La crisis del siglo III d.c. en Hispania. [12.2] La crisis del Alto Imperio en Hispania. [12.3] La crisis interna del Imperio romano

Módulo I Historia Antigua de Hispania La crisis del siglo III d.C. en Hispania [12.1] ¿Cómo estudiar este tema? [12.2] La crisis del Alto Imperio en

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Módulo I Historia Antigua de Hispania

La crisis del siglo III d.C. en Hispania [12.1] ¿Cómo estudiar este tema? [12.2] La crisis del Alto Imperio en Hispania [12.3] La crisis interna del Imperio romano [12.4] Las primeras invasiones y los problemas sociales

TEMA

12

[12.5] Las consecuencias de la crisis del siglo III d.C.

Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media

Esquema

TEMA 12 – Esquema

Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media

Ideas clave 12.1. ¿Cómo estudiar este tema? Para estudiar este tema lee los capítulos 1 y 2 , “La crisis del Alto Imperio en Hispania” y “Las primeras invasiones y los problemas sociales” (páginas 489510), de la cuarta parte del manual de referencia de la asignatura: Hispania Antigua, de Domingo Plácido. No olvides leer las ideas clave del tema ya que en ellas se amplía información que no encontrarás en el manual de la asignatura. Los cuatro últimos temas de la asignatura se han dedicado a la época altoimperial, que para la Península Ibérica fue un extraordinario período de paz, prosperidad y desarrollo económico y social. Sin embargo, a partir del reinado de Marco Aurelio, este período dejó paso a una época muy diferente, presidida por los cambios y las convulsiones sociales. Vamos a dedicar los últimos temas de la asignatura a tratar la época tardoantigua (siglos III-V d.C.), un período de transformaciones, en el que la mayoría de las características propias de la época altoimperial dejaron paso a otras completamente nuevas, fruto de la cambiante situación militar y social, pero también de las nuevas creencias y modos de vida.

12.2. La crisis del Alto Imperio en Hispania Tradicionalmente, los términos Bajo Imperio y época tardoantigua han ido unidos a la palabra decadencia. En el imaginario colectivo, la sociedad, el ejército y los poderes públicos de esta época se nos presentan como inoperantes, carentes de fuerza y de capacidad para hacer frente a las nuevas circunstancias. Durante tres siglos, todo parece conducir inevitablemente hacia la caída del Imperio Romano y el fin del Mundo Antiguo, dando paso a la oscuridad de los siglos altomedievales. Es importante que, antes de abordar el estudio de este período, superemos esa imagen estereotipada. La época tardoantigua, y especialmente la llamada “crisis del siglo III” es, sobre todo, un período de cambio.

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El mundo resultante de estas transformaciones será indudablemente distinto al del Alto Imperio, pero eso no implica necesariamente que sea peor, más pobre o inculto, o que suponga un retorno a épocas anteriores. Aunque para muchas zonas del Imperio este período supuso la pérdida de su anterior esplendor, para algunas ciudades y territorios comportó una mejoría en sus condiciones de vida, y para otras supuso precisamente el comienzo de su etapa más brillante. Arte Probablemente sea el arte el ámbito en el que se pueden encontrar los mejores ejemplos para ilustrar esta idea de cambio, que debe sustituir a la imagen de decadencia en todos los campos. La estatuaria tardoantigua es, sin duda, de mucha menor calidad que la de la época altoimperial. A causa de una menor pericia de sus artesanos, así como por ciertos cambios que se experimentaron en el ámbito de las mentalidades, las estatuas se volvieron mucho más esquemáticas y de rasgos más simples y menos fieles al natural que las de la época precedente. Sin embargo, casi al mismo tiempo, se desarrolló extraordinariamente el arte del mosaico, con representaciones que llegaron a asemejarse al natural tanto como un fresco o una pintura. Pues bien, en ningún caso, el arte del mosaico había alcanzado esa calidad durante todo el Altoimperio, y de hecho la producción de mosaicos ya nunca alcanzaría en toda la Historia de la Humanidad el nivel que alcanzó a finales del Imperio Romano. Por tanto, mientras algunas ramas de las Bellas Artes experimentaron un claro retroceso, otras vivieron, precisamente en ese momento, su época de mayor esplendor. Sociedad Otro tanto ocurre con todos los ámbitos de la sociedad. Se ha achacado a la época tardoantigua un retroceso general en el conocimiento y el uso de la escritura por parte de la población.

