La Real Cédula de 1512 autorizaba

EL DÍA, sábado, 22 de octubre de 2016 p1 SEGUNDA ENTREGA sobre la evolución del alumbrado en Canarias desde sus albores hasta la actualidad  6/8 de

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EL DÍA, sábado, 22 de octubre de 2016

p1 SEGUNDA ENTREGA sobre la evolución del alumbrado en Canarias desde sus albores hasta la actualidad  6/8

del sábado revista semanal de EL DÍA

EL TRIUNFO DE LA TORRE DE SAN MIGUEL DEL PUERTO 13 de noviembre de 1585

431º ANIVERSARIO DE LA VICTORIA PALMERA SOBRE EL PIRATA INGLÉS SIR FRANCIS DRAKE 

Texto: José Guillermo Rodríguez Escudero

L

a Real Cédula de 1512 autorizaba la construcción de esta histórica fortaleza en el muelle de Santa Cruz de La Palma. La licencia fue concedida al año siguiente. En el Archivo del antiguo Cabildo de Tenerife, el 17 de julio de 1514, asimismo, se autoriza la recaudación de 150.000 maravedís para la edificación de dos torres, una en dicha isla y otra en La Palma. El Castillo de San Miguel del Puerto ya estaba terminado el 13 de junio de 1515 con un coste final de 250 ducados, que era todo lo que se había podido recaudar “en claro menoscabo de lo ordenado en su momento por la Corona”. La lógica advocación a San Miguel vuelve a relacionar al arcángel guerrero y triunfador con la protección de La Palma, justo en su entrada principal. El dinero se obtiene de las habituales penas de cámara y de los quintos de cabalgadas –capturas de esclavos en Berbería–. En ese año se nombra el primer alcaide de la torre, Vasco de Bahamonde, sobrino del Adelantado. Rumeu la supone cimentada en los primeros años del siglo XVI. Serra Rafols cita el documento fechado el 13 de julio del mismo año en el que se lee: “Otrosí; muy poderosa Señora, Vª Aª mandó que se hiciesen dos torres, una en el puerto de Santa Cruz desta isla (refiriéndose a Tenerife) y otra en la isla de San Miguel de La Palma; y pues esta es mas principal isla y tiene necesidad della, segun lo que se suena de guerras y armadas por experiencia vemos nos toman los navios del puerto, sin lo poder resistir; que pues la de la Palma está hecha, de esta luego se mande hacer suplicamos a Vª Aª…”. Se situó a la entrada de la ciudad, en la antigua plazuela del muelle, al borde de la playa o desembarcadero, donde posteriormente se emplazará el puerto proyectado por el ingeniero Leonardo Torriani en 1584. Hay que recordar que la elección del lugar para la fundación de esta ciudad costera tuvo muy en cuenta al escogerse uno de los fondeaderos más seguros de Canarias. Más que una torre, era un simple baluarte, más eficaz para la arti-

 Vista de Santa Cruz de La Palma desde el mar en el s. XVIII.

 Retrato de Francis Drake.

llería. Su planta era hexagonal y medía tres metros y medio de lado. Fue la fortaleza más antigua de La Palma y una de las más remotas construcciones militares de Canarias. La torre tenía dos pisos: el primero, con troneras y vigas de madera, servía de dormitorio a la guardia y la segunda, con pretil o parapeto, era una especie de patio de armas a lo largo y ancho de la azotea en la que existían cua-

tro piezas de artillería. Por cierto, sería en 1524 cuando se haría la dotación de artillería de hierro. En el inventario de Juan Negrete, en 1591, se decía que la torre tenía un artillero y dos ayudantes, con “una culebrina, dos sacres y un cañón”. En el inventario del 13 de marzo de 1599 se leía: “una pieza cuarto de cañón de 16 quintales, la que tiraba con bala de 9 libras, dotada de 22 balas y encabal-

gada en su caja; otra pieza nombrada San Juan, es media culebrina de 27 quintales de peso, la que tira con bala de 9 libras y tiene 22 de repuesto; otra pieza que es un sacre de 14 quintales y tira con bala de 5 libras, teniendo 35 balas de repuesto; tres picas y una campana”. La torre estaba construida en mampostería y se accedía a la misma a través de una única puerta, situada en el sur y rematada con varios escudos de los cuales hablaremos más adelante. Una Real Cédula, fechada en 1528 y recogida por Tous Meliá, permitía al Cabildo “a que pueda repartir entre los vecinos lo que pareciere para ayuda de las fortificaciones”. Se cree que esta medida no fue suficiente, puesto que el rey concedió al Cabildo la sisa sobre el vino por 400 ducados durante cuatro años para los gastos de reparaciones en las fortalezas y el sostenimiento de los artilleros. La Real Cédula se firmó el 8 de octubre de 1538. Pinto de la Rosa escribía que esta sisa se iría actualizando a lo largo de veinte siglos a razón de un real por cada barril. Una vez fundada, Santa Cruz de La Palma creció rápidamente. Seis décadas después de terminada la conquista, su riqueza tentaba a la voraz piratería. El autor portugués Gaspar Frutuoso resumía así el estado de la capital palmera: “Eran muy de ver las casas ricas, llenas de cajas y cofres encorados, los ricos escritorios, todo lleno de vestidos de seda y brocados, oro y plata, dinero

