del norte de Africa de la ablación del clítoris a las niñas. Seguramente, y así lo analizaremos después, para nosotros no es una costumbre admitida, sino que es incluso un delito, es decir, algo que está prohibido dentro de nuestra sociedad. Así, La Cultura se opone a la Barbarie. Pero tendremos que tener cuidado, al juzgar las formas culturales desarrolladas en el marco de otro grupo social. Tradicionalmente, y así lo afirma Tylor ―uno de los padres de la antropología―, cultura fue un término sinónimo de civilización. Aquí, sin embargo surgirán muchas dudas y problemas. ¿Hay culturas más civilizadas que otras? ¿Cómo podemos comparar a las culturas? ¿Hay culturas mejores que otras? El bárbaro era, para los griegos, aquellos que no hablaban griego y finalmente terminó significando extranjero. Pero actualmente ser extranjero no significa que uno sea un bárbaro. La barbarie para nosotros es algo salvaje, inhumana, que no es propio de la humanidad. No es extraño que en la actualidad la definición de Tylor nos parezca inadecuada. Finalmente, la última definición ―la de Marvin Harris― nos introduce en el complejo proceso por el que una cultura se establece y se mantiene, sugiere que proporciona a sus miembros maneras de pensar, de actuar y de sentir, es decir, una cultura es un modo de vida. Por eso debemos perfeccionar y completar nuestra definición para que pueda abarcar no solo el elemento descriptivo ―todo lo producido por el hombre en sociedad― sino también el elemento dinámico por el cual una cultura se crea, se difunde entre los miembros del grupo y les proporciona precisamente ese saber lo que conviene. Por eso vamos a acudir a otra definición: Cultura “Para hablar de "cultura" en sentido general pueden tomarse como referencia dos términos etimológicamente próximos: "culto" y "cultivo". La cultura, cualquier cultura, no es sino el resultado del esfuerzo de un grupo social por controlar su entorno: lo otro, siempre desconocido y misterioso, lo otro -el mundo que le rodea-, los otros, y aquello, esencialmente otro también, esas fuerzas que rigen los acontecimientos y las relaciones. Controlar para hacer habitable, para poder establecerse y comunicarse, para adquirir una identidad, incluso, que atestigüe de la presencia propia y la confirme como "otra" igualmente frente a lo ajeno, requiere el establecimiento de un pacto y una organización sacríficial que determine los actos y oficios sagrados: el culto. Pero esto no es suficiente; una vez consolidadas las vías de comunicación con lo "otro", será preciso proceder a su cultivo, esto es, al establecimiento de las reglas que delimiten su uso periódico. De este modo empiezan a constituirse las costumbres, las cuales se irán transformando en aquello que denominamos tradición, que, al transmitirse y consolidarse históricamente, formará lo que, con

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posterioridad, llamaremos "cultura" en su sentido restringido, es decir, aquel bagaje cognoscitivo que le pertenece a un grupo social. Chantal Maillard. La Sabiduría como estética. China: confucianismo, taoismo y budismo. Akal. Madrid. 1995 Analicemos y comprendamos esta definición: La cultura es el resultado del esfuerzo de un grupo social... ¿Qué es un grupo social? Ya hemos visto que un grupo social no es un mero agregado de individuos como un banco de peces o una bandada de pájaros, sino que un grupo social tiene una organización interna en donde se reparten tareas, roles; se distribuye jerárquicamente el poder o determinados privilegios, se establecen prohibiciones y normas, etc. Pero, por ahora diremos que un grupo social se constituye siempre que ajusto mi conducta a la presencia de otros. Por ejemplo, subo al autobús, allí hay otros viajeros que no conozco, a los que posiblemente no volveré a ver y con los que no voy a intercambiar palabra. Sin embargo, me comporto en el autobús atendiendo a su presencia. ¿Y si no...? Imaginemos que subimos al autobús empujando y escupiendo a todo el mundo, gritando y fumando, ¿qué creéis que pasaría? Luego, el hecho de que mi conducta quede determinada por la presencia de otras personas significa ya que hay alguna forma de interacción social que está regulada por las costumbres y las normas sociales. ... por controlar su entorno ¿Cuál es el entorno de un grupo social? La propia autora de la definición nos lo aclara: -

lo otro, siempre desconocido y misterioso, lo otro -el mundo que le rodealos otros, y aquello, esencialmente otro también, esas fuerzas que rigen los acontecimientos y las relaciones.

En primer lugar, el entorno de un grupo social es algo extraño, desconocido y ajeno. Algo, no lo olvidemos, que tenemos que controlar y que de su control dependerá entonces nuestra supervivencia como grupo. Como vemos, el entorno de un grupo parece que contiene tres dimensiones distintas: 1. La Naturaleza. Efectivamente hemos dicho que lo humano es construido, fabricado frente a la naturaleza. La cultura es el mundo artificial que elaboramos para defendernos de las inclemencias meteorológicas, de los riesgos de los animales salvajes, de la incertidumbre a la hora de obtener alimento, de la incomodidad y dureza del suelo. En la Naturaleza todo es imprevisible, la vida y la muerte es cuestión de segundos. En un instante la mosca es atrapada por un camaleón, la gacela es presa del león, el árbol muere ante la falta de agua. Una cultura tiene una función primaria, permitirnos establecernos ante la naturaleza eliminando la incertidumbre que contiene y asegurándonos en el futuro lo que necesitamos para sobrevivir. 2. Otros grupos humanos. Toda cultura se establece frente a otros grupos humanos con los que compiten para conseguir recursos materiales y ante los que recelan por sus costumbres y maneras de vida. En rigor toda cultura se conforma frente a un ‘ellos’, los extranjeros, los bárbaros. De un modo que podemos representar gráficamente de la siguiente manera:

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Ellos

Marginalidad Nosotros

Según el gráfico, una cultura es crear una idea de ‘Nosotros’. ¿Quiénes somos nosotros? Naturalmente este ‘nosotros’ es relativo. En un grupo “primitivo”, pequeño y tradicional, el ‘nosotros’ son prácticamente todos los integrantes del grupo. En una sociedad compleja como la nuestra, conformada por muy distintos grupos de interés, con un rápido cambio social, abierta a la entrada de inmigrantes o turistas, el ‘nosotros’ es variable. Podemos ser ‘nosotros’ los madrileños o ‘nosotros’ los españoles o ‘nosotros’ los europeos. Incluso a veces puede ser algo más concreto: ‘nosotros’ es mi familia o ‘nosotros’ somos los seguidores del Atlético de Madrid o incluso sencillamente los amantes de “heavy metal”. Realmente el ‘nosotros’ es un sentimiento de pertenencia. Es un paisaje en donde nos sentimos seguros, queridos y protegidos. En donde nos entendemos en un mismo idioma y en donde sabemos lo que hay que hacer y cómo son las cosas. Fuera nos sentimos extraños e inseguros. Cuando viajamos, por ejemplo, hay tantas cosas que nos sorprenden y que nos inquietan o sencillamente cuando vamos a otras casas nos damos cuenta de que ahí hay costumbres distintas o diferentes maneras de hacer las cosas. Sencillamente, ni siquiera conocemos dónde está el baño o dónde se guardan los vasos. Así pues lo fundamental de una cultura es precisamente difundir entre sus miembros ese sentimiento de pertenencia, y ello es siempre frente a un ellos, otros grupos, otras culturas, que hablan otros idiomas, con los que no nos entendemos y, casi inevitablemente, nos sentimos en peligro. Porque ellos no hacen lo que nosotros hacemos, no comen los mismos alimentos, ni quieren las mismas cosas. Además hemos dibujado alrededor del ‘nosotros’ una periferia de marginalidad. Sobre todo en las sociedades complejas, como la nuestra, es habitual que alrededor del nosotros existan una serie de marginados de la sociedad. Los marginados forman parte de la sociedad, a menudo se aprovechan de ella y sobreviven gracias al ‘nosotros’. Pero son marginados, es decir expulsados de la sociedad porque incumplen alguna de las normas fundamentales del grupo, porque no se guían por los mismos valores o porque poner en peligro la supervivencia del grupo. Los marginados son los delincuentes a los que recluimos en cárceles, o los parados, o los mendigos o los locos. Pero también se puede marginar a otros colectivos sociales: mujeres, homosexuales, otros grupos étnicos o raciales, etc. Veremos después que de cómo se haya constituido este ‘nosotros’, cómo se mantenga y cómo se enfrente a los demás grupos, al ellos, depende el tipo de sociedad que se va a constituir, sus políticas, sus formas institucionales y sus relaciones con los demás grupos. Veremos, en fin, que una cultura es fundamentalmente la creencia que de ese ‘nosotros’ se transmite de generación en generación. Y si queremos cambiar la cultura habrá que incidir en la creencia que del ‘nosotros’ tengan sus miembros. Podemos hacer la cultura más

