La nueva violencia intrafamiliar: la violencia de los menores hacia sus progenitores

Dra. Karolin Eva Kappler [email protected] CIIMU – Instituto de Infancia y Mundo Urbano FES - X Congreso Español de Sociología Título: La nueva vi
Author:  César Casado Rojo

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Dra. Karolin Eva Kappler [email protected] CIIMU – Instituto de Infancia y Mundo Urbano FES - X Congreso Español de Sociología Título: La nueva violencia intrafamiliar: la violencia de los menores hacia sus progenitores.

La nueva violencia intrafamiliar: la violencia de los menores hacia sus progenitores.

1.

Introducción En los últimos años asistimos a un supuestamente nuevo fenómeno,

también recogido por los medios de comunicación, como es el incremento de las denuncias por agresiones de hijos e hijas a padres y madres1. La Fiscalía General del Estado expresó su preocupación por el elevado número de casos de violencia doméstica en que los hijos agreden a alguno de sus progenitores o familiares. Según los datos de la Memoria Anual del 2007, durante el año 2006 se habían producido 1.627 agresiones de menores de edad contra sus familiares. Y más allá de las denuncias oficiales, tanto los profesionales de la atención primaria como los que trabajan en temas de salud mental, también han advertido de esta problemática. En este contexto, la presente ponencia sobre la violencia filio-parental (más adelante VFP) se sitúa en medio de diferentes transformaciones y polémicas actuales, que conviene considerar para poder abordar el fenómeno sin caer en prejuicios, valoraciones y resultados pesimistas, moralistas y polémicos. La sociedad actual se caracteriza por unas transformaciones profundas y rápidas. Estos cambios, que afectan a las prácticas cotidianas, a las relaciones intra- y extrafamiliares y a los valores, cuestionan de manera profunda las relaciones de autoridad, poder, afecto y la responsabilidad. En este marco general de múltiples transformaciones se ubica la presente investigación. Sin olvidar la gravedad de las violencias que pueden ocurrir entre hijos y padres, hay que interpretar y considerar los hechos que pasan en algunas familias en relación con el contexto general, por no caer en prejuicios y ‘quejas seculares’ sobre las conductas de rebeldes jóvenes, la falta de respeto, la crisis de la autoridad y la decadencia de los valores y morales. Por lo tanto, se adoptará una visión sistémica basada en el análisis de la complejidad. 1

Más adelante se utilizarán los genérico ‘hijo’ y ‘padres’ para referirse al grupo de hijos e hijas y padres y madres. En los casos que se debe enfatizar el género de las personas, se distinguirá explícitamente.

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En consecuencia, las preguntas que guiarán la ponencia son las siguientes: ¿Cómo se manifiesta la VFP en el seño de las familias? Y, ¿En qué contexto familiar y social se produce? Para poder responder a estas cuestiones, la presente ponencia estudia 32 casos procedentes de distintas instituciones, en un marco cooperativo entre el Instituto de Infancia y Mundo Urbano y la Asociación Ventijol, promovido por la Diputación de Barcelona, utilizando la metodología de la investigación “acción-participativa”. Además, y para poder contrastar los resultados se realizaron varias entrevistas con expertos de distintas disciplinas, como Justicia Juvenil, Atención a Víctimas, psicólogos y psiquiatras.

2.

Elementos contextuales Para poder ubicar la VFP será necesario hacer un breve repaso de la

evolución del contexto que le concierne y revisar la bibliografía interdisciplinaria existente, así como las opiniones de los expertos entrevistados.

2.1.

La complejidad del contexto familiar La concepción de la familia y de los niños, ha pasado por grandes cam-

bios a lo largo de la historia. En cuanto a la familia, es durante el siglo XIX y principios del XX, cuando se instituye el modelo de familia occidental moderna, que se basa en un modelo patriarcal, en el que el poder se sustenta por razones de sexo y edad, es decir, por razón de ser el padre y hombre de casa. Este modelo de autoridad paterna pasa por diversos cambios a lo largo de los siglos y su evolución viene marcada por las formas de producción. Con la industrialización, el padre se ausenta cada vez más del hogar familiar, otorgando así más funciones y responsabilidades a la madre. Más allá de su función como unidad para garantizar la seguridad y estabilidad económica y para asegurar un cierto estatus social, la familia se ha convertido en un mecanismo para buscar bienestar emocional y afecto, lo cual supone un cambio con respecto al pasado. Aparece, también, el Estado como una entidad de poder abstracta y como elemento de coherencia social que se interpone a las relaciones sociales de

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proximidad y dependencia en razón de la explosión demográfica relacionada con la industrialización y empieza a intervenir en los asuntos familiares, erigiéndose como garante del bienestar del menor y extendiendo los derechos de ciudadanía a distintos colectivos, entre ellos las mujeres y los niños. En este sentido, la familia como institución se vuelve cada vez más compleja. De esta evolución deriva la actual diversificación de las formas familiares, con familias monoparentales, homoparentales o reconstituidas cada vez más frecuentes que, conjuntamente con las nuevas concepciones de los roles de género, dan como resultado una nueva realidad social, cada vez más compleja e inabarcable. En este contexto, la incorporación de la mujer al mundo laboral y los cambios legales respecto al divorcio y la patria potestad han sido, entre otros, factores determinantes en el cambio de valores y formas familiares, con consecuencias para la independencia económica y la distribución del poder. Al margen de la institución y las relaciones familiares cada vez más complejas, el niño se ha convertido en un agente social relativamente nuevo. Su rol cambia y adapta permanentemente y se define desde la perspectiva del mundo adulto. Otro cambio substancial es el hecho de que ya no se pasa de ser niño a adulto ‘de golpe’, sino que se ha formado un paso intermedio, un paso que no siempre existía y que describe una transición cada vez más larga. Se trata de la adolescencia, constituida, hoy por hoy, por un grupo con unas características, responsabilidades y necesidades propias, que no sólo tienen que ver con su futuro como adulto, sino también con su presente de adolescente. Se define como un período de rebeldía en que los padres dejan de ser la fuente de sabiduría y los amigos y el grupo de iguales comienzan a tener más peso en las decisiones y actitudes seguidas, generando cada vez más independencia y autonomía. Más allá de la rebeldía o de la independencia, se aprecia que con el crecimiento del individualismo y de la libertad moderna, la adolescencia se caracteriza cada vez menos por su cohesión social, debido a la falta de elementos de cohesión como lo eran antaño los rituales o la religión.

