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CORNBUO fiISPANe·
LA QUINTA DE .BOLIV AR
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VALENCIA.
EDITORI!~
MCMXIX
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CORNELIO IiISPANO
LA QUINTA DE BOLIVAR.
BOOOTA ARBOLEDA
li VALl!HCIA,
IIDITORllS
MCMXIX
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OBRAS
DE HISPANO
OBRA POETICA 1. EL JARDIN DE LAS HESPÉRIDES.Poemas
paganos. Edición
de Bogotá. 1910. (Agotada). 2." edición de París. 1919. J vol.
11. LEYENDA DE ORO. Poemas cristianos. Edición de Caracas. 1911. (Agotada). En reimpresión en París. 1 vol. III. ELEGIASCAUCANAS.Poemas
nuevos. Edición de Ollendorff.
París. 1912. 1 vol.
OBRA HISTORICA l. DIARIO DE BUCARAMANGA,O VIDA INTIMA DEL LIBERTADOR SIMÓN BoLlv AR. Publicado por primera vez, con una introducción y notas, por Comelio dorff. París. 1912.
n.
Hispano. Edición de OIlen-
t vol.
COLOMBIA EN LA GUERRADE INDEPENDENCIA.LA CUESTiÓN VENEZOLANA.Edición de Bogotá. 1914. 1 vol.
IIJ. DE P ARIs AL AMAZONAS. LA CUESTiÓN PERUANA.Edición de Ollendorff.
París. 1914. 1 vol.
IV. HISTORIA SECRETADE BoLIvAR. Edición de París. 1919. 1 vol.
EN MANUSCRITOS EL LIBRO DE ORO DF. BoLfv AR. 3 vals.
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Teatro Colón. Velada del 3 de a.bril de 1919.
Señoras, señores: En todos los tiempos y países fueron lugares sagrados, de románticas peregrinaciones, las moradas de los grandes hombres. Alejandro, vencedor de Grecia, ordena a sus soldados respetar la casa de Píndaro, y nadie pasa por Ferney sin descubrirse ante Las Delicias. Otros lugares célebres viven circuidos de la aureola del misterio: el cortijo del valle de Vauc/use, cerca de Avignon, desde donde el laureado del Capitolio, divisaba a la bella Laufa de Naves; la humilde casa de Stratford del Avon, cuna y tumba de Shakespeare, y, aliado, la cabaña de Shottery, donde él pasó felices días juveniles con la que había de ser compaf\era de su vida; Las Rocas, en Bretana, donde la Sevigné escribió tántas preciosas cartas; Les Charmettes, la aldea saboyana en .cuyo agreste ambiente vivió Rousseau con madama de Warens; La torre de Bullan, en la Cóte-d'or; Mount-Vernon, refugio campestre y sepulcro del Cincinato americano; el chalet del lago de Ginebra, donde Eduardo Gibbon escribió la última página de su obra monumental; La Malmaison, legendario castillo, rodeado de maravillosos jardines, semejantes a los del rey Alcino, descritos por Hornero, y donde aún vagan las som-
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-4bras sonrientes del Corso y josefina; el castillo de Coppet, en el país de Vaud, donde madama de Sta~1 recibía a los príncipes del talento o la belleza: Chateaubriand, la Récamier, Cuvier, Lamartine, avanzando, sonriente, a su encuentro, con una rama verde en la mano, como la musa de la poesía y de la gloria; la Villa de la Mira, en Venecia, idílico escenario de Byron y Teresa Guiccioli; Orand Bourg, cerca de París, voluntario y austero retiro del General San Martín; el palacio de Recanati, en la Marca de Ancona, sobre cuyo jardín veía Leopardi brillar la Ossa mayor; la casuca de Tréguier, a la orilla del mar de Armórica, donde vio la dulce luz del sol el más armonioso oráculo de los tiempos modernos; la granja de Barbizón, en la floresta de Fontenebleau, que dio su melancolía y encanto al divino Millet; El Paraíso, nido de palomas en una falda azul de la cordillera que cerca, al oriente, el Valle del Cauca; encantador escenario de María, hoy solitario y abandonado, donde, há pocos días, mis pisadas despertaron los ecos dormidos en alcobas y salones, y cuyos ocres muros parecen quemados por el genio de lsaacs, como por una zarza ardiente. Sun! lacrymae rerum. Hay lágrimas en las cosas. El Que llega a visitar ese hogar vacío no puede dejar de repetir esa palabra tan humana del triste Virgilio, y con esas, tántas otras mansiones de poetas, ~uerreros, humanistas y sabios que parecen como impregnadas d~1 genio que un día les dio calor. y como arcas santas de los más intimas recuerdos de su gloria. Bolivar habitó varias casas de campo durante sus soberbios días consulares. Su misma infancia, y parte de su juventud, las pasó en el solar de sus mayores, en la hacienda de San Mateo, de los floridos Valles de Aragua. En algunas vivió con sus amadas: la Quinta de Bolivar, la Quinta de Ouanacas, hoy desaparecida; en otra escribió su testamento político, una de las más bellas páginas de su historia: la Quinta de Fucha, y en la más célebre
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-5y venerada
