La victoria de la Fe Perseverante. Un estudio de La fe que alcanza las promesas, basado en la epístola a los Hebreos, capítulo 11

La victoria de la Fe Perseverante Un estudio de “La fe que alcanza las promesas”, basado en la epístola a los Hebreos, capítulo 11 Por: Julio César B

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La victoria de la Fe Perseverante Un estudio de “La fe que alcanza las promesas”, basado en la epístola a los Hebreos, capítulo 11

Por: Julio César Benítez B.

Medellín, 2011

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Introducción “Es necesario tener fe”, esta es una de las declaraciones más comunes que escuchamos hoy, no sólo en boca de personas religiosas o ministros del evangelio, sino de médicos, abogados, profesores, sociólogos, psicólogos, entre otros. Con esta frase quieren decir que cierta actitud de confianza en la persona puede influenciarla para mantener un buen ánimo frente a las adversidades o los problemas, de manera que ella logre salir adelante, o al menos, cobre fuerza para continuar en la vida. No hay nada de malo en mantener buenas y positivas actitudes frente a los retos que nos ofrece la vida. Si asumiéramos cada enfermedad, o calamidad, o reto, con una actitud negativa, de derrota, entonces nuestra vida sería miserable. 2

No obstante, siendo que en estos días todo el mundo habla de fe, sin importar el credo, y siendo que las Sagradas Escrituras nos hablan de la “Fe de los elegidos de Dios” (Tito 1:1), entonces, es pertinente aclarar a qué nos referimos con la palabra y con el concepto “fe” que usamos los cristianos. Pero no se trata solo de precisar definiciones, sino de vivir conforme a esa fe.

Descripción general de la fe Hebreos 11:1-3 Introducción La carta o el libro a los Hebreos contiene fuertes llamados de atención para que los creyentes perseveren en la fe en Cristo, que no desmayen ante los diversos ataques y persecuciones que les vendrán por creer en Jesús como su único y suficiente Salvador. Es muy probable que los creyentes, a los cuales se dirige la carta a los Hebreos, estuvieran siendo tentados a abandonar la fe cristiana y retornar al judaísmo. Las persecuciones, los sufrimientos, las falsas enseñanzas de algunos maestros judíos y otros elementos adversos se convirtieron en una especie de caldo de cultivo que estaba llevando a estos creyentes a considerar la posibilidad de retroceder en la vida cristiana. De allí las constantes exhortaciones que nuestro autor hace a sus lectores: “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (2:1, 3). 3

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (3:12). “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (4:1) “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” 4:14). “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la Palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (6:4-6). “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (10:26-27). Si hacemos una revisión minuciosa de todas estas advertencias, y las miramos en su contexto inmediato, encontraremos que todas se enfocan en la perseverancia de la fe en Jesús como el único medio de salvación. Toda la exposición del autor de la epístola a los Hebreos se centra en demostrar que Jesús es superior a todo el sistema religioso judaico: Jesús es superior a los ángeles, Jesús es superior a Moisés, Jesús es el gran sumo sacerdote superior a Aarón y toda la casta sacerdotal, porque Él es sacerdote de la clase de Melquisedec, sin principio, ni fin. El autor de la carta también resalta la exclusividad del sacrificio de Cristo como único medio de salvación efectiva para los creyentes. Al finalizar el capítulo 10 el autor de la carta animó a los creyentes para que se mantuvieran firmes en la fe, sabiendo que “el justo vivirá por fe, y si retrocediere, no agradará a mi alma” (10:38). El justo, es decir, el salvo, depende totalmente de la fe, pues, sin ella es imposible que agrade a Dios. A través de la fe en Cristo el creyente se apropia de Su justicia y ésta le es imputada, por lo cual, goza del favor divino y Dios lo ama, así como el Padre ama al Hijo en el cual tiene complacencia, porque, al creer en Cristo, la santidad de él lo reviste. Por lo tanto, y con el ánimo de ayudar a estos creyentes afligidos, temerosos y tambaleantes, el autor hace un paréntesis en su exhortación, y en todo el capítulo 11 les muestra ejemplos, tomados del Antiguo Testamento, de personas que poseyeron una fe perseverante, y que, a pesar de no haber recibido lo prometido mientras estuvieron en esta tierra, tomaron tan en serio la Palabra de Dios que vivieron y actuaron basados en esas maravillosas promesas. Todo el capítulo 11 nos presenta la fe que persevera hasta el fin, por medio de la cual se alcanza la salvación del alma. La estructura de este capítulo es muy sencilla, y, siguiendo la división del puritano William Perkins, considero que consta de dos partes: 1. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3) 2. Ilustración de esta fe perseverante a través de testimonios y ejemplos tomados del Antiguo Testamento (v. 4-39). Una descripción general de la fe perseverante. Primera parte (v. 1-3). “Es pues, la fe1 la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Es importante notar que la expresión “Es pues” (RV), o “ahora” (KJV), o “ahora bien” (NVI), indica que lo que sigue en este pasaje es la continuación de lo que se acaba de decir. Para entender bien a qué se

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El autor de la carta no trata de presentar una definición concisa y completa de lo que es la fe. Ese no es su propósito. Él quiere presentar ciertas características de la fe relacionadas con la paciencia que espera confiadamente en lo prometido.

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refiere el autor de la carta con “la fe”, de la cual habla en todo el capítulo 11, es necesario tener en cuenta lo que precede inmediatamente al versículo 1 y que se encuentra unido con la expresión “ahora pues”. En la última parte del capítulo 10 el autor exhortó a los lectores para que no dejen de congregarse, para que se ayuden mutuamente con el fin de mantenerse firmes en la fe cristiana, para que eviten cualquier postura que los inicie en el camino de la apostasía y, para que miren las terribles consecuencias que vendrán sobre los que abandonan la fe en Cristo. Luego les dice a sus lectores que recuerden las tribulaciones y angustias que ya han sufrido por causa de Cristo, y les anima a seguir sufriendo con paciencia, pues, la promesa se alcanza solo por aquellos que perseveran hasta el fin. Al finalizar el capítulo 10 el autor alienta a sus lectores aún más para que perseveren firmes en la fe, a pesar de las tribulaciones que esto conlleva, porque está muy cercana la promesa del retorno de Cristo para dar completa salvación a los que confían en él. Si han esperado tanto, entonces deben esperar pacientemente un poco más. Y luego concluye su exhortación diciéndoles que los justos viven por fe, y a través de esa fe ellos no retrocederán para perdición sino que perseverarán para preservación de sus almas. Luego, en el capítulo 11, el autor describe cómo es esa fe que persevera hasta el fin para salvación del alma, dando una serie de ejemplos tomados del Antiguo Testamento. Este capítulo puede ser considerado como un paréntesis en la enseñanza general de la carta, pues, luego, en el capítulo 12, el autor de la carta continúa con su exhortación y anima a los creyentes para que sigan corriendo con paciencia la carrera que tienen por delante (v. 1) “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (v. 2). El autor empieza diciendo “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera”. En el Nuevo Testamento, la palabra “fe” es polisémica, es decir, tiene varias acepciones: 1. En algunas ocasiones, “fe” significa una declaración o confesión doctrinal: “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba” (Gál. 1:23). 2. En otras ocasiones, la “fe” significa creer de manera personal y sincera en Jesús. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). 3. También en el Nuevo Testamento la “fe” puede significar confianza en que Dios hará un milagro, esperanza de que algo futuro vendrá, entre otros. Ahora, el autor de Hebreos, en este capítulo, da a la fe el significado de una total confianza que es depositada en Dios, en sus promesas, en su Palabra, y de manera especial, en Jesucristo como el Hijo de Dios y el único medio suficiente para dar salvación eterna al hombre. El autor bíblico contrapone dos elementos adversos en esta carta: La fe, versus la incredulidad o la apostasía. Lo opuesto de la incredulidad es la fe, lo opuesto del pecado de la apostasía es la virtud de la fe. Lo opuesto de rechazar a Cristo de manera consciente (apostasía) es la fe perseverante en él como Salvador. Y esta fe perseverante no es cualidad de unos pocos creyentes. Los múltiples ejemplos que el autor presenta en el capítulo 11 evidencian que esta es una característica de los que verdaderamente han conocido al Señor. El autor de la carta dice que esta fe perseverante es la plena certeza de lo que se espera. El Catecismo de Heidelberg, redactado por Zacarías Ursino, define así la fe de: “La verdadera fe, creada en mí por el Espíritu Santo por medio del Evangelio – no es solamente un firme conocimiento y convicción de que todo lo que Dios revela en su Palabra es cierto, sino también una certeza profundamente enraizada de que no solamente a otro, sino también a mí, me han sido perdonados los pecados, que he sido reconciliado por siempre con Dios, y que se me ha concedido la salvación. Estos son dones de pura gracia obtenidos para nosotros por Cristo”2.

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Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 364 (citando al Catecismo de Heidelberg).

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La palabra “certeza” que se usa en la Reina Valera, también puede ser traducida “estar seguro” (es, pues, la fe el estar seguro de lo que se espera), y en algunas versiones se le traduce como “sustancia3” (Es pues, la fe, la sustancia de lo que se espera), tomada de la palabra griega hypostasis4, que usa el autor en este versículo. Si usamos la palabra certeza, hablamos de la confianza subjetiva del creyente. Es como decir: Si estoy seguro de algo, entonces tengo certeza en mi corazón. Esto es algo que está arraigado en el creyente. Pero si usamos la palabra “sustancia”, entonces estamos hablando de la certeza como algo objetivo, que está fuera del creyente. La sustancia es algo con lo que el creyente puede contar. “Una traducción lo formula así: ”5. “Es, pues, la fe la certeza6 de lo que se espera”. La fe verdadera está segura y confiada en lo que esperamos, es decir, en la esperanza. Y ¿qué es lo que esperamos los creyentes?: Todas las cosas que la gracia de Dios ha prometido para sus hijos, todas las promesas del Evangelio, que nos llevarán a la completa redención y la glorificación futura. La fe es como un ancla que se afirma con seguridad inamovible en la esperanza de la salvación completa que recibiremos por los méritos de Cristo y gozaremos para siempre en la comunión perfecta con Dios. La fe genuina no se angustia o desespera porque no puede ver lo que se le ha prometido, pues, de lo contrario, no sería fe. La fe no puede separarse de la paciencia. “No alcanzaremos la meta de la salvación sin paciencia, pues el profeta declara que el justo vive por fe; empero la fe nos dirige a las cosas que están lejos y que aún no disfrutamos; entonces ésta necesariamente incluye paciencia”7. En esta vida, el creyente recibe muy poco de lo que espera, porque su fe debe ser ejercitada y de la única manera que ella se desarrolla es no recibiendo de inmediato todo lo que espera, sino, aguardando confiadamente y sin desmayar, a pesar de no recibir instantáneamente lo prometido. Esto es lo que dice Pablo al respecto: “… nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve ¿A qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Ro. 8:23-25). “Es, pues, la fe… la convicción de lo que no se ve”. Las palabras certeza y convicción son sinónimos en este pasaje. Lo que en suma nos dejan ver estas dos expresiones es que la fe tiene una plena certidumbre en la esperanza. Es una profunda convicción interna que no será quitada o suprimida por nada, ni por las pruebas, ni por los sufrimientos, ni porque no llega lo que se espera. “El creyente está convencido de que 3

“Esta palabra griega, que etimológicamente quiere decir sub-stantia, lo que está debajo, lo que sirve de base y fundamento, significa lo que da base y realidad subsistente a las cosas que esperamos. Si en geología puede significar “sedimento”, y en filosofía el sujeto de los accidentes, o sea la substancia, la naturaleza de los individuos, en esta carta a los Hebreos (3:14) ha adoptado el significado de lo que está en el fondo del alma, con el sentido de seguridad, confianza y garantía de las cosas que se esperan. En el Griego clásico, y también frecuentemente en el griego de los LXX, significa asimismo lo que en latín quiere decir “substancia”, entendido este término por hacienda, posesión y por derecho de posesión. Por esto algunos entienden por hypostasis, la posesión anticipada y garantía de lo que va a venir. No pocos traducen “expectación firme” o “confianza anticipada”. Otros, siguiendo a los padres griegos, entienden que la fe es lo que da subsistencia a los bienes celestes en nuestra alma, lo que nos da seguridad de su existencia, y como que ya nos los hace ver. Por esto algunos han traducido “actualización” de los bienes celestes. Para Santo Tomás, como “substancia” es el primer principio de la cosas, la fe “substantiarerumspedarum” es su primer principio o “prima inchoatiorerumsperadarum”, es decir, el primer principio de la vida eterna”. Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 612 4 La mayoría de comentaristas prefieren traducir la palabra Hypostasis, en este pasaje, como certeza o confianza, tomando como ejemplo el sentido de la traducción de la misma palabra en 3:14 5 Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 365 6 La palabra griega que se traduce como certeza también se empleaba en un sentido técnico, significando “título de propiedad”. 7 Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 233

