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LA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL Antonio Paolasso
Tomo I I
¿QUÉ ES UNA REVOLUCIÓN? Revolución y cambio
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uando acudimos al diccionario de la Real Academia Española (RAE), la palabra revolución nos ofrece muchas acepciones, de las cuales nosotros extraemos las siguientes: 1. es acción y efecto de revolver (revolver es menear una cosa de un lado a otro, moverla girando alrededor o de arriba abajo) 2. cambio violento de las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación 3. inquietud, alboroto, sedición 4. cambio rápido y profundo en cualquier cosa De estas acepciones surgen cosas muy claras. Revolución es movimiento, sobre todo un movimiento total de un lado a otro, de giros sobre el propio eje o de un movimiento arriba abajo. Pero lo más importante es que revolución es una inquietud que provoca alboroto y ocasiona un cambio que puede ser rápido y/o violento, pero que conlleva la característica de profundo. Tradicionalmente se relaciona a revolución con cambios rápidos o de naturaleza violenta. Para mejor entender un proceso revolucionario (proceso que se inicia por una revolución), nosotros empezaremos a analizar a la revolución como movimiento para un cambio profundo. Para esto hay que explicar qué entenderemos por cambio y cuales son las modalidades que puede tener un cambio. Según la RAE, cambio es la “acción o efecto de tomar o hacer tomar, en vez de lo que se tiene, algo que lo sustituya” y, también, “mudar o alterar una persona o cosa, su condición o apariencia física o moral”. En forma circunscripta, interesa a este trabajo, como parte de una educación auténtica, la calidad de vida en manera total, esto es: cambiar la mentalidad de las personas para adaptarlos a las modificaciones que se necesitan para obtener todos los niveles de calidad propuestos. Desde otro punto de vista, cambiar significa transformarse, es decir, pasar de una forma a otra. Cuando se produce un cambio se adopta una forma nueva. ¿Cómo debe ser ese cambio? Tradicionalmente los cambios históricos se han introducido gradualmente, aunque a veces arrancaron con un concepto de “cambio radical” o “revolucionario”. Hay dos concepciones diametralmente opuesta entre gradualismo y radicalismo o revolucionismo. Radicalismo o revolucionismo El radicalismo o revolucionismo implica el concepto de que todo cambio debe ser introducido “de golpe”, velozmente, sin sedimentar, cortando de raíces lo que se pretende cambiar (radicalismo) para reemplazarlo inmediatamente por lo nuevo (revolucionismo). Naturalmente el cambio radical, generalmente, suele ser violento, intolerante, avasallador, porque su esencia así lo exige. Este corte de raíces de valores preexistentes y la colocación abrupta de nuevos valores, en principio conmueve al hombre de forma tal de verse compulsado a realizar y aceptar la idea de un cambio brusco. Pero una cosa es introducir el cambio y otra asimilarlo. A pesar de la aceptación inicial, la incorporación de nuevos valores a través de los usos y costumbres lleva a la paradoja de no lograr su asimilación con la misma inmediatez que 1
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se introdujeron. En principio se establece una especie de forcejeo entre lo tradicional y lo nuevo y esta puja bien puede fortalecer o debilitar a uno de los polos litigantes. Pero cuando la controversia es hostil y los cambios se introducen por medios coercitivos “a sangre y fuego” se produce un desgaste social muy grande y a veces una desintegración personal y social del hombre, que lejos de transformarlo, queda despojado de “lo viejo” y “sin lo nuevo”. A los postres, esta forma de cambio radical es desorientación y vacío. En otros casos instaura conductas o doctrinas fundamentalistas o extremistas. Nuestra intención, basados en la experiencia histórica, es preconizar el cambio gradual. Después de todo, los “grandes cambios revolucionarios del mundo” como la Reforma, la Revolución Francesa y otros movimientos como el Renacimiento y afines, cuajaron en el mundo después de una sedimentación gradual. Dictar una ley puede ser la base de un cambio, pero nunca el cambio mismo, porque un cambio no se produce con la sola enunciación (sea ésta política, retórica, académica, legal, nominativa, etc.). Es frecuente que muchos llamados líderes económicos y políticos del mundo actual, de principio del siglo XXI, crean que con sólo enunciar o nombrar un cambio, éste se producirá (nominalismo). Gradualismo El gradualismo es la contraparte del radicalismo. Lo gradual es un mecanismo conservador porque se mantiene parte de lo existente en cada uno buscando seleccionar qué es lo que hay que cambiar y qué es lo que hay que mantener. Lo razonable es partir de aquello que ya existe y que se puede o debe mantener. Esto predispone a conservar la tranquilidad suficiente para razonar e ir aceptando paulatinamente los nuevos cambios y la supresión de lo que no conviene mantener, en relación con los modos, usos y costumbres, observados hasta el momento de tener que adoptar un cambio. ¿Qué se busca en los valores a mantener? Aquello que no está deteriorado, que conserva su utilidad y que puede estar manifestado o no (está manifestado cuando rige un uso o costumbre y está latente cuando es una idea, convicción o principio internalizado pero no usado). El cambio gradual comienza por preconizar lo más aceptable, aquello que genera adhesión espontánea y que puede introducirse inmediatamente en los usos personales. Los otros valores que pueden ser resistidos o no comprendidos “de entrada”, exigirán una explicación detallada, desde todos los puntos de vistas posibles, para que puedan asimilarse y entenderse porqué es necesario adoptarlos y provocar el cambio. Siempre un cambio: 1º. 2º. 3º.
primero debe “estar en el corazón” (debe recibirse con afecto o simpatía), después debe “llegar a la mente” (debe comprenderse cabalmente) y finalmente “debe conquistar a la voluntad” (generar ganas de hacer en forma inmediata).
Por esto, el cambio comienza en lo personal, en lo individual, en los modos, usos y costumbre que cada hombre debe desarrollar en su vida cotidiana. Sólo después de conseguido esto, debe introducirse el cambio en la sociedad (modos, usos y costumbres sociales). Lo radical y revolucionario no cumplió históricamente sus fines aparentes de renovar una sociedad que se suponía anquilosada o estancada por esquemas añejos, perimidos y no funcionales. Los cambios violentos dieron resultados magros con devastación y orfandad cultural y espiritual. Muchos hechos revolucionarios desilusionantes por sus resultados inmediatos, obligaron a repensar los cambios propuestos y los métodos con que se instrumentaron y de esta reflexión, en varias ocasiones, surgió la necesidad de un nuevo replanteo, más racional y lógico, y que reguló los cambios que la revolución propuso, adecuándolos a la realidad de cada comunidad. El fenómeno moderno de desorientación o despersonalización por distrés, se debe precisamente a que los cambios, no fundamentales sino cotidianos, que se introducen en la 2
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sociedad son rápidos y numerosos, no permitiendo esto que sean asimilados y por eso generan angustia. A través de la historia, lo que benefició a la humanidad, en cierta medida, han sido los reajustes escalonados que siguieron a los movimientos reformistas o revolucionarios (ajustes conocidos como contrarreforma o contrarrevolución), a los cuales resaltamos en sus aspectos positivos y en los efectos negativos, porque el negativismo en alguna forma iguala a revolucionarios y contrarrevolucionarios y lo negativo, a su vez, hace tan rechazable una reforma como una contrarreforma. Todo acto negativo es condenable aunque intente justificarse como algo lícito o aceptable. Si un cambio que nació revolucionario o radical prendió en la sociedad, lo hizo a través de una necesaria decantación en el tiempo, lo cual significó una cierta gradualidad. Es lo que sucedió con la Revolución Francesa. Durante el proceso de la misma Constant, en aguda crítica a la Revolución, asevera: “Cuando en medio de una asociación de hombres se lanza de improviso un principio separado de todos los principios intermedios (que son aquellos que lo hacen descender hasta nosotros y lo adaptan a nuestra situación), se produce un gran desorden, ya que el principio arrancado de todas las conexiones, circundado de cosas que le son contrarias, destruye y subvierte. Mas no es la culpa del primer principio adoptado, sino de la ignorancia de los principios intermedios”. Esto quiere decir que un cambio por una causa nueva debe llegar a la gente a través de una serie de reglas que Constant llama principios intermedios. Esos principios son adaptadores de lo nuevo a lo ya existente, de forma tal que pueda ser aceptado sin resistencia. La intermediación, en este caso, es un proceso escalonado que hace a la gradualidad. La diferencia fundamental entre gradualismo o cambio conservador y un radicalismo, estriba en que mientras el cambio gradual suele ser aceptado sin conflicto y con mayor convicción y permanencia en el tiempo, el cambio radical opuestamente puede generar el conflicto, en ocasiones violento, entre quienes aceptan el cambio y lo quieren implantar coercitivamente y quienes lo rechazan y no aceptan la coerción. La falta de asimilación inmediata crea la puja entre aceptación y rechazo. El cambio gradual puede evitar la violencia, tanto de la implantación como del rechazo, porque las propuestas no se imponen por la fuerza sino por la reflexión y la evaluación de su conveniencia o no. La reflexión evaluativa permite saber si el cambio que se intenta será positivo o negativo o, al menos, limar asperezas para su adaptación, lo que evita el temor a lo nuevo, reacción lógica ante lo desconocido. Lo gradual induce al conocimiento primario de qué es lo que se pretende reformar y qué es lo nuevo que reemplazará lo presuntamente obsoleto. Este acercamiento al objeto le vuelve menos extraño y desconocido, condición sin la cual no hay aceptación inmediata. En otro orden, lo radical no siempre fue solución en lo social y económico, salvo que esté dirigido a una emergencia que exija una solución total y rápida y no a la sociedad en bloque sino a determinados sectores sociales. No es posible la aplicación de cambios a una sociedad en forma masiva y mucho menos por la fuerza. En este trabajo intentamos remarcar que los cambios bruscos, rápidos, en gran número, han producido el choque estresante que disocia en cierta forma la comunidad. El saldo de una transformación abrupta, por más que sea aceptada por la mayoría, siempre ha sido la hostilidad para muchos y resultó con algún tipo de destrucción, a veces casi inhumana, por lo que se infiere que la gradualidad puede ser un método más humano. En los últimos años se han introducido reformas bruscas, a veces sutiles y subliminales, a través de la tecnología y cambios violentos de políticas sociales y económicas. El resultado ha sido una denigración de la dignidad humana, traducida por los niveles de deshumanización social que hemos subrayado en parte. ¿De dónde surge esto? El Dalai Lama lo expresa correctamente: de una torpeza mental que consiste en haber cambiado la inteligencia por un pensamiento oscuro, distraído, ignorante, que no pueden llegar a conocer lo que las cosas son (verdad) y sólo se conforma con lo que las cosas parecen ser (falsedad y relatividad)
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En los albores del siglo XXI, el hombre debe comprender que alcanzar la calidad total significa que las soluciones inhumanas no son posibles, que se debe “hominizar” todo lo inhumano que hoy existe, entendiendo por inhumano todo lo que es ajeno a la esencia del hombre: a su inteligencia, a su afectividad y a su sociabilidad. Básicamente este trabajo esboza una propuesta de que todo cambio debe tener por lo menos en consideración la racionalidad, la afectividad y la sociabilidad del hombre (aclarando que hay más cosas además de esta tríada elemental). La racionalidad y la afectividad descansan en lo individual, siendo apriorístico no hacer lo que va contra esas cualidades. Obviamente, si el hombre enfrenta actos que no acepta intelectual y emocionalmente, se siente mal. Cuando un cambio, lejos de conformar las expectativas que sobre él se tenían, causa decepción, enojo, frustración, pérdida de esperanzas y despersonalización, hiere la inteligencia y la emotividad, conlleva el conflicto individual. Algo así ocurre con muchos fenómenos de esta sociedad moderna como la llamada “revolución sexual” que nace con adhesión tumultuosa y se desarrolla entre una sensualidad marcada y un desenfreno sexual debido a una erotización exagerada del hombre y culmina con un hastío o aburrimiento, con un deseo que nunca llega a colmarse y con lo opuesto a lo buscado: la impotencia o desinterés genital. Otra cosa similar acontece con el exceso de confort: al principio se reclamó y aceptó, hoy se trata de rehuir del mismo, avivando el deseo de vivir más “al aire libre” para lo cual se busca vacacionar en camping, practicar deportes, aerobismo, paddle, etc., como si el hombre cansado de tanto facilismo físico, deseara retornar al esfuerzo, rechazando el quietismo y el sedentarismo que le impone tanto aparato electrónico. La idea de introducir cambios tanto en la conducta como en la mente y la emotividad, en relación con la consecución de la calidad total, debe estar tanto en la mente de educandos y educadores en forma simultánea para no crear recelos ni ansiedad. El esfuerzo para realizar el cambio debe ser conjunto, “hombro a hombro” pues ambos deben aprender lo mismo y ejecutar idénticas conductas, para lograr erradicar los usos y costumbres que han llevado a la crisis al sistema actual. La introducción del cambio primero debe ser individual. Luego se debe extender a la sociedad y, por último, llegar a toda la humanidad, a través de la globalización (completar la planificación global). Resistencia al cambio Todo cambio, obviamente, nace en cómo tomar una decisión y cumplirla para entrar en un programa de “vida nueva”. La idea de cambiar el curso de nuestra vida o erradicar hábitos no convenientes, con frecuencia nos enfrenta a la idea de una vida nueva y así nos entran las ganas de iniciar una dieta, dejar de fumar o de beber, iniciar un estudio o carrera, cambiar de trabajo o dedicarnos a una determinada cosa (deportes para mejorar nuestra condición física, incrementar los lazos familiares, destacar social o económicamente, etc.) También lo más común es que se quiera hacer todo “de golpe” o “de sopetón”, es decir, hacerlo “ya”, rápidamente. Debido a que el plan se encara sin mayores convicciones, con decisiones bruscas que no han medido debidamente el grado de arraigamiento de nuestros hábitos y costumbres. Por lógica, enfocados así, todos los proyectos de “vida nueva” fracasan en días o escasas semanas. La experiencia descrita nos lleva al razonamiento de que la oportunidad de cambiar para bien, debe basarse en una actitud realista. Dicha actitud implica tomar conciencia, o sea, tener conciencia (darnos cuenta) de lo qué nos pasa realmente, por qué nos pasa y cuáles son las probabilidades y métodos que realmente convienen al cambio que deseamos. Incluso, las metas de cambio deben estar dentro de la realidad que nos circunda, de otro modo todo propósito de remplazar lo inconveniente por lo que supuestamente creemos conveniente, se esteriliza. No puedo aspirar a ganar un millón de pesos en un pueblo donde no hay esa cantidad.
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Por otro lado, se impone el análisis de nuestras motivaciones para cambiar. Estamos obligados a reconocer qué hechos hacen necesario un cambio en nuestras vidas y qué factores nos han llevado a esa situación de querer y buscar un cambio. Recién cuando tengamos bien en claro las motivaciones y las posibilidades de llegar a puerto con los proyectos que realizamos para lograr un nuevo estado de vida, evitaremos la frustración que a menudo nos causan fallar en nuestra determinación de transformarnos. ¿Qué produce el fracaso habitual de no lograr el cambio? En primer lugar debemos considerar que somos producto de nuestros hábitos. Los hábitos y las costumbres que hemos adquirido en nuestras vidas, ya sea por las apetencias personales o la imposición de un determinado medio o la idea de un proyecto de vida, fueron arraigados durante mucho tiempo, el que dependerá de nuestra edad y desde cuándo nos impusimos un hábito. Nacieron de una necesidad real o inventada y el hábito vino a satisfacer esa necesidad que se nos presentó como inmediata o como una gratificación determinada. El cambio para crearse una vida de más calidad, deberá pujar contra las costumbres y hábitos establecidos y prendidos con una gran fuerza en nuestras conductas. Exige un gran esfuerzo para decidir el aplazamiento de la gratificación. Otra barrera para transformarse es nuestra tendencia al equilibrio de las cosas. En biología, a este fenómeno se le conoce como homeostasis y es lo que mantiene constantes la temperatura, el metabolismo, el peso corporal y el estado de ánimo. El equilibrio del cuerpo y la mente es uno de los objetivos más importantes de la persona y este es el fundamento de que una vez adquiridos costumbres y hábitos difícilmente nos deshagamos de ellos si hacerlo significa, en algún modo, romper el equilibrio establecido en nuestra mente y cuerpo a través de ellos, porque todo cambio, aunque sea bueno y necesario, siempre involucra romper el equilibrio previo. En este particular análisis, no se cuestiona si el equilibrio previo establecido es bueno o malo. Simplemente se destaca el fenómeno patente. La resistencia al cambio explica por qué la sensación de hambre se vuelve irresistible al empezar un régimen o dieta de alimentación, por lo cual empezamos a buscar raciocinios o pretextos para dejar esa dieta. Otro ejemplo es librarse de la adicción a los aparatos electrónicos (TV, computadoras, etc.) uno de cuyos síntomas es refugiarse en ellos por inseguridad frente a otros problemas. Los usos, costumbres y hábitos “de toda la vida” nos lleva a crearnos una imagen de nosotros mismos. Precisamente, la imagen esa que tenemos de nosotros mismos es uno de los impedimentos (en la opinión de Jari Sarasvuo la “causa principal”) de que no llevemos a la práctica nuestras resoluciones. La manera en que nos vemos es la fuerza más poderosa de nuestra existencia. Actuamos de acuerdo con la manera en que nos percibimos. Para poder zafar de lo arraigado, primero hay que soltar la imagen de sí mismo, lo que entraña crearse nuevos valores, modificar el concepto de quién es uno y cambiar las asociaciones que hacemos con modos alternativos de vivir. Es la idea que algunos pensadores exponen como la búsqueda de una identidad o de lo que es nuestra propia identidad. Los buenos propósitos suelen fracasar ante el seudorrazonamiento de causas de fuerza mayor: no perdemos la adicción a la TV debido a los “excelentes programas” que compulsan a verlos, abandonamos el ejercicio físico por los dolores musculares “insoportables” o la “falta de tiempo”, se deja una dieta debido al compromiso de asistir a cenas o fiestas donde “no se podía desairar” a quien nos invitó a comer, o el malestar que nos provoca la “hipoglucemia” (a la cual nunca medimos). Lo que realmente ocurre es que a veces el estrés que vivimos es tan grande que hay que aliviarlo con “cosas gratificantes” y por eso accedemos a la molicie de un “buen sofá” antes que el ejercicio que agota, o a comer y beber porque sentimos que “hemos ganado” esa gratificación por el “esfuerzo que veníamos realizando a contrapelo” con lo que habitualmente hacemos. De igual usamos un cigarrillo o nos tomamos “un tiempo de ocio” distrayéndonos con la PC o la TV. Estos raciocinios son producto del sub o inconsciente que trata de regresar al estado anterior (fenómeno de inercia) y suspender cualquier esfuerzo de cambio que esté rompiendo el 5
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equilibrio o cambiando nuestra imagen asumida. En consecuencia, no basta con desear el cambio; hay que asumir la responsabilidad de haberlo decidido. Sarasvuo nos propone “siete leyes” para determinar si se va a poder operar el cambio, así como la probabilidad de que éste sea permanente. Estas “leyes” nos conducen a las cosas prácticas y nos alejan del “idealismo”, de aquel simple anhelo que lo que deseamos pero no estamos comprometidos totalmente a realizar; también nos alejan del nominalismo o costumbre de creer que con sólo enunciarlo ya está efectuado el cambio. Las leyes de Sarasvuo proponen: 1. Primera ley: hacer cambios inmediatos en los hábitos. Pero la inmediatez de cambios no significa instalación rápida de ellos. Necesitan tiempo para decantar y por eso todos los cambios son lentos. La idea de la inmediatez reside en la rápida decisión y puesta en marcha del motivo del cambio, principalmente a nivel de mente, sentimiento y voluntad. El propósito es inmediato, el fin es mediato. Quienes se han vuelto prisioneros de sus metas empiezan a mostrarse descontentos con la insignificancia de sus progresos en el cambio y acaban por sucumbir a la frustración. El método más eficaz es fijarse como único objetivo un cambio inmediato en el comportamiento y saber que esta inmediatez necesita la resolución o decisión con convicción y la responsabilidad de mantenerla “contra viento y marea” y todas las incomodidades o sensaciones molestas que nos causa suprimir “una vieja costumbre”. Para evitar la frustración, hay que ponerse objetivos de cuyo cumplimiento pueda ufanarse tanto uno como otros. No hay que pensar en cosas que no se pueden lograr en ese momento o en el instante. La tiranía del objetivo lleva a compararse injustamente con un resultado lejano. Por eso, no se debe sustentar la idea fija del resultado final, sino considerar los resultados inmediatos relativos. Lo importante es eso: comenzar a cambiar e ir logrando introducir la transformación paulatinamente todos los días, en pequeñas cosas. Esto parece poco, pero no lo es. Sumando al final del mes y del año se verá que el cambio es posible. 2. Segunda ley: buscar el apoyo de sus compañeros de destino. Si se quiere tener un apoyo desinteresado y abierto, lo mejor es que buscar personas que compartan proyectos y objetivos. Por que por increíble que parezca habrá personas que no querrán que uno consiga su objetivo. El que se esfuerza por salir adelante, hace que los demás se sientan “empantanados” en el mismo problema que no pueden solucionar. A muchos los han llamado “locos” cuando llenos de entusiasmo han cometido el error de hablar a otros del cambio que están haciendo. Por eso, esos “envidiosos del éxito ajeno” tentarán a que se siga con la conducta imperfecta. En la comunidad humana se nos trata exactamente como hemos enseñado a los demás a tratarnos. Sorprendentemente las personas que más se oponen al cambio que uno inicia, son precisamente las que más le criticaron los hábitos que se intentan abandonar. La ayuda de las personas más indicadas, permite que juntos sean más fuertes y logren los objetivos buscados. 3. Tercera ley: realizar los cambios por partes. En la ley anterior antelamos que los cambios bruscos no existen. Si se decide enderezar muchas cosas de la vida personal, todas al mismo tiempo, es probable que no se consiga nada. Habrá obstáculos físicos, mentales y sociales que harán desagradable el cambio. Los viejos hábitos que representan un terreno familiar y acogedor, pueden reaparecer casi imperceptiblemente y ser bien recibidos. Si se quiere cambiar todo un conjunto de cosas, nunca se logrará hacerlo “en bloque”. Una costumbre que domina nuestra vida es como una obsesión compulsiva que la hace irresistible. Permanecer en ella brinda una falsa sensación de seguridad a 6
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una mente asustada frente a lo que considera un proyecto monumental. Renunciar a un hábito de los considerados dañinos, es una manera natural de compensar la seguridad perdida y que nos llevó al hábito frustrante. Es posible que los grandes cambios, los más importantes para nuestra vida, se consolidan después de dos o tres años de estar esforzándose en conseguir la reforma, puesto que no se puede lograr de la noche a la mañana un cambio importante que exige un entrenamiento duro e intensivo. La naturaleza propia exige tiempo y sólo es efectivo y significativo un cambio cuando ese tiempo transcurrió con esfuerzo y sacrificios. Cuando se avanza poco a poco, la autoestima crece y aumenta la capacidad para poder hacer frente al siguiente reto. Cuarta ley: No renuncie a nada. Esta ley implica no renunciar a nada que no le haga daño. Sólo excluya de la renuncia, a las costumbres que generan daño al cuerpo y la mente (las únicas que son “renunciables”). Es una ley importante porque lo natural es que no queremos renunciar a nada de lo que consideramos importante. Antes bien, siempre queremos más. ¿Por qué a la larga se alcanza mejores resultados con el método que algunas instituciones de rehabilitación que combinan ejercicios de adecuación con el espíritu de grupo, es decir, grupo de gente con iguales intenciones que nos apoyan? Porque las personas que acuden a esos centros, como es el caso de los que ayudan a adquirir hábitos correctos, no tienen que renunciar a lo que les gusta y no perjudica. Es importante ver el cambio a la luz de las cosas que uno gana. Igual le ocurre al que emprende una carrera o estudia: se gratifica con el conocimiento adquirido y ganar amistades entre los compañeros de estudio. Solamente hay renuncia efectiva si el hábito a cambiar es que realmente daña. Caso contrario, no se renuncia a nada sino se ganan y adquieren nuevas cosas. Quinta ley: Disfrutar el progreso lento. Hemos afirmado que mientras más rápidamente se quieran obtener resultados permanentes, menos probable será que se tenga éxito y los logros serán tan sólo temporales. Los resultados que se obtienen poco a poco son los duraderos y los que se disfrutan con menor esfuerzo. Cuando el cambio se introduce poco a poco, el organismo y la mente acceden mejor al cambio y lo aceptan sin penurias. No hay que frustrarse con el “poco progreso, sino deleitarse con el “algo se ha progresado”. Sexta ley: Resaltar las cualidades personales. La gente que no quiere cambiar quizás no sea capaz de hacerlo. Lo que somos hoy es, en esencia, lo que quisimos ser desde nuestra niñez y juventud y no es probable que se produzcan muchos cambios en las siguientes décadas. Pero sí podemos desarrollarnos y crecer a través de nuestras habilidades, talentos y cualidades. El cambio se producirá sólo si adquirimos una imagen nueva de nosotros mismos y esa imagen tiene alguna raíz en la vida anterior al cambio (principio de encuentro con nuestra identidad). Así definiremos nuestra identidad en función de los nuevos hábitos. Nadie alcanza jamás la perfección, por muy competente que sea en algunas cosas de la vida. Reconozcamos y controlemos nuestras debilidades, pero procuremos que cuenten más nuestros puntos fuertes, nuestras mejores habilidades y virtudes. Debemos asirnos con firmezas a nuestros méritos y cultivarlos para compensar los defectos y tener fuerza para despojarnos de ellos. Cuánto mejor apreciemos y comprendamos lo bueno que tenemos, más desearemos deshacernos de lo malo. Séptima ley: no sentirse culpable. No se puede abandonar una conducta inapropiada con sólo desearlo ni por el hecho de sentirse culpable de ella. Comparar nuestros deseos loables con la conducta que llevamos nos hace sentir culpables y torpes. A su vez, de algún modo, esos deseos refuerzan la conducta que dio origen al sentimiento de culpa y de la cual queremos liberarnos, sobre todo cuando esos deseos quedan sólo en anhelos no cumplidos. Decir “lo estoy intentando”, “tengo que...”, “espero poder hacerlo” son expresiones de una
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persona irresponsable que no ha madurado. Necesitamos actividades sustitutivas porque es más fácil cambiar si nos ocupamos de actividades que ayudan al cambio. Lo único importante de todo esto es que la compulsión de sentirnos culpables por algo no debe llevarnos a la búsqueda, también compulsiva, de la perfección porque esto es el peor enemigo cuando tratamos de lograr algo.1 Tipos de cambios Hay muchas formas de cambio: 1. el cambio simple, espontáneo y natural 2. el cambio que depende de nuestra voluntad 3. el cambio que introduce la sociedad El cambio simple o espontáneo Es el cambio que nos impone el transcurso de la naturaleza y de nuestra vida. Es el que nos viene con la edad y a medida que vamos viviendo. Estos cambios llegan con el tiempo en que transcurre nuestra vida, no pensamos en ellos hasta que nos damos cuenta que nos han alcanzado. Es cuando cambia nuestra apariencia física exterior, nuestras fuerzas y nuestras ganas, nuestra manera de mirar las cosas y entender la vida. La vida nos trae de la mano del tiempo un recorrido lleno de contenido y experiencias. No todos los cambios son afortunados sino que generalmente no son los que más nos agradan y por eso no falta la tristeza ni la desesperación, ni el sufrimiento. Pero en los casos adversos no hay que sufrir las penurias sino vivirlas a pleno, pues de ella se sacan enseñanzas y se templa el espíritu y la voluntad. La clave no está en evitar los cambios que vienen a nuestra vida, sino utilizarlos como plataforma de crecimiento. Hay también, diversas maneras de vivir estos cambios: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
en soledad en compañía y con ayuda de nuestra familia y amigos con firmes convicciones personales para no abatirse con pesimismo, amargura y abatimiento total con fe en Dios, o sin ella despreocupadamente con una preocupación total que opere como obsesión sin esperanzas de que haya cambios positivos con esperanzas apoyadas en lo natural o sobrenatural
Naturalmente será el afortunado, quien atraviesa los cambios despreocupadamente pero con un norte como son las firmes convicciones personal, con la compañía y ayuda de la familia y amigos, con fe en Dios (o en cualquier otro principio superior) y total esperanza de que el triunfo depende mucho de un pensamiento positivo y una voluntad férrea para superar las angustias y encontrar la manera más feliz de atravesar los malos momentos y de gozar a pleno los buenos. Quien realice lo contrario será el que sucumba a dichos cambios y el transcurso del tiempo será su enemigo y no su aliado. Su paso por la vida no será firme y la propia vida será vivida con sentimiento de inseguridad. Aun en los cambios naturales, la orientación de nuestras decisiones nos permitirá que nuestra vida tenga, o no, el rumbo debido.
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Jari Sarasvuo, “CÓMO TOMAR UNA DECISIÓN... Y CUMPLIRLA”
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El cambio que depende de nuestras decisiones Hemos dicho que la orientación de nuestras decisiones tendrá mucho que ver en el desarrollo de nuestra existencia y de los cambios que operen en ella. Los cambios naturales son ineludibles. Pero los cambios personales y coyunturales, los que dependen de nuestra inteligencia y voluntad, ellos podrán ser operados con el control absoluto de nuestra voluntad inteligente. Pero no debemos olvidar que para ello debemos tratar de educar nuestra vida emocional, racional e intelectiva y de poseer un algo grado de espiritualidad. Esa riqueza espiritual nos puede provenir de una sólida cultura y formación personal o de la fe en algo superior o por encima de nosotros. Lo importantes es saber: cuándo hay que cambiar cuál es el cambio más conveniente cuál es la mejor forma de obtenerlo La revolución espiritual, en lo personal, comenzará por un cambio que dependerá de una decisión propia de querer realmente cambiar. El cambio que introduce la sociedad La sociedad, especialmente la que vivió el final del siglo XX y vive el comienzo del XXI, siempre trae cambios importantes que alteran nuestra vida normal. Hasta el siglo XX esos cambios sociales eran introducidos en un número determinado y con algún tiempo de decantación. Pero a partir de la mitad del siglo XX y especialmente en sus postrimerías, los cambios fueron bruscos, violentos, rapidísimos (en días o meses) y en un gran número. Era imposible asimilarlos. Esto trajo una especie de disrupción social2 con diversos estados personales que albergaban sentimientos de inseguridad personal y colectiva, frustración, sensación de indefensión, aislamiento social, tensión o alerta permanente y el sentimiento de acoso de una amenaza difusa y permanente. Estos cambios, en algunos casos, significan el colapso brusco de nuestra forma de vida habitual; y eso introduce una situación de estrés crónico que nos lleva a un estado de furibundia por introyección de la rabia y la frustración que esos cambios nos producen. Estos riesgos, sórdidos o ciertos, atraviesan la intimidad de la mente y el cuerpo y producen una vulnerabilidad para la enfermedad psíquica o física, al mismo tiempo que se vive impulsado por la irascibilidad y la violencia. Si estos cambios nos toman desprevenidos y totalmente desprotegidos de defensas para nuestro espíritu y mente, el resultado es fatal. Pero si hemos educado nuestros mecanismos espirituales internos, sabremos afrontar las crisis y superarlas, saliendo de ellas más fortalecidos. Entre el estado de vulnerabilidad total o el estado de resistencia y aguante total (que ahora se llama resiliencia) pueden haber etapas intermedias que nosotros podemos mejorar procurando adquirir todo aquello que nos lleve a capacitarnos para adaptarnos y superar las dificultades y los sufrimientos. De nuestra educación y formación espiritual dependerá la forma de superar los cambios sociales ajenos a la naturaleza y a nuestra voluntad, pero que pueden mejorar o destruir definitivamente nuestra existencia. Es cierto que las circunstancias externas afectan nuestra vida y a veces nos encontramos atados y perjudicados por decisiones de otros. Esto es lo puede llevarnos a un estado de inseguridad y desconfianza en el que es difícil vivir, cuando las decisiones ajenas nos dañan. La diferencia de enfrentar los cambios que no dependen de nosotros, reside en las respuestas que 2
La Real Academia Española no tiene una definición para disrupción, pero acepta a disruptivo como lo “que produce una ruptura brusca”. En otras acepciones deja pendiente, como si la disrupción fuese una especie de fuerza violenta y brusca, los conceptos de “descarga disruptiva”, “tensión disruptiva”. El Diccionario Médico Dorland define a disrupción como “acción y efecto de separar por fuerza”.
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damos a las circunstancias, más que por las circunstancias mismas. No es lo que nos ocurre lo que determina nuestro pasar, sino las decisiones que tomamos a lo largo del camino. Ellas juegan un papel fundamental en los cambios que enfrentamos. Hemos recibido la capacidad y la riqueza de la libre voluntad, y nuestras elecciones nos abren camino hacia el futuro. Debemos entender claramente que no todas nuestras decisiones podrán ser acertadas y llevarnos a las metas deseadas, pero siempre nos dejan la posibilidad de cambiar personalmente para intentar algo nuevo frente a los cambios que otros nos imponen. No importa, en la evaluación final, cuántas decisiones hayamos tomado ni cuántos aciertos o errores hayamos logrado o traído hasta el lugar donde vivimos o estamos. Hasta puede ocurrir que nuestro recorrido no haya sido del todo malo, pero una cosa es cierta: no somos los mismos que cuando comenzamos a transitar la existencia. El cambio siempre, de un modo u otro, positivo o negativo, nos alcanza y por eso debemos estar preparados cuando nos toca el turno para responder frente a dicho cambio. La idea de introducir cambios tanto en la conducta como en la mente y la emotividad, en relación con la consecución de la calidad total, debe estar tanto en la mente de educandos y educadores en forma simultánea para no crear recelos ni ansiedad. El esfuerzo para realizar el cambio debe ser conjunto, “hombro a hombro” pues ambos deben aprender lo mismo y ejecutar idénticas conductas, para lograr erradicar los usos y costumbres que han llevado a la crisis al sistema actual. La introducción del cambio debe ser, primero, individual. Luego se debe extender a la sociedad y, por último, llegar a toda la humanidad, a través de la globalización. Sobre la necesidad de cambiar ha dicho Johnson: “la gente no se da cuenta de lo peligroso que resulta hoy ser un Kif”.3 El fenómeno Kif que Johnson refiere en su libro, es una especie de parábola que tipifica el clásico miedo a vivir por temor a cambiar y pretende demostrar lo riesgoso que es mantenerse en esa actitud conservadora de “actuar sobre lo seguro” en que aparentemente es lógica y prudente, pues se basa en el viejo refrán de “más vale mal conocido que bien a conocer” o “más vale pájaro en mano, que cientos volando” (temor al cambio). Pero este mundo actual es un tembladeral donde “lo seguro” ha dejado de ser tal. La mutabilidad permanente de la economía en todo el mundo, pero especialmente en países latinoamericanos como Argentina, ha hecho que las “reglas de juego” cambien radicalmente y ya no existe ningún tipo de seguridad social ni económica que nos garanticen un presente inmediato, mucho menos un futuro mediato. Se han perdido, definitivamente, las esperanzas de estar mejor. Sólo existen los nominalistas4 que viven pregonando que “hay otras soluciones”, “ya estaremos mejor”, “esto tiene que cambiar”. Es evidente que son meras expresiones de deseo, que nada tiene que ver con la realidad y de ninguna manera son actitudes positivas, sino vanas enunciaciones para justificar por qué no intentan un cambio o se quedan siderados en el mismo lugar, conviviendo con el problema que cada vez agudiza más.
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Spencer Johnson, médico norteamericano, ha escrito un libro titulado ¿QUIÉN SE HA LLEVADO MI QUESO? (Edit. Colección Empresa XXI, 9ª edición). En el narra las aventuras de dos pequeños personajes (Kif y Kof) que viven en un laberinto de queso junto con unos ratones. Cuando el queso se acaba los ratones saben instintivamente donde encontrarlo, pero Kif y Kof, como humanos, no tienen ese don. El planteo es quedarse o irse del laberinto. Kof decide partir hacia lo desconocido abandonando el laberinto y buscando nuevas posibilidades. Kif se queda con el pretexto de: “este lugar me gusta, es agradable y es lo único que conozco. Afuera hay muchos peligros”. Es decir, elige “quedarse sin queso”. 4 Actitud que lleva a creer que con solo enunciar algo, esto se va a concretar
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En cambio la juventud, y otros no tan jóvenes, optaron por el fenómeno Kof que describe Johnson, en el sentido de ir hacia lo desconocido, a pesar de los presuntos peligros (peregrinación en pos de una esperanza). La emigración masiva a otros lares, es la consecuencia de una búsqueda de cambios. Esto es un poco, la respuesta al planteo final del libro de Johnson que sería: “¿qué harías si no tuvieras miedo?”. Luego, ante un conflicto, habría varios planteamientos: 1. no cambiar y quedarse esperando que se produzca un milagro o “caiga la solución del cielo” (quietismo, miedo a vivir) 2. buscar otros caminos, aunque sean desconocidos y con probables riesgos, para obtener un cambio 3. el gatopardismo: intentar cambios que no cambian nada y sólo empeoran las cosas5 (cualquier parecido con lo que está ocurriendo en el gobierno argentino con las medidas económicas tomadas sin ton ni son, es pura casualidad) 4. conformarse con el nominalismo: con sólo decir que estaremos mejor, se espera que esto ocurra (nombrando el bien, éste será real) 5. caer en la desesperación y tener por resultado final la depresión o el suicidio. En una entrevista concedida a una revista de tiraje mundial, Johnson, a manera de predicción, adelanta que en el siglo XXI prácticamente todo el mundo estará expuesto al cambio, máxime si la economía mundial sigue tornándose cada día, más volátil. El autor afirma: “en estos tiempos, la actitud será el factor determinante. La gente se asustará cada vez más, lo cual es lógico, y se desanimará; será como Kif. Pero no podemos quedarnos en un lugar fijo y esperar prosperar. Hay que avanzar”. Los mecanismos del cambio volitivo mediante la disciplina Motivarse para cambiar algo, comprometerse en hacerlo, mantenerse en el camino de lograr dicho cambio sin desanimarse hasta lograr el objetivo, son aptitudes que se adquieren con la disciplina. El cambio necesita de ciertos engranajes que pueden constituir un verdadero mecanismo, a saber: 1. Todos los objetivos que se planteen para un cambio deben ser claros, posibles de medir en su extensión y consecuencias, ser muy concretos y, en lo posible, ser alcanzados en un plazo relativamente corto, pero sin apresuramientos azarosos, para no fatigar con el esfuerzo. Pensar sin pausa ni prisa. 2. Todo objetivo debe ser en primer lugar realista, esto es, factible de realizar y en segundo lugar, debe estar a nuestro completo alcance. Se debe partir de una realidad y una situación actual. Fijar objetivos absurdos y muy ambiciosos, que escapen al contexto de nuestro entorno y a nuestras posibilidades reales, es condenar todo esfuerzo a morir estéril. Para esto hay que desechar toda meta demasiado alta. 3. Los objetivos deben ser positivos y sin planteamientos derrotistas o de dudas. En todos los casos en que pueda cruzarse la idea de no alcanzar algo, se impone el análisis de fracasos anteriores a fin de evitar los métodos y las causas de esos fracasos en los emprendimientos futuros, es decir, buscar y encontrar soluciones a fracasos reales o posibles.
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Dice Johnson: “muchos ejecutivos llevan a cabo cambios sólo para cambiar y algunos toman decisiones que le destruyen la vida a la gente”
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4. De los cambios hay que ocuparse, no preocuparse. Para esto debe observarse calmada pero analíticamente la evolución del proceso, pero sin preocupación desmedida por el objetivo o los resultados. 5. No hay que pensar en conseguir algo grande inmediatamente, sino valorizar los pasos y logros pequeños. Siempre que sea positivo y signifique progreso, los pequeños progresos son tanto o más valiosos que un gran avance de entrada. Hay que recordar que un camino extenso puede cubrirse con pasos pequeños y pausados. En este caso hay que premiarse cuando se consiguen objetivos parciales (los pequeños pasos) 6. Evitar toda idea perfeccionista rigurosa. Más que la perfección importa la superación que se logra con el cambio. Muchas veces los cambios no satisfacen una idea de algo bien acabado, sin aristas ni defectos. Pero no hay que evaluar las pequeñas imperfecciones sino las grandes metas logradas. Hay que saber apreciar el todo positivo y no las partes defectuosas. En todas estas consideraciones debe primar la idea base de que la fuerza de voluntad no es algo privativo de lo que consideramos unos pocos afortunados y bien dotados. Si bien es un mérito personal no hay que olvidar que es conseguido por decisión de cambio o de comienzo y siempre mediante el desarrollo de un esfuerzo considerable. Lo importante a no perder de vista es que la voluntad es un don de todo ser humano, que le es inherente. Nadie está privado de la fuerza de voluntad, como no lo está privado de la fuerza muscular (salvo que sea un enfermo o discapacitado). Pero para gozar de esas fuerzas hay que desarrollarlas y eso exige saber hacerlo. Hay que aprender a desarrollar todas nuestras potencialidades. Para eso siempre hay estrategias a nuestro alcance y son las que debemos buscar y una vez halladas ponerlas en práctica. Es parte de nuestro sentido de la vida, luchar para ser mejores. El desarrollo de la voluntad es primario. Nada podremos hacer si previamente no estamos condicionados para manejar nuestra voluntad. Incluso, perfeccionar nuestra inteligencia y nuestra vida afectiva, exige la base de una buena voluntad. Hacer un cambio voluntario, esto es, emplear la voluntad para modificar algo de nuestra vida o nuestros hábitos, es siempre posible. Esto significa que todo está a nuestro alcance, en la medida que nos proponemos con firmeza y convicción. No es simplemente desear. Es planificar los medios para alcanzar lo que se desea. En el aprendizaje debemos usar sabiamente todos los recursos disponibles, ya sea, los que están a la mano y a la vista, como aquellos pasibles de tener. Esos recursos siempre, insistimos, deben estar dedicados o encaminados a lo positivo, descartando el lastre negativo. Esto constituye el punto de partida para todo cambio real o auténtico de actitud. Los cambios negativos no sirven, aunque sean cambios. La depresión es una enfermedad que tiene la capacidad de bloquear todo lo positivo para dar entrada sólo a lo negativo. El optimismo, contrariamente, es la virtud de bloquear todo lo negativo para concentrarse sólo en lo positivo. Por otro lado, hay que recordar que los principios de cambios, sólo tienen connotación moral o ética en los fines. No “se es bueno” o “se es malo” para algo. No hay virtudes infundidas a algunos en forma celestial y otros despojados de ellas por fuerzas superiores. La fuerza de voluntad no es como la vocación: algunos la tienen y otros no. Si bien es connatural, no es congénita. No se nace con una fuerza de voluntad modelada. Cuando se trata de conseguir objetivos y mantenerse en la brecha sin desfallecer, existen medios, técnicas, estrategias o métodos que ayudan a superarlos o conseguirlos. Pero siempre existirá el mismo ciclo: habrá una alternancia entre el esfuerzo final y una tendencia al desánimo subsiguiente de los que suele surgir un sentimiento de culpa. Si comprendemos que el desánimo es parte de todo intento de cambio, especialmente en lo referido a la voluntad, podremos evitar caer en el sentimiento de culpa. Sentirnos culpables como que somos incapaces de lograr algo, es una actitud ilusoria. No somos culpables de nada, salvo de no habernos preocupadas por seleccionar metas y medios. Los resultados siempre son azarosos aun contando con las mejores herramientas. El éxito 12
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depende de los medios, pero mucho más depende de nuestra fuerza de voluntad, de querer ser distintos, en el sentido de mejores. El concepto de revolución espiritual Si consideramos los conceptos principales que hemos impreso a la palabra revolución, en el sentido de un movimiento para obtener un cambio, la revolución espiritual será un movimiento del espíritu humano para obtener un cambio en la humanidad, cambio basado, precisamente, en todos los atributos de ese espíritu. ¿Por qué una revolución espiritual? El hombre en toda su existencia histórica y en su biografía personal siempre ha estado impulsado por el espíritu. Esta condición obvia le llevó a pintar las cavernas, a crear la escritura e instaurar la historia, crear un lenguaje, evolucionar la comunicación y fundar la cultura y la civilización. Albert Schweitzer solía afirmar: “Tres clases de progreso son significativas: el progreso de los conocimientos y la técnica, el progreso de la socialización del hombre y el progreso de la espiritualidad. Este último es el más importante… Nuestra época tiene que alcanzar la renovación espiritual. Tiene que venir un nuevo renacimiento, renacimiento en que la humanidad descubra que la acción ética es la acción de la verdad suprema. Por ella la humanidad será liberada”. En el marco de este pensamiento, es sólo la acción ética el motor principal o eje seguro para un cambio espiritual. El secreto reside, entonces, en darle o buscarle un significado o sentido a la frase “acción ética”. Tras la evolución de la cultura y el lenguaje, paralelamente, el hombre fue puliendo su vida natural instintiva de animal para adquirir una conducta propia de su condición de persona inteligente. Su manifestación histórica ha mostrado un ser o ente que además de inteligente es sensitivo de modo diferente a otros seres animados o vivos y posee un don de hacer o voluntad, también distinto a otros seres vivos. Estas condiciones de inteligencia, sensibilidad y voluntad configuran hechos que se atribuyeron al ser del hombre, y ese ser se expresa a través de lo que se le llamó espíritu. La evolución histórica del hombre le condujo por distintas sendas y su actividad espiritual le fue enmarcando en distintos períodos que se midieron temporalmente como siglos. Así se habla de siglos de la civilización, siglos de oro, siglos teocéntricos, siglos antropocéntricos, siglo de la ciencia, siglo del átomo, etc. Para nominar un siglo se toma como base el hecho o los hechos más sobresalientes de ese lapso y en virtud de ello nace esa nominación. El siglo XX debió tener muchas denominaciones porque se impulsó una nueva civilización basada en la tecnología. La más impactante y sobresaliente fue el conocimiento del átomo y su manejo científico posterior. Esta es una de las causas por la que algunos lo proponen como “siglo del átomo”; otros lo prefieren como “siglo de la tecnología”. Personalmente, en el contexto histórico y fenomenológico, estoy tentado a considerarlo como el “siglo de la desespiritualización”. Paso a explicar el porqué de esta idea. Si quisiéramos ser menos positivos y optimistas, también podríamos designarlos bajo el mote de “siglo de las guerras mundiales” porque desde su comienzo hasta su término, el mundo vivió convulsionado en forma permanente por guerras totales o guerras parciales (cuya suma configuran una conflagración masiva superior al de las llamadas guerras mundiales). Guerras activas o guerras pasivas (guerra fría, “cortina de hierro”, etc.) Pero el hito negativo más importante es que durante este siglo se advierte un fenómeno muy extendido y patente: el mayor vacío espiritual en la historia de la humanidad. Las dimensiones del vacío no se miden únicamente por el número de personas que afecta (casi el 90% de la humanidad) sino por la calidad de sus características. Ese vacío espiritual instala un fenómeno extendido que amerita un nuevo nombre, a pesar de conocerse “desde que el hombre es hombre”. Ese fenómeno se llamó estrés. Este estrés desorganiza personal y socialmente al hombre, pues se comporta como disociador del hombre en particular y de la sociedad, en general. Sus secuelas son las epidemias-pandemias de enfermedades de la ansiedad y la angustia. La consecuencia más importante de todo esto es la desespiritualización bajo las figuras de deshumanización y bestialización. El hombre se manifiesta como si “hubiera perdido el espíritu”. Barylko la denomina “pérdida de valores”. Esto debe comprenderse como una des-valorización en el 13
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sentido de que el hombre se “desprende” de los valores esenciales. De lo que “hace a su esencia”. El fenómeno tiene como eje a un hombre inmerso en la depresión, la enfermedad psicosomática, la cultura de la violencia y la muerte con las secuelas de la guerra, el terrorismo, la delincuencia, la drogadicción. Los males que emergen de este abandono espiritual son el hambre, las epidemias y el abandono social. Al advertirse el fenómeno de desespiritualización, desde diferentes puntos de vista y lugares de la tierra y por distintas comunidades o sectores de la humanidad actual, a fin de evitar una destrucción masiva de un gran sector de esa humanidad, surge como imperiosa la reespiritualización. Volver a espiritualizar al hombre. Para ello hay que re-valorizarlo llenándolo de valores, ya sea los perdidos, los desconocidos, o “nuevos valores” que interpreten la verdadera naturaleza del ser humano. Volverlo a “ser hombre”, lo que significa re-humanizarlo u hominizarlo. En eso consiste el meollo de la revolución espiritual. Algunos lo proponen como un sacrificio personal de los que aun conservan un resto de espíritu y aparecen los prohombres espirituales que se destacan como gurúes o como asistentes de la desgracia y la necesidad (cuyo ejemplo más notable es el de la Hermana Teresa de Calcuta o los traperos de Emaús del abate Pierre). Así, se habla de la asistencia espiritual o la caridad aplicada a la filantropía, la beneficencia (se pensó en un Estado benefactor) y a los ejemplos personales que “dan de sí” todo lo posible para paliar la necesidad, especialmente la física. Pero ninguna asistencia espiritual o material alcanza a cubrir toda la necesidad o necesidad completa de esta humanidad doliente. La idea que más predomina es la de la educación. El hombre debe ser educado o reeducado. Educado para comer, educado para desenvolverse en la sociedad, educado para la salud, educado para trabajar, educado para sentir (inteligencia emocional), educado para conocer (instrucción o alfabetización), etc. Pero esta idea de la educación es paradójica. Se habla mucho de ella, como se habla de amor y del espíritu, pero ¡oh sorpresa!: ¿qué son esas palabras? Si como Sócrates salimos a preguntar a todos los que predican esos valores qué quieren decir con esas palabras, encontraremos que la mayoría tendrá muchos conceptos y definiciones, pero pocos podrán precisar exactamente qué quieren decir cuando pronuncian esos términos. La confusión y el poco sentido profundo llevan a una polisemia donde una misma palabra, además de varios significados puede llegar incluso a enunciar cosas absurdas o contradictorias por la mala costumbre de crear alegorías en lugar de realidades concretas. La educación es uno de los términos, como amor, más usados y poco conocidos. Esto ha llevado a una nueva preocupación: perfeccionar el lenguaje, pues sin él no habrá comunicación ni mensaje. Volver a llenar de contenido las palabras. El principal líder de este movimiento es Heidegger quien propone a la etimología como una de las mejores bases para volver a dar sentido a las palabras y al lenguaje y después con este lenguaje renovado y conocido volver a pensar (repensar) todo lo conocido, predicado y usado. Llenar los contenidos de las palabras a usar no significar fundar una idea o pensamiento sólo en el contexto de lo lingüístico, no es que la palabra vaya a dar origen o basamento a una idea, sino es buscar la palabra que exprese ajustadamente lo que se piensa. Si no conocemos el código no descifraremos el mensaje. Es verdad que la comunicación no sólo depende de palabras, sino que hay muchos medios para transmitir un mensaje, un sentimiento o un pensamiento. Pero detrás de cada código (gesto, señal) debe haber un significado previo que es el que descodifica lo que un gesto quiere decir. Incluso, hasta para recibir un mensaje afectivo es necesaria la comprensión previa del sentimiento. Normalmente un sentimiento se intuye más que explicarlo. Pero la reacción al mensaje afectivo o respuesta siempre estará condicionada en el contexto de nuestra interpretación a la intuición o a la explicación, debido a mi concepto apriorístico de los sentimientos. Y ese contexto exige un lenguaje. Si sólo un gesto de amor fuera suficiente para entender un mensaje, el mundo no se hallaría en la encrucijada actual con todos los gestos de amor que ha recibido, entre ellos el de Cristo. Esto explica lo que antes dijimos. Todo gesto, incluso el producido por un sentimiento, necesita un lecho comprensivo. No siempre, un mismo gesto provoca una misma reacción en personas distintas. Aprender a comunicarse es otro de los instrumentos de la revolución espiritual. 14
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II
LA OBVIEDAD DEL ESPÍRITU. EL “SISTEMA” ESPIRITUAL “Creo que el hombre no sólo perdura sino que prevalecerá. Es inmortal, no porque él solo entre las criaturas tenga una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia” William Faulkner
El fenómeno “espíritu”: su naturaleza
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o primero, si vamos a hablar de espíritu, es conocer, saber, entender y comprender cuál es el concepto que usaremos del vocablo espíritu. Es evidente que si bien todos poseemos ese “algo” denominado alma o espíritu, tampoco es menos cierta la tendencia a ser considerado una entelequia. Esta palabra tiene una noción etimológica y dos claras acepciones opuestas, según la RAE: 1. La noción etimológica la ubica como una “actividad constante” 2. La primera acepción nos habla del concepto filosófico “cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio” 3. Finalmente, la segunda y última acepción está referida al uso irónico del término, el que usa para designa una “cosa irreal” Por lógica, para quienes aceptan la existencia del alma o el espíritu como entidades en sí mismas, sin necesidad de depender de otra cosa para ser lo que son y, dadas las características con que se manifiestan o modos de ser, realmente la noción etimológica se condice con la acepción del concepto filosófico. No hay dudas de que el concepto alma o espíritu, tal cual se denota y acepta, es una actividad constante que se manifiesta como cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio. Por otra parte, las manifestaciones espirituales o anímicas son evidentes, aunque no pueda conocerse su esencia. Es decir, son “cosas reales”. Quienes se muestran escépticos o incrédulos en aceptar estos fenómenos como entidades propias, por ignorar la naturaleza de los mismos, tienden a la ironía y, en estos casos, la palabra entelequia se transforma en un sinónimo de irrealidad. Quienes manifiestan su incredulidad están operando como la fábula de la zorra y las uvas: por no alcanzar a captar lo que esos fenómenos son en sí y por no comprenderlos adecuadamente, optan por ignorarlos y aplicarles el término de irreales, como si esto solucionara la cuestión de la existencia del alma o del espíritu. En primer lugar, si fueran irreales no se estaría discutiendo sobre su existencia, pues no habría materia de conflicto. En segundo lugar, la universalidad de la acepción de la existencia del alma o espíritu como fenómeno real, dan la pauta de que ese fenómeno es percibido y comprendido por la mayoría de los seres humanos. Esto nos lleva al terreno de la relatividad en el cual habría dos clases de personas: las que son capaces de sentir y comprender y las que no sienten ni comprenden o no alcanzan a captar un fenómeno en su dimensión exacta. Una cosa es clara y cierta: mientras haya individuos que no sean sensibles a las manifestaciones espirituales, seguirá la polémica inacabable de la esencia y existencia del alma y del espíritu. Quienes nos hemos enrolado en la mayoría, que es la que acepta tal esencia y existencia, no tenemos ninguna duda de que son fenómenos reales. La ignorancia o desconocimiento de su naturaleza y modo como operan sobre la vida y el cuerpo humano nos plantea muchas 15
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incógnitas, las cuales no pueden ser llevadas al territorio científico estricto por ser una cuestión inmaterial. Pero muchos hombres, convencidos totalmente de que alma y espíritu con dos cosas indiscutibles y muy reales, han tratado por todos los medios de “cientifizar” a los fenómenos, estableciendo nuevos métodos de investigación que pueden ser estandardizados en tablas y medidas. La validez de esos métodos es lo que hoy se discute en medios científicos, dada la tenaz resistencia de los “academicistas” que se aferran al cientificismo estricto de tener parámetros fijos y universales para repetir y catalogar un fenómeno bajo análisis científico. La ciencia es capaz de tomar un todo y dividirlo en partes (análisis), sobremanera, en cosas materiales, pero raramente puede tomar partes separadas y restituir un todo (síntesis) en cuestiones no materiales. El poder de síntesis es más propio de la metafísica filosófica o del sentimiento metafísico de la fe o creencia. Mientras el científico, al decir de Sartori, es un pensamiento de homo sensibilis, el metafísico es el pensamiento del homo intelligibilis. Mientras un hombre piensa en el fenómeno que puede captar sólo con sus sentidos, el otro lo comprende y lo resume en un concepto abstracto, fruto exclusivo del trabajo mental introspectivo y no del análisis extrospectivo. Giovanni Sartori6 sostiene que “el homo sapiens debe todo su saber y todo el avance de su entendimiento a su capacidad de abstracción”. Nosotros hemos analizado la facultad mental de abstraer, mediante la cual el hombre incorpora a su mente ideas o imágenes de las cosas que percibe a través de los sentidos, pero también de aquellas que no son perceptibles y son producidas por la propia mente, como son los conceptos. Esos conceptos parten de las imágenes de la percepción o imágenes objetivas, o bien, nacen en imágenes subjetivas, irreales o imaginadas (idea elaborada por la mente, imaginada, sin el dato de los sentidos y por una simple percepción extrasensorial, interna o endógena. Imagen puramente mental). Tanto las imágenes abstractas, producto del estímulo de los sentidos por un objeto exterior o imagen exógena, como las abstractas meramente producidas por la mente o la imaginación sin la participación de los sentidos o imagen endógena, son imágenes elaboradas por un proceso mental. Luego, esto hizo pensar a Platón y otros filósofos que esas imágenes alejan al hombre del mundo real, objetivo, del mundo del ambiente o medio que lo circunda. Por un lado, porque las imágenes abstraídas de fenómenos reales, nunca expresan fielmente al objeto observado ni lo reproducen tal cual, por lo que no pueden expresarlo así ni por la reproducción gráfica o pintura, ni muchos menos por el signo abstracto que es la palabra. En cuanto a las imágenes abstractas endógenas, que luego veremos, por ser irreales, son mucho más difíciles de expresar y entender por no tener un referente específico e, incluso, formarse sólo como idea casi individual o personal (subjetividad). Si bien nadie puede definir certera y completamente qué es el espíritu, tampoco es menos cierto, como dice Chopra,7 que muchos podemos decir, frente al esfuerzo de la definición, que “no es esto ni aquello”. ¿Por qué esta dificultad? El mismo Chopra lo asevera: “el espíritu no tiene causa; no está limitado por el tiempo ni el espacio; no es una sensación que pueda ser vista, tocada ni percibida por el gusto o el olfato”. Otra idea de Chopra es “al espíritu no se lo percibe como emoción o sensación física... se experimenta primero como la ausencia de lo que no es espíritu”. De ahí la necesidad de buscar ideas, aproximaciones y símbolos. Sartori define claramente que determinadas palabras del lenguaje del hombre son simplemente símbolos lo que quiere decir que son “representaciones sensorialmente perceptibles de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una convención socialmente aceptada”. Esto significa, en la explicación del autor, que la mente admite figuras, 6 7
Autor de HOMO VIDENS. LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA, editado en Italia en 1998 Deepak Chopra – EL CAMINO HACIA EL AMOR, Editorial Vergara, Bs. As., 2001
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imágenes de cosas perceptibles por el tacto, el oído, el gusto, el olfato o el ojo (cosas que se ven, cosas visibles). A este grupo pertenecen los nombres propios y las “palabras concretas” que se refieren a un objeto común a todos (cama, mesa, carne, automóvil, gato, mujer, etc.). Para Sartori, esto constituye “nuestro vocabulario de orden práctico”, el que se maneja cotidianamente en nuestra vida común. Pero hay otro orden de palabras que constituyen un “vocabulario cognoscitivo y teórico”, cuyo carácter abstracto puro (imagen endógena) no le da correlato en objetos o cosas perceptibles por nuestros sentidos. Por ende, el significado de esas abstracciones interiores o intelectuales no se puede traducir con una imagen mental concreta, como ocurre con los símbolos. De este modo, para Sartori, ciudad es un concepto que de algún modo forma un símbolo o figura visualizable. Pero, por ejemplo, ¿quién puede formar un símbolo o imagen mental con las palabras nación, Estado, soberanía, democracia, representación, burocracia y otras similares? De igual modo ocurre con los clásicos abstractos que designan cualidades: belleza, fealdad, bondad, maldad; los que designan valores como virtud, ética, moralidad, etc. y, por lógica, con lo referido a la espiritualidad. Esto ocurre porque los conceptos abstractos son productos exclusivos de nuestra mente y cuya entidad no es posible imaginar en una figura concreta y común a todos. Sólo nuestra mente puede denotar un poco y connotar mucho, conceptos como justicia, legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, derechos. Pero mientras esa mente sólo puede hacer “visible” en forma contingente algunas cualidades cuando son referidas a un objeto en particular (una flor puede ser bella o fea, una persona puede ser buena o mala), los conceptos referidos a entidades puramente abstractas, sin que se pueda referir a una cosa en concreto, constituyen abstracciones “no visibles” en modo alguno. Este concepto de algunos abstractos como entidades invisibles e inexistentes, sin embargo, no es óbice para que el hombre maneje conceptos cotidianos referidos a la realidad social, política y económica que en particular está inmersa cada persona de la sociedad humana. Las palabras: desocupación, inteligencia, felicidad, son abstractos fundamentados únicamente en un pensamiento conceptual que no tiene ningún sostén real. Si queremos darle un sustento de “visibilidad” sólo lo haremos como lo hacemos con las cualidades: tomamos un sujeto concreto y le aplicamos el abstracto. Así, la desocupación se hará “visible” a través de la imagen concreta del desocupado como desempleado. Otro concepto como la felicidad será posible visualizarlo a través de la fotografía de un hombre que realmente es feliz y, en consecuencia, en la foto lucirá una cara con expresión plácida y sonriente, una “cara feliz”. La palabra libertad, siguiendo la idea de Sartori, tiene “representatividad” en la figura de un preso liberado u ejemplo similar. Obviamente, la palabra igualdad tendrá una concretización en la comparación entre dos objetos similares a los que llamamos “iguales”. En cambio, la palabra inteligencia no es posible hacerla concreta sin la imagen de un cerebro. Esto es debido a que en ese órgano residen las facultades intelectuales y el poder de inteligibilidad. Pero Sartori remarca que esta forma de imaginar asociaciones es una actitud peligrosa, como antes lo destacó Platón, que lleva a distorsionar mucho el significado ajustado de esos conceptos abstractos. A modo de explicación, nos dice que la imagen de un hombre desocupado o desempleado no lleva a comprender cabalmente la causa de la falta de trabajo y como resolver esa coyuntura. Simplemente es una asociación un tanto burda, de tener una idea concreta del desempleo, pero sólo desde un punto de vista: el hombre sin trabajo. Para poder completar todas las implicancias del término abstracto desempleo o desocupación laboral, habrá que acudir a otras concepciones metafísicas o modos de conclusiones extraídas del análisis de una realidad (es el trabajo de las ciencias sociales, económicas, políticas, psicológicas, de las filosóficas, etc.). Nunca, por sí, un abstracto, con sólo pronunciarlo, nos dirá todo su contenido en forma particular. Los contenidos concretos del abstracto se materializan también en situaciones concretas. Así no todos los liberados de una cárcel abarcan toda la extensión del término libertad ni todos los pobres concretos del orbe nos explican qué es la pobreza, como tampoco conocer a un grupo de enfermos nos dice clara y completamente que significa la palabra enfermedad.