de todas, de un hidalgo espatlol, exhaló el último aliento: la Quinta de San Pedro Alejandrino. Todas quedaron impregnadas de su tristeza, excepto La Magdalena, suntuosa villa, coronada de palmeras, batida por las olas del mar pacífico de las costas peruanas, y, donde el Libertador, en el cenit de su carrera, semejante a Reinaldo, apuró, del amor y de la gloria, el hechizante filtro hasta las heces. Para nosotros la más interesante y familiar es la Quinta que, sobre todas, tuvo la suerte de pasar a la posteridad con el nombre inmortal del héroe: la Quinta de 80Uvar, de la cual os voy a refrescar reminiscencias que, más o menos fieles, están en la memoria de vosotros. Desde los heroicos días de la independencia, el viajejero que pasa por esta ilus'tre ciudad del águila negra y de las granadas de oro, que fundó en el Valle de los Alcázares, el adelantado don Gonzalo Ximénez de Quesada, no deja la espléndida sabana sin visitar, en las afueras de la ciudad, al oriente, a la salida del boquerón formado por los cerros de Monserrate y Guadalupe, una antigua mansión, circuida de tapias amarillentas, sobre las cuales se levantan las copas florecidas y los verdes follajes de af\osos huertos. Una ancha portada, de verja de hierro, da acceso al patio empedrado de la Quinta, donde murmuran perennemente dos fuentes de mármol blanco. Todavía se ven, al pasar, algunos de los cerezos y alcaparros bajo cuya sombra se paseaba el Libertador, y, por la huerta, hoy desmedrada, parece aún divisarse la bonachona figura del chapetón Jo~é Maria Alvarez, soldado de Sámano, y después hortelano de Bolívar, llevando frescas hortalizas a la negra María Luisa, cocinera de la Quinta en aquel tiempo. En el centro está la casa con sus jardines abandonados, sus árboles decrépitos que extienden sus ramas y
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-6sus sombras sobre los corredores solitarios y los salones en ruinas, donde en otros días resonaron músicas voluptuosas, en noches de festines sorprendidos por la aurora; con su chimenea de mármol blanco, en el gabinete de la izquierda, sobre la cual se firmó la negativa de la conmutación de la pena de muerte a los ejecutados con motivo de la conjuración de septiembre; con sus terrazas que sintieron las férreas botas de los libertadores; con su muelle baño, cercado de bajas tapias, cubiertas antes de enredaderas, y techado por el puro cielo azul; con su esbelto mirador que se yergue sobre la colina, como un alerta vigía; con sus alcobas, antiguamente perfumadas, que vieron al héroe, de regreso del Perú, pasar cargado de laureles, y descansar de la Gloria en los brazos de rosa del Amor; con su espléndido comedor,-comunicado con la sala principal, y con deliciosas perspectivas sobre el patio y los jardines, y donde, en los tranquilos días de la colonia, don José Antonio Portocarrero, dueño y constructor de la Quinta, y hombre de mucho gusto y asi muy sentido de todos, departía, agradablemente, de cosas del Gobierno, con Amar y Barbón, su grande amigo, Virrey de Santafé, y su señora esposa, doña Francisca Villanova, la Virreina, mientras, delante de los contertulios, en el fondo, aparecía esta inscripción en letras formadas con las rosas del jardin: Mi deUcia es Amar. La arquitectura de la casa, ha dicho Ferrero, refleja en cada edad la estructura de la sociedad, el fondo de las almas. Según esto, las casas viejas tienen un alma, hecha de las venturas y de las penas de las personas que en ellas habitaron; de muchas cosas muertas para siempre, y vivas no obstante. Los detalles más íntimos de esas mansiones tienen un encanto profundamente sugestivo: la portada severa donde luce el blasón del hidalgo morador, con su inscripción piadosa y hospitalaria; el portón de roble, con sus aldabones de antiguo bronce; los am-
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-7plios zaguanes y patios, con floridos tiestos; las historiadas rejas, de reluciente cobre, que protegen las grandes ventanas; la escalera anchurosa, de gastados peldanos; las talladas techumbres, los balcones, el oratorio; los grandes espejos de dorados marcos, y, alIado, los solemnes retratos de los antepasados; los armarios incrustados de carey y concha de perla; las sillas de vaqueta cordobesa. Un clavo orinecido, fijado en un muro, una puerta desvencijada, todo le habla al espíritu con extraordinaria elocuencia. Pero, principalmente, los lugares donde ha morado un grande hombre, quedan consagrados para siempre; los siglos pasan, mas la posteridad se encarga de repetir allí el eco de su nombre y de sus hechos. Tal sucede con la Quinta de