La ética y los médicos

La ética y los médicos Clemente Heimerdinger A, editor. Colección Razetti. Volumen VII. Caracas: Editorial Ateproca; 2009.p.21-38. Capítulo 3 La ét

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La ética y los médicos

Clemente Heimerdinger A, editor. Colección Razetti. Volumen VII. Caracas: Editorial Ateproca; 2009.p.21-38.

Capítulo 3

La ética y los médicos Dr. Julio Borges Iturriza

“El hombre debe ser objeto sagrado para el hombre” Séneca Índice Introducción …………………………………………………..……

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1. La medicina actual…………………………………..........……… 2. Experiencia y conocimientos………………………………........ 3. Valoración de la conducta……….............................................… 4. Moral………………………………………………………..….. 5. Neurociencia………………………………………………........ 6. Ética normativa……………………………………………........ 7. Doctrina Deontológica……………………………………......... 8. La persona como agente moral..................................................... 9. Proyecto de vida………………………………………….......… 10. La situación vital………………………………………….......... 11. Relación médico-paciente……………………………................ 12. Medicina y vocación …………………………………............… Bibliografía……………………………………………………….....

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INTRODUCCIÓN Afirma el Profesor Marañón en su libro Vocación y Ética (1): “La conducta profesional, que es conducta moral y casuística, no tiene por qué someterse a ley o reglamento. La conducta la inspira cada caso y la resuelve, si el profesional es digno de serlo, su propia conciencia y nada más. ¿A qué, entonces, querer acomodarla a códigos inventados? No esperéis pues de mí, que venga a daros reglas dogmáticas de Deontología médica.” Más adelante, agrega “De aquí mi convicción, un tanto revolucionaria, de que ni se precisan reglas de moral expresas ni cursos de Deontología. En las facultades de medicina la moral, como asignatura, no se enseña por lo común. Y esto, que escandaliza a algunos, tiene esta razón fundamental. El médico bien preparado en el sentido humano e integral que hemos expuesto, el médico de vocación y no de pura técnica, ese no necesita de reglamentos para su rectitud. Al médico mal preparado, las reglas y consejos morales le serán perfectamente inútiles. Sobran aquí, como en todos los problemas de conducta moral, las leyes.” Estos conceptos expuestos por el siempre bien recordado Profesor Gregorio Marañón me indujeron a reflexionar sobre lo que tradicionalmente se ha denominado “Moral Médica”. Largos años de experiencia me han hecho conocedor de la práctica de la medicina y, a pesar de mis limitaciones en el campo de la ética, he creído interesante expresar algunas reflexiones sobre el carácter ético del ejercicio médico, que pudieran considerarse como comentarios a los conceptos planteados por el profesor Marañón. 1. La medicina actual La medicina, sobre todo si nos referimos a la época actual, tiene dos aspectos relevantes: 1. Por una parte, su acción humanitaria, inevitablemente ética, y 2. Su indispensable ingrediente científico, base necesaria para el éxito en el tratamiento del paciente. Este enfoque es determinante para comprender la medicina como 22

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profesión: el médico no es un científico, pero una adecuada formación científica y técnica le es indispensable para el correcto ejercicio de su profesión; esta formación le suministra el basamento necesario para el adecuado ejercicio de su profesión; pero, en su actividad clínica, al tratar de restituir la salud a un paciente, deberá comportarse, primariamente, como un agente moral, y todas las decisiones que deberá tomar en el ejercicio de su profesión tendrán, indudablemente, un trasfondo ético. A este respecto es ilustrativo lo afirmado por Aristóteles en su Moral a Nicómaco : “Se puede ser un matemático o un geómetra de primer orden sin poseer la más mínima cualidad moral, mientras que cualquier acción humana que tenga por objetivo la perfectibilidad del hombre, como es el caso de la medicina, debe tener un componente moral ineludible (2). La capacidad de tomar decisiones es una característica exclusivamente humana. Puede afirmarse, siguiendo a Laín Entralgo (3), que el hombre comienza a ser “hombre” cuando fue capaz de “tomar decisiones basadas en una visión de futuro y pudo medir las consecuencias de sus actos”. Tomar decisiones es parte de nuestra vida; bien lo señala el mismo Laín: “Yo tengo que justificar ante mi cada uno de mis actos”. 2. Experiencia y conocimientos La experiencia y los conocimientos adquiridos son decisivos al tomar una decisión. Relacionar las experiencias pasadas con las condiciones presentes y sopesar las consecuencias de la acción es la base esquemática de cualquier decisión. Generalizando, puede afirmarse que lo característico de los actos humanos es que tienen una finalidad y por lo tanto darán lugar a una “consecuencia” susceptible de ser valorada éticamente. La valoración ética deberá tomar en cuenta la finalidad por la cual la persona realizó el acto y las consecuencias para el propio sujeto y/o el entorno. Cuando las condiciones son inciertas deberán valorarse las distintas posibilidades de acción, de acuerdo con el objetivo y los medios disponibles para el momento de tomar la decisión. Borges Iturriza J