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permeable con políticas que tiendan a ampliar el círculo del ‘nosotros’ aceptando que más colectivos formen parte de la sociedad. O, por el contrario, hacerla más cerrada o impermeable a las influencias externas o la presencia de extraños o extranjeros. Pero, ¿cómo se crea esta idea del ‘nosotros’? Para ello tenemos que atender fundamentalmente a la otra dimensión que hay que controlar del entorno. 3. Las fuerzas que rigen los acontecimientos y las relaciones. Para constituir una idea del ‘nosotros’ necesitamos compartir primordialmente un núcleo de creencias comunes sobre tres cuestiones fundamentales que dan sentido a la vida humana: • Una explicación sobre el origen (Cosmología o cosmogonía): Una explicación sobre el origen del mundo, de la vida y del grupo del que formamos parte. Naturalmente esta explicación toma la forma de una creencia compartida porque es una idea ancestral, legendaria que no puede demostrarse ni rastrearse. Normalmente se elabora en el marco de la religión o del mito • Una explicación sobre el fin (escatología): ¿Qué será de nosotros cuando hayamos muerto? ¿Qué ha sido de nuestros seres queridos que ya no viven y que no están con nosotros, pero con quienes hemos compartido nuestra vida? De igual manera que la inquietud anterior también esta queda dentro de las creencias religiosas que van a unir al grupo social. Toda religión explica el comienzo y el fin. En el catolicismo se nos habla del cielo o del infierno, en el budismo existe la creencia en la reencarnación de las almas. Para que la vida humana tenga sentido necesitamos imaginar qué será de nosotros, de lo contrario la vida resultará absurda y sin sentido. En la actualidad en nuestra sociedad, sin embargo, esta idea toma fuerza y hemos aprendido a convivir con la carencia de finalidad de nuestra vida. • Una moral común. Quizá el elemento indispensable para que un grupo social se convierta en una cultura es que comparta un sistema de valores y de normas comunes sobre los que está bien y sobre lo que está mal. Es decir, a lo que hemos denominado una moral común. Igualmente es en el seno de la religión donde esta moral adquiere la fuerza coactiva necesaria para que sea aceptada por los miembros de la comunidad. Normalmente la moral permite el tránsito del origen al fin. “Si somos buenos iremos al cielo, si no nos quemaremos eternamente en el infierno”. Como vemos tradicionalmente en todas las culturas que han existido en el mundo la religión o las creencias religiosas, transcendentes2, han tenido un papel fundamental en la constitución cultural de los grupos humanos. 2

Transcendente es aquí un término muy importante, significa que está más allá de nuestro mundo de experiencia. Lo transcendente se opone a lo inmanente. Lo inmanente es lo interno, lo cercano, aquello a lo que tenemos acceso directo mediante una experiencia directa. Lo transcendente sin embargo no se nos muestra en el mundo, pero es de lo que depende precisamente su existencia o su comportamiento, lo que explica o fundamenta. Por ejemplo, Dios es algo que transciende al mundo. No lo podemos ver en el mundo en el que vivimos, pero pensamos que él es el creador del mundo, su causa o principio, su razón de ser. El mundo no contiene nunca su sentido, no se nos da a la experiencia directa que del mundo tenemos, normalmente la comprensión del mundo es transcendente a él. Naturalmente este sentido de la transcendencia es en donde radica la dimensión espiritual del hombre. El mundo fundamentado en la ciencia, sin embargo, no proporciona ningún sentido de la transcendencia, de ahí que nuestro mundo dirigido por la ciencia es tan diferente de las culturas tradicionales que históricamente se han producido a lo largo del tiempo en el mundo.

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En la religión se elabora ese núcleo fundamental de creencias que debemos compartir respecto a quiénes somos, qué será de nosotros y qué es lo bueno y qué es lo malo. En nuestra sociedad, la ciencia y la ley han tomado el papel que la religión tuvo en otras épocas. Hoy la ciencia intenta explicarnos quiénes somos y de dónde venimos y a dónde vamos y también nos dice qué es lo bueno y qué es lo malo, qué nos conviene para vivir y qué es lo que no nos conviene. La ciencia nos aconseja qué debemos comer o cómo debemos vivir. Y la ley adquiere el elemento coactivo que nos obliga a comportarnos adecuadamente en el seno de la comunidad. Hoy el pecado ha sido sustituido por el delito y el temor al infierno es mucho menor hoy que el temor a la cárcel. Pero sea la religión, la ciencia o la legalidad, toda comunidad necesita compartir un sistema de valores y de normas que nos permita vivir a todos juntos en cierta armonía. ¿Para qué queremos controlar este entorno extraño y amenazante? ¿Qué papel juega para el individuo la cultura? Controlar para 1. hacer habitable, 2. para poder establecerse y comunicarse, 3. para adquirir una identidad, incluso, que atestigüe de la presencia propia y la confirme como "otra" igualmente frente a lo ajeno, Efectivamente la cultura proporciona al individuo un lugar habitable. Habitable como ser humano, es decir no solo un lugar seguro de los peligros y rigores de la naturaleza, sino humanamente habitable. Lo habitable significa literalmente allí donde establecemos hábitos y un hábito es una regularidad en el comportamiento. Podemos establecer hábitos cuando nuestro entorno, lo que nos rodea nos resulta conocido, cuando el futuro es previsible, cuando sabemos cómo van a ser las cosas. Es en este medio conocido y previsible donde podemos establecernos y donde podemos establecer comunicaciones con otros semejantes a los que conocemos y a través de un lenguaje o un vehículo de comunicación compartido. Lo humanamente habitable es mucho más que el refugio de un animal, los seres humanos tenemos necesidades afectivas, comunicativas que establecemos con otros seres humanos y es precisamente en estas relaciones donde adquirimos nuestra identidad. La identidad personal, es decir la capacidad de reconocernos siendo los mismos que fuimos, es en gran medida una construcción social. Necesitamos de otros que nos reconozcan y que nos traten de un modo consistente y coherente respecto de nuestras expectativas y planes. Imaginemos que una mañana os levantáis y nadie en nuestra casa os reconoce, os preguntan quiénes sois y qué hacéis allí, vais al instituto y nuestros compañeros os tratan como si fueseis unos desconocidos o nuevos alumnos, vuestros profesores no saben ni vuestros nombres, ni os conocen, y lo que es peor, así ocurre cada día. Cada día os veis sometidos al desconocimiento de vuestros seres queridos y conocidos. ¿No se resquebrajaría vuestra identidad? ¿No cuestionaríais quiénes sois o que ha pasado? Luego, la Cultura transmite a sus integrantes, como decía Marvis Harris, modos pautados y recurrentes de pensar, sentir y actuar. Eva Illouz describe perfectamente lo que la cultura proporciona a sus integrantes: La cultura tiene una gran importancia por el hecho de ser quienes somos. Con la expresión "ser quienes somos" no me refiero a nuestros objetivos, nuestros intereses o nuestros recursos materiales. Me refiero más bien al modo como le otorgamos

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sentido al hecho de ser quienes somos a través de acciones conformadas por valores, imágenes y escenarios clave, ideales y hábitos de pensamiento, a través de las historias que utilizamos para enmarcar nuestra experiencia y la de otros, a través de los relatos que utilizamos para explicar nuestros fracasos y nuestros éxitos, a través de aquello a que nos sentimos autorizados y a través de las categorías morales que utilizamos para jerarquizar nuestro mundo social. Nuestras acciones, nuestras narrativas, nuestros relatos y nuestras categorías morales no sólo nos ayudan a otorgarle sentido a aquello que somos sino que son centrales en lo que respecta al modo como les comunicamos a otros lo que somos, al modo como movilizamos su apoyo, a aquello que estamos dispuestos a defender y por lo que estamos dispuestos a luchar y a cómo nos orientamos frente a opciones ambiguas.

