LA NOVELA INTELECTUAL EN MIGUEL ESPINOSA

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La novela intelectual en Miguel Espinosa. Alfonso Vicente Fernández

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LA NOVELA INTELECTUAL EN MIGUEL ESPINOSA

Alfonso Vicente Fernández

En los años setenta y coincidiendo con los que ya se veían como últimos momentos de la dictadura franquista, los lectores tienen ya otros intereses distintos de los que tenían cuando eran lectores de novelas sociales. Ya comienza a vislumbrarse un futuro diferente y nuevo que en la literatura española algo adeuda al éxito de los escritores hispanoamericanos en nuestro país. Ahora para los autores españoles la contienda civil es Las guerras de nuestros antepasados (Miguel Delibes en 1975) y en ese mismo año Eduardo Mendoza publica la novela La verdad sobre el caso Savolta. Un año antes Miguel Espinosa gana el premio de novela "Ciudad de Barcelona" con Escuela de Mandarines, que se publicó en la editorial "Los libros de la Frontera" en ese mismo año. Mientras tanto algunos autores todavía se ocupan de temas y motivos de años atrás y así José Luis Castillo Puche publica Jeremías el Anarquista. Ese mismo año (1975) muere el general Franco. En ese momento se siguen las modas con el mismo vértigo que los acontecimientos: huelgas generales, instauración de la monarquía parlamentaria, crisis económica, referéndum y pactos de la Moncloa, legalizaciones de los partidos políticos... Todo queda reflejado en la literatura del momento. En 1975 Espinosa ya no era un escritor joven, estaba a punto de cumplir cincuenta años y no había publicado más que una novela, la citada Escuela de Mandarines en 1974 y antes, en 1957, un breve ensayo sociológico en la Revista de Occidente titulado Las grandes etapas de la historia americana que en 1982 se reeditó como Reflexiones sobre Norteamérica en la Editora Regional de Murcia. Mientras tanto ha trabajado calladamente y sus escritos no los conocen otros que unos cuantos amigos próximos y en textos manuscritos. Apenas conocido desde la publicación de Las grandes etapas de la historia americana fuera de su región, en 1974 concurre al premio Ciudad de Barcelona que gana inesperadamente con una novela elaborada en ocho años de trabajo en los que también había escrito otra novela inédita hasta bastantes años después -nos referimos a Asklepios que fue compuesta entre 1960 1962. Esta novela, Asklepios, novela de formación del artista y novela de educación del personaje es una novela de ejercicio de estilo, de formación del artista que apunta la validez de su carácter peculiar y después confirmado en Escuela de Mandarines, de la que es un auténtico precedente. Asklepios se publicó en 1986 ya muerto su autor y por la misma editorial que daría a la luz Tríbada. Theologiae tractatus. Espinosa se resistió a publicar Asklepios en vida, tal vez porque él consideraba obra de juventud y por ello imperfecta: Se había planteado la renovación literaria corno un trabajo personal, se desinteresó de las modas efímeras de su tiempo manteniéndose al margen de modo deliberado, distanciándose de los autores contemporáneos a los que en algún momento llega a despreciar y a los que lee de una manera desencantada y comentándolos jocosamente. En declaraciones del autor que recoge Miguel de Francisco y publica la revista Quimera a propósito de la publicación de Tríbada falsaria, dijo lo siguiente: "La novela es la exposición de un conjunto de largas e interminables mediaciones sobre una anécdota; las mediaciones enriquecen y hacen inacabable el objeto mediado. Analizar una y otra vez el hecho, desde actitudes cada vez más

