Documentos N.º 1
La prehistoria y la Edad del Hielo
Eduardo Martínez Rancaño Sagunto, 24 de diciembre de 1982
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Índice
1. Introducción............................................................................................................................. 2. Breve resumen de los datos usualmente divulgados en cuanto a la prehistoria......................................................................................................................... 3. Hacia una interpretación cristiana de los restos paleolíticos.................................................. 4. ¿Es el paleolítico la degeneración de alguna cultura más avanzada conocida arqueológicamente en la actualidad?.................................................................................... 5. ¿Es el paleolítico antediluviano?............................................................................................. 6. El testimonio de la profecía..................................................................................................... 7. La cultura antediluviana.......................................................................................................... 8. Consideraciones finales.......................................................................................................... 9. Bibliografía..............................................................................................................................
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Introducción
Los adventistas del séptimo día han tratado siempre con rigor intelectual el controvertido tema del relato bíblico de la creación, y no podía ser menos que AEGUAE hiciera su aportación. No en vano la primera convención de AEGUAE, allá por el año 1974 tuvo como motivo de encuentro el tema de la creación y la teoría de la evolución. Pero la tarea de AEGUAE no se detuvo ahí. El primer acto en que los adventistas, como tales, nos dimos a conocer en una universidad de más acá de los Pirineos, la Universidad de Barcelona, allá por el año 1977, llevaba por título: «Creació, qui hi creu». La creación como seña de identidad de los universitarios adventistas. La tarea continúa y en la década de los 80 un nutrido grupo de profesores del Colegio Adventista de Sagunt, entre ellos: A. Cremades, E. Cremades, J. Duch, R. Esperante, J. A. Martín, R. Ouro y J. M. Tellería; con el patrocinio de AEGUAE recorrieron la piel de toro, presentando seminarios sobre creacionismo, allá donde eran requeridos. Sin duda otros muchos esfuerzos han sido llevados a cabo en esta misma dirección. Y el presente escrito de Eduardo M. Rancaño, estudioso de la historia antigua, es una muestra de los mismos. A pesar de que hace ya trece años que se publicó, continúa siendo un testimonio del interés que entre nuestros universitarios siempre ha suscitado la polémica evolución-creación y que ello ha estimulado el pensamiento y su plasmación en publicaciones como la presente. En la confianza de continuar con publicaciones de la misma índole y que ésta sirva de estímulo para la reflexión y la «creación» de ideas sobre el creacionismo lo dejamos en tus manos.
Los editores
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1. Introducción El descubrimiento de las cuevas de Altamira y de muchos otros lugares similares supuso para la humanidad un cambio en muchos aspectos. Unos pocos saludaron este y parecidos descubrimientos como el nacimiento de una nueva era en el conocimiento de la historia humana. Muchos otros, en cambio, sugirieron con desdén que las pinturas de Altamira eran falsificaciones de mal gusto hechas con fines turísticos. Con los descubrimientos posteriores, pictóricos o no, realizados en el campo de la prehistoria, la teoría de que las pinturas de Altamira sean fraudes ha quedado totalmente rechazada. Sin embargo, no son pocos los enigmas ante los que nos encontraremos si aceptamos la interpretación que tradicionalmente se les da a manifestaciones culturales como ésta del “hombre primitivo”. Es claro que los sabios evolucionistas no topan en este terreno con ninguna dificultad por haber sido ellos mismos quienes han ideado la interpretación vigente. Pero cuando el cristianismo se enfrenta con estos hallazgos de la prehistoria, ¿qué postura adoptará ante ellos? Aunque rechace las interpretaciones puramente evolucionistas del campo de la biología, ¿en qué momento de la historia bíblica colocará aquella época ignota en que los hombres europeos y de otros lugares del mundo habitaban las cuevas de la tierra, ignoraban la agricultura, vivían de la caza y tenían un aspecto brutal? ¿Tendrá que rechazar el testimonio bíblico en cuanto a los pasos generales por los que ha pasado la cultura humana? O, aunque conserve el concepto de que el hombre no ha progresado de la barbarie a la cultura, ¿tendrá que rechazar la cronología del texto masorético1 con el fin de encontrar lugar para intercalar los 600.000 años de barbarie presuntamente representados por el Paleolítico y tendrá que dar explicaciones confusas acerca de la prehistoria y encogerse de hombros? Hoy en día que tantas cosas son impugnadas, quizás algunos podrían pensar que el camino más sencillo para salvar nuestra posición sería continuar afirmando que los restos prehistóricos son falsos y que han sido fabricados por los prehistoriadores, antropólogos y arqueólogos para obtener fama y dinero. De hecho, ha habido hermanos en la fe que se han atrevido a afirmar tales extremos. Estas personas estaban lamentablemente mal informadas. Los restos líticos prehistóricos se cuentan por miles; y tal cantidad de utensilios no puede ser fabricada de la nada en el tiempo que dura una excavación, además del hecho de que tales utensilios presentan muestras de desgaste propio de su uso. Es claro que tales restos fueron hechos por el hombre hace mucho tiempo. El problema es saber cuándo y para qué. En este artículo trataremos de dar un nuevo enfoque a esta cuestión. Analizaremos el contenido de los conocimientos que hasta ahora tenemos en cuanto a la prehistoria y el testimonio de los escritos inspirados y trataremos finalmente de dar una hipótesis en cuanto a la forma de interpretar en armonía con nuestras creencias los restos hallados en el seno de la tierra. 2. Breve resumen de los datos usualmente divulgados en cuanto a la prehistoria El avance de los descubrimientos permitió a los estudiosos dividir la así llamada prehistoria (parte de la existencia humana sólo conocida por restos arqueológicos por no existir en su transcurso la escritura) en Edad de Piedra y en Edad de los Metales. Durante esta última se habría producido el tránsito a la historia propiamente dicha con la invención de la escritura. A su vez, la Edad de Piedra se habría dividido en Paleolítico, Mesolítico y Neolítico. El Neolítico es la primera etapa por la que pasaron todos los moradores del Próximo Oriente inmediatamente después de los períodos dinástico y predinástico, tan cercanos a la época de los patriarcas. El Mesolítico, etapa discutida por algunos, sería la época inmediatamente anterior, caracterizada por una disminución notable respecto al Paleolítico que lo precedió en cuanto al tamaño de los instrumentos de piedra realizados por el hombre y por un cambio tipológico -5-
en los mismos. Climáticamente, habría supuesto una enorme mejora respecto al Paleolítico. Éste último será la etapa que consideraremos en especial dentro de la prehistoria, por ser en ella donde encontraremos las mayores dificultades de interpretación dentro de nuestras creencias. Esta etapa está subdividida a su vez en Paleolítico Inferior, que habría comenzado hace unos 600.000 años, Paleolítico Medio y Paleolítico Superior. Los restos paleolíticos suelen encontrarse en tres tipos de sitios. O bien al aire libre, muy enterrados o poco; o bien en cuevas y abrigos rocosos; o bien en las terrazas fluviales, de las que hablaremos más adelante. La división de cada una de las etapas del Paleolítico que acabamos de enumerar es aún más compleja, y hemos intentado resumirla en el esquema que aparece a continuación de la bibliografía. Más adelante volveremos a este asunto de la periodización dentro del Paleolítico. Baste decir ahora que cada una de estas divisiones responde a unas transformaciones existentes en el tipo y talla de las piedras o restos líticos hallados en las distintas capas de un yacimiento. Los yacimientos del Paleolítico Inferior suelen encontrarse al aire libre, aunque cada vez aparecen en mayor cantidad restos en cuevas. Los restos líticos de estas culturas suelen ser de un tamaño considerable, y bastante toscos. Abundan sobre todo las bifaces o hachas de mano, raspadores y otros utensilios de piedra. Es muy evidente en todo el Paleolítico la tendencia humana hacia la caza. Los restos líticos mencionados, así como los restos de las actividades cinegéticas del hombre del Paleolítico Inferior aparecen ligados indirectamente a ciertos tipos concretos de hombres fósiles, al así llamado Homo erectus, con poca capacidad craneana, frente muy huidiza y fuerte toro superciliar. Aparentemente, practicaban la antropofagia. En el Paleolítico Medio aparecen más restos en cuevas y abrigos rocosos. Aquí comienzan a coexistir las culturas de bifaces junto con las llamadas de lascas, con las que se confeccionaban objetos más «avanzados» y de mayor elegancia. También se aprecia un cambio en la técnica de la talla. Los restos humanos asociados con estos restos líticos son los del así llamado Hombre de Neanderthal, al que tantas veces se ha representado con aspecto brutal o simiesco; afortunadamente ya se reconoce que tales representaciones eran infundadas, aspecto del que hablaremos más adelante. Estos restos humanos están siempre enterrados ordenadamente, por lo que los evolucionistas hacen una gran concesión a la verdad al decir que el hombre ya tenía un cierto sentimiento religioso. Son también los restos de hogares en que, al parecer, preparaban algunos de sus alimentos. El Paleolítico Superior se caracteriza por el uso de hojas de piedra a partir de las que se confeccionaban cuchillos, raspadores, puntas de flecha, etc. También aparecen objetos hechos con hueso y asta de reno. A esta etapa corresponden algunas esculturas de bulto redondo, como las llamadas Venus, bajorrelieves en las paredes de algunas cuevas y las maravillosas pinturas murales que se pueden contemplar en muchas otras. Ha de decirse que no debieran confundirse estas pinturas murales del Paleolítico Superior con las que se dan en el Levante español, que son, según los mejores especialistas, mesolíticas, o, caso de no aceptarse tal período, neolíticas. Los restos humanos asociados con las estratigrafías del Paleolítico Superior son los del llamado Homo sapiens, es decir, del mismo tipo que el hombre moderno, con tres variantes, la más famosa de las cuales es el llamado Hombre de Cromagnon, de noble estatura y capacidad craneana superior a la del europeo medio de hoy. Un aspecto que debe ser mencionado es que a lo largo de todo el Paleolítico se supone que la tierra pasó por cuatro glaciaciones espantosas que fueron precisamente las que habrían obligado al hombre a vivir en cuevas y competir por la existencia con los animales salvajes. Y, finalmente, un detalle más: los restos que se encuentran en las terrazas de los ríos pueden presentar una particularidad bastante curiosa. En una misma zona pueden aparecer restos paleolíticos a distintas alturas topográficas sobre el lecho del río en las distintas terrazas que existen en la actualidad, pero lo que ocurre por lo general es que si un lugar de ocupación del Paleolítico Medio está en una terraza determinada, la terraza inferior, si contiene algún res-6-