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3. Valoración de la conducta. La valoración de la conducta humana, es decir, de las decisiones tomadas por el sujeto, es el objetivo de la ética. La moralidad es la calidad de los actos humanos en cuya virtud los designamos como buenos o malos, correctos o incorrectos. En la mayoría de los escritos que se ocupan de la moralidad se lee que la palabra “ética” deriva del griego éthos, que quiere decir costumbre y a su vez “moral” deriva del latín mos, que significa también costumbre. Aunque en el habla corriente, ética y moral son equivalentes y así las utilizaremos, no tienen igual significado y a este respecto nos parece útil copiar el siguiente comentario de Fernando Sabater (4): “Moral es el conjunto de comportamientos y normas que tú y yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos”. En este punto surge una pregunta de difícil respuesta ¿Cómo puede cualquier persona y más específicamente el médico orientarse en su quehacer diario y valorar su conducta? La valoración de una determinada conducta, desde el punto de vista ético, presupone que el sujeto esté capacitado para seleccionar, entre las distintas opciones factibles, la que a su entender es la más conveniente; además, esta selección, debe ser realizada en libertad, teniendo en cuenta sus posibles consecuencias. Al tomar en libertad, cada decisión, el sujeto tiene que justificarla y asumir su responsabilidad. En este sentido, se ha dicho, que la ética se ocupa del uso que le damos a nuestra libertad, teniendo en cuenta siempre, que la libertad no es una condición irrestricta. La libertad individual es inviolable siempre y cuando su ejercicio no produzca daño a otras personas o al entorno natural; además, existir en sociedad es una condición humana inexorable por lo que los intereses y la acción de cada uno de los miembros de la comunidad deberá armonizarse con la de los otros para lograr el “bien común”. El mandato “no causar daño” ha sido considerado como el principio básico de todo sistema moral. El precepto:”haz el bien y evita el mal” 24

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podría considerarse como la regla más importante que guía la conducta humana y que se expresa, más coloquialmente, en la frase “No hagas a los otros lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Al reflexionar sobre este precepto fácilmente se acepta que su fiel cumplimiento daría lugar a una conducta irreprochable. 4. Moral Siguiendo esta línea de pensamiento, tradicionalmente, se ha definido la moral como un conjunto de normas aceptadas libre y concientemente que regulan la conducta individual y social de los hombres. En términos generales puede decirse que las normas son prohibiciones que nos mandan no causar los males o daños que los seres humanos racionales deseamos evitar, tales como no matar, no mentir, no causar dolor, no quebrantar las promesas, etc. Las sencillas palabras del Padre Suárez (5) apoyan esta actitud:” la ley de Dios y por lo consiguiente la ley humana, es necesaria por que el hombre no tiene voluntad indefectible del bien, y por eso necesita un precepto que le incline a él y lo aparte del mal.” Desde la antigüedad se ha cuestionado si la enseñanza de las normas morales es imprescindible para que el hombre se conduzca correctamente. No ha sido posible establecer una respuesta convincente. Desde el tiempo de los griegos existe la idea que el hombre, aún antes de haber recibido cualquier instrucción,” alberga en su corazón” la idea de bondad y maldad, de lo que está permitido y de lo que está prohibido. San Pablo preconizaba la existencia de una ley natural presente en todos los hombres: “En verdad, cuando los gentiles, guiados por la razón natural, sin Ley, cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos, sin tenerla, son para si mismos Ley. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en los corazones, siendo testigo su conciencia. También los paganos poseen por disposición natural, una conciencia moral y así, por medio de ella llevan en su corazón un saber acerca de lo bueno y de lo malo” (San Pablo, Carta a los Romanos).

