La Iniciación Masónica

La Iniciación Masónica WALTER LESLIE WILMSHURST La Iniciación Masónica El vuelo de Dédalo e Ícaro Jacob Peter Gowy (1615 – 1661) 5 La Iniciaci

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La Iniciación Masónica

WALTER LESLIE WILMSHURST

La Iniciación Masónica

El vuelo de Dédalo e Ícaro

Jacob Peter Gowy (1615 – 1661)

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La Iniciación Masónica WALTER LESLIE WILMSHURST

Publicado en 1924 Título original:

The Masonic Initiation Traducción: Alberto Moreno Moreno

SERIE AZUL [TEXTOS HISTÓRICOS Y CLÁSICOS]

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PUEDE PEDIR ESTA OBRA EN: www.masonica.es O SOLICITARLA DIRECTAMENTE A

[email protected]

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La Iniciación Masónica

Título original: The Meaning of Masonry Autor: Walter Leslie W ILMSHURST

editorial masonica.es SERIE AZUL (Textos históricos y clásicos) www.masonica.es © EntreAcacias, S. L. (de la edición) © Alberto Moreno Moreno (de la traducción) EntreAcacias, S. L. Apdo. de Correos 32 33010 Oviedo Asturias (España) Teléfono/fax: (+34) 985 79 28 92 Correo electrónico: [email protected] 1ª edición: noviembre, 2011 ISBN (edición impresa): 978-84-92984-68-8 ISBN (edición digital): 978-84-92984-69-5 Depósito Legal: SE-8525-2011 Impreso por Publidisa Impreso en España

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).

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Cette traduction est dédiée à Candela, ma chère filleule. ALBERTO MORENO MORENO

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Walter Leslie Wilmshurst (1867–1939)

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Índice Introducción: Masonería y Religión

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I.

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De la oscuridad a la luz Iniciación real e iniciación ceremonial El propósito de los Misterios La Logia ideal

II.

Luz en el Camino Conócete a ti mismo La letra «G» La escalera de Jacob La superestructura La soga El mandil El viento Buscando un maestro El salario La ley de la montaña Del trabajo al descanso La Gran Logia Celestial

III. La plenitud de la luz: observaciones y ejemplos El Apocalipsis: una alegoría de la Iniciación

31 37 51 61 65 72 78 88 97 107 112 116 124 129 137 145 151 167

IV. Pasado y futuro de la Orden Masónica El pasado El futuro

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Epílogo

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Introducción MASONERÍA Y RELIGIÓN

E

ste libro pretende ser una secuela y ampliación del volumen previo El Significado de la Masonería, publicado en 1922 y constituido por una serie de textos escritos con la esperanza de que pudiesen despertar el interés de los miembros de la Orden respecto a sus aspectos más profundos y filosóficos. Este libro encontró una acogida sorprendentemente cálida en todas partes del globo, y está siendo reimpreso por tercera vez. Cualquier satisfacción personal por su aceptación queda eclipsada por la gratitud y el placer, aún mayor, ante el hecho de que la Fraternidad esté experimentando un amplio y rápido crecimiento, que se está viendo acompañado del correspondiente deseo de comprender el significado y propósito del sistema masónico de una forma mucho más profunda de lo que ha sido el caso hasta ahora. La Orden Masónica parece estar regenerándose a sí misma de forma gradual y, tal y como indiqué, esa regeneración no debe suponer una mejora únicamente para el beneficio moral e ilustración de los masones individuales y sus logias, sino que en última instancia debe ejercer un efecto favorable sobre el marco en el que ellos existen, que es la Fraternidad Masónica en su conjunto. En estas circunstancias se hace posible hablar con mayor extensión, y quizá también de forma más sentida, sobre una materia que, tal y

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como un gran número de testimonios públicos y privados me han revelado, está siendo objeto de un interés cada vez mayor por parte de un gran número de hermanos de la Orden. Por ello les ofrezco estos escritos añadidos, contemplando el mismo objeto de estudio que antes, pero bajo una forma distinta y desarrollando más extensamente cuestiones que antes fueron tratadas de forma superficial. Al hablar de Iniciación Masónica no me refiero únicamente, desde luego, a la ceremonia y ritual de entrada a la Orden, sino a la Francmasonería Especulativa contemplada como sistema, dentro de los límites de los Grados Simbólicos y el Santo Arco Real; un método especializado de guía intelectual e instrucción espiritual; un método que ofrece a sus devotos, de forma simultánea, una interpretación de la existencia, una regla de vida, y un medio de gracia, de alcanzar y adentrarse en una vida y Luz de orden sobrenatural. Siendo la Masonería esencial y expresamente una búsqueda de la Luz, estos escritos están ordenados sistemáticamente conforme a los pasos de esa búsqueda. Tratan en primer lugar de la transición de la oscuridad a la luz, a continuación sobre el sendero mismo y la luz que debe encontrarse en él, y finalmente versa sobre la plenitud de lo conseguido como resultado de seguir ese sendero fervorosamente hasta su conclusión. En una plancha final he revisado el pasado de la Orden y analizado sus tendencias presentes y posibilidades futuras. En su celo por apreciar y obtener el mayor provecho de su pertenencia a la Orden, algunos miembros encuentran difícil de definir y ubicar la Francmasonería. ¿Es una religión, una filosofía, un sistema de moral, o qué es? A la vista del creciente interés en este aspecto, resulta conveniente aclarar de entrada este punto. La

