LA FORMACIÓN PARA LA VIDA CONSAGRADA EN UN CAMBIO DE ÉPOCA

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LA FORMACIÓN PARA LA VIDA CONSAGRADA EN UN CAMBIO DE ÉPOCA Muchas veces se ha dicho y muchas otras lo hemos repetido: de la formación que recibimos y de la formación que damos depende el presente y el futuro de nuestra vida y misión. En efecto, la formación es la llave que nos abre la puerta para una vida y una misión significativas. Sin una formación adecuada a las exigencias de hoy, el riesgo de repetirnos, de pararnos y de perder el sentido de lo que somos y hacemos es más que una simple hipótesis de trabajo. En el seminario que recientemente hemos celebrado sobre la Teología de la Vida Religiosa no se habló directamente de la formación. Las temáticas tratadas, dentro del tema general del seminario: Teología de la vida consagrada: identidad y significatividad de la Vida religiosa apostólica, han sido muy ricas y variadas. Todas ellas eran sugeridas por algunas situaciones que está viviendo la Vida consagrada apostólica, sobretodo en el mundo occidental: problemas de identidad, envejecimiento, falta de vocaciones, dificultad en la gestión de las obras, activismo y fragmentación de la comunidad, entre otras. Dichas situaciones pueden llevar a la Vida religiosa a una crisis de identidad y a la consecuente pérdida de credibilidad, significatividad y visibilidad. Quienes hemos participado en el citado seminario lo hemos calificado de una rica experiencia de comunión nacida de la escucha atenta y de la acogida respetuosa de las diferencias, en cuanto epifanías de un Dios que hace nuevas todas las cosas, y de un Espíritu que no está en crisis, como muchas veces se repitió durante la celebración del seminario. En este contexto de comunión que sabe acoger las diferencias y convivir con ellas, el seminario proyectó una mirada benévola y esperanzadora sobre el presente y el futuro de la Vida religiosa apostólica. Concluido el seminario se siente la necesidad de hacer que dichas reflexiones cristalicen en la vida cotidiana de nuestras Órdenes e Institutos. Para ello es necesaria la mediación de la formación permanente e inicial. En lo que sigue, teniendo presente dicho seminario, pues eso es lo que se me ha pedido principalmente, pero también acogiendo los desafíos que nos lanzó Vita Consecrata y los que nos llegan hoy desde la situación misma de la vida religiosa, intentaré entresacar algunas líneas formativas que nos puedan ayudar a dar una respuesta concreta a los desafíos que se nos presentan y, de este modo, reforzar nuestra identidad como religiosos. Algunas convicciones previas Antes de afrontar el tema directamente quiero subrayar algunas convicciones que considero importantes para tenerlas en cuenta cuando hablamos de formación: 1.- Lo que diré en lo que sigue tiene en cuenta tanto la formación permanente como la inicial. Y si hubiera que dar alguna preferencia la daría a la formación permanente. Para ello me apoyo en el documento Caminar desde Cristo, primer texto de la Iglesia en que la formación permanente es tratada antes que la pastoral de las vocaciones y la formación inicial. De este modo se abandona el orden que podríamos llamar “orden cronológico”, poniendo el acento en la formación para todos, como ya se entrevía de la lectura atenta de Vita Consecrata1. 2.- Esta convicción me lleva a otra muy importante: la formación es un camino que dura toda la vida. La formación no sólo se refiere, como expresamente dice Caminar desde Cristo2, a los 1 2

Cf. Juan Pablo II, Exchoratación postsinodal Vita Consecrata (=VC), Roma 1996, 15. CIVCSVA, Caminar desde Cristo (=CdC), Roma 2002, 15.

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años en los que uno se prepara para la primera profesión o la consagración definitiva. Formarse no es eso, sino algo que nunca acaba, o mejor aún: algo que inicia con la primera llamada del Señor y termina con la visita de la hermana muerte corporal. Por eso mismo es necesario hablar de una formación nunca terminada. 3.- Otra convicción de la que parto es que la formación consiste fundamentalmente en dejarse transformar y configurar con el Maestro, dejar que el Espíritu nos vaya con-formando con Él. Una actitud fundamental que han de mantener constantemente tanto los que se encuentran en la formación inicial como en la permanente es “abrir toda su vida a la acción del Espíritu Santo3”. La formación es “conversión a la Palabra de Dios”4, es ir cambiando actitudes para mejor acoger la Palabra de Dios, para dejar que nuestra vida se conforme cada vez más con la de Cristo, y no un simple saber más. Nuestra llamada supone seguimiento, un seguimiento total, vinculante, englobador, que pretende asimilar y hacer propias las actitudes, los valores y el estilo de vida de Jesús de Nazaret, el Maestro, como puede deducirse de un texto, a mi modo de ver muy importante, de Vita Consecrata en el que se describe la formación como una “asimilación progresiva de los sentimientos de Cristo”5. La formación es sencillamente “convertirse”6, transformación de la mente y del corazón, según la mente y el corazón de Cristo, por eso es un proceso dinámico de crecimiento en que cada uno abre su corazón al Evangelio en la vida diaria, comprometiéndose a la conversión continua para seguir a Cristo con fidelidad cada vez mayor al propio carisma. Esto lleva a asumir la radicalidad de vida como una exigencia normal del seguimiento de Cristo. Si la vida religiosa consiste en “reproducir” y “seguir más de cerca” la vida de Jesús, la radicalidad evangélica no es un optional, sino una opción de vida7. La teología de la formación8 ha superado el modelo de “imitación”, ha profundizado el modelo de “seguimiento” y se está fraguando desde el modelo de “identificación” con los sentimientos de Cristo. Ello comporta, tanto en la formación permanente como inicial, una formación profundamente humana y evangélicamente exigente. 4.- Una cuarta convicción es esta: la formación se realiza sobre todo en la vida de cada día, en las situaciones que vive la propia comunidad, asumiendo las cosas de siempre, también la alegría, el cansancio y el dolor, los éxitos y los fracasos, como lugares privilegiados que nos ofrece 3

VC, 65. VC, 68. 5 VC, 65. 6 VC, 109. 7 En este contexto es bueno recordar que en los orígenes de la vida consagrada el Evangelio, la integridad del Evangelio, y la firme voluntad de vivirlo y de configurar la propia vida a él, era el criterio fundamental del discernimiento vocacional. Ello hacía que los consagrados viviesen una vida radicalmente evangélica. Es la hora de volver a caminar desde el Evangelio, si queremos revitalizar nuestra vida y misión, y si queremos alejarnos de la mediocridad de vida y de misión cf. José Rodríguez Carballo, OFM, Vida consagrada en Europa: Compromiso por una profecía evangélica, en USG 2’10, 86-87, también en Verdad y Vida, año LXIX, n. 258, 18-20. 8 Cf. Amadeo Cencini, Formazione permanente: ci crediamo davvero?, Roma 2011, pp. 21-26; “È la vera formazione, verrebbe da dire, quella in cui Cristo diviene davvero la forma, nel senso profondo e pervasivo del termine, della personalità del chiamato, no solo la norma del suo agire o l’orma che i suoi passi seguono. Ben oltre, dunque, i livelli dell’imitazione o della sequela, pur ponendosi in continuità con essi e integrandone-assumendone l’indubbia valenza positiva (specie circa la sequela). Ed è quanto mai interessante e ricco di senso il fatto che questo invito faccia da introduzione all’inno della Kenosi, quasi a esplicitare il contenuto di questi sentimenti che il chiamato deve apprendere e imparare a vivere, e che sono, per l’appunto, i sentimenti manifestati del Figlio nel suo non trattenere nulla per sé, nell’assenza di ogni gelosia, nel suo amoroso abbassarsi per farsi uomo, servo, umile e obbediente fino alla croce… L’inno della kenosi non potrebbe a questo punto essere chiamato: l’inno dei sentimenti del Figlio?”, pp. 24-25. 4