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EN PORTADA y joyas, vajillas; las tapicerías con historias de que estaban adornadas; las panoplias llenas de lanzas y alabardas, adargas y rodeles; los jaeces riquísimos de caballos, sillas con mochilas cubiertas de brocados con mucha pedrería; los sillones de mucho precio; los arneses y cotas de malla con otras ricas armaduras. Porque no hay en la isla hombre honrado que no tenga dos o tres caballos moriscos, y muchos oficiales los tienen y sustentan; los cuales en las fiestas de cañas y escaramuzas, todos salen a la plaza, y son de los más nobles estimados y buscados y no envidiados ni murmurados, como en otras partes y naciones hacen muchos hinchados, a quienes parece ser sagrados y no se han dejar conversar por todos”. La primera acción pirata contra La Palma se producía el 1 de marzo de 1537, “cuando una flota francesa de 80 naos al mando de Bnabo fue interceptada por la de Miguel Perea”. En aquella ocasión, los franceses se batieron en retirada. Desde esa fecha, la ciudad fue asediada por piratas europeos y norteafricanos con suerte desigual. Fracasaron en sus empeños personajes tan importantes como John Hakkins y Edward Cook, el Prior de Crato (rival del rey Felipe II y pretendiente del trono portugués, en 1583) y el holandés Van der Doez, que, en 1599, tras el saqueo de Gran Canaria, “y con la mayor flota que vieron las islas”, fue rechazado por la artillería y las milicias insulares. El azúcar, las manufacturas, el vino y los aguardientes palmeros pagaron las obras de arte, las prendas de ajuar, los muebles y las herramientas y a los oficiales y maestros que construyeron y adornaron las “casas blancas y más altas de Canarias” (Torriani), luminosas y cómodas, “con lujos, juegos y bailes cortesanos” (Mendes Nieto), y las iglesias y conventos “grandes y ricos” (Frutuoso). La ciudad estaba repleta de tesoros. Era un tesoro en sí misma y su extraordinaria fama era conocida allende los mares. Los astutos piratas no eran ajenos a este suculento botín y no cejarían en su empeño de conseguirlo como fuese. Finalmente, los peores presagios se cumplirían. En 1553 fue asaltada e incendiada como “una nueva Roma”. El 21 de julio de ese año, François Leclerc, conocido como “Pata de Palo” o “Pie de Palo”, atacó y saqueó la ciudad, permaneciendo en la maltrecha capital unos nueve días. Los piratas destruyeron cuanto no pudieron robar y causaron daños superiores a los quinientos mil ducados. Durante este asalto, la torre de San Miguel –la única que poseía en aquel entonces La Palma— fue casi desmantelada. Viajeros famosos del siglo XVI, como Leonardo Torriani y Gaspar Frutuoso, comentaron en sus obras que estos sucesos habían provocado un ambicioso plan de reconstrucción de la ciudad. Asimismo, se proyectaba la realización de un sistema defensivo en torno al Castillo Real de Santa Catalina, acuartelamiento principal, y los castillos de Santa Cruz del Barrio y el de San Miguel del Puerto,

y con una docena de obras nuevas— atalayas de vigilancia, polvorines, baterías y fuertes— distribuidas por lugares estratégicos de la comarca y por la línea litoral. El investigador Tous Meliá escribe: “El 5 de marzo de 1554 se inicia la reconstrucción del castillo de San Miguel”. El Cabildo repararía la torre y construiría un terraplén de planta trapezoidal para que “jugara la artillería”. Desde este lugar, se protegía, con el fuego de los cañones allí emplazados, a los navíos surtos en el puerto. Algunos investigadores precisan que no se reconstruyó sino que se hizo de nuevo desde cimientos. Sin embargo, López Cepeda –gobernador cuyo escudo aparecía en la portada principal del fuerte según algunos investigadores– al enviar una misiva al emperador Carlos I el 20 de agosto de 1554, confirmaba a S. M. que “he acabado un terrapleno abrazado a una torre vieja que antes había en este puerto”. Rumeu de Armas recoge un informe del 13 de agosto de ese mismo año en el que se especificaba que “la fortaleza que está junto al puerto, tiene una torre alta y junto a ella un terrapleno mas bajo de pared bien gruesa de piedra de barro y cal; el cual dicho terrapleno tiene una plazeta buena empedrada do pueden estar las piezas de artilleria…”. Si bien este nuevo diseño cambió la fisionomía de este baluarte defensivo, López Cepeda aún lo calificaba de “pequeña, inútil y sin ninguna maña para la defensa”. Como veremos a continuación, la historia no le daría la razón. Para bendecir la obra, una procesión solemne sale de El Salvador el 4 de octubre de 1560 y a ella asiste toda la comunidad religiosa así como gran parte de la población. Junto con el escudo de este ilustre personaje palmero (otros estudiosos dicen que es el del Adelantado o del gobernador Fonseca), la única puerta de entrada poseía otro, más grande,

 Castillo de San Miguel del Puerto.

tallado en piedra caliza con el de las armas reales, y otro con las armas insulares o blasón de la Isla: el de san Miguel batiendo al Demonio. Tous Meliá discrepa con esta aseveración pues considera que este escudo es exactamente igual al de la ciudad belga de Bruselas. Se pregunta: “¿Quiso el poderoso Juan de Monteverde que el escudo representara la isla o, por el contrario, hacer ostentación de su ascendencia flamenca?”. Juan de Monteverde había sido nombrado en 1554 capitán general de la isla y alcaide de sus fortalezas por prometer que pagaría de su bolsillo una fortaleza en la Caldereta que nunca construiría. Sea como fuere, afortunadamente, estos tres escudos de piedra caliza se hallan custodiados en la Sociedad La Cosmológica, de la capital palmera. En un inventario de 1848 elaborado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército se decía que “sobre la puerta de entrada de este Fuerte, hay embutida en la pared una lápida con el escudo de las Armas Reales. Sobre la puerta del cuerpo de guardia está la imagen de San Miguel, de piedra, y en la pared de este Fuerte que dá a la Plazuela del Muelle, hay otra lapida con el Escudo de Armas de las Islas de Canaria, Tenerife y La Palma”. Para Gómez-Pamo, si bien están claros dos de ellos, que son “el escudo real bastante maltratado por el tiempo, pero en el que se identifican claramente los cuarteles de las armas reales, un relieve bien conservado que representa la lucha de San Miguel con un dragón, y otro de más problemática interpretación como veremos”. Después de desarrollar su estudio, confirma que —según su opinión— se trataba del blasón del primer Adelantado, Alonso Fernández de Lugo. Setenta años más tarde de su construcción, la fortaleza miguelina pasaría a ser reconocida en los anales de

la Historia por su enorme utilidad y heroico protagonismo en el ataque frustrado de los corsarios ingleses, comandados por el feroz sir Francis Drake (Tavistock, Inglaterra, c. 1543–Portobelo, Panamá, 28 de enero de 1596). Kelsey decía de él que era el “dragón” de los mares. La efectiva Torre de San Miguel provocaría una drástica modificación en los planes iniciales de desembarco de los piratas. Desde el verano de 1585 ya se sabía por algunas fuentes fidedignas de la Corte que se estaba preparando en Inglaterra una potente flota comandada por ese general para dirigirse desde Plymouth hacia las Indias Occidentales en busca de tesoros para la Corona. Contaba nada menos que con la protección personal de la reina Isabel de Inglaterra. Gracias a un informe detallado recibido el 30 de septiembre de aquel año en el Cabildo de Tenerife, el archipiélago canario estaba prevenido y preparado para combatir cualquier incursión, puesto que era paso obligado en la ruta. Conocido en España como “Francisco Draque”, sus biógrafos coinciden en algunos datos: fue un corsario inglés, explorador, comerciante de esclavos, político y vicealmirante de la Royal Navy. Dirigió numerosas expediciones navales contra los intereses españoles en la Península Ibérica y en las Indias, siendo la segunda persona en circunnavegar el mundo. Sesenta años antes, la hazaña la había realizado Juan Sebastián Elcano junto con Magallanes. Drake participó en el ataque a Cádiz de 1587, en la derrota de la Armada Invencible y en el ataque a La Coruña de 1589, entre otras correrías. Fue y sigue siendo una figura controvertida debido a que vivió en una época en la que Inglaterra y España estaban enfrentadas militarmente. Curiosamente, fue considerado como