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Esta idea se debe sobre todo al hecho de que, efectivamente, durante la Tardoantigüedad

desciende

notablemente

el

número

de

epígrafes,

inscripciones realizadas en piedra. Sin embargo, eso no significa en modo alguno que la sociedad de la época no se sirviera de la escritura. Lo que ocurre es que, al parecer, se comenzó a preferir otro soporte: al mismo tiempo que desciende el número de epígrafes, parece aumentar en la misma medida el número de tituli picti, inscripciones pintadas. Desafortunadamente, una frase pintada sobre una pared resiste mucho peor el paso del tiempo que una inscripción sobre piedra, y son muchos los testimonios de este tipo que se nos han perdido o han llegado hasta nosotros completamente ilegibles. Pero eso no significa en modo alguno que la población hubiera comenzado a abandonar el uso de la escritura. Origen de las transformaciones Parece claro, por tanto, que la esencia definitoria del período, su característica más distintiva, es el cambio, la modificación de todas las estructuras y mentalidades del período precedente, en lugar de una crisis generalizada que conduce inevitablemente a la decadencia del Imperio. Por lo que respecta al origen de estas profundas transformaciones, debe buscarse en una doble dirección:

La conjunción de estas dos situaciones: desgaste del ordenamiento altoimperial, y ataques de los bárbaros en las fronteras, dio origen a lo que llamamos crisis del siglo III d.C., un largo período de guerras e inestabilidad a todos los niveles que se saldó con las reformas que sellaron el paso a la Antigüedad Tardía.

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12.3. La crisis interna del Imperio romano Los síntomas del agotamiento del ordenamiento imperial se hicieron evidentes para cualquier observador avezado ya a finales del siglo II d.C., durante el reinado de Marco Aurelio (161-180 d.C.). Como escribiría Dion Casio, algunos años después, se podía decir que en ese momento terminaba la Edad de Oro de Roma para dejar paso a una Edad de Hierro. Sin embargo, justo a partir de la muerte del emperador filósofo, con el reinado de Cómodo, el poder imperial, de donde debía partir la renovación de las estructuras del imperio, entró en una etapa de inestabilidad y guerras civiles que duraría casi un siglo, con el breve paréntesis de la época de los Severos. Los emperadores no estarían en condiciones de realizar reformas encaminadas a la solución de los problemas estructurales del Imperio hasta finales del siglo III d.C., con el reinado de Diocleciano. Como se ha señalado en el párrafo precedente, salvo el interludio de los Severos (192235 d.C.), durante el siglo III la cúspide del poder imperial sufrió cinco décadas de máxima inestabilidad, con múltiples emperadores sucediéndose en el trono, asesinatos, usurpadores y guerras civiles. Las provincias hispanas, en las que ya se había proclamado un emperador, Galba, no pudieron permanecer ajenas a estos conflictos, e incluso participaron de forma directa en muchas de las usurpaciones. Durante el reinado de Cómodo, cierto personaje de cognomen Materno, que al parecer era un desertor, consiguió formar en Hispania un pequeño ejército.

Hispania ofrecía un escenario perfecto para este tipo de levantamientos, con sólo una legión acantonada en todo su territorio y múltiples ciudades prósperas en las que obtener botín. No es de extrañar, por tanto, que, durante años, los gobernadores provinciales no consiguieran detenerle, y Materno saqueó a placer las ricas ciudades de Hispania y la Galia, haciéndose con un ejército cada vez más grande.