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el Señor para transformar nuestra vida. En la formación no se pueden despreciar las mediaciones más ordinarias en las que el Señor puede hacerse presente. Formarse y formar es asumir la vida como formación en sí misma, de tal modo que “toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en la circunstancias ordinarias de la vida cotidiana”9. 5.- Lo señalado anteriormente me lleva a afirmar la necesidad de asegurar experiencias formativas a lo largo de todo el proceso. Experiencias que sean bien preparadas, acompañadas y evaluadas, experiencias que lleven a un antes y a un después, si no se quiere caer en meros experimentos. 6.- La formación, permanente e inicial, ha de “ser formación de toda la persona”10, formación integral, es decir: tiene en cuenta a la persona en su totalidad para que desarrolle de un modo armónico sus dotes físicas, psíquicas, morales e intelectuales, y se inserte activamente en la vida social y comunitaria. En el proceso de formación de lo que se trata es de alimentar la vida entera, no sólo una dimensión, por importante que sea. En la formación se han de cuidar las dimensiones humana, cristiana y carismática a la vez, y se ha de trabajar para que “toque” los cuatro centros vitales de la persona: la mente (son importantes los conceptos), el corazón (se trata de asimilar y de personalizar los conceptos y para ello son fundamentales los sentimientos), las manos (la formación ha de ser práctica), y los pies (la formación parte de la vida y desemboca en la vida, pues vive en clave de misión). 7.- Permaneciendo fiel al Evangelio y al propio carisma, el proceso formativo debe estar atento a la unicidad de la persona y al misterio de Dios inherente a cada uno. Es por ello que se ha de seguir un proceso personalizado, adecuado a cada persona. Al mismo tiempo debe inculturarse en las condiciones del ambiente y del tiempo en el que se desarrolla. Este aspecto es muy importante para el diálogo con la cultura actual y el anuncio del Evangelio. En este sentido, el estudio, según los dones particulares de cada uno, ha de considerarse uno de los componentes esenciales de la formación. 8.- Teniendo en cuenta las exigencias de la formación y la situación en la que nos llegan nuestros candidatos o en la que se encuentran nuestras fraternidades/comunidades, pienso que sea imprescindible que la formación promueva un auténtico sentido de disciplina, dirigida a la honesta autocomprensión, al autocontrol, a la vida fraterna y al servicio apostólico y misionero. Un elemento determinante, y por lo tanto clave en el discernimiento vocacional, es la pasión: pasión por Cristo, pasión por la humanidad. La pasión es el distintivo de las personas enamoradas. El religioso está llamado a una sequela radical o, si se prefiere, a una sequela apasionada. Es la pasión, de hecho, la que dinamiza la opción vocacional; es la pasión la que moviliza todas las energías y coloca a quien la vive en una actitud constante que permita “seguir más de cerca” las huellas de Cristo, abrazando las exigencias más radicales del seguimiento; es la pasión la que posibilita un compromiso definitivo, de por vida, y la que pone a uno en constante búsqueda para asegurar la fidelidad creativa; es la pasión la que lleva a vivir para los otros, particularmente para los más pobres, a donarse gratuitamente, viviendo desde la lógica del don; es la pasión la que sostiene el sentido de pertenencia a Cristo y a la propia Orden o Congregación; es la pasión, en fin, la que permite atravesar cualquier tipo de barrera cultural o de distancia geográfica para “restituir” el don del Evangelio. Mantener esta pasión exige autodisciplina. Sin ella la pasión pronto se apagará. 9

VC, 65. VC, 65.

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9.- La vida religiosa es un don en la Iglesia y para la Iglesia: “La profesión de los consejos evangélicos pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la Iglesia”11, es una “expresión de la santidad de la Iglesia”12. Es por ello que no se puede pensarla ni vivirla si no en comunión con la Iglesia. La formación inicial ha de potenciar en nuestros formandos un gran amor a la Iglesia, tanto universal como local, amor que la formación permanente debe alimentar cuidadosamente: “no se puede contemplar el rostro de Cristo sin verlo resplandecer en el de su Iglesia. Amar a Cristo es amar a la Iglesia en sus personas y en sus instituciones”13, como hicieron nuestros fundadores. Ese amor es el que permitirá a la vida religiosa desempeñar su misión profética en todo momento: anunciando y denunciando cuando las circunstancias lo exigieran. 10.- Todo ello ha de plasmarse en un Proyecto de Formación o Ratio Formationis, que puede ser provincial o general. El Proyecto de Formación o Ratio ha de responder a las exigencias de una formación que, además de lo dicho anteriormente, sea gradual y orgánica. Para ello, en dicho Proyecto deben figurar con claridad los objetivos generales y específicos, así como los medios para conseguir dichos objetivos en cada una de las etapas formativas. Al mismo tiempo ha de ofrecer los criterios básicos de discernimiento vocacional para pasar de una etapa a la otra. El Proyecto debe evaluarse periódicamente. Tener un Proyecto nos cura de los personalismos en favor de la comunidad, de las improvisaciones en aras de claridad de principios, objetivos, medios…, de medir la eficacia meramente desde los números para baremar el arte de la formación primando la calidad evangélica. Buscar lo esencial Buscar lo esencial es el desafío principal y más urgente que tiene hoy la Iglesia, el ser humano y, por supuesto, vida religiosa. El tiempo, la rutina, la costumbre…, nos van llenando de cosas accidentales que llegan a parecernos imprescindibles e irrenunciables. Por eso hay que hacer, de vez en cuando, un alto en el camino para preguntar qué es esencial, necesario, imprescindible…, y qué es accidental, contingente e, incluso, superfluo en nuestra vida. Hay que hacer silencio, de vez en cuando, para identificar lo que constituye la esencia de la vida religiosa, su entraña más profunda. Hoy más que nunca se nos impone volver, transcendiendo los aspectos periféricos, al corazón mismo de nuestra opción cristiana y religiosa. Esta es la gran tarea que tiene hoy la vida religiosa por delante: identificar los elementos irrenunciables de este proyecto de vida. Y en eso, en los elementos irrenunciables, es en lo que tiene que centrarse y concentrarse la formación, tanto permanente como inicial. Desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días la vida religiosa ha llevado a cabo un serio proceso de discernimiento, tanto a nivel de cada Orden o Congregación, como a nivel de la misma vida religiosa. La reflexión teológica en este sentido ha sido un elemento dinamizador importante para identificar y, cuando se vio necesario, volver a lo esencial e irrenunciable. Como reconoce Juan Pablo II, se trata de un “periodo delicado y duro […], un tiempo rico de esperanzas, proyectos y propuestas innovadoras”. Todos estos esfuerzos han sido realizados con la voluntad de una mayor fidelidad a esos elementos irrenunciables. Sin embargo ese esfuerzo “no siempre se ha visto coronado por resultados positivos”. Ello ha podido inducir al desánimo de no pocos. Es hora, sin embargo, de continuar ese trabajo con “nuevo ímpetu”14. Por consiguiente, la reflexión teológica actual, como se evidenció en el seminario sobre Teología de la vida consagrada: identidad y significatividad de la Vida religiosa apostólica, celebrado en Roma en el 2011, y antes en el I 11

Lumen Pentium, 44; cf. VC 29. VC, 32. 13 CdC, 32. 14 Cf. VC, 13. 12

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Congreso Internacional de vida consagrada, celebrado en Roma en el 2004, debe seguir buscando esos elementos esenciales e irrenunciables de la vida religiosa, que forman la identidad de la misma, “es decir, aquellos sin los cuales no puede haber vida cristiana radical, seguimiento radical de Cristo”15. Sin esos elementos, la identidad será una “identidad líquida”, en cuanto el sentido de pertenencia pierde cohesión y los límites del “yo” corren el riesgo de ser, cada día más, excesivamente flexibles. Frente a la crisis de identidad, que ciertamente ha afectado a la vida religiosa en los años del post Concilio, es urgente clarificar dicha identidad, fundándola en un modelo de relación más que en un modelo de contraposición de las identidades fuertes, como acontecía hasta no hace mucho. Es una tarea tan necesaria y urgente como también ardua, pues no es fácil mantenerse fieles a la propia identidad, y, al mismo tiempo, abrirse a la integración con los otros. Identidad clara y, al mismo tiempo, abierta, La formación, permanente e inicial, juega en esto un papel fundamental. El citado Congreso Internacional de vida consagrada, así como el Seminario sobre Teología de la vida religiosa han identificado tres elementos que son característicos de la vida religiosa en este momento histórico que estamos viviendo: la espiritualidad, la vida fraterna en comunidad y la misión. Sobre estos mismos elementos insistió Benedicto XVI en la audiencia que concedió a los Superiores Generales el 26 de noviembre de 201016. A mi modo de ver estos son los elementos claves de la identidad de la vida consagrada, a los cuales cada Orden o Instituto debe añadir los que caracterizan su propia opción carismática. Sobre unos y otros ha de insistir principalmente la formación en estos momentos. La dimensión espiritual de la vida religiosa Tú lo eres Todo : arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (Col 2, 7) 17