to, contendrá, muy probablemente, no un Paleolítico Inferior, como ocurre en las cuevas, sino un Paleolítico Superior. Y la terraza de más arriba, si la hubiese y contuviese restos líticos, muy probablemente contendría restos del Paleolítico Inferior. La explicación que dan los evolucionistas de este hecho curioso es, en principio, bastante convincente. Si se admite el hecho de las glaciaciones podría aceptarse que bien ellas mismas excavaron las terrazas, o bien que los ríos fueron disminuyendo su caudal conforme el clima se iba haciendo más benigno, por lo que, con el paso del tiempo, las poblaciones que habitaban a la orilla de los ríos irían descendiendo en nivel a la par que las aguas del río, y dejando en las terrazas de éste un testimonio de su estancia y de su progreso cultural a lo largo de los siglos. 3. Hacia una interpretación cristiana de los restos paleolíticos Existe a nuestra disposición gran cantidad de descripciones en cuanto a los restos humanos o presuntamente humanos mencionados en el apartado anterior. Muchas de estas descripciones, realizadas por sabios evolucionistas, son altamente significativas por reconocer que muchos de los presuntos «antepasados» del hombre no son tales. Así, por ejemplo, hoy hay mucha gente que admite que el famoso Australopithecus, o el Homo habilis, o incluso el llamado Homo erectus son, probablemente, monos extinguidos, o, como mucho, ejemplares imbéciles separados de una raza primitiva que, presumiblemente, era bastante similar a la nuestra. No dedicaremos espacio en el presente estudio a documentar estos extremos, suficientemente tratados en obras de fácil acceso, sean denominacionales o no.2 Sin embargo, creemos de interés detenernos a considerar varios aspectos relacionados concretamente con el «hombre de las cavernas», es decir, con los restos humanos del Paleolítico Medio y Superior, que no son muy conocidos y sí de gran relevancia, en los que seguiremos de momento los conceptos tradicionalmente aceptados sobre la prehistoria en general. Las diferencias existentes entre el hombre fósil y el actual se han exagerado Al describir los fósiles del tipo Pithecanthropus y Sinanthropus de China y Java y de diversos Neanderthales, se suelen extraer conclusiones de alcance a partir de las diferencias que tienen con nosotros. Según las descripciones de libros de texto previos, estos fósiles del viejo mundo fueron únicos en diversos aspectos. Se supone que los fósiles están caracterizados por calaveras de espesor excepcionalmente grande, dientes inusitadamente grandes, sínfisis mandibular masiva, y un modelo de tamaño y erupción dental que no se dan en el hombre actual. Tales caracterizaciones aumentaron entre los estudiantes la aceptación de la noción de que un «abismo taxonómico» separa los fósiles clásicos del viejo mundo del hombre contemporáneo [...]. De hecho, muchos de los fósiles seleccionados para ser descritos tenían realmente calaveras de espesor grande, si nos hemos de fiar de las medidas publicadas. Pero no eran tan únicos en dicho espesor como teníamos creído. Y no es necesario rastrear museos en búsqueda de extremos craneales aislados sólo para demostrar este importante aspecto, ni es necesario tampoco centrarnos en los indios de las costas de Florida o California que tienen una gruesa bóveda craneana. Una serie contemporánea de norteamericanos vivos entra perfectamente bien dentro de los límites fósiles de espesor craneal. Con las debidas precauciones de excluir casos posibles de la enfermedad de Paget, es totalmente posible mostrar que los norteamericanos contemporáneos y los fósiles paleoantrópicos no forman distribuciones aparte: los hombres y las mujeres vivos se encuentran imbricados con los fósiles. Se ha dicho que muchos fósiles tenían dientes enormes, y sin duda los megadontos de Asia y África los tenían tan grandes como apropiadamente sugiere su nombre. Pero del Pithecanthropus en adelante, la naturaleza excepcional del tamaño de los dientes fósiles está abierta a debate. -7-
Con quizás una excepción clásica, el Pithecanthropus,4 los tamaños de los dientes fósiles y modernos coinciden bastante bien. Los Neanderthales, descritos de diversas maneras, encajan con toda comodidad dentro de los límites contemporáneos, y esta observación es notablemente válida en lo que respecta a los dientes hallados en el estrato K-inferior de Choukoutien. [...] Está claro que la distribución de tamaños dentales en americanos blancos contemporáneos abarca los límites fósiles hasta el punto de que, al igual que con el grosor craneal, no hay la menor sugerencia de un auténtico abismo taxonómico. También ha sido corriente por varios años la noción de que el hombre fósil y el moderno se diferenciaban por el orden de la erupción dental. [...] En realidad, y como hemos mostrado, el orden fósil es el orden normal de la erupción alveolar de los niños modernos. [...] Según los libros de texto, se dice que los fósiles paleoantrópicos tienen sínfisis mandibulares masivas y altas como sería propio de formas de dentición supuestamente masiva. No obstante, en comparación con una serie bastante pequeña de americanos contemporáneos adultos (258 en total), parecería que nosotros tenemos igual derecho a arrogarnos los extremos de tamaño y masividad sinfítica. Salvo uno o dos, todos los especímenes fósiles encajan dentro de la distribución contemporánea de dos variables de ambos sexos. Todos los demás homínidos, erectus o sapiens (tomados de la lista de Weidenreich), cuadran bien con la distribución blanca americana contemporánea. [...] Una vez más, parecería que los fósiles no son cualitativamente diferentes de nosotros. [...] Parecería apropiado observar que los esqueletos faciales de los fósiles y del hombre moderno no son en forma alguna tan diferentes entre sí.3 Los así llamados hombres primitivos eran ciento por ciento humanos Hace tiempo que casi todo el mundo sabe que el hombre de Cromagnon es uno de los representantes más soberbios de nuestra raza que se pueda escoger, pero lo que suele ignorarse es que otros tipos de hombres fósiles no son anteriores a la humanidad por él representada: El interés del descubrimiento de Fontechevade es que [...] ésta es la primera vez que el hombre, ciertamente no Neanderthal, aunque anterior a los neanderthales, se ha hallado en Europa. [...] Durante el último período interglaciar y con anterioridad a él, existían en Europa y probablemente en otras partes, hombres con rasgos craneales menos “primitivos” que los del período cultural más avanzado que hubo a continuación, el hombre de Neanderthal de la Era Musteriense.4 No se ha descubierto aún ningún tipo de fósil cuyos rasgos característicos no puedan rastrearse con facilidad remontándonos hacia atrás en el tiempo hasta el hombre moderno.5 E igualmente reveladora es la siguiente afirmación de un evolucionista de gran renombre: «La capacidad craneana de la raza de Neanderthal del Homo sapiens era, por término medio, igual o aún mayor que la del hombre moderno. No obstante, la capacidad craneana y el tamaño del cerebro no son criterios ni de "inteligencia" ni de capacidades intelectuales de tipo alguno. Los pintores de las cuevas de Altamira y Lascaux pueden no haber tenido menos talento que Picasso».6 Como se ve por la cita anterior, las conclusiones que se sacan repetidas veces sobre la inteligencia presuntamente en desarrollo de ciertos restos de poca capacidad craneal, aunque a veces la misma es difícil de precisar, pueden ser engañosas, y la comparación que suele hacerse entre aquellos presuntos antepasados nuestros y pueblos primitivos contemporáneos es, como mínimo, desafortunada. En efecto, tal como dice Custance: «Cuando se nos asegura que el hombre paleolítico hizo y usó el mismo tipo de armas, se vistió con el mismo tipo de materias primas en un ambiente que debe de haber sido en ocasiones muy similar, y que cazó los mismos tipos de animales para su subsistencia, es difícil creer que fuera menos inteligente. Las criaturas desmañadas y semibrutas que adornan (?) las páginas de los libros para consumo popular que tratan acerca de nuestros ancestros más primitivos, podrían muy -8-