Eva Illouz, La salvación del alma moderna3

Efectivamente una Cultura enseña: • Componente Cognoscitivo. Lo que hace falta saber para vivir en la sociedad de la que formáis parte. • Componente Afectivo. Cómo sentir lo que os pasa y cómo expresar vuestras emociones. Ante qué cosas se puede o se debe reír, ante cuales llorar, cómo sentir y expresar el amor o la ira, cómo relacionaros con los demás, qué grado de familiaridad es posible, etc. • Componente normativo. Y también aquí encontramos el aspecto moral y coercitivo, normativo, de la sociedad. El grupo determina qué se puede hacer y qué no se puede hacer. Hay acciones absolutamente prohibidas e inadmisibles que recibirán el máximo de los rechazos y el castigo más duro. A menudo, estas acciones prohibidas son universales humanos que encontramos en todo grupo social. Este tipo de acto absolutamente reprobable y prohibido se denomina tabú, porque incluso no es correcto ni hablar de ello. Un ejemplo de esto es el incesto. Las sociedades formalizan estas normas de distintas manera según se conceda cierta flexibilidad. Algunas acciones están mal vistas en público y es suficiente la desaprobación moral, otras no son deseables porque ponen en peligro a la supervivencia del grupo y se formalizan en códigos de derecho positivo soportados por instituciones disciplinarias, leyes, jueces, cárceles, etc. Que nos obligan a no hacer determinadas cosas si no queremos terminar excluidos y marginados de la sociedad. Una buena aproximación a todo esto son, por ejemplo, las normas del instituto. Hay faltas leves, graves, muy graves. Cada acción no permitida recibirá una sanción según el criterio que se adopta en el centro. Así nos pueden castigar a séptima hora o expulsarnos a casa durante una semana, etc. En conclusión, en el marco de una sociedad que tiene una cultura es donde los individuos encuentran un entorno familiar y amable en donde vivir humanamente. Porque existen procedimientos en forma de normas y costumbres que todos conocen y respetan, el individuo está confiado y seguro de que el futuro mostrará cierta continuidad y previsibilidad y, en consecuencia, la persona puede proyectar planes y llevarlos a cabo, es decir realizar un proyecto de vida. En la cultura la persona encuentra apoyo y cuidado de otras personas con las que establece vínculos de todo tipo y de diversa intensidad que refuerzan su identidad y con las que establecen comunicación a través de códigos y convenciones comunes. Por eso es importante

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Eva Illouz, La Salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda. Katz Editores, Madrid, 2010, pág. 20.

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el establecimiento de un pacto y una organización sacríficial que determine los actos y oficios sagrados: el culto. Es decir, el sentimiento de comunidad, de nosotros, que explica el origen y el sentido del grupo. Como hemos visto, tradicionalmente esto lo ha realizado la religión y lo ha hecho mediante un establecimiento de lo sagrado y del culto que hay que hacer a aquello que se ha considerado sagrado. Los dioses que protegen al grupo o que gobiernan sobre él. Naturalmente esta relación con lo sagrado contiene esas normas y prohibiciones. Los dioses y su culto legitiman esas normas, pero tienen la función de lograr que la sociedad sobreviva como tal. Por ejemplo, imaginemos una sociedad donde esté permitido matarse unos a otros. Sin duda, cabe pensar que el futuro de tal grupo será incierto. Lo más probable es que no dure mucho como comunidad. Por eso es universal encontrar mandamientos en toda religión que prohiben matar al prójimo. ¿Por qué lo establecemos como un mandamiento divino? Porque como tal contiene la fuerza necesaria para que obedezcamos esa norma. En la actualidad, como venimos diciendo, el lugar de lo sagrado ha sido sustituido por lo legal. Y así en todas las legislaciones del mundo es un delito matar a alguien. ¿Por qué la mayoría de los humanos obedecemos a esta norma? Porque nos parece razonable o consideramos inmoral el asesinato o, en último término, porque tememos el castigo que la propia sociedad nos dará si incumplimos sus leyes. Así aseguramos precisamente ese entorno habitable y amable en donde vivir tranquilos y confiados. Pero, naturalmente esto requiere de que existe una continuidad en el tiempo de lo que la sociedad considera bueno y deseable, de las formas de comportamiento y de los valores y costumbres. Así será preciso proceder a su cultivo, esto es, al establecimiento de las reglas que delimiten su uso periódico. De este modo empiezan a constituirse las costumbres. Cuando las costumbres, es decir, cuando los modos habituales de relación, de vida, se generalizan y se transmiten de padres a hijos se irán transformando en aquello que denominamos tradición, que, al transmitirse y consolidarse históricamente, formará lo que, con posterioridad, llamaremos "cultura" en su sentido restringido, es decir, aquel bagaje cognoscitivo que le pertenece a un grupo social. Luego la cultura, no es sólo lo que una persona sabe, o de lo que se ocupa el ministerio de Cultura. Eso es solo una consecuencia de todo el proceso necesario de humanización por el que los hombres se hacen seres humanos. Pero como cada uno lo hace dentro de un grupo, y dentro del grupo se va transmitiendo todo lo aprendido, lo descubierto, lo experimentado, al final una comunidad que haya subsistido durante mucho tiempo posee una riqueza en sus artefactos, en sus formas artísticas y literarias, en su ciencia, etc. Y entonces hablamos de la tradición, que recoge y salva a lo largo del tiempo lo más valioso, útil o bello que los hombres han ido creando dentro de su sociedad. 2.1. Tipos de Culturas. El Cambio social y la idea del ‘nosotros’ Como sabemos el mundo es muy grande, hay muchos pueblos distintos con culturas distintas. Cada pueblo ha cambiado a lo largo del tiempo según muchos