Punto de partida Este es el primer fundamento teologal de la vida religiosa. Sobre él se debe re-fundar y refundamentar la vida consagrada. “La vida religiosa consiste en haber sido completamente seducidos por el Dios vivo”18. La experiencia del religioso es la del profeta: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir, me has agarrado y me has podido” (Jr 20, 7), o la del Apóstol: haber sido escogido desde el seno materno y haber sido llamado por sola su gracia (cf. Gal 1, 15). Dios es lo único verdaderamente necesario, es lo verdaderamente primordial en la vida de un religioso19. La vida religiosa no se entiende sino desde la experiencia de ser llamados, seducidos, atraídos por el Dios vivo y verdadero, y desde el seguimiento radical de Cristo “en una comunidad de discípulos para servir y realizar un ministerio en su nombre”20. Su misión no es otra que la de afirmar, con la propia vida, la primacía absoluta de Dios21, y su fuerza y fecundidad apostólicas radican en la íntima unión con Cristo y en la configuración con Él, expresada y realizada mediante 15 16

Felicísimo Martínez, Situación actual y desafíos de la vida religiosa, en Frontera 44, 55, Vitoria 2004.

Cf. Discorso del Santo Padre Benedetto XVI ai partecipanti all’Assemblea Generale dell’Unione dei Superiori Generali (USG) e dell’Unione Internazionale delle Superiore Generali (UISG) Sala Clementina, Sala Clementina,Venerdì, 26 novembre 2010 17

San Francisco de Asís, Alabanzas al Dios altísimo, 3. Mary Maher, Llamados y enviados. Reflexiones sobre la Teología de la Vida Religiosa, CONFER, n. 190, 2011, 55. 19 “Todo cristiano está llamado a la perfección de la caridad, a poner a Cristo en el centro de su existencia, a decirle: ‘Tú solo eres el Señor’… Los bautizados con vocación al matrimonio hacen la elección radical por Cristo recibiendo a su cónyuge y después a sus hijos…; el ‘Tú solo’ que dirigen a Cristo no puede ser efectivo sin un ‘tú solo’ dirigido a su cónyuge. Los llamados a la vida religiosa hacen una opción radical por Cristo sin cónyuge y descendencia; dicen a Cristo un ‘Tú solo’, sin otro ‘tú solo’”, Sylvie Robert, La reología de los consejos evangélicos en la Vida Consagrada Apostólica, en CONFER, vol 50, n. 190, 75-76. 20 Idem. 21 Cf. VC, 85. 18

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la profesión de los consejos evangélicos22. Leemos en Vita Consecrata: “Cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos”23. Esta configuración con Cristo hace que la vida religiosa sea “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús […], tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador”24 En la formación se ha de poner particular atención a la experiencia de Dios, de tal modo que uno pueda desarrollar la capacidad y la sensibilidad para captar el lenguaje de Dios, sentir su presencia y su trabajo amoroso en la vida cotidiana. Es la experiencia de Dios la que nos llevará a decir con Job: “antes te conocía de oídas, ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5-6). Una experiencia siempre marca un antes y un después, también en la relación personal con Dios. La experiencia de Dios es siempre rompedora, produce el efecto de un verdadero terremoto interior, hasta tal punto que lo que antes era amargo se transforma en “dulzura del alma y del cuerpo”25. Sin ese después “la experiencia se consume, pero no se consuma”26. No se puede confundir la experiencia de Dios con el consumo de oraciones y ejercicios de piedad, aunque todo ello sea necesario. La experiencia consumada genera actitudes, comportamientos, y, en definitiva, una nueva vida, la de quien se siente y vive como discípulo. La experiencia de Dios, más que ninguna otra, forja la propia existencia, pues la transforma en “icono” del Señor. Formarnos para formar en el primado de Dios En tiempos de invierno, de vendavales y de tormentas como los que estamos viviendo, es urgente volver a fundar o refundar la vida religiosa sobre la roca que es Cristo, sobre la roca firme de la fe radical, sobre la experiencia de Dios. Si no queremos edificar sobre arena movediza hemos de favorecer en la formación permanente e inicial una verdadera experiencia de Dios, una experiencia que lleve a abrirse a Él, y a acogerlo incondicionalmente. Una experiencia que provoque en uno un movimiento irreversible que se oriente hacia la conversión, se traduzca en una identidad sólida, y se convierta en misión. Una experiencia que suponga un proceso tal que uno pueda decir: allí estaba Él, yo no lo veía, no lo oía, no lo tocaba, pero Él estaba allí. A partir de esa confesión comienza el camino de la fe. La experiencia de Dios de la que estamos hablando supone, en primer lugar, formarnos y formar en una fe radical, en la experiencia del absoluto que relativiza todo lo demás. Es la fe radical o experiencia teologal la que da sentido y sabor al proyecto de vida de un religioso. Esa fe radical es la que lleva al creyente, al religioso, a la entrega confiada a la providencia de Dios, antes incluso de traducirse en prácticas religiosas o en compromisos históricos. La fe radical es la que nos introduce en la dimensión contemplativa y se alimenta de ella; es la que envuelve toda la persona y se convierte en manantial de la verdadera alegría, de la esperanza que no defrauda, y de nuestro testimonio en el mundo. Queda claro, entonces, que la fe radical no se confunde con el mero conocimiento o reflexión teológica, repetición de fórmulas, sistema ideológico o convicción voluntarista; ni se confunde con el mero sentimiento religioso, o se agota en el mundo de la afectividad. Tampoco tiene mucho que ver con una vivencia emocional de los momentos de oración. La fe radical de la 22

Cf. VC 30. VC, 76. 24 VC 22. 25 San Francisco de Asís, Testamento, 3. 26 Lola Arieta, Itinerarios en la formación. Pista para el camino del seguimiento de Jesús, Vitoria 2007, en Frontera, 56, 48. 23