bien levantarse indignadas contra nosotros por lo seriamente que hemos desfigurado su capacidad intelectual. »Cuando descubrimos que todos esos pueblos primitivos de tiempos recientes o modernos a los que se ha tomado como representantes del hombre en las primeras etapas de su evolución son personas que, cuando se las conoce mejor, demuestran ser inteligentes, musicales, creativas dentro de los límites de su ambiente, pacíficas, amantes de sus hijos, y con un sentido altamente desarrollado de la moralidad y de la responsabilidad social dentro de su propio grupo, se hace evidente que o bien su elección social dentro de su propio grupo como modelos del hombre primitivo es enteramente errónea, o bien que el hombre primitivo tenía todas las capacidades de las que pueda presumir el hombre moderno».7 Las diferencias óseas existentes entre los restos fósiles y el hombre moderno pueden explicarse por procesos naturales que nada tienen que ver con la evolución ni, necesariamente, con una degeneración genética. No obstante lo dicho anteriormente, ha de reconocerse que ciertos fósiles muestran ciertas diferencias anatómicas no muy serias respecto al hombre actual. Son perfectamente conocidas por los paleontólogos y los etnólogos ciertas causas enteramente naturales que pueden explicar muchas de estas diferencias, consistentes en ciertas deformaciones óseas. Un primer tipo de deformación, cuya validez no tiene por qué ser universal ni de gran importancia, es aquélla que se suele denominar deformación posmortem, es decir, las deformaciones sufridas por un esqueleto o partes de él después de su enterramiento y debidas “a presiones del suelo, al clima y a otras causas puramente físicas”.8 Una segunda causa de deformación, cuya importancia se probablemente mayor que la anterior, es la “intencional”, la provocada por la sociedad sobre sus miembros vivos por algún criterio religioso o puramente estético. Son bien conocidas algunas costumbres de ciertos pueblos que a lo largo de la historia han provocado deformidades en personas jóvenes principalmente. Pensemos en los mayas, que estimaban que ser bizco constituía una virtud admirable e intentaban lograr tal don para sus hijos poniéndoles una bolita entre los dos ojos para que fueran torciéndolos progresivamente. Es también famosa la costumbre existente en algunas partes de Asia de atrofiar los pies de las jovencitas haciéndoles calzar zapatos de madera que les impedirán un crecimiento normal, y no es menos extraña la costumbre de algunas tribus africanas de forzar un crecimiento de la cabeza anormalmente cilíndrico y abultado hacia atrás mediante fuertes presiones.9 Arthur Custance llega a mencionar una tercera causa que me limito a citar, y que sería, simplemente, que ciertos fósiles pueden mostrar deformaciones resultantes de la “avanzada edad” que tendrían en el momento de su muerte.10 Existe, no obstante, una causa muchas veces ignorada, pero cuya validez es, sin duda, universal. Se trata de “la dieta”. Dada la importancia vital de esta causa, resulta oportuno sustanciarla con algunas citas de autoridades en la materia: «La evidencia de los restos humanos prehistóricos no justifica por sí misma la inferencia de que tengamos un antepasado común con los monos. Basamos esta conclusión en el hecho [...] de que prácticamente todos los cambios en la estructura del hombre rastreables mediante los restos prehistóricos son el resultado de cambios en la alimentación y en los hábitos. »Los cambios más notables se encuentran en la calavera. [...] » El cambio es más marcado en la región en que ejercen su función los músculos de la masticación.»11 Hablando de la presión ejercida por esos músculos sobre los huesos de la cabeza, Arthur Custance comenta: «la tendencia normal es que la estructura ósea del rostro y del cráneo se brutalice siempre que estas presiones sean el resultado de condiciones de vida primitivas. Comer alimentos crudos o parcialmente cocidos tiene el efecto, especialmente en la infancia, de fortalecer el mecanismo de la quijada y provocar que su estructura sea más masiva, y que la musculatura así potenciada deforme la calavera en ciertas formas inconfundibles. El efec-9-
to principal es deprimir la frente, haciendo más prominentes los arcos superciliares, y que protubere el arco cigomático, lo cual acentúa los pómulos. Arrancar carne del hueso en ausencia de cuchillos puede también acentuar estas modificaciones de la estructura normal de la quijada. Sentarse en cuclillas en ausencia de sillas puede tener una tendencia a arquear la espalda y a que la cabeza vaya adelante con respecto a los hombros, de modo que los músculos que mantienen erguida la cabeza no sólo aumentan en masa, sino que producen también un crecimiento correspondiente del hueso en que tiene lugar el anclaje a lo largo del toro occipital. Estos efectos pueden ser particularmente pronunciados cuando la dieta carece de sustancias endurecedoras de los huesos».12 «Como se ha reconocido a lo largo de muchos años, y J. T. Robinson ha puesto de manifiesto muy recientemente, los hábitos de vida, el clima y la dieta pueden influir tremendamente en los rasgos anatómicos fósiles que puedan de hecho constituir una única especie, algunas autoridades las ponen en dos géneros diferentes. [...] ¿Cómo pueden tomarse en serio árboles filogenéticos en los que las líneas de conexión se tracen puramente sobre la base de la semejanza o la desemejanza en el aspecto cuando esas semejanzas o desemejanzas pudieran no ser nada más que la evidencia de una diferencia en la dieta? Tales factores culturales o ambientales pueden no sólo hacer que dos miembros de una única especie diverjan lo suficiente como para que se los ponga en dos géneros diferentes, sino que dos géneros diferentes puedan, por la misma razón “converger” hasta que tengan el aspecto de pertenecer a la misma especie. Hay ejemplos extraordinarios de convergencia.»13 «(...) Esto es evolución tipológica, pero la evolución es resultado más bien que causa.»14 «Se deduce que un retorno a las condiciones dietéticas y de vida que caracterizaron al hombre prehistórico sería seguido por un retorno a su tipo físico. Y, no obstante, si se produjera esta transición hacia un tipo más simiesco, no podríamos decir que nos estábamos aproximando a un ancestro común. La semejanza no se debería a la transmisión de cualidades de un ancestro común de un pasado remoto [...] Parece claro que la mera semejanza no constituye un argumento de descendencia filogenética.»15 La presunta gradación estratigráfica de restos humanos cada vez más semejantes al hombre moderno no es real Aunque puede no resultar cómodo sustentarlo, existen abundantes evidencias de que la presunta gradación ascendente de los restos humanos fósiles es enteramente artificial. Y lo es hasta un extremo que nada tiene que ver con el hallazgo ya mencionado de Fontechevade. No sólo se ha atribuido gran antigüedad a restos simiescos cuya estratigrafía no está suficientemente aclarada simplemente para convertirlos de inmediato en presuntos ancestros nuestros, sino que restos perfectamente humanos, de estructura “moderna”, y enterrados a profundidad considerable, lo que presumiblemente indica gran antigüedad, han sido vez tras vez descartados como ejemplos del hombre primitivo por no encajar en la filosofía evolucionista. De hecho, cuando estos hallazgos enteramente humanos eran especialmente molestos, simplemente, “desaparecían”: [...] El distinguido antropólogo Broom reconoce con franqueza que los restos de tipo sapiens de épocas primitivas han mostrado una extraña tendencia a desaparecer. Él cita descubrimientos hechos en Ipswich en 1885 y en Abbeville en 1863 como ejemplos especiales, y ofrece la siguiente explicación: «Durante la última mitad del siglo XIX cada calavera humana primitiva que se hallaba, si no tenía aspecto simiesco, era desacreditada, no importaba cuán buenas parecieran ser su credenciales».16 Y hoy en día sigue utilizándose la misma política, como indica Weidenreich: «Al determinar el carácter de una forma fósil dada y su lugar concreto en la línea de la evolución humana, sólo debieran tomarse en cuenta como base de decisión sus rasgos morfológicos: ni la lo- 10 -
calización del lugar en que se recuperó, ni la naturaleza geológica del estrato en que se enterró son importantes».17 Con tales procedimientos no es de extrañar que los evolucionistas crean haber demostrado la ascendencia simiesca del hombre. Las conclusiones son malas, pero es que las premisas y la metodología son peores. Con esto en mente podremos entender la sátira que un creacionista hace de las conclusiones y los métodos evolucionistas: «Cuanto más nos adentramos en las tinieblas de lo prehistórico más clara se hace nuestra visión. Aquí las cosas que no podrían inferirse en modo alguno si los datos fueran hombres contemporáneos pueden inferirse con confianza gracias a esta iluminación acumulada por el crepúsculo de épocas remotas».18 4. ¿Es el Paleolítico la degeneración de alguna cultura más avanzada conocida arqueológicamente en la actualidad? Ocasionalmente se oye una interpretación de los restos paleolíticos en el sentido de que representan una degeneración cultural o racial en ciertas áreas limítrofes en el mundo antiguo que serían presuntamente contemporáneas de alguna gran cultura asiática, quizás de la época de los patriarcas o quizás posterior. Aunque esta explicación puede presentar algunos aspectos atractivos a primera vista, hemos de tener en cuenta una serie de factores que la hacen totalmente inviable: 1º Resulta problemático para un creacionista suponer que una tribu procedente de una alta cultura puede degenerarse de tal modo en su cultura y su utillaje que llegue a la situación que los prehistoriadores atribuyen al Paleolítico, y que no puede compararse con justicia con las culturas primitivas actuales. No existe, además, la menor evidencia arqueológica de que el Paleolítico haya podido derivar del Neolítico por degeneración ni, mucho menos, de la Edad del Bronce. 2º La distribución de los restos paleolíticos por todo el mundo, sobre todo en Europa, es tal, y tan homogénea, que dicho fenómeno implica una uniformidad cultural continental, o, al menos, plurinacional virtualmente imposible de explicar por convergencia. Existen pueblos primitivos en la actualidad, y parece que llegaron a ese estado por aislamiento de centros culturales importantes; pero, pese a las similitudes existentes entre los pueblos primitivos de la actualidad motivadas por las carencias comunes, existen muchos rasgos culturales que los separan y diferencian, cosa que, en general, no ocurre con las culturas paleolíticas europeas. Se hace embarazosamente difícil para un creacionista creer en la existencia de todo un continente de cavernícolas, pues no hay motivo ninguno para que un ser noble e inteligente como el hombre degenere y se brutalice en el seno de poblaciones medianas y grandes. Esta consideración es muy importante y debiera indicarnos que hay algún concepto radicalmente erróneo en la interpretación usual dada a los restos paleolíticos, interpretación compartida extrañamente por evolucionistas y creacionistas y con poca seriedad por parte de éstos. 3º Históricamente resulta absurda la posibilidad de todo un continente con una cultura “paleolítica” contemporáneo de una elevada cultura que pudiese haber en Asia. Lo normal sería que hubiese relaciones comerciales, sino militares o de otra índole, entre ambos continentes que forzosamente se verían reflejadas en testimonios arqueológicos. Incluso los pueblos más primitivos de la actualidad, aunque estén aislados, realizan en mayor o menor grado ciertos intercambios comerciales con otros pueblos, ya directamente, ya mediante intermediarios. Esos intercambios, que pueden consistir desde una punta de flecha hecha de metal hasta un aparato de radio japonés, serían claramente detectables arqueológicamente, y no se ve nada parecido en los restos paleolíticos, lo cual debiera indicarnos que fue otro el caso. 4º Los hombres del Paleolítico dejaron en sus pinturas rupestres y en los huesos de animales encontrados con los suyos un reflejo de su mundo. Podemos conocer algo de la fau- 11 -