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Finalmente, animado por su éxitos, el desertor se atrevió incluso a intentar un asalto al trono imperial, y fue en ese momento cuando todos los resortes del trono cayeron sobre él, hasta que fue derrotado por las tropas romanas. Tras la muerte del odiado emperador Cómodo, se produjo el conocido episodio de la subasta del trono imperial, del que salió vencedor un general africano: Septimio Severo. Sin embargo algunos generales no aceptaron la victoria de Severo, y trataron de ganar por las armas el derecho a vestir la púrpura. Uno de ellos fue Clodio Albino, que fue proclamado emperador en Britania el 196 d.C., y que encontró numerosos partidarios entre las aristocracias de la Citerior. Sin embargo, Albino fue derrotado por Septimio Severo, y numerosos notables de la más grande de las provincias hispanas fueron ejecutados o enviados al exilio después de confiscarles todas sus posesiones. La represión de la revuelta creaba así una nueva crisis entre la población de la provincia, que venía a sumarse a todas las turbulencias que llevaba padeciendo el territorio durante varias décadas. De hecho, parte del resentimiento provocado entre las élites provinciales en este momento ayuda a explicar su entusiasta apoyo a la proclamación de Póstumo. El año 258 d.C., en pleno período conocido como “anarquía militar”, las legiones de la Galia proclamaron al general Póstumo como emperador. El general contaba con el apoyo de importantes sectores de la nobleza romana, que incluían a otros gobernadores provinciales, y a los territorios galos se sumaron pronto las provincias de Britania y algunas de las provincias de Hispania. Es seguro que Póstumo controlaba la Citerior, y probable que hubiera extendido ese control hasta la Lusitania y la Bética, aunque este último particular no puede afirmarse con certeza.

La unión de los tres territorios (Hispania, las Galias y Britania), independientes de Roma, formó el llamado Imperium Galliarum, que se mantuvo durante casi veinte años con su propia sucesión de emperadores. Póstumo fue asesinado el 268 d.C.,

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pero en su lugar fue reconocido un nuevo emperador del Imperio de las Galias, Claudio Gótico, y tras éste otros generales, hasta que finalmente, Tétrico se rindió ante el emperador Aureliano (270-275 d.C.). Sin embargo, este cuadro general de apoyo a algunos usurpadores no debe hacer pensar que todas las elites provinciales o los cuerpos de gobierno apoyaron al mismo usurpador, o que muchas no se mantuvieron siempre leales al poder de Roma. En el seno de una misma provincia una ciudad podía apoyar al emperador proclamado por las tropas, mientras su vecina se mantenía leal al legítimo monarca de Roma. Por lealtad, por vínculos de clientela, o por cálculo político, muchas oligarquías preferían posicionarse en contra del candidato apoyado por sus vecinos, a la espera de que el suyo resultara finalmente vencedor, y la recompensa permitiera a la localidad o al notable superar a sus vecinos.

En este momento, además, y por primera vez, comenzó a generalizarse el uso de tropas bárbaras, que los distintos contendientes al trono reclutaban como mercenarios. No se trataba, como en los últimos tiempos de la República, de contingentes indígenas integrados en unidades romanas y recompensados con la ciudadanía al terminar su servicio. A partir del siglo III d.C. comenzaron a reclutarse contingentes enteros de tropas más allá de las fronteras, entre las tribus bárbaras con excedentes de población, que nunca llegaban a abandonar sus costumbres o a integrarse en la sociedad romana, y que ofrecían sus servicios al mejor postor con muy pocos escrúpulos.