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Masonería no es una religión, aunque contiene elementos de marcado carácter religioso y muchas referencias religiosas. Un hermano puede afirmar legítimamente, si lo desea (y muchos lo dicen), «la Masonería es mi religión», pero no está legitimado para catalogar y tildar la Masonería ante otras personas como religión. Basta asomarse a nuestra Constitución para contemplar con nitidez que nuestro sistema está creado para existir al margen e independientemente de la Religión; que todo lo que la Orden pide a sus miembros es una creencia en la Deidad y que se ajuste a la Ley Moral, siendo cada hermano libre de profesar cualquier forma de religión o culto que le plazca. Tampoco es la Masonería una Filosofía, aunque tras ella se encuentre un gran trasfondo filosófico que no aparece en su superficie (rituales y doctrina), sino que es dejado para que los hermanos lo descubran por medio de la investigación y el esfuerzo. Ese trasfondo filosófico es una Gnosis o Enseñanza de Sabiduría tan antigua como el mundo, y ha sido compartida tanto por los védicos orientales, como por egipcios, caldeos, por los sistemas órficos de iniciación, las escuelas platónica y pitagórica, y por todos los templos mistéricos del pasado y del presente, ya sean cristianos o de otra fe. El actual renacimiento de la Orden Masónica parece causar un marcado, si bien gradual, aumento de interés en esta filosofía, lo que probablemente redundará en una restauración general de los Misterios, ausentes a lo largo de los últimos dieciséis siglos. Abordaremos este aspecto con mayor extensión en la última sección del libro. La descripción oficial de la Masonería la describe como un Sistema de Moralidad. Esto es cierto en dos sentidos, aun cuando únicamente se piensa en uno. La ex-

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presión se interpreta habitualmente como un planteamiento ético. Pero los hombres no necesitan entrar en una organización secreta para aprender moral o estudiar ética, ni es precisa una organización de elaborado ceremonial para enseñarlas. La ética elemental puede ser, y de hecho es, aprendida en el mundo profano, y es ahí donde debe ser aprendida para llegar a ser un miembro decente de la sociedad. La posesión de estrictos principios morales, como todo masón sabe, es un requisito preliminar para ingresar en la Orden; nadie entra en ella para adquirirlos tras su iniciación. Es cierto que la Orden insiste con énfasis en la práctica celosa de ciertas virtudes éticas como requisito indispensable para aquellos que pretenden adentrarse en la ciencia del espíritu, y esta es la primera acepción y el sentido más obvio en que se emplea la expresión sistema de moralidad. Pero la palabra Moralidad, en su significado original, y también en su connotación masónica, tiene otro sentido, el que tiene cuando hablamos de auto moral. Un auto moral o moralidad es un medio literario o dramático1 de expresar la verdad espiritual, mostrándola de forma alegórica y conforme a ciertos principios y costumbres debidamente establecidos, mores, equivalentes a uso o ritual, de la misma manera que los eclesiásticos hablan

En el teatro medieval europeo surge como forma teatral el Auto, que se subdivide en tres géneros: Milagros, Misterios y Moralidades. Los Milagros se referían a los realizados por la Virgen o algún santo. Los Misterios eran escenificaciones de la vida de Cristo y se agrupaban en torno a dos ciclos: la Navidad y la Pasión – Resurrección. Las Moralidades tenían carácter alegórico (los personajes representaban la Virtud, el Vicio, la Muerte, la Fe, la Esperanza...) y ofrecían una enseñanza moral. 1

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de El Uso (o Liturgia) de Sarum2. En el mismo sentido las Moralia de Plutarco constituyen una amplia serie de disquisiciones sobre los usos de las antiguas escuelas mistéricas. Por lo tanto, un sistema de moralidad significa de forma secundaria un método sistemático y dramatizado

de disciplina moral e instrucción filosófica, basado en antiguos usos y prácticas establecidas durante largo tiempo. El método en cuestión es el de la Iniciación. El

uso y la práctica son la alegoría y el símbolo, y constituye el deber del francmasón trabajar en su interpretación si desea comprender el sistema e interiorizarlo en su universo personal. Si fracasa en esta tarea, el masón permanecerá —y el sistema provoca esto deliberadamente— en la Oscuridad, ignorante del verdadero contenido y secretos de la Orden, aunque sea formalmente miembro de ella. La Orden, es decir, el sistema de moralidad, garantiza únicamente su propia posesión de la Verdad. No pretende enseñarla, salvo a aquellos que se esfuerzan por conocerla. Pues la Verdad y sus auténticos arcanos nunca pueden ser comunicados directamente, sino a través de alegoría y símbolo, mito y sacramento. La carga de la interpretación debe correr siempre de parte del recipiendario, y será parte del trabajo que lleve a cabo en su vida. Hasta que él mismo se haga uno con la verdad, no sabrá en qué consiste esta. Debe cumplir la Voluntad antes de conocer la doctrina. «Ignoro por qué sucede así» —dijo San Bernardo de Claraval referente a la alegoría y al símbolo— «pero cuanto más veladas resultan las realidades espirituales, más atractivas y deliciosas resultan, y nada estimula más el deseo de ellas que ese tierno disimulo».

