La historia oral, una puerta abierta al pasado de las mujeres

1 Miren Llona La historia oral, una puerta abierta al pasado de las mujeres La investigación que he realizado basada en la historia oral tiene a las

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1 Miren Llona

La historia oral, una puerta abierta al pasado de las mujeres La investigación que he realizado basada en la historia oral tiene a las mujeres de las clases medias bilbaínas como objeto de estudio. Ha sido un trabajo realizado a lo largo de siete años durante los años noventa. La localización temporal del estudio son los años veinte y treinta. A menudo, cuando se empieza una investigación no se sabe muy bien a dónde se quiere llegar. Cuando yo empecé, la única idea clara que tenía era que quería saber qué habían hecho las mujeres en el pasado y cómo habían vivido y pensado su tiempo. Así, mi proyecto inicial tenía como objeto de estudio las mujeres en el primer tercio del siglo XX. En realidad, esa elección deliberada del siglo XX venía ya condicionada por una decisión previa que había tomado y era que quería hacer Historia Oral, es decir, quería entrevistar a las protagonistas de aquellos tiempos, quería escuchar los testimonios de aquellas mujeres y recoger sus historias de vida y, claro está, esa decisión me condicionaba y no me dejaba ir más allá del primer tercio del siglo XX. Empecé a interesarme por el testimonio oral gracias a mi abuela Josefa que actualmente tiene 93 años y es una gran conversadora con una memoria prodigiosa y también gracias a Eulalia Echevarría que hoy en día tiene 101 años y es una vecina de nuestra casa con la que hicimos amistad y que también es una gran conversadora y tiene una memoria portentosa. Mis conversaciones con estas dos mujeres me permitieron acercarme al método de la entrevista oral en la que las personas, ya ancianas, narran las historias de su vida. Como he estructurado la charla en torno a seis testimonios orales que tendremos la oportunidad de ir escuchando, me gustaría introduciros, antes de nada, en el mundo de la historia oral para que todos podamos tener elementos de juicio con los que acercarnos a los recuerdos que son la trama fundamental

2 de este libro. Así, en un primer momento hablaré de la metodología de la historia oral y después de los contenidos que estructuran la investigación. Para empezar os diré que el método de la Historia Oral se compone de dos momentos fundamentales: un primer momento es el de la creación de las fuentes. Se trata entonces de definir el perfil de las personas que se quiere conocer y a partir de las que se quiere investigar y después, se trata de encontrarlas, de entrar en relación con ellas y de entrevistarlas. El segundo momento es el de la interpretación de las fuentes orales, proceso sobre el que más tarde hablaré. Durante la primera fase son dos los problemas que hay enfrentar: el primero de ellos es, sobre todo, un problema relacional, hay que enfrentarse a la vejez y aprender a establecer contacto con personas ancianas; el segundo es un problema de comunicación, donde lo fundamental es aprender a escuchar. Por eso, podemos decir que los mejores aliados de alguien que hace historia oral son la calma, la discreción, el tacto y también el azar. Calma para escuchar sin interrumpir los relatos; discreción para dejar a los verdaderos protagonistas de la historia ocupar toda la escena; tacto para saber cuándo y cómo intervenir en la evocación del pasado de otra persona; y suerte porque muchas veces es el azar quien dicta el momento en que algunas personas deciden abrir su corazón y mostrar con su propia coherencia el sentido de parte de su vida. Se ha discutido mucho dentro de la disciplina de la historia oral cuál es el papel del entrevistador y la manera en que su presencia y su pertenencia de clase o de género condicionan los relatos de vida y las narraciones de los entrevistados. Es una evidencia que nuestra sola presencia y lo que como personas representamos tiene un nivel de influencia en el entrevistado, en la confianza, seguridad o recelo con la que va a dirigirse a nosotros la persona entrevistada. Una de las grandes dificultades de la entrevista es precisamente esa, que el entrevistado elige cuánto y con qué coherencia va a mostrar las claves de su memoria y que nuestra presencia debería fomentar esa rememoración y no inhibirla.