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La presencia de estos contingentes de tropas bárbaras en un territorio, normalmente suponía un motivo añadido de descontento para sus habitantes que desconfiaban de estos mercenarios extranjeros, al tiempo que consideraban una humillación tener que ser sometidos por la fuerza de las armas de los bárbaros y no por la de las legiones romanas. La llegada al poder de Diocleciano supuso una cierta vuelta al orden en la mayor parte de los rincones del Imperio. Sin embargo, su complicado sistema de gobierno provincial (la Tetrarquía) basado en una confusa sucesión de césares y augustos, trajo aún algunos problemas a la Península Ibérica a finales del siglo. La población de las provincias ya se había acostumbrado a apoyar al candidato que mayores ventajas creía que le iba a reportar en detrimento del candidato oficial. A comienzos del siglo IV d.C. las provincias hispanas todavía tuvieron ocasión de posicionarse a favor de Majencio antes de pasarse al bando de Constantino, que resultó finalmente vencedor en la guerra civil. Como se verá a lo largo del tema siguiente, los apoyos de las provincias a uno y otro candidato, a uno y otro bando en liza, serían constantes y decisivos hasta la caída del Imperio Romano.

12.4. Las primeras invasiones y los problemas sociales Como se ha señalado, a estos problemas de inestabilidad interna se sumaron a las primeras invasiones serias de los pueblos bárbaros asentados más allá de las fronteras desde la época republicana. La mayor parte de las incursiones procedían de las fronteras renana y danubiana, pero el sur de Hispania también sufrió los ataques de las belicosas tribus nómadas del norte de África, los mauri (mauros). Los mauri

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A finales del siglo II d.C., durante el reinado de Marco Aurelio, tribus africanas de mauri invadieron la Bética. Las primeras incursiones tuvieron lugar entre los años 171 y 172 d.C. El historiador Dion Casio, que escribió una generación después su Historia de Roma, señalaba que los feroces mauri habían devastado casi la totalidad de las Hispanias, y los testimonios arqueológicos confirman que estas tribus nómadas consiguieron poner sitio a ciudades tan importantes como Itálica y Singilia Barba. Ante la emergencia de la situación, la Bética, que se gobernaba desde hacía dos siglos mediante un procónsul elegido por el senado, fue puesta en manos de un legado enviado directamente por el emperador Marco Aurelio, con instrucciones de colaborar con los gobernadores del norte de África, especialmente el de la Mauritania Tingitana, para poner freno a las sangrantes incursiones de las tropas bárbaras. Finalmente, los mauri fueron derrotados el año 172 d.C., gracias a la acción coordinada de las contingentes de la legión VII Gemina y las tropas norteafricanas, poniendo fin a esta primera incursión. Sin embargo, sólo cuatro años después, el 176 d.C., se produjo una segunda invasión de los mauri, con un formato muy similar al de la primera. En esta ocasión, la provincia estaba prevenida y la incursión de los bárbaros pudo atajarse rápidamente, pero parece que algunos contingentes de tropas de los mauros pudieron permanecer en la provincia durante varias décadas, sometiendo a sus prósperas villas rústicas y ciudades a saqueos ocasionales. Casio Dion informa de que todavía en el reinado de Septimio Severo, veinte años después, había mauri en la Bética. Son probablemente estas incursiones de los bárbaros del norte de África las que explican que finalmente la provincia se convirtiera en imperial, y se encomendara a un legado del emperador de forma definitiva, así como la construcción apresurada de algunas murallas en ciudades como Munigua.

