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La oración de San Egidio
09/07/2006 - 22/07/2006
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
09/07/2006
Liturgia del domingo XIV del tiempo ordinario Primera Lectura
Ezequiel 2,2-5
El espíritu entró en mí como se me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me hablaba. Me dijo: "Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a la nación de los rebeldes, que se han rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han sido contumaces hasta este mismo día. Los hijos tienen la cabeza dura y el corazón empedernido; hacia ellos te envío para decirles: Así dice el señor Yahveh. Y ellos, escuchen o no escuchen, ya que son una casa de rebeldía, sabrán que hay un profeta en medio de ellos. Salmo responsorial
Salmo 123 (124)
A ti levanto mis ojos,tú que habitas en el cielo; míralos, como los ojos de los siervosen la mano de sus amos.Como los ojos de la siervaen la mano de su señora,así nuestros ojos en Yahveh nuestro Dios,hasta que se apiade de nosotros. ¡Ten piedad de nosotros, Yahveh, ten piedad de nosotros, que estamos saturados de desprecio! ¡Nuestra alma está por demás saturada del sarcasmo de los satisfechos, (¡El desprecio es para los soberbios!) Segunda Lectura
Segunda Corintios 12,7-10
Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 6,1-6
Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.» Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
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Homilía El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús en Nazaret. Su fama se había extendido más allá de su región y había llegado hasta Jerusalén. Muchos habían acudido a escucharle. Todos los presentes, a pesar de conocerle bien, se quedaron sorprendidos al escuchar sus palabras. Y se ponían la pregunta justa, la que debería abrir a la fe: “¿De dónde le viene esto?“. Si hubiesen recordado las antiguas palabras dirigidas a Moisés: “El Señor tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él escucharéis” (Dt 18, 15), habrían acogido no sólo sus palabras, sino al mismo Jesús como enviado de Dios. Sin embargo, los habitantes de Nazaret se detuvieron ante el carácter ordinario de su presencia: no se imaginaban así a un enviado de Dios; pensaban que un profeta debía tener rasgos extraordinarios y prodigiosos, o al menos, rasgos de fuerza y de potencia humana. Jesús, en cambio, se presentaba como un hombre normal. Además, ellos conocían su modesta condición: “¿No es éste el carpintero?”, se decían unos a otros. Ser carpintero no daba una particular reputación. En el libro del Eclesiástico se lee: “No se les busca para el consejo del pueblo, ni ocupan puestos de honor en la asamblea. No se sientan en el sitial del juez, ni comprenden las disposiciones del derecho. No son capaces de enseñar ni de juzgar, ni se cuentan entre los que dicen máximas. Pero ellos aseguran la creación eterna, y su oración tiene por objeto las tareas de su oficio” (38, 33-34). La familia de Jesús era una familia normal, ni rica ni indigente. No parecía que gozasen de particular estima por parte de los ciudadanos de Nazaret: “¿No es el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?”, continuaban preguntándose los que le escuchaban en la Sinagoga. En resumen, los nazarenos no encontraban en él nada que le diferenciase de ellos. Quizá le reconocían una notable sabiduría y una relevante capacidad taumatúrgica, pero la verdadera cuestión era que no aceptaban que hablase con autoridad sobre sus vidas y sobre sus comportamientos. Por eso la maravilla se transformó tan rápidamente en escándalo. “Se escandalizaban a causa de él”, añade el evangelista. Y lo que parecía un triunfo se convierte en un fracaso total. Pero, ¿cuál es el escándalo? Los habitantes de Nazaret, podríamos decir, estaban orgullosos de tener un conciudadano famoso; era un orgullo que Jesús fuese un orador apasionante, que hiciese prodigios y que aportase esplendor a su ciudad. Pero había algo que no soportaban: que un hombre como ellos, al que todos conocían bien, pudiese tener autoridad sobre ellos, es decir, pretender en nombre de Dios un cambio en sus vidas, en sus corazones, en sus sentimientos. Todo eso no lo podían aceptar en uno de ellos. Sin embargo, éste es el escándalo de la encarnación: Dios actúa a través del hombre, con la fragilidad y la debilidad de la carne; Dios no se sirve de gente fuera de lo común, sino de personas normales; no se presenta con prodigios o palabras extravagantes, sino con la sencilla palabra evangélica y con los gestos concretos de la caridad. El Evangelio predicado y la caridad vivida son los signos ordinarios de la extraordinaria presencia de Dios en la historia. El apóstol Pablo escribe a los Corintios: “Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres. Ha escogido Dios más bien a los locos del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes” (1 Cor 1, 22-25.27-28). Sabemos que la mentalidad común, de la que todos somos hijos, acoge bien poco esta lógica evangélica. Jesús lo experimenta en Nazaret. Y con amargura dice: “Un 2
profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”. Si el libro de los Evangelios pudiese hablar, sin duda lamentaría la soledad a la que a menudo es relegado; y nos debería acusar, a “nosotros, los de casa”, por las tantas veces que lo relegamos a los márgenes de la vida, dejándolo mudo, para que no hable y no actúe. Los hombres de Dios, los profetas, lo saben: “¡Ay de mí, madre mía, que me diste a luz para ser varón discutido y debatido por todo el país!”, grita Jeremías (15, 10). Y Ezequiel – lo leemos en la primera lectura – sintió preanunciarse el mismo drama: “Yo te envío a los israelitas, nación rebelde, que se han rebelado contra mí”. Ellos, al igual que Jesús, deben constatar a menudo el fracaso de su palabra. Sin embargo, el Señor añade: “Escuchen o no escuchen, ya que son casa rebelde, sabrán que había un profeta en medio de ellos”. Dios es fiel, siempre. La Palabra no calla y el Evangelio siempre será predicado. Quien lo acoge y lo pone en práctica salva su vida. Quien se comporta como los habitantes de Nazaret, es decir, quien no acepta la autoridad de Jesús sobre su vida, impide que el Señor actúe. Está escrito que Jesús no pudo realizar milagros en Nazaret; no dice no quiso, “no pudo”. Sus conciudadanos querían que obrase algún milagro, pero no habían entendido que no se trataba de realizar prodigios o magias al servicio de la propia fama. El milagro es la respuesta de Dios a quien le extiende la mano y le pide ayuda. Ninguno de ellos lo hizo. Si acaso planteaban pretensiones. Pero éste no es el camino para encontrar al Señor. Dios no escucha al orgulloso. Dirige, en cambio, su mirada hacia el humilde y el pobre, hacia el enfermo y el necesitado. En Nazaret, en efecto, Jesús tan sólo pudo curar a algunos enfermos: los que le invocaban mientras él pasaba. Felices seremos si, alejándonos de la mentalidad de los nazareos de la sinagoga, nos ponemos al lado de aquellos enfermos que esperaban fuera y que pedían ayuda al joven profeta que pasaba.
