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Introducción
L a historia de las relaciones entre México y Estados Unidos suele presen-
tarse como una historia lineal de respeto mutuo entre las dos naciones, de comercio interfronterizo, de buena voluntad. La marcada diferencia en el desarrollo de ambas naciones es explicada de manera simple y no confrontativa. Se han aportado diversas teorías para explicar el divergente desarrollo en lo económico, político, ideológico de estos países. Una de las explicaciones más comunes nos remite a una perspectiva ideológica: la austera y puritana democracia protestante anglosajona, compuesta de agricultores y comerciantes, estaba idealmente integrada para sembrar prosperidad a lo largo de ese inmenso territorio virgen, en tanto las tiránicas sociedades católicas de América Latina quedaron atrapadas en un modelo social totalmente controlado por los poderosos de España y posteriormente por los criollos, una sociedad marcada por el férreo control católico de las conciencias y de las relaciones de poder. Esta explicación ignora las desiguales relaciones que emergieron entre Estados Unidos y América Latina desde los primeros días de la Independencia latinoamericana. La perspectiva mencionada deja de lado el hecho de que una gran parte del crecimiento económico de Estados Unidos durante el siglo XIX se obtuvo directamente del comportamiento imperialista de esa nación sobre los países de habla hispana de América Latina. A su vez, dicha conquista marcó y determinó el proceso moderno de la presencia latina en Estados Unidos. Cuando las colonias españolas comenzaron su lucha por la Independencia, alrededor de 1810, eran mucho más ricas en recursos, territorio y población []
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que el incipiente territorio de Estados Unidos. Sin embargo, a lo largo de las siguientes décadas, los cuatro virreinatos españoles –Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata– se fueron fragmentando en más de una docena de naciones separadas, la mayoría de ellas se desgastaron a partir de conflictos internos, una economía estática, el aumento de la deuda y la dominación externa. Durante estas mismas décadas, Estados Unidos logró una dramática expansión de su territorio, anexándose tierras que habían pertenecido a la Colonia Española, lo que trajo un aumento de su población. En este proceso, logró diseñar una próspera democracia quitándose de encima el control extranjero. La violenta expansión territorial llevada a cabo por Estados Unidos durante el siglo XIX, debilitó y deformó los procesos de las jóvenes repúblicas al sur de Norteamérica. Los países más cercanos fueron los más afectados por la siempre cambiante frontera estadounidense. El proceso de expansión estadounidense alrededor de los países fronterizos de habla hispana se desarrolló en tres fases distintas: 1. La anexión de Florida y de las zonas al sureste de la frontera se llevó a cabo alrededor de 1820. 2. La anexión de California a Texas y el suroeste de la frontera se llevó a cabo alrededor de 1855. 3. La anexión de Centroamérica y el Caribe se llevo a cabo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX culminando con la guerra hispanoamericana de 1848. Estos procesos de anexión permitieron que la incipiente democracia estadounidense se convirtiera en un imperio mundial. En este proceso, México perdió la mitad de su territorio y tres cuartas partes de sus recursos minerales, la cuenca del Caribe se redujo a un objetivo permanente de explotación e intervención de los estadounidenses y, desde entonces, América Latina se convirtió en una fuente estable de trabajo barato para las primeras corporaciones multinacionales de Estados Unidos. La historia convencional nos presenta las luchas de Estados Unidos durante el siglo XIX, como una épica heroica de humildes agricultores que
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iban hacia el oeste peleando contra indios salvajes y dominando tierra virgen. Pocas veces se analiza la otra cara de estos movimientos territoriales –las permanentes incursiones de los asentamientos anglosajones dentro del territorio latinoamericano. Con estos procesos de anexión de los territorios latinoamericanos, llegaron comerciantes, mercenarios y numerosos hombres sin escrúpulos que amasaron grandes fortunas a partir de la fertilidad de las tierras anexadas y de sus productos agrícolas y minerales. La mayor parte de los presidentes de Estados Unidos apoyaron las tomas de territorio latinoamericano. Jefferson, Jackson, Teddy, Roosevelt consideraban la dominación estadounidense sobre toda la región al sur del Río Bravo como un proceso ordenado y determinado por la naturaleza. Los principales proponentes y