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El manejo social del lenguaje por parte de agrupaciones humanas ha permitido clasificar a muchos pueblos como primitivos o avanzados. Los pueblos primitivos son los que conservan una organización tribal y sólo se comunican con palabras concretas, es decir, las referidas a la realidad inmediata circundante y a objetos exclusivamente perceptibles. Este tipo de lenguaje concreto les facilita la comunicación entre sí, pero de ninguna manera les otorga una capacidad que Sartori llama “científico-cognoscitiva”. Esto significa que esos pueblos tienen el don de entenderse entre sí, de comunicarse, pero de ningún modo podrán progresar “científicamente” porque no poseen el sentido del análisis y la síntesis de la disciplina llamada ciencia. Contrariamente, los llamados pueblos avanzados son los que han adquirido el lenguaje abstracto, especialmente el construido por un andamiaje lógico (sometido a las reglas de la lógica) que es lo que permite el “conocimiento analítico-científico”. Esos pueblos “avanzados” son propulsados por la tecnología y las ciencias en general y por una “mente culta” en particular. Es la mente del “pensamiento abstracto” que es el que da lugar al arte de pensar y puede ser la base de una comunicación más elaborada y de la transmisión de conceptos basados en la capacidad de la dialéctica del análisis (tesis-antítesis) y la síntesis, no sólo de lo científico, sino también de las cuestiones abstractas. De esta manera, Sartori concluye que “todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por los sentidos”. Dicho de otra forma, esto puede enunciarse como que el conocimiento total del hombre actual, civilizado o “avanzado” es producto no sólo de las impresiones de sus cinco sentidos, del mundo percibido exclusivamente por los sentidos (mundus sensibilis), sino que también está completado por los conceptos puramente mentales y sin representación sensible que son los abstractos y que pertenecen al mundo intelectual (mundus intelligibilis). Esto nos puede retrotraer a conceptos tales como el sensismo o doctrina epistemológica basada en el mundus sensibilis que postulaba que exclusivamente las ideas del hombre son símbolos “calcados”, derivados de las meras experiencias sensibles. Esta doctrina, si bien expresa un fenómeno real y existente, al no ser la expresión cabal de cómo el hombre llega a formar sus conceptos, no prosperó por intentar su primacía. Otra cosa hubiera sido si se la ubicase como parte del proceso mental de la conceptuación. Como reacción al sensismo y tratando de explicar las cosas al revés, Kant sostenía que las ideas o idea son, según cita Sartori, “un concepto necesario de la razón al cual no puede ser dado en los sentidos por ningún objeto adecuado”. Tanto el sensismo como el kantismo expresan dos fundamentalismos, si bien parten de hechos fenoménicos concretos. Hay imágenes que nacen de los sentidos pero que sólo el cerebro, sede de la inteligencia, es capaz de dar forma y, por lo tanto, imprimirle un significado para formar un concepto. Naturalmente, si queremos ir al fondo de la cuestión, llegaremos a la conclusión kantiana de que sólo la inteligencia es capaz de formar todos los conceptos, tanto los que nacen de la percepción sensible como los que forma exclusivamente la mente. De ahí que hubiera que admitir únicamente la existencia del mundus intelligibilis como proceso final del conocimiento y de toda otra actividad espiritual. Esto nos transforma en homo sapiens y nada más. Ahora, vamos al fondo de la cuestión: ¿por qué el cerebro tiene ideas, imágenes y abstracciones subjetivas? Las neurociencias nos hablan de la “memoria filética”. Yo pregunto: ¿esta memoria filética intangible no es, acaso, otra cosa que el espíritu, que se refleja en el “molde” de la memoria filética para usar el cerebro como órgano de expresión? Esto explicaría porqué el cerebro es capaz de generar ideas, pero no por un simple juego biofisicoquímico de reacciones neuronales, sino porque es “iluminado” desde esa memoria filética que cuando despierta nos sorprende con poderes insospechados y que el propio cerebro desconoce. Nos hemos permitido esta larga digresión sobre el lenguaje y el uso y conocimiento de las palabras, pues, quizás, el entendimiento del problema alma-espíritu sea más dialéctico que intelectual o científico o filosófico. Es patético que ciertas cuestiones semánticas son mejor comprendidas por la filosofía o el pensamiento abstracto que el pensamiento científicoanalítico-perceptivo o sensista (relativo al uso de los sentidos). Mientras el primero analiza tanto 18
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las cuestiones materiales como inmateriales, el segundo sólo analiza cuestiones materiales. La inmaterialidad es la imposibilidad lógica y el vallado más difícil de sortear por lo llamado ciencia. Pero la tendencia en el siglo XXI es que la ciencia también cambie sus conceptos para transformarse en lo que Sartori denomina “científico-cognoscitivo”. Esto significa que el fin último de la ciencia es “conocer” todos los fenómenos sensibles y aún los que no están expuestos a la materialidad de los sentidos (sino sólo son patrimonio del sentimiento íntimo de todos los seres humanos). Si bien el espíritu tiene manifestaciones “sensibles” en forma indirecta (a través de las acciones espirituales) su existencia es perceptible por las sensaciones extrasensoriales. Esta fina “perceptibilidad”8 es lo que lo hace materia de “investigación científica”, pero con una ciencia que haya introducidos cambios suficientes y efectivos para “materializar” lo inmaterial. Aún así, esta ciencia confirmará los modos de ser o de manifestarse de un fenómeno inmaterial, pero nunca podrá llegar a conocer certeramente la esencia del mismo. Las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM) o “percepción inconsciente” He venido apelando al fenómeno dialéctico para expresar la dificultad de explicar la existencia obvia del espíritu, puesto que no se tiene una idea clara del concepto que encierra. Ahora entraré directamente al terreno de la discusión científica para remarcar un fenómeno que es una forma de manifestar obviamente al espíritu: las llamadas “experiencias cercanas a la muerte”, cuestión en que intervienen los fenómenos extrasensoriales que hemos aludido En referencia a dichos fenómenos, ahora citaré algunos hechos sometidos a observación científica. Lo que más polémicas ha traído en el presente son las denominadas “experiencias cercanas a la muerte” que consisten en relatos sobre sensaciones percibidas por quienes han estado en condiciones biológicas de muerte o privados de toda función consciente y luego “resucitan”. En realidad, son experiencias adquiridas en forma totalmente inconsciente, pero que después se hacen conscientes. Hemos traído a colación estas discutidas experiencias porque en alguna medida plantean hechos que son compatibles con la existencia del espíritu y serían probatorias de la naturaleza del espíritu según lo hemos expuesto en la explicación de la misma. Los relatos comunes de esas experiencias o sensaciones sobre la muerte y posterior regreso a la vida, sucintamente son: 1. impresión o sensación de estar percibiendo hechos sobre el cuerpo propio, pero como si uno estuviera flotando fuera de ese cuerpo, alrededor de él. Este fenómeno lo relatan los anacoretas o maestros yoghis como “trasmigración del alma”, donde por el esfuerzo de la meditación profunda se puede salir del cuerpo y tener la sensación de observarlo desde afuera o desde arriba. 2. Según los relatos, la experiencia es muy real y valedera por cuanto han referido con precisión los fenómenos percibidos y los hechos que ocurrían mientras el afectado se encontraba en un estado con ausencia total del conocimiento consciente de los mismos 3. sensación de deslizarse a gran velocidad por una especie de corredor o túnel a cuyo final se veía una luz intensa 4. encuentro con familiares o personas queridas muertas, con las cuales se estrechan y hablan, se escuchan voces e incluso el mandato de “volver” al cuerpo 5. recuerdos de la vida pasada 6. sensaciones visuales o auditivas similares para todos los testimonios.
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Referida a la percepción por fuera de los cinco sentidos tradicionales y sólo captada por una percepción interior
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Quienes relatan estas experiencias lo hacen con el total y absoluto convencimiento de la verdad de su existencia y no como meras ilusiones o alucinaciones. La uniformidad de criterios y coincidencias de los relatos inclinan a pensar en un fenómeno común y universal. Esto ha traído opiniones favorables y de fe absoluta en esas experiencias y conceptos de escepticismo total, pues se consideran manifestaciones mentales de un cerebro sometido a condiciones especiales que lo llevan a ilusionar o alucinar. Entre las incrédulas se encuentra Susan Blackmore9 quien cree que los relatos efectuados son inexactos pues las sensaciones percibidas son meros estímulos estrictamente fisiológicos que pueden ser provocados experimentalmente. Pone como ejemplo que en las operaciones de cerebro, con anestesia local, muchos pacientes refieren experiencias similares a las ECM o las relatadas por los que tuvieron alucinaciones con psicofármacos o drogas como el LSD, el hachís, opio y algunos anestésicos.10 Para Blackmore todo se debe a que en esas circunstancias el cerebro se inunda de neurotransmisores propios opioides como las endorfinas, debida al estrés al cual están sometidos. Lo mismo ocurre cuando el cerebro está muriendo y esto es percibido por el paciente, el cual se estresa profundamente y la salida de neurotransmisores opioides le provoca estas imágenes alucinatorias. Sin embargo, la teoría de la hipoxemia cerebral, de la inhibición de algunos circuitos con hiperestimulación de otros debido a la liberación de neurotransmisores, no explican totalmente ciertas alucinaciones o experiencias como es la de verse “fuera del cuerpo” en el momento en que lo están resucitando y describir esas escenas con precisión, mientras se estaba probadamente con pérdida total del conocimiento. Una cosa es describir alucinaciones o ilusiones y otra muy destinta narrar con precisión de detalles hechos reales. Asimismo, la teoría de las precreencias que al morir se ve una luz y la figura de los seres queridos, no explica la presencia de otras visiones y sentimientos no preexistentes ni conocidos ni la transformación total de las personas después de la experiencia sufrida, puesto que difícilmente se pueda “pensar” en un estado de muerte física y mucho menos que un cerebro sin actividad pueda producir neurotransmisores. Por esto, otros investigadores como el Dr. Michael Sabom,11 estudiando determinadas experiencias,12 concluyen que las alucinaciones sólo serían posibles si hubiese actividad cerebral en algún grado. Pero los estudios electroencefalográficos, que son detectores muy fieles y confiables de la muy mínima actividad cerebral, habían indicado en casos puntuales que existía muerte cerebral y que el cerebro estaba totalmente inactivo, de igual modo que lo estaría una computadora desconectada de toda fuente de alimentación energética. Al no existir ninguna actividad cerebral significaba que los circuitos neuronales cerebrales no estaban produciendo ninguna sustancia neurotransmisora ni recibiendo estímulos de la misma, mucho menos, indicios de factores estresantes. Simplemente, los aparatos indicaban lisa y llanamente muerte total y en estas circunstancias, desde el punto de vista científico biológico y fisiológico, es imposible que el cerebro pudiera realizar alguna función y bajo ninguna circunstancia pudiera alucinar. En muchos cuerpos que estas experiencias sucedieron no tenían signos vitales ni por ellos circulaba sangre (estaban bajo respiración asistida y manipulación mecánica de la circulación). La paradoja se plantea así, a la luz de estos experimentos contundentes, en el sentido de que las ECM son percepciones independientes de la actividad cerebral; luego, si las teorías científicas 9
Investigadora británica autora del libro MORIR PARA VIVIR (Dying to Live) Es verdad lo que afirma la autora, pero en esos casos no hay “estado de muerte física y cerebral” 11 Cardiólogo e investigador de las ECM 12 El relato del neurocirujano, Dr. Robert Spetzler del Instituto Neurobiológico Barrows, Phoenix, Arizona, EE.UU. sobre el caso de la paciente Pam Reynolds, cuya muerte cerebral se comprobó fehacientemente comprobada y luego fue resucitada 10
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aceptadas actualmente sobre la vida, la muerte y la conciencia son exactas, en el sentido biologista, no hubiese posibilidades de que las ECM realmente ocurrieran. Por lo tanto, los fenómenos observados y comprobados obligan, de algún modo, a admitir la existencia del alma como entidad pura e independiente de toda organicidad. La doctora Bárbara Rommer13 ha efectuado estudios sobre más de 600 casos de ECM reunidas en grupos de apoyo. Ninguna de estas personas presentaban alteraciones mentales, es decir, eran perfectamente cuerdas y sanas desde el punto de vista mental, lo que descartaba patologías alucinatorias o tendencias a las mitomanías. Sus historias eran extrañas pero infrecuentes y muchos de ellos sufrieron cambios espirituales marcados después de las experiencias, lo que lleva a pensar en la sinceridad e impacto emocional que esas experiencias significaron. Un hecho que habla a favor de la efectiva existencia de las ECM. Además, comprobó la exactitud y similitud de todos los relatos consignados en el mundo. Las conclusiones finales de todos estos fenómenos y hechos son: 1. Muchos investigadores no se atreven a hablar de alma y espíritu basados sólo en estas experiencias 2. La explicación de que las ECM son causadas por la muerte del cerebro no significa de ningún modo una prueba de que hay vida después de la muerte 3. Las ECM sugieren que la conciencia podría residir en una función dada no sólo por el cerebro. Esta afirmación es probada por Pim Van Lommel14 quien comprobó en Noruega sobre 343 casos de víctimas de paros cardiacos y luego reanimadas, que pudieron contar con plena lucidez de conciencia, hechos concretos que le ocurrieron en el “período de muerte cerebral” constatado fehacientemente. Según estos experimentos, las cosas ocurren como si la conciencia se desprendiera del cuerpo, capta los hechos que ocurren alrededor de ese cuerpo y los memoriza, para recordarlos luego al ser reanimado el cuerpo. Considera que el cerebro (o el espíritu a través del cerebro inactivado) es como una videograbadora que capta los programas que no están en ese momento, en la pantalla pero que éstos le son enviados por ondas que están fuera de ella. Al activarse la pantalla (cerebro) es posible visualizar lo grabado. Cuando hay muerte cerebral, otras células siguen vivas por algún tiempo. Quizá, el alma que reside en todas esas células, también guardan algo de espíritu y de conciencia y esto es lo que permite cuando el cerebro vuelve a funcionar que las experiencias recogidas por esa “conciencia celular” sean retransmitidas al cerebro. En síntesis: el espíritu, como otros fenómenos espirituales y del alma no sólo residen en el cerebro, sino en cada célula del cuerpo, actuando a través de los mismos como una especie de “conciencia inconsciente” que sólo puede hacerse consciente a través de las neuronas cerebrales. Esta es la tesis final de Van Lommel. Esas células pierden la “memoria de la conciencia” al ser erradicadas de un organismo y trasplantadas a otro, razón por la cual los trasplantados no reciben en su cerebro las impresiones memoriosas de los órganos trasplantados. Este concepto nos remite una vez a que el hombre y todo su cuerpo son una unidad sellada indivisible. Cualquier ablación rompe su unidad físicoespiritual. Aún así, hay registradas experiencias excepcionales de trasplantados de corazón que dicen haber tenido sensaciones que al describirlas a los parientes del donante, las reconocen como memorias de hechos que le habían ocurrido al donante fallecido. De ser cierto esto, no habría forma de rebatir la teoría de que la memoria es una facultad del alma y como ésta reside en todas las células, es posible que dicha memoria se 13 14
Médica interna de Fort Lauderdale, Florida, EE.UU. en un experimento publicado en The Lancet
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haga patente al hallar el camino de la expresión que le presta únicamente la neurona cerebral. Sin ser muy descabellado, es como si existiera una especie de “fondo común” de inteligencia que actúa como una energía independiente de un cuerpo individual pero que en algún momento logra conectarse e introducirse en la mente de una persona en particular y expresarse. Para los descreídos de que esto sea así, valga el ejemplo de la Internet. La Internet es una formidable herramienta informática que contiene billones de datos, los cuales pueden no estar en nuestra computadora personal. Pero, si por alguna circunstancia conectamos nuestra PC a la Internet y pulsamos determinados buscadores, introduciremos en nuestra PC esos datos que la misma no poseía. Algunos investigadores bioéticos y teologistas, remarcan que los pacientes con ECM las consideran como un “contacto con la eternidad” y creen que volver al estado consciente significa o una “extraordinaria reanimación” o realmente el milagro de “volver a vivir”. Desde el punto de vista teológico o religioso no puede existir una “vuelta a la vida” puesto que esto significaría lisa y llanamente lo que se llama un milagro y sería un hecho sobrenatural. Tampoco es resucitar porque el concepto de resurrección en determinadas doctrinas religiosas como la católica significa morir, ir al cielo y desde allí volver a recuperar el cuerpo que se poseía antes de morir y esto ocurriría una sola vez. La resurrección de la teología católica sólo ocurriría al final del mundo, de acuerdo a las sagradas escrituras y la doctrina teológica y, después de ocurrida, se queda en estado de eternidad. O bien, como fruto de un milagro. Esta corriente religiosa, en los ECM, admite sólo el hecho de una reanimación fruto de fuerzas azarosas o de un esfuerzo tecnológico y estas experiencias pertenecen más al campo de estudios de las ciencias humanistas o ciencias del espíritu, que de las ciencias duras o académicas que sólo admiten resultados concretos de investigaciones repetibles infinitamente por medios de parámetros rigurosos. Lo inverificable científicamente de las ECM trasladan su estudio a la metafísica pero no a la religión, para la cual no hubo muerte propiamente dicha sino una situación que ha superado los límites estándares empíricos fijados como vida o muerte y provocan una situación o experiencia emocional y psíquica no explicable por mecanismos fisiológicos. Si hubiese muerte propiamente dicha, entonces hay que admitir que la vuelta a la vida es un milagro. Esto implica aceptar la existencia de los milagros. Es decir, se trabaja con una concepción propia del terreno de la fe religiosa. Para muchos de los que experimentaron ECM lo que le sucedió es realmente un milagro y así lo interpretan tanto los creyentes como los ateos, ocurriendo la transformación de muchos ateos en creyentes y posibilitando otros cambios espirituales notables y totalmente opuestos a lo que se era antes de los ECM. Esta es la mejor prueba de un verdadero fenómeno espiritual que no sólo existió sino que puede provocar efectos reales como es el despertar del espíritu. Lo cierto es que en los ECM hay un fenómeno percibido en la inconsciencia total pero que luego se “concientiza”, lo que podría ser considerado como una verdadera percepción inconsciente, término que resulta paradójico, dado que habíamos definido a percepción como lo que se siente en forma consciente. Acá, lo de percepción es para remarcar la “concientización” de algo sentido en forma inconsciente. No obstante, es evidente que a la luz de estos fenómenos, el concepto de percepción también cambia y va más allá de la clásica percepción de los sentidos y la conciencia para constituir un fenómeno único y complejo, cuyos efectos en el cuerpo pueden ser explicados por la ciencia, pero no las causas que originan dicha percepción. Los ECM son la mejor muestra de este postulado.
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Incluso, la misma Blackmore reconoció que hay cosas que están fuera del conocimiento y la explicación científica y se escuda en la justificación de la existencia de fenómenos cerebrales todavía desconocidos. La existencia del espíritu He venido insistiendo en que la existencia del espíritu es fenómeno indudable. También he remarcado que el problema mayor no es saber si existe o no. El problema es percibirlo y definirlo y en la definición entra el problema semántico que vengo analizando. Es acá donde el lenguaje, al decir de Bécquer,15 se vuelve mezquino para darnos las palabras que con justicia nos expliquen con claridad qué es el fenómeno espiritual. Son los conceptos expresados en palabras los que impiden acceder a lo qué el espíritu es. Nos debatimos por autoexplicarnos en lo atinente a nuestra esencia, a qué es la vida, la existencia, el alma y el espíritu mismo. Pero el lenguaje sólo nos permite usar conceptos como vida y muerte, cuerpo y alma, energía y materia, inteligible e ininteligible, racional o irracional, natural o sobrenatural, lógico o misterioso, etc. Sólo sabemos de oposiciones lingüísticas y de conceptos racionales concretos o abstractos. Pero las ideas que están dentro de nuestra mente son muy diversas y hay tales cantidades de imágenes externas e internas, que nos es imposible entenderlas a todas (comprenderlas) y, mucho menos, explicarlas para sí mismo y para otros. Podemos buscar palabras afines, conceptos elegantes o más o menos explícitos, pero aquello que para nuestro lenguaje interior es claro, puede no serlo, con el mismo lenguaje, en el interior de otro. Las palabras nos traicionan cuando queremos con ella colocar lo que está en nuestra mente, en la mente de otro (comunicarnos). Nunca lograremos ser uno con los otros. Siempre habrá un grado de diversidad. Sólo cuando las mentes comulgan en el silencio comprensivo para aceptar y contemplar un fenómeno, comienza el principio de entendimiento mutuo. Paradójicamente, nos comunicamos con la comunión espiritual y no con el lenguaje expreso. El sentimiento mutuo de un fenómeno determinado es la amalgama entre dos mentes para coincidir en la aceptación del fenómeno. Si nos damos cuenta de esta verdad, podremos comprender por qué nos distanciamos mentalmente unos de otros. Si podemos concordar un consenso sobre el sentido y el alcance de nuestras palabras, lograremos comunicarnos. De lo contrario, persistiremos encerrados en nuestros propios conceptos e ideas. El ensimismamiento puede ser el resultado de no encontrar una vía o camino para encontrarnos con otros en un lugar común. Por el sentido contrario, cuando deseamos coparticipar nuestra experiencia espiritual, es cuando nace la actitud de esfuerzo por acercarnos primero a nuestro propio ser y luego al de los otros. Aquella archisabida máxima de Sócrates, “conócete a ti mismo”, tiene hoy la más o mayor vigencia que cuando la pronunció el filósofo. Sólo comprendiendo lo que soy puedo llegar a abarcar lo que los demás son. Esto me indica que hay una unidad mucho más compacta de lo que se puede llegar a creer pero que nos alejamos de ella al centrar la atención en las diferencias y distraerla de las coincidencias. Al salir de nosotros, dejando el ensimismamiento, podemos convertirnos en observadores, dadores y buscadores, al decir de Chopra. Este pensador natural de la India, pero criado en el pensamiento occidental, obra como un verdadero sintetizador del pensamiento oriental y occidental. Con una mente oriental analiza el pensamiento occidental y logra unificarlos para obtener una doctrina, que sin perder lo oriental, nos lleva a ordenar lo occidental. Nos explica el cosmos y lo que somos. Nos identifica con nuestra esencia de espíritu puro. Mientras Plotino intento unir a oriente y occidente por los accidentes del pensamiento entre sí, Chopra realiza la síntesis operando sobre el hombre en sí, el mismo hombre que está en oriente y occidente pero que se manifiesta con ideas aparentemente diversas o diferentes. Chopra muestra que no hay tal diferencia sino que hay puntos de vista distintos que pueden integrarse a una experiencia común. Plotino analiza la obra del pensamiento, Chopra analiza al hombre que piensa. Ambos encontraron coincidencias.
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Gustavo Adolfo Bécquer - RIMAS
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Retomando el concepto del problema semántico para definir fenómenos como la mente y el espíritu, es bueno recordar algunos conceptos de investigadores. John Cohen16 busca la definición de mente en un rastreo etimológico e histórico. Asevera que conocer más de un idioma ayuda a comprender que “hay cosas que se dicen o expresan mejor” en un idioma que en otro. No obstante, cree que “todo lenguaje natural es un museo de palabras, cada una de las cuales representa un depósito de las creencias o formas de pensar propias de las gentes entre las cuales ese idioma llegó a ser lo que es” Pero, admite que no se debe adoptar el dogmatismo de pensar que todas las nociones o conocimientos que el hombre tiene de sí mismo y del entorno o mundo que le rodea, son estrictamente configuradas por la lengua materna. Tampoco, piensa este autor, que con haber dado a la palabra mente un uso común y generalizado, esta sola utilización expresa la verdad de lo que la mente es. De ser así, caeríamos en un grave error, puesto que la misma palabra (o palabras afines), en otros idiomas, manifiesta vínculos “muy complicados”. Si bien Cohen se refiere específicamente a los conceptos referidos a la palabra mente, en general, todas sus reflexiones sobre los matices del lenguaje son aplicables a todas las cuestiones de cualquier naturaleza (científica, religiosa, filosófica, etc.) porque en el fondo todos los conceptos dependen de las palabras y éstas de las lenguas en que uno se educa, aprende y se desarrolla. Independiente del esfuerzo de los pensadores que se afanan por explicar el misterio espiritual, tan patente y a la vez tan misterioso e inalcanzable a pesar de estar dentro de nosotros, lo que interesa es llegar, con el escaso lenguaje, a encontrar los términos, ya sean conocidos o creados expresamente (neologismos) que permitan hacer inteligible o comprensible el fenómeno espiritual. Uno de los medios que debemos incorporar en forma inmediata, como una especie de llave intelectual para abrir la mente a la comprensión o abarcamiento o englobamiento del fenómeno, es definitivamente aceptar que hay una energía o fuerza que a manera de campo electromagnético o gravitatorio, rija el cosmos. Entendiendo por cosmos lo que el hombre es y el medio o ambiente en que habita, incluyendo todo el universo. Si podemos comprender y aceptar que la energía es lo básico y fundamental y que en ella reside todo secreto y misterio, dejaremos de postular otras abstracciones que nos distraen de lo principal para llevarnos a lo accesorio. Para aquellos aún apegados a lo racional e intelectual, a lo “científico” les diremos que la “ciencia” ya ha “probado” que la materia se transforma en energía y la energía en materia. Luego, no habría dudas de que está interconvertibilidad nos demuestra que no hay dos cosas separadas sino una sola cosa que interactúa. El problema reside en la cuestión de que yo tiendo a aceptar sin oposición a todo lo “material”, lo que impresiona más mis sentidos. Estos operan como un radar de la “verdad” y mi impulso natural es aceptar sin más todo lo que puedo ver, tocar, oír, palpar y degustar. Todo esto depende de cosas materiales y la materia depende de moléculas, átomos y partículas. Pero llegado al límite entre materia y energía, es muy difícil dilucidar hasta qué punto una partícula es energía, o la energía pura puede impactar nuestros sentidos. La capacidad de percepción de nuestro cuerpo está en los sentidos en forma inmediata. Pero la experiencia ha probado la percepción extrasensorial y una percepción mental introspectiva. Si nuestra mente se abre a todo el repertorio de sensaciones que nuestro cuerpo capta, no sólo seremos permeables a las sensaciones exteriores o sensuales, sino también las interiores o espirituales. Si yendo más lejos aceptamos que la energía es la fuente creadora de la materia, lograremos entrar en un puerto de comprensión que nos abre todas las posibilidades de abarcar lo material y lo inmaterial. La dualidad de lo visible e invisible, de lo sensorial y extrasensorial, lo material y lo energético o espiritual, son simple oposiciones de una mente poco creativa y nada abarcadora, que persiste o insiste en seguir atada a sus sentidos y a su cuerpo, en lugar de liberar la energía espiritual. Si logramos superar la etapa “materialista” de los sentidos y las sensaciones corporales y aceptar y zambullirnos en las sensaciones espirituales, sabremos sin dudas, que todo es energía o espíritu y lo demás es contingente. Únicamente el hombre que llega a alcanzar el estado espiritual es el que se convierte en creativo o creador, demostrando que la fuerza está en ese espíritu, el cual opera a través de su mente, pero también a través de 16
John Cohen – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial Labor, Barcelona, 1968
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todo su cuerpo, pues las sensaciones espirituales están más allá de la materia. Empero, la limitación corporal hace que el hombre esté más cerca de su cerebro que de su espíritu. Por eso, siempre buscará la dirección del misterio en la complicada molecularidad de su cuerpo y estará extasiado perdiendo su tiempo en conocer esa molecularidad. Si bien, en la práctica, esto le da poder técnico, la tecnicidad lo aleja cada vez más de la espiritualidad y quedará atrapado, inmerso y entrampado en el juguete técnico. Su “materialidad” le impide pensar y concentrarse en su espiritualidad y así cae en un universo molecular continuamente cambiante. Lo que hoy alcanza, supuestamente a “comprender” y “conocer”, mañana deberá olvidarlo (desaprender) para captar un nuevo punto de vista (reaprender) y tener otras nociones sobre el fenómeno material. La variedad de cosas que “descubre” y manipula a través de esas moléculas es increíble y fantástica. Por eso está sumergido en la fascinación que le produce conocer y manejar lo molecular. Encuentra satisfacciones en sus creaciones y especulaciones “materiales”. Pero el cambio continuo de sus puntos de vista le está indicando claramente que ese mundo molecular es tan infinito como infinita es la energía que lo modula. A cada nuevo descubrimiento, hay un nuevo cambio y así en forma infinita. Paradójicamente, el homo faber juega más con su técnica que lo lleva a explorar la magnitud infinita de una materia finita, ignorando que la verdadera infinitud es la energía que está detrás de esa materia. Esa energía, que en él es el espíritu. Desde que el hombre es hombre (valga el lugar común que elegimos), se ha manejado (entre otras) en la dicotomía de lo inmediato y lo mediato, lo intrascendente y lo trascendente. Naturalmente, la mayoría de la humanidad que existió y existe se queda con lo inmediato e intrascendente, mientras que la trascendencia que mueve la historia y el mundo humano material es privilegio de unos pocos. La obra material de las “civilizaciones” se pierde en el tiempo histórico y a través del curso de los siglos. La obra espiritual perdura y renace y crece en el transcurso del tiempo y el espacio. Mientras la obra civilizadora es fruto de un tiempo y un espacio, la obra espiritual es intemporal e inespacial. No ocupa un lugar ni transcurre sólo en un tiempo. Es trascendente y está por sobre todas las cosas y cuestiones. Lamentablemente no alcanza la universalidad concreta y objetiva y la humanidad sigue debatiéndose con una idea y una conducta relativa, temporal y espacial, mientras pierde la oportunidad de regresar al espíritu, sumirse en él y crecer en la verdadera dimensión que le es propia, abandonando la circunstancialidad de la mundanalidad prestada. No está al alcance de todos los hombres el poder llegar a su propia esencia o espíritu. No todos pueden adquirir el grado de comprensión absoluta para abarcar el pensamiento abstracto que es propio de la inteligencia, y se queda con el pensamiento concreto de su cotidianeidad, de su materialidad que le es inmediata. Está más encandilado con lo que tiene fuera de sí que con lo que lleva dentro “desde siempre”. Ama explorar el universo exterior y muy poco el interior. Le es más fácil asimilar lo que tiene “ante los ojos” y “a la mano” que aquello que debe buscar en la invisibilidad y que no puede manipular. El hombre que avizora la grandeza del espíritu y comprende que es lo realmente valioso para su vida, es el que se transforma paulatinamente, en varias etapas a medida que va alcanzando grados de perfeccionamiento en el conocimiento espiritual. Puede empezar siendo el observador de Chopra, aquel que asume un estado contemplativo, mediante el misticismo, el éxtasis, la meditación y la concentración interior o introspección y la extrospección sólo le sirve para comprender sus sensaciones interiores y observar el desarrollo o evolución de la materia bajo la dirección de la energía, o su propia evolución delineada por su espíritu. La extrospección no aumenta la funcionalidad mayor en sus neuronas. No aumenta el número de neuronas activadas ni la calidad de activación de las mismas. Sólo la introspección y la meditación profunda le permiten aumentar el número de neuronas actividades y tener mayor poder mental. Su evolución no está en el progreso material sino en el crecimiento espiritual y en la extensión de su inteligencia como instrumento abarcador y operador. Operador no sólo de la materia sino de la perfección individual. Cuando el observador ha logrado parcialmente el auto encuentro 25
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comienza a ser el “buscador” de todos los horizontes espirituales posibles. Esto es lo que Jasper llamó “lo abarcador”, salvando las distancias conceptuales entre Jasper y Chopra. Sólo nos interesa remarcar las coincidencias de un fenómeno, aunque las intenciones sean diferentes para ambos pensadores. El “buscador” o abarcador no se conformará sólo con encontrarse a sí mismo y comprender a los demás. Seguirá explorando la inmensidad del universo espiritual, de la misma forma que el hombre científico busca la inmensidad de la molecularidad. Ambos estarán sorprendidos y embebidos en forma diferente en mundos diferentes. Pero les une el mismo afán buscador y explorador y conocedor. Ambos intentan llegar a la verdad, a los que las cosas son. Pero a uno le interesa sólo lo inmediato o material y temporal, mientras que el otro se preocupa por su trascendencia a lo inmaterial y eterno. Uno se preocupa por medir el tiempo y el espacio, el otro en transitar la intemporalidad en una dimensión sin espacio. El hombre que explora la molecularidad y mide el tiempo y el espacio, está concentrado en sí mismo y sólo se preocupa de su obra individual. Tiende a una conducta y actitud egocéntrica y todo gira en torno de su yo, pues le interesa el “éxito” de su búsqueda y, no pocos, querrán el reconocimiento de sus congéneres o “fama”. Dentro de la gama de los que exploran y explotan lo exterior, en desmedro de lo interior, estarán los otros egoístas, los que no investigan la molecularidad sino lo que buscan el placer y el poder inmediato a expensas de sus propios congéneres. Son los que viven explotándose a sí y a los otros para buscar el dinero o riqueza, el poder en cualquiera de sus formas y la satisfacción sensual. No les importa para nada lo espiritual. Esto es lo común con el investigador de la molecularidad. Por eso ambos están en una actitud y una dimensión agobiante, egoísta y sin ningún futuro. Sólo la transitoriedad del presente y con la muerte, acaba toda su obra e intención. Si hay una trascendencia sólo lo es porque otro igual a él recoge lo que él deja, para continuar operando de la misma forma y dirección. Esta es la continuidad histórica de la ciencia, la civilización y de la ruindad humana. La concentración del hombre en su yo le impide definitivamente llegar a la frontera del espíritu y de la trascendencia espiritual. Se pierde de ser él mismo, para vivir enajenado o convertirse en un ser vegetativo o animalizado. Siente y se ata a su biología, pero se aleja de su espíritu. El observador y el buscador que describe Chopra, se alejan de su yo o ego (mezquindad personal) y, por lo tanto, para abrirse al mundo y reencontrar el espíritu, no deben estar pendientes en sí, ni de la inmediatez de su materialidad. A lo sumo deberá preocuparse por su sustento inmediato de comida, vivienda, vestido y otros medios materiales de subsistencia, pero esto no lo alejará de su intención de reencuentro con el espíritu y la vida trascendente. Para ellos vivir es sólo adquirir un cuerpo y morir es abandonar ese cuerpo, pero el espíritu estará ahí siempre presente, independiente de que haya cuerpo o materia. Esta inmaterialidad e intemporalidad donde no juega la necesidad instintiva ni los impulsos biológicos y la mente dominan el cuerpo y no al revés, es lo que da la fuerza para alcanzar el verdadero sentido de vivir y ser hombre. El espíritu lo es todo y es el verdadero principio. El buscador y el observador que se encuentra a sí mismo y pierde el egoísmo, se convierte, en el concepto de Chopra, en el “dador”. ¿Dador de qué? De amor. Entonces encuentra al otro y se identifica en él como en sí mismo y une su espíritu al espíritu del otro con el único lazo espiritual posible: el amor. De ahí que amor y vida y espíritu sean tres cosas indisolublemente unidas con la autenticidad del ser humano y de ningún otro ser viviente. El dador encuentra la caridad y vive en función del otro entregando su espíritu o sus posesiones. Es el filántropo, el maestro o sabio que imparte su sabiduría. Es el ser generoso cuya vida es pura positividad y aleja de ella la negatividad. Opera en función del concepto de bien y de marginación del mal. La generosidad de la entrega espiritual y material es lo que considera la condición del santo, en lo religioso. El dador termina encontrándose con el otro o a través de la filantropía y acciones similares de servicios al prójimo o con la relación espiritual religiosa que implica la santidad. Cualquiera sea la dimensión de la entrega, humana o religiosa, tendrá como fondo e instrumento al espíritu y la diversidad de actitudes se fundirán en el mismo crisol de la espiritualidad. Sólo que algunos
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alcanzan la felicidad con el mero encuentro y servicio al otro, mientras que otros encuentran una meta en servir al prójimo pero por amor a Dios. Al hablar de espíritu, necesariamente debemos dedicar unos párrafos a las creencias religiosas en el sentido de que Dios es el encuentro con una especie de espíritu absoluto que rige todo principio espiritual. Pero como también el hombre en sí es un cosmos espiritual, el encuentro del espíritu, que es un mismo principio en todas sus formas, lleva a la identificación total. Dios y el hombre son espíritu puro en su esencia. Un mismo espíritu. Si creemos en la revelación a través de las Sagradas Escrituras, si Dios es el espíritu absoluto, al crear al hombre le insufló ese espíritu y lo hizo copartícipe. Por lo tanto, hombre y Dios están fusionados en la misma esencia espiritual. Deshilar el origen y la naturaleza del espíritu a través de la religión, como lo propone la Biblia, de ninguna manera significa que la concepción de espíritu es exclusiva de la religión. La religión ha aportado ideas originales que no es posible soslayar bajo el pretexto de que sólo están reservadas para los creyentes en Dios. Se puede hablar de Dios en forma independiente de la religión. De hecho los ateos hablan de Dios para negarlo, pero, a pesar de todas sus intenciones, no pueden prescindir de Dios para poder declararlo inexistente, dado que es imposible declarar como nada o inexistencia a un concepto previamente creado. Del mismo modo, sin la voluntad de aceptar como absoluto a un espíritu exclusivamente creado y proveniente de Dios, podemos mencionar el hecho ya instalado del concepto religioso de espíritu. Me he extendido en esta digresión a fin de evitar falsas interpretaciones de que mi única intención es fundar la existencia del espíritu en la existencia de Dios. Es exactamente lo contrario. Sólo pretendo mostrar al espíritu humano como entidad real que fundamenta por sí mismo la esencia y existencia del hombre, y como lo he dicho, siendo obvia su presencia (con fe o sin fe en Dios). Si resalto la presencia del espíritu, para acuñar el consenso universal del mismo, necesariamente me lleva a tratar todos los reconocimientos que a través de la historia se le formularon. Y, lógicamente, dentro de esa gama de conceptos está el dado por la fe religiosa. La fe podrá distinguir entre lo absoluto y lo contingente y decir que Dios es lo increado y es la fuente de la eternidad espiritual, mientras que el hombre es una criatura que está infundida del espíritu divino. No obstante, en el fin supremo, Dios y el hombre constituyen una sola unidad. Esto es lo que puede llevar a la confusión de algunos y no admitir que el hombre comparte el espíritu divino, por creerlo una presunción de soberbia de confundir al hombre con Dios o, para lo menos inspirados, llegar a creer que el hombre es Dios o, lo peor, sentirse que es el hombre-Dios o Dios-hombre. No hay césares, ni faraones. El Cristo es otra forma de inspiración divina del espíritu creador. Si Dios es realmente el principio creador y el verdadero y único espíritu santo, es evidente que la primera coparticipación de ese espíritu santo fue el hombre creado (Adán); la segunda coparticipación fue Cristo y la más importante, Pentecostés. En todas estas circunstancias el espíritu santo está presente. De ahí que la teología católica deduzca la Santísima Trinidad, la que puede llevar a una confusión mental a quienes no puedan distinguir esta “división” de lo indivisible. Estemos seguros que Dios, Cristo, Espíritu Santo y hombre, desde una dimensión adecuada, son todos partes de una misma cosa. El mismo Cristo se encarga de aclarar que todos somos hijos de Dios, declarándose él mismo un Hijo de Dios, razón por la cual pide que llamemos a Dios Padre Nuestro. Por eso, en el encuentro final donde el hombre llega a su séptimo estado, según Chopra, el encuentro puro con el espíritu, adquiere una dimensión que lo funde en esa espiritualidad infinita y eterna y coparticipa de toda grandeza, tanto la humana como la divina. Todas las otras contingencias que existen por estar fuera de la espiritualidad es lo que ha creado el mundo de los abstractos del bien y del mal, de la belleza y la fealdad, de la bondad y la maldad. No hay bien y mal. Hay un espíritu sólo. Lo que hay, es un hombre espiritual completo o auténtico que muestra lo que es el bien, la positividad y la felicidad y el hombre que pierde su espiritualidad o sufre su corporalidad y conoce lo que entiende por mal, sufrimiento y negatividad. No hay que diferenciar entre tantos abstractos y conceptos absolutos. Es nuestra mente la que nos induce a jugar con ello y nos hace trampas en las que caemos por pecar de ingenuos. Dios, si existe, está dentro de nosotros y es allí donde podemos encontrarlo. Si pretendemos hallarlo en el mundo tendremos que creer en la magia y 27
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en el milagro. Si creemos en la magia y en el milagro, tendremos que aceptar, irremisiblemente, lo inmaterial, o sea, lo espiritual. Cualquiera sea el camino elegido o encontrado, nuestra reflexión interior o la iluminación a través de la magia y el milagro, nos llevarán a la única luz verdadera: el espíritu, a nuestro espíritu, el que está definitivamente, dentro de nosotros y en nosotros mismos. Es nuestra mente la que debemos educar para que deje de ponerle condicionamientos al espíritu y creer que éste puede tener estados diferentes. De que hay un Dios con aspectos diferentes. La diferencia de aspectos está sólo en la mente humana que se aleja de la espiritualidad. Los iluminados por el espíritu no tienen dudas, ni creen ni perciben diferencias. Sólo existen y viven guiados por el poder espiritual que, paradójicamente, les hará estar o alejarse del mundo, pero que en todo momento estarán por encima de él. Lo mundano, si es usado, será sólo un instrumento para supervivir materialmente o ayudar materialmente a los otros. Será un darse (dador) a los demás. El que se aleja de lo mundano quedará en la etapa del observador o contemplativo y nunca alcanzará la plenitud espiritual. Sé positivamente que no todos aceptarán lo que he dicho sobre el espíritu. Muchos se resisten a creer en lo meramente espiritual. Aún entre los “espirituales” hay diversas acepciones del espíritu. Precisamente, la rebeldía de aceptar al espíritu y a la energía como motor de todo lo material e inmaterial, es lo que ha hecho perder la senda de la verdad y del sentido del hombre. La aceptación de lo espiritual y la fusión completa con ello es lo que hace la unidad absoluta de todos los principios que el hombre conoce y maneja. Es la unidad de su esencia. Es la unidad de todo el cosmos y el universo e, incluso, del caos. No hay opuestos, no hay dicotomías. Sólo la mente del hombre las fabrica. Hay unidad absoluta en la existencia de un espíritu único que anima todo lo demás. Sólo hay diferencias entre las palabras y los conceptos. Todo lo diferente es puramente dialéctico y semántico. Incluso, la dicotomía bien-mal, amor-odio, verdad-falsedad, libertad-esclavitud, son los modos de manejo espiritual que el hombre hace de su espíritu. Si lo maneja bien optará por el bien, el amor, la verdad y la libertad. Si lo usa mal vivirá en el mal, el odio, la falsedad y la esclavitud (aunque crea que sus convicciones son las verdaderas). El buen uso espiritual prueba que hay una sola dirección de orden absoluto, mientras que el mal uso espiritual no es un absoluto sino un relativo emanado del mal uso. Se esto se funda la autenticidad (buen uso) y la inautenticidad (mal uso). El Bien es la fuerza natural inherente a toda la creación, el Mal es la fuerza artificial que esa creación ha inventado caprichosamente para separarse de lo natural. Estas afirmaciones pueden resultar complicadas para comprenderse correctamente, dado que sólo el que se encuentra en pleno uso correcto (buen uso) de sus facultades espirituales podrá abarcar todo el significado de esta aseveración, mientras que el que optó por el mal uso de sus facultades espirituales está tan obnubilado (lo que explica su opción) que no captará ni podrá abarcar lo que acabo de expresar. Polémica sobre la naturaleza espiritual Las “corrientes abolicionistas del alma” o “antiespiritualista” He apelado en los parágrafos anteriores a lo semántico y a los fenómenos extrasensoriales para ubicar en un plano racional-científico lo relativo al espíritu. En el texto que sigue abordaré la problemática científico en relación al concepto de que el cerebro es el operado de la fuerza espiritual, pues casi todos los fenómenos espirituales se manifiestan con facultades mentales que dependen del cerebro. En este parágrafo insistiré y ahondaré lo relativo al cerebro y al alma. Por ahora, alma y espíritu, salvo algunos escarceos o intentos “científicos”17, sólo son cuestiones semánticas que algunos biologistas intentan reducir a “meras funciones cerebrales” en las cuales el cerebro es el creador de Dios, del alma y las funciones 17
Los institutos de investigación de medicina holística (alma, cuerpo y mente) que en la Universidad de Harvard, EE.UU. dirige el Dr. Herbert Benson y su grupo de colaboradores
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espirituales y de la vida humana Decir que todo lo espiritual es una mera reacción química es desconocer que antes que el cerebro, desde los gametos, empieza la vida humana y con ella el alma. ¿Hay neuronas en los gametos puros? Ostensiblemente, no. Solo hay genes que luego originan la célula huevo y ésta a las stem cells o células madres que pueden generar todos los otros tipos de células incluyendo las neuronas. Esta es la prueba suprema e indiscutible que la stem cells es la célula portadora de la vida, es decir, del alma y esa alma la transmite, por igual, a todas las células. Todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma alma transmitida por la stem cells. Pero esas células se diferencian en las funciones. Es indudable que la función de la neurona cerebral, además de lo neurológico, es la expresión de todas las facultades del alma, en cuanto a sentimientos, ideas, pensamientos, conceptos, voluntad, etc. Anulemos el órgano principal de las neuronas que es el cerebro y veremos que ninguna de estas funciones se expresan. Para creer que el cerebro es el origen de la vida y el alma, el gameto tendría que ser, necesariamente, una neurona que es la célula cerebral básica. Sin neuronas no hay cerebro. Éste es el principio básico que no hay que perder de vista para no confundirnos. Pero si la stem cells es la que origina la neurona y todas las otras células, lo lógico sería pensar que la stem cells es la que origina las ideas que se atribuyen a las neuronas. Como se ve, esto de optar por la creencia de que sólo una célula es el origen de todas las ideas del hombre, se complica mucho con el análisis biológico, pero mucho más, con la reflexión filosófica o metafísica. Oakley Ray18 define a mente como “resultado del funcionamiento del cerebro: los pensamientos, las creencias, las ideas, las esperanzas, resultan de actividades eléctricas y químicas que tienen lugar en las células nerviosas del cerebro”. Ray sustenta la tesis biologista de que las reacciones bioquímicas de las neuronas cerebrales son la causa de la existencia de la mente. Personalmente creemos que es al revés: la energía mental (espíritu), como ente independiente en nuestro criterio, es la que pone en marcha la bioquímica neuronal cerebral para manifestarse. Por eso, si falta una sustancia, como puede ser el litio, no puede llevar a cabo normalmente, sus funciones. De igual modo ocurre cuando hay alguna neurona fallada o falta un neurotransmisor. El nudo gordiano de la tesis biologista sustentada por Ray, White, Watson, Crik, Newberg y D’Aquili entre otros, es que no es posible demostrar la existencia del espíritu (no del alma como ellos sostienen) sin el apoyo material del cerebro. Pero muchos de los experimentos biologistas, especialmente de Newberg-D’Aquili, se realizan con estudios como el SPET para lo cual primero debe pensarse para después captar el fenómeno cerebral. Es decir, el hombre elige y comanda el tema a pensar y luego el cerebro entra en acción cuando esta forma de pensar inicia su efectividad. La incógnita del misterio es ¿el cerebro es el que induce a pensar y sentir? o ¿el espíritu (como operador del alma) es el que piensa e induce el trabajo cerebral? Si la primera cuestión o pregunta fuera la acertada, los pensamientos dependerían del tamaño y otras variables anatómicas puesto que no puede decirse que el cerebro sea totalmente distinto, como órgano anatómico, en cada persona. Por otro lado, habría que aprender a captar el momento en que el cerebro produce un pensamiento y no, como ahora se hace, cuáles son los efectos del pensamiento sobre el cerebro. Teóricamente, la anatomía y fisiología del cerebro, básicamente, es igual para todas y cada una de las personas o seres humanos. Las diferencias de peso y tamaño no le hacen un órgano diferente en cada persona.19 De seguir los postulados de la teoría biologista, todos deberíamos pensar lo mismo y sentir de igual, en manera especial, aquellos que detentan la misma masa cerebral y en igualdad de condiciones anatómicas y
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Psicólogo e investigador norteamericano, profesor de la Universidad Vanderbilt de EE.UU. y secretario ejecutivo de la American Association of Neuropharmacology y del Colegio Internacional de Neuropsicofarmacología. 19 La neurociencia sostiene al cerebro proteico que agrega nuevas neuronas y circuitos sinápticos, pero no ha probado que esto “agrande” el tamaño del cerebro.
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fisiológicas. En este aspecto, Robert White20 sostiene que el cerebro es la sede del alma mientras que el resto del cuerpo es sólo el apoyo vital del cerebro. Esta afirmación confunde a espíritu con alma, tal cual lo hace el diccionario y cree que sólo en el cerebro anida el alma, ignorando que alma, como sinónimo de energía vital está en todas las células. El cerebro no es la sede del alma ni del espíritu. Es sólo un órgano-instrumento que sirve para que se manifieste lo inmaterial. Afirma que “el cerebro es el origen del arte, de la música. Buscamos a Dios con el cerebro”. Su principal opositor a las investigaciones de trasplante de cerebro, el Dr. Arthur Caplan,21 refuta los conceptos de White diciendo: “¡Ridículo! Aunque el órgano más importante es el cerebro, no se le puede aislar y decir ‘he aquí la esencia humana’”. En el calor de la controversia entre ciencia y bioética, ambos científicos mezclan conceptos que no son del patrimonio de la ciencia biológica y que están creando falsos dilemas a los fisiologistas que intentan a través de la anatomía y fisiología del cuerpo humano, explicar los fenómenos vitales y espirituales. Esto les trae lógicas confusiones. Acá conviene recordar el pensamiento de Chopra: “No hay más “hechos” por descubrir sobre las dimensiones ocultas de la vida. Es ocioso analizar más tomografías de pacientes durante “experiencias cercanas a la muerte” o resonancias magnéticas de yoguis en meditación profunda. Esa fase de experimentación ha cumplido su cometido: sabemos que adonde vaya la conciencia, allá irá el cerebro. Las neuronas son capaces de registrar las experiencias espirituales más elevadas”.22 Esto confirma que es el pensamiento el que busca la neurona y la neurona sigue al pensamiento. No es que la neurona genera al pensamiento y sigue a la neurona. Siempre es primero el pensamiento y luego la manifestación de la neurona aparece después del pensamiento, según lo hemos antelado. La esencia humana no sólo está en el alma, en el espíritu o en el cuerpo. Todo eso constituye la esencia humana. Una cabeza sola (incluyendo dentro de ella al cerebro) sin cuerpo, aunque pudiese estar viva y pensar (e incluso admitir la casi utopía de que pueda comunicarse eficazmente como un hombre completo), nunca constituirá un hombre cabal, sino la expresión de una parte de un hombre. Para ser un hombre total deben estar presentes todos los elementos que lo constituyen. Pero uno de los modos de ser de la esencia del hombre, que es la inteligencia, aunque puede decirse que se expresa a través del cerebro, de ningún modo esto significa que el cerebro es la esencia del hombre. Es un órgano más que también es patrimonio de otros animales. White, incluso, en el paroxismo de su entusiasmo llegó a afirmar que cerebro y alma son una sola cosa. Grave conclusión por el error conceptual que encierra sobre el significado del alma (desconocimiento etimológico del vocablo alma). Terminamos de afirmar que el alma “anima” todas las células del cuerpo, no sólo el cerebro. Es una fuerza energética (energía vital) que está en la célula y desde allí gobierna todo el organismo, incluyendo al cerebro. Tan vital es el cerebro como el corazón o los pulmones. Sin ellos no hay vida, sin vida no hay alma. Luego, el alma está presente en todo el organismo como manifestación de la vida (manifestación patente de la vida). Tan inmensamente influye en cerebro, corazón, estómago e hígado, que los primeros investigadores de la mente y el cuerpo llegaron a pensar que tanto el corazón como otros órganos, eran la sede de sentimientos. No supieron distinguir que los sentimientos influyen sobre la fisiología de esos órganos, pero ninguno de ellos origina sentimientos. No supieron distinguir que los sentimientos impactan sobre la fisiología de esos órganos, pero ninguno de ellos origina sentimientos. Se desconocía lo que ahora ha dilucidado las neurociencias al establecer una vinculación innegable entre cerebro y órganos. Ergo, no hay que perder de vista esta poderosa razón del alma (ánima) como la fuerza de la vida en todos los órganos.
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Investigador norteamericano, del Laboratorio de Investigación del Cerebro, del Hospital General Metropolitano de Cleveland, que investiga el trasplante del cerebro. Es católico y es miembro de la Academia Pontificia de ciencias con sede en el Vaticano. 21 Director del Centro de Bioética de la Universidad de Pennsylvania. 22 Depak Chopra – EL LIBRO DE LOS SECRETOS, Sudamericana, Bs. As. 2012
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Vimos en detalle qué significa en sí la palabra “alma”. Si White quiso decir que el cerebro es el órgano del ser del hombre, eligió mal la palabra “alma” que lingüísticamente no significa “ser”. Tampoco significa, estrictamente, espíritu y, mucho menos, mente. Si bien hay una tendencia generalizada, incluso por parte de la Real Academia Española a emplear indistintamente la palabra alma, espíritu y mente, veremos luego que no es así. ¿Por qué espíritu es una cuestión semántica? Por la palabra en sí. Si yo digo ave (animal) no puedo interpretarlo como cuadrúpedo. Esto se debe a la especificidad del nombre. De igual modo, reiteramos, espíritu deriva de alma, alma de ánima, ánima de animus y animus de anemos, el que etimológicamente significa soplo. Por eso, en latín, spiritus es “respiración, aliento, aire”.23 Por lógica, no puede designar como soplo, respiración, aliento o aire a una función orgánica, en este caso, una función cerebral. De ahí que, en general, las ciencias, incluyendo a la filosofía, la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno mente humana. James24 afirma confusamente que “Tanto el cerebro como la mente se componen de elementos simples sensitivos y motores”. Esto nace de una concepción fisiologista que es la que predomina en todos los estudiosos de la mente, asociando el cerebro a la mente, en el sentido de que el cerebro es el que origina todos los fenómenos mentales. Tanto lo sensitivo como lo motor, en términos fisiológicos, dependen exclusivamente del cerebro. La mente puede influir sobre estas funciones cerebrales, pero no son de su incumbencia directa. Lo sensitivo, referido a la sensibilidad neurológica, es función del cerebro. Lo sensitivo, referido a la vida afectiva o emocional, es función de la mente. La acción cerebro-mente es un camino de doble vía, donde la mente influye en el cerebro y viceversa. Cuando enferma el cerebro, enferma la mente e inversamente: toda disfunción mental influye en las funciones cerebrales. Mas, de ninguna manera significa que la mente tenga funciones sensitivas y motoras, de orden neurológico, iguales que el cerebro. Pero creo que la cuestión fundamental de mi preocupación no es el cerebro en sí, puesto que éste es el instrumento idóneo para que se manifieste la mente. Pienso que no debemos confundir instrumento con función. Francis Crick afirma que la conciencia es “una banal fusión de neuronas del cerebro”.25 Sostiene que el cerebro humano posee un grupo de células que son el origen de la conciencia y del alma. Crick abandonó los estudios sobre genética para dedicarse en 1976 a investigaciones de biología celular y evolucionista del cerebro humano, buscando bases científicas para estudiar un objeto tan intangible como la conciencia. El científico destaca que su afirmación es el resultado de investigaciones y búsquedas en el inconsciente que ha realizado durante muchos años para individualizar cuáles son los mecanismos científicos de la conciencia. Por estas razones, asevera que “la convicción científica es que nuestras mentes, el comportamiento de nuestros cerebros, pueden íntegramente explicados por la interacción de las células cerebrales”. Chistopher Koch, profesor de ciencias neurológicas y coautor del estudio con Crick, dice que “es evidente que la conciencia nace de reacciones bioquímicas del cerebro”. Ambos científicos describen en su investigación los mecanismos a través de los cuales distintas partes del cerebro humano se funden las unas con las otras para crear, según reafirman, “un sentido de conciencia. Es lo que los creyentes llaman el alma. Por primera vez tenemos un esquema coherente de los correlatos neurales de la conciencia, en términos filosóficos, psicológicos y neurales. Un día, la humanidad aceptará el concepto que el alma y la promesa de la vida eterna no existen, así como hace siglos debió aceptar que la Tierra era redonda”.