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La actual fase del post-capitalismo se caracteriza por un reparto de recursos, roles y responsabilidades que sigue evolucionando a gran velocidad y se enfrenta a la tarea diversa y compleja de crear continuamente instrumentos individualizados para la integración de la diversidad y de las libertades individuales cada vez más complejas. En este contexto, los adolescentes disfrutan del ocio y de las libertades que adquieren sin trabajar por ellas y que consiguen, también, en un período de tiempo en el que los adultos todavía no los han integrado en la producción colectiva de bienestar. Durante la fase adulta, las personas sirven al mantenimiento de complejidad así como a su crecimiento mediante la creación de valores añadidos, mientras que los adolescentes se ven en una fase de creación pura, así como de desarrollo de inteligencia, estrategias de diferenciación y convivencia. A nivel de creación de complejidad contingente, los adolescentes de hoy, que antes no existían, tienen un papel principal y protagonista que no se les explica ni se les demuestra. Al no tener un rol oficial, declarado, definido, coherente, reconocido e institucionalizado, los adolescentes se ven sometidos a la indefinición y a la falta de límites dentro de una incoherencia social. Estas incoherencias radicales de una complejidad muy mal administrada (por la falta de conciencia por parte de los adultos responsables) automáticamente desembocan, de forma inconsciente, en comportamientos rebeldes, revolucionarios y/o agresivos. Con estos comportamientos, los adolescentes buscan la nueva definición de su posición, independientemente de su origen social, en un contexto informatizado, digitalizado, común y global, pero sobre todo menos cínico y más sostenible.

2.2.

Definiciones de violencia Existen innumerables definiciones de y sobre la violencia de los adoles-

centes que difieren según la intención del autor, la cultura de la sociedad respectiva y el objetivo perseguido. En primer lugar, hay que tener en cuenta las diferentes definiciones que se dan en los estudios sobre la VFP, de lo que es considerado como violencia y qué no. Ulman y Straus (2003) tienen en cuenta

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sólo la violencia física y la definen como “[…] un acto cometido con la intención o intención percibida de causar a otra persona una experiencia de dolor físico o lesión” (Ulman y Straus, 2003: 42)2. La muestra de este estudio además incluye a menores de 3 a

17 años, con lo cual las agresiones de niños muy pequeños son incluidas como VFP (incluyendo mordiscos, golpes, etc.), lo que puede contribuir a que haya unas incidencias de VFP muy altas. En segundo lugar, Paterson, Luntz, Perlesz y Cotton (2002) consideran como comportamiento violento “[...] si otros ‘en’ la familia se sienten amenazados, intimidados o controlados por el y si creen que tienen que ajustar su propio comportamiento para adaptarse a la amenaza o la anticipación de violencia” (Paterson et al., 2002: 90)3. Así pues,

en tal caso, sí que se tiene en cuenta la violencia psicológica y material, siempre y cuando tengan los efectos mencionados. Más allá, existen también los parricidios que se pueden entender como la punta del iceberg de la VFP, pero que tienen una larga tradición cultural desde la antigüedad hasta hoy en día. En tercer lugar, Pereira (2009) entiende la VFP como el conjunto de conductas reiteradas de agresiones físicas (golpes, huellas, lanzamiento de objetos), verbales (insultos repetidos, amenazas) o no verbales (gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a los padres o a los adultos que ocupan su lugar. Esta última definición será la que nos servirá de guía y referente. Existen pues, tres tipo de violencia: física, psicológica y material (el destrozo de muebles u objetos). Las diversas definiciones de violencia contribuyen a incluir más o menos comportamientos como violentos, y así pueden aumentar o disminuir drásticamente el número de menores considerados violentos por sus padres. De esta manera los resultados de la presente investigación se ven condicionados a la muestra y a la definición teórica de violencia.

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Original: “[…] an act carried out with the intention or perceived intention of causing another person to experience physical pain or injury” (Ulman y Straus, 2003: 42. Traducción por la autora.). 3 Original: “[...] if others in the family feel threatened, intimidated or controlled by it and if they believe that they must adjust their own behaviour to accommodate threats or anticipation of violence” (Paterson et al., 2002: 90. Traducción por la autora).

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3.

Marco teórico Se aborda el tema basándose en un concepto ecológico-sistémico de la

violencia, pasando desde el nivel micro (con variables intrapersonales), a través del nivel meso (con variables interpersonales y microsociológicas) hasta el nivel macro (con variables macrosociológicas). De esta manera se añaden las perspectivas psicológicas, sociológicas y sistémicas sobre la violencia para abocarlas en un modelo comprensivo y explicativo general. La presente investigación parte de factores ya estudiados, como la desigualdad de género, la influencia de la violencia enseñada por los medios de comunicación (a nivel macro), la pobreza, el estrés familiar, influencias negativas por parte del entorno social (también efectos estructurales) y la falta de apoyo social (a nivel meso), estilos negativos o ineficientes de educación paternal y conflictos con los padres, problemas de salud mental o drogas por parte de los/as adolescentes o experiencias tempranas de victimización (a nivel micro) (Cortrell y Monk, 2004: 1076). De esta manera, busca tanto situaciones típicas cuyos factores generan erupciones de violencia, como una tipología de los agresores menores, enfocando la vida cotidiana de las familias, la distribución de espacios y tiempos y los valores que reinan en las familias y su debida implicación social. En su totalidad se consideran estos parámetros de medición como parámetros sistémicos, integrados en un concepto sistémico teórico de la complejidad humana. Se espera poder aportar nuevos elementos para la comprensión de la violencia y victimización interfamiliar y para el trabajo preventivo en general. En este marco, se ha optado por hacer un análisis sistémico de la complejidad de las familias, combinando el planteamiento sistémico con el modelo ecológico. Esta metodología ya se ha utilizado en otros estudios sobre la violencia (Kappler, 2009). Son herramientas desarrolladas para analizar situaciones de conflicto y crisis, según la teoría sistémica de la violencia descrita por Ginestet y Kappler (2009) y aplicada a diferentes ámbitos de resolución de conflictos. Define la violencia como una crisis de complejidad entre seres humanos (denominados como materia organizada dentro de la nomenclatura sistémica).