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Francos y alamanes

Mientras tanto, la presión de otros bárbaros, mucho más peligrosos que los mauri, también aumentaba en otras fronteras del Imperio. Pueblos llegados de Europa Central, como los francos y los alamanes, comenzaron a atacar con fuerza la frontera renana desde comienzos del siglo III d.C. Sus ataques coincidieron con uno de los períodos más caóticos del Imperio Romano, sumido en su propia anarquía militar. Las agotadas legiones de la frontera tenían que desdoblarse para combatir a los usurpadores o al propio emperador, al tiempo que trataban de contener a los bárbaros. Finalmente, las defensas acabaron por caer a mediados del siglo III, alrededor del año 253 d.C, francos y alamanes cruzaron el Rin, derrotaron a las legiones, saquearon a placer las riquísimas ciudades de la Galia central y la cuenca del Ródano, y en torno al año 260 d.C., cruzaron los pasos orientales de los Pirineos. Durante al menos seis años, los bárbaros apenas encontraron oposición y se dedicaron a saquear las ciudades de la costa mediterránea y la Bética, donde se concentraban las mayores riquezas. Pero algunos invasores pudieron desviarse por la cuenca del Ebro o del Duero, y acercarse a algunas de las más importantes ciudades del interior, como Clunia o Vxama. Numerosas localidades fueron destruidas, y algunas nunca volvieron a recuperar su antiguo esplendor. Otras sin embargo, aprovecharon la crisis para recomponer sus estructuras y afrontar el siglo IV d.C. con renovadas riquezas. Finalmente, considerando tal vez que ya no quedaba nada más de lo que pudieran apoderarse fácilmente en Hispania, tomaron unos barcos en alguno de los puertos de la Bética y se embarcaron rumbo al norte de África.

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Todas las fuentes literarias coinciden en transmitir una imagen generalizada de pánico y temor en todas las provincias hispanas. Y en consonancia con las descripciones de los historiadores latinos, la arqueología ha documentado la destrucción de villas rústicas y de algunas ciudades como Saguntum. En otras no se han encontrado niveles de incendio, pero sí se ha constatado que las localidades procedieron a la erección apresurada de murallas, levantadas a toda prisa con materiales reutilizados. A este período parecen corresponder las murallas de Barcino, Baetulo o Ampurias. En el campo, se multiplica el hallazgo de “tesorillos”, enterramientos de monedas de oro, plata, o bronce, joyas y otros objetos valiosos, a los que se trataba así de poner a salvo de los saqueadores bárbaros. Aún no se habían recuperado las provincias hispanas de esta primera invasión de francos y alamanes, cuando tuvo lugar la segunda. En torno a una década después, alrededor del año 276 d.C., nuevos contingentes de francos y alamanes cruzaron los pirineos, aunque en esta ocasión escogieron los pasos occidentales, atravesando el actual territorio navarro. Por este motivo, los saqueos afectaron sobre todo a las ciudades y las villas del norte de la Meseta, con puntuales incursiones en la Bética y la Lusitania, siguiendo el curso de la Vía de la Plata. Esta segunda invasión resulta un poco más confusa que la anterior, y las fuentes literarias no dan demasiados datos al respecto. Ni siquiera puede afirmarse con certeza cuándo terminó, pues no hay constancia de que los bárbaros abandonaran el territorio como había pasado en la anterior ocasión. Durante este período documentamos, de nuevo, numerosas ciudades y villas arrasadas por incendios, ocultamientos de tesoros, y relatos de pavor entre los habitantes de Hispania, que se ven impotentes para hacer frente a estas repetidas invasiones. Sabemos que en la Tarraconense (en esta época la Provincia Hispania Citerior pasa a ser conocida como Provincia Tarraconense) fueron destruidas Ampurias, Baetulo, Barcino, y comenzó la decadencia para centros como Tarraco, Saguntum, Caesaraugusta, Pompaelo, Clunia... En cambio, las ciudades de la Bética testimonian menores niveles de destrucción. En parte porque, como se ha señalado, los invasores prefirieron centrarse en otras regiones, pero los historiadores creen que esto también puede deberse a que los núcleos urbanos de la Bética estaban mucho mejor fortificados que sus vecinos del norte desde finales del siglo II d.C., por haber tenido que hacer frente a las invasiones de los mauri.