3 El tiempo que una persona pasa dejándose acompañar de sus recuerdos es proporcional a su edad. De tal manera, que cuando uno se vuelve anciano y disminuye la movilidad física y el sentido de la vista o el oído van fallando y cuando ya no vive buena parte de la gente con la que se compartió el tiempo de la vida, uno se va refugiando cada vez más en lo que llamamos lugares de la memoria, es decir, en aquellos sitios donde se puede seguir escuchando las voces de antes y se puede seguir discutiendo con la gente con la que se discutía, donde uno puede revivir las emociones del amor, o los sufrimientos causados por la ausencia o abandono de los seres queridos, en los lugares de la memoria uno puede todavía sentir el stress de los tiempos en que la actividad y la realidad lo inundaban todo. Me gustaría acercaros a un lugar de la memoria de Eulalia Echevarría, nacida en 1901, que se quedó huérfana de padre muy joven y se ganó la vida como costurera en una sastrería del Casco Viejo “ Porque en Vizcaya ha habido mucho rico … Porque entonces había mucho parné; claro, no en nuestros bolsillos. Yo iba a la playa, con una batita, unas alpargatas blancas, pero ¡qué alpargatas blancas! No como las que hacen ahora. Con sus cintas, escotaditas. Íbamos y estaban todos los ricachones veraneando allí, porque en vacantía… y ya saben, les gustaban las costurerillas siempre, no? Íbamos allí y venían con los cacharros de pescar… pero eran educados eh? Educados y además total pasabas el día y no pasaba nada…” “Nos hacíamos la ropa interior también, también, por la noche, hasta la una, allí, con la luz. Vendían aquí unos encajes para la delantera…. Los sujetadores nos los hacíamos nosotras con las sobras de los forros de las sedas de los trajes… y a mí los taxistas me decían, adios, pechito paloma. No me sabían decir otra cosa… Yo pasaba toda tiesa… Pero eso ya es historia…” (Eulalia Echevarria

entrevista 1994) El testimonio nos ofrece una información sobre las aspiraciones de Eulalia y sobre la importancia que para una costurera tenía el aspecto externo y la apariencia cuidada. Su satisfacción por el éxito conseguido al escuchar adios pechito de paloma de los labios de un hombre, era la confirmación de que tenía posibilidades y de que podía soñar con un hipotético enlace con un chico rico y salir de la pobreza. Esta escena es recurrente en la memoria de Eulalia. Es difícil hablar con ella sin que ella haga mención al pechito de paloma. Estos lugares de la memoria están grabados en cemento y depende de la habilidad y de la destreza del entrevistador que se hagan accesibles o no. De hecho, cuando vamos conociendo a las personas que entrevistamos

4 comprobamos que esos relatos maestros los repiten muchas veces, en ocasiones casi de la misma forma, otras veces incorporando nuevos detalles, nuevas claves. Por ello para acceder a los lugares de la memoria, debemos minimizar los elementos de nuestra presencia que distorsionarían el vínculo entre entrevistador y entrevistado pero también tenemos que estar presentes y ser reconocidos por el entrevistado como un interlocutor válido. La calidad de ese momento en el que se comparten los recuerdos con una persona a la que se desconoce depende de muchas variables y dos de las más importantes son, por un lado, la necesidad de ser escuchados y, por otro, la necesidad de demostrar a un juez imparcial que las decisiones que tomaron en su día y que han marcado su destino fueron las correctas o simplemente denunciar las injusticias sufridas por decisiones ajenas y que les afectaron definitivamente. Para que esto ocurra nosotros debemos estar ahí estableciendo la interlocución necesaria en el momento preciso. Voy a mostraros el testimonio de Julia Urrutia. Esta mujer nació en 1911 y se quedó huérfana de madre muy jovencita. La reorganización que su padre hizo de su familia afectó su destino de tal manera que esos recuerdos en su memoria abren un antes y un después en su vida “ Yo he sido… Yo he ejercido dos cosas, ser ama de casa, porque yo mi padre fue viudo a los 25 años, yo me quedé sin madre a los 9 años. … y nos llevaron al colegio a Nuestra Señora de Begoña, que estaba ahí cerca del Carmelo…, colegio único que era de señoritas educadas y allí estuve dos años y medio tal vez… Yo escribía allí lo que me mandaban… yo lo escribía estupendamente… por eso las monjas me decían, mi hermana pal magisterio muy bien, porque mi padre siempre decía que tenía que ser maestra de examen y… a mí que yo valía para una oficina, que tenía muy buena letra y buena ortografía también… Pero mi padre no. Mi padre me eligió para ser sirvienta en su casa. Yo guisar, yo fregar… ya me tenía que quedar yo en el puesto de mi madre, como era la mayor mi padre estaba solo yo me cargué con todo, con una casa de diecisiete metros y medio de pasillo entre la entrada y la parte estrecha eh! Y tres hermanas Antonia, Juanita e Irene, más una primita que tenía los padres en Neguri y que iba a la escuela con mi hermana Irene. Pues yo tuve que manejar todo eso, Yo lavar, yo planchar, yo coser, yo todo. Mi padre ha tenido diferencia conmigo y con mi hermana Antonia. Mi padre siempre ha tenido puestos los ojos en mi hermana Antonia. Y yo no, a mi no, yo tenía que ser otra cosa No había más obligación no… no podía ser otra cosa” (Julia