Bolívar. Fue construida a principios del siglo XIX por el acaudalado comerciante don José Antonio Portocarrero, quien compró el lote de tierra, en 1800, al presbítero José Torres Patillo, cura de Monserrate, y representante de la ermita, que era la propietaria. Uno de los dos amenos cronistas bogotanos, contemporáneos de Bolívar, y que habrán de guiarme en esta linda historia, refiere que el señor Portocarrero compró el terreno y edificó la Quinta con el designio expreso de dar una espléndida fiesta en el día del cumpleafios de la Virreina, mujer de Amar. Poco tiempo disfrutó de su casa de campo el magnate santaferello, muerto de repente el primer día del año de la independencia, y su hija Tadea heredó la propiedad, que más tarde pasó a sus hijos menores de edad. El 16 de julio de 1820, hallándose Bolívar en el norte, compró Santander la Quinta para obsequiársela, en nombre del Gobierno granadino, «como una pequefia demostración de gratitud y reconocimiento en que se halla constituido este Departamento de Cundinamarca por tan in-
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-8mensos beneficios de que lo ha colmado Su Excelencia, restituyéndole su libertad», así reza la escritura. La compra se hizo por dos mil quinientos pesos. En enero de 1821 ocupó Bolívar la Quinta, probablemente durante todo el mes que entonces permaneció en Bogotá. Santander escribe en mayo de 1821 al doctor Osario, Diputado al Congreso de Cúcuta: «Me hallo de acuerdo con usted en no aceptar la renuncia del General Bolívar; oblíguenlo a que acabe de destruir el enemigo en Venezuela y que luégo se venga a la Quinta de ciudadano". A fines de octubre volvió el Libertador a la capital, cargado con los laureles de Carabobo, y es seguro que habitó la Quinta antes de partir para el Perú. Durante su ausencia, el Hombre de las Leyes hacía cuidar la propiedad, y de cuando en cuando le comunicaba noticias sobre ella. El 27 de octut~e de 1822, Bolívar, añorando, sin duda, los tranquilos días que acababa de pasar bajo los árboles de su villa, y pensando por un momento en regresar a Bogotá, escribe a Santander desde Cuenca, en vía para el sur: «Mándeme usted componer la Quinta, que es donde vaya vivir por enfermo, como usted mismo me ha indicado con mucha razón, y que es lo que más me ha seducido para ir allá, sin dejar de prestar todos mis servicios al Poder Ejecutivo. Lo tomaré también si fuere preciso. «También me hará usted el favor de mandarme comprar platos y vasos y lo muy preciso para comer en la Quinta con pocos amigos, porque voy a vivir muy sobriamente en calidad de enfermo; pero que todo sea de lo mejor que se pueda conseguir. Pídale usted a Torres mis caballos y hágamelos cuidar, porque los que yo llevo llegarán tarde y estropeados. Yo entraré de noche pa-
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-9ra cortar todo ceremonial, y estaré en el palacio un solo día para recibir las visitas, para que no se piense que por desprecio me voy a la Quinta» (1). El 20 de febrero de 1823 le contesta Santander: cNo tenga cuidado por la Quinta que aquí procuramos París y yo componérsela regularmente. Le costará sus mil a mil quinientos pesos, pero puede quedar de gusto y muy digna del Libertador de Colombia». El 23 de marzo de 1826 torna a decirle: «Espero que me avise con tiempo cuándo podrá estar aquí, pues es mene,ster recomponer la Quinta, y quiero ir a encontrarlo hasta donde pueda. Anacleto ha cuidado mal la Quinta». El 6 de agosto siguiente: «Hice emplear muchos pesos en componer la Quinta que dejó Allacleto arruinada (este era Anacleto Clemente, un calavera pariente muy cercano de Bolívar), y aunque no quedará de gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca. Si usted quiere que se pasen estos gastos a su cuenta de "sueldos atrasados," me alegraré mucho, porque me valdría algo. Acuérdese que de sueldos atrasados no le debemos menos de cien mil pesos y los que se gastarán en la Quinta no pasarán de dos mil, según el cálculo de Arrubla, a quien he encargado de esta composición». El 21 de septiembre siguiente vuelve a escribirle: cAvíseme siquiera de Popayán su venida, y más o menos el día de su llegada. Yo ansío por verlo, y no está lejos de que vaya hasta la Purificación a encontrarle. Su Quinta se la tengo muy compuesta y decente. Hemos echado mano de sus sueldos viejos atrasados para que siquiera sirvan para proporcionar un desahogo a quien tánto lo necesita y lo merece. VergUenza me diera que usted se alojara como antes y se sirviera de muebles prestados. Juan M. Arrubla me ha servido mucho en esta operación» . (1) Archivo Santandtr,
