LA LÁMPARA CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO UNO LA LÁMPARA —¿Me recordáis por qué estamos haciendo esto? —se quejó Mugsy, aferrándose con brazos y piernas al brazo de la lámpara de ar

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CAPÍTULO UNO

LA LÁMPARA

—¿Me recordáis por qué estamos haciendo esto? —se quejó Mugsy, aferrándose con brazos y piernas al brazo de la lámpara de araña—. ¡Odio las alturas! —¡Silencio! —advirtió Carlos. Tenía el pelo lleno de telarañas y las manos llenas de alambre—. Un minuto más y acabamos. Estaban rodeando de alambre la estructura de hierro de la enorme lámpara de araña que colgaba en la sala de profesores. Había pasado tanto tiempo desde que alguien le quitaba el polvo que había capas de telarañas cubriendo cada brazo de la lámpara. 1

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Desde el exterior del edificio de la Academia, oyeron los rugidos de un motor. Se giraron para mirar por la ventana mientras la avioneta de Priscilla Prim salía volando hacia el atardecer, llevando en su interior a sus cinco alumnas. Las chicas vivían en la Academia Splurch, pero habían ido a pasar las vacaciones de invierno a Grecia, a orillas del soleado mar Mediterráneo. Mientras los chicos seguían atrapados en la Academia, ellas estarían explorando ruinas antiguas y buscando tesoros arqueológicos. Nada era justo en Splurch. —Por fin se han ido esas estúpidas —gruñó Víctor—. No me molesta nada de nada que se hayan ido. —Sí —añadió Cararrata—. Irán de vacaciones a la playa, harán castillos de arena… ¿a quién le importa? —Ni siquiera porque tengan vacaciones —continuó Carlos—. Nop. No estoy celoso. —Mentís de pena, ¿lo sabíais? —preguntó Sully. —¡Quédate quieto y sigue vigilando! —ordenó Carlos. 3

—¿Me podéis recordar por qué hacemos esto? —pidió Mugsy—. Me marean las alturas extremas. Hacen que olvide las cosas. —¿No podrías olvidarte de quejarte todo el tiempo? —soltó Víctor—. Ya está. ¿Lo estoy haciendo bien, Carlos? Él asintió con la cabeza. —Perfecto. —Eh, ¡dejad de balancear la lámpara! —gimoteó Mugsy—. ¡Me estoy mareando! —Estamos haciendo esto, Mugsy —explicó Cody—, porque la lámpara de la sala de profesores tiene el tamaño exacto y está hecha del material indicado para que Carlos la convierta en un comunicador por satélite. Cuando acabe, podremos mandar un mensaje a nuestros padres para contarles cómo es esto realmente. En cuanto sepan lo que hemos sufrido, ¡vendrán a rescatarnos! Cararrata le dio a Víctor un trozo de alambre. —¿Mandar un mensaje? ¿Cómo? —Su cosa comunicadora puede mandar mensajes que rebotan en la luna —dijo Víctor—. O algo así. —En los satélites que orbitan la Tierra por el espacio —corrigió Carlos. 4

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La puerta se abrió y entró el señor Fronk, el cadáver reanimado que daba clase a los de quinto. Echó un vistazo desde detrás de la puerta, muy furtivamente. Cody contuvo el aliento. Si así lo deseara, el señor Fronk podría arrancarles los brazos sin sudar siquiera. Por suerte, al profesor no se le ocurrió que a donde debía mirar era hacia arriba. Cerró la puerta, se dejó caer en el sofá y sacó un teléfono móvil del bolsillo de su camisa. Lo abrió y pulsó unos números. Sus enormes dedos apenas acertaban los botones correctos, lo que lo obligó a empezar varias veces mientras murmuraba para sí mismo. Finalmente consiguió marcar y acercó el pequeño teléfono a su oreja. En el silencio de la sala, Cody podía oír el lejano timbre del teléfono. Fronk se reclinó, y su cara quedó en dirección al techo. Los chicos de la lámpara se miraron entre ellos, con los ojos llenos de pánico. Pero el señor Fronk no los vio. Sus pensamientos estaban en otro lugar. Una voz de mujer respondió la llamada. 6