Urrutia entrevista I, 2-11-97) El testimonio revela la frustración y la ira de Julia hacia su padre por el favor de su padre hacia su hermana y la injusticia cometida contra ella. A una, la decisión paterna le abrió las puertas del magisterio y a la otra le condenó a

5 un papel de cenicienta que le marcó para siempre, pero que, por otro lado, asumió con responsabilidad porque era su obligación. Aunque el acceso a estos lugares de la memoria es complicado, es el segundo momento, el de la interpretación de las fuentes orales, el que constituye la parte más complicada del proceso y la que exige mayor formación. De hecho hay historiadores que creen que al entrevistar ya están asistiendo en primera fila al acontecer de la historia, y que es suficiente con dar voz y contar lo que dicen los protagonistas anónimos de las entrevistas. Sin embargo, esto no es así. Si pensamos en los testimonios que acabamos de escuchar y nos fijamos en el tipo de información que nos ofrecen vemos que los relatos de la gente entrevistada son muy personales y son profundamente subjetivos. La creación de lugares de la memoria responde a la vivencia de impresiones fuertes, son huellas que han marcado nuestra vida y en ese sentido constituyen los pilares de la identidad de las personas. Por eso la historias de vida son una fuente fundamental para saber, no solo lo que sucedió, sino cómo se vivió lo que pasó, cuales eran los deseos, las expectativas, las frustraciones de las personas en un tiempo distinto del nuestro. A la hora de analizar el pasado, cada historia de vida es una pequeña parte de la subjetividad de una época. Es una pieza de un mosaico enorme y desconocido, que es el pasado. Para recomponer ese mosaico, el investigador debe poder colocar cada testimonio en el lugar que le corresponde y para ello necesita tener datos. El historiador oral tiene que analizar entonces de manera exhaustiva las fuentes escritas y los documentos de la época. Cuanto más profundo, en todos los sentidos, es el conocimiento de una época más capacidad para interpretar las claves de la memoria de las personas entrevistadas. Más recursos para establecer un diálogo preciso con el entrevistado. Y más posibilidades de realizar un análisis cualitativo de las entrevistas. Porque, en definitiva, el asistir en primera persona a los relatos de vida de los protagonistas de la historia no dispensa al historiador de su imperativo principal que no es otro que interpretar esas voces junto con el conjunto de informaciones hábiles de una época.

6 Fue con este objetivo de poder interpretar los años veinte y treinta en Bilbao con el que llegué a entrevistar a 54 mujeres bilbainas cuyos testimonios me ayudaron a comprender el significado de esa época. Empecé a tejer mi red de informadoras por el Casco Viejo y este paso rápidamente condicionó el componente social de la muestra hasta el punto de que se hizo patente que las mujeres de las clases medias constituían una realidad suficientemente compleja como para dar sentido a un estudio por sí mismas. Así, la propia investigación me obligó a poner límites a mi deseo de recoger testimonios de todas las mujeres de los años veinte y treinta. El estudio sobre las mujeres de origen trabajador quedó pospuesto y el objeto de estudio centrado en las mujeres de clase media. En la actualidad he retomado esta preocupación y estoy realizando entrevistas a mujeres de origen trabajador para poder analizar la identidad femenina de este sector de la población. Pero empecemos por el principio y veamos cuál era el panorama de las mujeres de clase media en la sociedad bilbaína de los años veinte y treinta. En principio, los ideales de feminidad que enmarcaron la vida de esas mujeres durante esos años fueron muy estrictos, contrarios a la libertad femenina y a la diversidad de posibilidades respecto del futuro de las jóvenes de clase media. Me gustaría utilizar las palabras de Paz Eguía, una mujer nacida en 1912, que ingresó en el convento de las Mercedarias y consiguió viajar por diferentes partes del mundo en las Misiones de su congregación, para mostrar la distancia que estas mujeres ven entre el ayer y el hoy de las expectativas femeninas: “Hoy una joven piensa voy a estudiar una carrera… voy a ocupar un puesto… Yo no pensaba en el porvenir más que lo corriente en las chicas… Mis hermanas, ¡Jolín! Que se tenían que casar o se tenían que quedar solteras, no pensaban en otros planes. No había ese porvenir que ahora tenéis. Hay muchas cosas que hacer en la juventud. Todas las chicas tenéis muchos planes. Entonces no teníamos planes. O nos casábamos, o nos quedábamos solteras o nos íbamos a un convento. No había este florecer… No había otra salida… Todas, todas tenéis un porvenir lleno de proyectos… A mí me parece que entonces nos faltaba eso de los proyectos. Teníamos como un círculo muy cerrado, o me caso o me quedo soltera” (Paz Eguía. Entrevista I, 17-10-1998)

