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La ruta del gringo Por Antonio Camón Inesperado. Así podríamos definir Perú en casi todos los aspectos. Porque inesperada es su geografía de múltiples bellezas, que van desde la aridez del desierto de Paracas a la generosidad exuberante del Machu Pichu; de las regiones amazónicas a las majestuosas cumbres andinas; de la profundidad del Colca al prístino encanto del lago Titicaca… Porque inesperados son también sus giros –en ocasiones tumbos– históricos, como el vertiginoso auge y caída del Imperio inca, que con aproximadamente un siglo de existencia se propagó a lo largo de la costa occidental de América del Sur a tal velocidad que sólo hallaremos similitudes con su espectacular caída. O la atípica conquista de Francisco Pizarro, que en 1532 tardó menos de una hora en subyugar a los hombres de Atahualpa Cápac en Cajamarca. O la
independencia del imperio español gestada en 1820 cuando el general argentino San Martín, financiado por el estado chileno, desembarcó en las costas de Pisco, por no hablar del sueño psicodélico que acabó materializándose en los colores de la bandera patria… Pero inesperados y crueles son también los sismos que azotan el país, que transforman a golpe de tierra tanto el terreno como sus gentes. ¿Será este el motivo por el que es difícil hallar un lugar en el planeta donde la relación con la tierra, la pachamama, sea tan íntima, intensa y especial como en Perú? Inesperado. Sí. Y por ello inevitablemente rico, diverso, amable, profundo, místico… En Perú cada recodo guarda la posibilidad de una sorpresa, una admiración y una leyenda.
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LIMA
La ruta del gringo que empieza ahora mismo durará unos veintidós días y debe su nombre a la gran afluencia de turistas que la recorren. Constituye la mejor puerta de entrada al país, y no sólo por razones logísticas. Lo es –y esto hace que sea más que recomendable– porque al empezar al nivel del mar podremos ir ganando altura poco a poco, adaptando así nuestro cuerpo de forma paulatina hasta llegar a los cerca de 5.000 metros encontrándonos perfectamente y esquivando el temible soroche (mal de altura). Aterrizamos en Lima, una monstruosa megaurbe en la que viven ocho millones y medio de personas, un 26,6 % de la población total del Perú. Fundada por Pizarro el 18 de enero de 1535 bajo el nombre de Ciudad de los Reyes, fue escenario de las proverbiales disputas entre el extremeño y Diego de Almagro, así como centro de la actividad política, social e industrial desde su fundación hasta nuestros días. Como en cualquier gran ciudad, uno puede encontrar de todo, y tal vez por eso se acabe por no encontrar nada, salvo una desagradable sensación de peligrosidad algo exagerada, sobre todo si paseamos por Miraflores o por el turístico y populoso centro histórico. Es cierto, no obstante, que debemos ser prudentes y mantener las mismas precauciones que en nuestros lugares de procedencia y hacer caso de las recomendaciones de los guías. El primer día en Lima es perfecto para descansar del largo viaje en avión, adaptarse, cambiar euros por nuevos soles (la moneda local) y pasear un poco por el algo deteriorado centro histórico de la ciudad. No conviene quedarse mucho tiempo; lo mejor del viaje aún está lejos y nos esperan horas y horas de carretera en el transporte oficial del país: el autobús. Sin embargo, es más que recomendable visitar la hermosa Plaza de Armas, circundada por edificios de tanto poderío estético como la catedral, el arzobispado –con sus extraordinarios balcones– y la municipalidad. Sin olvidar la popular fuente de la que cada 28 de julio, fiesta nacional, no mana agua sino pisco, bebida y orgullo nacional, además de la próxima parada en nuestro recorrido.
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Pero antes es imprescindible dar un pequeño paseo desde la plaza hasta el cruce de la avenida Nicolás de Piérola y el Jirón de la Unión. Allí encontramos el Hotel Bolívar, el primero que hubo en la ciudad y que, en su día, albergó a presidentes, altos mandatarios y personajes ilustres. Asimismo gozaba del mobiliario más lujoso y los últimos avances tecnológicos de la época, como los dos primeros ascensores que hubo en Perú (uno aún funciona) o la primera radio que se pudo sintonizar en el país. Inaugurado el 9 de diciembre de 1924, su construcción se debe al buen hacer del arquitecto Rafael Marquina (aunque empezara el proyecto Piqueras Cotolí, autor también del diseño de la plaza San Martín) y hoy se alza decadentemente majestuoso. En un primer momento se pensó en llamarlo Hotel Ayacucho, pero el nombre fue desestimado al comprobarse que aquella palabra indígena significaba ‘rincón de los muertos’. Tuvo que ser el mismísimo presidente de la república, Augusto Leguía, quien solucionara el embrollo al asegurar: “Frente a un San Martín no puede haber sino un Bolívar”.