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las cosas que no puede ver son reales. Sin embargo, no toda convicción es igual a la fe. La convicción es equivalente a la fe cuando prevalece la certidumbre, aunque la evidencia esté ausente. Las cosas que no vemos son aquellas que tienen que ver con el futuro, el cual a su tiempo se transformará en presente. Aun aquellas cosas del presente, y ciertamente las del pasado que están más allá de nuestro alcance, corresponden a la categoría de lo que no vemos”8. ¿Qué es lo que no vemos, a lo cual se aferra la fe del creyente? La completa redención, la glorificación futura. Pero la fe verdadera está tan convencida de que esto es algo seguro para el creyente que ahora, en nuestro caminar por el desierto de este mundo y en medio de las aflicciones que nos producen el pecado, Satanás y el mundo, vivimos como si ya tuviéramos lo que esperamos; y por eso nada puede quitarnos de manera definitiva el gozo que produce sabernos glorificados, en fe, y viviendo para siempre en la misma presencia del Soberano Dios. Como dijo F. F. Bruce “… en la época del Antiguo Testamento, hubo muchos hombres y mujeres que no tenían nada más que las promesas de Dios sobre las cuales descansar, sin ninguna evidencia visible de que estas promesas tuvieran cumplimiento alguna vez; sin embargo, estas promesas significaban tanto para ellos que regularon el curso entero de sus vidas a la luz de ellas. Las promesas estaban relacionadas con un estado de cosas pertenecientes al futuro; pero esta gente actuó como si ese estado de cosas ya estuviera presente, porque estaban muy convencidos de que Dios podía y quería cumplir lo que había prometido. En otras palabras, ellos fueron hombres y mujeres de fe. Su fe consistió simplemente en confiar en la Palabra de Dios y dirigir sus vidas de acuerdo con ella; por lo tanto, las cosas futuras en cuanto a su propia experiencia eran presentes para la fe, y cosas que no se veían externamente eran visibles para los ojos interiores”9. La fe son los ojos espirituales del creyente, y así como somos convencidos de lo terreno por las cosas que nuestros ojos físicos ven, somos convencidos de las verdades espirituales, las cuales son invisibles, a través de los ojos de la fe que miran las promesas de la gracia. Los ojos físicos nos convencen de las cosas que pertenecen a lo visible, pero la fe nos capacita para ver el orden de lo invisible. Como dice Calvino, la fe se afirma o planta su pie con confianza en las cosas ausentes, que casi están fuera del alcance de nuestra comprensión. La fe es la convicción, la evidencia o la demostración de las cosas que no se ven; es lo mismo decir que la fe hace aparecer o ver las cosas invisibles, las que esperamos, las que todavía no son, pero son tan ciertas para nosotros que ya las vemos como nuestra posesión total. Es en este sentido, hablando de la completa salvación del creyente desde el principio hasta el fin, que el apóstol Pablo dice: “…a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:30). Aunque ya hemos sido predestinados, llamados y justificados, la glorificación es aún futura, no la estamos viendo. Nuestros cuerpos aún llevan la semilla de la muerte, y más pronto de lo que pensamos, estarán sepultados en la fría tierra. Pero la fe se apropia a tal punto de las promesas que el apóstol nos ve como si ya estuviésemos glorificados. La fe perseverante anticipa como propio lo que aún no vemos. “La fe es una actualización del anticipo del alma. Es el ojo del alma que nos permitirá vivir en el disfrute presente de las cosas que no se ven. Penetra el velo de los sentidos y hace que las cosas invisibles se hagan reales y tangibles; pasa más allá de las vicisitudes del tiempo y se aferra a las bendiciones del futuro eterno. Es una activa convicción que mueve y moldea la conducta humana. La fe bíblica es la obediencia confiada a la Palabra de Dios a pesar de las circunstancias…”10 Aplicaciones - La fe no se arraiga en lo que vemos, sino en lo que no vemos. La fe tiene la plena certidumbre de que lo prometido por Dios para nuestras almas es inamoviblemente seguro. La fe tiene una confiada seguridad en las promesas divinas. Aunque a veces no nos sintamos perdonados, o que no somos nuevas criaturas, o 8

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 366 Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 280 10 Morris, Carlos. Comentario Bíblico del Continente Nuevo. Hebreos. Página 108. 9

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que el Espíritu de Dios no está en nosotros, o que no vamos camino al cielo, o que no gozamos del favor divino, la fe toma como suyo propio lo que ha prometido Aquel en el cual ella está puesta. Pero no se trata de una fe superficial, no, la fe verdadera es interna, profunda, arraigada en Cristo. Ella no mira ningún mérito alguno en el individuo, sino que se despoja de toda autoconfianza y mira con total dependencia a Cristo, sabiendo que solo de él procede toda esperanza. ¿Tienes esta clase de fe? Si no puedes responder afirmativamente con plena convicción, entonces clama al Señor para que te el don de la fe. Recuerda que esta clase de fe perseverante no es producida por el hombre, no puede gestarse a través de técnicas o meditación especial. No, esta clase de fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, que nos es dado solo por Gracia. Esta fe que procede del cielo es la que nos lleva a apropiarnos de Cristo como nuestro único y suficiente Salvador. Si has acudido así a Cristo, entonces tienes la fe sobrenatural que procede del Altísimo, y solo te queda continuar alimentado esta fe por medio de la Palabra de Dios, de sus promesas y de los ejemplos que encontramos en ella, y que estaremos estudiando en todo el capítulo 11 de Hebreos. - Aunque la fe no es irracional, y no es un paso en la oscuridad o en el vacío, sino que se posa sobre las promesas seguras de la Palabra de Gracia, no obstante, ella es misteriosa y sobrenatural pues está convencida de cosas que aún no podemos ver con nuestros ojos físicos, de cosas que parecieran ser contradictorias, “porque el Espíritu de Dios nos muestra las cosas ocultas, cuyo conocimiento nuestros sentidos no pueden alcanzar: Se nos promete la vida eterna, pero dicha promesa se hace a los muertos; se nos asegura una radiante resurrección, pero todavía estamos envueltos en podredumbre; somos declarados justos y sin embargo el pecado mora en nosotros; se nos dice que somos dichosos, y no obstante, estamos aún entre muchas aflicciones; se nos promete abundancia de todas las cosas buenas, y a pesar de ello padecemos hambre y sed; Dios declara que vendrá pronto (a nosotros), y no obstante parece sordo cuando clamamos a él”11. De manera que la fe alimenta nuestra esperanza, conduciéndonos a ser pacientes en medio de las pruebas y del caminar por el desierto de este mundo, nutriéndonos con la Palabra de Dios, la cual nos asegura que pronto reinaremos con él. Por lo tanto, hermanos, no desmayemos en medio de las tribulaciones, dudas, confusiones y angustias de la vida terrena. Mantengamos la mirada puesta en aquel que nos ha hecho preciosas promesas y que con total seguridad un día nos dará lo que prometió.

La fe perseverante 11

Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 234

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Descripción general de la fe. Segunda parte Por la fe se alcanza el favor divino Hebreos 11:1-3 Introducción En la introducción del capítulo 11 el autor de Hebreos nos presentó varias características de la fe perseverante. Él nos dijo que la verdadera fe, la que es un don de Dios y por medio de la cual nos asimos de la gracia salvadora (Ef. 2:8), no es una mera especulación de algo desconocido, sino que ella es plena certeza, absoluta certidumbre de recibir lo que esperamos, aunque en el momento no lo estamos viendo. La fe que se opone a la incredulidad, y que nos libra del camino de la apostasía, es férrea convicción en las promesas divinas, aunque por el momento no estemos viendo plenamente su cumplimiento. Podemos resumir las características de la fe perseverante, que el autor mencionó en el verso 1, con las palabras del pastor y predicador Arthur Pink “La fe cierra los ojos a todo lo que se ve y abre sus oídos a todo lo que Dios ha dicho. La fe es una convicción poderosa que está por encima de los razonamientos carnales, los prejuicios carnales y las excusas carnales. La fe aclara el juicio, moldea el corazón, mueve la voluntad y reforma la vida. La fe nos quita las cosas terrenales y las vanidades del mundo, y nos ocupa en las realidades espirituales y divinas. Se llena de valor contra el desaliento, se ríe de las dificultades, resiste al diablo y triunfa sobre las tentaciones. Lo hace porque une al alma con Dios y toma su fuerza de él. Así, la fe es una cosa completamente sobrenatural”. Ahora en los versos 2 y 3 el autor prosigue mostrándonos dos características adicionales de la fe perseverante: 1. Por la fe se alcanza el favor divino. V. 2 2. Por la fe se aprehende12 lo que está por encima de la razón. V. 3 Analicemos el versículo 2. 1. Por la fe se alcanza el favor divino. “Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos”. La palabra inicial porque de lo que se dijo en el verso 1, es decir, la fe es el medio por el cual alcanzaron buen testimonio los antiguos. Ya hemos visto que esta fe se caracteriza por una confianza plena e incólume en la Palabra de Dios, en sus promesas, y especialmente en caminar confiadamente a través de las vicisitudes de este mundo, teniendo la absoluta certidumbre de que Dios cumplirá su propósito de salvación en nosotros. Esta clase de fe fue la que caracterizó a los antiguos, y también la que caracteriza y caracterizará a los santos de todos tiempos. Con el fin de comprender mejor este pasaje, hagámosle dos preguntas: ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? y ¿Quiénes son estos antiguos? Empecemos respondiendo la segunda pregunta. Literalmente el texto dice “los ancianos”, refiriéndose con ello a los mismos antepasados que mencionó en el capítulo 1, versículo 1 (“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas”); pero, de manera más clara, el término ancianos, antiguos o antepasados se refiere al listado de personajes que el autor nos presentará en todo el capítulo 11, el cual no es exhaustivo sino que nos muestra cómo la fe modeló el estilo de vida de los creyentes en el Antiguo Testamento. Siendo que en los próximos versículos analizaremos de manera particular a cada uno de los personajes antiguos mencionados por el autor de la carta, entonces no profundizaremos más, por ahora, en este tema. La fe que se convirtió en el norte y guía de los antepasados en la historia del pueblo de Israel, es la misma fe que caracteriza hoy a los creyentes. Ahora pasemos a la segunda pregunta ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? Esta expresión significa “ser aprobado”, es decir, los creyentes del Antiguo Testamento o de la antigua dispensación recibieron 12

Aprehender (no confundir con aprender) significa asimilar o llegar a entender algo. Son palabras sinónimas de aprehender: Captar, asimilar, percibir, comprender, entender, concebir, discernir.

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aprobación divina y fueron alabados por Dios a causa de su fe. Esta será la característica principal de todos los personajes que el autor nos mostrará en la lista del capítulo 11. Todos ellos recibieron testimonio de ser aprobados por Dios, no por las obras, sino por la fe. Abel alcanzó buen testimonio, o fue aprobado por Dios, a causa de la fe (v. 4); de la misma manera, Enoc tuvo testimonio de haber agradado a Dios, en virtud de la fe (v. 5). No solo estos dos recibieron testimonio de ser aprobados por Dios a causa de la fe, sino que el verso 39 afirma que todos los personajes mencionados, y de seguro todos los santos del Antiguo Testamento, “alcanzaron buen testimonio mediante la fe”. No fue mediante la fe en la fe, como enseñan los falsos profetas de la teología de la super-fe y la palabra de poder, sino de la fe puesta en la Palabra de Dios y especialmente en Jesús, el Mesías, que vendría para obrar la completa redención. Esto es algo que nunca debemos olvidar. La verdadera fe que agrada a Dios es aquella que persevera férreamente confiada en Jesús. El propósito que tiene el autor de la carta al presentarnos estas características de la fe, y darnos ejemplos de cómo la fe moldea la vida de los creyentes, no es otro sino el de animarnos y exhortarnos a nunca caer en la incredulidad o en la apostasía, de manera que siempre estemos depositando nuestra fe en Jesús. Esta será la conclusión práctica que el autor extraerá de todo este capítulo: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (12:1-2). En el versículo 6 nuestro autor dirá que la fe es el medio por el cual agradamos a Dios, de manera que “…las realidades que expresa la palabra, y su sustancia por la fe, son tan convincentes, que los antiguos se acreditaron en ella e hicieron de la fe la razón fundamental de su existencia. Por esta clase de fe los antiguos recibieron la acreditación divina del beneplácito de Dios con ellos…”13. Este buen testimonio alcanzado por los antiguos no procedió de los hombres, sino de Dios, puesto que es preciso “agradar a Dios” (v. 6). Fue Dios quien dijo de Job “…y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8). La aprobación que recibió Job es la misma aprobación que recibieron los creyentes en el Antiguo Testamento y la que reciben los creyentes en la era cristiana. El Espíritu Santo testifica de Enoc: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. (Gén. 5:24). Dios dijo de David que era “…un varón conforme a su corazón” (1 Sam. 13:14). El Señor también testificó que Abraham era su “amigo” (2 Cr. 20:7). No esperamos la aprobación de los hombres, ni la gloria de ellos, sino la aprobación divina. La gloria o alabanza que procede de Dios es la única que realmente importa en esta vida y en la eternidad: “Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Cor. 10:18). Este testimonio no solo está escrito en los cielos sino que el Señor lo implanta en el corazón de cada uno de sus hijos. Si tenemos la verdadera fe perseverante “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). Ahora, ¿Por qué son alabadas o aprobadas estas personas? No por sus obras, sino por la fe, y no por la fe en la fe, sino por la fe en Dios, la fe en su Palabra, la fe en Cristo, la fe que recibe la gracia ofrecida solo con base en la obra y en el sacrificio perfecto de Jesús. Los creyentes del Antiguo Testamento no fueron aprobados (justificados) por las obras, sino solo por la fe. Todo lo que ellos pudieron hacer, todos los servicios que rindieron al Señor, todos los sufrimientos y vejaciones sufridos fueron el resultado de una sola cosa: La fe. La fe en la Palabra de Dios fue la base de su santa obediencia, de su excelente servicio y del paciente sufrimiento que soportaron por la causa del Reino. Si los creyentes Hebreos querían identificarse con la religión de sus padres, la de los antiguos hebreos, entonces era necesario que ellos perseveraran en la fe verdadera que se aferra a la Palabra de Dios, a la palabra del evangelio. Algunos creyentes hebreos eran tentados a regresar al judaísmo, a practicar las ceremonias del Antiguo Testamento, a hacer sacrificios de animales por el pecado, a volver a depender de la mediación de sacerdotes humanos. Pero si ellos hacían eso estaban mostrando que no 13

