La insistencia del discurso. tiene en nuestros hábitos de pensamiento la palabra discurso

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Lecturas de Foucault La insistencia del discurso Juan Carlos Capo Introducción. Muchas veces la lengua nos golpea con la fuerza del uso que tiene en nuestros hábitos de pensamiento la palabra “discurso”. La vuelta a la lectura de ¿Qué es un autor?, título del coloquio que propuso Michel Foucault, en el año 1969 en el Collège de France, puede arrojar luz sobre esta nueva forma de “hacer discurso”, valga la tautología a medias, que dará una mano para entrar en materia. Foucault comienza hablando de su osadía y su carencia: “lo que yo les aporto hoy es demasiado escaso”. Pero, esa ausencia o la ausencia, es el lugar primero de un discurso que le interesa a Foucault remarcar; porque es desde ese vacío, desde esa nada, que él arranca. Él agrega además que esa ausencia constituye “las condiciones de funcionamiento de prácticas discursivas específicas”. Eso es lo que importa y si habla de Marx (Economía política) o de Cuvier (Historia natural), o de Freud (el Inconsciente), no lo hace desde la genealogía de individualidades espirituales de los autores. Se trata de otra cosa, la de “dar un estatuto a grandes unidades discursivas como las que se llaman Historia natural o Economía política”; o, Psicoanálisis. Ya asomaban remarcables indicios en anterior opus de Foucault, Las palabras y las cosas, (1966) de cómo procedió —y aún procedería por un tiempo más— antes de que advinieran cambios en su pensamiento y en su escritura. El Foucault de “Las palabras…” había arribado hasta ahí, proponiendo que la modernidad había traído como problema el fin de la representación. El punto de partida de ese libro es Jorge Luis Borges con su artículo “El idioma analítico de John Wilkins” que, con la descripción 1

que hacía de un bestiario imaginario, provocaba la risa en Foucault, pero también le abría horizontes de pensamiento, con la dislocación de los esperables signos que no aparecían en su sitio, para complicar “La escritura de las cosas”. Eran los objetos heteróclitos, inesperados, los tales portaban efectos imprevisibles. Foucault además procedía en “Las palabras…” a hacer uso de capas o napas verbales que prestaron las herramientas para sustituir el sistema de las positividades, que se arrastraba del Renacimiento hasta nuestros días, por una subversiva “arqueología de las ciencias humanas”. No podía faltar ahí el análisis de “Las meninas”, donde hace un detenido estudio de un cuadro que se escamotea al contemplador, contando con la luz, con los reflejos, con la actitud de los cuerpos, el sesgo de las miradas, la irrupción de un macizo cuerpo en el cuadro, la opacidad de otros, hasta sacar la imagen fuera del cuadro. Y donde Foucault sopesa elementos que se imponen desde visibilidad/invisibilidad, hasta un discurso que sabe que a diferencia del pintor, tendrá que discurrir en la sintaxis, en la articulación gramatical y en la sucesión de significantes. Se suma a ese relevante ensayo, un apasionante estudio del Quijote, y una propuesta sobre “El discurso y el ser del hombre.” La cuestión del autor. Ahora bien, en “Qué es un autor” Foucault sostendrá que su apuesta epistémica apunta a una “noción que constituye el momento fuerte de la individualización en la historia de las ideas, de los conocimientos, de las literaturas, en la historia de la filosofía y en la de las ciencias también”, sostiene, a manera de aproximación. A Foucault le parecerá fundamental no hacer un análisis histórico-sociológico del personaje del autor. (…). Tampoco buscará responder a “cómo se instauró esa categoría fundamental de la crítica, hablando solemnemente de “el hombre-y-la-obra”.

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Terminará por concluir: “… ¿cómo, según qué condiciones y bajo qué formas algo como ese sujeto-autor puede aparecer en el orden del discurso? ¿Qué lugar puede ocupar en cada tipo de discursos, qué funciones ejerce, y a qué reglas obedece? En una palabra, se trata de quitarle al sujeto-autor (o al sustituto) su papel de fundamento originario, y analizarlo como una función variable y compleja del discurso.” ¿Quién habla? Foucault toma importante préstamo en Beckett—quien quizá lo tomó del psicoanálisis—cuando dijo: “Qué importa quién habla, alguien ha dicho qué importa quién habla”. De la escritura y de la desaparición del autor. Foucault encuentra en las palabras de Beckett dos aproximaciones fundamentales: 1) a la escritura, a una exterioridad de la escritura, entendida como un juego de signos, ante todo, que tanto y tan bien se desplegaba en el ensayo de Borges sobre el discurso analítico de Wilkins. El objetivo resultante será la exterioridad de la escritura y no su interioridad. Esto implica una mayor atención a los significantes y no a los significados. 2) Si bien es cierto que se podrá decir que hay una “regularidad de la escritura”, también se concluirá que “la escritura se despliega como un juego que va infaliblemente más allá de sus reglas, y de este modo pasa al afuera”. En suma: “se trata de la apertura de un espacio en que el sujeto que escribe, esto es, el autor, no deja de desaparecer” (al igual que desaparecía el contenido de la tela del pintor en Las meninas). El parentesco de la escritura con la muerte. Ya no es la perpetuación de la inmortalidad, lo que se persigue, como ocurría en la epopeya de los griegos. El relato árabe en cambio—Foucault piensa en las Mil y una noches— alberga: tema, pretexto, motivación al objetivo de no morir. Pero nuestra cultura ha metamorfoseado esta conjura de la muerte, con la del sacrificio de la vida: escribir a pesar de la amenaza de