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5. Neurociencia Estudios recientes en el campo de las neurociencias realizados con el mayor rigor científico por Marc Hauser y col. apoyan estas aseveraciones. Marc Hauser diseñó un test de “razonamiento moral” (Moral Sense Test) que aplicó a sujetos de todas las edades y de diferentes países y culturas. Gazzaniga (6) resume la investigación en la forma siguiente: “Hauser supuso que si los juicio morales eran el producto de un proceso racional, uno pensaría que personas de diferentes culturas, edad o sexo, respondería en forma diferente a una situación planteada; pensó, igualmente, que cada quien justificaría razonadamente su decisión. La investigación mostró, sin embargo, que todos los sujetos, independientemente de su edad, sexo y cultura, respondieron de forma similar al seleccionar la solución a la situación planteada. Además y, quizás lo más importante, ninguno pudo justificar razonadamente sus respuestas lo que le sugería que posiblemente existen mecanismos comunes subconscientes que se activan ante los planteamientos morales” 6. Ética normativa Sin tener en cuenta estos hallazgos y siguiendo las recomendaciones del Padre Suárez se ha considerado necesario establecer normas, bien definidas, que sirvieran para orientar, en la dirección correcta, la conducta humana. La ética que sustenta esta posición doctrinaria es la llamada ética normativa, y dentro de ella, es posible distinguir una actitud teleológica y una actitud deontológica. La actitud teleológica tiene su fundamento en el hecho que los actos humanos tienen, como característica esencial, una finalidad y por lo tanto, necesariamente, darán lugar a una “consecuencia” la cual debe ser valorada éticamente. La valoración ética deberá tomar en cuenta la finalidad por la cual la persona realizó el acto y sus consecuencias. El utilitarismo, doctrina promovida por Jeremías Bentham y John Stuart Mill, es el ejemplo emblemático de esta postura ética. 7. Doctrina Deontológica La doctrina deontológica sostiene, por el contrario, que la 26

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obligatoriedad del cumplimiento de la norma moral no depende de sus consecuencias; que la norma establecida tiene obligatorio cumplimiento y que la bondad de una acción depende de las características propias del acto. La ética kantiana presupone que las leyes de la moral son imperativas, es decir, son consideradas válidas para todo hombre, en todo tiempo y lugar. Su fundamentación no proviene de la experiencia sino del conocimiento a priori. El denominado imperativo categórico pone en evidencia su base doctrinaria (7). Haciéndonos eco de las ideas de Marañón podría considerarse que las normas no son imprescindibles para observar una conducta ética cuando existe una adecuada motivación que guíe el quehacer del hombre. Siguiendo esta orientación Aranguren (8) señala que las normas morales deben ser tomadas, más bien, como guías de la conducta: “Hoy comprendemos que los preceptos (las normas) son, claro está, irrenunciables, pero también que sólo nos trazan el cauce genérico y predominantemente negativo, dentro del cual cada uno de nosotros tiene que realizar su tarea ética concreta, llámese vocación, misión o como yo prefiero decir ethos (carácter moral, personalidad moral). O, dicho de otro modo: cada cual debe cumplir unas mismas normas, válidas para todos: pero cada cual las cumple con su peculiaridad y modo propios”. 8. La persona como agente moral Contradiciendo la ética centrada en normas o preceptos cabe señalar la actitud moral según la cual más que la valoración de los actos en sí, lo verdaderamente importante es dirigir la mirada inquisitiva hacia el agente moral, es decir, al responsable de los actos. Se aboga no por una ética del deber regida por normas o preceptos, sino por una ética de la perfección, basada en la responsabilidad individual de la persona que se esfuerza en ser cada vez mejor. Para clarificar esta posición doctrinaria es oportuno citar in extenso las palabras de Ortega y Gasset (9): “En la valoración de los humano podemos seguir una de estas dos tendencias: o estimar al hombre por sus actos, o a los actos por su hombre, En un caso estimamos como Borges Iturriza J