tomo IX, página 121,
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-10El 29 de octubre le dice por última vez: «Me parece que el palacio no puede habitarse porque lo están reparando del daño de los temblores, pero la Quinta de usted, como ya le he dicho, está sana y compuesta. Sin embargo, el palacio está desocupado por mí, pues yo tengo mi casa preparada hace más de un mes, como que no habitaré más esta casa de gobierno». El 14 de noviembre de 1826, a las once de la mañana, hizo Bolívar su entrada a Bogotá, de regreso del Perú. Fue recibido en el antiguo palacio de gobierno de la plaza mayor, que hoy lleva su nombre, y, después del banquete que se le ofreció, a las cuatro de la tarde de aquel día, pasó a su Quinta, donde se le dieron dos banquetes más durante los diez días que permaneció allí. En el año siguiente de 1827 dictó Bolívar un decreto sobre fondo de diezmos, por el cual disponía se tomasen de éstos lo necesario para la marcha de algunas tropas. El Juzgado de diezmos improbó la medida. y entonces el Libertador pidió que se rematara la Quinta y con su producto se reintegrasen los diezmos. Hé aquí esa orden comunicada desde Caracas por su Secretario General, Rafael Revenga, al Secretario de Hacienda: «Su Excelencia que, al consagrarse a la patria nada reservó, y a quien sólo envanece la oportunidad de servirla, se reduce a disponer que, con conocimiento del Ejecutivo, se subaste la Quinta que por la generosidad de algunos ciudadanos tiene a orillas de Bogotá; y que empleado su producto en reintegrar aquellas sumas tomadas de los diezmos, se libre sobre Su Excelencia por lo que falte. Confía Su Excelencia en que su descarnada fortuna baste todavía para cubrir el déficit, y, cuando nada le reste ya del patrimonio que heredó de sus mayores, le mantendrá satisfecho el recuerdo de los que han mejorado la suya, o adquirido la que no tenían, y sobre todo la prosperidad de la patria». Esta aguda saeta, sin du-
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da, iba dirigida a Santander, con el cual había empezado ya la enemiga. En 'ese mismo año de 1827, de regreso de Venezuela, Bolívar volvió a habitar la Quinta, pero, ya entonces e~l'erta pugna con Santander, no se dirigió a él como ~ veces, sino a don José Ignacio París, desdeMaii es, el 10 de agosto: «Tenga usted la bondad, don Pepe, de acercarse al General Santander y pedirle la Quinta, que será mi posada». Allí se encontraba cuando el temblor, que tántos daños ocasionó en la capital, y ninguno en la Quinta; con tal motivo, escribió a Briceño Méndez, el 23 de noviembre de ese año: «El 16 por la tarde hemos sufrido un fuerte terremoto; de resultas de él ha quedado la ciudad desamparada y bastante triste. Yo que por entonces me hallaba en mi Quinta no he tenido novedad, ni mi habitación ha sido dañada como ha sucedido en la ciudad». En 1828, con motivo de la reunión de la Convención de Ocafía, el Libertador se encontraba en Bucaramanga, y Santander encabezaba en la Convención el partido antiboliviano. Eran días terribles de pasiones desencadenadas que habían llevado la inquietud a todos los confines del país. Ausente Bolívar, su Quinta fue ocupada por su amiga Manuela Sáenz, bellísima dama quiteña, quien, según Eduardo Posada, vino del Perú en 1827 con el equipaje de Bollvar. En la Quinta se reunían, presididos por la quítefta, los amígos del héroe, y, por tanto, enemigos de Santander. Fue entonces cuando, en abril o mayo de ese año, fue teatro la Quinta de una fiesta muy original, que nos describe el nombrado erudito historiador doctor Posada en estos términos, más o menos: Celebraron por aquel tiempo los amigos del Libertador festejos en aquella Quinta. Asistieron muchos altos empleados, un grupo de particulares y el batallón Granaderos. Manuelita los recibió afablemente e hizo los ho-
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nores
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de la casa, mas, en medio del entusiasmo
dia,
hubo un episodio
fusilaron sieron
ridículo:
de Santander
por traidor. Un tonsurado, hacer
un triste
y simuló
papel:
prestarle
los ajusticiados. cutar
aquel
acto
da por el mismo que
suspenderá
aquella
Bolívar
¿qué
quiere nada
sin embargo,
luégo que
contra
más determinado
esfuerzo Mas
rogar,
Alvarado
una pase
o donde que
historia
dad;
usted
tiene
más usted
suceso
oída
esta
con
sus
locuras
en
la conoce
de ella, pero como
la suya;
pienso
hacer el
marchar
a su país, otra cosa
en el asunto
no me daba confianza que
y
a la amable
ha hecho
sino
ni temo
y califica
Usted
resistencia este
que
de
C.