Ciertamente la clase media había establecido un modelo de mujer cuya característica fundamental era la domesticidad. El ideal femenino, representado por la señorita, situaba a la mujer en el centro del hogar y la constituía en el

7 alma del universo privado y de la familia. La vulneración de esta norma, en el sentido de salir al espacio público para estudiar o trabajar o simplemente hacer uso de cierta autonomía para andar por la calle, ponía en cuestión, no solamente la esencia femenina de la identidad de estas mujeres, sino el status familiar de clase media. Recordemos que la clase media había hecho del confinamiento de sus mujeres en la esfera privada el símbolo más destacado de su posición de clase. La mujeres de la clase media estaban pues sometidas a un régimen y a una disciplina muy rigurosas, entonces. Además, las señoritas debían ser muy religiosas, la fe católica constituía otro elemento de su identidad, y también en su apariencia debían mostrar públicamente toda una serie de elementos de distinción social, que enfatizaban la diferencia entre ellas y el resto de las mujeres. El uso de los guantes y del sobrero; el rechazo del pelo corto, del fumar y del maquillaje, establecían un código de signos que hablaba por sí mismo, situando en el espacio público a cada persona en el lugar que le correspondía. Me gustaría que escucháramos un poema de una joven del Casco Viejo, María Sans, que nació en el año 1905, y lo inventó para ser publicado en el Diario Nervión a propósito del maquillaje. El suyo es un testimonio de aceptación y abnegación: -

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… Pero que te has arreglado, eso no me negarás. Y que sabes no me gusta, eso sí que es la verdad ¿Y por qué no he de pintarme como todo el mundo va?. Siempre me estás con lo mismo y no me dejas en paz… Ni te dejaré Manola, mientras sigamos igual. Yo a la mujer que se pinta no la puedo ni mirar. De por qué antes me gustaste Yo te expondré la razón. Tu extrema sencillez me llamó más la atención entonces no te pintabas estabas mucho mejor. La frescura de tu cara por demás me cautivó Hoy, en cambio, Manolita, yo no puedo tolerar que siendo antes tan bonita te quieras ahora afear,

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porque entonces mi ilusión se desvanece por completo. Te quiero sin arreglar, te guardaré más respeto. Entonces… pierdo el encanto porque me pinto ¿verdad?. Pues yo creí lo contrario, que te iría a agradar más. Es que yo no sé Ramón, es que tú eres especial. ¡Ojalá que me imitases en esta especialidad!. Y no sólo tú, chiquilla, Sino el mundo en general. Si el pintarse es muy grotesco, tanto o más que el Carnaval. Dime tú ahora, Manolita si te gusta el antifaz. No, con esto que estás diciendo ya no me pintaré más… Y como sé que me quieres, no me pintaré jamás. Prométeme así, Manola, y mi dicha será eterna. No tengo más ambición que una mujercita buena”