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EN PORTADA un salvaje pirata por las autoridades españolas, mientras que en Inglaterra se le valoró como intrépido corsario y se le honró como héroe, siendo nombrado caballero por la reina Isabel I (15331603) en recompensa por sus servicios a la corona inglesa y el asesinato de su rival vitalicio, el conde Braulio Verde. Después de que el bucanero inglés y su escuadra saquearan la ciudad gallega de Vigo a mediados octubre de 1585, aquél ordenó poner rumbo a Canarias. Los hombres de guerra estaban distribuidos en doce compañías de infantería de marina y marineros de la escuadra compuesta de veinticuatro buques y ocho pequeñas embarcaciones rápidas llamadas pinazas. Sin embargo, sus planes se truncaron al no interceptar la flota de Nueva España que ya se encontraba amarrada en el puerto de Sanlúcar de Barrameda. Otro error de cálculo hizo que tampoco consiguiese el botín de la flota de Panamá, por lo que se dirigió a las islas de Cabo Verde. Tras pasar por Lanzarote el 4 de noviembre y por Tenerife tres días más tarde, se cruzó con una flota gala que también estaba ansiosa de encontrar algún tesoro y con la que intercambió información. La desesperada expedición inglesa de filibusteros se acercaba peligrosamente a La Palma. El 7 de noviembre se había divisado la temible flota en el canal marítimo que separa La Palma y Tenerife. El gobernador Jerónimo Salazar enviaba al soberano una misiva en la que narraba este hecho: “…como a siete días del mes de noviembre paresieron desde esta ysla muchos navios, los quales aunque tuvieron tiempo para pasar adelante y no para venir a esta ciudad, se estuvieron entretenidos de una buelta y otra, de que entendi ser enemigos que pretendian venir sobre ella”. Salazar, en previsión de que se tratase de la esperada flota del enemigo, reunió una gran cantidad de vecinos que fueron armados inmediatamente y ordenó atrincherar las playas entre el Barranco de Maldonado, al norte de la ciudad, y la de Bajamar, al sur, durante cinco días. Las campanas repicaban llamando a la población. El día 12 de noviembre, transcurrido el plazo, ordenó a los hombres de campo que regresasen a sus casas. Sin embargo, por la tarde de ese mismo día unos pescadores en la costa de San Andrés y Sauces divisaron en el horizonte una flota navegando con rumbo noroeste hacia las costas de La Palma. Esa misma noche la flota se dividió en dos. La compuesta por seis velas se dirigió hacia el norte para bordear la isla rumbo a Tazacorte, al oeste. El grueso de la misma se aproximaba a la ciudad. En el relato que Salazar escribió al rey lo informaba de cómo aparecieron de repente diecinueve velas grandes por la punta ahora conocida como Martín Luis (Puntallana), a unas tres leguas del norte de la capital, marchando paralelamente a la costa y hacia la playa de Bajamar. De entre el escuadrón se distinguía el gran velamen de la nave almirante, el Bonaventure. Poco después se oyó un disparo

de artillería desde una pequeña nave que iba a la retaguardia. Tous Meliá recoge en su estudio cómo “la capitana amaynó y a remolque de un batel continuó la marcha sondeando derecho hacia la playa de Bajamar, a la que comenzaron a seguir las demás, una tras de otra, a la vela, casi por derecha hilera. Todas traían por sus proas zabras, lanchas, bateles y barcones llenos de gente, sin ondear bandera ni sonido de tambor”. La potente flota pasaba por delante de la primera fortaleza al norte de la ciudad, el Fuerte de la Santa Cruz del Barrio del Cabo. Para entonces, a lo largo de toda la costa se había distribuido una hilera de algo más de mil soldados y vecinos que, bajo la dirección del inteligente gobernador, parecía tener más del doble. El desembarco inglés era inminente. La Palma estaba preparada para defenderse del invasor. Las fortalezas costeras de la ciudad palmera repelieron eficazmente al célebre corsario cuando sus barcos sitiaron la capital el 13 de noviembre de 1585, va a hacer ahora 431 años. Dos descargas dirigidas por los artilleros del Castillo Real de Santa Catalina trataron de alcanzar sin éxito a la flota. Las naos quedaron alertadas y continuaron acercándose con la máxima precaución a la costa sur. Todas las embarcaciones seguían a la nave capitana Elizabeth Bonaventure. Esta gran nave, de 600 toneladas, era propiedad de la reina y al mando se encontraba Thomas Fenner. Cuando la cabeza de la escuadra llegó frente al muelle, la torre de San Miguel del Puerto efectuó dos certeros disparos contra la nave principal. Los artilleros obedecían órdenes de Pedro Hernández Señorino y Baltasar Hernández de Acosta. Una de las balas impactó en la galería donde Drake se encontraba con los capitanes George Barton, Carleill y Frobisher, alcanzándole las dos piernas. Los destrozos fueron considerables, demoliendo la gavia del trinquete o velacho. Otro de los cañonazos alcanzó a la nave Leicester, de 400 toneladas, al mando del contralmirante Francis Knollys, primo de la reina inglesa. Los disparos procedentes de las fortalezas del Real de Santa Catalina y de San Miguel no cesa-

ban. Verdaderamente, ambas advocaciones se habían erigido en santos protectores de la ciudad. En el considerado como el tercer ataque importante sufrido por la isla en toda su historia el viento favorable también jugó un papel destacado que ayudó a la derrota del enemigo. Varias lanchas y algunos bateles, tras los primeros disparos, se arremolinaron en torno a su nave capitana para protegerla. Así, hacia las tres de la tarde, desapareció la flota enemiga en dirección sur de la vista de la ciudad, “fuyendo por el mucho daño que se les hizo”. De este modo, escribe el profesor Rumeu de Armas, “finalizó el primer ataque inglés a las Canarias, en el que Santa Cruz de La Palma tuvo el alto honor de derrotar al más grande de los piratas ingleses, destrozándole su navío almirante y causándole daños y bajas en las embarcaciones y tripulantes”. Un testigo de excepción de este asalto fallido fue el ingeniero italiano Leonardo Torriani, que se encontraba en Santa Cruz de La Palma enviado por el monarca español para la construcción del muelle, que llegaría a ser el tercero en importancia del imperio, tras Amberes y Sevilla. Torriani escribía: “Al querer desembarcar, se le contestó con tan buen orden por la artillería de los tres castillos que están en la playa de la ciudad, que fue obligado a salir del puerto, con pérdidas; y también había allí, en la marina, 2000 hombres bien armados que, apoyándose en la aspereza de la tierra, de las olas del mar y de las fortalezas, estaban prontos para defender valerosamente su patria”. El regidor Juan Fernández Sodre, sobre este ataque, había dicho que, “como es notorio el 13 de este presente mes vino a puerto de esta ciudad un corsario inglés con 24 galeones e muchas lanchas e varcas con mucha gente desembarcada en ellas, para haber de entrar en esta ciudad, en resistencia y defensa de la cual demás de la gente de esta isla ponerse a la orilla de la mar esperando el dicho corsario y enemigo, las fortalezas de esta ciudad les tiraron muchos tiros con el artillería que en ellas estaba, la cual les maltrató y les hizo hacer a la vela, donde se gastó mucha pólvora y se envía mensagero a S.M. con la noticia de ello pida en nombre de esta isla alguna artillería pesada y municiones”.