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Nombre latino de Salisbury. 17

Así pues, la Masonería, como sistema de moralidad, no es ni una religión ni una filosofía, sino simultáneamente una ciencia y un arte, una teoría y una práctica. Y esta fue la manera en que siempre procedieron las Escuelas de la Antigua Sabiduría y Mistéricas: primero mostraban al aspirante a discípulo una imagen del Proceso de la Vida; le enseñaban la historia de la génesis del alma y el descenso a este mundo; le descubrían su estado actual, imperfecto, restringido y desafortunado; y finalmente le indicaban que había un método por medio del cual podía ser perfeccionado y recuperar su condición original. Esta era la mitad científica de sus sistemas, un avance del programa teórico ofrecido a los discípulos para que tuviesen una adecuada comprensión del propósito de los Misterios y de lo que implicaba la admisión en ellos. A continuación seguía la otra mitad, el trabajo práctico que el discípulo debía llevar a cabo sobre sí mismo, purificándose, controlando su naturaleza sensual, corrigiendo sus tendencias naturalmente indisciplinadas y sometiendo su mente, sus procesos mentales y su voluntad por medio de una rigurosa regla de vida y forma de vivir. Una vez que mostraba aptitud tanto en la teoría como en la práctica y podía soportar ciertas pruebas, solo entonces y no antes se le concedía el privilegio de la Iniciación, un proceso secreto, conferido por Maestros ya iniciados y expertos, cuyas características nunca se comentaban salvo en el mismo proceso. Tal era, en pocas palabras, la pretérita ciencia de los Misterios, ya fuese en Egipto, Grecia, o cualquier otra parte, y es esa ciencia la que, de forma muy resumida y diluida, es perpetuada y reproducida en la moderna Masonería. La intención de este libro, así como del anterior —El Significado de la Masonería— es subrayar y demostrar

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este hecho en la esperanza de que, una vez sea comprendida la verdadera intención de la Orden, esta pueda comenzar a cumplir su destino original y se convierta en un instrumento de auténtica eficacia iniciática en lugar de ser, como hasta ahora, una asociación de índole únicamente social y benéfica. Por supuesto, el lugar y misión de la Masonería no pueden ser adecuadamente apreciados sin estar familiarizados con la Masonería Mistérica de la antigüedad, pues como escribió el poeta Patmore, profundo conocedor de los Misterios:

¡Solo a través del Camino Viejo se descubre el Camino Nuevo, Y únicamente desde las Antiguas Colinas se divisa el paisaje! Save by the Old Road none attain the new, And from the Ancient Hills alone we catch the view! Puesto que la Masonería tiene el propósito anteriormente comentado, si bien no es una religión, resulta adaptable y consistente con todas y cada una de ellas. Pero es capaz de ir más allá, pues la intención de una orden iniciática (como lo era de las órdenes monásticas de las antiguas iglesias) es proporcionar un nivel de instrucción superior y transmitir una Sabiduría más profunda que la enseñanza elemental que ofrece la religión popular y pública; y al mismo tiempo exige una disciplina personal más rigurosa e impone requisitos mucho más severos sobre la mente y la voluntad de sus adeptos. La enseñanza religiosa popular de cualquier sociedad, ya sea cristiana o no, considera a las masas incapaces de asimilar un alimento más fuerte y de adaptarse a

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una disciplina rigurosa; está acomodada al simple entendimiento del hombre de la calle, que camina a medio paso por el camino de la vida. La iniciación está reservada al experto, al resuelto atleta espiritual, capaz de afrontar los más profundos misterios del ser y dispuesto a alcanzar en cuanto sea posible las alturas a las que sabe que puede alzarle su propio espíritu una vez haya despertado. ¿Acaso no es debido el actual declive de interés en la religión popular y en el culto público —si no totalmente, sin duda en gran medida— no ya a la irreligiosidad, sino al hecho de que la religión convencional no satisface las necesidades espirituales y racionales de un público forzado y obligado por las exigencias de la vida moderna a insistir en una clara comprensión y un firme apoyo intelectual respecto a cualquier forma de guía espiritual que se muestre dispuesto a aceptar? ¿Acaso no se debe el abandono de las iglesias por parte de tantas personas honestas y de mentalidad esencialmente devota, que abrazan otras formas de expresión religiosa, incluida la Masonería, a esa razón y al hecho de que las religiones, al tiempo que inculcan la fe, ofrecen esperanza y proclaman el amor, fracasan por completo en proporcionar lo que los Misterios del pasado siempre mostraron: una clara explicación filosófica de la vida y el universo (no pruebas, pues en lo concerniente a las verdades últimas son imposibles, pero sí un motivo intelectual para abandonar las cosas de los sentidos y dedicarse al espíritu)? Nada más lejos de mi intención en estas páginas que exaltar la Masonería a costa de cualquier religión o credo existente, o sugerir una competencia entre instituciones que no son ni pueden ser antagónicas, sino muy al contrario, complementarias. Tan solo estoy constatando el mero hecho de que el favor popular ha cam-

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biado, y seguirá cambiando, en dirección al mercado que mejor provea esas necesidades, y que actualmente muchos sienten que las iglesias fracasan en esa labor, o la llevan a cabo de forma insuficiente o inadecuada. La cada vez mayor inteligencia humana ha excedido, no la verdad religiosa, pero sí algunas presentaciones de esa verdad que bastaron en unas condiciones sociales menos exigentes que las de hoy en día, y pide más alimento espiritual. Puede ser útil recordar cómo la situación era contemplada no hace mucho por una mente privilegiada y racialmente distanciada de los credos y usos occidentales. Un maestro religioso hindú, un iniciado, que asistió al Congreso Mundial de Religiones de Chicago como representante de los védicos, realizó un itinerario de observación por América y Europa con la amable intención de comprender y asimilar sus organizaciones religiosas y métodos. Sus conclusiones pudieron resumirse de la siguiente manera: «El ideal occidental es hacer (ser activo); el ideal oriental es sufrir (ser pasivo). La existencia perfecta sería una maravillosa armonía entre ambos. Las organizaciones religiosas occidentales (iglesias y sectas) conllevan grandes desventajas, pues siempre están alimentando nuevos males que son desconocidos en el oriente por su ausencia de organización. La condición perfecta consistiría en una verdadera mezcla de estos métodos opuestos. Para el alma occidental está bien nacer en el seno de una iglesia, pero resulta terrible para ella morir en una, pues en la religión debe haber crecimiento. El joven es reprendido si no asiste o no aprende de la Iglesia de su nación; pero el anciano debería ser igualmente censurado si asiste a ella, pues debería haber superado lo que las iglesias ofrecen y haber alcanzado un orden de entendimiento y de vida religiosa más elevado».