Pérez, Samuel. Hebreos. Página 616

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tenían la fe verdadera que caracterizó a los creyentes antiguos de Israel, los cuales no vieron en esos sacrificios, ceremonias y mediaciones, la base de su salvación, sino que se mantuvieron mirando con fe al prometido Salvador y Mesías, el cual, cumplido el tiempo, vino a la tierra y dio su vida en rescate de los pecadores. El autor ha demostrado, a través de la carta, que todas las leyes ceremoniales, los sacrificios en el altar y la mediación de los sacerdotes, no era más que sombra de lo que Cristo haría de manera perfecta con su vida, obra y muerte en la Cruz. De manera que si los creyentes del Antiguo Testamento vivieran en la época del Nuevo, ellos no practicarían ninguna de las ceremonias antiguas, ni sacrificarían animales, y si los sacerdotes del antiguo templo judaico vivieran hoy, se rasgarían sus vestidos sacerdotales, se quitarían los adornos de la cabeza, y se avergonzarían de ser llamados sacerdotes, y se postrarían ante aquel que es el verdadero sacrificio, el verdadero santuario y el verdadero sacerdote, y no aceptarían que se les llamara así. Cuando el autor dice que los antiguos creyentes fueron aprobados por Dios por la fe, está afirmando que todos los creyentes, tanto en la antigua dispensación como en la nueva, han sido, son y serán salvos solo mediante la fe. Nadie fue salvo por obras. Tal como dice el apóstol Pablo: “Ya que por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Ro. 3:20). “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la Ley” (Ro. 3:28). “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley, por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado” (Gál. 2:16). La fe es el medio que Dios usa para aceptarnos como Hijos suyos. “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Ella no es la fuente de la salvación, sino el medio que recibe la gracia de Dios. La fe no es algo nuevo, de esta dispensación, sino que la fe ha sido implantada por Dios en los corazones de los creyentes desde Adán y Eva, y así será hasta que el último de los escogidos sea salvo. Por medio de la fe Abel se apoderó de Cristo, así como lo hacemos nosotros hoy. Con la diferencia que Abel podía ver a Cristo a través de sombras (los sacrificios) y ahora nosotros lo vemos claramente. 2. Por la fe se aprehende lo que está por encima de la razón. V. 3 “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que ve fue hecho de lo que no se veía”. En este verso, el autor de la carta, prosigue describiendo a la fe perseverante. Esta fe, aunque está puesta en cosas que no ven (como ya se dijo en el verso 1), no obstante, ella no es vana y no se quedará sin fruto. En el tiempo indicado por Dios esta fe, puesta en lo invisible, verá cómo se hace visible todo lo que Dios nos ha prometido en su Palabra, porque la Palabra de Dios tiene el poder para traer a nosotros esas cosas que no vemos. El verso 3 es considerado por algunos comentaristas cristianos (Simon Kistemaker entre ellos) en el primer ejemplo del Antiguo Testamento que el autor presenta para demostrar lo que es la fe; mientras que otros (como Arthur Pink) creen que este verso forma parte de las características de la fe que el autor mencionó ya en los dos primeros versos. Particularmente considero que el verso 3 puede ser considerado como una transición entre la sección de los dos primeros versos, y la sección de los ejemplos que van desde el verso 4. El verso 3 aún presenta características de la fe verdadera, aunque usa un hecho tomado del Antiguo Testamento. No habla de la fe particular de un personaje sino de una acción ejecutada por Dios en la cual nadie estuvo presente, ningún hombre, y no obstante se nos manda a aceptar ese hecho por la sola fe. Ni la ciencia, ni la filosofía, han podido determinar de manera segura y clara cómo surgió todo lo que existe. El origen del mundo sigue siendo un misterio para los hombres de ciencia. Muchas teorías se han presentado para explicar el origen de las especies y del cosmos pero no están libres de muchos problemas; la ciencia versa sobre cosas que pueden ser probadas en el laboratorio pero nadie puede probar científicamente cómo 11

fue la creación, puesto que esto sucedió hace muchos miles de años. Todas las teorías científicas y filosóficas son solo conjeturas. Pero el hombre de fe, aunque no logra entender todas las cosas de la creación, sabe, por medio de la fe y no porque estuvo presente, que este mundo material surgió de lo que no se veía, de lo invisible, es decir, de Dios. El poder de la Palabra (Rhema)14 de Dios, creó todas las cosas. Cuando el autor bíblico dice “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo…” quiere afirmar que la fe no está separada de la razón. La fe le permite a la razón comprender cosas que están más allá de la ciencia. La fe no está en contra de la razón, cuando esta ha sido influenciada y renovada por el Espíritu de Dios. La razón caída es la que no puede comprender las verdades espirituales porque está muy afectada por el pecado. La fe no es una confianza ciega en la Palabra de Dios, sino una persuasión inteligente de su veracidad, de su sabiduría y de su belleza. A través de la revelación bíblica podemos comprender algunas cosas de cómo fue constituido y organizado el universo: a. Que el mundo no es eterno, ni se creó a sí mismo, sino que un poder externo al mundo mismo fue quien lo generó. b. Que ese poder externo fue quien ordenó toda la creación, y que el orden que encontramos en el universo no fue producto de la “todopoderosa” evolución. c. Que ese poder externo no es una fuerza ciega o impersonal, sino Dios. d. Que el Todopoderoso y Sabio Dios hizo el mundo con gran exactitud y dispuso cada elemento para que cumpliera con el propósito divino, de manera que todo lo creado expresara las perfecciones de Dios. e. Que Dios hizo el mundo por su Palabra y por su excelsa sabiduría, a través de su Eterno Hijo, quien es la Palabra encarnada y creadora. f. Que todo lo creado no surgió de otra cosa creada, sino que procedió de un poder invisible y externo al mundo mismo. La fe cristiana es racional puesto que, a diferencia de las muchas teorías “científicas”, no creemos que el mundo es eterno, o que surgió de la nada, porque como dice la máxima filosófica “De la nada, nada sale”. El mundo procedió de Dios, quien es eterno; pero no solo surgió de Dios sino que él mismo lo diseñó y organizó. Nadie estuvo presente pero, por fe en la Palabra revelada de Dios, comprendemos el origen del universo. Así como por fe aceptamos el origen del universo por la sola Palabra de Dios, quien habló y las cosas fueron hechas, también debemos aceptar que ahora no estamos viendo nuestra completa redención, ni el cielo ni la tierra nuevos; ahora no estamos viendo que reinamos con Cristo, no estamos viendo la gloriosa realidad del reino de Cristo pero, por fe, tenemos la plena certeza que eso, que ahora permanece invisible para nosotros, se hará realidad y visible, no por nuestra palabra, o el Rhema humano, sino por el poder de Dios. Aplicaciones - Los que tienen el poderoso y buen testimonio del Espíritu Santo en sus corazones no desmayan a causa de los reproches del mundo, pues su gloria es la confirmación que Dios da a sus corazones de ser hijos de Dios, de ser justos, rectos, los bien-amados, sus amigos, su precioso tesoro, los escogidos. ¿Estás sufriendo vituperios y desprecios por causa de tu fe en Cristo? Tú debes estar por encima de ellos porque, la gloria o el desprecio de los hombres, no son nada comparados con la gloria o el desprecio que se puede recibir del Soberano y Todopoderoso Dios. Así no tengas títulos nobiliarios, ni seas una persona con cuentas bancarias en Suiza, así tu nombre no sea publicado en las revistas de farándula más famosas del país, ni tu foto salga en la televisión o la prensa, no obstante, has recibido el mejor título nobiliario que ninguno de los herederos reales de las más grandes y pomposas monarquías europeas podrá recibir, a 14

Rhema significa “La palabra hablada”. Dios habló y los mundos fueron creados. Rhema hace referencia al fiat imperial de Dios. El fiat es el mandato para que una cosa tenga efecto.

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menos que sean creyentes, y este título es el de “hijos de Dios”. Fuiste adoptado por el Soberano que se sienta en el Trono Alto y Sublime. Fuiste convertido en coheredero con el Hijo de Dios, Jesús, y ahora esperamos una herencia más sublime que cualquier palacio terreno, y viviremos para siempre en las mansiones celestiales, cuya belleza jamás podrá ser descrita, imaginada o pintada por el más ingenioso artista del mundo. Siendo que la fe nos convierte en personas de tan alto rango ¿Porqué te abates cuando otros te desprecian? Espera pacientemente en Dios porque le alabarás por toda la eternidad, junto con los millares de santos ángeles. ¿Por qué te turbas cuando las necesidades materiales apremian o las enfermedades graves aquejan nuestros cuerpos? Si morimos, entonces reinaremos para siempre con el Rey de reyes. - ¿Aún no estás seguro de ser aprobado por Dios? Entonces hoy puedes estarlo, no debes continuar en ese estado de duda. Deposita tu fe y confianza en Jesús. Todos los que miraron a Él, por medio de la fe, desde Adán y Eva hasta el día de hoy, no fueron defraudados. Todos los que acudieron a él, a su sacrificio expiatorio, recibieron la dicha de ser considerados hijos de Dios y ahora tienen el testimonio de Dios en sus corazones, a través del Espíritu Santo, de que son los amados del Padre, que son rectos, justos y perfectos en Cristo. Acude a Cristo hoy en un acto de sola fe, y míralo muriendo en la cruz por ti derramando su preciosa sangre, que tiene el poder de limpiar los más impuros y sucios pecados. Cuando le veas, en un acto de fe, y le pidas su misericordia, de todo corazón, ten la certeza de que Dios te ha aceptado en Su Reino y que ahora formas parte de los que heredarán todas las promesas. - Un camino que de seguro conducirá a la incredulidad y la apostasía es el dudar de que este mundo fue creado directamente por la Palabra y el poder de Dios. “El hombre moderno se rehúsa a aceptar el relato de la creación que se halla en Génesis. Para él la enseñanza acerca de la evolución resuelve problemas y contesta preguntas; y dado que esta doctrina sustituye el relato bíblico de la creación, el hombre rechaza a Dios y a su Palabra. En respuesta a la incredulidad, el cristiano mantiene su fe sin vacilar. Él sigue enseñando confiadamente el relato de la creación que Dios ha revelado en la Escritura”15. Aunque el mundo científico trate de ridiculizarnos por creer en la revelación bíblica, y por entender el origen del mundo como siendo creado por la Palabra de Dios, no obstante confiamos plenamente en lo que Dios mismo ha revelado, y no nos atrevemos a poner en tela de juicio ni a dar explicaciones extra-bíblicas de esta verdad.