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Por una parte se produce demasiado complejidad absoluta y relativa y no existen suficientes recursos y herramientas (incluidos en la denominada complejidad contingente) para satisfacer de forma sostenible la cantidad de complejidad absoluta (unidades de materia organizada o personas) existente o para hacer frente a un exceso de complejidad absoluta y relativa circunstancial (llamada crisis de complejidad circunstancial). La complejidad se divide en tres tipos que se definen de forma práctica, a modo de ejemplo y sin querer alcanzar una definición absoluta, de la siguiente manera: 1. La complejidad absoluta que consiste a. en el número de miembros de la familia; b. en la totalidad de marcos (“frames”), sentidos o ideas y el vocabulario (fonemas y signos) utilizados y c. en la totalidad de materia transformada y definida y objetos utilizados. 2. La complejidad relativa que consiste a. en la relación emocional con las personas existentes (tanto presentes como ausentes, incluyendo los antecesores); b. en el sentido de que se le da al vocabulario y al intercambio de información y sentidos que une a palabras y signos, es decir los vínculos entre sentidos; c. en los objetos y los materiales que se usan en los niveles a + b y d. en la movilidad de las personas. 3. La complejidad contingente es aquella que incluye todo el entorno social de las familias: servicios sociales, instituciones estatales, vecinarios, colegas, amigos, familia,… Corresponde a la cantidad total de opciones que rodean las personas: a. Lenguaje: incluye los marcos accesibles, pero sin adoptar y sin usarlos; los lenguajes posibles sin utilizarlos; también incluye el cruce con marcos y lenguajes profesionales; b. Objetos materiales: el valor simbólico que se da a los objetos y c. la movilidad no utilizada pero posible. Con este marco conceptual, se puede hacer una descripción y un análisis cualitativo de los casos con respecto a las complejidades existentes y producidas.

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4.

Metodología El diseño metodológico de la investigación sigue las pautas de la Groun-

ded Theory que fue desarrollada en los Estados Unidos en los años 60 por Anselm Strauss y Barney Glaser sobre todo en el ámbito de estudios médicos. El objetivo de esta metodología cualitativa es el desarrollo de una teoría aplicada y fundamentada en los datos para explicar el fenómeno estudiado, incluyendo factores causales y de contexto, variables que intervienen, estrategias y consecuencias. Se logra a través de unos procedimientos específicos de codificación de los datos y su reorganización con la ayuda de paradigmas de análisis. Sus pautas permiten el desarrollo de una descripción teórica basada en el análisis sistemático de los datos con el objetivo de cerrar la brecha entre la teoría y la práctica. A través de un estudio cualitativo de 32 casos (todos usuarios de la Asociación Ventijol), se realiza un análisis fundamentado de la documentación clínica de los/as agresores, sus familias y contextos sociales que se profundiza en 11 (que todavía estaban abiertos y en tratamiento) de los 32 casos con entrevistas con los terapeutas y familiares para contrastar los datos ya existentes. La investigación acción participativa forma el marco de esta cooperación con los terapeutas de la Asociación Ventijol para coordinar la investigación, intercambiar datos e información y discutir en un equipo multidisciplinario los resultados del análisis, así como para desarrollar nuevas líneas de investigación. Además, se realizaron 6 entrevistas con 7 expertos de ámbitos profesionales distintos, incluyendo técnicos de Justicia Juvenil, técnicos de Atención a Víctimas, psicólogos y psiquiatras, para discutir y ampliar el estado de la cuestión y los resultados. Tal y como se ha dicho anteriormente, la muestra incluye 32 casos con 23 chicos y 9 chicas, aunque es necesario destacar que los 11 casos todavía abiertos y estudiados con más profundidad representan 5 chicos y 6 chicas. Los hijos y las hijas tienen entre 11 y 18 años e incluyen todo tipo de familia: monoparentales, nucleares tradicionales, compuestas, adoptivas, inmigrantes, económicamente acomodadas y pobres. Llegan al centro de terapia de distin-

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tas formas, en su mayoría a través de los Servicios Sociales y en minoría por iniciativa propia o por derivación de Justicia Juvenil. A pesar de esta muestra variada, se debe enfatizar que se trata de una muestra cualitativa que se deriva en su totalidad de los usuarios de un centro de terapia específico. Esta forma de selección puede generar un sesgo importante con una gravedad de los casos que puede no ser lo habitual. En consecuencia, se debe presuponer una cierta parcialidad de la muestra y no se puede asumir en ningún momento una representatividad por parte del estudio.

5.

La VFP visto por los expertos: una violencia compleja

5.1.

Perfiles de los menores agresores Hay que destacar la disparidad de los resultados en cuanto al género del

menor agresor4, en algunos estudios hay una mayor probabilidad de que el agresor sea chico, aunque la diferencia no sea estadísticamente significativa. En otros estudios, teniendo en cuenta incidentes ‘no triviales’, las chicas son quien agreden los padres con más frecuencia, aunque la diferencia sigue sin ser significativa, estadísticamente hablando. Hay que decir, sin embargo, que es en los estudios clínicos donde se da una mayor tendencia a la VFP por parte de los chicos, esta constatación es fruto de las divergencias metodológicas empleadas según el enfoque del estudio. Además, los chicos suelen ejercer más violencia física o con armas. Según un técnico de Justicia Juvenil, “Lo que pasa es que la violencia intrafamiliar de las chicas, primero es mucho más difícil de detectar. De hecho, todos los delitos son mucho más difíciles de detectar en chicas que en chicos. Pero hay una cierta, como diría..., permisividad mucho más grande con una actitud agresiva de una chica que de un chico. Yo creo que en parte es porque una chica no hace tanto miedo, de entrada como un chico. Todo y que las agresiones después pueden ser brutales independientemente del sexo. Y después hay un cierto punto de machismo disfrazado, a decir, bueno una

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Hay que destacar, también, que en los países donde se han hecho más búsquedas en este sentido, son los sajones, con Australia, Estados Unidos y Canadá como más consolidados. En cuando a Europa hace falta destacar los estudios franceses y, en el Estado Español, los del País Vasco.