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La misma conclusión fue expresada por un eminente y ardiente estudioso de las religiones de nuestro propio país: «la labor de la Iglesia en el mundo no es enseñar los misterios de la vida, sino conducir el alma a ese arduo grado de pureza en que Dios Mismo se convierte en su maestro. El trabajo de la Iglesia termina cuando el conocimiento de Dios comienza». En otras palabras, la ciencia de la Iniciación (en un sentido real, no meramente ceremonial) es precisa y comienza a ser aplicable solamente cuando la enseñanza espiritual elemental ha sido asimilada y se reclama un alimento más enriquecedor. El mismo autor, aun siendo un fiel miembro de la Iglesia Romana, afirma de forma franca y sincera que en todas las edades del mundo, el verdadero iniciado en los Misterios, sea cual sea su raza o religión natural, necesita siempre hallarse en un nivel de sabiduría espiritual superior al del no iniciado, ya sea cristiano o de cualquier otra fe. Tales testimonios apuntan a lo que muchos otros sentirán como una necesidad: la existencia de una ayuda complementaria o suplementaria más allá de la religión popular, alguna Escuela de Alto Grado, en el mayor aislamiento y privacidad, en la que se puedan estudiar y poner en práctica enseñanzas concernientes a los secretos y misterios de nuestro ser que no pueden exhibirse coram populo. Tal ayuda es proporcionada invariablemente por una orden secreta y un sistema iniciático, y el que tenemos a mano es la Francmasonería. Está por ver si la Fraternidad Masónica, tanto por su propio interés como por el beneficio de la sociedad, será capaz de obtener provecho de la oportunidad que se encuentra en sus manos. Puesto que tal intención parece darse en la Orden hoy en día, ofrezco las páginas de este y de mi

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anterior libro para cooperar en la obtención de un fruto que no puede ser sino para el bien general. Pero no permitamos que ninguno de nosotros, viendo cómo se le ofrece un sistema avanzado de instrucción espiritual, alimente jamás la idea de competir con ninguna otra comunidad, ni se permita el más mínimo pensamiento de desprecio o mofa hacia los que enseñen o aprendan en otras escuelas. La vida implica crecimiento. El bulbo de jacinto que se haya en la maceta ante mis ojos no permanecerá como un bulbo, cuya vida y tamaño quedan restringidos al nivel de la maceta que ocupan. Crecerá más de un pie de altura y entonces florecerá fragante, aunque sus raíces permanezcan en el suelo. De forma similar cada vida humana es como un bulbo plantado en algún tiesto, en alguna religión, en alguna iglesia. Si sigue verdaderamente la ley y los instintos reales de su naturaleza, crecerá muy por encima de la superficie de la maceta y finalmente florecerá en una conciencia que trascenderá todo lo que conocía en su estado de bulbo. Esa conciencia no será la del aprendiz, la del estudiante o la del neófito en los Misterios, sino que será la del Iniciado perfecto. Pero esa vida perfecta todavía estará enraizada en el suelo y, lejos de despreciarlo, se mostrará siempre agradecido a la maceta que hizo su crecimiento posible. Por ello la Masonería nunca despreciará las formas más sencillas o menos avanzadas de instrucción intelectual o espiritual. El masón, más aún que el resto de los hombres y en un sentido más profundo e intenso, obedecerá el antiguo mandamiento «Honrarás a tu padre y a tu madre». Sea cual sea la forma o el nombre bajo el que se presente la idea de Dios a él o a sus semejantes, él honrará al Padre Universal. Y en cualquier suelo de la Madre Tierra, o en cualquier división de la Madre Iglesia

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en que recibiese alimento durante su infancia, él honrará a esa Madre, de la misma forma que está obligado a honrar a su propia logia madre, encontrando en cada una de esas divisiones el reflejo temporal de otra Madre, progenitora sobrenatural descrita como la Madre de Todos Nosotros. Debo añadir algo respecto a un punto en concreto. Un escritor con vocación didáctica y deseoso de ayudar a sus hermanos tanto como sea posible en la comprensión de la Masonería, se encuentra en un estado de verdadera ansiedad, buscando la manera de escribir de forma que combine simultáneamente el deber de propagar esa ayuda y, al mismo tiempo, observar su deber de silencio. En mi anterior volumen expliqué que, respecto a las inevitables salvaguardas, debe observarse el debido secretismo, lo que también sucede en el actual texto. Ningún profano encontrará en estas páginas ninguno de los secretos distintivos de la Orden. Ningún masón, creo, hallará en ellas deslealtad, ni apreciará en ellas otra cosa que no sea el más sincero deseo de promover en todo lo posible los intereses de la Fraternidad. Más aún, las cosas que me permito decir están exentas de secreto en lo referente a la Orden, pues le conciernen y pertenecen a ella en justicia y en buena ley; y puesto que sus miembros han demostrado en repetidas ocasiones ser dignos de tal confianza, me siento justificado para dirigirme a ellos de forma aún más intimista que antes. En lo concerniente a los profanos, en cuyas manos no se puede impedir que acabe un libro publicado, lo que he escrito consiste en cosas ya muy habladas en otros medios de expresión en estos días, donde todo el mundo parece estar consagrado a la búsqueda de una guía en el oscuro sendero de la vida humana; y permi-