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lo primordialmente valioso el acto mismo, sea quien quiera el que lo ejecute. En el otro consideramos que el acto por sí mismo no es estimable, y sólo adquiere valor cuando el sujeto de que emana nos parece excelente. La contraposición no puede ser más clara. La moral utilitaria del siglo XIX (Bentham), ve en la “bondad” un atributo que originariamente sólo corresponde a ciertas acciones cuyos efectos son convenientes. La persona por si misma no es buena ni mala, por la sencilla razón de que mientras no actúe no puede ser útil para sí o para el prójimo. Merced a la bondad o utilidad de sus acciones, se carga de valor el individuo como un acumulador de la energía que una máquina o una reacción con su trabajo, con su actividad, producen. La moral cristiana, por el contrario, entiende por bondad, primariamente, cierto modo de ser de la persona. Sus actos son buenos, no por si mismos, sino por la unción que a ellos transita del alma en quien germinan. La frase del evangelio “por los frutos se conoce el árbol”, no contradice esa tendencia, sino, al revés, la estimula. Lo que hay que conocer moralmente, es decir, estimar, es el árbol, y los frutos nos sirven de indicio, de síntoma, de dato para descubrir la condición valiosa o despreciable de la planta. Son, pues, los actos sólo la ratio cognoscendi de la bondad de la persona, no la razón por la cual estimamos a ésta, no la ratio essendi de la bondad”. En lenguaje coloquial podríamos resumir esta postura filosófica diciendo “Lo importante no es hacer cosas buenas sino ser cada vez mejores” Para decirlo en lenguaje poético es grato recordar a Antonio Machado: Yo más que un hombre al uso que sabe de doctrina Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. En la misma línea de ideas, Aranguren mantiene algunos conceptos que vale la pena recordar: ”me he esforzado por mostrar, que el verdadero objeto de la ética lo constituyen, además de los actos y los hábitos y, en cierto sentido por encima de ellos, la vida en su totalidad unitaria y, lo que es más importante, el éthos o carácter moral; o, dicho en otras palabras, si se advierte que lo decisivo éticamente no son solo las 28

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acciones aisladas, sino el sentido virtuoso o vicioso de la vida y, sobre todo, el ser bueno o malo… Puede decirse que el objeto de la ética no es la vida sino lo que, viviendo, hemos hecho de nosotros mismos… lo verdaderamente importante no es lo que pasa sino lo que queda. No la vida, sino los que con ella hemos hecho”. Como señalamos anteriormente, las normas son sólo guías que sirven para orientar a la persona en el momento de elegir su conducta pero, en verdad, un comportamiento realmente merece el calificativo de ético cuando su realización dignifica a la persona que lo ejecuta; en otras palabras, un acto es correcto desde el punto de vista de la moral cuando contribuye a la perfectibilidad de la persona. Esta forma de entender la ética nos obliga a que examinar, con algún detalle, el concepto de persona. Puede decirse que el hombre y los animales son individuos pero solamente al hombre, por su condición de ser humano, le corresponde la dignidad de persona. Bien lo decía San Agustín: “cada hombre singular y concreto… es una persona”. El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma el concepto al establecer “el ser humano tiene la dignidad de persona, no es solamente algo sino alguien”. La persona debe considerarse como una totalidad. En el centro de esta totalidad está una subjetividad que es propia de cada ser, que le permite tomar decisiones libremente y que tiene conciencia de si mismo, de las demás personas y del mundo con el que se relaciona. Solo el hombre, como persona, posee la faceta espiritual que lo separa del resto de los animales. No debe considerarse a la persona como un ente inmutable sino que, al contrario, se desarrolla y ”perfecciona” a lo largo de la vida; como señala José Luis del Barco (10) “Más tarde o más temprano el crecimiento biológico se acaba. La formación de circuitos neuronales termina y el desarrollo muscular también. Pero el perfeccionamiento del hombre como hombre es infinito. La tarea de ser lo que somos es interminable…la vida humana progresa, se avalora, evoluciona, madura, se agranda, se despliega y crece.”