—Cada minuto que paso atrapado en una clase llena de chicos con cerebros de coliflor hace que tenga aún más ganas de verte, mi alcachofita con mantequilla. Desde detrás del sofá, Sully se movió ligeramente. Debe de estar tostándose por haberse escondido tan cerca del fuego, pensó Cody. La puerta se abrió y Cody contuvo el aliento. Fronk cerró el móvil de golpe y lo guardó en el bolsillo de su camisa. 7

En la puerta estaba el director Archibald Farley, que fulminaba con la mirada a Fronk bajo sus cejas pobladas. Llevaba un cubo de agua que colocó a sus pies. —Ahí estás, Prometheus. —Eh… sí —dijo Fronk. Se limpió el sudor de la frente—. Yo, eh, he venido aquí para descansar un momento. —Te has perdido buena parte de nuestra reunión de personal. Estaba esperando para contártelo todo sobre mi última investigación. Fronk se sentía culpable, y trató de cambiar de tema. —¿Para qué es el agua? Farley se encogió de hombros. —La necesito para preparar mi experimento. Un movimiento llamó la atención de Cody. Desde la parte superior de la lámpara, Cararrata sacó un trozo de alambre del bolsillo y lo retorció para formar un gancho. En él introdujo un trozo largo de alambre. El niño, un experto ladrón, siempre tenía los bolsillos llenos de esto y lo otro. Lentamente, hizo bajar su improvisado sedal sobre la cabeza de Fronk. Cody solo esperaba que Farley no se diera cuenta del gancho que colgaba. 8

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—Mientras tú descansabas —decía Farley—, los otros profesores lo echaron a suertes para ver cuál de ellos tendría la suerte de ser el primero en probar mi nuevo experimento. ¡Y has ganado! ¿Te lo puedes creer? Fronk frunció el ceño. —Ah, pues no me lo creo, no —murmuró. El anzuelo de Cararrata descendió más y más. —Todo lo que necesito para mi experimento estará listo mañana —continuó Farley—. No llevará más que un momento. Solo tienes que pasar por mi laboratorio antes del desayuno. Es completamente indoloro. —Mira —protestó Fronk—, mi contrato no dice nada de estas cosas. Yo no soy tu conejillo de indias. El anzuelo estaba a solo unos centímetros de la espalda de Fronk y se balanceaba ligeramente. Cody contuvo el aliento. Estaba seguro de que iba a engancharlo por la oreja. —¿Por qué yo? —continuó el profesor—. ¿Por qué pruebas tus experimentos con un profesor? ¿Por qué no experimentas con los niños y me dejas a mí al margen? 10

Cody y los otros chicos intercambiaron miradas nerviosas. La experimentación con niños era una estrategia demasiado familiar para el doctor Archibald Farley, científico loco y psicópata. —Tú ya eres un monstruo —explicó el doctor Farley—. Si algo sale mal, no te pasará nada. Con los chavales solo tengo una oportunidad, y tengo que asegurarme de que saldrá bien. —¿Cómo que si algo sale mal? —preguntó Fronk—. Insisto en conocer los riesgos de antemano. Se detuvo y olfateó el aire. Para entonces el olor a humo era inconfundible. —Por supuesto, si no quieres ayudarme en la investigación… —Farley se inspeccionó las uñas—. Hay un nuevo puesto de trabajo libre en Splurch. Quizás debería asignártelo. Serías la madre de los chicos de quinto curso. —¿Qué? —aulló el profesor—. ¡No puedes hacer eso! —Podrás curarles las pupas, contarles cuentos y arroparlos por la noche. El sueldo es la mitad del de un profesor, pero el dinero no lo es todo. 11

