La disciplina de la fe o la disciplina del amor de Dios Primera parte Hebreos 12:5-11

La disciplina de la fe o la disciplina del amor de Dios Primera parte Hebreos 12:5-11 Introducción: En los versos 1 al 4 del capítulo 12 de la carta

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LA DISCIPLINA CRISTIANA
LA DISCIPLINA CRISTIANA Por Arturo Herrera La disciplina es muy importante para la coexistencia de todas las personas, respetando los derechos de los

LA DISCIPLINA ESCOLAR
ISSN 1988-6047 DEP. LEGAL: GR 2922/2007 Nº 33– AGOSTO DE 2010 “LA DISCIPLINA ESCOLAR” AUTORÍA LAURA LÓPEZ JURADO TEMÁTICA DISCIPLINA ETAPA EDUCACIÓN

LA QUINTA DISCIPLINA (resumen)
LA QUINTA DISCIPLINA (resumen) Obra original: Peter Senge. “La quinta Disciplina”. Granica. Barcelona, 1992. Resumen realizado por: ERNESTO GORE Profe

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La disciplina de la fe o la disciplina del amor de Dios Primera parte Hebreos 12:5-11

Introducción: En los versos 1 al 4 del capítulo 12 de la carta a los Hebreos el autor comparó la vida cristiana de fe con los atletas que compiten en una carrera, es necesario correr de tal manera que lleguemos de primero. Para ello se requiere despojarnos de todo peso y del pecado que nos estorba para correr con agilidad. Luego comparó la vida cristiana con un gladiador o boxeador, el cual debe estar dispuesto a derramar su sangre en la arena, luchando contra el mal y viviendo para el evangelio. En los versos 5 al 11, el autor de la carta exhorta a los creyentes a desarrollar la vida de fe a través del soportar con paciencia y amor la disciplina del Señor, aprovechando cualquier circunstancia que traiga la providencia para amoldarse al carácter de Cristo. Si hay algo que desanime más al joven creyente en su transitar por la vida cristiana, esto es la adversidad. Las pruebas, las enfermedades, las necesidades económicas, la calumnia, el desamor y toda oposición o adversidad se constituyen en fuente de desánimo, desmayo y ganas de claudicar. Lastimosamente el cristianismo de hoy día, basado en emociones y falsas concepciones de comodidad, prosperidad y abundancia, no tiene el poder para ayudar a los creyentes cuando éstos se ven enfrentados con dolores y angustias. Por lo general, cuando un creyente sufre, se le anima a ejercitar más su fe, pues, se deduce que el dolor o la aflicción es por falta de fe (si esta filosofía es correcta, entonces Job, José, Pablo, y hasta Cristo fueron hombres de poca fe, pues, les tocó sufrir bastante); o se le atribuyen muchos pecados, los cuales son la supuesta causa de la aflicción o la adversidad; y si bien es cierto, algunos pecados traen consecuencias dolorosas en esta vida, no obstante, buena parte de las aflicciones que vienen sobre el creyente no son el resultado de pecados específicos, sino de la amorosa disciplina del Señor que busca ejercitar nuestra fe y aferrarnos a la constancia de la vida cristiana. El autor de Hebreos ha animado a sus lectores a soportar las aflicciones porque sus antecesores en la fe también las soportaron con paciencia, pero también porque Cristo, el máximo ejemplo de una vida de fe y sufrimiento, soportó la adversidad y ahora reina a la

diestra del Trono de Dios. Ahora, en los versos 5 al 11 dará otra razón para que los creyentes soporten la aflicción: ésta forma parte de los medios que Dios usa para educarnos y perfeccionarnos. Muchos creyentes desconocen una palabra que es vital para la vida de fe: Disciplina. Nos hemos acostumbrado a un cristianismo flexible, amoldable a las épocas y culturas, a un cristianismo que consiste en ciertos conceptos y prácticas espirituales que propenden por la paz, la tranquilidad y el bienestar, pero en el cual no se incluye un serio compromiso con la santidad, la negación de sí mismo, el sufrir por causa de Cristo o ser paciente en medio de las aflicciones que tendremos en este mundo. La vida cristiana nunca es vista como una carrera en la cual se requiere una estricta disciplina que nos permita ser vencedores. Hoy día se habla mucho de ser triunfadores, pero no a través de la disciplina rigurosa, sino de prácticas esotéricas, misteriosas y vacuas. Ahora, los cristianos han sido llamados por Dios para ser las personas que él quiere que sean. Por lo tanto, Dios usa todos los medios que considera apropiados en su sapientísima sabiduría para conducirlos a ese fin. Uno de los medios que suele utilizar es el de la disciplina. Él es nuestro padre, y como tal, desea tener hijos que manifiesten su carácter y crezcan en perfección, por lo tanto, él disciplina a sus hijos, usando diferentes formas, buscando alcanzar ese fin. En este sentido, el autor de la carta ya no usa el ejemplo de las competencias deportivas, sino la metáfora de la relación padre – hijo. En el estudio de estos pasajes vamos a analizar ciertos elementos de la disciplina de la fe: 1. La disciplina del Señor no debe ser menospreciada v. 5 2. La disciplina del Señor no debe causar desmayo v. 5 3. La disciplina del Señor es producto de su amor v. 6 4. La disciplina del Señor confirma su paternidad espiritual v. 7 5. La disciplina del Señor comparada con la disciplina en el hogar v. 9-10 6. La disciplina del Señor produce frutos de justicia v. 11

1. La disciplina del Señor no debe ser menospreciada v. 5 Algunos comentaristas bíblicos consideran que la primera declaración del versículo 5 debe ser tomada como una pregunta, es decir, ¿Ustedes ya han olvidado la Palabra de Dios? El

propósito del autor con esta exhortación, que va hasta el verso 11, es animar a los creyentes dubitativos a fortalecer su fe en medio de las aflicciones. Es posible que algunos de los creyentes hebreos estuvieran pasando por situaciones de gran necesidad y adversidad, además, se les aproximaba un período de mucha tribulación. Ellos debían estar preparados para enfrentar el dolor, y la mejor manera de hacerlo era a través del consuelo que trae la Palabra de Dios, pues, ella no da consuelos vanos. Con este propósito, el autor cita un pasaje muy conocido del libro de los Proverbios de Salomón. El capítulo 3 de Proverbios es uno de los pasajes que más se citan de ese libro en el Nuevo Testamento, lo cual da a entender que era muy conocido por los creyentes. En esa entonces no se podía tener una biblia en la casa, como en la actualidad, pues, los materiales usados para la escritura eran muy costosos, y tener un libro como la Biblia era muy difícil. Pero en las iglesias tenían una copia de cada libro de las Sagradas Escrituras, de manera que los cristianos aprovechaban el tiempo y memorizaban sendos pasajes de la misma. Uno de los libros preferidos para memorizar era el de los Proverbios. Siendo así, el autor de la carta aprovecha para citar pasajes muy conocidos. El pasaje de Proverbios, en la versión griega de la Septuaginta dice así: “Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando él te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo aquel a quien acepta como hijo” (Prov. 3:11-12).1 En la versión hebrea dice así: “No menosprecies hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (RV 68). Analicemos en primera instancia a qué se refiere el texto bíblico con la disciplina del Señor y luego, en qué sentido se puede tomar a la ligera o menospreciar. La palabra griega usada para disciplina es paideias la cual hace referencia a disciplina, enseñanza e instrucción. El autor de la carta tiene en mente el aspecto doloroso o desagradable de la disciplina, pues, luego habla de azotes, es decir, del uso de la vara. La instrucción incluye la corrección y el castigo.

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Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 437

El termino paideias se refiere, inicialmente, a la educación que un padre da a su hijo pequeño. Paidos significa niño. La disciplina es para los hijos que están en formación. Dios ve a su pueblo como niños que necesitan siempre de instrucción y corrección. La palabra disciplina se encuentra muy relacionada con discípulo. El discípulo es un aprendiz que se somete a la instrucción de un maestro que tiene autoridad sobre su vida. Jesús mandó a los apóstoles a hacer discípulos en todas las naciones (Mt. 28: 19-20). Todo el que se identifica con Cristo es su discípulo y como tal, está bajo su disciplina. El cristiano que no se somete a la disciplina de Cristo, entonces no es un verdadero cristiano. La disciplina incluye, además de la instrucción, la corrección. A través de ella el niño es llevado a abandonar las prácticas erradas con el fin de llegar a ser la persona que sus padres o instructores desean que sea. Dios nos trata como niños que necesitan de constante corrección, de allí que la disciplina recibida de su mano nunca debe ser menospreciada. “Cuando se usa en sentido espiritual, la disciplina incluye toda instrucción, toda reprensión y corrección, y toda penalidad en nuestra vida dirigida providencialmente, que estén encaminadas a cultivar el crecimiento espiritual y el carácter piadoso. Aunque en el reino físico los niños finalmente alcanzan la edad adulta y dejan de estar bajo la disciplina de sus padres, en el reino espiritual permanecemos bajo la disciplina de Dios mientras vivamos.”2 Las Sagradas Escrituras insisten en presentarnos la vida cristiana como una vida disciplinada: Para el apóstol Pablo la vida cristiana se caracteriza por la constante disciplina que nos permite correr y pelear con el fin de ganar: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos a la verdad para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:24-27). El Señor Jesús, a pesar de ser el Hijo de Dios, en su condición humana tuvo que aprender a través de la disciplina: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y

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Bridges, Jerry. La disciplina de la gracia. Página 84

habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación…” (Heb. 5:8-9). Si él la necesitó, cuanto más nosotros que todavía tenemos pecado residual. Aunque Elifaz aplicó mal este consejo al santo Job, no obstante, dijo una verdad que es confirmada en el resto de las Sagradas Escrituras: “He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la llaga, y el la vendará; él hiere, y sus manos curan” (Job 5:17-18). Despreciar la disciplina del Señor es descuidar la salud del alma: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento” (Prov. 15:32). Una muestra de incredulidad en el corazón y falta de conversión es el menospreciar la disciplina del Señor: “Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse” (Jer. 5:3). A todo aquel que el Señor ha predestinado para salvación le enviará su corrección a través de la disciplina dolorosa, no para destruirlo, sino precisamente para su salud espiritual: “Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no de destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo” (Jer. 30:11). El temor del Señor y la disciplina del Señor van de la mano. El que teme a Dios acepta su disciplina, pues, reconoce quién es Dios: “es sabio temer a tu nombre. Prestad atención al castigo, y a quien lo establece” (Miq. 6:9). Las modernas teorías pedagógicas y psicológicas han influenciado mucho el pensamiento cristiano. Hoy día, muchos creyentes creen que la disciplina del Señor no incluye azotes o sufrimientos, pues, según ellos, la verdadera educación está basada en el amor romántico y sentimental que utiliza sólo medios positivos y agradables, ya que el castigo o la vara son instrumentos negativos, desagradables y dolorosos, provocando en el aprendiz una reacción contraria. Pero estas filosofías no están fundamentadas en la inerrante Palabra de Dios, por lo tanto, al ser contrarias a ellas, no pueden producir frutos de justicia. “La pedagogía moderna, que ha eliminado la vara, no ha producido niños mejores. Alguien ha dicho: “Si la psicología de la permisividad fuera correcta, seríamos una nación de santos.””3 3

Taylor, Richard. Comentario bíblico Beacom Tomo 10. Página 160

Ahora, sabiendo en qué consiste la disciplina del Señor, debemos preguntarnos ¿De qué manera despreciamos su disciplina? El creyente debe ver la mano amorosa de Dios en todos los actos adversos que nos vienen, no podemos asignarlo al destino, la suerte o la casualidad. Si no consideramos las adversidades como parte de la disciplina constructiva del Señor, entonces le deshonramos. La disciplina no debe ser recibida con estoicismo, ni apretando los dientes o aguantando el sufrimiento sin ver el accionar de Dios en esos momentos difíciles o sin el auto-examen bajo el estudio de la Palabra de Dios y la intensa oración procurando que Dios nos ayude a crecer a través de esas difíciles situaciones. Despreciamos la disciplina del Señor cuando no vemos a Dios detrás de todas las adversidades y aflicciones que vienen a nuestra vida. Esto puede sonar extraño a los oídos de muchos creyentes hoy día, no porque este concepto no esté de acuerdo con las Sagradas Escrituras, sino porque no armoniza con la mentalidad mundana, materialista y hedonista de nuestros tiempos. El creyente debe creer en la soberanía de Dios, es decir, que nada en este mundo sucede sin la voluntad Divina. El Señor lo ha predestinado todo, y en el ejercicio de su soberanía permite que sobre nosotros, sus amados hijos, vengan aflicciones y dolores. Su soberanía se manifiesta en su providencia, la cual es definida por el catecismo de Heidelberg en las siguientes sabias palabras: “La providencia es el poder de Dios, omnipotente y presente en todo lugar, por el cual sustenta y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas de tal manera, que todo lo que la tierra produce, la lluvia y la sequía, la fertilidad y la esterilidad, la comida y la bebida, la salud y la enfermedad, las riquezas y la pobreza y finalmente todas las cosas no acontecen sin razón alguna, como por azar, sino por su consejo y voluntad paternal”. Cuando los creyentes miramos todas las aflicciones que nos vienen como ordenadas por el Padre soberano y amante, un gran consuelo y paz invadirá nuestro corazón en medio de la más ruda tormenta. El mismo catecismo reformado, respondiendo a la pregunta No. 28, que dice: ¿Qué utilidad tiene para nosotros este conocimiento de la creación y providencia divina?, responde con las siguientes palabras: “Que en toda adversidad tengamos paciencia, y en la prosperidad seamos agradecidos y tengamos puesta en el futuro toda nuestra esperanza en Dios nuestro padre fiel, sabiendo con certeza que no hay cosa que nos pueda

apartar de su amor, pues, todas las criaturas están sujetas a su poder de tal manera que no pueden hacer nada sin su voluntad”. No despreciamos la disciplina del Señor cuando tenemos una teología correcta del sufrimiento, y no tratamos de excusar a Dios cuando a los justos les suceden cosas terribles. Cuando sobre los creyentes viene la enfermedad mortal y dolorosa, allí está Dios presente. Cuando viene la pobreza, allí está Dios presente. Cuando hay sufrimientos de cualquier índole, allí está Dios presente. Veamos unos textos que afirman esta no muy amada verdad por los creyentes de nuestro siglo: “En el día del bien goza del bien, y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro…” (Ecl. 7:14). “Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is. 45:6-7). “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado” (Lam. 3:37-39). “Y él (Job) dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó con sus labios (Job 2:10). “Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece” (1 Sam. 2:7). Las enfermedades también son permitidas por Dios en sus hijos para él glorificarse. Muchos judíos, incluyendo a los discípulos de Jesús, creían que los hijos de Dios nunca se enfermaban, y que si ésta venía era por algún pecado en particular, pero esto no es así. “Respondió Jesús, no es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn. 9:3). Despreciamos la disciplina del Señor cuando murmuramos frente a la adversidad, cuando pensamos que nuestra carga es más pesada que la de los demás, cuando nos hundimos en nuestra tristeza y preocupación por la adversidad, en vez de mirar a Jesús y esperar pacientemente en él. Despreciamos la disciplina del Señor cuando buscamos formas alternas a la Palabra de Dios para traer paz y gozo a nuestra alma, ya sea a través de la psicología, la nueva era, los falsos profetas de la salud, la prosperidad y la abundancia, entre otros.

Despreciamos la disciplina del Señor cuando nos resignamos a nuestra suerte y no consideramos la corrección para nuestro provecho espiritual. Los momentos de adversidad son tiempos para meditar, considerar, reflexionar, autoexaminar. Si no hacemos esto, perdemos esas maravillosas oportunidades que el Señor nos da para crecer como creyentes. Job es uno de los más contundentes ejemplos de creyentes que consideran la adversidad como parte de la disciplina del Señor, no por algún pecado en especial, sino para el crecimiento en santidad. Job era un varón justo y piadoso. Era un creyente ejemplar que había crecido mucho en la gracia, no obstante, como todo creyente, no había llegado a la cúspide final de la vida piadosa, por lo cual Dios utiliza diferentes medios para santificar aún más a su siervo. Bajo el comando de Satanás, los sabeos y los cananeos asesinaron y robaron sus rebaños; los rayos, los vientos y el fuego terminan por destruir su finca, sus bienes y su familia. El que había estado en opulencia ahora queda sin nada, pues, la esposa y los amigos, aunque están cerca de él, a través de sus necias palabras incrementan el dolor de este piadoso varón. A pesar de tanta adversidad Job pudo ver detrás de ello la disciplina amorosa del Señor, de manera que no se enojó contra los Sabeos o los Cananeos, no lanzó maldiciones y reprensiones contra Satanás, sino que se humilló ante el Señor reconociendo que todo provenía de él: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Job soportó la dolorosa disciplina del Señor y al final pudo ver el agradable fruto de la paciencia y la sumisión: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job” (Job 42:5, 10). Los amigos de Job le habían causado mucho dolor, pero todo esto fue permitido por el Señor. Si Dios utiliza como medio para disciplinarnos el pecado de otras personas, no debemos guardar enojo o rencor contra ellas, sino al contrario, debemos orar por ellas, pidiendo la bendición y la gracia del Señor. Si hacemos esto, la bendición de Dios estará sobre nosotros. En ocasiones solemos enojarnos o guardar rencor en contra de las personas o hermanos que hablan mal de nosotros. Pero, ¿acaso no debemos también ver la amorosa mano

disciplinante de Dios en esas cosas? Personalmente he sido objeto de calumniosos comentarios de parte de hermanos en la fe y de otros pastores de la misma línea teológica o confesión de fe; pero el Señor me enseñó a sacar provecho de esas adversidades, no viéndolas como una terrible ofensa contra este gran y reconocido pecador, sino más bien como medios a través de los cuales puedo crecer en perfección. Aprendí esta lección a través de las Sagradas Escrituras. En una ocasión, David, siendo perseguido por su hijo Absalón y huyendo en gran abatimiento, fue encontrado por un miembro de la familia de Saúl, el cual le lanzó maldiciones y piedras, y lo acusó de recibir el castigo del Señor por haber cometido gran maldad contra Israel al derramar la sangre de la casa de Saúl. Los insultos fueron tan grandes que la guardia personal de David le pidió autorización para cortarle la cabeza a ese “perro muerto”, pero es sorprendente la respuesta del angustiado Rey, el cual pudo ver la amorosa disciplina de Dios a través de las ofensas e improperios que provenían de este personaje. David le respondió a su guardia: “Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues le dirá: ¿Por qué lo haces así?... Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho. Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy” (2 S. 16:10, 11, 12).