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muerte. “La obra que tenía el deber de aportar la inmortalidad ha recibido ahora el derecho de matar, de ser la asesina de su autor.” Foucault pone como ejemplos de ello a Flaubert, a Proust, a Kafka. (Se podrían agregar más nombres. Pienso en Oscar Wilde, en Edgar Allan Poe, en Francis Scott Fitzgerald, en Ernest Hemingway, en Juan Carlos Onetti, en Horacio Quiroga y quizá sea posible sumar más nombres). Hacerse el muerto. Esta relación del autor con la muerte se manifiesta también “en la desaparición de los caracteres individuales del sujeto escritor (…) que desvía todos los signos de su individualidad particular; la marca del escritor ya no es sino la singularidad de su ausencia; le es preciso ocupar el papel del muerto en el juego de la escritura. Todo esto es sabido; y ya hace bastante tiempo que la crítica y la filosofía han levantado acta inaugural de esta desaparición o muerte del autor”. El autor. La obra. Se intrincan las cuestiones. Dice Foucault: “La palabra ‘obra’ y la unidad que designa, seguramente es tan problemática como la palabra ‘autor’ ” Es preciso contar con una tradición crítica que procede de la Edad Media, para determinar los criterios con que se caracteriza una obra. Curiosamente, Foucault encuentra que los criterios escolásticos de San Jerónimo no difieren de los criterios usados por la crítica contemporánea para abordar un texto. Se puede arriesgar que hay un sesgo teológico y un sesgo crítico en los análisis. La escritura tiene una vertiente subversiva, creadora, y por ende trascendente, en las cercanías del misterio, próxima a un territorio sagrado que se empieza a recorrer. La vertiente crítica pasa a incidir en el punto del siguiente ítem. Escritura y locura. La visión analítico-crítica va a ser utilizada, por su proximidad a dicha zona oscura, a ese universo de lenguaje interdicto, bizarro, marginal, que es tan común al escritor como al loco. Foucault encuentra que las prohibiciones no

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se agotan en las del incesto. Ellas alcanzan a las prohibiciones inherentes al mismo lenguaje. En el habla del loco se profiere una palabra plegada, “encerrada” en sí misma, y que no es capaz de cristalizar en comunicación lisa y llana, y menos en obra. …Pero es indudable que una cosa permanecerá y es “la relación del hombre con sus fantasmas, con su imposible, con su dolor sin cuerpo, con su osamenta de noche; que una vez puesto fuera de circuito lo patológico, la sombría pertenencia del hombre a la locura será la memoria sin edad de un mal borrado en su forma de enfermedad, pero que continúa obstinándose como desdicha”. El hombre, alejado del riguroso presente del animal, pero con el pie en el cepo del pasado, en la red de la desesperación, de la tristeza, del tedio, se queja de su dolor. Nietzsche volvía una y otra vez sobre los poemas de Giacomo Leopardi, sobre todo del canto “A sí mismo” y de “Canto nocturno—de un pastor errante de Asia”—- En este último Canto, hay un clamor que la voz del poeta impetra a la luna y al rebaño: una magnífica y distante soledad astral y una no menos desesperante y bucólica soledad terrena. (Nietzsche volvería más de una vez sobre los Cantos de Leopardi). La necesidad de análisis es inmanente a la escritura. Se hace necesario el análisis, la crítica del texto esotérico puesto que quizá o sin quizá, el texto opaco y misterioso requiere de interpretación. (Foucault arroja nombres cercanos a los abismos de la noche y la desdicha. Ellos son: Russel, Ataúd, Hölderlin, Bataille, entre los creadores, y también los de Binswanger, Freud,

Klein,

Lacan, entre las voces críticas que intentaban leer y

comprender, más allá de la ambigüedad oracular del discurso de la locura). El nombre propio del autor. En fin, no basta, dirá Foucault, con repetir que el autor ha desaparecido. Acerquémonos al nombre del autor. Tiene un contexto referido