de su fide-
me digan
la ver-
razón;
tiene
una y mil veces
carta,
pues
no quiero
rodando este miserable documento de ría». (1) Esa amable loca, vosotros lo sabéis, vida
a Córdoba
y miserable»,
separarme
para hacerla
lidad) .... Yo no soy débil razón .... Rompa
pronuncia-
dice
torpe
diré que nunca
pero no ha sido (cuya
Le
que yo le diga?
no se pue~e
pero que-
con una carta
«En cuanto
yo he procurado
quiera.
boliviano,
inmediatamente,
ella.
agrega:
usted
los con-
del Granaderos,
de «eminentemente
atrás;
iba a eje-
Entre
le contestó
contra
a Manuela,
de tiempo
tuvo la dig-
se salvó de la sentencia
héroe
se dan a
que
Córdoba,
a
efigie
que
Rachaels
y escribió
al comandante
escena
refiriéndose loca,
el General
fortuna,
se prestó
a la extravagante
la escolta
pu-
Muere
inscripción:
y fue arrestado.
la farsa
al que
holiviano,
Quevedo
infame,
al Libertador.
que, por rara
de la Sáenz
espirituales
de mandar
se hallaba
jándose,
se acercó
El Alférez
de excusarse
a quien indignó
y esta
exaltado
los auxilios
nidad
currentes
los invitados
de la Quinta un pelele,
en el patio el nombre
de aquel
dos
y tonte-
ruindad debía
ocasiones
quede
salvarle
y poco
la
tiempo
después .... (1) Cl. Historia secreta de Bottvar.
Manuellla la bella.
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Fue también en aquellos días cuando Próspero Pereira Gamba conoció la Armida de aquel jardín de encanto: «Otro día, refiere, fuimos a su Quinta sobre el riachuelo del Boquerón y a la falda del Monserrate, y nos recibió una de las damas más hermosas que recuerde haber visto en ese tiempo: de rostro color perla, ligeramente grueso y ovalado; de facciones salientes, todas bellas; ojos arrebatadores, donosísimo seno y amplia cabellera, suelta y húmeda, como empapada en reciente baño, la cual ondulaba sobre la rica, odorante, vaporosa bata que cubría sus bien repartidas formas. Con un acento costeño, pero halagador y suavisimo, dio gracias a Petrona por el regalo de costumbre, y a mí me invitó a corretear por el jardín fronterizo a las habitaciones y por el bosquecillo de uno de los costados, convidándome luégo con el refrescante guarrús y las sabrosas confituras que se usaban entonces. Esa maga era, en aquella época galante, la animación de los pensíles y huertos de la Quinta de Bolí-
var- (1). Pero el mejor retrato que quizá nos queda de la maga de la Quinta de Bollvar, es el que nos dejó don Juan Francisco Ortiz en sus amenas Reminiscencias: «Tendría, cuando la conocí, nos dice, veinticuatro años; el cabello negro y ensortijado; los ojos también negros, atrevidos, brillantes; la tez blanca como la leche y encarnada como las rosas; la dentadura bellísima; de estatura regular y de muy buenas formas; de extremada viveza; generosa con sus amigos; caritativa con los pobres; valiente, sabía manejar la espada y la pistola; montaba muy bien a caballo vestida de hombre, con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo y suelta la cabel1era, cuyos rizos se destacaban por sus espaldas debajo de un sombrerillo con plumas que hacía resaltar su figura encantadora». (1) Colombia llu ",trada. Bogotá. 1890.
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De regreso de Bucaramanga, habitó Bolívar el Palacio de San Carlos; mas, después de la conjuración de septiembre, se retiró a su Quinta por consejo de sus amigos. El viajero y diplomático francés Le Moyne, describe así una visita que le hizo en aquella época: «Al hablar de Bolívar, mis recuerdos me llevan al día en que le vi por vez primera, en una de esas situaciones deplorables que despojan a los hombres grandes de la aureola en que los envuelve siempre la imaginación. Apenas hacía tres meses de la conjuración que había puesto su vida en peligro, y se hallaba retirado en una quinta de las cercanías de Bogotá, con el objeto de restablecer un poco su salud, ya muy delicada. «El Cónsul General de Francia me propuso que fuéramos a visitar al Libertador, y acepté gustoso. «Llegamos a la quinta, y nos recibió doña Manuela Sáenz, la misma mujer que el 25 de septiembre había salvado valerosamente a Bolívar. Nos dijo que aun cuando el héroe estaba muy enfermo, y, además, se había purgado esa mañana, anunciaría nuestra visita pata ver si era posible que nos recibiera. Pocos momentos después apareció un hombre de cara muy larga y amarilla; de apariencia mezquina; con un gorro de algodón; envuelto en su bata; de pantuflas y con las piernas nadando en un ancho pantalón de franela; en una palabra, ('ra, ni más ni menos, la misma figura del bonachón Argán, tal como nos lo presenta Moliere en su Enfermo imaginario,. parecía que iba más bien a su alcoba a vestirse que a recibir nuestra visita. Y, sin embargo, era a Bolivar, al héroe Libertador de Sur América, a quien teníamos al frente! Por la distinción personal que profesaba a Mr. Bouchet Martigny -nuestro Cónsul- no había querido dejarlo partir sin recibirlo. Apenas le fui presentado, tomamos asiento, y Bolívar principió la conversación en francés.