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que estamos hablando tampoco se reduce a los momentos de oración propiamente dichos, aun cuando se alimenta de ellos. La fe radical es un hallazgo, una acogida gradual y viva de la realidad de Dios y del hombre a la luz de Jesucristo. La fe radical es, sobre todo, una experiencia de confianza en el Señor como la que manifiesta Pedro cuando afirma: “confiando en tu palabra echaré las redes” (Lc 5, 5). Una confianza que va más allá de toda razón, de toda garantía humana, y que supera nuestras fuerzas, nuestras razones, nuestras luces. Esta confianza es la que sostiene la fidelidad, aun en los momentos de mayor prueba. La fe radical es la que introduce en la vía del seguimiento, hasta “tener los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2, 5). Para hacer esta experiencia no basta regresar a una mera observancia regular o ampliar el tiempo de oración y de meditación, o multiplicar las celebraciones litúrgicas y las prácticas devocionales propias de cada familia religiosa. Para hacer esta experiencia hay que ir más allá de lo meramente ritual y de la mera observancia. Es necesario pedirla con insistencia, acogerla con docilidad (pues se trata de un don del Espíritu), ejercitarla con constancia a través de una oración personal intensa, de la escucha diaria de la Palabra de Dios y de la celebración de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación. Si hay un problema serio en la vida religiosa hoy, es el problema de la espiritualidad, de la fe radical; y si a algo ha de prestar una atención especial la formación permanente e inicial hoy en día es a la experiencia de Dios, a la educación en la fe radical. Sin Él nada podemos hacer (cf. Jn 15, 5). La fe, libremente aceptada, es el único fundamento sólido sobre el cual puede construirse una vida de oración, de castidad, de fraternidad, de pobreza y de servicio. Eso sí, cuando hablamos de espiritualidad, estamos hablando de: una espiritualidad unificada que nos haga ser hijos del cielo y de la tierra, en la que el mundo lejos de ser obstáculo para el encuentro con Dios sea camino normal en el que Dios se manifiesta. una espiritualidad en tensión dinámica que nos convierta en místicos y profetas, y nos lleve a vivir la pasión por Dios y la pasión por la humanidad a un mismo tiempo. una espiritualidad de presencia, que nos transforme en discípulos y testigos27. Mediaciones formativas para la experiencia de Dios Entre las mediaciones formativas para hacer experiencia de Dios subrayo las siguientes: 1. De Dios sólo se puede hablar por experiencia, no de oídas. Y si esto es verdad, y yo personalmente estoy muy convencido de ello, entramos en un terreno fundamental en lo referente a la formación: la necesidad de maestros del espíritu y de un verdadero acompañamiento espiritual. En la formación inicial esto requiere la presencia de formadores que estén en camino de hacer dicho proceso, personas creíbles por su vida de fe, verdaderos maestros del espíritu. Por su parte, en la formación permanente son necesarios esos mismos maestros que, habiendo llenado su sed de Dios, como la samaritana, se transformen en testigos y en maestros en la búsqueda del agua de la vida (cf. Jn 4, 1ss). Me parece que esta debe ser una verdadera prioridad en la formación permanente como inicial, porque, a mi modo de ver, es una gran laguna que existe en este momento en la vida religiosa, y tal vez en la misma Iglesia. 2. Por otra parte, particularmente en las casas de formación inicial, se requiere también favorecer un ambiente de silencio habitado28, de oración intensa, de intercambios espirituales 27

Alvaro Rodríguez Echeverría, Profecía de la existencia y presencia amorosa de Dios en la vida consagrada, en Theós. Identidad y profecía. Teología de la Vida Consagrada hoy. USG, Roma 2011, 79ss.

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profundos, ambientes en los que, sin miedo, se verifique incesantemente la fe. Sólo así los jóvenes en formación inicial y los adultos en formación permanente podrán testimoniar con su misma búsqueda, que Dios vive, que Jesús es el Señor, que el Espíritu es la fuerza que los anima. Y entonces las fraternidades/comunidades serán lugares de alumbramiento de la fe, lugares de oración y de referencia evangélica para los mismos religiosos y para los hombres y mujeres que buscan un sentido a sus vidas. Es ésta una urgencia que se siente en la vida religiosa y que sienten nuestros formandos: la necesidad de casas formativas que sean “escuelas de oración”29. Es esta una respuesta que esperan muchos laicos de nosotros los religiosos: formar comunidades donde la vida de oración sea vivida como manifiesta prioridad. Es éste un medio un medio de evangelización que no podemos olvidar, si queremos responder adecuadamente a tantas expectativas que nos llegan de nuestra sociedad profundamente secularizada, pero también en búsqueda de sentido. 3. Otras mediaciones formativas para favorecer la experiencia de Dios son: la formación a un auténtico espíritu litúrgico, la introducción en el estudio y a la lectura orante de la Palabra de Dios30, el cultivo de la auténtica devoción mariana, experiencias de retiro y de eremitorio. Así mismo es importante una educación/formación adecuada que posibilite la lectura de la propia vida y de la propia historia con los ojos de la fe, la contemplación de Cristo en el pobre y la jerarquización evangélica de valores y actividades, así como un adecuado uso del tiempo, teniendo en cuenta las exigencias de la vida fraterna en comunidad, las necesidades personas y la misión, y el uso de los medios de comunicación con la discreción necesaria31. Vida fraterna en comunidad De la vida en común a la comunión de vida Punto de partida Jesús inaugura un tipo de familia, basada en la escucha de la Palabra y en los lazos de la fe (cf. Hch 2, 42ss). Esta familia está llamada a transformar los vínculos de la carne y de la sangre (cf. Mc 10, 22; Mt 19, 29). La vida fraterna en comunidad es el segundo elemento irrenunciable de la vida religiosa. Las formas de vivirla cambian según el carisma, segundarios pueden ser los modelos sociológicos de comunidad religiosa, las formas de organización y los ritmos comunitarios, pero lo esencial permanece: una vida fraterna en comunidad que muestre al mundo en qué consiste el amor cristiano; una vida fraterna en comunidad que llegue a ser una verdadera “familia unida en Cristo”32, donde cada uno manifieste al otro sus propias necesidades, y donde todos sus miembros puedan alcanzar la plena madurez humana, cristiana y religiosa.

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Es el camino de los místicos: “la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual. 29 La formación tiene en los místicos grandes maestros de oración: San Pedro de Alcántara, “Tratado de oración y devoción”, “Porque la meditación discurre con trabajo y con fruto; mas la contemplación sin trabajo y con fruto; la una busca, la otra halla; una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una discurre y hace consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las cosas, porque tiene ya el amor y gusto de ellas; finalmente, la una es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y la otra como término de este camino y movimiento”, (Capitulo XII, De algunos avisos que se deben tener en este santo ejercicio, octavo aviso). 30

Cf. Benedicto XVI, Exchortación apostólica Verbum Domini, Roma, 2010, ns. 83. 86. “La cultura mediática trae también en su seno contravalores. Y, por consiguiente, exige un espíritu crítico y un sabio discernimiento”, Vera Ivanese Bonbonatto en su ponencia durante el seminario, Reflexión teológica sobre las nuevas experiencias de vida apostólica . 32 Ecclesiae Sanctae, II, 25. 31

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Lo que decíamos antes hablando de la experiencia de Dios, también ahora lo podemos decir en relación con la vida fraterna en comunidad: la vida religiosa está llamada a re-fundarse o refundamentarse y, por supuesto, a revitalizarse, a partir de una vida fraterna comunitaria significativa evangélicamente hablando. La vida fraterna en comunidad es, de hecho, uno de los signos más fuertes del amor del Eterno, pero también el lugar donde se decide y se hace más creíble la renovación de la vida religiosa. La vida fraterna en comunidad es, al mismo tiempo, una realidad estratégica y decisiva, tanto desde el punto de vista espiritual y psicológico, como desde el punto de vista teológico y sociológico, y, en cuanto tal, el aspecto, tal vez más creíble, de la vida religiosa hoy. En una cultura que acuna el “egotismo”, el primado de uno mismo, y, como consecuencia, el individualismo más atroz; en una cultura como la nuestra en la que se han debilitado los grupos primarios: la pareja, la familia, la aldea e incluso la amistad, la vida fraterna en comunidad tiene hoy un alto valor testimonial para nuestros contemporáneos, pues muestra lo más esencial de la vida cristiana: el amor fraterno, y, precisamente por ello, es, en sí misma, anuncio del Evangelio. Para muchos es la primera forma de evangelización33. Formarnos para formar en una vida fraterna en comunidad que sea significativa La vida fraterna en comunidad es un elemento no sólo esencial en la vida religiosa, sino también uno de los más atrayentes para muchos jóvenes que se acercan a ella. Estos buscan en la vida fraterna en comunidad un espacio donde se comparta y se celebre comunitariamente la fe, y la Palabra de Dios; una espacio que ponga al centro la persona, multiplicando los espacios de encuentro, y no tanto las estructuras; un ámbito vital donde se dé la comunidad de bienes y de servicios, así como la misión compartida; un espacio donde se viva la reconciliación y la corrección fraterna, y donde cada hermano acompañe el camino de fidelidad de los otros hermanos; un espacio, en fin, caracterizado por un estilo de vida sencillo34 y abierto al compartir con la gente, especialmente con los más pobres. Según estas búsquedas y exigencias de muchos de los más jóvenes que se acercan a nosotros, y que me parecen del todo razonables, la vida fraterna en comunidad, significada y alimentada por la Eucaristía, sacramento de unidad y de caridad, implica la coparticipación material y espiritual, la búsqueda de Dios y de Jesús, en la oración en común, los intercambios y las interpelaciones fraternas; implica, también, un discernimiento comunitario continuo que haga posible conservar la identidad carismática propia, y que aleje a sus miembros de una vida rutinaria y mediocre. En este contexto, bien podemos decir que una fraternidad o comunidad que desee definirse como formativa ha de sentirse llamada a dar una respuesta a las exigencias anteriormente indicadas y, al mismo tiempo, debe esforzarse por buscar constantemente los medios adecuados para recrear la comunión, la intercomunicación, la calidez y la verdad en las relaciones de los miembros entre sí. Una fraternidad o comunidad que quiera ser formativa debe ser también una comunidad profética,