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factores y cada pueblo ha desarrollado formas culturales muy diversas y, frecuentemente, extrañas entre sí. Pero ante tal diversidad podemos establecer una afirmación que nos va a permitir una comprensión adecuada de esta diversidad: Toda cultura cumple con la función que hemos analizado en el punto anterior, a saber, toda cultura obtiene la supervivencia del grupo social que la produce. En realidad ese es su propósito. Aquella cultura que no sobrevive en el tiempo es porque su sociedad ha desaparecido, no ha tenido éxito, no ha sido adaptativa. Naturalmente la complejidad humana y la multiplicidad de factores que cada día modifican el paisaje en el que vivimos lleva a las culturas al cambio social. En general, podemos constatar toda una gradación de las formas culturales que existen o que han existido en el rango de: 1. Culturas Tradicionales, cerradas a influencias exteriores y con un muy lento cambio social. Son los que los antropólogos denominan sociedades “primitivas” o tradicionales. Aun existen en zonas de Africa, de Asia, de América y de Oceanía muchos pueblos o tribus que prácticamente no han variado ni sus costumbres, ni sus valores, ni sus modos de vida a lo largo de los siglos de historia. Ciertamente, cada vez son menos tradicionales y muchas están literalmente en peligro de extinción ante el avance imparable de las sociedades modernas occidentales, pero durante siglos han conservado sus formas y costumbres tradicionales, y, si atendemos a la afirmación anterior, son culturas fuertes y bien establecidas porque han logrado hacer que la sociedad sobreviva a lo largo del tiempo. ¡Lástima que el avance imparable de las formas modernas de nuestras sociedades las estén exterminando sin consideración! 2. Culturas Modernas, abiertas al exterior y con un cambio social muy rápido. Nuestras sociedades complejas, con economías capitalistas, sustentadas en el progreso tecnológico y en el desarrollo científico son culturas que cambian muy rápidamente. Hasta el punto que solemos encontrar un conflicto entre generaciones. Hay siempre una dinámica de enfrentamiento de padres e hijos. Los jóvenes de estas culturas traen costumbres y valores nuevos, nuevos planes de vida que a menudo no son aceptados o comprendidos por sus mayores. El rápido avance tecnológico que transforma las maneras de comportamiento, de producción, de relación entre los integrantes de la cultura tienen a dejar a nuestros mayores fuera de juego en la sociedad. Efectivamente las personas mayores los ancianos nos sirven muy bien para comprender la diferencia entre un tipo de cultura y otra. En la sociedad tradicional el anciano juega un papel predominante en la sociedad. Se le respeta y se le consulta, a menudo son los gobernantes del grupo y, en todo caso, atesoran la tradición y el conocimiento del grupo. Sin embargo, en nuestras sociedades, nuestros abuelos son marginados, recluidos en residencias han dejado de ser productivos, no se han podido adaptar al avance cultural, no saben ya manejar las nuevas tecnologías que han modificado las formas de relación o de producción y su sabiduría no vale ya para los tiempos que corren. Desde luego entre las tribus tradicionales de Africa y las sociedades tradocapitalistas europeas hay todo una gradación de formas culturales. Por ejemplo, Japón que siendo una de las sociedades más industrializada y desarrollada tecnológicamente, sin embargo resulta ser una sociedad muy tradicional en la que las tradiciones y las costumbres sociales han variado poco a lo largo del tiempo.

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Pero podemos hacer otra clasificación no ya tanto por el tipo de sociedad que se sea, sino por el tipo de sentimiento de pertenencia que produce entre sus miembros. Atendiendo al cómo pensamos ese ‘nosotros’ que la cultura construye podemos encontrar diversos puntos de vista al considerar la diversidad cultural. 1. Etnocentrismo. Por etnocentrismo se entiende la posición que considera que la cultura propia es la mejor y que valora despectiva o negativamente a otras culturas. Como hemos visto, el modo en que se establecen las culturas y el individuo dentro de ella, parece inevitable que el etnocentrismo sea la mirada de cualquiera, que formando parte de un ‘nosotros’ propio, contemple o valores a otras culturas. Nacemos dentro de un grupo, nos socializamos en él, somos conformados por las creencias, valores, costumbres y tradiciones que nos transmiten desde nuestra cultura. Adquirimos un tipo de alimentación, aprendemos unas formas de comportamiento, se nos enseña a apreciar cierto tipo de comportamientos, así que cualquier cosa que no forme parte de nuestra cultura nos parecerá extraña, absurda y no entenderemos ni su utilidad ni su función. Sin una reflexión, sin un esfuerzo de comprensión del propio proceso por el que se crean las culturas será difícil mirar de otra manera lo ajeno, lo extranjero o lo diferente. Sin embargo, somos seres racionales y eso significa que podemos poner una distancia crítica al considerar nuestras propias creencias, podemos valorarlas y hasta cambiarlas. En el conocimiento de qué es una cultura y que papel cumple en el seno de un grupo social que habita en un determinado medio natural, que afronta determinadas necesidades que pueden ser muy distintas a las nuestras, podemos conocer otras culturas y aceptar que ellos han resuelto sus necesidades de distinta forma, pero eficazmente y que el objetivo que tiene una cultura de hacer sobrevivir al grupo también se ha alcanzado con éxito. Al hacerlo así llegaríamos colocarnos en otra posición, a saber: 2. Relativismo Cultural. El relativismo cultural es la posición que intenta comprender que otras culturas tienen el mismo valor que la nuestra, que su diferencia no las hace peor ni mejor que la propia. Parte desde la antropología científica, que es la ciencia que estudia comparativamente las diversas culturas del mundo, y en el estudio comparativo de muchas culturas comprende precisamente que las formas culturales satisfacen necesidades adaptativas de los grupos sociales y que no tiene sentido juzgarlas en relación con la propia cultura. Cada cultura ha tomado caminos distintos, han experimentado procesos históricos diferentes y se encuentran es estados de desarrollo que son incomparable entre sí. Al conocer otras culturas descubriremos que otros grupos han resuelto tal vez mejor que nosotros determinadas necesidades, aunque, seguramente también, encontraremos entre sus costumbres y prácticas formas que rechazaremos. No olvidemos que ‘ellos’ son los que hablan otro idioma, hacen otras cosas, visten de otro modo o se alimentan con otro tipo de comidas. Mientras que las culturas diferentes no se relacionen, quizá, no surjan problemas, pero al final, como en los vecinos de una comunidad, todos los grupos cercanos interaccionan entre sí y en ese momento surgirán casi inevitablemente conflictos. Antes de considerar qué es lo que pasa o mejor, cómo afrontar las relaciones entre culturas diversas, profundicemos más el mecanismo de la cultura y la

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comparación etnocéntrica o relativista entre ellas. Para ello realicemos el siguiente ejercicio: Lee el siguiente texto que aparece a continuación y contesta a las cuestiones que aparecen a continuación:

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Tristes Trópicos Claude Levi-Strauss Capítulo 38

UN VASITO DE RON (adaptación) Si juzgamos las realizaciones de los grupos sociales en función de fines comparables a los nuestros, a veces nos tendremos que inclinar ante su superioridad. Pero al mismo tiempo obtenemos el derecho de juzgarlos y, por lo tanto, de condenar todos los otros fines que no coinciden con los que nosotros aprobamos. Reconocemos implícitamente una posición privilegiada a nuestra sociedad, a sus costumbres y a sus normas, ya que un observador perteneciente a otro grupo social pronunciará veredictos diferentes ante los mismos ejemplos. En tales condiciones, ¿cómo nuestros estudios pueden aspirar al título de ciencia? Para volver a hallar una posición de objetividad, deberemos abstenernos de cualquier juicio de ese tipo. Admitiremos que, en la gama de posibilidades abiertas a las sociedades humanas, cada una ha hecho determinada elección y que esas elecciones son incomparables entre sí: en diferentes escalas, tienen el mismo valor. Pero entonces surge un nuevo problema, pues si, en el primer caso, estábamos amenazados por el oscurantismo bajo la forma de un rechazo ciego de lo que no es nuestro, corremos ahora el riesgo de ceder a un eclecticismo que nos prohibe repudiar nada de ninguna cultura: ya sea la crueldad, la injusticia y la miseria contra las cuales protesta a veces esa misma sociedad que las sufre. Y como esos abusos también existen entre nosotros, ¿qué derecho tendremos a combatirlos de manera definitiva si es suficiente con que se produzcan fuera para que nos inclinemos ante ellos? ... Ninguna sociedad es perfecta. Todas implican por naturaleza una impureza incompatible con las normas que proclaman y que se traduce concretamente por una cierta dosis de injusticia, de insensibilidad, de crueldad. ¿Cómo evaluar esta dosis? La investigación etnográfica lo consigue. Pues si es cierto que la comparación de un pequeño número de sociedades las hace aparecer muy distintas entre sí, esas diferencias se atenúan cuando el campo de investigación se amplía. Se descubre entonces que ninguna sociedad es profundamente buena; pero ninguna es absolutamente mala; todas ofrecen ciertas ventajas a sus miembros, teniendo en cuenta un residuo de iniquidad cuya importancia aparece más o menos constante y que quizá corresponde a una inercia específica que se opone, en el plano de la vida social, a los esfuerzos de organización. Esta frase sorprenderá al amante de los relatos de viajes que se emociona frente al recuerdo de las costumbres «bárbaras» de tal o cual población. Sin embargo, esas reacciones a flor de piel no resisten una apreciación correcta de los hechos y su reubicación en una perspectiva ampliada. Tomemos el caso de la antropofagia, que de todas las prácticas salvajes es la que nos inspira más horror y desagrado. Se deberá, en primer lugar, disociar las formas propiamente alimentarias, es decir, aquéllas donde el apetito de carne humana se explica por la carencia de otro alimento animal, como ocurría en ciertas islas polinesias. Ninguna sociedad está moralmente protegida de tales crisis de hambre; el hambre puede llevar a los hombres a comer cualquier cosa: el ejemplo reciente de los campos de exterminación lo prueba. Quedan entonces las formas de antropofagia que se pueden llamar positivas, las que dependen de causas místicas, mágicas o religiosas. Por ejemplo, la ingestión de una partícula del cuerpo de un ascendiente o de un fragmento de un cadáver enemigo para permitir la incorporación de sus virtudes o la neutralización de su poder. Al margen de que tales ritos se cumplen por lo general de manera muy discreta —con 15