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La fe perseverante: Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe Hebreos 11:4-7 Introducción La vida del creyente se encuentra llena de muchas dificultades. Este no es un camino idílico de rosas, paz y prosperidad, sino que, como dijo Pablo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios” (Hch. 14:22). Pero, si este caminar está invadido de muchas dificultades, ¿De qué manera podremos mantenernos firmes en la vida cristiana? Indudablemente las promesas de salvación que hemos recibido a través de Cristo Jesús nos permiten transitar en medio de las tribulaciones, las aflicciones y las luchas que debemos librar contra el pecado que aún permanece en nosotros y en el mundo; ellas son las que nos dan la fuerza para perseverar hasta el fin. El personaje del libro escrito por Juan Bunyan, “Peregrino”, en su largo y dificultoso caminar hacia la tierra de Beulah, hacia Sión, logró mantener su paso firme porque ya había vislumbrado, a lo lejos, la hermosura de esta santa ciudad. Los creyentes nos mantenemos firmes y perseverantes en la vida cristiana porque, a lo lejos, podemos ver las glorias que nos esperan en los cielos. Los creyentes hebreos también estaban participando de estas tribulaciones, algunos sufriendo físicamente por la causa de Cristo y, otros, luchando contra los deseos de apartarse de la fe, debido a la influencia de falsos maestros que denigraban de la fe cristiana y ponían por encima la religión judía. Pero ¿Cómo lograrían mantenerse ellos firmes frente a las adversidades que les afligían a causa de haber iniciado el camino de la vida cristiana? De la única manera que lograrían llegar hasta el final, y recibir el premio de la victoria, era imitando a sus ancestros creyentes, los cuales, así como ellos, padecieron las tribulaciones propias que acarrea el camino a la Santa Sión. Estos ancestros demostraron poseer la verdadera fe, aquella que se apropia de Cristo y de sus promesas de salvación, la fe que persevera hasta el fin. Por eso, con el fin de animarlos con estos ejemplos y mostrarles la resistencia y la persistencia de esta fe, el autor de la carta toma a los más sobresalientes héroes de la fe del Antiguo Testamento y los clasifica por grupos, para enseñarles, de manera gráfica y práctica, que la fe perseverante es persistente porque ella se basa en la plena certeza y convicción de cosas que esperamos, pero que ahora no se pueden ver con nuestros ojos físicos. El primer grupo de creyentes del Antiguo Testamento está conformado por tres héroes que, a causa de su fe, recibieron la aprobación divina y el desprecio de los hombres, y por ella condenaron a los enemigos de Dios. Estos tres hombres son Abel, Enoc y Noé. (v. 4-7). Luego, el autor dedica bastante tiempo al que es denominado en las Sagradas Escrituras “el padre de los que son de la fe”, es decir, a Abraham. Este héroe sobresaliente del Antiguo Testamento manifestó poseer la fe que alcanza las promesas y persiste en medio de la ausencia de evidencias tangibles (v. 8-19). En los versos 20 al 22 el autor resalta a los padres de la nación judía, Isaac, Jacob y José, quienes, aunque aún eran errantes en la tierra, estaban convencidos de que Dios les constituiría en la gran nación que había prometido, y con base en esa fe anunciaron bendiciones sobre sus hijos. Luego se dedica un espacio mayor a Moisés, el gran legislador y constructor de la nación Israelita. Por la fe, este hombre pudo sacudir al poderoso imperio egipcio, logrando la 14

liberación del pueblo y su entrada a una tierra que, aunque era muy productiva, estaba invadida por tribus peligrosas e idólatras a las cuales ellos debían enfrentar. Por esta fe ellos pudieron vencer y entrar a las promesas que habían esperado por muchos siglos. En los versos 31 y 32 se mencionan los nombres de otros héroes y heroínas de la fe, tales como Rahab la ramera, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Todos estos héroes de la fe se caracterizaron por mantenerse siempre como viendo al invisible y, a pesar de no tener el testimonio tangible de lo prometido, fueron pacientes y aguardaron la promesa, la cual no podían disfrutar antes que nosotros, y por eso ellos murieron sin recibir lo prometido (v. 39), para que todos los creyentes, de todos los tiempos, disfrutemos juntos las promesas de salvación que pueden ser recibidas solo a través de Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb. 12:2). 1. Empecemos nuestro análisis con el primer personaje mencionado por nuestro autor sagrado, Abel. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (v. 4). La narración bíblica de la vida de Abel es muy corta, no obstante, su importancia en la historia de la fe es tal que nuestro autor lo pone al inicio de sus héroes. Abel fue el segundo hijo de Adán (Gén. 4:1-2), luego de Caín, quienes nacieron fuera del paraíso y heredaron la naturaleza pecaminosa de Adán. Mientras se dice de Adán que fue hecho a la imagen y semejanza de Dios, se dice que sus hijos fueron hechos a “su semejanza, conforme a su semejanza” (Gen. 5:3), lo cual indica que todos los descendientes de Adán traerían una imagen corrompida por el pecado. Abel fue concebido de padres pecaminosos y su naturaleza también estaba en una condición caída. Abel pudo decir con el salmista “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). A pesar de traer una naturaleza depravada por las inclinaciones pecaminosas, la gracia de Dios obró en él concediéndole el don de la fe salvadora, a través de la cual pudo caminar en pos de lo santo, de lo bueno y de lo que agrada a Dios. Abel tenía padres pecadores y su hermano mayor no era el mejor ejemplo espiritual. Caín había nacido también de padres pecadores, pero en él no había obrado la fe. Su corazón era incrédulo y vendido al mal. A pesar del estado pecaminoso de la prístina familia humana que habitó la tierra, el corazón de Abel recibió la santa influencia del Espíritu de Dios y conoció a su Creador de una manera plena y transformadora. Este Abel es considerado un hombre justo, no por sus obras, sino por la fe. El mismo Jesús, hablando de la sangre de los profetas que había sido derramada en territorio de Israel, mencionó la de Abel y le llamó “Abel el justo” (Mt. 23:35). Un hecho de la vida de Abel es tomado por el autor a los Hebreos para presentar la realidad de la fe perseverante de este siervo del Señor. Un día, tanto Abel como Caín presentaron ofrendas al Señor. Esta práctica debieron aprenderla de sus padres, quienes de seguro les habrían explicado todo lo que pasó en Edén y las consecuencias funestas para sus vidas. También le habrían explicado que ahora solo por medio de la fe ellos podrían tener comunión con ese Dios al que habían ofendido. Es muy probable que, tanto Caín como Abel, presentaran ofrendas a Dios en agradecimiento por la provisión y la vida que les daba. Lo cierto es que Abel “ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (v. 4). La excelencia del sacrificio no estribaba en los elementos usados, pues, aunque el texto no lo dice, es muy probable que Caín haya escogido lo mejor de la cosecha, así como Abel escogió lo mejor de las ovejas. Ellos, de seguro, habían aprendido que a Dios se le ofrece lo mejor, no lo insignificante o defectuoso. La excelencia del sacrificio de Abel tampoco está relacionada con el hecho de haber ofrecido una ofrenda de sangre, pues, como luego se deja ver en la Ley de Moisés, el Señor también acepta las ofrendas vegetales como ofrendas de paz. 15

Hebreos dice que la excelencia de la ofrenda presentada por Abel estaba en la fe. Abel fue un hombre de fe y confiaba plenamente, no en sus obras, o en el sacrificio mismo, sino en la gracia de Dios. Caín por el contrario no tenía fe, era un incrédulo, y “…era del maligno…” (1 Jn. 3:12). ¿Cómo sabemos, además de lo que dice el autor de Hebreos, que Abel era un hombre de fe? Génesis nos dice que Dios se había agradado en Abel: “Y Jehová miró con agrado a Abel…” (4:4) ¿Por qué miró Dios con agrado a Abel? ¿Por su ofrenda? No. Lo miró con agrado porque Abel confiaba solamente en él para su salvación, su corazón se había humillado ante el Soberano Salvador y la ofrenda fue presentada con contrición, reconociendo que su Salvación y su justicia descansaban solo en la simiente prometida que vendría a salvar a los pecadores. Abel había comprendido lo que luego uno de sus descendientes expresó con profunda emoción: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51:16-17). Abel y su ofrenda encontraron el agrado de Dios porque en su corazón se mantenía como viendo al invisible, y la fe estaba viva en él. No era una fe meramente intelectual o emocional. Tenía la fe sobrenatural que produce las obras de santidad, y éste vivía como un justo. Sus obras hablaban de la justificación que se había obrado en él por medio de la fe, y aprendió a caminar con Dios, viviendo Coram Deo, en la presencia de Dios. De Abel se podía decir lo mismo que Dios dijo de Job: “No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). Abel era un hombre que vivía en armonía con Dios y con los demás hombres. Abel agradó a Dios porque él se mantuvo siempre en la fe que caracteriza a los salvos. Abel supo lo que a Caín se le olvidó, que “…sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). La ofrenda de Abel fue recibida con agrado porque Dios ama la adoración de los que han sido justificados por la fe, pero aborrece las ofrendas de los malvados. “… dando Dios testimonio de sus ofrendas…” (Heb. 11:4). El que ha sido justificado adora a Dios con alegría, y su ofrenda es recibida con agrado “…porque Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7). Pero la adoración de los incrédulos es rechazada por el Señor: “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; más la oración de los rectos es su gozo” (Prov. 15:8). “… y muerto aún habla por ella”. Es posible que esta frase haga referencia a la sangre de Abel que fue derramada por Caín, y así como las almas de los justos martirizados claman al Señor para que vengue sus muertes (Ap. 6:10), la sangre de Abel el justo clama al Señor desde la tierra. (Gen. 4:10). Una aclaración respecto a la forma de cómo Dios dio testimonio de haber aceptado la ofrenda, aunque no sabemos realmente cómo fue esto. Algunos comentaristas dicen que probablemente fue a través del fuego que, en ciertas ocasiones en la historia del Antiguo Testamento, descendía del cielo para quemar la ofrenda, pero esta información no aparece en el libro de Génesis, ni en otro libro. Asimismo algunos creen que Dios envió un viento recio que se oponía a la ofrenda de Caín, pero esto tampoco nos es mencionado en las Sagradas Escrituras. Es probable que Dios le haya dado a Abel una convicción en el corazón de haber sido aprobado. Y lo mismo pudo haber sucedido con Caín, en su caso. 2. El segundo personaje mencionado por nuestro autor como un testimonio de perseverancia en la fe es Enoc. De este creyente también tenemos poca información. Solo se nos dice que a la edad de sesenta y cinco años engendró a Matusalén (Gén. 5:21), que luego vivió trescientos años más y engendró muchos hijos e hijas, y el verso 24 del capítulo 5 de Génesis narra en pocas palabras la desaparición misteriosa de Enoc, diciendo: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. En la carta de Judas se le menciona como el séptimo desde Adán, es decir, miembro de la séptima generación de la descendencia de Adán. Aunque la información que tenemos de este héroe procede de una corta genealogía, lo cierto es que fue un hombre de mucha piedad en su tiempo. Si de Job se dice que era un hombre recto, y de Abel que era justo, de Enoc se dice que caminó con Dios. “¿Qué significa la frase caminar con Dios? Significa que la persona 16