(María Sans, entrevista I, 8-2-1997) La escena que María Sans ha recreado representaba la posición de clase media respecto al maquillaje. Esa posición rechazaba de plano el uso de la cosmética en las jóvenes y apostaba por un canon de belleza femenino centrado en la naturalidad, la sencillez y la austeridad. Sin embargo, es cierto que durante los años veinte y treinta un nuevo modelo de mujer irrumpió, tanto en el panorama discursivo como en la realidad: era la mujer moderna. Este tipo de mujer, que imponía su pelo corto a lo garçonne, se maquillaba, fumaba, flirteaba y hacía uso de su libertad, fue un fenómeno que trastocó absolutamente las prescripciones que pesaban sobre las mujeres en general y sobre las señoritas de clase media, en particular. La mujer moderna fue la auténtica transgresora del dominio de los privilegios masculinos. Muchos hombres, y mujeres también, se sintieron amenazados por el desorden social y simbólico que atribuían a los cambios que imponía la mujer moderna. Tomás Mendive un cronista del diario bilbaino El Liberal comentaba:

9 “Todavía nos parece mejor una mujer sentada al piano tocando un vals de Chopin, que lanzando una jabalina. Será una antigualla, un lugar común, pero es preferible eso a la mujer con pantalones de bragueta”. El Liberal, 14-8-1928 Como veis cada pequeño incremento de la libertad femenina fue vivido por parte de los hombres como un asedio a sus condiciones de vida y privilegios. Sabemos que la trayectoria de las mujeres modernas fue ardua y estuvo sometida a duras críticas sociales. La asociación de la palabra mujer y la palabra libertad no se llevó bien y se consideró una amenaza que desembocaría en la disolución de los géneros, en la desaparición de las diferencias entre hombres y mujeres. De esta manera, muchos intelectuales de la época se afanaron en atacar el nuevo binomio mujer y libertad. Fue el caso de Ortega y Gasset quien afirmó: “La esencia de la feminidad es la intimidad; la libertad para la mujer debe ser lo que la espada de honor para el soldado: que se agradece pero no se usa”. Citado por Juana Capdevielle en “El problema del amor” en Noguera, Enrique y Huerta, Luis, Genética, pág. 291. Las mujeres tuvieron que seguir manejando la libertad con cautela y exponiéndose a ser catalogadas de marisabidillas, marimachos o mujeres fáciles, términos entre otros que pasaron a asociarse al de mujer moderna. Sabemos que Bilbao fue una ciudad que se modernizó aceleradamente durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Durante esos años, se desarrolló la industria siderometalúrgica y la construcción naval y se creó una red ferroviaria y fluvial. El crecimiento de la banca y el creciente poder económico de la burguesía bilbaína fueron los exponentes más deslumbrantes de esa modernización. En este Bilbao transformado existió también la figura del hombre moderno, representativo de la burguesía, una nueva generación de hombres de negocios que era fiel reflejo de lo que, el sociólogo alemán Max Weber dio en llamar el sujeto de la modernidad. Individuos autónomos, libres para elegir los valores que articulaban su existencia. Individuos cuyo marco de realización era el trabajo y la profesión. Pero el reverso de la moneda de estos hombres modernos en Bilbao no fue la

10 figura de la mujer moderna. Muy al contrario, su ideal de feminidad se concretó en la señorita doméstica, representativa del orden privado y de la familia. Podemos afirmar que el proceso de modernización no puso en cuestión el conservadurismo de la sociedad bilbaína. Bilbao nunca fue una ciudad suficientemente cosmopolita y moderna. Quizás por eso fue tan difícil encontrar el testimonio de una mujer plenamente moderna. Pero quizás, por ese mismo carácter extraordinario, cuando encontré a Virginia Martínez del Castillo, no tuve dudas de que estaba escuchando a un ser verdaderamente fuera de lo común dentro del contexto bilbaino de aquellos años. Me gustaría que escucháramos la propia autodefinición como mujer moderna de Virginia Martínez del Castillo, que nació en 1914, para que podamos medir el alcance de mis palabras. Ella describe su deseo de ponerse lo que hoy en día sería una minifalda, que ella llama gitón griego, el vestido de Diana cazadora. Este deseo es un claro exponente de sus ansias transgresoras: “¿Te consideras una mujer moderna?” “ Yo, ultra –me contestó Virginia-, pero mucho más, yo soñaba todo lo que ha ocurrido ahora. Mira, -continuó relatando- yo le decía a mi madre: , que lleva Diana cazadora, con una falda plisadita que no le llega hasta las ingles; y mi madre me decía: Además te voy a decir una cosa: y dice . Pues llegó la minifalda y digo: , digo: … que entonces yo llamaba gitón”(Virginia Martínez