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pequeñas cantidades de materia orgánica pulverizada o mezclada con otros alimentos—, se reconocerá, aun cuando revistan formas más francas, que la condenación moral de tales costumbres implica o una creencia en la resurrección corporal —que será comprometida por la destrucción material del cadáver— o la afirmación de un lazo entre el alma y el cuerpo con su correspondiente dualismo. Se trata de convicciones que son de la misma naturaleza que aquéllas en nombre de las cuales se practica la consumación ritual, y que no tenemos razones para preferir, Tanto más cuanto que el desapego por la memoria del difunto, que podemos reprochar al canibalismo, no es ciertamente mayor —bien al contrario— que el que nosotros toleramos en los anfiteatros de disección. Pero, sobre todo, debemos, persuadirnos de que si un observador de una sociedad diferente considerara ciertos usos que nos son propios, se le aparecerían con la misma naturaleza que esa antropofagia que nos parece extraña a la noción de civilización. Pienso en nuestras costumbres judiciales y penitenciarias. Estudiándolas desde afuera, uno se siente tentado a oponer dos tipos de sociedades: las que practican la antropofagia, es decir, que ven en la absorción de ciertos individuos poseedores de fuerzas temibles el único medio de neutralizarlas y aun de aprovecharlas, y las que, como la nuestra, adoptan lo que se podría llamar la antropoemia (del griego emein, 'vomitar'). Ubicadas ante el mismo problema han elegido la solución inversa que consiste en expulsar a esos seres temibles fuera del cuerpo social manteniéndolos temporaria o definitivamente aislados, sin contacto con la humanidad, en establecimientos destinados a ese uso. Esta costumbre inspiraría profundo horror a la mayor parte de las sociedades que llamamos primitivas; nos verían con la misma barbarie que nosotros estaríamos tentados de imputarles en razón de sus costumbres simétricas. Sociedades que nos parecen feroces desde ciertos puntos de vista pueden ser humanas y benevolentes cuando se las encara desde otro aspecto. Consideremos a los indios de las llanuras de América del Norte, que aquí son doblemente significativos, pues han practicado ciertas formas moderadas de antropofagia y que además ofrecen uno de esos pocos ejemplos de pueblos primitivos dotados de policía organizada. Esta policía (que también era un cuerpo de justicia) jamás hubiera concebido que el castigo del culpable debiera traducirse por una ruptura de los lazos sociales. Si un indígena contravenía las leyes de la tribu, era castigado mediante la destrucción de todos sus bienes —carpa y caballos—. Pero al mismo tiempo, la policía contraía una deuda con respecto a él; tenía que organizar la reparación colectiva del daño del cual, por su castigo, el culpable había sido víctima. Esta reparación hacía de este último el deudor del grupo, al cual él debía demostrar su reconocimiento por medio de regalos que la colectividad íntegra —y la policía misma— le ayudaban a reunir, lo cual invertía nuevamente las relaciones; y así sucesivamente hasta que, al término de toda una serie de regalos y contrarregalos, el desorden anterior fuera progresivamente amortiguado y el orden inicial restablecido. No sólo esos usos son más humanos que los nuestros, sino que son más coherentes, aun si se formulan los problemas en términos de nuestra moderna psicología: en buena lógica la «infantilización» del culpable, que la noción de castigo implica, exige que se le reconozca un derecho correlativo de gratificación, sin la cual el primer trámite pierde su eficacia, si es que no trae resultados inversos a los que se esperaban. Nuestro modo de actuar es el colmo de lo absurdo: tratamos al culpable simultáneamente como a un niño, para autorizarnos su castigo, y como a un adulto, para negarle consuelo; y creemos haber cumplido un gran progreso espiritual porque, en vez de consumir a algunos de nuestros semejantes, preferimos mutilarlos física y moralmente. ... El estudio de esos salvajes aporta algo distinto de la revelación de un estado de naturaleza utópico o del descubrimiento de la sociedad perfecta en el corazón de las selvas; nos ayuda a construir un modelo teórico de la sociedad humana, que no corresponde a ninguna realidad observable pero con cuya ayuda llegaremos a desen-

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marañar «lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre, y a conocer bien un estado que ya no existe, que quizá nunca haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, hay que tener nociones justas para juzgar bien nuestro estado presente». ... Ese modelo (es la solución de Rousseau) es eterno y universal. Las otras sociedades no son quizá mejores que la nuestra; aunque estamos inclinados a creerlo, no tenemos a nuestra disposición ningún método para probarlo. Al conocerlas mejor, obtenemos sin embargo un medio de desprendernos de la nuestra, no porque ésta sea la única mala o absolutamente mala, sino porque es la única de la que debíamos liberarnos: llegamos a estarlo en cuenta de los otros. De este modo, nos ponemos en condiciones de abordar la segunda etapa, que consiste en utilizar a todas las sociedades, sin retener nada de ninguna, para desentrañar esos principios de la vida social que aplicaremos a la reforma de nuestras propias costumbres y no de las sociedades extrañas: en razón de un privilegio inverso del precedente, estamos en condiciones de transformar sin destruirla sólo a la sociedad a la que pertenecemos, pues los cambios que en ella introducimos también provienen de ella. ... La fraternidad humana adquiere un sentido concreto cuando en la tribu más pobre nos presenta nuestra imagen confirmada, y una experiencia cuyas lecciones podemos asimilar, junto a tantas otras. Y hasta encontraremos en ellas una frescura antigua. Pues, sabiendo que desde hace milenios el hombre no ha logrado sino repetirse, tendremos acceso a esa nobleza del pensamiento que consiste, más allá de todas las repeticiones, en dar por punto de partida a nuestras reflexiones la grandeza indefinible de los comienzos. Puesto que ser hombre significa para todos nosotros pertenecer a una clase, a una sociedad, a un país, a un continente y a una civilización; puesto que para nosotros, europeos y terráqueos, la aventura en el corazón del Nuevo Mundo significa en primer lugar que ése no fue el nuestro y que llevamos en nosotros el crimen de su destrucción; además, que ya no habrá otro: vueltos hacia nosotros mismos por esta confrontación, sepamos, por lo menos, expresarla en sus términos primeros, en un lugar y refiriéndonos a un tiempo en que nuestro mundo ha perdido ya la oportunidad de elegir entre sus misiones.