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9. Proyecto de vida Como característica propia, la vida de la persona debe tener un sentido; en otras palabras, la persona, define y desarrolla un proyecto de vida, ligado a su vocación personal. Su relación con la ética lo precisa José Luis del Barco cuando afirma: “la existencia de un proyecto de vida y el esfuerzo para realizarlo fundamentan la conducta moral de toda persona. Avanzar en el cumplimiento de esta tarea significa una manera de lograr un progresivo perfeccionamiento de la persona”. Este es, indudablemente, el sentido de las palabras de Zubiri “el ethos no es otra cosa que una forma o modo de vida”. Lo verdaderamente importante, repetimos, es ver la vida como una tarea que lleva implícita, como condición necesaria, la perfectibilidad de la condición humana. El proyecto vital de cada hombre como voluntad de perfección supone un anhelo de trascendencia que lo lleva a traspasar los límites de la vida material cotidiana. Puede afirmarse que no puede haber una moral sólida sino está apoyada en una concepción del mundo en la cual se cree firmemente. En otras palabras, es posible afirmar que el fundamento religioso es el último soporte de la moralidad. 10. La situación vital El proyecto de vida de cualquier hombre tiene que desarrollarlo partiendo de una determinada circunstancia. El entorno de cada hombre constituye su “mundo” o “situación vital” y puede ser definido como el ámbito de cada quien, conformado por todo lo que le afecta y con lo cual debe interactuar. La situación vital en la que la que transcurre la vida de la persona puede, en cualquier momento, modificarse, sea porque varíen los elementos que la integran, sea porque cambien las relaciones que existen entre ellos. La enfermedad, como cualquier otro imprevisto nocivo que pueda ocurrir en la situación vital, puede cambiar, transitoria o permanentemente, el sentido de la vida: su proyecto vital se detiene o hay necesidad de cambiarlo. La enfermedad cambia la persona; en palabras de Weisacker “la enfermedad es un modo de ser del hombre. 30

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Vicktor Frankl, (11) compara los cambios descritos por Thomas Mann en los pacientes tuberculosos recluidos en el Sanatorio con los que le tocó observar, personalmente, al convivir con los prisioneros en los campos de concentración nazis; pudo comprobar, al igual que lo señalado por Mann, que el prisionero que perdía la fe en el futuro perdía resistencia y usualmente la sobrevida era corta. En este sentido, como tarea cardinal del médico, que muchas veces requiere una actitud compasiva e inteligente, es comunicar al paciente fortaleza interior de tal manera que no pierda “la fe en el futuro”. En este punto vale la pena reflexionar el profundo significado de la frase de Nietzsche “Quien tiene algo porque vivir, es capaz de soportar cualquier como”. Ser tratado como “alguien”, ser comprendido en su condición de hombre enfermo es el mayor deseo del paciente. Reconocer a alguien como persona implica la disposición de ponerse en su lugar, de mirar el mundo desde su propio punto de vista. 11. La relación médico-paciente Es evidente, que el problema que aqueja al paciente no está resuelto, simplemente, con etiquetar la enfermedad. Tratar la enfermedad, hacer uso de los recursos científicos y técnicos, es parte de esta tarea, pero lo fundamental, lo primordial, es lograr, en lo posible, que el paciente adquiera de nuevo conciencia de su valor como persona, con sus atributos básicos de libertad y autonomía. Gran parte de la ayuda que el médico puede prestar se basa en lograr una adecuada relación médico-paciente. El médico al considerar al paciente como persona le asigna la dignidad que merece. No considerar al paciente como persona es una falta a la ética. El respeto de la persona y el reconocimiento de su dignidad y sus derechos deberán constituir la guía insustituible de la conducta del médico. La sentencia de Séneca: “El hombre debe ser objeto sagrado para el hombre” (Homo, sacra res homini) se podría considerar la consigna que define la práctica médica. Si tomamos la dignidad de la persona como el pivote del quehacer médico, la valoración ética es inequívoca cuando se trata de problemas tales como el aborto, la eutanasia y Borges Iturriza J