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últimas y alejadas de cuanto el objeto tiene de raso, es convertir el hecho en suceso, y luego en acontecimiento trayendo al mundo lo que no había". Dedicado a la composición de sus novelas, cuida con mínimo detalle todos los aspectos de la escritura. Escribe y reescribe los textos permanentemente despierto y buscando en las fuentes de lo clásico griego (Aristóteles, Platón, Homero, presocráticos ... ), latinos u orientales (los textos búdicos), medievales (Ramón Llul), sin olvidar la literatura alegórica, La divina comedia de Dante o Utopía de Tomás Moro... Confesaba Espinosa que con el paso del tiempo sus lecturas no llegaban más que hasta Gabriel Miró, o tal vez Azorín, y que Guillermo de Ockham se encontraba entre sus preferidos. Conocía a Proust, Joyce y algo menos a Kafka, se manejaba bien con la mitología grecolatina y despreciaba el realismo social del que afirmaba: "Todo realismo social, entendido en su peor sentido, es puro y mezquino sainete, y en consecuencia, divertimento de escritores señoritos" (página 45, columna A de la revista Quimera en su número 64). Buscaba en lo literario aquello que lo hace acontecimiento, que es innovador pero al mismo tiempo transcendente; con motivo de la presentación de Asklepios, Luis Suñen decía. "Espinosa se propone articular a través del estilo una visión de la vida del hombre en el mundo, la escritura se hace también guía para andar por esta vida con el alma limpia y se acepta al hombre como es, punto a la vez mínimo y grandioso de un universo que lo contiene, y a quien, a la vez, resume en sí". Estas afirmaciones aparecieron en el diario El País (10-4-86) y no sabemos si fueron intencionadamente premeditadas, pero Suñen acierta al señalar el fuerte carácter moralizante de la obra de Espinosa, que como un nuevo Sócrates conduce al lector por medio de la ironía omnipresente "mostrando la verdad". En la década de los setenta este camino era difícil y sorprendentemente nuevo. Se arriesgaba Espinosa a no ser entendido por el público lector mayoritario. Podía esperar la publicación de Asklepios. Gonzalo Sobejano establece los rasgos que determinan un nuevo tipo de novela en los años setenta. A saber: a) Memoria autobiográfica en forma de diálogo que puede o no ser epistolar y con respuesta o no de los destinatarios de esa memoria. Con este rasgo se pretende ganar en lucidez objetivando los hechos: Asklepios es autobiográfica al mismo tiempo que epistolar. Otros ejemplos de nuestra narrativa con estos mismos rasgos podrían ser La guerra de nuestros antepasados (1975) de Miguel Delibes, La muchacha de las bragas de oro (1978) de Juan Marsé o también la titulada Cartas de negocios de José Requejo de Agustín García Calvo. b) Reflexión autocrítica sobre la escritura o la lectura. Con ello se pretende la higiene estética y el saneamiento ético después de la ya larga y no menos cansada dictadura. En Fragmentos de apocalipsis de Torrente Ballester y en Escuela de Mandarines de Miguel Espinosa es así. c) Libertad de la fantasía para jugar con personajes e inventar situaciones irrealizables -como ocurre en Las guerras de nuestros antepasados o en Juan sin tierra. Así se intenta demoler las barreras que constriñen la mirada del autor hacia su entorno inmediato mostrando otros posibles. Para Gonzalo Sobejano los tres son rasgos de ruptura. Además, y a diferencia de la novela de los sesenta, el tiempo apenas es otra cosa que tiempo compositivo; el espacio se proyecta de modo alegórico, pudiéndose hablar de ucronía o de pantopía. El diálogo rompe la inmanencia del decenio anterior como persona verbal usó el "tú" como desdoblamiento de un "yo" que a su vez sustituía al monólogo. Los personajes ahora