Preguntas:

1. Expresa las ideas principales del texto 2. Explica los pasajes del texto que están en negrita 3. ¿Qué utilidad encuentra el autor en el estudio etnográfico, es decir, en estudiar sociedades distintas a la nuestra? 4. ¿Por qué crees que hay que tener nociones justas “de lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre” y del estado que constituye? 5. ¿Cómo denominarías a lo que expresa en autor en las siguientes líneas: Reconocemos implícitamente una posición privilegiada a nuestra sociedad, a sus costumbres y a sus normas, ya que un observador perteneciente a otro grupo social pronunciará veredictos diferentes ante los mismos ejemplos? 6. Expresa con tus palabras las conclusiones que Levi-Strauss obtiene del texto

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3. Hacia una mirada ética: ¿Cómo podemos determinar lo bueno? El texto de Lévi-Strauss nos expresaba inmejorablemente el problema que ha de abordar la ética. La mirada relativista a la diversidad cultural se exponía a la siguiente paradoja: “Pero entonces surge un nuevo problema, pues si, en el primer caso, estábamos amenazados por el oscurantismo bajo la forma de un rechazo ciego de lo que no es nuestro, corremos ahora el riesgo de ceder a un eclecticismo que nos prohibe repudiar nada de ninguna cultura: ya sea la crueldad, la injusticia y la miseria contra las cuales protesta a veces esa misma sociedad que las sufre. Y como esos abusos también existen entre nosotros, ¿qué derecho tendremos a combatirlos de manera definitiva si es suficiente con que se produzcan fuera para que nos inclinemos ante ellos?” La cuestión se presenta como un dilema: Si somos etnocéntricos, caeremos en posiciones injustificadas que sustentarán el racismo, la xenofobia y el desprecio por todo lo que no es nuestro; lo que es injusto e inadecuado porque estas posiciones nos llevarán, como la historia ha mostrado tantas veces, a perseguir, someter o exterminar a otras culturas. Si somos relativistas y miramos con cariño la diferencia y nos esforzamos en comprender las razones que otros pueblos tienen para comportarse como lo hacen y además descubrimos que las mismas crueldades e injusticias también ocurren en nuestra cultura, no podremos criticarlas ni estaremos justificados a cambiarlas, no tendremos ningún derecho a intervenir en otras culturas. Para evaluar este dilema, que nos abre la puerta a la ética, podemos analizar algunos casos concretos:

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Dossier: La Ablación del clítoris

Fuente: El País, domingo 5 de Mayo de 1996

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En el País Dogon. El país Dogon, en Mali, es uno de los pueblos más antiguos del Africa Negra. Su cosmogonía, una de las más misteriosas de dicho continente, justifica la castración sexual de las mujeres desde el punto de vista religioso A los hombres se les circuncida y a las mujeres se les castra Sin duda alguna, lo que más me impresionaba del pueblo Dogón era saber que extirpaban el clítoris a todas las mujeres entre los cinco y los doce años en una ceremonia religiosa celebrada al borde de los ríos. Con cuchillos, piedras y cuchillas de afeitar extirpan el clítoris a las adolescentes en una ceremonia ritual que algunas veces conduce a la muerte y casi todas a la castración sexual de las jóvenes, que ya no podrán sentir placer. Sólo servirán para reproducir a la especie humana. El conductor que estuvo con nosotros los primeros días del viaje me explicó con orgullo que su hija de tres años había sido ya operada en buenas condiciones higiénicas en una clínica. Cuando le pregunté asombrada si no le inquietaba haber sometido a su hija a una operación que la privaría de placer sexual para toda su vida, me contestó que esa operación formaba parte de las creencias religiosas del pueblo Dogón y se arriesgaba, si la niña no era operada, a que nadie quisiera casarse con ella de mayor. El guía con el que recorrimos los poblados del acantilado me confirmó que su mujer también estaba operada y que sus hijas lo serían en breve, pues aunque la Unión de Mujeres de Malí habían recomendado que se eliminasen dichos rituales, el pueblo Dogón continuaba practicándolos porque formaban parte de sus ancestrales costumbres. No tuve por menos que reflexionar con amarga ironía sobre el hecho de que el mismo ritual religioso practicado en los hombres a través de la circuncisión sirve para facilitar a los jóvenes la relación sexual. Casi todas las mujeres que fuimos filmando tenían alguna mutilación o tatuaje en el cuerpo. Todas ellas mostraban en el rostro las marcas o escarificaciones que representaban su tribu de origen y, en general, un símbolo de belleza. Casi todas tenían la nariz atravesada por un aro, al igual que el labio inferior. Le pedí al cámara Pedro Fernández Vara que hiciera primerísimos planos de las orejas de las mujeres. Casi todas ellas presentaban siete agujeros, el conjunto de los cuales simbolizaba la desfloración y presuponía que la mujer estaba apta para la vida sexual. Otra mutilación que practican no sólo las mujeres, sino también los hombres, es la de tallarse los dientes en forma de tiburón. Serrarse los dientes en forma cónica está considerado también un símbolo de belleza. Carmen Sarmiento, Viajes a la Marginación, Mondadori, 1990 Las Mutilaciones Un cirujano está autorizado a seccionar los genitales femeninos si la operación se considera estética. Una mujer de 39 años escribió al consultorio médico de la revista Woman para plantear lo siguiente: «Tengo un problema con mi vagina: los labios internos sobresalen un poco. Mi madre me dice que es normal y mi médico también, pero a mí me preocupa la impresión que puede causar. ¿Existe alguna operación que pueda ayudarme?». La respuesta era tranquilizadora y acababa diciendo: «Existe una sencilla operación ginecológica que permite reducir los labios internos para que no sobresalgan. Sin embargo, 20

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puede tener problemas para conseguir que la cubra el Servicio Nacional de Salud y probablemente tendrá que recurrir a la medicina privada. Habitualmente se realiza con anestesia local y el coste es de 200-300 libras esterlinas». Los seres humanos siempre han modificado de un modo u otro la apariencia externa de su cuerpo; lo que es un embellecimiento a los ojos de unos, es una mutilación para otros. Cuando se considera la criminalización de la Mutilación Genital Femenina (MGF) en su contexto global, es posible apreciar su carácter de atentado contra la identidad cultural, como han venido señalando los nacionalistas africanos, empezando por Jomo Kenyatta. Cualquier propuesta de ilegalización de la mutilación genital masculina se interpretaría como un ataque frontal contra la identidad cultural judía y musulmana. Aun así, va ganando terreno progresivamente la opinión de que la circuncisión masculina puede ser perjudicial para los bebés, para las relaciones sexuales y para los hombres. En Dinamarca, sólo un 2% de los hombres que no son judíos ni musulmanes están circuncidados, siempre por razones estrictamente médicas; en Gran Bretaña, la proporción se incrementa hasta un 6-7%, mientras que en Estados Unidos se retira quirúrgicamente el prepucio a entre un 60% y un 70% de los bebés de sexo masculino. Ningún organismo de Naciones Unidas ha adoptado un protocolo en el que se condene la práctica tan extendida de la mutilación genital masculina, que nadie discutirá hasta que muchos de los hombres mutilados en su primera infancia comiencen a demandar judicialmente a la clase médica. El silencio con respecto al tema de la circuncisión masculina constituye una prueba del poder político de las dos comunidades que consideran el pene circuncidado como una seña de identidad esencial y de los y las profesionales que continúan practicándola sin ningún motivo válido. El silencio sobre la práctica de la mutilación masculina en nuestros países se combina con el alboroto sobre la práctica de la mutilación femenina en otros países para reforzar nuestra noción de superioridad cultural. Es cierto que hay feministas influyentes que están luchando para erradicar la MGF en sus países y debemos apoyar su lucha, pero no hasta el extremo de negarnos a tomar en consideración la diversidad de las normas y prioridades culturales por las que se rige la vida de otras mujeres. Cuando les expliqué a unas mujeres sudanesas que las mujeres occidentales a veces se hacían quitar o recortar los pechos su reacción de asombro y espanto fue idéntica a la que provoca en nosotras la idea de la circuncisión faraónica y la infibulación. Stephanie Welsh, que en 1996 recibió el Premio Pulitzer por sus fotografías de las ceremonias que rodean la circuncisión femenina en las zonas rurales de Kenya, las describió como «un magnífico ritual que une a la tribu. Muy bello, salvo la parte de la circuncisión en sí». En su reportaje fotográfico premiado, Welsh sigue todo el proceso hasta el ritual culminante: la madre de la muchacha construye primero la casa en la que ésta vivirá cuando sea mujer; luego le afeitan la cabeza a la joven; las mujeres circuncidadas de las aldeas vecinas se reúnen para pintarle el cuerpo con ocre rojo y asegurarle que no sufrirá dolor; luego la sujetan y sofocan sus gritos, mientras su propia madre hace el corte con una hoja de afeitar y le aplica grasa de cabra en la herida. La mutilación genital masculina se considera trivial; la mutilación genital femenina se considera una experiencia devastadora aunque sólo consista en cortar ligeramente el prepucio del clítoris para provocar una pérdida ritual de sangre. Existen tantas formas distintas de MGF que es poco probable que ésta responda a un fenómeno único con un solo significado cultural. La Organización Mundial de la Salud (OMS) identifica diversos grados de mutilación, clasificados según su gravedad: en el primero, se retira el capuchón del clítoris y el tejido circundante; en el segundo, se extirpa el clítoris y los labios menores; y el tercero corresponde a la infibulación, muy difundida en Somalia, el norte de Sudán y Djibouti, en la que se extirpa el clítoris y los labios