na con que convivieron, y ello nos permite constatar que es una época muy diferente de aquella otra reflejada por las pinturas mesolíticas (o bien neolíticas) levantinas. Se trata de otra fauna, otro clima, otros conceptos religiosos quizás, otra época... 5º Una última consideración, importante sin duda para el creyente en la Biblia, tiene que ver con los datos y el concepto de historia que perfila el Antiguo Testamento. Como hemos mencionado en un trabajo anterior, nuestro mundo tiene una historia corta, y, si admitimos los datos numéricos del texto masorético hebreo, desde el Diluvio hasta la actualidad han transcurrido menos de 4.500 años. Meter en ese lapso toda la historia conocida es una tarea difícil, aunque no imposible, que requiere una revisión concienzuda de toda la historia del mundo antiguo, concretamente de Egipto, Anatolia y primeras épocas de Mesopotamia y Grecia, con un acercamiento a nuestra época del Neolítico, etapa que puede hacer corresponder sin grandes dificultades con el período que media entre el Diluvio y la dispersión desde Babel. Pero situar el Paleolítico entre el Diluvio y el Neolítico resulta inviable cronológicamente, y, dada la brevedad del lapso implicado, arqueológicamente imposible. En ningún lugar del mundo existen estratos paleolíticos inmediatamente debajo de las ciudades neolíticas, y si de tal cosa llegase a encontrarse algún caso, tal caso debería calificarse de excepcional. Con tales consideraciones a la vista, no vemos más que una posibilidad: el Paleolítico es anterior al Neolítico tal como lo acabamos de datar y definir, y, por tanto, antediluviano. 5. ¿Es el Paleolítico antediluviano? Nos hacemos cargo de la sorpresa o el estupor que la afirmación anterior haya podido causar en el lector. Y aunque creemos que es la conclusión lógica de una serie de consideraciones cuya validez nos parece difícil rebatir, somos conscientes de una serie de objeciones que pueden presentarse en su contra y que vamos a considerar a continuación: 1ª La Biblia parece indicar, y el Espíritu de Profecía lo afirma categóricamente, que el mundo antediluviano tuvo una cultura elevada, con maravillosas obras del ingenio humano y una enorme sabiduría, así como importantes obras de arte. Sin embargo, los restos paleolíticos no parecen revelar esto en absoluto, sino todo lo contrario. 2ª La inspiración señala que antes del Diluvio los hombres eran de elevada estatura, mucho más poderosos que los actuales habitantes del mundo. Sin embargo, los restos paleolíticos no parecen mostrar esto, pues, salvo algunos ejemplares, los esqueletos que aparecen no son sustancialmente mejores que los del hombre actual. Además, aunque ello sea, según se ha visto, de poca trascendencia, han aparecido cráneos inferiores al del europeo medio actual. Aunque el tamaño del cráneo no guarda necesariamente proporción directa con la inteligencia, no es de esperar, ciertamente, que los primeros hombres, los primeros descendientes de Adán, tuviesen una capacidad craneana sensiblemente menor que la nuestra. 3ª El hombre paleolítico cazó mamuts y algunos otros animales que se encuentran congelados en Siberia y en Alaska en grandes cantidades en lo que se juzga por geólogos adventistas como accidentes postdiluvianos. Por ello parecería razonable asumir que los cazadores en estos animales fueron postdiluvianos. 4ª Los arqueólogos y los geólogos han descubierto restos glaciares asociados con el hombre paleolítico. Como antes del Diluvio no pudo haber glaciaciones, tales restos tienen que ser todos postdiluvianos. 5ª Los restos paleolíticos se encuentran preponderantemente, tal como vimos, en cuevas. Pero si esas cuevas se encuentran en terrenos de una estratigrafía definida por medio de los fósiles que contienen, entonces, de acuerdo con la interpretación que tradicionalmente damos los creacionistas a la geología histórica, las cuevas mismas son posteriores al Diluvio. Y puesto que los restos hallados en las cuevas fueron puestos en su interior no al azar, sino con orden, dichos restos tuvieron que ser así ordenados, manejados, - 12 -
y, verosímilmente, fabricados por personas que vivieron en la época de las cuevas. Pero si las cuevas fueron postdiluvianas, ¿cómo podrían ser los restos líticos antediluvianos? Creemos haber reflejado en su justo término las objeciones que racionalmente pueden ponerse a la afirmación que hacíamos al final del apartado anterior. Responder a todas ellas nos ocupará cierto tiempo y el orden en que intentaremos refutarlas no va a aquél en que se enumeraron, que era creciente en dificultad, sino que intentaremos seguir otro orden lógico. Según la opinión del pionero de los geólogos adventistas, George McCready Price, la teoría glaciar había cobrado gran popularidad entre los geólogos evolucionistas de sus días debido a una necesidad inconsciente de buscar una especie de “amortiguador” que hiciese menos rudo el choque de constatar las diferencias que hay entre el mundo actual y el revelado por los estratos geológicos19 y que la teoría uniformista, que negaba la posibilidad del Diluvio, no podía explicar. Por eso el invento de la teoría glaciar constituyó la solución mágica para que el uniformista pudiera explicar sin demasiado rubor el paso de los tiempos geológicos a la actualidad. No obstante algunos geólogos no creacionistas se dieron cuenta bien pronto de las debilidades inherentes de la hipótesis glaciar, entre los cuales destacó sir Henry H. Howorth, autor de The glacial nightmare and the Flood (La pesadilla glaciar y el Diluvio) y de otros libros en que expresaba su más firme rechazo de la posibilidad de la existencia de una Edad del Hielo tras analizar los fenómenos atribuidos a presuntas capas de hielo que habrían cubierto la práctica totalidad de Europa y Norteamérica. Tal teoría era una extrapolación deducida de los efectos que a modesta escala producen los glaciares que existen en algunas montañas a elevadas alturas. En la misma línea se coloca Price, quien presenta las siguientes objeciones contra la existencia de una Edad del Hielo: 1. La imposibilidad de que las masas de hielo sean suficientemente espesas como para cubrir los lugares elevados en que se encuentran las marcas glaciares. Estas marcas se hallan en las cimas mismas de las más altas montañas de Nueva Inglaterra y Nueva York. En las Montañas Verdes se encuentran a una altura de 1.340 metros; y en las Montañas Blancas a 1.680 metros. Pero los físicos declaran que el hielo no puede apilarse más de 490 metros sin que las capas inferiores comiencen a fundirse por la presión de la masa que hay encima. El mayor espesor de hielo conocido hoy en la tierra, que se encuentra en la región antártica, no es mayor que este máximo; y, según las leyes de la física, el hielo nunca podría superar en espesor esta cantidad. 2. El mismo principio aparece en otra forma cuando intentamos imaginar cómo pudo esparcirse el hielo partiendo de dos o tres centros por la mayor parte de Norteamérica; porque para hacer que el hielo se moviese tan sólo una fracción de las distancias que esta teoría requiere, tendría que ejercerse detrás de la masa tal cantidad de presión (presumiblemente por gravedad) que excedería sobradamente la cantidad representada por una columna vertical de 490 metros. [...] 3. Las así llamadas áreas glaciadas están distribuidas en forma peculiar. Alaska no está afectada; Siberia tampoco, ni gran parte de Rusia. Existen también áreas en que no hay terrenos de acarreo dentro de los límites de los supuestos glaciares, estando una de las mejor conocidas en Wisconsin. 4. Las muchas evidencias de condiciones semitropicales a lo largo de muchas de estas regiones, tal como aparecen representadas por las plantas y animales fósiles que se encuentran en estos depósitos a los que se tilda de “glaciares”. 5. Los fósiles marinos frecuentemente encontrados interestratificados con las capas “glaciares”. Que los glaciares son agentes erosivos y de transporte muy eficaces a pequeña escala no puede dudarse. Que puedan escarbar sus canales, transportar bloques de roca inmensos a lo largo de kilómetros, y apilar una masa heterogénea de escombros en sus tramos finales, - 13 -