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piensan y actúan, hablan con otros personajes no idénticos. Ocurre en Tríbada o en Escuela de Mandarines, donde se oponen un interlocutor protagonista autobiográfico y otro interlocutor consistente que presta las funciones auxiliares. Tal es el caso entre Juana y Daniel o entre el Eremita y el Gran Padre Mandarín. "Con este diálogo se comprueba una concordante voluntad de entendimiento que abarca todos los temas, desde el conflicto individuo/ sociedad hasta la melancolía de lo que pudo ser y no fue por causa de la opresión" dice Sobejano y apunta que el conflicto individuo/totalidad se traspone a la escritura en la que se ensaya posibilidades, utopías, que tratan de conformar el caos. Algunas novelas siguen apelando a mitos, a arquetipos o a prototipos en busca de un apoyo que dé significación al caos. Surge el tipo humano del desterrado, como ocurre en Asklepios, cuyo destierro no es sólo geográfico sino también espacial, constituyendo de ese modo una novedad en nuestra literatura española. Hay que ser cuidadoso con la clasificación que se hace de la verdadera posición que la obra de Espinosa ocupa en nuestras letras. El poco éxito del autor entre los lectores de los setenta se ha achacado a la carga cultural del género narrativo que cultiva predominantemente la novela intelectual, intelectiva -según Gonzalo Sobejano- o de ideas. Podría objetarse si son obras fáciles y asequibles al lector común novelas como Tiempo de silencio, El Jarama o Señas de identidad, por citar algunos casos. Nadie se atreverá a poner en duda su éxito entre el público lector. A nuestro entender el problema no se encuentra en la dificultad del texto, ni en su carga cultural, ni mucho menos en el género elegido en un tiempo en que la innovación y la dificultad eran moda. Como se vislumbra, el problema era otro. A propósito del género (novela intelectiva), Espinosa sabía que era un inusual e inexplorado en España, con las únicas excepciones en este siglo XX de Pérez de Ayala y Torrente Ballester (Don Juan en 1964 y La Saga/Fuga de JB en 1972), un camino que no había sido concurrido en la literatura española a diferencia de otras europeas como la inglesa. Tal género existía y necesitaba una obra de excepción para afirmarse como modelo válido en nuestra literatura de modo indiscutible. Andrés Amorós afirmaba en la introducción a Las novelas de Urbano y Simona de Pérez de Ayala, publicadas por Alianza Editorial en el año 1969: "éstas eran novelas intelectuales, pero no fundamentalmente porque discutan temas intelectuales y se acerquen al ensayo, sino por la pluralidad de perspectivas, la amplitud de la experiencia humana, búsqueda de nuevas técnicas y la permanente dimensión irónica que actúa como un agente liberador de todo dogmatismo ... La novela intelectual y crítica todavía es una posibilidad casi inédita en España". Espinosa, que llevaba años trabajando en la composición de Escuela de Mandarines cuando Amorós hacía estas declaraciones, percibió mucho antes esa posibilidad inédita e inexplorada, sabiendo ya que una novela no es intelectual porque contenga ideas simplemente, porque una cosa es que la novela sea de ideas, como las novelas de tesis novecentistas que necesitan un lector mucho más infantil, que no es el caso de Espinosa y algo muy distinto es que contenga ideas o que los personajes piensen, decimos nosotros parafraseando a Torrente Ballester. Espinosa descubrió las posibilidades del género novela intelectiva como camino válido e inexplorado; como autor innovador lo eligió en Escuela de Mandarines que es mucho más que un experimento. A estas alturas de la exposición no podemos olvidar a otro autor ya mencionado más arriba que también percibió las posibilidades de la novela intelectual. Nos referimos a Torrente Ballester con La SagalFuga de JB (1972), pero mostrando diferente actitud y tratamiento del género, tal como hace ver Ignacio Soldevila: "caracteriza la obra de Torrente Ballester alambicadas construcciones intelectuales..."