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Parvus-Duplex DICCIONARIO LATINO-CASTELLANO Y CASTELLANO-LATINO, Editorial Sopena Argentina, Bs. As. 1953 24 James, William – COMPENDIO DE PSICOLOGÍA, Editorial Emecé, Bs. As. 1947 25 Nature Neuroscience, 2003
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Acabo de afirmar que la acción cerebro-mente es un camino de doble vía, donde la mente influye en el cerebro y viceversa. Por lo tanto, debo iterar tediosamente que cuando enferma el cerebro, enferma la mente e inversamente: toda disfunción mental influye en las funciones cerebrales por lo que de ninguna manera significa que la mente tenga funciones sensitivas y motoras, de orden neurológico, iguales que el cerebro. Esto es así, porque en el fondo de la cuestión, la mente termina siendo una función (función en sentido instrumental, no causal) más del cerebro, conectada con las otras funciones fisiológicas no espirituales. Los científicos quieren explicar “científicamente” a los fenómenos espirituales, según lo advertimos anteriormente. Empero, la realidad es otra. Una cosa es explicar la mente o mecanismos mentales y otra distinta es explicar al espíritu. Con o sin diferencias anatomofuncionales, cada persona piensa muy distinto de otras. Vaya como ejemplo los llamados genios. Si aceptamos que el cerebro es causa de la inteligencia, los afectos y los pensamientos, debemos aceptar lisa y llanamente que todos tienen que tener la misma inteligencia, afectos y pensamientos y, por lo tanto, no habría hechos mentales que escapen a esta regla. No obstante, la realidad supera esta tesis porque nos muestra que a pesar de tener la misma calidad y cantidad cerebral, cada hombre es un individuo que genera actos, pensamientos y sentimientos totalmente distintos al de otros congéneres. A eso agregaremos que aunque se exprese un mismo sentimiento, por ejemplo, el amor, habrá situaciones o matices muy marcados en la manera en que se realice o se manifieste este sentimiento. Esto, y muchos otros ejemplos, nos obligan a desechar al cerebro como causa de actos espirituales. Lo diremos ahora, lo dijimos antes y lo seguiremos repitiendo hasta el cansancio en todo el texto de este trabajo: el cerebro sólo es sostén de la mente, la mente es sólo sostén del espíritu, el espíritu es la causa de todas las reacciones y funciones cerebrales no orgánicas. La teoría biologista no puede explicar cómo el hombre, con el mismo cerebro, va cambiando históricamente su devenir y pasa de un ser cavernario a un ser histórico. Y dentro de la historia desarrolla civilizaciones tan dispares y distintas que ha obligado a algunos a pensar que hay diferentes clases de hombre, siendo algunos de ellos superiores y otros inferiores (principios de racismo). La ciencia ha probado que el cerebro del antiguo (no del prehistórico) es el mismo del posmodernista actual. La realidad nos prueba que hay hechos inexplicables que no pueden ser concebidos como originados por la materia. Lo que la ciencia ha probado también, es que de acuerdo a la forma en que cada persona maneje su cerebro, podrá modificar su anatomía y fisiología. Pero esto no depende del cerebro en sí, sino de la persona y persona es el conjunto de modos o formas de manifestar el ser humano cada individuo. Y el ser humano es cuerpo y alma y esa alma es espíritu y mente. Los fenómenos inmateriales no pueden ser explicados por la ciencia analítica, ni reproducidos en ningún laboratorio. White, que realiza injerto de cerebro en monos, no ha logrado en sus éxitos efímeros, que un mono trasplantado llegue a actuar de igual manera que el mono que cedió el cerebro. Pero, hallazgos fortuitos comprobados por científicos, han demostrado en forma incontrovertible que a pesar de padecer “muerte cerebral”, los que fueron reanimados y el cerebro volvió a funcionar (encuentros cercanos con la muerte), en el período de muerte cerebral aparente (pues el cerebro no registró actividad alguna), los fenómenos espirituales tuvieron lugar, como es recordar y explicar lo sucedido en el lapso en que la persona se encontraba con paro absoluto de respiración, circulación y actividad cerebral. Incluso se manifestaron sentimientos y pensamientos. Pero como no estaban habilitados los órganos que son el medio de expresión, como es el cuerpo y el cerebro activos, no podían mostrar lo que sentían o pensaban y los hechos que registraban en el preciso instante de aparente muerte biológica. Estos fenómenos reafirman el concepto de que el espíritu opera aún sin el órgano habilitado, al cual necesita para expresarse pero no originarse. Y que, restaurado el órgano de expresión, manifiestan la actividad realizada en el período de aparente inanimación. Incluso, el estudio Newberg-D’Aquili demostró claramente que el misticismo tiene lugar en una zona cerebral sin actividad bioeléctrica detectable por registros mecánicos. Sin 32
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embargo, el hecho espiritual estaba presente. Tozudamente y a contrapelo con la misma teoría, estos autores no tuvieron empacho en afirmar que la zona cerebral inactiva era la creadora de la idea de existencia de Dios. En otras palabras, para ellos, Dios es un concepto creado por un cerebro inactivo y carente de todo estímulo sensorial. Pero desde otro punto de vista y yendo más lejos aún, los fenómenos extrasensoriales, como la telepatía, permite que un cerebro actúe bajo la influencia del pensamiento de otro. Esto me obliga a esperar la explicación de los biologistas “abolicionistas del alma” (los que niegan al alma como entidad independiente, con existencia propia). Los fenómenos extrasensoriales son prueba de que la teoría espiritual es más sensata que la biológica, porque un espíritu determinado puede operar con cualquier cerebro. Por esto, Platón creía en la reencarnación. En síntesis: alma, espíritu y mente no son entidades materiales sino inmateriales, con existencia o identidad propia, no susceptibles de una clara definición denotativa, sino sólo son pasibles de ser nominadas por la semántica y las connotaciones abstractas. Lo abstracto no significa que sean concebidas como meros productos de la mente humana (conceptos abstractos) sino como conceptos elaborados sobre la base de las sensaciones o percepciones internas (introspección) que nos permiten percibir, sentir y conocer los fenómenos espirituales y luego formar una idea o concepto de ellos. No son abstractos como belleza o fealdad que sólo dependerán de un sostén material para tener sentido, sino son abstractos que definen un fenómeno, repetimos independiente, y no dependiente de un sostén. El cerebro no es el sosténcausa sino el sostén-instrumento que permite “materializar” los actos espirituales a través de modos de ser. Nunca nos muestra al espíritu o alma en sí, sino a sus manifestaciones. Por otro lado Watson, el compañero de Crik, dijo algo menos sensato: “La estupidez es genética y puede curarse”.26 De ser así más de tres cuartos de la humanidad actual y pasada serían genéticamente estúpidos, pues existía demasiada estupidez como lo señaló Erasmo de Rótterdam en el ELOGIO DE LA LOCURA. Por un problema, quizás, lingüístico, tanto Crik como Watson confunden términos muy importantes. Lo que es genético puede ser la idiocia o la oligofrenia, pero no la estupidez que es una mera falta de sensatez. La genoterapia está tratando de corregir los genes que disminuyen la inteligencia humana en todos los órdenes, pero no hay ningún estudio publicado sobre corrección genética de la estupidez. Parece ser que todas estas “teorías”, además de la falta de sensatez, tienen como única función negar la existencia del alma y el espíritu como entes en sí mismos, vinculándolos exclusivamente a una mera consecuencia de interacción de sustancias bioquímicas. Entre las teorías abolicionistas, figura la del escritor español Gonzalo Puente Ojea.,27 quien sostiene lo que denomina el “mito del alma” y que consistiría en una especie de “construcción del alma” por parte del hombre prehistórico, quien sería el presunto descubridor de tal concepción, basándose en la observación de fenómenos que para él eran ininteligibles. Este autor piensa que la religión nace junto con la noción del “alma”, la cual ser inventada constituye una especie de “umbral de la religión”. En su opinión, el concepto “alma” nace en la observación de fenómenos de la naturaleza que causan al hombre sentimientos de temor, de perplejidad. Cree que para concebir la “idea de espíritu”, el hombre tenía que comenzar por comprender a su mundo y usar el “maravilloso regalo de la evolución genética” en que consiste la reflexión para dedicarse a cuestionarse a sí mismo en relación a los demás. Puente Ojea construye su tesis partiendo de la noción de que las experiencias que sumían en el temor y la perplejidad al hombre prehistórico le llevó a pensar en su entidad humana como una especie de “doble”: la posesión de su cuerpo como base de sus movimientos activos y la existencia de algo que dirigía ese cuerpo, el cual en situaciones de desvanecimiento o muerte quedaba “sin vida”. Ese “algo” que dirige la vida (segundo elemento después del cuerpo o primer elemento), se 26
Curiosamente, por azar, esta afirmación de Watson parece coincidir con el homo demens de Morin, el cual tenía un 99% de genes de “locura”. Ambas teorías propician un hombre genéticamente conformado para la estupidez o la locura (que en el concepto de Erasmo es lo mismo que la estupidez) 27 Gonzalo Puente Ojea – EL MITO DEL ALMA (2000) y ANIMISMO (2004)
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manifiesta en las experiencias oníricas, que aparecían como si otro elemento no corporal se manifestaba en los sueños nocturnos con la representación de imagen de lo que era el “yo” del cuerpo. Cita a Edgard Tylor como autor de la idea de ese “yo” en forma de “espectro”, “el fantasma” que en sueños vaga, deambula y se esfuma. En esta creencia centra Puente Ojea el origen de la idea de un cuerpo y un alma, en el sentido de una especie de “visión del ser humano” como algo complejo en “lo corporal” y lo “no corporal”, y ambas cosas actúan de modo “armónico”. No obstante, aunque uno se sintiera tentado a coincidir con la opinión de Puente Ojea, antes cabría preguntarse: ¿de dónde procede ese “algo” que postula el pensador español? Si el hombre prehistórico, teóricamente, no tenía un lenguaje estructurado para comunicarse ¿cómo es posible que todos tuviesen la misma idea? La sola existencia de un “algo” abstracto y la universalidad del consenso en una idea o concepto, nos está diciendo que no es posible que una neurona tenga esa facultad. Además, la existencia del pensamiento de Puente Ojea no es una prueba palpable de que si hubo evolución del pensamiento, esa neurona primitiva, aparentemente de la misma forma biológica en cuanto a lo anatomofuncional que las neuronas actuales, ¿podría generar ideas opuestas o mantener una idea equivocada a pesar de su presunta evolución secular? Si la neurona del homo sapiens primero (y de los homínidos) no tiene capacidad de evolucionar biológicamente, ¿cómo puede agregar otras habilidades y otros conceptos? Finalmente, ¿no es que la evolución histórica del pensamiento y la cultura humana nos han mostrado fehacientemente la falibilidad de los conceptos filosóficos y científicos? Son demasiadas preguntas sin una respuesta clara para poder decir libremente que el cerebro del hombre es la usina, la fuente, el origen, de todas las funciones y facultades que llamamos espirituales. Asimismo, este escritor español piensa que la religión reforzó la idea de “alma” del prehistórico y se establece una especie de simbiosis: la idea del alma conduce a la religión, la religión alimenta la idea del alma. Con estas ideas, parece desconocer que la prehistoria no tiene elementos ciertos para creer que hubo una construcción propiamente religiosa, sino un temor supersticioso por los elementos que más le impactaban como el universo con sus estrellas, el sol y la luna, los fenómenos naturales como las tormentas, los terremotos, los cambios climáticos de temperaturas bochornosas a eras de hielo. Las poderosas fuerzas naturales, inexplicables para ellos, originó todos los mitos sobre ideas de los cuatro elementos esenciales: agua, tierra, fuego y aire. De ellos nacieron los primeros dioses de la humanidad histórica. No fue precisamente un Dios monoteísta, sino un politeísmo con elementos naturales. Sólo las civilizaciones antiguas más avanzadas intelectualmente, como la cultura griega, fue la que originó la idea de Dios, pero únicamente un pueblo antiguo fue monoteísta: el judío. Las palabras alma y espíritu las aportaron los latinos, mucho después de los griegos y de ellos sólo tomaron las palabras (por ejemplo ánima o alma deriva de anemos = viento). Difícilmente el hombre prehistórico tuviese un acabado concepto o idea de un “dios” ni de una religión, ni mucho menos de lo hoy mencionamos como “alma” o “espíritu”. No hubo inmediatez histórica entre el hombre prehistórico y el histórico que permitan concebir tal idea. Sólo un hombre del siglo XXI puede concebir la teoría, pero muy difícilmente podrá demostrarla. A menos que sea un nominalista, no será tan inocente como para creer que con sólo postular la teoría, ésta será cierta. Las ciencias modernas, por su desarrollo, saben perfectamente que no existe ninguna forma de energía que sea de orden espiritual, mensurable en el laboratorio, y que no se atenga a la realidad de las leyes físicas (y a pesar de su negativa científica, ya veremos que no es tan así). Sin embargo han introducido la tríada alma-cuerpo-mente para destacar el fenómeno incontrovertible de que el hombre es una unidad sellada con las tres cosas dispuestas en forma inseparable e indisolubles. Sin detenerse mucho en el análisis de la teoría de Puente Ojea, este autor parece desconocer que las neurociencias, la genética y la biología molecular, están demostrando la existencia de “energía” que produce una serie de fenómenos biológicos y que no está sujeta a ninguna ley física conocida. Esto ha sido comprobado por SPET y otros estudios modernos de alta tecnología en cerebro y en otras células, las cuales emiten registros bioeléctricos susceptibles de ser grabados en ondas. Tampoco la energía cósmica puede sujetarse a leyes y teorías como ocurrió durante un tiempo con la física elemental. Hoy el saber de las subpartículas atómicas, como los hadrones, ha cambiado todo el conocimiento y las 34
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ciencias físicas y establece otros principios como la teoría cuántica, la teoría de la soga, el principio de incertidumbre, etc. Eso por un lado. Por otro lado, también Puente Ojea parece desconocer la idea de filósofos mucho más renombrados y de mayor trascendencia que sus libros e ideas, como por ejemplo, ocurrió con Bertrand Russell, otro escritor anticatólico, que no tuvo empacho en reconocer la existencia del espíritu como una fuerza que se manifestaba mentalmente como inteligencia, afecto y voluntad. La obra de Puente Ojea también soslaya la existencia de los fenómenos mentales que la misma ciencia que él cita ha comprobado y que no pueden ser reproducidos en laboratorios ni encerrados en fórmulas químicas o físicas. La Psiquiatría y la Psicología moderna, ambas ciencias rigurosas, reconocen los fenómenos mentales y espirituales. Queda en duda la afirmación tajante de Puente Ojea, en el sentido de que las ciencias modernas no han determinado la existencia de una energía espiritual. Lo que la ciencia no determina, obviamente, son las conclusiones religiosas sobre el alma y el espíritu, pero tiene ampliamente certificada la existencia del alma y del espíritu como elementos meramente constitutivos del ser humano. Lo que dicha ciencia no ha podido determinar es la esencia o naturaleza de los fenómenos anímicos y espirituales y sólo se limita a registrar y describir dichos fenómenos. Lo que no hace la ciencia es negar la existencia del alma y del espíritu. Los científicos más acérrimos, según hemos analizado, los atribuyen como funciones del cerebro. Empero, su propia teoría hace agua cuando refiere la existencia de “lo corporal” y lo “no corporal”. Se limita a criticar la interpretación espiritualista de lo “no corporal” pero no da ninguna idea sobre la esencia del fenómeno innegable. “Lo no corporal” existe y así lo reconoce Puente Ojea. Lo lamentable es que no arriesgue otra explicación distinta de esa entidad y sólo critique lo que ya tiene un consenso universal. Un investigador italiano, Andrea Vaccaro, asevera que todas estas afirmaciones se deben a corrientes de pensamiento que intentan “abolir el alma”, que predominan en EE.UU. y Gran Bretaña.28 Esta corriente biologista denominada “abolicionista del alma” que niega la independencia del alma y del espíritu en relación con el cerebro humano, ha generado una corriente antiabolicionista cuya expresión más firme y seria y “científica” es la del grupo de Herbert Benson.29 Quizás, el inicio de esta corriente abolicionista sea fruto del pensamiento del filósofo inglés Bertrand Russell30 que ya sostenía en la década del ‘30 que el alma, en alguna medida depende de la estructura del cerebro, ya que toda la personalidad depende de las funciones de la memoria y del aprendizaje, y en parte, de los hábitos. Pero el cerebro, como todo el cuerpo es un compuesto de átomos y la materia conformada por estos átomos es tan maleable como el átomo mismo que cambia de un segundo a otro. La tesis de Russell parte de los conceptos físicos modernos que han demostrado que la materia en alguna medida se transforma continuamente y puede originar energía y, viceversa, la energía puede generar materia. Por lo tanto, el cuerpo humano (y dentro de él el cerebro) están sujetos a estas leyes físicas del cambio continuo, de la mutación permanente. Esto permite que la personalidad de un individuo también esté sujeta a esas mutaciones materiales. Pone como prueba de su tesis que cuando el cerebro se degrada, ya sea por una malformación genética congénita o por una enfermedad de adulto como un infarto, Alzheimer, etc., cambia la personalidad. Para Russell, la mente, la personalidad y el alma son una misma cosa y todo esto depende del cerebro. Luego, si el cerebro destruido en vida, priva al hombre de la razón y la inteligencia y de otras facultades, se plantea la pregunta si la destrucción material y la degradación posterior que significa la muerte, con la cual desaparecen en el tiempo todos los órganos, pueden originar una esencia inmortal.
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Esto no obsta para reconocer el movimiento materialista filosófico que nace en España alrededor de la Guerra Civil y que hoy se constituye formalmente como materialismo filosófico, principalmente en las ideas de Puente Ojea y de Tierno 29 El Dr. Herbert Benson, y su grupo de colaboradores, dirige los institutos de investigación de medicina holística (alma, cuerpo y mente) que en la Universidad de Harvard, EE.UU. 30 LOS MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE, 1936
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Sería como suponer, en la idea de Russell, que también la materia degradada en energía sería eterna e inmortal. Basado en lo que él considera una teoría sólida basada en hechos fisiológicos demostrados, concluye que el alma no puede sobrevivir a la muerte por ser una función cerebral. Por lo tanto, cree con firmeza que la idea de la inmortalidad del alma ha sido el fruto de especulaciones emocionales nacidas de la ignorancia de siglos pasados sobre la fisiología del cerebro y el ciclo materia-energía que hoy el hombre domina conociendo los misterios del átomo. Finalmente, liga la idea del alma y su inmortalidad al concepto del bien y del mal, de forma tal que de acuerdo a unos puntos de vista sobreviviría el peor y en otros, el mejor, el bueno. Esto es una crítica velada a la doctrina de la Iglesia Católica sobre la creencia de la inmortalidad del alma, su permanencia después de la muerte en un reino celestial por fuera del espacio material y de la posible resurrección (¿reencarnación?) de la misma en un momento intemporal. En este punto partiré de otros criterios, los cuales no abogan en forma directa sobre la inmortalidad de la vida, ni de reencarnación, ni de ningún otro criterio hasta ahora sustentado en principios filosóficos, religiosos o psicológicos. Simplemente queremos formular una reflexión sin tomar partido por ninguna causa en especial. La primera reflexión, consecuente con lo que hasta ahora hemos venido definiendo, es que si la vida fuese algo meramente inventado por la materia, tendríamos que atribuir a la materia una potencialidad increíble, equivalente a la idea del Dios creador que sustentan la mayoría de las religiones. Pensar que la vida es fruto exclusivo de un mero ciclo material es tan poco válido como sostener que la vida es el resultado de una creación estática que desde un principio hizo las cosas tal cual y sanseacabó. La teoría Oparin sostuvo la idea del origen material de la vida, pero no pudo ni científica ni filosóficamente demostrar su tesis.31 Luego, la vida como fenómeno, ya lo hemos remarcado que necesita de un sustrato material para materializarse, pues de otra forma no sería algo que pertenezca a este mundo, sino sería estrictamente extraterrenal. Pero el hecho de que tenga que usar la materia para “materializarse” de ninguna manera le quita el carácter de ser una energía especial, distinta de la energía que organiza el resto de los átomos de la materia inorgánica. Tampoco discutiremos que tanto materia orgánica como inorgánica, desde el punto de vista cualitativo fisicoquímico es exactamente lo mismo, pues lo único que varía es la función y la espacialidad de los átomos y la calidad de los mismos. Así el nitrógeno se transforma en uno de los elementos esenciales de la materia orgánica, aunque no está ausente de la inorgánica. Simplemente aludiré a los nuevos conocimientos de la Física posmodernista que en la teoría de los hadrones y bosones ha destruido por completo los conceptos clásicos de materia y energía. No hay materia y energía por separado sino que ambas surgen de las subpartículas atómicas, única realidad cósmica. Materia y energía es lo mismo porque surgen de una misma cosa que se organiza bajo esas dos formas (y otras desconocidas): las subpartículas. Por eso se habla de la partícula fundamental o la “partícula de Dios” porque se piensa que han sido las responsables de materializar la creación. La segunda reflexión es que si la materia sola, por sí misma fuera la fuente mágica de lograr transformaciones tan diferentes en el mundo inorgánico como es un líquido o un sólido, tan distintos unos de otros como es la sal, el agua, una roca, etc., cuánto más misterioso resulta su poder de dar origen a cuerpos orgánicos tan disímiles como son el animal, el vegetal, el humano y los virus y hongos (que no se sabe si son animal o vegetal). Si admitimos en forma exclusiva que la energía que guía todos estos procesos es exclusivamente una creación de la 31
La membrana química de Oparin tenía el poder de autogenerarse en una determinada solución química bajo ciertas condiciones o parámetros, pero nunca generó materia orgánica viviente.
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materia (o viceversa, que la materia es creación de esa energía), volvemos a la cuestión que ya planteamos anteriormente. La misma ciencia que nos devela los misterios de la energía y la materia y sus transformaciones mutuas, también nos dice que toda molécula o átomo, se origina de otra molécula o átomo y no se origina de la nada. En forma idéntica ocurre con las células vivas que se rigen por el clásico principio de omnia celula in celula (toda célula está en otra célula, o sea, toda célula procede de otra célula). Luego caeríamos inexorablemente en la tan temida pregunta: ¿de dónde sale la primera molécula o átomo? Esta pregunta no tiene la intención de plantear un dogma, sino tiene el valor intrínseco de ser una mera pregunta. Y, como el interrogante que plantea Russell sobre la sobrevida del alma, queda en el suspenso y supeditada al criterio de cada persona que se la plantea para contestarla. Humildemente, no puedo asumir la responsabilidad de dar definiciones, pero sí creo tener la obligación de plantear los interrogantes para no dejar lugar a especulaciones absolutas sobre temas relativos. El misterio sólo tiene preguntas. Nunca respuestas. Sino, no sería misterio. Las preguntas abren un espacio a cualquier tesis, siempre que éstas sean congruentes con la pregunta. Siguiendo el hilo de mi pensamiento, vamos a una tercera reflexión que está íntimamente ligada a la anterior. Si planteada la pregunta de la sobrevida intentamos negar su existencia basándonos en la mutabilidad y temporalidad de la materia, esto no pone en la justa perspectiva al problema, puesto que la vida es una manifestación inmaterial y su naturaleza es mucho más compatible con lo energético. El concepto de energía que plantea la lengua humana, como única respuesta a lo material y como idea de lo inmaterial, lleva el sufijo ergía que viene del griego y que está ligado a la idea de fuerza. La fuerza está ligada al concepto de poder y de ahí que, denotativamente, en español la RAE defina a energía como “eficacia, poder y virtud para obrar”. Pero esto no nos dice nada de la esencia o naturaleza de la energía sino es una definición por sus efectos. Consecuentemente, hay que admitir que, desde el punto de vista del lenguaje, energía es un concepto misterioso. Y aquí reside todo el poder de esta palabra, puesto que misterio es todo lo que está fuera del alcance de la mente humana. La ciencia que produce la mente humana nos habla de un círculo de materia y energía, pero no alcanza a definir qué es la energía en sí. La imposibilidad de encontrar una idea definitiva, nos coloca en un plano controversial. Si no podemos definir qué es Dios y la inmortalidad, sino podemos definir que es el alma y la energía ¿cómo podemos aventurar los efectos misteriosos de estos conceptos? Por lo tanto, para alcanzar una idea de lo absoluto, tenemos que basarnos en algunos relativos y esos relativos no pueden ser frutos de una razón sino de una fe. La fe, como facultad del hombre, puede estar en una cosa material (fe humana) o en una cosa inmaterial como es la religión y Dios (fe religiosa). En este terreno, la fe, como la filosofía y toda ciencia especulativa, de alguna manera debe basarse en las creencias. Las creencias están básicamente regidas por un sentimiento o una emoción, pero no es lo mismo una creencia basada en meros supuestos sin un sustento racional que una creencia que trata de seguir una racionalización. Si un misterio no puede ser razonado, al menos debe admitirse en forma razonable. Lo razonable no es buscar el sentido de la esencia, sino la explicación de la forma. No puedo, en este caso, explicar lo que el fenómeno es en sí, pero sí puedo describir cómo se presenta. La vida, el alma, las creencias, la fe y todo lo abstracto relacionado con un absoluto, no es fruto de una razón sino un fenómeno dado al que podemos describir cómo se presenta y aceptar, o no, lo que propone sobre sus formas y esencia o naturaleza posible. Pero lo que no podemos hacer es negar el fenómeno, ni muchos menos depreciarlo simplemente porque no se ajusta a razones concretas sino que tiene formas relativas. Lo absoluto sí es una creación de la 37
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mente humana y de la razón. Lo relativo es la cualidad de todo lo existente. Por esta nota, la razón en sí es una facultad absoluta, pero su funcionamiento siempre será relativo. Digamos esto de otra forma: una cosa es la facultad de razonar y esto es lo absoluto y otra cosa es el contenido de la razón y esto es lo relativo. Mientras la razón deje los conceptos como relativos, éstos tendrán vigencia perenne pues la relatividad es la esencia de su forma. Pero cuando se intenta hacer absoluto lo relativo, acá es donde fracasa todo intento y las ideas hacen agua por todos los costados. Lo que a Russell le parece indestructible por la construcción de su razonamiento, en realidad no llega a ser tal cosa porque olvidó la contrapartida como otro fenómeno opuesto al fenómeno que él considera. La fe y la razón son dos fenómenos innegables. No se puede menospreciar a uno en función del otro. Hay que verlos como parte de un mismo bloque. Por lo tanto, lo razonable es aceptarlos a ambos y, en el caso de tomar partido por uno u otro, hacerlo con la claridad de conceptos suficientes para saber que se acepta ser simplemente crédulo por una cuestión volitiva, pero que esto no descarta la existencia de la razón, y viceversa. Pero denostar la razón simplemente por que se tiene fe o despreciar la fe porque sólo se cree en la razón, es tan necio como negar la existencia de las dos. En esto nos ayuda Paul Brunton32 cuando afirma: “los datos parciales sólo pueden llevar a resultados parciales. Sólo la totalidad de los dados puede llevarnos a la verdad perfecta”. La última reflexión: fe y razón no son simplemente valores o virtudes que dependan de la evaluación de la conciencia, la ética y la moral. Son dos fenómenos existentes que están por encima de toda axiología. Esto no obsta para que a ellas se les aplique una escala axiológica o un criterio ético o moral. Pero quede bien en claro: ambas están por encima de todas estas cosas. De igual manera ocurre con el fenómeno alma, como expresa la palabra. Existe y punto. Si es mortal o inmortal es harina de otro costal, pero lo que no puede admitirse es confundir a su instrumento u obra, el cerebro, como el autor de la misma. Es tan ilógico decir que el alma es superior a la materia como afirmar que la materia ha creado el alma. Ambas son estupideces inadmisibles. Lo cierto es lo fenoménico: ambas existen y se necesitan mutuamente para demostrar su existencia. Sin materia no se manifiesta el alma. Sin alma no se organiza la vida. A pesar de interactuar siguen siendo independientes. Por eso hay energía o fuerza no materializada y por eso hay materia inerte que sólo se somete a transformaciones ambientales en las que no interviene ninguna energía intrínseca. Arriesgué explicar las diferencias semánticas que llevan a conceptos equivocados y por qué el cerebro es el instrumento y no la causa de las manifestaciones espirituales. Creo que hoy es muy difícil que haya alguien que dude de la existencia del espíritu humano. Lo que se duda, o no se conoce, es una definición clara, un concepto acabado y la naturaleza del mismo. De la palabra espíritu nos ocuparemos luego. En cuanto a su esencia o naturaleza, ésta ha sido analizada al nivel filosófico y psicológico. Pero la ciencia médica y la psicología quedaron entrampadas en una “escuela fisiológica” y tomaron como estandarte la idea “biologista”: el espíritu es una función del cerebro (esta propuesta la analizamos anteriormente). O sea, la actividad cerebral produce y es causa de la manifestación espiritual. Esta afirmación resulta descabellada pues si el espíritu es manifestación de la esencia del hombre, habría que concluir que dicha esencia es el cerebro. Luego cabe preguntarse: ¿si el espíritu es obra del cerebro, significa que la esencia humana es fruto de ese órgano? En líneas generales y gruesas, esto se traduciría como que el hombre ha sido creado por el cerebro. Es probable que en parte esta afirmación surja de dos circunstancias: la expresión del espíritu a través de funciones mentales que residen en el cerebro la ignorancia de la palabra espíritu 32
Paul Brunton - LA BÚSQUEDA DEL YO SUPERIOR, Editorial Kier, Bs. As. 1987
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De la palabra espíritu nos ocuparemos en el parágrafo siguiente. Conclusión Con todo esto hemos llegado a la conclusión de que no hay una definición o concepto general de espíritu que sea adoptado sin condiciones por todos. Pero provisionalmente aceptaremos lo de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica al hombre para actuar” a fin de obviar algunas objeciones. En esta acepción, vigor significa fuerza y ésta es aceptada como “virtud o eficacia que las cosas tienen en sí”, en cuanto a operatividad y manifestación o “aplicación del poder moral”.33 En este último caso, esta acepción se aplica a la “fuerza moral” o espiritual que nos ayuda a superar desgracias y conflictos. En todos los casos, el espíritu es una energía inmaterial que anima al ser humano y que se expresa a través de facultades mentales. Esa energía es fuente permanente de inspiración y creatividad. Es importante recordar sobre el significado de la vida y la creatividad, lo que agrega Paulo Coelho:34 “Creo que los hombres perdimos el sentido mágico de la vida, el hecho de que la realidad es algo más que lo que podemos ver y tocar. La magia es un lenguaje simbólico pero muy empobrecido por la interpretación que hacen de ella. Todo es mágico. Pero una cosa es entenderlo y otra explicarlo. ¿Alguien puede decir qué es el amor...? Nadie. Y el amor es un sentimiento mágico de la vida. Entre las personas hay, por ejemplo, emociones que puede interferir mucho más que los hechos concretos. El hombre quiere crear un universo manejable y predecible, pero en el fondo siempre luchó contra esa tendencia a reducir la vida a lo material. Todos poseemos un potencial creativo que se puede aplicar a un libro, a la música, a la edición de una revista, a la creación de un software o a la jardinería. La creatividad es un don de las personas. La gente empobrece la vida cuando tiene miedo a usar su creatividad, porque la creatividad implica asumir la responsabilidad de lo que hacemos. Algunas veces esta capacidad me asusta y, en otros momentos, me ha traído problemas. Pero, gracias a Dios, se continúa manifestando. La espiritualidad es un camino personal que no tiene nada que ver con la religión formal. Es enfocar la vida en la comunión con Dios. No se trata de convertirse en una persona mejor, no es un proceso acumulativo de dejar vicios y sumar cualidades. La trascendencia es poder cambiar la forma sin modificar la esencia. Es entender que su identidad continúa, pero que usted es otra persona cuando trasciende sus limitaciones. Es una conciencia de la propia dignidad, de ser parte de la creación y de que uno merece lo mejor, pero sobre todo, de que puede estar en comunión con Dios. Eso le da a uno la sensación de la propia vida tiene sentido. El “sistema” espiritual El espíritu como tres esferas de la esencia humana El espíritu no es una energía inmaterial que actúa en forma desordenada, sino que está organizado de forma tal que funciona como un verdadero sistema, similar a otros sistemas orgánicos. Salvo que este sistema espiritual, a pesar de que se vale de los órganos para manifestarse, de ningún modo, ya lo aclaramos, significa que sea una función orgánica, sino más bien, lo que modula la función orgánica. Naturalmente, la “idea” de sistema no signifique que necesariamente el espíritu se sistematice. Es sólo una manera de expresar o de organizar la expresión de un fenómeno tan complejo que es casi imposible definirlo o describirlo “tal cual”. Por eso lo hago con modo de acercamiento y nada más. Quede así bien claro que el espíritu no es un sistema, sino que apelo a este esquema de “sistema” para acercarme mejor a su descripción. 33
La segunda acepción de fuerza según la RAE es “aplicación del poder físico o moral” y la primera definición denomina a fuerza como vigor (?) 34 Charlab, Sergio – EL ALQUIMISTA DE LAS PALABRAS, entrevista publicada en octubre de 2002
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La energía que propulsa la función orgánica como vida celular en todos los órganos, es el alma. Pero esas funciones son moduladas por el sistema nervioso central cuyo órgano principal es el cerebro. Las funciones cerebrales, en trazos muy generales, puede considerarse como neurológicas y mentales. La función mental es propia del espíritu, pero regula o interviene, de algún modo, en lo neurológico normal. Sólo en estado de estrés o emoción, la mente no regula sino desquicia la regulación orgánica normal (homeostasis). Luego, sistema en nuestra interpretación estaría cerca de la acepción que lo describe como conjunto de cosas que ordenadamente relacionadas entre sí contribuyen a un determinado objeto, en este caso, la función espiritual. El hombre está constituido por tres esferas que marcan su esencia humana: 1. la esfera intelectual o inteligencia 2. la esfera emocional o afectiva 3. la esfera volitiva o ámbito de la voluntad.
inteligencia
sensibilidad
ser
volitividad
ESPÍRITU
Las tres esferas no son compartimientos separados sino constituyen una sola cosa, pero a los efectos de su conocimiento y estudio deben considerarse individualmente. Lo cierto es que funcionan como un todo, donde una se supedita a la otra y las tres se influyen mutuamente no pudiendo dejar de funcionar ninguna de ella para que el hombre sea un ser armónico y completo. Por esta razón he englobado a las tres esferas en una mayor para indicar que en conjunto conforman un todo inseparable. Dentro de esa esfera mayor corresponde un núcleo central: el ser. El espíritu es la nota fundamental, por encima de otras, del ser humano. Bertrand Russell35 considera que las tres esferas constituyen el espíritu del hombre, en el cual reside su esencia. Estos atributos espirituales se muestran como funciones o facultades mentales, dado que la mente es el instrumento operador del espíritu. Las otras dos herramientas fundamentales son la conciencia y la inconsciencia: la conciencia como la ventana abierta al exterior y el vigía de todas las sensaciones externas e internas; y la inconsciencia como una especie de arca inmensa que guarda todos los contenidos espirituales para ponerlos a disposición de la conciencia. La conciencia es también la conexión 35
Filósofo inglés, en su ensayo EL UNIVERSO MENTAL EXPANSIVO
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que nos permite “darnos cuenta” de todas las cosas y poderlas comprender y juzgar. Por esta razón se cree que es la residencia del poder discernir entre el bien y el mal. Estas esferas, cuando actúan normalmente, lo hacen en forma simultánea y equilibrada y que establece un control de cada una entre sí. Este control es lo que permite la armonía y la sabiduría de una conducta acorde con el ser humano inteligente y completo. Pero el funcionamiento de las tres áreas en forma natural no se da espontáneamente. La coordinación de las tres esferas necesita un aprendizaje a través de la educación de cada una de esas esferas, para poder asumir el control personal de cada una e integrarlas para realizar cual acto de la conducta humana. Esto ha llevado a que en las postrimerías del siglo XX algunos autores como Goleman36 empiecen a recomendar a la inteligencia como el medio de educación o de control de las tres esferas y así se comienza a hablar de inteligencia emocional, inteligencia racional o intelectiva, inteligencia volitiva. Dentro de ellas se habla de inteligencia de la comunicación, inteligencia instintiva, inteligencia social, etc. Esto destaca la supremacía de la inteligencia como la nota constitutiva más importante del ser humano y la que marca, en definitiva, al verdadero ser del hombre. Tanto es así que no sería muy desacertado afirmar que el ser del hombre es la inteligencia. Cuando no existe esa educación o intención de equilibrio, lo más común es que predomine una de esas esferas sobre las otras. A veces ese desequilibrio es normal cuando se da en etapas de inmadurez del cuerpo humano. Así, un recién nacido primará más lo instintivo que está dentro de la afectivo y en el niño y adolescente pueden actuar lo racional y lo afectivo, predominando más esta última esfera. Incluso puede haber una dicotomía en la conducta: un niño o un adolescente de los llamados genios pueden ostentar un gran desarrollo racional, pero carecer del control efectivo. Es decir, lo racional opera sobre el conocimiento y la adquisición del mismo, pero no controla eficazmente lo afectivo, lo que hace que sea un hipermaduro en lo racional y un inmaduro en lo afectivo. Cuando una esfera predomina sobre las demás, hay un desequilibrio que desnaturaliza el ser humano. Quizás la esfera que más escapa al control de las otras dos es la esfera de lo afectivo y dentro de ella se ubica lo instintivo y lo emocional. Como la emoción es la que parece graduar lo instintivo, por esto se ha considerado a la parte emocional como la más importante del desajuste social del hombre de hoy. Como lo emocional es parte de lo espiritual, la crisis espiritual actual es, en última instancia, una crisis de la emocionalidad. La emocionalidad descontrolada conlleva el conflicto y la crisis. Esa es la causa que llevó a Goleman a considerar que la inteligencia emocional es el arma principal y más formidable para que el hombre corrija su desequilibrio vivencial. La ansiedad extrema, el convivir conflictivo, la violencia incontrolada, las reacciones instintivas irrefrenables, la pérdida de la fe, todos los fanatismos y fundamentalismos, discriminaciones, odios e insensibilización o el exceso de sensiblería, la mojigatería, etc., son productos de esa emocionalidad en crisis. La inteligencia emocional consiste en aprender a controlar lo que no permite la convivencia pacífica y armónica, ni el desarrollo de una existencia normal y sin excesos con un gran respeto por sí y los otros. La inteligencia emocional es la base para el desarrollo de una inteligencia instintiva, de la comunicación y social. Para que el hombre pueda vivir y sobrevivir natural y socialmente, debe usar las tres esferas sin poder prescindir de ninguna de ellas. Así la inteligencia es lo primero que debe conocer y afinar para controlar y desarrollar las tres esferas.
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Goleman Daniel – LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
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La esfera racional o intelectiva exige de una inteligencia intelectiva que es la que debe regular todos los procesos del intelecto para que lo lleve a conocer la verdad, el bien, el mal y otros conceptos abstractos que lo alejen de la falsedad y la inautenticidad. También esa esfera le permite adquirir sabiduría que es la conducta prudente y el ordenamiento del conocimiento. Sin conocimiento no hay vida racional. Además del aprendizaje, del habla, del pensamiento y de la formación de juicios y conceptos verdaderos, la esfera racional es la que permite ser el instrumento natural de la inteligencia. A través de ella se regula lo emocional y lo volitivo. Hemos repetido hasta el hartazgo que un hombre racional, pero carente de afectividad y de voluntad, no es un ser humano completo. De igual modo, un hombre muy afectivo pero poco racional y sin voluntad, tampoco es un ser humano cabal. Y, sucesivamente, un hombre con mucha voluntad pero sin racionalidad ni voluntad, tampoco es un verdadero ser humano. Ergo, sólo el que integra y armoniza las tres esferas y establece un control y equilibrio de ellas, es el que logra manifestar un ser humano verdadero y auténtico. El hombre auténtico siempre tendrá la curiosidad de buscar el conocimiento de todas las cosas y el mundo que le rodea y sabrá que debe tener y manejar una inteligencia intelectiva para poder manejar el lenguaje y poseer un pensamiento sólido. Nunca aceptará un “abandono intelectual”. De igual modo irá tras de un “espíritu elevado” y tendrá una vida espiritual gobernada por una inteligencia emocional que le llevará a manifestar adecuadamente lo instintivo, lo emocional, lo social y lo personal, usando del don de la comprensión y de la comunicación inteligente. Como corolario de esas cualidades, sabrá gobernar su conducta a través de una inteligencia volitiva de forma tal que pueda refrenar todo exceso intelectual o afectivo-emotivo y llevar siempre una conducta prudente a través de actos y actitudes sabias. La perfección y la búsqueda de la misma no son una utopía, sino el fin natural de todo proyecto humano existencial auténtico. La definición de Russell zanjó toda discusión sobre la esencia del espíritu y permitió distinguirlo del concepto alma. En este sentido, debo iterar hasta el tedio, que mientras alma es la vida que formó al hombre y le sigue animando a todas sus células, el espíritu es la manifestación del alma como esencia humana y sólo es posible encontrar su expresión (no su origen), en un grupo privilegiado de células: las neuronas. Acá conviene hacer algunas aclaraciones entre lo que distingue Russell como espíritu humano y los fenómenos espirituales registrados en la realidad. Nosotros ubicamos a la conciencia como una función mental muy especial en una especie de función de “ventana mental” o apertura de la mente para que pueda operar en forma patente el espíritu, pues de otro modo no sería posible percibir los efectos de los fenómenos espirituales (porque aun los fenómenos espirituales inconscientes sólo se conocen cuando se vuelven conscientes). Pero dentro de la vida sensitiva, hay sensaciones que no participan totalmente de la intervención de la conciencia, sino que suelen impactar en ella. Una cosa es la conciencia como ventana abierta a las percepciones sensibles sensoriales y extrasensoriales y otra cosa es la existencia de sensaciones que se manifiestan fuera la luz de la conciencia en forma “oscura”. Son los fenómenos llamados inconscientes o subconscientes, que luego estudiaremos. Lo que queremos significar acá es que el espíritu abarca todo lo consciente y lo inconsciente y es muy probable que su esencia esté más en la inconsciencia que en la conciencia, como ocultos poderes mentales latentes o potenciales, que el hombre podrá ir desarrollando como parte de su evolución esencial, más que de su evolución biológica de concepción darvinista. No obstante, hay muchas sorpresas en esto de la evolución humana que ahora nos ha deparado el saber que no todo “está dicho” en lo relativo a la evolución biológica y espiritual del hombre, puesto que hemos conocido algunos fenómenos neurocientíficos. El descubrimiento del “cerebro proteico” es la prueba más palpable de que la evolución espiritual es la que más puede influir sobre la evolución biológica y ser prueba irrefutable de que es lo inmaterial lo que rige la transformación y la organización de lo material. También prueba que es la mente la que puede modelar el cuerpo y no a la inversa.
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El cuerpo influye sobre la mente, no cambiando su esencia, sino impidiendo su completa expresión. Así, un cerebro dañado no significa que carezca del espíritu completo, sino que carece de funciones mentales y esto impide que el espíritu se exprese. Pero nunca una función neuronal biológica puede originar o cambiar la esencia espiritual. En cambio la esencia espiritual actúa modificando la biología y anatomía neuronal. La energía misteriosa Siempre se ha sostenido que la vida es una energía misteriosa y misterio, según la RAE, es “arcano o cosa secreta en cualquier religión. Cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe. Cualquier cosa arcana o muy recóndita que no se puede comprender o explicar”. Esto significa que arrancamos ya con una cuestión harto clara: de que misterio no es algo que pueda ser sometido totalmente a la razón y que muchas veces debe recurrirse más a la fenomenología y a la fe, a la comprensión, que a una posible explicación. Pero aceptamos a lo misterio en la acepción de lo que no se puede explicar completamente. Luego, si bien la energía vital es misteriosa y nuestra razón no puede abarcarla para explicarla, al menos puede percibirla y comprenderla. Ya definimos qué es misterio. Sólo nos resta hablar de energía. Con estos dos conceptos traeremos a consideración la existencia de una energía misteriosa que sustenta tanto a la vida como al espíritu, especialmente al espíritu humano. Empezaremos por el misterio de la vida. William S. Beck37 ha escrito sobre el enigma de la vida y en su planteamiento afirma que la ciencia es un rasgo sobresaliente de la civilización moderna, que nos introduce a mundos extraños y nuevos, a los que necesitamos comprender como también debemos comprender básicamente a la ciencia en lo que es y lo que no es, lo que ella puede y lo que no puede hacer para ayudarnos a acomodar el ambiente a una vida más placentera y confortable. Si fuera posible, esa ciencia debería, asimismo, tender a enseñar acerca del hombre, de su puesto en el cosmos y su destino. Pero una de esas ciencias, la biología, no tiene actualmente un solo estudioso calificado para discurrir sobre el problema de la vida misma. Agamben analiza, desde una particular arista o punto de vista, el concepto de vida humana a través de las ciencias teológicas, filosóficas, políticas y biológicas y concluye que “el hombre sería la forma de vida en la cual lo más sublime se anuda y confronta con lo más bajo, y la angustia se revela como el afecto propiamente humano situado entre la intimidad más animal del cuerpo y el ser-en-el-mundo de los filósofos”. Esto opera como que la vida del hombre, además de su misterio biológico, vive el misterio existencial que ha denominado angustia, pues plantea un enfrentamiento de la zoe aristotélica (animalidad) con la bios (humanidad) (zoé vs. bios), lo que llevaría a pensar que en el fondo, la vida humana no es más que una vida animal humanizada. Agamben ha denominado a esto la “la máquina antropológica” que consistiría en la concepción de la naturaleza humana por la metafísica. Esta concepción está especialmente referida a la filosofía existencialista, en la cual la existencia humana se ha revelado a menudo como decepcionante, cuando no trágica, dado que muestra al hombre en una búsqueda incesante de lo humano, mientras paradójicamente, produce lo inhumano. Las interpretaciones diversas de la vida y la ciencia humana, de la vida animal y la vida humana, no son más planteamientos sobre el misterio ontológico de las diversas formas de vida, siendo ese misterio ontológico, otra paradoja que se suma al misterio biológico. Todos están ocupados en desentrañar las estructuras vitales pero ninguno dispuesto a lidiar con la única pregunta dominante que les es común a todos: ¿qué es la vida?38 Muchas hipótesis intentan explicar la naturaleza de la vida pero ninguna ha podido responder decisivamente con una prueba indiscutible. Incluso ninguna de esas hipótesis es susceptible de probarse experimentalmente en un laboratorio. Lo único que se ha logrado es manipular los 37
William S. Beck Bioquímico estadounidense ha escrito el libro LA CIENCIA MODERNA Y LA NATURALEZA DE LA VIDA, EE.UU., 1957 38 Etimológicamente, vida proviene del griego bios y del latín vita, que a su vez tiene raíz latina en vis que significa fuerza o energía
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genes para hacer grotescas experiencias clonadoras en los laboratorios, en busca de una hipotética mejoría de la calidad de la vida humana. Con esta meta ambiciosa se han logrado varios éxitos, pero el conjunto de los mismos no mejora la calidad de vida de la humanidad en general. Mientras una parte de la ciencia lucha por prolongar y mejorar la vida, la otra produce cosas que la llevan a la destrucción y a la enfermedad. El misterio de la vida, como el del hombre mismo, a través de la historia ha tenido muchas hipótesis, especialmente sobre su origen y esencia. La Biblia nos dio el concepto creacionista: un fenómeno que se creó y ahí esta “tal cual” (concepto fijista) y su esencia es eso: una criatura. Los evolucionistas pretendieron ir más allá e identificar al origen de la vida a través de una evolución o filum que hizo varios ensayos de error y prueba para seleccionar lo más apto y esto llevó a Darwin a formular su teoría de la evolución y de la supervivencia del más apto. Últimamente se habla del Big Bang como el origen del universo y con él, por supuesto, la vida humana. Y acá se cae en la teoría del hadrón o del bosón, la “partícula fundamental de Dios”, calificativo irónico porque ningún físico posmodernista piensa en Dios sino sólo en hallar la piedra filosofal en las subpartículas que ha teorizado pero todavía no ha conocido certeramente. Los filósofos existencialistas contemporáneos piensan que el máximo exponente de la vida, el hombre, aún está en una etapa evolutiva, la que se manifiesta a través del desarrollo de su inteligencia. Los griegos no se hicieron mayor problema y, así como los hebreos recibieron la revelación de la creación, para los griegos la cosa era más sencilla: toda la naturaleza, incluyendo la vida, estaba ahí “desde siempre” y crean la idea de eternidad (aunque nunca emplearon esa palabra). Claro que este “siempre igual” no se manifiesta en una forma fija y monótona, sino que cumple un ciclo de eterno retorno, algo así como las cuatro estaciones del año, el nacimiento, la muerte, etc. Incluso hasta se pensó en el “renacimiento” bajo otro cuerpo, o sea, una reencarnación de la cual era un apasionado sostenedor Platón. La resurrección propuesta por la Iglesia Católica no sería otra cosa que la reencarnación en nuestro propio cuerpo. Luego, con estos criterios todo parece operar de la forma siguiente: la vida, como energía en movimiento, opera como eterna, pero al determinar o completar la constitución de un organismo determinado, queda supeditada a la cronología o edad de ese organismo, el cual es perecedero y termina el ciclo vital con la muerte. Así, los griegos contraponen a bios (vida), la tanatos (muerte) (bios vs. tanatos). Estas interpretaciones nos llevan a dos situaciones bien definidas: La existencia del concepto vida que abstractamente opera como fenómeno continuo e inacabable, cuyo principio no se conoce y que su permanencia presente desde que el hombre adquiere conocimiento, lleva a pensar que es eterna La existencia del concepto vida que concretamente se expresa en un individuo vivo determinado, en el cual se conoce el origen y el fin, y que a esta vida se le denomina alma o ánima, pero que se ha presupuesto, especialmente en el hombre, que esta vida, en estado inmaterial de alma, queda en suspenso después de la muerte La presencia de una forma de vida primitiva o primaria en entes unicelulares origina el concepto de “mera vida”, “vida desnuda”, “simple hecho de vivir” que Aristóteles llama zoé39 La vida como forma vegetal o animal, que considerada como forma o manera de vida propia de un individuo o grupo de individuos de formación celular y funciones orgánicas más complejas, Aristóteles la denomina bios. El filósofo griego distingue acá entre la bios de animales propiamente dichos, los que asimila más al concepto de zoé y la bios del hombre, que en su concepción es la verdadera bios.40 39
Este vocablo origina el neologismo que los denomina protozoarios por ser considerados como la forma más simple de vida 40 Agamben G. Louvert – LO ABIERTO. DEL HOMBRE Y DEL ANIMAL, Editorial Pre-Textos, España, 2005
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Aún aceptando el concepto de la muerte del cuerpo u organismo, en la concepción griega, católica y de algunas otras creencias, la vida de ese organismo en particular (bajo la forma de alma) parece no terminar en lo que se llama muerte, sino que queda “en suspenso” hasta volverse a reencarnar, en el mismo cuerpo o en otro (según sea la creencia). De esta forma, el hombre ha pensado que no se pierde el concepto de vida eterna, porque el alma sería esa “operadora de vida” que anima un cuerpo determinado y por lo tanto, sigue siendo eterna después de la muerte de ese cuerpo. Desde otro ángulo, los biólogos modernos como Hans Driesch lograron algunos experimentos en los cuales una salamandra regeneraba una pata cortada, o podían hacer crecer en cualquier parte del cuerpo de algunos anfibios, otras partes del cuerpo, por ejemplo, una cabeza en el abdomen. Estos experimentos de ficción científica, pero reales, llevaron a la idea de algo así como un principio organizador, una especie de energía invisible que actuando como un agente director que residía dentro de la sustancia vital u orgánica, regía todos los pasos o procesos que permiten a un grupo de moléculas o partículas, dar origen a un determinado organismo completo. Así, las células destinadas a crear un organismo específico, o una parte de él, siempre que operen sobre la misma materia base, reproducirá indefectiblemente el organismo al cual estaban naturalmente destinadas (teoría vitalista), según los experimentos multicéntricos de la Embriología. Inmediatamente, hubo una reacción con un desacuerdo evidente con la hipótesis Driesch que comenzaron con la primera pregunta ¿necesitamos postular la existencia de fuerzas vitales invisibles para explicar lo observado? Inmediatamente esto llevó a la otra pregunta ¿qué puede hacerse para verificar la existencia de esas fuerzas vitales? Pero todo quedó en el campo de la hipótesis de la existencia de fuerzas vitales invisibles y de la imposibilidad de comprobar o negar con una experimentación biológica, tal hipótesis. Más aun: ninguna situación podía imaginarse que fuera incompatible con la existencia de esa fuerza vital postulada. Cualquier cosa que se observara, estaba dentro de la hipótesis: era la fuerza vital en acción. Incluso la muerte podía explicar como la cesación o pérdida de la fuerza vital, de modo que ni siquiera la muerte del organismo ponía fin a la existencia de la hipótesis. Sin embargo, en oposición al concepto de Driesch, apareció la teoría mecanicista. Los biólogos mecanicistas insisten en que todos los fenómenos orgánicos requieren una explicación en términos fisicoquímicos, ya que ninguno de ellos tiene una previa explicación automática. Hoy, muchos biólogos no conformes con la teoría de Driesch ni la mecanicista, intentaron otra explicación que estuviera en el medio de las dos concepciones pero uniéndolas, dado que fácticamente ambas eran aceptables. Esta nueva concepción, integradora u holística, se denominó organicismo y opina que la vida se debe o depende, de la compleja organización de sus elementos materiales, en términos fisicoquímicos. A pesar de la pomposidad de términos y sus explicaciones más o menos racionales y aceptables, en el fondo sigue sin resolverse la cuestión fundamental de la esencia de la vida. La integración vitalista-mecanicista no ha hecho nada más que unir dos observaciones científicamente válidas, pues son fenómenos dados de indudable observación y comprobación empírica, aunque no sean reproducibles en el laboratorio. El organicismo no desplazó la teoría Driesch sino que la unió a la otra nada más que para zanjar una discusión bizantina. En esencia, la vida sigue siendo una especie de energía y todos sabemos que la energía es invisible a los sentidos y sólo se manifiesta a la percepción bajo la forma de los procesos a que da lugar, impulsando los elementos materiales, los únicos accesibles a la percepción sensual (“corporización” de la energía). La energía “material” o inorgánica, aquella que surge de la materia inerte o sea, del átomo, también dijimos es invisible, pero sus efectos se materializan en diferentes fenómenos y el hombre lo ha demostrado a través de inventos artificiales como es la bomba atómica, el uso de isótopos radiactivos y la usinas atómicas, como asimismo los transportes impulsados por la energía atómica. Esa energía en la naturaleza se observa en muchos fenómenos y últimamente se trata de captar su forma de energía cósmica. Pero la energía “vital” u orgánica, la que se materializa en el proceso de formación de un organismo vivo, sólo tiene esa posibilidad: ser visible formando el órgano vivo y con éste, el conjunto denominado organismo. Ese proceso 45
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vital que ha sido denominado organicismo y tiene como base a la energía vital bajo la forma fuerza vital o principio organizador (organiza las moléculas transformándola en estructuras vivas funcionantes). Sólo una cosa diferencia a ambas energías: la energía inorgánica o “material” puede ser manipulada por el hombre una vez que consigue liberarla y la transforma para otros fines. Puede artificializar lo natural. La energía vital no es posible liberarla de la sustancia orgánica, sin provocar la muerte de la misma o su destrucción y una vez ocurrido esto, ya dijimos que cesa o desaparece esa energía. Se esfuma. Sólo podemos tomar una molécula que encierre a esa energía y, sin destruirla, darle los medios necesarios para su desarrollo natural o alterado. La alteración puede ser celular o genética. Sin embargo, es necesario distinguir que ambas energías, vital y material, siempre operan sobre moléculas y este punto en común, fusiona el concepto de su esencia, dando al término energía el mismo rasgo de “operador sobre la materia”. Una energía opera en la materia inorgánica (la que no constituye un organismo) y la otra opera sobre la materia orgánica (aquella que es útil para formar un organismo). Si no se comprende bien y se trabaja muy fino al nivel de discriminación de estos fenómenos energéticos, se puede sacar conclusiones racionalmente válidas, pero que nos alejan de la comprensión de fenómenos reales, y susceptibles de ser interpretadas desde diferentes puntos de vista. Mi punto de vista es hacia lo más simple y de sentido común: explicar los fenómenos de una forma sencilla, partiendo de conclusiones universales y susceptibles de ser reconocidas por los efectos y modos de operar de los fenómenos. La base de estas explicaciones es un previo ponerse de acuerdo con el sentido o significado de las palabras, pues de otro modo, una misma palabra puede estar siendo manejado con conceptos distintos, aunque los mismos se estén refiriendo a un fenómeno único. La similitud operativa de la energía, ha llevado a otros conceptos como es el de energía cósmica o energía absoluta, la cual es la que “opera” según la “materia” u “objeto” a cuyo fin se aplica y de este modo será una energía materializadora de lo orgánico e inorgánico y del orden natural con que funcionan todos los entes conocidos. Esto explica por qué una materia considerada inorgánica puede ser manipulada en el laboratorio para que se considere como un símil de la orgánica, pues ordenaría las moléculas en formas similares. Es el caso de las membranas artificiales creadas en los laboratorios que crecen y se reproducen a expensas de fenómenos fisicoquímicos, pero que no alcanzan a formar un organismo. La energía cósmica opera sobre la energía ambiental del planeta Tierra cómo lo hace sobre otros elementos del espacio. Tanto las estrellas como los planetas y sus satélites viven en un espacio “activo” donde meteoritos, partículas y otros cuerpos “errantes” se mueven incesantemente. La energía moviliza partículas o modifica átomos o moléculas. Así, se “materializa” como partículas radioactivas o como movimientos de electrones y de una forma u otra, “ioniza” moléculas confiriéndoles una movilidad particular que las vuelve “activas” para modificar otros fenómenos materiales. En general, la ciencia denomina a estos fenómenos como “radiaciones” y explica lo ocurrido con las moléculas activadas con el proceso de “ionización” (la palabra ión deriva del griego que significa “caminante”) y esto marca la característica de la molécula activada la que “camina” o se mueve en sí misma o transmite vibraciones que comunica su actividad a otra molécula con la simple cesión o captación de electrones u otras partículas atómicas u electrónicas. El otro problema, que ahora entraremos a considerar, es cómo el hombre, operando sobre moléculas orgánicas e inorgánicas, puede manipular sobre una y otra y, aparentemente, sacar conclusiones confusas sobre la naturaleza de una u otra energía. Estas aparentes contradicciones, sólo pueden ser explicadas por lo que recién aludimos, en lo relativo al concepto de energía cósmica. Si todas las energías parten de una misma naturaleza, es posible que al alterar el orden natural, una de ellas pueda comportarse como otras distintas. Esto también explicaría algunos “cambios naturales” inexplicables para las rígidas teorías o conceptos sobre la “inmutabilidad” de una determinada energía. Luego, el concepto de energía aplicado a los fenómenos naturales que se observan en el ordenamiento de lo que hemos llamado “naturaleza” y “cosmos” no debe ser un concepto abstracto incomprensible o inefable, 46
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sino que sólo puede ser interpretado por los “efectos” fenoménicos ya que la energía en sí misma no es posible aprehenderla por los sentidos orgánicos (en algunos casos también por la tecnología sofisticada). Sólo es abarcable por la inteligencia a través de la percepción metafísica y como consecuencia de observar efectos parciales sensibles del fenómeno en general. Se puede manipular una célula y obtener de ella diferente tejidos (células madre o stem cells o células totipotenciales o células estamentales) o bien manipular moléculas genéticas y con ellas reconstruir nuevos genes, modificar los existentes y obtener por su manipulación, algunos fenómenos vitales que transforman un organismo en otro (transgenia) o lo reproduce (clonación) o bien suprimen o agregan genes para modificar una función generalmente patológica (genoterapia). La energía material es divisible (separable de lo material). La energía vital es indivisible (inseparable de lo material) y sólo es transmisible siempre a través de material biológico vivo. La energía material se expresa como diversos fenómenos. La energía vital se expresa, como dijimos, en un solo fenómeno que es la formación de un organismo vivo, de tal forma que es imposible separarla del mismo sin destruirla. La física molecular y la biología molecular, al llegar al mundo de las “partículas subatómicas”, la teoría de los bosoneshadrones llevó a la ciencia a la frontera misma de la zona donde la materia se transforma en energía y viceversa. Esto parece mostrar, a primera vista, que materia y energía son una misma cosa o constituyen un todo inseparable y que son simples modos de manifestación de la existencia de las cosas animadas e inanimadas, cualquiera sea su naturaleza. Hilando finamente, tanto lo orgánico como lo inorgánico y lo de cualquier otro posible “reino”, en esencia, es lo mismo. Sólo que la “energía” (operando como fuente única) maneja diversas moléculas o partículas (que son las mismas para todo ente material) en distintas direcciones y, según el modo de operar y el tipo de moléculas usadas, originará una u otra cosa. Esto, mostrado y “demostrado” científicamente al nivel molecular, atómico y subatómico. Pero, a los efectos prácticos, por ahora conviene seguir diferenciando, por su modo de operar, la energía inorgánica de la energía orgánica o vital. Todo esto debe ser colocado en el contexto del concepto de energía, que antes comentamos en digresión, para mejor entender los fenómenos que resultan hoy muy difíciles de llevar a un acuerdo general sobre la esencia de los mismos. La energía vital es también, una vez que constituyó el organismo, la que forma primero el alma y luego, ésta conforma el espíritu humano. Ergo, vida, alma y espíritu son parte de una misma energía, pero con funciones diferentes: la energía biogenética41 (la vida en sí), es la que exclusivamente dará origen al organismo vivo, constituyéndose en su alma como energía vital circunscripta a un organismo definitivamente formado y con un fin o naturaleza muy concreta: ser un animal, una planta o un hombre u otro tipo de ser vivo. Pero esa alma tiene una doble función: por una parte debe animar la vida celular (lo que ocurre en todos los seres vivos) y por otra, constituir la energía espiritual que dará origen al espíritu, el cual a su vez se manifestará a través del organismo vivo formado, en este caso, exclusivamente en el hombre cuando es espíritu racional. Ambas funciones del alma constituyen con el cuerpo material una sola cosa indivisa: el ser vivo en general y el humano en particular. Por lo tanto la vida como Bios es energía pura y eterna que permanente está ordenando las moléculas para constituir un organismo. Cuando construye el organismo humano, deja de ser Bios y se transforma en alma.42 Esa alma reside por igual en todas las células del organismo humano, pues es lo que “anima” la vida celular del pelo, las uñas, la piel, los órganos, los huesos, pero en el cerebro construye la mente y ahí es donde encuentra el instrumento idóneo para manifestarse como vida humana: el espíritu. Como argumento irrefutable a esta idea tenemos los fenómenos ocurridos en los ECM (encuentro 41
Lo que genera vida Este concepto transforma a alma en un sinónimo de vida. Vida es un concepto general y genérico que designa la energía en sí (energía biogenética), mientras que alma es la vida operando concretamente sobre la materia que constituye un organismo determinado. Ergo, vida = alma, por carácter transitivo. Éste es el sentido con que emplearemos al término alma 42
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cercano a la muerte) que a pesar de constatarse la denominada “muerte cerebral”, el resto del organismo puede vivir sostenido por aparatos artificiales por un tiempo indeterminado. A esta prueba se agrega que después de muerto y enterrado un cuerpo, hay células como las uñas y el pelo que siguen manifestando su energía vital al continuar su reproducción y crecimiento orgánico. Como conclusión incontrovertible es que la vida puede continuar sin la presencia del cerebro activo en un cuerpo no decapitado, pero el espíritu cesa de manifestarse cuando ese cerebro muere o se inactiva totalmente (línea fija del electroencefalograma). Luego, el cuerpo es el instrumento con que se manifiesta el alma, el cerebro es el instrumento de la mente, y la mente el instrumento del espíritu. Estos conceptos, como ya lo vengo aclarando continuamente, debo repetirlos hasta el hartazgo para no perder el hilo del pensamiento sobre la cuestión que motiva este trabajo. Los conceptos pueden resumirse en este esquema: Vida (Bios) → energía vital (alma animal→ proceso organizador → organismo animal o vegetal) Vida → Organismo humano → alma humana (la vida en el ser humano, en todas sus células) (lo que anima todas las células) ↓ espíritu (expresión del alma como inteligencia, afecto y) voluntad) ↓ mente (expresión del espíritu que reside sólo en (psiquis) células cerebrales y manifiesta por facultades) Este concepto del alma como operadora de la materia, es lo que llevó a González Pecotche a proponer que el alma es un “ente material” para distinguirlo del espíritu, que sería un “ente inmaterial” puro.43 Es una buena distinción, pero hay que tener cuidado de que no nos desvíe del concepto que alma y espíritu, como la vida, son una misma cosa que adopta diferentes formas de operabilidad y que tanto una como otra sólo serán fenómenos abarcables y comprensibles cuando operen sobre algún tipo de molécula o partícula material. No debemos tampoco confundir lo que es esencia con lo que es efecto de una cosa. Los efectos son los modos con que opera la esencia de un ente. Cuando esa esencia no es accesible, no es conocida en sí misma, ya hemos repetido hasta el hartazgo que sólo es pasible de ser conocida por los efectos o “modos de ser”, tal cual lo propuso Heidegger para llegar al ser del hombre o del ente en cuestión. Este método es aplicable a la esencia de todos los entes que no son susceptibles de conocerse de otro modo. Pero, insistimos, no debemos confundir esencia con efecto y creer que el efecto es la esencia. Por eso, alma y espíritu, dos efectos del fenómeno vida, operan de modo distinto pero siguen siendo lo mismo. Quizás, este fenómeno de que un mismo ente se manifieste de formas distintas, es lo que originó la idea de conceptos religiosos que hablaban de trinidades (hinduismo, catolicismo) donde el Dios es Uno, pero manifestado como tres entidades distintas. Esto también se observa en la doctrina oriental del uno y la multiplicidad, donde se considera como perfección mantener la unidad o la concentración en una sola cosa y evitar la multiplicidad como imperfección. Todos estos conceptos abstractos pueden haber partido de conceptos metafísicos extraídos de los fenómenos naturales de comprender como un mismo ente, fenomenológicamente, puede producir efectos distintos. De ahí que un mismo Dios pueda parecer tres.