beneficiarios de la construcción de este imperio fueron especuladores, dueños de plantaciones, banqueros y comerciantes. Este grupo de hombres, ávidos de enriquecimiento rápido y voraz, lograron apoyo popular prometiendo tierra barata a las oleadas de inmigrantes europeos que llegaban a las costas estadounidenses. Promovieron también numerosas rebeliones armadas en contra de los gobernantes de América Latina, expulsándolos del poder en nombre de la democracia y de la libertad, para así justificar su rapiña sobre nuestros territorios; este proceso se ha continuado a lo largo del siglo XX y principios del XXI. Los líderes del país del norte popularizaron nociones estructurales tales como “América para los americanos” y “el Destino Manifiesto”..., esta última emergió en el siglo XIX como una frase que determinaba la supremacía racial de los estadounidenses. Sin embargo, las tierras conquistadas estaban pobladas por gente no deseada, tales como los indios nativos americanos, quienes fueron expulsados al oeste hasta que fueron reubicados en las llamadas reservaciones; se encontraban también millones de mexicanos, cubanos y puertorriqueños. Aun cuando el Congreso estadounidense validó oficialmente que algunas personas de los territorios conquistados tenían derecho a ser ciudadanos estadounidenses, los anglosajones –recién llegados a estas tierras– se fueron quedando con las propiedades de los pobladores originarios del lugar, apropiaciones que fueron validadas por las Cortes de habla inglesa. De esta manera los mexicano-americanos del suroeste se convirtieron en una minoría
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extranjera en la tierra donde habían nacido. Católicos, hispanohablantes y mayoritariamente mestizos, fueron rápidamente relegados a pertenecer al estatus de una casta inferior, junto con los indios y los negros. Si bien los cubanos y los filipinos ganaron su independencia, sus naciones siguieron bajo el control de Washington durante muchas décadas, mientras que Puerto Rico permanece hasta hoy como una colonia de ciudadanos de segunda clase. En relación con México, desde el norte del Río Grande los colonos anglosajones comenzaron –a partir de 1829– a moverse hacia el este de Texas. La mayoría de los colonos fueron atraídos por las ventas fraudulentas de la tierra, misma que vendían y compraban de uno a diez centavos por hectárea; la tierra se compraba a especuladores que no tenían ningún título de propiedad sobre la misma. La invasión de estos colonos llegó a tal grado que el gobierno mexicano se vio obligado a prohibir la continua y rapaz inmigración de ciudadanos estadounidenses al norte de México (la revuelta Hayden Edwards). Pero ya era muy tarde. La cantidad de colonos estadounidenses sobrepasaba la presencia de los mexicanos en Texas. De hecho, el secretario de Relaciones Exteriores de México, Lucas Alaman, “precursor” de nuestro actual debate migratorio, señaló que “donde otros mandan ejércitos invasores, los americanos mandan sus colonizadores [...] la República Mexicana perderá a Texas si no se toman las medidas adecuadas”. Sin embargo, las autoridades mexicanas locales, contrarias a la postura del gobierno de la Ciudad de México, daban la bienvenida a dichos colonizadores, por el auge económico que acompañaba la presencia de estos extranjeros. Hoy, igual que ayer, los hombres de negocios estadounidenses buscan a los mexicanos que cruzan ilegalmente, en tanto éstos estén dispuestos a trabajar por salarios sumamente bajos. Cuando en 1833 el general Antonio López de Santa Anna tomó el poder, uno de sus primeros actos fue abolir el privilegio que el gobierno mexicano había otorgado a los texanos en relación con los impuestos. Esta fue la excusa que los texanos necesitaban para poder romper con la “tiranía” de la Ciudad de México. Pocos incidentes en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y México confrontan nuestra identidad cultural, como la guerra de Independencia de Texas y su legendaria batalla del Álamo. Después de la 10
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derrota infringida al ejército mexicano, Sam Houston y su ejército rebelde ganaron la batalla decisiva de esta guerra, la denominada batalla de San Jacinto, capturando a Santa Anna y forzándolo a firmar un tratado en el que reconocía la independencia de Texas a cambio de su libertad. La anexión de Texas aumentó en los estadounidenses la fiebre territorial expansiva hacia el oeste. El lema de la Doctrina Monroe, “América para los americanos”, apenas tenía dos décadas cuando surge un nuevo grito de batalla... “El destino manifiesto”. Los que apoyaban la premisa del “Destino manifiesto” veían a los latinoamericanos como seres inferiores. Periódicos y revistas de la época