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Manuelle Peloille
Manuelle Peloille Université Paris-X, Nanterre
LA IMAGEN DE LA REVOLUCIÓN RUSA EN ESPAÑA: AMPLIFICACIÓN Y PERMANENCIAS AÑOS VEINTE-NOVENTA DEL SIGLO XX Al principio de esta labor de investigación en proceso está la impresión de “haber ya visto después” los argumentos y tesis del discurso anticomunista de los años veinte, tanto en Francia como en España. Dicho de forma más directa, este discurso que se amplifica después de los informes Kruschev y Suslov de los cincuenta y se suelta del todo con la caída del muro de Berlín ya estaba configurado desde la institución de la URSS si nos atenemos al análisis de fuentes tan diversas como artículos de prensa, ensayos, relatos de viaje a la URSS o carteles. Dentro del marco de esta presentación, me limitaré a estudiar el discurso anticomunista en el punto de partida, en el transcurso de los años 1917 a 1936. Aludiendo al reciente derrumbe de la Unión soviética en el año 1991, el director de una fábrica del norte de Francia le espetó al delegado sindical estas cuatro palabras: “Se acabó el juego”. La partida había terminado por desaparición de uno de los jugadores. Podrían resumir el alcance histórico de lo que durante más de siete decenios fue foro de unos, espantajo de otros, pero punto referencial de la historia del siglo XX: el comunismo. También llamado bolchevismo, fue punto de referencia, o mejor dicho, polo con carácter hegemónico, en el sentido que representó un terreno en el cual tenían que situarse todas las componentes del abanico político, estuvieran en pro o en contra. Tal planteamiento vale para la España desde fines de la Restauración hasta la guerra civil. El alcance histórico de la Revolución Rusa, es decir el cambio del conjunto de una sociedad a partir de sus fundamentos, tarda unos años en valorarse, tanto entre los simpatizantes como entre los enemigos. En un primer tiempo, estos prefieren entonces la respuesta violenta. Entre 1917 y 1922, España observa a Rusia dudando, con alegría o temor según, de la estabilidad de la Revolución. En 1922 se da un cambio: los bolcheviques salieron victoriosos de los blancos y del bloqueo aliado y se crea la URSS; en España el movimiento obrero español cae unos meses antes del pronunciamiento militar, por la represión y la división del movimiento obrero. Es entonces cuando el discurso anticomunista de la derecha se va elaborando de cara a una lucha larga, y percibe la necesidad de unir al combate físico nuevos cauces de captación de las aspiraciones populares. El discurso anticomunista, como crítica abierta al socialismo ruso en su conjunto, en sus bases o en un aspecto concreto, es con la adhesión de las masas una muestra de este lugar hegemónico que ocupa en el mundo y en España. Cualesquiera que sean las fuentes, podemos comprobar cómo el anticomunismo pondera en negativa el alcance histórico de la Revolución soviética. El anticomunismo procede de dos tradiciones opuestas. La más clara corresponde al tratamiento católico de la cuestión social que se expresaban en ABC o en El Debate y a la incipiente corriente fascista que aparece a principios de los treinta en la publicación La Conquista del Estado. La otra tradición procede del modelo de las Luces y Revolución francesas, y está presente entre los republicanos y socialistas cuyos medios de comunicación privilegiados son La Libertad y El Sol. Por muy dispares que sean estas tradiciones, con la correspondiente diferencia de juicios sobre el comunismo, también coinciden en algunos blancos. El conjunto de las opiniones y juicios anticomunistas configura una visión histórica del comunismo, que se fija desde los años veinte y casi no cambia hasta el derrumbe de la URSS a principios de los años noventa del siglo XX.