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prácticas tan reprobables como las operaciones quirúrgicas innecesarias. El significado de la relación médico-paciente se hace más evidente si utilizamos un término jurídico: la relación médico-paciente puede definirse como una relación fiduciaria, en el sentido que se basa, principalmente, en la confianza que exista entre las partes; no podría ser el interés económico la razón de ser de esta relación, sino que el paciente elige al médico fundamentalmente basado en la confianza que el médico le inspira, lo cual establece un vínculo que implica, para el médico, una especial responsabilidad en el cuidado de la salud del paciente. Es importante reconocer el lugar relevante que en el campo de la ética médica ocupa la “confianza”, a favor de la cual, el paciente abdica una porción significativa de su autonomía. La entrada del médico en el entorno del paciente está destinada a modificar la situación vital en la que la enfermedad lo ha colocado. En su nueva situación, la relación que establece con el médico alivia su soledad y le permite afrontar en mejores condiciones su problema de salud. La actitud de dependencia la perciben muchas personas como parte de su enfermedad y la sensación de seguridad que pueden alcanzar a través del médico, les confiere un bienestar positivo para el proceso de recuperación. El enfermo, al perder parcialmente su libertad, se vuelve especialmente vulnerable y su autoestima decae. Personalizándolo, podríamos decir que la irrupción de la enfermedad en mi vida se manifiesta primariamente como una restricción de mi mundo, el cual se vuelve más pequeño, más limitado. Probablemente, la inseguridad que genera la enfermedad es uno de sus efectos negativos más relevantes: sentirse dependiente, sentir disminuida su capacidad de decisión es, quizás, la minusvalía más dolorosa del hombre enfermo. Como muestra de respeto, el médico deberá cuidarse que el enfermo reciba la información atinente a su caso en la forma más conveniente posible. Antes de proceder a realizar cualquier medida terapéutica deberá explicársele, en lenguaje sencillo, los posibles riesgos y beneficios, dándole al paciente la oportunidad de manifestar sus observaciones y discutir con él cualquier aspecto que se preste a controversia y no tomar 32

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determinación alguna sin la anuencia del paciente. Esta práctica que se ha denominada “consentimiento informado” no puede considerarse nunca como un trámite “jurídico” que serviría para resguardar la responsabilidad del médico: debe ser entendido, ante todo, como una muestra de respeto al paciente como persona. Es de buena práctica y estaría de acuerdo con el principio bioético de beneficencia, discutir con el paciente y sus familiares la forma más conveniente de afrontar los gastos que se requieren para el adecuado tratamiento de la enfermedad. Cuando el médico procede así, honestamente, gana en prestigio al consolidarse su buen nombre. Suministrar la información adecuada cuando se trata de enfermedades graves, de pronóstico dudoso o para las cuales no se conoce tratamiento curativo, es una tarea siempre difícil y el médico deberá poner su mayor cuidado para que el paciente reciba la información imprescindible, evitando sufrimientos innecesarios. A este respecto creo que es de ayuda tener presente la máxima según la cual “nunca debe mentirse pero nadie está obligado a decir toda la verdad”. En estos casos, tan importante como la ayuda científico-técnica que pueda recibir, el paciente apreciará, en grado sumo, la actitud del médico en el plano emocional. La comprensión del sufrimiento a nivel espiritual contribuirá, indudablemente, a mitigar el dolor del enfermo. Se ha señalado y con seguridad es cierto, que la compasión es la principal virtud del médico: compasión no como “sentimiento de conmiseración y lástima”, sino que, tomando la acepción a partir de su raíz etimológica, denota la disposición de identificarse y de hacer como propios, los sentimientos y las necesidades de las otras personas; la compasión nos hace conscientes del sufrimiento de los otros y permite, acercarnos a ellos entendiendo, en lo posible, su dolorosa condición. La compasión constituye, puede decirse, el soporte emocional para el cuidado de las otras personas. Seguir al pie de la letra el precepto según el cual el paciente y/o sus familiares son los únicos que deben tomar las decisiones que se plantean en el curso del proceso patológico daría cumplimiento a lo establecido en los textos de Bioética pero se corre el peligro, cuando Borges Iturriza J

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se toma con excesiva rigidez, de incurrir en errores que perjudicarían tanto el médico como al paciente. Ya en 1978, el llamado Belmont Report, señala dos obligaciones morales que, en cierta medida, el médico está en el deber de armonizar: 1) se debe tratar a las personas como agentes autónomos y 2) se deben tutelar los derechos de las personas cuya autonomía está disminuida. Es inaceptable que la responsabilidad y la obligación del médico se redujesen, simplemente, a comunicar al interesado, objetivamente, la información que juzgue adecuada desde el punto de vista científico, pero dejando al paciente en su soledad. Esta actitud, que representa una tendencia bastante generalizada, promueve, aun sin proponérselo directamente, una deshumanización de la medicina: si se considera que no es conveniente que el médico se aproxime emocionalmente al enfermo y sus problemas, es desconocer el hecho que la mayoría de las veces, el enfermo se siente solo y confuso, sometido a fuerzas extrañas que no comprende ni puede dominar. Aún en condiciones normales, no es habitual tomar decisiones en forma totalmente autónoma; sumergido en el mundo que le tocó vivir, el sujeto busca ayuda, sugerencias orientadoras, que le permitan tomar la mejor decisión. Las tradiciones familiares, las experiencias previas, las creencias religiosas son relevantes en este proceso. Es fácilmente comprensible que la persona enferma se torne más dependiente y tienda a centrar su vida en la enfermedad; en estas condiciones la actuación del médico, sus palabras, su actitud, pueden tener la fuerza necesaria para aliviar, quizás temporalmente, la situación que confronta el paciente y su grupo familiar. A este respecto es oportuno citar de nuevo a Weizsacker: “La enfermedad, o más bien, el estar enfermo es un estado de necesidad que se manifiesta como petición de ayuda.” La finalidad del médico al incorporarse al mundo del paciente es responder a la ayuda que el paciente solicita. Tratar de comprender a los pacientes en todas sus dimensiones es la obligación central del médico: no es lo mismo analizar las personas aisladamente que tomar en cuenta el respectivo mundo en el cual están insertas. Debería realizarse, para ello, un esfuerzo que en cierta forma sería como tratar de ver su mundo a través de sus propios ojos, 34