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Lo de material e inmaterial funciona acá como alegoría, pues en esencia alma y espíritu con inmateriales, pero el alma maneja todo lo material del cuerpo, mientras el espíritu se manifiesta, a través de lo material, en funciones inmateriales (intelecto, afecto y voluntad)
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En cuanto al origen del hombre, como parte del origen de la vida, la cuestión sigue entre Dios y la Naturaleza. Chopra, bajo la pregunta ¿quién me hizo?,44 analiza las posibilidades de una creación divina o de una creación por el Big Bang, pero aclara que así, en forma absoluta, ninguna de las dos teorías contesta plenamente la pregunta (aunque deja en claro que un mero origen material –Big Bang – no contesta sobre los fenómenos del amor, deseo, arte, música, amabilidad, altruismo, intuición, sabiduría y pasión. Esto nos vuelve a la incógnita del Creador amoroso del universo y quien se admira de la creación de ese universo y toma conciencia de él, es ya una conexión con Dios. Es decir, este pensador que admite que creer únicamente que Dios es el creador directo del hombre lleva a una “certeza sin conocimiento útil” y que el precio de aceptar sólo al Big Bang es perder al Creador amoroso y protector, nos deja ante un dilema viejo y con las mismas opciones hasta ahora enunciadas en lo relativo a esta cuestión. La curiosidad de la respuesta a la pregunta ¿quién me hizo? que el propone como “yo me hice a mí mismo” nos sumerge en otras disyuntivas mucho más difíciles que las hasta ahora conocida. El “hacerse a sí mismo” evidentemente no se refiere a la creación material de uno mismo, dado que es indiscutible el fenómeno biológico de que soy fruto de una procreación de dos humanos (mis padres) y en esto prima el principio “in celula omnia celula”. Probablemente la respuesta encaje más en el sentido de la formación de la personalidad propia, que es dónde el hombre tiene plena intervención. Pero esto deja afuera todo lo relativo a la creación material de la vida humana, que en el fondo Chopra admite como obra de Dios. En resumen: la pelota queda saltando en suspenso infinito. El espíritu como soplo En esta particular cuestión hay dos elementos que están en juego. Por un lado la doctrina y creencia religiosa, por el otro la cuestión semántica. Bien pensado, toda la cuestión referida a vida, alma y espíritu sólo está referida por las mismas palabras, las cuales tienen etimología común. En el fondo de la cuestión también yace un problema lingüístico. Materia y energía son palabras. Como todo vocablo, el sentido dependerá de diversas variables. En forma inmediata hay un sentido y significado dado por el diccionario. Esto es lo denotativo. Pero hay otro sentido fuera del diccionario y es el sentido connotativo. Dentro del sentido connotativo entran todos los significados impresos por la ciencia, la filosofía y otras ciencias o disciplinas del conocimiento y saber humano. Pero fundamentalmente impera el sentido particular que cada uno quiere darle al usar las palabras. Es la doctrina denominada ad sensum, o sea, el sentido que cada uno quiere darle a la palabra en el momento que la expresa. Por último, está el sentido del contexto en que se usa la palabra. No es lo mismo un entorno filosófico, que uno científico o uno religioso. Cada una de estas formas de saber da el sentido determinado por la idea, sentimiento o creencia o la rigurosidad de un fenómeno en particular. Lo importante es no perder de vista el significado y sentido etimológico que es el que dio origen a la palabra. Ese sentido está por encima de cualquier connotación. Para evitar conflictos de comprensión y comunicación, la excelencia consiste en usar la palabra dentro de lo etimológico para evitar confusión o puntos de vistas equívocos o diferentes, sobre un mismo fenómeno. He insistido en la importancia del lenguaje para definir los fenómenos conocidos. He abogado para que se considere importante a la etimología, pues el sentido primero puede contener una idea apropiada, aunque esa idea no sea percibida en forma igual por todos. El espíritu es algo que básicamente no puede ser definido con palabras. Como prueba de esto vayamos al Diccionario de la RAE y ahí encontramos la acepción de “alma racional” “don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas” “vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para actuar” “ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo” “Vivacidad, ingenio”. Si acudimos a la definición de alma encontramos que es “sustancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él 44
Deepak Chopra –REINVENTA TU CUERPO, RESUCITA TU ALMA. COMO CREAR UN NUEVO YO, Editorial Aguilar, España, 2010
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constituye la esencia del hombre”. En cuanto a la palabra ánimo la RAE nos informa que etimológicamente deriva del latín anima y ésta del griego anemos y significa soplo y lo define como “alma o espíritu en cuanto es principio de la actividad humana”. Sin mucha profundidad, observamos que el diccionario da vueltas y vueltas y define a espíritu como alma o ánimo, a alma como sustancia espiritual y a ánimo como alma o espíritu y ahí se cierra el ciclo de denotaciones. Nos deja sin mayor aclaración puesto que usa las mismas palabras y no nos ilustra principalmente. Nosotros postulamos, por una cuestión semántica, que el alma es la operadora de la vida en el cuerpo, es lo que anima al cuerpo (opera sobre la materia del cuerpo); espíritu es el operador del alma en lo relativo a la esencia humana; la mente es la operadora del espíritu. Así todo queda involucrado de una forma indisoluble o inseparable. Quizás esta unidad es lo que lleva a la confusión de los términos y de los conceptos de creer que alma, espíritu y mente son una misma cosa. Es una misma esencia organizada en funciones distintas. Las palabras designan más a las funciones que a la esencia. De las denotaciones podemos rescatar dos cosas a los fines de llegar a una acepción que nos ilustre mejor sobre qué es el espíritu: 1. La primera figura es la de don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas y a esto lo enlazamos con la etimología de ánimo como soplo. 2. La segunda figura sería lo referido a sustancia no material que da vivacidad, vigor, brío o valor que permite al cuerpo actuar. La primera figura nos lleva, sin dilaciones, al campo de la fe religiosa y a la aceptación de la doctrina creacionista del hombre y en esa dimensión debemos remitirnos a la Biblia. Cuando Dios creó al hombre, según la Biblia, lo hizo a su imagen y semejanza, modelando el barro al cual le insufló el espíritu (nefesh/nepech-ruaj). Esto concuerda con la idea original (etimos) de espíritu como soplo, viento, aire, respiración, etc. La idea del hombre como imagen y semejanza de Dios no es únicamente una creencia del pueblo hebreo. Los griegos representaron en el Olimpo a sus dioses con formas humanas. En los textos vedas que aparecieron al final del llamado “período védico” (tiempo que duró la aparición y elaboración de los textos vedas), en el siglo IV o V antes de Cristo, llamados Aranyakas y los Upanisads (Equivalencias), desarrollan una especie de gnosticismo. Mediante el uso de parábolas intentan explicar que lo que denominan “Atman” (alma individual), sería un principio idéntico al que llaman “Brahman” (alma universal). Enuncian el postulado “Tú, el individuo, eres idéntico al principio último de las cosas”. Para los Vedas, ésta sería la verdad suprema en la que radica la liberación final. El consenso casi universal entre Oriente, Occidente y el Medio Oriente parece ser que el hombre lleva en sí el germen sembrado de la divinidad, siendo su esencia el espíritu divino. Esto no debe traducirse como que el hombre es Dios (Dios-hombre u hombre-Dios u homo divinans) sino que el hombre lleva dentro de sí al espíritu de Dios. Si estos conceptos extractados de la Biblia y de los otros textos citados se tomaran en forma literal, nos llevan a la definición etimológica de entusiasmo. Etimológicamente entusiasmo viene del griego enthous (latín intus) = dentro; y siasmo significaría Zeus o theos (dios), o sea, que entusiasmo sería el “dios que cada uno lleva dentro”. De este modo, la interpretación bíblica no debe ser que yo soy Dios, sino que llevo dentro de mí a Dios. Al leer la definición que la Real Academia Española da de esta palabra, encontramos una acepción que dice “inspiración divina de los profetas” y luego consigna otras acepciones como la de “inspiración fogosa y arrebatada del escritor o del artista, y especialmente del poeta o del orador”. Siguiendo las acepciones propuestas por la RAE también entusiasmo es “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa que lo admire o cautive”. Finalmente es “adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño”. Esto muestra las diferentes maneras de aceptar a la palabra entusiasmo. La acepción de espíritu no estaría lejos de estos conceptos, ya que en algún modo, el hombre desde que fue creado le ha sido dado una parte de ese espíritu divino, de ese dios que cada uno lleva dentro. Este concepto del “dios interior” significa la luz interior que nos impulsa, que nos “enciende” a emprender una tarea cualquiera, no sólo 50
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dándonos la creatividad interior o inspiración sino también la energía o exaltación o fogosidad del ánimo necesaria para llevar a cabo lo que desde nuestro interior se nos propone para favorecer una causa o empeño. Es la fuerza o motor de la “adhesión fervorosa” y de la “inspiración fogosa y arrebatada” que cada uno de nosotros puede poner en una acción cualquiera que se desarrolle. Esto último nos lleva a la parte denotativa que implicaba aquello de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para actuar”. La tendencia moderna a una mayor preocupación por averiguar las potencias espirituales del hombre, quizás, se debe a la necesidad de revertir la gran crisis espiritual por la que se atraviesa. De ahí el estudio de las facultades de la motivación, del optimismo y de otras cualidades y facultades espirituales. La idea de cultivar el entusiasmo como una virtud que provoque el cambio y lleve al hombre a motivarse para el “éxito” en general de su vida personal, es la que ha generado el pensamiento de que hay que despertar al gigante. Este concepto de “gigante” que nos retrotrae a la idea de Mira y López, es uno de los más acertados dado el formidable poder que encierra el concepto de entusiasmo. Si entusiasmo es el “Dios que cada uno lleva dentro de sí” es como afirmar que poseemos una fuerza ilimitada y poderosa y muy grande (cualidades atribuidas a los míticos gigantes). Alejandro Rozitchner45 piensa que el concepto entusiasmo “puede representarse con la sensación de estar dentro de las cosas. Es un estar adentro de todo ocasionado por el mero hecho de estar involucrado de manera especial con algo. El entusiasmo es una acción en donde los movimientos se enhebran con gracia, en donde uno se siente arrastrado por una fuerza no intencional, pero a la que se reconoce como particularmente propia”. Acá, Rozitchner en un juego semántico resalta la endogenicidad del entusiasmo. Nosotros ya advertimos que etimológicamente, entusiasmo es una fuerza endógena. Está “dentro de uno mismo”, pero cuando algo cae en la mira del entusiasmo y se constituye su causa, la persona se “involucra” con ese “algo” e involucrar es “abarcar, incluir, comprender”. Por este sentido semántico, pensamos que más que meterse “dentro de algo”, incorporamos ese algo “dentro de uno mismo”. Comprender es el primer paso para introyectarnos algo, pero también para “penetrar dentro de las cosas”. La introyección o incorporación de un algo es lo que determina la motivación en algunos casos. Pero “meternos dentro de algo” es cuando encontramos la “verdad” o el ser de un ente o cosa. Por esto vale la pena hilar fino entre lo que es “meter algo dentro nuestro” o “meternos nosotros dentro de algo”. Cuando nosotros “metemos algo dentro nuestro” de ahí surge el compromiso con el “algo”. Si bien el entusiasmo, como potencia natural de nuestra esencia, no es fruto de nuestra voluntad o intención, la acción entusiasta sí es la que será guiada por el deseo, el anhelo, la involucración y el compromiso intencional con ese “algo” o “causa de entusiasmo”. Es verdad que el entusiasmo es una fuerza positiva motivadora, pero debe ser acompañada de orden, responsabilidad y disciplina, pues sin esas condiciones no será efectiva. Una acción entusiasta no organizada, tendrá empuje, pero no siempre significará éxito, aunque el tesón pueda producir algún efecto de beneficio. Para que el entusiasmo sea efectivo completamente debe ser guiado, esto es organizado y disciplinado y cada resultado debe ser evaluado con responsabilidad. Sólo así habrá éxito con calidad total (excelencia). Luego, entusiasmo ya no sólo es deseo, motivación, empuje, coraje, causa justa y positiva, búsqueda de éxito. Necesita de una cierta metodología. Pero todo va en bloque. Y para que esto ocurra hay que cultivarlo, desarrollarlo, es decir, prepararse. El entrenamiento espiritual o mental para encontrar el entusiasmo o desarrollarlo es parte de la maduración espiritual y del encuentro de la plenitud o sabiduría. El éxito y excelencia deben ser añadiduras, más que un fin o meta. Naturalmente, todo entusiasta, por su natural positivismo, siempre piensa en triunfar. Pero para esto, Bulacio propone que “la persona entusiasta intentará encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación, aumentando las posibilidades del éxito”
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Filósofo argentino autor de TEORÍA SOBRE EL ENTUSIASMO
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Horacio Krell46 completa este proposición reconociendo que el entusiasmo “es una virtud que se puede alcanzar motivando el querer: si el deseo es suficientemente grande, cualquier obstáculo se vuelve pequeño. Pero no es cuestión sólo de metodología sino también del desarrollo de las capacidades humanas que se encuentran adormecidas, todos tenemos un gigante interior que no sabemos cómo despertar. El sentimiento no se sujeta a la razón sino a la acción, por eso hay que poner el autoarrancador y hacerlo ya. Los estados de ánimo acompañan a quien se moviliza. Para entusiasmarse, precisamente, hay que apropiarse del entusiasmo y transformarlo en acto. El entusiasmo disfruta con lo mínimo, se manifiesta en lo que hace, se lleva a sí mismo a todas partes. Y el fracaso no lo asusta: el disfrute está en el proceso y no en el resultado, lo importante es cómo viaja. Su felicidad no es la estación a la que arriba sino la manera en que disfruta del viaje”. Este concepto de Krell lo refuerza Rozitchner cuando afirma que “lo importante del entusiasmo es que es un fin en sí mismo, es decir, que es el entusiasmo mismo el que te da la felicidad, no que ella deriva del fin al que el entusiasmo se dirige” Retomando la denotación de entusiasmo como “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa que lo admire o cautive”, por ser el sentido con que más se usa dicha palabra, debemos coincidir con el especialista argentino Juan Manuel Bulacio47 que el entusiasmo “es una emoción en sí mismo”. Luego, en ese carácter, es algo intangible, en el sentido de que no es accesible a los sentidos, pero por ser una sensación es perceptible, esto es, se siente. Ese “sentir” le quita lo abstracto para objetivarlo como algo concreto. Y, ¿cómo se siente? Como una “energía” que nos llena de plenitud y nos moviliza, precisamente por lo que admiramos o nos cautivamos. Como el entusiasmo “mueve” todas una serie de sensaciones distintas, no es posible describirlo como una emoción determinada, sino como una mezcla de emociones en las que interviene el tesón, el fervor, la tensión o concentración en algo que nos distrae de otras cosas, en una fuerza avasalladora para hacer o sentir, combatir por un ideal o comenzar cualquier empresa que creamos digna y justa. Si bien, como gama o repertorio de emociones, no podemos definirlo dentro de las emociones conocidas, tampoco debemos decir que es imposible de describir por ser una emoción indefinida. Lo es respecto a lo conocido, pero al decir “entusiasmo” estamos nominando esa sensación especial indescriptible pero específica y su especificidad está en su propio nombre. Dada sus características de optimismo, deseo o anhelo, motivación y fuerza “para hacer”, Bulacio cree que el entusiasmo “se trata de una combinación de dos estados anímicos: la motivación y el optimismo”. Nosotros no disentimos con el criterio, pero pensamos que la motivación y el optimismo son sólo algunas de las principales cualidades del entusiasmo. Una fuerza tan grande, que semánticamente se emparienta con la divinidad, necesariamente debe ser mucho más que una mera suma de dos o más condiciones o cualidades. Coincidimos plenamente con el especialista argentino en que “el entusiasmo supone un estado anímico que impulsa a la acción” puesto que motivación y ánimo se caracterizan por “mover” las fuerzas y facultades espirituales hacia una acción determinada. También dijimos que entusiasmo es optimismo y optimismo es siempre un estado de ánimo positivo que al decir de Bulacio, consiste en las creencias positivas que las personas tienen de sí mismas, de los demás y del mundo en general. Pero es conocido que una persona no puede vivir en un “estado permanente e invariable de ánimo” cada segundo, todas las horas, todos los días, todo el año y toda la vida. Hay un ciclo variable polifásico donde habrá días que es más positivos que otros o días que se cruzará algún sentimiento negativo o pesimista. Pero el saldo final no es una mera suma y resta de estados positivos y negativos, sino la actitud persistente que marca el carácter y el temperamento. Esto aleja la “transitoriedad” de un estado determinado y le da “continuidad” como carácter o temperamento. Así hay personas signadas por un carácter o temperamento positivo y otras por lo negativo. A pesar de las oscilaciones, en las personas de tendencia 46
Director de la Academia Ilvem Psiquiatra, psicoterapeuta cognitivo y director del Instituto de Ciencias Cognitivas Aplicadas de Buenos Aires, Argentina 47
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positiva en el transcurso de la vida, según Bulacio, “la tendencia de base es bastante estable, con lo cual, aun en condiciones difíciles, la persona entusiasta intentará encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación, aumentando las posibilidades de éxito”. Estos dos criterios unidos, persona entusiasta y posibilidades de éxito, es lo que motiva a los estudiosos de la mente y la conducta humana a rescatar el concepto de entusiasmo sobre esas condiciones. Silvia Mazza48 define que “una persona entusiasta es ante todo, alguien que no especula, que no se mide, que se entrega. Al punto tal que se deja ganar por un impulso interno en contacto con algún estímulo externo; una persona tan generosa que ni siquiera importa la calidad del objeto (que puede ser mínimo) y sin embargo, es causa suficiente para que el entusiasta se encienda y contagie a los demás con su propio fuego. El entusiasmo habla del derecho a apasionarse por lo que sea, y de ser libres para volcarnos al mundo, según nuestro propio modo”. Irma Sanchis piensa que las personas entusiastas llevan “la fe en ellas mismas y en que la vida merece la pena y su alegría reside en atreverse a ser, en realizar las posibilidades que llevan dentro”. Krell alude a que los entusiastas son seres proactivos que no se atan a los hechos en sí sino que buscan generarlos y que logran lo que quieren, justamente, porque creen en “lo posible”. Desde otra perspectiva, Rozitchner agrega que el entusiasmo es una especie de camino subjetivo para acceder al sentido de las cosas y una especie de punto de ebullición que nos cocina para realizarnos. Asimismo, piensa que para evitar el egoísmo social, fruto de la actual crisis espiritual, la sociedad necesita de los entusiastas, que son personas que se olvidan de sí mismos para sumarse al trabajo comunitario, al “equipo comunitario”, de forma tal que una comunidad se realiza exactamente cuando cada individuo de ella se afirma a sí mismo. Cuando esa sociedad o comunidad deja que cada uno de sus miembros desee y se entusiasme libremente, se generan lazos sociales dentro de ella, mucho más sólidos. Desde un punto de vista práctico, como es el entusiasmo aplicado a la empresa y al trabajo, en la opinión de Daniela de León49 el entusiasmo en el ámbito laboral engendra un sentimiento que propicia el éxito, porque estimula la laboriosidad (vitalidad laboral), creatividad (formas innovadoras con proyectos o iniciativas de excelencia de trabajo y producto) y ayuda al liderazgo. Por esta razón, en el esquema empresarial, el entusiasmo siempre debe ir de adentro hacia fuera (éxito personal) y de arriba hacia abajo (éxito de gerenciamiento) y ambos contribuyen al éxito empresarial. Como antes dijimos, siguiendo lo preconizado por Krell, en la empresa el entusiasmo genera el espíritu de equipo. Es sabido que las emociones impactan en el organismo provocando reacciones diversas en diferentes órganos. En el entusiasta las reacciones o manifestaciones orgánicas están relacionadas con la euforia que se despierta cuando encara un proyecto o se pone en acción. Bulacio expresa que son manifestaciones orgánicas nacidas por una sensación de bienestar pues, se experimentan sensaciones ansiosas positivas que son expresiones corporales reflejadas en el tono muscular que se tensa en forma expectante, ni demasiado relajado ni tenso del todo, sino con un tono justo y suficiente para ser activado y predispuesto a la acción que se encara o empieza. Toda la fisiología humana se desata acompañando un estado de emoción positiva que interviene no sólo en los músculos sino en el aparato digestivo, en el sistema cardiovascular y en el sistema nervioso. Lo orgánico también se refleja en la situación vital que se está atravesando, en la calidad de vida y en las expectativas razonables de cada persona. El estado anímico es preponderante cuando se está entusiasmado y supera estados conflictivos como pueden ser los depresivos y modera aumentado o equilibrando los estados eufóricos. De algún modo, el entusiasmo aumenta la vitalidad orgánica y espiritual. También, de acuerdo con el criterio de Chopra al que antes aludimos, el entusiasmo nos da la habilidad de amar y tener compasión y la habilidad de tener alegría y compartirla con otros. Visto así, el entusiasmo es un estado de felicidad completa. Pero si no nos mueve la fe en Dios, esta acepción de espíritu 48
Directora-docente del estudio-taller bonaerense denominando El entrenamiento creativo y del pensamiento analógico 49 Directora de Ventas y Marketing del Instituto Dale Carnegie Training, Buenos Aires, Argentina
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no tendría validez para conformar una idea clara de su naturaleza. Personalmente, acepto este concepto religioso como el mejor para entender la naturaleza del espíritu. Otro inconveniente, de la acepción antepuesta refiriéndose al cuerpo, es que nos lleva directamente al dualismo de cuerpo y alma, dado que diferencia al espíritu como el vigor o fuerza del cuerpo para actuar. Ya dijimos que si consideramos al hombre como una unidad indivisible (individualidad) estas afirmaciones nos colocan en el dilema de aceptar la dualidad cuerpo y alma en abierta contradicción con la creencia de la individualidad. Pero salvando este dilema podemos aceptar lo que la filosofía antropológica nos sugiere en el sentido de carnalidad espiritual (carnoespíritu), puesto que los dos fenómenos manifiestos (cuerpo y alma) están dados así, en una sola unidad. Lamentablemente, si queremos analizar este fenómeno, solamente se le admite en el análisis como dos cosas separadas. Pero no debemos perder de vista que este sentido de compartimiento (compartimentalidad) es sólo a los efectos de la descripción. El fenómeno no se percibe como análisis sino como síntesis y en este sentido lo que captamos es una totalidad difícil de separar con los sentidos (vemos, oímos y palpamos el cuerpo pero no el alma). La segunda propuesta o figura que planteamos antes, para formarnos una idea de espíritu, es más aceptable para los que no creen en la fe de Dios. Concibe al espíritu como una energía especial, como un brío o fuerza. Esto define mejor la naturaleza del espíritu en cuanto a su materia, pero no a su esencia. Lo define como algo inmaterial. Queda a mitad de concepto, pues sólo hay una referencia parcial del fenómeno. Pero una cosa es bien clara: el espíritu es inmaterial, no se percibe a través de los sentidos sino por una percepción introspectiva, endógena y extrasensorial. Tiene clara manifestaciones en todas las facultades mentales. Con todo esto hemos llegado a la conclusión de que no hay una definición o concepto general de espíritu que sea adoptado sin condiciones (incondicionalmente) por todos. Pero provisionalmente aceptaremos lo de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica al hombre para actuar” a fin de obviar algunas objeciones. En esta acepción, vigor significa fuerza y ésta es aceptada como “virtud o eficacia que las cosas tienen en sí”, en cuanto a operatividad y manifestación o “aplicación del poder moral”.50 En este último caso, esta acepción se aplica a la “fuerza moral” o espiritual que nos ayuda a superar desgracias y conflictos. Ya aludimos a la “cuestión semántica”. En nuestro caso, etimológicamente entenderemos por energía a todo lo que implique el sentido de fuerza y a fuerza la comprenderemos como “eficacia, poder, virtud para obrar”, esto es, la “capacidad de hacer u obrar”, de promover una actividad. En Física se aceptaba que la energía pura es la que conlleva la “capacidad de trabajo”51 y es la que actúa “sin desplazamiento de la materia”, pero la Física Molecular ha determinado que siempre que actúa la energía, el canal de la misma son partículas subatómicas, lo que significaría que si no existieran las subpartículas, no se “materializa” (no actúa) ningún tipo de energía. En Biología se usa el término latino vis, que significa fuerza, energía. Luego, necesariamente todo tipo de energía tiene un sustrato material, aunque sea en la mínima expresión de materia como son las partículas subatómicas de carácter infinitesimal. Se refuerza, así, el carácter de un todo materia-energía. En el parágrafo anterior ya tratamos lo referente a energía y distinguimos que materia y energía eran una misma cosa, pero a los efectos de comprender mejor, seguiremos tratando nuestra cuestión como si fuesen cosas distintas. En cuanto a materia, etimológicamente proviene del latín y significaría la “sustancia real primaria de la que están hechas las cosas que tiene propiedad de espacialidad (ocupa espacio) y que es perceptible por los sentidos. Junto con la energía, constituye el mundo físico”. En síntesis: para la Física materia es todo aquello que ocupa un lugar en el espacio y posee masa. El vocablo materia ha generado otro conocido como antimateria. La antimateria se 50
La segunda acepción de fuerza según la RAE es “aplicación del poder físico o moral” y la primera definición denomina a fuerza como vigor (?) 51 Trabajo es el desplazamiento de un cuerpo en el espacio a través de un tiempo determinado
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define como “la materia compuesta de partículas elementales, en las que algunas propiedades de una partícula normal, en especial la carga eléctrica, se presentan invertidas. Por ejemplo, al electrón corresponde una antipartícula conocida como positrón. Las dos partículas tienen la misma masa, pero la carga eléctrica del electrón es negativa y la del positrón, positiva. El contacto entre materia y antimateria provoca la aniquilación de ambas y la liberación de grandes cantidades de energía en forma de rayas gamma. La antimateria puede llegar a producirse en la naturaleza debido a la acción de los rayos cósmicos, y en forma artificial, durante brevísimos períodos de tiempo dentro de un acelerador de partículas. Algunas teorías aceptan la posibilidad de que partes del universo estén compuestas totalmente de antimateria”.52 La raíz latina emparienta a materia primero con madera y muy lejanamente con madre (mater) Lo bueno de este concepto es que reconoce la indivisibilidad de materia y energía que en su conjunto es lo físico por excelencia. Estudiando a fondo los nuevos conceptos de la Física posmodernista, materia es todo lo constituido por átomos y moléculas (partículas), mientras que energía es todo lo constituido por subpartículas atómicas capaces de organizar la materia; o de destruirla o no formarla (antimateria). Nótese que al final, tanto materia como energía son subpartículas. Lo semántico está estrechamente ligado a lo religioso o, mejor dicho, lo religioso encontró una metáfora para expresar al fenómeno del espíritu y esta razón hizo que tanto los hebreos como los latinos centraran la cuestión del espíritu en lo que ellos conocían como aliento, respiración o soplo y así se expuso. Los antiguos hebreos en la BIBLIA, presentaban al hombre como una especie de unidad sellada donde cuerpo y alma constituían una sola cosa, dado que fue modelado en barro y a este barro se le “sopló” (insufló) la vida para convertirlo de materia inerte en materia viviente, pero de forma tal que no hubiese distinción aparente entre lo material y lo inmaterial. Este concepto de soplar o insuflar era la idea rondante en la Antigüedad sobre la esencia o naturaleza del espíritu. El nefesh/nepech (término hebreo intraducible) era lo que Dios insufló53 al barro para darle vida, creando una carnalidad espiritual,54 en la que no existía una diferencia entre cuerpo y alma. Sin embargo, las relaciones entre el cuerpo y el alma, o entre el cuerpo y la mente, han intrigado a los pensadores por espacio de varios siglos. El dualismo cartesiano fue el hito que dividió al quehacer científico y filosófico en dos vertientes distintas. Desde entonces hasta ahora la filosofía y otras ciencias del espíritu caminan divorciadas de las ciencias biológicas, como si el campo de cada una tuviera objetivos distintos. Ha sucedido, incluso, que muchas veces ambas tendencias se enfrentaran con puntos de vista totalmente discrepantes a pesar de que el fenómeno considerado (el hombre) es uno. Lo usual es que dichas ciencias no se enfrenten pero tampoco se junten sino que marchan por caminos paralelos, como si lo que consideran fueran dos cosas distintas o dispares. Los intentos de entrecruzar ambos caminos, no produjeron un camino convergente, sino sendas divergentes o en direcciones contrarias, manteniendo la discrepancia existente antes del cruce. Pero el fenómeno indiscutible es que cuerpo y alma coexisten en tan íntima unión que en Medicina no existen dudas que cuando el espíritu se quiebra, el cuerpo se enferma (medicina psicosomática) o cuando la mente se enferma (psiquiatría) la integridad del hombre se anula; o bien cuando se 52
DICCIONARIO ILUSTRADO DE CULTURA ESENCIAL Un acercamiento a la idea de insuflación en hebreo es el ruaj que significa viento y que los griegos tradujeron por anemos que es soplo. Pero los latinos crearon el término animus como equivalente al alma del hombre. En castellano es la etimología de la palabra ánimo. Espíritu deriva de alma, alma de ánima, ánima del latín animus y animus del griego anemos, el que etimológicamente significa soplo. Por eso, en latín, animus y su sinónimo spiritus son “respiración, aliento, aire”. Es como si la nefesh (o merajefet, forma femenina que significaría empollar como sinónimo de maternidad) hebrea fuera, en el concepto grecolatino, un sinónimo de espíritu o alma, con lo cual caeríamos nuevamente a la dualidad 54 Nosotros preferimos usar el neologismo carnoespíritu que une en una sola palabra el fenómeno de un cuerpo lleno de espíritu (espíritu encarnado) Emplear una sola palabra ayuda más a la idea de globalidad indivisible y evita la dualidad atribuida a Descartes, en el sentido de diferenciar entre cuerpo y alma (pero originalmente fueron los griegos que hablaron de psique y soma. 53
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enferma el cuerpo (medicina interna), la mente también se afecta. Es sabido que la fiebre obnubila, que un infarto cerebral, de acuerdo al hemisferio que ubique anula una o varias o todas las funciones intelectuales. Esto prueba definitivamente que el cuerpo enfermo modifica la forma emocional del sentir y el pensamiento racional y viceversa. Precisamente es, desde la observación médica, donde surge la idea de volver a la unicidad o integridad total del hombre en una sola cosa. Si se separan (disecan) cabeza y tronco, indudablemente ninguno de los dos sobrevive per se, al menos con las funciones completas. Es también incontrovertible que la mente reside en el cerebro. Esto lo ha probado completamente la medicina, terminando con las dudas aquellas de que el espíritu o las emociones podían residir en otros órganos como el corazón o el hígado, que son los que más sufren cuando hay un trastorno emocional. Con esta afirmación mostramos que las emociones trastocan los órganos tanto de la circulación, como la respiración, la digestión, la catarsis, el sistema neuroendocrino y todo otro trastorno corporal que puede ser desencadenado por la emoción. A su vez, un trastorno corporal afecta la mente y puede desencadenar algún tipo de emoción. Esta noción da lustre al viejo aforismo latino “mens sana in corpore sano” (mente sana en cuerpo sano), siendo la fórmula del hombre cabal, entero para que funcione normalmente como hombre. Para estudiar el cuerpo o el alma (espíritu y mente), ya no es posible hacerlo como entes separados sino debe hacerse el estudio en bloque: se debe admitir sin dilaciones, la interacción entre cuerpo y alma como una sola unidad. Lo contrario es falso, por más que las conclusiones sean lógicas y brillantes. El cuerpo es el sustrato del alma, el alma del espíritu, la mente del espíritu. Esto lleva a una única opción para estudiar holísticamente al hombre: el trabajo multidisciplinario o en su defecto, todo estudioso del hombre deberá abarcar todas las disciplinas hasta ahora conocidas para llegar a conclusiones válidas. Dada la extensión del conocimiento aportado por todas las disciplinas que tratan al hombre, la última opción es más que imposible. La solución inmediata es la remarcada como trabajo multidisciplinario en el que médicos, biólogos, filósofos, psicólogos, sociólogos, profesores y didactas, los estudiosos de la lengua y de la comunicación, los políticos y economistas y toda otra actividad afín a éstas, deben ponerse cabeza a cabeza para encontrar el camino convergente y poner fin a la dualidad artificial e inexistente.55 El sistema nervioso con el órgano central que es el encéfalo y dentro de éste el cerebro es, sin dudas, el más relacionado con la integración de mente y cuerpo y la sede exclusiva de la mente. Su estudio nos permite romper el límite entre los fenómenos físicos u orgánicos y los fenómenos mentales. La síntesis final que propongo, es que entusiasmo, al que hemos visto como algo pragmático según las definiciones de los especialistas citados, deje de ser sólo un instrumento útil para un fin determinado, a pase a cobrar todo el sentido semántico que encierra. Es decir, entusiasmo como el dios endógeno que constituye la esencia a través del espíritu, debe ser el camino para buscar ese espíritu dentro de nosotros, esto es, tratar de despertar ese espíritu o estar atentos si éste despierta espontáneamente. El espíritu, la esencia del hombre y las concepciones budistas Partiré de la sencilla premisa de carácter transitivo: si el espíritu involucra a la inteligencia, y la inteligencia es la esencia del ser humano, ergo, el espíritu es también la esencia del ser humano. El Dalai Lama accedió a reunirse con los investigadores de la Universidad de Harvard para discutir o analizar todo lo relativo a la vida emocional. En esas reuniones participaron diferentes investigadores, monjes budistas tibetanos y filósofos y psicólogos. Owen
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Uno de los equipos integrados que trabajan mucho es el de la Universidad de Harvard donde Goleman, Davidson, Ekman y otros investigadores aúnan psicología, neurociencias, sociología, etc. para estudiar el fenómeno espiritual y, a nivel médico, Benson y sus colaboradores estudian la trilogía mente-almacuerpo.
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Flanagan56 es uno de los integrantes de estos grupos que son liderados por el grupo Harvard y que formó parte de la reunión de psicólogos, filósofos y meditadores profundos como son el Dalai Lama y los grupos budistas tibetanos, verdaderos maestros de la meditación junto con otras manifestaciones orientales como son los yoghis indios. Flanagan, en una de esas reuniones, reflexionó sobre la perspectiva occidental de la esencia humana recordando a Darwin y su teoría de la evolución y, luego, sobre el repaso del bagaje cultural e histórico. Pregunta qué queda del hombre sin ese bagaje y responde que muchos creen que nada. Pero esa creencia cae por sí, pues el mero hecho de la presencia física del hombre no puede decirse que es nada, como tampoco puede creerse que sea puro vegetal o animal. Luego, el espacio que media entre la presencia física y su rotulación de ser vivo no animal, no vegetal, es el que da lugar a pensar en su esencia. Sin embargo, la presencia del fenómeno de la inteligencia fue el hito que lo liberó definitivamente de ser clasificado estrictamente como animal o vegetal. Es un ser vivo netamente diferente de otros seres vivos conocidos. La conducta histórica y cultural mostró, sin ambages ni vacilaciones, que es un ser especial y único. No se conoce hoy, certeramente, la presencia de otro fenómeno biológico de igual naturaleza. Luego, el ser humano “es algo” y definitivamente esto aleja la presunción de la nada humana. La colección de “rasgos humanos” adquiridos por las manifestaciones de las diferentes conductas humanas plasmadas en la obras humanas a través del tiempo (historia) y el conjunto de creaciones (cultura) permiten formar, según Flanagan, un conjunto de rasgos humanos universales que alguna corriente filosófica llama “notas fundamentales” del ser humano. Luego, esto contesta parcialmente la gran pregunta de qué es el ser humano. Concretamente: un ente biológico con una inteligencia propia y una manifestación vital única en el universo conocido. A la pregunta de cual es el fin del ser humano, hay dos respuestas que emergen de la maraña de opiniones, creencias y afirmaciones metafísicas. 1. La primera es que es una creatura o criatura, por lo que se transforma en un ser contingente (puede ser o no ser). Esta es la propuesta religiosa o visión teocéntrica. A través de esa propuesta el fin del hombre es volver a encontrarse con su creador y esto lleva a la dupla Dios-hombre y la unión del uno con otro fundamenta la religión (re-ligare = lazos que ligan el hombre a Dios). 2. La otra respuesta fue esbozada por los griegos al creer en la eternidad, esto es, todas las cosas no tienen principio ni fin sino que están en el mundo desde siempre. Estas concepciones llevan a otra concepción antropocéntrica que puede arrancar directamente desde la teoría darviniana y afirmar que el hombre es el fruto de una evolución animal. Esto no explica la aparición de la inteligencia, a menos que se acepte que esa inteligencia ya era patrimonio de los homínidos que precedieron al hombre. O bien, pensar directamente que el hombre fue siempre como lo es ahora y por lo tanto sería un ser necesario (lo que no puede dejar de ser lo que es).57 56
Profesor de filosofía de la cátedra de Duke University, EE.UU. El misterio ontológico del origen del hombre puede ser explicado pero no necesariamente sabido. La adopción de uno u otro criterio queda en la voluntad personal de cada hombre y así se configuran las distintas vertientes del pensamiento del hombre sobre el hombre mismo. Habrá quienes se guían por la mera creencia o fe y piensan que es creación divina y habrá quienes opten por pensar en un ser eterno, sin origen, que si bien individualmente es mortal y temporal, esencialmente es permanente a través de la reproducción (otros agregan la reencarnación). Incluso habrá opiniones extremas e intermedias. Por ejemplo, los agnósticos negarán la posibilidad de conocer, los ateos negarán la existencia de Dios, algunos biólogos niegan la existencia del alma, etc. Otras corrientes del pensamiento humano, como el budismo y, parcialmente, religiones como la cristiana, piensan que la búsqueda del ser humano apunta hacia un fin objetivo concreto y, en estos casos, es la búsqueda de la felicidad y la virtud, en suma, la esencia del hombre bueno. Esto crea la ética de la bondad y la maldad, la que será simbolizada por signos religiosos o de simple creencias. 57
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Llegado al punto de la ética moral o religiosa, la historia registra un hombre que desde que se expresó lo hizo con todas las facetas negativas y positivas. Si aceptamos esta premisa debemos pensar que la naturaleza del hombre es ambivalente y alberga todas las duplas posibles y hasta conocidas como valorizaciones abstractas. Hay lo que algunos investigadores han llamado memoria filética, que Jung pensó como inconsciente colectivo, etc. y que consiste en algo como que el hombre lleva impresa una especie de matriz mental que le dicta determinadas emociones, instintos, conductas e ideas. Es la memoria del filum humano. Nosotros pensamos que más que memoria, es el propio espíritu que va expresándose de formas diferentes según los canales circunstanciales (sociales y culturales) en que el hombre circula por el medio en que está inmerso. A la memoria filética hay que agregar, entonces, la sabiduría de las edades, esto es, el cúmulo de saber que el hombre ha hecho a través de las distintas edades de la humanidad (saber histórico o saber cultural). Pero, incluso, hay otra variable que es el saber personal adquirido a través de nuestra historia personal. Así, la filogenia y la ontogenia han sido útiles y adaptativas para la humanidad y lo es para cada uno de nosotros cuando se agregan a nuestro proceso de crecimiento y desarrollo y dejan ahí su impronta, la que nosotros enriquecemos con el esfuerzo de recrear (ser creativos) al aportar nuestros propios puntos de vista y la experiencia personal de un momento histórico determinado. Esta teoría explicaría la diversidad de las conductas y de cada ser humano en particular, el cual, a su vez, modifica individualmente lo que el medio le da. No hay dudas de que el espíritu es el que modela cada ejemplar humano y lo hace diferente y único frente a otros seres humanos. El problema reside en si se admite, o no, la existencia del espíritu y qué se entiende por espíritu. Esta es la principal controversia de hoy, frente a otras concepciones culturales provenientes de la religión, la filosofía, la antropología, la psicología y otras actividades científicas y metafísicas del hombre. El multifacetismo nos hace pensar con propiedad, que el hombre tiene un ser con múltiples formas, las que albergan en todos esas ambivalencias que han sido fehacientemente comprobadas. No se trata ahora de discutir cual es la que tiene la razón o la verdad. Se trata de dilucidar por qué el hombre es como es y cuál sería la forma más aceptable, en concordancia con la naturaleza de ser inteligente. Este presupuesto lleva, sin dilaciones, a determinar qué es la inteligencia. Ergo, ahora la cosa ya no está tanto en preguntarse por el ser y el fin de ese ser, sino en conocer con mejor certeza cuáles son las cualidades de ese ser y que hemos llamado inteligencia, alma, mente y espíritu. Y dentro de esos presupuestos a dilucidar, están los otros abstractos de siempre: ¿deberá el hombre buscar el bien y desechar el mal?, ¿qué es lo mejor? Hay que abandonar la manía de sumergirse en discusiones bizantinas como meros ejercicios intelectuales y retóricos, para recobrar la lucidez de la sensatez y preocuparse más por lo que el hombre muestra ser en realidad, que dedicarse a buscar los a priori de lo que debe ser. Veamos primero lo qué ya es y sobre esa base elijamos lo que hasta ahora ha mostrado la bondad. También, sin dudas, es cierto que la mayor apetencia del hombre es el bien y la felicidad. Si no es así, ¿qué estamos buscando o discutiendo? Luego, toda investigación y discusión debe centrarse en conocer bien las facetas de lo bueno y lo malo que ya está fenoménicamente dado, y dejar de lado las elucubraciones subjetivas de lo que el hombre debería o podría ser. Lo que hay que dejar en claro es, dentro de las manifestaciones que hemos considerado positivas y negativas, cuáles son las que lo benefician y cuáles lo dañan. Para esto también hay que dilucidar qué es beneficio y qué es daño y no confundir fenómenos naturales como estrictamente dañinos o artificiales o fenómenos artificiales como si fueran naturales y beneficiosos. Los falsos positivos y falsos negativos de algunas investigaciones y conclusiones metafísicas son los que hay que eliminar en este incipiente propósito de construir una nueva ética y cambiarle el rostro a las ciencias y la metafísica que tradicionalmente ha regido el saber y la cultura humana, para acercarlas mejor a una realidad cada vez más patente y cada vez menos reconocida y sabida.
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La conducta humana de este mundo de siglo XXI muestra claramente que todo lo anterior en la historia ha errado, en parte, el camino correcto. La humanidad actual no es el paradigma de un hombre inteligente sino más bien de una bestia humana. El mapa del mundo está plagado de enfermedad, peste, guerra, delincuencia, vicios como las drogas y otras actitudes que ahora llamamos basadas en “emociones negativas”. En la evaluación de los fenómenos humanos, nos hemos acercado al mundo espiritual a través del mundo emocional, a diferencia de la clásica concepción occidental de apreciar al espíritu a través de la inteligencia y la metafísica (filosófica o religiosa). Sin embargo, personalmente creo que todo esto es positivo, siempre y cuando, se logre la confluencia o síntesis de los diferentes pensamientos humanos, tomando como base los dos grandes ítems que significan el llamado pensamiento occidental y el denominado pensamiento oriental, como pensamientos opuestos desde sus perspectivas estrictamente científicas (occidental) o estrictamente espiritual (oriental). Es cierto, también, que lo oriental siempre estuvo más cerca del espíritu que lo occidental y lo espiritual occidental nos viene desde lo oriental. Si no fuese algo apresurado habría que admitir que lo espiritual nos llega desde el Oriente. Occidente fue siempre más intelectual. Grecia, cuna del pensamiento occidental, si bien habló de lo espiritual y lo ético, lo hizo desde el punto de vista racional. Los fenómenos socio-culturales del siglo XXI nos muestran un hombre despistado, descarrilado, esto es, salido de las vías o carriles tanto racionales como espirituales. Encontramos un vacío que puede ser el que llevó a pensar a algunos existencialistas en la nada del hombre o el hombre como nada. Pero la realidad es otra. El hombre, mal o bien, es algo. Y la realidad también ha mostrado que el bien y la felicidad son las metas universalmente deseadas, aunque cada uno centre los conceptos de bien y felicidad en conductas diametralmente opuestas para llegar al fenómeno paradojal de que para algunos lo bueno es malo y viceversa. Precisamente lo que hoy es necesario es reorientar el pensamiento humano y con él, el espíritu, para encarrilarlo nuevamente en conceptos más afines con la esencia del hombre y la verdad de la misma. Esto implica repasar los conceptos de bien y de mal y la naturaleza de los modos de ser, tanto en lo emotivo-afectivo-instintivo, como en lo racional y en lo volitivo, en suma, en el espíritu en sí. Lo bueno y lo malo no debe ser medido por meras creencias o mitos, sino por los resultados de los hechos. Las valoraciones deben surgir de los hechos positivos, esto es, aquello que mejora la esencia y la existencia del hombre y aleja el daño. La ciencia, en cualquiera de sus formas, puede ayudar de algún modo para lograr estos fines, pero no es el camino más válido. Es sólo una herramienta más, pero no la principal. Lo espiritual no está hecho para la investigación científica, la cual sólo puede detectar, investigar y explicar las acciones sensibles del espíritu. El espíritu sólo puede investigarse y explicarse a sí mismo. Y la única herramienta útil es la mente entrenada o adiestrada, la mente educada para pensar correctamente. El pensamiento occidental siempre ha separado razón y emoción, dando preeminencia a la razón como objeto de estudio y consideración. Tal es así que la esencia humana es marcada por la inteligencia o razón. Relegó, científicamente, a otras manifestaciones espirituales y al espíritu mismo porque lo consideraban tan subjetivo que era imposible de someterlo a los procedimientos científicos. Desprecia al empirismo e ignora que el saber científico es tan válido como el saber empírico, puesto que el término saber es “conocimiento con certeza” y no importa de donde provenga sino que sea certeza real y no imaginada (creencia). La “ciencia” occidental está demostrando que el “empirismo” oriental tiene certeza y que esa certeza es mayor y más verdadera que la obtenida por la “ciencia” occidental, la cual siempre es aspectual y nunca completa sus conocimientos en forma holística. El empirismo oriental es englobador desde los comienzos por ser sintético e integrar las partes en un todo. En lo referente al fenómeno humano espiritual, la ciencia occidental nada puede hacer para abarcar al espíritu humano, conocerlo y dominarlo. El empirismo oriental ha logrado las tres metas. Esto se debe a que lleva siglos de delantera a la ciencia occidental. Desde un principio el orientalismo, especialmente el budismo, aceptó, sin ambages, que el espíritu es lo único cierto del hombre, que es una entidad concreta y real y por eso se dedicó a buscarlo, conocerlo y manejarlo. He ahí el poder espiritual del budismo, del hinduismo o yoguismo y de otras disciplinas orientales dedicadas a la meditación y a la elevación espiritual. 59
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Cuando un monje tibetano tuvo acceso al pensamiento occidental “científico” aventuró, en 1974, a predecir: “en Occidente, el budismo acabará asumiendo la forma de psicología”. Esto puede interpretarse como que Occidente, necesariamente, debe “cientifizar” un concepto para admitirlo como verdadero, despreciando el saber empírico. Así es, en efecto. La psicología occidental comienza su empeño por comprender el funcionamiento de la mente basándose en la ciencia y la cultura europea y americana, es decir, nace en el siglo XIX.58 Sin embargo, el conocimiento y estudio de la mente, aparece en Oriente mucho antes de la era histórica conocida como “después de Cristo”. Buda, por ejemplo, nace en el siglo V antes de Cristo. Paradójicamente, es la misma época que nace Sócrates y Platón. Todos ellos se preocuparon mucho por lo llamado alma y mente, quizás no en los conceptos de la psicología moderna. Mientras Buda se dedicaba a practicar todos los ejercicios tendientes al dominio de la mente y a las manifestaciones espirituales, Platón y Sócrates sólo hablaban de ellas efectuando un análisis filosófico. Desde el origen, el pensamiento oriental es empirista y totalmente práctico, mientras que el pensamiento occidental es esencialmente especulativo con la metafísica y trata de racionalizar, más que practicar y conocer, todos los fenómenos espirituales. Este afán de racionalización es lo que motivará el origen de la ciencia occidental, tanto en las ciencias llamadas “espirituales” como la filosofía, psicología, teología y otras afines, como las consideradas estrictamente experimentales, regidas por los principios de Sir Roger Bacon. Como el espíritu humano nunca pudo ser sometido a experimentos científicos estrictamente, fue soslayado por las ciencias occidentales que se dedicaban al estudio del hombre como era la propia psicología, antropología, biología en general. Estas ciencias demostraban mucho del cuerpo humano y lo siguen haciendo, ignorando totalmente al espíritu. El Grupo Harvard, si bien considera al espíritu como tal, trata también de someterlo a un “estudio científico” experimental y busca mediante la tecnología científica (aparatismo) registrar los fenómenos fisiológicos relacionados con las actividades, efectos o facultades espirituales. En realidad no estudia al espíritu en sí. Estudia cómo las acciones espirituales provocan efectos en el cuerpo humano y cuáles son los órganos y regiones anatómicas que más reciben el “impacto espiritual”. Y ¿el espíritu? Bien, gracias. Si bien se admite sin dilaciones que el cuerpo es materia y el espíritu es no-materia, esto es, una especie de energía o fuerza inmaterial, en los hechos parece que no hay convencimiento total de aceptar una pura energía que no puede ser encerrada en la tecnología científica y que sólo es pasible de ser captada por la experiencia personal, en forma empírica. Lo espiritual es y seguirá siendo un “saber empírico” no susceptible de ser “cientifizado”. El mayor problema no reside tanto en la naturaleza del espíritu, sino en que la lingüística no alcanza a encontrar el logos o concepto lingüístico de lo que debe considerarse alma, espíritu y mente. A veces, confunde a las tres cosas como si fueran un mismo ente. El error de discernimiento es lo que ha llevado a los errores conceptuales y filosóficos o científicos acerca de estos tres fenómenos y, ergo, a las acciones que esos fenómenos realizan. O cambiamos totalmente el concepto actual de psicología e inventamos un nuevo concepto que abarque lo qué realmente es espíritu, mente y alma o debemos buscar un neologismo para expresar esta nueva inquietud de acercarse y abordar los fenómenos espirituales para mejor conocerlos y dominarlos. Goleman comete la “imprudencia” de seguir insistiendo que el budismo es una “psicología alternativa aplicada” (confirmando lo que el monje tibetano anteló). Esto quiere decir que es "alternativa” porque escapa a los moldes de la psicología clásica y es “aplicada” porque directamente no analiza conceptualmente los fenómenos sino que los experimenta directamente. Una cosa es cierta: el siglo XX trajo un nuevo hálito de pensamiento sobre el espíritu que intentaba arrebatar a lo culturalmente aceptado en occidente como espíritu, para acercarlo más al concepto espiritual oriental, especialmente el budista y el yogui. Incluso, vulgarmente, se empezaron a difundir “técnicas” espirituales y prácticas de estos pensamientos y cultura. Pero lo más importante es el “despertar” de la conciencia occidental a que debía reencontrarse con el espíritu, precisamente porque la “vida occidental”, la “ciencia occidental” y 58
Maurice Reuchlin – HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA, Editorial Paidós, Bs. As. 1964
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otras “occidentalidades” habían descarriado al hombre disociando la vida humana del espíritu. Esta “extracción espiritual” provocó un vacío tan evidente que se les puso varios nombres, desde el más simplista como “vacío espiritual” a otros filosóficos como “vacío existencial” o científicos como “neurosis de vacío”. Los efectos desastrosos de la humanidad destruida del siglo XX y aún más del incipiente siglo XXI no dejaron otro camino que insistir en buscar y reencontrar la senda espiritual. Pero las elecciones fueron dispares. Algunos persistieron por lo “científico” y se insistió con la psicología que llegó a nuevos conceptos de la mano de Freud, Jung, Adler, Frankl, y otros tantos prominentes psicólogos que inventan la psicoterapia y otras prácticas médicas y psicológicas, además de los psicofármacos, para restaurar la “paz espiritual” y rellenar los “vacíos”. Discuten entre ellos, se critican mutuamente los conceptos, se modifican muchos de ellos y aparecen multitudes de “escuelas” y “terapias” con los nombres más dispares. Total: el hombre sigue avanzando en su caída vertical al vacío espiritual y cada vez más se acentúa la orfandad espiritual de la humanidad, medida no solo cualitativamente sino cuantitativamente. La crisis espiritual fue patrimonio de todas las épocas históricas, pero las formas que hoy asume son únicas debido al crecimiento tecnológico y demográfico. No sólo hay nuevas manifestaciones de desvíos o vacíos espirituales, sino que las viejas acrecentaron en número estadístico y empeoraron sus formas antiguas. Estadísticamente, la humanidad está peor hoy que al comienzo de la historia, en muchos aspectos. La neurociencia, discretamente iniciada a principios del siglo XX, siendo uno de sus mejores exponentes Hans Selye y predecesores, hoy ha crecido a niveles insospechables con el uso de aparatos tecnológicos no soñados en los comienzos de siglo XX. Quizás el futuro supere esta tecnología y lleguemos a una verdadera ciencia-ficción, no porque no sea un hecho real, sino porque se degenere tanto que escape a toda realidad y sólo maneje una realidad-ficción que surge de la artificialidad tecnológica. Algo nos está adelantando la manipulación genética. La ventaja de Goleman es que reconoce, sin vueltas, que la psicología moderna “se halla tan determinada culturalmente que mantiene una actitud miope que le lleva a ignorar de manera casi solipsista los sistemas psicológicos propios de otras épocas y otros lugares”. Coincidimos con él en la “miopía solipsista”, pero como antes dijimos, no estamos de acuerdo en hablar de “sistemas psicológicos” sino que habría que hablar de “sistemas espirituales”, en todo caso, para no defraudar completamente la mentalidad “cientificista” o “académica”, dado que lo lógico sería sólo decir “lo espiritual” a secas y sin otros agregados que alejen la cuestión de lo fundamental, esto es, del espíritu. La crítica de Goleman fue anticipada por González Pecotche, autor ya analizado. Esto significa que los propios “científicos” se están dando cuenta de que algo falla en la metodología actual, pero tratan de no salirse de los moldes tradicionales, quizás para no causar escándalo y rechazo “científico”, sino que intentan buscar nuevos “moldes científicos” lo que constituye una brutal paradoja. No es posible moldear lo inmoldeable. El espíritu tiene ya grandes problemas para estar en el “molde carnal” del cuerpo. Imaginen cuánto más problemático será meterlo en moldes artificiales. No hay conciliación entre ciencia y espiritualidad, pues sería como pretender que el hijo tratara de engendrar al padre. ¿Está claro? El espíritu es anterior la ciencia y la ciencia es una de las manifestaciones del espíritu, a través del intelecto. Pero es una manifestación muy parcial. Luego, la ciencia nace como algo parcial y carece fundamentalmente de totalidad, lo que fatalmente la condena a ser siempre meramente aspectual y nunca holística. No tiene capacidad de englobamiento ni de síntesis comparativa (no pueden unirse las ciencias como se ha pretendido hacer comparaciones entre una y otra buscando coincidencias. Las coincidencias no son síntesis ni globalidad, sino meras igualdades o similitudes entre partes) Aunque parezca increíble, la sencillez de estos razonamientos ha sido resistida para enfundarse en otros criterios e interpretaciones más basados en lo personal que en lo universal. De ahí que aparezcan las actitudes y comportamientos humanos como diversos y predomine 61
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más el sentimiento personal que el colectivo. Por lógica, lo personal es más propio del animal que del hombre, pues lleva a pensar posesivamente, a crear un yo y ese yo es el centro de todo lo demás. Naturalmente el yo lleva a “lo mío” y este sentido de propiedad es la fuente de todo aquello que hemos llamado emociones destructivas pues genera la hostilidad con todas sus secuelas de belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de propiedad es lo que pone “a la defensiva” de que no se dañe “lo propio” y aparece la envidia, los celos, el odio y todos los mecanismos defensivos que se quieran postular o interpretar como fenómeno observado. Tiene razón la perspectiva occidental de que ciertas ocurren porque realmente ocurren, pero la ocurrencia no significa que sea lo que deben ser. También tiene razón el oriental de lo que piensa y hace porque ha descubierto otras ocurrencias como es la presencia espiritual pura. Lo que el hombre común debe comprender, más aún el occidental, es que en lugar de discutir si hay coincidencias o contradicciones o diferencia de criterios, lo que hay que tratar es de averiguar cual postura es la más cercana y conveniente a la verdadera esencia del hombre. Si bien la occidentalidad ha errado en mucho el camino espiritual real, la orientalidad ha olvidado un poco que el hombre para ser espiritual necesita de una vivienda, un alimento y un vestido. Si bien el hombre que ha cultivado su espíritu (el hombre extraordinario que después comentaremos, el que se maneja con el pensamiento superior), puede lograr llegar a un mínimo de confort (en el sentido de proveer lo más necesario para subsistir), esto no soluciona la “preocupación por el otro” que no puede llegar al estado superior y en su “inferioridad” sucumbe al hambre, la enfermedad, la violencia y al impulso homicida indiscriminado, bajo el cual sucumbe tanto la vida ajena como la propia. La perspectiva oriental, especialmente la budista, es maravillosa desde lo espiritual y es casi la más perfecta desde lo humano, pero paradójicamente pertenece a un grupo selecto de iluminados. No es el común denominador de los países budistas, en los cuales la mayoría sucumbe no sólo a sus propias emociones destructivas sino que es víctima de las emociones destructivas ajenas. Tanto la occidentalidad como la orientalidad, cuantitativamente están al borde de un pandemonium. Sólo la voluntad redentora de los iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de hombres a la senda verdadera. En busca del concepto “mente como operadora del espíritu” He intentado por todos los medios encontrar un texto que en forma clara y concisa me explicara qué es la mente y los actos mentales. Me formulé esta inquietud partiendo de una razón sencilla: todo el poder del hombre como tal, reside en su mente. Pero he aquí que esta palabra usada para caracterizar al fenómeno más deslumbrante de la naturaleza (o la creación, según las creencias) está rodeada, como muchas otras, de significados diversos y, en alguna medida, hasta contradictorios. La primera sorpresa que recibí fue que la mente, como tal, no está perfectamente delimitada ni por filosofía ni por la psicología. Los últimos tratados de la mente se preocupan más por la anatomía y la fisiología del cerebro y se habla más de “funciones cerebrales” que de “funciones mentales”. Yo no tengo ninguna duda, y espero no cansar con tantas reiteraciones de lo mismo, que el cerebro es el órgano en donde residen las “funciones mentales”. Pero las “funciones cerebrales” son muchos más amplias que las funciones mentales, puesto que abarca a éstas y también a otras funciones orgánicas de las cuales depende, esencialmente, la vida. Ni el corazón, ni el hígado, ni el riñón, ni ninguno de los otros “órganos vitales” funcionarían sin el cerebro. Todo ocurre de tal modo, que estoy a punto de caer en la tentación de afirmar, sin más, que el cerebro es el principal “órgano de la vida”. Con este simplismo intentaría poner fin a tanta polémica y preocupación entre funciones cerebrales y funciones vitales. Pero creo que la cuestión fundamental de mi preocupación no es el cerebro en sí, puesto que éste es solo el instrumento idóneo para que se manifieste la mente. Pienso que no debemos confundir instrumento con función. Quien observe una azada casi seguro que no tendrá mayor idea de lo que es la función que presta hasta que no la usa o la ve usar. También es obvio que los servicios que presta una azada nada tienen que ver con el metal y la madera con que está construida, dado que sólo son elementos de sostén. Es en este particular punto donde González 62
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Pecotche advirtió la diferencia entre alma y espíritu, pues el alma, como tal, es la que permite que el cerebro maneje la motricidad y la sensibilidad del cuerpo, en lo fisiológico, es decir, se ocupe de “funciones materiales o fisiológicas”, mientras que el espíritu, sobre el mismo órgano, se ocupa de “funciones espirituales”. El terreno donde las “funciones materiales” del alma se entrecruzan con las “funciones espirituales” es la percepción o sensación. Acá opera la sensibilidad orgánica o sensorial y la sensibilidad espiritual o extrasensorial. Pero la formación de ideas, conceptos, juicios y pensamientos ya no es materia del alma, en el sentido que le hemos dado a esta palabra, sino del espíritu, el cual utiliza a la mente como instrumento de expresión y ésta se expresa por “funciones cerebrales” distintas a las funciones cerebrales que operan sobre la organicidad. Esto es lo que ha confundido a los biologistas y neurocientíficos que al estudiar la biofisicaquímica neuronal encuentran que hay una vía común final tanto para los procesos orgánicos como espirituales, pues participan interactuando las mismas neuronas, redes neuronales, circuitos sinápticos y neurotransmisores y moléculas activas. Estas interacciones indistintas toman por descuido a los científicos y les lleva a concluir que el cerebro es la “causa” de todos los otros fenómenos. Confunden “causa” con “instrumento”. Es probable que hasta acá y en el resto de esta obra repita incansablemente los mismos conceptos, como ya lo dije, sobre diferencias y esencia de los vocablos vida, alma, mente y espíritu, adecuándolos a cada tema en particular. Pero es sumamente necesario hacerlo para que no queden dudas sobre los significados propuestos. Hice la aclaración anterior porque creo y entiendo que la mente humana es mucho más que el cerebro. Pensar que el cerebro es el origen de la mente es tan ingenuo como aceptar que la mente ha creado el cerebro. Estos extremismos racionales nos ayudan a ubicarnos en nuestro método reflexivo, pues conocerlos nos induce a eliminarlos. La armonía entre nuestros pensamientos y la busca de significado de los conceptos encerrados en las palabras dependerá de la prudencia en aceptar denotaciones o connotaciones o darle carácter de absoluto a las mismas. La mente humana, como el ser del hombre mismo, hasta este momento histórico, entra en la categoría de misterio. Luego, enfrentamos un aparente tremendo dilema: la mente humana no puede ser explicada por la mente humana. Pero esto no es óbice para que la mente humana sea captada y analizada por la mente humana. Significa que si bien la mente no puede explicarse a sí misma, al menos, puede percibirse a sí misma como un fenómeno. Algo que está y existe. El único impedimento que tiene es significarse a sí misma para poder definirse en palabras. Acepto esta valla básica para no intentar llegar a la esencia de la mente. Por lo tanto me circunscribiré a describir el fenómeno y toda mi labor será eso: una descripción que me permite acercarme mejor a los modos de ser de esa mente. El primer fenómeno es que por la actividad mental es evidente que hay muchas funciones que se manifiestan o aprecian pero que no están comprendidas dentro del conocimiento científico. Sólo ubican en lo fenomenológico. Otra creencia es que al hablar de mente debo pensar en una estrechísima relación con otros conceptos como psiquis, alma o espíritu. Pero debo evitar otra tentación que es confundir o creer que mente, psiquis, alma y espíritu es lo mismo, para descartar peligrosos juegos semánticos que llevan a una discusión bizantina, llena de adornos retóricos pero sin ninguna materia o sustancia que beneficie a la verdad o a la aclaración ortodoxa de conceptos. Lo ideal es definir al fenómeno “tal cual”. Esto quiere decir que debemos quedarnos en el terreno descriptivo. El segundo fenómeno es la mente como complejidad que se identifica fundamentalmente con los mecanismos intelectivos, afectivos y volitivos. Esto significa que abarca las denominadas “facultades mentales”, pero sin ser esencialmente las mismas y debe traducirse como que las facultades no son en sí la mente, sino funciones de la misma que complementan a otras y que son verdaderos poderes mentales que se manifiestan en forma imposible de sistematizar dentro de un método científico.