***** 10/07/2006
Memoria de los pobres Canto de los Salmos
Salmo 111 (112)
¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh,que en sus mandamientos mucho se complace! Fuerte será en la tierra su estirpe,bendita la raza de los hombres rectos. Hacienda y riquezas en su casa, su justicia por siempre permanece. En las tinieblas brilla, como luz de los rectos, tierno, clemente y justo. Feliz el hombre que se apiada y presta, y arregla rectamente sus asuntos. No, no será conmovido jamás, en memoria eterna permanece el justo; no tiene que temer noticias malas, firme es su corazón, en Yahveh confiado. Seguro está su corazón, no teme: al fin desafiará a sus adversarios. 3
Con largueza da a los pobres; su justicia por siempre permanece, su frente se levanta con honor. Lo ve el impío y se enfurece, rechinando sus dientes, se consume. El afán de los impíos se pierde. Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 10,34-43
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. «El ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él; y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos. Y nos mandó que predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que él está constituido por Dios juez de vivos y muertos. De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados.»
La predicación de Pedro se abre con una afirmación extraída del primer libro de Samuel en el que se dice que Dios no hace distinciones de personas (1 S 16, 7). Y el apóstol la aplica, con una mirada universal que sorprende, a todos los pueblos de la tierra. El Señor no tiene preferencias porque – sostiene Pedro – “en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato”. Hay una sabiduría profunda en esta afirmación que se opone a una visión maniquea del bien y del mal. Pero el apóstol sobre todo quiere afirmar que Jesús es el salvador de todos los hombres, sin excluir a nadie. Sí, la salvación está abierta a todos, sin distinción alguna. Brota de Jesús, de su vida y sobre todo de su muerte y resurrección. Esta predicación del apóstol muestra que el Evangelio no es una suma de doctrinas o un complejo de verdades al que adherirse, sino una persona concreta, Jesús de Nazaret, enviado por Dios a la tierra para que en él todos podamos renacer a una vida nueva. Quien en él confía, quien se deja llevar por su muerte y por su resurrección encuentra la salvación.
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11/07/2006
Memoria de la Madre del Señor Recuerdo de san Benito (+ 547), padre de los monjes de Occidente y guía suyo con la regla que lleva su nombre Canto de los Salmos
Salmo 112 (113)
¡Alabad, servidores de Yahveh,alabad el nombre de Yahveh! ¡Bendito sea el nombre de Yahveh,desde ahora y por siempre! ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de Yahveh! ¡Excelso sobre todas las naciones Yahveh, por encima de los cielos su gloria! ¿Quién como Yahveh, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa. Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 10,44-48
Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedase algunos días.
El encuentro de Pedro con el centurión romano y con su familia es el primer encuentro entre el Evangelio y una familia pagana. El encuentro fue un nuevo Pentecostés, no en Jerusalén, sino en Cesarea. Escribe Lucas: “Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la palabra”. El Espíritu también desciende sobre los paganos. Los judeocristianos que habían venido con Pedro lo comprenden rápidamente: “Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles”. Se trata de una especie de bautismo del Espíritu antes del bautismo con agua. Era un nuevo signo de la presencia de Dios en la historia que tenía que ser escuchado e interpretado. Pedro interpretó este signo de Dios y confirió también a los no circuncisos, es decir, a los no judíos, el bautismo. En la 5
casa de Cornelio el Evangelio empezaba a recorrer la vía nueva de los paganos que ha llegado hasta nosotros y que necesita ser recorrida todavía hoy. El Pentecostés de Cesarea es el signo de otros Pentecostés que tienen que realizarse en nuestros días con los hombres y las mujeres de buena voluntad que el Señor pone en nuestro camino.
***** 12/07/2006
Memoria de los santos y de los profetas Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 11,1-18
Los apóstoles y los hermanos que había por Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la Palabra de Dios; así que cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión se lo reprochaban, diciéndole: «Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.» Pedro entonces se puso a explicarles punto por punto diciendo: «Estaba yo en oración en la ciudad de Joppe y en éxtasis vi una visión: una cosa así como un lienzo, atado por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y llegó hasta mí. Lo miré atentamente y vi en él los cuadrúpedos de la tierra, las bestias, los reptiles, y las aves del cielo. Oí también una voz que me decía: "Pedro, levántate, sacrifica y come." Y respondí: "De ninguna manera, Señor; pues jamás entró en mi boca nada profano ni impuro." Me dijo por segunda vez la voz venida del cielo: "Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano." Esto se repitió hasta tres veces; y al fin fue retirado todo de nuevo al cielo. «En aquel momento se presentaron tres hombres en la casa donde nosotros estábamos, enviados a mí desde Cesarea. El Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Fueron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel hombre. El nos contó cómo había visto un ángel que se presentó en su casa y le dijo: "Manda a buscar en Joppe a Simón, llamado Pedro, quien te dirá palabras que traerán la salvación para ti y para toda tu casa." «Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: «Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.»
La comunidad de Jerusalén no había entendido lo que Pedro había hecho con Cornelio y su familia, hasta el punto que lo criticó fuertemente. Los judíos que se habían pasado al cristianismo estaban todavía cerrados en su pequeño horizonte y no lograban entender la grandeza del amor del Señor. Sus mentes y sus corazones estaban aferrados a una pertenencia étnica, estaban todavía unidos a ritos y usanzas judías. Tenían que escuchar el Evangelio y abrir sus corazones y sus mentes. En la actualidad sucede lo mismo, aunque en planos distintos, cuando entre cristianos, o entre comunidades, se levantan barreras de tipo étnico, tribal, nacional o incluso cultural. Jesús ha venido para destruir cualquier división y separación. Pedro habla a la comunidad de Jerusalén y explica que lo que había hecho era obra directamente de la 6
inspiración de Dios. Los creyentes, tras haber escuchado al apóstol, “se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida”. Una frontera había sido superada: delante de los apóstoles se abría ahora el mundo entero.