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tidme decir aquí que he recibido muchas y muy cálidas valoraciones de mi anterior libro tanto por parte de profanos como de masones, y que ha granjeado a la Orden una simpatía y buena voluntad que no existían previamente. Sin duda habrá ojos tan estrictos que contemplen toda mención pública a la Masonería como un atrevimiento. Tampoco quisiera ofenderles voluntariamente; pero por facilitarles un argumento que posiblemente pudiesen emplear, pueden considerar que el único obsequio que puedo ofrecer a la Orden en agradecimiento por todo lo que me ha aportado resulta una conducta masónica menos meritoria que la virtud negativa de mantener un rígido silencio cuando hay tanto que puede ser útil si es comunicado y compartido. Así me hare eco de un antiguo proverbio que proclama que el que contempla el viento no siembra, y el que observa las nubes no siega. Y aunque un vivo impulso de sembrar mi semilla me ha invadido durante la redacción de estas páginas, siempre se ha visto seguido del instinto de retener mi mano, aunque el primero ha prevalecido en mí. Y respecto a si la semilla cae en suelo masónico unas veces, y otras sobre otro terreno, ¿quién sabe si prosperará esta o aquella? Pero rezo porque ambas sean igual de buenas; pues, como continúa el mismo antiguo adagio, «la verdadera Luz es dulce, y es precioso para los ojos contemplar el Sol»; y hoy en día hay persianas bajadas por todas partes que aguardan a ser subidas, para así permitir penetrar la luz del Sol, que no pertenece en exclusiva a ninguna comunidad, sino que es para todos los hombres por igual. Habiéndome puesto así, espero, al orden a este respecto, y contemplando con ojos agradecidos el despertar de un nuevo orden de comprensión en la Fraternidad, permitidme proceder, en nombre de Aquel que es

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concebido bajo muchos nombres, a declarar la Logia abierta para el propósito de considerar la Masonería Simbólica en todos sus grados.

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El nacimiento de Palas Atenea Atalanta Fugiens, Michael Maier, 1617.

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Capítulo I DE LA OSCURIDAD A LA LUZ

N

o hay trabajo más útil ni necesario pendiente de ser llevado a cabo hoy en día en el seno de la Orden Masónica que la instrucción de sus miembros en el verdadero propósito de los ritos de Iniciación, de forma que puedan apreciar la razón de ser, la importancia y la trascendencia de la labor que la Orden está llamada a cumplir. Hasta ahora esa tarea educativa ha sido fatalmente ignorada, con el perjuicio para la Orden de que han sido admitidos candidatos incapaces de apreciar su propósito. Algunos miembros no quieren ser educados masónicamente. Se contentan con ostentar el nombre de masón, y se satisfacen con la repetición monótona y mecánica de unas ceremonias que no comprenden y con unas lecturas de instrucción que a su juicio contienen todo lo que hay que saber. Sin embargo, en cada logia pueden encontrarse hermanos que piden algo más que esto, que son conscientes de que la Orden fue concebida para unos fines mejores y más amplios; hermanos que, como sinceros buscadores de la Sabiduría y la Luz, ingresaron en la Orden con la esperanza de encontrarlas, pero que muy a menudo son repelidos por lo que encuentran en ella, o pierden interés al no ser satisfechas sus necesidades. Este libro está escrito con especial interés en ellos.

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Sin duda necesitamos miembros competentes y entrenados en el significado y simbolismo de la Masonería; no únicamente profesores que enseñen la letra del ritual y de las lecturas. El deber y la responsabilidad de proporcionar esta instrucción más amplia recae sobre aquellos que ostentan el cargo de Maestros Instalados. ¿Acaso no es su lugar en el Oriente de donde la verdadera luz debería irradiar constantemente, y desde donde se supone que deberían instruir en la Ciencia Masónica a aquellos que se sientan, en menor o mayor grado de oscuridad, en otros lugares de la logia? ¿Acaso no son ellos los representantes figurados del Rey Salomón, y vocales simbólicos de una Sabiduría más que humana? ¿No se ha elevado sobre cada uno de ellos la más solemne petición de que les sean otorgados Sabiduría para comprender, Criterio para discernir, y la Capacidad para hacer prestar obediencia a la Santa Ley que establece las condiciones de las que depende la verdadera Iniciación, de forma que puedan realmente iluminar las mentes de sus hermanos? ¿Cuántos Maestros Instalados son conscientes en sus corazones de poseer, o al menos intentan conseguir, ese conocimiento de nuestra ciencia, ese poder de elevar a otros desde la oscuridad a la Luz en cualquier sentido real y vital? Me habéis llamado ahora para ocupar la presidencia de esta gran Asociación de Maestros Instalados, cuya función es promover los mejores intereses para la Orden en este distrito. Al aceptar este cargo de honor, ¿puedo acaso emplearlo mejor que invitándoos, mis Venerables Colegas, a considerar conmigo algunas líneas sobre las que la verdadera instrucción masónica debería ser conducida, de forma que podamos elevar el nivel general de la ciencia masónica en nuestras respectivas logias, y al menos intentar justificar de forma más fundamentada nuestra pretensión de ser Maestros de ellas? 30

Mi propósito ahora es, por lo tanto, en primer lugar dar una idea de lo que la verdadera Iniciación implica, así como mostrar la gran diferencia existente entre ella y el paso meramente formal a través de las ceremonias de la Orden. En segundo lugar, explicar lo que la Iniciación significaba y todavía significa en los sistemas más secretos y avanzados, de los que la moderna Masonería ha surgido como una rama relativamente nueva de un árbol muy antiguo. Y finalmente, es mi propósito indicar cómo, y con qué gran eficacia, puede nuestro trabajo en la logia ser conducido si somos conscientes de la verdadera naturaleza y propósito de la Orden.