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PISCO
Al día siguiente, desde la Terminal Terrestre de Lima, nos dirigiremos hacia la ciudad de Pisco. Lo haremos montados en autobús, el medio de transporte más utilizado en el país. Hay que tener en cuenta que es preferible contratar los billetes en una compañía como La Cruz del Sur, por ejemplo, en la que encontraremos autocares cómodos con ciertas garantías de puntualidad y seguridad. Uno de los problemas más graves a los que se enfrenta Perú, muy presente en los medios de comunicación locales, es el elevado número de accidentes de compañías de autobuses que no cumplen la reglamentación acerca del descanso de los chóferes ni la puesta a punto de los vehículos. La Cruz del Sur, además de ofrecer servicios que nos harán más llevaderos los trayectos, nos brinda la tranquilidad necesaria para disfrutar del paisaje. Así que paciencia, y a mirar por la ventanilla las casas que se hacinan de repente al borde del desierto, a orillas del mar, y cómo el paisaje, de una aridez extraordinaria, nos acompaña durante horas y horas. Algo cansados, al atardecer llegaremos a la ciudad de Pisco para comprobar que esta ciudad fue especialmente castigada por el terremoto acontecido el pasado 15 de agosto de 2007, una tragedia humanitaria que conmocionó al mundo entero. Es conveniente descansar para seguir aclimatándonos. Podemos dar, tal vez, un paseo por su Plaza de Armas y escoger uno de los restaurantes de los alrededores para degustar el ceviche, el sudado de pescado o alguna que otra recomendación de los múltiples platos de la variada cocina de esta zona, inspirada en el mar y en el desierto.
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ISLAS BALLESTAS De Pisco llegaremos en autocar al puerto del Chaco, desde donde salen las lanchas hacia la Reserva Natural de las Islas Ballestas. Allí nos esperan gaviotas, pelícanos, zarcillos, cormoranes, piqueros, leones marinos y los siempre difíciles de ver pingüinos de Humboldt, una especie de aspecto amable y divertido con una realidad menos alegre: en peligro de extinción. Los últimos estudios estiman que su población es inferior a los 12.000 ejemplares. Hay que aguzar la vista para distinguirlos entre las grietas de las rocas y tener un poco de suerte, ya que no siempre se dejan ver. Pero no sólo la desbordante biodiversidad hace de este recorrido uno de los más ricos e interesantes. Dos aspectos de vital importancia para la zona nos dejarán pensativos y, en alguna ocasión, boquiabiertos. El primero es la industria nacional del guano, el excremento de todas estas aves que habitan las islas, que constituye un recurso natural muy apreciado para la economía peruana. No en vano su extraordinario contenido en nitrógeno hace que las industrias de fertilizantes paguen elevadas sumas de dinero por este oro negro. La segunda peculiaridad de esta excursión es poder observar desde el mar el enigmático Candelabro, el geoglifo que ya los colonizadores españoles admiraron y relacionaron con una señal divina que les daba permiso para evangelizar a las gentes de esas tierras. Sin embargo, aún hoy las hipótesis se suceden y se contradicen. El regreso a tierra será una ocasión inmejorable para pasear por el pequeño paseo marítimo de Chaco y sentarse en una de las terrazas para tomar una Inca Kola, refresco nacional y omnipresente. También podremos saborear las deliciosas tejas de chocolate, dulce de leche, coco, nueces pacanas…
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PARACAS
Después de reponer fuerzas, es hora de adentrarse en la Reserva Nacional de Paracas. Este desierto, de aridez enrojecida, esconde playas de arena, islotes de roca negra y acantilados desde los que se despeña la vista y vuela la imaginación. Lamentablemente, uno de los monumentos naturales más impresionantes de la reserva, la denominada Catedral, quedó muy dañado en el último terremoto, y perdió parte de su esplendor y atractivo estético. Lo que sí podemos contemplar es la bahía de la Libertad, lugar en el que desembarcó San Martín y donde ideó la actual bandera del Perú al tener un sueño en el que unos pelícanos (rojo) sobrevolaban unas nubes (blanco). De ahí que el dicho más popular sobre Pisco sea: “cuna de nuestra bandera, puerta de la libertad”. El interés arqueológico es indudable. En esas tierras se asentó la cultura paracas (700-100 a.C.), pueblo que se caracterizó por su habilidad y virtuosismo en las artes textiles, como demuestran sus mantos de múltiples colores. Para conocer más acerca de esta cultura, y de todo lo que aconteció en el desierto de Paracas, podemos visitar el museo Julio C. Tello, dedicado al padre de la arqueología peruana y gran estudioso de las culturas prehispánicas y preincaicas, como la chavín, la nazca, la tiahuanaco, la pachacámac, la ancón…