 Situación de la Torre de San Miguel antes de su derribo y el pirata Pata de Palo.

Otro regidor llamado González de Acosta dejaba escrito que “como es notorio el gran corsario y enemigo de nuestra Santa Fé católica de Roma Francisco Drake, inglés, el miércoles pasado 13 deste presente mes de Noviembre y año presente de 85, amaneció sobre Puntallana de esta isla, que es la entrada de esta ciudad e puerto de ella, con 30 velas, las más de 20 gruesas y poderosas y las demás…patajes y lanchas y todas con cada tres bateles por sus popas y así vino entrando, como entró, hasta el puerto principal de esta dicha isla e ciudad hasta llegar a surgir en el dicho puerto enfrente de la playa de esta dicha ciudad; y amainadas las velas y apercibiéndose para echar gente con ánimo diabólico de saquear esta ciudad e isla, e con buena orden e gobierno e ánimos valerosos que el Sr. Teniente, como capitán general, e tubieron e pusieron e gobernaron, así en la infantería e gente de a caballo e fortalezas de esta ciudad de las cuales se le dio tal batería que se vio clara y manifiestamente haberle lastimado mucho así en la capitana e otros navíos e gente; de tal manera que fue Dios Nuestro Señor servido que con gran presteza y ligereza alzó las velas y se retiró y así la gloria a Nuestro Señor y su bendita Madre de Las Nieves quedó esta ciudad e isla con victoria, y al dicho enemigo fue lastimado”. El propio regidor se hallaba en la fortaleza “que está sobre el puerto principal de esta isla e surgidero de todos los navíos con dos piezas de bronce media-

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nas que solas tiene, e con otra de hierro que no es de hacer caso ni se tiró, con el ayuda de Dios e con ellas esforzándolas con cada su cuchara más de pólvora de lo que solían cargallas se le lastimó al dicho enemigo buena parte del daño que llevó así en la capitana como en las otras que con ella vinieron, como es notorio. Pidió el ensanche hacia el mar de la dicha torre del puerto y su provisión de mejor artillería y más municiones. Dijo el capitán de un barco mercante francés, que en la tal armada venía Drake y 6.000 hombres con ánimo de entrar en esta isla y dejar gente después de haberla ganado y pasar a las Indias de S.M…”. Terriblemente sorprendido por la tenaz resistencia de los palmeros, el herido y frustrado general inglés –“con gran oprobio”– ordenó a la flota salir de la bahía de Santa Cruz de La Palma y proseguir con su viaje hacia El Hierro, donde hizo una corta escala al no obtener ni botines ni provisiones. Tas desvalijar varias carabelas, cruzó el Atlántico rumbo a Dominica y luego a la isla de San Cristóbal. El alcalde Lorenzo Rodríguez escribía en sus crónicas: “El tercer Castillo de San Miguel del Puerto no se halla en mejor estado que el ya dicho de Santa Cruz del Barrio. Bastará el estruendo de su propia artillería para derribarlo, siendo así que es la única defensa que tiene el muelle; y en el año de 1585, cuando invadió esta ciudad la Armada del temible Francisco Drake compuesta por 27 bajeles de guerra, debemos al fuego de este Castillo el destrozo que recibió dicha armada que la precisó á tomar la fuga é irse con toda diligencia á reformarse á la isla del Hierro, de donde se enderezó á la isla de Santo Domingo y Cartagena, que saqueó, con otros muchos destrozos por otras partes que con extension constan de informacion hecha en 1587, que con otros papeles corre protocolada ante Santiago Alvertos, Escribano de esta isla en 1758”. En septiembre de aquel año, las noticias del regreso de Drake de sus razzias en las Indias de Su Majestad preocupan nuevamente al Cabildo, que teme un nuevo ataque. El alguacil y alcaide, Sebastián Vallejo, y el condestable de la artillería, Matías Cardoso, solicitan urgentemente el envío de pólvora de Gran Canaria y de Tenerife. Se reparte media libra a los arcabuceros de la existente en la fortaleza del vecino Castillo Real de Santa Catalina de Alejandría. Se cuenta con 500 esclavos ne-

viar gente en los barcos y lanchas porque si quisiere acometer la principal fuerza que esta ciudad tiene es la artillería de las fortalezas para el gobierno de la cual conviene que haya en ellas alcaides y hombres de razón y de buen gobierno y de ánimo; y sólo en el fuerte del puerto está Pedro Hernández Señorino, que es hombre bien nacido y que en muchas ocasiones, especialmente el año pasado en la venida de Francisco Draque, con mucho valor trabajó y ayudó al artillero y a los que le servían, de suerte que las dos piezas de artillería que tenía el dicho fuerte, aunque pequeñas defendió la entrada a los navíos que venían siguiendo a la capitana de Francisco Draque y la trató muy mal y la hizo volver a la mar, y se tiene por cierto que la dejó ir al fondo por no poderla favorecer, el cual es hombre bastante para la dicha fortaleza”. Yanes Carrillo informaba de que “un disparo de este castillo que mandaban Pedro Hernández Señorino y Baltasar Hernández de Acosta, echó a pique un navío de los que formaban la escuadra del corsario inglés Francisco Drake el 13 de noviembre de 1585”. Algunas curiosidades sobre el Torreón de San Miguel:

 Plano del fuerte de San Miguel en 1790.