***** 13/07/2006
Memoria de la Iglesia Canto de los Salmos
Psaume 113 (114)
¡Aleluya! Cuando Israel salió de Egipto,la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, se hizo Judá su santuario,Israel su dominio. Lo vio la mar y huyó, retrocedió el Jordán, los montes brincaron lo mismo que carneros, las colinas como corderillos. Mar, ¿qué es lo que tienes para huir, y tú, Jordán, para retroceder, montes, para saltar como carneros, colinas, como corderillos? ¡Tiembla, tierra, ante la faz del Dueño, ante la faz del Dios de Jacob, aquel que cambia la peña en un estanque, y el pedernal en una fuente! Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 11,19-30
Los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor. Partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró, le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos». Por aquellos días bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra, la que hubo en tiempo de Claudio. Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada
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uno, para los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se los enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo.
Tras haber superado la frontera de la etnia, se abría ahora la del gran imperio romano. La primera etapa de la comunidad cristiana es Antioquia, la tercera capital, después de Roma y Alejandría. En realidad, el motivo inmediato de la primera misión cristiana parece nacer una vez más de la persecución, como para subrayar que el desarrollo de la caridad no nace de la organización o de la planificación. Si acaso es todo lo contrario, como Pablo decía: “Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Y en Antioquia la predicación fue dirigida no sólo a los judíos, sino también a los paganos. La comunidad tuvo entonces un extraordinario desarrollo, por lo que desde Jerusalén fue enviado Bernabé, originario de Chipre, para ayudar a la comunidad a organizarse. Precisamente en Antioquia – alrededor de los años 38-40 – los discípulos de Jesús fueron llamados por primera vez “cristianos”, probablemente porque la notable afluencia de los paganos distinguía con fuerza a este nuevo grupo de los judíos. Hasta entonces los que se unían a la fe en Jesús eran denominados con diversos nombres, “hermanos” o “creyentes”. En aquel momento reciben este nombre que especificaba de manera más clara de quien eran discípulos. En pocas líneas se delinea el nacimiento, dentro de una gran ciudad del imperio, de una experiencia tan nueva que tuvo que ser definida con un nuevo nombre, cristianos. La novedad no provenía de la adhesión a un proyecto o a una ideología, sino del seguimiento de Jesús, el Cristo.
***** 14/07/2006
Memoria de Jesús crucificado Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 12,1-25
Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los Azimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo después de la Pascua. Así pues, Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios. Cuando ya Herodes le iba a presentar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas; también había ante la puerta unos centinelas custodiando la cárcel. De pronto se presentó el Ángel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro en el costado, le despertó y le dijo: «Levántate aprisa.» Y cayeron las cadenas de sus manos. Le dijo el ángel: «Cíñete y cálzate las sandalias.» Así lo hizo. Añadió: «Ponte el manto y sígueme.» Y salió siguiéndole. No acababa de darse cuenta de que era verdad cuanto hacía el ángel, sino que se figuraba ver una visión. Pasaron la primera y segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. Esta se les abrió por sí misma. Salieron y anduvieron hasta el final de una calle. Y de pronto el ángel le dejó. Pedro volvió en sí y dijo: «Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado 8
su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo de los judíos.» Consciente de su situación, marchó a casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos reunidos en oración. Llamó él a la puerta y salió a abrirle una sirvienta llamada Rode; quien, al reconocer la voz de Pedro, de pura alegría no abrió la puerta, sino que entró corriendo a anunciar que Pedro estaba a la puerta. Ellos le dijeron: «Estás loca.» Pero ella continuaba afirmando que era verdad. Entonces ellos dijeron: «Será su ángel.» Pedro entretanto seguía llamando. Al abrirle, le vieron, y quedaron atónitos. El les hizo señas con la mano para que callasen y les contó cómo el Señor le había sacado de la prisión. Y añadió: «Comunicad esto a Santiago y a los hermanos.» Salió y marchó a otro lugar. Cuando vino el día hubo un alboroto no pequeño entre los soldados, sobre qué habría sido de Pedro. Herodes le hizo buscar y al no encontrarle, procesó a los guardias y mandó ejecutarlos. Después bajó de Judea a Cesarea y se quedó allí. Estaba Herodes fuertemente irritado con los de Tiro y Sidón. Estos, de común acuerdo, se le presentaron y habiéndose ganado a Blasto, camarlengo del rey, solicitaban hacer las paces, pues su país se abastecía del país del rey. El día señalado, Herodes, regiamente vestido y sentado en la tribuna, les arengaba. Entonces el pueblo se puso a aclamarle: «¡Es un dios el que habla, no un hombre!» Pero inmediatamente le hirió el Ángel del Señor porque no había dado la gloria a Dios; y convertido en pasto de gusanos, expiró. Entretanto la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo volvieron, una vez cumplido su ministerio en Jerusalén, trayéndose consigo a Juan, por sobrenombre Marcos.
El capítulo 12 de los Hechos nos lleva a Jerusalén, donde reina un tercer Herodes respecto al de la infancia de Jesús primero y de la pasión después. Éste, no menos violento que sus dos predecesores, empieza a perseguir a la joven comunidad cristiana; primero ordena asesinar a Santiago, el hermano de Juan el evangelista, y después, casi como si quisiera dar el golpe de gracia, ordena encarcelar a Pedro. Es más bien curiosa la secuencia de Herodes, en los Evangelios y en los Hechos. Podríamos decir que es la hostilidad continua del mal a Jesús y a su obra, una oposición fruto de un proyecto, de una estrategia de las fuerzas del mal que quieren encadenar la Palabra de Dios y eliminarla. El Evangelio es siempre un escándalo y asusta al poder de Herodes. Pedro es arrestado, como Jesús, el “día de los Ázimos”, la vigilia de Pascua. Durante la noche, análogamente a la liberación de Jesús de la muerte, Pedro es también liberado de las cadenas. Milagrosamente sale de la cárcel. Se encuentra, libre, en la calle. No fue enviado por el ángel al templo, como sucedió la primera vez que fue liberado de la prisión. Ahora se encuentra en la calle para que la comunidad cristiana continúe caminando por las vías de la ciudad y creciendo en el mundo. Es el sentido de la frase que el autor de los Hechos usa a menudo para indicar la vía de la primera comunidad cristiana: “Entretanto la palabra de Dios crecía y se propagaba”. La Palabra de Dios y la comunidad están ahora indisolublemente unidas una de la otra. Los discípulos reunidos en la casa de la madre de Marcos (quizá el evangelista) apenas vieron a Pedro, entendieron mejor que la fuerza de la Palabra de Dios era superior a las cadenas del mal. Herodes, en cambio, que se vanagloriaba de su fuerza, “convertido en pasto de gusanos, expiró”. Pedro, fuerte sólo del Evangelio, fue liberado de las dificultades y con una nueva energía en el corazón “salió y marchó a otro lugar”.