La disciplina de la fe o la disciplina del amor de Dios Segunda parte Hebreos 12:5-11 Introducción La gran verdad de la disciplina del Señor es indescriptiblemente bendita. Si no estudiamos esta preciosa doctrina será para nuestro dolor y debilidad en la fe. Muchas personas han sido engañadas por Satanás haciéndoles creer que ya no comenten pecados en sus vidas, que una segunda obra de la gracia hizo que el pecado fuera erradicado completamente de ellos, y por lo tanto ya no requieren de la disciplina del Señor, pero éstas no son más que pobres almas cegadas por el engaño, las cuales, tal vez, ni siquiera han experimentado en sus vidas la gracia del Señor, pues, el apóstol Juan declara enfáticamente: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 J. 1:8). Dios siempre encontrará algo en nosotros que es digno de reprensión. La doctrina de la disciplina divina también nos enseña a corregir un error que muchos creyentes cometen al irse a extremos peligrosos en la comprensión de la doctrina de la salvación. Si bien es cierto que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, porque todos nuestros pecados fueron cargados en Cristo y Dios nos mira a través de Su perfecta justicia para aceptarnos siempre delante de él; no obstante, las Sagradas Escrituras también nos dejan ver que Dios ve el pecado residual que aún llevamos en nuestra carne y nos somete a procesos disciplinarios para que los mortifiquemos, creciendo así en santidad. Las dos verdades no se contradicen. Somos santos, justos y perfectos delante de Dios en Cristo Jesús, esa es nuestra realidad posicional, por lo tanto nunca seremos condenados por él. Pero también, en nuestra vida práctica y cotidiana, estamos en un proceso de santificación. Deseamos que nuestra condición actual llegue a ser igual a la realidad posicional, por eso las Sagradas Escrituras contienen infinidad de mandatos y exhortaciones para que crezcamos en santidad. Debido a nuestra necesidad de santificación Dios utiliza de la manera más sabia y benevolente su santa disciplina. Como dirá luego nuestro autor sagrado “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos;… pero si de os deja sin disciplina…, entonces sois bastardos y no hijos” (Heb. 12:7-8).

El evangelio incluye, por un lado, la inmutable y amorosa bondad de Dios, su fidelidad al cumplir el pacto de gracia ratificado a través de Cristo, la segura bendición espiritual; pero, también incluye y promete “la vara”, no debemos separar lo que Dios ha unido. Dios acepta y bendice a sus escogidos, a través de Cristo, pero también los disciplina con el fin de formar el carácter de Su hijo en ellos. Dos verdades que forman parte del Evangelio. Ahora, la disciplina del Señor, que tiene como fin forjar en nosotros el carácter de Cristo, no siempre viene en relación con algún pecado en especial. No todas las aflicciones que soportan los creyentes son resultado de pecados específicos, o son reprensiones por sus transgresiones. Ese fue el error que cometieron los amigos de Job, ellos pensaron que las adversidades y tragedias venidas sobre este varón justo eran resultado de una vida disoluta y marcada por el pecado. Ellos olvidaron lo que el Salmista enseñó: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (Sal. 34.19). En nuestro presente estudio continuaremos analizando el tema de la Disciplina del Señor, conforme a la estructura que hemos encontrado en el pasaje. 2. La disciplina del Señor no debe causar desmayo. “Ni desmayes cuando eres reprendido por él” Solemos desanimarnos espiritualmente cuando la adversidad viene a nosotros, cuando nos enfermamos, o no conseguimos empleo y las cosas van de mal en peor; incluso, nos desanimamos aún más cuando la adversidad nos viene en respuesta a hacer el bien o vivir conforme al evangelio. Hay un joven en la historia bíblica que, así como Job, era un varón recto y piadoso, pero estaba bajo la disciplina amorosa del Señor. Éste joven fue José. Él vivió toda su vida para la gloria de Dios, por lo tanto, Dios lo mantuvo bajo su disciplina. Fue vendido como esclavo por sus traidores hermanos. Luego, cuando las cosas iban mejorando, en medio del destierro, y ganó confianza y un lugar de honra en casa de Potifar, la esposa de éste lo acusa calumniosamente de acoso sexual y es puesto en la cárcel. Si José hubiese sido uno de nosotros ¿qué hubiera pensado él? “Ah, qué sentido tiene ser cristiano. Entre más trato de vivir conforme al evangelio más dificultades tengo. Me he conservado puro y no accedí a los deseos sexuales de mi ama por amor a Cristo, y mira el resultado, acusado injustamente y pudriéndome en esta miserable cárcel”. Luego, el copero que le prometió interceder por él

ante el Faraón se olvida del asunto y José continúa en la cárcel. No obstante, él no desconfió del amor de Dios, ni murmuró por la disciplina del Señor. José esperó pacientemente en Dios y su alma logró ver el fruto de la santificación y la preservación Soberana. Por eso, luego de sufrir tanto, también pudo orar por aquellos que, a pesar de ser sus hermanos, habían actuado como enemigos, amándolos y no acusándolos de maldad, sino viendo la mano providente de Dios actuando en esta situación: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gén. 50:20). El resultado de la disciplina del Señor será el bienestar de sus hijos, aunque en el proceso no entendamos el por qué ni el para qué de las cosas. No debemos desanimarnos cuando la adversidad y la aflicción vienen a nosotros, porque Dios nos está disciplinando con un fin bueno y justo, para nuestro bien. No debemos ver la disciplina del Señor solo como azotes que nos da por nuestros pecados, sino como medio de gracia para nuestro crecimiento espiritual. “Estos “males” son enviados por Dios por diversas razones: A veces, para la prevención del pecado. La experiencia de Pablo, el apóstol amado, fue un ejemplo de ello: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobre manera” (2 Cor. 12:7). (Aceptar la disciplina como un medio que Dios usa para nuestro avance espiritual librará que desmayemos cuando ella se agudiza). A veces los juicios dolorosos son enviados para el análisis y fortalecimiento de nuestras gracias o virtudes (crecimiento espiritual) “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Stgo. 1:2-3). (La paciencia y otras virtudes cristianas se desarrollan más bajo la mano disciplinante del Señor). A veces los siervos de Dios son llamados a soportar la feroz persecución como un testimonio confirmatorio de la verdad “Y ellos (Pedro y Juan) salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch. 5:41). (El gozo se incrementó porque a través de la persecución confirmaron que formaban parte de los bienaventurados a los cuales Cristo les prometió sufrirían por causa del Evangelio).

Ahora, la fe perseverante es la que impide que nosotros desmayemos cuando la adversidad se cierne sobre nosotros, pues, por medio de la fe podemos ver la sabiduría y la bondad de Dios al idear y enviarnos estas adversidades para la gloria de Su gracia y la salvación de su iglesia. La mente carnal sólo puede ver la ira de los hombres y el producto de la mala suerte en las persecuciones, adversidades y calamidades, más la fe sobrenatural descubre la mano del Padre santo dirigiendo todas las cosas. La fe nos da la seguridad de que todas las cosas proceden de Su inmenso amor; la fe es consciente de que Él está dirigiendo todas las cosas hacia el bien de nuestras almas. Cuánto más ejercitemos nuestra fe en medio de la adversidad, no sólo aumentaremos la paz mental, sino que vamos a ser más diligentes en aprender las lecciones que Dios tiene para nosotros en cada sufrimiento que nos impone. Es interesante notar que la palabra griega traducida como reprender viene de una raíz que significa: “Exponer…, interpretar…, examinar... Denota la disciplina de Dios por medio de la enseñanza, la admonición, la prueba y la corrección… mostrarle a alguien su pecado y llamarlo al arrepentimiento…”4 Hemos dicho que la disciplina del Señor puede venir a nosotros para diferentes fines, y no necesariamente como una reprensión por nuestras transgresiones. Pero en este texto el autor tiene en mente el examen doloroso que busca manifestar nuestro pecado. Ahora, cuando la aflicción viene sobre otros creyentes no debemos apresurarnos en juzgar que ésta vino como resultado de un pecado, pues, la disciplina puede estar relacionada con otros fines; pero cuando se trata de la aflicción en nuestras vidas una de las primeras cosas que debemos hacer es juzgarnos, evaluarnos y descubrir el pecado en nosotros. A través de la disciplina Dios nos hace entender qué está mal en nosotros, pues, Él nos reprende en nuestra conciencia. Nuestra respuesta debe ser la de humillarnos delante de Dios, confesar nuestro pecado y buscar su gracia restauradora. “Ni desmayes cuando eres reprendido por él”. Desmayar en la disciplina es cansarse de ella al punto de estar deprimido y sin esperanza, como si Dios nos hubiese abandonado. La persona que desmaya en medio de la prueba ha olvidado que ellas son evidencias,

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Kittel, Gerhard. Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Página 222

precisamente de lo contrario, es decir, Dios le está mostrando que le ama y está interesado en la perfección de su alma. El creyente que desmaya en medio de la adversidad está viendo las cosas, no desde la perspectiva de la fe, sino desde la mente carnal. Al igual que Jacob, el creyente en adversidad cree que “todas estas cosas son contra mí” (Gén. 42:36). Pero la verdad es que Dios estaba obrando a través de todas esas cosas a favor de Jacob. Hay varias formas de desmayar frente a la adversidad (seguiré en esto a Arthur Pink)5: Primero, cuando nos damos por vencidos y cesamos todos nuestros esfuerzos. Esto se da cuando nos hundimos en el desánimo. El creyente herido llega a la conclusión de que no podrá soportar más, que la adversidad supera sus fuerzas. Su corazón le falla y se hunde en la más lóbrega oscuridad. El sol de la esperanza se ha eclipsado y la voz de acción de gracias se ha silenciado. Cuando la persona desmaya se vuelve inmóvil. ¿Cuántos cristianos están dispuestos a abandonar por completo la lucha cuando la adversidad toca sus puertas? ¿Cuántos se vuelven inertes cuándo llegan los problemas? ¿Cuántos se quejan de que la mano de Dios es muy pesada sobre ellos y por lo tanto no pueden hacer nada? Hermano que estás pasando por una gran aflicción o necesidad, reaviva tus fuerzas y tu ánimo recordando las palabras de Pablo “…no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). Nosotros sí tenemos esperanza, lleva al Señor tu dolor, reconoce su mano en ella, y recuerda que todas tus aflicciones se encuentran entre “todas las cosas” que obran para tu bien (Ro. 8:28). Segundo, desmayamos en medio de la adversidad cuando dudamos de que seamos hijos de Dios. Muchos cristianos que padecen aflicción llegan a pensar que definitivamente ellos no son amados del Padre, que a lo mejor aún son inconversos, pues, un hijo de Dios no pasaría por tan duro y largo sufrimiento. Pero ellos olvidan que está escrito “Muchas son las aflicciones del justo” (Sal. 34.19), y que “… es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22). Alguno dirá “si yo fuera hijo de Dios no estaría pasando por esta vergüenza, por esta pobreza o miseria, pero luego aprenderemos en el capítulo 12 de Hebreos que, precisamente, una señal de que eres hijo de Dios son las pruebas. Ellas deben ser vistas como pruebas del amor de Dios, él las usa para 5

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_087.htm

podarnos, para purificarnos. El padre de familia no se preocupa tanto por los que están fuera, sino porque los miembros del hogar sean guiados, nutridos y conformados a su voluntad. Tercero, desmayamos en medio de la prueba cuando damos paso a la incredulidad. Esto es ocasionado por nuestra incapacidad para buscar apoyo en Dios, en medio de la tribulación, y echar mano de su maravillosas promesas: “… por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:5). Por supuesto que vamos a debilitarnos mucho en la fe si dejamos de mirar al Señor y no alimentamos nuestra alma con sus palabras de consuelo. David, el rey y salmista, pasó por muchas tribulaciones en su vida, y una forma de luchar contra la incredulidad que se asoma en medio de la aflicción, fue hablarse así mismo: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 42:5). Si nos mantenemos en esta constante actitud, seremos preservados de hundirnos en la desesperanza y el desmayo cuando los problemas vengan sobre nosotros. Cuarto, desmayamos cuando nos desesperamos. Cuando la incredulidad domina el corazón, el desaliento se convierte rápidamente en nuestra constante porción. Algunos creyentes que sufren aflicción dan rienda suelta a la sombría fantasía de que nunca más brillará el sol en sus vidas. Ellos dirán “aquí no hay vuelta de hojas”, “estoy en un callejón sin salida”, “he orado y orado y, sin embargo, las negras nubes cubren mi horizonte”. Pero no olvides hermano que la hora más oscura de la noche es la que anuncia el pronto amanecer. Tú dirás “He leído las promesas de Dios en Su Palabra, he confiado en ellas, pero las cosas no han mejorado. Yo confiaba en que Dios escucha a los que le invocan, pero he llamado y llamado sin recibir respuesta, y me temo que él nunca me escuchará”. Hermano, no permitas que el desaliento te conduzca a hablar así de tu buen Padre, él no te dejará y él ha escuchado tu clamor, en su perfecto tiempo recibirás la respuesta a tus oraciones, recuerda lo que nos enseñó Jesús sobre el amor de nuestro paternal Señor: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca halla; y al que llama se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt. 7:7-11).

Cuando la tormenta arrecia, cuando el dolor se agudiza, cuando los adversarios se multiplican y la aflicción nos invade, es común que la angustia crezca y tendamos a desesperarnos, pero cuando estemos entrando en el pozo profundo de la desesperación, sigamos el ejemplo de nuestro Salvador, quien también sufrió y soportó la disciplina del Señor. Él alimentaba su angustiada alma con las promesas de Su Padre y la esperanza de ver su salvación. El Salmo 22 contiene sentidas declaraciones de alguien que ha tocado el fondo del dolor. “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo” (v. 1 y 2). Pero Jesús no se quedó inmovilizado en su fe por el dolor que le causaba la aflicción, antes por el contrario, animaba su fe y fortalecía su confianza en medio de la más dura prueba, reconociendo que ella provenía de un Dios que siempre tiene los mejores propósitos para con sus hijos: “Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel” (v. 3). El atributo de la santidad de Dios garantiza que el trato para con sus hijos siempre será para lo mejor. El Mesías, luego de derramar su angustiado corazón ante el Padre y contarle todas las adversidades que afligían su atribulada alma, entona un precioso canto de confianza, el cual nutre sus esperanzas y le permite ver la liberación final de sus angustias: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová alabadle” (v. 22-23). El remedio para el desmayo que produce la aflicción de la prueba es alabar al Señor y anunciar su salvación, aunque de momento sólo estemos viendo adversidad y un camino lleno de sombras. Jesús fortalecía su fe en Dios en medio de la aflicción, porque él sabía que Su padre no desprecia a los que por él son disciplinados, antes bien, su rostro se muestra más amoroso y cercano a los que en ella son ejercitados: “Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro” (v. 24).

Aplicaciones: ¿Estás pasando por alguna aflicción? ¿Crees que ya no puedes soportarla más y que la mano de Dios es muy dura sobre ti? Adora al Señor y recuerda la infinidad de promesas que contiene las Sagradas Escrituras, en las cuales se nos dice que Dios está a favor de su pueblo. Sé que una pesada carga de dolor y aflicción es molesta y anhelaríamos que nos

fuera quitada lo más pronto posible, pero no sé si Dios lo hará pronto o dejará que un tiempo más largo de aflicción nos acompañe o si partiremos a la tumba en esta situación; pero quiero decirte que una de las causas por las cuales más desmayamos frente a los problemas es que todavía tenemos un corazón muy terreno y amante de este mundo. El amor al mundo y a las cosas de este mundo hace que las pruebas, la enfermedad, la pobreza económica y toda otra aflicción nos parezcan cosas muy horribles. Mas cuando hemos aprendido a morir a nosotros mismos por amor a Cristo, y él se convierte en el amado y deseado de nuestra alma, entonces, no estaremos tan enfocados en que nos quite el dolor o la prueba, sino que la misma prueba nos llevará a anhelar más de su compañía, a aprender más de sus aflicciones, y a desear con más ansias las cosas de arriba, donde él está sentado. Las pruebas nos llevarán a buscar la felicidad en la fe, la esperanza y el amor de Dios, nos llevarán a desear entrar en el estado eterno de gozo que significará para nosotros el habernos desprendido de cualquier amor mundano, siendo perfeccionados por Él en un amor celeste, sublime y excelso.