son todas cuestiones de observación. Pero que en un remoto pasado inmensas capas de hielo cubrieron la mayor parte de la zona noreste de Norteamérica y la noroeste de Europa, es pura especulación.20 Y, desde luego, nada tiene que ver tampoco con la Edad de Hielo el movimiento de la banquisa ártica. Acerca de ella «las más recientes observaciones científicas han puesto de manifiesto que, en contra de lo que podría pensarse, [...] no es un casquete rígido. Por el contrario, sufre una continua circulación de la masa de hielos»,21 por lo que difícilmente puede usarse como argumento a favor de una edad glacial en épocas históricas por mucho que haya abarcado a Islandia y a parte del Mar de Noruega en el siglo XVII. Los hielos que flotan sobre el mar no pueden compararse con las supuestas capas de hielo que presuntamente esculpieron paisajes enteros en tierra firme. Sir Henry H. Howorth afirmaba que las diversas capas glaciares constituían «distintas fases de un único movimiento que representa un período de no larga duración; y las diferencias en las capas parecen marcar, no la operación de fuerzas distintas y ampliamente separadas, sino la maniobra múltiple del agua que simultáneamente puede depositar y deposita capas de guijarros en lugar, bancos de arena en otro, y barro en un tercero, según la fuerza y el carácter de sus corrientes.»22 Este texto responde contundentemente a la cuarta objeción que hacíamos más arriba. En cuanto a la tercera, la afirmación de que los mamuts sean seres que hayan vivido después del Diluvio no puede demostrarse con ningún hecho concreto, aparte de que su existencia postdiluviana no prejuzgaría su existencia antediluviana. El gran número en que estos animales han aparecido en Siberia parece sugerir lo contrario a lo que la objeción pretende, ya que «es dudoso que los climas siberianos postdiluvianos pudiesen haber mantenido en ningún momento hordas tan vastas de animales».23 Morris y Whitcomb indican que es perfectamente compatible con los hechos el que los mamuts y otros animales perecieran durante el Diluvio y que «por supuesto, no tuvieran que flotar durante meses en el Océano Ártico, sino que fueron enterrados con rapidez en los estratos depositados por las aguas del diluvio. Las aguas atrapadas en estos sedimentos, separadas de las aguas cálidas del océano abierto, se congelaron con rapidez, formando permafrost»,24 aunque la velocidad en que fueron enterrados y congelados no fue tan rápida como para impedir que comenzaran a corromperse. En cuanto a la quinta, esta objeción debe toda su plausibilidad a la suposición de que las cuevas paleolíticas sean estructuras postdiluvianas. Hay muchas clases de cuevas en el mundo, y quizás podría resultar una temeridad innecesaria afirmar que todas ellas sean antediluvianas. En cuanto se refiere a este estudio, sería suficiente con que lo fueran solamente aquellas que contienen restos paleolíticos. Contra esta posibilidad solamente pueden invocarse dos argumentos: 1) si las cuevas están situadas en medio de una serie estratigráfica geológicamente bien definida es claro que la cueva misma se formó en terrenos alterados por el Diluvio con posterioridad al mismo; 2) si en las paredes de la cueva se llegara a encontrar fósiles o microfósiles, quizás de una estratigrafía concreta, ello probaría una vez más que está formada por materiales arrastrados por el Diluvio. Ambos argumentos están relacionados. El primero no es lógico que lo aduzca un creacionista, pues la afirmación de que no pueda haber entre dos estratos fosilíferos uno primigenio que represente materiales originales antediluvianos es una hipótesis uniformista no comprobada. Refiriéndose precisamente a los materiales originales calcáreos, base de tantas cuevas, Price señala que es posible que se produzcan serios errores partiendo de la suposición de que todas las calizas, o todas las capas carboníferas (como el grafito) se han formado por medios orgánicos. Desde luego, esto no es imperativo; porque muchos de tales materiales pueden haber sido originales o primitivos. La geología inductiva no es una cosmogonía; y ninguna ciencia natural legítima se comprometerá a decir cómo comenzaron a existir los materiales originales del mundo. Pero la posibilidad de que muchas de las calizas no fosilíferas puedan haber sido originales, o primitivas, se ignora continuamente en las discusiones geológicas. Como las naciones - 14 -
codiciosas, hambrientas de tierra, que se han repartido parcelas de las porciones no ocupadas de África y Asia, incluyendo cada una en su “esfera de influencia” todo el territorio desocupado adyacente a sus posesiones reales, los geólogos llevan mucho tiempo acostumbrados a incluir en sus grupos formativos todas las rocas que haya a la vista que no son de una naturaleza fosilífera diferenciada clara y positivamente. Así ocurre que grandes áreas y grandes espesores de rocas que no contienen ningún fósil han sido metidos por la fuerza en las filas del Silúrico, del Carbonífero o del Cretácico, según corresponda simplemente porque ninguna otra formación los ha incluido aún en su esfera de influencia, y porque la otra hipótesis popular sobre la condición originalmente ígnea del globo impide la idea de que puedan quedar fuera de las filas geológicas rocas estratificadas.25 Esta importantísima declaración del primer geólogo adventista muestra claramente la debilidad de la quinta objeción que antes se presentaba. El autor ha tenido la oportunidad de visitar varias cuevas paleolíticas, algunas de las cuales contenían pinturas rupestres. Se puede preguntar cuál es la estratigrafía en que está situada la cueva, y normalmente se obtendrá una respuesta afirmativa en el sentido de que es carbonífera o triásica, o cualquier otra cosa. Es difícil precisar porcentajes sin un estudio exhaustivo, pero sin duda debe de ser altísimo el de la carencia de fósiles en la capa geológica en que está formada la cueva, si es que hay alguno. En cualquier caso, tampoco la presencia de ciertos fósiles en las paredes de una cueva sería una evidencia incontrovertible del origen postdiluviano de la misma, ya que los geólogos creacionistas suelen admitir que también se pudieron formar fósiles antes del Diluvio.26 Que no es en absoluto imposible que muchas cuevas presumiblemente lechos de ríos subterráneos en otros tiempos hayan sobrevivido al Diluvio se deja ver claramente por Génesis 2:10-14, en donde, lisa y llanamente, Moisés indica que, al menos, dos ríos antediluvianos el Tigris y el Éufrates existían aún en sus días y en la actualidad en un curso que no debía de ser muy diferente del que habían tenido en los días de Adán. Si algunos ríos sobrevivieron al Diluvio, ¿por qué no también las cuevas «prehistóricas»? Existen abundantes evidencias de que las cuevas paleolíticas han sufrido violentos ataques de las aguas, que dañaron seriamente su entrada primitiva.27 ¿Cómo explicar este fenómeno, aparentemente general, mejor que con el concepto del Diluvio universal, una vez mostrada la falacia de la hipótesis glaciar? Además, se han descubierto en diversos lugares del mundo, como las islas Palaos, o en el gran agujero azul del Arrecife del Faro (Belice), o en las Bahamas, cuevas submarinas con estalactitas y estalagmitas. Puesto que tales formaciones sólo pueden haberse creado al aire libre, ¿cómo explicar su actual ubicación topográfica, a una profundidad a veces imposible de explicar por la presunta fundición de los glaciares continentales? ¿Cuándo hemos de datar su hundimiento en el mar sino en el año que duró el Diluvio? En el agujero azul del Arrecife del Faro hay estalactitas de crecimiento vertical y otras inclinadas 15º respecto a esa vertical. ¿No es esto una evidencia de que estas últimas estalactitas representan las más antiguas de la cueva, las formadas antes de que un brusco movimiento de la corteza terrestre durante la primera fase del Diluvio trastornara la estructura de esta cueva inclinando su base primigenia 15º e iniciara la formación de las estalactitas que hoy están en posición vertical que hubieron de formarse muy poco antes del hundimiento de la cueva en las aguas del Diluvio? 6. El testimonio de la profecía Las dos objeciones que quedan por responder tienen que ver directamente con los escritos de Elena G. de White. Por ello, antes de responderlas, vamos a transcribir dos declaraciones suyas que muestran contundentemente que el aserto que venimos considerando, a saber, que los restos paleolíticos son antediluvianos es correcto: «Se encuentran huesos de hombres y animales en la tierra, en las montañas y los valles, lo cual muestra que una vez vivieron sobre la tierra hombres y bestias mucho mayores. Se me - 15 -
mostró que antes del diluvio existieron animales muy grandes y poderosos que no existen ahora. A veces se encuentran instrumentos bélicos y también madera petrificada.»28 «Los geólogos alegan que en la misma Tierra se encuentra la evidencia de que ésta es mucho más vieja de lo que enseña el relato mosaico. Han descubierto huesos de seres humanos y de animales, así como también instrumentos bélicos, árboles petrificados, etc., mucho mayores que los que existen hoy día, o que hayan existido durante miles de años, y de esto infieren que la tierra estaba poblada mucho tiempo antes de la semana de la creación de la cual nos habla la Escritura, y por una raza de seres de tamaño muy superior al de cualquier hombre de la actualidad. Semejante razonamiento ha llevado a muchos que aseveran creer en la Sagrada Escritura a aceptar la idea de que los días de la creación fueron períodos largos e indefinidos. »Pero sin la historia bíblica, la geología no puede probar nada. Los que razonan con tanta seguridad acerca de sus descubrimientos, no tienen una noción adecuada del tamaño de los hombres, los animales y los árboles antediluvianos, ni de los grandes cambios que ocurrieron en aquel entonces. Los vestigios que se encuentran en la tierra dan evidencia de condiciones que en muchos respectos eran muy diferentes de las actuales; pero el tiempo en que estas condiciones imperaron sólo puede saberse mediante la Sagrada Escritura. En la historia del diluvio, la inspiración divina ha explicado lo que la geología sola jamás podría desentrañar. En los días de Noé, hombres, animales y árboles de un tamaño muchas veces mayor que el de los que existen actualmente, fueron sepultados y de esa manera preservados para probar a las generaciones subsiguientes que los antediluvianos perecieron por un diluvio. Dios quiso que el descubrimiento de estas cosas estableciese la fe de los hombres en la historia sagrada; pero éstos, con su vano raciocinio, caen en el mismo error en que cayeron los antediluvianos: al usar mal las cosas que Dios les dio para su beneficio, las tornan en maldición.»29 Este par de textos afirma varias cosas que son de interés para el estudio que estamos haciendo: 1ª Los fósiles de animales y árboles, que solían ser de mayor tamaño que los actuales, son evidencias del Diluvio. 