se encontraban repletos de artículos escritos por conocidos frenologistas como los doctores George Caldwell y Jociah C. Nott, quienes insistían sobre la superioridad racial de los europeos blancos en relación con los indios, negros y mexicanos. “A la raza caucásica el mundo le debe todos los grandes e importantes descubrimientos, inventos y mejoras que se han llevado a cabo en las ciencias y en las artes”, así escribía Caldwell en su influyente artículo “Pensamientos sobre la unidad original de la raza humana”. Nott, uno de los cirujanos mejor conocidos en el sur, llevó la postura de Caldwell a un paso más para validar la necesidad de un movimiento eugenista para preservar la pureza de la raza blanca. Los frenólogos no constituían una secta marginal e intelectual. Para 1850 sus ideas eran parte del pensamiento central del país. Sus proponentes viajaban de pueblo en pueblo, llevando cráneos y detalladas listas del cerebro, distribuyendo folletos y libros gratuitos... apoyando sus conclusiones con estudios “científicos” en relación con el tamaño, capacidad y composición del cerebro de las diferentes razas. Nott señalaba que diversos científicos “han demostrado el hecho, que la capacidad del cráneo de los mongoles, indios, negros y todas las razas de piel oscura, es menor que la capacidad de un hombre blanco”. Mientras los hacendados sureños promovían los votos proesclavitud en el Congreso, y muchos ciudadanos del norte se sentían cautivados por las teorías raciales del “Destino manifiesto”, aumentaba la presión nacional para anexar más partes del territorio mexicano a Estados Unidos. La entrada de Texas a 11
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los Estados de la Unión Americana precipitó la guerra con México. Fue un conflicto que incluso el último presidente de la república de Texas, Anson James, consideró como una guerra vergonzante. James le reclamó al presidente Polk y al héroe de guerra, general Zachary Taylor, por sus intentos de “inducirme a que los apoye en este execrable diseño de manufacturar una guerra con México”. En esta guerra se contó con más de cien mil estadounidenses, más de catorce mil murieron; una de las tasas más altas de mortandad en cualquier guerra de la historia estadounidense. El avance de este ejército dentro del territorio americano dio pie a terribles incidentes de brutalidad y de racismo por parte de las tropas estadounidenses hacia los mexicanos. Algunos de estos actos fueron tan excesivos que ameritaron la condena de los generales Grant y Meade. De hecho, Grant admitió posteriormente que esta guerra era “una de las más injustas, que jamás se haya llevado a cabo por parte de una nación más fuerte hacia una nación más débil”. A medida que la Armada Norteamericana avanzaba hacia la Ciudad de México, las teorías de la inferioridad racial sobre los mexicanos levantaron un debate nacional en relación con cuánto territorio mexicano debía reclamar Estados Unidos. Algunos planteaban que si se anexaban mucho territorio mexicano, se tendrían que absorber en dicho proceso millones de mexicanos racialmente mestizos que a la larga amenazarían la superioridad anglosajona. El tratado Guadalupe-Hidalgo forzó a México a entregar la mitad de su territorio, la menos densamente poblada, lo cual incluía lo que hoy en día son los estados de Nuevo México, California, Nevada, partes de Arizona y Utah y Texas. Cinco años más tarde, Estados Unidos se añadió otra franja de tierra perteneciente al estado de Sonora. Incluido también en el Tratado Guadalupe-Hidalgo de 1848 se encontraba un tramo de 150 millas de ancho que incluía la franja de Nueces, entre el Río Grande y los Ríos Nueces. Esta franja era de un tamaño igual a lo que hoy incluye los estados Massachusetts, Connecticut y New Jersey. La apropiación de este territorio fue fundamental para el desarrollo económico de Estados Unidos, ya que incluía el fértil valle del Río Grande y porque las llanuras del norte de este valle estaban rebosantes de caballos salvajes y ganado. Estos rebaños, introducidos por los colonos españoles a principios del siglo XVI, constituían más de tres millones de cabezas en 1830. El control de tierras 12