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***** 15/07/2006
Vigilia del domingo Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 13,1-3
Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros: Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cirenense, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.» Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron.
La comunidad cristiana, hasta ahora, ha sido guiada por el Espíritu para crecer y fortalecerse en medio del mundo judío. Con el capítulo 13 de los Hechos, guiada siempre por el mismo Espíritu, se abre al mundo entero. Bernabé y Saulo empiezan su primer viaje misionero. Al igual que para Pedro, cuando encontró el centurión romano en Cesarea, para Pablo y Bernabé, la misión no nace por iniciativa personal, sino por inspiración del Espíritu Santo. Mientras la comunidad estaba reunida para la oración se oyó la voz del Señor: “Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los tengo llamados”. La vida de los discípulos de Jesús no está guiada simplemente por las decisiones de los hombres, por muy sabias y justas que sean; brota siempre de la inspiración del Espíritu Santo. La misión del Evangelio, en efecto, es sobre todo obra de Dios antes que una decisión de los hombres. De la oración brota la vida para cada comunidad: de Dios nace todo lo bueno y justo, toda misión. De la oración brota también la misión de Pablo y Bernabé, elegidos no sencillamente por sus capacidades, sino por la indicación del Espíritu, como había pasado también a los apóstoles, elegidos y llamados por Jesús directamente. Los dos elegidos, indicados por el Señor y enviados por la comunidad, son sus representantes y mensajeros. Su autoridad reside en la unión con Dios que se expresa a través de la unión con la comunidad.
***** 16/07/2006
Liturgia del domingo XV del tiempo ordinario Festividad de Santa María del Monte Carmelo Primera Lectura
Amós 7,12-15
Y Amasías dijo a Amós: "Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando, porque es el santuario del rey y la Casa del reino." Respondió Amós y dijo a Amasías: "Yo no soy profeta ni hijo de profeta, 10
yo soy vaquero y picador de sicómoros. Pero Yahveh me tomó de detrás del rebaño, y Yahveh me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo Israel." Salmo responsorial
Psaume 84 (85)
Propicio has sido, Yahveh, con tu tierra,has hecho volver a los cautivos de Jacob; has quitado la culpa de tu pueblo,has cubierto todos sus pecados, Pausa. has retirado todo tu furor, has desistido del ardor de tu cólera. ¡Haznos volver, Dios de nuestra salvación, cesa en tu irritación contra nosotros! ¿Vas a estar siempre airado con nosotros? ¿Prolongarás tu cólera de edad en edad? ¿No volverás a darnos vida para que tu pueblo en ti se regocije? ¡Muéstranos tu amor, Yahveh, y danos tu salvación! Voy a escuchar de qué habla Dios. Sí, Yahveh habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen. Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la Gloria morará en nuestra tierra. Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan; " la Verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la Justicia. El mismo Yahveh dará la dicha, y nuestra tierra su cosecha dará; La Justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino. Segunda Lectura
Efesios 1,3-14
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, 11
según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo. En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria. Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 6,7-13
Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.» Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos.» Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Homilía “Jesús llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos”. Así empieza el pasaje del Evangelio de Marcos que escuchamos este domingo. Jesús les llamó y los envió. Podríamos decir que estos dos verbos (llamar y enviar) encierran la identidad del discípulo y de cualquier comunidad cristiana. Estas palabras, en efecto, con todo lo que significan, no están reservadas a grupos particulares o a personas privilegiadas. Todos los cristianos están llamados e invitados a comunicar el Evangelio al mundo. El Concilio Vaticano II define con extrema claridad esta misión confiada a toda la Iglesia: “la Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza … y a cada discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar, en la medida de lo posible, la fe”. El cristiano es, por lo tanto, quien recibe una llamada, alguien convocado por Dios. Propiamente hablando, uno no se convierte en cristiano por autónoma elección, sino como respuesta (obviamente libre) a una llamada que le precede. Sí, existe un amor anterior a nuestra respuesta. Pablo, en el espléndido inicio de la Carta a los Efesios, nos lo recuerda: “En Cristo, (el Padre) por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1, 4-6). Toda la tradición del Primer Testamento, desde Abrahán en adelante, sitúa a Dios en el origen de toda llamada; la iniciativa de poner en marcha la historia de la salvación del pueblo de Israel es del Señor. “Abrahán, al ser llamado por Dios, obedeció”, escribe 12
el autor de la Carta a los Hebreos (11, 8), indicando a los cristianos el paradigma de la fe. En las narraciones de las vocaciones proféticas emerge siempre la primacía de la llamada divina. Emblemática es la historia de Amós. Él no escogió ni tampoco acudió. El Señor lo tomó (“El Señor me tomó de detrás del rebaño”) y lo proyectó en una áspera confrontación con las injusticias del poder político. Tuvo que enfrentarse con las frías consideraciones del sacerdote Amasías, que lo exhortaba, como sucede a menudo, a una prudencia egoísta. Amós rebate al sacerdote que en las raíces de sus palabras no hay una elección personal unida a perspectivas particulares. Dios mismo ha sido quien le ha obligado a una misión profética: “Yo no soy profeta, ni soy hijo de profeta; yo soy vaquero y picador de sicómoros. Pero el Señor me tomó de detrás del rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Am 7, 14-15). Podríamos decir que cada uno de nosotros era (y a menudo todavía lo es) picador de sicómoros. A pesar de la llamada que Dios nos hace cada día, cada domingo, continuamos cultivando nuestros sicómoros personales. Pero el Señor continúa llamándonos, y no una sola vez, separándonos de un destino triste y desvaído. La llamada siempre está dirigida al desarrollo del servicio de comunicación, con las palabras y con la vida, del Evangelio de Jesús hasta los extremos confines de la tierra. Y aquí es donde cada uno de nosotros puede encontrar la propia santidad. Todas las llamadas del Señor son una invitación para acoger la misión que siempre nos hace ir más allá de uno mismo, más allá de los confines que cada uno traza para su vida. Para cada uno de nosotros es natural trazar límites, posiblemente