3. La disciplina del Señor es producto de su amor “Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. Los cristianos podemos aceptar con gozo y gran esperanza la doctrina de la Soberanía de Dios. Saber que él está al control de todas las cosas y que somos guardados por Su poder, nos da tranquilidad y paz. Pero en muchas ocasiones nos es difícil armonizar su Soberanía enviando adversidad sobre su pueblo, y su amor. En ocasiones pensamos que Su amor y Su soberanía obrarán de manera tal que impedirá que sobre nosotros vengan adversidades o aflicciones. Pero nuestro autor sagrado está afirmando que la adversidad y el amor de Dios no se excluyen mutuamente, antes por el contrario, suelen actuar tomados de la mano. En esta sección del pasaje se enseña una verdad que, aunque no es fácilmente comprendida por una buena parte de creyentes, es una fuente de seguro consuelo para el cristiano atribulado y afligido por las muchas adversidades: Dios nos ama y por eso nos disciplina con azotes. Pero, así nos venga la adversidad más grande, y los nubarrones negros cubran el horizonte, el sol del amor de Dios sigue resplandeciendo y es nuestro deber mirar sus cálidos rayos en medio de la tormenta. “La disciplina es entonces un privilegio que Dios extiende a los que ama. Esto suena casi contradictorio hasta que llegamos a entender que la disciplina no se le extiende a los impíos. Ellos reciben su juicio. Dios disciplinó a su pueblo Israel a consecuencia de sus transgresiones, pero él demuestra paciencia y tolerancia con sus enemigos hasta que se llene la medida de su iniquidad (Gn. 15:16; Mt. 23:32; 1 Ts. 2:16). La disciplina es una señal de que Dios nos acepta como hijos suyos.”6 6

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 438

La palabra griega traducida como azotes o castigos significa literalmente “golpear con un látigo…, impartir un castigo correctivo... figuradamente o . Así como los padres pueden corregir a los hijos a quienes aman, así Dios corrige por medio de los sufrimientos.”7 Dios se presenta en las Sagradas Escrituras como el mejor Padre (Luc. 11:13). El buen padre disciplina a sus hijos, no sólo a través de la instrucción educativa sino a través de la corrección que implica el uso de la vara o los azotes. Dios mismo instruye a los padres para que apliquen la vara sobre sus hijos, por lo tanto, él también la usa: “La necedad está ligada al corazón del muchacho; más la vara de la corrección la alejará de él” (Prov. 22:15). “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Prov. 29:15). “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Prov. 22:13). Lastimosamente en nuestro siglo humanista, centrado en el placer y carente de principios de autoridad y disciplina, muchos cristianos creen que Dios es como la mayoría de padres modernos, es decir, un padre de puro y sólo amor emocional, interesado en satisfacer los caprichos de sus consentidos hijos, y carente de cualquier palabra de reproche o reprensión para que sus “tiernos” niños no vayan a traumatizarse. El Dios de la Biblia no es como los débiles, irresponsables y malvados padres de hoy día, que están criando delincuentes como consecuencia de una psicología permisiva e invadida de un falso amor. El Señor Jesús, enviando un mensaje a la iglesia en Laodicea se muestra como un buen padre y le dice a sus hijos: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo, sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:19). Ahora, la disciplina o el azote que Dios aplica sobre sus hijos es muy distinto del castigo que inflige al pecador no arrepentido. Sobre los impenitentes Dios envía un castigo penal, el juicio que demanda la Ley, mas sobre sus hijos aplica la disciplina correctiva, la disciplina que busca apartar del mal camino al hijo a quien se ama, pues, no es amor ver que el hijo va rumbo al sufrimiento y no hacer nada para corregirlo. El buen padre le dará

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Kittel, Gerhard. Compendio del diccionario teológico el Nuevo Testamento. Página 560

instrucción pero también aplicará la corrección con el látigo para evitar que siga en el camino de la destrucción. Una prueba de que somos hijos de Dios es su mano disciplinante. Por lo tanto, una fórmula o clave para salir victoriosos de cualquier adversidad se nos da en este texto: contemplar el amor de Dios por su pueblo. Entre más dura sea la prueba más evidencia tengo de que Dios me ama. “El mismo hecho de que no nos libere de la presión durante un tiempo es evidencia de su intención persistente de hacernos bien. Permitirá que la persecución, la dificultad o lo que sea nos haga el mayor bien posible antes de que cese.”8 Vivir en el amor de Dios es el fundamento para una vida cristiana creciente y perseverante. Judas, en su carta, también exhortó a los lectores diciendo “Conservaos en el amor de Dios” (v. 21). Si nos mantenemos firmes en el amor de Dios, no seremos turbados: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1). El corazón del creyente debe estar “arraigado y cimentado en amor” (Ef. 3:17), es decir, para soportar con paciencia las adversidades que Dios permite en nuestra vida, obteniendo de ellas el mayor provecho, es necesario que echemos profundas raíces en el amor de Dios. De esa manera, cuando los vientos tempestuosos de la aflicción soplen con fuerza, las raíces profundas impedirán que seamos arrastrados por el dolor. Dios ama a su pueblo y su naturaleza es el amor. Juan dijo “Dios es amor” (1 Juan 4:8). En su amor él cuida y protege a los suyos. Entregó a su Hijo para que sufriera los terrores de la muerte substitutiva como una excelsa manifestación del amor que tiene hacia su pueblo (Juan 3:16). En ocasiones, cuando cosas malas le suceden a los justos pensamos que algo pasó, que algo no cuadra, pues, si somos amados por Dios entonces todas las cosas deben marchar bien. “Cuando nos encontramos en medio de la adversidad, como frecuentemente suele suceder, una calamidad tras otra parece seguirnos, y somos tentados a dudar del amor de Dios. No sólo luchamos contra nuestras propias dudas, sino que Satanás aprovecha esas situaciones para susurrarnos acusaciones contra Dios, como: Si Él te amara, no hubiera permitido que esto sucediera.”9 8

Gooding, David. Según Hebreos. Página 291

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 141

No obstante, somos llamados a comprender y aprehender el amor de Dios. No se trata de sólo un mero ejercicio mental, sino de estudiar, profundizar, analizar, interiorizar la preciosa doctrina del amor de Dios para con los suyos. Y esta preciosa verdad la comprendemos mejor cuando vemos el amor de Dios manifestado hacia nosotros a través de Jesucristo. La mayor aflicción, la más grande adversidad, la calamidad más terrible y el dolor más agudo del ser humano es su propio pecado. A causa de él Dios se constituyó en su enemigo y todos los hombres están bajo la ira de Dios “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro. 2:5). Los hombres llevaban a cuestas el más grande enemigo de sus almas y no podían disfrutar de paz, pues, Dios mismo era su adversario y estaba contra ellos. Pero, Dios, quien es grande en misericordia y amor, de tal manera amó al mundo “que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). La calamidad más grande del ser humano fue librada por el amor de Dios a favor de sus escogidos. Esta es una muestra de que Dios realmente nos ama. “Si queremos una prueba del amor de Dios por nosotros, entonces debemos mirar primero a la cruz donde ofreció a Su Hijo en sacrificio por nuestros pecados. El Calvario es la prueba correcta, absoluta e irrefutable del amor de Dios por nosotros.”10 Cuando la disciplina del Señor se torna dolorosa y la aflicción embarga nuestro ser, en ocasiones somos llevados a dudar del amor de Dios. Nuestros familiares incrédulos dirán como la esposa de Job “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9); pero siempre que nos sintamos inclinados a dudar del amor de Dios en medio de la aflicción debemos regresar la mirada hacia la cruz. Allí está la prueba más grande e irrefutable del amor de Dios hacia nosotros. Cuando miramos el Calvario debiéramos decirle a nuestra alma “Si Dios me amó tanto como para entregar a Jesús a la muerte cuando yo era su enemigo, puedo tener la certeza de que me ama lo suficiente como para cuidarme ahora que soy su hijo. Habiéndome amado hasta el punto máximo de la cruz, no puede dejar de amarme en mis momentos de adversidad. Después de dar ese invaluable

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 143

regalo, Su Hijo, seguramente también dará todo lo que sea consistente con Su gloria y mi bien.”11 Esta preciosa verdad es afirmada por Pablo en las siguientes palabras “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él también todas las cosas? (Ro. 8:32). La doctrina del amor de Dios es una fuente de seguro consuelo en medio de la adversidad. Si somos descuidados en conocer la doctrina de Dios, entonces, cuando pasemos por la aflicción seremos presa de nuestras emociones y pronto dudaremos de Su amor o de que seamos cristianos. “Si vamos a confiar en Dios en la adversidad, tenemos que usar nuestras mentes en esos momentos para razonar sobre las grandes verdades de Su soberanía, sabiduría y amor como se nos revelan en las Escrituras. No podemos permitir que nuestras emociones dominen nuestras mentes. Más bien debemos buscar que la verdad de Dios las gobierne. Nuestras emociones deben convertirse en subalternos de la verdad.”12 Alguna vez escuché que alguien dijo: “No interpretes el amor de Dios por las circunstancias, interpreta las circunstancias por el amor de Dios.” O como dice Jerry Bridges “… debemos ver siempre nuestras circunstancias adversas a través de los ojos de la fe, y no del sentido común.”13 Las Sagradas Escrituras no se quedan cortas al hablarnos del inmenso amor de Dios hacia su pueblo. El apóstol Pablo afirma que nosotros somos “escogidos de Dios, santos y amados” (Col. 3:12). De la misma manera, el profeta Sofonías declara que Dios se deleita en amarnos: “Porque el Señor Tú Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos” (Sof. 3:17 NVI). El amor de Dios hacia sus hijos es tan grande que los escritores sagrados comparan su altura con la distancia que hay entre los cielos y la tierra, y su profundidad es insondable: “Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra” (Sal. 103:11 NVI). 11

Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 145

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 145

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 3.

Siendo el amor de Dios tan inmenso y profundo hacia su pueblo, entonces no hay que temer ante ninguna adversidad, y cuando somos disciplinados por Dios con aflicciones y sufrimientos debemos estar tan seguros de su amor paternal que podamos afirmar con toda convicción “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:37-38). Estamos unidos al amor de Dios con cadenas preciosas que ningún poder en el mundo, terreno o supramundano, podrá destruir. Ni siquiera la temida muerte podrá romper lo que fue unido con la eterna sangre del Hijo de Dios. Siendo así el amor de Dios hacia nosotros, entonces, las aflicciones, la adversidad, la mortal enfermedad y las tragedias no podrán hacernos dudar de que todo esto forme parte de su paternal cuidado hacia su pueblo, aunque no lo entendamos con nuestra mente natural. Aunque esto suene a una perogrullada14, la vida cristiana es una escuela. Siempre vamos a ser estudiantes, porque siempre tendremos algo que aprender. Mientras estemos en esta tierra Dios nos estará enseñando a través de diferentes medios, con el fin de formarnos a la imagen de Su precioso Hijo. Dios ama a su Hijo, se deleita en él y desea que todos seamos como él. La disciplina a través de las aflicciones o adversidades nos ayudarán a crecer en la imagen de Cristo. Pero con el fin de aprovechar al máximo estas experiencias, es necesario que nosotros siempre nos veamos como niños que están aprendiendo de su maestro. No sólo para entrar al reino de Dios, sino también para crecer en él, se requiere de nosotros que seamos como un niño (Mr. 10:15). “Vamos a actuar con la docilidad y mansedumbre de los niños, con la confianza en la dulce garantía de que el amor está detrás de todos los castigos, que estamos en las tiernas manos de nuestro Padre”.15

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Afirmación de veracidad y certeza tan evidente que resulta boba (http://www.wordreference.com/definicion/perogrullada) Julio 06 de 2012 15

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_087.htm Julio 06 de 2012

Las Sagradas Escrituras nos enseñan que “la fe obra por el amor” (Gál. 5:6), por lo tanto, para poder mirar la mano amorosa de Dios detrás de nuestras aflicciones, adversidades y sufrimientos se requiere una buena dosis de fe. Recordemos que la fe es la convicción de lo que no se ve. No estamos viendo el sol en medio de los nubarrones que cubren nuestro cielo, pero, por la fe, estamos viendo la mano de Dios guiando todas las cosas para nuestro bien. “La fe interpreta las cosas no de acuerdo a la situación externa o visible, sino de acuerdo a la promesa. La fe mira a la providencia presente no como una pieza desconectada sino como parte de un todo hasta el final de las cosas.”16 Donde algunos no mirarían más que el desprecio y el abandono de Dios, la fe mira su gran y misericordioso amor. Esta es una verdad que sólo puede ser aprehendida por los que han nacido del Espíritu Santo. La fe que obra por el amor tiene la capacidad de extraer miel y dulzura donde sólo hay hiel y ajenjo. La fe sobrenatural tiene la capacidad de discernir el corazón amoroso de Dios cuando su mano es dura sobre nosotros. Sólo la fe puede ver el dulce jugo que hay debajo de la amarga cáscara que recubre a la naranja. La fe puede ver más allá del presente y tiene la capacidad de anticipar las benditas consecuencias de la amorosa disciplina del Señor. La disciplina del Señor proviene de su amor, por lo tanto, ella no será más dura de lo que podemos resistir, como dice Pablo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13). Cuando el Señor envió la prueba disciplinaria sobre Job, Dios confiaba en que él la resistiría, le adoraría en medio del más agudo dolor, y Satanás sería derrotado. Pero ¿Podía confiar Dios en Job? ¿Podía confiar que no le fallaría y claudicaría en medio del dolor de perder sin explicación alguna a su familia, sus bienes y su salud? Si Dios hubiese confiado en la capacidad inherente de Job para resistir la prueba y salir victorioso de la disciplina, entonces hubiese salido decepcionado, pues, nuestras fuerzas son ninguna. Dios confió en Job, así como confía en que cada verdadero creyente saldrá victorioso de la disciplina, porque él confía en su Hijo Jesucristo. A través de Cristo, de su obra redentora, 16

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_087.htm Julio 06 de 2012

los creyentes somos asegurados firmemente en la salvación, y él se encarga de obrar en nosotros a través del Espíritu Santo la perseverancia que nos mantendrá firmes en cualquier circunstancia. Por la obra de Cristo nosotros somos transformados de inconstantes en perseverantes. El nuevo nacimiento, que procede de lo Alto, nos convierte en personas distintas a lo que éramos por naturaleza. “El Señor confía en las personas que no pueden sostenerse por sí mismas ni un momento. Esa confianza la mantiene en momentos de aflicción y calamidad, pues sabe que resistiremos. ¿Cómo es eso posible? El secreto está en que el poderoso amor de Dios nos controla, y nosotros nos esforzaremos en no abandonarle. Podemos estar seguros, como Pablo, de que nada ni nadie nos podrá separar jamás del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro, Ro. 8:39. Nuestra esperanza no está fundada en nuestra propia perseverancia, pues ésta no duraría ni un instante. Nos apoyamos en el amor de Dios. Éste no fallará. Y por eso tampoco fallaremos nosotros.”17 Nos es difícil aceptar que el amor de Dios conduzca a los creyentes a procesos disciplinarios dolorosos. Sin un creyente sufre una tragedia familiar, si una hermana en la fe es violada, si una enfermedad mortal arrasa rápidamente con la salud de un cristiano; tenemos la tendencia, o a distanciarnos de la persona porque no sabríamos qué decirle para consolarlo o nos acercamos con el fin de dar una explicación racional que supuestamente le consuele. Cuando no logramos entender el amor de Dios detrás de cada adversidad en el creyente, solemos buscar interpretaciones que justifiquen la aflicción con el fin de consolar, pero en la mayoría de casos este intento se convierte en algo vano. Nos sucede lo mismo que a los amigos de Job, los cuales se quedaron mudos por varios días al contemplar su horrible sufrimiento porque no sabían qué decirle, pero luego, cuando lograron coordinar mejor sus pensamientos se llenaron de vanas, aunque muy lógicas, razones. Pero todo esto demuestra que nos es difícil “descansar en pura y simplemente en la inescrutable sabiduría de Dios. Buscamos demasiado descanso en una explicación del sufrimiento que nos deje satisfechos y muy poco en la convicción de que Dios sabe por qué obra así, aunque no lo podamos explicar.”18 17

Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 37

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 50.