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y rebaños posibilitó inmensas fortunas para las primeras tandas de colonos anglosajones que llegaron, tales como Charles Stillman, Richard King y Mifflin Kennedy. El famoso King Ranch, cerca de Corpus Christi, eventualmente llegó a tener un millón de hectáreas. De estas tierras mexicanas y de esos millares de cabezas de ganado surgió la industria ganadera estadounidense, aunque la mayoría de los trabajadores de esta industria no eran anglos. Los vaqueros generalmente eran mestizos o mulatos, a veces negros e indios. Fue tan dominante la presencia del vaquero mexicano en esta industria, que los vaqueros norteamericanos copiaron virtualmente toda la cultura de rancho de los mexicanos. El popular mito de los vaqueros que Hollywood ha propagado alrededor del mundo, es el de un vaquero blanco, sentado en su montura arreando a su ganado; mientras se ha retratado a los mexicanos del viejo oeste como bandidos o campesinos flojos caminado con sus burros o dormidos debajo de un árbol. El folclor deja de lado totalmente el hecho de que la cultura de los famosos cowboys del oeste provenía básicamente de México y los mexicanos. Sin embargo, Texas no fue el mayor premio de la guerra con México. California, rico en minerales, rica en tierra fértil, rica en costas, sí lo fue. Aunque las minas de oro se agotaron en pocos años, los dividendos obtenidos de este mineral fertilizaron todo el país, tal como el oro y la plata de los aztecas fueron enviados a la España del siglo XVI. Las minas produjeron un cuarto de billón de dólares en los primeros cuatro años. Esta riqueza promovió una generación de nuevos banqueros que rápidamente comenzaron a financiar cualquier cantidad de aventuras económicas a lo largo del oeste... una vez más el imperio norteamericano del siglo XX contó con la riqueza territorial y la mano de obra mexicana que hizo posible la increíble expansión de la industria eléctrica y ganadera, ovejera, minera y ferrocarrilera. Eventualmente, los inmigrantes anglosajones centraron su atención en la más duradera de las riquezas de California, su suelo fértil. Los colonos estadounidense despojaron o los nativos californios. Dos décadas después la mayoría de los mexicanos habían sido expulsados de sus tierras. La apropiación territorial que hoy se conoce como Nuevo México sirvió desde las tempranas épocas coloniales como un pivote para la cría de ovejas. Las ovejas proveían a los colonos y soldados no sólo de comida y ropa, sino 13
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que además constituyeron una fuente de dinero constante y sonante. La cría de ovejas generó una enorme fortuna, dos años después de que Nuevo México formara parte del territorio estadounidense, los pastores dedicados a su cría obtenían treinta y dos mil libras de lana... para 1880 se obtenían cuatro millones de libras. Tal como Nuevo México proveyó de lana al país, Arizona era rica en cobre. Entre 1838 y 1940, sus minas produjeron tres millones de dólares en metal. Los trabajadores de estas minas eran mayoritariamente mexicanos, bien sea nacidos dentro de los territorios anexados o migrantes reclutados a lo largo de la frontera. El historiador chicano Rudy Acuña señala que para 1880 “los agricultores chihuahuenses plantaban sus cultivos, para luego viajar hacia Arizona y las minas locales, trabajando por la paga diaria, regresando a su hogares para la cosecha”. La contribución mexicana a la prosperidad y riqueza estadounidense no se acaba aquí. Antes de la construcción de trenes, los trabajadores mexicanos con sus caravanas de mulas cruzaban todo el territorio llevando y trayendo todo tipo de productos. Después de la llegada del ferrocarril, se convirtieron en trabajadores que operaban y mantenían el sistema ferroviario. La población mexicana en los territorios cedidos era 116 mil en 1848; esta población creció a medida que cientos de miles de mexicanos iban y venían entre México y Estados Unidos, como trabajadores migrantes, lo cual implica que la influencia mexicana en todas estas regiones era mucho mayor de lo que se pensaba. México posibilitó la acumulación originaria de capital que Estados Unidos necesitaba para convertirse en el imperio del siglo XX. Queremos insistir en la contribución mexicana a la prosperidad y riqueza del imperio estadounidense desde sus inicios: 1. Texas se convirtió en el centro de la producción de algodón y cabezas de ganado para todo el país. 2. California y Nevada se convirtieron en la fuente de oro y minería de plata. 3. California aportó la inmensa riqueza de su suelo. 4. Nuevo México aportó una inmensa riqueza que proveyó de lana al país. 5. Arizona aportó la riqueza del cobre. 14