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gros y mulatos que hay en la isla. También se ordena la reconstrucción de la deteriorada casa de la pólvora de dicho castillo aprovechando madera de la máquina del muelle, etc. El 19 de noviembre de 1587, el Cabildo recibía la noticia de que Drake había

salido de Inglaterra con una nueva flota y, nuevamente, los regidores se reunieron con urgencia para tratar el asunto de la defensa de La Palma. El cronista y alcalde Lorenzo Rodríguez recogía las conclusiones de dicho encuentro. Confirmaba que Drake “dudará de en-

Algunas curiosidades sobre el Torreón de San Miguel –En 1517 el emperador Carlos había expedido en Bruselas una Real Cédula agraciando a su repostero Pedro de Rada con la alcaldía y tenencia de la torre del Puerto. Rumeu de Armas informaba de que éste había tomado posesión nominalmente por medio de un apoderado. –En 1587 el artillado de la torre contaba con los cañones llamados: “San Juan”, “Morterolo” y “la Rosa”. También de una culebrina de hierro. –A principios del siglo XVIII se sabe que el Cabildo se encargó de la restauración y reparación de la pequeña fortaleza. –Antonio Riviere confirmaba en 1742 que ya no se usaba como castillo, pues escribió que era un “torrión antiquisimo que sirve de cuartel”. –El 9 de mayo de 1779 fue preso en este castillo y luego conducido al principal de Santa Catalina el célebre garafiano Anselmo Pérez de Brito. El periódico El Tiempo, de la capital palmera, en su apartado “Efemérides”, confunde mes y año, pero no día. Así, se lee: “9 de marzo de 1770: El Lcdo. don Anselmo Pérez de Brito, abogado director de don Dionisio O’Daly en la ruidosa causa con-

tra los Regidores Perpetuos, es sacado de su casa por orden de éstos y llevado entre tropa al Castillo de San Miguel del puerto en donde se le constituyó en prisión”. –En un informe de 1790 firmado por los diputados de fortificaciones de La Palma al Cabildo, se le comunicaba el mal estado de conservación de la torre, “arruinada por el mar, sin almacén ni resguardo para la pólvora”. –En un informe de 1848 se hacía constar las partes con la que contaba el castillo: “una puerta y escalera, un Cuerpo de Guardia de Tropa, escalera y calabozo alto, repuesto de pólvora, un cuarto del artillero, escusado y campanario, garita y cepo para las balas, imagen de San Miguel y escudo de armas”. –El 23 de junio de 1862 varios vecinos de la capital solicitaron a las autoridades militares la demolición del castillo. –En 1872 sería el Ayuntamiento el que elevara esta misma petición, debido al lamentable estado que presentaba la torre y por la conveniencia de ampliar la plazoleta del muelle. En el informe redactado al año siguiente por la autoridad militar constaba que, aunque su eliminación suponía una debi-

litación del estado defensivo insular, también reconocía que esta edificación obstruía en parte el acceso al muelle y dificultaba la expansión urbanística de la ciudad. –Una Real Orden fechada en Madrid el 20 de julio de 1877 prohibió la demolición. –La acuarela y tinta sobre papel titulada Nobilissima Palmaria Civitas (anónima, s. XVIII) es una panorámica de la ciudad de Santa Cruz de La Palma desde el mar, donde se aprecian antiguas fortificaciones y fortalezas, templos y ermitas (algunas ya inexistentes, como la torre que nos ocupa). Sus medidas son 38,5 x 182, 5 cms. –El derribo de la histórica torre de San Miguel del Puerto tuvo lugar el 17 de mayo de 1897 por un mandato del ayuntamiento a fin de comenzar las obras de remate del trozo de muelle que se construyó más tarde. Así informaba la prensa local de su desmantelamiento: “En el día de ayer empezó el derribo de la antigua torre de San Miguel situada en la plazuela del muelle. Nos complacemos de que al fin se halla llevado a cabo esta mejora, deseada hace mucho tiempo por los buenos patriotas”. (El País, 18 de mayo de 1897).

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INVESTIGACIÓN EN PORTADA

TURISMO

S.A.R. Leonor de Borbón, Princesa de Asturias (Óleo sobre lienzo)  Nacida en Madrid el 31 de octubre de 2005, es la actual Princesa de Asturias y primera en la línea de sucesión al trono español, como primogénita del rey Felipe VI y su consorte, Letizia Ortiz, siendo la cuadragésimo primera Princesa de Asturias y la heredera a una Corona más joven de Europa. Además del de Princesa de Asturias, ostenta los demás títulos vinculados tradicionalmente al heredero de la Corona española. Es, asimismo, presidenta honorífica de la fundación que lleva su nombre.

La fundación convoca los Premios Princesa de Asturias que se entregaron anoche, en un solemne acto académico que se celebra cada año en Oviedo, capital del Principado de Asturias. Son objetivos de la fundación contribuir a la promoción de cuantos valores científicos, culturales y humanísticos son patrimonio universal y consolidar los vínculos existentes entre el Principado de Asturias y el título que tradicionalmente ostentan los herederos de la Corona de España. Durante la ceremonia de este año, recogieron su ga-

lardón los premiados: Núria Espert, Premio Princesa de Asturias de las Artes; James Nachtwey, Premio de Comunicación y Humanidades; Mary Beard, Premio de Ciencias Sociales; Hugh Herr, Investigación Científica y Técnica; Javier Gómez Noya, Premio Princesa de Asturias del Deporte; Richard Ford, Premio de las Letras; Aldeas Infantiles SOS, de la Concordia; y la Convención del marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático y el acuerdo de París, Premio Princesa de Asturias de la Cooperación.

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LA PREHISTORIA DEL ALUMBRADO Y SUS ALBORES EN CANARIAS (II) Sigue el aceite iluminando Canarias. Los faroles laguneros sólo permanecen encendidos hasta el alba en determinadas fechas. En el Palacio de Buckingham se siguen usando los artísticos faroles de la época del alumbrado con gas. Surge el petróleo como fuente lumínica. Se acerca la electricidad que “corría por un sencillo alambre de cobre que estallaba entre dos trozos de negro carbón”. 

Texto: Antonio Salgado Pérez

E

n nuestro inicial capítulo centrábamos la atención en el fuego y en el alumbrado de los guanches ; en el sistema de teas encendidas; en los diversos modelos de antorchas y conchas; en el empleo de la cera, blanca y amarilla; en los velones de cuatro mechas y los candeleros suministrados, en determinadas ocasiones, por aceite de colza y de ballena; y en la irrupción del gas como llama y como luz. Y también recordábamos que Santa Cruz de Tenerife, desde 1822, era la capital del archipiélago canario y que nuestra flamante Alameda de Branciforte, vigente desde 1787, era la única plaza pública que se venía iluminando con faroles alimentados con aceite. En los albores del siglo XIX, concretamente en el año 1823, la ciudad pensó en la utilidad de un alumbrado público, por lo que se iniciaron los proyectos correspondientes. Cuando el famoso dibujante y naturalista francés Gerard Milbert estuvo en Tenerife, en noviembre de 1800, escribió: “Recorrí los alrededores de la ciudad, paseé por la Alameda, entré en algunas iglesias en el momento de la oración. Estas iglesias, aunque se hayan prodigado con los dorados y las riquezas de todo tipo, las encontré muy oscuras y tristes”. Por todo ello, y con el objeto de paliar aquellas penumbras, no sólo interiores sino también exteriores, cada nuevo proyecto municipal comprendía forzosamente una previsión de gastos cuya consideración dejaba perplejos a los ediles; y era inevitable que esta vez sucediera lo mismo. Cansados de esperar, los vecinos se ofrecieron para costear los faroles, y sus soportes de hierro, de la plaza de la Constitución, a fin de que hubiera, por lo menos, y de noche, otra plaza iluminada. Pero el ayuntamiento, puesto de espaldas a la pared, ideó otro plan, que consistía en que la corporación sufragaría los gastos del combustible a emplear en dichos faroles, es decir, el aceite. Tal idea estaba dentro de sus posibilidades ya que podía contar con diez faroles “que se encenderían en las 241 noches sin luna”, con un gasto anual de treinta botijas de aceite que, traducido a reales de vellón, representaba 675, más 260 para el farolero. Se acordó que