claros y definitivos, entre sí y los demás, entre lo que creemos que es posible hacer y lo que pensamos que no lo es. Dicho instinto a trazar límites nace del miedo: queremos estar tranquilos y seguros, evitando lo desconocido y lo que no nos es familiar. Así se fortifican los confines que dividen a los hombres: los de la cultura y las afinidades, los de la edad y la clase social, los de nación y pertenencia. Y otros también. Todos ellos son límites que separan a unos de los otros, a menudo con violencia, injusticia y a veces incluso con la guerra. Siempre hacen ver al otro como a un adversario, como un enemigo. Cada uno intenta estar sólo con sus semejantes, es decir, consigo mismo. Para Jesús no es así. Él dejó incluso el cielo para venir entre nosotros, y no porque fuésemos justos, sino porque somos pecadores. Por dicha razón Jesús no puede aceptar límites ni particularismos. Además, también el Padre que está en los cielos, “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). El horizonte de Jesús es todo el mundo. Nadie es extraño a sus preocupaciones, ni tampoco el peor de los enemigos. Para el Señor todo el mundo es digno de ser amado y ser salvado. Él fue el primero que fue enviado, y obedeció: “recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia”, escribe Mateo (9, 35). Jesús, todavía hoy, se conmueve por las multitudes cansadas y afligidas de este mundo, en particular por aquellas más pobres que vagan como ovejas sin pastor. Y envía a los suyos “de dos en dos”, para que continúen su obra de comunicación del Evangelio. Los discípulos de Jesús deben ser libres de espíritu y universales en el corazón, especialmente hoy, mientras las distancias entre las personas y los países se han acortado como nunca y, sin embargo, crecen a gran velocidad nuevos muros y nuevas fronteras, que reclaman al individualismo y al particularismo de personas y grupos, de etnias y naciones. Al igual que Jesús no vino a salvarse a sí mismo, los cristianos no viven para sí mismos sino para salvar a los demás. Jesús invita a sus discípulos, a los de ayer y a los de hoy, a no llevar nada consigo, ni pan, ni alforja ni dinero (todos debemos interrogarnos sobre qué es para nosotros hoy el pan, la alforja y el dinero). Provistos tan sólo del bastón del Evangelio y de las 13
sandalias de la misericordia, deben recorrer las vías de los hombres predicando la conversión del corazón y curando enfermedades y dolencias. Para entrar en las casas de los hombres, es decir en la morada más íntima y delicada que es el corazón, no son necesarias armas particulares. Los discípulos, indefensos y pobres, deben ir de dos en dos porque su primera predicación es el ejemplo del amor recíproco. Además Jesús había dicho: “en esto conocerán todos que sois discípulos mío, si os tenéis amor los unos a los otros”. Ricos sólo de la misericordia de Dios y del Evangelio, los cristianos podrán abatir los muros de división y liberar el corazón de los hombres de los límites y de los pesos que le oprimen. Ante dicha tarea, fascinante y terrible, no podemos echarnos atrás. Y junto a los discípulos santos, decimos: “Heme aquí, envíame” (Is 6, 8).
***** 17/07/2006
Memoria de los pobres Canto de los Salmos
Psaume 114 (115)
¡No a nosotros, Yahveh, no a nosotros,sino a tu nombre da la gloria,por tu amor, por tu verdad! ¿Por qué han de decir las gentes: "¿Dónde está su Dios?" Nuestro Dios está en los cielos, todo cuanto le place lo realiza. Plata y oro son sus ídolos, obra de mano de hombre. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, ni un solo susurro en su garganta. Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza. Casa de Israel, confía en Yahveh, él, su auxilio y su escudo; casa de Aarón, confía en Yahveh, él, su auxilio y su escudo; los que teméis a Yahveh, confiad en Yahveh, él, su auxilio y su escudo. Yahveh se acuerda de nosotros, él bendecirá, bendecirá a la casa de Israel, bendecirá a la casa de Aarón,
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bendecirá a los que temen a Yahveh, a pequeños y grandes. ¡Yahveh os acreciente a vosotros y a vuestros hijos! ¡Benditos vosotros de Yahveh, que ha hecho los cielos y la tierra! Los cielos, son los cielos de Yahveh, la tierra, se la ha dado a los hijos de Adán. No alaban los muertos a Yahveh, ni ninguno de los que bajan al Silencio; mas nosotros, los vivos, a Yahveh bendecimos, desde ahora y por siempre. Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 13,4-12
Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. Llegados a Salamina anunciaban la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan que les ayudaba. Habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, encontraron a un mago, un falso profeta judío, llamado Bar Jesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, hombre prudente. Este hizo llamar a Bernabé y Saulo, deseoso de escuchar la Palabra de Dios. Pero se les oponía el mago Elimas pues eso quiere decir su nombre - intentando apartar al procónsul de la fe. Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno de Espíritu Santo, mirándole fijamente, le dijo: «Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del Diablo, enemigo de toda justicia, ¿no acabarás ya de torcer los rectos caminos del Señor? Pues ahora, mira la mano del Señor sobre ti. Te quedarás ciego y no verás el sol hasta un tiempo determinado.» Al instante cayeron sobre él oscuridad y tinieblas y daba vueltas buscando quien le llevase de la mano. Entonces, viendo lo ocurrido, el procónsul creyó, impresionado por la doctrina del Señor.
La narración se abre con la mención al Espíritu Santo que guía y sostiene a Pablo y Bernabé en su predicación. Es la condición perenne de la Iglesia y de toda comunidad: dejarse guiar por la fuerza del Espíritu en la comunicación del Evangelio. La predicación evangélica empieza a recorrer las rutas del Mediterráneo: nos encontramos en la primavera de la fe y el árbol de la comunidad crece y se desarrolla, aunque entre muchas dificultades. La primera etapa elegida por los discípulos es la isla de Chipre. Pablo y Bernabé atraviesan inmediatamente “toda la isla” para que nadie se vea privado de la Palabra. En este momento, el autor de los Hechos deja de llamar al apóstol Saulo, nombre arameo y empieza a llamarle Pablo, nombre romano. Podríamos decir que el apóstol quiere hacerse “romano” con los romanos, para darles a conocer el Evangelio. Para él, al igual que para cualquier discípulo, la Palabra de Jesús es la única fuerza, el único tesoro verdadero que deben comunicar. Pablo lo comunica y lo defiende con empeño, porque sabe que ésta es la misión para la que ha sido elegido. Cuando se encuentra ante el mago que atentaba contra la fe del procónsul romano, Pablo es durísimo: “”Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad… te quedarás ciego”, le dice. Y así sucede. Lucas concluye: “Al ver lo ocurrido, el procónsul creyó”.