Iniciación real e Iniciación ceremonial Puede resultar una sorpresa para algunos miembros de nuestra Orden escuchar que nuestros ritos ceremoniales, tal y como se realizan actualmente, no constituyen ni confieren una iniciación real de ningún tipo, en el sentido original de introducir a un hombre en los solemnes misterios del alma humana y en la experiencia práctica en la Ciencia Divina. Las palabras Iniciación y Misterios se han popularizado y desvirtuado tanto que se emplean hoy en día para designar la familiarización de cualquiera con, por decir algo, el Mercado de Valores, o cualquier otra tarea que le sea ajena. Afirmamos que conferimos la Iniciación, pero pocos masones conocen lo que la Iniciación real implica. Muy pocos, me temo, tienen el deseo, la valentía y la fuerza de voluntad para hacer los sacrificios necesarios para su consecución, en el caso de que quisieran. En cualquier caso nuestros grados simbólicos esbozan un esquema 31

básico y fragmentario de lo que el verdadero proceso acarrea, y se deja a cargo nuestro ampliar ese esbozo por medio de nuestro propio esfuerzo y hacer de sus implicaciones una realidad tal que transforme nuestra vida por completo, o por el contrario considerarlo como un gran ceremonial por el que pasamos formalmente, dejando nuestra vieja e imperfecta naturaleza sin experimentar el más mínimo cambio en el proceso. Ahora bien, si la Masonería, con sus solemnes oraciones, juramentos y votos, significa algo, su verdadero propósito es promover la vida espiritual y el desarrollo de sus adeptos en un grado muy por delante de lo que consigue hoy en día. De otra forma no será más que una formalidad social, viéndose sus obligaciones y referencias religiosas relegadas a la condición profana e incluso a la blasfemia. Para prevenir esto se necesita una valiosa percepción del propósito fundamental del sistema iniciático y de la razón de su existencia, tras lo cual se procederá a comprender más cabalmente sus grados y símbolos en detalle. Pues sin tal conocimiento y comprensión no puede haber poder real ni ninguna fuerza impulsora espiritual tras nuestros ritos; y sin ese poder nuestras ceremonias no serán sino formalidades mecánicas e ineficaces. Las ceremonias se instituyeron originalmente para dotar de forma externa a un acto interno; pero donde no existe el poder interno para llevar a cabo tal acto, la ceremonia no supondrá nada ni proporcionará nada. Se puede seguir haciendo masones nominales por millares, pero únicamente se estará creando una gran organización de hombres que permanecerán tan en la oscuridad con respecto a los Misterios como siempre estuvieron. No se puede hacer un solo Iniciado verdadero salvo, como nuestras enseñanzas indican, con la ayuda de Dios y la más honesta cooperación de aque-

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llos cualificados para introducir en la Luz a un hermano que, en su corazón y no meramente de palabra, desee esa Luz, reconociéndose humildemente como pobre espiritual, falto de valor, sumido en la oscuridad e incapaz de encontrar esa Luz en otra parte o por su propio esfuerzo. Pues la Iniciación real implica una expansión de la conciencia del nivel humano al nivel divino. Todo sistema de Iniciación real, ya sea del pasado o del presente, está dividido en tres etapas claramente definidas, pues antes de que cualquiera pueda pasar de su oscuridad natural a la Luz sobrenatural y descubrir la Estrella Flamígera o Gloria en su propio centro, hay tres tareas distintivas que deben ser llevadas a cabo. Son las siguientes: En primer lugar, dar la espalda a las atracciones del mundo exterior, lo que implica la renuncia a las seducciones de todo aquello a lo que nos referimos como dinero y metales, así como la purificación y sumisión de las tendencias del cuerpo y de los sentidos. No todo el mundo es capaz ni está maduro para hacer esto; la vida natural se mantiene poderosamente atada a nosotros, y los hábitos incrustados no cambian con facilidad. Por ello, mientras cualquiera de estas atracciones de los sentidos nos embelesen y encadenen al disfrute físico, mientras nos encontremos en posesiones mundanas, nos hallaremos proscritos de la verdadera Iniciación al mundo sobrenatural. Esta labor de desapego y purificación personal es nuestro trabajo como Aprendices Entrados, y se le adjudica teóricamente el largo período de siete años. La razón para estos siete años de aprendizaje está basada en el principio septenario que opera en la Naturaleza. En cada ciclo de siete años las partículas materiales del cuerpo humano se renuevan por completo, quedando este enteramente reconstituido. Por medio