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reacción histérica de una chica adolescente, bueno, pues puede ser mucho más normal que la de un hombre adolescente.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 128-136)

Respecto a la situación socio-económica, los técnicos de Justicia Juvenil coinciden en que “He visto de todos los colores.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 194), aunque destaca un “abandono mucho más evidente” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 199) en los casos de familias con un nivel económico más alto, y con la “imposibilidad de cuidar de los hijos” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 194-200) en el caso de las familias con un

nivel bajo. El país de origen es otro factor que influye en la VFP: “...y en función del país que vienen también es muy diferente. Hay ciertos países de Latinoamérica que tienen un componente machista muy, muy, muy grande. [...] En cambio con el colectivo de pakistaníes por ejemplo es una cosa que no se suele dar. Generalmente con los orientales no se produce casi nunca, porque hay todavía un cierto respeto por lo que es el sentimiento de la familia en sí. Y después, por ejemplo, con el colectivo gitano, prácticamente no se da nunca, nunca, porque el clan sí que funciona, y que funciona muy bien.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 211-221)

En cuanto a la edad del agresor, las chicas tienden a cometer VFP más jóvenes que los chicos, los cuales lo hacen al final de la adolescencia (jóvenes adultos) entre los 14-17 años, según la mayoría de los estudios. Pero existe un estudio que difiere en eso, al tener una muestra de entre 3-17 años y una definición de VFP muy amplia. Así pues, Straus concluye que, cuanto más jóvenes, más agresiones se producen, con un tercio de los niños entre 3 y 5 años que han sido violentos con sus padres (en los 12 meses previos a le entrevista). Más allá de la adolescencia también continúa existiendo la VFP con hijos mayores de edad que agreden sus padres, a veces ya ancianos. Pero como la presente investigación se limita a menores que agreden a sus progenitores, no se profundizará este aspecto. En este contexto, hay que tener en cuenta el impacto de la edad respecto a la percepción de la VFP: “Lo que sí que es bastante evidente es que hay un componente de dolor físico que un niño de 5 años no lo puede... es a decir, por mucho que el niño ya sea un maltratador desde los 5 años, te puede desesperar más o menos, pero miedo no te hace. Cuando empieza a ser un poco más grande el tema cambia. Y cuando aparece el miedo es cuando se dispara todo.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 308-312)

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5.2.

Causas de la VFP

Una de las causas más mencionadas a lo largo de toda la bibliografía consultada es la violencia intrafamiliar, es decir, los comportamientos violentos en las relaciones familiares. Ser testigo de agresiones entre los progenitores o haberlas padecido, constituye un factor importante a la hora de adquirir la violencia como un mecanismo resolutivo de conflictos. “Sí, yo creo que está vinculada con, con todas las violencias de alguna manera, ehm que hay puentes con las otras formas de violencia, sin duda alguna con la violencia parentofilial, sin duda,...” (Linares, 32-34)

Pero más allá, Juan Luis Linares, jefe de la Unidad de Psicoterapia y Director de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau distingue entre diferentes modalidades de maltrato por parte de los padres: ausencia de límites, abandono, desprotección, depravación, pseudoprotección, narcisismo paterno, etc. Para él, todas estas formas representan distintos tipos de maltrato. En este contexto, arguye argumentos como los estilos parentales de control y permisivos o la falta de límites, que aparecen en la literatura bajo este lema. También entraría una permisividad absoluta hacía los niños en este concepto. “...una cosa que sí que suele pasar mucho, es que la permisividad absoluta por el hecho de que es un niño, cuando llega a la adolescencia se quiere cambiar para un... bueno ahora ya tienes 16 años, ahora ya has de ser una persona responsable. De un momento al otro. Si no lo has hecho una persona responsable desde que nació, no conseguirás que sea una persona responsable a los 16 años.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 318-323)

Otro aspecto frecuente es la falta de coherencia de los mensajes y de los valores, emitidos por parte de los padres, pero también por parte de la escuela. “...los mensajes que reciben los hijos de esas familias no son mensajes coherentes,...” (Pereira, 133-134)

En general, los expertos coinciden en el hecho de que la VFP sale de una dinámica de larga duración: “Pero el grueso es más una dinámica conductual viciada desde hace muchos años.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 70-72)

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Y en muchos casos se observa el siguiente perfil característico: “Un tipo de personalidad débil por parte de la madre, fundamentalmente, y un cierto sentimiento de desprotección por parte del joven o de la joven. Es decir, una madre débil [...], medio enfermiza, pero no del todo, que va abandonando y que se siente víctima de esta situación y de muchas otras. Y por el otro lado, el reclamo por parte del hijo o de la hija de que desempeñe su papel de madre, y cuado no lo desempeña, por imposibilidad o por lo que sea, entonces la agresión es como una manera de venganza por el abandono. De decir no eres capaz de cumplir con tus funciones, yo necesito una madre y como no la tengo ahora te voy a agredir. Un poco así.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 149-158)

Un tema mencionado en la mayoría de trabajos son las enfermedades mentales o trastornos de conducta. “...esto ya a nivel personal yo me estoy encontrando muchos casos, personalmente, en el que el hijo es patológico, patológico de salud mental.” (Técnico Justicia Juvenil 5.1, 142-144)

La mayor parte de casos en que los hijos sufren enfermedades mentales son esquizofrenia, desórdenes bipolares, déficit de atención, trastorno de hiperactividad o dificultades de aprendizaje. También hay casos en que son los progenitores los que sufren algún tipo de desorden psíquico, lo cual hace que los menores deban asumir el rol de cuidador, y surjan conflictos por una necesidad creciente de autonomía del menor.