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***** 18/07/2006
Memoria de la Madre del Señor Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la Lavra de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider muerto en el lager nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939. Canto de los Salmos
Psaume 115 (116)
¡Aleluya! Yo amo, porque Yahveh escuchami voz suplicante; porque hacia mí su oído inclinael día en que clamo. Los lazos de la muerte me aferraban, me sorprendieron las redes del seol; en angustia y tristeza me encontraba, y el nombre de Yahveh invoqué: ¡Ah, Yahveh, salva mi alma! Tierno es Yahveh y justo, compasivo nuestro Dios; Yahveh guarda a los pequeños, estaba yo postrado y me salvó. Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque Yahveh te ha hecho bien. Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso. Caminaré en la presencia de Yahveh por la tierra de los vivos. ¡Tengo fe, aún cuando digo: "Muy desdichado soy"!, yo que he dicho en mi consternación: "Todo hombre es mentiroso". ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. ¡Ah, Yahveh, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas! Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre de Yahveh. 16
Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén. Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 13,13-43
Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Pero Juan se separó de ellos y se volvió a Jerusalén, mientras que ellos, partiendo de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad.» Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo: «Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su destierro en la tierra de Egipto y los sacó con su brazo extendido. Y durante unos cuarenta años los rodeó de cuidados en el desierto; después, habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra, por unos 450 años. Después de esto les dio jueces hasta el profeta Samuel. Luego pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, durante cuarenta años. Depuso a éste y les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera. De la descendencia de éste, Dios, según la Promesa, ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús. Juan predicó como precursor, ante su venida, un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Al final de su carrera, Juan decía: "Yo no soy el que vosotros os pensáis, sino mirad que viene detrás de mí aquel a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies." «Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros temen a Dios: a vosotros ha sido enviada esta Palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras de los profetas que se leen cada sábado; y sin hallar en él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que le hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que referente a él estaba escrito, le bajaron del madero, y le pusieron en el sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos. El se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo. «También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Y que le resucitó de entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, lo tiene declarado: Os daré las cosas santas de David, las verdaderas. Por eso dice también en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción. «Tened, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados; y la total justificación que no pudisteis obtener por la Ley de Moisés la obtiene por él todo el que cree. Cuidad, pues, de que no sobrevenga lo que dijeron los Profetas: Mirad, los que despreciáis, asombraos y desapareced, porque en vuestros días yo voy a realizar una obra, que no creeréis aunque os la cuenten.» Al salir les rogaban que les hablasen sobre estas cosas el siguiente sábado. Disuelta la reunión, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé; éstos conversaban con ellos y les persuadían a perseverar fieles a la gracia de Dios.
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El viaje de los discípulos, o mejor dicho, de la Palabra de Dios, continúa hacia Antioquia de Pisidia. Pablo quiere comunicar el Evangelio en el continente. Cuando llega a la ciudad le invitan a hablar en la sinagoga, durante la liturgia del sábado. El apóstol pronuncia su primer gran discurso a los judíos. Los Hechos han relatado ya el discurso de Pedro y también el del Esteban. Ahora es Pablo quien habla al mundo judío. Y lo hace conociendo la excelencia de la vocación del pueblo de Israel, así como la facilidad que todos los creyentes tienen para dejarse llevar por el orgullo de la pertenencia, que hace insensibles a Dios y a su palabra. La larga predicación de Pablo, que recuerda toda la historia de la relación entre Dios y su pueblo, se puede recoger en esta frase: “Nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús”. El apóstol subraya la “fraternidad” entre los judíos y aquella primera comunidad cristiana por la común descendencia de Abrahán. Sin embargo, esta fraternidad nueva está fundada en la fe y no en la circuncisión, en la escucha de la Palabra de Dios y no en la sangre. La plenitud de la salvación está, en efecto, en Jesús, muerto y resucitado. La primera reacción de los oyentes es positiva y le piden a Pablo y a sus compañeros (sin Juan Marcos que se había alejado del grupo) que continúen hablando, mientras que muchos les siguieron.
***** 19/07/2006
Memoria de los santos y de los profetas Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 13,44-52
El sábado siguiente se congregó casi toda la ciudad para escuchar la Palabra de Dios. Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias cuanto Pablo decía. Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra.» Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a una vida eterna. Y la Palabra del Señor se difundía por toda la región. Pero los judíos incitaron a mujeres distinguidas que adoraban a Dios, y a los principales de la ciudad; promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y les echaron de su territorio. Estos sacudieron contra ellos el polvo de sus pies y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo vuelve a hablar en la sinagoga el sábado siguiente. Anota el autor de los Hechos: “Se congregó casi toda la ciudad para escuchar la palabra de Dios”. Parece repetirse la escena, descrita de manera sintética por el evangelista Marcos, de 18
la multitud que se había reunido delante de la casa de Cafarnaún para escuchar a Jesús. También hoy, y quizá más que ayer, las ciudades necesitan escuchar esa misma Palabra. El clima de miedo y de repliegue en uno mismo, como también el sentimiento de desarraigo que afecta a muchos y que se extiende cada vez más en el mundo, necesitan que Jesús regrese pronto para tocar el corazón de la gente. Es cierto que también hoy celos y envidia pueden obstaculizar violentamente la predicación, como le pasó a Pablo con los judíos que le escuchaban. Sin embargo, ellos fueron los primeros a los que se dirigió. La historia de la predicación cristiana está llena de ejemplos análogos: al Evangelio nunca le faltan obstáculos, que a veces vienen de quien debería acogerlo primero. Pero Pablo no desiste y decide dirigirse a los paganos. Es un momento decisivo para la vida de la primera comunidad cristiana. La elección nace, una vez más, de la inteligencia espiritual y pastoral de leer e interpretar los “signos de los tiempos”. Pablo experimenta la gran disponibilidad de los paganos a acoger el Evangelio y no pude obviar esta gran espera. Son muchos los que se adhieren a la fe. El autor de los Hechos, con justa satisfacción, una vez más puede escribir: “La Palabra del Señor se difundía por toda la región”. Realmente, parafraseando una afirmación de Gregorio Magno, se puede añadir: “la Escritura crece con aquellos que la escuchan”.
***** 20/07/2006
Memoria de la Iglesia Recuerdo del profeta Elías que fue llevado al cielo y dejó a Eliseo su manto. Canto de los Salmos
Salmo 116 (117)
¡Aleluya! ¡Alabad a Yahveh, todas las naciones,celebradle, pueblos todos! Porque es fuerte su amor hacia nosotros,la verdad de Yahveh dura por siempre. Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 14,1-7
En Iconio, entraron del mismo modo en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal manera que gran multitud de judíos y griegos abrazaron la fe. Pero los judíos que no habían creído excitaron y envenenaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo se detuvieron allí bastante tiempo, hablando con valentía del Señor que les concedía obrar por sus manos señales y prodigios, dando así testimonio de la predicación de su gracia. La gente de la ciudad se dividió: unos a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. Como se alzasen judíos y gentiles con sus jefes para ultrajarles y apedrearles, al saberlo, huyeron a las ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe y sus alrededores. Y allí se pusieron a anunciar la Buena Nueva.