vive una vida espiritual en la que le dice todo a Dios (véase Gn. 6:9). Enoc vivió una vida normal, criando hijos e hijas, pero toda su vida se caracterizó por su amor a Dios”16. Enoc vivió una vida plenamente Coram Deo, y su cercanía a Dios fue tan profunda, que Dios quiso tenerlo en su presencia sin que pasara por el proceso natural de la muerte. Definitivamente la vida de este hombre fue ejemplar en todo, pero especialmente de una devoción espiritual inigualable, solo superada por el Hijo de Dios. Aunque la historia de la vida de Enoc, sus obras y sus palabras, son prácticamente desconocidas, no obstante Dios mismo testificó de él que fue un hombre íntegro, justo y piadoso en todos sus caminos. No siempre los más mencionados en la historia son los más santos, o los más vistos o escuchados son los más piadosos. Muchos santos, muy cercanos a Dios, pasan desapercibidos entre el pueblo de Dios. Pero, ¿Cómo pudo Enoc gozar tanto del favor divino, al punto que la Biblia dice que él caminó con Dios, y al punto de que Dios quiso llevarlo vivo a los mismos cielos? El autor de Hebreos responde diciendo que esto se debió solo a la Fe. Enoc también nació con una naturaleza pecaminosa y tenía las tendencias depravadas de todos los hijos de Adán, no obstante, en él estaba la fe perseverante, aquella que se aferra a Cristo, y por esa fe caminó en este mundo, anhelando ver al Rey de la gloria, y amando la presencia del Padre, al punto que Dios le concedió el deseo de su corazón y se lo llevó a su presencia sin mediar la muerte. De seguro que el corazón de Enoc, siendo regenerado por la Gracia, debido a la fe que tenía, se mantuvo creciendo en una constante santificación, al punto que anhelaba con ardiente deseo estar en la presencia directa de ese Dios que amaba, tal como hoy día el Espíritu y la Iglesia oran para que Cristo venga pronto por su pueblo. Enoc aprendió a deleitarse en el Señor, y él le concedió las peticiones de su corazón (Sal. 37:4). Aplicaciones - Las ofrendas y la adoración, en las cuales el Señor se agrada, son aquellas que proceden de un corazón lleno de fe; pero de esa clase de fe sobrenatural que produce frutos agradables a Dios, porque se alimenta constantemente de la gracia de Cristo. No presentes la ofrenda de Caín ante el Señor, es decir con un corazón incrédulo, sino hazlo con fe, sabiendo que Dios mira el corazón más que a la ofrenda misma; y la mejor forma de presentar verdadera adoración es hacerlo a través de Cristo. Si tenemos fe en él entonces presentemos la adoración que agrada a Dios; pero si confiamos en nosotros y no estamos dependiendo de Cristo, sino que nuestro corazón es incrédulo, entonces no nos debemos presentar delante de Dios porque solo recibiremos su desaprobación. Pero, hoy es el día aceptable y el tiempo de salvación. Si tu corazón es incrédulo y confías en tus buenas obras, confiesa tu maldad delante de Dios y suplica a Cristo se apiade de tu alma y te conceda la salvación. - Así como Abel siguió ejerciendo influencia luego de su muerte, de la misma manera todos los que son piadosos impactan a los hombres que les conocieron, aún después de la muerte. El ejemplo de un padre piadoso, o de una madre piadosa, será recordado por sus hijos, por sus vecinos y conocidos. Los preceptos de un padre piadoso, o de una madre piadosa, aunque en vida fueron escuchados con indiferencia por sus hijos, luego de muertos pueden ser una poderosa influencia para que ellos vengan a la fe salvadora. Mientras que el mal testimonio de los impíos que han muerto va decayendo y su influencia perniciosa va desapareciendo, lo contrario sucede con el buen testimonio de los redimidos. Entre más pasa el tiempo, luego de su muerte, su testimonio impacta con más claridad. Hermano y hermana, ¿Por qué te recordarán las futuras generaciones? ¿Por ser una persona piadosa que manifestaba su fe a través de las obras santas? - Abel fue un hermano menor que Caín, y él recibió la influencia de su perverso y cruel hermano. Se nos ha dicho que es más fácil imitar lo malo que lo bueno, y esta es la triste realidad de muchas personas jóvenes. Pero Abel no imitó lo malo ni aprendió de su hermano Caín, sino que se mantuvo como viendo a Jesús a través de los ojos de la fe, y llegó a ser un hombre santo, consagrado a Dios. Abel se aferró a la 16

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causa divina y rechazó la influencia maligna de su hermano mayor. Apreciado niño, joven y señorita que recibes esta enseñanza, no es verdad que debes imitar lo malo, es posible imitar lo bueno si sigues las pisadas de Jesús y confías en él. Jesús te ayudará a huir del pecado que hay en el mundo y te fortalecerá para que seas un joven o un niño que agrada a Dios. Abel no cedió a las presiones del mundo, sino que se mantuvo firme en la fe en Dios. - Enoc vivió en un tiempo donde la maldad de los hombres había empezado a crecer en la tierra. La multiplicación de la raza humana estuvo acompañada de la multiplicación de la maldad, como se dice de los días de su bisnieto Noé: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gén. 6:5). Pero en medio de una generación maligna y rebelde Enoc caminó con Dios. Él se apartó de los caminos perversos de la sociedad de su época y se mantuvo firme en la fe de los creyentes, sabiendo que no debemos amar al mundo ni a sus deleites, sino que, como peregrinos, anhelamos las cosas de nuestra patria celestial; y fue tan alto su anhelo por lo celeste, por lo sublime y excelso, que Dios le concedió sacarlo de en medio de las maldades de este mundo y llevarlo a la Santa Sión. Hermano y hermana, te pregunto ¿Dónde está puesto tu corazón? ¿En lo terreno o en lo celestial? ¿Cuál es el deseo de tu corazón? ¿Lo que Dios desea o lo que el mundo desea? Si tienes la fe de Enoc entonces tu deleite será pensar en las cosas sublimes, y tu deseo será vivir Coram Deo, es decir, en la presencia de Dios.

La fe perseverante: Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe Hebreos 11:4-7 (Segunda parte) Introducción El capítulo once de Hebreos se centra en el tema de la naturaleza, importancia y eficacia de la fe salvadora. El verso 1 nos presenta la interpretación esencial de la fe; y en el resto de versículos el autor nos muestra, a través de ejemplos prácticos tomados de las Sagradas Escrituras, los frutos, los efectos y los logros de la fe. Las mejores ilustraciones que los predicadores podemos y debemos usar en nuestros sermones son las que se extraen de la Palabra de Dios. Ya en el verso 4 aprendimos que la fe de Abel le condujo a la obediencia, y Dios testificó de él que era un hombre justo. Siendo que la presentación consecutiva que hace nuestro autor de los personajes del Antiguo Testamento, tomados como ejemplos de una vida de fe, no se ajusta a un orden histórico (como se puede comprobar al ver que en el versículo 9 se habla de Isaac y Jacob, mientras que en el 11 se habla de Sara), entonces algunos comentaristas, como Arthur Pink, concluyen que el Espíritu Santo tenía un fin especial al escoger el orden en el cual son presentados estos héroes de la fe. Pink dice que en este capítulo se sigue un orden experimental de la fe: Los primeros tres ejemplos (v. 4-7) nos presentan un esbozo de la vida de fe. “Abel es mencionado de primero, no por haber nacido antes que Enoc y Noé, sino por lo que se registra de él en Génesis 4, siendo él una ilustración y demostración de dónde comienza la vida de fe. De la misma manera, Enoc es el siguiente en la lista no porque él se mencione antes que Noé en el libro del Génesis, sino porque lo que se encontró en él (O más bien, por lo que la Divina gracia obró en él) debe preceder a lo que caracterizó a la fe que construyó el arca. Cada uno de estos tres hombres esboza o delinea un rasgo distintivo o un aspecto de la vida de fe, y este es un orden inviolable. Algunos han presentado este orden:

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En Abel vemos el culto o la adoración que produce la fe, en Enoc el caminar de la fe y en Noé el testimonio y trabajos de la fe”17. En nuestros tiempos de gran confusión doctrinal ha sido tergiversado el orden que nos presenta el autor de Hebreos y, por lo general, a las personas se les inculca que lo primero que deben hacer es mostrar el trabajo o servicio de la fe. Nuestro autor no comienza con el ejemplo de Noé, sino que éste es precedido por Enoc, quien caminó con Dios. Es imposible producir los frutos y el trabajo de la fe si primero no se ha caminado con Dios. Hoy día, en nuestro afán activista, llevamos a los nuevos convertidos a involucrarse en algún trabajo eclesial: evangelismo, escuela dominical, el coro de la iglesia, entre otros. Pero el apóstol Pablo es claro al respecto y recomienda que a los nuevos en la fe se les dé un tiempo para que caminen con Dios primero y, entonces luego sean asignados al servicio al cual Dios les llama: “no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6). La fe perseverante que agrada a Dios, y alcanza las promesas, debe conservar este orden y si lo invertimos entonces corremos serios peligros: Primero encontramos la fe que adora a Dios, al inicio mismo de la vida espiritual en la persona. Dios le concede el don de la fe y entonces el inconverso puede ver al verdadero Dios en su majestad y cae postrado ante él en adoración, abandonando cualquier confianza vana en sus propias buenas obras. Luego, este nuevo creyente empieza a caminar con Dios, a través de le fe, y solo después podremos encontrar en él el trabajo y las actividades que esa fe produce en el creyente. Mientras que Abel es un ejemplo de cómo comienza la vida de fe en una persona, Enoc es usado como un testimonio de en qué consiste la vida de fe: caminar con Dios, y Noé es el ejemplo del trabajo y los frutos de la fe. Continuemos analizando los versos 6 y 7. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:5). La palabra “Pero” con que inicia este versículo indica que, en primera instancia, es una explicación, a través de un silogismo, de por qué Enoc fue traspuesto a los cielos. El autor dijo que Enoc fue traspuesto porque antes había agradado a Dios. Pero la única manera de agradar a Dios es a través de la fe, por lo tanto, Enoc fue traspuesto solo por la fe. “El argumento se deriva de la imposibilidad de lo contrario: como es imposible agradar a Dios sin fe, y como Enoc recibió testimonio de haber agradado a Dios, entonces debió tener una fe que justifica y santifica”18. Es imposible agradar a Dios sin la fe. Esto se debe a que los hombres, en nuestro estado natural, debido a la caída en el pecado de nuestros primeros padres, y siendo que heredamos la maldición de una naturaleza inclinada siempre al mal, entonces no hay manera de que nosotros podamos trabajar en hacer algo para que Dios nos acepte delante de su santidad perfecta. Nuestras mejores obras le son totalmente desagradables. Cualquier obra que el pecador haga para agradar a Dios será vana y, además, ofensiva a su santidad; es por ello que el apóstol Pablo declara que “…los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Ro. 8:8). Los que viven según la carne, son los hombres que todavía se encuentran en su estado natural caído, y que no han procedido al arrepentimiento. Cualquier esfuerzo que estos hombres hagan por servir a Dios, o para serle agradable, será una pérdida de tiempo. Pero hay un camino para acercarnos a la Majestad Divina y ser hallados agradables ante él: Este es el camino de la fe. Pero no de la fe en la fe, sino

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Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez) 18 Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)

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de la fe en Cristo. Abel, Enoc y Noé agradaron a Dios, y recibieron el testimonio de aprobación divina, solo porque tuvieron fe en Dios y su salvación. En este versículo se deja ver que los predicadores de la fe están errados cuando usan Hebreos capítulo 11 para justificar su fe esotérica como un medio para recibir sanidades y prosperidad. El objetivo que nuestro autor tiene en mente es el de la fe que nos salva, de la fe que nos permite acercarnos a Dios para adorarlo, de la fe que se mantiene firme en la doctrina bíblica, de la fe que persevera hasta el fin para salvación. Pero sin fe es imposible agradar a Dios. Esta es una verdad que los hombres a menudo olvidan, y como Caín, tratan de servir o rendir adoración a Dios, confiados en su buena voluntad y su elevada moral, pero no consiguen nada más que la desaprobación divina. Y les pasa lo mismo que a muchas personas en el pueblo de Israel, los cuales fueron desaprobados por Dios porque ellos buscaban la justificación a través de obedecer la Ley, es decir, de las obras humanas, y no a través de la fe: “…mas Israel que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo” (Ro. 9:32). Ninguno de los personajes, tomados por nuestro autor como ejemplos de verdadera fe, tiene obras que presentar como que hayan ganado el mérito de obras justificadoras. Este verso nos enseña que no es propia la justicia por la cual se les alaba sino que es recibida por medio de la fe en Jesucristo, como bien lo enseñara Pablo en Romanos 4:4-5 “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Dice Arthur Pink que “…con el fin de agradar a Dios cuatro cosas deben estar presentes, todas las cuales son realizadas por la fe: En primer lugar, la persona que agrada a Dios debe ser aceptada por él (Gén. 4:4). En segundo lugar, la acción que agrada a Dios debe estar de acuerdo con su voluntad (Heb. 13:21). En tercer lugar, la forma de hacerlo debe ser agradable a Dios: debe llevarse a cabo en humildad (1 Cor. 15:10), en sinceridad (Is. 38:3), con alegría (2 Cor. 8:12). En cuarto lugar, el fin debe ser dar la gloria a Dios (1 Cor. 10:31). La fe es el único medio por el cual estos cuatro requisitos se cumplen. La persona es aceptada solo por la fe en Cristo. La fe nos hace someternos a la voluntad de Dios. La fe nos lleva a examinar la manera en que lo hacemos delante de Dios. La fe tiene por objetivo la gloria de Dios: de Abraham se dice que “…se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Ro. 4:20)19. La fe es el ingrediente fundamental que debe estar presente en toda la vida cristiana. Sin ella no tenemos ninguna oportunidad de ser salvos, de crecer en santidad, de adorar verdaderamente, de servir al Dios vivo, de agradarlo en todas las cosas y de disfrutar de su presencia. Cada uno debe examinar su propia vida y verificar que tiene esta fe que procede del cielo, de lo contrario se encuentra en un estado natural, y el servicio que pretender ofrecer a Dios no es más que despreciable esfuerzo humano. Es por la fe que los pecadores son salvos (Hch. 16:31). Es por la fe que Cristo habita en el corazón (Ef. 3:17). Es por la fe que nosotros vivimos (Gál. 2:20). Es por la fe que estamos firmes (Ro. 11:20; 2 Cor. 1:24). Nosotros andamos por la fe (2 Cor. 5:7). Es por la fe que podemos resistir exitosamente al diablo (1 Ped. 5:8, 9). Es por la fe que somos realmente santificados (Hch. 26:18). Es por medio de la fe que podemos tener acceso a Dios (Ef. 3:12; Heb. 10:22). Es por la fe que se pelea la buena batalla (1 Ti. 6:12). Es por la fe que el mundo es vencido (1 Jn. 5:4). Aplicación: ¿Estás seguro de que tienes la fe los escogidos de Dios? (Tito 1:1).