5.3.

Factores sociales Un factor a tener en cuenta es el secretismo que suele acompañar la

VFP, es decir, que la familia no desea que salga a la luz la situación en que se encuentran, ya sea por vergüenza, por lealtad hacia el hijo que se muestra violento contra ellos, por miedo a que se finalice la relación con el hijo o por miedo a que, si denuncian, los episodios violentos se incrementarán. Estos hechos contribuyen al aislamiento de los miembros de la familia (sobre todo de los agredidos) y a la culpa de los mismos, que se sienten responsables del episodio violento. “Son los más difíciles, o sea, la dependencia emocional, o sea, puedes trabajar que la pareja pueda conseguir una independencia emocional pero de una madre a un hijo esta dependencia emocional es muy difícil de trabajar, muy difícil. Entonces

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son los casos pues más dolorosos, ellos lo viven muy mal.” (Técnico Atención a Víctimas 1, 155-158)

Respecto a su dimensión social, hay que subrayar que la complejidad del fenómeno refleja la complejidad de la sociedad. “...en un momento de de máxima complejidad con respecto a las sociedades del pasado, ya ves España hace 50 años era homogénea, todo el mundo tenía el mismo color, el mismo, los mismos apellidos, los mismos tal, todo...” (Pereira, 348350)

En este contexto, se puede decir que se junta con un cambio de valores sociales importante, tal y como se formula en la hipótesis de entrada acerca de los cambios de roles y de funciones de cara a la creación de complejidad contingente: “El esfuerzo no tiene un valor en si mismo, ahora. Claro, si no tienes necesidades porque te las han cubierto, el espíritu de superación, falta mucho para que lo tengas o no lo tengas. Cuando te confrontas con una sociedad que es muy competitiva y hay mucha gente que ha tenido que venir de fuera porque se estaba muriendo de hambre, de guerra, de lo que sea. Vienen aquí con ganas y con fuerzas, pues siempre vas a perder, lógicamente. Pues eso es buena parte de la rebeldía de decir bueno me habéis engañado de alguna manera. Ahora me encuentro con 17, con 18, con 19 años, soy un inútil, no tengo ninguna perspectiva y la culpa es vuestra. Y es cierto que la culpa es nuestra.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 369377)

En consecuencia, la VFP se presenta como una violencia altamente compleja en todos sus aspectos. “Cuando el tema es que el agresor todo y ser agresor no deja de ser una víctima también, es más complicado.” (Técnico Justicia Juvenil 5.2, 44-46)

Pero más allá de los ámbitos individuales, familiares, relacionales y sociales que están sometidos a transformaciones profundas, el mismo rol del hijo agresor se puede presentar como ambiguo.

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6.

El análisis de la VFP

6.1.

Manifestaciones de la VFP Con respecto a los ‘episodios de violencia’ que ocurren entre hijos y pa-

dres en los casos tratados por la Asociación Ventijol, es preciso destacar la ausencia de datos precisos y completos. Por un lado, parece ser que a las familias les cueste hablar de y llamar a las violencias por su nombre, debido a la vergüenza y el estigma que conllevan. Por otro lado, no se suele recoger de manera exhaustiva los relatos de violencia en las historias clínicas. A pesar de estas lagunas, se puede constatar que todos los tipos de violencia aparecen en los casos estudiados. Primero, destacan sobre todo agresiones verbales (insultos, gritos y desvaloraciones o desprecios): “Y... vienen mucho porque Mar no hace caso, es muy, muy, muy contestona,[...] y a ellos los insulta mucho, sobre todo a la madre, a la madre la trata muy mal, le dice de todo, que es una mala madre, que es... hay muchos, hay mucha agresión verbal, de repente le dice “eres una mierda” al padre, a la madre... no sé “cállate ya, imbécil” no sé, cualquier... insulta, sobre todo a la madre.” (Mar 89-94)

También se suelen producir agresiones contra cosas (pegar contra la pared, romper cosas, robar dinero a los padres,...). “Más que agresiones a la madre físicas, que no, eran agresiones verbales y de, de romper cosas de casa, o sea eh pues dar una vez a la puerta y romper la puerta, romper camas, romper la mesilla, (C) o sea más eso ¿no? Pegar golpes contra cosas.” (Jordi 22-25)

Pero también se producen agresiones físicas como bofetadas o empujones. Tal y como se puede ver en las siguientes entrevistas, la violencia también puede ser mutua y producirse en una escalada entre madre e hija. “... cuando a lo mejor a la Eva no se le da lo que quiere, ehm, enseguida la Eva comienza a insultar mucho a su madre, la madre la comienza a insultar a ella también, mucho, agresión verbal, y desprecio, de vez en cuando a la Eva se le escapa, bueno se le escapa, ehm agresiones a la madre haciendo servir cosas.” (Eva 31-34)

A pesar de la gravedad de los episodios y del sufrimiento y las angustias que produce, los motivos mencionados para las discusiones, batallas, agresiones y violencias suelen ser menores. Es decir, que no se explican por las circunstancias concretas en las que aparecen, y que la levedad de los motivos 14

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contrasta con la omnipresencia de la violencia o del climax violento en el que se encuentran los protagonistas de la violencia. Es aquí donde se manifiesta la incidencia de los conflictos sociales generalizados y mediatizados que son invisibles mientras no se formulan verbalmente y no se conceptualizan en el discurso diario de la cultura en la que se protagonizan. “[...] que siempre nos peleamos por tonterías [...]” (Rina, 65-66)

Por tanto, la violencia no aparece en un vacío, sino que se trata de un continuo en el tiempo y en el espacio. Está vinculada con los límites que ponen los padres y las (in)capacidades de los hijos. “Cuando ella se enfrenta, entonces pues él se pone fatal. Si ella le deja hacer todo pues no hay problema.” (Ramón, 73-76)