Pablo y Bernabé parten desde Chipre y llegan a Iconio (Konya), una ciudad situada en la gran ruta comercial llamada “Vía Imperial”. Se dirigen de inmediato a la sinagoga y aquí, con su predicación, convencen a muchos judíos para que abracen la fe cristiana, salvo a los que Lucas llama “inconvertibles”, aquellos que se cierran herméticamente
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en sus tradiciones haciendo de ellas un ídolo. La reacción de estos últimos no se hace esperar. Toda la ciudad participa en este episodio y se divide en dos, por una lado los partidarios de los apóstoles y por el otro los oponentes, que llegan a organizar la captura de Pablo y Bernabé para lapidarlos. El autor de los Hechos presenta una singular, pero frecuente, alianza entre varias facciones contra los dos discípulos. Lo mismo le pasó a Jesús en los días de la pasión. Pablo y Bernabé, al darse cuenta del complot, consiguen huir hacia Listra. Pero la fuga no consigue apagar la pasión por edificar la Iglesia. Entraron en la nueva ciudad, a pesar de los peligros a los que se enfrentan, y vuelven a predicar el Evangelio. Realmente no pueden vivir sin comunicar la Palabra de Dios. Pablo lo dirá a los Corintios: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Es un ejemplo para los creyentes de hoy. Cada vez que se atenúa la urgencia de comunicar el Evangelio y de trabajar para el crecimiento de la comunidad cristiana se traiciona la misma vocación cristiana, que por naturaleza es misionera.
***** 21/07/2006
Memoria de Jesús crucificado Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 14,8-18
Había allí, sentado, un hombre tullido de pies, cojo de nacimiento y que nunca había andado. Este escuchaba a Pablo que hablaba. Pablo fijó en él su mirada y viendo que tenía fe para ser curado, le dijo con fuerte voz: «Ponte derecho sobre tus pies.» Y él dio un salto y se puso a caminar. La gente, al ver lo que Pablo había hecho, empezó a gritar en licaonio: «Los dioses han bajado hasta nosotros en figura de hombres.» A Bernabé le llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque era quien dirigía la palabra. El sacerdote del templo de Zeus que hay a la entrada de la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas y a una con la gente se disponía a sacrificar. Al oírlo los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestidos y se lanzaron en medio de la gente gritando: «Amigos, ¿por qué hacéis esto? Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros, que os predicamos que abandonéis estas cosas vanas y os volváis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay, y que en las generaciones pasadas permitió que todas las naciones siguieran sus propios caminos; si bien no dejó de dar testimonio de sí mismo, derramando bienes, enviándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, llenando vuestros corazones de sustento y alegría...» Con estas palabras pudieron impedir a duras penas que la gente les ofreciera un sacrificio.
Entre las personas que escuchaban a Pablo en Listra, la ciudad donde se había refugiado tras la fuga de Iconio, hay un cojo de nacimiento. Pablo, siguiendo el ejemplo de Jesús, fija en él la mirada y lee en lo más profundo de su corazón una demanda sencilla pero decisiva: el deseo de caminar. Inmediatamente el apóstol interrumpe la predicación, o mejor dicho, la hace verdadera y eficaz. Dice a aquel hombre: “¡Ponte derecho sobre tus pies!”. Estas palabras fuertes dirigidas a aquel hombre debilitado son 20
para él la curación. El cojo – apunta Lucas – “se levantó de un salto y se puso a caminar”. El Evangelio hace renacer a los hombres de su parálisis, devuelve el vigor a las piernas lisiadas por el amor a uno mismo y devuelve la dignidad de “ponerse derecho sobre sus pies” y no ser esclavo de los numerosos espíritus malvados de este mundo. Pedro había hecho lo mismo con el cojo que estaba sentado pidiendo limosna en la puerta “Hermosa” del templo. Pero también lo pueden hacer los discípulos de todos los tiempos que confíen en la Palabra del Señor. Los presentes, al ver el milagro de aquel hombre que estaba en pie, piensan que Bernabé y Pablo son dioses y corren hacia ellos para alabarlos. Los dos saben que el Señor es quien obra, aunque sea a través de ellos. El milagro, en efecto, no es obra de los hombres sino del Evangelio, de aquel pequeño libro que es fuente de vida para los discípulos y para los que lo escuchan.
***** 22/07/2006
Memoria de los apóstoles Recuerdo de María Magdalena. Anunció a los discípulos que el Señor había resucitado. Canto de los Salmos
Salmo 117 (118)
¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,porque es eterno su amor! ¡Diga la casa de Israel:que es eterno su amor! ¡Diga la casa de Aarón: que es eterno su amor! ¡Digan los que temen a Yahveh: que es eterno su amor! En mi angustia hacia Yahveh grité, él me respondió y me dio respiro; Yahveh está por mí, no tengo miedo, ¿qué puede hacerme el hombre? Yahveh está por mí, entre los que me ayudan, y yo desafío a los que me odian. Mejor es refugiarse en Yahveh que confiar en hombre; mejor es refugiarse en Yahveh que confiar en magnates. Me rodeaban todos los gentiles: en el nombre de Yahveh los cercené; me rodeaban, me asediaban: en el nombre de Yahveh los cercené. Me rodeaban como avispas, llameaban como fuego de zarzas: en el nombre de Yahveh los cercené.