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El camino elegido por Espinosa se basa en el uso de un estilo doctrinal, expositivo, de orden lógico en la sintaxis y en la argumentación del relato, con estructuras propias de la lengua y del estilo del ensayo filosófico y todo, como en el ensayo, sujeto a un orden fuera de cualquier tiempo. Se trata de distanciar del texto a los lectores por todos los medios al alcance del autor, de objetivar el mensaje llegando a escribir con fórmulas parafraseológicas, con fórmulas propias de textos los sagrados. Como en el ensayo, también se demuestra una verdad sin la aportación de las pruebas explícitas, también aquí hay subjetivismo e intencionalidad estética y uso de metáforas, porque al fin y al cabo esto es literatura por encima de otras cosas. Ortega y Gasset afirmaba: "El ensayo es la ciencia menos la prueba explícita". En el experimento caben vivencias y opiniones personales y también relatos más objetivos, como tratados de estética, de sociología de literatura, de teología...; Tríbada, subtitulada "Theologiae Tractatus", es una gran metáfora irónica, porque Espinosa sortea la angustiosa realidad del ser con el humor, supera la desesperación de un posible existencialismo negativo con la reflexión, aunque al final resulte melancólica. Como Cervantes siglos antes pero de diferente modo, ya que el tiempo de autor Miguel Espinosa no es el tiempo de los personajes de sus relatos, ni su patria es la de sus parientes y amigos, la de sus lares familiares. El significado de patria para Espinosa es el de un auténtico mito, elaborado como los de la antigua Grecia clásica, porque tampoco es su patria la irónicamente llamada Feliz Gobernación. No extraña que ante una realidad cotidiana y opresiva (La fea burguesía), el autor se eleve sobre la mediocridad y reconstruya la realidad levantando un mundo de formas e ideas armónicas a través del "logos" (Asklepios). Para hacerlo, primero denuncia y aborrece la miseria de todo orden del entorno inmediato porque está sujeto a reglas que limitan al individuo; luego, con un trabajo paciente y ya despreocupado de los accidentes de su tiempo, pero no de los lectores a los que respeta profundamente, se dedica a escribir con la esperanza puesta en el devenir, sabiendo que difícilmente será reconocido por aquellos a los que escandaliza, como tampoco lo fue Pérez de Ayala su predecesor en el intento con el mismo género narrativo. Espinosa reconoce este hecho a Ignacio Soldevila en la respuesta epistolar a la crítica elogiosa que de Escuela de Mandarines hizo el crítico en el libro La novela española desde 1936 (editorial Alhambra, Madrid 1980). Reconocido o no, había elegido un camino válido y eso era para él lo fundamental. El fruto primero de esa elección fue ya Escuela de Mandarines cuando muchos de sus coetáneos no habían liquidado todavía el realismo social al que tanto aborrecía Espinosa de modo explícitamente declarado. En la ya referida introducción de A. Amorós a Las novelas de Urbano y Simona dice éste que los problemas básicos del hombre y las actuaciones arquetípicas se repiten a lo largo de siglos y sin variación sustancial. Así fue como Espinosa construyó arquetipos según como indicó José Luis Aranguren a propósito de Azenaia Partenós y otros personajes. Por otro lado, Pérez de Ayala antecesor de Espinosa en el género había elegido el camino del expresionismo crítico o del no realismo en un momento de crisis para la novela española de los años veinte, partiendo de la observación de la realidad, exagerando sus perfiles para hacer más profunda y completa su crítica, pero sin llegar a cuajar en una obra del género que fuera definitiva como su estudioso afirma en "La novela intelectual de Ramón Pérez de Ayala". Tal intención es la que tiene Espinosa con Escuela de Mandarines. También parte Espinosa de la realidad de su tiempo trasladándola a lugares irreales, lugares de los que los lectores no tienen una referencia inmediata: Grecia es un lugar exótico y la Feliz Gobernación, además de lejana en el espacio, es también remota en un tiempo que hiperbólicamente mide los días por años o por siglos, o bien a la inversa, ubicando la acción en los tiempos actuales, coetáneos a los lectores, deteniendo los instantes con precisión de minutos, y mostrando a los personajes, sus almas, sus aspiraciones o la pobreza moral que les rodea de tal modo, que el lector extrañado y alejado del hecho pueda contrastar y comprobar la proximidad de tales personajes y sus actitudes en el entorno inmediato. La consecuencia se manifiesta al lector