2ª «El tiempo en que estas condiciones imperaron [...] puede saberse mediante la Sagrada Escritura», y «el relato mosaico» «enseña» que «la Tierra» tiene una antigüedad definida, todo lo cual implica que Génesis 5 y 11 son guías cronológicas seguras, pues de no serlo no podrían datarse ni aproximadamente los tiempos del Diluvio ni tampoco, por supuesto, la antigüedad del planeta. 3ª Los hombres de ciencia habían encontrado ya antes de 1864, fecha de publicación del tercer volumen de Spiritual gifts, evidencias de hombres antediluvianos y de objetos por ellos fabricados, instrumentos bélicos concretamente. De estos restos humanos encontrados habían sacado varias conclusiones, entre las cuales se encontraba la suposición de que la Tierra había sido habitada por una raza de gigantes hacía muchos miles de años. 4ª Los hombres antediluvianos eran de una gran estatura. Podrá parecer extraño que hayamos hecho una distinción entre la tercera y la cuarta conclusión, pero precisamente aquí está la clave que ha de servir para responder a la segunda objeción enunciada en el apartado anterior. Hasta 1864 solamente se habían realizado diez hallazgos de hombres paleolíticos en todo el mundo que hayan llegado a nuestros días, además de otros que han “desaparecido” (véase supra, cita 16). Tres de ellos eran de la raza de Neanderthal (en 1830 en Lieja, Bélgica; en 1848 en Gibraltar; y en 1856 en la localidad de Neanderthal, Alemania); los otros siete fueron catalogados como Homo sapiens sapiens (en 1797 en Mendips, Gran Bretaña; en 1823 en Swansea, también en Gran Bretaña; en 1830 en Lieja, Bélgica; en 1840, nuevamente en Mendips; en 1846 en Natchez, U.S.A.; en 1863-65 en Bruniequel, Francia; y en 1864 en La Madeleine, Francia).30 Las conclusiones a las que llegaron los arqueólogos fueron diversas, pero hubo un punto en el que por lo general, concordaron: el que hubiera habido «una raza - 16 -
de gigantes en épocas remotas no tenía nada de mito».31 Esta es una confirmación evidente de las palabras de Elena White antes citadas, pero sigue existiendo la cuestión de cómo identificar a ese hombre de Cromagnon, que tenía una estatura media de 190 centímetros, con los «gigantes», con los hombres antediluvianos que eran “mucho mayores” que nosotros. Aunque ello no suponga una explicación global, puede resultar interesante recordar que el texto de Génesis 6:4 no parece implicar que todos los antediluvianos fueran gigantes. Al igual que no todos fueron «varones de renombre», probablemente habría algunos que no tuvieron aquellas enormes tallas. Esto es algo afirmado claramente por el Espíritu de Profecía: «Set era de más noble estatura que Caín o Abel, y se parecía a Adán más que los otros hijos de éste. Los descendientes de Set se habían separado de los malvados descendientes de Caín. Estimaban el conocimiento de la voluntad de Dios, mientras que la impía raza de Caín no tenía respeto de Dios ni de sus sagrados mandamientos. [...] »Aquellos que honraban y temían ofender a Dios, al principio no sintieron la maldición sino ligeramente; mientras que aquellos que se apartaron de Dios y pisotearon su autoridad, sintieron los efectos de la maldición más intensamente, especialmente en la estatura y en la nobleza de forma.»32 Sin duda alguna, la alimentación fundamentalmente carnívora de los cainitas debió de desempeñar un papel importante en su decadencia física.33 Sin embargo, la decadencia física de los cainitas por sí sola no puede explicar el que los restos paleolíticos sean de una estatura tan baja comparativamente. En la época del Diluvio hubieron de perecer, como mínimo, varios miles de seres humanos de muy grandes proporciones, que constituían la mayor parte de la población de su mundo. Probablemente no todos ellos se habrán preservado hasta nuestros días, pero, si hemos de confiar en el Espíritu de Profecía, algunos ya se habrían encontrado en sus días. ¿Hay evidencias de que hayan existido hombres de gran altura? La respuesta es afirmativa, pero presenta una cierta ambigüedad: no se conocen en estratigrafías paleolíticas. Existen tres tipos de restos probablemente humanos de enormes proporciones que parecen de bastante antigüedad: 1) las enormes huellas de pisadas humanas en estratos geológicos carboníferos y cretácicos;34 2) ciertos dientes fósiles posiblemente humanos, aunque existen dudas, de estratigrafía insuficientemente demostrada, pero de aparente gran antigüedad, encontrados en Java, China e India, y que han dado origen a hablar de ciertos Gigantropithecus y Meganthropus, hombres de 250 a 350 centímetros de altura;35 esqueletos de enormes proporciones, pero de datación imposible de determinar por no estar asociados con ningún resto cultural, que se han encontrado ocasionalmente y que suelen interpretarse como individuos aquejados de acromegalia. Algunos ejemplos clásicos se han descubierto en Gran Bretaña, como en Logie Pert, Forfashire, en Escocia, o en la cueva Mentone. Es enteramente natural, entonces, el que no haya evidencias de contemporaneidad entre los restos paleolíticos y los vestigios arqueológicos de gigantes. Al aparecer estos restos sin asociación cultural alguna y al ser, en todos los aspectos salvo el tamaño, como los del hombre moderno, no es pensable que los antropólogos, sobre todo si son evolucionistas, les atribuyan gran antigüedad, tal como mostrábamos anteriormente. 7. La cultura antediluviana Pero entonces, ¿por qué los restos humanos del Paleolítico no son de esa enorme altura y por qué están en cuevas? ¿Fueron enterrados allí por el Diluvio? La respuesta a estas preguntas será también la contestación a la única objeción que resta por refutar, y la explicación final del enigmático asunto que estamos considerando. Antes de abordar directamente estas preguntas, no obstante, consideraremos un importante aspecto de orden teórico. Los diversos estratos paleolíticos reciben por lo general la denominación de la localidad, casi siempre francesa, en que se descubrieron y estudiaron por - 17 -
vez primera instrumentos líticos del tipo en cuestión. Se supone que dos estratos distantes en mucho o en poco que contengan el mismo tipo de instrumentos de piedra y con la misma forma de talla son contemporáneos. Sin duda, lo menos que cabe decir es que tal suposición es un poco gratuita. En ningún lugar del mundo aparece una estratigrafía “completa” desde el Abbevillense hasta el Magdaleniense. Tal escala se ha hecho en museos únicamente. Lo único que nos encontramos al excavar es diversos yacimientos muchos de los cuales tienen un único estrato y con los que, por tanto no es posible establecer ninguna relación de tipo cronológico. Existen, sin embargo, yacimientos en los que sí existe estratigrafía con dos, tres o más capas culturalmente bien diferenciadas. A partir de estos yacimientos que tienen muestras estratificadas de varias “culturas” se han ido atribuyendo posiciones cronológicas relativas a todos los demás hallazgos, y, como en ningún lugar existe la serie “completa”, ésta ha tenido que ser montada a base de “parches”. Naturalmente, se ha montado dicha escala en la mayor parte de los casos de modo que cuadre bien con la idea preconcebida de un “progreso” de lo simple a lo complejo. Si en algún yacimiento se invierte en algún lugar la estratigrafía se recurre a un sistema totalmente artificioso para evitar reconocer la anomalía se inventa un nuevo nombre para el subestrato en cuestión y se explica que la regresión se debió o al clima o a una epidemia . Y al contrario, si en un estrato “primitivo” aparecen instrumentos de “culturas” avanzadas en ningún modo se admitirá que dichos objetos son de la “cultura avanzada”, sino que rápidamente se “descubrirá” alguna diferencia “básica” y se disiparán las dudas de los inquisidores diciendo que tales objetos avanzados fueron realizados por algún artista genial que se adelantó en siglos a su época y que representan tan sólo una facies local de existencia fugaz. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de decir que la correlación estratigráfica del Paleolítico está bastante bien hecha y puede admitirse como válida en general, siempre que no lleguemos al extremo de admitir la necesidad de la contemporaneidad de yacimientos similares que se encuentren muy separados y del orden histórico inamovible a nivel universal de facies culturales locales que en otro lugar pudieran seguir un orden diferente. La cuestión importante es ahora: ¿Pueden los restos paleolíticos tener alguna relación con la elevada cultura antediluviana? Veámoslo. Sabido es que el hombre antediluviano conocía el hierro y otros metales (Gén. 4:22). Sin embargo, debemos reconocer que incluso en tiempos históricos el hierro ha llegado a ser un metal semiprecioso, de valor comparable al del oro; tan escaso y difícil de obtener era. Imaginémonos, pues, la sociedad antediluviana que comienza a expandirse, que empieza poco a poco a fabricar algunos utensilios imprescindibles para su comodidad: vasijas para el grano, hoces para la siega, arados quizás, hachas para cortar árboles con que hacer casas, instrumentos para el trabajo de algunos minerales duros que pudieran ser usados como materiales de construcción o para el modelado escultórico, recipientes para la mezcla de tintes naturales, cuchillos o tijeras para esquilar las ovejas, algunas industrias textiles, ciertos utensilios para comer, hornos para fundir algunos objetos o para cocer vasijas, armas de caza y utensilios bélicos. ¿Nos puede mostrar algo de esto el inventario de los objetos de una cueva paleolítica? Sólo en una ínfima parte. ¿Y por qué? simplemente, porque las cuevas y otros lugares en que se encuentran restos paleolíticos no constituyen un muestreo normal de una civilización prediluviana, sino tan sólo un muestreo selectivo. Mientras que un estrato de una ciudad de la Edad del Bronce o del Hierro nos muestra restos típicos de esa ciudad en el momento de una catástrofe súbita que “fosilizó” el nivel de vida de la época, los restos que hay en los estratos paleolíticos no representan el verdadero nivel de vida de sus autores, sino tan sólo una parte de él: se trata de yacimientos funcionales; no son muestreos con representatividad histórica, y a la vista de lo que venimos diciendo, no puede pretenderse con seriedad que sean reflejo del hábitat de sus autores: no puede probarse que las cuevas paleolíticas hayan sido vivienda del hombre simplemente porque haya en ellas evidencias de la actividad humana dejadas allí, evidentemente, por el hombre. Pero, se preguntará, ¿para qué dejaban entonces los antediluvianos aquellos montones de piedras en las cuevas y en otros lugares? ¿Por qué en las cuevas o en las terrazas fluviales - 18 -