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—Los de quinto —observó el director—. Siempre los de quinto. Esta es tu clase, Prometheus. Espero que los controles mejor. Fronk juntó a los chicos en sus enormes brazos cosidos. —Vamos, alimañas. Estáis castigados. —No te olvides de nuestra cita en el laboratorio, Prometheus —advirtió Farley—. Al amanecer. No llegues tarde. Le entregó a Sully, que se estaba retorciendo. —¡Fronk y su novia estaban en un banquito! — cantó Cody tan alto como pudo—. ¡Se cogieron de la mano y se dieron un besito! ¡Primero se casarán, y luego…! El rostro de Fronk se puso morado de ira. —¡Cállate, idiota! —¡Luego nacerá un zombi, y lo llevarán en carrito! —gritó Cody. —¡Cierra el pico! —siseó Fronk—. Ya es suficiente. Los castigos son demasiado blandos para vosotros. Sé lo que os limpiará esas mentes podridas. Por aquí, chicos.

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CAPÍTULO DOS

LA VISITANTE

—Un castigo encadenados hubiera sido mejor que esto —dijo Víctor. Estaba arrancando porquería dura y apestosa del suelo de baldosas. —No sé —replicó Cararrata, haciendo una mueca—. A mí me gusta limpiar el baño de los hombres del personal con las manos. Es refrescante. —¿Cuánto tiempo dirías que ha pasado desde la última vez que fregaron este baño, Cody? —preguntó Carlos, echando más detergente en el lavabo. —Mil años —respondió él—. Más o menos. —No sé vosotros, chicos —dijo Mugsy—, pero después de esto no creo que sea capaz de mirar un 15

urinario del mismo modo. —Deberían utilizar este baño como clase de biología —añadió Sully—. Tiene su propio ecosistema. Colonias de bacterias, nidos de insectos, familias de ranas que viven en las cañerías… En realidad es educativo. —Debe de ser algo de monstruos —sugirió Cararrata, arrugando la nariz—. Nunca había olido un baño como este. —Eh, ¡mirad todos! —dijo Mugsy—. ¡Está nevando! Miraron por la ventana. En efecto, unos gruesos copos blancos estaban cayendo en espiral desde el cielo nocturno. Caían cada vez más juntos y más rápido. El viento se incrementó, haciendo volar la nieve en capas. La noche parecía gris en vez de negra. —Es una ventisca —señaló Víctor— En casa me habría emocionado, porque al día siguiente estaría todo nevado. ¡No habría cole! —Seguro que aquí esas cosas no pasan —dijo Cararrata. —Viene alguien —susurró Cody. Apagaron las luces del baño y miraron a través del umbral de la puerta. 17

La señorita Threadbare, la secretaria, y el señor Howell, un profesor, aparecieron por el pasillo. Ella apartó una de las cortinas de una ventana al nivel del suelo.

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—El frío le da artritis en las rodillas. De todos modos, ahora está más interesado en su investigación —señaló Threadbare—. No deja de decir que esta vez sí que va a funcionar. Lo único es que está esperando por algún ingrediente, y no quiere decir lo que es ni cuándo llegará. —Los experimentos son una chorrada —gruñó Howell—. Farley siempre tiene que complicar las cosas. ¿Queremos librarnos de los chicos? Yo digo que lo hagamos a la antigua usanza: comiéndonoslos. Nada muy elaborado, solo un poco de sal y pimienta… —A mí me gusta mucho el tabasco —dijo Threadbare—. O podemos asarlos y servirlos con una buena salsa de mantequilla y limón. —Suspiró—. Pero ya sabes lo que sucedió la última vez que Farley trató de hacerles daño, Howell. Grandes problemas. No podemos comérnoslos. Ni siquiera podemos hacerles daño. —Sonrió, mostrando sus horribles dientes—. Pero nadie dice que no podamos transformarlos. —Vale, vale —aceptó Howell—. Que Farley experimente con ellos todo lo que quiera. Pero será mejor que mantenga sus zarpas lejos de mí. 19