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Se me empujó, se me empujó para abatirme, pero Yahveh vino en mi ayuda; mi fuerza y mi cántico es Yahveh, él ha sido para mí la salvación. "Clamor de júbilo y salvación, en las tiendas de los justos: ""¡La diestra de Yahveh hace proezas, " "excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas!""" No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras de Yahveh; me castigó, me castigó Yahveh, pero a la muerte no me entregó. ¡Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahveh! Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos. Gracias te doy, porque me has respondido, y has sido para mí la salvación. La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. ¡Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él! ¡Ah, Yahveh, da la salvación! ¡Ah, Yahveh, da el éxito! ¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la Casa de Yahveh os bendecimos. Yahveh es Dios, él nos ilumina. ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar! Tú eres mi Dios, yo te doy gracias, Dios mío, yo te exalto. ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor! Lectura de la Palabra de Dios
Juan 20,11-18
Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del
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huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
María, originaria de Magdala, pequeña ciudad situada cerca del lago de Tiberíades, fue liberada por Jesús de los siete demonios que la poseían y que le habían arruinado la vida. Siguió a Jesús, que la había entendido y liberado, y no se separó nunca de él. Lo siguió hasta la cruz. Jesús resucitado se apareció precisamente a ella, haciendo de ella la primera anunciadora de su resurrección. María no huyó en las horas de la pasión; permaneció junto al Maestro hasta el final. Y en aquella triste mañana del primer día después del sábado, con la muerte en el corazón, se dirigió hasta el sepulcro del maestro para darle el último consuelo, aunque sólo fuese al cuerpo muerto. ¡Cuánta distancia nos separa de ella, tan lejanos a veces de Jesús vivo! Cuando María vio que el cuerpo del Maestro ya no estaba en el sepulcro se desesperó. Y no dejó de buscarlo, hasta llegar donde los discípulos para explicarles su desesperación. Regresó junto al sepulcro y oyó como el jardinero, al que le había preguntado angustiada donde estaba “su” maestro, la llamaba por su nombre. La llamó por su nombre e inmediatamente reconoció la voz de Jesús y lo abrazó. Es lo que nos sucede a cada uno de nosotros cada vez que escuchamos con fe la palabra del Evangelio. Aprendamos de María de Magdala a ser discípulos, a acoger al Maestro, a escucharle, a dejarse llamar y a correr hacia los hermanos y hermanas para proclamar la alegría de haber encontrado al Señor.
***** 23/07/2006
Liturgia del domingo XVI del tiempo ordinario Recuerdo de san Antonio de las grutas de Kiev (  1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, es considerado el fundador del Monasterio de las grutas. Primera Lectura
Jeremías 23,1-6
¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! oráculo de Yahveh -. Pues así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras - oráculo de Yahveh -. Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus estancias, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna - oráculo de Yahveh -. Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, 23
practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: "Yahveh, justicia nuestra." Salmo responsorial
Salmo 22 (23)
Yahveh es mi pastor,nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta.Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan. Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa. Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días. Segunda Lectura
Efesios 2,13-18
Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 6,30-34
Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Homilía El Evangelio que escuchamos el pasado domingo nos ha enseñado a Jesús que envía a los doce apóstoles, de dos en dos, a las aldeas de Galilea para anunciar la venida del 24
reino de Dios, para curar a los enfermos y ayudar a los débiles y a los pobres. El evangelista habla explícitamente de un “poder” atorgado a los enviados para que puedan obrar dichas cosas. No se trataba obviamente de un poder político o económico; sin embargo, era un poder real, una fuerza que realizaba curaciones en el cuerpo y en el corazón. El pasaje evangélico de este domingo nos narra el regreso de los discípulos de su misión. El evangelista muestra la satisfacción de los discípulos y del mismo Jesús, quien conociendo su escasa preparación igualmente les confía dicha tarea; bastaba que obedeciesen literalmente lo que les había ordenado, no tenían que presentar nada más que sus palabras y repetir sus gestos de misericordia. La obediencia había dado sus frutos. Podemos imaginarnos la mirada afectuosa de Jesús mientras le cuentan todo lo que habían hecho. Estaban felices, y también un poco cansados, como le pasa a todo verdadero “misionero” que se olvida de sí mismo para servir al Evangelio. Al finalizar la narración Jesús les dice: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”. Es una exhortación que resuena cercana a este tiempo en el que muchos preparan el reposo o, quizá aún más, a la necesidad de un silencio para un regreso serio a la vida interior. Estas palabras se pueden aplicar ciertamente a aquellos momentos de reflexión y de retiro espiritual, pero sobre todo a aquel “reposo” semanal que es la Misa del domingo. No se si la Liturgia dominical se vive normalmente con este espíritu, pero si tuviéramos que buscar un texto evangélico para expresar la espiritualidad del domingo, estas palabras de Jesús son ideales. En la Misa dominical todos somos conducidos “aparte”, en un lugar diferente a las ocupaciones diarias, aunque sean las de las vacaciones, para poder dialogar con el Señor, escuchar una palabra verdadera para la vida, nutrirnos de una amistad firme, recibir una fuerza capaz de sostenernos. No se trata de una evasión de la vida. El encuentro con el Señor en domingo no separa del tiempo ordinario de la vida, como mucho hace de bisagra entre la semana pasada y la que está a punto de comenzar; es como una luz que ilumina el tiempo de ayer, para comprenderlo, y el de mañana, para trazar su recorrido. Es lo que sucede en la narración evangélica. Jesús y los discípulos suben a la barca para pasar a la otra orilla. El momento de la travesía en la barca, entre una orilla y la otra, se podría comparar con la Misa del domingo, que nos une a las dos costas del mar, siempre abarrotadas de gente necesitada. Las multitudes, las de entonces y las de hoy, son sin duda el objeto primario de la misión del Señor y de los discípulos. Hacia ellos se dirige la compasión de Jesús; por eso el Evangelio destaca: “los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba ni tiempo para comer”. Estar “aparte” en la Misa dominical no significa una fuga, sino más bien un momento para fortalecer la compasión. Se trata de escuchar al Señor, de hacer llegar al corazón las palabras de la Escritura, que son como un respiro más grande en el que la mente reposa; son una bocanada de aire puro que todos necesitamos para pensar mejor, para sentir de manera más generosa, para recuperar fuerzas. El inicio de la semana debe encontrarnos fortalecidos en el espíritu y más cercanos al sentir del Señor. Llegados a la otra orilla del mar les espera de nuevo una multitud. Quizá han visto el recorrido de la barca y han intuido donde atracaría. Corren y llegan antes que Jesús quien, apenas desembarca, es rodeado de nuevo. Marcos escribe: “Vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor”. Juan Bautista había sido asesinado hacía poco tiempo y no quedaban profetas. La Palabra de Dios era poco frecuente. Aunque el templo estaba lleno de gente y las sinagogas estaban abarrotadas – hasta el punto que muchos decían que la religión había vencido – la gente, los pobres y los débiles sobre todo, no sabían en quien confiar, en quien depositar su esperanza, a qué puerta llamar. En las últimas palabras evangélicas 25
resuena la tradición veterotestamentaria sobre el abandono del pueblo por parte de los responsables. El profeta Jeremías lo denuncia claramente: “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos”. El mismo Señor se hará cargo de su pueblo: “Yo recogeré el resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus pastos”. El secreto de todo esto se esconde en la compasión del Señor por su pueblo. Esta misma compasión le lleva, en cuanto desembarca, a continuar su “trabajo”. Es lo que pide a los discípulos de todos los tiempos.
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