concretamente? ¿Por qué sólo instrumentos toscos y no de hierro? ¿Fueron los restos humanos encontrados con los utensilios paleolíticos enterramientos intencionales? ¿Que tenía de significativo la estatura de dichos restos? ¿Tiene algún significado la aparente universalidad de esta costumbre? Probablemente podremos llegar a alguna conclusión concreta realizando ciertas consideraciones acerca de nuestros conocimientos del mundo antediluviano. Tras el asesinato de Abel, la raza de Caín vivió separada del resto de la humanidad (Gén. 4: 12, 14, 16, 17) por algún tiempo. En su retiro desarrolló una cultura netamente materialista de indudable prosperidad económica en donde la ganadería, la metalurgia e incluso las artes musicales (Gén. 4: 20-22) tenían lugares preponderantes. Aparentemente, con el paso del tiempo la población cainita creció más allá de lo que permitía su primitivo reducto geográfico, por lo que invadió las tierras ocupadas por los descendientes de Set y quizás más allá aún. A pesar de su degradación moral, todo parecía sonreirles: tenían prósperas ciudades y negocios. Aparentemente, sus industrias eran florecientes. Mientras que por un tiempo los descendientes de Set permanecieron separados, pronto relativamente cedieron a los atractivos del próspero nivel de vida de los cainitas y a los de la indumentaria, o falta de ella, de sus mujeres, razón por la que las jóvenes «hijas de los hombres» parecieron más apetecibles a «los hijos de Dios» que las piadosas mujeres de su propia raza (Gén. 6: 4), y solamente una mínima parte de éstos se mantuvo fiel. De la unión de ambas estirpes surgió una poderosa raza mixta de «varones de renombre», presumiblemente los dirigentes de una nueva sociedad con nuevas metas, con el propósito obstinado de desobedecer el plan descentralizador de Dios de crear una sociedad humana esparcida por todo el mundo y no controlada por ningún poder opresor (Gén. 1:28; 4:12). En efecto, una de las características sociológicas de los cainitas, en la que les ha seguido después casi toda la humanidad, es la fundación de ciudades (Gén. 4:17), centro neurálgico de todos los estados, que, como la historia tristemente ha enseñado, suelen ser instrumentos de poder para beneficio de pocos y explotación de muchos. Este centralismo estatal, probablemente estructurado a nivel mundial, podría muy bien ser la explicación de la comunidad de costumbres en el Paleolítico, reflejo de una aceptación por todo el mundo de un orden sacral inamovible. Aquella sociedad convirtió la impiedad y el ateísmo en las más altas virtudes ciudadanas y cada cual procuraba superar a las demás en estos aspectos y en sus actos de violencia. «La gente usaba el oro, la plata, las piedras preciosas y la madera escogida, para edificar casas para sí, y cada cual se esforzaba en superar al otro. Embellecían y adornaban sus casas y tierras con las obras más ingeniosas, y provocaban a Dios por sus perversas acciones. Formaban imágenes para adorarlas, y enseñaban a sus hijos a considerar estas obras de arte, hechas con sus propias manos, como dioses, y adorarlas. No escogieron pensar en Dios, el Creador de los cielos y la tierra, y no le tributaron agradecimiento a Aquel que les había proporcionado todas las cosas que poseían. Incluso negaban la existencia del Dios del cielo, y se glorificaban en las obras de sus propias manos y las adoraban. Se corrompieron a sí mismos con las cosas que Dios había puesto sobre la tierra para el beneficio del hombre. Se prepararon hermosos paseos cubiertos con árboles frutales de todas clases. Bajo estos árboles majestuosos y hermosos, con sus ramas bien extendidas, que eran verdes desde el comienzo hasta el final del año, pusieron sus ídolos de culto. Bosques enteros, por el abrigo de sus ramas, fueron dedicados a sus dioses idolátricos, y embellecidos para que la gente acudiese a su culto idólatra. [...] »En vez de hacer justicia a sus prójimos, ejecutaban sus propios deseos ilegítimos. Tenían una pluralidad de esposas, lo cual era contrario al sabio plan de Dios. [...] Cuanto más multiplicaban los hombres las esposas para sí, más malvados e infelices se hacían. Si uno elegía tomar las mujeres, el ganado, o cualquier cosa que perteneciera a su prójimo, no consideraba la justicia o el derecho, sino que si podía prevalecer sobre su prójimo por la razón de la fuerza, o matándole, así lo hacía, y se regocijaba en sus actos de violencia. Disfrutaban des- 19 -
truyendo las vidas de los animales. Los usaban como alimento, y esto aumentaba su ferocidad y violencia, y hacía que considerasen la sangre de los seres humanos con asombrosa indiferencia.»36 «En los días de Noé, la abrumadora mayoría se oponía a la verdad y estaba prendada de una trama de falsedades. La tierra estaba llena de violencia. Guerra, crimen, asesinato estaban a la orden del día.»37 «La impiedad de los hombres fue manifiesta y osada, la justicia fue pisoteada en el polvo, y las lamentaciones de los oprimidos ascendieron hasta el cielo.»38 Cuando llegó el momento del Diluvio, «los altares donde habían ofrecido sacrificios humanos fueron destruídos, y los adoradores temblaron ante el poder del Dios viviente, y comprendieron que había sido su corrupción e idolatría lo que había provocado su destrucción».39 Tenemos en la declaración anterior muy probablemente la clave para explicar qué son los restos paleolíticos: son los restos de cadáveres de los individuos, sin duda alguna inmaduros al no haber alcanzado en el momento de su muerte la edad comparativamente avanzada en que se lograba la plenitud de estatura (antes del Diluvio apenas hubo muertes por enfermedad en la juventud) 40 que fueron sacrificados antes del Diluvio. En épocas históricas se han practicado sacrificios humanos de individuos adultos entre diversos pueblos, hasta entre los romanos, pero la forma predilecta de los pueblos orientales parecía ser la muerte de los niños y jóvenes, muchas veces del propio hijo del oferente; otras de enemigos capturados en batallas y expediciones de pillaje. Especialmente curiosa es la salvaje costumbre de los espartiatas de “eliminar” periódicamente a algunos miembros de la población sometida, cuyos miembros eran denominados hilotas. Y si los restos humanos paleolíticos son realmente evidencias de sacrificios humanos realizados con una uniformidad notable en todo el mundo antiguo, entonces todos los yacimientos paleolíticos podrían representar, con toda probabilidad, una costumbre sociológica extendida a nivel mundial relacionada de algún modo con dichos sacrificios, o, en general, con la religión idólatra de los antediluvianos. Estas consideraciones y otras ya expuestas anteriormente, de cuyo carácter parcialmente hipotético somos plenamente conscientes, nos llevan irremisiblemente hacia una conclusión: el hombre antediluviano formó deliberadamente enterramientos estratificados en ciertos lugares especiales que había en su mundo. No pueden interpretarse razonablemente de otra manera las capas estratificadas que se dan en las cuevas, pues en ningún modo puede el mero paso del tiempo ser responsable de enterramientos reiterados en un mismo lugar, como ocurre en muchas cuevas, de objetos dejados accidental o intencionalmente en el mismo. Para explicar los espesores considerables de las capas en que aparecen las sucesivas estratigrafías paleolíticas por el mero paso del tiempo se requerirían decenas o centenares de miles de años, lapsos de los que sólo disponen los evolucionistas uniformistas, pero no nosotros. A modo de ensayo y bajo esta perspectiva, no parecería descabellado intentar concretar más las consideraciones anteriores diciendo que los restos pétreos del Paleolítico pueden representar enterramientos rituales de los instrumentos bélicos o de caza de ciertas poblaciones o ciertos sectores de la población más o menos marginados, o, según la expresión de Elena White antes citada, «oprimidos», que lo eran, presumiblemente, por los «varones de renombre» y la sociedad por ellos creada. Es claro entonces por qué no aparecen en las cuevas objetos de hierro u otros que revelen una cultura superior: aparte de que los objetos de hierro se habrían oxidado con la humedad y el paso del tiempo hasta el punto de quedar irreconocibles, así como otros objetos perecederos, no sería propio de aquellos hombres que enterraran sus mejores objetos y ni siquiera objetos representativos de su cultura con los sacrificios humanos ofrecidos a sus dioses. Ofrendaban aquello que les sobraba, aquellos instrumentos que tenían en superabundancia, la cual los hacía, en sí mismos, baratos, o simplemente, aquellos objetos apropiados para una tradición ritual determinada. Si hubiésemos de juzgar el Egipto faraónico por el ins- 20 -