Howell miró por la ventana una vez más, y soltó un gruñido grave. —Odio las noches que no podemos salir a cazar. Es muy aburrido. Si no podemos salir, me voy a ver alguna peli de miedo en BuTube. Y se alejaron juntos. —¿Habéis oído eso? —preguntó Cody cuando los profesores estaban lo bastante lejos como para no oírlo. —Sí —confirmó Víctor—. Farley está preparando una nueva forma de volvernos locos. Pues yo no pienso dejar que vuelva a sacarnos el cerebro. —No, eso no —replicó Cody—. Hoy no habrá caza. ¿Sabéis lo que significa eso? Significa que si logramos salir al exterior, ¡podremos escapar! Fuera no habrá nadie que nos detenga. ¡Podemos salir corriendo! —Quizás por el camino podríamos parar en una hamburguesería para comprar patatas con ketchup —sugirió Mugsy. —Permite que señale los fallos de tu plan — dijo Sully—. Primero: hace varios grados bajo cero fuera, y hay ventisca. Segundo: no tenemos abri20

gos, botas ni guantes. Nos perderíamos en la nieve y moriríamos congelados en menos de una hora. Tres: en cuanto noten que no estamos, irán a por nosotros. Howell es un hombre lobo, y no tendrá problemas en seguirnos la pista. Cody se mordió el labio y no dijo nada. Sully tenía razón y él lo sabía, pero eso no significaba que le hiciera mucha gracia. Tenía que haber una forma… El silencio quedó roto por el sonido metálico de un gong. Estaba colgado en la pared cerca de la puerta del baño, por lo que el sonido casi dejó sordos a los chicos. —Es un timbre —susurró Víctor—. ¿Quién vendría tan tarde por la noche? —Y en medio de una tormenta —añadió Carlos. Observaron y esperaron. Ivanov, el jorobado vigilante de pasillo, apareció junto a Paulov, el Sabueso de la Muerte, que trotaba tras sus talones. El perro miró a los chicos, mostró los dientes y gruñó. —Silencio, chico —lo regañó Ivanov—. Esa no es forma de recibir a los invitados. Abrió la puerta, y alguien entró en el edificio junto a una ráfaga de nieve. 21

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Su voz era suave como una pluma, aunque extraña. Cody se esforzó por escuchar. La mujer estaba mirando a Ivanov sin pestañear, lo que le hizo retroceder un paso. —Lo… lo comprobaré —tartamudeó. Dio media vuelta y se alejó cojeando por el pasillo, tan rápido como le permitían sus piernas lisiadas. Farley no tardó en aparecer, y mostró los colmillos con su más horrible sonrisa de bienvenida. —Profesora Eelpot —dijo, haciendo una reverencia—. Bienvenida a la Academia Splurch. Es un placer tenerte con nosotros. Cody se quedó boquiabierto. ¿Profesora Eelpot? ¿Tenerte con nosotros? ¡Oh, no! Otra profesora monstruosa. —El placer es mío, Archibald —replicó ella con su suave voz—. Ahora que por fin hemos llegado a un acuerdo sobre mi salario. —Sí. Bueno preferiría que no mencionaras tu salario al resto del personal. —Tosió—. En cualquier caso, he hecho que limpien y preparen el aula de ciencias para tu llegada —añadió, y extendió una mano—. Y ahora, si no te importa… 23

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—Es tan hermosamente sencillo —susurró Farley—. No sé por qué no se me ocurrió antes. —Porque nunca prestaste tanta atención en clase de ciencias como deberías —susurró ella siniestramente—. El conocimiento es poder, Archibald. Farley le palmeó la espalda. —Bueno, ahora que estás aquí, ¿te apetece tomar un trago de Harry? La profesora Eelpot se despojó de su abrigo, bajo el que llevaba una severa bata blanca de laboratorio. —¿Quién es Harry? Farley sonrió. —El cartero.

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