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El tercer fenómeno es que la mente permite inspeccionar el exterior y el interior del hombre, mediante los actos mentales de la extro e introspección. Finalmente, el cuarto fenómeno a considerar es que la mente gobierna el cuerpo. Estas cuatros serían las formas principales y obvias de reconocer al fenómeno de la mente y los actos mentales. Naturalmente hay más modos de ser de la mente, que los iremos desentrañando en cada caso específico. De ahí que las ciencias en general, incluyendo a la filosofía y la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno mente humana. Por lo antedicho, la mente es la operadora de la expresión del espíritu, o sea, el espíritu de manifiesta mediante las facultades mentales. Antes de tratar este tema nos parece conveniente reproducir los conceptos de González Pecotche por considerarlos muy ilustrativos: “Vamos a considerar ahora lo que en verdad acontece entre el ente físico o alma y el espíritu, o sea, las relaciones que ambos mantienen corrientemente. Salvo los casos excepcionales en que el hombre demuestra poseer plena conciencia del dominio del espíritu sobre el ente físico, los demás sólo acusan las ambiguas referencias que no concuerdan ciertamente con la realidad. En verdad, preocupado y absorbido el ente físico por las tareas y compromisos que le demandan su atención en el plano material, no ofrece motivo ni oportunidad al espíritu de participar en ellas, por cuanto no son de la incumbencia de éste. El hombre ilustrado, que cultiva su inteligencia en las culturas llamadas del espíritu, le deja, en cambio actuar, mas sujeto a la voluntad del ente físico y, muchas veces – dígase con sinceridad – sin tener cabal conciencia del momento preciso en que aquél desenvuelve su actividad, que en este caso sería estrictamente mental. Se lo confunde con la inteligencia misma o la exaltación del pensamiento en su función creadora, pero es tal, como lo veremos enseguida. El ente físico usa el sistema mental para los asuntos exclusivamente físicos o materiales. Nos estamos refiriendo a la mayoría y siempre con excepción de los que piensan en sentidos más elevados. Pues bien, el espíritu no interviene allí en nada. Se lo mantiene ajeno a todo lo que ocurre en la vida, como si nada tuviera que ver con ella. Sin embargo, el espíritu sabe manejar ese sistema mental y servirse de él con mayor soltura y eficiencia que el ente físico, sólo que gusta usarlo, principalmente para llevar al hombre al conocimiento de su mundo, el metafísico, de donde resulta que el conocimiento de sí mismo es el encuentro e identificación con el propio espíritu. Este nuevo y grande concepto del espíritu, que tendrá honda repercusión en el mundo del pensamiento, constituye uno de los principales factores de la evolución consciente. ¿Cómo nos prueba el espíritu que sabe hacer uso de nuestra mente? En que aprovecha la inhibición de nuestros sentidos durante el sueño para movilizar los pensamientos y actuar sobre ella. Esto produce el fenómeno de los sueños, en los cuales no tiene participación alguna el ente físico. ¿Será ése un desquite del espíritu frente a la indiferencia e impasibilidad que se le muestran? Quizás; y no deberá extrañarnos, por cierto, una reacción así de su parte para sacudir de algún modo la torpe percepción humana y darnos a entender que según la intervención que le permitamos en nuestra vida nos hará a su vez participar conscientemente de nuestro vivir en su mundo. Será entonces cuando tendremos conciencia de la actuación de la mente en los sueños; cuando guiada la vida por el espíritu, veamos inferiorizarse lo material ante la superioridad de lo inmaterial”.59 Este autor deja bien clara que se deberá entender por alma todo lo relativo a lo anatomofuncional y al sistema vegetativo que regula todas las funciones biológicas del cuerpo. Mientras que espíritu es el encargado de las funciones superiores del intelecto, la afectividad y la volitividad. Ambos operan usando el cerebro. Este jugoso texto nos muestra la gran intuición del pensador para antelar en la década del ‘30 del siglo XX, lo que después ya sería más inteligible para los científicos como los que investigan en la Universidad de Harvard, los fenómenos mente-cuerpo. Lo único que conviene aclarar acá que el concepto de González Pecotche de que alma y espíritu usan el “aparato mental” para sus funciones distintas, es que lo 59
Carlos Bernardo González Pecotche (RAUMSOL) - EL MECANISMO DE LA VIDA CONSCIENTE, Editorial Logosófica, Bs. As. 1997
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que este autor considera como alma o ente físico, es el alma actuando en las funciones fisiológicas (“materiales”) y esto no lo hace a través de la mente sino del cerebro.60 Nosotros reservamos el término mente exclusivamente como instrumento del espíritu. Ya aclaramos que al ser el cerebro el órgano común, se confunde así los distintos fenómenos vitales del alma y del espíritu. La mente puede ser considerada, según lo hemos afirmado, como la operadora de la expresión del espíritu. El medio, iteramos, con que el espíritu se manifiesta. La herramienta o instrumento espiritual. Por esto no es posible pensar que mente y espíritu es lo mismo. Y acá sí podemos admitir que mente y psiquis son sinónimos para evitar toda disquisición semántica. Este aserto, de acuerdo a lo que venimos explicando, desligaría a psiquis de ser sinónimo de alma. La mente no es el espíritu sino la forma con que éste se manifiesta o, mejor dicho, a través de la mente se manifiesta el espíritu. En cuanto a mente, procedemos a buscar las denotaciones61 del término. Encontramos que la RAE dice: “Potencia intelectual del alma. Designio, pensamiento, propósito, voluntad. Conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes.” En lo referido a potencia, ésta sería: “Capacidad para ejecutar una cosa o producir un efecto. Cualquiera de las tres facultades del alma: entendimiento, voluntad y memoria. Capacidad pasiva para recibir el acto, capacidad de llegar a ser.” Estas definiciones nos ayudan ahora a poder adoptar una mejor definición de mente en el sentido de que además de ser la “potencia intelectual” del espíritu, está asociada a un conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes y, además, es una capacidad para ejecutar cosas y producir efectos, lo cual significa que tiene un propósito y que está ligada a la voluntad. Pero no sólo es una capacidad de hacer en forma efectiva, sino también es una capacidad pasiva para recibir un acto o estar en condiciones de hacerlo cuando corresponda. Es decir, la mente no solo opera en forma activa sino también en forma pasiva. Lo lamentable de estas definiciones, en algunos aspectos, es querer limitar la mente únicamente a lo intelectual y volitivo, obviando lo afectivo y lo inconsciente. La acepción que denota el “conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes” está más cerca de englobar las esferas intelectuales, volitivas y afectivas y extrasensoriales. Por eso, nosotros la incluimos en nuestra connotación. Las otras definiciones están centradas en la intelectualidad y obvian a la afectividad. Esto lo explica bien Rayner62 cuando afirma que la mente humana es el origen de actos y fantasías, ideas e ideologías, facultades y sensaciones. Es un término abstracto y relativo. Esto significa que no hay un sustrato concreto que podamos llamar mente y siempre el contenido del significado de la palabra será relativo, según la intención del análisis o el aspecto particular que de ella se quiera resaltar. En síntesis: alma, espíritu y mente no son entidades materiales sino inmateriales, con existencia o identidad propia, no susceptibles de una clara definición denotativa, sino sólo son pasibles de ser nominadas por la semántica y las connotaciones abstractas. Lo abstracto no significa que sean concebidas como meros productos de la mente humana (conceptos abstractos subjetivos) sino como conceptos elaborados sobre la base de las sensaciones o percepciones internas (introspección) o externas (extrospección) que nos permiten percibir, sentir y conocer los fenómenos espirituales y luego formar una idea o concepto de ellos. No son abstractos como belleza o fealdad que sólo dependerán de un sostén material para tener sentido, sino son abstractos que definen un fenómeno, repetimos, independiente y no dependiente de un sostén. El cerebro no es el sostén-causa sino el sostén-instrumento que permite “materializar” los actos espirituales a través de modos de ser. Nunca nos muestra al espíritu o alma en sí, sino a sus manifestaciones. 60
La confusión puede surgir en la sensaciones que se forman a partir de lo sentidos físicos definiciones del diccionario 62 Rayner, C. – LA MENTE HUMANA, Ediciones Orbis S.A., Bs. As. 1985 61
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Teniendo en cuenta la definición de mente del diccionario, la mente opera fundamentalmente con el entendimiento, inteligencia o razón y la voluntad, mientras se encuentra en estado de conciencia y sobre ella se proyectan todas las sensaciones sensoriales, extrasensoriales e internas. La vida afectiva no es parte de la mente del mismo modo como lo es la vida volitiva y la vida intelectiva. La sensibilidad, a través de sus manifestaciones diversas, es un ámbito mental exclusivo. De ahí que no fuese descabellado, de acuerdo a nuestra modalidad “occidental”, separar del todo el fenómeno mental ese ámbito mental de la sensibilidad y denominarlo mente sensitiva. La mente sensitiva, en un concepto muy amplio, son todos los mecanismos mentales que receptan las sensaciones en general. Así habría una mente sensitiva que realiza la percepción sensoria que se podría llamar mente sensitiva extrospectiva intelectiva que se maneja por la extrospección porque procesa todos los datos sensoriales que vuelca al intelecto para formar ideas, conceptos y pensamientos. Pero hay una mente introspectiva que capta las sensaciones internas y dentro de ellas esta la mente sensitiva introspectiva que ocupa exclusivamente de sentimientos y emociones. El que nosotros denominamos “Grupo Harvard”63 han descrito lo que consideran como mente emocional, y este concepto es el que tendría mayor afinidad con el de mente sensitiva introspectiva que nosotros proponemos. Cuando Goleman aborda la inteligencia emocional, se preocupa de describir lo que es la mente emocional para lo imprime dos cuestiones, que casi podrían ser como principios de la mente emocional: 1. Primero los sentimientos y luego los pensamientos 2. Una respuesta rápida pero descuidada Para explicar a la mente emocional, que en realidad no es una mente diferente del concepto general de mente humana, sino una de las formas de expresión de dicha mente, Goleman acude a los trabajos de Paúl Ekman y de Seymour Epstein,64 quienes ha trabajado intensamente en el terreno de la mente para distinguir las emociones del resto de la vida mental. Las conclusiones de estos autores es que: 1. La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional: se pone en acción sin pensar en absoluto a analizar lo que está haciendo 2. La rapidez con que actúa la mente emocional es causa de sacrificio de la exactitud de sus decisiones y acciones Es probable que el origen de esta velocidad de acción se deba, en parte, a que cuando se enfrentan situaciones conflictivas como el estrés, las decisiones de huir o pelear, deben ser tomadas a veces, en cuestiones de segundos, o en milésimas de ellos. El espacio que media entre el estímulo motivador y la irrupción de la emoción en sí es instantáneo y la percepción del estímulo es tan veloz que dispone sólo de milésimas de segundo. La decisión de actuar es tan rápida que se hace en forma automática, pues no entra ni la razón ni la voluntad sino es una acción refleja. Estos autores piensan que este tipo de acción, además de irracional es inconsciente porque con la velocidad que se produce no alcanza a entrar en la conciencia, la que prácticamente está anulada mientras se desarrolla el acto. El apresuramiento de la respuesta emocional nos impide “darnos cuenta” de lo que está ocurriendo. La rapidez de la mente emocional descarta toda reflexión deliberada analítica (postergación de la mente pensante). Esto sucede porque las acciones de la mente emocional conllevan una sensación de certeza muy fuerte. Esto parece ser un mecanismo de defensa de ponerse a pensar en lugar de actuar cuando 63
Equipo de investigadores psicólogos y neurocientíficos que estudian los fenómenos mentales y emotivos en la Universidad de Harvard y que encabezan Goleman, Epstein, Ekman y Davidson, entre otros 64 Ekman, Paul – An Argument for the Basic Emotions, COGNITION AND EMOTION 6, 1992 Epstein, Seymour – Integration of the Cognitive and Psychodynamic Unconscious, AMERICAN PSYCHOLOGIST,44, 1994
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la vida estaba en peligro. Cuando la mente emocional comienza a actuar lo hace bajo una fuerte sensación de certeza plena sobre la finalidad de lo que hace o debe hacer y esto puede deberse a que la necesidad de un acto veloz le impele a calificar los hechos en forma simplísima, cosa totalmente opuesta a lo que debería hacer la mente racional que es mucha más lenta para accionar. Por lógica, si no fuera así, podría introducirse la vacilación, también inconsciente y el fin de la reacción quedaría desvirtuado. Luego, la percepción rápida y la respuesta tanto o más rápida que la percepción, anula la exactitud y precisión de los hechos y acciones. Toma las cosas en bloque, sin analizar las partes y reacciona sin análisis reflexivo. La presunta ventaja, aun engañosa, es que la mente emocional analiza y evalúa los hechos dándoles una rápida interpretación como si fueran verdaderos. Según Goleman, la mente emocional interpreta la realidad emocional en un instante y sólo puede emitir juicios intuitivos. De ese modo, la mente emocional se transforma en una especie de radar del peligro y elector de circunstancias y protagonistas, pues debe decidir rápidamente en quien confiar y a quien atacar. Si este proceso, en lugar de la intuición, fuese realizado por la mente racional, ante un peligro real es probable que estuviéramos muertos o tomemos una decisión equivocada. En otras situaciones, cuando la mente emocional nos engaña y cometemos errores, es probable que allí la mente racional nos hubiera guiado mejor, pero en la reacción emocional no hay lugar ni para la lógica ni para lo racional. Uno de los mecanismos primitivos que condicionó el reflejo rápido de acción, es el principio del estrés de “luchar o huir” que se despertaba en los animales y en el hombre, frente a una situación conflictiva de peligro mortal o vital. No obstante, una vez que la acción ocurre, la mente racional o pensante analizar lo hecho y se sorprende de todo aquello que no tiene una razón lógica, a tal punto que se pregunta: ¿para qué hice esto? La causa de una rápida percepción y la generación de una acción veloz actúan instantáneamente en milésimas de segundos y en forma automática (reacción emocional primaria). Esta velocidad, incluso, no permite actuar a la conciencia. Pero esta modalidad de instantaneidad y acción rápida no admite realizar ningún tipo de cálculo por lo que las acciones carecen de exactitud debida, por lo que todo aquello que se realiza en un abrir y cerrar de ojos, puede ser erróneo o falso, o no lo debido. Ekman propone que esto ocurre por un problema de adaptación ante acontecimientos urgentes y por esto la emoción debe actuar antes que tomar conciencia de lo que ocurre y analicemos racionalmente las acciones a realizar. Por eso, en estas circunstancias, el calor o energía de la emoción es breve, por lo que dura segundos. Al no actuar la conciencia ni la razón, son actos que no pueden ser frenados por la voluntad y por lo tanto suelen irrefrenables (impulsivos). Esto causa la impresión común de que el “primer impulso” está en el corazón y no en la mente. Sin embargo, esta acción emocional incontrolable, es seguida por una contrarreacción emocional (reacción emocional secundaria), más lenta que la primera respuesta y esta actúa con mente racional más que emocional y su acción es deliberada y consciente, dos condiciones inexistentes en la reacción primaria. Entre las vías rápidas (percepción inmediata de la mente emocional) y lentas (pensamiento reflexivo de la mente racional o pensante) de la emoción, están las emociones buscadas: las que se autodespierta un artista, especialmente los actores, o las que nacen de recuerdos afectuosos o tortuosos o afligentes. Esto demuestra que la mente emocional no es la que decide sobre qué emociones debemos tener, pero la mente racional puede regular el curso de las reacciones emocionales. Los sentimientos buscados o de reacción lenta producen estados de ánimo muy apagados y no tienen la vehemencia y la velocidad de los estados emocionales espontáneos. Ekman explica que la velocidad de acción y reacción con que la mente emocional nos sorprende antes que tengamos conocimiento o conciencia de que están ocurriendo determinados fenómenos, es elemental para que estos fenómenos sean adaptables a nuestra conducta, para responder con urgencia a lo que es urgente y no perder tiempo evaluando si debemos o no actuar. El mecanismo de velocidad de respuesta y acción es rápido cuando existe realmente una emoción intensa o violenta o de pánico o cuando algo nos amenaza (o al menos, presentimos como amenaza o molestia). Si la emoción, antes de reaccionar, tuviera que usar la razón y pedir al cuerpo que se preparara para actuar, no sería eficaz en la emergencia y cuando las situaciones 67
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son cambiantes rápidamente, tendría muy poca o nada de adaptabilidad. Por eso el arrebato emocional sólo dura segundos y no minutos, ni horas, ni día, aunque la conmoción posterior a la reacción si deje una sensación duradera, aún por años. Empero esa conmoción post-emocional no es una emoción sino un sentimiento producido por la emoción porque, dice Goleman: “si las emociones causadas por un único acontecimiento continuaran dominándonos invariablemente después de que han pasado, y al margen de todo lo que ha ocurrido a nuestro alrededor, entonces nuestros sentimientos serían pobres guías para la acción”.65 Cuando un estímulo emocionante se prolonga más allá de segundos, casi siempre se debe a estímulos repetitivos como ocurre con el estrés crónico. La duración de la emoción, en este caso, necesita mecanismos distintos que actúan evocando la emoción sostenida y, en este caso, los sentimientos persisten por horas o más tiempo, pero lo hacen en forma amortiguada, no explosiva, y bajo un estado ánimo relativamente “apagado” (Goleman). Cuando el estímulo es real y objetivo (no subjetivo como es el recuerdo de un hecho emocionante), la estimulación crónica puede ir elevando el tono emocional hasta lograr una gran tensión o emoción intensa que actúe como si fuera tal de entrada. Esto explicaría el impulso homicida no psicopático que hemos venido describiendo. Siempre el primer impulso emotivo es afectivo y no racional. Habría una “segunda clase de reacción emocional” más lenta que la respuesta rápida, que se gesta primero en el pensamiento antes que en el sentimiento. Esta segunda vía para activar emociones puede ser más deliberativa y en estos casos, la mayoría de las veces somos consciente de los pensamientos que conducen a la emoción reaccionaria o al acto emocional. Sólo cuando se ha formulado un determinado raciocinio, que puede ser verdadero o no, se produce una respuesta emocional en consecuencia. Este proceso lleva varias secuencias, como las que nosotros hemos descrito por inspiración de Mira y López en el desencadenamiento de la ira.66 De esta forma queda establecido que habría vías rápidas y lentas para la emoción, una a través de la percepción inmediata y la otra por medio del pensamiento reflexivo. Pero debemos destacar que este “pensamiento reflexivo” no es como cuando premedita la ejecución de una acción y acá entre ambas situaciones hay matices de diferencia. El pensamiento reflexivo no es premeditado porque la mente emocional no decide qué tipo de emociones tendríamos que tener. La emoción se presenta y nos hace pensar en ella en la vía lenta, pero de ninguna manera significa que nosotros hemos buscado voluntariamente tener esa emoción y la resolución o reacción emotiva tampoco es planificada. Surge de la impresión que nos deja la emoción, la cual nos da pautas de conductas que nacen de una reflexión no premeditada. El ejemplo de Goleman de las fantasías sexuales quizás sea uno apropiado para explicar esto. El deseo que surge de una fantasía sexual con un objeto o persona determinada, si bien nos da vuelta en la cabeza despertando ideas y sensaciones, en el momento en que actuamos o cedemos al impulso de la fantasía, ese acto no es fruto de una planificación (salvo que seamos delincuentes sexuales psicopáticos que vivimos obsesionados planeando como elegir y abordar nuestras víctimas). Es muy difícil para quien tenga que juzgar una conducta emocional poder comprender que pasó por la mente del que padeció la emoción, si no ha tenido una experiencia similar. De ahí la dificultad del legislador para legislar el castigo de actos emocionales, o la del juez para juzgar un acto emocional que está en la zona gris entre lo imputable y lo inimputable. Máxime, cuando del acto emocional surge un daño como el homicidio, lesiones o ataques violentos. Después que pasó el “huracán emocional”, de acuerdo a la intensidad y circunstancias del mismo, pueden ocurrir dos hechos: que haya amnesia retrógrada absoluta de lo sucedido (lo que suele ocurrir con la llamada emoción violenta) o que una vez consumado el acto emocional (incluso a veces mientras está sucediendo), el actor tome conciencia del hecho y se pregunte para qué o por qué cometió tal acto. Ya explicamos que esto sucede porque la lentitud de la mente racional le lleva a operar una vez que la mente emocional ya entró en actividad. El 65 66
Daniel Goleman - LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Mira y López - LOS CUATRO GIGANTES DEL ALMA
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arrepentimiento de los actos emocionales cuando causan daño, puede depender de la evaluación que se hizo en el momento de la emoción para gatillar una acción determinada. Si el emocionado cree que actuó por “justa causa” como puede ocurrir con el marido que descubre que su mujer le es infiel o aquél otro cónyuge que se siente despreciado por su pareja, seguramente no se mostrará muy contrito (aunque en el fondo de su alma sienta lo que ha hecho) porque cree que le asiste la razón de la justicia. Se siente como una especie de “justiciero”. Si la emoción no está supeditada a la razón, mucho menos lo estará a la evaluación de leyes. El que está bajo una emoción, no puede detenerse muchas veces porque la ley le impide cometer tal o cual acto. No obstante, puede reconocer que ha cometido un hecho ilegal. La circunstancia de reconocer la ilegalidad de la acción y el conocimiento previo de la ley, no es una razón para juzgar como intencional un acto, que al momento de cometerse, no era racional ni razonador. Si bien el “Grupo Harvard” reconoce a la mente emocional como la operadora nata de las emociones, nosotros hemos ampliado a mente sensitiva porque nos da la posibilidad de abarcar todo lo que tiene la mente emocional, pero también al proceso razonador de equilibrio entre sensaciones y razonamiento. Luego, la mente sensitiva no sólo abarcaría la mente emocional, sino una integración de ésta con otras sensaciones intelectivas y volitivas y el complejo mental que resulta formaría esa llamada “mente sensitiva”, con un alto componente emotivo, pero también con participación importante de sentimientos y razonamientos. John Cohen67 busca la definición de mente en un rastreo etimológico e histórico. Asevera que conocer más de un idioma ayuda a comprender que “hay cosas que se dicen o expresan mejor” en un idioma que en otro. No obstante, cree que “todo lenguaje natural es un museo de palabras, cada una de las cuales representa un depósito de las creencias o formas de pensar propias de las gentes entre las cuales ese idioma llegó a ser lo que es” Pero, admite que no se debe adoptar el dogmatismo de pensar que todas las nociones o conocimientos que el hombre tiene de sí mismo y del entorno o mundo que le rodea, son estrictamente configuradas por la lengua materna. Tampoco, piensa este autor, que haber dado a la palabra mente un uso común y generalizado, esta sola utilización expresa la verdad de lo que la mente es. De ser así, caeríamos en un grave error, puesto que la misma palabra (o palabras afines), en otros idiomas, manifiesta vínculos “muy complicados”. De esta manera, analiza las raíces indogermánicas que son men, mon, las cuales significan “pensar”, “recordar”, “atender”. Tiene alguna similitud con el sánscrito manas y man que es “pensar”. La raíz latina del término español mente, es mens, que significa “yo recuerdo” (del mismo modo que memini), en cambio el término latino moneo es “yo aviso”. En las lenguas anglosajonas existe el término gemyd (relacionado con el gótico gamunds) que significa “memoria”. El alemán minne se traduce por “amor”, mientras que el inglés mind significa, indistintamente, “mente”, “espíritu”, “inteligencia”, “sentimiento”, “pensamiento”, “opinión”, “gusto”. Todas estas palabras, en realidad, están describiendo “cualidades” o “facultades” de la mente como es pensar, atender, memorizar, expresar sentimientos, recordar, opinar, manifestar inteligencia o expresar un gusto, representar al espíritu. Pero, comparando la interpretación de la palabra mente que las lenguas indoeuropeas, con otras lenguas ajenas a la tradición occidental, veríamos que mente (alma o psique) tiene interpretaciones distintas. Quizás, esto se deba a influencias religiosas o las concepciones de los antiguos filósofos griegos en parte y por otro lado, a los sistemas de pensamiento del Oriente arcaico. Así, en los filósofos griegos antiguos hallaríamos, por lo menos, cinco fases empleadas para desarrollar la idea alma (usada como sinónimo de mente o psique): 1º. 2º. 3º. 4º. 5º.
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El alma es una especie de aliento que se exhala al morir Es la sede de las emociones Es el “intérprete” intelectual de la información que le suministran los sentidos Es una facultad tanto moral como intelectual Es “algo que toda persona tiene” y que constituye su parte más valiosa
John Cohen – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial Labor, Barcelona, 1968
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Así, la palabra griega “psique” (usada como equivalente de alma), podía significar, a la vez, una cosa, un proceso o un agente personal (o divino). Pero lo que más ha influido el uso del vocablo “psique” en las modernas lenguas occidentales, han las concepciones platónica y aristotélica: Platón: el alma está en armónica consonancia con un mundo de formas ideales Aristóteles: el alma significa proceso o función y se define en palabras de actividad Dado que hasta ahora se confundía alma con mente, era natural que a psique se la identificara con alma. Pero lo real es que psique debe aplicarse a mente, más que a alma. Incluso, esta aceptación convendría para entender en forma mejor que es la psicología, la cual quedaría como una ciencia dedicada al estudio de la mente. En el curso de la historia, en Occidente se tendió a considerar a alma, espíritu o mente como términos equivalentes que designaban a “algo” propio del hombre y de los animales y que estaba en estrecho vínculo con el cerebro, pero que era imposible que ese “algo” estuviera en contacto directo con otras mentes (salvo la escasa aceptación del fenómeno de la telepatía). En Oriente (y en algunos místicos occidentales) se supone que las mentes individuales están en íntima conexión con una mente universal. En el modernismo y contemporanismo, muchos pensadores creyeron que la mente era algo vacío que se llenaba con la experiencia de los sentidos. Locke resume esto con la frase: “nada hay en el entendimiento que no haya estado previamente en el sentido” (in intellectu nihil est quod non prius fuit in sensu), acuñada por otros pensadores ingleses que le precedieron (Bodley, Bacon, etc.) La escuela inglesa cree así, que la mente es un ente pasivo que se debe “asociar” a la experiencia sensual para llenarse de sentido (escuela asociacionista de Locke, Berkeley, Hartley, Hume, James Mill). La escuela francesa, encabezada por Descartes, sostenía la dualidad mente-cuerpo, siendo la mente o alma lo que primaba sobre el cuerpo (dualismo). La escuela alemana tuvo varias tendencias y fue la que influyó en la escuela anglonorteamericana. La más importante fue la tesis de Christian von Wolf, creador de la psicología de las facultades, que propugnaba al alma como “un conjunto de cualidades distintas” o entidades completas cada una en su línea (razón, juicio, memoria). Esta idea aceptaba que cualquier hecho anímico queda suficientemente explicado si puede ser atribuido a una de estas facultades (teoría que aún prevalece en el análisis de las capacidades psíquicas). De Alemania también surge la psicología experimental y cuantitativa. La historia de los movimientos psicológicos referidos a la mente (como alma, psiquis, espíritu) ha sido muy pendular y fueron desde la concepción personal del hombre que puede hacerse a sí mismo (selfmade man), a que todas las formas del comportamiento humano son esencialmente sociales o están conformadas por factores sociales. Resumimos todo en estas tendencias: 1. monismo: alma y cuerpo son un solo bloque que puede ser estudiado por la psicología y la neurología. La teoría creacionista bíblica impuso este monismo. También hay un monismo materialista sostenido por los griegos Leucipo y Demócrito que pensaban que todos los átomos de la materia pueden moverse por sí mismos. Esta teoría origina un materialismo posterior llamado reduccionismo que sostiene que todos los hechos psíquicos, todo lo subjetivo, pueden explicarse por la neurofisiología, la cual es más valiosa y “científica” que la psicología. El otro concepto es el monismo espiritualista o mentalista que entiende que el espíritu es el que rige la materia y por lo tanto la psicología es superior a toda otra ciencia. 2. dualismo: iniciado por Descartes con la tesis de que hay un cuerpo y un alma por separado y que el alma es primero que el cuerpo y, por lo tanto, la psicología debe ir separada de la neurología, puestos que cada una de estas disciplinas constituyen sistemas distintos y diversos debido a sus materias respectivas: cuerpo (materia), alma (inmaterial). Dentro del dualismo existe el 70
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idealismo sostenido por Berkeley, Mac Taggart y Hegel y que se concebía como que “la existencia de la materia es una mera posibilidad a la que sería insensato conceder la más mínima importancia”. Dentro del dualismo hay que considerar lo que serían tres variaciones del mismo: ⇒ paralelismo: postula que hay una “armonía preestablecida” entre el sistema corpóreo y el sistema espiritual que no forman una unidad operacional (Leibniz). En esta teoría se usó el término energía como concepto físico y de ahí nació el concepto de que los hechos espirituales no pueden correlacionarse con los físicos en términos de energía (Charles Sherrington). Así, el cerebro sería, metafóricamente, un “convertidor” de la supuesta energía espiritual bajo la forma de pensamientos e ideas, las cuales no están en el capo de las ciencias naturales y la relación, por ejemplo, pensamiento-cerebro es una sólo una gran correlación espaciotemporal. Esta idea fue tomada por Freud quien pensó que la psicología tenía una base orgánica que algún día sería descifrada por la ciencia. Este criterio dio origen al biologismo posmodernista que sostiene que el cerebro es el que origina a la mente, al alma y al espíritu (teoría abolicionista del alma). Luego, la “supuesta” “energía mental” o “energía espiritual” es sólo un engendro de la “energía material” que es la que origina todos los procesos neurobiofisicoquímicos del cerebro. ⇒ interaccionismo: si bien los procesos mentales y los fisiológicos son totalmente distintos en su esencia, pueden afectarse mutuamente y en forma recíproca constituyendo un mismo y único sistema causal. No obstante, este sistema causal puede tener dos connotaciones distintas: a) es estrictamente espiritual y se manifiesta a través de efectos fisiológicos derivados (epifenómenos); b) es principalmente fisiológico y lo mental es sólo un efecto de lo físico. Ambas concepciones transforman al hombre en una especie de “autómata consciente” La principal objeción a estas concepciones surgen de la Lógica: si alma y cuerpo son dos sustancias totalmente diferentes, no pueden establecer ningún tipo de interrelación entre ellas, pues sería como mezclar agua y aceite. Para admitir una relación o interacción alma-cuerpo hay que admitir que los dos son una misma cosa. Esta última concepción hace más creíble la interacción cuerpo-alma y es la que sustenta actualmente todas las teorías psicológicas y algunas científicas (neurociencias). ⇒ isomorfismo: sostiene que hay cierta correspondencia estructural entre el estado de conciencia y el estado del cerebro. De todas estas concepciones surgieron otros ísmos tales como: ∗ ∗ ∗ ∗ ∗
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estructuralismo: mediante la introspección se puede dividir en porciones diversas cualquier experiencia funcionalismo: la conciencia es un proceso no un catálogo de elementos independientes unos de otros behaviorismo: la psicología debe independizarse de la introspección para ser más objetiva y menos subjetiva y ocuparse del comportamiento de los individuos o animales configuracionismo: sostiene que en nuestras percepciones del mundo externo, se da ya desde el comienzo mismo una estructura o una configuración. Las actividades mentales están organizadas bajo una preconfiguración. individualismo o diferencismo individual: las personas no son sólo entes orgánicos iguales, sino que existen diferencias individuales condicionados por
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el conocimiento y el aprendizaje en el curso de la evolución (Galton, Darwin, Stuart Mill) Como se podrá apreciar, en modo grueso, hay demasiadas opiniones y creencias sobre un mismo fenómeno, para creer que sólo una de ellas sea la verdad. Es posible, pero no determinante, que la verdadera mente o alma pueda tener algunas de las cualidades que muchos pensadores de los citados han encontrado, o creído encontrar, pero a diferencia de ellos no se debe caer en el error de que sólo uno de esos puntos sea la verdad absoluta. Incluso la reunión de todos los puntos de vista pueden llegar a ser sólo una verdad parcial de la verdadera verdad (valga la redundancia). Espíritu y religión Toca finalmente hablar de religión. No se puede tratar el reino del espíritu sin tratar el fenómeno religión, no bajo la lupa de la fe, sino con el mero análisis de “algo que existe efectivamente”. Porque nadie duda de que la religión existe. En esta cuestión, Russell nos pone un ejemplo (a nuestro entender no muy ilustrativo, dada su tendencia al rechazo del rito religioso) en el cual nos dice que en el día domingo de la semana, se nos manda amar a nuestro prójimo. En realidad, el precepto católico es el que propicia el culto del domingo (pues protestantes y judíos lo hacen el sábado) y dicho precepto no indica expresamente que es el único día que debemos amar al prójimo, sino nos dice que debemos honrar a Dios, asistiendo a su culto religioso, en este caso, la misa. Pero en el actual rito dominical, en la misa se impulsa a que cada católico se bese y dé la mano a los que le acompañan en el culto. El mismo Russell resalta que el mandato religioso o precepto, no obliga taxativamente a seguir amando al prójimo (ni a rendir culto a Dios). Esta es una apreciación muy parcial del filósofo, en lo referente al culto católico. Pero podemos rescatar de ella que probablemente se quiere advertir sobre un divorcio entre vida y religión, un fenómeno patente entre los creyentes en general. Últimamente, y en algunos siglos anteriores de la historia, la religión se transformó en algo meramente ritual y la prédica religiosa (bajo la forma de sermones u homilías) se transforma en un recitado mecánico, con mayor o menor retórica y declamación, pero sin textos convincentes. En parte por el rito y en parte por la prédica anquilosada, la conducta de los fieles también termina con un cierto mecanicismo y la exteriorización de la fe es más notoria en el rito y en el templo, que en la vida cotidiana. Al abandonar el templo y el rito, los creyentes se transforman y siguen con sus egoísmos naturales. El dolor de Russell puede tener origen en la deformación de la doctrina cristiana que claramente obliga a amar a Dios y al prójimo sin cortapisas. Pero hoy esto no es así ni para infieles ni para creyentes. Muchas iglesias se rigen más por lo económico que por lo religioso y espiritual, bajo pretexto del diezmo, el que va a parar en templos suntuosos. Lo observado por el filósofo inglés es que muchos “creyentes dominicales” se comportan como “ateos de los días hábiles”, pues parece ser que de lunes a sábados no rige Dios ni los deberes de caridad con el prójimo. En algunos casos hasta parece no existir ni el prójimo. Lógicamente todo lo dicho es en forma general y se excluye de estas observaciones a los fieles que son la excepción que toda regla tiene y se comportan debidamente como lo manda su religión y los preceptos eclesiásticos y evangélicos. Como corolario de sus observaciones, Russell deduce que “hasta ahora el daño que podíamos hacer a nuestro prójimo esta limitado por nuestra propia incompetencia; pero en el nuevo mundo en que estamos entrando, no habrá tal límite y la indulgencia con el odio sólo podrá conducir al desastre final y completo” Uno de los propósitos del hombre actual y desde siempre, ha sido alcanzar algún tipo de poder, pero una vez que accede a esos “poderes”, sobre todo si éstos son amplios o inmensos, se plantea el interrogante del fin o modo con que deben usarse. La historia ha demostrado que el poder o la fuerza excesiva bestializan al hombre, lejos de perfeccionar su espíritu. Existieron hombres muy poderosos que intencionadamente, o no, hicieron posibles muchos males. Uno de estos poderes puede ser el científico y quizás dentro del poder científico el logro del dominio sobre el átomo fue uno de los más nefastos. La desintegración del átomo y su la liberación de su 72
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fuerza, en la práctica significaron pocos adelantos beneficiosos, pero acompañados de consecuencias muy graves como la contaminación ambiental y la bomba atómica y similares. La destrucción sesgó más vidas que las salvadas o las beneficiadas por la energía atómica. Este mal fue el que llevó a sus creadores a arrepentirse de él y el temor a un desastre mayor (y no la razón o la bondad) impulsaron a frenar la destrucción atómica. Todo funciona en la historia como si la mayor parte de la humanidad ha sobrevivido, en cierta forma, gracias a la ignorancia y la ineficiencia sobre el saber científico y el poder que éste desata. Contrariamente, los países “avanzados” científicamente han roto límites que tenía el poder científico para el mal y han difundido la destrucción y la muerte dentro y fuera de sus confines geográficos (llegando, incluso, al espacio extraterrestre). Hoy no es tanto el átomo como el manejo de la célula y su genoma. La predominancia de la biología también genera algunos de los males que ya hemos comentado como la transgenia y la clonación. Vistas las cosas así y la expansión maligna de determinados poderes que conllevan la destrucción y el mal, es aquí donde debe comenzar a reoperar la inteligencia, sentimiento y voluntad del hombre, para que el reino del espíritu imponga su cordura al reino de la materia. Pero este resurgimiento debe ser auténtico y no peor que el mal que intenta detener. Decimos esta advertencia porque el crecimiento demográfico ha desarrollado una competencia feroz entre los distintos países y dentro de ellos, en los diferentes grupos sociales. Se conoce que para regular las relaciones interpersonales se necesitan una cierta ética y moral, pero el uso de esos valores ha dado lugar a una dualidad que se denomina la “doble” moral o ética: la que aplicamos para nosotros y nuestro grupo y la que implantamos para otros. Uno de los mejores ejemplos son los llamados “países imperialistas”68 donde la comunidad del país “invasor” tiene libertad plena y el ejercicio irrestricto de sus derechos, mientras que los países sojuzgados a su imperio sólo padecen restricciones, obligaciones y sumisiones, sin derechos, al menos, de la misma calidad que usufructúa el país sojuzgante. Otro caso es el de la clase dominante en un país que detenta el poder político, económico y social que reserva para sí prebendas, privilegios y los mejores derechos en detrimento y negación de los derechos del resto de la población. La ley natural que básicamente pide no robar ni matar, ni crear esclavitud queda así limitada por la ambición humana que tuerce todo destino y ley para favorecer sus intereses más mezquinos. Pero la culpa acá debe repartirse en parte con el agresor que usa indebidamente el poder y, en parte, con el agredido que no aprende o rehúsa ejercer su libertad para liberarse o no caer en el lazo opresor. Por estos hechos, Russell concluye que la vida espiritual o emocional “se halla condicionada en un grado que hoy es biológicamente desventajoso en virtud de esta oposición entre tribu propia y la ajena, contra la cual se compite colectivamente”. Tradicionalmente, la “prosperidad económica” consistió en exterminar a una tribu rival y, en algunos casos de “canibalismo”, se debió “comer” a los contrincantes para asegurar su efectiva aniquilación y la posesión definitiva de sus bienes (botín de guerra), al fin de que no reclamaran ni las tierras ni las riquezas apropiadas y así aumentaba la riqueza, el poder y el confort del pueblo agresor. Las ventajas de la “conquista por la fuerza” ha sido siempre el leiv motiv o motivo principal para toda guerra o conflagración. Pero la inteligencia, en concordancia con la voluntad y los sentimientos, nos indica ahora que todo el poder militar, tecnológico y económico de este “sistema conquistador” nos lleva a la autodestrucción porque el enemigo al cual ataca, si no lo aniquila totalmente (genocidio), de algún modo ese “enemigo” puede provocar una contraofensiva también dañina y destructora. Esto ocurre porque se aplica la venganza y la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Es lo ocurrido con la intervención en los países árabes y orientales (Vietnam, por ejemplo) lo que ha generado guerrillas muy devastadoras o un terrorismo incontrolable. El retorno de la violencia no soluciona el conflicto, sino más bien lo agrava y paulatinamente sume al mundo en una lucha continua, “sin parar” que lo mantiene en vilo con guerras, guerrillas y actos terroristas y de la delincuencia. La venganza no debe ser 68
Aquellos que además de regir su territorio nacional propio, toman ingerencias en territorios ajenos ya sea a través de su posesión directa de territorios o en el manejo con expoliación de sus bienes o de su economía y política, a los cuales explota de alguna forma.
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reprimida con el “ojo por ojo” sino esto genera un ciclo vicioso de nunca acabar. No hay que reprimir violentamente una reacción justa o injusta, sino buscar las causas de los conflictos y solucionarles en forma tajante y sin cortapisas. Hoy la sensatez o retorno al sentido común más elemental nos está diciendo que la convivencia progresista del mundo debe ser pacífica, tolerante, no discriminante y solidaria con el sufrimiento, las necesidades y carencias ajenas. Para esto es necesario recuperar la fuerza espiritual que guiada por un sentimiento de amor, use en forma inteligente la voluntad para evitar la agresión y/o el conflicto, para transformarlo en una cooperación de beneficio mutuo. Así inteligencia, sentimiento y voluntad, en suma, el espíritu humano debe estar al servicio de aplicarse a conseguir las cosas buenas y útiles en lugar de empeñarse en la ofensa brutal. El siglo XXI puede ser el pivote que nos lleva al reino del espíritu guiados por la inteligencia o al abismo de la mayor estupidez o necedad por ausencia de la sensatez o sentido común. La estupidez es la que nos priva de la condición de humanos para despersonalizarnos y hacernos inhumanos. O se trabaja con el sentido que lo hace el cuerpo humano, donde todos los órganos, aun los más opuestos, realizan su función para mantener el equilibrio y la salud, o nos empeñamos en desincronizar el funcionamiento orgánico de la humanidad y llevar a la “corporación humana” a la enfermedad, el sufrimiento y su aniquilación o muerte, en un mundo donde el odio puede más que el amor. Un sacerdote argentino, Eduardo Lorenzo,69 en una entrevista periodística manifestó: “En nuestro país podemos hablar de una suerte de sincretismo religioso. En los santuarios, por ejemplo, se mezclan imágenes, como pueden el Gauchito Gil o la Difunta Correa, con imágenes del culto católico. Pero la espiritualidad como tal, por esto entendemos un camino hacia Dios, es bastante superficial. Generalmente, los actos de culto no son aplicados a la vida diaria, parecería que nos cuesta unificar los principios de la fe con la vida”. Este sano reconocimiento explícito de que la religión del culto se ha transformado en una suerte automática y estática de dogmas y ritos anquilosados, es la causa de que, irónicamente, la religión como camino a Dios, se esté transformando en un factor de irreligiosidad. O el creyente se vuelve un fundamentalista ultraconservador cerrado a toda idea de espiritualidad o se transforma en un creyente ritualista encostrado y también cerrado a todo cambio para pasar de la inactividad total a la actividad entusiasta. Otro aspecto es el seudocreyente que asiste a los actos religiosos con una pizca de superstición más que de fe genuina y es el que se presenta para la Navidad o la Semana Santa o alguna procesión de un santo regional (caso de Mendoza, Patrón Santiago, donde se asiste a la procesión para evitar que el santo “castigue” con un temblor o terremoto). Estos hechos concretos, sumados al éxodo permanente de fieles del catolicismo, más el incremento fanático de sectas evangélicas, ultra fundamentalistas y ritualistas, han hecho de la religión el caminos más inefectivo para llegar al Dios verdadero y manifestar la espiritualidad natural del hombre. Este es el reconocimiento certero de Lorenzo al afirmar que cuesta unificar los principios de la fe con la vida, fenómeno que refleja la ausencia de una espiritualidad religiosa sana. No sería muy desacertado hablar de una actual vida religiosa paradójicamente desespiritualizada. La actitud manifiesta del acercamiento a la religión con la idea mesiánica de la aparición de algo o alguien que con una especie de acto mágico (realismo mágico) haga desaparecer los problemas, para Lorenzo “esta actitud se refleja en la relación con Dios: se busca un Dios que me soluciona el problema, y no un Dios Padre que me ilumine para resolverlo o me dé la gracia de aceptarlo. Cuando uno se pasa surfeando esa superficialidad, quiere encontrar soluciones inmediatas, recurriendo a opinólogos de turno o seudomaestros espirituales que garantizan el cumplimiento de una suerte de ritos que arreglan todo. Con esto se intenta que alguien decida por mí y, en ocasiones, no asumir la vida con responsabilidad y madurez”. Filosofía, existencia y reino del espíritu Todo conocimiento, cualquiera sea su naturaleza, es bueno si se integra como sabiduría y no simple erudición, llevando como guía el “ordenamiento natural del saber”, y en el concepto 69
Párroco de la Parroquia Inmaculada Madre de Dios y capellán general en el Servicio Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires
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de Russell de la “integración total” con la inteligencia, el sentimiento y la voluntad, en el más recto sentido de las mismas. Si bien Sócrates sostenía que el conocimiento sería suficiente para producir el hombre perfecto, no debemos olvidar que para los griegos el “conocer” era la sabiduría (sofía). Por eso debemos hacernos amigos de esa sofía (filosofía) Debemos reconocer cosas obvias como que vivir no es cosa fácil. Existir no lo es menos. La crisis que hoy padece el hombre y el mundo es la misma de siempre. Ni la tecnología ni ninguna actividad científica nos cubren espiritualmente y materialmente; seguimos tan desnudos como Adán y Eva, pero sin el paraíso terrenal. Sólo hemos conservado todos los pecados: los de Adán y Eva siguiendo por Caín y su descendencia. Conservamos la inteligencia, pero también el instinto; la fe junto con la incredulidad. ¡Cuántas antinomias! Los absolutos del Mal y del Bien, de la Verdad y la Falsedad, del Amor y del Odio, de la Solidaridad y la Indiferencia están en y con nosotros conviviendo desde el principio. Pero la Sabiduría es la única que no nos acompaña a todos y en forma permanente. Como al día le sucede la noche, hay en nuestras vidas luz y sombras. Y esa vida transcurre con ritmos circadianos:70 plena de cambios rápidos y continuos, de posibilidades ciertas e inciertas y de consecuencias gratas e ingratas. Pero, últimamente, en el escenario de la vida hay más espectadores que actores, junto con la comedia y la tragedia. Como Shakespeare lo pensó, el mundo parece más un teatro de ficción que algo real. ¡Vivimos enajenados y con nuestras dicotomías! Hemos tenido en nuestra humanidad hombres ilustres, ejemplos del poder de la Inteligencia y del Bien, pero lo que más abundaron son los que profesan la Irracionalidad y el Mal. Existieron y existen grupos sociales armoniosos y estables. Pero siguen en minoría. La Gran Humanidad está desorientada y fluctuante, sin un norte cierto y seguro. En ella no está vigente la Inteligencia y el Amor sino la falsedad, la vacuidad, la desesperación y la incertidumbre de su propia inseguridad. Con este cuadro, las presuntas islas de profundidad humana son sólo eso: islas. Están rodeadas por un océano inmenso que no es la tierra fértil fecunda en bosques hermosos, ni flores, ni aves, ni sembradíos bendecidos por la naturaleza. Sólo es un mundo de seres sumergidos, algunos bellos pero otros repugnantes. El resto es agua monótona, no potable que se conforma con sufrir los vaivenes naturales y del firmamento y su belleza, sólo tiene un mero reflejo. Pero no son aguas tranquilas sino agitadas por vendavales devastadores. La ruindad de su propia furia no es compensada por la belleza y la paz que sigue a la tormenta. Aun sin tormentas, esas aguas viven agitadas por olas pequeñas o gigantescas, donde el hombre se mece pero no puede completar una vida. Si bien en las islas hay belleza, vida y amor, también existe el Sufrimiento. Pero en el océano hay únicamente lucha para sobrevivir, pues el “pez gordo se traga al pez chico”. Sólo impera la “ley de la selva”. La ciudad soñada desde la antigüedad, la tierra prometida, es una simple ilusión inalcanzable, en estas condiciones. La ciudad real es un lugar donde nacen y mueren muchas cosas pero siempre resulta estéril. Se vive acompañado pero con una soledad absoluta tanto interior como externa. En cambio, en las islas donde sobrevive algo de la humanidad auténtica y digna, se perciben como oasis en medio de desiertos. En esas islas está la Existencia real del hombre y de ellas surgen clamores de Justicia y de Excelencia. Pero el resto de la humanidad es desierto vacío y océano turbulento. Todos gritan pero nadie escucha. Incluso, cuando la ira se desata, tanto con la furia natural como con la artificial, el desierto y el océano avanzan algo sobre la isla y parcialmente pueden contaminarla o destruirla. La mayoría de las veces, es tanta la indiferencia y la anestesia de los sentidos que no alcanza ni a saber de su existencia y por lo tanto pasan junto a ellas sin rozarlas ni conocerlas. Pero en esas islas hay una antena colosal, cuya altura no puede ser alcanzada por ninguna fuerza destructora natural o artificial. Es la antena existencial de la Inteligencia, del Amor y de la Sabiduría que se yergue como un faro vigía que cuando prende su luz, ésta puede iluminar con diferentes intensidades todos los rincones del mundo, incluso al océano y al desierto. Pero pocos son los iluminados por ella, pues en el desierto hay muy pocos seres para iluminar y el océano, si bien es transparente, es tan grande el abismo que al fondo del mismo no llega esa luz. Entre la opacidad de la transparencia y el negro de la oscuridad hay zona gris. Pero esa zona gris es tan inmensa como el océano mismo y por lo tanto la escasa iluminación sólo alcanza para el gris y nunca para la claridad completa. La antena 70
Los ritmos fisiológicos diarios que regulan todas nuestras funciones
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también emite clamores fuertes. Pero en el desierto no hay oídos por lo que “predicar en desierto es sermón perdido”. En el océano, el clamor llega como un rumor poco nítido. De esta forma, la antena ha iluminado y emitido mensajes al mundo, pero sólo los que están en las islas parecen ser los beneficiados. Y ellos no pueden vencer ni al océano ni al desierto, si éstos no le dan la oportunidad. De todos modos, esa antena es la eterna esperanza de la existencia auténtica, una fuente inagotable del Espíritu humano y la que instaura el verdadero reino de ese Espíritu. Mientras exista el Reino del Espíritu, el hombre podrá tener fe en el futuro y saber que de algún modo podrá salir del desierto y el océano. El silencio puede ser la ausencia de un sonido o el sonido sin sentido. Una imagen, un sonido y una palabra que no forma o tenga sentido para mí, no me dice nada. Opera como la ausencia de todo. Es nada y silencio. Concentrar es poner mi atención en un punto. Cuando ese punto es interior, estoy dentro de mí, constituyendo una unidad completa. Soy uno en forma completa porque mi interior es único y no puede dividirme ni me permite poner mi atención en cosas múltiples. Esa atención está en mí mismo Cuando el punto de atención es exterior, puede ser cualquier cosa pues en ese exterior hay millones de cosas diversas y múltiples. Ya no seré uno solamente, sino uno perdido en lo múltiple. Distraído y disperso. En la unidad absoluta (uno en sí mismo) no hay lugar a ser otro sino yo mismo. En la unidad relativa, en la cual yo me uno a una cosa fuera de mí (uno fuera de sí mismo) puedo llegar a mimetizarme con el objeto al que me he unido ocasionalmente. Uno en mí mismo es siempre lo mismo. Es el encuentro con la eternidad. Uno fuera de sí mismo es siempre lo distinto, lo diverso, lo temporal, lo que pasa ante nuestros ojos y nuestras manos. El pasar de una cosa a otra es lo que nos introduce en la temporalidad. Todo tendrá un momento, un límite y una duración. Ocurre así para que podamos seguir abarcando todo el exterior múltiple. De no hacerlo, quedaríamos fijos en una sola cosa objetiva y esto nos hace perder la universalidad. Quedamos presos o “pegados” a la temporalidad rígida y física. Como la cosa-objeto es la misma siempre, tendremos una falsa y engañosa sensación de eternidad. La cosa fija está ahí y no es parte de nosotros. Pero al unirnos a ella y hacernos “uno con la cosa”, nos volvemos parte de esa cosa y dejamos de ser uno mismo. Somos otros. Nos enajenaríamos. Cuando la cosa a la que nos adherimos es nada, dejamos de ser uno mismo y nos extrañamos. Salimos de nuestras entrañas para quedar fuera de ellas y perdemos la humanidad: nuestra esencia de ser humano. Cuando nos damos cuenta del extrañamiento entramos en el pánico o angustia y comienza nuestro sufrimiento. Esto nos ayuda a conocer el camino a la felicidad, pues si salir de nosotros para entrar en la vanidad es sufrir, quedar en nuestro interior explorando su riqueza, evita sufrir. Quizás esto pueda ser interpretado como una manera de ser feliz. Los anacoretas o ermitaños creen que es la felicidad absoluta y consideran al aislamiento como la fuente de la paz, la felicidad y la armonía con uno y el universo. Esto no se logra con el mundo o vida construida por nuestra inteligencia instrumentando nuestro derredor o medio o ambiente. Los religiosos rehuyen también la vida mundana pero bajo el lema latino omnia munda mundis (que traducido pragmáticamente sería “para el santo todo es santo”). No participan del mundo como su objetivo principal o sentido de vida pero lo incorpora a su interior como parte del universo o cosmos. El santo y el eremita tienen algo en común: viven en el mundo común pero se sienten fuera de él. Están físicamente solitarios pero interiormente se encuentran plenos de compañía, de toda la riqueza de su conciencia incondicionada. Cuando se vive exteriormente exclusivamente, el extrañamiento de lo objetivo y temporal nos lleva a perder la compañía de lo interior. Las cosas externas están ahí, junto a nosotros pero no me acompañan porque no están unidas a mí mismo. Estoy solo en medio de todo y de todos. Es la soledad en compañía que algunas filosofías destacan. Estoy rodeado de muchas cosas y personas pero interiormente estoy solo, sin ninguna riqueza. Existir, salir de mí exclusivamente para perder mi contacto con mi interior, será una paradoja irónica: me manifestaré como un modo de ser a través de mi personalidad pero dejaré de ser yo mismo. Vivir en el mundo, para Chopra, es aprender a ser un pontífice de uno mismo. Es aprender a llevar al interior a nuestro exterior, como una especie de puente que une a ambos. Puedo por un instante salir de mi interior pero sigo unido a él por el puente que me permite, como un cordón umbilical, estar fuera pero sin salir del todo de adentro. Desde mi yo me proyecto a otros pero 76
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sin abandonar mi mismidad. Esta particular situación misteriosa, es la que llevó a algunos religiosos a pensar que la inexistencia es la verdadera forma de ser y vivir. Esto es: para conocer al mundo debo hacer una extrospección pero esa inspección exterior la hago desde dentro de mí. No salgo con todo afuera para pegarme a un solo objeto. Esta actitud de ver desde adentro hacia fuera es la sabiduría que hace a la esencia del hombre y le permite “proyectar” su interior intelectivo, afectivo y volitivo (su espíritu), hacia su exterior. Pero sólo eso: lo proyecta sin abandonarlo. No pierde su humanidad. En cambio, el científico hace todo lo contrario: sale completamente de su interior para quedarse definitivamente en el exterior, fundido con el objeto a fin de llegar a conocerlo. He ahí su error: sólo podrá fijarse en una parte única del objeto sin obtener el todo. Queda con la visión de una parte, de un aspecto (visión aspectual). Sabrá mucho de esa cosa y esto lo hace erudito. Pero no sabrá nada del todo y esto le hace perder la sabiduría. Sabio es el que puede tener y mantener una visión del todo, ubicando a cada parte de ese todo. Hace síntesis. El científico o erudito hace análisis. Construye el todo como un hato de partes. Pero al romper el todo en partes, sólo puede conocer un costado de cada parte y por esta razón no puede armar el rompecabezas del todo, con la misma armonía y equilibrio que ese todo tenía antes de ser particularizado (hecho partes). El sabio ve al todo y aprende a descubrir sus aspectos o partes pero sin un análisis particular sino con un abarcamiento global del todo. El todo es el completo horizonte de su contemplación, mientras que la observación de partes, por separado, constituye horizontes parciales y sucesivos. Vista una parte, un horizonte en particular, una vez superado debe buscarse el que sigue, la parte que continúa y esto nunca acaba. El todo se vuelve un concepto inabarcable e inalcanzable. La visión interior, desde dentro del todo no integra al mismo como formado de partes, sino que se abarca como inmensidad. Es lo que da el saber intuitivo y misterioso, milagroso. Es una forma de existir inexistiendo (no se considera acá al existir de la misma forma que lo hace el existencialismo). Algunos encuentran la unidad al integrarse al todo, con el cosmos y el caos y esto los aleja de la angustia del existir y de la nada mundana, al imbuirse de un sentimiento religioso de fe en Dios (fe religiosa). Otros se completan por medio de la mística. Muchos hombres se encuentran con la unidad al incursionar la simple fe humana de sus creencias o la filosofía. Conocer el todo sintetizando y no analizando partes, es lo válido para cualquier camino espiritual. El espíritu humano es la llave que abre el universo al todo, ya sea como Dios, como estado místico o la simple meditación profunda en sí mismo. El que encuentra el todo certeramente, no tiene problemas ni de fe ni de razón, pues abarca el universo completo: el universo que tiene el hombre, a Dios y al mundo. Quizás en su imperfección puede llegar a comprender ese todo y de ese modo concebirlo como Dios sobrenatural, único. O llega a creer que Dios es todo. O, también, puede llegar a renegar de Dios para dar el sentido sobrenatural a la misma naturaleza. No importa la creencia particular, pues todas las que se funden en el encuentro con el todo universal, seguramente estarán identificadas entre sí y no habrá discusión. El todo está con nosotros como Dios o como naturaleza o como universo, pero siempre es uno. Pero cuando se pretende que una actitud particular, personal, debe extenderse (predicarla o enseñarla) obligadamente a todos los hombres, porque la entiende como si fuera ella la verdad absoluta, aparecen los fundamentalismos. Aunque este fundamentalismo haya nacido en mi modo válido de acceder al todo, al perder la universalidad (incluir a todo en el todo), se piensa equivocadamente, confundiendo al todo como una propiedad excluyente. Este es el acceso equivocado a una visión del todo que le hace perder su universalidad abarcadora incluyente para transformarlo en una particularidad excluyente. El hombre tiene una misma esencia, un mismo espíritu, un mismo universo, un mismo todo, una misma universalidad. No puede haber diferencia en lo absoluto. Sólo cuando se cae en la relatividad se encuentran diferencias y disenso. Lo absoluto es siempre consenso. La perfección es consenso absoluto entre uno mismo y el universo. Debemos aprender a distinguir entre esencia y forma, pues detenernos sólo en las formas nos aleja de la esencia. El todo, lo absoluto, la perfección, la verdad, la felicidad es el encuentro y conocimiento de la esencia. Lo falso, el sufrimiento, la imperfección está en la formalidad, en la modalidad o moda. El que tiene su espíritu pleno y lleno no tiene vacíos. El que necesita de lo exterior para llenarse, sobre todo llenarse 77
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externamente, es porque tiene un vacío espiritual que vive con la temporalidad. El que tiene plenitud espiritual no tiene necesidades mundanas ni necesita llenarse de objetos exteriores. Su única necesidad es no perder el encuentro consigo mismo, ni su plenitud interior. Cada día debe alimentar esa espiritualidad, la cual siempre es posible de ser más y más. El vacío espiritual también cada día necesitará tener más, pero ese más sólo serán cosas y objetos. Posesiones temporales. La moda. Con lo cual, cada vez que logre tener más, en realidad tendrá menos. Tendrá más cosas y menos espiritualidad. Tendrá más y será menos. Ser más o menos no tiene nada que ver con la temporalidad, estrictamente, sino con la espiritualidad. Tener muchos bienes materiales puede llevarnos, y realmente nos lleva, a ser menos. La posesión de riquezas nos hace sentir menos plenos. Contrariamente, quien cultiva sólo lo espiritual nunca tendrá bienes materiales, pero siempre tenderá a ser más. Su riqueza será mayor a la de cualquier otro hombre con bienes pero desespiritualizado. Albert Einstein ha escrito lo siguiente: “Lo más hermoso de la vida es lo insondable, lo que está lleno de misterio. Es éste el sentimiento básico que se halla junto a la cuna de arte verdadero y de la auténtica ciencia. Quien no lo experimenta, el que no está en condiciones de admirar o asombrarse, está muerto, por decirlo así, y con la mirada apagada. También la religión se basa en lo misterioso, aunque con una mezcla de temor. El conocimiento de que existe algo impenetrable para nosotros, de que hay manifestaciones de la razón, de la conciencia más honda y de la belleza más deslumbrante, accesibles a nuestra conciencia sólo en sus formas más primitivas; todo este saber, conocer y sentir, da origen a la verdadera religiosidad, en este sentido, y sólo en él, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. A mi me basta con el misterio de la eternidad de la vida, con el conocimiento y el sentir de la admirable estructura de la existencia, con lo presente, así como con la abnegada tendencia hacia la comprensión y el logro aunque sea la mínima parte de la Razón que se manifiesta en la Naturaleza”. Interacción entre las facultades del espíritu En todos nuestros escritos hemos insistido en el ser carnoespiritual del hombre y en esta esencia prima, reina, el espíritu. Sostuvimos que el hombre era una especie de unidad sellada donde actuaban en bloque la inteligencia (como razón o pensamiento), la voluntad y el sentimiento o afecto (los tres componentes del espíritu según Bertrand Russell). Así, la inteligencia o pensamiento es la sede del conocimiento y desde ahí se pone en acción la voluntad y el sentimiento. Todo funciona de forma tal que la inteligencia motiva al sentimiento y a la voluntad o, viceversa, cualquiera de ellas puede motivar a las otras. De esta acción surge que, para que el espíritu funcione en armonía, deben interactuar las tres esferas. Pero nunca el resultado de estas interacciones será lo mismo. Por ejemplo, cuando la inteligencia pura, como razón recta, es decir, usada en forma acorde con su naturaleza, es la que motiva el sentimiento y la voluntad, estamos en presencia del surgimiento de un acto racional, propio del ser humano. Cuando la voluntad es el eje motivador de la inteligencia y el sentimiento, acá lo primero es el fin que la voluntad quiere alcanzar y puede ocurrir que una fuerte intención o deseo nazca para alcanzar una meta irracional Esto significa que lo querido no está dentro de la recta razón, aunque esté apoyado por el sentimiento o afecto o la emoción. Esto puede ocurrir así porque en esa situación no se impone la razón ni el sentimiento moderado, sino sólo el empeño como acción para obtener un objetivo deseado bajo una emoción o sentimiento fuerte. Esta emoción o sentimiento por su ímpetu es una fuerza arrolladora que abate todo raciocinio para actuar irracionalmente como pasión malsana. Es lo que ocurre cuando el objetivo a alcanzar es el poder, la riqueza o la posesión del cuerpo de otro ser humano que ha despertado una fuerte atracción, o la consecución de bienes ajenos por cualquier medio (guerra, saqueo, delincuencia, etc.). Esta conducta negativa obnubila toda razón voluntariamente y también, voluntariamente, da rienda suelta a los bajos instintos y anula todo noble sentimiento o sentido de honor y una conducta axiológica, es decir, guiada por el eje de los valores humanos. No obstante, cuando el fin apetecido por la voluntad es bueno en sí o tiene una justa causa (fin debido), la voluntad recurre a la recta razón y se rige por la inteligencia volitiva y con el mesurado sentimiento, afecto o emoción que corresponde a un acto inteligente. Su efecto o acción puede ser tan 78
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arrollador, vehemente o apasionado como el acto o fin indebido, violento, irracional o instintivo. Sólo cambia el resultado. Mientras lo irracional conduce al daño o mal (rara vez o por azar puede generar algo bueno), lo inteligente casi siempre desemboca en el bien y la felicidad. En otras palabras, un acto bueno o un acto malo se diferencian rotundamente por la calidad del producto final. El daño de un mal acto escandaliza e impacta, a veces, más intensa e inmediatamente que el bien de un buen acto. Esto es, porque el daño, como un huracán, pasa y devasta. El bien, como bálsamo, necesita un tiempo mayor para actuar. Cuando el hombre puede reconstruir el daño generado por una acción indebida, tarda más tiempo en hacerlo, que el empleado por la destrucción dañina. Si el mal no aniquila ni afecta a todos y es resarcible, con el tiempo se transforma sólo en un recuerdo del pasado o hecho histórico, según su magnitud. Contrariamente, el efecto de un acto bueno suele ser un producto más duradero y cuando el beneficio alcanza, en forma directa o indirecta, a muchos o a todos, permanece en la memoria para siempre, más que en el contexto histórico. El mal siempre es sólo recuerdo, mientras que el bien se goza todos los días. Incluso, en el mal siempre se evoca al autor, mientras que el bien puede tener un autor anónimo, o bien no siempre está presente en el recuerdo. Lo mismo que la razón y la voluntad, cuando sólo el sentimiento es el que comanda un acto, sobre la razón y la voluntad, no existe un acto equilibrado. Esto ocurre normalmente en el hombre en general. Los actos puramente emocionales o instintivos pueden generar efectos diversos y opuestos. Por ejemplo, si la emoción es violenta y negativa se imponen los bajos instintos con anulación total de la razón y con un desenfreno de la voluntad. El acto irracional e instintivo, incontrolado, siempre produce un daño a alguien o a muchos, o a todos. Pero si la emoción es positiva, puede ocurrir que anule, o no, a la razón y a la voluntad (lo que ocurre en el éxtasis, misticismo o inspiración). Cuando pone en marcha la voluntad, aunque no esté regida por la razón, generalmente lo hace para un acto creador o un fin impulsivo pero bueno. Comparando ambas situaciones veremos que la emoción violenta es brutal y bestial que más que huracán es una tromba o vorágine que pasa con gran rapidez, a veces segundos, pero la fuerza violenta es mucho mayor que en cualquier otro acto racional, inteligente y afectivamente moderado. Contrariamente, el buen sentimiento positivo, también puede desatar una acción apasionada que puede ser arrolladora o no, nunca alcanzará el ímpetu de la fuerza dañina. Toda buena acción es tal, precisamente, por ser armónica y equilibrada y estas dos condiciones excluyen lo violento. Quizás el mayor desborde de la humanidad, en los siglos XX y XXI, haya sido la emoción irracional. Por eso, Goleman71 propone el control de la emoción mediante la inteligencia. Pero el llamado de Goleman va más allá de un simple control inteligente de la emoción, pues es una nueva concepción de la inteligencia, la cual está más cerca de los clásicos filósofos griegos que de los conceptos utilitarios de la psicología contemporánea, la cual confundió a los mecanismos intelectuales, que son el instrumento con que se manifiesta la inteligencia, con la inteligencia misma. Goleman rescata el valor de la inteligencia como facultad espiritual especial, única e irremplazable y le asigna el papel rector propio de su esencia, sobre las otras dos manifestaciones espirituales: la emoción (afecto, sentimiento, instinto) y la voluntad. Es la inteligencia la que debe regir el sentimiento y la voluntad y no al revés. Esto no quiere decir que sentimiento y voluntad necesiten el consentimiento de la inteligencia para estar presente. Significa que cuando el sentimiento o la voluntad se manifiestan deben coordinar con la inteligencia su acción. De igual modo, la inteligencia para manifestarse, debe ir acompañada del sentimiento y la voluntad. Y como un eterno retorno, volvemos al principio: el hombre es una unidad sellada donde su espíritu actúa en bloque y en forma armónica. Luego, la inteligencia, única potencia humana exclusiva, es la energía sin moldes que debe aplicarse concretamente a otras facultades mentales y espirituales del hombre para coordinar y equilibrar la vida interior (mismidad) del hombre, con su vida exterior (existencia). El equilibrio espiritual es la mente sana y, como ya es conocido y aceptado, si la mente regula el cuerpo, una mente sana originará 71
Goleman, Daniel – LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
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un cuerpo sano y no en forma contraria. Una enfermedad puede afectar al cuerpo en forma independiente de la mente y este cuerpo enfermo, indirectamente, afecta al cerebro y, con él, a la mente. Por ejemplo, una infección genera fiebre y la fiebre obnubila la mente o un coma puede anular la mente consciente. De igual modo, una mente enferma por una psicosis o un desarrollo anormal (trastorno) enferma al cuerpo. Pero cuando la mente funciona bien y a pleno, la posibilidad de que el cuerpo enferme es menor o nula. Y en el caso de que enferme, aun gravemente, la mente sana puede ayudar a curarlo. Esta interacción mente-cuerpo, debidamente comprobada por la ciencia es insoslayable, como también lo es que la mente es el instrumento exclusivo del espíritu. Conceptos aspectuales y conceptos holísticos Desde otro punto de vista, sólo la salud mental es rectora de la salud corporal. No ocurre a la inversa, pues no siempre un cuerpo sano produce una mente sana, ni más inteligente. De ser así, cualquier buen atleta tendría más posibilidades de ser un gran pensador o filósofo que un hombre con cuerpo enfermo. Pero lo cierto es que los grandes filósofos no fueron atletas importantes y muchos de ellos padecían enfermedades corporales. De este modo, Goleman rescata el único sentido de la inteligencia: que sea la gran rectora de todas las otras facultades mentales, espirituales y físicas del hombre. Pero esta inteligencia no es una facultad meramente operativa ni mecánica que sólo sirve para desarrollar un aprendizaje, guardar memoria, crear algo o realizar una operación matemática. Estas cosas dependen más del intelecto (el instrumento de la inteligencia) que de la inteligencia misma. Esta distinción es básica para comprender porqué muchos desarrollan el intelecto pero no la inteligencia rectora y con ese superintelecto realizan actos operacionales impresionantes como puede ocurrir con la ciencia y la tecnología en general. No obstante, esas actividades no pasan de ser una visión aspectual del universo y la vida misma. La totalidad, lo holístico, el macrocosmos, o como quiera llamársele a todo el fenómeno vital total (vida en general del planeta) está en dirección del pensamiento totalizador, englobador, abarcador, envolvente y la meditación profunda y global. Esto escapa, en forma abismal, del pensamiento aspectual del científico, pues el pensamiento holístico no está supeditado a ningún parámetro, ni es mensurable ni puede ser sometido a experimento y comprobación. De su contacto con el pensamiento aspectual sólo pueden distinguirse dos acciones: que a veces usa la inducción y deducción. Por estas diferencias, una de las disciplinas humanas más cerca del pensamiento totalizador es la filosofía. Esa condición ha llevado a pensar que la filosofía es la madre de todo saber y de toda ciencia. Nosotros disentimos en parte con este aspecto porque si por ciencia entendemos lo que definen los diccionarios o la aplicación práctica de la misma, a corto plazo distinguiremos que la ciencia nunca puede ser englobadora porque su función es analítica esencialmente: debe desarmar un todo en sus partes para distinguir las mismas. Rara vez realiza síntesis, salvo que sea con un fin puntual. Por estas cualidades siempre es aspectual. Mientras que a la filosofía es casi imposible someterla a un método científico, pues ni la lógica ni la epistemología alcanzan a abarcar toda la manifestación filosófica. Siempre es lo contrario: es la filosofía la que puede sintetizar, analizar y abarcar toda la totalidad científica. Pero esta función filosófica totalizadora no significa que la filosofía haya originado a la ciencia ni que sea una ciencia en sí. En síntesis: la inteligencia o el pensamiento humano puede generar muchas acciones y crear obras. Pero una cosa es una acción científica y otra una acción filosófica. Ambas son hijas de la inteligencia y la creatividad del hombre. Pero sólo la filosofía es la que está más cerca del empleo natural de la inteligencia y de la esencia del hombre. La ciencia pasa y cambia. La filosofía queda y se perfecciona en su manifestación pero las cuestiones filosóficas son siempre las mismas. Nunca cambian. Sólo que se interpretan cada vez mejor, con la experiencia histórica. Otra diferencia fundamental entre ciencia y filosofía, es que la ciencia puede ayudar o degradar al hombre. La filosofía tiende a la perfección espiritual, esto es, a la perfección de la manifestación esencial del hombre.