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de una disciplina de pureza de vida, dieta y pensamiento durante ese período, el organismo físico se limpia, sublima y se convierte en un eficiente vehículo para la transmisión de la Luz interior. Esta es la verdadera razón para el ascetismo, la gradual sustitución de los tejidos físicos groseros e impuros por otros refinados y purificados. En segundo lugar, el análisis, la disciplina y la obtención del control del propio mundo interior, es decir, de la mente, de los propios pensamientos, del intelecto y las facultades psíquicas. Esta tarea extremadamente difícil es la que debe desarrollarse durante el estadio de Compañero, al que se adjudica un período de cinco años, que con los siete anteriores suma doce. Debido a esto, el candidato que había completado debidamente este período tenía, en el sentido místico de los antiguos sistemas, doce años de edad, un punto al que volveremos a referirnos más adelante. Y, en tercer lugar, la última y mayor prueba, radica en la ruptura y sumisión de la voluntad personal, el desvanecimiento de todo sentido de personalidad e identidad, de forma que la insignificante voluntad personal pueda diluirse en la Voluntad Universal y la ilusión de una existencia separada e independiente dé paso a la conciencia de comunión con la Una Vida que impregna el Universo. Pues solo así se puede ser elevado de las condiciones irreales, discordantes y de muerte figurada a la Realidad Última, a la Paz y a la Vida Inmortal. Alcanzar este estado es alcanzar la Maestría, que implica una total dominación de la naturaleza inferior y el desarrollo de un orden de vida y facultades más elevado. Y de aquel que alcanzaba esta realidad se decía que tenía la edad mística de treinta años, sobre la que también volveremos.

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Estos tres trabajos o procesos son resumidos dramáticamente en nuestros tres grados. Todo masón se identifica con lo que significan al tomarlos ceremonialmente; y también se obliga a llevar su contenido a la práctica real en su vida subsiguiente. Pero es obvio que esa labor es una tarea muy ardua que exige todo el tiempo, un pensamiento persistente y las energías concentradas de cualquiera que se someta a ella. No se consigue pasando únicamente a través de una secuencia de ceremonias en tres meses sucesivos, al final de las cuales el candidato, lejos de ser un Iniciado, generalmente permanece como el mismo hombre asilvestrado y sumido en la oscuridad que era antes, sabiendo únicamente que ha sido pasado a toda prisa por tres ritos formales que le otorgan por el fin el augusto título de Maestro Masón. Por ello podemos afirmar con justicia que la Masonería, practicada de forma tan poco inteligente como se realiza hoy en día, no confiere, ni podría hacerlo, ninguna Iniciación real; tan sólo supone una formalidad ceremonial. No obstante, el masón sincero y diligente buscador del sendero de la Luz, en esas formalidades encuentra una buena cartografía del proceso de desarrollo espiritual que puede ascender por su propio esfuerzo; más aún, es dirigido a una valiosísima clave para desvelar la verdad central y descubrir los secretos escondidos y los misterios de su propio ser, la llave del intenso deseo de encontrar la Luz del centro.

¿Esa llave cuelga o reposa?, pregunta una de nuestras lecturas. Para la mayor parte de los masones reposa. Reposa oxidándose y falta de uso, ya sea porque no desean usarla, o porque no saben cómo hacerlo, o no hay nadie capacitado para enseñarles. Para unos pocos la llave cuelga —ya sabéis dónde— y, aunque no es desde luego una llave de metal, aquellos que la han encontra-

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do y usado, siguiendo su búsqueda con fervor y celo, si bien al principio con andar torpe y pasos tambaleantes, pueden en justicia esperar ser admitidos en la logia de sus propias almas y, cuando la última venda sobre sus ojos caiga, encontrarse cara a cara con el Maestro de esa Logia, compartiendo con Él los cinco puntos de la Maestría. Un poeta bien versado en el proceso de la Iniciación real lo describió de la siguiente manera: Penetra tu corazón para encontrar la llave Y lleva contigo tan solo lo que nadie más llevaría Pierde lo que puedas recibir Muere, pues no hay otra forma de vivir Cuando la Tierra y los Cielos dejen caer su velo Y ese apocalipsis te vuelva pálido Cuando tu visión te vuelva ciego A lo que tu prójimo mortal ve Cuando su visión para ti no sea visión Y su vida te sea muerte, y su luz, tu oscuridad No busques más.

Pierce thy heart to find the key. With thee take only what none else would take Lose, that the lost thou mayst receive; Die, for none other way cant live . When earth and heaven lay down their veil And that apocalypse turns thee pale, When thy seeing blindeth thee To what thy fellow-mortals see, When their sight to thee is sightless, Their living, death; their light, most lightless; Seek no more . . . . Mistress of Vision, Francis Thompson

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Pues es entonces, y solo entonces, cuando la verdadera Iniciación se ha alcanzado, cuando la Palabra Perdida ha sido encontrada en el profundo centro del propio ser, y los genuinos pero dormidos secretos de vuestro ser inmortal están siendo restaurados y sustituyendo al conocimiento natural y a las facultades que, en este mundo temporal y efímero, nos han sido otorgadas por la Providencia como sustitutivas de las verdaderas.