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e intentar conocer sus valores, sus motivaciones, el sentido de su vida, su visión de futuro, en una palabra, su proyecto de vida. En este punto es interesante señalar que una de las características relevantes de las situaciones vitales es su dimensión temporal. El existir implica la percepción del transcurrir del tiempo; sin embargo, la conciencia del paso del presente al futuro no siempre es igual y se agudiza en ciertas situaciones, como es el caso del hombre enfermo, cuando la finitud de la existencia se hace patente ante la amenaza de la muerte, que se siente cercana y el futuro se vuelve impredecible. Cosa bien distinta ocurre en condiciones normales, cuando anticipamos que el orden natural de las cosas va a mantenerse y confiamos que todo seguirá lo mismo como hasta ahora, y que los cambios que puedan ocurrir en el futuro son previsibles y dependerán, en buen parte, de nuestras decisiones. Cuando aparece la enfermedad, la incertidumbre, el miedo a la muerta y el desconcierto producido por la nueva situación, provocan, de cierta manera, un cataclismo que transforma la situación vivida hasta ese momento. Lo anteriormente expuesto nos lleva a la conclusión que la enfermedad, de diversas maneras y grados, menoscaba la persona del paciente. Esquemáticamente pudiéramos afirmar que el objetivo central del ejercicio de la medicina es restituir al paciente el pleno goce de todos sus atributos como persona. Tratar la enfermedad, hacer uso de los recursos científicos y técnicos, es parte de esta tarea, pero lo fundamental, lo primordial, es lograr, en lo posible, que el paciente adquiera de nuevo conciencia de su valor como persona, con sus atributos básicos de libertad y autonomía. Todas estas consideraciones nos acercan a la tesis propuesta por Alfred Tauber (12) según la cual la Medicina es en su esencia un asunto de ética. En su opinión, la ética no es una asignatura a ser cursada en el pregrado sino que constituye la naturaleza misma del ejercicio médico y los fines de la Medina como profesión deberían ser definidos desde el punto de vista ético. De acuerdo al Dr. Tauber la ética médica no es, simplemente, normas destinadas a proteger a los pacientes sino que constituye un enfoque filosófico que rige la relación médico-paciente; Borges Iturriza J

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afirma que la interacción entre el médico y el paciente que es la base del “arte” de curar en todas las culturas, responde a un mandato moral. En realidad, es la relación médico-paciente, firmemente basada en la ética, y no el aumento progresivo del conocimiento científico, lo que asegura un genuino cuidado de la persona enferma y por ello, muchas veces se ha repetido, que no basta ser técnicamente competente para ejercer la medicina sino que el médico debe poseer, necesariamente, características morales imprescindibles para el ejercicio idóneo de la profesión. Cuando se asume así la medicina, cobra nuevo impulso la conocida máxima “el médico que solo sabe de medicina ni siquiera de medicina sabe” y obliga al médico adquirir un conocimiento básico de las disciplinas humanísticas. El médico no puede mantener una actitud limitada en la cual la única realidad sea, estrictamente, los problemas médicos de sus pacientes. Una visión amplia de la realidad le transmite seguridad y destreza en su trato con las personas enfermas y sus familiares. Al decir del Dr. Augusto León “A menos que el médico desee ser un simple aunque eficiente técnico, no podrá ignorar las bases filosóficas de sus decisiones diarias, parte integral de su autenticidad como profesional”. (13 ) El aspecto humanístico no puede considerarse como un apéndice de la medicina “científica” sino que, puede decirse, que fundamenta la relación médico-paciente. 12. Medicina y vocación Enfocar la medicina de esta manera refuerza lo que se ha dicho muchas veces: para ser buen médico se necesita una auténtica vocación. Al decir de Marañón: ”La medicina es una de las profesiones que en mayor medida requiere una fuerte vocación”, y a continuación agrega “el médico para comprender el verdadero significado del ejercicio de la medicina necesita poseer una auténtica vocación”. Ayudar al estudiante a definir su vocación, robustecerla cuando es 36