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Como se afirmó en el Seminario y subrayó Fr. Mauro Johri, “la credibilidad de la evangelización se demuestra en el modo de vivir la fraternidad”, cf. M.Johri, ¡De la vida común a la comunión de vida!, en Theos, Identidad y Profecía. Teología de la vida religiosa hoy, USG, 2011, 88ss. 34 Vera Ivanese Bonbonatto en la ya citada ponencia durante el seminario, Reflexión teológica sobre las nuevas experiencias de vida apostólica afirma al respecto: “La búsqueda constante de austeridad y de radicalidad de vida es una característica distintiva de las nuevas experiencias de vida consagrada apostólica. … La austeridad y la radicalidad de vida se expresan en términos de renuncia valiente al bienestar que la sociedad postmoderna ofrece, y señalan una rupturas con los patrones del consumismo y del individualismo. Consecuentemente con concebidos como signos proféticos”.

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una fraternidad-signo, que sepa leer los signos de los tiempos35 y encarnar el Evangelio de manera concreta y comprensible para la cultura de hoy. Una fraternidad llamada a formar ha de saberse y sentirse en formación, buscando juntos lo que le agrada al Señor, aceptándose mutuamente, limitando la propia libertad por la de los otros, sometiéndose a las exigencias de la vida comunitaria y a las estructuras indispensables de la fraternidad. Una fraternidad formativa ha de ser, en definitiva, sacramento de la trascendencia, y, al mismo tiempo, profundamente humana y humanizante. Para ello han de cultivarse valores como la mutua amistad, la cortesía, el espíritu jovial, en modo tal que sea estímulo permanente de paz y alegría, colocando siempre en el centro a Cristo. Mediaciones formativas para la vida fraterna en comunidad Para formarnos y formar en la vida fraterna en comunidad es importante prestar atención a algunas mediaciones que se deducen de cuanto hemos ido indicando. He aquí las que a mi modo de ver pueden ser consideradas las más importantes. 1. Una de las primeras mediaciones es la vida ordinaria como escuela de formación. Es la cotidianidad, la ferialidad, y la normalidad el verdadero secreto de la formación y lo que la hace permanente. Huir de todo ello sería una pura pretensión pueril y lo que haría del religioso una frustración permanente, tal vez en búsqueda de coartadas permanentes36. 2.- Otra mediación importantísima es la del conflicto. Aparentemente puede parecer una contradicción, y sin embargo el conflicto asumido con madurez, lucidez, y autenticidad, puede ser un elemento formativo importante. Ante los conflictos, la formación ha de ayudar a los jóvenes y a los adultos a no asumir una reacción de huída, de acomodación, o de competición, sino que se dé una reacción de colaboración. Esta última es la de quien no rehúye el conflicto, sino que le presenta cara, y, al mismo tiempo, y gracias a su actitud fundamentalmente solidaria, es respetuoso con posturas opuestas a las propias, capaz de diálogo y de colaboración, buscando con honestidad una salida al conflicto, poniendo en cuestión sus propias razones37. Para una reacción así se ha de tener una actitud de diálogo, en cuanto camino de luz: uno ilumina al otro, intercambiando pequeñas chispas de verdad. Por otra parte, para que el diálogo sea posible son necesarias dos actitudes: inteligencia interior y capacidad relacional. Por inteligencia interior entendemos la toma de conciencia de que toda relación es una prueba tanto para la propia madurez, como para la propia inmadurez. Esta inteligencia es la que lleva a descubrir lo que cada uno lleva en el propio corazón. Por capacidad relacional entendemos la capacidad de aprender a escuchar a los otros en actitud humilde, para llegar a sintonizar con lo que está viviendo el otro. 3.- Importante, y mucho, es también la comunicación interpersonal. Ésta es el primer paso para avanzar en la construcción de una auténtica vida fraterna en comunidad. La comunicación, para que sea una herramienta al servicio de la construcción de la vida fraterna en comunidad, ha de darse a tres niveles: de lo que uno hace, de lo que uno piensa y de lo que uno siente. La comunicación es más que un simple intercambio de ideas o de noticias. Una comunicación cualitativamente profunda es la que tiene que ver con una situación de encuentro entre personas. Comunicarse es entrar en relación directa con “otro” al que puedo llamar definitivamente “tú”. Es encontrarme con un “tú” que me hace más “yo”38. 35

Cf. Gaudium et Spes, 4; VC, 81, Pablo VI, Octogesima adveniens, 1965, 3. Cf. Amadeo Cencini, “Guardate al futuro…” Perché ha ancora senso consacrarsi a Dio, Ed. Paoline, Milano 2010, 96. 37 Cf. Luis López Yarto, Relaciones humanas en comunidad. Instrumento de ayuda. Frontera 54, Vitoria 2006, 63ss. 38 Cf. Martín Buber, Yo y Tú, Buenos Aires, 1974;. 36

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Un aspecto que no me parece sea secundario es que, para creer en una comunicación madura, es que haya comunidades heterogéneas, donde la comunicación no termine siendo una trampa para crear miembros semejantes entre sí, o miembros que se auto-seleccionen. Una casa de formación debería reflejar en lo posible el ambiente familiar donde hay ancianos, adultos, jóvenes, y niños. Es necesario saber convivir y crecer con el “otro”, con el “distinto” ya desde el inicio de la vida consagrada. En este sentido son muy importantes las comunidades internacionales o pluriculturales, donde uno está obligado a enfrentarse diariamente con la internacionalidad, la interculturalidad y la misionariedad. En este contexto quiero señalar, aunque sólo sea de pasada, a la bondad de experiencias inter-congregacionales desde la formación inicial, siempre y cuando no sustituyan sino que integren la formación ofrecida por el propio Instituto. Dichas experiencias posibilitarán la colaboración que vaya más allá de la propia Orden o del propio Instituto. La situación que atraviesa la vida religiosa nos está obligando -¡lástima que lo hagamos por obligación!- a compartir, cada vez más, experiencias, caminos formativos, proyectos, energías e instituciones. En la formación ha de prestarse particular atención a la comunicación. Llamo aquí la atención sobre una tentación que hay que evitar. A pesar de los muchos medios de comunicación de que disponen los religiosos, tengo la impresión de que hoy se ha debilitado mucho la comunicación interpersonal. Cada vez nos encontramos más interconectados y menos comunicados, más comunidad y, al mismo tiempo, más solos. Esto puede llevar a consecuencias trágicas en relación con la vocación. En este contexto me parece importante señalar la necesidad de trabajar en la formación para la vida fraterna en comunidad en a dimensión de la afectividad, en cuanto capacidad de relación. De una afectividad sana depende en gran parte el ambiente formativo de una fraternidad o comunidad. 4.- En la formación para la vida fraterna en comunidad es necesario, también, crear interdependencia39: capacidad de colaborar en un proyecto común, y de caminar juntos hacia un mismo objetivo; caminar juntos porque en ello siento que me juego la propia autorrealización y la propia felicidad. Gracias a la interdependencia y la colaboración el grupo desaparece para transformarse en familia, constituida, como ya dijimos, por personas heterogéneas, y riqueza de roles; familia donde se desarrollan pautas comunes de conducta y se establece una forma satisfactoria de liderazgo. 5.- Finalmente quiero decir una palabra sobre una mediación que considero muy importante, tanto en la formación permanente como inicial: el Proyecto de fraterno de vida y misión40. En dicho proyecto no ha de ser la preocupación de eficacia operativa la que impulse su elaboración, sino la necesidad de integrar armónicamente el conjunto de nuestra vida y de establecer en ésta criterios que guíen la vida y misión. Entre las prioridades del carisma y la misión evangelizadora, también durante la formación inicial, tiene que haber una dinámica circular de retroalimentación dentro de la cual se inscriban los proyectos, tantos personales como comunitarios. 39