La gente siempre busca una explicación a las tragedias, aflicciones o pruebas. Aunque podemos encontrar algunas razones, especialmente cuando Dios reprende a sus hijos por sus pecados, esto no siempre es así. En el caso de Job no había una razón evidente que justificara sus aflicciones, la muerte de sus hijos y la enfermedad que le aquejaba. “Dios tiene sus propios secretos y debemos respetarlos. Por consiguiente, seamos prudentes en nuestros juicios, y no traspasemos los límites que Él ha trazado. Quizá pensemos que eso no nos satisface. Quisiéramos saber por qué Dios nos ha elegido para llevar esa carga en particular. ¿Y por qué nosotros? El libro de Job no contesta esas preguntas; pero ello no significa que nos defraude. Lo que nos enseña es una manera más eficaz de soportar nuestra pesadumbre. Nos equivocamos si pensamos que nos falta algo si no sabemos por qué el Señor nos está probando con tanta dureza. Dios considera innecesario que lo sepamos. Por lo tanto, no es necesario y no necesitamos saberlo.”19 Cuando entendemos que los momentos de dolor y aflicción forman parte del trato paternal y amoroso de Dios, ya sea para corregirnos por un pecado cometido, para prevenirnos de pecar, para aumentar una gracia particular en nosotros, o para moldearnos conforme al carácter de Cristo, sea la razón que sea, la clave de la victoria se encuentra en confiar en el amor de Dios, aunque parezca que él mismo está contra nosotros. El agudo dolor puede conducir al creyente a desear la muerte, así como hizo Job cuando dijo: “Perezca el día en que yo nací” (Job. 3:3). Él ya no le encontraba sentido a su existencia. El dolor lo agobiaba y todo lo que quería se había extinguido. Tenía una desagradable y destructora enfermedad. Toda esperanza se había perdido. La mente del creyente tiende a nublarse en medio del pecado o en medio de la aflicción. Job maldijo el día de su nacimiento, de manera que casi se encontraba a punto de maldecir a Dios, lo cual quería conseguir Satanás. Pero, a pesar de que el dolor nubla la razón, el verdadero creyente es guardado por el poderoso amor de Dios para que no caiga en la apostasía. Confiar en Dios cuando las cosas marchan bien es sencillo, pero la prueba de la fe se evidencia cuando la mano de Dios parece ir en contra nuestra. Aunque la prueba sea muy

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 71.

devastadora, si somos creyentes, no careemos del estado de gracia. Y aunque la confianza en Dios caiga a un punto mínimo, ella no se extinguirá por completo porque “Dios no permite que se hundan tanto como para que caigan de la gracia de adopción y del estado de justificación, y se pierdan en una eterna ruina. Job tampoco cayó tan bajo. Tropezó y cayó muy bajo. Pero en su caída llevaba el freno de la gracia de Dios. Cristo interrumpió su caída y le recogió… Dios no nos dejará caer en la aflicción cuando, a veces, damos un salto peligroso a las tinieblas debido a nuestra desesperación. Ese también puede ser nuestro último y más firme apoyo cuando nuestra alma está en total oscuridad. Esta historia (de Job) nos invita claramente a ir a Dios, incluso con nuestras dudas más turbadoras, a pesar de que nos sintamos solos y abandonados por Dios en ese momento. Job lo hizo, y eso fue su salvación.”20 Ahora, sabemos que Dios es el que nos disciplina, es decir, él está en nuestra aflicción, pero hay otra verdad que nos llena de mucho consuelo: Dios está a nuestro lado en la aflicción. Son dos verdades que parecen contradictorias pero no es así para la lógica de la fe. Esta paradoja de la fe es descrita en el libro de Job de la siguiente manera: “Porque él es quien hace la llaga y él la vendará; él hiere y sus manos curan” (Job 5:18). Dios trae la aflicción sobre sus hijos, y los hace pasar por duras pruebas, pero a la misma vez el que hiere está al lado del creyente y lo sustenta para que no decaiga en medio de la disciplina. Job aprendió esta lección y luego de afirmar que Dios era el que le causaba sus tragedias, apeló al que, según él, le estaba torturando. Él pudo decir “Yo sé que mi redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo” (Job 19:25). “¿Estaba Dios contra él, y al mismo tiempo estaba a su lado? En cierto sentido, esto es lo que debía pensar, pero ello no le fue impedimento para requerir la ayuda del mismo Dios que le estaba poniendo a prueba. Esta paradoja no era un problema para él y se planteó el problema en dos vertientes: La mano de Dios está en mi aflicción, y este Dios es mi ayudador en esta misma aflicción.”21

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 57.

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 79.

4. La disciplina del Señor debe ser soportada v. 7. Algo importante que debemos resaltar en nuestro estudio sobre la disciplina del Señor, es que de parte del creyente se requiere una actitud correcta ante ella. El autor de la carta lo ha dicho de diferentes maneras: La disciplina no debe ser menospreciada, no debemos desmayar frente a ella, y ahora en el verso 7 insiste en el tema de la actitud: ésta debe ser soportada. La disciplina o las adversidades deben ser recibidas con un espíritu correcto. La actitud de nuestros corazones frente a las cosas que nos envía la Divina Providencia permitirá que éstas sean de bendición o maldición para nosotros. La prosperidad y la bendición material, si no se reciben en un espíritu de humildad, desprendimiento y agradecimiento, serán fuente de maldición para nosotros. Las aflicciones y adversidades, si se reciben con sumisión al Señor y confianza en Su palabra, serán fuente

de gran bendición. “La diferencia entre nuestro empobrecimiento o enriquecimiento espiritual como resultado de las diversas experiencias de la vida es determinado, en gran medida, por nuestro corazón, por la actitud que tengamos hacia ellas, el espíritu con el que se reciben, y la posterior conducta que resulta en virtud de ellas. Todo se resume en esta palabra: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Prov. 23:7).”22 “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos y no hijos” (v. 7). No se trata sólo de pasar por una adversidad, se trata de tener la actitud correcta, es decir, soportarla con paciencia. Un hijo, aunque sufra en medio de la disciplina de sus padres, no por ser castigado abandonará el hogar o renunciará a sus padres. El buen hijo sabe que la corrección de los padres propende por su bienestar. La buena actitud del cristiano frente a la adversidad corrobora su filiación con el Padre celestial. Si soportamos la mano disciplinante del Señor, entonces hay otro beneficio para nuestra alma: la confirmación de que somos hijos de Dios. El Espíritu Santo tiene, dentro de sus funciones, el confirmar la paternidad de Dios sobre sus hijos. No todos los hombres son hijos de Dios, ni todos los que se llaman cristianos pueden realmente dar evidencias de ser sus hijos. Pero, los que realmente han nacido del Espíritu Santo, y ahora creen de corazón en Cristo y han sido redimidos de sus pecados por la sangre del Cordero de Dios, ellos y sólo ellos, pueden estar seguros de que son hijos del Padre Eterno. Pero, en ocasiones, las dudas vienen a nosotros. El pecado que cometemos a diario produce duda en nuestros corazones. Por lo tanto, el Espíritu Santo se encarga de confirmar en los verdaderos creyentes que realmente son hijos de Dios: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). El Espíritu utiliza, de manera especial, su Palabra revelada para confirmar nuestra filiación espiritual con el Padre. Pero, él también utiliza la adversidad y los sufrimientos que nos trae la mano disciplinante del Señor para afirmar en nosotros la convicción de que somos Sus hijos, si lo soportamos con la actitud correcta. El apóstol Pablo, luego de afirmar que el Espíritu atestigua en nosotros que somos hijos de Dios, presenta una bendita consecuencia de esa filiación: somos herederos de Dios y

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coherederos con Cristo (v. 17). Pero ¿De qué manera confirma en nosotros el Espíritu Santo que somos parte de esos herederos? La respuesta está en el mismo versículo “Si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. Sin el padecimiento de la disciplina del Señor no podemos estar seguros que somos sus hijos y que reinaremos con Cristo. “Fue el teólogo Charles H. Spurgeon quien comentó correctamente que Dios tuvo un hijo sin pecado, pero ningún hijo sin sufrimiento.”23 Hoy día se ha popularizado mucho la doctrina errónea de que sólo con hacer una oración de fe la persona puede estar segura de su salvación. Esto no lo enseñan las Sagradas Escrituras. Muchas personas en la Biblia hicieron profesión de fe en Cristo (Juan 8:31), pero continuaban siendo hijos del diablo (Juan 8:44), porque, no se requiere una mera oración de conversión, sino el nuevo nacimiento que produce el Espíritu Santo de manera soberana, se requiere la fe sobrenatural que es un don del cielo y que no puede ser producida por el hombre pecador, se requiere que crea de corazón sincero en Cristo y también se requiere el arrepentimiento verdadero que también es un don de Dios (lea Juan 3:3-8; Hch. 11:18; Ef. 2:8). Pero, nos preguntamos, ¿Cómo puedo estar seguro de que tengo la verdadera fe? Ya el autor de Hebreos nos enseñó mucho sobre este tema en todo el capítulo 11, pero ahora en el 12, refuerza su enseñanza, recordándonos que Dios confirma la fe en nosotros a través de la disciplina o las adversidades. La disciplina del Señor busca fortalecer la fe del creyente a través de las pruebas. Sin esta disciplina nos sería imposible saber si tenemos una fe real o falsa, pues, en momentos de prosperidad y paz es fácil confiar en Dios. En el caso de Job, la disciplina evidenció que su fe era real. “Era temeroso de Dios. Pero también había sido bendecido por el Señor de modo maravilloso. Por tanto, ¿Qué sería de su fe si Dios pusiera fin repentinamente a su privilegiada posición? Esta es una de las preguntas más importantes de nuestro tiempo. Mientras la prosperidad dura es fácil descansar en la dirección de Dios. Pero, ¿somos también capaces de ponernos en las manos de un Padre celestial que, de súbito, sacude

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nuestra vida hasta sus mismos fundamentos? ¿Qué queda de nuestra fe en Él cuando acaba drásticamente con nuestra alegría?”24 Vivimos en un siglo materialista y pragmático. La gente se siente satisfecha cuando tiene las cosas en abundancia, y para lograr este fin buscan hacer o creer en aquello que produzca los resultados deseados. Esta filosofía mundana ha permeado a la iglesia cristiana. La mayoría de iglesias con muchos asistentes a sus servicios religiosos actúan bajo esta filosofía. Las personas son atraídas al cristianismo a través de ingeniosas y mercantilistas ofertas que prometen grandes bendiciones materiales y de salud a los que vienen a Cristo. Esta práctica no es promovida por el verdadero evangelio de Jesucristo sino por Satanás. Él pensaba que los santos buscaban a Dios solamente por las bendiciones materiales y terrenas que les daba. Eso dijo Satanás del justo Job: “¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.” (Job 1:9-10). Satanás estaba convencido que el santo Job tenía una fe pragmática como la de millones de falsos cristianos hoy día, que buscan el evangelio por puro interés personal y material. Satanás quería demostrarle a Dios que si él le quitaba todas sus bendiciones a Job, entonces la fe de éste decaería, apostataría de la fe bíblica y maldeciría a Dios: “Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (v. 11). Aquí estaba en juego la honra de todos los cristianos, pues, Dios puso a Job como la mejor carta de recomendación entre todos los creyentes “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra” (v. 8). Si la fe de Job decaía al punto de la apostasía cuando Dios le quitara todas las bendiciones materiales, entonces, se evidenciaría que su confianza en el Señor siempre estuvo motivada por el egoísmo, “la conversión y el arrepentimiento no serían sino puro egoísmo disfrazado. ¿La piedad y la sinceridad? – meras formas de interés personal. La verdadera piedad sería una ficción. Es como si todos los creyentes quisieran sacar algún provecho, y ese fuera su único motivo.”25 Pero Job no 24

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fue derrotado, sino que triunfó en medio de la prueba, soportando con paciencia la disciplina del Señor ¿Por qué? porque tenía la fe sobrenatural que persevera hasta el fin. La disciplina de la fe permite evidenciar la sinceridad o la falsedad de ésta. En el verdadero creyente comprobará que él puede amar al Señor sinceramente, incluso en épocas de gran adversidad. Las pruebas y las adversidades en vez de destruirnos nos fortalecen, pues, nos ayudan a quitar de nuestras vidas aquellos abalorios y fantasías que considerábamos preciosos, para que el brillo del verdadero oro se manifieste esplendoroso para la gloria de Dios: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifiesto Jesucristo” (1 P. 1:6-7). Pero, en el falso creyente, las adversidades hacen que se manifieste la falsedad de su fe, que era producto del puro interés egoísta: “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan” (Mt. 13:20-21). Imitemos el ejemplo de Job, quien a pesar de la dura aflicción y los golpes recibidos de parte de Satanás seguía viviendo en paz y felicidad. Sobre él se formaron negros nubarrones, pero él se fortaleció en la fe en el Señor, sabiendo que la dolorosa prueba produciría en él una fe más fuerte, firme y preciosa. “¿Cuál será nuestra reacción cuando el dolor amargo nos embarga? El dolor… cuando desaparece la felicidad que le da valor a la vida. El dolor… cuando nuestros más preciados deseos no se pueden cumplir, o cuando nuestras esperanzas quedan deshechas. ¿Hay alguna certeza de que podremos superarlo?... ¿Podemos amarle (al Señor) cuando retiene o nos priva de las cosas buenas?”26 Es importante resaltar tres verdades que el autor de la carta quiere hacer notar en estos pasajes. Primero, se nos ordena un deber: soportar la adversidad o la disciplina; segundo, el beneficio que se obtiene si soportamos con paciencia la prueba: Dios nos está tratando como a sus hijos que ama, no como a los odiados enemigos. Tercero, se contrasta a los

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verdaderos creyentes con los hipócritas. Los que no reciben la disciplina del Señor no son hijos, sino bastardos. Ellos podrán tener a la iglesia como su madre, pero Dios no es su padre. La palabra “soportar” puede ser interpretada por algunos como la actitud estoica del que tolera apretando los dientes la adversidad. No se trata de esta clase de actitud. El creyente debe soportar la disciplina de la misma forma como Cristo la soportó. Esto ya lo hemos aprendido en los versos anteriores. Pero, basados en el resto de las Sagradas Escrituras, podemos decir que hay varias maneras a través de las cuales soportamos, para provecho, la disciplina del Señor: Primero, se debe soportar de manera inquisitiva. Aunque hemos dicho que no todas las veces la disciplina del Señor nos viene como consecuencia de nuestros pecados particulares, no obstante, es nuestro sabio deber inquirir en nuestros corazones si algún pecado es la causa de nuestra aflicción. Debemos hacer lo que nos dijera el profeta: “Meditad sobre vuestros caminos” (Hag. 1:7). Cuando descubrimos el pecado que puede ser causa de la adversidad, lo confesamos arrepentidos ante el Trono de la Gracia y lo mortificamos. Suele suceder que cuando nos enfermamos lo primero que hacemos es buscar la medicina que alivie nuestro dolor físico, más no iniciamos autoexaminándonos espiritualmente. Buscamos con primacía el bienestar físico antes que el espiritual, hacemos lo mismo que el rey Asa, el cual “enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos” (2 Cró. 16:12). No es pecaminoso buscar la ayuda de la ciencia, Jesús mismo dijo que los enfermos necesitan de los médicos (Mt. 9:12), pero el hecho es que toda enfermedad debe ser un motivo para examinar nuestro andar delante del Señor. La salud física no es la primera necesidad que tiene un santo enfermo. Segundo, la disciplina del Señor nos debe conducir a una vida de intensa oración. El dolor o la aflicción, así como el pecado, tienen la capacidad de nublar nuestra razón. A la hora de encontrar una causa personal de nuestra aflicción vamos a errar. Necesitamos de la ayuda divina para examinar nuestros corazones, por lo tanto, se requiere de mucha oración. Debe ser nuestra plegaria lo que oraba el salmista “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).