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incierta y débil, constituye quizás el esfuerzo más valioso para lograr mejores médicos. Al señalar las dificultades de esta tarea el Prof. Marañón señala “La preparación médica es, ente todo, problema de vocación… el hombre que no se conoce nunca a si mismo, es justamente en estos años amorfos (de la adolescencia) cuando menos se conoce y es cuando debe elegir su profesión o destino social…Cuando el maestro descubre en el alumno la vocación verdadera y la conforta; y cuando en el terreno de la vocación demostrada, siembra los conocimientos, está haciendo no sólo un buen médico sino un buen médico de profunda moral profesional”. Al hablar de vocación es oportuno recordar las palabras de Baltazar Gracián: “Hay diferencias entre entender las cosas y comprender las personas”. El que pretende ser médico tendrá como motivación vocacional fundamental tratar de ”comprender las personas”. Mantener lo que podríamos llamar “La moral médica de cada día” requiere cabal comprensión de la de lo que significa el ejercicio de la Medicina como profesión. Existen muchos factores que favorecen transgresiones de la ética médica. Marañón señala tres: a) burocratizar el ejerció médico, la profesión se deshumaniza cuando se considera que la obligación del médico es “sacar trabajo”; tratar al paciente como un número y no como una persona. b) exagerada confianza en los procedimientos técnicos en desmedro de la clínica. c) exagerada afición a los bienes materiales. Para concluir y como resumen de los conceptos que hemos venido exponiendo nos parece oportuno evocar una frase de San Agustín: “Ama y actúa libremente” (Ama et fac quod vis)” (14) que para su debida compresión debe asumirse la acepción agustiniana de la palabra amor, cercana al significado de la caridad cristiana, y según la cual el amor es entendido como una disposición benévola en general y, en particular, el deseo de procurar el mayor bien posible a la persona amada. Amar representaba una actitud solidaria con el sufrimiento ajeno. Tomando Borges Iturriza J

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Colección Razetti. Volumen VII.

así la frase, en su auténtico sentido, resumiría la postura que considera que la base ética de la conducta dependería no tanto de las normas sino de la decisión de elegir, concientemente, la perfectibilidad de la persona como tarea de vida. REFERENCIAS 1. Marañón G. Vocación y Ética. Editorial Zigzag. Santiago de Chile. 2. Aristóteles. Moral a Nicómaco. Espasa Calpe. Madrid 1972. 3. Laín Entralgo P. Qué es el hombre. Evolución y sentido de la vida. Ediciones Nóbel. 1999. 4. Sabater F. Ética para Amador. Ariel, Buenos Aires. 2002. 5. Citado por Aranguren JLL. Ética. Alianza Editorial. 2006. 6. Gazzaniga, MS. The Ethical Brain. Dana Press. 2006. 7. Fagothey, Austin. Ética, teoría y aplicación. McGraw-Hill. 1973. 8. Aranguren JL. Ética. Alianza Editorial. 2006. 9. Citado por Aranguren JLL. La Ética de Ortega. Cuadernos Taurus. 1959:46. 10. del Barco JL. Prólogo del libro Verdad, Valores, Poder de Joseph Ratzinger. Ediciones Rialp. 1998. 11. Frankl VE. El hombre en busca de sentido Herder. 2001. 12. Tauber AI. Confessions of a Medicine Man. MIT Press. 1999. 13. León C A. Prólogo al libro Castillo V., Alfredo. Ética Médica ante el enfermo grave Castillo V. Alfred. Disinlimed C.A. 1986. 14. Aranguren JLL. Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. Biblioteca Nueva 1998:49.

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Clemente Heimendinger A

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