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NAZCA Llegamos a la ciudad de Nazca y sus misteriosas líneas, cuya primera referencia aparece en los escritos del conquistador Cieza de León en 1547. Sin embargo, no fue hasta principios del siglo pasado cuando el enigma alcanzó dimensiones mundiales, atrayendo gentes de todo el planeta para contemplar una manifestación única y excepcional en toda la historia de la humanidad. Para contemplar las líneas en toda su magnitud es fundamental hacerlo desde el aire. Como advertencia y recomendación, decir que, si nos ofrecen la posibilidad de ir al mirador, es preferible declinar la invitación y no perder el tiempo. Si no es desde una avioneta, no se perciben los dibujos. Las líneas de Nazca son un espectacular laberinto y amasijo de rectas, espirales, triángulos, cuadrados y dibujos de distintas formas: desde arañas a monos, perros, cocodrilos, lagartijas, loros, cóndores, manos, árboles… Un total de 525 kilómetros cuadrados que nos dejan interrogantes muy difíciles de explicar. ¿Para qué se utilizaban? ¿Qué significado tenían? ¿Cuál era su función? ¿Quién debía verlas? Y, sobre todo, ¿cómo consiguieron hacerlas? Las hipótesis son múltiples. Algunas destacan sobre el resto, como las de la matemática María Reiche y Paul Kosok, que se aventuraron a afirmar que los dibujos tenían un significado astronómico, como una especie de gran mapa celeste en la tierra. Erich von Daniken propuso una teoría más sugerente al asegurar que las rectas, rectísimas, de más de diez kilómetros de largo, no eran otra cosa que pistas de aterrizaje alienígena, y que los dibujos tenían la función de guiar y señalar los distintos caminos. Teorías hay de todo tipo y para todos los gustos. Tendremos tiempo de elaborar una propia de camino a Arequipa, un trayecto largo y algo pesado que es recomendable realizar de noche.
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AREQUIPA Seguimos avanzando en nuestro recorrido, y subiendo en altitud. Nos encontramos ya a 2.398 metros sobre el nivel del mar, concretamente en la ciudad más importante del sur del Perú y la segunda del país en cuanto a su número de habitantes (cerca de 900.000). Es decir, hemos llegado a Arequipa. Tal vez sea por estar rodeada por tres volcanes –el Misti, el Chachani y el Pichu Pichu– que sus habitantes tienen fama de ser políticamente activos, aspecto que le ha valido a la ciudad la designación de El León del Sur. Y ciertamente, a los arequipeños les encanta discutir de todo con pasión, vehemencia y entusiasmo. Incluso la procedencia del nombre de la ciudad es fuente de controversia. Algunos aseguran que se remonta al inca Mayta Cápac, quien dijo “Ari qhipay” (‘Sí, quedaos’ en quechua) cuando su expedición le preguntó si podían establecerse indefinidamente en el valle de Arequipa, en las faldas del volcán Misti. Otros insisten en que la fuente debe buscarse en la expresión aimara ari qhipaya, o sea, ‘detrás del pico’, haciendo referencia al omnipresente y cónico Misti que domina el horizonte arequipeño. Fuere como fuere, la ciudad tiene el sobrenombre de la Ciudad Blanca debido al sillar, la piedra volcánica del mismo color con que están construidas la mayoría de las viviendas de época colonial, así como al color de piel de los colonos que las ocupaban. Lo que es seguro es que es una ciudad de un encanto tranquilo y sosegado, que se disfruta al pasear por su Plaza de Armas, almorzar en uno de sus soportales, entrar en una de sus librerías… Los claustros de la Compañía de Jesús, el complejo cultural Chávez de la Rosa, el tradicional barrio de San Lázaro, la zona residencial de Selva Alegre, el barrio Yanahuara desde donde contemplar un espectacular paisaje coronado por el Misti… Muchas son las visitas que debemos hacer en Arequipa, de las que destacarían: El monasterio de Santa Catalina, un bellísimo complejo religioso en el que un guía, al que se le paga lo que uno considera oportuno, nos contará las distintas fases por las que ha pasado este complejo. Cabe señalar que este gran conventociudad, con sus calles internas que recuerdan a las ciudades andaluzas, fue un claustro cerrado a los ojos de la población durante cuatro siglos.