El propósito de los Misterios No comprenderemos el propósito de la Masonería salvo que conozcamos el de los antiguos sistemas de los cuales ha surgido. Ese propósito consistía en facilitar y acelerar la evolución espiritual de aquellos que deseaban la regeneración de su naturaleza y estaban preparados para someterse a la necesaria disciplina. De esta forma, la misión de los Antiguos Misterios consistía en algo mucho más serio y prolongado en el tiempo que el mero hecho de pasar candidatos a través de una serie de ritos formales, como lo es hoy en día. Sus grandes templos, que todavía hoy sobreviven, no fueron erigidos con tan inmenso trabajo y habilidad con el fin de proporcionar, como sucede con nuestras logias, un lugar de encuentro donde administrar un rito meramente formal al final de un día entregado a los negocios y a los intereses mundanos. La abundancia de literatura iniciática y hieroglifos disponible nos revela cuán drástico y esforzado resultaba el trabajo al que los candidatos se sometían bajo la guía experta de Maestros que previamente se habían sometido a esa misma disciplina y habían alcanzado tal maestría que les permitía instruir a sus jóvenes aprendices. El trabajo realizado con ellos era una ciencia difícil pero exacta, que exigía la totalidad del tiempo y de

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las energías; era la más sublime, elevada y santa de todas las formas de ciencia: la ciencia del alma humana y el arte de su conversión de un estado natural a un estado sobrenatural regenerado. Quedan reminiscencias de la dignidad de este trabajo en nuestra denominación de la Masonería como Noble Ciencia y Arte Real, términos sin significado hoy en día a pesar de que a cada masón recién ingresado se le insta a realizar progresos diarios en la Ciencia Masónica, y todo aquel instalado en una logia recibe el nombre de Maestro de Artes y Ciencias. Pero esta ciencia secreta e inmemorial sólo podía ser impartida a aquellos moralmente adecuados y espiritualmente maduros para ello, cosa que no sucede con todos los hombres. La Iniciación estaba reservada para aquellos capaces de transitar de la oscuridad moral e intelectual en la que el grueso de la humanidad está sumida a esa Luz que permanece en su oscuridad, aunque la oscuridad no lo comprende hasta que es abierta a su propio centro; la Iniciación quedaba para aquellos que buscaban el camino, la verdad y la vida sobrenatural, y estaban listos a desprenderse del dinero y metales de los intereses temporales y concentrar sus energías en el desarrollo de los más elevados principios de su naturaleza, lo que es únicamente posible a través del control y sumisión de las tendencias más bajas. La Evolución, hoy en día reconocida como un proceso universal en la Naturaleza, es presentada como un descubrimiento moderno. Pero la antigua Enseñanza de Sabiduría la conocía y la tomaba en cuenta siglos antes de que los modernos científicos la descubriesen en la época actual. La Evolución reconocía que todo en el Universo no es más que una sola vida separada y diferenciada en innumerables formas que evolucionan a través de esas formas desde menores a mayores grados

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de perfección. En un sentido iniciático se contemplaba la Naturaleza como la amplia cantera y el vasto bosque del que surgían las vidas individuales, extraídas como tantas rocas y madera que, una vez debidamente pulidas y perfeccionadas, estaban destinadas a ser emplazadas juntas constituyendo una nueva síntesis más elevada, un Templo majestuoso digno de ser morada divina, y del que el Templo de Salomón era un ejemplo. Toda vida ha surgido del Oriente, es decir, del Gran Mundo o Espíritu infinito, y ha viajado a Occidente o Pequeño Mundo de formas finitas y corporales, desde donde, cuando esté debidamente perfeccionada por la experiencia en esas restringidas condiciones, deberá retornar al Oriente. Por ello cuando a un Aprendiz Entrado se le pregunta en la lectura de dónde viene y adónde va, responde que se haya en retorno desde el Occidente temporal hacia el Oriente Eterno. Esta respuesta se corresponde con una más extensa que aparece en los registros existentes de los primeros iniciados británicos, los bardos galeses, que ante la misma pregunta respondían de la siguiente manera: Vengo del Gran Mundo, y tengo mi origen en el Espíritu. En este momento me encuentro en el Pequeño Mundo de forma y cuerpo, donde he atravesado el círculo de lucha y ev olución, y ahora, a su fin, soy un hombre. En mi comienzo apenas tenía una pobre capac idad de vida, pero atravesé toda forma susce ptible de tener un cuerpo y estar viva y alcancé el estado de hombre, donde mi condición ha sido severa y terrible por los siglos de los s iglos. He llegado a través de toda forma c apaz de vivir en el agua, en la tierra, en el aire. Y allí me acontecieron todas las penurias, todas las durezas, todos los males y sufrimientos.

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Pero la pureza y la perfección no pueden ser obtenidas sin contemplar y conocer todo, y e sto no es posible sin sufrirlo todo. Y no puede haber Amor pleno y perfecto que no ponga las condiciones necesarias para que sus criaturas vivan la experiencia que conduce a la perfe cción. Todos alcanzarán al final el círculo de la perfección.

De Bardas, antigua tradición iniciática de los druidas galeses La Vida entonces se consideraba como fragmentada y distribuida en incontables vidas o almas individuales que pasaban de un cuerpo a otro en perpetua progresión. Empleando una metáfora masónica esas almas individuales son las piedras, pues las piedras o rocas son emblema de lo que es más duradero, y son piedra bruta o piedra cúbica según sean bastas o hayan sido pulidas y cuadradas por el trabajo. La forma corpórea con la que el alma se dota al entrar en este mundo (simbolizada en el masón por el Mandil) era considerada como transitoria, variable, perecedera, de escasa entidad comparada con la vida del alma que la animaba. Y sin embargo era de gran importancia en otro sentido, pues proporcionaba un punto de referencia y resistencia para la educación del alma y su desarrollo. Era, como todavía la denominamos, la tumba de transformación; la sepultura a la que el alma descendía con el propósito de hacerse acreedora a su propia salvación, para transformarse y mejorarse, y resurgir más fuerte y sabia por la experiencia. De esta forma la vida era percibida como una corriente continua, recubierta temporalmente por la forma concreta que la vestía, pero fluyendo de forma a forma y adoptando siempre condiciones nuevas y más 40

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