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-15«A las primeras palabras que le dirigimos respecto de su salud: ¡Ay! nos respondió, señalándonos sus brazos enflaquecidos, no son las leyes de la naturaleza las que me han puesto en este estado, sino las penas que me roen el corazón. Mis conciudadanos, que no pudieron matarme a pufialadas, tratan ahora de asesinarme moralmente con SIlS ingratitudes y calumnias. «En épocas pasadas me incensaron como a un Dios, hoy sólo tratan de mancharme con su baba. Cuando yo deje de existir, esos demagogos se devorarán entre sí, como lo hacen los lobos, y el edificio que construí con esfuerzos sobrehumanos se desmoronará entre el fango de las revoluciones. «Después de haber descargado su bilis contra sus enemigos, con ese discurso que abrevio, y durante el cual su fisonomía se animó y los ojos tomaron brillo febril, cambió de conversación, serenándose poco a poco; pidiónos informes sobre el estado actual de Francia, pais que amaba, según dijo, como a ninguno, y en donde estuvo de joven, durante los esplendores del primer imperio; describiónos la vida alegre que había pasado en París, sin imaginar ni vislumbrar siquiera los altos destinos y las desdichas que le reservaba el porvenir. «En resumen, su palabra abundante, su verbo lleno de imágenes, su conversación enriquecida con numerosos rasgos de ingenio, nos revelaban un alma prodigiosamcnte dotada, a cuyo influjo olvidamos pronto el grotesco continente con que se nos presentó. Al retiramos, abrigábamos mucho más deseo de compartir sus infortunios que de burlarnos de él». El mismo autor Le Moyne, nos da estos rasgos fisonómicos del Libertador: «Bolívar era de talla mediana, y de constitución, si no robusta en apariencia, a lo menos capaz, según lo ha demostrado, de soportar las más duras fatigas. Sus gran-
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- 16des ojos negros y vivísimos anunciaban un alma de fuego; su rostro era largo, la frente amplia, moreno, nariz bien formada, modales distinguidos. Cuando daba audiencias oficiales o pronunciaba alocuciones en público, tenía la costumbre de cruzar los brazos sobre el pecho y asumía, en esta actitud, un gesto lleno de dignidad. Todo lo que había visto o aprendido estaba admirablemente ordenado en su maravillosa memoria; hablaba correctamente el francés, un poco el inglés y el italiano; se expresaba sobre todas las materias con fácil y nerviosa elegancia que debía a la cultura refinada de su espíritu; era, en fin, naturalmente bueno, afable, generoso hasta la exager,lción, e incapaz de un largo resentimiento, siquiera se tratara de sus más implacables enemigos» (1). A fines de 1828 partió Bolívar para el sur de Colombia, llamado urgentemente por los sucesos del Ecuador, y allá permaneció hasta la terminación de la guerra con el Perú. Durante su ausencia le escribe, el 22 de noviembre de 1829, don José Ignacio París: cSuponienJo el permiso de usted, la familia de Mariano se fue a la Quinta a distraerse un tanto de su terrible pérdida; yo espero que no lo tendrá usted a mal. Luégo se pasará a su casa de Santo Domingo", De regreso en Bogotá, el 15 de enero de 1830, volvió a habitar la Quinta, aunque accidentalmente, y el 28 del mismo mes hizo donación de ella a su grande amigo el señor José Ignacio París, quien rehusó el obsequio, no obstante las instancias de Bolívar, pero habiéndole rogado éste que la aceptara para su hija única, la menor señorita Manuela París, cedió a tánta galantería y se firmó la escritura en el palacio de San Carlos. Este relato de Caicedo Rojas me lo ha confirmado, verbalmente, el hono(1) Voyal!es et S¿jours dans l' Amérique du Sud. La Nouve/le Chever. A. l.e Moynr, ancien Ministre
Pfenipotentiaire.
Paris,
Grénade, par Le
1880. 2 volúmenes
tomo 1, 193; 11 16. Hermosa obra, nutrida de excelente información y rJuy bien escrita. El autor residió en Colombia, como A~ente de Francia, desde 1823hasta 1839.