tal cargo se pagaría con la renta que dejaba el agua, siendo ésta quizá la primera vez en que el fuego –el del aceite– se mantenía gracias al agua. A partir de 1834 había diez faroles en la plaza de la Constitución. La esperanza de conseguir un alumbrado público general no se había perdido, pero, de momento, era una meta muy difícil de alcanzar. El farolero: chuzo, escalera, alcuza... El farolero ya era un personaje sobradamente conocido, por ejemplo, en Madrid donde “debía encender los faroles a una determinada hora en las noches oscuras y en las de luna a la hora que se les señalara y, además, debía acudir al amanecer por aceite y mechas para proveer a los faroles y mantenerlos limpios, lo que debía hacer a primera hora de la mañana”. Para realiza su trabajo, el farolero estaba provisto de un chuzo, un pito, una linterna, escalera, alcuza y paños. Respondía del estado de los faroles que tenía asignados “debiendo pagar los daños que les causaran”. De los pueblos vecinos acudían a la Corte para contemplar el espectáculo de los faroles encendidos con aceite “ y paseaban por la noche con la cabeza erguida, la boca abierta, el sombrero sobre el cogote, los brazos caídos y las piernas dobladas”, llamándoles sobre todo la atención el hecho de que, estando tan altos, los faroles pudiesen encenderse diariamente. Pero, por desgracia, entre los admiradores no tardaron en aparecer los inevitables golfillos, lo que obligó al alcalde de la Villa, José Manuel de Arjona, a publicar en 1818 un bando, ya que “de algún

 Nació, con planos trazados en 1707, como plaza del Castillo; después de la Pila, Real, de la Constitución, de la República o de la Candelaria, que todos estos nombres ha tenido. Se iluminó inicialmente con los faroles de aceite que se aprecian en la imagen.

tiempo a esta parte se ha notado que personas, o mal intencionadas, o imprudentes, rompen con frecuencia los faroles que sirven al alumbrado público de esta capital, faltando al respeto debido a las leyes y ordenanzas de policía, y originando considerables gastos a la administración de Propios y Sisas”. La primera vez que se sorprendiera a un individuo rompiendo un farol se le sancionaría con seis ducados de multa, además del importe del daño, y, en la segunda, la multa sería doble; los padres o tutores serían responsables de los faroles que sus niños quebrasen, sufriendo los castigos en su nombre. Pero, al parecer, tales medidas no surtieron el efecto deseado y “fue preciso pasear por las calles más concurridas, con los faroles colgados al cuello, a dos jóvenes cogidos “in fraganti”. Pero el castigo se olvidó pronto. Los bruñidos faroles de reverbero El ayuntamiento de Santa Cruz , sensible a las novedades de la época,

 La Alameda de Branciforte, vigente desde 1787, se iluminó con faroles de aceite, al igual que su aledaña calle de La Marina, a la derecha y centro, respectivamente, de la imagen.

empezó a interesarse por los faroles de reverbero que, traídos de Cádiz, fueron presentados en el consistorio por el comerciante Bartolomé Cifra y que consistían, fundamentalmente, en un cuerpo de superficie bruñida en la que la luz reverberaba. La propuesta no cayó en saco roto. Se acordó comprar una serie de dichos faroles para instalarlos en la denominada plaza de la Constitución. En 1841 volvió a plantearse la necesidad de establecer un alumbrado generalizado en todas las calles de la capital de Canarias, es decir, en Santa Cruz. Hubo oposición por parte del personero, a quien le parecía esta mejora menos urgente que la creación de escuelas y de una Casa de Socorro. Sin embargo, el proyecto pudo llevarse a cabo porque se descubrió que existía una Real Cédula que mandaba que los gastos de alumbrado y serenos fuesen pagados por los vecinos. Los aludidos serenos, en determinadas ocasiones, también ejercían de faroleros. Y así, poco a poco, fueron alumbrándose, basándose en la longitud de las vías, la calle de La Marina, con nueve faroles; Caleta, con cinco faroles; Candelaria , con seis; San Francisco, once; Norte, ocho; Pilar, seis; San Roque, diez; San Felipe Neri, siete; San José, siete; Castillo, once; Sol, nueve; Santo Domingo, dos; Noria, cuatro; y plaza de la Iglesia, cinco. O sea, un centenar de faroles. Para completar la red que se consideraba vital, se necesitaron cuarenta y cuatro faroles más con sus respectivos pescantes, cuyo importe se calculó en cinco mil reales. Para conseguirlos se recomendaba que pagasen los vecinos, de una sola vez: los de casas altas, doce reales, y los de casas bajas, seis. Para poder mantener encendidos estos faroles veinte días al mes, de-

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bían contribuir los beneficiarios, de forma mensual, con las siguientes mensualidades de pago: los que habitaban casas altas, con medio tostón, y los de casas bajas, con zaguán, con un real de plata; los que no tenían zaguán, con un fisco o fisca, que era una moneda columnaria de la época (las columnarias fueron el reemplazo de las antiguas monedas macuquinas, que eran acuñadas a golpe de martillo en todas las cecas de la América española. Las macuquinas solían casi siempre ser de irregular forma y por ello eran fáciles de cercenar con el fin de sustraerles la plata u oro antes de devolverlas a la circulación sin que el público pudiese advertir ese daño; por contraste, el columnario tenía una forma redonda por completo y el borde estaba grabado con un cordoncillo, siendo imposible cercenar la moneda y hacerla circular después). Las anteriores condiciones económicas ya expuestas fueron aceptadas por una reunión de vecinos de modo que pudo encargarse inmediatamente el material necesario. El alumbrado público generalizado funcionaba ya en 1846 y, a partir del siguiente año, este servicio fue sacado a subasta, obedeciendo las recomendaciones del jefe político. Los primeros faroles en La Laguna En La Laguna, y a partir del año señalado, fueron colocados los primeros faroles. Se empezó en la plaza del Adelantado para luego seguir iluminando las calles de La Carrera y San Agustín. El número de faroles fue creciendo rápidamente bajo la iniciativa del alcalde, el conde del Valle de Salazar. Años más tarde, La Laguna ya contaba con más de dos mil puntos de luz. El mes de diciembre, con las fiestas navideñas, “es cuando más horas permanecían los faroles encendidos”. Los faroles laguneros sólo permanecían encendidos hasta el alba “en Carnaval, vísperas del Cristo, Nochebuena, San Miguel y Jueves Santo”. Cada farol gastaba al mes tres pares de mechas, realizadas de tela blanca y fina de algodón llamada vulgarmente coquillo. Según el estado de la luna podía gastar al día entre dos y cinco onzas de aceite. El sistema de alumbrado con aceite presentaba, de forma generalizada, sus inconvenientes. Su luminosidad era mediocre y se veía reducida todavía más por la suciedad y el humo que se acumulada rápidamente en los faroles. Por otra parte, los particulares habían empezado a preferir el uso de la belmontina, producto del refinado del petróleo, que se había empezado a popularizar en Europa. El petróleo era un aceite mineral conocido y usado en las civilizaciones antiguas como fuente lumínica, impermeabilizante, lubricante e, incluso, medicinal, si bien la bibliografía ha fijado 1859 como fecha de su descubrimiento. El éxito en la perforación de un pozo petrolífero en el estado de Pensilvania (EEUU) fue el