Tercero, la disciplina del Señor se debe soportar con humildad. Cuando a través del escrutinio de nuestro corazón, bajo oración y súplica al Señor, encontramos la causa de la disciplina no debemos enojarnos contra Él. Pues, en ocasiones pensamos que la adversidad recibida es más pesada que la falta cometida. Recordemos las palabras de Jeremías “Por qué se lamenta el hombre, si está vivo a pesar de su pecado?” (Lam. 3:39 RV95). Aunque nos parezca muy dolorosa la mano del Señor sobre nosotros, recordemos que es para nuestro bien. Más aflicción, más amor, más fe, más dependencia y más santidad. Cuando su mano nos parezca pesada, oremos para que en nosotros pueda ser una realidad lo que dijera Pedro “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Ped. 5:6). Humillarnos ante Dios en medio de la prueba significa que reconocemos que él tiene los motivos justos y busca el mejor bien para nosotros en la aflicción: “Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75). Cuarto, la disciplina del Señor se debe soportar con paciencia. A pesar de la adversidad o la aflicción somos llamados a mantenernos constantes en la fe, en la santificación y obediencia al Señor. Constancia en el servicio a Dios en medio de la prueba es un indicador de que la estamos soportando en el espíritu correcto. Satanás hablará a nuestro oído para decirnos: “¿Piensas seguir sirviendo a tu tirano salvador? ¿No te das cuenta que entre más lo sirves más te exige? No le sirvas, pues es un maestro duro y tirano”. Estos pensamientos deben ser desechados por el estudio de la Palabra y la oración, recordando que la vid, con el fin de que continúe dando fruto, debe ser podada. Así también la disciplina es necesaria para que seamos fructíferos. La paciencia cosechará los preciados frutos que son esquivos para el que desea las cosas de inmediato: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gál. 6:9); “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Más tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:2-4). Quinto, la disciplina del Señor se debe soportar con confianza. Job sufrió las más terribles pérdidas y dolores a causa de la disciplina del Señor, pero él no se entregó al desconsuelo sin fin, ni murmuró en contra de los sabeos o de los caldeos, ni se llenó de irá, sino que soportó la prueba confiando en el Señor, creyendo que él estaba detrás de todas sus

pérdidas, y por lo tanto, estaba en las manos de su amoroso Redentor, el cual conduciría todo a un bien que no podía ver con los ojos físicos. Job pudo decir con confianza en medio de la embargante aflicción “Jehová dio y Jehová quitó: ¡Bendito sea el nombre de Jehová!” (Job 1:21). La disciplina del Señor nos puede quitar cosas buenas que él nos había dado antes porque él tiene el poder absoluto para disponer de nuestras posesiones y lo ha considerado apropiado para nuestro bien. En esos momentos hay tristeza en nuestro corazón, como es natural, pero la tristeza no debe llegar al punto de hundirnos en la depresión o la desesperación claudicante. Aunque los tiempos de aflicción no son ocasiones para hacer fiesta, ni tampoco se nos pide que demos gracias al Señor por la pérdida de aquellas cosas amadas, como el cónyuge o los hijos, si se nos pide que alabemos a Dios en medio de la aflicción. Eso fue lo que hizo Job, él no dio gracias por la pérdida de sus hijos, pero alabó el nombre del Señor, porque él sabía que Dios es justo en todo lo que hace. En ocasiones solemos cantar, orar o decir que confiamos en el Señor, pero, es muy fácil afirmar esto cuando las cosas van bien y vemos la favorable mano de la providencia supliendo nuestras necesidades, mas, cuando viene la aflicción, o la devastadora enfermedad o la inexplicable tragedia ¿seguiremos confiando en el Señor? Job demostró confiar plenamente en Dios al alabarlo en medio de la devastación. Él no podía reconciliar la enfermedad suya, la muerte de sus hijos y la destrucción de su hacienda con el amor de Dios. Él no podía reconciliar el disfrute de libertad de los ladrones que se metieron a su hacienda, con la justicia de Dios, no obstante, confiaba en el Señor y por eso lo alabó. “De ese modo demostró que confiaba plenamente en las decisiones de su Padre celestial. Dios está a nuestro lado, incluso en las circunstancias más dolorosas. Y eso es así porque una vez Él abandonó a Su propio Hijo para que nosotros nunca fuéramos abandonados por Él. El Señor puede exigirnos mucho, pero nunca abandonará a quien se dirige a Él en oración. Él nos escucha cuando gemimos. Entiende completamente nuestro dolor. Él sabe y hace lo que es bueno, y, por ello, debe ser alabado. Aquel hombre, cuya alma estaba en la angustia, nos da ejemplo de cómo alabar a Dios incluso en medio del

dolor. Mientras Job alababa a Dios, no pecaba. Esa es la actitud que el SEÑOR aprueba en todas las circunstancias y sobre la cual expresará su alegría, incluso ante Satanás.”27 Podemos alabar al Señor en medio de la aflicción cuando ponemos en sus manos nuestra enfermedad, nuestra pobreza o miseria, la vida de nuestro ser querido que sufre bajo el arrasador cáncer. En el estado de gloria alabaremos al Señor por todas sus decisiones sobre nosotros, incluso por aquellas que nos parecieron lúgubres, inexplicables y muy dolorosas. “Un día, todos aquellos “porqués” desesperados se verán ahogados por los cánticos de alabanza acompañados por arpas y címbalos. Uno de los cantores será Job, que un día maldijo el día de su nacimiento y reprochó a Dios el haber nacido. Entonces alabará las decisiones de Dios, incluso en la adversidad… Alabaremos la dirección de Dios en su camino de eternidad a eternidad, pues el tema de nuestro cántico será: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y POR TU VOLUNTAD existen y fueron creadas.”, Ap. 4:11.”28 Sexto, la disciplina del Señor se debe soportar con esperanza. Aunque nos ha tocado pasar por largos desiertos y amplios valles del dolor, esto no siempre será así. Tenemos la esperanza de que un día entraremos al estado eterno de gozo indescriptible cuando podamos ver el rostro de nuestro Salvador, el cual nos acompañó por el valle de la aflicción, y, entonces, nos permitirá disfrutar para siempre de la verdadera e indestructible felicidad. “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve; no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Ro. 8:24-25). Job soportó las más duras aflicciones con la esperanza de que luego de ese doloroso proceso su fe sería más preciosa: “Me probará y saldré como oro” (Job 23:10). “Cuando las alas de la esperanza se extienden el alma es capaz de elevarse por encima de la necesidad apremiante y respirar el aire vigorizante de la felicidad futura.”29

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La esperanza alimenta la fe y nos permite anticipar la gloria eterna, de manera que la dura prueba se convierte en una minúscula aflicción: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, si no las que no se ven; pues, las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Cor. 4:17-18). Séptimo, la disciplina del Señor se debe soportar con agradecimiento. “Debes estar agradecido, mi hermano abatido, que el Gran Dios se preocupa tanto por un gusano de la tierra como para interesarse en su educación espiritual a través de la aflicción. No dejes, pues, de darle gracias por su bondad, su fidelidad y su paciencia hacia ti.”30 Alabemos al Señor porque las pruebas y aflicciones forman parte del trato que el Señor tiene para nosotros como buen padre interesado en nuestra dicha eterna: “Pero siendo juzgados, somos castigados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo” (1 Cor. 11:32). Si el Señor Jesús pudo cantar un himno la noche en que fue traicionado (Mt. 26:30), cuánto más nosotros podemos dar gracias al Señor y adorarlo en medio de aflicciones más ligeras.

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5. La disciplina del Señor se recibe con obediencia o sometimiento v. 9 El apóstol Pablo instruyó a los pastores respecto a la responsabilidad que tenemos de predicar todas las Escrituras, sin dejar de lado ningún tema. Él dijo: “Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas… porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor…” (Hch. 20:20, 27-28). El mismo apóstol se esforzó en proclamar todo el evangelio, tanto en aquellos aspectos que nos parecen positivos como aquellos que nos parecen negativos. Él no se inclinó a predicar sólo lo que es agradable al oído humano “adulterando la Palabra de Dios” (2 Cor. 4:2). De manera que en obediencia a este santo mandato hemos predicado muchas consolaciones y también muchas exhortaciones. En esta oportunidad nos encontramos estudiando un tema que, aunque al principio parezca negativo y nada consolador, al final producirá frutos abundantes de gozo y tranquilidad, pues, aunque en este momento nos encontremos en el valle de la felicidad y la abundancia, un día la mano hiriente del dolor tocará a nuestra puerta. Y cuando estemos pasando por el valle de la aflicción todo lo que hemos aprendido sobre la disciplina del Señor se convertirá en una fuente de fortaleza para soportar con paciencia la adversidad y salir victoriosos de la misma. En la sesión pasada dijimos que la efectividad de la disciplina del Señor sobre sus hijos está conectada de manera estrecha con la actitud con la cual se recibe. El autor de la carta nos ha dicho que las pruebas o adversidades no deben ser despreciadas ni deben causar desmayo; también nos dijo que la disciplina debe ser soportada y ahora en el verso 9 nos dirá que ésta debe ser recibida con obediencia o sometimiento, ya que el resultado que ella produce es vida.

Dios está interesado en darnos vida abundante, ésta la recibimos a través de Cristo quien es el camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6); pero Dios continúa dándonos vida espiritual a través de nuestra santificación y las distintas aflicciones por las cuales nos hace pasar. “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? (Heb. 12:9). Arthur Pink, el comentarista bautista del siglo antepasado, dice que la palabra con que inicia este versículo debe humillarnos mucho, pues, el Espíritu Santo considera que, aunque ya se ha hablado mucho sobre la disciplina y la actitud que debe caracterizar al creyente cuando pasa por ella, somos tan lentos en aprender la lección que se requieren aún razones y explicaciones adicionales para que comprendamos bien el tema. “Por otra parte” o “además” (en otras versiones), indica que aún no hemos aprendido la lección, hay más explicaciones para nuestras débiles y rebeldes mentes. En este pasaje se hace una analogía entre la disciplina de los padres terrenos y la disciplina del Padre celestial. La reacción de los hijos terrenos, y la reacción de los hijos espirituales. Es un hecho universal que los padres disciplinan a sus hijos. Ya vimos muchos textos donde Dios exhorta a los padres a disciplinarlos. Hemos visto que el padre que ama a su hijo, lo disciplina. Una muestra de maldad y falta de amor en los padres es dejar que los hijos hagan lo quieran y no ser consistentes en una disciplina continua. Esta analogía toma en cuenta a los padres que asumen su responsabilidad de instruir a sus hijos a través de la disciplina. Aunque hay padres descuidados e irresponsables que no aman a sus hijos, y por lo tanto no los disciplinan, el autor está pensando en padres que no han perdido aún ese sentido natural de formar hijos de bien. También es un hecho universal que los hijos honran a sus padres, a pesar de que la disciplina sea dolorosa. Es más, se ha comprobado que cuando los padres son consistentes en aplicar la disciplina sobre sus hijos, cuando éstos crecen, viven muy agradecidos con sus amorosos progenitores, pues, el resultado de la disciplina en la infancia se deja ver cuando ya son adultos y deben abandonar el hogar. Un hijo que no fue disciplinado de manera consistente en su infancia, vivirá frustrado y resentido con sus descuidados, amantes de sí mismo y desalmados padres.

En el pueblo de Israel la mayoría de los hijos honraban y veneraban a sus padres, en especial, cuando eran disciplinados. La disciplina hacía que los hijos obedecieran. La Ley del Señor era muy drástica con aquellos hijos que no obedecían a sus padres a pesar de la disciplina “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado no le obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá” (Deut. 21:18-21). El resultado de honrar y obedecer a los padres era la vida, la desobediencia conducía a la muerte. Hijos nunca olviden este principio sagrado: si honran a sus padres y los obedecen, entonces vivirán, si hacen lo contrario y actúan conforme a lo que a ustedes les parece lo mejor, contrariando las instrucciones de sus padres, entonces morirán. No oliven el quinto mandamiento de la Ley del Señor: “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da” (Deut. 5:16). De manera que ¿si en el plano terreno, lo natural es que los hijos honren y obedezcan a sus padres a causa de la disciplina a la que son sometidos (aunque en ocasiones esta disciplina fuera desproporcionada o errónea), cuánto más los creyentes deben honrar, someterse y obedecer a Dios que nos disciplina de una manera justa, sabia, recta y proporcionada? Este es el argumento del autor sagrado que estaremos estudiando en esta sesión. Dios está haciendo en nosotros algo parecido a lo que los padres terrenales hacen con sus hijos. Ellos deben ser sometidos a diversas pruebas con el fin de que puedan crecer y madurar. Al principio los niños disfrutan mucho de sus juguetes y juegos. Prácticamente para ellos no hay responsabilidad de nada, sólo comer, dormir y jugar. Pero llegará el “terrible” día en el cual deben ser sacados del cuarto de juguetes al jardín escolar. Para el niño esto es una tragedia: “¿Por qué debo abandonar la comodidad de mis juegos para estar en un lugar con personas que no conozco, teniendo que cumplir tareas y otras cosas que no me agradan?” Pero esta prueba, aunque es dolorosa para el niño, luego, cuando ha crecido, él no querría volver nuevamente a estar todo el día encerrado en el cuarto de juguetes; él ha

aprendido muchas cosas que no le permitirán regresar a su estado de infante. “Veamos lo que Dios está haciendo por medio de nuestras pruebas. Al principio quizá todo fuera un camino de rosas y disfrutábamos mucho de la vida espiritual; pero después llegaron los días de dificultad. Miramos atrás suspirando a aquellos primeros días, y deseamos que volvieran. Entonces gozábamos de vida espiritual, pero ahora no; todo resulta demasiado difícil. ¿Por qué no puede ser todo como antes?”31 Dios nos concede momentos de gran gozo, y en ocasiones nos da prosperidad, salud física y mucho bienestar en este mundo, pero Dios permite las dificultades para que crezcamos a través de ellas. Él nos quita los juguetes y nos expone a la prueba con el fin de que maduremos y crezcamos en santidad. A través de la disciplina Dios nos prepara para vivir en la eternidad, donde todo será pura santidad. “! Qué corta es la vida para prepararnos para la eternidad! ¿No vamos a someternos a Él? ¿No vamos a confiar en su sabiduría? ¿No vamos a estar de acuerdo en que Él ve y anticipa las cosas mucho mejor que nosotros? ¿No vamos a cooperar con Él y vivir? ¡Por supuesto que sí! Por su gracia lo haremos.”32 En el plano terreno suele suceder que la disciplina paterna va mermando en la medida que los niños se convierten en adultos, pero no así en el plano espiritual. Muchos creyentes confían en su madurez y en el tiempo que llevan en la fe, volviéndose un poco descuidados, pero olvidan que los grandes personajes de las Sagradas Escrituras tuvieron sus más grandes reveces, no cuando iniciaron la vida cristiana, sino en la madurez. David cayó en el pecado de adulterio en la plenitud de sus días. Lot transgredió la Ley del Señor en su edad madura. Noé hizo el ridículo emborrachándose luego de haber caminado con Dios y haber visto su mano protectora guardándolo de morir en el diluvio. Moisés cometió su peor pecado, no al comienzo de la vida de fe, sino llegando al final. El corazón de Ezequías se volvió orgulloso, no cuando era un joven iniciando el reinado, sino cuando estaba próximo al ocaso de sus días. Así como hay ciertas enfermedades y problemas de salud que se tornan más agudos en la edad madura, de la misma manera, el creyente está propenso a pecados muy graves en su edad adulta. 31

Gooding, David. Según Hebreos. Página 293

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Siempre vamos a ser niños necesitados de la disciplina del Señor, entre más años pasen, mas necesidad tenemos de ella. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Es deber de los hijos someterse a la disciplina de sus padres, así ellos en ocasiones se equivoquen. Cuánto más debe el creyente someterse a la disciplina del Padre celestial el cual nunca se equivoca, el cual siempre nos mandará lo que obra para nuestro bien. La expresión mucho más, es digna de notar, pues, en esta analogía hay una diferencia muy grande entre la disciplina que recibíamos de nuestros padres y la que procede del Señor, como grande es la distancia entre el cielo y la tierra. Hay cuatro contrastes en este verso y en el que sigue: “En primer lugar, la anterior disciplina procedió de los que fueron nuestros padres según la carne y la nueva disciplina es dada por Aquel que es nuestro Padre celestial. En segundo lugar, la primera disciplina se administró a veces con un conocimiento imperfecto y un temperamento irritable, más la segunda proviene de la infalible sabiduría y el amor incansable. Tercero, la primera disciplina se dio durante un tiempo, mientras éramos niños, más la segunda, continúa a lo largo de toda nuestra vida cristiana. En cuarto lugar, la primera disciplina fue diseñada para nuestro bien temporal, y la segunda tiene en mente nuestro bienestar espiritual y eterno.”33 Siendo que la disciplina del Señor es mucho mejor que la que recibimos de nuestros padres terrenos, y nos hizo gran bien, entonces, ¿por qué no vamos a obedecer de una mejor manera, con una mejor actitud al Señor que nos disciplina? El mandato de obedecer es necesario porque estamos acostumbramos a ser desobedientes y rebeldes. Nacemos de nuestros padres con un espíritu de insubordinación y sólo el poder de Dios podrá transformar nuestro corazón díscolo e ingobernable. Tan arraigada es la naturaleza rebelde del hombre que Job pudo decir: “El hombre vano se hará entendido, cuando un pollino de asno montés nazca hombre” (Job 11:12). “Incluso, en la conversión, esta naturaleza salvaje y rebelde no es erradicada. Una nueva naturaleza es recibida, y se inicia una lucha entre los nuevos y los antiguos deseos. Es por eso que la disciplina y el castigo son necesarios para nosotros.”34 33

http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_090.htm Extraido el 18 de Julio de 2012

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http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_090.htm Extraido el 18 de Julio de 2012

“Padre de los espíritus”. Algunas personas han tratado de ir más allá del sentido que tiene esta frase en el contexto de la disciplina paterna, y han llegado a la conclusión de que el pasaje enseña que Dios está creando nuevos espíritus constantemente, uno para cada niño que nace en el mundo. Estas afirmaciones no son más que conjeturas extraídas de declaraciones sueltas no conectadas con el contexto. El significado obvio de esta frase es que así “como (BJ) son nuestros padres físicos (o terrenales), así el es nuestro Padre espiritual (o celestial).”35 Aunque en última instancia Dios es el padre o creador tanto de la carne como del espíritu, no obstante, el Señor les concede a los hombres el ser llamados “padres” por sus hijos, pero él se preserva el derecho de ser llamado “Padre de los espíritus”, las almas proceden de él y él es quien la regenera para salvación. Ahora, podemos preguntarnos, ¿qué significa someternos u obedecer al Padre de los espíritus? Jerry Bridges cita al puritano John Owen, quien dijo que someternos al Padre de nuestros espíritus indica: “Un conocimiento en su soberano derecho para hacer lo que Él desee con nosotros por ser suyos; una renuncia a nuestra propia voluntad; un reconocimiento de su justicia y sabiduría en todos sus tratos con nosotros; un sentido de su cuidado y amor, con una debida comprensión de la finalidad de sus castigos; una diligente dedicación de nuestro ser con respecto a su mente y voluntad, hacia lo que Él nos llama de una manera especial en ese momento; por la fe perseverante un guardar de nuestras almas de la debilidad y el desaliento; una total sumisión nuestra a su voluntad, en cuanto a la causa, género, tiempo y prolongación de nuestras aflicciones.”36 Obedecer o estar en sujeción al Padre de los espíritus significa varias cosas:37 Primero, denota reconocer que Dios tiene el derecho soberano de hacer con nosotros lo que a él le plazca. El salmista lo entendió así y por eso pudo declarar: “Enmudecí, no abrí mi