Sobre la interdependencia, cf. Th. M., Newcomb, The acquaintance process, New York, 1961. Proyecto viene del verbo latino proicio y de su participio pasado proiectum. Su primer significado es: lanzar hacia delante, Cuando se habla de un Proyecto fraterno de vida y misión estamos hablando de una vida que, a partir de su presente, busca espacio de creatividad, proyectándose hacia delante, en vistas de un vida en plenitud. El proyecto de vida es, en mi opinión, el mejor antídoto para cualquier forma de repliegue narcisístico sobre uno mismo. El Proyecto de vida se justifica desde una concepción dinámica de la persona, desde una concepción del hombre como peregrino, homo vator. Sobre estos y otros aspectos del Proyecto fraterno de vida y misión que considero importantes cf. Nico Dal Molin, Il mistero di una scelta. Giovani e vita consacrata, Ed. Paoline, 2006, 140ss. 40

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La misión Portadores del don del Evangelio a los hombres y mujeres de hoy Punto de partida En el seminario sobre la vida religiosa y en otros muchos foros se insiste sobre la misión, como elemento esencial de la vida religiosa41. Nos lo recordó Benedicto XVI en la ya citada audiencia a los Superiores Generales del 26 de noviembre de 2010: “La misión es el modo de ser de la Iglesia y, en ella, de la Vida Consagrada; es parte de vuestra identidad”. El religioso se caracteriza por ser llamado y enviado (cf. Mc 3, 14-15)42. En cuento tal, el religioso es partícipe de la misión de Cristo, ho apostolos, el enviado del Padre (cf. Heb 3, 1), de tal modo que “todas las otras vocaciones y misiones se sitúan como constelaciones alrededor de la persona de Cristo”43. De este modo, no se puede entender la misión del religioso sin una referencia existencial a Cristo. Si Jesús no hace nada por su cuenta (cf. Jn 8, 28), y si en su ministerio no hay referencia alguna a su misión, sino que lo que está en el centro es el Padre que lo ha enviado, “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34), otro tanto se debe decir del religioso, llamado a vivir una en profundidad una antropología filial44. Con todo ello lo que quiero reafirmar es que en la vida del religiosa, como ya he recordado anteriormente, todo, y por lo tanto también la misión, parte de aquel “Tú solo”, de aquel “Tú lo eres todo”. La misión del religioso no puede reducirse a un voluntariado, ni explicarla simplemente con los paradigmas del pensamiento contemporáneo. No se puede separar la “apostolicidad” del religioso de su significado cristológico, con todo lo que ello lleva consigo. Sin embargo no basta este aspecto. En la misión, el religioso está llamado a confrontarse constantemente con el proceso de la postmodernidad y todo lo que ella trae consigo. Como consecuencia, un reto importante que se le plantea al religioso en relación con la misión es el de habitar la complejidad del momento actual. El mundo para todo consagrado encierra un profundo significado teológico. Ya no es algo que hay que soportar o algo que se debe evitar, sino una realidad que ha de ser contemplada con la mirada de Dios, y amada como la ama Dios; una realidad que es oportunidad para seguir más de cerca a Cristo. En este sentido bien podemos decir que la realidad del hombre y de la mujer de hoy no es algo meramente facultativo en el seguimiento de Cristo que se propone todo religioso, si no un ingrediente caracterizante de ese seguimiento. La reflexión sobre la vida religiosa en las últimas décadas ha hecho que fuese madurando en los religiosos/as la conciencia de la necesidad de no dar la espalda al mundo, especialmente en estos tiempos en los que la cultura posmoderna, o, como algunos prefieren llamarla, cultura pre-cristiana, con su caudal de oportunidades pero también de incertezas, desencanto y escepticismo, nos plantea tantos desafíos. Ni la Iglesia ni la vida religiosa es extraña a los cambios que estamos experimentando en estos tiempos “delicados y duros”45. Es más, la vida religiosa ha hecho una clara opción, al menos a nivel de reflexión, de acompañar nuestro mundo, no porque tiene prontas las 41

Cf. Josep M. Abella, CMF, ¿Nuevos horizontes para la misiàon de la vida consagrada?, en Theós. Identidad y profecía. Teología de la vida consagrada hoy, USG, Roma 2011, 95ss. 42 En el Seminario sobre Teología de la Vida Religiosa nos lo recordó en repetidas ocasiones Mary Maher, SSND en ponencia Llamados y enviados: Reflexiones sobre la Teología de la Vida Religiosa Apostólica hoy. 43 Paolo Martinelli, ofm-cap, La persona consagrada de vida apostólica. Una reflexión teológica, en CONFER, Vol. 50, n. 190, 83. 44 Cf. VC 18, 65-69, citado por Paolo Martinelli, en el artículo al que anteriormente se hizo referencia, pg. 85. 45 VC, 13.

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respuestas a las preguntas que el hombre de hoy se hace, sino porque, al igual que los hombres y mujeres de nuestro tiempo, se siente mendicante de sentido. Formarnos para formar en y para la misión Sentemos un principio que me parece básico, elemental y, probablemente por ello, fundamental. Siendo la misión un elemento constitutivo de la vida religiosa, es necesario que la formación, tanto permanente como inicial, ayude a descubrir la vida como misión, como la vivió Jesús. La vida entera entregada al anuncio de la Buena Noticia. Esto me lleva a hacer mía una afirmación de Lola Arrieta: “la vida en misión se descubre caminando detrás de Jesús, familiarizándose con su pedagogía, sus métodos, aunque tardemos tiempo en aprender”46. Si queremos ser “misioneros” y “apóstoles”, hay que frecuentar la escuela de Jesús, y desde esa escuela aprender a mirar a nuestro mundo. La situación actual se caracteriza, entre otros elementos, por su complejidad. Esto hace que, quienes quieran ser portadores del don del Evangelio aquí y ahora han de adquirir la sabiduría necesaria y tener la valentía suficiente para habitar la complejidad, sin renunciar con ello a la búsqueda de la experiencia fundante o esencial, a la búsqueda del unum necesarium. Afirma Juan Pablo II: “la formación es un proceso vital a través del cual la persona se convierte a la Palabra de Dios y aprende el arte de buscar los signos de Dios en las realidades del mundo”47. El mundo, la historia, la economía, la política, las diversas artes, la vida de la gente que nos rodea, la nuestra…, todo ello está sembrado de las huellas de la presencia de Dios. Hoy no se puede pensar a una formación en y para la vida religiosa que nos coloque o coloque a nuestros formandos en la condición de habitantes de una ciudad asediada. Si la misión ha de ser siempre inter gentes, entonces la formación, sea permanente que inicial, ha de llevarse a cabo en un diálogo permanente con la realidad, en una actitud de escucha respetuosa de todo lo que nos viene de la situación compleja que está atravesando nuestro mundo, sin por ello suspender el juicio crítico respecto a él. Una formación a la defensiva, o, lo que sería todavía peor, una formación cargada de negatividad en relación con el mundo de hoy, tendría consecuencias trágicas en la misión evangelizadora a la que estamos llamados los religiosos, pues impediría un diálogo fecundo con la cultura actual y, consecuentemente, impediría la restitución del don del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Una formación a la defensiva y cargada de negatividad nos haría extraños a nuestro mundo, y nos llevaría a presentar un Dios extraño a la historia de la humanidad, con el riesgo de contribuir a la construcción de un mundo sin Dios. Para la vida religiosa, y más particularmente para la vida religiosa apostólica, se requiere una formación inserta, bien acompañada48, cercana a las alegrías y a los sufrimientos de nuestros hermanos los hombres y las mujeres de hoy. Una formación que permita situarse como discípulos y misioneros “en una realidad que cambia con un ritmo muchas veces frenético”49. Una formación adecuada para seguir con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y la inclemencia del tiempo; una formación propia para este tiempo en el que el camino por recorrer se nos puede presentar demasiado largo (1Re 19). Una formación que responda no sólo a una época de 46