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12.5. Las consecuencias de la crisis del siglo III d.C. No podemos imaginar el terrible impacto psicológico que las invasiones de los mauri y los francos y alamanes tuvieron para los habitantes de la Bética y la Citerior, dos provincias casi completamente pacificadas desde hacía más de doscientos años. Súbitamente, las riquísimas ciudades del valle del Guadalquivir y la costa mediterránea, después de dos siglos de paz y prosperidad, se encontraban a merced de los feroces saqueos de los bárbaros, sin un ejército que las defendiera más allá de una legión acantonada en una región remota, sin murallas tras las que guarecerse, y después de haber olvidado hacía mucho tiempo lo que significaba luchar para defender su territorio. Como se ha señalado, esta brusca sensación de indefensión debió de ser uno de los factores clave para que las provincias hispanas brindaran su apoyo a los usurpadores al trono imperial y al imperio de las Galias, en los que esperaban encontrar protectores más decididos y cercanos que el lejano emperador de Roma. De igual modo, comenzó a aumentar significativamente el prestigio de los militares: de los comandantes de las legiones, y sobre todo, de los gobernadores de las provincias dotadas con cuerpos legionarios, que eran quienes lideraban las principales empresas militares del imperio. Estos personajes, como Septimio Severo, que más tarde se convertiría en emperador, demostraban su capacidad para hacer frente precisamente a los problemas más acuciantes del momento, y arrastraban enormes apoyos entre los ordines senatorial y ecuestre y la población provincial. Este creciente prestigio de los militares explica también el apoyo que se concedió, a lo largo del medio siglo que duró la anarquía militar, a personajes de oscuro origen y escaso prestigio, a los que sólo su fuerza con las armas y su capacidad para comandar tropas bastaron para encumbrarlos al trono imperial. Pero además de estas consecuencias inmediatas, las primeras invasiones supusieron un cambio psicológico mucho más profundo, que afectó a todos los aspectos de la vida provincial, y a la larga, contribuyó sustancialmente a las reformas de Diocleciano primero, y a la división del Imperio después. Como se ha señalado, las ciudades hispanas, al igual que las de otras regiones del Imperio devastadas por las invasiones bárbaras, comenzaron a dudar de la

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capacidad de Roma de garantizar su seguridad. Esta nueva mentalidad, irá empujando lentamente a los territorios y las ciudades provinciales a una especie de autarquía, que será uno de los rasgos más característicos de la época tardoantigua. Como se detallará más adelante, las provincias empezarán a preocuparse por sí solas de su propia seguridad, y las ciudades empezarán a dotarse de encintados murarios y a contratar milicias urbanas. Las murallas permitían ofrecer un refugio relativamente seguro a los habitantes de la ciudad y de las villas del entorno, y normalmente se construían sólo en el centro de las ciudades o aprovechando una posición estratégica, tratando de reducir al máximo el perímetro de los muros, pues su erección suponía un gasto considerable para la ciudad.

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Las ciudades hispanas en el siglo III d.C. Un ejemplo: Emerita Augusta Espacio, Tiempo y Forma. Serie II, Historia Antigua, 11. 1998. Páginas 295-306. La mayor parte de los tratados sitúan la decadencia, ruina y abandono de las ciudades hispanas en el siglo III d.C. originado por las invasiones franco-germanas. No obstante, no en todos los poblados se dio tal situación. María del Rosario Pérez Centeno pone como ejemplo de tal hecho el poblado de Emerita Augusta, ubicado en un declive del río Guadiana y que poseía una buena posición estratégica. El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerie2-8E2173FD-8D2B5F4D-2438-97793EA48B18&dsID=PDF

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Webgrafía InterClassica Como habrás observado, algunos de los enlaces a artículos que se han propuesto a lo largo de los temas de Historia Antigua de España están sacados del portal InterClassica. Este portal, patrocinado por la Universidad de Murcia, incluye una considerable cantidad de información de todo tipo, además del acceso a numerosos textos relacionados con la Antigüedad Hispana. Otra de sus virtudes es la constante actualización y la inclusión de referencias a congresos y reuniones científicas.