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La catedral, construida en el año 1621 y parcialmente consumida por un incendio en 1844. Renacida de sus cenizas en estilo neoclásico, en el interior podremos apreciar el retablo mayor de mármol de Carrara, el púlpito de madera hecho en Francia, los retablos de madera tallada recubiertos con pan de oro, un órgano belga que ganó un premio en la Exposición Universal de París… En la sacristía está la capilla de San Ignacio, con murales polícromos que muestran la pomposa flora y fauna tropicales y que conectan el catolicismo de los conquistadores con las peculiaridades andinas. La momia Juanita, también conocida como la bella niña del volcán Ampato, la dama de hielo, la princesa de la nieve… Un mito desde que su cadáver, momificado y congelado, fuera descubierto en perfecto estado en 1996 por Johan Reinhard, a pesar de los cinco siglos que llevaba oculta entre el hielo. La poesía y el misticismo se han encontrado en esta joven que, a los catorce años de edad, fue ofrecida para aplacar las iras de los dioses. En múltiples ocasiones (cuando un emperador iba a la guerra, cuando enfermaba o moría, o cuando se celebraban los festivales de junio y diciembre) los sacerdotes incas decidían suavizar los prontos divinos sacrificando a las niñas más puras, escogidas desde la infancia por su particular perfección física.
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VALLE DEL COLCA Desde Arequipa es sencillo y relativamente económico contratar un trekking de tres o cuatro días por el valle del Colca. Una experiencia que, si bien requiere un cierto esfuerzo físico en algunos tramos del trayecto, es apta para todos los públicos. Además, por si nos flaquean las fuerzas, se pueden alquilar burros para que nos suban por la interminable cuesta de regreso. El viaje acostumbra a empezar en el pueblo de Cabanaconde, donde podemos almorzar en alguna de sus posadas repletas de viajeros asustados al comprobar lo que les queda aún por delante, y otros satisfechos por haber completado la maravillosa caminata. La ruta transcurrirá por la pampa de San Miguel entre una vegetación que duda entre lo andino y lo tropical, formando espectáculos visuales de una belleza difícil de igualar. Entre tres y cuatro horas tardaremos en llegar al fondo del cañón y atravesar el puente colgante de San Juan que nos conducirá al pintoresco pueblo de San Juan de Chuccho, donde podremos dormir en una de las cabañas habilitadas para los viajeros. De noche, sólo hay que alzar la vista para ver un cielo al que parece habérsele derramado el bote de estrellas. ¡Fascinante! Por la mañana seguimos andando para encontrar dos pueblos que al principio del trayecto sólo eran pequeñas manchas en la ladera de la montaña, pero que ahora toman forma con el nombre de Cosnihua y Malata. En ellos comprobaremos que el quechua, los conocimientos ancestrales o los pagos y ofrendas a la pachamama –la madre tierra– y a los apus –los dioses que habitan en los montes nevados– resisten heroicamente el paso de siglos y el avance de las ciencias. Un camino más sencillo nos llevará hasta Sangalle, conocido como Oasis. Después de tantas horas y de tanto polvo levantado del camino, parece un milagro poder bañarse en las piscinas termales de este lugar: agua a 18 ºC que sale de la tierra para contentar al cuerpo. Es bueno dormir en un camping de la zona para retomar fuerzas e iniciar lo más duro del viaje: el ascenso de regreso a Cabanaconde. Desde allí se llega a Chivay para luego visitar la Cruz del Cóndor, a poder ser antes de las nueve de la mañana, pues los cóndores prefieren volar a esta hora para aprovechar las corrientes térmicas que se generan. El espectáculo es majestuoso.
