Story Transcript
La estrella mecánica La creciente extinción del aprismo en el local principal del partido: La Casa del Pueblo Una gran estrella roja, compañeros. El supuesto símbolo del antiimperialismo en el Perú. La Casa del Pueblo, sede del Partido Aprista Peruano, es el lugar donde se reunían los partidarios con la esperanza de reivindicar a los sectores populares. Ahora el partido es vinculado con ratas, corruptos y traidores a la confianza del pueblo. Y entre apristas se señalan y la rosa y el puño se mudaron de lugar hace mucho. Al local sigue asistiendo la gente, pero no por las ideas, sino por los favores. ¿Qué tanto queda de la lucha de clases? “Palmas, compañeros”, parece que proclamó una vez más Haya de la Torre en el local del partido que fundó hace setenta años. Pero Haya ya está muerto. Los aplausos que retumban cada cinco minutos desde una de las aulas del lugar provienen de unos jóvenes estudiantes del curso de oratoria luego que su compañero mostrara sus habilidades aprendidas: ha terminado el mes y es su prueba final. Todos hablan,
todos
aplauden
y
todos
son
aplaudidos.
Cuando
terminan, el sonido de las palmas es reemplazado por un fuerte reggaetón y parloteo consistente. Las cinco horas de clase han acabado y salen del Instituto, perdón, de la sede principal del Partido Aprista Peruano (APRA-PAP): Casa del Pueblo. Los jóvenes se van y en las oficinas esperan que regresen a inscribirse el siguiente mes. Por favor, que regresen. Ubicada en el corazón de Lima, la Casa del Pueblo ondea
una
bandera
gigante
frente
a
la
avenida
Alfonso
Ugarte y a una estación de buses del Metropolitano a medio terminar. El símbolo patrio es el doble de tamaño que otra bandera, pero no opaca ni un poco la estructura del lugar. Con celestes y azules imponiéndose, el edificio principal sigue
siendo
el
mismo
que
se
mandó
a
construir
en
un
inicio: de dos pisos, con una estrella coronándole. Grandes ventanales y puertas con marco grueso nos dicen que la vejez les ha llamado, mas no herido. Las rejas siempre abiertas invitan a pasar. El busto dorado del Jefe, como llaman a su fundador, observa desde el patio de entrada. Qué pensará del hoy. Karin López ha terminado el nivel básico de oratoria y piensa seguir con el intermedio. Viste un sastre oscuro y zapatos con tacón. Llegó a la Casa del Pueblo porque su papá
también
tomó
esas
clases,
pero no
fue el
corazón
aprista lo que llevó a ambos a ese lugar, sino los anuncios
del curso visibles al pasar frente a la fachada: CLASES DE ORATORIA básico - intermedio - avanzado. Soledad Ramos, del mismo
horario de
señora
de
arreglada,
Karin, se
su trabajo con
el
le
inscribió
comentara
cabello
luego de
de él.
recogido.
que una
También
Llaman
al
está lugar
instituto y jamás han recibido propuestas para asistir a alguna reunión aprista. “No hay adoctrinamiento, en las clases los temas son libres”, alegan complacidas. No saben de política ni de denuncias al partido. Lo que sí, es que van
en
camino
de
hablar
con
un
gran
poder
de
convencimiento, como si fueran políticos. APRA
significa
Alianza
Popular
Revolucionaria
Americana fuera de las fronteras. En Perú, el APRA es Haya; es Alan. El APRA es la estrella roja, el pañuelo blanco agitándose: la Casa del Pueblo. Nacido como un movimiento de centro-izquierda fundado en México por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924, fue traído a su terruño en 1930 para ser el único partido vigente en la actualidad con una
verdadera
historia
política.
El
Jefe
vio
grandes
terrenos azucareros y construyó allí lo que soñó como la base para el cambio, con escuelas y servicios para sus compañeros. Ahora, esta historia de ideas firmes parece haberse quebrado cuando Alan García, a quien Haya confió su liderazgo, es presidente del país y las cosas no van bien.
Cuando
el
APRA
tiene
un
segundo
gobierno.