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La imagen de la Revolución Rusa en España
Para cada parte hemos procurado abstraer lo común en el anticomunismo de las diferentes componentes sin detenernos en variantes. Anticomunismo desde planteamientos liberales La característica de la opinión liberal ilustrada es que critica el comunismo en función de principios universales de libertades individuales y civiles, sin afirmar intereses de grupo o de clase, y es una gran diferencia con la derecha, sea católica o fascista a partir de los años treinta. Su referencia mayor es el liberalismo francés. Y la Revolución Francesa llevaba un marcado carácter político. La tradición distinta de Rusia, su historia, la carencia de teoría política de los soviéticos (reconocida por el mismo Lenin) puede explicar el malentendido entre los liberales españoles de los veinte y la herencia reivindicada por los bolcheviques, ya que de manera unánime, el comunismo viene opuesto a la Revolución Francesa en el discurso de intelectuales como Marcelino Domingo y otros olvidados bajo el telón de la posteridad: El bolchevismo y el fascismo representan en el fondo lo mismo dos negaciones integrales del sistema que se estableció en Europa al promulgarse los ‘Derechos del Hombre y del Ciudadano’ (Domingo 1927)
El juzgar la Revolución Rusa con un modelo convertido en efigie almidonada impide a los que lo formular calibrar, ponderar lo que representa a escala histórica, mientras sus enemigos sí lo hacen. Poco liberal (de cien estudiados, cinco) valora el alcance histórico de la Revolución rusa de la manera que se puede leer a continuación: Una revolución es un fenómeno social y políticamente libertador, por el cual ascienden a participar en la soberanía y en la propiedad las clases excluidas de ellas; apresura la marcha total de la evolución humana y responde a un ideario común para todos los pueblos. En cambio, el golpe de Estado es la reacción violenta de un régimen contra la extensión de la soberanía popular y la progresión de los idearios políticos; es decir, una limitación de la marcha social en el espacio y en el tiempo. (Alomar 1922)
Si bien la oposición entre liberales y católicos o fascistas resulta clara y se concreta durante la guerra civil, sobre el tema del comunismo se observan coincidencias, en las bases del rechazo. Anticomunismo: encuentros En lo político, las palabras que más aparecen vinculadas con “comunismo” o “bolchevismo” son “poder personal”, “poder del Estado”, “dictadura”, y ya “totalitarismo”, antes de los famosos desarrollos posteriores de Hannah Arendt. Esto tanto en El Sol como en ABC1. Ahora bien, los liberales critican la dictadura o el autoritarismo y se fijan en la forma de gobierno independientemente de los intereses opuestos que presiden a su instalación, y llegan a asimilar a menudo comunismo a fascismo. A cambio, los católicos y los fascistas denuncian la ausencia de libertades para ofrecer e imponer otro régimen de coacción de libertades, planteándose qué intereses están en juego. Tienen en cuenta la existencia de contradicciones en la sociedad y se colocan en estos juegos de contradicciones. 1
Se encuentra en personajes tan distintos como el socialista Luis Araquistain, Juan Guixé, el encargado de política internacional Andrés Revész, Eduardo Ortega y Gasset, José Plá.
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El anticomunismo desde planteamientos católicos o fascistas El anticomunismo de derechas tiene dos formas: una orientada hacia la acción, que se concreta en la persecución física de los comunistas o simpatizantes y en la coordinación de fuerzas a nivel nacional y mundial como la organización ginebrina Entente internationale contre la Troisième Internationale de Théodore Aubert. Y, una segunda forma de este anticomunismo, que hoy nos ocupa, vinculada a la primera, la forma ideológica. Vinculada porque primero la respuesta violenta a los intentos socialistas no pueden valer a medio y largo plazo, así que necesita legitimación en el pensamiento. Segundo porque la forma práctica puede canalizar y aprovechar el pensamiento orientado hacia la elusión del nodo de la cuestión social. Entre católicos (de hecho divididos) y fascistas cabe recordar contradicciones que cobrarán todo su significado a principios del franquismo, cuando Falange e Iglesia luchen por el control de la sociedad. Pero los ponemos juntos porque sobre el tema del comunismo tienen un punto común fundamental. Ambos quieren evitar que las luchas sociales cobren forma política. Los dos pretenden encauzar las aspiraciones obreras, completando la lucha frontal. Evidentemente, el fascismo asocia a esta voluntad la componente de violencia, que la Iglesia rehúsa en sus planteamientos. El fascismo, asimismo, es más reciente, mientras que los católicos echan mano de una tradición de catolicismo social desarrollada durante el siglo XX. Lo que ante todo se ofrece al lector de las columnas del ABC o de El Debate, pobladas por escritos de firmas completamente olvidadas (Álvaro Alcalá-Galiano, Ángel Herrera, Manuel Graña, Salvador Minguijón2) es un par se motivos despectivos utilizados para caracterizar el comunismo: la enfermedad (con la larga lista de palabras que no cabe enumerar aquí: morbo, enfermedad, profilaxis, antídoto) y la destrucción (ruina, caos…). Estos motivos no son de uso exclusivo de los autores adscritos a la derecha ya en los años veinte. Conforme se va desmoronando el comunismo durante el siglo XX, a partir de la muerte de Stalin, se extienden a amplias capas de la opinión, y salen del estrecho medio de la derecha tradicional y extrema. Aparentemente, estos motivos, que aparecen de manera repetitiva, no tienen gran interés que la iteración de una idea negativa del enemigo. Pero su otra función es apoyar un ataque al nodo del problema. Lo que está en juego aparece a las claras: el anticomunismo se impone porque es destrucción de un régimen de propiedad, del capitalismo, del orden social derivado de éste. Aparece pues claramente bajo las plumas del significado histórico del comunismo. Al cambiar las bases de una sociedad, la cambia en su conjunto. No afectan tanto a los editorialistas de El Debate las conquistas sociales de los sindicatos como la reducción de jornada o los incipientes seguros. En cuanto al motivo de la enfermedad, también apoya el desarrollo de estrategias de lucha indirecta para encauzar a las aspiraciones populares. Tomemos como ilustración los planteamientos de un Salvador Minguijón, a quien destacamos por analizar de manera distanciada y objetiva a la postura contraria: Fuerzas proletarias, que se gastaban en una lucha estéril y perturbadora, contra el orden social, pueden cambiar sus objetivos y emplear en la consecución de aspiraciones sensatas energías qua antes se ofrendaba a la quimera de utopías disolventes. (Minguijón 1924) 2
Pueden leerse en especial los artículos de Alcalá-Galiano, “La ‘reacción’ contra la anarquía” (1922) y “El comunismo y la revolución” (1924); de Manuel Graña, “Ejemplo de un dictador” (1923) y de Salvador Minguijón, “Ideas políticas. Sufragio universal y representación de clases” (1926a), “Ideas políticas. Las razones de la representación por clases” (1926b), “Ideas políticas. Sobre los sistemas de representación” (1926c), “Ideas políticas. La solución del sufragio sincero y de la propaganda libre” (1926d), “El sufragio universal y el comunismo” (1927). Ángel Herrera firmaba por su parte los editoriales de El Debate durante los años veinte.