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EL LAGO TITICACA La caótica ciudad de Puno –sobre todo si consideramos su tráfico– será la puerta de entrada a la inmensidad azul del lago Titicaca, topónimo que deriva de dos palabras aimara y quechua: inti y kjarka, o sea, ‘sol’ y ‘peñasco’. Con sus 3.810 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del mundo. Excepcional es la visita a las Islas Flotantes de los Uros, elaboradas con juncos y totora, sobre las que se levantan casas, colegios, pequeños ambulatorios… ¡Y todo ello tomando sólo estos dos materiales como base de las construcciones! El particular arte de ganar superficie al lago lo practican estos pueblos desde hace más de 3.000 años, dicen que para poder vivir en paz y huir de las cruentas conquistas y batallas de la zona. Lo cierto es que durante todo este tiempo la técnica y el espíritu de vivir en armonía y eludir las disputas y peleas han permanecido inmutables. Tanto es así que, cuando una familia se pelea, corta su trozo de isla y se une a otra unidad familiar con la que se lleve mejor. Después de la visita a las islas de totora, nos dirigiremos a la isla de Amantani, ya tierra firme. Al no existir hoteles ni servicios, nos hospedaremos en las casas de los isleños, una manera de practicar un turismo en el que predominan las vivencias más íntimas y auténticas. Nos permitirá estar en contacto con la gente y conocer de primera mano su forma de vida, su cocina, sus tradiciones y sus variopintas opiniones acerca de la política nacional e internacional. Enseguida nos daremos cuenta de su hospitalidad y amabilidad en sus calurosas, aunque ciertamente serenas, bienvenidas. Pero todo cambiará en la fiesta que brindan a los visitantes de la isla: acabaremos bailando alrededor de una hoguera, al son de la música andina y bajo un cielo estrellado. Para cuando nos alojemos en sus hogares, se considera de buena educación traer obsequios para los pequeños de la casa. No hace falta que sean grandes regalos: los lápices de colores y los cuadernos para pintar les encantan, y también pueden usarlos en la escuela.
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Al día siguiente podemos visitar la isla de Taquile para descubrir sus tradiciones textiles y comprobar que, aún hoy, muchos aspectos sociales giran alrededor de este arte. Llama la atención ver que, al contrario de lo que sucede en muchas culturas, son ellos los encargados de tejer mientras que ellas se ocupan de hilar. O el modo en que muestran su estado civil a través de la forma de los sombreros. Si vemos, por ejemplo, a un hombre cuyo sombrero termina en una punta blanca, deberemos tener en cuenta que está soltero y busca dejar de estarlo. Una información sin duda valiosa y que nos muestra la magnitud de la sinceridad de estos hijos del sol que viven en auténtica comunidad compartiéndolo todo, ya sean los problemas, las alegrías o los negocios. Y será en algún negocio de la isla, al que le toque por turno decidido en asamblea, donde podremos saborear una trucha fresca y unas papas antes de bajar los 533 peldaños de la escalera que nos conduce hasta el puerto y que en la ida, en el caso de desembarcar en el lugar apropiado, nos habremos ahorrado subir.