Su
segunda
oportunidad. Es que antes ya la han jodido. Sopa de morón todavía duro y ají de gallina frío. Dos soles cincuenta el menú. La cola de diez minutos que se forma en el Comedor del Pueblo, servicio dado desde que se construyó
el
local,
demuestra
que
la
comida
es
bien
recibida. Está ubicado a la izquierda de la entrada de la Casa del Pueblo, derechito, sin que implique meterse en el mundo aprista. Once mesas largas y blancas se reparten entre las paredes amarillas y las columnas rojas. Nunca está
totalmente
Colegiales,
lleno,
siempre
hay
secretarias,
hombres
de
asientos negocio,
vacíos. ancianos,
ambulantes, todos entran. Un niño llega con su bandeja y reza antes de empezar a comer. Un anciano pide dos menús y saca dos tapers de su mochila: en uno vierte las dos sopas; en el otro, los dos platos de fondo. Dos platos juntos hacen la porción de una persona. Si de joven él asistía al Comedor del Pueblo, habrá visto a Haya de la Torre entrar, probar la comida y medir las porciones. Dicen que si no le gustaba, mandaba a cocinar todo de nuevo. Comía con ellos, convivía con su pueblo. –¿Por qué no almuerzan en su comedor? “Hay todavía algunos que comen allí… pero a mí no me gusta”. William Ayala estudia Economía y lo aprista le viene de familia. Como buen seguidor de Haya, tiene la voz
segura y extrema confianza. Los ojos brillosos y la piel lisa confirman que ha pasado los veinte años hace un par de años. Actualmente es el encargado del área de Oratoria y ha dirigido talleres y charlas. Son las dos de la tarde y el hambre lo ha llevado al restaurante de la esquina, fuera del local que representa sus ideas. Explica que al que se le ha concesionado el menú no lo hace tan bien, no como en la época de Haya. –Ellos qué van a venir aquí. No es como antes, ahí sí los dirigentes comían todos y compartían. Ahora son puros corruptos.
No
les
interesa
–se
queja
un
hombre
en
el
almuerzo, enfrascado en una charla de casi una hora con su compañero. –Regálame tu comidita, hijita ¿ya? –pide una anciana, la última de la fila, cuando ve que una joven se acerca a entregar su bandeja con algo de comida todavía en el plato. El resto de bandejas entregadas presentan la vajilla como para enorgullecer a cualquier madre que cocinó: no queda, en ninguno, siquiera un montoncito de arroz. La comida es casi devorada y totalmente disfrutada. Ese poco de comida no iba a terminar en la basura de ninguna manera. Para quienes trabajan en la Casa del Pueblo cada día es similar y la costumbre los hace mirar con otros ojos. Para los apristas que conocieron a Haya de la Torre, las cosas están para peor. “El problema es que los jóvenes no
saben y los que quedamos vivos de antes ya no venimos mucho”, dice el señor Carlos, negándose a dar su apellido porque no considera el nombre importante. Él fue inspector de la Clínica Dental y enseñó marinera en el local. Su aprismo le vino de familia, pero admite que ese camino solo lo siguieron sus hermanos. Generaciones para abajo no. –Cuando murió el Jefe y lo enterramos, yo regresé después con un compañero y prometí ante él que visitaría la tumba dos veces al año –afirma, con la espalda encorvada tratando de sacar un poco el pecho–. La primera es en Febrero, para su cumpleaños. La segunda en Agosto, la fecha de su muerte. Ya voy treinta años cumpliendo con eso, que es algo que ni Alan García hace. Lo que Alan sí ha hecho es gobernar dos veces el Perú, primero en el periodo del 85 al 90 y luego del 2006 al 2011.
En
su
primer
intento
dejó
al
país
con
la
hiperinflación más grande de su historia y el terrorismo creciendo.
Ahora,
económicamente
ha
superado
las
expectativas que se tenían, pero en cuanto a corrupción, todas las miradas le acechan cada paso. Con la explosión de un
caso
en
el
que
han
retumbado
los
nombres
de
altos
miembros del partido y con cargos en el gobierno, el APRA parece dividido. Que es inocente, que es culpable. Que lo respaldamos, que no ponemos las manos al fuego por nadie. Si
desde
muchos
años
atrás
no
los
unían
ni
el
antiimperialismo ni la lucha de clases, ahora solo lo hace, o hacía, una costumbre. En
la
Casa
del
Pueblo,
el
movimiento
no
ha
dado
grandes giros. Hay otros servicios, como la Botica del Pueblo, el Consultorio Jurídico, la peluquería, la Academia Pre-universitaria,
el
Policlínico
del
Pueblo.
Todos
servicios que perduran desde que el Jefe los impuso en la sede de su partido socialista. Ahora en sus pasillos y aulas ya no se habla de política o cambio social. Pus, enfermedades, los exámenes de admisión. Quienes asisten no conocen
a
la
izquierda,
no
saben
más
de
la
social-
democracia que de la historia del APRA. O sea, nada. El partido ahora es Alan García, su primer y segundo gobierno; los escándalos de ahora. Pero todo se olvida cuando te dan un pan, clases y medicinas. Pan y ayuda. Por fuera, la Casa del Pueblo está custodiada por los dos
presidentes
que ha
tenido
el
partido. A
medias en
competencia, a medias en unión, Alan García y Haya de la Torre se edificios, rompiendo
ubican con el
a los extremos sus
gris
fotografías
del
cielo.
A
del
terreno, sobre
ampliadas la
en
izquierda,
los
paneles como
le
caracterizaba, la imagen de Haya de la Torre le muestra con los brazos levantados junto a su frase “Pan con Libertad”. El blanco y negro del panel es el que perdura desde la época en la que él estaba. Antiguo, pasado. Del otro lado,
la imagen a colores de Alan García lo muestran en la misma postura y más sonriente. Tiene el sabor de la victoria por partida doble en nuestro país; el placer de mantenerse arriba aunque debajo suyo las ancianas comen lo que sobra. Él, a la derecha. Encima.