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La ciencia contribuye al confort y a una mejor calidad de vida humana, pero destruye el medio ecológico, genera armas mortales y productos artificiales que terminan siendo armas de doble filo. La superación espiritual en cambio, siempre beneficia al hombre. Esto lo enseña claramente la historia. Las grandes civilizaciones decayeron cuando llegaron a la cumbre de sus logros instrumentales o científicos. Todas las grandes civilizaciones que sobrevivieron en la historia, lo hicieron por su arte o por su pensamiento o filosofía. Como prueba irrefutable de esta aseveración es el ejemplo de los griegos, hebreos, latinos y orientales que trascendieron todas las épocas históricas y se proyectan en la actualidad con sus conceptos intactos a través de los siglos. Nosotros podemos adoptar esos conceptos tal cual o recrearlos para adaptarlos a cada generación.72 Puede que el tiempo, a veces, atenúe u oculte el influjo de esas ideas, pero, como el ave Fénix, las mismas resucitan con mayor o menor fuerza, según las épocas históricas. Ciencia y sabiduría Si bien la ciencia expande el universo físico, la inteligencia expande el universo mental (Bertrand Russell). El conocimiento científico es impresionante por su gran cantidad y profundidad, pero no es el tamaño de las cosas lo que debe impresionar a los sentidos, sino la calidad de las mismas. Siempre lo colosal impresiona a los sentidos, pero la vida creativa y espiritual nace y crece, paradójicamente, anulando a los sentidos.73 Por esta causa, Russell piensa74 que la voluntad y el sentimiento deben marchar al ritmo del pensamiento (inteligencia) de forma tal que el espíritu del hombre debe crecer más que su conocimiento circunstancial de las cosas. Pero el hombre de hoy está tan ensimismado con el juguete tecnológico que olvida la dimensión espiritual y más aún: el juguete tecnológico embota su espíritu y anula la inteligencia. Lo llena de un falso orgullo y de una soberbia sin par cuando afirma ufano: “a la ciencia nadie la para”. Pero nosotros estamos atento a esa “moda tecnológica” que pretende ser avasallante y hemos observado que si bien hay una tecnología de confort (calefactores, refrigeradores, vehículos increíbles, electrónicos fantásticos) también hay armas sofisticadas muy mortales que diezman en cada guerra o guerrilla a pueblos enteros, la manipulación de la vida y la enfermedad trae una pequeña cuota de progreso y una gran secuela de daño no apreciado en su verdadera dimensión, pues queda opacado con los brillantes pero magros resultados positivos (se alarga la vida del hombre, pero empeora la calidad de esa vida alargada). Incluso, la llamada ciencia económica y política con sus doctrinas actuales destruye a media humanidad con el desempleo y el hambre. En cierta medida, estas tecnologías actuales, son una gran mentira de la ciencia, cuyos resultados son espeluznantes, pero falsos cuando afirma que trabaja para mejorar la vida del hombre. Su producto final no es armónico ni equilibrado. En cuando a su lema soberbio de que “nadie la para” es otra falacia: la naturaleza está mostrando ya que no todos los transgénicos son la panacea de males ni las clonaciones son perfectas, pues los animales clonados están muriendo, se enferman de artritis y sufren progeria (vejez prematura). El primer defecto de los transgénicos (alimentos y medicamentos) son en primer lugar el precio y el segundo es que sus efectos primarios esperados (los alimentos paliar el hambre y los medicamentos curar) no se cumplen. Ningún pueblo hambriento puede pagar el costo de los alimentos transgénicos. Los medicamentos transgénicos, además de su costo alto, no han logrado curar principalmente a las enfermedades para las cuales estaban destinados, porque sus moléculas deben ser continuamente modificadas para buscar vanamente un efecto mejor. No es mucho lo que se avanza, porque apenas se supera un problema, la naturaleza plantea otro. En el caso de la medicina, se aduce que ciertos medicamentos crean “resistencia”, esto es, genera células o gérmenes cada vez más patógenos y virulentos. Desde un punto de vista social, la tecnología trae una nueva discriminación entre pobres y ricos. Quien tenga dinero 72
Ortega y Gasset – EN TORNO A GALILEO Teoría Newberg-D’Aquili 74 Bertrand Russell – EL UNIVERSO MENTAL EXPANSIVO, 1964 73
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recibirá una tecnología apropiada. Quien carezca de él, no recibe tecnología o recibe la menos efectiva. Son muy pocos los pobres que mediante colecta popular, subsidio estatal o “generosidad” de algún profesional, pueda usufructuar una tecnología de costo salvaje e inalcanzable. La expansión del conocimiento no es progreso en la concepción de Russell, sino sólo eso: mera expansión y generalmente va en detrimento de la expansión de la vida espiritual (racional, afectiva y volitiva). No debemos confundir, en esta cuestión, erudición con sabiduría, dice un viejo aforismo. Erudición es sólo “conocer mucho”, mientras que sabiduría, como lo dice la etimología de la palabra, es “saber mucho”. Para el Dalai Lama la sabiduría consiste en conocer la esencia de todas las cosas (omnisciencia), es decir, lo que las cosas son en sí, y no lo que parecen ser. La filosofía, a diferencia de la tecnología, aun la mediocre, siempre ha aportado algo positivo a la humanidad y al progreso espiritual. Mientras que el progreso material tecnológico también ha dado mucho a la humanidad, pero con el tiempo tanto progreso material destruye al espiritual y la secuela final es mayor daño que beneficio. Basta repasar al mundo en este comienzo de siglo XXI para poder entender este aserto.
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III
LA EDUCACIÓN ESPIRITUAL Y LA FORMACIÓN PERSONAL La educación, base de la revolución
E
l Dalai Lama ha escrito: “es esencial estudiar y adquirir una educación. La preparación de la mente requiere práctica. En el contexto budista la meditación opera como una transformación positiva de la mente, es decir, elimina sus defectos y mejora sus cualidades”. Enfocamos a revolución como movimiento que produce un cambio profundo. Definimos a espíritu como la manifestación más perceptible del ser humano y que se expresa a través de la mente, cuya nota más nítida es la inteligencia. Pero, hicimos notar que la expresión espiritual necesita de un instrumento afinado o preparado. No hay una manifestación espiritual espontánea, en orden a la perfección. Si bien el espíritu se muestra en forma espontánea e independiente, no siempre ni en todos los casos, sus manifestaciones son precisas y correctas. Esto nos indica que para poder expresar nuestra vida espiritual debemos prepararnos para controlar las sensaciones. Si el instrumento válido para la expresión espiritual es la mente, luego, es la mente la que hay que preparar. Esta preparación es lo que hace que esa mente se desarrolle. Y esta idea es la que nos conecta con la educación. La educación, etimológicamente, significa “conducir afuera” (ex = fuera; ducere = conducir). La palabra fuera o afuera nos indica un movimiento hacia el exterior. Es lo contrario de dentro. Luego, la expresión “conducir afuera” indica claramente que es llevar lo que está dentro afuera. Los latinos recibieron el concepto de educación de la paidos o paideia griega que se refería al “desarrollo del niño” para conformar la persona adulta. Esto nos aclara, entonces, que educación es un movimiento para llevar afuera lo que cada uno tiene adentro, a fin de desarrollar lo que cada uno es. Más sencillamente: educar es desarrollar el ser de cada uno. Pues, es el ser lo que está “dentro” de cada hombre. Dijimos que ese ser no se manifiesta tal cual y esa es la razón por la que no podemos conocer directamente lo qué es el ser (su esencia). Pero, podemos llegar a conocer cómo es el ser a través de los modos de ser de cada uno. (Heidegger). Para acceder a los modos de ser auténticos, es decir, lo que se manifiestan según el verdadero ser, es necesario “desarrollar” a los mismos, esto es, ayudarlos a que se expresen correctamente. En esto consiste la educación. De algún modo, definimos antes, el espíritu es una forma de expresión de nuestro ser, para no caer en el fundamentalismo de afirmar que es la única manera de manifestación del ser. Pero, indudablemente, es la principal. El espíritu, como el ser, están dados ya de antemano como una cosa terminada y completa. Lo que es inacabado es la forma cómo se expresará el espíritu. Antelamos que la mente es el instrumento de la expresión espiritual. Luego, no es el espíritu en sí lo que se debe educar, sino a la mente, para hacerla más efectiva y hábil para una expresión espiritual correcta. La educación mental es un entrenamiento o adiestramiento mental, que consiste en preparar todas las facultades mentales para que operen con la mayor eficacia. Afirmamos que la nota principal del espíritu es la inteligencia, que regirá sobre el sentimiento o sensación y sobre la voluntad. De ahí que educación mental es sinónimo de educación de la inteligencia. La inteligencia es una facultad intelectual y por lo tanto reside en otra facultad mental que es el intelecto. Es la facultad que nos habilita para conocer lo que las cosas son. Ese intelecto es el 83
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encargado de la aprehensión de la realidad a través de los sentidos y de las sensaciones y es lo que conocemos como percepción o registro. Cuando se percibe una realidad exterior hacemos extrospección y ahí el instrumento que recoge los datos de esa realidad, son los sentidos y sus órganos receptores (vista, oído, tacto, olfato y gusto). Esos sentidos aprehenden (toman) las formas de las cosas u objetos y abstraen (sacan) de ellos un trazado de esa forma, ya sea como imagen directa o como signo. Es lo que forma la idea. Luego, otro proceso mental se preocupará de significar nuevamente al signo-imagen y le dará un sentido, un significado, esto es, un concepto. Con el conjunto de conceptos otra función intelectual formará un juicio y del conjunto de juicios, finalmente, el intelecto concluirá con un pensamiento. Ahí se cierra el primer ciclo más importante del proceso mental intelectivo. Esta función de la inteligencia, a través del intelecto, es la que permitirá también hacer lo mismo con las sensaciones o movimiento anímicos que surgen desde el interior del cuerpo bajo la forma de sentimientos, emociones, instintos y otras percepciones extrasensoriales e internas. Para esta percepción interviene la introspección y de ella se aprehenderá, se hará abstracción y se formará una idea de esas sensaciones, para llegar finalmente a una conceptuación y a un discurrimiento o enjuiciamiento que formará un pensamiento. La formación de un concepto y un juicio surge del análisis de esas sensaciones y es ahí donde el intelecto o razonamiento o razón será lo que, de alguna manera, podrá modular esa sensación. La segunda parte del proceso mental es el logos o expresión de los pensamientos y esto es la base de la comunicación. Acá interviene una función mental que es la codificación correcta de los signos mentales en su conjunto y la expresión a través del lenguaje, cuyo instrumento principal es la palabra y por eso al logos se le simboliza con la palabra. Para que estas sensaciones externas o internas sean correctamente aprehendidas y conceptuadas, se necesita un entrenamiento del intelecto, que se conoce como inteligencia intelectiva. A ello ayuda la dialéctica y la lógica. La educación acá, consiste en enseñar a pensar. También los procesos intelectivos mentales de la comunicación necesitan un adiestramiento que se conoce como inteligencia comunicativa. Cuando la sensación se produce y directamente impacta en el ánimo, sin dar lugar a su aprehensión, se produce un acto irracional, que después de sucedido, según analizamos en la mente emocional, será razonado. Para evitar que la sensación impacte directamente en el ánimo y se exprese irracionalmente, un entrenamiento previo nos podrá conducir a controlar el instinto o la emoción irracional y hacerla racional. Esto es lo que se conoce como inteligencia emocional. Esta inteligencia emocional es parte de una inteligencia sensitiva o afectiva, que no sólo regulará las emociones, sino también a los sentimientos y al instinto. Los mecanismos son la sublimación, la distinción entre la sensación positiva y la negativa, la destructiva y la constructiva. El adiestramiento consiste en adoptar lo positivo y constructivo y bloquear lo negativo y destructivo, ya sea transformándolo en positivo y constructivo (sublimación), no permitiendo su expresión (bloqueo) o evitando su formación. De ese entrenamiento surgirá el concepto de valores y se formará una axiología o escala de valores para comprender lo que realmente es positivo y constructivo, es decir, lo “valioso”. La conjunción de la inteligencia comunicativa con la inteligencia sensitiva o afectiva que comprende a la inteligencia emocional, constituirá lo que se denomina inteligencia social que será el entrenamiento mental para aprender a comunicar a los otros nuestros pensamientos, sentimientos y emociones y a convivir en una armoniosa coexistencia. Todas inteligencias están guiadas para aprender a vivir, esto es, desarrollar nuestra vida personal. Para esto hay que aprender a pensar, aprender a sentir, aprender a comunicar. Aprender a usar nuestra inteligencia y cultivar las expresiones místicas, intuitivas y creativas
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que potencialmente cada uno lleva en sí. Usar al máximo nuestro poder espiritual. Esto es, educar nuestra mente. La cuestión de la educación mental del hombre El adiestramiento del pensamiento origina un pensamiento intencional y voluntario. Seguir el curso de los pensamientos sin control mental da lugar a un pensamiento condicionado al impulso emotivo. Éste es el fenómeno que hoy está presente en toda la humanidad. La falta de educación para desarrollar una buena personalidad conlleva la falta de un control adecuado de la mente y de las sensaciones. La situación desesperante de un hombre sin rumbo, guía ni proyecto espiritual y peregrinando al vaivén del oleaje, sin timón ni brújula (mucho menos sin la guía satelital) ha conducido a Mark Greenberg a pensar que hay un desarrollo del pensamiento y una educación del corazón. Salvando las eventualidades lingüísticas, esta proposición reflota el concepto antiguo (hoy vulgar) de que el corazón es el órgano de la emoción y de los sentimientos. Ahora se sabe que las sensaciones activan el sistema nervioso y éste con sus trayectos de los nervios simpáticos y vagales, que manejan neurotransmisores como la adrenalina y la acetilcolina, y de acuerdo al tono normal (normotonía), a un tono bajo (hipotonía) o exceso de tono (hipertonía), habrá una secreción normal, baja o alta de los dos neurotransmisores que regulan el sistema nervioso llamado autónomo. Una emoción o un sentimiento fuerte, sea positivo o negativo en su forma, siempre resulta dañino en su acción funcional sobre el cuerpo. Puede conducir a una hipertonía adrenal y provocará arritmia como la taquicardia o una vasoconstricción tan severa que puede llevar a un infarto, un shock o a la muerte súbita por ataque de isquemia prolongado o por paro cardíaco en sístole. Todo dependerá de la intensidad de la emoción, de la reactividad de la persona y del estado previo del cuerpo, especialmente en lo cardiovascular. Contrariamente, una sensación intensa, como el miedo, puede producir una hipertonía vagal y paralizar el corazón en diástole provocando la muerte súbita, o un colapso vascular intenso que también lleva a la lipotimia (desmayo) en su expresión más suave. Nadie duda, debido a la experiencia innegable y sumamente patente, que cuando se está bajo el influjo de una sensación conmocionante su corazón galopa o se detiene. El impacto sensitivo en el órgano, es el que más impresiona por sus efectos. Pero el hecho de ser un órgano receptor, no efector, de las sensaciones, no le da al corazón ninguna primacía ni papel o rol significativo en la causa, emergencia o modulación de esas sensaciones. Simplemente es la “víctima” de ellas o su esclavo. Si aceptamos, como hemos venido desarrollando el tema o cuestión, que lo espiritual es uno y actúa en bloque solidario y no en compartimientos estancos, no hay ya material de duda para aceptar plenamente que el espíritu y su operadora, la mente, es lo único que puede generar o percibir sensaciones. Bajo este principio sencillo y elemental, y aceptando que el espíritu es intelecto, sensación y voluntad, ya no podemos concebir más que habrá una “sensación mental o intelectiva” y una “sensación del corazón”. Si la mente está en el cerebro, otro principio inapelable, todas las sensaciones son “sensaciones del cerebro” y no habrá más quienes “piensen con el estómago o el corazón” (según el concepto vulgar metafórico). Ergo, no hay varias “educaciones”: una educación de la mente o una educación del corazón o una educación del estómago. Sólo hay una única educación: la de la mente. Y dentro de ella, en especial, la educación de la inteligencia como principal elemento espiritual que es la esencia del ser humano. Ella es la conductora de los pensamientos y nos llevará a aprender a pensar, en primer lugar, en segundo lugar a aprender a sentir y por último a aprender a querer o hacer. Así, intelecto, afecto y voluntad habrán “aprendido” lo que cada uno debe ser para actuar en concordancia con la verdadera condición de lo que creemos que es el ser humano. La inteligencia es un don único y por su excelencia y calidad superior estimo que no es algo para ser desperdiciado en destruir sino está destinado para construir y crear, siguiendo el principio superior ordenador natural que opera en todo el universo. La naturaleza siempre tiene cataclismos pero sólo después que estos pasan sabemos que el fin de los mismos es crear nuevas condiciones para un fin determinado (a menos que esos cataclismos de los elementos naturales 85
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sean el fruto de acciones artificiales humanas). De igual modo, los cataclismos espirituales son conmociones que las crisis existenciales nos plantean para recrear un modo de ser o adaptarnos a una situación imperante y ajena a nuestra voluntad y a nuestra habilidad de superación. Pero de no mediar esos cataclismos espirituales, la mente y su operador, el espíritu, tienden a llevar al hombre, como una verdadera homeostasis, a un supuesto estado superior de armonía y paz espiritual que sólo es compatible con aquello que nosotros hemos llamado bondad (lo bueno). Sin más vueltas, lo bueno es lo positivo. Y lo positivo es lo constructivo. También, sin más vueltas, lo constructivo es lo que no daña ni destruye. Y así, sucesivamente, como un eterno retorno, volveríamos al manoseado concepto del salvaje bueno o del hombre naturalmente bueno, concepto que muchos abandonan al observar el devenir histórico de la humanidad masiva, que estadísticamente está más inclinada al daño y la destrucción, que a la bondad y a la construcción. Bíblicamente, a menos que pensemos que hay una ingenuidad bíblica, Adán nació “bueno” y luego, por su propia voluntad, adoptó el “mal”. Salvando estos conceptos que pueden parecer muy abstractos o como provenientes de una concepción simplista, vamos al fenómeno real del hombre que todos conocemos y hoy, ignorando si es verdad o mentira lo bíblico, nos enfrentamos con un hombre que potencialmente puede ser bueno o malo. Esto es, que en sí lleva la semilla de la ambivalencia como antes lo hemos resaltado. Tratar de averiguar qué es el hombre realmente, es una cuestión retórica y más abstracta que asumir y afrontar la realidad palpable. Si “lo bueno” es deseable por sus resultados, lo lógico, o sea el “buen uso” de nuestra inteligencia, es que adoptemos la bondad. Si éste es el principio inteligible, por intuición debemos aferrarnos a él y no discutir más. Todo lo que digamos sobre el bien y el mal contendrá siempre aspectos relativos que pueden ser malos o buenos, positivos o negativos, dada la existencia real de la dualidad. La cuestión principal no es saber qué predomina en la naturaleza del hombre para ser tal, sino que nuestra misión natural es la libertad de espíritu que nos impone la obligación de deliberar y decidir. Si nuestro cerebro y mente son anatomofisiológicas normales y encontramos alguna pequeña guía o brújula o un proyecto que nos enseñe lo más correcto, nuestra inteligencia imperativamente debe buscar la senda del buen camino. Esto lo predicó Buda y Cristo, los dos grandes maestros del amor humano. De un amor esencial que nada tiene que ver con todos los nombres y cualidades y distinciones que tratamos, por nuestro tradicional sofismo intelectual y académico, de darle a una sensación pura. Si estamos sosteniendo que podemos educar la mente para expresar correctamente nuestro espíritu, esto es, nuestra verdadera esencia inteligente, luego todas las sensaciones, voluntarias e involuntarias, conscientes o inconscientes, en el momento en que llegan a nuestra conciencia y las percibimos, dejan de ser automáticas para, de algún modo, pasar a depender de nuestro dominio. Si una sensación es fuerte o débil, pura o reformada, genuina o bastarda, más que un impulso irrefrenable, es el fruto de un control defectuoso de nuestra mente, en especial de nuestra inteligencia y voluntad. El budismo piensa que el estado natural mejor del hombre es el bondadoso y por eso habla de una compasión budista algo distinta de la compasión que nosotros sostenemos habitualmente. Pero también, el budismo nos dice que previo a ese estado hay que adiestrar la mente en forma muy especial (profunda y perseverante) para primero desentrañar todas las complejidades de nuestra persona en particular y así, al conocerlas y tomar conciencia de ellas, podemos empezar el entrenamiento para su control, y mediante éste atenuarlas, bloquearlas o eliminarlas cuando son negativas. Ese adiestramiento mental, insistimos, será el filtro que elimina lo negativo, para dar paso a la expresión de lo positivo. Evita o erradica el mal para instalar el bien. El hombre educado, o sea, entrenado o adiestrado mentalmente convertirá a la bondad en un hábito de por vida y su lema será la estabilidad interior con una mente equilibrada, armoniosa, estable y bajo estricto control. No hay margen para el error o la improvisación. No hay margen para lo irrefrenable. Sólo hay margen completo para la posibilidad absoluta de la bondad y la imposibilidad definitiva del mal. 86
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Esto no significa que el hombre que surja del entrenamiento mental nunca más en toda su vida volverá a tener contacto con lo negativo o destructivo. De ninguna manera. Significa que su entrenamiento le vuelve un experto piloto con timón, brújula y una bitácora e itinerario perfectamente trazado y conocido, para llegar al “buen puerto”, cualquiera sea la tormenta que lo agobie. Y si cuida el barco (su cuerpo), éste tampoco sucumbirá por los cataclismos que seguramente deberá enfrentar en un mar, que no siempre es tranquilo, como es la vida. Dejemos a los occidentales el método cartesiano de dudar, y busquemos la certeza, cualquiera sea su naturaleza, para dejar fluir sin obstáculos a la libertad espiritual que nos permite llegar a la verdad espiritual. Y esto no es utópico, metafórico, abstracto, poético ni ilusorio. Es una realidad. Si lo bueno no daña, la verdad espiritual es la bondad. Y firmes en esta convicción, dejemos de fluctuar en la duda de si sabremos, o no, encontrar el modo de gobernar nuestras sensaciones y acciones para lograr esa bondad. Esto también está probado realmente. Sólo depende de que nosotros tengamos el deseo y la voluntad de convencernos definitivamente de la existencia y de la posibilidad total de la bondad y de adoptarla para nuestra vida. Todo razonamiento dubitativo es pseudorrazonamiento porque la realidad ha mostrado la posibilidad cierta del “buen hombre”. Si bien, estadísticamente, la humanidad histórica y actual no es el paradigma de ese concepto, el camino correcto de la inteligencia nos conduce a ser “la excepción de la regla”, esto es, el “hombre extraordinario” del budismo. Al decir “extraordinario” no decimos ni artificial ni sobrenatural. Es el hombre natural que supera a lo que hoy es un hombre ordinario, en el sentido de lo cotidiano y común (estadístico) para salir de esa masividad “común y ordinaria” para lograr un nivel más elevado de conciencia, de conducta y mental distinto a lo habitual y guiado hacia una meta perfeccionista que sólo tiene un simple deseo: no dañar a nada ni a nadie y no dejarse dañar. Para esto hay que recuperar el sentido de las cosas, cuestiones y entes, logrando un lenguaje que nos guíe, sin extravíos ni polémicas estériles, al hallazgo de ese sentido. No encontraremos ningún sentido si nos comunicamos con las palabras no debidas. El lenguaje sin sentido quita el sentido a todo. No es una cuestión de nominalismo. No es que debamos “dar nosotros el sentido” mediante una palabra. La cosa es: mediante la palabra debemos definir aquello que hemos buscado e investigado en la cosa en sí, mediante su análisis y síntesis (ver todos los aspectos posibles y luego integrarlos a un todo). El sentido no lo ponemos nosotros sino es la cualidad real de la cosa. El sentido abstracto que nuestra mente “fabrica” depende de nosotros, pero ya sabemos, por una de las tantas definiciones, que verdad es la coincidencia de lo que pensamos con lo que las cosas son realmente. El entrenamiento mental nos lleva, entonces, a que logremos discernir entre lo que es dar un nombre nosotros a las cosas para adaptarlas a lo que nosotros creemos que son, sin indagar su naturaleza y lo que es dar un nombre a lo que ya hemos averiguado qué es. Ergo, la palabra tiene que ser un reflejo de la realidad en sí y no un reflejo de lo que nosotros interiormente creemos que son o imaginamos que deben ser. Esa palabra auténtica, el verdadero logos de nuestra esencia intelectual, es el arma que podemos usar para lograr lo que aparentemente es muy difícil, pero que realmente no es imposible: la verdadera vida espiritual humana cuyo fin es el bien, sin más nombres ni cualidades ni condiciones ni tantas vueltas retóricas o retorcidas. Y bien también es muy sencillo: no hacer daño a nadie y evitar que otros lo hagan. Buscar más ideas abstractas en nombre de la ciencia o de la filosofía o de otras manías del hombre, es perder el tiempo. Ha terminado el tiempo de búsqueda de nuevas intuiciones y secretos que no sean compatibles en algo concreto. La historia ha mostrado y demostrado que el hombre está alcanzando su plenitud espiritual como nunca lo ha hecho y dispone de un arsenal lingüístico también único en toda la historia de la cultura. Sólo debemos concentrarnos, poner toda la voluntad en el consenso de unir criterios para lograr una sola palabra para una única verdad y no poner nombres nada más por que nuestra mente nos pone trampas para no ver lo invisible para ella, pero no inexistente. 87
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Los occidentales debemos dejar de analizar tanto el cuerpo humano, debemos dejar la filosofía y la ciencia de la molécula y avanzar más sobre el conocimiento del espíritu. Y la única herramienta, aunque no se crea, es la palabra. Es el único medio de llegar y encontrar el espíritu. Los budistas y los entrenadores de la mente, sin palabras, no pueden inducir tal adiestramiento. Sólo la palabra es lo que “objetiva” lo subjetivo, es lo que “materializa” lo inmaterial. Luego, centremos más la atención en ella y empecemos la tarea más básica: depurar el lenguaje, buscando traducir lo mejor posible lo que otros nos quieren decir e indagar más sobre nuestras sensaciones y las similitudes con las sensaciones de otros. Sin los otros, no hay vida espiritual. Nuestro espíritu será siempre un “nosotros”. De no ser así, no tiene sentido tanta potencia o poder espiritual. Aún las plantas y los animales tienen conductas significadas por acciones que han llevado a muchos a pensar en una inteligencia animal y vegetal. Pero, independientemente de las creencias, concepciones o percepciones intelectuales o afectivas, no hay dudas que la vida es la maravilla de nuestro planeta. Y, la reina de ella, es la vida humana. No olvidemos que sólo el hombre puede hablar de inteligencia, pero no es bueno que empiece a distribuir la creencia que el don de la inteligencia es patrimonio de todos los seres vivientes. Sólo la vida es patrimonio de todos los seres vivientes. Y no ha dudas de que esa vida pone un alma animal y vegetal. Pero la inteligencia es sólo del hombre. Las acciones sensitivas manejadas por instintos y estímulos, provoca reacciones vitales que son similares en todos los seres vivos. Pero que haya similitud en las reacciones biológicas, no significa que todos los seres vivos son iguales en su esencia. Obviamente, hay diferencias notables entre la vida vegetal, la animal y la de otros seres vivos (de los que aún hay problemas para saber si son vegetales o animales). De lo que no hay dudas es que la vida existe. Tampoco hay dudas de que es una vida inteligente, pero sólo se permite manifestarse como tal en el hombre. Lo importante de todo esto, es como lo define el Dalai Lama: existen diferentes formas de razonamiento, pero algunas son válidas y otras no. La modalidad utilizada para el cultivo de la compasión, por ejemplo, se asienta en experiencias y observaciones válidas. De igual modo, el Dalai Lama piensa que los correlatos cerebrales de la acciones y pensamientos humanos que busca la neurociencia occidental no es importante porque, naturalmente, todos estos elementos deben provocar modificaciones en distintas regiones neuronales y manejar distintos neurotransmisores a través de conexiones sinápticas también diversas y múltiples. Si bien hay zonas cerebrales individualizadas para distintas sensaciones y reacciones, no significa que necesariamente una sensación o una reacción deban tener siempre un correlato anatomofisiológico y que éste sea el mismo. La neurociencia ha mostrado y demostrado que de una forma u otra el cerebro reacciona totalmente, si bien predominan zonas determinadas y que es capaz de crear cuanta conexión, redes y neuronas necesite a medida que le van llegando nuevas sensaciones y estímulos. Luego, no importa tanto buscar los correlatos anatomofisiológicos sino centrarnos directamente en los modos o maneras o técnicas que nos lleven al adiestramiento mental adecuado, a través de razonamientos válidos. Si el razonamiento válido usa una zona cerebral determinada y el no válido una distinta, no tiene sentido saberlo, pues la educación espiritual no consiste en poner electrodos en esas zonas y de ese modo generar lo válido o lo inválido. Tampoco destruyendo “zonas negativas” (las asociadas a las sensaciones y reacciones negativas) se eliminan las mismas. Está demostrado que estimular o destruir zonas cerebrales no determina una conducta autónoma. Tampoco genera una teoría filosófica ni conceptos. Más aún, destruir partes del cerebro (como ocurre con la lobotomía) influye en las sensaciones y reacciones, pero convierte al hombre en un autómata que no puede coordinar ni asociar debidamente sus ideas. Si bien se interrumpe el circuito de una preocupación compulsiva insana, se genera también un pensamiento incompleto que, a los postres, significa tanto o más insano que lo que se pretendió corregir con la lobotomía. También, sin más vueltas, toda corrección u ordenamiento mental depende de nuestra forma de pensar. Y el adiestramiento mental es un pensamiento concentrado y ordenado. Y esto es meditación. Para discernir en estado meditativo correcto de uno incorrecto, se ha llamado a la 88
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buena meditación, la meditación profunda, crítica, trascendental. El Dalai Lama, con el budismo, llama a la mente educada, mente superior que sustenta la sabiduría (omnisciencia para llegar a conocer la esencia de las cosas), calma mental para meditar concentradamente y visión superior del mundo y de la gente. Pero, aparte de las posibles cualidades nominales, lo más importante es distinguir que la meditación o concentración en pensar bien, es cuando la materia sobre la cual se piensa da por efecto una conducta que tienda a no dañar y a evitar el daño propio y ajeno. Esto puede alcanzarse con una perspectiva religiosa o fuera de ella. Pero es muy difícil alcanzarlo con las actuales perspectivas científicas, filosóficas o psicológicas. La humanidad, históricamente, ha convivido con la esclavitud, la desprotección de la infancia, la denigración de la mujer, la tortura, la guerra, el pillaje y la delincuencia y, ahora le agrega el terrorismo y la epidemia voluntaria como es la droga y el SIDA y otras infecciones. A los científicos “de la vida” sólo les importa el fenómeno molecular y la biología molecular es la reina de todos, incluyendo las flamantes neurociencias. Les interesa más los derechos humanos, el origen de la vida, la naturaleza del sufrimiento y otras abstracciones de una realidad distorsionada, que buscar la verdadera esencia humana. La filosofía sigue, eternamente, en un continuo retorno, formulando preguntas ante las crisis y su último tema es el ser del hombre, pero no tanto lo qué el hombre es sino los modos con que el hombre de hoy “es”. Si Kant se preocupó por algunos imperativos categóricos, no alcanzó a establecer bien su preocupación, aparentemente más lógica, de cómo el hombre debe ser para lograr una vida más llena de sentido y de menores efectos negativos. Acá, si hay un imperativo categórico del “deber ser”, sin otra retórico, es el de evitar el daño. Llámese a esto positivo, inteligente, bueno, moral, ético, virtud, no-pecado, etc., pero no importa, tanto, cómo se denomine sino “cómo se hace”. Y de alguna manera, Kant tenía “razón” al defender a la razón como la mejor arma para lograrlo. Lo único discutible es que no todo es pura razón, pues la afectividad y la voluntad son los complementarios que hace “razonable” a la razón. La dignidad del hombre reside en el respeto de sí y de los otros y ese respeto es no dañarse ni dañar a otros y esto es resultado de los sanos pensamientos. La sanidad mental y de los pensamientos es todo lo que contribuye a los imperativos apremiantes de la salud y la educación que lleven al hombre, y con él a toda la humanidad, al florecimiento de la paz, la armonía y bienestar individual y social. Sin salud ni educación no hay posibilidad de encontrar un hombre estabilizado, armónico y correcto. La falta de una de ellas, impide la expresión de un hombre cabal. Pero si la sociedad sólo se ocupa de enfermar y matar, a través de la tecnología científica y económica, la educación sólo estará destinada a eso: a evitar el contagio o el contraer enfermedades y a educarse para trabajar y subsistir. Así, la enseñanza “educativa” será un mero adquirir habilidades prácticas y lo espiritual es el gran ausente o el convidado de piedra, que puede introducirse a veces, en algún programa “educativo” como el entenado de la educación, bajo algunas premisas religiosas o pseudocientíficas de la sociología y la psicología o de la filosofía. El paradigma de felicidad y bienestar y dignidad de la humanidad actual no es la perfección espiritual, sino el confort material, tecnológico, el goce de los derechos, la libertad del desenfreno, y obtener buenos alimentos y medicamentos transgénicos, etc. Todo esto para tapar del daño de la estupidez. El programa de educación en la sociedad moderna, a través de la escuela y la universidad, es un programa de “materias”. Aún en las “ciencias espirituales” (filosofía, psicología, religión, sociología, etc.) hay “materias” que se solazan en repasar la larga lista de los métodos fallidos pero no proponen una “materia” estrictamente espiritual de lo correcto. La historia de la filosofía, y de las técnicas académicas son tan rigurosas y llenas de recovecos, que finalmente se aprende muy bien a escribir y a ordenar el pensamiento “filosófico” pero en la práctica, la filosofía actual está inclinada a lo pragmático de criticar la realidad circundante y, como lo hiciera Erasmo, a resaltar la perpetua estupidez de la humanidad, bajo la forma de “locuras” diversas. La filosofía pragmática posmodernista es buena para resaltar los graves problemas sociales, pero no buscan ordenar al espíritu.
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Los “gurúes” orientales se han transformado en rectores espirituales mediante sesudos libros, muy bien escritos o la fundación de institutos especiales para técnicas de meditación y perfeccionamiento espiritual. Pero los “egresados” y los lectores de todo eso no han logrado modificar ni a sí mismos, ni al entorno, ni han influenciado en la humanidad. En tanto, los “gurúes” se rodean de una delicada y fina elite, de muy buenos y pingües ingresos económicos, que les permita pagar el confort de esos “gurúes” (viajes, hoteles y una “buena vida”). Ni Chopra, ni Osho, ni otros “notables” van hacia una humanidad humilde sufrida y doliente, como lo hicieron Buda y Cristo, sino viajan en cómodos aviones o barcos, visten las mejores telas y se hospedan en lujosos hoteles para ir a disertar en salones fastuosos mediante el cobro de una jugosa inscripción en el “curso”. De igual manera, los institutos que manejan también exigen el pago de sumas que onerosas para humildes, pobres y necesitados. Los que pueden pagar la “educación espiritual” están tan empantanados en ganar dinero para pagar esa educación que no pueden aplicar la bondad de esa educación, pues le impediría el goce terrenal de mantener sus fortunas personales. Incluso, el propio Dalai Lama debe sostener un aparato similar, pues evidentemente, sin dinero, no hay forma de “propagar” el pensamiento espiritual. Así, la “educación espiritual”, la verdadera educación del hombre, se diluye en un momento en que el pensamiento humano ha logrado un alto vuelo, pero lo material sigue petrificado en un bloque indestructible, de forma tal que lo espiritual va en un ascensor muy pequeño, con poca capacidad de contención de viajeros, mientras lo material se queda abajo e inmóvil en el piso extenso de la chatura humana. Sigue siendo el lastre eterno. El fenómeno de la elite que sigue a los “gurúes” orientales o los que se han internado en alguna institución dedicada a la meditación profunda al estilo oriental, budista o hindú, no transformado a los adeptos para que adopten el “estilo de vida compasivo” o la “perfección espiritual” de un pensamiento positivo, con sentimientos positivos. Tal situación lleva a Wallace a preguntar el por qué de este fenómeno. Se autocontesta aduciendo la razón de que la mayor parte de esos casos no se halla inserta en un marco de comprensión adecuado, con lo cual se le ha considerado más un lujo, que una necesidad imperiosa. Habrá que buscar un medio menos materialista para que la educación espiritual llegue a todos los que la necesitan. Habrá que educar una generación de maestros que lleguen a donde los necesitan sin necesidad de tener un capital económico cuantioso. El costo en dinero de esa educación debe estar adaptado a las posibilidades reales de pago. Sin esas premisas, no habrá nuevos Budas ni Cristos que salven a la humanidad de hoy y Dios seguirá teniendo la cara del dólar, del euro y del yen (aún bajo la faz del diezmo y la simonía). El hallazgo de una forma práctica para resolver el círculo vicioso Hemos analizado los fenómenos de la vida emocional en lo oriental y en lo occidental. Advertimos que el mundo, la humanidad, en general ha desviado su conducta, su vida en pleno, del sendero natural de su índole inteligente y de su verdadero espíritu. El vacío o pérdida espiritual ha bloqueado al hombre de hoy para comprenderse y comprender a los demás. Le ha provocado una anestesia total de su espíritu que no le permite tomar conciencia de lo que le ocurre. Por más grandes maestros que la humanidad haya detentado y que sus doctrinas se conserven y se recuerden a muchos miles de años, es muy magro el porcentaje de hombres que optan por buscar y seguir el sendero espiritual genuino. Aunque haya grupos de hombres que se preocupen por estudiar y buscar esa senda espiritual inherente a su condición humana, por más entusiasmo que pongan en la oferta de ayudar a otros a compartir sus logros positivos, se encuentran con la barrera inexpugnable de la indiferencia, del odio, del desinterés y de la falta de motivación y entusiasmo de la humanidad sufriente para cambiar. Los más avispados, usan de esos progresos, o como un “hobby” social muy entretenido e interesante, o como una veta de mayor rentabilidad. Así los que enseñan lo hacen para los que pueden pagar y los que aprenden lo hacen para dominar a otros y lograr de ellos un lucro determinado. Todo esto muestra un 90
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grave problema que es la distorsión espiritual del hombre y la paradoja terrible: cuánto más logra avanzar en su perfeccionamiento espiritual y autoconocerse mejor, más lejos está la humanidad de alcanzar esa meta. Aunque haya una intención de “contribuir a un mundo mejor” es patente que la oferta de quienes se preocupan por mejorar no tiene un correlato de demanda. Es una oferta muy limitada, pero la demanda es más constreñida que la oferta. La preocupación sincera de quienes desean un cambio positivo para un mundo mejor, encuentra más escollos que los vividos por Buda o Cristo. Al menos ellos fueron escuchados. Y si a pensar de la bondad del mensaje, en el caso particular de Cristo, el Maestro terminó siendo incomprendido y crucificado. Hoy la incomprensión no reside en clavar en una cruz de madera al ufano predicador. Hoy la crucifixión es la indiferencia total o la refutación banal. El calvario del predicador es que nadie quiere escuchar ni prestar interés. El interés ha prendido en un grupo universitario, pero los intelectuales que son atraídos por el aprendizaje espiritual, pronto saldrán a dar su propio mensaje, tergiversando la enseñanza inicial. La pedantería y la soberbia intelectual por haber adquirido una habilidad o un conocimiento distinto al que tienen otros, les llena de un sentimiento de superioridad (¿complejo de superioridad de Adler?) y caen en fundamentalismos. Se empecinan en una determinada ruta y se cierran a otras posibilidades. No intentan aprender más de los otros que intentan enseñarles algo. Enseñar implica saber aprender. Todo esto lleva a que (aunque, todo el mundo reconozca hoy los problemas generados por el vacío espiritual, en especial, la violencia social, y se haya iniciado la revisión del sistema educativo) en la práctica no hay voluntad de cambio, pues, se sigue con los moldes tradicionales, sin alejarse ni una millonésima de milímetro de ellos. Todo proyecto resulta novedoso y atractivo, parece tener consenso y adhesión incondicional, pero en la práctica todo oficia como una mera declaración de principios y se acaba con la completa disipación en una nada. No obstante, es útil que el hombre oriental y el occidental aúnen sus esfuerzos para seguir conociendo las experiencias espirituales positivas que lleven al hombre a un encuentro sincero consigo mismo para su perfeccionamiento espiritual. Todo lo que se logra y se escribe es importante. Abre la mente a otras posibilidades y es posible que esto prenda en otros. Lo importante es que los esfuerzos no se diluyan en demasiadas “áreas de investigación”, algunas de ellas muy interesante y entretenidas, pero que parten de fundamentos inadecuados. De igual modo, el formar a otros debe hacerse con el gran esfuerzo de oponerse al sistema del establishment que enseña su propio sistema de valores. Este sistema pervertido actual que se ocupa de leyes, del contenido de los medios de información y maneja la infraestructura y el contenido de la educación, le resulta muy difícil asumir un cambio para convertirlo en algo auténtico y no tan superficial e inane como lo es ahora. Si es difícil, dice Goleman, cambiar la legislación vigente relativa a la tenencia y uso de armas, tanto más lo será reformar el sistema educativo, a menos que encontremos el modo adecuado de presentar la absoluta necesidad de esos cambios. Wallace, cita a James, para recordar que en la educación es más preponderante obtener la atención de los alumnos o educandos por lo que dice el profesor, que introducir conocimientos. Lo común es la total falta de atención o de una atención parcial que es insuficiente para crear un clima de concentración necesario para enseñar y aprender. Cada día es más grave el problema de atención, sobre todo del niño, el que ha merecido un capítulo especial de la psicopatología médica por el llamado “hiperactivo”. Goleman sigue pregonando la alfabetización emocional y está muy entusiasmado con el programa para adultos en ese sentido, el que ha sido llamado “el cultivo del equilibrio emocional”. Es cierto que este autor ha conmovido a una gran parte del mundo con sus libros, junto con otros “gurúes”, pero también es cierto que el interés de la humanidad es tan transitorio como el éxito editorial. Muchos libros vendidos, pero pocos lectores convertidos.
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El entrenamiento de la mente La ductilidad del cerebro, comprobada por las investigaciones de la neurociencia, puede ser aumentada con el adiestramiento mental, siendo uno de los medios la meditación. Estas prácticas provocan cambios cerebrales que mejoran la salud mental y física y promueven estados de ánimo positivos, como puede ser la felicidad. Estos estados de ánimo no son rasgos biológicos inmutables que se puede heredar por un medio genético estricto, sino son estados mentales pasibles de ser sometidos a transformación con entrenamiento mental debido. Las transformaciones permanentes del cerebro y la personalidad que promueven el bienestar personal, son denominadas, por Davidson, “rasgos alterados” de conciencia. Este autor afirma: “los resultados parecen evidenciar la posibilidad de que uno pueda seguir avanzando en el proceso de transformación y, como reiteradamente han afirmado algunos grandes contemplativos, acabe liberando su mente de las emociones conflictivas. Entonces, empieza a cobrar sentido la noción de iluminación”. Si bien la posibilidad de liberar la mente de las emociones destructivas trasciende el marco de la psicología posmodernista, no es un óbice para los que hacen del entrenamiento de la mente un hábito y entregan su vida al cultivo de las cualidades espirituales. Este entrenamiento permite alcanzar la libertad interna ideal como punto final de proceso de desarrollo del potencial humano y que en algunas concepciones religiosas constituye el arquetipo de la santidad. En esta cuestión lo que realmente hay que aprender es la humildad y la disciplina mental, de la forma en que lo hace el verdadero meditador que puede disciplinar su mente y se libera de las emociones negativas. El entrenamiento mental no debe ser buscado y usado como un espectáculo circense de demostración de superpoderes mentales, ni para realizar otros tipos de proezas o disfrazar milagros. El auténtico desarrollo espiritual no consiste en lograr determinados estados excepcionales o en la realización del autocontrol psicofísico como puede ser la anulación del reflejo del sobresalto o el dominio espectacular de la respiración y los latidos cardiacos, sino en lograr manejar las emociones destructivas (celos, ira, miedos, etc.) de forma tal que puedan anularse o llevarse a una mínima expresión. El adiestramiento mental ayuda a que las personas vivan con más tranquilidad y es aplicable, especialmente, a las que sufren o experimentan mayor cantidad de altibajos espirituales o de estados de ánimo, buscando en modo particular, el estado de bienestar físico y mental. La mente sutil: mente normal perfeccionada activadora del cerebro La lectura de este parágrafo es muy densa y necesita una gran concentración y lentitud para ir asimilando cada párrafo. De no hacer lo así, es probable que se termine confundido, dado que el mismo tema en sí se presta a confusión. Incluso conviene separar la lectura frase por frase hasta ser bien comprendida cada una de ellas, antes de seguir con otras. Ya hemos expuesto que nadie duda del correlato entre mente y cuerpo, de tal forma que cuando la mente enferma, influye en el cuerpo y viceversa. Pero cuando es el cuerpo enfermo el que influye en la mente, no significa que es el cerebro el que induce un estado mental anómalo. Es que la mente, al encontrar un cuerpo alterado orgánicamente de forma tal que involucre el cerebro, este órgano de la mente no permite una expresión mental adecuada y se produce una expresión mental distorsionada. El concepto de mente sutil no es otro que la existencia del espíritu como ente independiente en su esencia, pero dependiente en su existencia o manifestación de un medio de expresión que necesariamente debe ser orgánico. Este espíritu, como ya lo hemos aclarado antes, es el que comanda a la mente y usa a dicha mente y su órgano de asiento (cerebro) para manifestarse. Si los mecanismos o procesos mentales y el órgano están indemnes, siempre existirá un correlato entre una acción del espíritu sobre la mente y la activación de un determinado circuito neuronal y sus sinapsis, en mayor o menor complejidad, 92
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de acuerdo al estímulo espiritual que opere. Este correlato de la actividad espiritual con la mente y el cerebro es la llamada mente sutil. En manera especial cuando la expresión espiritual es completa y efectiva, sin distorsiones. Pero si algún mecanismo mental u orgánico no está debidamente constituido, el espíritu o mente sutil no puede expresarse o se expresa totalmente deformada. Un cuerpo enfermo que produce actos mentales anormales no significa esto que sea el espíritu el que también se altera y lleva a la anormalidad. Los actos mentales anormales en un cuerpo enfermo, es porque el órgano enfermo es el responsable de los impulsos y pensamientos patológicos e impide la expresión espiritual. Definitivamente hay que desplazar la creencia aparente biologista de que el cerebro, por sí solo, es capaz de crear un pensamiento, un concepto o una función mental. El operador mental único es el espíritu y la mente y el cerebro son sólo receptores y efectores del estímulo espiritual pero nunca la causa del mismo. Ésta, y no otra, es la razón por la cual un cerebro enfermo produce una distorsión o trastorno mental (deficiencia del instrumento). Las experiencias transforman el cerebro y la mente, no por la mente y el cerebro en sí mismo, sino que el espíritu al captar determinados estímulos, si tiene los mecanismos mentales ordenados, actuará con la mente sutil y dará lugar a un acto mental inteligente, auténtico. Su acción provoca estímulos que activan regiones cerebrales y esos estímulos espirituales son las causas de los cambios cerebrales. La actividad espiritual dependerá de la “permeabilidad” de la mente a los estímulos del espíritu. Esa permeabilidad dependerá de factores ambientales y socio-culturales. Si yo tengo en mi mente el lenguaje suficiente para formar un juicio valorativo o concepto de un estímulo sensorial o de un estímulo espiritual endógeno, mi mente formulará un acto pertinente con su correspondiente correlato neuroquímico y dará lugar a la correcta expresión espiritual. Pero si no hay permeabilidad idónea de la mente o el cerebro, no hay expresión espiritual correcta. Si bien se ha dicho que el entorno es muy influyente (factor del medio o ambiente) y que el cerebro es causa de sensaciones y emociones, no necesariamente hay un determinismo interno que impide el cambio interno. El medio, entorno o ambiente puede ser muy incisivo. De eso no hay dudas. De la influencia cerebral, personalmente creemos que no hay ningún efecto en lo mental que sea causado por el cerebro, tal como lo hemos explicado. La teoría de la influencia cerebral en sensaciones, emociones y conductas, porque es el cerebro en sí el que genera pensamientos o estados mentales anormales o normales, daría lugar, con justicia, a pensar que la mente es marioneta del cerebro, en el sentido de que el cerebro es el que mueve los hilos que conducen a la mente. Nuestra idea es bien clara: es la mente la que mueve al cerebro y ella conduce los hilos, siendo el cerebro marioneta de la mente, en lo intelectivo, afectivo y volitivo. El cerebro sólo comanda las funciones fisiopatológicas del cuerpo y es el instrumento para que la mente se exprese. El doble camino lo es, únicamente, en sentido instrumental: cuando el cuerpo o el cerebro enferma, influyen en la mente simplemente porque la mente tiene averiado su instrumento de expresión. De ahí que se hable de un doble camino cuando se afirma que si el cuerpo enferma, enferma la mente y viceversa. El doble camino es sólo eso: una mutua influencia. Pero la naturaleza de esa influencia no es igual. No significa bajo ningún concepto que el cuerpo o el cerebro enfermo manejen la mente. La influencia cerebral y la influencia corporal son sólo instrumentales. Expresado de otra forma: no es lo mismo el fin que el medio. Esto es en lo patológico. Pero puede ocurrir, y ocurre de hecho, que un mal manejo de la mente (a través de la preocupación obsesiva compulsiva, del estrés sostenido y de la angustia como ansiedad y miedo crónicos) produzca modificaciones genéticas, anatómicas y moleculares. La falta de sustancias (ejemplo: litio), la atrofia de regiones cerebrales, la producción de genes anómalos por mutación adquirida no hereditaria, trastocan la anatomía y la fisiología orgánica. Muchos investigadores interpretan al revés: la falta de una sustancia o la atrofia de un centro cerebral provocan el trastorno mental. Los estudios adecuados (prospectivos) han mostrado varias situaciones que 93
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son las responsables de atrofias y cambios genéticos o productores de sustancias o proteínas anómalas. Sin embargo, no se detectaron lesiones previas a los trastornos estudiados porque todos los estudios son retrospectivos. Parten del completo estado patológico y ahí encuentran todas las anomalías, las que intentan corregirse con paliativos quirúrgicos o medicamentosos, logrando aciertos parciales, pero no la victoria total ni la restitutio ad integrum (restitución plena) En lo emocional es siempre la mente la que comanda el cuerpo. En las situaciones normales, fisiológicas, todos los actos corporales son regidos por la mente en cuanto a la motivación. El cerebro sólo se ocupa de realizar las operaciones necesarias para que el cuerpo responda a la mente. Es como el motor de un auto, pero la conducción del auto es responsabilidad del conductor y no del motor. En las funciones normales, el cerebro con el cuerpo es el motor (en cuanto a medio o instrumento), pero el espíritu es el conductor (en cuanto a las motivaciones) de todas las acciones humanas. La causalidad es siempre descendente: de la mente al cerebro o cuerpo. No hay causalidad ascendente. El hecho de que el movimiento de una mano o un miembro produzcan efectos en el cerebro, no es porque la mano el miembro se mueve a sí mismo. Todo reflejo motor o sensitivo, en palabras de neurología (funciones sensitivo-motoras del sistema nervioso central) nace en el encéfalo y desciende a la periferia. Un estímulo externo (herida, quemadura u otra lesión) genera un reflejo medular automático (dolor, reflejo motor de defensa, etc.) pero recordemos que la médula es una extensión del sistema nervioso central y posee neuronas de cortocircuito. No es necesaria la intervención instantánea del cerebro al momento de la lesión. La medula tiene una programación automática para defender al cuerpo del daño, pero todo lo que vendrá después sí es modulado por el cerebro. El hecho de que la medula intervenga no significa que sea la causa del suceso total. La causa del movimiento reflejo y el dolor es el estímulo externo y la medula es la que origina la reacción refleja. Luego, si quisiéramos expresar una causalidad cierta, lo objetivo y lógico es el estímulo externo. Así, todo ocurre en lo sensitivo-motor periférico. Todo movimiento o sensibilidad neuronal no influye modificando el cerebro en el sentido mental. Lo modifica en lo anátomofuncional para producir actos reactivos a los estímulos externos. Cuando es el cerebro el que produce un movimiento o un dolor, es un estímulo endógeno y subjetivo, pero en esto no interviene la mente en sí, sino las vías nerviosas y las funciones neuronales reactivas. La mente puede inducir un cambio cerebral que produzca una sensación interna, pero el cerebro no puede generar por sí funciones o actos mentales. El dolor lo produce el cuerpo y el cerebro, la sensación de sufrimiento la mente. Y así sucesivamente. No se debe confundir a los cambios cerebrales que producen las funciones normales del cuerpo y sus reacciones naturales, con los cambios cerebrales que producen los actos mentales. Los cambios cerebrales serán de la misma naturaleza puesto que intervienen las mismas neuronas, los mismas sustancias mediadoras y las mismas reacciones neuroquímicas, dado que el cerebro es una especie de efector de vía común final. Pero la similitud de las reacciones no habilita a pensar y a creer que todo es lo mismo. Esto es mezclar apariencias con esencias. Y esa mezcla es cognición falsa. Los denominados actos involuntarios de ninguna manera autorizan a pensar que la mente no está involucrada. Recordemos que las facultades mentales están regidas por el intelecto o razón, la afectividad con la emocionalidad y la volitividad o volición es sólo otra facultad mental que opera en bloque pero que no siempre se manifiesta. Así como en la génesis de una emoción, la razón no interviene “de entrada” (salvo que medie un especial, extenso e intenso entrenamiento), tampoco todos los actos mentales afectivos y/o volitivos van acompañados de un acto volitivo. La voluntad será siempre el instrumento de un querer o un desear hacer algo, pero por sí misma no tiene aptitudes para inducir pensamientos o sensaciones. La voluntad siempre es reactiva. Yo “tengo” voluntad, quiero ponerme a pensar, pero la motivación no es la voluntad en sí sino otros intereses gestados previamente por la intelectualidad o la afectividad. La voluntad se empeña una vez que la motivación actúa. Los actos o hechos involuntarios no significan que sea el cuerpo que los comanda sin intervención de la mente en lo relativo a
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procesos intelectuales y emotivos o afectivos. El cuerpo sólo comanda las reacciones reflejas condicionadas por estímulos no mentales. Por otro lado, cuando la voluntad no se manifiesta con precisión, como puede ser en un estado de fatiga o cansancio o agotamiento, y un individuo “desactive” su mente en forma aparentemente involuntaria, en realidad no hubo una voluntad activa de pensar “estoy cansado, ergo, dejo de operar mentalmente”, pero hay un trasfondo pasivo en el que la voluntad está programada con una especie de piloto automático, en la que deja de funcionar y no se manifiesta activa, como el resto de las funciones o actos mentales. Luego, el relajamiento mental no es fruto voluntario totalmente en todos los casos. Es también una operación mental que la mente puede optar por expresa voluntad condicionada (caso del relajamiento corporal y mental para dejar la mente en blanco) o estar programada para una desconexión automática cuando la infraestructura mental o corporal no están en condiciones para ser usadas (caso del agotamiento). No debemos olvidar que hay mecanismos activos y mecanismos pasivos en la mente. Los activos son los conscientes y los pasivos suelen ser inconscientes. Lo de voluntario e involuntario depende también del registro de la conciencia. Un acto es voluntario o involuntario según lo registre y programe la conciencia en una de esas condiciones. Generalmente, se denomina involuntario porque no interviene la conciencia en forma activa (no lo registra ni lo programa), salvo en la percepción automática. Nos damos cuenta de que hubo un movimiento involuntario en el momento en que ocurre o después de ocurrido. La conciencia no interviene en la producción del acto involuntario, el cual queda así en la condición de pasivo e inconsciente. Es muy importante distinguir todo esto, pues de otro modo será muy incomprensible todo lo atinente a voluntario e involuntario. No hay correlatos cerebrales distintos en ambas cosas. Hay reacciones neuronales distintas, obviamente. Lo involuntario exige menos actividad mental que lo voluntario. Luego un acto involuntario ocupa menos a la mente y la actividad mental restringida utiliza menos circuitos neuronales y neuroquímicos. Otro aspecto a distinguir es cuando estando plenamente consciente, la mente queda “quieta” y la conciencia activada es una conciencia en suspenso, silenciosa, pero no quieta. La que está quieta es la mente, pero la conciencia está activa contemplando la quietud mental y esperando cualquier reacción de la misma. Luego, la inactividad mental en plena conciencia, no significa que la mente no trabaja. Simplemente quiere decir que la mente no se expresa con un acto mental concreto. Pero el sólo hecho de estar vigil, ya significa que está activada y no hay tal estado de inactividad sino hay un estado de inexpresión mental. La actividad mental que se realiza en la supuesta inactividad no es registrable por la conciencia y esto la hace una conciencia abierta pero sin expresar ninguna otra actividad. Volviendo al esquema informático, equivale a la pantalla de computadora que queda quieta una vez encendida y en suspenso hasta tanto se manipule una tecla, el mouse o se inicie un trabajo o se solicite la apertura de archivo. La pantalla abierta pero quieta, no significa que el resto de la computadora no esté en actividad. Mantiene una actividad latente con toda su programación encendida, la cual será patente en la medida que el operador comience a ordenar a través del teclado o del mouse, una acción precisa. Mantener a la pantalla encendida obliga a mostrar el escritorio o el protector de pantalla, lo que está indicando la acción automática de los programas que están latentes y automáticos en la computadora. La meditación o concentración en pensar ¿Qué es meditar? Para el Dalai Lama, meditar es disciplinar la mente para poder encontrar la iluminación. “La mente iluminada que desee alcanzar muy rápidamente la omnisciencia
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debería hacer el esfuerzo deliberado de reunir las causas y las condiciones necesarias”.75 En el concepto budista, un acercamiento a lo que quiere decir “omnisciencia” sería el “el conocimiento de la verdad”, es decir, “conocer lo que las cosas son” (verdad y consiste en un doble conocimiento: “conocimiento cualitativo de los fenómenos en sus especificidades” (modos de ser) y “conocimiento de los fenómenos en su globalidad” (esencia). Esto significa que meditar es adiestrar la mente para conocer la verdad, en cuanto a sí mismo y al universo. Adiestrar la mente es aprender a pensar y la forma de hacerlo es a través de dos medios: 1º. 2º.
conocer un lenguaje auténtico adecuado que “nos dé letra” para pensar y aguzar el instrumento mental, lo que se logra con la meditación.