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al nombre propio, y esta no es solo una referencia pura y simple. Es, además, dice Foucault, “el equivalente a una descripción”. Si oímos “Aristóteles”, el significante arrastrará “una serie de descripciones”: Aristóteles, “el autor de los Analíticos o “el fundador de la ontología”. Todo es más complejo y delicado. El nombre de autor se encabalga entre la descripción y la designación, entre la unificación y la partición. La aparente unidad que engloba el sujeto-autor se dispersa en una multiplicidad de ego. Discurso y acto. El discurso es, ante todo, objeto de apropiación. Esto, en un segundo tiempo, porque en un primer tiempo, la apropiación tiene sanción penal. Esto nos revela que los discursos podían ser transgresores. El discurso, puntualiza Foucault, es esencialmente un acto, ubicado en el campo bipolar de lo sagrado y lo profano, de lo lícito y lo ilícito, de lo religioso y lo blasfematorio. El discurso fue originariamente un gesto lleno de riesgos, antes de ser un bien incluido en un circuito de propiedades. Marx, Freud: instauradores de discursividad. Estos autores no son solamente los autores de sus obras y sus libros. Han producido la posibilidad y la regla de formación de otros textos. “Freud no es simplemente el autor de la Traumdeutung o del Chiste y su relación con lo inconsciente. Marx no es simplemente el autor del Manifiesto o del Capital. Ellos establecieron una posibilidad indefinida de discursos”. (No se podría afirmar esto del hombre de letras. Aunque esta apreciación quizá termine por ser injusta. Foucault lo admite, porque está, ante todo, la ineludible dramaturgia isabelina, Shakespeare alucinado, dicente y presente,

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sino que hay

novelistas, caso Cervantes, caso Proust, caso Joyce, caso Kafka, caso Ann Radcliffe “que instauraron una nueva manera de entender la literatura”). Pero a Foucault le interesa insistir sobre todo con los por él llamados instauradores de discursividad. Freud 1

Goethe afirma: “Shakespeare: una cuestión inacabada”. El autor apunta allí (no solo) a la sabiduría del Bardo en articular “lo antiguo” y “lo nuevo”.

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por ejemplo “hizo posible un cierto número de diferencias respecto de sus textos, de sus conceptos, de sus hipótesis, que pertenecen todas al discurso psicoanalítico mismo”. Algo parecido se puede decir de Marx. Retornos a…“Se comprenderá así, que nos encontremos ante esas discursividades con la exigencia de un ‘retorno al origen’ “. Foucault precisa más su pensamiento: “En efecto, para que haya retorno es preciso, primero, que haya olvido, no un olvido accidental, no un ocultamiento debido a alguna incomprensión, sino olvido esencial y constitutivo. El acto de instauración es tal, en su misma esencia, que no puede no ser olvidado. Lo que lo manifiesta, lo que deriva de él, es a la vez lo que establece el desvío y lo que lo trasviste. (…) Además, este retorno se dirige a lo que está presente en el texto, más precisamente, se regresa al texto mismo, al texto en su desnudez, y, a la vez, sin embargo, se regresa a lo que está marcado en hueco, o en ausencia, como laguna en el texto. (…) el re-examen de los textos de Freud modifica el psicoanálisis mismo, como los derivados de Marx modifican el marxismo.”

BIBLIOGRAFÍA -BORGES, J.L. “El idioma analítico de John Wilkins” en “Otras inquisiciones”. Emecé editores. Buenos Aires, 1962. -FOUCAULT, M. “¿Qué es un autor?” (1969) En Michel Foucault ‘Entre filosofía y literatura’. Obras esenciales. Vol. 1. Paidós. Barcelona. 1990. _______________”La locura, la ausencia de obra”. (1964). En op. citada. ______________“La locura y la sociedad”. (1970) En op. citada. ______________ “Locura, literatura, sociedad”. (1970). En op. citada.7

______________"Las palabras y las cosas”. “Una arqueología de las ciencias humanas”. 1966. Siglo XXI editores. México, 1999. -FREUD, S. “Proyecto de una psicología para neurólogos”. (1895) 1950. En “Publicaciones pre-psicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud”. Amorrortu editores. Tomo I. Buenos Aires. 1982. _______”La interpretación de los sueños” (1900-1901). Amorrortu editores. Buenos Aires. Tomos IV y V. 1979. _______”El chiste y su relación con lo inconsciente”. (1905). Amorrortu editores. Buenos Aires. Tomo VIII. 1979. -LEOPARDI, G. “A sí mismo” y “Canto nocturno. De un pastor errante de Asia”, en Cantos. Libros Río Nuevo. Ediciones 29. Edición bilingüe. Barcelona. 1996. -NIETZSCHE, F. Cita de GOETHE, J.W. von, sobre Shakespeare en “Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Consideración intempestiva II”. (1874). Biblioteca Nueva. Madrid. 1999.

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