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mismo de sus novelas cuando se encuentra y comprueba en la narración como una comparecencia más de lo cotidiano. Ese es el pasmo que Espinosa busca en el lector. Los caminos para llegar a ese estado son varios y van desde la visión idealizada de los seres y las cosas hasta el retrato sarcástico, expresionista y paródico de los personajes de sus narraciones. Continuaba Amorós diciendo de las novelas de Pérez de Ayala que "son intelectuales pero no fundamentalmente -como suele decirse- porque discutan temas intelectuales y se acerquen al ensayo, sino por la pluralidad de perspectivas, la amplitud de la conciencia humana, la búsqueda de nuevas técnicas y la permanente dimensión irónica que actúa como agente liberador de todo dogmatismo". Espinosa descubrió el procedimiento y como autor excepcional y único en su tiempo lo aprovechó como uno más de sus modos de escribir. Así mantiene una consciente voluntad de estilo, de innovación literaria no confesada expresamente, pero deducible de sus opiniones reflejadas en su epistolario: La novela es la exposición de un conjunto de largas e interminables mediaciones sobre una anécdota; las mediaciones enriquecen y hacen inacabable el objeto mediado (revista Quimera, número 64, p 40 y 41, columna C, tercer párrafo). Puede encontrarse toda una poética en esas afirmaciones. Por mediación del autor se produce una gradación de los hechos que puede ser ascendente e intensificatoria, tal y como él mismo la describe:

1. La anécdota deviene hecho. 2. El hecho deviene suceso. 3. El suceso llega a ser acontecimiento.

La anécdota, el hecho, el suceso han sido elevados a la categoría de acontecimiento y el acontecimiento es la trivialización de lo afectivo-sexual que no es más que un caso de homofilia femenina en Tríbada, de particular degradación de los comportamientos a que conduce el nihilismo de la burguesía como clase social, que todo lo ha convertido en "apariencia", en hecho llamativo y asombroso. Así, "el envilecimiento de Damiana, la protagonista de Tríbada falsaria, no es ético-sexual, que sería pura ingenuidad, sino éticoontológico... De ahí que su descripción resulte un pasmo, y en consecuencia un Tratado de Teología". Espinosa se sirvió del conocimiento intelectual y profundo de los clásicos para no innovar inventando. Reconocía que con el tiempo sus autores y lecturas se habían ido reduciendo y se acababan en Ockham. Disponía de un asombroso y peculiar dominio de la metáfora que caracteriza su estilo. La vía expresiva elegida, el "modo", es la novela intelectual o intelectiva, porque es la que mejor se adapta a sus intenciones que no se parecían mucho a las de los autores de su tiempo, de nuestra literatura de los años setenta y ochenta. Dice el mismo Espinosa: "Actualmente las literaturas españolas y sudamericanas más populares y consumidas son narraciones de hechos entecos y llamativos, literaturas de lo pintoresco y de viso, de lo que "por definición sucede a otro", y sirve para acompañar al lector en sus horas de broma. Mi literatura, por el contrario, "es la narración de lo que sucede precisamente al lector", y sirve para acompañarle en sus horas serias. Mis personajes no son extraños a ningún hombre; no soy tan señorito ni tan estanciero como para disponer de personajes pintorescos que ofrecer a los invitados".

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Como un precedente cuenta Espinosa con Pérez de Ayala, como experimentador coetáneo en ese mismo sentido vemos a Torrente Ballester con La Saga Fuga de JB, pero Torrente siguió escribiendo por otros caminos después de esta novela mientras que para Espinosa la novela intelectiva fue el modo más peculiar de escribir.

Este artículo apareció publicado en MIGUEL ESPINOSA. CONGRESO. Comisión V Centenario, 1991. ISBN 84-7564-153-9

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