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Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 362

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Bridges, Jerry. La Disciplina de la Gracia. Páginas 240 y 241

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En estos puntos seguiré a Arthur Pink. An Exposition Of Hebrews “Divine Chastisement”. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_090.htm Extraido en Julio 19 de 2012.

boca, porque tú lo hiciste” (Sal. 39:9). Obedecer, significa callar delante de Dios aún bajo el peso de la más grande aflicción, no preguntando el porqué, sino confiando en que él nos dará lo que considera mejor para nosotros, así no lo entendamos. Podemos llorar, podemos elevar nuestra angustia ante Dios, pero lo que no debemos hacer es cuestionar la providencia adversa que el Señor nos envía. Dios es nuestro pastor y como tal está comprometido a conducirnos a ricos manantiales de agua fresca y verdes pastos que nos harán vigorosos, pero es posible que el paso a ese paradisíaco lugar sea agreste, lleno de riscos y barrancos. No obstante, las ovejas confían en su pastor, por lo tanto, aunque no entendamos de momento porqué tenemos que atravesar el valle del dolor, confiamos que nuestro pastor es muy sabio y sabe para dónde va. Es posible que alguien, al ver lo agreste del camino, diga: mejor no sigo al pastor, es muy peligroso y doloroso el camino por dónde nos lleva, puedo encontrar un lugar de aguas y pastos sin tener que atravesar la montaña. Pero es mejor estar con el Pastor, así sea en un lugar difícil, que estar sin Él en el más hermoso jardín. Atravesando el Valle del dolor hay consuelo para nuestra alma porque el buen pastor va con nosotros. Cuando somos disciplinados por el Señor y la aflicción nos viene como resultado de sufrir la pérdida de algo que considerábamos muy importante para nosotros, tendemos a cuestionar a Dios, a pedirle explicaciones del porqué nos quitó eso. Aún no hemos aprendido que todas las cosas le pertenecen al Señor y él las da a quien quiere y nos las puede quitar cuando quiera, y a pesar de que nos las quite, debemos ser agradecidos con él por habernos concedido un tiempo de disfrute de eso que luego nos quitó. El santo Job nos da un ejemplo digno de imitar al respecto. Él había perdido todas esas buenas dádivas que la Providencia le concedió por algún tiempo, pero él no se lamentó amargamente y no reprochó al Señor por haberle quitado eso, sino que dijo en un acto de adoración: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Job “reconocía que el Señor tenía pleno derecho a retraer lo que antes había dado. Con frecuencia cometemos esta equivocación. De hecho, lo que le decimos a Dios es que no tiene derecho a quitarnos algo que nos había dado, sin darnos una explicación. Es difícil aceptar, por ejemplo, que se nos haya llevado al amado esposo o esposa o hijo. No entendemos porqué ha puesto fin a nuestra buena salud, cuando todo iba

bien. ¿Por qué un cambio tan cruel? Pensamos: lo que él nos ha dado lo podemos conservar. Pero eso no se encuentra en ningún lugar de la Biblia. Dios no nos garantiza una prosperidad ilimitada. A nadie le da esa seguridad. Lo que sí que hace es dar otra clase de seguridad, a saber: cuando hace una promesa, ésta permanece. Pero no podemos reclamar lo que no se nos ha prometido. Ni siquiera después de haberlo recibido.”38 Segundo, sujetarnos al Padre de los espíritus significa renunciar a nuestra propia voluntad, renunciar a nosotros mismos para que Dios sea el todo en nosotros. Un ejemplo de ello es el sacerdote Aarón, quien tuvo que enfrentar, y sin anestesia, la repentina muerte de sus dos hijos, los cuales fueron exterminados por Dios mismo al ellos atreverse ofrecer fuego extraño delante de su gloria. Aarón no tuvo tiempo de procesar esa aflicción, no fue prevenido, ni recibió una serie de estudios como estos que estamos dando sobre la disciplina del Señor, no, él recibió la disciplina repentinamente. De inmediato Moisés le dice: “Esto es lo que habló Jehová diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Lev. 10:3). Bueno, aquí aparentemente, no hay una respuesta consoladora, pero la Biblia nos dice que Aarón respondió como debe hacerlo todo aquel que ha renunciado a sí mismo por causa del evangelio “Y Aarón calló” (v. 3). Él mantuvo su paz creyendo en su corazón que Dios siempre busca lo mejor: “Esto traerá reposo a mi corazón, saber que lo que mi Dios designa es lo mejor”. Tercero, sujetarnos al Padre de los espíritus significa reconocer la justicia y la sabiduría de Dios en su trato con nosotros. Debemos reivindicar a Dios. Aprendamos del salmista quien, bajo las aflicciones de las providencias adversas, pudo exclamar con corazón sujeto “Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75). Siempre que nos venga la aflicción, hacemos bien en reconocer quién es el remitente: “Jehová dio, y Jehová quitó” (Job 1:21), pero, aunque la adversidad nos parezca muy dura y su dolor insufrible, debemos reconocer que él es muy misericordioso y no nos manda lo que merecemos: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Sal. 103:10).

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 26.

Hermanos, si Dios nos tratara de acuerdo a sus estrictas reglas de justicia, y nos diera lo que merecen nuestros pecados, hace tiempo que hubiésemos sido consumidos y ahora estuviéramos en el infierno: “Jah, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse” (Sal. 130:3). Los impíos, cuando son visitados por las aflicciones o las tragedias proclaman la injusticia de Dios al permitir que sus días de alegría sean cortados, pero los creyentes proclaman y reivindican la justicia y la sabiduría de Dios. Un ejemplo de ello se encuentra en la oración del pueblo de Judá cuando Esdras leyó la Ley ante ellos: “Ahora pues, Dios nuestro, Dios grande, fuerte, temible, que guardas el pacto y la misericordia, no sea tenido en poco delante de ti todo el sufrimiento que ha alcanzado a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros sacerdotes, a nuestros profetas, a nuestros padres y a todo tu pueblo, desde los días de los reyes de Asiria hasta este día. Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo” (Neh. 9:3233). Cuarto, sujetarnos al Padre de los espíritus requiere un actuar activo de la voluntad. Sujetarnos es algo más que una actitud pasiva. Hemos de andar en sus preceptos y en obediencia a sus mandamientos. Por un lado no debemos ser rebeldes, murmurando de los caminos que el Señor nos has trazado, pero, por otro lado, debemos ser hijos obedientes. “Estamos obligados a ser sumisos a la Palabra de Dios, de modo que nuestros pensamientos sean formados y nuestros caminos se rijan por ella. No se trata sólo de sufrir o soportar la voluntad de Dios, sino de un hacer Su voluntad.”39 El resultado de obedecer y sujetarnos al Padre de los espíritus es nuestro bien. Y el bien que Dios tiene en mente es la vida, la vida que procede de la santidad. Aquí no se trata de aquella santidad que es el don inicial que recibimos mediante la fe en Cristo, no se trata de la limpieza de la conciencia que es obrada por el sacrificio de Cristo en nosotros cuando somos justificados, sino de la “meta para la cual Dios está preparando a su pueblo – esa santificación total que será consumada en su manifestación con Cristo en gloria.”40 Ahora, esta santificación no se obtiene de una manera rápida, ella es progresiva y dura toda la vida. 39

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_090.htm Extraido el 19 de Julio de 2012. 40

Bruce, F.F. La Epístola a los Hebreos. Página 362

El resultado de la disciplina, es decir, de las pruebas y aflicciones, es la vida. Ahora, no será para nuestro bien, sino para nuestro desastre espiritual el no someternos a la disciplina del Señor en obediencia.

6. La disciplina del Señor produce frutos de justicia y paz v. 10-11. La vida cristiana consiste en una constante transformación. Somos transformados, desde el día en que creímos, a la imagen de Cristo. Esto es lo que el Señor quiere conseguir en nosotros, que seamos como es Él: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). Dios usa el medio de la Palabra para conformarnos a esa imagen. Ella nos da el conocimiento de las preciosas verdades que nos transformarán; pero el Señor afinará y consolidará el proceso de llegar a reflejar la imagen de Cristo en nosotros a través de la disciplina paternal, como dice Jerry Bridges “Podemos conocer la voluntad de Dios para

nuestro carácter intelectualmente, leyendo y estudiando las Escrituras, y lo deberíamos hacer. Es entonces cuando empieza el cambio, y nuestras mentes son renovadas. Pero el cambio verdadero, en lo profundo de nuestras almas, se produce cuando los principios de la Escritura obran en la vida real, y eso generalmente involucra la adversidad. Podemos admirar e incluso desear la paciencia, pero no la aplicaremos hasta que hayamos sido tratados injustamente y aprendido a través de la experiencia a tolerar (el significado de la paciencia) al que nos trata injustamente. Si usted se detiene a pensar en esto, se dará cuenta de que muchas cualidades de un carácter piadoso, sólo se pueden desarrollar por medio de la adversidad. La clase de amor que da libremente de sí mismo a un costo alto, sólo se puede aprender cuando nos vemos enfrentados a situaciones que requieren un amor sacrificado. La parte del fruto del Espíritu llamada gozo, no se puede aprender en medio de las circunstancias que sólo producen felicidad natural.”41 Jerry Bridges, en su libro titulado “Confiando en Dios aunque la vida duela”, utiliza la analogía de la Oruga para explicarnos la necesidad de las pruebas en la formación de nuestro carácter santo. Me parece muy apropiada para entender la necesidad que tenemos de la disciplina del Señor. La oruga hace un esfuerzo muy grande, y hasta doloroso, para tratar de salir del capullo que la recubre. Ella lucha una y otra vez tratando de romper el capullo. Si una persona ve este sufrimiento, es tentado a tratar de ayudar a la oruga rompiendo un poco el capullo con el fin de que ella salga lo más rápido posible. Pero esta ayuda realmente es una tragedia para ella, pues, es muy probable que nunca pueda desplegar las vistosas alas que le fueron dadas y mucho menos podrá volar. La lucha y el gran esfuerzo por romper el capullo y salir de él, le permiten desarrollar el sistema muscular y el crecimiento de las alas. “Las adversidades de la vida son muy similares al capullo de la oruga Cecropia, las cuales Dios utiliza para desarrollar el sistema muscular espiritual de nuestra existencia.”42 La disciplina del Señor propende por nuestro desarrollo en la santidad. A través de ella el Señor abona el terreno con los mejores nutrientes con el fin de que se produzcan los abundantes frutos del Espíritu Santo. El amor, el gozo, la paciencia y la paz no serán frutos 41

Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 124-125

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 182

reales y perdurables sino hasta cuando se desarrollan en medio de la adversidad. Como dice Jerry Bridges: “Creemos que practicamos el verdadero amor cristiano hasta que alguien nos ofende o nos trata injustamente, y entonces, empezamos a sentir rabia y resentimiento. Podemos deducir que hemos aprendido el auténtico gozo cristiano sólo cuando nuestras vidas se han hecho pedazos por una inesperada calamidad o una dolorosa desilusión. Las adversidades desequilibran nuestra paz y a menudo miden nuestra paciencia. Dios emplea estos conflictos para revelarnos la necesidad de crecer, de forma que nos acerquemos a Él para que nos cambie más y más a semejanza de Su Hijo.”43 Y cuando hemos soportado la disciplina, con la actitud correcta y propendiendo siempre por el crecimiento de nuestro carácter cristiano, entonces cosecharemos los santos frutos de justicia que Dios planeó para nosotros: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.” El dolor de la disciplina presente no durará para siempre, pues, cuando ella ha surtido el efecto para el cual fue enviada por Dios, el gozo de sus frutos será más grande. Tan deleitables son sus frutos en el carácter cristiano que la pena y el dolor sufridos no serán más que un recuerdo. Que nuestro autor está hablando del aspecto doloroso o aflictivo de la disciplina se deja ver en este pasaje. La aflicción o la tristeza vienen como resultado de la adversidad. “La disciplina dolorosa viene en muchas formas: zurras, suspensión de privilegios, pérdida de posesiones, pérdida de un ser amado, alguna seria lesión, o enfermedad, o desempleo, o persecución.”44 Ahora, toda disciplina implica dolor. Cuando el niño es azotado por su Padre, o se le suspenden algunos privilegios, la reacción natural es de dolor. No obstante, cuando el niño crezca, todos estos momentos dolorosos serán recordados con gratitud y alegría, pues, sin esta disciplina no hubiese llegado a ser una persona con un carácter estable y firme. Sin la disciplina sería una persona inestable, susceptible a cualquier cambio externo y sin un carácter que le permita discernir entre lo que es correcto y lo que no lo es. Una persona que 43

Bridge, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 182

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Kistemaker, Simón. Hebreos. Páginas 443-444

en su infancia se crió sin disciplina sufrirá mucho cuando tenga que tomar decisiones por sí mismo. Será voluble y propenso a las malas influencias. No tendrá disciplina para el estudio o el trabajo. La disciplina presente no parece ser causa de gozo, y en verdad, ella contiene un alto grado de tristeza. Esta tristeza es necesaria, pues, nos conduce al arrepentimiento. No se trata de aquella tristeza depresiva que lamenta de manera rencorosa las pérdidas que ha sufrido, sino más bien, de la tristeza producida por el Espíritu Santo en el corazón del verdadero creyente al saber que todavía en su vida hay pecado o inclinaciones erróneas que necesitan ser perfeccionadas. Esto fue lo que sucedió con la Iglesia de Corinto. Ellos fueron conducidos a la tristeza por la primera carta que les escribió el apóstol, y no era para menos, pues, en ese escrito, Pablo los exhorta a través de la confrontación entre sus pecados escandalosos y el Evangelio, conduciéndolos a ver cuánto se habían alejado de la Palabra de Dios; pero el resultado de ese sufrimiento fueron frutos de justicia y paz: “Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo, os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados; sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación…” (2 Cor. 7:8-10). Ahora, la disciplina del Señor produce tristeza según Dios en nuestros corazones, pero también, y aquí hay una paradoja, ésta la disciplina debe ser soportada con gozo. Tristeza y gozo juntos, esos son los misterios del evangelio. Santiago nos dice que debemos gozarnos en medio de las pruebas: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Stg. 1:2). No se trata de deleitarnos por la muerte de un ser querido, o por tener una enfermedad mortal o por haber perdido el empleo. Aquí se refiere a ese gozo espiritual excelso que en medio del dolor puede descansar en Dios, sabiendo que la disciplina es una afirmación de la relación filial con el Padre, pues, Dios nos está tratando como a sus hijos, y a la misma vez, anticipando los benéficos frutos que se obtendrán al ser ejercitado en las dificultades. Santiago dice que este sumo gozo se relaciona con las consecuencias que se recibirán al soportar la disciplina: “Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Stg. 1:3).