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menores, y se erosiona la superficie de los labios mayores, que a continuación se cosen recubriendo la uretra y la mayor parte de la abertura vaginal. La interpretación aceptada del significado de estas prácticas se puede resumir como sigue: Las creencias y prácticas relativas a la mutilación genital femenina parecen responder a un deseo de controlar la experiencia sexual de las mujeres y reforzar los roles de género establecidos. Resaltan la prioridad de la satisfacción sexual masculina sobre la femenina (a menudo con riesgos para la salud reproductora de las mujeres) y revelan una profunda ambivalencia por parte de los hombres en cuanto a las necesidades e intereses sexuales de las mujeres. Francamente, llama la atención esta explicación de algo que las mujeres hacen a otras mujeres, pues parece sugerir que con ello sólo están cumpliendo los deseos de los hombres, aun cuando ellos jamás se los habrán confiado en sus culturas. En Etiopía, la circuncisión es habitual, aunque no universal, tanto entre las mujeres cristianas como entre las musulmanas; cuando les pregunté a hombres etíopes si preferían tener relaciones sexuales con mujeres circuncidadas o no circuncidadas parecían ignorar la respuesta. No podían afirmar con seguridad si las mujeres de su propia familia estaban circuncidadas o no. Las mujeres circuncidadas de Sudán me dijeron que «no es un problema para tener relaciones sexuales», pero «es un problema muy importante en el momento del parto». Manifestaron que quizá no les harían lo mismo a sus hijas, porque empezaba a estar pasado de moda, aunque cuando sus madres se inquietaron y dijeron que entonces sus nietas serían consideradas feas y no casaderas, rectificaron para decir que, afín de cuentas, a lo mejor lo harían. Esas mujeres sudanesas eran muy sensuales y hablaban con toda franqueza de sus intereses eróticos, resulta imposible imaginar que ignoren el placer sexual. Es cierto que en muchas de esas culturas, tanto los hombres como las mujeres valoran mucho la estrechez de la vagina; la vulnerabilidad de las mujeres africanas al VIH y al SIDA se ve incrementada por el uso casi universal de hierbas astringentes para contraer la vagina. La penetración de una vagina estrecha y seca causa dolor, pero éste puede resultar indistinguible del placer en un estado de fuerte excitación sexual. También se advierte un marcado elemento estético en el modo en que se refieren las mujeres a su propia circuncisión. Muchas mujeres circuncidadas o infibuladas también se depilan absolutamente todo el vello corporal; los genitales depilados e infibulados se vuelven prácticamente invisibles, igual que aparecían en toda la pintura y la escultura occidentales hasta fecha muy reciente. La MGF entraña, sin duda, un riesgo significativo para la salud, pero también debe tener un considerable valor cultural puesto que ha sobrevivido a cincuenta años de criminalización acompañada de campañas de propaganda. El hecho de que sea a la vez dolorosa y peligrosa incrementa su función innegable como prueba iniciática en el rito de paso de niña a mujer. Las mujeres, como pudieron constatar las agentes sociales de la ONU, en el este de Uganda, sólo se muestran dispuestas a renunciar a la circuncisión femenina si pueden sustituirla por otro procedimiento análogamente significativo. A pesar de que yo fui una de las feministas que planteamos por primera vez el problema de la MGF en un foro internacional, en 1985, en Ciudad de México, ahora me resisto a pronunciarme sobre su significado como fenómeno cultural. (...) Germine Greer, La mujer Completa (1996), Kairós, Barcelona, 2000.

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Fuente: El País, domingo 5 de Mayo de 1996

¿Podemos sacar alguna conclusión una vez leídos estos textos y noticias sobre esta práctica cultural que inicialmente a nuestros ojos nos parece salvaje y bárbara y que, como vemos, desde occidente se ha criminalizado y perseguido? Antes de plantear la posibilidad de generalizar un sistema de valores y de normas éticas universalmente en la humanidad veamos cómo nos vemos a nosotros desde otras culturas.

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Los Papalagi LOS PAPALAGI son una colección de discursos escritos por un jefe del Pacífico Sur, Tuiavii de Tiavea, y destinados a su gente. Aparecieron por primera vez en una edición alemana durante la segunda década del siglo XX, en una traducción realizada por su amigo Erich Scheurmann. Erich Scheurmann los arregló para que su editorial, De Voortgank, los publicara en lengua holandesa en 1929. LOS PAPALAGI son un estudio crítico orientado antropológicamente, en el que se describe al hombre blanco y su modo de vida. Al leerlo se debe tener en cuenta que está compuesto de discursos dirigidos a los nativos de las islas del Mar del Sur, que habían tenido todavía pocos o ningún contacto con la civilización del hombre blanco.