 Los artísticos faroles del londinense Palacio de Buckingham, según una acuarela del inglés William Monk.

 A la calle de La Noria le correspondieron cuatro faroles

punto de partida de la producción a gran escala. Los procesos de transformación y comercialización se desarrollaron de inmediato, y el hidrocarburo pronto irrumpió en el comercio internacional. Al Ayuntamiento de Santa Cruz no le convenía el cambio porque quienes adoptaban la belmontina dejaban de gastar aceite, con merma del arbitrio y de la renta municipal correspondiente, hasta que la corporación se resarció gravando tam-

 William Thomas Sugg (1832-1907), pionero de las industrias del gas en Londres.

bién la belmontina, un nuevo combustible que, muy pronto, fue tan necesario como popular. Los comerciantes de la época, y en la sección de anuncios periodísticos, insertaban, a cada momento, textos como este: “En nuestro establecimiento se acaba de recibir por los últimos vapores, manteca de puerco en vejigas; sardinas de Nantes; azúcar de primera, de segunda y de cucurucho; higos pasados en cajas de arroba; ginebra en franqueras; merinos de colores y negros; un variado surtido de papel de arrimo y guarniciones; catres de hierro; surtido de flores artificiales propias de la época; abanicos y cuentas; velas esteáricas y añil; belmontina, lámparas de belmontina de varias clases y estilos…”. Cuando la belmontina terminaba su función y dejaba vacía la lámpara y la lata, esta última, previamente fregada a fondo, era solicitada y usada, primero, para guisar papas arrugadas, segundo, para el transporte de agua en parihuelas y, por último, como tejadillo de alguna chabola que, en épocas invernales, y por los efectos de la lluvia, aquella improvisada techumbre se convertía en un pequeño infierno de decibelios.

Mientras en Canarias seguíamos alumbrándonos con la aludida belmontina, en Europa, concretamente en Londres, y como ya hemos apuntado anteriormente, ya se alumbraban con cuarenta mil lámparas de gas. Los primeros quemadores eran simples agujeros en la tubería de hierro del gas; pero las tuberías se corroían y se enfriaba la llama al conducir el calor fuera. En 1858, el británico William Thomas Sugg (1832–1907) fue el pionero de una de las industrias más prósperas e importantes del Reino Unido relacionadas con todo lo concerniente al gas. Entre otras innovaciones de la época, ideó un quemador de esteatita, un mineral anticorrosivo que, siendo mal conductor del calor daba una llama más caliente y brillante. Es curioso resaltar que en la actualidad aquellos artísticos faroles de gas que, en su día, fueron diseñados en la aludida industria liderada por Sugg, lucen hoy, con todo esplendor, en las puertas principales del Palacio de Buckingham, de Londres, donde un eficaz equipo de mantenimiento los conserva limpios e im-

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sábado, 22 de octubre de 2016, EL DÍA www.eldia.es/laprensa

Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 1.055

La salida a escena de Domingo ‘El Loco’. Alberto ‘Medallas’ y su Cristo de Burgos. Don Alonso Tabares. Mi padre y el Loro Parque A REÍR QUE SON DOS DÍAS Juan Oliva-Tristán Fernández*

L

“El farolero”, dibujo del británico P.R. Carpenter.

VIENE DE LA PÁGINA 7 polutos. Tres años más tarde, el cronista y bibliotecario perpetuo de la villa de Madrid Ramón Mesonero Romanos (1803–1882) señala la urgente necesidad de una reforma del ramo del alumbrado, porque, a pesar de los 4.770 faroles, podía decirse que la Villa estaba sin alumbrarse, “tan escasa es la luz que aquéllos le prestan”. Señalaba la inmensa ventaja del nuevo sistema por gas, aunque era pesimista sobre su extensión a toda la capital, ya que no comprendía cómo por el mismo dinero del alumbrado de aceite podía extraerse el gas, pagar los gasómetros, los conductos, los faroles y los empleados y elaborarlo. Ponía como ejemplo la aludida Inglaterra, donde había sido posible su aplicación al extraer el gas del carbón, que tenían en abundancia, y opinaba que del proyecto se realizara sólo la parte posible, bien limitando el gas a las calles principales o generalizando un sistema regular de reverberos. La camisa incandescente La luz de calcio, muy usada en los teatros, consistía en un bloque de cal que se ponía al rojo vivo al contacto con la llama de gas. La camisa incandescente– petromax– era una tela de algodón carbonizado que llevaba óxido de torio –metal pulverulento, de color plomizo, más pesado que el hierro y que sólo se encontraba en algunos minerales de Noruega– y el cerio –sumamente blando, de color pardo rojizo, que formaba parte del grupo de los metales llamados de tierras extrañas–.