En este sentido, las violencias parecen emerger en la vida cotidiana a partir de roces, problemas de comunicación o convivencia y frustraciones, pero tanto a las familias como a los terapeutas les cuesta expresar las vivencias en palabras. Se trata de una sensación difusa, generalizada, fragmentada, preconsciente, no conceptual, sintomática pero diagnosticada, por tanto inexplicable. En consecuencia, en el momento de referirse a la violencia ejercida, se pueden observar diferentes metáforas y explicaciones utilizadas por los terapeutas. En general, describen situaciones de descontrol total y de rapidez enorme, comparando las incidencias con “un disparador” o “una moto”. “Sergi tiene una rabia a la madre que no sabe, o sea, horrorosa. O sea, no la soporta, no le, o sea, palabra que le dice la madre, o sea, él se pone como una moto, es un disparador de una agresividad que no puede controlar. ¿Sí? Eh la madre es pum, pum, pum de irle por detrás, de irle por detrás, de irle por detrás. Y Sergi es “déjame”, déjame, déjame, déjame”.” (Sergi, 77-82. Énfasis por parte de la autora.) “el Jordi ponerse como una moto y entonces agredir lo que encontrase a mano ahm claro” (Jordi, 32-33. Énfasis por parte de la autora.)

Estas metáforas están vinculadas con la imagen de la rabia como un volcán que de vez en cuando, cuando se han acumulado demasiadas tensiones, debe entrar en erupción.

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“Ehm cuando se enfadaba (C) tiene tendencia a coger cosas y romperlas, a expresar la rabia de esta manera ¿no?” (Julia, 71-72)

En el caso del Ramón, también hay un descontrol por parte del hijo debido a “ataques de rabia”. Pero la gravedad y el drama de la situación disminuyen cuan-

do la madre alerta los Mossos y la policía no encuentra a ningún criminal sino “solo un niño cabreado”. “[...] hay un momento en que Ramón no se controla ¿no? Y hay momentos en que ella tiene que llamar a los Mossos de Escuadra, porque él empezó a pegar a los muebles, la empezó a pegar a ella, durante un tiempo.” (Ramón, 56-58) “Sí, porque como él se descontrola, ¿no? Y él de repente tiene ataques de rabia,[...] se encontraron sólo un niño cabreado.” (Ramón, 274-279)

Otra metáfora utilizada para describir el descontrol es la locura y perder la cabeza. “No sé si han llegado a manos, pero sí que muy violentas, muy violentas, o sea que está como, que se pone como un loco.” (Sergi, 228-229. Énfasis por parte de la autora.) “Son muy concientes todos de que hay un momento en que se las va la cabeza y que no controlan.” (Julia, 375-376. Énfasis por parte de la autora.)

Además, se puede observar dos tendencias contrarias en la descripción de las incidencias de violencia. Por un lado, se rebaja la gravedad de la violencia, se la normaliza y se la desdramatiza,... “... estas actitudes... estos episodios” (Eva, 49-50)

... y por la el otro lado, se la pone en un contexto dramático. “sí ponía “nos vamos a matar un día, no hay normas” (NOTA: Lo lee de sus apuntes)” (Pau, 265-267)

Un análisis de los marcos lingüísticos demuestra que el marco descrito de la violencia es, de forma generalizada, un marco de incoherencias y fragmentación sin ninguna intencionalidad violenta o criminal, sino que la violencia representada es una fragmentación de todo aquello que provoca una reacción que se puede describir como visceral o automática. En este sentido, el carácter de la fragmentación es compulsivo. El marco también es un marco de la vergüenza, del estigma y de la pasividad respecto a los hechos, es decir, un marco de no intervención, de permisividad y desorganización por parte de la sociedad respeto al fenómeno, por falta de recursos comunitarios para hacer frente a

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los desórdenes. Se dejan solos, y quedan totalmente desamparados, los padres, que deben callar para no sufrir un proceso de exclusión o de estigmatización, ya que la falta de recursos para hacer frente a estas situaciones no es individual, sino colectiva. Este marco de la vergüenza por la falta de recursos es similar al marco de la pobreza y en este sentido la superposición de los dos marcos crea sinergias destructivas. Además, el marco de la vergüenza o de la falta de recursos se compagina con la base compulsiva de la fragmentación, creando un patrón doble de desorganización, que se establece en forma de ritual y de tradición inconscientes.

6.2.

Tipificación de los casos de VFP Entre los 32 casos, se han podido distinguir dos principales patrones de

familias que se caracterizan por las distribuciones y (des)equilibrios de las diferentes complejidades, lo que produce distintas formas de crisis. En un principio parece ser que estos patrones piden diferentes estrategias de intervención.

6.2.1. Falta de recursos para hacer frente a la complejidad familiar El primer tipo de patrón se caracteriza por ser, las familias, más o menos “normales” (en general nucleares y tradicionales) con recursos bastante buenos tanto económicamente como intelectualmente. Pero existen circunstancias o influencias (que vienen del entorno) que hacen que no puedan gestionar las distintas complejidades. Esto puede dar lugar a, para utilizar el concepto amplio de Linares, un maltrato ‘involuntario’ a los hijos, por parte de los padres y madres, y la rabia, frustración e incompetencia por parte de los hijos, que reaccionan de forma intuitiva, compulsiva y fragmentaria para afrontar esta situación. Este maltrato se puede manifestar como: > la ‘simple’ indefinición del modelo familiar con padres que se contradicen, descalifican mutuamente y se pelean constantemente, lo que produce a menudo una falta de límites; “... este niño ya desde muy pequeño, o sea ya tiene conductas de no tolerar la frustración de bueno de dificultad de que le pongan límites. Y los padres no le ponen límites.” (Marc, 26-27)