Lola Arrieta, Obra citada, 96. VC, 68. 48 El acompañamiento es clave en toda formación si queremos evitar sorpresas desagradables, pero mucho más en una formación inserta. Esto vale tanto para los hermanos en formación inicial como para los hermanos en formación permanente, particularmente los hermanos en los primeros años de su profesión definitiva. 49 CdC, 15. 47

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cambios, como otras muchas de la historia en las que abundaron las novedades, sino a un cambiamiento de época, en un momento histórico en el que las transformaciones son tan aceleradas y complejas que es fácil tener la sensación de que no sabemos dónde pisar. Una formación llena de simpatía y empatía por el mundo que Dios ama (Jn 3, 16), y crítica a la vez con el mundo no querido por Dios (cf. Jn 17,9), sin por ello dejar de proyectar una mirada positiva sobre los contextos y las culturas en que estamos inmersos, descubriendo las oportunidades inéditas de gracia que el Señor nos ofrece a través suyo. Una formación que ayude a “remar mar adentro”50, a adentrarse sin miedo en los nuevos areópagos51, y a seguir siendo, en palabras de Benedicto XVI, avanzadillas de la fe. Como ya quedó dicho, no se puede vivir de espaldas a la realidad que nos rodea y que, de un modo u otro, entra a formar parte de nosotros mismos. Al mismo tiempo, sin embargo, por tratarse de una misión que hunde sus raíces en un Dios que es Padre y que, desde la hondura de su intimidad de comunión y de amor, envía a su Hijo a anunciar y hacer presente la Buena Noticia de su Reino bajo la acción del Espíritu Santo, la misión de los discípulos no puede dejar de tener presente la centralidad que en su vida le es debida al Dios Uno y Trino, como principio integrador de su vida. Por otra parte, dado que la vida religiosa es en sí misma proclamación del Evangelio, el “misionero” y “apóstol” no puede nunca descuidar su propia vida de consagrado, pues ella está llamada a ser “exégesis viviente de la Palabra de Dios” que debe anunciar52. En una sociedad como la nuestra en que el hombre piensa haber alcanzado su “madurez” y, consiguientemente, cree no tener necesidad de Dios; en un mundo en el que el hombre viene a ocupar el puesto central, que hasta no hace mucho podía ocupar Dios, y en el que Dios se convierte en una hipótesis inútil y un concurrente no sólo que se debe evitar, sino incluso eliminar, el “misionero” y “apóstol” no puede caer en la misma trampa, de prescindir de Dios, de proclamar un mensaje que le es propio y que termina siendo una pura ideología. Esto hace que en la vida religiosa tengamos que formarnos y formar para un sana armonía entre el ser y el hacer, sin subordinar elementos esenciales de la forma de vida que cada uno de nosotros hemos abrazado, y que son propias de cada carisma, a las obras que hemos de realizar, aunque estas sean de carácter apostólico53. La formación, permanente e inicial, debe hacerse cargo de la estructura fundamental de la persona y de la personalización de la fe. Sólo sobre el fundamento de una fe y una espiritualidad trinitarias podemos ent5rar en la dinámica de la lógica del don, que es la lógica del “misionero” y “apóstol”. Es la fe en el Dios Uno y Trino la que nos hace ser menor autoreferenciales, salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro y llevarle la Buena Noticia del Evangelio. Por otra parte, dadas las nuevas situaciones que estamos viviendo y que nacen de los cambios socio-culturales que se están dando, aun en sociedades tradicionalmente cristianas, hoy se requiere una nueva evangelización, que está lejos de ser una simple reevangelización. Una evangelización que es nueva porque se trata de un segundo anuncio, aunque en realidad sea siempre el mismo. Una evangelización que es “nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones”54. Por todo ello, se requiere formarnos y formar para una misión evangelizadora que, sin descuidar las 50

Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennnio Ineunte, Roma 2000, 1. Cr. VC 96-99. 52 Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, 83. 51

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“El anuncio ha de conjugarse con un estilo de vida que permita reconocer los discípulos del Señor donde quiera que se encuentren. En algún sentido podemos decir que la evangelización se resume en el estilo de vida que contra distingue a cuantos se ponen al seguimiento de Cristo”, Rino Fisichella, La nuova evnaglizazzione, Una sfida per uscire dall’indifferenza. Mondadori, 2011, 78-79. 54

Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del Celam, Port-au-Princie, 9 marzo 1983.

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actividades de evangelización ordinaria, dé preferencia a las nuevas iniciativas, como respuesta a los desafíos que nos vienen del mundo secularizado en que vivimos, y con una particular atención a los lugares de frontera. En este sentido la formación que damos y recibimos ha de estar muy atenta a la lectura de los signos de los tiempos y de los lugares, acontecimientos de vida que marcan una determinada época de la historia y a través de los cuales el religioso se ha de sentir interpelado por Dios y llamado a dar una respuesta desde el Evangelio; ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas y de la vida de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza que hay que saber discernir e interpretar (cf. Lc 12, 56)55. Uno de estos desafíos es el del lenguaje. Optar por un nuevo lenguaje para hacerse comprender por el hombre y la mujer de hoy, es una exigencia de la cual no se puede prescindir en la misión. Hoy más que nunca se hace necesario abrir la jaula del lenguaje para que la comunicación del Evangelio sea más eficaz y fecunda. Esta exigencia ha de ser un compromiso concreto en la formación permanente y se ha de tener presente desde la formación inicial, si queremos que la evangelización sea realmente nueva. Otra exigencia de la formación para la misión es la pasión por la verdad. Es bien es cierto que el diálogo es el nuevo nombre de la misión, y que ésta es camino de ida y vuelta, que comporta dar y también recibir. Por ello es imprescindible formarnos y formar para el diálogo en sus diversas acepciones: ecuménico, interreligioso y con la cultura. Sin embargo, también es cierto que ello no quiere decir que haya que renunciar a proponer la verdad, que para nosotros tiene un rostro: Jesucristo. Sin pasión por la verdad la evangelización caería en la pura retórica y se tornaría insignificante, con el riesgo de caer en el relativismo. La pasión por la verdad es fundamental si no queremos ser “niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error” (Ef 4, 14). Cuando uno tiene la experiencia de Pablo de que Cristo vive en uno, sentirá como Cristo mismo lo empuja a darse todo a todos (cf. 1Cor 9, 19-22), en la lógica de 2Cor 5, 14: la caridad de Cristo nos urge. La pasión por la verdad de la que estamos hablando es la que abrirá la misión a la misión ad gentes (cf. Mt 28, 19-20). Una vida tocada por el dinamismo del Evangelio se convierte en pasión desbordante por el Reino, y al “misionero” y “apóstol” lo transforma en cruzador permanente de fronteras de todo tipo: culturales, religiosas, y geográficas56. Si la fe se fortalece dándola, entonces la misión ad gentes es la expresión plena y en cierto modo el cumplimiento de la misión inter gentes. El anuncio explícito del Evangelio ad gentes es el punto de llegada de nuestro estar en el mundo como discípulos y misioneros, tras un atento discernimiento para descubrir cuándo “le place al Señor”57. Una última anotación. La misión hoy no se puede comprender sino es como misión compartida con los laicos. En la diversidad de ministerios todos los cristianos son llamados a ser portadores del don del Evangelio inter gentes y ad gentes. El laico es evangelizador por derecho propio, no por una graciosa concesión ni mucho menos a título de suplencia para acudir en socorro de carencias de personal clerical o religioso. De ahí que el religioso deba entrar en una conversión eclesiológica para dar a los laicos el puesto que le corresponde en la misión evangelizadora. Mediaciones formativas para la misión 55

Antes de obsesionarnos por adecuar nuestras estructuras a nuestras posibilidades, deberíamos comenzar por leer atentamente los signos de los tiempos y de los lugares y dejarnos interpelar por ellos. Sólo así es posible 56 Cf. Juan Pablo II, Redemptoris missio, 25. 57 San Francisco de Asís, Regla no Bulada XVI, 7.