Hay tristeza en el momento de la disciplina, pero también hay gozo, porque anticipamos los frutos a recolectar. Gozo y aflicción, dos elementos que siempre acompañarán el caminar del cristiano en este mundo, pero la aflicción no suprime la felicidad que siempre nos ha de caracterizar. Como dijo el puritano Jeremiah Burroughs “La felicidad cristiana es un enigma porque incluye estar perfectamente satisfechos en un sentido, y al mismo tiempo estar completamente insatisfechos en otro. Los creyentes están felices porque saben que Dios está con ellos, pero están infelices si no sienten la presencia de Dios. También les hace infelices acordarse que son pecadores, porque es el pecado lo que obstaculiza el disfrute de su comunión con Dios. Solamente en el cielo serán libres del pecado y disfrutarán de una comunión ininterrumpida con Dios. Mientras tanto, no pueden estar satisfechos con las cosas que los “no creyentes” prefieren… La experiencia de ser amados por Dios ha guardado felices a los creyentes, aún en medio de los problemas más difíciles.”45 Cuando el apóstol Pedro anima a sus perseguidos lectores a soportar las aflicciones, les dice que éstas tienen como fin purificar la fe y llevarla a niveles excelsos de gloria y honra: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:7). Pero Pedro también habla de un gozo sublime que acompaña a la aflicción, el cual se deriva del mirar por la fe al amado de nuestra alma. Cuando el alma puede contemplar, por medio de la fe, la gloria de nuestro Salvador, quien también padeció grandes sufrimientos, y ahora reina victorioso y majestuoso como consecuencia de esas aflicciones, entonces nos llenamos de una paz y una alegría que no puede ser entendida por el hombre natural ni por la psicología: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 P. 1:8). Este gozo que perdura en medio de las pruebas también es consecuencia de saber que Dios está detrás de toda aflicción y a la misma vez está con nosotros en la aflicción: “… la felicidad cristiana perdura, no importando la clase de problemas que nos sobrevengan. Los creyentes no tienen el derecho de decidir cuál tipo de sufrimiento experimentarán. Por

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Burroughs, Jeremiah. El contentamiento cristiano… una joya rara. Página 6

ejemplo, no pueden decidir que no están de acuerdo en perder sus posesiones, ni oponerse a perder su salud. Están felices cualesquiera que sean los sufrimientos que padezcan. Quizás una clase de sufrimiento venga tras de otro, hasta que la totalidad de sus vidas parezca estar llena de dificultades; no obstante, en lo más profundo son todavía felices. Quizás parezca que el fin de sus problemas no aparece; sin embargo, en lo más profundo de su ser son felices. Dios, quien ha planeado la totalidad de sus vidas es glorificado por ello.”46 A pesar de que debemos gozarnos en medio de las pruebas, la reacción natural del creyente es orar para que nos sea quitado lo más pronto posible. El apóstol Pablo nos presenta un ejemplo con su propia vida, de cómo nosotros deseamos que el Señor quite con la mayor prontitud toda aflicción, mas nuestro sabio Padre sabe hasta cuándo es necesaria la prueba, con el fin de perfeccionarnos en algún aspecto en particular; por lo tanto, no la quitará prontamente dañando nuestro desarrollo muscular espiritual. Pablo dice que le fue dada una aflicción de parte del Señor a través de Satanás “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Cor. 12:7). Aunque no es fácil determinar qué era ese aguijón, lo cierto es que le causaba dolor, incomodidad y aflicción. El aguijón hería su carne y posiblemente estorbaba el buen avance de su ministerio. Pablo, como hacen todos los creyentes en el mundo, frente al dolor, oró al Señor en repetidas ocasiones para que le quitara la aflicción y le permitiera salir del “capullo” que estorbaba su ministerio. Pero Dios, que sabe cuánta disciplina necesitamos, le dijo que aún no era tiempo de suprimir la aflicción y más bien le enseñó a gozarse en Él en medio de la adversidad, de esa manera saldría vencedor y se formaría en él el carácter de Cristo “Respecto a lo cual, tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Cor. 12:8-10). Hermano, tú que has pensado que Dios se ha excedido en la disciplina para contigo, recuerda que Dios es más sabio que todos los mejores padres del mundo. Dios es

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Burroughs, Jeremiah. El contentamiento Cristiano… una joya rara. Página 5.

infinitamente sabio y él nunca se excederá en la disciplina. “Él sabe exactamente qué adversidad necesitamos para crecer más y más en la semejanza de Su Hijo. Él no solamente sabe qué necesitamos, sino cuándo y cómo es la mejor forma de que ocurra en nuestras vidas. Él es el perfecto maestro, entrenador, y Su disciplina siempre se ajusta exactamente a nuestras necesidades. Él nunca nos entrena en exceso permitiendo demasiada adversidad en nuestras vidas.”47 Esto es un gran consuelo para nuestra alma. Él está al control de la adversidad y sólo nos dará la dosis necesaria, ni un poquito más, ni un poquito menos. “Pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. El resultado de la paz y la justicia le pertenecen sólo a los que han soportado las adversidades y aflicciones como parte de la disciplina del Señor. Pero no se trata sólo de soportar un corto período de disciplina, sino que es algo en lo cual hay que ejercitarse. Esta es una palabra tomada del mundo de las competencias deportivas. El autor ya les dijo a sus lectores que ellos se encontraban en una competencia atlética la cual requiere un entrenamiento constante. El entrenamiento son las aflicciones. Al final veremos la recompensa de tanto entrenamiento, y entenderemos el por qué y para qué de nuestros sufrimientos. La disciplina nos ejercita en esta vida terrena y nos prepara para la eternidad. “Ya en esta vida ellos cosechan los frutos de justicia y paz, y en la vida por venir compartirán la santidad de Dios.”48 En medio de las adversidades estamos tentados a alarmarnos y desesperarnos, más el fruto que Dios busca a través de ellas es lo contrario, es decir, el fruto apacible de justicia. “Por el fruto de justicia el autor quiere decir el temor del Señor y una vida piadosa y santa de la cual la cruz es el maestro. La llama apacible, porque en las adversidades somos dados a alarmarnos e inquietarnos, siendo tentados por la impaciencia, aceptamos resignadamente que el castigo nos fue muy provechoso, y no severo y cruel como antes lo pensábamos.”49 La paz resultante de haber sido ejercitado en la disciplina del Señor es aquella que libra el corazón de la incertidumbre que produce el estar aferrados a las cosas terrenas. “La disciplina enviada por Dios tiene la virtud de desligar al hombre de las cosas temporales y 47

Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 125

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Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 445.

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Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 282.

transitorias y hacerlo depender de Dios, alcanzando con ello la paz que produce la orientación hacia Él y sus cosas. Un alma que está turbada e inquieta por seguir un camino incorrecto, mediante la disciplina que es provisión de Dios, se acalla delante de Él como un niño que depende sólo de su padre (Sal. 131:2).”50 La disciplina nos ayuda a entender que la verdadera felicidad no es dependiente de las cosas que poseamos en este mundo: el dinero, la salud, una casa, un auto, entre otros. Cristo expresó esta verdad diciendo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Luc. 12:15). La santidad es la meta que Dios tiene para nosotros, por eso utiliza la disciplina. Aunque debemos advertir que la afectividad no siempre es evidente de manera inmediata. Hay que ejercitarse, y esto requiere tiempo. El sufrimiento no nos hace santos por sí mismo, pues, muchos impíos también sufren pero no están creciendo en santidad. Las aflicciones del creyente son un medio, no la fuente, de su santificación, pues, ellas nos santifican “sólo indirectamente, cuando vemos la gracia de Dios santificar el sufrimiento y utilizarlo para profundizar nuestra comprensión, ampliar nuestras simpatías, fortalecer nuestra fe, estabilizar nuestro propósito, espiritualizar nuestras perspectivas, endulzar y suavizar nuestras actitudes, y hacernos así más semejantes a Cristo en carácter y personalidad.”51 El cristiano se desarrolla en medio de las pruebas. El que no está dispuesto a soportar con paciencia las aflicciones, entonces no tiene el derecho a ser llamado cristiano, pues, algo que caracteriza al seguidor de Cristo es que lleva su yugo, y al llevarlo con paciencia, obtendrá paz y descanso: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:29). El apóstol Pablo dice que TODAS las cosas ayudan para bien al creyente. Este bien que Dios busca para el creyente a través de las pruebas es que seamos transformados a la imagen de Jesucristo, es decir, que crezcamos en santidad y nuestro carácter sea moldeado conforme al de nuestro Salvador: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan

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Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 737

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Taylor, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta Apocalipsis. Página 162.

a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque… también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de Jesucristo” (Ro. 8:28-29). Las pruebas producen dolor y tristeza porque a través de ellas el Señor nos poda. Él quita la maleza que estorba nuestro crecimiento en santidad. Pero siendo que todavía no hemos alcanzado la cúspide de la sabiduría, y cierta clase de torpeza y miopía espiritual nos acompaña, entonces, nos aferramos a aquellas cosas que en realidad son un estorbo para la producción de frutos espirituales. Pero nuestro Salvador, quien también es el hortelano de nuestras vidas, viene con las tijeras de su Providencia y limpia nuestras ramas de todo estorbo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto” (Jn. 15:2). “… la felicidad cristiana es un enigma al no creyente porque proviene no del hecho de obtener “más”, sino de desear menos. El no creyente piensa que entre más tenga para disfrutar, tendrá más felicidad. Los cristianos saben que esto solo les hará felices momentáneamente. La gente más rica no es necesariamente la gente más feliz. Los creyentes encuentran que lo que les hace realmente felices es cuando desean solamente las cosas que Dios ha escogido para ellos. Su felicidad no surge del tamaño de su saldo en el banco, sino más bien de su voluntad de estar satisfechos con lo que Dios les da. Una persona que posee muchas cosas pero que desea más, siempre será miserable. Una persona que posee pocas cosas pero que ya no desea más, siempre será feliz.”52

Aplicaciones Sólo aprenderemos a no despreciar la disciplina del Señor, ni a desmayar frente a sus azotes, cuando vemos su amorosa mano paternal detrás de toda aflicción. La disciplina nos conducirá a ser obedientes y producir frutos apacibles de justicia cuando la soportamos en un espíritu de sumisión y con el alma dispuesta a glorificarle, aún en medio del dolor más agudo. Job pudo alabar al Señor cuando la dura prueba le visitó porque confiaba en el que estaba detrás de ellas. Él tenía la plena confianza que si Dios le había dado un redentor, entonces, con él le daría todo lo que necesitaba: “Yo sé que mi redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios,

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Burroughs, Jeremiah. El contentamiento Cristiano… una joya rara. Página 5.

al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27). “Vayamos siempre al Señor con todos nuestros problemas. Y, si es necesario, huyamos de los hombres y digamos: Señor, tus caminos están más allá de mi comprensión, pero a ti me encomiendo. Dios está con nosotros, pues ha entregado a su Hijo por nosotros. Podemos estar más seguros de eso que Job. El que sabe esto, sabe lo bastante en todas las emergencias.”53 “En este redentor podemos conocer al Señor Jesús que intercede por nosotros ante Dios. Hay un alud de preguntas que no podemos contestar. Ahí están sin respuesta; pero no nos agobian porque podemos salir, por así decirlo, de debajo de la nieve: apelamos al Hijo de Dios, que es Dios mismo. Él nos conoce. Él nos defiende. Él se hizo como uno de nosotros. Nadie puede amarnos más que Aquel que vivió y trabajó en Oriente Medio durante unos treinta años; ni hay nadie que pueda defender nuestra causa ante Dios mejor que Él; y puesto que vivirá para siempre, siempre estará ahí para hacer valer ante Dios el pago que Él ha hecho con su sangre por nuestros pecados, Hebreos 7:25.”54 Hermano, es posible que estés pasando por grandes aflicciones en tu vida, y también es posible que no veas la salida o no experimentes el amor de Dios en una forma clara. Según lo que hemos aprendido de la Palabra te invito a que llenes tu mente de este pensamiento: Si el amor de Dios fue suficiente para tu mayor necesidad, es decir, la salvación eterna, entonces, con mayor seguridad lo será para tus necesidades más pequeñas.

CONCLUSIONES

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 73.

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Bijl, C. Tan ricos como Job. Página 80.

Cuando pasamos por una gran adversidad o aflicción solemos preguntarle a Dios ¿Por qué? Es una respuesta natural de nuestro ser a la adversidad. Y siendo que Dios tiene el control de todo, entonces él es el que nos puede dar la respuesta. Muchos salmistas preguntaron ¿Por qué? a Dios, incluso el santo Job lo hizo. Pero, en todos estos casos, Dios no dio explicaciones. Los padres terrenos solemos explicarles a nuestros hijos el porqué de la disciplina, pero Dios no siempre, mejor dicho, casi nunca da explicaciones. El creyente debe aprender a confiar en la sabiduría de Su creador. Él hará todas las cosas que sean necesarias para vuestro bien, y recordemos que nuestro bien es ser constituidos conforme a la imagen de Cristo. José pudo entender un poco el porqué del trato disciplinario de Dios cuando estaba sentado cerca al trono del Faraón como segundo gobernador, pero, ¿Pudo comprender José el porqué de la adversidad durante tantos años de su vida? De seguro que no. Él no le veía sentido a lo que le ocurría, ni dónde iba a parar tanta aflicción. “Pero sea que veamos o no resultados benéficos en esta vida, estamos llamados a confiar en que Dios en Su amor quiere lo mejor para nosotros, y en Su sabiduría sabe cómo hacer que ocurra.”55 Podemos confiar en Él, sin exigir explicaciones de su trato para con nosotros, porque Él siempre ha tenido y tendrá buenas razones para todas sus acciones. Además, él es el dueño de nuestras vidas, él es el soberano. Cuando el sufriente Job empezó a cuestionar el trato de Dios y a preguntar el porqué de tanto dolor, Dios vino a él, pero no para darle razones del porqué lo había tratado así, pues, es un insulto demandar de Dios razones de sus acciones, sino para mostrarle su Poder soberano. Dios si puede preguntarnos a nosotros, como hizo con Job “Ahora ciñe como varón tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás” (Job. 38:3). Ni una sola pregunta de Job obtuvo respuesta, pues, no tenía derecho de hacerlo. Dios le mostró qué Él es soberano y hace con sus hijos cómo él quiere, pero a la misma vez, Job comprendió que Dios no nos trata caprichosamente, sino conforme a su infinita sabiduría. Por eso, al final del libro, él pudo decir: “Yo reconozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que te sea oculto. ¿Quién es que, falto de entendimiento, oscurece el consejo? Así hablaba yo, y nada entendía; eran cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Escucha, te ruego, y hablaré. Te preguntaré y tú me enseñarás. De oídas te conocía, mas

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 126

ahora mis ojos te ven. Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job. 41:26). Cuando estamos atravesando el Valle de la aflicción nos esforzamos en tratar de interpretar la Providencia, de encontrar el porqué de las cosas y encausarlo al propósito que consideramos Dios tiene para con nosotros en sus tratos especiales. Aunque, como dijimos anteriormente, lo primero que debe producir en nosotros cualquier trato adverso es inspeccionar nuestra vida espiritual y evaluar nuestra santidad, no obstante, muchas veces no vamos a comprender el porqué de las cosas que nos suceden. Siempre queremos explicaciones racionales para todo, pero en el caso del trato de Dios no siempre vamos a comprenderlo. “Los caminos de Dios, siendo los caminos de la infinita sabiduría, simplemente no pueden ser comprendidos por nuestras mentes finitas.”56 Cuando estamos tratando de encontrar el porqué de una calamidad, de una adversidad o de una aflicción, nunca olvidemos que nuestras mejores conclusiones no serán más que algo inútil pues el Señor dijo: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9). Cuando estamos tratando de interpretar sus juicios y sus acciones nunca olvidemos la maravillosa declaración de Pablo: “!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:33-34, 36). Ya hemos dicho que Job superó la prueba alabando a Dios en medio del dolor. Él no entendía lo que sucedía, pero si estaba seguro de una cosa: El Soberano Dios estaba al control de la situación y no permitiría que la adversidad lo destruyera, así descendiera a las profundidades más oscuras del dolor. De la misma manera, si queremos experimentar paz en medio de la aflicción, debemos glorificar al Soberano Ser que dirige todos los hilos de la historia a un fin perfecto. Aunque no podamos ver el bien que producirá en nosotros determinada aflicción, debemos creer que nuestro buen Padre tiene razones suficientemente válidas para hacer en nosotros lo que ha determinado y que indudablemente todas esas cosas nos ayudarán a un bien superior. 56

Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 129

Ahora, esta preciosa verdad nos debe llenar de consuelo porque, incluso, los planes y maquinaciones de nuestros enemigos también son usados por Dios para nuestro bien. Algunas personas tratan de tomar ventaja sobre nosotros y arman planes para destruirnos, pero no lo lograrán porque Dios está al control y él sólo permitirá que nos hagan lo que considera útil para nuestro bien, por eso Pablo pudo decir confiadamente “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Ro. 8:31). A veces pareciera que los planes de nuestros adversarios prosperaran, pero en realidad sólo lograrán lo que Dios ha ordenado soberanamente para nosotros y siempre será para nuestro bien. Los hermanos de José prosperaron en su intento de deshacerse de él, pero todo fue conducido para el bienestar del pueblo del Señor. Saúl intentó matar a David y lo persiguió por todas partes, pero Dios usó esta adversidad para formar el carácter de David y convertirlo en un piadoso rey. Satanás afligió a Job con el fin de hacerlo maldecir a Dios, pero lo único que logró fue afianzar la fe de Job en Dios. Personalmente he recibido muchos ataques, unos abiertos y otros más camuflados, de personas y pastores que no quieren que siga avanzando el reino de Cristo, pero todo esto me ha ayudado a depender más del Señor, a perfeccionar mis caminos y buscar la voluntad de Dios en todas las cosas. No hubiera mejorado en muchos aspectos si no hubiese sido por la crítica y los ataques de otros. “La sabiduría de Dios, entonces, es mayor que la de cualquiera de nuestros adversarios, ya sean otras personas o el mismo diablo. Por lo tanto, no deberíamos temer lo que intenten o tal vez logren hacernos. Dios está obrando tanto en esas cosas, como en las adversidades de enfermedad, muerte, problemas financieros y destrucciones de la naturaleza.”57

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Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 135