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En los artículos que Ramiro Ledesma Ramos escribe en su revista La conquista del Estado a partir de 1931, también está presente esta voluntad de encauzar el movimiento social3. Pero a la postura católica se añade durante los primeros meses de la República un intento de captación de las ansias populares en nombre de la juventud y del revolucionarismo, puesto en primer plano. Detrás de aquello se esconde la defensa de la continuidad nacional española. Después, al fracasar este intento, la promoción de lo nacional como elemento federativo de las clases sale en primer término, en su lucha contra el comunismo: Frente al comunismo, con su carga de razones y de eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que representa para nosotros el origen de toda empresa humana de rango airoso. […] Frente al comunismo no hay sino una fidelidad de cada gran pueblo a sus destinos. […] Frente a la empresa comunista cabe la empresa nacional. El hundir las uñas en el palpitar más hondo. El sentirse llamado a la genial elaboración de elaborar humanidad plena. (Ledesma Ramos 2004: 62-63)
La observación de las corrientes anticomunistas durante los años veinte permite al historiador o al curioso ver a la vez las conexiones entre las que compondrán la base del franquismo, y al mismo tiempo distinguirlas. Conclusiones Durante los años veinte, se van inaugurando dos tradiciones de anticomunismo: la liberal que toma como referencia la Revolución Francesa y la católica o fascista que sale por un régimen social determinado. Más que inaugurar, continúan la tradición de antisocialismo del siglo XIX, con el mismo ideario y los mismos motivos, bien en nombre del liberalismo ideal, bien en nombre del control y mantenimiento de la hegemonía social. Con fines de lucha, resulta que en los años veinte la derecha anticomunista toma muy pronto la medida del intento soviético, al revés de los liberales que siguen anclados en un modelo desligado de las condiciones sociales de su tiempo. Para los primeros el anticomunismo es arma de combate directo e indirecto capaz de aglutinar en torno suyo a amplias capas de la sociedad, y no solamente altas. Los años veinte son fundamentales para entender la creación de un modelo español de atajo de todo lo que huela a socialismo, modelo cuya plasmación encontraremos durante el decenio de los treinta, durante el cual asimismo se aglutinan en torno al polo ruso parte de los que diez años antes lo miraron con recelo. En el transcurso del siglo XX, los ataques en un primer tiempo circunscritos al ámbito de la derecha cunden hasta encontrarse en el pensamiento liberal del continente europeo, sobre todo una vez que el prestigio ruso heredado de su papel en la segunda guerra mundial empieza a decaer.
Bibliografía -ALCALÁ-GALIANO, Álvaro (1922): “La ‘reacción’ contra la anarquía”, en ABC. -ALCALÁ-GALIANO, Álvaro (1924): “El comunismo y la revolución”, en ABC. 3
Estos textos se encuentran en Ramiro Ledesma Ramos, Obras completas (2004)
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-ALOMAR, Gabriel (1922): “La cuarta Roma”, en La Libertad. -DOMINGO, Marcelino (1927): “El régimen democrático, solución”, en La Libertad. -GRAÑA, Manuel (1923): “Ejemplo de un dictador”, en El Debate. -LEDESMA RAMOS, Ramiro (1931): “Nuestra batalla. Frente al comunismo”, en La Conquista del Estado. Barcelona: Nueva República, tomo III, pp. 62-63. -LEDESMA RAMOS, Ramiro (2004): Obras completas. Barcelona: Nueva República. -MINGUIJÓN, Salvador (1924): “La situación actual y los problemas sociales”, en El Debate. -MINGUIJÓN, Salvador (1926a): “Ideas políticas. Sufragio universal y representación de clases”, en El Debate. -MINGUIJÓN, Salvador (1926b): “Ideas políticas. Las razones de la representación por clases”, en El Debate. -MINGUIJÓN, Salvador (1926c): “Ideas políticas. Sobre los sistemas de representación”, en El Debate. -MINGUIJÓN, Salvador (1926d): “Ideas políticas. La solución del sufragio sincero y de la propaganda libre”, en El Debate. -MINGUIJÓN, Salvador (1927): “El sufragio universal y el comunismo”, en El Debate.
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