La práctica de la lectura de textos culturales adecuados y el entrenamiento en el aprendizaje del lenguaje correcto es obra del instrumento de una buena lectoescritura. Por lo tanto, la adquisición de un lenguaje auténtico pertinente es lo previo a la meditación. En cuanto a la meditación, la RAE nos dice que meditar es “aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de una cosa o para discurrir sobre los medios de conocerla y conseguirla”. De esto es evidente que “profunda atención” es concentración y concentración es “fijar la mente en un punto”. Para esto debo hacer una abstracción de los sentidos, que es como prescindir de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. No debo distraer estos sentidos usándolos al mismo tiempo que deseo meditar. Esta primera premisa me dice claramente que debo buscar un “espacio físico de aislamiento” o aprender a aislarme “en medio de la vorágine”. Lo primero es más sencillo que lo segundo, aunque ambas cosas son factibles. Empecemos por lo más sencillo y comprensible: aislarnos físicamente. Esto lo hacemos automáticamente cuando vemos una película, escuchamos música o leemos atentamente algo. Luego, es cuestión de observar atentamente como disponemos los sentidos en esas situaciones para después aprender a hacerlo cuando estemos dispuestos a meditar. Esta educación de los sentidos es primordial. Sin ella no hay concentración, sin concentración no hay meditación. Cuando oramos con devoción, es decir, “conversamos con Dios”, estamos en absoluta prescindencia de los sentidos. La meditación es lo mismo que la oración. Es una conversación con nosotros mismos, en lugar de conversar con Dios. Por lo tanto la predisposición para la meditación es la misma que la predisposición a orar. De igual manera el científico, el artista y el filósofo cuando van a crear algo de su especialidad, se concentran tan profundamente que esto también es meditación. Nosotros tenemos que aprender a concentrarnos en las cosas inmediatas a nuestra necesidad cotidiana. Esta actitud significa aprender a vivir. No es cuestión de pensar cualquier cosa, sino sólo aquellas que nos van en forma inmediata, con las que tenemos que habérnosla sin escapatoria alguna. Una de ellas es la salud. Hay dos formas de habérnosla con la salud: para prevenirla o para curarla. En ambas situaciones debemos meditar. La oración es una forma de meditar como lo veremos luego. En esta particular cuestión, Herbert Benson, médico norteamericano que luego estudiaremos, ha escrito un libro.76 En él describe como muchos pacientes enfermos del corazón aprendieron a disminuir el estrés y con ello mejoraron la hipertensión arterial, los accesos anginosos y otros malestares cardíacos. La meditación es estudiada por la medicina norteamericana desde finales de la década del ’60 y ha
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Dalai Lama - LA MEDITACIÓN PASO A PASO, Editorial Sudamericana, Bs. As., 2009 Herbert Benson - LA RESPUESTA DE LA RELAJACIÓN (The Relaxation Response), EE.UU., 1975
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ido en auge hasta el presente. Luego, meditar no es sólo aprender a pensar sino también aprender a prevenir y curar las enfermedades. La concentración necesita básicamente dos cosas importantes: deseo intenso y voluntad férrea para hacerlo. Sin ellas no habrá perseverancia o tesón. Hay dos cosas a tener en cuenta para meditar, aparte de la concentración o anulación de los sentidos: la relajación y la respiración. La concentración eficaz La concentración es la técnica meditativa básica que consiste en centrar la atención en un solo objeto. En un punto único ya sea una cosa, un fenómeno o una cuestión. Es universal y tradicional en todas prácticas meditativas espirituales y fuera del campo de la espiritualidad. Para centrar la atención en un punto es preciso dejar de lado los innumerables pensamientos y deseos que revolotean por la mente y que operan a modo de distracciones. Kierkegaard decía: “la pureza de corazón significa querer sólo una cosa” Aprender la capacidad de concentración necesaria para realizar un determinado trabajo con eficacia y éxito es una acción que exige un adiestramiento o educación previos. La completa y exacta concentración en una tarea nos lleva a producir con gran calidad y menor tiempo y a la altura de los más competentes. Adquirir la capacidad de enfocar la atención en forma completa en una tarea determinada puede ser la clave del éxito, mientras que la distracción o dispersión mental puede ocasionar el fracaso, aun de lo que tenía asegurado un éxito. Es lo que ocurre con el deportista que comienza a trabajar con ahínco una competencia, toma la delantera pero es derrotado por “desconcentrarse” en el transcurso de la gesta. Fijar la atención es crear una “zona” de extrema concentración que lo hace inmune a las distracciones. Para esto se necesitan algunas de las siguientes condiciones: Practicar la concentración y la tarea a realizar: la clave es saber fijar la atención y evitar las interferencias internas y externas que nos distraigan, realizando la tarea totalmente ensimismado en ella en forma repetitiva, varias horas al día Investigar y usar el mejor sistema: la rutina de trabajo que se ha comprobado como eficiente nos lleva a sistematizar todas nuestras acciones en función de la eficiencia. Csikszentmihalyi77 asegura que la adquisición de nuestra propia “zona”: “es lo mismo que hace un atleta antes de competir o un sacerdote antes de oficiar. La conducta regida por el hábito los ayuda a concentrarse en la tarea que tiene por delante. La actividad ritual afina la mente”. Todos debemos y podemos crear un ritual para casi cualquier tarea que debamos desarrollar. Hacer más difíciles las tareas: ponerse vallas propias o sea inventarse retos, ayuda no sólo a concentrarse para resolver esos retos, esto es, obligarse a utilizar todo el potencial posible que tenemos a nuestra disponibilidad. Cuanto más alto sea el grado de dificultad más nos ayudará a conseguir gradualmente nuestra “zona”. El estado de fluidez perfecto se produce cuando nuestras capacidades están a la altura de nuestros propios retos (Csikszentmihalyi). Esto funciona como que no hay que competir con otros sino con nosotros mismos. La autocompetencia nos produce mayor perfección. Pensar en voz alta: hablar consigo mismo ayuda a ordenar el pensamiento y la tarea, pues vamos recordando y memorizando los pasos a realizar y sólo esta 77
Csikszentmihalyi, Mihaly – FLUIDEZ: LA PSICOLOGÍA DE LA EXPERIENCIA ÓPTIMA (Flow: The Psychology of Optimal Experience)
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actitud ya es de por sí ordenadora de nuestra mayor concentración. Al mismo tiempo, vamos practicando nuestra rutina. Al concentrarnos en las palabras dirigimos la atención a una sola cosa: de la cual estamos hablando. Y hablar exige concentración mental. No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy: este refrán popular nos recuerda la frase de José Ingenieros: “el mañana es la mentira piadosa con se engañan las almas moribundas. ¡Ahora mismo o nunca!78 Esto implica educar nuestra voluntad al servicio de la concentración. Si pensamos llevar al futuro una acción ocurren dos cosas: instalamos la preocupación por lo que no terminamos y salimos de nuestra “zona” inmediata, perdiendo la concentración. Pensar en el futuro desconcentra. Un buen tenista no debe preocuparse en ganar el partido sino en el momento en que debe jugar debe concentrarse en “su mejor tiro”. Si un buen tiro es seguido por también bueno, seguramente ganará. Postergar algo o pensar en el futuro abandonando el presente es salirse de la “zona” que tenemos aquí y ahora. Intercalar un poco de ocio “productivo”: para evitar que la rutina sea un tedio o que la excesiva concentración y trabajo nos fatigue al punto de hacernos perder la eficiencia, debemos saber intercalar un descanso apropiado que no nos aleje demasiado de la “zona” pero no que nos dé el respiro suficiente o la serenidad necesaria para renovarnos. El estrés de la concentración puede evitarse respirando profundamente mientras trabajamos, tomando “posiciones cómodas” que no nos tensionen o escuchando una música agradable o decorando el medio para tornarlo apacible y gratificante a los ojos. Una vez renovado, termine su tarea. El “buen ocio” aconseja no emprender una nueva tarea sino estamos descansados física y psíquicamente. Ventajas fisiológicas de la meditación El estudio Davidson79 demostró que la meditación de una hora diaria, seis días a la semana aumenta la concentración de anticuerpos cuando se realiza una vacuna y que prepara para afrontar mejor el estrés, además de activar regiones del cerebro relacionadas con el buen humor. Todo esto provoca una sensación de bienestar que puede durar hasta cuatro meses después de dejar de meditar. Davidson sostiene: “la meditación produce cambios biológicos medibles en el cerebro y en el resto del cuerpo. No hace daño, puede ser muy eficaz y es posible combinarlas con otros tratamientos”. Naturalmente, este autor se refiere a la meditación positiva, porque es necesario aclarar que la obsesión compulsiva es una especie de estado de concentración en meditar pensamientos negativos.80 Chopra agrega: “somos los únicos seres de la Tierra que podemos cambiar nuestra biología por lo que pensamos y sentimos”. Practicar meditación es una de las claves para obtener un modelo de vida. Meditar nos ayuda a eliminar o descartar toxinas, evitar o destrabar el estrés, pero lo más principal es que nos permite conectarnos con toda la energía espiritual y la energía fundamental del universo. Es una actividad en la que el tiempo deja de existir tal y cómo se lo conoce, pues nos transportamos a otro estado debido a que el silencio para meditar y el pensamiento concentrado alcanza otra dimensión más allá del tiempo y el espacio cotidiano y común. En la nueva dimensión de la meditación predomina la paz interior y pone a nuestra disposición la práctica del fluir del dar y recibir amor, sin límites de nada. La consecuencia de todo esto es conseguir el equilibrio entre la mente, el cuerpo y el espíritu, en lo que predomina 78
José Ingenieros - LAS FUERZAS MORALES, Editorial Losada, Bs. As., 1960 Realizado por el psicólogo Richard Davidson en la Universidad de Wisconsin, EE.UU. 80 Esto nos marca que habría una concentración y meditación negativa que es cuando todo el aparato mental se concentra en un sentimiento negativo (resentimiento, odio) o en una idea patológica (obsesión compulsiva) 79
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paralelamente el amor, la plena conciencia del presente y la entrega que son los ingredientes fundamentales para lograr ese arte de vivir. La meditación profunda es el camino para alcanzar los estados de éxtasis, misticismo, inspiración y calar en la profundidad de la oración. Sabemos que esos estados necesitan de la meditación para poder alcanzarnos y hacer de ellos una práctica positiva para enfrentar los conflictos y trazar un proyecto existencial auténtico. Pero los conceptos de estos estados no son iguales para todos. Hay quienes creen que estos estados son meras funciones cerebrales productos de las acciones neuroquímicas del cerebro. Es el cerebro la fuente de estos estados. Otros, contrariamente, han comprobado que para que el cerebro “entre” o “penetre” o “quede” en estos estados, previamente la mente debe inducirlos. Con lo cual queda en claro que las transformaciones neuroquímicas del cerebro bajo el influjo de los estados de la meditación, el misticismo, la inspiración y la oración, son efectos pero no causa. Primero es la instalación del estado, luego la función del cerebro. Los estados no nacen espontáneamente sino que son inducidos previamente por el espíritu a través de la mente y, muchas veces, en respuesta a necesidades específicas. La relajación Para aprender a meditar y concentrarse bien es necesaria la relajación corporal y aprender a respirar. Lader, que también atiende lo relativo a terapéuticas no farmacológicas como parte de una educación antiestrés o antiansiedad, aconseja: 1) meditación (Benson, 1975) 2) entrenamiento autogénico (Luthe, 1963) 3) relajación progresiva (Jacobson, 1938) Estas técnicas, especialmente la relajación, a la vez que permiten concentrarnos para meditar disminuyen una gran variedad de trastornos de ansiedad y estrés (Tarler-Benlolo, 1978) porque produce disminución de: a) b) c) d)
el tono muscular la frecuencia cardiaca la presión arterial la frecuencia respiratoria.
Estas intervenciones terapéuticas como la relajación, constituyen una medicina alternativa: técnicas mente-cuerpo, reconocidas por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos. ¿Cuál es el poder que se desarrolla con el simple hecho de sentarse en silencio? Benson nos explica que la meditación afecta la actividad cerebral en el estado de relajación. Interviene sobre el sistema nervioso límbico, el que controla el metabolismo, la presión arterial, la respiración y el ritmo cardíaco. Las técnicas de relajación y meditación más conocidas y usadas, son las propuestas por los yoghis o yogas: 1º. 2º. 3º. 4º.
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Elegir la postura o posición: la mejor es sentado o acostado en forma cómoda con la columna enderezada Buscar el estado de relajación que se hace en dos etapas: respiración profunda y relajación muscular Concentrarse fijando la mente en un punto o imagen mental Elegir lo que se meditará
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5º.
El tiempo dedicado a meditar no debe superar períodos mayores de media hora. Podrá meditarse varias veces al día pero nunca más allá de 20 a 30 minutos, el período útil de completa concentración mental.
El método para esto comprende: 1. Sentarse o acostarse en una posición cómoda: la postura clásica es sentado en el suelo con las piernas cruzadas, sobre un pequeño almohadón redondo, o bien, acostarse boca arriba sobre un colchón o suelo con alfombras o mantas adecuadas, o, también sentarse en una silla con respaldo recto y mullido. Hacer esto en un ambiente agradable o preparado como es agregar aromas, flores, velas, etc. O bien, en cualquier lugar que se necesita o se crea conveniente. 2. Enderezar la columna vertebral: si está sentado imagine una vertical entre su coronilla y el techo o, si está acostando hágalo sobre una superficie recta donde asienten correctamente talones, nalgas, ambos hombros y la cabeza. También apoyar sobre una pared recta bien los talones, ambas nalgas, ambos hombros y la nuca endereza la columna vertebral y alivia dolores. La columna recta evita malas posiciones que causan incomodidad y dolores y deformaciones. Columna recta o enderezada no es lo mismo que rígida o tensa. 3. Practicar respiración profunda nasal: llene respirando por la nariz por complete sus pulmones (ayúdense proyectando el abdomen hacia delante, “sacar panza”). Concéntrese en cada aspiración (inspiración) lentamente y una vez logrado ese lleno pleno de sus pulmones concéntrese en la espiración o suelta de aire, la que puede hacer suavemente por la boca, como silbando, o por la nariz si lo prefiere y debe extraer todo el aire, esta vez contrayendo o hundiendo el abdomen hasta estar seguro de que no queda nada de aire en los pulmones. Reinicie el proceso tantas veces como sea necesario hasta sentirse suelto o libre, esto es relajado. Luego explicaremos por separado la respiración profunda. 4. Relajación muscular: se comienza con un método de aflojamiento de los músculos de la cara bajando levemente la mandíbula y como llenando la boca de aire. Esto afloja y baja la lengua y evita apretar los dientes. Luego se relaja el tronco bajando los hombros y comenzando la respiración profunda, sigue el abdomen el cual al aflojarse se distiende levemente y, finalmente, los miembros superiores al dejarlos levemente posando sobre los muslos con las manos abiertas y los miembros inferiores al entrecruzarlos o extenderlos con las rodillas levemente dobladas. Cada uno deberá estudiar y elegir la forma de relajar los músculos, los cuales tendrán que quedar completamente flojos sin tensar ninguna parte del cuerpo. La relajación se controla con la mente, la cual deberá enviar mensajes de relax a cada parte del cuerpo. Relajarse bien puede conseguirse con el primer intento o deberá recomenzarse cada vez que algún grupo muscular entre en tensión. Esto significa que relajarse puede abarcar varios intentos. 5. Elegir el objeto sobre el cual se va a meditar y concentrarse en él: ya explicamos que concentrarse es tratar de aplicar todos los sentidos a la cuestión a meditar, abstrayéndose de todo otro estímulo exterior. Todos sus sentidos miran hacia dentro. Hacen introspección u examen de conciencia, o retiro espiritual. Una forma de ayuda a concentrarse es empezar haciéndolo con una oración profunda conocida. Esto remplaza a los mantras de los yogas. Durante el intento de concentración pueden aparecer imágenes o ideas o pensamientos, 100
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o molestias físicas o preocupaciones o ansiedades u otras molestias psíquicas. En cuanto se perciban estas molestias o distracciones, hay que reintentar iniciar la concentración (reconcentración) 6. Tiempo empleado en meditar: Conviene empezar a practicar relajación y meditación en períodos cortos que van desde diez minutos como mínimo a media hora como máximo. Cuando se haya logrado dominar la respiración y concentración y la meditación en sí, el tiempo puede extenderse a todo lo que sea cómodo y necesario o el tema a meditar lo exija. Técnicas de respiración profunda: eje de la relajación eficaz Saber respirar es la base de la única técnica eficaz para relajarse. Para aprender a respirar es necesario manejar las técnicas de la llamada respiración profunda. Genéricamente, respiración es “acción y efecto de respirar” y respirar es “absorber el aire los seres vivos, por pulmones, branquias, tráqueas, etc., tomando parte de la sustancias que lo componen y expelerlo modificado”. Pero a nosotros no nos interesa la respiración en sí como función fisiológica de oxigenación de tejidos, sino los mecanismos que se usan para respirar o proceso mecánico de la respiración. En realidad el proceso mecánico de la respiración es más complicado y comprende varias etapas: 1. ventilación 2. intercambio gaseoso pulmonar 3. respiración celular La ventilación es el comienzo del proceso pues ventilar es “hacer correr o penetrar el aire en algún sitio” y esto es lo que comúnmente se le llama respirar, porque se cree que respirar es la introducción del aire a los pulmones a través de la boca o nariz y de la tráquea. El proceso ventilatorio comprende dos mecanismos: • •
inspiración o aspiración: es el mecanismo por el cual se introduce el aire al aparato respiratorio espiración: es el mecanismo por el cual se expulsa el aire inspirado.
El aire, una vez que llega a los pulmones, produce un intercambio gaseoso al nivel de alvéolo pulmonar, que es la unidad anatomofisiológica del pulmón y allí, la pared alveolar que está adjunta a la pared de los vasos capilares del pulmón, permite la difusión, por simple mecanismo de gradiente, de gases a través de la membrana que une el capilar con el alvéolo. Del aire pasa oxígeno al capilar y del capilar sale anhídrido carbónico. Finalmente, la sangre, a través de la hemoglobina, transporta el oxígeno hacia las células y al nivel de la membrana celular hay un nuevo intercambio gaseoso (respiración celular), donde la célula absorbe el oxígeno del glóbulo rojo y le cede el anhídrido carbónico. La sangre, con su carga de anhídrido carbónico, vuelve al pulmón y allí reinicia el ciclo con el ya descrito proceso de intercambio gaseoso. En síntesis: la verdadera respiración es la que realiza la célula. El aparato respiratorio con sus vías superiores (boca, nariz, laringe, tráquea) y sus vías inferiores (bronquios, alvéolos) y la sangre, son simple conductores del aire y su oxígeno, pero la transformación química del oxígeno, en agua y anhídrido carbónico, se realiza en la célula a través del metabolismo celular. A nosotros nos interesa el proceso de ventilación, pues la llamada técnica de respiración profunda (que en realidad debería llamarse ventilación profunda), centra en los mecanismos de 101
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inspiración y espiración. Para inspirar, hay que poner en marcha un mecanismo nervioso central (el centro respiratorio) que controla la ventilación autónoma (la que no depende de la voluntad) y un mecanismo periférico en la que intervienen los músculos respiratorios (que pueden ser controlados tanto autonómicamente como por la voluntad). Esta última condición de control voluntario nos permite manejar los músculos de la ventilación que son los que están en el tórax y el diafragma, que separa la cavidad torácica de la abdominal. En la inspiración intervienen tanto los músculos torácicos como el diafragma. Cuando predomina la acción de los músculos torácicos, se produce la ventilación torácica o respiración torácica, en la cual el tórax se expande hacia delante y hacia los costados (expansión torácica). Es lo que comúnmente se denomina “sacar pecho”. Este mecanismo es el que actúa en la llamada ventilación superficial (en lenguaje común: respiración superficial). Cuando predomina la acción del diafragma, éste expande en dirección a la cavidad abdominal y aumenta la cavidad torácica a expensas de su abombamiento hacia la cavidad abdominal (respiración profunda). Este mecanismo es mucho más efectivo que el torácico, pues incorpora mayor cantidad de aire (aumenta el volumen total del aire inspirado). Este mecanismo constituye la ventilación abdominal o comúnmente respiración abdominal y es lo que vulgarmente se conoce como “sacar panza”. La ventilación abdominal sería la ventilación natural o fisiológica. Es la llamada “respiración profunda” (ventilación profunda). El uso del corsé y otras vestimentas, que adelgazaran la cintura e hicieran esbelta la figura femenina, el embarazo, etc. siempre “obligó” a la mujer a la ventilación torácica y ésta es la que predomina naturalmente en la mujer. Los bebés o recién nacidos, realizan la ventilación abdominal por ser la fisiológica. Los hombres, al descuidar su figura y predominar el status de que “echar panza” era signo de prosperidad, en su mayoría realizan ventilación abdominal y por lo tanto en él predomina ese tipo de ventilación. La combinación de ambas ventilaciones, torácica y abdominal, constituyen la ventilación total y completa. Es la que utilizan atletas, deportistas y profesionales del canto. A los efectos de los fines de la técnica respiratoria antiestrés, debemos conocer como se lleva a cabo la ventilación profunda o abdominal. Esta técnica la practicaron por siglos los yogas hindúes y ellos son verdaderos maestros, junto con otros pueblos orientales (japoneses, lamas, etc.). Actualmente, la reactivación de estas técnicas con fines médicos, ha llevado a diversos médicos y centros de estudios a investigarlas y enseñarlas. En EE.UU., entre los diversos institutos dedicados a esto, está el Centro de Medicina Holística de Washington D.C. que enseña esas técnicas a enfermos que la necesitan por diversas causas. El director de dicho Centro (y profesor de psiquiatría clínica de la Universidad de Georgetown, James Gordon, explica: “la respiración lenta y profunda quizás sea la mejor arma de que disponemos contra el estrés. Cuando hacemos entrar aire hasta la parte baja de los pulmones, donde el intercambio gaseoso es más eficiente, todo cambia: el ritmo cardíaco se vuelve más lento, disminuye la presión arterial, los músculos se relajan, cesa la ansiedad y la mente se calma”. A los beneficios señalados por Gordon, el doctor André Weil81 agrega que “mejora la mala digestión crónica y los ciclos de sueño y energía”. Pamela Peeke82 prescribe técnicas de ventilación a sus pacientes, los cuales ya no son sólo embarazadas próximas a dar a luz, sino también a los que padecen cáncer, especialmente de pulmón, insuficiencia cardiaca, fibrosis quística, trastornos pulmonares (asma, bronquitis, etc.) y otras afecciones, aconseja el método de pasear caminando y conversando. El hecho de caminar y hablar obliga a una ventilación profunda.
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director del Programa de Medicina Integradora y profesor de medicina clínica de la Universidad de Arizona, Tucson, EE.UU., 82 profesora de medicina familiar de la Universidad de Maryland, EE.UU.
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Peeke sostiene que “es muy difícil respirar superficialmente mientras se camina”. De paso también, mientras se camina y se habla, no se come. La especialista también afirma que en un mundo en que el estrés es algo común, la reacción de “pelear o huir” se ha convertido en “angustiarse y comer”. Al no producirse ninguna reacción física inmediata cuando el estrés ha preparado al organismo para la batalla, la excesiva concentración de hormonas del estrés, máxime cuando es crónica, estimula el apetito, lleva a la hiperorexia, sobre todo de alimentos ricos en grasas y dulces, y se llega a la obesidad, la que hace que se acumulen células adiposas en todo el organismo, especialmente al nivel de abdomen y el sobrepeso consecuente, es llamado por Peeke, peso tóxico, por ser un peso que intoxica al organismo. La acumulación de grasa en abdomen, y especialmente bajo el diafragma, impide la respiración profunda y es causa de enfermedades mortales como la apnea del sueño. Unos de los principales difusores de las técnicas de respiración profunda son Carol Krucoff y el doctor Mitchell Krucoff,83 quienes llaman a esa técnica, respirar con el estómago (base de la respiración abdominal profunda). Los pasos que estos profesionales recomiendan son: 1. Acostarse boca arriba y ponerse un libro sobre el vientre. Relajar los músculos abdominales e inspirar profundamente hasta levantar el libro. Al exhalar el aire, el libro debe bajar. De este modo se introduce aire, no sólo en la parte alta del pecho, sino en la región inferior de los pulmones, lo que distiende la cavidad torácica completa. 2. Incorporarse y llevarse la mano derecha al abdomen y la izquierda al pecho. Respirar profundamente de modo que la mano derecha se mueva hacia delante y hacia atrás, mientras que la izquierda se queda relativamente inmóvil. Inspirar por la nariz con la boca cerrada y exhalar después por la boca como si estuviera silbando lentamente. Cuando esta maniobra es realizada correctamente se siente una sensación placentera intensa. 3. Mientras se mira el segundero de un reloj, inspirar despacio hasta llenar el abdomen durante cinco segundos. Después exhalar durante otros cinco segundos. 4. Realizar respiraciones abdominales profundas durante todo el día, por ejemplo, al despertar, antes de dormir y ante cualquier situación angustiosa. Algunos tipos de meditación en la concepción budista El lama Öser distingue tres tipos de meditación: 1. la meditación de la devoción (es la que se dedica al misticismo y al encuentro con Dios y la religión) En esta meditación, el discípulo evoca mentalmente una profunda sensación de gratitud hacia sus maestros y, sobre todo, hacia las cualidades espirituales que éstos encarnan. Es una especie de “meditación de la compasión” porque se centra en la bondad del maestro y reflexiona que para generar el amor y la compasión es imprescindible evocar el sufrimiento de los seres vivos y el hecho de que todos ellos aspiran a liberarse del sufrimiento y alcanzar la felicidad. Por esto, hay que permitir que sólo haya amor y compasión en la mente de todos los seres, tanto amigos como los seres queridos cercanos, los desconocidos e incluso, hasta los enemigos. Se trata de generar una cualidad amorosa de compasión sin objeto, que no excluya a nadie y que permita impregnar la totalidad de nuestra mente. En la meditación de la devoción existe la visualización que consiste en la elaboración detallada y 83
Krucoff, Carol-Krucoff, Mitchell – HEALING MOVES: HOW TO CURE, RELIEVE AND PREVENT COMMON AILMENTS WIT EXERCISE, Harmony Books, EE.UU. 2000
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precisa de la imagen de una deidad. Se va creando una imagen completa hasta que uno es capaz de mantenerla en su mente de un modo claro y distinto. La representación de una deidad es muy compleja para cada uno de los meditadores y las creencias. También en esta meditación existe la técnica de “concentración en un punto” pero esta concentración es absoluta y con un contenido mental determinado que puede ser místico, extático, creativo, intuitivo, inspiración, etc. 2. la meditación de la vacuidad: consiste en cultivar la certeza y la confianza profunda de que no hay nada que pueda desestabilizar la mente, un estado decidido, firme e incuestionable en el que, ocurra lo que ocurra, no existe nada para ganar ni nada para perder. Acá hay vacío mental absoluto en lo relativo a los estímulos externos y una concentración total en adquirir un estado de inmutabilidad 3. meditación del “estado de apertura”: la mente permanece abierta, inmensa y consciente, sin ningún tipo de actividad mental intencional. Se trata de una especie de presencia abierta y sin distracción en la que la mente se centra en nada. En ese estado aparecen algunos pensamientos débiles, pero no se articulan en largas cadenas, sino que simplemente acaban desvaneciéndose. Hay concentración relativa en un punto. Cuando entran en el estado de apertura se alejan totalmente de las sensaciones y percepciones o estímulos recibidos por los sentidos y esto amortigua no sólo los sonidos sino lo visto o tocado, por esa “distancia” perceptiva que ocurre con la capacidad adquirida a través de la práctica meditativa de alta concentración. El reflejo de sobresalto mayor conduce a las emociones perturbadoras. El reflejo de sobresalto aminorado y controlado por una técnica meditativa lleva a un nivel de ecuanimidad emocional (Ekman) Preparación atencional y habilidad introspectiva Las diferentes modalidades de la meditación fueron llamadas por Varela y Lutz, “estrategias de preparación atencional”. La preparación atencional está relacionada con el estado de una persona, anterior al momento de percepción. Está referida a cómo se encuentra la persona antes de tener una percepción. Lo importante era averiguar cómo se encontraba el estado atencional en un estado mental ordinario o cotidiano y cómo en la meditación. Cuál es la diferencia de atención entre una persona no concentrada y la concentrada en la meditación. Analiza el estado mental instalado inmediatamente antes de un determinado momento de percepción. Los estudios realizados demostraron que, generalmente, en una persona con estado mental ordinario, resulta imposible determinar el estado emocional concreto con que abordan el momento del reconocimiento o de percepción, pero en el estado de concentración o meditación, la persona es capaz de permanecer en un estado concreto y estable poco antes de la percepción, lo que permite controlar con gran precisión el momento del reconocimiento, es decir, el estado presente décimas de segundo antes de que se presente o produzca la percepción. Este estudio es parte del estudio de las relaciones entre la actividad cerebral y los estados mentales. La dificultad mayor de los estudios e investigaciones en laboratorio es que los sujetos sobre los cuales se experimenta e investiga son motivados en forma diferente de cómo lo hacen en la vida cotidiana fuera del laboratorio. Esto ocasiones reacciones múltiples y distintas que introducen variables no contempladas en las reacciones normales o naturales y no inducidas por el estudio. Son las que generalmente llevan a resultados difusos o datos aproximados, a pesar de la excelente exactitud de los aparatos tecnológicos y técnicas de detección de la neurociencia. Los estados mentales inducidos por el pedido de evocar una determinada imagen o un recuerdo emocional despiertan reacciones distintas en los diversos sujetos de experimentación y esto produce resultados incongruentes. No ocurre lo mismo con sujetos entrenados en la meditación que pueden concentrarse con mayor eficacia en lo que se les pide. 104
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En consecuencia, los polos de la neurociencia pasan por dos variables básicas y fundamentales: el entrenamiento del sujeto observador científico y la preparación o adiestramiento del sujeto del experimento. La confluencia de sujetos observadores hábiles y de sujetos de experimento adiestrados permiten los avances de la neurociencia cognitiva pues se pueden obtener resultados más precisos con sujetos que sean capaces de generar una y otra vez, a voluntad, determinados estados mentales y de sujetos que sean capaces de percibirlos y describirlos avezadamente. Bajo estas condiciones se aprecia en cada uno de los estados mentales estudiados la presencia de una actividad global del cerebro y, coyunturalmente, alguno que otro efecto focal y, en forma general, hay lateralidad muy equilibrada entre ambos hemisferios. Todo esto conforma el fenómeno de habilidad introspectiva, es decir, la mejor capacidad de una persona para introyectar imágenes y mejorar la percepción no sólo en la captación sino en la comprensión y esencia de los fenómenos o cosas percibidas e introyectadas. Las personas “extraordinarias” (desarrollo espiritual) La Psicología tradicional tiende a interesarse más en los aspectos problemáticos, anormales y ordinarios de la mente y sectoriza o compartimenta todos los fenómenos mentales separándolos de la manifestación individual global (método analítico). La Psicología posmodernista encabezada por la escuela americana, especialmente la Universidad de Harvard (grupo Harvard), tiene al frente de dos grupos líderes: 1. el grupo psicológico liderado por Daniel Goleman que estudia las emociones (Davidson, Ekman, Seligman) 2. el grupo médico de “terapia del alma” encabezado por Herbert Benson y que estudia la tríada cuerpo-mente-alma (Byrd, Dossey, Mattews) Esta Psicología tiende a estudiar los mecanismos normales del hombre, en el sentido espiritual y holístico, dando origen a un nuevo estudio de la mente y de sus facultades y poderes comunes y extraordinarios, pero siempre en lo fisiológico y no patológico. Tiene un enfoque totalmente distinto a la Psicología tradicional la que incursionó en lo anatomofisiológico con la convicción biologista de que el cuerpo era el origen de los fenómenos espirituales. La Psicología que hemos llamado posmodernista, en cambio, piensa lo contrario: los fenómenos espirituales son los que condicionan las respuestas anatomofisiológicas, especialmente las neuroendocrinas y las reacciones emocionales. Las diferencias de los puntos de vista han modificado totalmente la visión de la mente humana y de la psicología y ha revolucionado todos los conceptos tradicionales cambiando radicalmente las concepciones de Freud y de todos los otros psicólogos que hasta ahora habían conducido a una psicología analítica. La nueva psicología tiende a la síntesis y al estudio de las reacciones naturales y normales del hombre pero dentro del orden espiritual. El espíritu es el principal elemento rescatado con un nuevo sentido, concepto y significado. Descubre al hombre como la máxima posibilidad de un misterio extraordinario y de potencias no usadas, lo que permite antelar para el futuro una escuela de formación mental en lo espiritual que contribuya a una nueva evolución espiritual del hombre, acrecentando su poder natural y esencial. El concepto de hombre “extraordinario” nace de la estricta observación y conocimiento de personas con capacidades y poderes mentales superiores que las distinguen notablemente del común. Se hallan excepcionalmente por encima de la media normal no sólo en lo intelectual sino también en lo emocional, afectivo y social. Sin dudas, poseen cualidades humanas sobresalientes que llaman la atención poderosamente de todos. Esto da origen a la denominada psicología positiva cuyo propulsor fundamental es Martín Seligman sobre sus estudios y trabajos sobre el optimismo y la felicidad. Si bien Seligman no es del grupo Harvard (pertenece a la Universidad de Pennsylvania) que hemos citado, lo incluimos en él por la afinidad de sus 105
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estudios. El proyecto del hombre “extraordinario” es propuesto por Ekman quien va más allá de la bondad y la positividad para determinar límites más elevados del ser humano. Según su teoría, los “extraordinarios” existen en todas las sociedades y culturas pasadas y actuales y en todas las tradiciones religiosas, especialmente las contemplativas como ocurre con el budismo y doctrinas afines. Independientemente de sus tendencias culturales y religiosas, según Ekman, los “extraordinarios” comparten cuatro cualidades diferentes: 1. emana de ellos una sensación de bondad que siempre es advertida por los demás. No es una sensación tipo cualidad difusa o aura afectuosa sino es un verdadero estado de la persona. No son personas que adoptan actitudes de bondad para manifestar tal carisma, sobre todo en la vida pública (según Ekman son fraudulentos o inauténticos) y luego en lo personal ser todo lo contrario. El esencialmente bondadoso lo es en todos los momentos de su vida íntima y pública. Tienen una total transparencia de actos y actitudes. No dejan lugar a dudas. Son auténticos cabales. 2. poseen falta de interés personal. Muestran una gran despreocupación por la fama, el ego y los status sociales. Están más allá de todas las ambiciones circunstanciales y del apego a las cosas materiales y personales. Se preocupan más por los otros. No les interesa formar currículo de su vida ni viven del reconocimiento ajeno de su posición, importancia o virtudes. Tienen una falta total de egoísmo y son pura generosidad. 3. presencia personal que los demás encuentran nutricia. La gente busca estar con ellos porque se sienten sumamente a gusto y satisfechos completamente sin saber explicar por qué es así. Su sola presencia da gozo, paz y plenitud. Son buscados y apreciados por esa cualidad. 4. asombrosa capacidad de concentración y atención. No pierden el hilo de una conversación ni la urbanidad y la atención cuando hablan. Siempre están prestos a escuchar a los otros antes de responder o hablar. Manifiestan interés sincero por lo que los otros piensan. Lo que más llama la atención es que sus actitudes son muy contagiosas. Habría que agregar a estas cualidades otra principal: viven meditando espiritualmente y combinan los estados mentales espirituales con la práctica continua del amor y la compasión acompañados de una total empatía con los otros. Viven en una total expansión dando sensación de coraje y confianza. Quizás la nota más sobresaliente del desarrollo espiritual es la humildad, virtud señera de ese desarrollo. Quien alcanza el mayor grado de humildad es probable que sea el que haya logrado el mayor desarrollo espiritual. El hombre extraordinario no es el hombre perfecto. Pero esta perfección no significa algo absoluto sino relativo. Es un hombre común que ha encontrado a su inteligencia y la aplica naturalmente. Este postulado tan sencillo de enunciar no es algo espontáneo sino que surge de un verdadero entrenamiento duro y agotador que necesita de toda nuestra vocación, voluntad y tesón para lograrlo. Es lo que algunos hemos llamado educación, para separar este término del tráfico del léxico que se empeña en cambiar la naturaleza de la palabra creando un verdadero “terrorismo intelectual”. Darle polisemia a una palabra es peor que el derrumbe de las torres gemelas norteamericanas o el desastre de la torre de Babel. En vez de jugar con las palabras, debemos tomarlas con seriedad y aprender a usarlas en lugar de prostituirlas.
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Recuperar un lenguaje esencial es el primer paso para todo entendimiento posterior. De nada vale que yo hable de amor como compasión con el prójimo, mientras que otros creen que amar es destruir al enemigo. De nada sirve que yo hable de amor pensando en el prójimo, mientras otros interpretan que el amor es un sentimiento para sí y nadie más. Esta es la mejor razón para definir amor con un alcance universal y único y no ponernos a clasificar los “amores” existentes, los posibles y los ideales. O hay un solo amor que puede expresarse de muchos modos, pero siempre en el mismo sentido, o tendremos que buscar neologismos para eso que hoy confundimos con el amor universal. Sólo con la recuperación de la palabra o logos como instrumento básico, será posible aprender a pensar y después de esto dominaremos la inteligencia esencial. Cuando esto se logre, todas las sensaciones y las acciones posibles podrán ser controladas porque tendrán un sentido verdadero y no las falsas suposiciones que la mente construye. Si no ordenamos el lenguaje ocurrirá lo que este diálogo absurdo sugiere: un hombre pregunta a otro: -Perdone, ¿me podría decir qué hora es? El hombre mira el reloj y contesta: viernes. El otro exclama azorado: -¡Uy, me pasé dos cuadras! Y el interlocutor responde:- Que se mejore pronto. El dominio mental no es nada más que el dominio de la inteligencia. Esto no significa que en el concierto espiritual, lo intelectual sea lo privativo. En la manifestación espiritual, inteligencia, afectividad y voluntad van en bloque, simultáneamente y en forma simbiótica: una no es posible sin las otras. Pero la dirección de la acción espiritual, indudablemente, va de la mano o batuta de la inteligencia junto con la coordinación de la afectividad y la volitividad. En este contexto entendemos a inteligencia en un único sentido: la herramienta fundamental para encontrar la verdad, esto es, la autenticidad. Si así ocurre, el pensamiento será correcto, el conocimiento verdadero y la espiritualidad es la esencial, la apropiada y el producto el “hombre extraordinario”. Otra realidad es la única alternativa actual del “hombre ordinario”. No hay matices medios en esta cuestión. El justo medio aristotélico lo es para el funcionamiento armónico y equilibrado del espíritu en sus tres componentes intelectuales, afectivos y volitivos. Pero no lo es para el producto final: la vida humana. El hombre semijusto, semisabio es un semihombre. La injusticia del otro lado de la semijusticia, puede equilibrar en sentido de anular la media justicia. De igual modo pasará con el equilibrio, la plenitud y todas las otras cualidades necesarias para una correcta expresión del ser humano. Occidente debe terminar de una vez por todas, con los devaneos de la ciencia. La ciencia en general y la neurociencia en especial, como la tecnología en general, son juguetes muy apasionantes. Averiguar cual es el último átomo que interviene en una reacción fisiológica o constituye una sustancia orgánica normal o anormal, es muy interesante y útil para la anormalidad. Pero la normalidad no necesita nada de eso. Si es manejada bien, lo normal (entiendo por esto a lo esencial o natural) funciona sin otro aditamento. El hombre, como la naturaleza toda, ya trae su propia “caja de herramientas” para todo lo que realmente necesita. El resto es por añadidura. Si una célula, cualquiera sea su naturaleza, funciona, en el caso del hombre lo es por influjo del alma y ésta se manifiesta por el espíritu. Luego todo lo que le ocurra a esa célula a escala molecular o funcional será el producto de una acción anímica, pero con alguna influencia espiritual. Insistimos una vez más: ¿para qué sirve conocer tantos y tan complicados mecanismos fisiológicos y patológicos de la mente y gastar tanto tiempo y plata en investigarlos? ¿No sería más racional intentar corregir la fuente de los males que es la caja de Pandora de un espíritu mal expresado? ¿Qué importa si la falla es de la inteligencia o de la emoción o de la voluntad? ¿Para qué sirve saber de la conducta, de la motivación, y de otras expresiones espirituales sino conocemos al verdadero espíritu? Estas preguntas están dirigidas a lo que consideramos los “errores fundamentales” de las “ciencias espirituales” como la psicología y afines y a otros “ciencias” más “científicas” como las neurociencias.
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Hay una frase de Goleman que encierra todas estas cuestiones y es una frase señera por su impactante realidad: “no debemos olvidar que la ciencia también está sujeta a cambio”.84 Si el espíritu, como esencia humana, es uno e inmutable (no cambia en sí, sino que tiene variados modos de ser que lo manifiestan gradualmente), significa que no puede ser abarcado por algo mutable. El verdadero saber debe ser tan inmutable como la esencia de lo sabido. El hombre extraordinario enseña que la espiritualidad tiene raíces en la bondad, pero también en la alegría y la felicidad. La alegría es la más amplia sensación de bienestar interior y exterior y percibir ese estado es la llave de la puerta a la felicidad. Alegría y felicidad no excluyen el dolor y el sufrimiento, sino que enseñan a vivirlos como parte de nuestra esencia y como un medio de purificación. El sufrimiento es el mejor juez para distinguir con mayor precisión lo bueno de lo malo. Cuando se ha sufrido mucho, todo lo bueno resalta, aún por pequeño o nimio que sea y éste es el secreto de la felicidad: aprender a distinguir todo lo bueno y evaluarlo cualquiera sea su dimensión. Para ser alegres y felices, es necesario crear las condiciones. Nada no es dado sin nuestra participación y deseo de buscar y tener algo. Para establecer condiciones favorables lo primero es tener las ganas y el deseo, esto es, tener una actitud concreta para crear el medio propicio. Si una sociedad o una cultura se encuentran en un problema existencial, quienes están inmersos en ella también participan del problema. Luego, no identificarse con las cosas negativas requiere siempre una actitud de cambio frente a los usos y costumbres y formas de conductas que han generado o mantenido el negativismo. Pero para querer y obtener un cambio es necesario que desde lo más íntimo y profundo nazca un sentimiento que nos impulse a pensar y lograr dicho cambio. Un cambio no implica aislamiento sino que se debe realizar en medio del mundo. En esto, debo reiterar el antes mencionado principio latino “omnia munda mundis”. No se puede conjeturar que porque hay maldad en el mundo, es imposible ser bueno. La maldad es lo que impulsa al santo a ser bueno y, de ahí, que “todo” ayuda a la santidad. La bondad es la meta a alcanzar, la maldad es lo que hay que evitar y erradicar. Para esto hay que estar en medio del mundo y en el centro mismo de la vida humana. “Estar ahí” es estar atento al entorno para saber qué es lo que hay que hacer. Significa tener conexión con las cosas y la gente y tener las antenas dispuestas a registrar, en amplia apertura, cuánto nos acontece y también lo que ocurre a otro. Sin esta conexión con nosotros y los otros, no habrá forma comprendernos y comprender a los demás. Nuestras necesidades son las necesidades ajenas también. Pero la necesidad, entendida como aquello que no puede dejar de ser, no significa algo fatalista sino una cuestión propia de nuestro ser. El hombre nace con necesidades y está conformado plenamente con ellos. Pero si sólo enfoca su vida y su mente en la necesidad y no en otras cualidades espirituales, toda la energía mental y espiritual será sólo necesidad generadora de muchas otras necesidades. Todo el transcurso de su vida será sólo un conjunto de necesidades. En cambio, si vive para cubrir la necesidad inmediata y urgente como es comer, cumplir sus funciones vitales y proteger su vida, una vez logrado esto no debe estar pendiente de la utopía de lo que puede venir, sino abrir su mente y su espíritu para mantener sus logros y pensar que el futuro es la cuna de todas las posibilidades que van más allá de una mera necesidad. La previsión de necesidades es bueno y útil, pero no debe abarcar toda la existencia con sólo preocupaciones. La previsión no es preocupación sino ocupación activa y concreta. Y una vez que la acción de la ocupación fue ejecutada, todo el tiempo que queda es para llenarlo con la plenitud espiritual. Incluso, los santos y los mártires han encontrado mayor placer en no ocuparse de sus necesidades sino del hambre de su espíritu. Para ellos, la sed, la necesidad de 84
EMOCIONES DESTRUCTIVAS: 238, Edición Vergara, Bs. As., 2004
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comer y el confort de una vivienda y un vestido no fue lo que les impulsaba a actuar. Para ellos, su acción principal era cumplir sus ideales, aun privados de todo lo otro. Muchos santos bendijeron sus necesidades y estaban “plenos de agradecimiento” por su vida, aunque ésta fuera carenciada y miserable desde el punto de vista de lo material. La gente feliz y buena, los santos y los mártires, eran personas que sabían lo que querían. Tenían perfectamente definido para qué iban a vivir y existir. El fin de sus vidas (la meta, el objeto) era el norte, la brújula y el itinerario de sus existencias. Sin esa claridad de pensamiento sobre el propio destino, adónde ir y por qué hacerlo, no tendrían la energía espiritual suficiente para conseguir sus propósitos. La alegría es generada por la satisfacción de saber lo qué se quiere y de que está buscando hacerlo. Siempre que uno se propone lograr un objetivo, está lleno de energía que puede ser positiva o negativa. La energía negativa es cuando se generan pasiones destructivas antes que positivas. Las pasiones negativas es cuando el afán por llegar a algo es tan intenso que no se reparan en los medios para hacerlo. Es lo que ordinariamente se ha postulado como que “el fin justifica los medios”. Pero no es así. Un fin santo exige medios también santos. Aprender a reconocer y evitar los sentimientos destructivos exige tomar distancias de ellos. No se deben permitir ni convivir creyendo ilusoriamente que se pueden dominar. Esos sentimientos deben estar fuera de nosotros, de nuestro cuerpo y de nuestra mente, en fin, de todo nuestro espíritu. Si hay sentimiento y pasión, ambos deben estar al servicio de lo que debe ser, de lo correcto y lo moral y ético y de que sean realmente constructivos. El miedo a errar o de desviar nuestros sentimientos no nos debe intimidar. El error es propio de la imperfección de nuestra esencia. Pero el espíritu tiene todos los elementos para guiarnos y sortear lo errático. Cuando equivocamos el camino, nos enseña a retroceder y buscar otro sendero. Lo importante es no quedarse en el error o retroceder y no intentar más nada. La quietud no es virtud. El hombre extraordinario, lo es porque siempre están en acción tras sus metas. Su inquietud por encontrar y vivir lo bueno es el motor o motivo de vivir en pos de la bondad. Sabemos que la palabra es el máximo instrumento de la expresión del hombre. El hombre extraordinario habla extraordinariamente, esto es, se sale del molde común. No sólo en las palabras o vocablos que usa sino en el modo en qué se expresa y los temas qué elige para hablar. Siempre tiene la palabra adecuada para ubicarse y ubicar a otros. Su idioma excluye el fastidio, el odio, la ira y sólo sabe hablar de lo grato, lo generoso y lo que conviene al cuerpo y al espíritu y a la sociedad. Los grandes líderes, santos y grandes hombres de la humanidad, lo fueron porque tenían un lenguaje cotidiano fuera de lo común. Sabían hablar de cosas grandes y de hacerlas. Nunca se quejaban de sus necesidades sino sólo sabían dar gracias por todo lo bueno que lograban. Por eso, Cristo enseñó el Padrenuestro que es oración de pedido, pero lo primero que reconoce es “santificado sea tu nombre” para manifestar su agradecimiento por tener a Dios como el proveedor de las necesidades por las cuales pide. Piden pan, pero también pide perdón por sus falencias y pide aprender a olvidar y perdonar a las falencias de otro. Asimismo, clama ser alejado de las tentaciones inútiles o dañinas y del mal. En otras palabras: pide el bien. Ése es el lenguaje del hombre extraordinario. Vivir con plenitud es vivir con independencia y disfrutando de todo lo que está a nuestro alcance, no sólo “en las buenas” sino también “en las malas”. Obviamente, lo bueno siempre se disfruta, pero “en las malas” se aprende a saber cuánto uno puede hacer y cuáles son nuestras habilidades para eludir el daño y encontrar lo apreciable, lo valorable, lo que es esencial. Lo malo nos enseña a despojarnos de lo banal y superfluo. El bien se goza, del mal y el sufrimiento, se aprende y se fortalece el espíritu. Se aprende la resiliencia, esa facultad que ahora se estudia a nivel científico y que sólo significa saber afrontar las dificultades y salir de ellas indemnes y fortalecidos.
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Lo importante es poder y saber “tomar las riendas de nuestra vida” para conducirla con sabiduría y eficacia hacia todo aquello que nos hace extraordinario, un “fuera de serie”. Esto no implica que para hacerlo emprendamos proyectos faraónicos, ni fundemos doctrinas, ni realicemos cosas grandes. Con sólo llevar una vida justa, generosa y preocupada por nosotros y los otros, compartiendo la existencia con ellos en forma pacífica y alegre, habremos alcanzado el grado de extraordinario. Liberación de emociones destructivas Antes de hablar de esta cuestión es útil saber que los budistas consideran a las emociones negativas como veneno o sufrimiento. De ahí que deba conseguirse un antídoto y conseguir liberarse de ellas. En este parágrafo seguiremos lo postulado por Goleman.85 El primer paso, dijimos, para liberarse de las emociones destructivas es reconocerlas cuando están presentes. Para esto hay que examinarlas cuidadosamente para descartar que no sean entes inconmovibles sino susceptibles de ser modificados. Por ejemplo, el caso de la ira. Para quien sufre un fuerte acceso (ataque) de cólera o ira, éste parece irresistible (incontrolable) e inevitable. En esa circunstancia, oficia como algo natural sentirse impotente para abandonar el estado de furia y sólo nos resta entregarnos pasivamente a él, experimentando toda su intensidad. Pero esto ocurre porque en ningún momento (ni antes, ni durante, ni después) analizamos esos accesos intermitentes de ira o enfado. Lo primero es comenzar, básicamente, por preguntarse ¿qué el enfado? Tanto para realizarse la pregunta como para meditar la respuesta debemos tomar distancia del acceso de ira. ¿Cómo hacerlo? Debemos recordar lo que ocurre cuando a distancia observamos una tormenta de verano que primero es precedida por aire huracanado, luego un oscuro nubarrón y después la lluvia torrencial que sólo permite apreciar un entorno de aire y vapor. No obstante, la luz solar no desaparece del todo (no hay oscuridad total como en la noche sin luna). Dentro del “nublado” hay un resto de luz solar. Lo mismo debería ocurrir con el enfado. Si no observamos con cierta distancia lo que ocurre, pasará exactamente como con la tormenta de verano. El viento, la semioscuridad, el ruido de truenos y la fuerza de la lluvia nos abruman de tal forma que nos sentimos amenazados y muchas personas se aterrorizan. Pero todos sabemos que a pesar de la pomposidad solemne del estruendo y la oscuridad, no hay nada grave en la tormenta (salvo que caiga un rayo o se provoque un inundación). Todas las sensaciones son sólo fruto de actitudes subjetivas alimentadas por el estímulo sensorial de los signos de la naturaleza. Así es también como concebimos a la ira. En medio de ella, las sensaciones subjetivas terroríficas nos llevan a pensar que estamos ante un gigante poderoso y apremiante (el gigante rojo de Mira y López)86 Pero si nos entrenamos mentalmente para tomar distancia de la tormenta huracanada iracunda y la observamos directa y objetivamente, Matthieu nos dice que “tiende a desaparecer de nuestra mirada, como la escarcha que se derrite con el sol de la mañana. Y es que, cuando se la observa directamente, pierde toda la fuerza”. Esto opera como si observáramos cómodamente la tormenta veraniega desde el interior de una casa confortable y segura, que nos da sensación de protección y fortaleza y así vemos como la tormenta, con el paso del tiempo y a corto plazo, se diluye y desaparece y vuelve a fulgurar el sol. El entrenamiento mental es la casa segura que nos protege de la tormenta iracunda. Cuando todo pasa comprendemos que si bien ocurren eventos naturales algunos de ellos no son fatales ni definitivos. De igual modo, las emociones pueden ser (y son) de presentación natural, pero ninguna de ellas, por sí, es fatal y definitiva. Son pasajeras y volátiles. Esta es la condición primordial que permite: primero comprenderlas y estudiarlas (contemplarlas) y en segundo lugar, prevenirlas (adiestramiento mental). Concluye Matthieu que “las cualidades negativas de las 85 86
íbidem LOS CUATRO GIGANTES DEL ALMA
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emociones son algo intrínseco a ellas. Es el aferramiento asociado a las propias tendencias, el que provoca una reacción en cadena, en la que el pensamiento inicial acaba convirtiéndose en ira, odio o animadversión. Pero el enojo, en sí mismo, no es algo sólido, es decir, no es una cualidad que pertenece a la naturaleza esencial de la mente”. Por esta condición nos podemos relacionar con las emociones destructivas o negativas, no sólo a través de la observación (tomando distancia de ellas) sino también entrenándonos para una transformación interna que nos inmunice a los efectos que ocasionan el paso o aparición de esas emociones. De no ser así, esas emociones se adueñan poco a poco de la mente y acaban transformándose en estados de ánimos que finalizan en rasgos temperamentales. Así se habla de “tipos violentos” o “tipos iracundos o irascibles” o “tipos irritables”. Pero de ninguna manera esto es cierto. Así como el entrenamiento mental nos lleva al equilibrio y la armonía interior, el dejar la mente liberada al arbitrio de las emociones, éstas se insertan en ella y se comportan como una segunda naturaleza. Operan como un entrenamiento para ser mentalmente emocional (entrenamiento inverso al budista y al de la meditación o contemplación trascendental). Es como si el hombre, en lugar de tomar el timón de su vida, navega a la deriva o con un “piloto automático” en una especie de filosofía del “dejar hacer” y “dejar pasar”. Es como si fuera indiferente al transcurrir de su propia vida, no “toma conciencia” de ella ni de su valor y sólo se limita a respirar, a la catarsis de sus esfínteres, comer y dormir. O a dar rienda suelta a sus placeres sensuales y a sus emociones básicas, entre las cuales no está, precisamente, el amor. Más bien, suelta sus instintos bajos. En estas condiciones es más una bestia que un hombre. Pero el hombre que se preocupa por su vida y busca una “buena vida” es el que empuña con decisión el timón del trayecto de su existencia y comienza a “trabajar sus emociones” para adquirir el dominio de ellas. Mas esto no es algo súbito y completo de golpe. Se debe avanzar de modos y en niveles diferentes que se pueden subdividir, según Matthieu, en tres: principiante, intermedio y avanzado.
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1º.
El primer nivel o nivel principiante es el modo de evitar las consecuencias de las emociones destructivas buscando el antídoto de cada una de ellas. Así, por ejemplo, el amor es el antídoto del odio, la templanza el antídoto de las pasiones, etc. En esta etapa debemos contemplar los aspectos desagradables de un objeto de deseo compulsivo y tratar de hacer una valoración más objetiva del mismo. Respecto de la ignorancia o falta de discernimiento, debemos tratar de perfeccionar nuestra comprensión de lo que hay que conseguir y de lo que hay que evitar. En el caso de la envidia, cada vez que enfrentemos con la felicidad ajena y las buenas cualidades y logros de otros, debemos dominar todo impulso negativo de no reconocer ese estado del otro y, contrariamente, debemos empatizar (colocarnos en el lugar del otro) a fin de compartir su alegría y felicidad. Nos sorprenderemos al reconocer que tácitamente eso nos hace más felices que vivir envidiando. Cuando se trata del orgullo, el antídoto es aprender a apreciar los logros de los demás, a no discriminar a nadie, a considerar a todos iguales a nosotros, reconocer nuestros propios defectos y cultivar la humildad. En este nivel se considera que hay tantos antídotos como emociones existen.
2º.
El segundo nivel o nivel intermedio hay que considerar si habría un antídoto común a todas las emociones negativas o destructivas. Para Matthieu, “este antídoto sólo puede encontrarse en la meditación, en la investigación de la naturaleza última de las emociones negativas, en cuyo caso descubrimos que todas ellas carecen de solidez intrínseca, en perfecta consonancia con lo que el budismo denomina vacuidad. No es que súbitamente se desvanezcan en la nada, sino que sólo se revelan más insustanciales de lo que a simple vista parecían. Este proceso permite desarticular la aparente solidez de las
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emociones negativas” de modo que vaciar de contenido a las emociones (realización de su naturaleza vacía) es un modo de actuar sobre todas las emociones cualquiera sea su forma de expresión, puesto que aunque se presentan con formas diversas, todas carecen de existencia independiente (necesitan de una mente predispuestas a captarlas y permitirles que se expresen) 3º.
El tercer nivel o nivel avanzado suele ser el más arriesgado porque no consiste sólo en neutralizar las emociones con antídotos ni descubrir su naturaleza vacía, sino que acá hay que comenzar un proceso de transformación interior que lleve también a transformar las emociones e, incluso, usarlas como catalizadores (intervienen pero sin ningún efecto) para sustraernos de su influencia. Matthieu ejemplifica esto como alguien que cae al mar pero se salva nadando hasta la orilla. Es decir, las emociones están presentes pero no nos afectan porque estamos entrenados interiormente para escapar de ellas. En esta opción se usan y transforman las emociones para fortalecer la propia práctica espiritual. Pero para ello debemos previamente contar con la inmunidad a esas emociones, pues de otro modo, asimilarlas y no poderlas neutralizar significarían que nos envenenarían hasta llevarnos a la muerte espiritual. Por eso se afirma que es un método riesgoso.