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Sin embargo, la contribución histórica de México a este proceso de enriquecimiento, ha sido dejada de lado en los mitos e historia de la frontera de ambos países; siendo sustituida por el resistente mito de un mexicano flojo y eternamente sospechoso. Esta breve síntesis sobre la aportación de riqueza, tierra y mano de obra barata que México proveyó a Estados Unidos constituye el largo hilo de Ariadna en el laberinto de la relación entre ambos países. Hoy en día se presionó por todos los medios para controlar la riqueza petrolera del territorio mexicano y se extorsiona a los tan necesitados trabajadores mexicanos. Trabajadores cuya mano de obra semiesclava permite el aumento de la tasa de ganancia de la hoy falleciente economía estadounidense. Alrededor de esta larga historia de la relación de abusos, manipulación y explotación de Estados Unidos hacia México se da el trato hacia los trabajadores mexicanos. Mujeres y hombres que en la búsqueda del empleo que México no les brinda, del mejoramiento de las condiciones de vida que México les niega, cruzan a “el otro lado”. La frontera constituye el espacio más violento, delicado e inadmisible de la relaciones de Estados Unidos hacia México. La migración de mexicanos hacia Estados Unidos responde a más de un siglo de movilidad de la población. Si tomamos en cuenta los datos aportados por los indicadores del Banco Mundial (BM), vemos que el aumento en el movimiento de personas que cruzan la frontera norte, ha convertido a México en el país con más ciudadanos que viven fuera de su lugar de nacimiento. La migración de mexicanos, principalmente a Estados Unidos, representa uno de los fenómenos sociodemográficos más importantes en las últimas décadas. De hecho, en los cinco años (2000-2005) considerados por el documento de la institución bancaria, la emigración de ciudadanos de México, fue aproximadamente de 2 millones de personas, prácticamente similar a la registrada por la totalidad de los países del Medio Oriente y norte de África, que fue de 1 millón 318 mil personas. Es más, la migración de mexicanos a Estados Unidos es casi el doble de las personas que se trasladaron, en los mismo cinco años, desde los países de África al sur de Sahara, considerada la región más pobre del mundo, donde la migración fue de 1 millón 318 mil personas en el periodo de referencia. Todos 15
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estos datos han sido obtenidos del reporte que elaboró el banco Mundial (La Jornada, 16-04-2007:3). Este fenómeno ha sido analizado desde diferentes perspectivas interdisciplinarias. Se ha analizado la problemática económica del país, que expulsa a hombres y mujeres a buscar el sustento para su vida diaria al “otro lado”. Desde la perspectiva sociológica se ha analizado el cambio en los entramados sociales que provoca la ausencia de hombres y mujeres de sus lugares de origen y lo que llevan “al otro lado” en términos culturales. Políticamente se analiza el grado de mexicanidad que permite a los mexicanos radicados en Estados Unidos sentirse parte de la dinámica política de México. Políticamente también se analiza el aumento demográfico de los mexicanos en Estados Unidos y la importancia que va adquiriendo este grupo, junto con el resto de los latinos, para cambiar las tendencias electorales de ambos partidos, tanto el Demócrata como el Republicano. Sin embargo, poco se ha investigado en relación con los costos emocionales que se ponen en juego cuando los mexicanos hablan de irse al “otro lado” de manera ilegal en la mayoría de los casos; poco se ha profundizado en el costo emocional que pagan al cruzar esa frontera que es para todos, en última instancia, la frontera de una muerte posible. Tampoco hemos analizado a fondo el costo emocional de nuestra gente, al vivir casi permanentemente con la sensación de escape y huida, para no ser deportados por la migra estadounidense. Deportaciones y maltratos que dependen de los dictados de las necesidades económicas de Estados Unidos. ¿Qué se pone en juego emocionalmente cuando se cruza “al otro lado”?, ¿qué implica vivirse como un ciudadano perteneciente a una raza inferior?, ¿cómo afecta el psiquismo de los migrantes el hecho de vivir afectivamente dividido entre la querencia a la tierra de origen, a sus olores, sabores y su gente y la tierra del presente tan ajena, tan distinta y tan seca? Creemos que estas y muchas otras cuestiones del mundo emocional de los migrantes deben ser analizadas para entender a fondo el profundo costo emocional de las remesas. Pensamos que las determinantes económicas deben estar en función del bienestar de los seres humanos. La economía debe ser en primera y en última instancia un factor de humanización. Se busca tener una mejor calidad de vida en lo económico para poder, desde el bienestar económico, buscar, crear y 16
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consolidar el bienestar emocional. No queremos dar una definición positivista de lo que entendemos por bienestar emocional, cuando hablamos de ello estamos hablando de la posibilidad de vivir en la querencia y la aceptación de lo que somos y de lo que nos tocó compartir en esta aventura del vivir. Lore Aresti de la Torre Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco
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