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Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)

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“…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” Estas dos últimas frases del verso 6 no han estado libres de dificultad en su interpretación, especialmente para aquellos ministerios que no han logrado mantener un bíblico equilibrio entre la gracia divina y la justicia divina. Cuando se enfatiza mucho el favor gratuito de Dios y se ignoran las demandas, o cuando se subrayan los privilegios y se olvidan de los deberes, entonces se está muy lejos de interpretar muchos textos de las Sagradas Escrituras en su verdadera perspectiva. Pero el lector puede preguntarse, ¿Cuál es la dificultad que hay en este texto? Vamos a presentar las dificultades formulando una serie de preguntas, siguiendo al comentarista Arthur Pink: “¿Si el ejercicio de la fe es lo que hace que agrademos a Dios, esto significa que la fe puede ser considerada un mérito? ¿Cómo podemos evitar este concepto a la luz de que Dios es galardonador de los que le buscan? ¿En qué consiste una “recompensa” bajo la pura gracia? ¿Cuál es la fuerza de la doctrina en el siguiente verso? ¿El caso de Noé enseña la salvación por las obras? ¿Si él no hubiera trabajado tanto en la construcción del arca, entonces él y su familia hubieran escapado del diluvio? ¿El haber sido constituido en “heredero de la justicia” fue el resultado de su obediencia y trabajo? ¿Cómo podemos evitar llegar a esta conclusión?”20. “…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Junto con Arthur Pink puedo ver aquí un triple acercarse a Dios. Uno inicial, uno continuo y uno final. El primero tiene lugar en la conversión, el segundo se da durante toda la vida del creyente y el tercero se produce en la muerte o en la segunda venida del Señor Jesucristo. El autor de la carta dice que para poder acercarnos de manera correcta a Dios, primero es necesario creer que él existe. Pero no solo significa creer que existe un dios, sino creer que existe el Dios verdadero, el cual es revelado en las Sagradas Escrituras y que este Dios posee los atributos que son mencionados en su Santa Palabra (soberano, supremo, santo, inflexiblemente justo, todopoderoso, lleno de misericordia, lleno de gracia hacia los pecadores a través de Cristo). Creer que él existe no consiste simplemente en afirmar que existe una causa primera o un ser supremo, sino que este único Dios verdadero es revelado en las Escrituras y en las obras de la creación pues, de lo contrario, solo estaremos creyendo en un fantasma inventado por nuestra imaginación. Para acercarnos a Dios primero es necesario reconocer con plena certeza que este Dios verdadero ha hablado a través de los profetas y, especialmente, por medio de Jesucristo, y que todas sus promesas de salvación son seguras, de manera que si confiamos en él no seremos defraudados, sino que encontraremos su poderosa salvación. Pero, creer que el Dios verdadero existe también significa tomar en serio sus mandatos, sus exhortaciones y sus amenazas. Y cuando tomamos en serio sus mandamientos, entonces el Espíritu de Dios obra en nosotros y nos muestra nuestra condición caída y miserable, a causa del pecado que mora en nosotros y de nuestro actuar diario en contra de la voluntad santa de este único Dios verdadero; de manera que, como el hijo pródigo, somos conducidos de regreso a la casa de nuestro Padre, y con arrepentimiento y profunda humillación reconocemos delante él que hemos pecado contra su Santa Majestad. Pero creer en Dios no solo significa que reconocemos su santidad y justicia, sino que él es misericordioso y lleno de gracia a través de Cristo, de manera que si nos allegamos a él con arrepentimiento sincero encontraremos su misericordia y nos dará el perdón. Es por eso que nuestro autor dice “…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay y que es galardonador de los que le buscan”. Nadie podrá acercarse correctamente al Dios verdadero si, primero, no es hecho consciente por el Espíritu Santo de que en Dios encontrará la gracia que le otorgará el perdón eterno, la vida eterna y la dicha de ser su hijo 20

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)

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para siempre. Para agradar a Dios hay que acercarse a él con la plena confianza de que él escucha la oración, de que él está interesado en cada uno de los que verdaderamente le buscan y que encontrarán respuesta en él. Este fue el consuelo del salmista, quien en medio de crueles persecuciones incluso de parte de uno de sus hijos, pudo tener la confianza de que Dios le permitiría ver su salvación: “Comerán los humildes, y serán saciados, alabarán a Jehová los que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre” (Sal. 22:26). “Los leoncillos necesitan, y tienen hambre, pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien” (Sal. 34:10). “Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu salvación. Jehová sea enaltecido” (Sal. 40:16). “Gloriaos en su santo nombre, alégrese el corazón de los que buscan a Jehová” (Sal. 105:3) Buscamos a Dios con la plena confianza de que él será hallado, que su gracia nos acogerá y que recibiremos de él misericordia. Si no tenemos esta confianza, entonces es imposible acercarnos a él. Dios podrá ser encontrado solo cuando vengamos a él con la confianza plena de que él existe y que recibirá con su gracia al que a él se acerca: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7). “Por esto orará todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él” (Sal. 32:5). El texto no sólo nos invita a acercarnos de corazón al Dios verdadero, con la confianza de que le hay, sino que lo hacemos confiando en su gracia, sabiendo que él es galardonador de los que le buscan. Acercarnos con fe a Dios significa que nuestro corazón anticipa el hecho de que en él encontraremos la recompensa de Su gracia, que él dará el perdón al pecador arrepentido, sabiduría al que no la tiene, fortaleza al que está cansado, consolación al que está triste y angustiado, dirección al que está confundido, gracia al que está luchando contra un vicio o pecado, en fin, cuando buscamos a Dios con fe, le hallaremos, y cuando estamos con Dios, sabemos que tenemos todas las cosas, así como dice Pedro: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3). Pero, ¿Encontramos recompensa por nuestra búsqueda o, más bien, la búsqueda en sí ya es una recompensa de la gracia? La gracia nos impulsa a buscar los dones que gratuitamente nos serán dados para que, confiados en ella, le busquemos con todo el corazón, recibiendo el total de lo que nos será dado solo por gracia, pero que viene acompañados de un querer y un hacer donde, responsabilizados por la gracia, buscamos al dador de ella y recibimos lo que él nos quiere dar. “La recompensa deseada por aquellos que lo buscan es la alegría de encontrarlo; él mismo es alegría y… gozo de su pueblo (Sal. 43:4)”21. Nuestro autor acaba de poner como ejemplo a Enoc, quien buscó a Dios con fe y encontró lo que deseaba su alma: Al amado, la compañía perdurable del que es el placer de nuestra alma. La oración del que espera la recompensa o el galardón que Dios ofrece a los que le buscan con fe debiera ser: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:1-2). Recordemos que el Señor ha prometido la recompensa para los que le buscan “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros.” (Jer. 29:13-14) Solo los que buscan a Dios encontrarán la recompensa que él ha prometido a los que le aman, y por lo tanto le buscan, como dice Pablo: “Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni pido oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9). Todo el que no busque a Dios de corazón, con sinceridad y conforme a la revelación que él da de sí mismo, no lo

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Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Libros Desafío. Página 293

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encontrará y la única recompensa que tendrá será el infierno: “Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Sal. 9:17). Pero ¿Qué es buscar a Dios? Para buscar a Dios es necesario renunciar a cualquier confianza espiritual en nosotros, se requiere que nos neguemos a nosotros mismos, que él sea nuestra regla y nuestra porción. Para buscarlo con diligencia es necesario hacerlo tempranamente “Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan” (Prov. 8:17), y con todo el corazón, “Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos” (Sal. 119:10). Aplicaciones - ¿Cuántos de nosotros, que profesamos ser creyentes, vivimos buena parte de nuestra vida ignorando al verdadero Dios? Lo ignoramos cuando no frecuentamos leer su Palabra; lo ignoramos cuando no oramos a él diariamente y sin cesar; lo ignoramos cuando no consultamos su voluntad revelada en las Sagradas Escrituras para los asuntos más importantes de nuestra vida; lo ignoramos cuando buscamos consuelo para nuestras angustias en otras personas o cosas y no en las poderosas promesas que Su Palabra contiene; lo ignoramos cuando no seguimos sus principios para la crianza de nuestros hijos; lo ignoramos cuando no conocemos sus mandamientos, o conociéndolos los desobedecemos; lo ignoramos cuando no predicamos el Evangelio y dejamos que los impíos sigan caminando al infierno; en fin, todos los días tenemos el reto de vivir nuestra fe en Dios o de ser ateos prácticos, ignorando al Dios en el cual profesamos creer. El Señor nos ayude a vivir siempre Coram Deo, delante de su presencia, siendo conscientes que él es el Dios omnipresente que tiene sus ojos puestos sobre nosotros y ve nuestra maldad, pero que también ve nuestros dolores, sufrimientos y necesidades.

La fe perseverante: Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe Hebreos 11:4-7 (Tercera parte) Introducción En la introducción al versículo 6 dijimos que este primer trío de ejemplos veterotestamentarios, nos muestran el orden en el cual la fe obra en el creyente: Primero, Abel, quien representa el inicio de la fe en el creyente, cuando convencido por el Espíritu Santo abandona toda confianza en sí mismo y en sus obras, para depositarla solo en el Salvador. Enoc, representa el paso siguiente a la obtención de la fe, la cual se da solo por la Gracia de Dios, y que consiste en un caminar de fe, andar con Dios, conocerle y confiar solamente en él. Mientras que Noé es un ejemplo del actuar de la fe, de cómo la fe, luego de ser recibida por Gracia, luego de andar con Dios y conocerle, conduce al creyente a obrar, actuar y producir frutos. Hemos visto que ni Abel, ni Enoc pudieron agradar a Dios o caminar con él, sino solamente a través de la fe; esa es la única forma y el único medio establecido por Dios a través del cual le somos agradables. Nuestra naturaleza pecaminosa, y nuestro corazón inclinado siempre al mal, nos impiden hacer obras que satisfagan la perfecta santidad de Dios; de allí que es necesario ser revestido de una justicia perfecta que le 23

permita a la persona ser vista como totalmente pura ante los ojos de Dios, y esa justicia nos es dada solamente por Jesucristo, mediante la fe. En nuestro presente estudio analizaremos cómo la fe obra, trabaja y conduce al creyente a un actuar. Hoy veremos, en el ejemplo de Noé, cómo es una vida de fe y cómo esta conduce al creyente a temer y a obedecer. El cielo no es para holgazanes ni vagos, asimismo la fe no es simplemente un asentir algo, sino que es una convicción que nos lleva a trabajar. Ya hemos visto, en el versículo 6 que el verdadero creyente se consagra totalmente en buscar a Dios con la convicción de que le hay, y porque anhela la recompensa o el galardón, que consiste en que el que le busca lo encuentra, y él mismo se da como premio. El pecador debe buscar con todo su corazón a Dios, y lo encontrará, pero si alguien le busca es porque Dios mismo lo encontró primero y le ha dado el don de la fe. La fe nos conduce a caminar con Dios, a buscarle y a trabajar diligentemente en conocerle. Muchos pasajes bíblicos nos hablan de este trabajo constante por encontrar a Dios: “Esforzaos a entrar por la puerta ancha; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Luc. 13:24). “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre” (Jn. 6:27). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Heb. 4:11). Todo el que busca a Dios debe tener siempre puesta la mirada en el galardón, y el galardón es Dios mismo. Él se ofrece como la recompensa, y no hay premio más hermoso y completo que tener a Dios como nuestro Señor. En el Sermón de la Montaña Jesús puso en perspectiva una recompensa especial para los que son limpios de corazón, y es que ellos verán a Dios (Mt. 5:8). En las Sagradas Escrituras muchas veces se nos habla del cielo, o de la salvación completa, como una “recompensa”, lo cual nos muestra el carácter de aquellos que son salvos, es decir, son obreros diligentes. Son obreros que trabajan en su santificación constante y en los frutos de la fe porque ellos saben que la “recompensa” vendrá al final, luego que se haya completado su trabajo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor; juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8). El que tiene la fe del creyente posee la íntima certeza y la férrea confianza del galardón que recibirá al final del día de su vida, así como el jornalero trabaja incansablemente, en medio del calor del día, del cansancio y la sed, porque sabe que al final hay una recompensa: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (St. 1:12). Esta recompensa que espera el creyente diligente no se aferra a las cosas de esta vida, sino que es futura, celestial: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:16). Ahora, ¿Con base en qué Dios da esta recompensa? ¿Por las obras? No, porque las obras humanas, por muy excelentes que sean, están manchadas por el pecado. Entonces la recompensa que reciben los creyentes está fundamentada solamente en el terreno de los méritos de Cristo y en sus propias promesas. Realmente lo que Dios “premia” es la obra de su propio Espíritu en nosotros, de manera que no tenemos ningún motivo para gloriarnos. “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Heb. 11:7). Vamos a concentrarnos en tres aspectos claves mencionados en este pasaje. Primero, la fe de Noé y el terreno o contenido de la misma, es decir, la advertencia que recibió de parte de Dios; segundo, los efectos internos que produjo la fe en Noé, es decir, “temor” y el efecto externo de este temor: Construir el arca; y 24