http://interclassica.um.es/

Sección de arqueología clásica del portal Argares Otra universidad española, en este caso la Complutense de Madrid, patrocina el portal Argares, dedicado a la arqueología. En la sección de arqueología clásica, de la que se facilita el enlace, se puede encontrar una cantidad ingente de enlaces, clasificados por áreas temáticas, sobre prácticamente cualquier cuestión relacionada con la arqueología.

http://www.ucm.es/info/argares/temas/areas_tematicas.htm

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Bibliografía ARCE, J. El último siglo de la España romana, 284-409. Alianza. Madrid. 1982. CEPAS, A. Crisis y continuidad en la Hispania del siglo III. CSIC. Madrid. 1997. FERNÁNDEZ UBIÑA, J. La crisis del siglo III en la Bética. Universidad de Granada. 1981.

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Test 1. La denominada crisis del siglo III dio comienzo a: A. Una época de decadencia ininterrumpida hasta la caída del Imperio Romano. B. Una crisis que duró un siglo hasta que fue posible volver al ordenamiento altoimperial. C. Una época de profundas transformaciones que darían comienzo a la Tardoantigüedad. D. Una época de esplendor en el Imperio Romano hasta las invasiones del siglo V. 2. Una de las causas de la crisis fue: A. Una revuelta en Egipto que impidió el abastecimiento de trigo. B. La extensión de la peste durante el reinado de Antonio Pío. C. La invasión de los visigodos durante el reinado de Cómodo. D. El agotamiento del ordenamiento altoimperial. 3. En el apoyo prestado por las provincias hispanas a los usurpadores tenía mucho que ver con: A. El reparto de dinero a los decuriones de las ciudades por parte de los usurpadores. B. La sensación de que el emperador no era capaz de hacer frente a las invasiones. C. El hecho de que los usurpadores fueran originarios de la Península Ibérica. D. La invasión de las provincias hispanas con legiones enviadas desde Germania. 4. El Imperium Galliarum estaba formado por la unión de: A. Las Galias, Britania e Hispania. B. Las Galias e Hispania Citerior. C. Las Galias y el norte de la Península Itálica. D. Britania y las Galias. 5. Entre los generales que disputaron el trono a Septimio Severo, obtuvo apoyos en Hispania… A. Clodio Albino. B. Máximo. C. Majencio. D. Tétrico.

TEMA 12 – Test

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6. Durante la crisis del siglo III d.C., por primera vez: A. Legiones romanas saquearon territorios del Imperio. B. Hubo guerras civiles para decidir la sucesión al trono imperial. C. Dos generales se disputaron el trono de Roma. D. Comenzaron a reclutarse contingentes enteros de tropas bárbaras como mercenarios. 7. Los mauros eran tribus nómadas provenientes de: A. La zona de la actual Austria. B. Germania central. C. El norte de África. D. Regiones poco civilizadas de la Lusitania. 8. La primera invasión de francos y alamanes saqueó sobre todo: A. Las ciudades situadas en la zona de la Vía de la Plata. B. La Bética y el levante. C. El norte de la Meseta. D. Las ciudades de la cuenca del Tajo. 9. Para poner fin a la invasión de los mauros fue necesaria la acción conjunta de: A. Los gobernadores de las tres provincias hispanas. B. Las tropas acantonadas en Hispania y el gobernador de la Mauritania Tingitana. C. Tropas llegadas desde la Península Itálica y la frontera renana. D. Tropas acantonadas en Hispania y refuerzos llegados desde el Danubio. 10. Entre las consecuencias de las invasiones bárbaras del siglo III d.C. se encuentra: A. El empobrecimiento generalizado de todas las ciudades hispanas. B. La conversión de la Tarraconense en una provincia senatorial. C. El traslado de la capital de la Bética a Carthago Nova. D. La construcción de murallas en muchas ciudades hispanas.

TEMA 12 – Test

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