trumental utilizado para el proceso de la momificación de los difuntos, probablemente llegaríamos a la conclusión de que vivieron en lo que la gente llama la “Edad de Piedra”, ya que los útiles usados para realizar los cortes en el cuerpo del difunto para extraerle las vísceras fueron siempre, como demandaba la tradición, de sílex, a pesar de que tanto el difunto como los sacerdotes conocían perfectamente el bronce y otros metales. Evidentemente, los estratos paleolíticos responderán a un progreso en la confección de instrumentos de piedra, pero no tan acusado como en un principio podría parecer por la comparación entre un Abbevillense y un Magdaleniense, por ejemplo. En efecto, si los restos enterrados en cuevas u otros lugares representan ofrendas votivas de objetos sin valor por su superabundancia, o bien “peligrosos” en manos de una capa “oprimida” de aquella sociedad, entonces podría haber objetos perfectamente tallados o de muy distinta naturaleza que podríamos llamar musterienses, auriñacienses, de la Edad del Bronce o cualquier otra cosa, que fuesen contemporáneos de restos muy “primitivos”. Es decir, a la hora de realizar aquellas presuntas ofrendas, los antediluvianos enterrarían solamente los objetos que no les fueran útiles, que en un principio serían tan sólo los más elementales y toscos. Con el aumento de la población y el progreso en el nivel de vida de todos los sectores de la sociedad, empezarían a abundar objetos de talla más sutil y costo más elevado, con lo que aquellos oferentes podrían permitirse el lujo de ofrendar tan “ricos” dones. Naturalmente, no se puede negar una cierta evolución cultural en los diecisiete siglos que duró el mundo antediluviano, pero en ningún caso se puede admitir que las primeras sociedades antediluvianas fueran incapaces de realizar en el comienzo mismo obras del estilo de un Magdaleniense avanzado o algo muy superior. O, por decirlo de otra manera, cabe la comparación de los estratos arqueológicos del Paleolítico con los geológicos. Así como en éstos, según la explicación creacionista más convincente, lo que determinó el más rápido enterramiento de los seres vivos antediluvianos fue la situación topográfica de su nicho ecológico, es decir, su zonación ecológica, en aquéllos lo que determinó su mayor o menor retraso en el enterramiento provocado por el hombre fue, exclusivamente, su funcionalidad y su coste de producción. Estamos ahora en condiciones de dar una explicación en cuanto al fenómeno ya mencionado de la inversión estratigráfica que se da en algunas terrazas fluviales. Ya hemos visto que los geólogos uniformistas atribuyen las terrazas fluviales directa o indirectamente a la acción de los glaciares durante su Edad del Hielo. Desgraciadamente para la teoría glaciar, existen terrazas fluviales en territorios meridionales que nadie cree que hayan sido afectados jamás por glaciación alguna,41 lo cual constituye una evidencia concluyente de que las terrazas fluviales, como tantas otras cosas, son vestigios de la erosión hidráulica de antaño. Ya hemos visto que, al menos, dos ríos antediluvianos sobrevivieron al Diluvio. Sin duda alguna, no debieron ser los únicos. Según fueron ascendiendo los continentes tras el Diluvio, el paisaje fue volviendo poco a poco a una cierta normalidad relativa. Las antiguas fuentes fluviales que lograron sobrevivir volvieron a entrar en acción y las aguas de sus ríos fueron abriendo nuevos cauces que en muchos tramos coincidirían con los antiguos. Desde el Diluvio nuestro planeta ha debido de experimentar muchos otros cambios menores, entre los cuales puede contarse la desaparición de los ríos Gihón y Pisón, que, aparentemente, aún existían en la época de Moisés (Gén. 2: 11-13). Parte de estos cambios menores posteriores podría explicarse por una adecuación progresiva de las condiciones climáticas a la situación actual, además de por varios períodos de actividad tectónica y orogénica. Particularmente incidente en la cuestión que estamos considerando tuvo que ser la progresiva elevación de los continentes. En efecto, tal elevación habría traído como consecuencia inmediata para todos los ríos no interiores del continente un rejuvenecimiento de su cauce, con una aceleración acusadísima de su poder erosivo cada vez que el continente sufriera un nuevo empuje hacia arriba. Ese poder erosivo, junto con una posible disminución del caudal de los ríos, sería el responsable de que el cauce del río se fuera hundiendo cada vez más en los estratos producidos por el Diluvio a base de los materiales hallados río arriba en época antediluviana. - 21 -
Por supuesto, la deposición de tales materiales habría sido, en líneas generales, precisamente la inversa a la normal en que se había encontrado en el mundo antediluviano. Y cada vez que las aguas del Diluvio consiguiesen arrasar un yacimiento “paleolítico”, de arriba abajo, los restos líticos serían arrastrados por las corrientes de agua y finalmente depositados precisamente en un mismo corte vertical del terreno en las terrazas fluviales. El concepto de las glaciaciones no permite explicar debidamente este hecho, a no ser que se recurra a la hipótesis improbable de que cada una fuera de menor intensidad que la anterior, y aun así no cuadra con el hecho de la existencia de terrazas fluviales en territorios muy meridionales. 8. Consideraciones finales Las páginas anteriores muestran un intento eslabonado de explicar conforme a un punto de vista cristiano los restos paleolíticos. Aunque en toda reconstrucción de lo que no se ha visto hace falta una cierta dosis de imaginación, hemos procurado relegar ésta a un mínimo indispensable. No podemos pretender que las precisiones hechas en las últimas páginas sean la explicación completa y final de la razón de ser los restos paleolíticos. El autor espera y desea que estudios posteriores más concretos puedan descubrir nuevos detalles de alcance que perfeccionen el esquema arriba presentado. Pero una cosa es cierta: los descubrimientos que se hagan en el futuro no podrán seguir interpretándose únicamente según el modelo uniformista. Hemos presentado una hipótesis de trabajo que no se opone a ningún hecho científico conocido, que no es ni mucho menos seria ni erudita que la “oficial” y que tiene la enorme ventaja de explicar ciertas anomalías que la interpretación tradicional de los hechos prehistóricos no puede aclarar, y de ser, además, acorde con la inspiración. Parafraseando las palabras de Elena White, nos gustaría acabar diciendo que “no obstante la iniquidad del mundo antediluviano, esa época la del Paleolítico no fue, como a menudo se ha supuesto, una era de ignorancia y barbarie”. “Los antediluvianos”, es decir, los hombres de la mal llamada Edad de Piedra, de esa parte de la existencia humana de lo que no nos ha llegado documento escrito alguno, «no tenían libros ni anales escritos; pero con su gran vigor mental y físico disponían de una memoria poderosa, que les permitía comprender y retener lo que se les comunicaba, para transmitirlo después con toda precisión a sus descendientes».42 Un día las aguas del Diluvio entraron en las casas y arrastraron a aquel pueblo «hacia los templos que habían erigido para su culto idólatra. Pero los templos fueron barridos. Se rompió la corteza de la tierra y el agua que había estado escondida en sus entrañas se desbordó».43 De aquellos templos no nos han quedado muestras, pero sí de lo que sin duda eran sus anexos las cuevas “paleolíticas” como testimonio incontrovertible de que «el mundo de entonces pereció anegado en agua»; pero «la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste» y «los cielos ... que existen ahora, están reservados por la palabra de Dios», «guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos». (2 Ped. 3:5-7).
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Notas Bibliográficas 1. Véase, en cuanto a la cuestión de las diferencias de datos numéricos nuestra publicación anterior, ¿Cuánto ha durado la historia? y el Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 1, pp. 189, 190. 2. Véase, por ejemplo, Id., pp. 63-68; Flori, Jean y Rasolofomasoandro, Henri, ¿Evolución o creación? y otras obras que son citadas en la bibliografía de ésta. 3. Garn, Stanley, M., «Culture and the direction of human evolution», en Human evolution (ref. 1), pp. 102, 103, 105, 107. 4. Vallois, Henri, citado en: Stewart, T. D., «The problem of the earliest claimed representatives of Homo sapiens», en The origin and evolution of man, 15 (1950): 101. 5. Weidenreich, Franz, Apes, giants and man, Chicago University Press, 1948, p. 2. 6. Dobzhansky, Theodosius, «Changing man», Science, 155 (1967): 410, 411. 7. Custance, Arthur C., Génesis and Early Man - The Doorway Papers, vol. 2, Zondervan Corporation, Grand Rapids, Michigan, 1975, p. 162. 8. Id., p. 21. Véase también Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, tomo 17, artículo «Deformación», p. 1317. Espasa-Calpe, Madrid. 9. Véase Id., mismo artículo, pp. 1317-1318. Pueden observarse también las ilustraciones de la p. 1319. 10. Custance, Op. cit., p. 183. 11. Wallis, Wilson D., «The structure of prehistoric man», en The making of man, Modern Library, Nueva York, 1931, pp. 69 ss. 12. Custance, op. cit., p. 183. 13. Id., pp. 17,18. 14. Wallis, loc. cit. 15. Id., pp. 72, 73. 16. Koppers, Wilhelm, Primitive man an his world picture, Sheed and Ward, Londres, p. 238. 17. Weidenreich, Franz, «The skull of sinanthropus pekinensis: A comparative study on a primitive hominid skull», Paleontologica Sinica, N. S. D., 127 (1943): 1, Nº 10. 18. Wallis, citado por Custance, op. cit., p. 245. 19. Price, George MacCready, The new geology, Pacific Press Publishing Association, Mountain View, California, 1923, p. 571. 20. Id., pp. 162-164. 21. Rodríguez de la Fuente, Félix, Enciclopedia Salvat de la fauna, Barcelona, 1970, vol. 6, p. 148. 22. Howorth, Henry H., The glacial nightmare and the flood, pp. 843-844. 23. Whitcomb, John C., Jr. y Morris, Henry M., The Genesis Flood, Filadelfia, 1964, p. 290. 24. Ibid. 25. Price, op. cit., p. 202. 26. Véase, por ejemplo, Coffin, Harold G., Creation - Accident or Design, Review and Herald Publishing Association, Whasington, D. C., 1969, pp. 109-111. 27. Véase, por ejemplo, Berenguer, Magín, «La Cueva de "Tito Bustillo"», Tesoros de Asturias, Gijón, 1972, p. 99. 28. White, Helen G., Spiritual gifts, vol. 3, p. 92. 29. White, Elena G., Patriarcas y profetas, pp. 103, 104. 30. Véase Oakley, Kenneth P., Cronología del hombre fósil, Barcelona, 1968, pp. 244-281. 31. Véase Price, Op. cit., p. 702. 32. White, Helen G., Spiritual Gifts, vol. 3, p. 60. 33. Véase White, Elena G., Patriarcas y profetas, p. 80. 34. Véase Coffin, op. cit, p. 218; von Königswald, G. H. R., Meeting prehistoric man, The Scientific Book Club, Londres, 1956, p. 113. 35. Véase The american peoples encyclopaedia, 1960, vol. 9, col. 9557; Weidenreich, op. cit. 36. White, Helen G., Spiritual gifts, vol. 3, pp. 63, 64. 37. Comentario de White, Elena G., en: Comentario bíblico adventista del séptimo día, vol. 1, p. 1104. 38. White, Elena G., Patriarcas y profetas, p. 80. El énfasis no está en el original. 39. Id., p. 87. 40. Véase, por ejemplo, White, Elena G., Consejos sobre el régimen alimenticio, pp. 139, 140. 41. Véase Price, Op. cit., p. 573. 42. Véase White, Elena G., Patriarcas y profetas, pp. 69, 70. 43. White, Helen G., Signs of the Times del 4 de abril de 1901 (vol. 27, nº 15, p. 4), p. 174 del cuarto tomo de la compilación de esta publicación recientemente hecha.
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