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CUZCO
La leyenda dice que Manco Cápac, el primer jefe de estado inca, junto a su hermana y consorte Mama Ocllo, fueron guiados por el mismísimo dios Inti (el Sol) para que encontraran el lugar exacto en el que edificar la ciudad sagrada de Cuzco. Tal vez sucediera así o tal vez no, pero lo que sí sabemos es que en 1983 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. También sabemos que se le atribuye al legendario Pachacútec el haber convertido Cuzco en el centro espiritual y político del imperio, cuando en 1438, junto a su hijo Túpac Yupanqui, dedicó cincuenta años a la organización y asimilación de las distintas tribus, como los lupaca y los colla. El resultado fue que el poder de Cuzco se expandió hasta Quito, al norte, y hasta el río Maule, al sur, integrando a los habitantes repartidos a lo largo de más de 4.500 kilómetros de cadenas montañosas. No es de extrañar, pues, que sean muchos y muy diversos los puntos de interés de la ciudad y sus alrededores. Aunque, sin duda, de todos ellos podemos destacar el Q’Oricancha y los restos arqueológicos de Q’enqo, así como la fortaleza de Sacsayhuaman, uno de los complejos arqueológicos más impresionantes de la zona, donde gigantescas piedras encajan a la perfección, como en un rompecabezas que fortifica lo que fue uno de los templos más importantes del Imperio inca. O bien el Puca Pucara o Tambomachay, el templo dedicado a la adoración al agua que formaba parte de los ritos purificadores que precedían al ingreso a la ciudad sagrada de Cuzco. En definitiva, un lugar tan rico como sorprendente que merecería todo un especial. Vale la pena pasar varios días en Cuzco y vivir la ciudad con tranquilidad para prepararnos para el punto culminante de nuestro viaje: el Machu Pichu.
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MACHU PICHU Cada vez estamos más cerca del Valle Sagrado, y se deja sentir más su presencia telúrica y misteriosa. Pero antes pararemos en Pisac. Vale la pena visitar el famoso mercado artesanal y seguir hasta las ruinas de Ollantaytambo, una gran fortificación amurallada que detuvo a todas las expediciones bélicas que intentaron alcanzar el tesoro inca. Ni Hernán Cortés no pudo con ella. El río sagrado Urubamba nos acompañará hasta el final del viaje. Dormiremos en el pueblo incaicamente auténtico de Ollantaytambo, donde podremos pasar una agradable velada cenando en uno de los múltiples locales que se agolpan en su Plaza de Armas. Desde allí, muy temprano, tomaremos el tren que nos llevará hasta el valle sagrado del Machu Pichu, que emerge en el paisaje como una aparición. Recientemente, el Machu Pichu ha sido escogido como una de las siete maravillas del mundo moderno, y al pasear por sus entrañas uno comprende la justicia de su inclusión en la distinguida lista. Porque no solamente se trata de la belleza de sus terrazas incas, ni de su monumental concepción, sino también del entorno en el que se levanta o, mejor dicho, yace tranquilo como un puma dormido. Si tenemos suerte y llegamos temprano al recinto, podremos ver cómo el Valle Sagrado se despereza entre las brumas de la mañana para acabar brillando al mediodía. En esos momentos, uno no sabría decir qué brilla más, si las ruinas o el propio sol. Sorprende oír a los guías explicar que no fue hasta el año 1911 que el arqueólogo e historiador norteamericano Hiram Bingham redescubrió la ciudad del Machu Pichu, dándole la importancia arqueológica y arquitectónica que merecía. Desde entonces hasta nuestros días, el Machu Pichu (en quechua, ‘monte viejo’) es uno de los lugares más visitados del planeta. Y si fascinantes son las imágenes que se pueden ver antes de llegar, fascinantes son también las heterogéneas historias que se cuentan del lugar. Poco se sabe de la función del complejo. Algunos sostienen que se trataba de un lugar sagrado, otros que era la residencia de Pachacútec… Parece ser, sin embargo, que las guerras civiles que asolaron el imperio provocaron el abandono del valle. También es más que probable que fuera el lugar en el que se crió el mítico inca Tupac Amaru, el último inca de Vilcabamba que se resistió a los colonos españoles, y con cuya muerte se dio por vencida cualquier resistencia al imperio. Si su vida estuvo envuelta de leyenda, no menos lo estuvo su muerte: al ser ejecutado, los más
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de 15.000 indios que contemplaban impotentes como su última esperanza iba a ser decapitada ensordecieron el cielo antes de escuchar las últimas palabras del hijo del dios Inti: “Ccollanan Pachacamac ricuy auccacunac yahuarniy hichascancuta” (‘Madre Tierra, atestigua cómo mis enemigos derraman mi sangre’). Rememorando esta y muchas otras historias, podemos hacer una extraordinaria y más que recomendable excursión al Huaina Pichu (‘monte joven’), la cima ubicada delante del valle, desde la que tendremos una excepcional panorámica de todo el recinto. El camino es precioso, si bien en algunos tramos deberemos ir con cuidado de no tropezar, debido a los estrechos peldaños de acceso a este monte ceremonial. Sin embargo, las dos horas aproximadamente que dura la caminata son inenarrables. Una vez acabada la visita al Machu Pichu, podemos tomar el autobús que nos acerca al pueblo de Aguas Calientes e ir a sus piscinas termales para desentumecer el cuerpo y relajar la mente antes de volver a casa.