del Castillo, entrevista I, 20-6-1998) La historia de vida de Virginia está llena de este tipo de relatos que muestran por un lado su frustración en un entorno social en el que es imposible la complicidad y por otro lado, la amargura ante el rechazo social de la singularidad que ella, como mujer moderna y lanzada, representaba. Vamos a escuchar otro relato en el que Virginia nos da su versión del status de las mujeres de los años veinte y de la distancia que la separaba de ellas. Además para ilustrar ese rechazo social que provocaba en la gente simplemente su aspecto nos cuenta una anécdota que tuvo lugar en Bermeo.

11 “En los años veinte era como si estuviéramos en la Edad Media. A mi me llamaban estrafalaria, estrambótica y extravagante. Hace unos años en Madrid, un íntimo amigo me dice un día: . Yo me daba de cabezadas, precisamente con las chicas de mi edad. No tenía amigas… porque lo que yo soñaba era muchas de las cosas que están ocurriendo ahora”.“Una vez en Bermeo bajábamos mi padre y yo del monte Sollube y yo llevaba un pantalón de pana que me llegaba hasta la rodilla, pero como sabía que eso no podía ser, tenía una falda que se abrochaba en la cintura y cuando entraba en un pueblo me la ponía. Pero resultaba que estaba lloviendo y yo me eché la falda por encima de la cabeza y crucé la plaza de Bermeo. Debajo de los arcos había chicos y chicas… nos empezaron a apedrear a mi padre y a mí. Decían: , y nos apedrearon lo mismo las chicas que los chicos” (Virginia

Martínez del Castillo, entrevista I, 20-6-1998) Esta autopercepción de Virginia como un ser estrafalario y estrambótico nos da la medida de la poca implantación del modelo de mujer moderna en el Bilbao de los años veinte y treinta. Pero, ¿significa el fracaso de la implantación de la mujer moderna en Bilbao que no se produjo ninguna modificación significativa de la condición femenina? ¿Significa esto que el modelo de la señorita doméstica mantuvo su vigencia sin contestación?. La respuesta es no. Durante los años veinte y treinta un cambio progresivo de la mentalidad junto con nuevas posibilidades de estudios y empleo femeninos y la presión de las propias mujeres de clase media por ampliar sus horizontes provocaron cambios significativos en la capacidad de las mujeres de mantener un protagonismo en el ámbito público y en la posibilidad de encontrar otros caminos de realización personal distintas de la familia y la maternidad. Los años veinte y treinta alumbraron, lo que yo he dado en llamar, una mujer nueva. Esta mujer se mantuvo fiel a un ideal de feminidad basado en la diferencia sexual y de género y trató de hacer compatible la feminidad, basada en los valores de la maternidad y del cuidado, con el ámbito público. De esta manera, el objetivo principal de estas mujeres fue conseguir respeto en el ámbito público hacia la diferencia que representaban, es decir, conseguir igual preeminencia social que el sexo masculino. Pero para comprender a esta nueva mujer era necesario alejarse de la vía unilateral con la que a veces desde el feminismo analizamos las claves de la liberación de las mujeres y tratar de comprender lo que me estaban contando