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- 17rabie seftor don José Joaquín París, sobrino de don José Ignacio. En esa escritura, que he leido en la Notaría l.a de esta ciudad, declara el Libertador: «Que siendo poseedor en propiedad de la Quinta que llamaban de Portocarrero, situada en el barrio de Las Nieves de esta capital, al pie del cerro de Monserrate, junto al riode San Francisco, que sale del Boquerón, la cual hubo por cesión que de ella le hizo la Muy Ilustre Municipalidad de esta capital, en nombre de todos los ciudal1anos de ella, ha dispuesto Su Excelencia, por el amor y adhesión que le tiene al señor José Ignacio París, de esta vecindad, en cedérsela gratuitamente •. El señor París expuso: «que la aceptaba, y que, en su virtud, tributaba a Su Excelencia las más expresivas gracias por este favor, siendo eterno su reconocimiento •. La donación se avaluó en dos mil quinientos pesos. Muerto el señor París, la Quinta pasó a su verdadero duefto, su hija, la entonces señora Manuela París de Tanco, y luégo vino a ser propiedad del respetable caballero don Diego Uribe, y alH pasó su infancia su nieto, el delicado poeta, autor de Margarita. El 2 de marzo de 1830, el Libertador, sintiéndose muy débil de salud, dejó encargado d~ la Presidencia al General Domingv Caicedo, y se retiró a la Quinta de éste, situada a las orillas del río Fucha. Días después, regresó a la capital, ocupó el Palacio de San Carlos por un mes, aunque no reasumió el poder, y luégo pasó unos dias en su Quinta y los últimos en casa del General Herrán, frente a La Enseñanza, de donde salió, el 8 de mayo de 1830, para no volver jamás. Hé aquí la descripción que de ese sagrado albergue, consagraao por el genio de Bolívar, nos dejó un bogotano contemporáneo de los dias heroicos: «Era entonces esa Quinta, nos dice, lugar favorito de las principales familias de Bogotá para sus frecuentes par-
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- 18tidas de campo, cuando se hallaba deshabitada, y los días de solaz que allí dulcemente se pasaban en el baile, en el baño, en el paseo han dejado recuerdos que no se borran nunca. Sus contornos estaban alfombrados de verde césped por donde descendía, entre píntorescas colinas y ribazos, solitarios y vírgenes, el riachuelo del Boquerón. Estaba rodeada la casa de bellos jardides y de árboles corpulentos (de los cuales quedan hoy algunos, tales como un gran nogal y varios lozanos alcaparros, mortiños, cerezos, pinos, todos, sin duda, del tiempo de Bolívar) y a su sombra había, artificiosamente dispuestas, galerías cubiertas de enredaderas, cenadores y rutas caprichosas; bafiada, por doquiera, por abundantes y puras aguas, en fuentes y surtídores de mármol. En el patio interior, un torrente conducido por un atenor de seis pulgadas de calibre, caía, estrepitosamente, en un receptaculo de piedra, a la altura de cinco pies, esparciendo en toda la casa y jardines un rumor apacible y delicioso. «Al baño alto, y al mirador que sobre él estaba, conducía un angosto sendero, pendiente y tortuoso, formado por tupidos rosales, víoletas, cUfubos, enredaderas y muchas parásitas, y allí rara vez penetraban los rayos del so!. Aparte de este espacíoso y elegante baño, llamado del mirador, había en los patios interiores una vasta alberca, de piedra, de 7 por 5 varas de extensión y bastante profunda, cercada por altas paredes c'lbiertas de enredaderas, macetas y arriates. A esa alberca la alimentaba un arroyo de agua cristalina que descendía por un tubo de ocho pulgadas de grueso. Enfrente de la puerta de entrada había un gran estanque circular donde nadaban alegremente lindas aves acuáticas alrededor de una hermosa fuente de mármol blanco. Había rica biblioteca, magníficas pinturas, billares, espaciosas caballerizas, lujosos muebles, entre ellos la elegante cama de caoba donde dormía el Libertador, y que hoy se halla en el museo nacional» .