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> una necesidad aumentada por parte del hijo de atención parental, sea debido a trastornos mentales o experiencias traumáticas, para las cuales los padres y las madres no disponen de los recursos suficientes, lo que, por ejemplo, puede resultar en comportamientos sobreprotectores por parte de los padres y madres; > una necesidad por parte del hijo de más complejidad, interacción, saber y experiencias que los padres no pueden o quieren ofrecerle, lo que puede crear un alto nivel de frustración en ambas partes; “Claro, Mar, es muy diferente. ... sobre todo es la extrañeza de dónde ha salido ésta chica...” (Mar, 79-84)

> pero también las expectativas excesivas por parte de los padres a las que los hijos no pueden llegar, creando así frustraciones, u objetivos ajenos por parte de los padres que no tienen nada que ver con sus hijos y que orientan a los padres hacia fuera, desechando parcialmente las necesidades básicas de los hijos respecto a la atención parental; “Y la sensación de que había crecido de golpe y esta niña, se siente poco mirada, poco reconocida, poco valorada y a la intemperie ¿no? Porque sus padres habían estado, o sea, estaban preocupados mirando otras cosas, que si el trabajo, que si la casa, que si el dinero, que si...” (Cristina, 114-119)

> problemas de pareja que se transfieren al hijo para que se posicione con uno de sus padres, provocando y descalificando al otro; o para que sus ‘ataques’ unan a los padres y les den una meta común que sin el conflicto con la hija no existe. “El tema de la niña ella le da el pretexto muy valido de compartirlo todo, y es ¿no? La niña está aquí ofrecida en una bandeja de plata para que ella pueda, para que ellos puedan ponerse de acuerdo en estos roles, y compartir la crianza y...” (Cristina, 89-93)

> nuevas formas parentales, como la adopción, que conlleva una complejidad cultural y emocional aumentada; “¿Qué hago? Ya no soy hija de mis padres, no soy hermana de mi hermana y ahora que me tocaba ser hija de ella y que lo estoy haciendo mal ¿qué me queda? ¿Seguir haciéndolo mal para al menos tener el vínculo?” (Rina, 440-443)

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> la confusión parental de no hacer de padre sino querer ser el amigo o la amiga de su propio hijo; “como que se confunden los niveles y los lugares” (Cristina, 329)

> u otro escenario vinculado a la sobreprotección, la cual cosa produce una falta de referentes claros en relación con valores sociales, educando y abandonando a los hijos en una situación de indefinición y vacío total, ya que los padres y madres les habían proporcionado o están proporcionando todo, lo que les vuelve irresponsables de su propia vida. En este sentido, la familia, a pesar de disponer de bastantes recursos, no tiene los recursos adecuados, para hacer frente a esta situación ‘excepcional’. Hay que destacar que solo la familia define esta ‘excepción’; para otra familia, la misma situación podría ser una situación completamente normal. En consecuencia, la VFP representa una crisis porque la vida familiar no es sostenible por la falta de referentes, modelos, ideales y recursos adecuados. En estos casos, la crisis puede 1) continuar, para que la complejidad se mantenga, 2) bajar la complejidad (sacar el hijo/a de casa para bajar el número de personas implicadas y las interacciones personales) o 3) pueden aumentar los recursos de la familia para hacer frente a la crisis de complejidad de fondo.

6.2.2. La destrucción previa de recursos para gestionar la complejidad familiar En este segundo patrón, el fenómeno se caracteriza por estar protagonizado por familias precarias, lo que en la terminología psicológica se llamaría familias multiproblemáticas, con una falta fundamental de recursos de todo tipo -económicos, emocionales, mentales o relacionales. Incluye, sobre todo, familias monoparentales o reconstituidas y se caracterizan por una confusión generalizada de las funciones familiares y una indefinición de los límites básicos. Este desequilibrio de complejidades se manifiesta de las siguientes maneras: > limitaciones importantes sobre todo por parte de las madres como trastornos y enfermedades mentales que impiden que puedan desarrollar sus roles y sus funciones parentales, lo que -muchas veces- obliga a los hijos, y sobre todo a

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las hijas, a desempeñar los dos roles, el de la hija y el de la madre cuidadora, a la vez, sin poder apoyarse en un entorno social comprensivo y empático y que de forma cínica desprecia al individuo ‘deficiente’, falto de libertades y recursos o desvirtuado; “...está madre, con Julia (C) bueno, de alguna manera se apoya en ella para poder funcionar. Es decir, desde muy pequeñita Julia se ha acostumbrado a de alguna forma cuidar de su madre, ¿no? Cuidarla en el sentido de... Julia es quien se encarga de limpiar la casa, quien se encarga de muchas cosas. Entonces, ehm claro, esto no es algo que Julia haga mmm desinteresadamente porque a la vez que hace esto pide por otro lado tener poder, y poder decidir cosas entorno al dinero ... Es decir Julia se hace cargo, de ciertas responsabilidades que su madre no puede sostener y a cambio exige tener poder de decisión ¿no?” (Julia, 20-28)

> una herencia y tradición importante de violencia en la propia familia, lo que marca la convivencia familiar de manera viral; > una incoherencia y fluctuación permanente en el trato de los hijos, lo que produce un entorno caótico e inestable; “es un caos de mujer” (Ramón, 153) y “nos caotiza también a nosotros a los profesionales” (Ramón 157-158) “...en primer lugar la vida, cuando te la expone (la madre), es una vida súper poco estable con este niño ¿vale? Es decir, ha crecido con unas figuras, con pocas figuras estables. Ninguna. De hecho ninguna.” (Sergi, 49-51) “Son mensajes contradictorios constantemente, constantemente, constantemente. Y si este niño no se ha vuelto loco ya, es que...” (Sergi, 152-154)

Una inestabilidad que, cuando se produce en los primeros años de la vida de los hijos deja huellas y consecuencias más graves, como disrupciones del vínculo y del apego (Palanca, 2010: 8). “La colocaba con familiares como una pelota.” (Isabel, notas)

En este sentido, la VFP se puede considerar una prolongación de otra crisis, aún más profunda. En estos casos, la crisis puede 1) continuar, para que no se rompa el patrón de la dependencia y confusión entre padres/madres y hijos/hijas o 2) parar cuando se rompa la dependencia entre madres y hijos/hijas.