tercero, las consecuencias de su fe, es decir, la salvación de su casa y la condenación del mundo, siendo Noé constituido en heredero de la justicia que es por la fe. Antes de tocar estos tres puntos, y siguiendo en esto a Arthur Pink, es preciso aclarar una dificultad que algunos ven en este versículo: ¿Fue salvado Noé por sus propias obras? La respuesta es Sí y No. Espero que no se apresuren a tildarme de hereje, y me concedan explicar esta respuesta. Preguntémonos, si Noé no hubiese construido el arca, en obediencia al mandato de Dios ¿No habría perecido en el diluvio? Entonces, ¿Fue su propio esfuerzo el que lo preservó de la muerte en el gran diluvio? No, porque el arca fue preservada por el poder de Dios. Recordemos que el arca no tenía mástil, ni velas, ni volante. Solo la mano de la gracia del Señor pudo detener esa arca de ser destruida por las rocas de las altas montañas y por las destructoras olas que se formarían. Entonces ¿Cuál es la relación entre estas dos cosas? Es esta: Noé hizo uso de los medios que Dios había establecido, y por Su gracia y Su poder, aquellos medios fueron usados para su preservación. ¿No debe el campesino labrar la tierra, sembrar la semilla, limpiar la maleza y abonar el terreno? Sin embargo, es solo Dios quien da el crecimiento. ¿No debemos todos practicar la higiene personal, lavarnos las manos constantemente y comer alimentos saludables? Sin embargo, la salud de nuestros cuerpos está en las manos de nuestro Dios. Lo mismo sucede en el ámbito espiritual: La salvación por la sola gracia no excluye la necesidad imperiosa de que usemos los medios de la gracia que Dios ha designado y establecido. Noé es una ilustración y un tipo de la liberación que Dios dará a los suyos de la terrible ira que será derramada sobre este mundo malo. ¿Era salvo Noé antes de ser salvado de morir por el diluvio? Sí, pero la salvación no consiste solamente en ser justificado, sino que ella conlleva a la santificación y a la futura glorificación. Todos los días en nuestra vida estamos trabajando en nuestra salvación, usando los medios que la gracia nos da. No que la salvación dependa en algo de nosotros, sino que la salvación provee los medios de la gracia para que obedezcamos los mandamientos de Dios, y seamos así librados de la destrucción. El autor de Hebreos empieza diciendo que Noé fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no veían. Para entender de qué fue advertido Noé es necesario que vayamos a Génesis capítulo 6. En el versículo 5, Moisés presenta un cuadro desolador de lo que estaba sucediendo con el género humano. Así como la raza se multiplicaba, también se diversificaba la maldad y los hombres se volvían expertos en el pecado. La depravación humana se evidenciaba en “…que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (v. 5). La maldad llegó a crecer tanto, y el hombre se degeneró a tal grado, que el ser de Dios experimentó dolor y dijo: “Rearé de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (v. 7). Este arrepentimiento no significa que Dios no sabía lo que pasaría, pues, todo esto se encontraba dispuesto en su decreto eterno pero, en términos antropomórficos, el autor sagrado nos deja ver el desagrado que el pecado produce en el Dios santo. De manera que no solo los hombres morirán, sino todos los animales terrestres y las aves. Moisés, el escritor del Génesis, insiste en presentarnos la oscura y abyecta situación moral y espiritual de la generación en la cual vivió Noé, “Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (6:12). En razón de esta decadencia espiritual generalizada, Dios decide destruir al género humano, en compañía de los animales terrestres y de las aves (el pecado humano afecta a toda la creación material), a través de un diluvio. Pero “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7), entonces el Señor le avisa a Noé del gran desastre que enviará sobre la tierra y le indica la forma cómo él puede salvarse: “Dijo, pues, Dios a Noé: he decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra” (6:13). Pero hay una persona que no morirá, junto con su familia, y esta persona es Noé. Dice Moisés que este halló gracia ante los ojos de Dios. Noé era un hombre de fe, creía en el Mesías prometido y confiaba en Dios para su salvación. Esta fe no era de él sino que Dios, en su infinita gracia, se la había dado (Ef. 2:8). 25

Noé no halló gracia ante Dios por ser un buen hombre, o por ser justo, o porque él tenía la buena voluntad de buscar a Dios. Hallar gracia significa que Dios es movido a actuar con misericordia por el solo beneplácito de su buena voluntad. La gracia es un favor inmerecido y Noé halló este favor inmerecido en Dios; solo él y su familia, nadie más. Este es un ejemplo práctico de la doctrina de la predestinación. Dios eligió a Noé para darle Su gracia en medio de una masa de hombres entregados al pecado. Solo él y su familia más cercana serían salvados de esta debacle, ¿Por qué razón? Porque Dios dice “tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33:19). Dios le ordena a Noé diciendo: “Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera. Y de esta manera la harás: de trescientos codos de longitud del arca, de cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana harás al arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la puerta del arca a su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero. Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá” (6:15-17). Ahora, ¿Dios mismo pudo construir un arca indestructible, así como hizo al mundo con su palabra, y meter en ella a Noé y a todos los animales? Si. Pero a Dios le place dar a los hombres deberes y responsabilidades, los cuales son un aliciente fuerte para fortalecer la fe que él mismo ha dado por Su sola gracia. Dice el autor de Hebreos “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase” (v. 7). Noé era un hombre salvo, porque tenía la fe salvadora, y vivía como un salvo, dando testimonio de su confianza en Dios, aunque era el único creyente en su tiempo y vivía en medio de una generación maligna, burladora e incrédula. Es de gran ayuda pertenecer a una comunidad de creyentes donde estamos ayudándonos y fortaleciéndonos para vivir nuestras vidas cristianas, pero no tener a otros hermanos en la fe en los cuales apoyarse, sino solamente a Dios, es una prueba bastante difícil para la fe. Y a esta prueba, Dios suma otra: Noé debe creer en la Palabra de Dios que vendrá un diluvio sobre toda la tierra, cosa que no se había visto antes, y debe construir una gigantesca embarcación en medio de la tierra firme. Esto sí que era una prueba de fe. Noé debía creer que vendría algo que no se conocía y, además, debía empezar a hacer algo que llamaría la atención de la gente burlona e incrédula de su tiempo; debía sufrir el desprecio de los hombres, pero esto era necesario como una prueba de la fe, y al final, él y su familia serían salvos de la destrucción. Dios siempre está probando la fe de los creyentes porque es necesario que esta sea afirmada en nosotros. Santiago dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg. 1:2, 12). Noé no fue salvo por sus obras, pero sus obras manifestaron que él era salvo. La verdadera fe produce gozo porque ella se sustenta en las promesas divinas, las cuales son seguras, pero la fe también produce temor, porque toma en serio los mandamientos y las amenazas que vienen de Dios. Noé no era del tipo de creyentes que, mal fundamentados en la doctrina de la salvación por la gracia, son descuidados en su vida espiritual y solo toman en cuenta las promesas sin considerar los mandamientos y las advertencias. Él confiaba solo en Dios para su salvación, pero esta confianza no le volvió confiado y descuidado. No, cuando Dios le advirtió de la inminente destrucción que vendría sobre el mundo, su corazón tuvo un santo temor y por ese temor él obedeció el mandato de Dios, y por 120 años (Gen. 6:3) estuvo poniendo tabla sobre tabla, junto con su esposa y sus hijos, construyendo una gigantesca embarcación, a través de la cual él fue librado de la destrucción, junto con muchos animales. Por esta fe que tuvo Noé, y por este santo temor que le condujo a obedecer el mandato divino construyendo el arca salvadora, no solo se salvó él, su familia, y los animales escogidos, sino que los incrédulos recibieron su justo merecido: “Por esa fe condenó al mundo”. Mientras la fe le salvó, por esa misma fe condenó a los que no creyeron. Los incrédulos del tiempo de Noé no tuvieron excusas al presentarse ante el Juez de toda la tierra, porque hubo una advertencia, hubo una predicación constante por 26

120 años: En cada martillazo que Noé daba sobre las tablas con las cuales se construía el arca se anunciaba el inminente juicio que vendría, pero ellos no quisieron creer; no obstante hubo un hombre que sí creyó, y fue salvado de morir. Había una forma de ser librado de la destrucción y esta era creer en el mensaje de Noé y buscar la salvación; pero los incrédulos no lo quisieron hacer y por eso murieron. Hubo uno que sí creyó y no murió. El mensaje del Evangelio aunque es salvación para los que creen, también será condenación para los que permanezcan incrédulos frente a él: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere será condenado” (Mr. 16:16), “El que en él cree no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:18). El escritor bíblico de Hebreos termina afirmando que la fe que tuvo Noé le hizo heredero de la justicia: “Y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe”. “Por su fe Noé heredó el don de la justicia. Su ancestro Abel (Heb. 11:4). Noé, sin embargo, llegó a ser poseedor de justicia, es decir, su modo de vivir fue un modelo de la justicia siempre opuesta a la incredulidad. Su vida fue un ejemplo constante de obediencia a la voluntad de Dios. Por medio de su vida justa Noé halló el favor de Dios. Por la fe él agradó a Dios”22. Aplicaciones - Así como en los días de Noé, hoy la tierra nuevamente está llena de violencia. Los hombres cada día pecan con más obstinación y las naciones aprueban leyes que legitiman el pecado: El divorcio, el aborto, las relaciones sexuales ilícitas, entre otros. Todos los días miles de niños son asesinados en el vientre de sus desalmadas madres. La tierra está llena de violencia y, así como la sangre de Abel clamaba por venganza en contra de Caín, la sangre derramada sobre la tierra clama por venganza. Los hijos cada día son más rebeldes, y ya no es extraño escuchar que ellos mismos maten a sus padres. Cada día escuchamos de niños y jovencitos que toman armas para matar a otras personas. El corazón del hombre se ha vuelto experto para pecar y el colmo de la maldad está rebosando la copa que Dios derramará sobre el mundo causando su destrucción total. Jesús anunció que este mundo, en su segunda venida, sería destruido a causa de la maldad, y que la situación moral y espiritual del género humano sería parecida a los que se vivieron en los tiempos de Noé: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Pero del día y la hora nadie sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre” (Mt. 24:29, 36-39). Los incrédulos en los días de Noé no escucharon el Evangelio predicado por este, sino que continuaron en sus comilonas, en sus fiestas y en sus vidas normales llenas de pecado, como si el fin nunca fuese a venir. Es posible que ellos le dijeran a Noé: Sabemos que vendrá la destrucción final, pero llevas más de 100 años predicando de este asunto y el fin no llega, así que es posible que la destrucción que anuncias demore otros 100 años más en venir, o puede que nunca llegue. Así como los incrédulos se burlaban de Noé, quien estaba afanado en preparar el arca que sería su salvación, en estos tiempos la gente se burla de los cristianos porque también les urgimos para que acudan presurosos al arca, Jesucristo, quien es la garantía de que seremos salvos del gran día de la ira de Dios: “Amados: esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la Palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y 22

Kismetamaker, Simon. Hebreos.Página 374-375

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la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Más, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:1-10). Siendo que el gran juicio está por venir sobre esta tierra ¿Serás tan torpe como lo fueron los hombres en los días de Noé que no se apercibieron del peligro y no buscaron lo que sería su segura salvación? Recuerda que solo a través de la fe en Jesucristo podemos ser salvos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12).