12 aquellas mujeres. Las historias de las nuevas mujeres eran historias de ruptura, de sumisión y también de revisión respecto a los condicionamientos que modelaban sus vidas. Pero las decisiones que tomaban aquellas mujeres no respondían al esquema clásico centrado en el parámetro de la igualdad de los sexos. Cuando empecé a reconocer el valor de los cambios realizados por estas nuevas mujeres me di cuenta de la distancia que existía entre ellas, las mujeres de principios del siglo XX, y nosotras las mujeres de finales del siglo XX. La barrera cultural que más nos separaba era nuestra propia vivencia, durante los últimos veinticinco años, basada en los parámetros de la igualdad sexual o de género, como lo queramos decir. El ideal de la igualdad entre los sexos ha sido un ideal deseado y peleado, de diferentes formas, por buena parte de las mujeres de nuestra generación. A la vez, también podemos decir que los avances significativos, que hemos experimentado en diferentes terrenos y con distinta intensidad, han hecho de la igualdad entre los sexos un derecho asumido socialmente, de forma incuestionable. Pero esta condición de posibilidad no existía para las mujeres de los años veinte y treinta. Las mujeres de los años veinte y treinta, de manera distinta que nosotras, y creo que este es uno de las propuestas fundamentales de mi investigación, se hicieron fuertes reivindicando el reconocimiento público de la feminidad. Desde el respeto de la diferencia sexual y la valoración de la feminidad se creó un nuevo modelo posible de mujer, que no podemos identificar con la mujer moderna, pero que sí se logra emancipar de las limitaciones de la antigua mujer, la señorita, un nuevo modelo que he denominado mujer nueva. La subversión de sus planteamientos respondió, sobre todo, a un deseo de incorporar al mundo el legado de la cultura y de los valores femeninos. Las mujeres de los años veinte y treinta partieron del convencimiento de que el mundo mejoraría una vez que los valores que ellas representaban se hubieran universalizado. Los cambios se manifestaron en una proliferación de mujeres estudiando magisterio y ejerciendo como maestras. También la profesión de enfermera abrió nuevos territorios de actuación a muchas jóvenes. Pero fue quizás el

13 empleo en oficinas y los estudios de mecanografía y taquigrafía, los que revolucionaron más el panorama laboral de las mujeres y también los esquemas mentales de la época. No debemos olvidar que en el Bilbao de los años veinte las oficinas eran un espacio masculino, donde los hombres vieron con desagrado la llegada de mujeres a esos puestos de trabajo y mostraron sin prejuicios su hostilidad hacia ellas. Podemos considerar a las mecanógrafas y a las secretarias como pioneras en la feminización de unos espacios públicos, las oficinas, que a partir de la llegada de las mujeres fueron testigos de cambios en la racionalización y la lógica del trabajo. Otro terreno en disputa resultó ser el de los institutos y las carreras superiores. Recordemos que en la primera década del siglo XX sólo había 44 chicas estudiantes de bachiller en España y que todavía en 1930 las mujeres sólo representaban el 13% del total de los estudiantes de bachiller. En lo que respecta a la Universidad, a principios de siglo sólo había una estudiante universitaria en España, diez años después llegaban a ser 21, al inicio de la década de los veinte 345 y, para 1928 1.681, llegando a representar el 4% del total de estudiantes universitarios. La asistencia la Universidad cambió la vida y la mentalidad de las mujeres que acudieron a ella. Sin embargo, el pequeño peso relativo que representaron, así como la resistencia masculina a compartir el terreno del saber académico, que era uno de los más prestigiosos e influyentes que ostentaban los hombres en exclusiva, convirtieron a la universidad en un territorio especialmente difícil para la renegociación y la feminización de los espacios académicos. Las nuevas mujeres fueron adquiriendo protagonismo en todos estos terrenos y también en la vida social, donde fue patente su participación en estas primeras décadas del siglo XX. Muchas mujeres se hicieron activas socialmente incorporándose a asociaciones de beneficencia y de apoyo a los pobres y necesitados. En el caso de Bilbao, las organizaciones más influyentes las constituyeron la Acción Católica de la Mujer y Emakume Abertzale Batza. Esta parcela de actividad permitió a las mujeres saltar a la arena pública y