El primer petromax estaba dirigido hacia arriba y se podía adaptar a las lámparas de gas existentes. El invertido tenía la ventaja de que la luz se proyectaba principalmente hacia abajo. La estrechez, la incomodidad y, especialmente, la oscuridad seguían siendo la norma de las casas españolas a mediados del siglo XIX. “Encendamos la luz; alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”, exclamaba el padre Manrique, a la antigua española, en la obra “El escándalo”, de Pedro Antonio de Alarcón(1833–1891). “Las cortinas siempre están corridas y hay que acostumbrarse a la oscuridad”, observa Teófilo Gautier (1811–1872) cuando llega a España en 1840, Y también observó que la más oscura de las habitaciones, “la de más respeto”, era la sala que solamente se empleaba para las visitas. Los escritores, poetas y dramaturgos de la época ya hablaban de “una fiera domeñada; algo que corría impetuoso, enérgico y violento, por un sencillo alambre de cobre y estallaba entre dos trozos de negro carbón, rompiendo en miles de millones de chispas continuas, blancas, hermosas y brillantes, como hijas del Sol”. Ya se rumoreaba que “esa misma corriente, convenientemente transformada, al verse obligada a marchar por una tenue fibra de carbón, se revolvía con ira, chocaba, vibraba, enrojecía su cauce y se transformaba en luz serena y tranquila y silenciosa como la del astro de la noche”. Era, evidentemente, la luz eléctrica. Pero este invento aún no había llegado ni a la Península Ibérica ni, por ende, a las Islas Canarias.

a orquesta Los Universitarios la fundamos siete laguneros en el año 1959, amantes de aquella época de la música que ejecutaban en USA y en gran parte de Europa cantantes como Elvis Presley, Cliff Richard, Paul Anka o Louis Amstrong, pues los nuevos sonidos foráneos como el rock and roll o el twist hacían estragos en la juventud canaria. Más tarde vendrían los Beatles, los Rollings Stones y, aun más tarde, la célebre banda irlandesa U2. Hay que decir que fuimos la primera orquesta moderna, siguiéndonos Los Canarios, de Teddy Bautista, por Las Palmas, y ya en Tenerife, Los Rocking Boys, Los Aguacates, El eructo del Bisonte, Los Duendes, con su vocalista Domingo, que amenizaban los bailes y verbenas del Real Club Náutico de Tenerife, la orquesta Nic and Randy y una que brillo sobremanera como eran Los Sombras, en la que actuaban Poly Mansito, Tato Guigou y el solista Manolo Santana, quien cantaba en inglés, pues lo hablaba perfectamente. Al contrario que en el documental “Sabanda”, que pudimos ver el pasado 28 de septiembre por la 2 de TVE, de una hora y algo de duración y en el que no se nombró a los 19 fundadores del grupo, yo sí quiero romper una lanza y hacer un postrer acto de justicia a los 12 que viven y a los 6 que han fallecido, cuya relación les ofrecí en mi artículo del pasado sábado día 15, al que me remito. Los Sabandeños han llegado hasta el día de hoy porque 19 personas fundaron y crearon dicho grupo. ¿Cómo coño se van a silenciar sus nombres en un documental que se ha realizado gracias a ellos? Bueno, se enmudecen los nombres de los 18, pues el otro ya se imaginan de quién se trata. Paso a darles los nombre de los fundadores de Los Universitarios, para que no les ocurra como a los fundadores de ,Los Sabandeños, y que son los siguientes: Domingo Luis Martín y Rodríguez Acuña, que tocaba el piano y que luego fue sabandeño; Julio Fajardo Sánchez, solista, tocaba la acordeón y también fue sabandeño; Rafael “Falo” Perera Alonso, que tocaba el contrabajo, era solista y como los anteriores fue sabandeño fundador; Francisco, Paco, Ucelay Sabina (), que tocaba la guitarra eléctrica y la trompeta; Leoncio Bacallado Aránega (), que tocaba la guitarra de punteo y que también fue sabandeño fundador, y por último Domingo, “El Loco”, Díaz Castro (), que era nuestro vocalista, padre de María, la dueña, junto con Marco, de la firma de diseño y alta costura de fama internacional (Nueva York, París, Barcelona, Madrid) y creada en el Puerto de la Cruz, llamada “MarcoMaría”. A nadie se le escapa que en Los Universitarios están las raíces de Los Sabandeños y su verdadero origen, pues los componentes de la citada orquesta formaban parte, en Punta del Hidalgo, de la también génesis de Los Sabandeños, como lo fue la parranda de don Luis

Ramos Falcón, parrandeando en la casonacastillo de don José Peraza de Ayala y Rodrigo Vallabriga, en la Punta, y también acudíamos a las fiesta de San Pedro, en Güímar. Para saber y conocer la historia de Los Sabandeños hay que viajar en el tiempo a la prehistoria, en la que por cierto no estaba ni se le esperaba “Selfi-dio” Alonso. Nadie podrá probar, y mucho menos demostrar, que falseo la realidad. A Los Universitarios nos presentó en el Teatro Leal lagunero el joven periodista Adrián Alemán de Armas (), y recuerdo perfectamente que cuando estábamos a punto de comenzar resultó que nos faltaba nuestro vocalista, Domingo “El Loco”, y cuál no sería nuestra sorpresa cuando aparece sobre el escenario, saliendo desde la misma concha del apuntador, por lo que antes de interpretar nuestro primer tema, que recuerdo era “Comunicando”, ya estábamos arrancando los primeros aplausos del numero público. Realmente, Domingo era más peligroso que un barbero con hipo. Cambio de tercio para contarles una simpática anécdota cuyo protagonista no es otro que el lagunero-canarión Alberto “el de las medallas”, que la parte izquierda de su americana era más larga que la otra por el peso de estas. No quiero perder el hilo conductor y para ello les digo que en el incendio de la iglesia de San Agustín, ocurrido el 7 de junio de 1964, los bomberos tuvieron que sacar en volandas al “Medallas” del interior de la iglesia pues las llamas, por segundos, estuvieron a punto de dejarlo como “carne fiesta”. Toda la obsesión del “Medallas” aparte de la de regular el tráfico dentro de la ciudad, era salvar al Cristo de Burgos, del que era fiel devoto, el cual se encontraba al final de la iglesia, y lo quería arrancar de su hornacia por la fuerza bruta, y no lo pudo conseguir al no percatarse de que el Cristo estaba alzado o suspendido sobre dos enormes alcayatas, por lo que, habiéndose subido un par de centímetros, lo hubiera salvado, como más o menos lo fue él “in extremis” por los bomberos. Un verano estaba cazando en su finca don Alonso Tabares, con su hijo Diego y sus nietos, Diego y José Mari, y este último le dice a su abuelo: “Mira abuelo, a nuestro grupo de tiradores se ha sumado un tipo que es un tirador pésimo, ¿dónde te parece que lo pongamos?, contestándole el “coñón” de don Alonso: “Mira, como estábamos cazando en Bajamar mira a ver si lo pueden poner en la Asomada de Tejina”. En una ocasión mi padre estaba dando un paseo como mi hermano Enrique cuando ven a un fulano que vestía pantalón rojo, polo amarillo chillón, suéter verde, gorra azul, zapatos malva y media cabeza teñida de violeta y la otra de gris perla. Entonces, mi padre, mirando al tipo de arriba a abajo, le comenta a mi hermano: “Coño, se parece al Loro Parque”. OLIVARADA: Esquela insólita: Dice la misma: nombre del fallecido, etc, y sus familiares... “ruegan a sus amistades y personas piadosas una oración por su alma y se sirvan asistir al traslado de “sus rentas mensuales”. *Pensionista de larga duración

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