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Las mediaciones formativas se deducen, como en los puntos anteriores, de cuanto hemos dicho. Por no alargarme demasiado paso sólo a indicar algunas. 1. La formación para la misión supone una fraternidad/comunidad que se sienta en misión. No una fraternidad/comunidad alcachofa, cerrada sobre sí misma, sino abierta a los demás. Una fraternidad/comunidad que quiera formar para la misión deberá ser cada vez menos replegada y concentrada sobre sí misma y siempre más atenta a los espacios que podrían abrirse sobre al testimonio, y al anuncio del Evangelio como buena noticia de fraternidad entre todos los hombres, particularmente para los últimos y excluidos, pues ellos son los destinatarios primeros del Evangelio (cf. Lc 4, 18ss). Considero que esta es una mediación importante, especialmente para los hermanos más jóvenes. 2. Otra mediación formativa fundamental para la misión son las experiencias fuertes de misión. Si se trata de misión inter gentes estas experiencias han de ser un elemento normal de todo proyecto formativo permanente o inicial. Lo dicho antes sobre la fraternidad/comunidad que quiera ser formativa debe ser dicho de las personas que la habitan. Las experiencias de misión ayudan a quienes las viven acompañados a ser menos autoreferenciales y a consagrarse al anuncio y al testimonio del Evangelio. Si se trata de misión ad gentes este elemento ha de favorecerse dentro de las posibilidades y teniendo en cuenta el propio carisma. Basta que no se trate de un simple turismo religioso. En cualquier caso es importante ponernos y poner a nuestros hermanos más jóvenes en situación de hacer la experiencia y prácticas de discipulado en las tareas de misión encomendadas y en el desarrollo de un trabajo vivido como misión. Pienso que no se deben ahorrar riesgos en la misión. En la capacidad de arriesgar, si uno se deja acompañar y evaluar, se aprende a afrontar conflictos, se forja la voluntad y se aprende a permanecer fieles. 3. Tanto en la formación permanente como inicial hay que estar cuidando siempre los nutrientes de nuestro ser enviados, adhiriéndonos a Él con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con toda la mente, como nos pide la Palabra de Dios (cf. Dt 6, 4), para identificarnos plenamente con Él y, de este modo, ser “buen perfume de Cristo” (2Cor 2, 15)58. En todo este camino es importante no perder de vista lo que hace y vive Jesús. Sólo así se puede descubrir la misión, el ser enviados, en lo que uno hace, y sólo así se pueden clarificar de verdad las motivaciones de lo que hacemos. 4. Dado que la misión consiste fundamentalmente en el testimonio de una vida totalmente consagrada al Reino, los votos juegan un papel importante en la misión. Superada, justamente, una visión meramente ascética y jurídica de los votos, hoy se pone el acento en su dimensión profética: elementos de la vida religiosa que anuncian y denuncian, presentando un modo de vida alternativo al que ofrece el mundo. En la formación permanente e inicial, sin olvidar las exigencias ascéticas y jurídicas que comportan los votos, se ha de inculcar una visión profética que lleve a vivirlos desde la voluntad firme de configurarse plenamente a Cristo y ser “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús”59. 5. Hemos hecho referencia al diálogo como nuevo nombre de la misión. También hemos dicho que la formación para el diálogo es una prioridad en nuestros días. Pero el diálogo, especialmente el diálogo con la cultura, exige una buena formación intelectual y cultural “de acuerdo con los tiempos y en diálogo con la búsqueda de sentido del hombre de hoy”60. Sin ella no será posible el diálogo entre fe y cultura. La formación para la misión ha de motivar al estudio de la 58

Cf. Xavier Quinzá Lleó, Pasión y radicalidad. Pormodernidad y vida conagrada, Ed. San Pablo, Madrid 2004, 141ss. VC 22. 60 CdC, 18. 59

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teología y de las otras ciencias como exigencia de respeto y responsabilidad de lo que supone hoy el diálogo con la cultura y con la sociedad, así como el anuncio de la Buena Noticia. Hoy, tal vez más que nunca, el “misionero” y “apóstol” está llamado a fundamentar razonablemente el conocimiento de Dios. Concluyendo La formación permanente e inicial es, como he intentado mostrar, llave que nos abre a un presente con pasión y a un futuro con esperanza, y, por consiguiente, a una vida religiosa significativa. La formación tiene una “importancia decisiva”61 para quienes deseen “reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores”62, y, al mismo tiempo, “tomar conciencia de los retos del propio tiempo”63, para darle una respuesta adecuada desde el Evangelio. Dadas las circunstancias en que nos llegan los jóvenes, la formación inicial requiere “un amplio espacio de tiempo”64, experiencias que ayuden a cambiar la vida, un acompañamiento personalizado atento, y señalar itinerarios bien definidos, fijando para cada uno de ellos objetivos claros y unas mediaciones precisas para alcanzarlos. Entre estas mediaciones es de capital importancia tener formadores adecuadamente preparados65: “personas expertas en los caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en este recorrido”, personas que muestren “la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en que éste se concretiza”66, personas capaces de ayudar a un discernimiento sereno que posibilite examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Ts 5, 21), ver lo que viene de Dios y lo que le es contrario67, buscar “lo que es bueno, grato a Dios y perfecto” (Rm 12, 2)68, un discernimiento “libre de las tentaciones del número o de la eficacia, para verificar a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones”69. Pero no se debe olvidar que en la vida religiosa todos somos sujetos de discernimiento. Nos obliga a ello el continuo cambio que experimentamos en torno a nosotros y en nosotros mismos70. Termino con unas palabras del documento Caminar desde Cristo que me parecen muy importantes: “Debemos ser sumamente generosos en dedicar tiempo y las mejores energías a la

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VC, 65. VC 37. 63 VC 73. 64 VC 65. “En unas circunstancias en las que prevalece la rapidez y la superficilidad, necesitamos serenidad y profundidad porque en realidad la pesona se va forjando muy lentamente” (CdC 18). 65 “Dedicar personal cualificado y su adecuada preparación es tarea prioritaria […], aunque esto comporte notables sacrificios” (CdC 18). 66 VC, 66. 67 Cf. VC, 73. 68 En griego discerner se dice krino, krinein y en latín cerno, cerniere. Más exactamente estos términos significan seleccionar, interpretar, criticar, decidir, reconocer. En todos estos significados está implícito el sentido de entrar hasta el fondo de las cuestiones importantes para comprenderlas y resolverlas adecuadamente. En este sentido el discernimiento tiene en una primera aproximación dos momentos: el conocimiento crítico de la realidad y la toma de decisiones. La acción de discernir tiene que ver con el proceso de ver (conocer), juzgar (valorar) y actuar (comprometerse). 69 CdC, 18. 70 Ya sea en la formación permanente que inicial, lo que se requiere para un buen discernimiento es tener un espíritu de búsqueda, animado por la fe y el amor de Dios, un espíritu de libertad y de desprendimiento de sí mismo, un espíritu de vivir sine proprio. Por eso lo dicho sobre la formación inicial se puede, cambiando lo que se deba cambiar, de la formación permanente. 62

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formación”71. Sabiendo lo que hemos de hacer, sólo nos resta ser coherentes con cuanto sabemos y decimos.

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VC, 18.

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