"Los Papalagi (los hombres blancos) viven como los crustáceos, en sus casas de hormigón. Viven entre las piedras, del mismo modo que un ciempiés; viven dentro de las grietas de lava. Hay piedras sobre él, alrededor de él y bajo él. Su cabaña parece una canasta de piedra. Una canasta con agujeros y dividida en cubículos. Sólo por un punto puedes entrar y abandonar estas moradas. Los Papalagi llaman a este punto la entrada cuando se usa para entrar en la casa y la salida cuando se deja, aunque es el mismo y único punto. Atada a este punto hay un ala de madera enorme que uno debe empujar fuertemente para entrar. Pero esto es sólo el principio, muchas alas de madera tienen que ser empujadas antes de encontrar la que verdaderamente da al interior de la choza. En la mayoría de estas cabañas vive más gente que en un poblado entero de Samoa. Por consiguiente cuando devuelves a alguien la visita, debes saber el nombre exacto de la aiga (familia) que quieres ver, ya que cada aiga tiene su parte propia en la canasta de piedra para vivir... A menudo, un aiga no sabe nada de la otra aiga, aunque solo estén separadas por una pared de piedra y no por Manono, Apolina o Savaii (tres islas pertenecientes al grupo de Samoa). Generalmente, apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran, en el agujero por el que pasan furtivamente, se saludan con un corto movimiento de la cabeza o gruñen como insectos hostiles, como si estuvieran enfadados por vivir tan cerca. Cuándo un aiga vive en la parte más alta de todo, justo debajo del tejado de la choza, el que quiera visitarlos debe escalar muchas ramas que conducen arriba, en círculo o en zigzag, hasta qué se llega a un sitio donde el nombre de la aiga está escrito en la pared. Entonces, ve delante de sus ojos una elegante imitación de una glándula pectoral femenina, que cuando la aprieta emite un grito que llama a la aiga, La aiga mira por un pequeño atisbadero para ver si es un enemigo el que ha tocado la glándula; en ese caso no abrirá. Pero si ve a un amigo, desata el ala de madera y abre de un tirón. Así el invitado puede entrar en la verdadera cabaña a través de la abertura. ...La gente como nosotros se sofocaría rápidamente en canastas como éstas, porque no hay nunca una brisa fresca como en una choza samoana. Los humos de las chozas-cocina tampoco pueden salir. La mayor parte del tiempo el aire que viene de fuera no es mucho mejor. Es difícil entender que la gente sobreviva en estas circunstancias, que no se conviertan por deseo en pájaros, les crezcan las alas y vuelen para buscar el sol y el aire fresco... pero los Papalagi son muy aficionados a sus canastas y ni siquiera sienten lo malas que son. ...De vez en cuando los Papalagi dejan sus canastas privadas; como ellos las llaman, para ir a una canasta donde hacen sus trabajos y no quieren ser molestados por la presencia de esposa y niños. Mientras tanto, las mujeres y las muchachas están atareadas en la cabaña-cocina preparando los platos, abrillantando las pieles de los pies o lavando taparrabos. Cuando son lo suficientemente ricos para mantener criados, entonces éstos hacen el trabajo, mientras ellas hacen visitas o salen a comprar comida fresca. 24

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Tanta gente como hay viviendo en Samoa, vive de este modo en Europa, y quizá incluso más... Cuando uno se siente infeliz en esta vida pedregosa, los demás dicen que no es natural, con lo que dan a entender que él no sabe lo que Dios ha querido que fuera. Actualmente estas casas se yerguen a menudo unas cerca de otras, en enormes cantidades, ni siquiera separadas por una palmera o un arbusto... Y directamente enfrente, sólo aun tiro de piedra, una segunda fila de canastas aparece... Por consiguiente, entre las dos filas hay apenas una grieta estrecha que los Papalagi llaman calle... durante días sin fin puedes caminar por estas grietas sin salir a un bosque o ver un poco de cielo azul. Mirando hacia arriba desde estas grietas, difícilmente puedes ver un poco de espacio claro, porque dentro de cada choza arde como mínimo un fuego y la mayor parte del tiempo muchos a la vez. Por eso los firmamentos están siempre llenos de humos y cenizas, como después de una erupción del volcán en Savoii. Las cenizas llueven sobre las grietas, por eso las canastas de piedra han tomado el color del barro de los pantanos de mangle y la gente tiene hollín negro en el ojo y el pelo, y arena entre los dientes. A pesar de todo, los Papalagi caminan entre estas grietas desde la mañana hasta la noche. Hay algunos que incluso lo hacen con cierta pasión... Han construido en estas calles enormes cajas de cristal en las que toda clase de cosas están expuestas, cosas que el Papalagi necesita para vivir: taparrabos, pieles para pies y manos, ornamentos para la cabeza, cosas de comer... Estas cosas están expuestas para que todo el mundo pueda verlas y además aparecen como muy tentadoras. Pero no se permite a nadie coger nada de allí, aunque lo necesite con urgencia, hasta después de pedir permiso y de hacer un sacrificio. Hay muchas grietas en las que el peligro acecha por todas partes, porque la gente no sólo camina una contra otra, sino que se embisten también desde dentro de enormes cajas de vidrio que se deslizan en correderas de metal. Hay un ruido tremendo. Nuestras orejas empiezan a silbar a causa de los caballos que golpean el pavimento con sus pezuñas y de la gente que patea con fuerza con sus pieles de los pies; a causa de los niños berreando y de los hombres chillando. Y todos ellos gritan, por alegría o por miedo. Es imposible hacerte oír a menos que grites tú también... ¿Están los Papalagi orgullosos de haber reunido tanta piedra? No lo sé. Los Pápalagi son gente con gustos raros. Sin ninguna razón en especial hacen toda clase de cosas que les ponen enfermos, pero aún se sienten orgullosos de ellas y cantan odas a su propia gloría.» Tuiaii de Tiavea, jefe samoano. Los papalagi. Los hombres blancos, Integral, 1998.

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Carlos Muñoz Gutiérrez

4. ¿Valores Relativos, valores Absolutos? ¿Qué conclusiones podemos obtener después de este análisis de realiddes culturales a lo largo del mundo? Intentemos resumirlas ayudándonos de un cuestionario: 1. ¿Debemos prohibir y perseguir las tradiciones que mutilan los genitales femeninos? 2. ¿Hay unas culturas superiores o más evolucionadas o moralmente mejores que otras? 3. ¿Deberíamos unificar las formas culturales existentes en el mundo? 4. ¿Evitaría el conflicto social que toda la humanidad compartiera la misma cultura? 5. ¿Deberíamos expulsar y prohibir la entrada a extranjeros a nuestra cultura? 6. ¿Es la Globalización la solución a los conflictos mundiales? 7. ¿Es posible formalizar un proyecto de vida en común que comparta los mismos valores para toda la humanidad? Como vemos, la diversidad cultural existente en el mundo, junto con la comprensión adecuada de qué es una cultura y qué función cumple en el seno de un grupo social, hace difícil emitir juicios sobre la bondad o la maldad de determinadas costumbre o prácticas culturales. Naturalmente las sociedades cambian, pero lo hacen a ritmos diferentes y debido a agentes sociales diversos. Es evidente que una costumbre no es eterna y puede modificarse según la evolución cultural que la sociedad experimente. Por otro lado, también ocurren resistencias siempre en el seno de las sociedades a cambiar, sobre todo si eso debe modificar el reparto de privilegios o poderes. Al comparar las culturas nos encontramos, seguramente en cualquiera de ellas, alguna costumbre o tradición que nos parece inhumana o cruel, alguna forma de organización o de reparto de recursos o privilegios que nos parece injusta. Pero con qué criterio podemos juzgar las prácticas culturales que encontramos en las culturas y en la nuestra sin caer en posiciones etnocéntricas o imperialistas, sin caer en la tentación globalizadora de querer unificar los modos de vida, que, al final siempre esconde intereses económicos, políticos o territoriales de unas sociedades que quieren someter o dominar a otras. ¿Podemos pensar unos valores absolutos que definan el Bien, la Virtud y la Justicia y que nos sirvan de criterios para la evaluación moral de las cultural y como guía del cambio y la transformación social? Pues bien, tradicionalmente desde que Platón pensó una Ciencia del Bien en el siglo V a. C., este ha sido el objetivo de la ética. La ética es un saber racional que intenta elaborar una definición absoluta de la idea del Bien y de la Justicia para con ella evaluar el comportamiento de los seres humanos y de las morales existentes en las sociedades. ¿Es lo que se considera bueno y adecuado en la sociedad realmente bueno y deseable? ¿Es la forma de organización política existente la más justa? ¿Son las tradiciones que seguimos desde hace cientos de años adecuadas para la felicidad de las personas? La ética, en la medida en que no hay nada más vinculante y obligatorio que lo que elaboramos racionalmente, ha investigado a lo largo de la historia estos valores y criterios para establecerlos de una vez por todas y para todo ser racional que viva en comunidad. La ética y su proyecto es lo que vamos a estudiar en el próximo tema.

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