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6.2.3. Y patrones intermedios Aun así, los patrones previamente descritos no existen necesariamente en estado puro, sino que se han podido detectar patrones mixtos o intermedios. Así, por ejemplo, en uno de los casos, y a pesar del comportamiento oscilante y ausente de la madre que desampara a su hija, la familia debería entrar en el segundo patrón. No obstante, y por tener unos referentes bastante claros por parte de sus abuelos paternos, que luchan por obtener la custodia de su nieta después del accidente mortal del padre, se trata de un caso del primer patrón. Aunque la adolescente tenga conflictos con sus abuelos paternos respeto a la valoración y a la relación que mantiene con su familia materna y aunque les mienta y se escape para ver a sus familiares maternos, prevalecen el reconocimiento y respeto mutuo y el apego. Por el contrario y en cuatro casos, el nacimiento del hijo o de la hija ‘agresor’ y sus primeros años de vida coinciden con patrones de violencia doméstica padecida por las madres y también por los hijos, lo que conlleva una falta general de un nivel básico de estabilidad. En este caso las personas (complejidad absoluta) no tienen y no encuentran suficiente complejidad relativa ni contingente atribuible a su entorno social. Más adelante, las madres consiguen rehacer sus vidas después de vivir varios años (y en un caso toda una vida) marcados por malos tratos por parte de las (ex)parejas y familiares, creando nuevos núcleos familiares con nuevas parejas. Sin embargo, y mientras que los hijos viven en la actualidad en familias reconstituidas, nucleares y tradicionales, las disrupciones y la falta de apego debido al maltrato de abandono en la primera fase de su vida les marca e influye de tal manera, que los casos se deben ubicar en el segundo patrón de más gravedad (Palanca, 2010).

6.3.

Unas palabras sobre la vida cotidiana Respecto a la vida cotidiana, se puede describir el origen y el impacto de

la VFP como desorden y caos que reinan en los hogares. La violencia suele inhibir cualquier tipo de organización. “no (ríe) hay posibilidad de organizarse” (Marco, 307-308)

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Eso puede ser el resultado de la, ya previamente mencionada, falta de límites o la incoherencia de roles, referentes y valores, pero también puede ser que se oriente toda la vida familiar alrededor del hijo, que de esta manera se convierte, de manera voluntaria o involuntaria, en el ‘rey de casa’ o ‘hijo tirano’ (Garrido 2009). “pero siempre organizándola en función del chico también, y ya te digo, han dejado de hacer muchas cosas por él, porque no lo quieren dejar solo” (Marco, 322-323)

En este sentido, Linares dice sobre la VFP: “Yo creo que envilece, todo lo que… la violencia siempre envilece a todo el que se acerca a ella, de alguna manera, todo el que juega un papel en ella, aunque sea un papel ehm activo, pasivo, más directo, más indirecto, pero siempre embrutece y envilece ¿no? lo cual uff tremendo ¿no?” (Linares, 369-372)

Así pues, se puede decir que no solamente se manifiesta en los episodios violentos más o menos frecuentes, sino que afecta a toda la organización diaria, por parte de los hijos y de los padres. “La dinámica de la casa es, Sergi se levanta lo más tarde posible, eso explica la madre, Sergi se va a dormir lo más tarde posible, para despertarse lo más tarde posible y así que el día se le pase lo más corto posible.” (Sergi, 82-85)

Al margen del desorden o del desfase diario, en un número elevado de los casos estudiados se pueden detectar problemas escolares, vinculados con problemas de concentración que pueden llevar al fracaso escolar o el absentismo y la negación total de cualquier tipo de esfuerzo personal para conseguir objetivos socialmente marcados, como poder presentar un título escolar, estudiar o trabajar y ser capaz de ganarse la vida. En consecuencia y de forma circular y viral, la VFP contamina su entorno cercano y lejano y lo somete todo a su dinámica. Como además de “envilecer” también “embrutece”, se deriva la gran dificultad de diseñar estrategias adecuadas de intervención y la gran necesidad de prevención.

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7.

Conclusión A primera vista, los conceptos de familia y violencia pueden parecer an-

tagonistas. Por un lado, la familia representa una institución social primaria que es responsable del bienestar económico y emocional de sus miembros y refleja los cambios profundos y continuos de la sociedad, cada vez más compleja, debido al incremento de las libertades individuales y culturales, la individualización y la licuación de los valores sociales. Por otro lado, la violencia es uno de los síntomas más importantes de las crisis de complejidad que se producen cuando hay una falta de recursos para solucionar una situación conflictiva o compleja y desconocida. En este marco, se produce y se puede comprender pero no excusar o aceptar la VFP, que representa un problema social importante y grave, sobre todo por atacar, corromper y envilecer la base de la misma sociedad, las relaciones intrafamiliares. Tal y como se ha visto en los casos tratados por la Asociación Ventijol, la VFP afecta todos los perfiles familiares. No obstante, fue posible detectar diferentes características en las crisis de complejidad que se pueden clasificar en dos patrones diferentes: las familias ‘normalizadas’ y las familias ‘multiproblemáticas’. Parece ser que estos dos patrones requieren intervenciones diferentes, una suposición que se confirma comparando protocolos de intervención en VFP de distintas instituciones españolas. Los resultados del presente estudio pueden así ayudar a diseñar programas de intervención más adecuados. Una visión más ecológica y transdisciplinar de la VFP ha demostrado que la complejidad y su análisis son fundamentales para la emergencia, las manifestaciones y las consecuencias de la VFP, en un campo que todavía está dividido entre varias disciplinas. La presente ponencia ha podido abrir nuevas líneas de investigación como el análisis de los marcos lingüísticos que describen la violencia o el estudio de la vida cotidiana de las familias que padecen VFP. Debido al sesgo de la muestra cualitativa del trabajo, estas líneas se deberían profundizar en investigaciones futuras.

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8.

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