Un llamado a ser fuertes Hebreos 12:12-13 Introducción: En la primera parte del capítulo 12 de la carta a los hebreos, el autor se explayó en exponer algunos pasajes del libro de los Proverbios. Él nos mostró la preciosa y consoladora doctrina de la disciplina del Señor. Es importante hacer notar que los escritores sagrados, inspirados por el Espíritu Santo, verdaderos profetas y apóstoles ungidos, no se aventuraron a estar haciendo declaraciones repentinas basadas en sus imaginaciones, sino que la verdadera profecía que ellos escribieron no fue más que exponer el Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Este es un principio que encontraremos en todos los escritos del Nuevo Testamento: los apóstoles y profetas no hacen más que exponer a la luz de la cruz de Cristo lo que está escrito en el Antiguo Testamento. “Por lo cual,…” Estas dos palabras, con las cuales inicia el verso 12, conectan las exhortaciones prácticas que siguen, con las enseñanzas anteriormente expuestas sobre la disciplina del Señor. Nuestro autor, así como el resto de escritores del Nuevo Testamento, no es un mero teórico de la doctrina, ellos son verdaderos expositores de las Escrituras, pues, no sólo se conforman con enseñarnos las preciosas verdades doctrinales que engrandecen la mente, sino que, luego, se convierten en el fundamento para la exhortación y la confrontación. Toda verdadera doctrina debe conducirnos a una práctica ética y cristiana de la misma. Si la doctrina no nos conduce a una vivencia más excelsa de la fe cristiana, entonces no somos más que fríos racionalistas amantes del conocimiento, pero faltos de amor. “Así que la enseñanza de la Palabra de Dios no es sólo conocimiento. Es un conocimiento práctico. Hay algunas personas que tienen una comprensión intelectual de las doctrinas de las Sagradas Escrituras, pero en realidad no saben nada acerca de la vida práctica. Alguien dijo que entienden las doctrinas de la gracia, pero no experimentan la gracia en las doctrinas, porque nunca saben cómo ponerlas en práctica. Una cosa es creer, por ejemplo, en la doctrina de la inspiración e infalibilidad de las Escrituras, pero otra cosa es vivir bajo la autoridad de la Escritura, con alegría. Una cosa es creer, por ejemplo, que Jesucristo es el Señor, pero otra es renunciar a mí mismo y disfrutar de Su señorío. Una cosa es creer que

Dios es omnipotente, pero otra cosa es, en medio de la prueba, aprender a apoyarse en su brazo poderoso.”58 Este por lo cual, relaciona el contenido de esta exhortación con lo que le precede. En forma general, con lo que precede en toda la carta. El autor se ha esforzado en mostrar a los dubitativos lectores lo absurdo de querer regresar al judaísmo, pues, la fe cristiana nos ofrece cosas mejores y perfectas. El autor demostró que Jesús es superior a los ángeles, a Moisés, al Sumo sacerdocio, que su sacrificio garantiza un perdón y una salvación segura, limpiando la conciencia, lo cual no podían hacer los sacrificios de animales. El autor ha demostrado que Jesús entró al lugar santísimo celestial, es decir, es superior al lugar donde oficiaban los sacerdotes judíos, y ahora intercede por nosotros a la diestra de Dios en el verdadero santuario. Luego, el autor advirtió a sus lectores del terrible peligro que corrían si abandonaban a Cristo, apostatando de la fe, pues, la ira de Dios se derramaría sobre ellos con más furia que la que derramó sobre los rebeldes israelitas, ya que no están despreciando una ley dada a través de ángeles, sino el evangelio que nos fue dado a través del excelso Hijo de Dios. Todo el capítulo 11 estuvo destinado a mostrar ejemplos de cómo perseveraron en la fe los verdaderos creyentes en tiempos del Antiguo Testamento, de manera que los imitemos y sigamos el mismo camino de victoria sufriente. La primera parte del capítulo 12 estuvo dedicada a una exhortación: el cristiano es como un atleta que está corriendo la vida de fe, la cual requiere que nos despojemos de todo peso y del pecado que nos asedia. La vida cristiana es como una competencia de boxeo donde es necesario darlo todo, incluso, derramar la sangre si es preciso, por amor a Cristo y combatir contra el pecado. Luego, el autor animó a sus abatidos lectores diciéndoles que no desmayen ante las aflicciones que les han venido por causa de Cristo, pues, todos esos sufrimientos forman parte del amor de Dios, el cual nos disciplina, de la misma manera como un padre lo hace con su hijo, con el fin de llevarnos a nuevos niveles de santificación y firmeza espiritual. Por lo cual, siendo que esto es lo que Cristo ha hecho y está haciendo por ustedes, entonces, levantad las manos caídas, y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas 58

MaCarthur, John. Falling Short of the Grace of God. Recuperado de http://www.gty.org/resources/sermons/1637/Falling-Short-of-the-Grace-of-God En Agosto 9 de 2012.

para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Aquí está el secreto de la vida de victoria en el cristiano. Los sufrimientos y adversidades, es decir, la disciplina del Señor, son como esos ejercicios con pesas que hacen los fisicoculturistas, en vez de debilitarlos hacen que sus músculos crezcan y tengan más fuerza física. Los cristianos estamos siendo entrenados por Dios para correr de manera victoriosa la carrera de la fe. Las aflicciones han sido como las pesas, o la cuerda, o la bicicleta. A través de ellas hemos sido entrenados; por lo tanto, en vez de estar en el piso, arrastrados y sin fuerza, debemos levantarnos con vigor, pues, ahora tenemos más músculos espirituales que al principio. Nuestras rodillas nos duelen, a causa del ejercicio, pero esto no es para quedarnos paralizados, pues, ahora la parte muscular de ellas está fortalecida y tenemos suficientes recursos para levantarnos y correr con más vigor. Nuestras manos y brazos nos duelen, porque nos tocó levantar barras muy pesadas, pero ahora tenemos más fuerza en nuestras manos, por lo tanto, levantémonos y prosigamos la carrera cristiana con más fervor. Estamos preparados para la competencia olímpica, y de seguro venceremos. Nuestro autor prosigue con su metáfora tomada de los juegos atléticos. Cuando los corredores han avanzado bastante en la carrera, tienden a languidecer y desmayar, pues, han gastado muchas energías y la meta todavía está lejos. Pero, los entrenadores, cuando ven que los miembros de su equipo están a punto de desmayar, los animan con palabras fortalecedoras y de aliento para que retomen fuerzas, se levanten del piso y prosigan su carrera. Esto es lo que está haciendo el autor de la carta. El entrenador solía llamar a jóvenes para que entraran a las competencias, pero antes de exponerlos en público, él los entrenaba. Como él tenía más experiencia luchaba contra ellos, recibían muchos golpes, pero todo este dolor de la práctica tenía como fin adiestrarlos para que el contrincante no les fuera a dar ningún golpe mortal, sino que ellos, más bien, lucharan con fuerzas. Por lo tanto, siendo que ellos habían sido entrenados con duras pruebas, no debían desmayar cuando estaban enfrentándose a las luchas. Muchos creyentes sienten que ya no dan más, que no pueden dar un paso más, que no soportan las aflicciones y pruebas de la vida cristiana, que definitivamente se acabaron las fuerzas. Pero nosotros contamos con un secreto que los hombres han buscado por siglos: el secreto de la eterna juventud. El cristiano, contrario a lo que pasa en el mundo natural, saca fuerzas de la debilidad, obtiene preciosos réditos de los problemas, y las aflicciones de la

vida no lo destruyen, sino que lo impulsan a luchar con más vigor. Esta es una verdad que debe conducirnos a una vida cristiana victoriosa. El apóstol Pablo aprendió esta verdad y por eso nos exhorta diciendo: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Cor. 4:16). Viejos por fuera, pero jóvenes en el interior. Esa es la vida cristiana. El cuerpo se va desgastando, mientras que en nuestro espíritu nos vamos rejuveneciendo. El profeta compara nuestra condición de vida con las águilas, las cuales se elevan desde la tierra a alturas gloriosas. El secreto está en depender del Señor. Cuando somos de Él y Él es nuestro, confiamos en su Gracia y Sabiduría, aún en medio de las más grandes dificultades, y esta confianza nos alimenta y alienta para sacar fuerzas de la debilidad: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is. 40:29-31). Los cristianos no se cansarán y no se fatigarán, porque cuando el cansancio y la fatiga que producen las luchas diarias, vienen, el creyente toma su fuerza del Señor, recordando que él está detrás de cada aflicción, pero a la misma vez, él está con nosotros en la angustia: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuando ha conocido mi nombre. Me invocará y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación” (Sal. 91:14-16). El salmista también fue entrenado en las aflicciones y adversidades. Él pudo confiar en el Señor cuando las rodillas le tambaleaban y los brazos se descoyuntaban, de manera que recibía nuevas fuerzas para continuar la vida de fe: “Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco… El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes” (Sal. 92:10, 12-14). Somos atletas de Cristo, y estamos luchando en medio de la competencia más feroz contra enemigos formidables: el diablo, la carne y el mundo. Pero no podemos desmayar en medio de la lucha, pues, las consecuencias serían desastrosas. Es necesario levantar nuestras manos y fortalecer las rodillas, así nos duelan, pues, no podemos tomar descansos. El enemigo asedia y como valientes soldados nos sometemos a las inclemencias del clima o

las dificultades del terreno: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Tim. 2:3). La actitud correcta del cristiano, en medio de la adversidad, debe ser: “Este es el momento de mi entrenamiento, así que procuraré desempeñarme como es mi deber, buscaré la gracia de Dios para fortalecer mi fe, coraje y valentía para luchar contra todo lo que me oprime y se opone a mí.”59 Las manos caídas y las rodillas paralizadas hacen referencia a una actitud de debilidad, de abandonar el deber, de dejarse atrapar por la depresión espiritual. Con las manos los boxeadores atacaban al contrincante, cuando las bajaban, estaban mostrando cansancio y deseos de no continuar la lucha. Las piernas de los atletas se cansaban, y doblaban sus rodillas al piso en señal de no poder continuar más con la carrera. Pero el cristiano no debe bajar sus manos, no debe permitir que las rodillas tambaleen. Él recibe las fuerzas del Señor y vuelve a levantar sus brazos y sus rodillas para continuar con el deber cristiano. Él no cesa en la oración, ni en la acción de gracias, ni en la meditación de la Palabra de Dios, ni en asistir a los cultos, ni en la evangelización, ni en el amor a los hermanos y a los enemigos, ni en la obediencia a los santos mandatos del Señor. Es interesante hacer notar que la palabra griega traducida “levantad” significa “rectificad”, es decir, restaurar a un estado correcto, volver derecho lo que se ha torcido poco a poco. Es un llamado a la paciencia y a la firme perseverancia para que no estemos abatidos en nuestras mentes ni desmayemos en nuestro estado de ánimo frente a las luchas diarias que debemos enfrentar. Es un llamado a no ser presa del miedo frente al peligro, de manera que no renunciemos a la esperanza y no seamos abrumados por completo. Debido a la dura prueba y a la aflicción somos tentados a hundirnos en nuestra propia desesperación y a abandonar el camino del deber cristiano. Por eso, el llamado es: Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas. Esta exhortación de nuestro autor ha sido tomada de algunos pasajes del Antiguo Testamento, en especial de Isaías, quien anima al pueblo del Señor para continuar adelante en la vida fe con la confianza puesta en el glorioso reinado del Mesías, el cual introducirá una era de paz, justicia y verdadera felicidad. Siendo que vendrá nuestro Rey, entonces 59

Pink, Arthur. An exposition of Hebrews. Recuperado de http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_093.htm Agosto 11 de 2012.

sigamos con ánimo nuestra carrera: “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá y os salvará (Is. 35:3-4). Ahora, existe una diferencia inmensa entre el incrédulo y el creyente. El hombre no converso puede ser destruido fácilmente por las aflicciones que trae el vivir en este mundo caído, pues, él no tiene vida y no tiene fuerzas espirituales. Está muerto. Pero el creyente, así tenga que pasar por las más duras pruebas, al igual que el santo Job, y así sus fuerzas sean debilitadas al máximo por el fragor de la lucha, él tiene vida, y la fuerza del Señor le acompaña. “Los cristianos, en su mayor debilidad, tienen algo de fuerza y algo de vida. Y donde hay un poco de vida, hay cierta capacidad para agitarse y moverse. Dios se complace en ayudar donde hay esfuerzo sincero. El creyente tiene la responsabilidad de armar su mente en contra del desaliento, considerando que el propósito de Dios está detrás de ellos y los benditos frutos que se obtienen de las pruebas y aflicciones.”60 El llamado de levantar nuestras manos y fortalecer las rodillas implica mirar hacia la meta. Si el cristiano se mantiene mirando el final glorioso que tendrá, luego de soportar las aflicciones y las luchas de la vida de fe, entonces cobrará ánimo y sacará fuerzas de debilidad (Heb. 11:34). Nos fortalecemos, cuando en medio de la angustia esperamos en la gracia del Señor: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Is. 40:29-31). “Y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado”. El atleta, antes de iniciar la carrera, debe examinar que la pista no esté dispareja, pues, cualquier bache podrá ser causa de una caída y hará que el tobillo se disloque. Además, algunos corredores son cojos, no están en la mejor condición física para la carrera y es preciso que corran sobre un terreno plano, libre de peligros, para que no se salgan de la pista y queden así descalificados. En esta exhortación, nuestro autor sagrado, “enfatiza la necesidad y la obligación de la responsabilidad corporativa que tienen los creyentes.”61 Los corredores más fuertes o sanos 60

Pink, Arthur. An exposition of Hebrews. Recuperado de http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_093.htm Agosto 11 de 2012. 61

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 447.

deben ayudar a los débiles y cojos a allanar el camino, a correr con paso firme y evitar que se salgan de la senda. ¿De qué manera hacemos esta labor de ayuda mutua? El autor de la carta ya ha mencionado algunas formas de cómo se hace esto: En 3:13 dijo: “Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: , para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.” La exhortación del autor de Hebreos busca que cada creyente sea responsable en continuar la lucha y fortalecerse en el Señor. No debemos esperar a que otros vengan a ayudarnos, sino que cada uno es responsable de enderezar la senda. Pero, es responsabilidad de cada creyente ayudar a los hermanos que están cojeando. Esto era lo que hacía el santo Job: “Tú enseñabas a muchos y fortalecías las manos debilitadas; con tus palabras sostenías al que tropezaba y afirmabas las rodillas que decaían” (Job 4:3-4). De la misma manera, el apóstol Pablo exhorta a los creyentes para que, con sus palabras, testimonio y consejos alienten a los que están debilitados: “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tes. 5:14). “El cuerpo de Cristo consiste de muchas partes, como nos lo recuerda Pablo (1 Co. 12:1227). Todas las partes del cuerpo forman una unidad, y ninguna parte existe para sí misma. Como resultado, cada parte es responsable ante el todo, y el todo toma cuidado de las partes individuales. (Ro. 15:11).”62 De allí la importancia de hacerse miembro en una iglesia local bíblica, pues, uno de los beneficios recibidos es que seremos ayudados por otros hermanos cuando nosotros mismos estemos en debilidad o estemos desviándonos del camino; pero también tendremos la oportunidad de ayudar a otros hermanos en sus momentos de cojera espiritual. “Y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado”. La fortaleza y santidad del creyente se convierten en un estímulo para los débiles y cojos. Nuestro testimonio de piedad y santidad alisarán el camino para otros hermanos, mientras que nuestras debilidades y pecados serán estorbo y baches que dañarán

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Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 448.

el caminar de otros. Por lo tanto, tenemos una enorme responsabilidad con nosotros mismos, de no salirnos del camino, y con los demás, de no ser piedra de tropiezo. Todo creyente debe esforzarse, en la gracia, de dejar huellas indelebles de lo que es el caminar cristiano, de manera que otros puedan seguir esas pisadas. ¡Qué enorme responsabilidad la que tenemos! Debe ser nuestro propósito en la vida cristiana seguir la senda recta que nos mostró Cristo, con tal fidelidad, que un día podamos decir con el apóstol Pablo “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1). Es nuestra responsabilidad caminar con cuidado, siempre pensando en el bienestar de los santos más débiles. Los cristianos que se descarrían y andan a sus anchas, son una plaga que causa mucho daño. Las inconsistencias entre creyentes que consideramos maduros se convierten en un motivo de desánimo para los creyentes más débiles. Si los cristianos nos preocupamos por nuestra vida en santidad y ayudamos a los hermanos más débiles en sus propias luchas diarias, entonces habrá sanidad, es lo que dice el autor. La dislocación será vendada con las oraciones, el buen testimonio y las palabras de ayuda de otros creyentes. Esto significa que a través de la ayuda mutua se corrige lo que anda mal. Aquí el autor tiene en mente la restauración y fortalecimiento espiritual de un hermano que está en decaimiento o depresión. En lugar de despreciar a los creyentes enfermos, debemos ejercer una profunda simpatía de amor hacia ellos. Debemos estar agradecidos con Dios si él nos concede el estar sanos espiritualmente, pero esto nunca debe conducirnos a la presunción, antes, por el contrario, debemos ser misericordiosos para con los más débiles: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gál. 6:1-2). Hermano, entrénate en el servicio de ayuda y sostén para los hermanos que pasan por alguna debilidad: para los que gimen bajo el peso del pecado, recuérdales la suficiencia de la sangre de Cristo. A los que tienen temor del futuro, recuérdales la fidelidad de Dios. A los que están desanimados y tristes, anímales recordándoles algunas de las más preciosas promesas que contienen las Sagradas Escrituras.

Hermano, estudia el arte sagrado de tener siempre una palabra a tiempo para los necesitados. Tú serás de gran valor para la iglesia si desarrollas un espíritu de compasión y el don de levantar a los que han caído en su caminar cristiano.

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