ANTES DE SALIR Vacunas. En la ruta que hemos propuesto no entramos en la selva amazónica, por lo que no es necesaria ninguna vacuna para acceder al país. Eso sí, es recomendable, como en todo viaje, llevar un botiquín bien preparado para casos de emergencia, sobre todo con antidiarreicos. Moneda. La moneda del Perú es el nuevo sol. Un euro equivale, más o menos y dependiendo de la casa de cambio, a cuatro nuevos soles. Idioma. Es un país de trato sencillo en el que la gran mayoría habla en español, aunque en las zonas más inaccesibles dominan el aimara y el quechua.
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De compras. El regateo, sobre todo en los puestos indígenas, es como una tradición. Aunque no esperemos poder rebajar mucho el precio final: normalmente, entre un 10 y un 20 %. Sin embargo, es cierto que si te ven bajar de un autocar de turistas tal vez el margen aumente. Cuándo viajar. La mejor temporada para viajar es de mayo a agosto, cuando las lluvias escasean. En www.trip-peru.com podemos diseñar nuestra propia ruta o seguir alguna ya establecida. Es una página completa y funcional que nos ayudará a aterrizar en el país con algunas decisiones tomadas. Podemos llevar con nosotros algunas lecturas que, a buen seguro, amenizarán las largas sesiones de autobús. Sin embargo, otras las podemos leer en casa para que el viaje empiece mucho antes de poner los pies en Perú: Mario Vargas Llosa, Lituma en los Andes. Editorial Planeta. Garcilaso de la Vega, El Inca, Comentarios reales. Editorial Castalia. Ramón J. Sender, Túpac Amaru. Ediciones Destino. Carlos Villanes Cairo, Los dioses tutelares de los wankas: mitos y leyendas peruanos. Ediciones Miraguano. Alfredo Briye Echenique, Un mundo para Julius. Ediciones Cátedra.
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CÓMO IR
Llegar hasta Lima, el inicio de nuestra ruta, es muy sencillo. Es preferible contratar un vuelo directo, pero la mayoría hace escala en Miami. Una vez en el país, los vuelos internos son más complicados y, por ello, inusuales entre los turistas. En la mayoría de ocasiones los desplazamientos se hacen en autocares. Existen varias compañías especializadas en prestar este servicio, ofreciendo vehículos cómodos y modernos.
QUÉ LLEVAR La temperatura es cambiante; además, al ir ganando altura hace más frío y quema más el sol. Por tanto, es conveniente ir preparado con un equipaje que incluya: un buen anorak; chubasquero; bañador y chanclas para aprovechar las distintas zonas termales que nos encontraremos durante el trayecto; ropa cómoda y, obviamente, que tampoco sea demasiado elegante; buen calzado para el trekking, preferiblemente botas usadas; unas buenas gafas de sol para contrarrestar la intensidad de la luz en algunas zonas. Y además: linterna; prismáticos; un buen repelente para mosquitos; pastillas potabilizadoras de agua; cantimplora.
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NO TE VAYAS SIN PROBAR El mate de coca: infusión de esta planta de tradición milenaria. La chicha: bebida alcohólica fruto de la fermentación del maíz. El ceviche peruano: variedad local de este plato de pescado macerado. La leche de tigre: líquido que se forma por la maceración del pescado con todos los ingredientes. Se toma con cuchara después de saborear un trozo de ceviche. La carne de alpaca: este camélido sudamericano sirve de base para muchos de los platos de la rica y diversa cocina peruana. Y sobre todo, el famoso Pisco Sauer, cuya receta clásica es la del 3-1-1, es decir: tres partes de pisco, una de jarabe de goma y una de zumo de limón. Se pone en una licuadora llena hasta la mitad de cubitos de hielo. Antes de apagar la licuadora se le agrega una clara de huevo para que levante espuma, y se sirve con unas gotas de amargo de angostura.
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