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Complemento de esta descripción del cronista bogotano, es lo escrito por un viajero norteamericano que visitó la Quinta en 1823, y por el cual sabemos que las flores del jardín formaban letreros alusivos a Bolivar y a sus más decisivas batallas: «los claveles, nos dice, en hermosa variedad, llevan los nombres de Boyacá, Carabobo y Libertador. (1).
y como estas descripciones
pueden servir a la comisión nombrada por la Sociedad de Embellecimiento de Bogotá para la reconstrucción de la Quinta de Bolivar, agrego que el ya citado señor José Joaquín París, quien cuenta a estas horas ochenta y tres primaveras, y vivió en la Quinta cuando perteneció a su prima Manuela París, me ha informado que la chimenea o estufa de mármol que se encuentra en el salón de la izquierda, es del tiempo de Bolivar; que las dos fuentes de mármol blanco, del patio principal, fueron traídas de Italia por don José Ignacio, en 1846, y, por últímo, Que la gran alberca circular, de que se habla en la anterior descripción, no estaba delante de la portada, sino en medio del patio y enfrente de la casa. Es sabido también que la estatua de bronce, obra de Pedro Teneranl, la primera que se fundió del Libertador, fue traida por su fiel amigo, el seflor París, para adornar el patio de la Quinta, pero, cuando llegó a Bogotá, (1) Notes on Colombia taken in the years 1822-1823. By an officer o/ the Unlted States Army. Philadelphia. 1827. 1 volumen. El autor de este libro es Richard Bache. También se habla de una visita a la Quinta de Bol/var Cn el journal 01 a Residence and Travels in Colombia during the years 1823 and 1824. By Cap!. Charles Stuart Cochrane. 01 the Royal Navy. London. 1825. 2 volúmenes. Esta obra está dedIcada al Libertador, y contiene curiosas anécdotas sobre Bolívar, e interesantes noticias sobre Venezuela y Colombia y sobre la guerra de independencia. Este Cochrane era sobrino del antiguo Contraalmirante que, como jele de la estación naval británica de Barbados, protegió la primera expedición de Miranda a Venezuela. Otro sobrino de Cochrane cooperó con O'Higgins y San Martln a la independencia de Chile y del Pcrll. y, después de conqHistar en Valdivia y el Callao laureles inmortales, organizó la marina militar del Brasil y fue en seguida a compartir con Byron la gloria de luchar por la libertad de Grecia. 2
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- 20y se observó que era una acabada obra maestra, el sefior París resolvió obsequiarla al Congreso, el cual dispuso se colocara en la plaza principal de Bogotá, delante del Capitolio, donde hoy está y debe quedar para siempre. Un venerable escritor nacional, don José Caicedo Rojas, nos dejó en sus Memorias de un antiguo colombiano, preciosas confidencias sobre esa Quinta histórica y sobre familiares episodios ocurridos allí en tiempo de Bolívar. Reminiscencias de esta clase puedt'n parecer frívolas a la mayoría de las gentes, mas, como la verdad y la belleza siempre fueron aspiració~ y deldte de un pequefio grupo de espíritus selectos, éstos sabrán apreciar la suave pátina que ha dado el tiempo a estos paliques y a estos recuerdos. La circunstancia más insignificante, una anécdota, una palabra de los héroes tienen un valor sin tasa y un sabor inefable para los que aman reconstruir el dorado ambiente de las grandes épocas hist(Íricas. Ante tales recuerdos, y en medio de tales documentos, \lega a ser uno el contemporáneo de los hombres cuya historia se refiere. En la historia, dice Taine, se mezclan aventuras bufonescas, sucesos de cocina, escenas de carnicería y manicomio, comedias, frases, odas, dramas, tragedias. Ahora es Caicedo Rojas, el ameno santaferefio que no há mucho tiempo aún encantaba, con sus áticas consejas, las tranquilas vela Jas bogotanas; es don Pepe Caícedo, el más dulce de nuestros contadores de cuentos, quien va a distraemos con los más deliciosos de sus recuerdos de antaño: Yo era empleado en el Ministerio de Relaciones Exteriores, nos dice, poniendo el relato en boca de un supuesto amigo. El señor Qual estaba nombrado Ministro Plenipotenciario en Inglaterra, y para red~ctar ciertos c:lpuntamientos especiales, fuéra de las instrucciones que debía llevar, necesitaba el Libertador un escribiente de to-
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- 21da confianza. Fuf designado para pasar a la Casa de Gobierno a escribir lo que se me dictase, y a poner en limpio borradores que no debían salir de allí. Cuando entré. vi en los corredores bajos algunos oficiales agrupados a la puerta de un salón, y que miraban con curiosidad. Acerquéme, y vi a BoHvar, con un taco en la mano, jugando una partida de billar, primero con el Coronel WiJson y después con el Coronel Santana. Era ~jercicio que le gustaba mucho, y que, decia. le sentaba muy bien. Noté, desde luego, que era muy diestro y Que rara vez erraba una jugada, por dificil que fuera, y siempre con una finura y delicadeza extremas. Pero también noté con sorpresa que cuando la partida estaba muy·a4elantada y a punto de decidirse a favor de Bolívar. sus competidores, menos diestros que él, la ganaban, y me persuadí de Que intencional mente, y por una especie de galantería. dejaba el triunfo a sus contrarios. No hay duda de que éstos quedan hacer lo mismo, pero tenían que resignarse a vencer al invencible. Con el mismo carácter de amanuense había estado yen