Los tibetanos comparan a estos tres niveles como las tres formas de tratar una planta venenosa: arrancarla de raíz completamente (antídoto): echar agua hirviendo sobre ella (reducción a la nada) o conseguir un animal que la ingiere y sea inmune al veneno (las digiere sin intoxicarse). El dilema que podría presentar es ¿cuál es el mejor de estos tres métodos o niveles? Matthieu responde sin dilaciones que el más correcto de los métodos es el de las transformaciones interiores, porque funciona mejor o se adapta a un determinado individuo o persona. De nada vale preguntar la mejor calidad, pues en el caso de tener que abrir una puerta no importa si la llave que funciona es de hierro, plata u oro. Lo importante es que sirva para abrir la puerta. No es la forma sino la función más útil la que determina la excelencia del método. Si nuestra capacidad se muestra suficiente para el tercer método quizás éste sea el más tentador, pero si se fracasa será peor el remedio que el mal.87 Ya hemos expuesto si el manejo de las emociones debe asumirse antes, durante o después de las mismas. Es evidente que el primer nivel que hemos analizado, el abordaje del principiante, se realiza durante la presentación de la emoción. Esto es así porque frente a la emoción, primero la experimenta y al hacerlo toma conocimiento de ella lo que le permite darse cuenta de los aspectos negativos de las mismas. Eso le habilita también para razonarlas, cuando investiga las consecuencias de ver que afecta dañando a otros y no nos aportan felicidad. Al percibir la distinción entre las emociones que nos causan felicidad y las que causan daño, comenzamos un camino de discernimiento que nos llevará, en la próxima experiencia, a reconocer las emociones ya experimentadas y, en consecuencia, a comprender que si asumimos su control y evitamos la rienda suelta de las mismas, no sólo evadiremos el daño, sino que de cierto modo obtendremos algún tipo de satisfacción o felicidad. La buena experiencia con esta práctica es la que nos hace idóneos para el abordaje de emociones posteriores en el mismo momento que se presentan. La experiencia nos permite “abortar” el impulso incipiente e impedir el progreso y la expresión total de la emoción dañina. Hemos logrado lo crucial: liberarnos de la emoción apenas ésta aparece en la mente. Evitamos 87
En la psicología actual se habla de dos estados fundamentales frente a los eventos emocionales: la vulnerabilidad y la resiliencia. En nuestro ejemplo del tercer método, el vulnerable es el que al intentar asumir la emoción sucumbe al efecto letal de la misma, mientras que el resiliente sale de ella más fortalecido y más inmune
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la secuencia de pensamientos y actos negativos. La experiencia positiva es la que nos hace aptos para concentrar (fijar) el pensamiento en la emoción, reconociendo o determinando su forma, color, ubicación, intensidad y causa posible, etc. hasta lograr vaciarla de contenido cuando comprendemos su naturaleza. Esta práctica permite el vaivén o intermitencia de pensamientos negativos bloqueados por pensamientos positivos, impidiendo la sucesión o cohorte de actos y pensamientos destructivos que sucede cuando la emoción o pensamiento negativo no se aborta, impide o bloquea. La práctica nos “familiariza” con las emociones y sus antídotos y nos permite convivir con ellas sin lesionarnos ni lesionar a otros. Puede que en algún momento, ejemplifica Matthieu, nos suceda con las emociones como con los gases del aparato digestivo. Cuando se presentan generan molestia y dolor y nos enfrentamos con dos disyuntivas: los retenemos o los expulsamos. Pero la retención prolonga el dolor y el sufrimiento y la expulsión, si no es oportuna, tampoco es una solución. O practicamos no comer lo que produce esos gases o practicamos la oportunidad de expulsarlos (lugar y forma adecuada y que no produzca escándalo o efectos perniciosos) Con las emociones ocurre algo de esto. Si las retenemos sufrimos, pero si las expulsamos violentamente puede ser tan lesivo como retenerlas. Luego hay que aprender a expulsarlas en forma adecuada y oportuna. Matthieu dice: “con la práctica, llega un momento en que la amabilidad acaba impregnando la mente del practicante y se convierte en una especie de segunda naturaleza, de modo que el odio desaparece de la corriente mental y resulta imposible dañar voluntariamente a otro. Cuando el odio no se presenta no hay que nada que deba ser reprimido. Ésta es una prueba del efecto de la práctica espiritual”.88 La neutralización de las aflicciones Una simple enunciación o nominalismo no sirve para desplazar o contrarrestar un estado aflictivo o una emoción negativa. No basta con decir “esto es malo” para que desaparezca. Tampoco la mera aspiración, deseo o plegaria puede ser motivo de neutralización de aflicciones y emociones negativas o destructivas. Es necesaria la intervención de la razón como inteligencia real (inteligencia no aflictiva) y mediante ella se aplican los antídotos que sirven para eliminar o aminorar una aflicción o emoción destructiva. En el caso de un deseo exagerado y distorsivo, la recta razón contrarresta la atracción indebida por haber imaginado cualidades atractivas, concentrando la atención en las cualidades menos atractivas. Del sopesamiento de cualidades aparentemente atractivas y del conocimiento de las cualidades no atractivas surgirá una justipreciación que evitara el error de una visión distorsionante. De esa forma también se seleccionan los antídotos específicos para cada emoción destructiva. Se cultivará la amabilidad y el amor para contrarrestar o neutralizar, dijimos antes, al odio y la hostilidad. Los antídotos específicos no ofician como factores de realización ni de sabiduría, sino que sólo cumplen el rol esencial de neutralizadores de aflicciones, para despejar el camino hacia la realización y la sabiduría. La meditación budista89 obliga primero a cultivar la compasión y el amor prestando atención a todos los aspectos de la realidad que alientan y despiertan esas virtudes. Luego, el amor y la compasión no nos llegan por arte de magia o milagro sino que ocurren cuando reparamos en ellos a través de las facetas de la realidad que nos llevan a cultivar esos valores. Si bien los occidentales consideran a la emoción como algo que se pone en movimiento, la perspectiva budista concibe que la mente pueda ponerse en marcha o despertar de su letargo, de dos formas distintas; 1. de una forma cognitiva que usa la razón o inteligencia que ayudan a despertar el amor y poner en movimiento las emociones constructivas o positivas 88 89
Daniel Goleman – EMOCIONES DESTRUCTIVAS, Editorial Vergara, Bs. As. 2003 Dalai Lama – LA MEDITACIÓN PASO A PASO, Editorial Sudamericana, Bs. As. 2009
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2. de una forma automática, con poca cognición y más fundamentada en sensaciones interiores o sentimientos y que dan lugar a las visiones distorsivas de la realidad, puesto que se actúa más impulsiva que racionalmente. El budismo se inclina más a la razón inteligente adiestrada por la meditación para comprender la naturaleza o esencia de la realidad en su aspecto verdadero y usarla para tratar adecuadamente a las aflicciones y sus secuelas de emociones negativas o destructivas. La ausencia de una razón inteligente adiestrada en la comprensión fiel de la realidad, es la que lleva a la cosificación eternalista o a algún tipo de negación nihilista. El cultivo de la razón inteligente a través del adiestramiento es el establecimiento de una cognición válida. Hemos hecho referencia a la visión occidental en donde en el nivel convencional de la existencia cotidiana todas las personas funcionan como si el yo y los objetos que los rodean, fuesen entidades permanentes. En cambio, la visión budista de la “vacuidad del yo” concuerda con los modelos del “yo virtual”, desarrollados tanto en los campos de la biología y de la ciencia cognitiva occidental. Incluso la filosofía y la psicología occidental consideran al yo como una propiedad emergente en la interfaz que hay entre la mente y el mundo, especialmente el externo. Del mismo modo que la mente, el yo carece de sustancia (existencia insustancial) y no puede ser situado en ningún lugar anatómico, basándose en los procesos biológicos, en particular los de la neurociencias y los cognitivos subyacentes. No obstante, mediante un mecanismo mental ilusorio de la mente, se termina cosificando al yo y atribuyéndole una existencia sólida que no resiste un análisis profundo. El Dalai Lama cree que “cosificar la realidad” involucra tanto la incomprensión de su naturaleza esencialmente vacía, sea visto esto en forma absoluta o relativa, tanto a la naturaleza fenomenológica de la realidad como a su naturaleza ontológica. Desde la perspectiva budista la realidad cotidiana y relativa es el reflejo fenomenológico de nuestras experiencias cotidianas. Sólo el nivel último revela su verdadera naturaleza.90 La percepción sensorial puede tener, y de hecho lo tiene, percepciones falsas o equivocadas. Pero, desde el punto de vista de la cognición conceptual existe un número infinito de perspectivas sobre cualquier cosa que se presente en la mente. Allí no se trata sólo de saber si es blanco o negro, sino si es verdadero o falso. Para esto, la cognición mental selecciona determinados rasgos concretos del objeto en cuestión, cosa que no ocurre con la percepción sensorial. La selección cognitiva mental es la que determina lo verdadero. Pero puede ocurrir que la selección funcione de modo distinto en diferentes personas y esto lleva a que dicha selección en unas personas elimine un aspecto determinado del objeto y lo considera verdad, mientras que otra elimina otra cosa que puede ser lo contrario de lo que eliminó la primera y también lo considera verdad. Cuando la selección se realiza sobre todos los aspectos del objeto (visión global u holística) mediante la meditación profunda o pensamiento crítico metafísico, hay menos probabilidades de errar, que cuando se observa la cosa u objeto sólo desde algunos de sus aspectos. La visión global criteriosa lleva a un conocimiento más cabal de la cosa y a una verdad más absoluta. La visión aspectual, aunque sea muy minuciosa, sólo lo es de una parte del todo y por lo tanto es un conocimiento parcial que lleva a una opinión que puede tener sólo una verdad parcial (la referida al aspecto estudiado o meditado). La visión global, holística es propia de la filosofía y de la metafísica y la perspectiva budista. La visión aspectual lo es de la cotidianeidad y de la ciencia en general. En el fondo de todas estas concepciones o puntos de vista, tanto occidental como budista, yace la cuestión de una definición semántica de la mente humana, a fin de evitar la confusión lógica que produce intentar la comprensión del mundo, puesto que el uso de la mente humana nos lleva a una multiplicidad de posibilidades sobre formas indeterminadas de aparecer. Las cosas aparecen siempre de una forma tal que no son explícitas “de entrada” a la 90
Dalai Lama – LA MEDITACIÓN PASO A PASO (La reconciliación con el espíritu), Editorial Panamericana, Bs. As. 2009
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mente humana. Esto ocasiona la circunstancia de que cada uno, según su cultura, el entrenamiento de sus sentidos y su adiestramiento mental, llegue a conclusiones diferentes, variadas e innumerables (prácticamente cada persona, un punto de vista) tanto en lo cotidiano como en lo científico, artístico e, incluso, en lo filosófico. Es evidente que la decantación milenaria de las culturas lleva a diferentes caminos y perfeccionamiento. El occidental vive más en función de su mundo objetivo, externo, de su entorno, el oriental prefiere indagar más su mundo interno. Es indudable que hay dos cosas indiscutibles y verdaderas: hay una realidad y un hombre inmerso en esa realidad. La realidad, que no es un ser humano, es siempre algo externo u objetivo al ser humano. Para poder compenetrarse bien de la realidad, el mundo interno del ser humano debe contactarse con el mundo externo de su realidad extracorporal. Es ahí donde está el nudo gordiano de todas las interpretaciones y concepciones filosóficas, científicas, religiosas y artísticas. Es ahí donde rige aquello de físico y metafísico, de natural y sobrenatural. En el ámbito de las cosas, de la realidad que no abarca el hombre, es decir, lo que generalmente se considera el “mundo natural” donde los entes animados e inanimados se rigen por leyes ajenas a su voluntad y sólo son meros receptores de los estímulos de ese mundo y engranajes pasivos de los procesos naturales. En cambio, en el mundo humano las cosas cambian un poco. Si bien el hombre no escapa a su condición natural de animal, posee una condición espiritual que lo eleva por sobre todos los otros entes animados e inanimados y le permite sustraerse al devenir de lo natural para desplegar una creatividad, que él mismo, llama artificialidad. El mundo humano convive con lo natural y lo artificial, pero vive artificializando lo natural e inventando tecnología que modifiquen todo lo natural. Por lógica, la visión del mundo también es otra. Y en esa visión está la presencia de la creatividad humana que le lleva a una interpretación especial de las cosas no humanas. Precisamente, su costumbre cultivar lo artificial le lleva también, comúnmente, a percibir “artificialmente” a su mundo o a interpretarlo “artificialmente”. Si no fuera así, la naturaleza del hombre sería esencialmente sabia. Pero la realidad es otra: así como el hombre “crea” la artificialidad de su mundo, así mismo deberá usar su potencia inteligente para reencontrar el camino de lo natural, en especial, de su naturaleza o esencia. Pero como le ha costado conocer lo exterior, que es más evidente que lo interior, lógicamente reencontrarse a sí mismo le es mucho más pesaroso y de gran dificultad que tratar con los objetos que tiene “a la mano” y “a la vista”. Lo que él mismo ha llamado su alma, su espíritu, su mente no es algo que esté “a la mano” y “a la vista” sino que está “encostrado” en su “mismidad”. Desde allí debe “salir” su ser para contactar el mundo externo, lo objetivo. Pero como este ser no es una materia plástica que como la lengua de un reptil salga y aprese el objeto para interiorizarlo, debe crear una especie de puente especial entre su interior y su exterior, a fin de ambos se encuentren armoniosamente. Esa situación vuelve al hombre un pontífice entre su mismidad y el exterior. Pero para que el hombre pueda vivir y permitir que su interior “salga” al exterior debe estar despierto. Pues, necesariamente, son sus sentidos el camino para formar el puente y esos sentidos funcionan plenamente cuando el hombre está vigil (despierto). El estado vigil es el estado consciente y allí interviene ese fenómeno mental que ha llamado conciencia. Ahí está el principal fenómeno humano pues a través de su conciencia el hombre podrá establecer un puente entre su interior y su exterior y a su vez crear las condiciones para que la asimilación de la interacción entre lo externo y lo interno, o la reflexión introspectiva para conocer sólo su interior sea la correcta. Esto es, aprenda a conocer la verdad, la esencia de todo, “lo que las cosas son en sí”. Sin la maravilla de su conciencia no podría conocer, ni saber, ni manifestarse. La conciencia es el punto crucial de su existencia y de su vida como ser humano, pues es la encargada de poner al descubierto algunos modos de su ser, y el conjunto de esos “modos de ser”, a medida que se expresan le darán el carácter de persona (entendiendo acá, por personalidad, al conjunto de esos “modos de ser” individuales). Precisamente de esa conciencia 115
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salen tantos nombres y conceptos, uno de los cuales es el yo, para designar ese particular fenómeno de mi conexión personal, particular, de mi mismidad con la exterioridad y con la interioridad. Por eso, los orientales han comprendido mejor que es más útil canalizar esa conciencia debidamente para que el interior pueda conectarse correctamente con el exterior y no entenderse tanto como si cada uno fuera algo distinto de otros hombres. Por esto, el budismo y otras perspectivas orientales aconsejan considerarse a sí mismo como parte de los otros hombres y por esto piden, en especial los budistas, una actitud de amabilidad y amor que impida dañarse y dañar a otros. Si esa idea es comprendida y adoptada no tiene tanto sentido el yo sino que hay otro sentido superior que es el “nosotros” (equivale al tú-yo de Buber y al “igual a mí” del cristianismo y el existencialismo). Aunque parezca increíble, la sencillez de estos razonamientos ha sido resistida para enfundarse en otros criterios e interpretaciones más basados en lo personal que en lo universal. De ahí que aparezcan las actitudes y comportamiento humanos como diversos y predomine más el sentimiento personal que el colectivo. Por lógica, lo personal es más propio del animal que del hombre, pues lleva a pensar posesivamente, a crear un yo y ese yo es el centro de todo lo demás. Naturalmente el yo lleva a “lo mío” y este sentido de propiedad es la fuente de todo aquello que hemos llamado emociones destructivas pues genera la hostilidad con todas sus secuelas de belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de propiedad es lo que pone “a la defensiva” de que no se dañe “lo propio” y aparece la envidia, los celos, el odio y todos los mecanismos defensivos que se quieran postular o interpretar como fenómeno observado. Tiene razón la perspectiva occidental de que ciertas ocurren porque realmente ocurren, pero la ocurrencia no significa que sea lo que deben ser. También tiene razón el oriental de lo que piensa y hace porque ha descubierto otras ocurrencias como es la presencia espiritual pura. Lo que el hombre común debe comprender, más aún el occidental, es que en lugar de discutir si hay coincidencias o contradicciones o diferencia de criterios, lo que hay que tratar es de averiguar cual postura es la más cercana y conveniente a la verdadera esencia del hombre. Si bien la occidentalidad ha errado en mucho el camino espiritual real, la orientalidad ha olvidado un poco que el hombre para ser espiritual necesita de una vivienda, un alimento y un vestido. Si bien el hombre que ha cultivado su espíritu, el hombre extraordinario que hemos descrito, el que se maneja con el pensamiento superior puede lograr llegar a un mínimo de confort (en el sentido de proveer lo más necesario para subsistir) esto no soluciona la preocupación por el otro que no puede llegar al estado superior y en su “inferioridad” sucumbe al hambre, la enfermedad, la violencia y al impulso homicida indiscriminado, bajo el cual sucumbe tanto la vida ajena como la propia. La perspectiva oriental, especialmente la budista, es maravillosa desde lo espiritual y es casi la más perfecta desde lo humano, pero paradójicamente pertenece a un grupo selecto de iluminados. No es el común denominador de los países budistas, en los cuales la mayoría sucumbe no sólo a sus propias emociones destructivas sino que es víctima de las emociones destructivas ajenas. Tanto la occidentalidad como la orientalidad, cuantitativamente están al borde de un pandemonium. Sólo la voluntad redentora de los iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de hombres a la senda verdadera. Pero, en la realidad los iluminados están muy ensimismados, de forma tal que obran como “aislados” del resto de la humanidad. Esto impide que haya una oferta de mejor humanidad y que no se genere el interés de una demanda de mejor humanidad. La mayoría de la humanidad estuvo y está más obnubilada por la “necesidad imperiosa inmediata” de su alimento físico que por el alimento espiritual. De nada vale que Buda, Cristo, Mahoma, Gandhi u otros grandes iluminados hayan dejado sus enseñanzas porque ellas no alcanzan a todos o no son correctamente recibidas e interpretadas por todos. Los “gurúes” fabricados en la India u otros “maestros budistas” (Chopra, Osho, etc.) cuestan mucho dinero para que den unas charlas que sólo benefician a grupos que son más esnobistas que discípulos entrenados. Los monjes 116
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budistas, no son como los monjes de ciertas religiones (católicas, ortodoxas, evangélicas) que salen a predicar para convertir. Al budismo, como al judaísmo y de algún modo al mahometismo, no le interesa mucho propagar sus enseñanzas y buscar adeptos. Se limitan a “estar ahí” y a abrirse sólo a aquellos que en forma manifiesta quieren integrarse al grupo. El Dalai Lama no predica su doctrina como el Papa en forma que llegue a todos por todos los medios posibles. El conocimiento budista y el tibetano quedan expresamente reservados a elites muy especiales. Luego, reconozcamos de una vez, que la mayoría de la humanidad vaga huérfana de maestros que la eduquen. O hay pocos maestros y mucha humanidad. O no hay mucho interés de enseñar y aprender. Otra cuestión a meditar. El equilibrio emocional Lo más simple sería pensar que el equilibrio emocional puede surgir de una mera ecuación entre emociones destructivas y emociones constructivas. Es como afirmar que nuestra mente se equilibra si el número de emociones destructivas puede ser neutralizado por igual número de emociones constructivas. Pero admitir esto sería admitir que se puede ser “malo” en un momento del día y “bueno” en otro, o en determinados períodos de la vida alternar un “período malo” con uno bueno. Pero si queremos decir que las emociones opuestas pueden actuar simultáneamente podríamos caer en una trampa sin salida porque es imposible ser irascible y apacible a la vez. Quizás la alternancia es la probabilidad lógica entre emociones positivas y las negativas (constructivas y destructivas) y sería más razonable aceptar que cuando se genera y se percibe una emoción en un sentido o dirección, como reacción se esbozaría la de signo contrario. Esta alternancia operaría como un “piloto automático” en un organismo naturalmente dotado de equilibrio. Pero la realidad y la experiencia muestran que si bien hay ambivalencia emocional en todas las personas, que naturalmente tienen emociones destructivas y constructivas, la operabilidad mental no se comporta de acuerdo a lógicas o suposiciones racionales. Los fenómenos emocionales se “dan” simplemente y las posibilidades ciertas son: o estamos adiestrados para manejarlas o ellas nos manejan a nosotros. Lo normal es lo último. De no ser así no estaríamos inmersos en la discusión de esta cuestión. Pero tres cosas quedan claras: la primera es que las emociones existen y que son numerosas y diversas, la segunda es que pueden dominarnos por completo anulando razón y voluntad y ocasionando grandes pasiones o apegos y la tercera es que mediante entrenamiento adecuado podemos ejercer un dominio mental sobre las mismas. Esta tercera cuestión es lo que genera el cultivo del equilibrio emocional que es lo practicado como estilo de vida por los budistas y yoghis y lo propuesto occidentalmente por Goleman como inteligencia emocional. Es muy patente que las disidencias sobre el método, técnica o modo en que se logra el cultivo del equilibrio emocional o el control y armonía emocional, dividen a orientales y occidentales en actividades muy disímiles aunque el objeto de la cuestión y los fenómenos sean una misma cosa. No sólo hay problemas lingüísticos-semánticos tras el afrontamiento de la cuestión, sino que median toneladas de cultura en algunas décadas de siglos que marcan sendas diferencias en la forma de pensar, vivir y apreciar la realidad. Mientras Occidente se ha centrado más en lo objetivo del mundo circundante y en la forma en que el hombre suele expresarse como ser humano, en Occidente simplemente se han concentrado en lo subjetivo, en el interior del hombre y allí han ido a buscar preguntas y respuestas sobre lo que el hombre es y debe manifestar ser y no se han detenido únicamente a observar e interpretar los modos de ser del hombre. Más aún: mientras Occidente fija su atención más en lo patológico que en lo fisiológicos o normal, Oriente directamente trata de que todo sea lo fisiológico y lo normal, para erradicar lo patológico. He ahí, en una muy acortada síntesis personal, un punto de vista de las principales diferencias entre el modo de pensar y vivir de un mundo y el otro. Luego, no sólo hay que superar lo lingüístico-semántico que de por sí es una respetable barrera, sino hay que lograr una “empatía mental” entre ambas culturas, de las cuales es más lo 117
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que Occidente tiene que aprender de Oriente que la inversa. Mientras Occidente discute las partes y los métodos probables, Oriente directamente aborda y adopta el todo bajo el único método probado: el uso completo de todos los atributos mentales puestos al servicio de un funcionamiento armónico de la mente, esto es, de la mejor manifestación del espíritu humano. La vida espiritual es, definitivamente, la senda que lleva a todos los valores supremos absolutos universales del hombre: la Verdad y el Bien; la Felicidad y la Plenitud. De nada sirven todas las ciencias occidentales ni la metafísica occidental, si la civilización que éstas implican no ha mostrado a través del tiempo y la historia que haya sido la senda mejor. Ninguna religión ha mostrado, históricamente, la bondad del budismo, especialmente el tibetano. En tanto que los budistas tibetanos han alcanzado un estilo de vida armonioso, sin pasiones, y han comprendido mejor que nadie aquel mandato de “ama a tu prójimo a ti mismo”, pero sin apegarse demasiado a ninguno de los dos, Occidente, sus doctrinas y sus religiones, han sido una ristra interminable de contradicciones, pasiones y resultados más destructivos que constructivos para la esencia del hombre. El adelante tecnológico es la excusa del progreso de la civilización, pero la realidad es como que todo esto opera como “el peine del calvo” o el “cenicero de motocicleta” o el “guardabarros de avión”. El hombre occidental llega a la cúspide de su saber tecnológico pero está muy atrás para comprender y conocer su propia esencia. Hay una “evolución de la civilización” que conlleva la “involución espiritual”. Luego, todo el brillante quehacer de la “aparatosidad” occidental, ha sumido al hombre en el ludismo del confort y de un falso placer sensual, mientras ha anestesiado su mayor poder: su propia esencia manifestada por su espíritu. La ciencia occidental es la “realidad de lo mutable, temporal o transitorio, parcial, relativo y contradictorio”. No hay una unidad racional, lógica, sensata en la “ciencia académica” ni en la tecnología occidental. Hay aparatos que maravillan por su complejidad y eficiencia como aparatos, pero que en lugar de mejorar al ser del hombre, lo alejan cada vez más de sí mismo, vaciando de todo contenido y significado al hombre mismo. Entonces, ¿cómo entender, conocer y dominar las expresiones espirituales del hombre desviado? O mejor: ¿cómo llegar a saber lo qué debería ser la expresión del hombre naturalmente normal, es decir, el hombre verdadero? Este es el nudo gordiano de nuestro incipiente siglo XXI para el hombre en general y el occidental en especial. El vacío espiritual evidente y el “desentrenamiento mental” para lo espiritual, lo descolocan de su evolución biológica natural y de su progreso esencial, el cual está condicionado sin ninguna duda, al cúmulo de saber cultural adquirido a través de la evolución histórica. El hombre ha experimentado muchas cosas para aprender a adoptar lo positivo y descartar lo negativo. Aprender a ser cada vez más sabio y lograr lo que se ha considerado la verdadera evolución del hombre: su perfección espiritual. Pero su equilibrio emocional está desquiciado por las emociones que obnubilan su inteligencia, la principal herramienta del saber y la verdad. Tanto es así que no puede encontrar una definición a su propio ser. No puede, lingüísticamente, alcanzar un acuerdo semántico para llegar a un concepto claro de lo qué es la mente, el alma, la vida y el espíritu del hombre. Por lo tanto, para encontrar un equilibrio emocional y, mejor que ello, un “equilibrio mental” que significaría un “equilibrio espiritual” lo primero es condicionar el más maravilloso de todos los instrumentos inventados por el hombre: la palabra. Sin ella no hay conceptos, sin conceptos no hay juicios, sin juicios no se puede pensar correctamente, mejor dicho, no se pueden pensar. Todo el secreto de todo, reside, entonces, en la palabra (logos, verbum, parábola). A través de ella se desentraña el significado de los pensamientos y por medio de ellos, el saber de nuestra mente y por la sabiduría mental alcanzamos la sabiduría espiritual. Y, aunque no lo parezca o demuestre, el código sentimental de expresar una emoción o sentimiento con un gesto, necesita previamente un entendimiento lexical. Es muy importante saber como nombra el oriental su realidad y cómo el occidental, porque, lo creamos o no, nos sea evidente o no, esa realidad dependerá más de las palabras con que la describamos, de lo que es ella misma verdaderamente. 118
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Quizás el mayor desafío del siglo XXI sea que el hombre “aprenda” a construir un lenguaje más espiritual y menos académico, que llene de un inmenso contenido a sus palabras y que no las emplee como a sus aparatos tecnológicos: considerándolos un don meramente lúdico. Jugar con las palabras como lo hicieron los sofistas y lo sigue haciendo el hombre actual, es jugar “a lo Babel”. Cada vez comprendemos menos, por lo tanto sabemos menos, en consecuencia no sabemos pensar y el resultado final es la vida hueca. El Dalai Lama ha definido magistralmente la incongruencia lingüística que nos domina: “Pero el hecho de que Occidente disponga de un término concreto... no necesariamente significa que esté, en especial, interesado en comprender su naturaleza”. Esta corta sentencia del maestro mayor del budismo tibetano ha diagnosticado certeramente la peor falla de todo el sistema de pensamiento de Occidente: muchas palabras, pero poco sentido y nada de comprensión de las mismas. La conclusión más razonable sería lo inverso: seleccionar un conjunto menor de términos, por un método de síntesis para que no haya tantos sinónimos que ofician como “más de lo mismo”, cada palabra elegida debe contener un significado muy concreto y bien preciso, de alcance universal y todos deben buscar consenso para aceptar una misma palabra con un único sentido. Lo opuesto, que es lo que ocurre hoy, no significa libertad de expresión, de creatividad o riqueza cultural o espiritual. Tampoco es expresar la originalidad individual o personal. En lo esencial no hay originalidades o creatividades personales. Lo creativo es aprender nuevos aspectos de un mismo fenómeno, en la medida que estos nuevos aspectos nos sirvan para perfeccionar el saber. De otro modo, todo operaría como “muy ingenioso” pero vacuo, pues sólo sería otra forma del ludismo a que es afecto este hombre siglo XXI. Si hay un interés genuino en aprender la verdad, particularmente en la cuestión del ser humano y su espíritu y todo lo que hay tras de ello, hay que disponerse a cambiar todo aquello que no ha hecho efectivo ningún resultado positivo para los fines últimos de la existencia humana y del por qué del hombre. Sé muy bien que no faltará un “ingenioso” que pretenda presentar lo que digo como otra “utopía” más o como un oculto fundamentalismo para eliminar “la diferencia de otras opiniones”. Esta es, efectivamente, la apariencia de lo que manifiesto. Pero así como he tratado de calar más profundo en mis propias palabras, buscando rescatar una etimología más universal y comprensible y seleccionando las mejores experiencias para apoyar mis conceptos,91 hay detrás de mi intención la genuina inquietud de pensar sobre lo más cercano a la verdad de la realidad y del hombre. No es una afirmación superficial egoísta, ni una intención de creer que sólo lo que yo digo es “lo que debe ser”. He citado puntual y taxativamente las experiencias comprobadas de la universalidad de algunos asertos. Quizás sea muy ingenuo al invitar a otros a buscar un consenso. Pero entiendo que sin el esfuerzo de comprender lo que cada uno quiere decir no hay entendimiento mutuo y universal posible. Para eso, lo primero es lo primero: ponernos de acuerdo en lo qué queremos expresar con cada palabra que hablamos, escribimos o inventamos. Es preferible un neologismo concreto y cargado de sentido, que un sinónimo de analogía que no expresa un significado concreto y lúcido y sólo da vueltas sin lograr hacernos comprender lo verdadero. Esta intención es, además de aprender a conocer la naturaleza y el valor del lenguaje oral y escrito, evitar el sofismo, la retórica, la mera opinión o un “simple decir” para buscar el “decir verdadero”: sintético, concreto, pleno de sentido y de consenso universal. Cuando digo hombre, debe entenderse por tal todo ser vivo, independiente de rasgos individuales, que tenga los atributos del ser humano, la esencia más que la forma. Sin embargo, no sucede lo mismo cuando digo Dios. 91
No las mejores en mi criterio personal, sino los encontrados puntualmente en las experiencias actuales y en las históricas, cuyos efectos son visibles y comprensibles para todos.
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Si bien todos aceptan la referencia a un “ser superior” al “ser humano”, de ahí en más, la palabra puede ser cualquier cosa según la intención del que habla. Esta forma caótica de interpretar o de usar las palabras es lo que se pretende resaltar para llegar a aceptar la existencia del fenómeno, en primer lugar, y en segundo lograr buscar la forma de modificar lo inútil. Nos guste, o no, la palabra es una herramienta, un útil. Sino cumple la utilidad para la que fue creada, es una palabra inútil. La Revolución Espiritual consiste en que el hombre se reencuentre con su espíritu, como la mejor senda o camino para reencontrarse con sí mismo, con lo que es. Un “encuentro cercano” con su propio ser. De este esfuerzo fructificará el cambio profundo que busca dicha Revolución. Este cambio se traduciría, simplemente, por un hombre que: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.
aprende a sentir plenamente el amor y a soslayar el odio busca el bien y evita el mal no provoca daño a nada ni a nadie rehuye el escándalo aprende a pensar aprende a hablar aprende a convivir y coexistir con su prójimo es feliz, a pesar de sufrir tiene esperanzas en sí y en los otros ayuda a otros a elevarse de la misma forma que él lo hace
La formación personal Distinción entre lo personal y lo general Todos los conceptos que hemos desarrollado en los parágrafos anteriores son relativos a lo qué es el hombre en general. Hemos descrito las propiedades comunes a todos los hombres. Esto no significa que en un hombre en particular, en un individuo o persona, las cosas se den “tal cual” se han explicado. Es indudable que los “modos de ser” de cada individuo humano son distintos y diferentes de una persona a otra. El conjunto de estos modos o “modalidad de ser” constituirá en cada individuo la personalidad. De ahí, que el término personal equivalga a lo individual e íntimo de cada uno. El factor común que une a cada persona en particular con lo general, es que cada uno de esos modos de ser individuales se identifica con algunas características de los generales. De no haber sido así, habría que pensar que hay varios seres humanos y no un solo ser genérico a todos. Esto es impensable. Lo que varían son los modos de ser, es decir, la forma y no la esencia del ser en sí. Hemos advertido que el ser humano no es un ente rígido y monocorde. Es un ser plástico y fluido que tiende a manifestarse de múltiples formas, de las cuales participan una base de dualidades contrarias. Esto es lo percibido por la mente, que ha formado abstractos de esas dualidades y se habla de bien-mal, bello-feo, positivonegativo, destructivo-constructivo, etc. ¿Cuál de esos extremos de cada contrario es la verdad, es decir, expresa al verdadero ser humano? La lógica nos indica que si se expresan los contrarios es porque el ser humano está conformado con esos contrarios y por lo tanto, ambos son la “verdad” de ese ser. Pero es evidente que el hombre tiene otras facultades espirituales como es la libertad y el poder elegir (deliberar y escoger). La manifestación de ciertos polos duales como es el bien, lo positivo, lo constructivo, lo bello, etc. ha apetecido mejor al ser y de ahí que se tienda a considerar que están más cerca de la autenticidad, esto es, la expresión correcta del ser, cuando se opta por esas abstracciones y se las convierte en valor. Esto lo vimos claramente al estudiar el entrenamiento o educación de la mente. Nuestra inteligencia, ente rector de nuestra esencia, nos lleva naturalmente a una mejor y mayor inclinación por esos valores. Si lo personal debe concordar con lo general, luego la manifestación personal de cada ser individual debería tender también a la autenticidad, esto es, a la correcta expresión de lo que el ser apetece, a través de la guía o conducción inteligente. Esto nos lleva a deducir que la 120
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expresión personal podrá, entonces, ser auténtica o inauténtica. Será auténtica, en tanto y en cuanto, se aproxime a la tendencia universal del modo de ser más aceptado por la inteligencia (bueno, positivo, bello) que el rechazado (malo, negativo, feo). Si el ser personal se identifica con lo considerado auténtico, estaríamos en condiciones de pensar que el individuo que optó por la autenticidad tendrá un mejor desarrollo espiritual que el que opta por lo inauténtico. La formación de la personalidad Pero no todo pasa por la simpleza de una elección libre. Todos sabemos empíricamente que son muchas las variables que influyen para que cada uno “sea como es”. Una personalidad formada será la que surja de una educación o entrenamiento muy particular. Sólo a través de ese entrenamiento uno podrá “elegir” un modo de ser determinado. Pero, espontánea y naturalmente, cada ser humano se modela de acuerdo a las circunstancias en que se encuentra. Acá influyen las variables de la herencia genética y del medio. Ese medio que le provee de un lenguaje determinado, de una cultura precisa, de una familia y una sociedad en particular. Todo esto juega para llevarnos a formar una personalidad. Para evitar las distorsiones hay que realizar una serie de consideraciones. La primera es saber lo que es evitable y lo inevitable, lo que es necesario y lo innecesario y finalmente, lo que es auténtico y lo inauténtico. La constitución física es básica. Si una persona o individuo nace con una falla física, especialmente la que afecta a su mente o incapacita severamente su cuerpo, naturalmente estará condenado a una limitación inevitable. Podrá mejorar en algo su problema con un entrenamiento acorde, pero difícilmente podrá superar dificultades grandes. Luego, una de las condiciones que ayudan al desarrollo personal completo es no tener una discapacidad congénita insuperable como es la afectación de la mente en su totalidad. La “normalidad” física92 ayudará a conseguir una forma de ser mejor. No obstante, la forma de ser que surja de una persona con una incapacidad insalvable, será una forma de ser “normal” para su situación y la forma que exprese su ser será “correcta” de acuerdo a su discapacidad. No podemos decir que esas personas diferentes en lo físico, no tengan un espíritu igual a una persona sin diferencias físicas. La razón de esto reside en que carece de un “órgano de expresión”. Un oligofrénico o retardado mental congénito o un Down, incluso dentro de sus limitaciones, han logrado alcanzar niveles satisfactorios de desenvolvimiento o desarrollo personal, dentro de determinadas posibilidades. Esto puede marcar la pauta que el verdadero ser del hombre no nace nunca fallado y que es igual para todos. Las fallas anatómicas o funcionales son del cuerpo o de la mente, pero no del espíritu. En ese sentido, todos son “un igual a mí”. La formación ambiental heredada a través de lo cultural (lenguaje, usos, costumbres, creencias, etc.) marca un hito fundamental para quienes deben recibir esa formación obligadamente, como son los recién nacidos, los niños y hasta la adolescencia. Pero a partir de que el hombre alcance un nivel racional aceptable en su desarrollo o madurez, está en condiciones de poder discernir si lo heredado por el ambiente es lo correcto o lo que a él le conviene como hombre auténtico. Si tiene la oportunidad de comprender y analizar su entorno o circunstancias y apreciar que su formación no es la adecuada, de no padecer ningún defecto constitucional, podrá optar por el cambio a través de la educación o entrenamiento. Acá juegan factores tales como la voluntad (querer o no querer); la comprensión (saber darse cuenta de lo que ocurre) y los medios (poder hacer algo). Con estas tres posibilidades pueden darse variables distintas: 1. que la persona sepa, quiera y pueda formar su ser personal 2. que un individuo no sepa, no quiera y no pueda formarse 3. que sepa pero no puede ni quiere 92
Entiendo por normalidad física no sólo a no poseer deficiencias o carencias psicofísicas, sino también a la superación de un modo u otro de todos los inconvenientes psicofísicos con que la naturaleza nos puede haber dotado en forma totalmente ajena a nuestra decisión y voluntad. La normalidad no es la carencia de defectos sino también aprender a superar todas las fallas psicofísicas voluntarias e involuntarias que podamos poseer.
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4. 5. 6. 7. 8.
que puede pero no sabe ni quiere que quiere pero no sabe ni puede que sepa y pueda pero no quiere que quiera y sepa pero no puede que quiera y pueda pero no sabe
Autenticidad y formas de ser Todos tenemos tres alternativas de ser, en relación a la autenticidad: 1. lo que uno es 2. lo que quiere ser 3. lo que debe ser El “deber ser” sería el imperativo de la naturaleza o ser del hombre. Es lo que corresponde a su ser verdadero y auténtico. Esto es, saber comportarse como ser inteligente, afectivo y volitivo, con un claro manejo de la conciencia y un control del inconsciente. Lo que “uno es” es la forma que advertimos en nosotros a través de nuestra conducta y nuestro proyecto de vida, cómo transcurrimos nuestra vida. Esto es lo que generalmente se encuentra “marcado” por lo ambiental y lo heredado. En cuanto a lo que “quiere ser” está referido a la particular intención, vocación o tendencia que se tiene por una determinada forma de ser. Puede que se encuentre conformidad o resignación con lo que uno es y en esto, de algún modo coincida lo que quiere con lo que se es. Esto ocurre cuando hay satisfacción con lo que se es. Generalmente, lo que se quiere ser está relacionado con una vocación firme y clara o la búsqueda de un estado de satisfacción total. La mayoría de los casos no coincide lo que se es con lo que se quiere ser y de esto surge la insatisfacción y la frustración que conlleva el desequilibrio de la forma de ser. De ahí surgen las formas de ser inauténticas. La pregunta por el ser de cada uno dependerá en gran modo de la forma en que se vive o se siente. Así, difícilmente un miembro de una tribu cuestione su forma de ser puesto que está condicionado a “ser lo que es” y salvo la mediación de una circunstancias extraordinaria, nacerá, se desarrollará y morirá dentro del marco tribal. Esta es la característica de pueblos y sociedades primitivas. En cambio, otras sociedades más o menos civilizadas, más o menos desarrolladas, dependerán de lo qué es lo que llevó a evolucionar. Si el desarrollo es cultural, ahí el hombre tendrá mayores posibilidades de preguntarse qué es lo que quiere ser o debe ser. Pero si el desarrollo es económico, tecnológico, material, probablemente la tendencia será a preocuparse más por tener que por ser. En las sociedades no desarrolladas las cosas son distintas. Acá puede surgir la inquietud por el modo de ser, pero puede ocurrir que no haya medios para modificar una forma de ser. Tanto en la sociedad desarrollada como en la subdesarrollada, la inquietud por la forma de ser puede surgir de un estado conflictivo. Cuando alguien no se encuentra satisfecho y se siente frustrado, vive en conflicto. Es ahí donde se suelen plantear los interrogantes fundamentales sobre la vida propia y lo que se es. Esto nos muestra que cuando alguien se haya conforme, satisfecho, con lo que tiene y es, no habrá pregunta por lo qué es o debe ser. La dificultad mayor en esta cuestión del modo de ser personal y es la que más se detecta en la humanidad de hoy, es cuando se plantea la circunstancia de un modo de ser inauténtico como es ser demasiado ensimismado, o enajenado o tener una existencia inauténtica que lo lleva a perder el sentido de la vida y del ser. Esto es una verdadera crisis espiritual. El hombre inmerso en esa crisis queda obnubilado para razonar o sentir o hacer o para las tres cosas a la vez o a alguna de ellas. Es acá cuando la inspiración, la intuición o la creatividad personal pueden ayudar a prender una chispa de inquietud para cambiar, o bien, el ejemplo o la palabra de otra persona ilumine o muestre una senda o camino a seguir. Es esta la particular situación a la cual está dirigido este trabajo de ordenamiento espiritual que conlleve a un cambio de la situación inauténtica a una situación más auténtica. Por esto dijimos que al cambio hay que motivarlo y colocarlo primero en el corazón, después en la mente y finalmente 122
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en la voluntad. Si no se estima verdaderamente una cosa u objeto (objetivo o meta), difícilmente se acepte intelectualmente (comprenda) y muchos menos se realice. Nuestra intención es despertar la pregunta, la curiosidad y el deseo de pensar por lo que somos y lo que deberíamos ser. En el caso de no encontrar una concordancia satisfactoria, es ahí donde debe operar la intención de cambio e iniciar el camino de la educación mental. Si se logra el cambio personal contribuiremos a sumarnos a otros que lo intentan y/o lo logran y así tendremos la esperanza de poder provocar un cambio mayor de la humanidad actual. A menos que nos llegue un nuevo redentor y opere milagrosamente para mover deseos y voluntades. La revolución espiritual consistirá no sólo en lograr una mejor forma de ser a través de la formación espiritual en lo personal y en lo general o social. De consistir, en nuestro parecer u opinión, en que si se va a creer en Dios, la fe religiosa estará basada en una convicción profunda y un conocimiento cabal de lo que es ser religioso y no sólo en una manifestación de un sentimiento supersticioso. Pensar sólo lo esencial El pensamiento debe estar dirigido a lo necesario y fundamental y no vagar en la fantasía o utopías, nada más que por jugar con nuestra mente. No debe apasionarse por lo artificial y dañino sino tender a lo natural y beneficioso para uno y los otros. El hombre debe abandonar el uso de su mente para reacciones indebidas. Si quiere razonar y dialogar con otros, a fin de conocer mejor, expresar más cabalmente su sentir y participar con la comunidad en lo constructivo y positivo, deberá evitar usar su razón para mentir y engañar o simplemente dar muestras de soberbia, no dialogando, sino meramente discutiendo para “ganar” e imponer su punto de vista, despreciando o disminuyendo el del otro. Sólo refutar aunque esto no tenga ningún sentido (sofismo). En cambio, si aplico mi mente y mi razón debidamente, buscando la verdad y la comprensión de todo (filosofismo o sabiduría) estaré más cerca del ser auténtico. Esto es la verdadera revolución espiritual: abandonar todo lo inauténtico y dañino o destructivo, para cambiar y adquirir lo auténtico, positivo y constructivo. Mis sentimientos y emociones y mis instintos deben estar supeditados a la inteligencia auténtica. No debo manifestar pasiones insanas. El equilibrio sentimental y emocional no sólo me llevaré a comprender mejor a los otros, a amarlos y ayudarlos, sino que debe provocarme plena satisfacción y alegría, esto es, felicidad. Se debe desterrar el odio, los celos, el rencor o resentimiento, los egoísmos, para dar lugar a una verdadera capacidad de querer y comprender, de cultivar relaciones afectivas y sinceras. Nunca un acto o conducta, regida por la hipocresía, la envidia, los celos o el rencor, será positivo. Cuando intento decir algo será bueno que este decir sea bien formulado, explicado y tan claro para que no deje dudas. La expresión de mis sentimientos y emociones hacia otros debe serlo en el cauce correcto, oportuno y eficaz. Debo aprender a comunicarme conmigo y los otros. Por lo tanto, habrá revolución espiritual si encuentro y conozco qué es lo espiritual y así aprendo a pensar, a sentir y a comunicar. El cambio personal Nunca podré comprender cuál es el valor esencial de mi persona, sino entiendo qué es el valor vida. La vida me ha sido dada a pesar de mis deseos o querencias e, indudablemente, tengo que habérmela con ella, me guste o no. La vida es un don que trasciende toda otra valoración y no una moneda que es permitida gastar de cualquier modo o en cualquier cosa. No es un tributo que yo puedo canjear “a cambio de” otro atributo de cualquier naturaleza. Es un atributo. Pero lo es en el sentido de “algo único e imprescindible” que no puede ser mutado por nada ni a nada. Intentar mutar a la vida es una utopía como pretender que el hombre pueda vivir sin oxígeno (aunque creo que esto es más factible que lo otro). Sin embargo, el llamado “don precioso de la vida” (el regalo de un precio inestimable) puede transformarse en una herramienta milagrosa que obre en mí con un poder inusitado, o mutarse a una condición miserable que me lleve a pensar que es mejor morir que vivir, es decir, algo que no tiene ningún precio (inapreciable), pero en el sentido de la pérdida de todo valor (don desvalorizado). Si no tengo la clarividencia de poseer un don poderoso y magnífico, la herramienta que ninguna 123
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tecnología podrá fabricar, evidentemente no sabré, no podré y no querré valorar ese misterio insondable que no es ya la vida en general, sino mi propia vida. Las opciones esenciales no son muchas. Yo las reduzco a dos: o doy sentido a mi vida, o la despojo de todo sentido. Naturalmente, estoy expresando como sentido, encontrar la valiosidad, la singularidad (algo único en todo el universo e irrepetible, según el clásico aforismo) de esta mi vida. Porque si no es así puedo encontrar el otro sentido, el de moneda desvalorizada que aunque poseo mucho caudal sólo puedo invertir en cosas inútiles y gastar el capital sin haber adquirido nada valioso. Si encuentro el don inagotable de un poder milagroso y maravilloso, de una herramienta extraordinaria con la que puedo inventar cualquier otra herramienta no menos creativa e invalorable, he encontrado la fuente de la sabiduría, la bondad y el amor. Pero si sólo encuentro un tesoro que puedo disponer a mi antojo pero que no invierto para lograr algo superior o mejor, sino sólo por la intención de derrocharlo, usarlo para malgastarlo, sin importarme cual es el resultado, indudablemente sólo encuentro la fuente de la amargura, la frustración, el sufrimiento o peor aún: vivir ausente de mí mismo, sin saber que estoy viviendo. No hay vueltas e insisto: el único sentido de mi vida, está en su justo punto: en lo invalorable que “me sirve” (herramienta) para alcanzar el estado de complacencia conmigo y con el universo que se suele llamar felicidad y que produce ese grato sentimiento llamado placer. El polo auténtico de mi vida no es otro que el amor, la bondad y la sabiduría y si no estoy en el polo correcto, estaré en el polo opuesto: la insensibilidad o bestialidad, la maldad y la más oscura ignorancia de lo esencial. Para estar en el camino debido, no se trata de una mera elección de lo que a mi me gusta, o me parece gustarme, sino de sentir realmente que estoy inmerso en algo que perdura siempre y es inmutable al paso del tiempo y, como un buen vino, mejora cuánto más tiempo pasa. No se envejece en sentido de decrepitud psicofísica, sino el envejecimiento auténtico es el encuentro con la plenitud que aún en un cuerpo aparentemente decrépito, está lleno de una energía inagotable que hace que vivir sea un placer eterno. Y esto no es una utopía de una mente afiebrada o alejada de toda realidad. Es la comprobación total de una experiencia personal y de una lección recibida a través de la historia. Es verdad que he nutrido mi mente con los datos del saber académico y he bebido de las fuentes del conocimiento dado por la escuela, pero también he recogido datos de la vida. Empero, mi mayor logro no proviene de la “experiencia” de la vida, ni de la sabiduría de la ciencia y del libro. Ellos han sido herramientas muy dignas y generosas por ser la llave que abrieron mi mente a la fascinación de la vida. Mi “sabiduría” proviene de la experiencia interior, del encuentro con mi mismidad y la plenitud de esa energía interior maravillosa que sólo puede experimentarse y no describirse ni contarse. Es ahí, dentro de mí, donde reside el misterio de toda sabiduría. El encontrar sólo la punta del hilo del ovillo ya es tan importante porque sólo esa pequeña punta de hilo da un poder indescriptible. Y esa punta de hilo es la que señala las otras fuentes misteriosas del don de la vida como son la benevolencia y el sentimiento del amor auténtico a mi propia vida y persona, de amarme porque he descubierto lo que represento, y, desde luego, al descubrirme también puedo descubrir el misterio de la vida de todas las personas que me rodean, cualquiera sea su condición. Y bien: si soy tan valioso ¿cómo debo “gastar” mi vida? Indudablemente, en forma también valiosa. No puedo, una vez que descubrí mi tesoro interior, pensar y actuar en forma maliciosa, ni despreciar la vida ajena ni hacerme daño, o hacer daño a los demás, o provocar el escándalo. Esto es, estoy en pleno centro de lo que define la palabra ética. Mi vida sólo puede tener una ética basada en el amor a todos, incluyéndome, en una conducta orientada al bien total (evitar el daño y buscar el beneficio propio y ajeno), a la justicia de no quitar nada a nadie sino de repartir equitativamente todo mi capital humano, tanto en lo espiritual como en lo material, en la responsabilidad de cuidarme y cuidar a los otros para preservarlos de todo daño, esto es, de evitar una conducta alejada del bien, de la moral, de la sabiduría y del amor. He ahí el sentido de una vida auténtica. Esto es lo que he experimentado y no enseñó ningún libro. Los libros sólo me ayudaron a confirmar que lo mío no es algo inusitado, sino que es la matriz que todo hombre tiene impresa como verdadero sentido de su vida. Otros me precedieron y otros están aprendiendo y otros vendrán como “iguales a mí”. En esto reside mi convicción de haber encontrado el verdadero camino porque la humanidad me ha enseñado la universalidad y el 124
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consenso total de que lo que pienso es lo correcto. Mi intuición ha coincidido con la experiencia históricamente universal. No soy un engranaje solitario desprendido del maravilloso mecanismo de la vida humana, sino sólo soy una parte de la misma, con una función definida dentro del común bienaventurado quehacer de vivir humanamente. Finalmente, sin más vueltas, el cambio personal concreto es dejar de arar la huella trillada de la rutina de la moda del desconcierto y la insensatez para encontrarme en la búsqueda y construcción del camino debido, del encuentro con mi verdadera esencia como fruto de una búsqueda querida, puesta en marcha con tesón y propósito de no errar. El compromiso sincero de mi voluntad, mi afectividad y mi intelectualidad para no errar mi destino. Y que ese destino no sea fruto de ningún fatalismo, sino el norte elaborado por un proyecto existencial del cual llevo el comando absoluto de comprender, querer y saber hacer. Si comprendo bien, si pongo todo el empeño absoluto de mi voluntad y trato de hacer “lo debido”, ésa será la fórmula del logro también debido. No debo creer nunca que mi vida “ya está dada de una forma irreversible” y que “soy como soy y nada puede cambiarme”, sino debo entender que “soy lo que me he propuesto ser”, “no soy otra cosa porque no quiero serla” y “mi vida es un desastre porque yo lo he consentido”. A quien me dice “no puedo cambiar” siempre lo corrijo con la frase tajante: “dí más bien, no quiero cambiar”. Jaime Barylko sostenía que la mayoría aprende a vivir “de memoria”, es decir, vivir de acuerdo a lo que el mundo le enseña y el memoriza. Yo admiro a Barylko y coincido con él, pero también creo que el fenómeno que más agobia al mundo de este siglo XXI no es vivir “de memoria”, sino “vivir de capricho”. El capricho de creer y de querer “vivir como se me da la gana”. En esto es como regresamos al Cromagnon que nos da también, junto a la naturaleza humana, el don de una naturaleza de bestia. Nos sumergimos en la prehistoria del homínido que no descubierto la inteligencia, ni la comprensión del lenguaje, ni el pulimento del sentimiento humano, sino sólo el instinto de subsistir como el animal biológico que básicamente somos si se nos despoja de la inteligencia. Aprender a pensar y meditar Lo primero que debe hacer todo hombre para empezar un reordenamiento personal y aprender a vivir es lograr manejar su forma de pensar. Esto es muy complejo porque la formación del contenido del pensamiento individual lo es sobre la base del aprendizaje de la instrucción cultural, de los usos, costumbres y creencias, de la educación básica en la familia y en la sociedad en la que convive. Hemos repasado todo esto y llegamos a la conclusión de que todo el entorno del hombre actual de este siglo XXI es muy negativo y por eso debe realizar un esfuerzo para superar todo lo que lo desestructura como hombre genuino. Ordenar el contenido de su pensamiento significa comenzar a repensar todo lo que sabe, conoce o cree para llevarlo a una dimensión más ajustada a la verdad o autenticidad. Debe despojar las cosas de ese cascarón de inautenticidad que los siglos han ido depositando paulatinamente en las creencias y costumbres, para recuperar el sentido natural y real de todas las cosas que le rodean, empezando por sí mismo, su familia y su entorno social inmediato. Para aprender a pensar es necesario saber cómo se debe meditar. Yo ya he tratado el tema de la meditación y la forma de meditar. El pensamiento concentrado que significa la meditación es la base para ayudar a entrenar y ordenar el método o la forma de pensar. La meditación es el medio ideal para elegir el tema o la materia del pensamiento. Cuánto más profunda es la meditación, más profundo será nuestro pensamiento. Aprender a hablar y comunicarse También, como el médico y otros que deseen el cambio, lo primero es ordenar el lenguaje con el que va a pensar. No podrá formar juicios buenos si no tiene palabras para expresarlos ni para formar un conocimiento verdadero o correcto. Lo primero es conocer las palabras que necesita ampliando su léxico pobre, comprender correctamente el significado (semántica y etimología) de esas palabras, antes de emplearlas para hablar o pensar. Esto obliga a leer, a conocer, a consultar el diccionario y, sobre todo, practicar ese “nuevo” lenguaje 125
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personal, obligando a su entorno a hacerlo para poder comunicarse con él. Nadie crea que esto es sencillo. Es una tarea monumental que exige paciente, mucho tesón y práctica. Poseer los diccionarios necesarios y una biblioteca mínima o, en su defecto, adquirir libros en préstamos o hacerse el tiempo de ir a una biblioteca unos minutos al día. Cuando lee algo debe analizar muy bien su contenido y la veracidad de lo que se expone. No hay que aceptar cualquier concepto que no esté dentro de la sensatez. Adquirir el sentido común La estupidez o necedad es el mal mayor que se extiende a más de tres tercios de la humanidad pasada y presente, de modo tal que Erasmo de Rótterdam escribió un tratado sobre ella.93 Siempre se ha mencionado y hablado del sentido común, al cual se le reconoce toda suerte de mérito, pero también como que es el más despreciado y poco tenido en cuenta. Baste citar el aforismo popular de que “es el menos común de los sentidos”. Empezamos desmadejando lo que la frase quiere decir, esto significa, lo que el sentido común es. La RAE incluye once acepciones de la palabra sentido. Nosotros tomaremos sólo aquellas que tienen relación con el sentido común. Empecemos por la primera acepción: “que incluye o explica un sentimiento”. La tercera acepción es la de “cada una de las aptitudes que tiene el alma de percibir, por medio de determinados órganos corporales, las impresiones de los objetos externos”. La cuarta acepción es “entendimiento o razón con que se disciernen las cosas”. La sexta acepción está referida a la “inteligencia o conocimiento con que se ejecutan las cosas”. Finalmente, la séptima acepción nos lleva a la definición de “razón de ser”. En cuanto a común tomaremos sólo dos acepciones: la primera que enuncia “dícese de lo que, no siendo privativamente de ninguno, pertenece o se extiende a varios”. La segunda, referida a lo “corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte”. Pero, también, la RAE se preocupa de darnos una orientación y habla del sentido común como la “facultad interior en la cual se reciben o imprimen todas las especies e imágenes de los objetos que envían los sentidos exteriores”. Hasta acá, el diccionario nos ayuda a comprender algunas cosas, pero es evidente que cuando se trata de dilucidar la esencia de las mismas, a través de la denotación, el diccionario pierde todas las pistas necesarias y no encuentra el lenguaje ajustado. En el caso del sentido común se desvía de toda lógica para dar una denotación que está claramente referida a la facultad mental de la percepción que es la vía común o final del proceso de integración de todo lo que perciben los llamados órganos de los sentidos. En lo único que aparentemente acierta la Academia es en decir que el sentido común es una “facultad interior”. Por lo tanto, es conveniente que empecemos a dar nuestro propio punto de vista, el que integraremos teniendo en cuenta las acepciones que hemos tomado del término “sentido”. Comenzaremos diciendo que como facultad interior es pasible de ser percibido como un sentimiento. Es el sentimiento que nos despierta la particular percepción de los objetos exteriores o interiores, a las cuales sometemos al discernimiento de nuestra razón, para que nuestra inteligencia dé un sentido o significado para conocer las cosas e imprimir una orientación racional a nuestra conducta, esto es, a nuestro “modo de hacer”. Estas conclusiones nos llevarían a la primera impresión de que el sentido común es lo que motivaría nuestro “modo de percibir”, “modo de pensar” y “modo de hacer”, en suma, nuestra “modalidad de ser”. Si es así, queda bien claro la acepción de que sentido común sería la “razón de ser” del hombre. Estas concepciones dan mejor comprensión del término “sentido común” y es lo que realmente le haría ser el sentido “común” a todos los hombres. Teóricamente, tomando las acepciones en forma auténtica, sin más vueltas, el sentido común sería el que define la esencia inteligente del hombre. En consecuencia, sería el sentido de la razón, de lo obvio y de lo necesario. Siempre en forma teórica, sería “el sentido que nos ayuda a vivir correctamente”. La realidad nos lleva a los otros significados del término común. En lo referido al sentido común, lo común es que es admitido por todos o la mayor parte de los hombres, pero sólo se extiende a varios. No a todos. Sólo a algunos. Luego, empezamos con las incongruencias necias: es admitido por todos o casi todos, pero sólo es patrimonio de algunos. 93
EL ELOGIO DE LA LOCURA
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Esto es lo que quiere decirse cuando se expresa como “el menos común de los sentidos”. El verdadero sentido común sería el que llevaría al hombre a expresar su “razón de ser”. Sabemos que el ser del hombre es el “ser inteligente” o racional. Ergo, el sentido común debe ser totalmente racional. No debe admitir lo irracional, en cuanto a conducta se refiere. Como sentido de percepción interior, debe saber percibir lo obvio, aquello que “es lo que es” y no otra cosa. Por ejemplo, si se ve un perro no puede manifestarse que se está viendo a otro cánido o un lobo. Esencialmente, el perro es perro, pero nunca lobo. Sin embargo, la obviedad no es precisamente la guía absoluta de la conducta humana, la cual tiende más a la irracionalidad y al pensamiento mágico o fantasioso que al realismo auténtico. Finalmente, en lo referido a lo necesario, es aquello que “no puede dejar de ser lo que es”. La autenticidad es “ser lo que realmente se es”. La sabiduría es conducirse con prudencia y certeza frente a lo que las cosas son. Este lenguaje puede parecer ambiguo pero dada la cantidad innumerable de cosas que el hombre debe percibir, usar y saber darle sentido, no permite nombrar en forma taxativa todas esas cosas y por eso nos referimos a “cosas” y “esencia” en forma general. Precisamente, la tarea de descubrir “los que las cosas son” es de la inteligencia exclusivamente. Si el hombre no procede en forma racional, utilizando debidamente su inteligencia, comienza la falla o error. Abandonar el uso de la inteligencia es volverse irracional y, así, nunca más se hallará “el sentido de las cosas”. Perderá el sentido interior de la percepción de la realidad (sentido de la realidad) y comenzará a deformar esa percepción. Luego, lo necesario se volverá contingente (aquello que puede ser, o no). Por lo tanto nada es obvio sino “según el cristal con que se mira”. Se cae en lo relativo y se pierde el sentido de lo obvio, lo racional y necesario. La pérdida de esto nos lleva a la relatividad y la irracionalidad, esto es, la necedad o estupidez. En virtud de estos razonamientos hemos resaltado en este parágrafo como el sentido común es la oposición a la necedad o estupidez. El sentido común sería el instrumento o herramienta que todo hombre posee esencialmente, a modo de facultad interior que permite interpretar debidamente no sólo la percepción exterior que llega a través de los sentidos sino también de la percepción interior de todos los fenómenos intelectuales o emocionales conscientes e inconscientes que nos ocurren, para evitar la conducta desviada y manejarse con la conducta racional, correcta, auténtica y sabia. Lo que sería la verdadera “razón de ser” de todas las cosas y sensaciones. La racionalidad nos lleva no sólo a la conducta inteligente, sino al manejo afectivo y emocional contenido y positivo y a la expresión de una voluntad férrea de “hacer lo debido”. Nos impide caer en la irracionalidad de la vida instintiva negativa, de caer en conductas erradas, licenciosas y dañinas para nosotros y los otros. Como sentido es una facultad de percibir, pero no a través de sentidos, sino en forma de sentimiento: sensación de percibir lo obvio, lo correcto y lo necesario en sentido absoluto. Es el nexo interior obligado del pensamiento inteligente con la correcta y simple interpretación de la realidad circundante. Es la visión no distorsiva de las cosas, tal cual éstas son. Despreciar todo esto es abandonar el sentido común. Y este abandono implica, sin dilaciones, renunciar a nuestra condición de hombres para sumergirnos en la abyección de manifestarnos como bestias. La abyección es ser arrojado hacia abajo, en lugar de ser lanzados hacia delante o proyectarnos. El sentido común nos dice que todo hombre debe tener un proyecto de su vida (proyecto existencial) que le permite “saber vivir” en busca de lo positivo, la alegría y el placer. La falta o el abandono del sentido común es todo lo contrario: lo negativo, la tristeza, aburrimiento, abulia, depresión y anhedonia (falta de placer) y una pérdida del sentido de la vida con abandono de todo proyecto. La evasión mental El pensamiento cotidiano, aquel pensamiento que nos ocupa las 24 horas del día en las banalidades rutinarias de la vida diaria, es el que se ocupa de todos los microestresores nuestros de cada día. Tener que levantarse, asearse, comer, ir a trabajar, los problemas del trabajo, las relaciones interpersonales, especialmente con la familia y otros entornos diarios, nuestras propias frustraciones y los distintos puntos de vista que pergeñamos con nuestra mente frente a 127
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las cuestiones que acuden a nuestra atención. Ya sea por las noticias de los medios de información, la inestabilidad social, la contaminación ambiental, la disrupción moral, económica y política, la ritualidad religiosa, etc. etc. Cada cosa que nos atañe personalmente nos mantiene ocupada y preocupada a la mente. El “pensamiento de la preocupación”, base del pensamiento cotidiano, obra sobre la mente como una verdadera muralla u obstrucción obsesiva, pues atrae como imán a la atención y ocupa toda “la zona” mental útil. La “zona” mental efectiva es la que nos permite la creatividad, el pensamiento positivo pero, por sobre todo, es que nos lleva a despejarnos de las cargas mentales negativas y compulsivas u obsesionantes. Toda esa carga cotidiana que bloquea la creatividad y el goce mental, el poder de meditación es lo que constituye la “tribulación mental” que es propia del distrés. La preocupación obsesiva “produce estrés, nubla la razón e impide actuar” (Benson) Saber evadir a ese dique mental de la rutina diaria, es lo que nos permite distendernos mental y físicamente y nos lleva a una “distensión mental”, base de la relajación. ¿Qué es evadir? Es una especie de respuesta de nuestra mente a la evitación del pensamiento cotidiano para concentrar la mente en las cosas y cuestiones realmente auténticas, verdaderas y eficientes. Esto es, generar formas diversas de un rendimiento óptimo de nuestra mente, a tal punto de dar lugar pleno a las ideas creativas personales, las que operan como un verdadero foco de iluminación para darnos “ideas claras” o soluciones mentales para aquellos problemas que “nos dan vuelta en la cabeza” como si ésta fuera un laberinto inexpugnable. Despejar dudas y encontrar la idea justa o lograr el rendimiento mental óptimo es la finalidad del denominado “principio de evasión” mental.94 Benson y Proctor describen al principio de evasión mental como una verdadera técnica que no solo produce ese estado evasivo conocido como “la zona” que hemos aludido. Es el principio en el cual las ideas fluyen en abundancia y surgen del subconsciente todas las respuestas necesarias para los enigmas, cuestiones y dudas por cosas difíciles que nos plantean interrogantes cuyas respuestas son, por momentos, inalcanzables. Cuando se logra el estado evasivo se produce el fenómeno que la gente describe como “me llovió la solución del cielo” o “Dios me iluminó” o “encontré la solución milagrosamente”. La facilidad inesperada al pensamiento brillante creativo y esclarecedor nos asombra y nos deja absortos ante un poder mental desconocido e inusual. La palabra evasión es un efugio,95 es decir, es sinónimo de evitar y, por lo tanto, evadir es, precisamente, “evitar un daño o peligro inminente” pero también significa “eludir con arte o astucia una dificultad prevista”, “fugarse, escaparse”. Estas dos últimas acepciones son las que aplicamos al principio de evasión mental. Lo que se traduce como un apartar, evitar o escapar del pensamiento cotidiano, no permitiendo que éste nos ocupe y preocupe toda la jornada completa. Es abandonar el “debate diario con las preocupaciones personales”. Es detenerse para buscar ex profeso, la lucidez mental. Para redondear más el tema e ir directamente al meollo es “alejarse” de la forma de pensar que hemos adoptado automáticamente para transcurrir cada día de nuestra existencia. Es tomar distancia del proyecto existencial cotidiano y dejar vagar libremente a nuestra mente y pensamiento, sin centrarnos en ninguna cuestión rutinaria. Benson llama a esto “romper el cauce del pensamiento cotidiano” y afirma que esta actitud implica cambios en el sistema nervioso central que son los que impulsan a la calma y a la lucidez o claridad mental. Debemos recordar que la concentración mental del estado del éxtasis, en parte, se debe a que al meditar con la máxima concentración prescindimos de nuestros sentidos y la mente no recibe las influencias sensoriales lo que le deja el campo libre para expandir todo el universo mental libremente. Cuando el hombre se propone romper el pensamiento rígido ritual diario y lograr la intención firma del “yo puedo resolverlo”, es no es obra de algo casual o azaroso sino que la firme voluntad de evadir lo superfluo genera un cambio corporal químico, especialmente en el cerebro: “el cuerpo aumenta la producción del 94
Herbert Benson; William Proctor – EL PRINCIPIO DE LA EVASIÓN (The Breakout Principle), EE.UU. 2002 95 Salida o recurso para sortear una dificultad
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gas llamado óxido nítrico” (Benson). Este autor manifiesta que al principio, la formación de óxido nítrico (NO) en el cuerpo o su incorporación, por ejemplo, con el humo del tabaco, era algo tóxico. Pero desde fines de la década del ’80, varios investigadores encontraron que el cuerpo humano produce NO y que este gas interviene en varios procesos fisiológicos dispares (presión arterial, función eréctil del pene, el proceso de la memoria, etc.) Pero en el cerebro, asevera Benson que los estudios realizados sugieren la evidencia de que el NO es liberado por las neuronas y sería el responsable de los “destellos de lucidez”. A pesar de algunas opiniones que descreen que el NO es una molécula importante en el antiestrés, Benson resalta que desde que comenzó a preocuparse por las teorías del poder de la mente en la oración, la concentración y la relajación, muchos se opusieron a sus postulados. Hoy, muchas de sus afirmaciones basadas en observación de hechos o fenómenos reales, han sido apoyadas por otros autores, especial Dossey96 lo que ha permitido originar el concepto de medicina holística. La concentración para obtener la relajación, apoyada en la evasión mental, en la concepción de Benson puede lograrse con la meditación orientada a eliminar la “estática intelectual, o la carga emocional que impide el pensamiento creativo y las “soluciones obvias”. Quizás otra forma de “calmar la mente” es dedicarse a determinadas labores que ayuden al estado de elevación mental como puede ser manejar una máquina que exija movimientos mecánicos que liberen la atención, oír ruidos agradables (música, murmullo del viento o del agua, canto de aves o insectos, contemplar un campo o jardín, montaña o mar, etc.) Estas actividades permiten aislarse del “mundo”, es decir, de los problemas, obsesiones y compulsiones. Ayuda a superar miedos y frustraciones personales, promueven el olvido de problemas y la generación de ideas brillantes, pensamientos audaces o una mayor eficacia o rendimiento mental. Hay tantas cosas, como la jardinería, una buena mesa en un lugar agradable, estar en un espacio o edificio confortante, solo o bien acompañado, gozar de amistades gratificantes, caminar imbuido por sus propias sensaciones mentales o emocionales, barrer el jardín, planchar, doblar ropa limpia, acomodar una planta, adornar un ambiente. Hay miles de cosas, pero quizás lo que más nos inspire es poder compartir con otros nuestras ideas de cómo liberarse del estrés y que ellos nos ayuden o nos ayudemos mutuamente a hacerlo. La evasión mental no es “nihil novum sub solem” (algo nuevo bajo el sol). Es tan viejo como el hombre mismo puesto que es inherente a él. Sólo hay que proponer y aprender las técnicas suficientes para estimularla, conocerla y lograrla. Es una experiencia humana única y su existencia es imposible rebatirla o dudarla cuando ha tenido lugar o uno se ha dejado llevar por ella. No sólo es un medio antiestrés sino el secreto de la salud, la longevidad y, ¿porqué no?, lo que se conoce como felicidad, armonía y alegría de vivir.
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Larry Dossey – PALABRAS QUE CURAN (Healing Words)
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