14 desafiar la concepción excluyente y masculina de la ciudadanía, así como desarrollar en el terreno público nuevas destrezas profesionales, que están en el inicio de la construcción del Estado social. Y todo esto lo realizaron a partir de una identidad muy poderosa que fue la de la madre social. Finalmente y para terminar, me gustaría destacar la labor de las mujeres en el terreno político y me gustaría hacerlo de la mano de las mujeres nacionalistas. Las he elegido a ellas porque en los sectores de las clases medias fueron indiscutiblemente las mujeres más activas políticamente y las que con su participación consiguieron hacer del nacionalismo vasco un movimiento de masas. Su implicación como oradoras y propagandistas en mítines y actos públicos no se produjo desde ninguna otra organización política. De esta manera, ellas crearon una nueva imagen, insólita para la época y moderna, de mujer política. El impacto de este movimiento de mujeres nacionalistas con sus insignias expresión de esa politización, fue puesto de manifiesto por Josefina Carabias en un reportaje en la revista La Estampa sobre estas mujeres, en abril de 1933. La percepción de la periodista quedó tan impactada que las mujeres nacionalistas, de ser un grupo pasaron a representar a todas las mujeres de Bilbao. Decía esta periodista: “En Bilbao todas las mujeres llevan insignias de carácter político en la solapa del abrigo o en la cinta del sombrero. Es un detalle curioso, que, sin duda, no se observa en ninguna otra capital española. No es extraño, porque Bilbao es quizá el sitio donde las mujeres se han lanzado a la lucha política de modo más decidido y belicoso” Josefina Carabias “¡Mujeres a votar!, Estampa, núm.27, 22 de abril de 1933. Me gustaría utilizar los recuerdos de Polixene Trabudua, una mujer que nació en 1912 en Sondika y fue una de las más famosas oradoras del nacionalismo vasco de los años treinta, para transmitiros esa sensación de transgresión y de estar rompiendo moldes, que significó la presencia de estas mujeres en el espacio público. “Tú sabes lo que era un mitin, por ejemplo en Fuenterrabía, en un frontón lleno, lleno, lleno, que había gente de todo Iparralde… El sentir que había dos mujeres y dos hombres hablando en ese mitin. Que eso no se había visto nunca, ni en España tampoco. No se había visto”. “A mí muchas veces en Sondika me llamaban marimacho. Me dijo un día Mariano, un monárquico que vivía allí:, con un

15 desprecio tremendo. Yo era muy femenina. Yo era tremendamente femenina. He sido una mujer eminentemente femenina. Me tildaba de macho porque era moderna, porque llevaba una vestimenta un poco atrevida. Yo era muy criticada, muy criticada y muy admirada al mismo tiempo, e imitada también. Yo creo que sí hicimos nuestra pequeña laborcita ¿eh?. Yo creo que sí hicimos ¿verdad?, para modernizar un poco las mentalidades de tanta maternidad y paternidad y la mujer en casa y la mujer sacrificada y la mujer buena y la mujer, la mujer, la mujer. Jamás a la mujer se le ocurrió que podía poner pantalones, jamás, pero sí unas faldas un poco plisadas, un poco largas, unas botas y unas camisas de cuadritos… Ser un poco viril y de vestirte un poco… con faldas plisadas y anchas y botas… No era signo de virilidad. Era signo de libertad. De sentirte libre, de poder ser igual que los hombres en muchas cosas. Yo creo ¿eh?” (Polixene

Trabudua, entrevista II 17-1-1999) Estas mujeres actuaron y se movilizaron a partir de lo que Temma Kaplan dio en llamar la conciencia femenina, es decir, a partir de aquellos impulsos colectivos que se organizan inicialmente con el fin de asegurar los derechos que las obligaciones de las mujeres como madres, esposas o hermanas, llevan consigo. Para terminar, me gustaría utilizar unas palabras de Polixene que muestran, esto que estamos hablando. Se trata del relato de una acción emprendida por las mujeres de EAB, porque sus novios hijos y familiares se encontraban presos en la cárcel de Larrínaga por realizar pintadas contra la llegada de Alcalá Zamora a Bilbao en abril del 1932. La acción que fue, en concreto, una manifestación de mujeres por el Arenal fue interceptada por los guardias de asalto de la República, popularmente llamados pichis, y terminó con disolución violenta del acto. “No tuvimos nunca el empuje que luego tuvo la mujer en esa corriente que tú dices feminista. No, aquello eran impulsos nacionalistas. Pero inconscientemente ya creíamos en la superioridad de la mujer. Inconscientemente, porque tomamos una decisión como tomamos nosotros de hacer aquella manifestación y enfrentarnos a los pichis y allí estábamos la representación de todas las mujeres…Nosotras nos sentimos muy contentas de lo que hicimos… por eso es tan importante la acción de las mujeres, porque una mujer, en un momento dado, en una circunstancia dada, una orientación que dé, o una actitud, o un mitin o una palabra, puede cambiar el transcurso de los acontecimientos” (Polixene Trabudua, entrevista I, 10-10-1998)

Este reconocimiento, por parte de Polixene, de la fuerza de las mujeres y del valor de la acción femenina para cambiar los destinos de la Historia; así como muchas de las actitudes y decisiones personales que hicieron las mujeres durante aquellos años, nos permiten hablar de la existencia en embrión de lo que en la segunda mitad del siglo XX nosotras llamaremos la toma de conciencia feminista.

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