La fe perseverante: El padre de la fe (Primera parte): La fe que obedece Hebreos 11:8-12 Introducción Entre los versos 4 al 7 estudiamos tres ejemplos que nos dan una clara ilustración del desarrollo o progreso de una vida de fe: Abel representa el inicio de la fe en el creyente, esa fe que adora a Dios no confiada en sus ofrendas u obras, sino en Cristo solamente. Enoc representa al creyente que, luego de 28

recibir la fe como don de la gracia, empieza a caminar con Dios, empieza a conocerlo; y Noé, nos presenta a la fe que, conociendo a Dios, le obedece y produce frutos abundantes para Su gloria, utilizando todos los medios que la gracia nos da para crecer en él. Desde el verso 8 y hasta el final del capítulo 11 encontraremos muchos ejemplos prácticos que nos precisan diversos matices sobre la vida de fe. Estos ejemplos nos permiten ver la fe desde diversos ángulos, y de manera especial ejemplifican las diferentes pruebas que la fe de los creyentes sufre y los triunfos que la gracia divina le concede alcanzar. El autor de la carta empieza su listado de héroes de la fe postdiluvianos con Abraham, quien no solo es el padre biológico de la nación de Israel, a través de Isaac y Jacob, sino que es el padre espiritual de todos los que poseen la verdadera fe perseverante (… para que fuese padre de todos los creyentes…Rom. 4:11). Siendo así, nuestro autor sagrado dedica bastante tiempo a hablar de Abraham, ya que todos los creyentes, de todas las épocas, somos considerados hijos de la misma fe que caracterizó a Abraham e hijos de este héroe insigne de la fe: “Y si vosotros sois de Cristo sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y heredero según la promesa” (Gál. 3:29). “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gál. 3:7). Ahora, si Abraham es llamado el padre de los verdaderos creyentes, esto significa que nosotros, todos los que creemos en Cristo, debemos seguir su ejemplo en la vida de fe, imitando lo que la Biblia reconoce en él como loable. De manera que vamos a enfocarnos en analizar los tres elementos que el autor de la carta a los Hebreos nos presenta en los versos 8 al 12 como aspectos sobresalientes de la fe de este patriarca que fue llamado amigo de Dios, a causa de su fe. (Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Stg. 2:23). Nuestro autor nos habla de estos tres elementos: 1. La fe que obedece (v. 8) 2. La fe que mira más allá de lo terreno y pasajero (v. 9-10) 3. La fe que alcanza la promesa (v. 11-12) 1. La fe que obedece. “Por la fe, Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (v. 8). Abraham, así como todos los verdaderos creyentes en toda época y lugar, fue llamado por Dios de manera soberana y conforme a sus propósitos eternos. Este llamado no es aquella invitación general que hace el evangelio donde se exhorta a todos los hombres que procedan al arrepentimiento (“Pero Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan. Hch. 17:30), pues este llamado puede ser resistido y rechazado por muchos. El llamado de Abraham es irresistible, así como el que reciben todos los verdaderos creyentes, es decir, viene acompañado con el poder regenerador, vivificador y transformador de Dios. La mejor ilustración de esta clase de llamado es la resurrección de Lázaro quien, luego de cuatro días de muerto y estando en los inicios del proceso de descomposición física, fue llamado por Jesús para que saliera de la tumba. Pero Lázaro, en su estado de muerte física, no podía ni tenía la capacidad para responder al llamado del Redentor. No obstante, Lázaro respondió, pero no por una fuerza inherente en él, pues no tenía ninguna, ya que era solo un muerto en estado de descomposición. Lázaro respondió, porque el llamado de Jesús iba acompañado de un poder regenerador. El poder vivificador del Espíritu Santo penetró las palabras de Jesús en Lázaro y le dio vida para que escuchara y respondiera. Lázaro recibió la vida antes de que pudiera responder y, estando vivo, ya no quería seguir viviendo dentro del sepulcro, sino que decidió salir para encontrarse con su salvador. De la misma manera Abraham, como todos los hombres, nació muerto espiritualmente. Él no podía buscar a Dios, ni podía creer en él de manera correcta, ni amarlo, ni servirle, ni obedecerle, porque su estado espiritual era de muerte y putrefacción: “No hay justo, ni aún uno: no hay quien entienda, no hay quien 29

busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga la bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12). La Biblia dice que Abraham pertenecía a una tribu de paganos e idólatras: “Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río…” (Josué 24:2-3). Abraham también fue tomado de lo más vil y menospreciado (Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es. 1 Cor. 1:28). Pero desde esa posición de miseria espiritual el Señor lo llamó en su infinita misericordia. ¿Por qué solo lo llama a él? ¿No estaban también en estado de perdición sus parientes y vecinos? Todos eran enemigos de Dios, pero la gracia electiva del Señor solo favoreció a Abraham, a su esposa, a su sobrino y a algunos de sus siervos. (Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Ro. 9:15). El Dios soberano que se presenta en las Escrituras no llama de manera eficaz a todos los hombres, sino que ama a unos y aborrece a otros. A los que ama no los ama por algo bueno en ellos, sino solo por su electiva misericordia. (Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama. Ro. 9:11). Él llamó a Abel pero abandonó en su maldad a Caín, escogió a Isaac y desechó a Ismael, amó a Jacob y aborreció a Esaú. El Dios de la gloria se apareció a Abraham y lo llamó para que fuera su siervo. Dios no se apareció a los otros, sino solo a él. (…el Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia.Hch. 7:2). El llamado que Dios hace a Abraham lo encontramos en Génesis 12:1-3 “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Este es un llamado que implicaba una gran prueba para la fe. Muchas veces el llamado del evangelio también viene acompañado de grandes pruebas. Abraham acaba de conocer al Soberano Salvador, quien por su sola gracia le da la salvación, y ahora le pide que obedezca su voz, dando pasos de obediencia en una vida de fe. Abraham debía abandonar su casa, su pueblo, lo que había construido durante casi 70 años. Pero la prueba contenía grandes retos, pues, cuando se tienen 20 o 30 años de edad es fácil salir en busca de aventuras y abandonar el país. No obstante, Abraham, no siendo ya tan joven, debe abandonar la tierra donde forjó sus amistades, sus negocios y donde conoció a su esposa. “!Qué prueba para la fe era esto! ¡Qué juicio para la carne y para la sangre! Abraham era ya de setenta años de edad, y los viajes largos y la disolución de las amistades no se encomiendan a las personas mayores. Salir de la tierra de su nacimiento, abandonar su casa y bienes, cortar los lazos familiares y dejar atrás a sus seres queridos, abandonar la seguridad presente (este era el parecer de la sabiduría humana) por la incertidumbre del futuro, y salir sin saber para dónde iba, debió haber parecido duro y áspero para el sentimiento natural. ¿Por qué entonces hizo Dios tal demanda? Para probar a Abraham, para dar el golpe mortal a sus corrupciones naturales, para demostrar el poder de Su gracia”23. Que este mandato de Dios era una prueba para le fe de Abraham también se deja ver en que él debía abandonar una ciudad cómoda donde, de seguro, él tenía muchas posesiones. Como dice Samuel Pérez Millos, hablando de las ruinas que se encontraron donde antes estaba ubicada la ciudad de Ur: “Las excavaciones efectuadas en el montículo desenterraron, entre otras cosas, las tumbas reales que datan de unos dos mil seiscientos años a. C. Dichas tumbas arrojan luz sobre las costumbres y, sobre todo, acerca de la opulencia de la ciudad. No cabe duda que Abraham vivía en un lugar de alto nivel, en relación con la

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Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Thecall of Abraham. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_060.htm En: Junio 10 de 2011.

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civilización y el mundo de la antigüedad, lo que hace aún más sorprendente el hecho de abandonar el lugar de su residencia, donde tenía su forma de vida y en donde era, posiblemente, un hacendado rico”24. Es importante notar que el autor de la carta quiere resaltar la obediencia de la fe. Abraham es uno de los mejores ejemplos de cómo la verdadera fe no es pasiva ni meramente teórica o emocional. No es algo que básicamente se relacione con el sentir, no es algo en lo cual simplemente se razona, la fe es el poder de Dios para salvación que se apropia de la gracia y conduce al creyente a ser obediente a la Palabra de Dios. Cuando hay fe en el corazón, entonces miramos a Dios como el Dios soberano que es misericordioso, sabio, justo y que, cual Padre amoroso, guiará a sus hijos a verdaderas bendiciones. “El camino de la fe da a otros a menudo la impresión de ser imprudente e irreflexivo, pero el que conoce a Dios está contento con ser guiado aun con los ojos vendados, sin saber el camino que tiene por delante”25. Abraham mostró con su vida lo que Jesús enseñó a los discípulos cuando les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mr. 10:14-15). Abraham tenía la fe que caracteriza a un pequeño niño, el cual confía totalmente en su padre, y cree todo lo que él le dice. Abraham no era de la clase de teólogos y creyentes “eruditos” que se atreven a cuestionar a Dios y ponen un manto de duda sobre la existencia de un hombre histórico llamado Adán, o sobre una burra que pudo hablar, o sobre una embarcación que sobrevivió a un diluvio universal y en la cual cupo una gran cantidad de animales, o sobre un hombre que vivió durante tres días dentro del cuerpo de un gran pez. Abraham, como todo verdadero creyente, debió experimentar en carne propia lo que significa morir al mundo, morir a la carne, desprenderse de todo lo que nos amarre con los deseos mundanos. Como dice Arthur Pink: “Las pruebas de la regeneración se encuentran en una auténtica conversión: Lo que prueba que se ha nacido de nuevo es la completa ruptura con la vida vieja, tanto interior como exteriormente. Esto es evidente en cualquier mente renovada, que cuando el alma ha sido favorecida con una manifestación real y personal de Dios, hay un llamado que le impulsa a responder a Él. Es simplemente imposible que la persona renacida deba continuar con su vieja manera de vivir. Un nuevo objeto está delante de él, una nueva relación se ha establecido, nuevos deseos llenan su corazón, y nuevas responsabilidades le reclaman. El momento en el cual un hombre verdaderamente tiene un encuentro con Dios, se da un cambio radical “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17)”26. Abraham debía mostrar con su obediencia que realmente había nacido de nuevo, que tenía la fe que persevera hasta el fin, y, efectivamente, Abraham obedeció. Él tuvo que salir de la comodidad de la tierra que lo vio nacer hacia una tierra que no conocía. Dios le prometió conducirlo a la tierra que sería su herencia, pero Abraham no pudo decirle a sus familiares dónde quedaba ese lugar, pues, no sabía para dónde iba, solo tenía la plena confianza de que Dios lo guiaría al sitio donde él quería que estuviera, y cuando estamos en el sitio donde Dios quiere que estemos, entonces nos encontramos en el mejor lugar del mundo: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (v. 8). En Génesis hallamos que Dios le promete a Abraham formar de él una nación numerosa, que lo bendeciría abundantemente y, a través de él, Dios engrandecería Su propio nombre, pues le revelaría a la posteridad de creyentes que Dios es fiel a su pacto y cumple todas sus promesas. Las Sagradas Escrituras dicen que Abraham fue justificado porque le creyó a Dios, “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Gén. 15:6). Este creer en Dios se expresó a través de la obediencia, no que Abraham haya sido salvo por obedecer, sino que la fe y la obediencia siempre van de la mano. Como dice F. F. Bruce “La fe de Abraham fue manifestada, primero que todo, por la prontitud con que dejó su hogar ante el llamado de Dios, confiado en la promesa de un nuevo hogar que nunca había visto antes y que, aun 24

Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 634 MacDonald, William. Comentario Bíblico (Obra completa). Página 1006 26 Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.The call of Abraham.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_060.htm En: Junio 11 de 2011. 25

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después que entró en él, nunca poseyó en persona… la fe y la obediencia son inseparables en la relación del hombre con Dios”27. Su obediencia era la señal de que él realmente confiaba en Dios y en su palabra. Más tarde Dios le confirma esto a su hijo Isaac: “Por cuando oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gén. 26:5). Abraham no sabía para dónde iba, ni conocía la tierra que recibiría en heredad, de manera que “…la promesa de la herencia no fue, en primera instancia, un incentivo para la obediencia, fue la recompensa para su obediencia”28. Una de las principales lecciones que debemos aprender del ejemplo de Abraham es que el hombre de fe está atento a la Palabra de Dios, la escucha con solemnidad y con prontitud se dispone a obedecerla. El hombre de fe no quiere dar un solo paso a no ser que la Palabra de Dios le enseñe el camino. Abraham recibió la palabra a través de algunos de los medios usuales en el Antiguo testamento: Visiones, voz audible, impresiones, entre otros, pero los creyentes, luego que la Palabra de Dios terminó de confeccionarse en lo que llamamos las Sagradas Escrituras, no esperamos esta clase de manifestaciones sobrenaturales, sino que acudimos diariamente a la palabra profética más segura: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones, entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:19-21). Solo la Palabra de Dios nos puede guiar al lugar donde Dios quiere que estemos, en todos los asuntos de nuestra vida. Todo lo que necesitamos para llegar a la perfección nos ha sido dicho en ella: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). Pero no solo se trata de escuchar la Palabra de Dios, sino de obedecerla, pues, si no hacemos caso a lo que ella nos manda, entonces evidenciamos que no tenemos fe, que no le creemos a Dios; es por eso que Santiago nos exhorta diciendo: “Pero sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la Palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Stg. 1:22-25). Aplicaciones - Esteban, en Hechos 7, dice que el Dios de la gloria se le apareció a Abraham. Este santo varón no tenía un mero conocimiento intelectual o emocional de Dios, sino que pudo ver Su gloria y, por eso, cuando el Dios de la gloria le pide que sacrifique su comodidad para seguir el camino que la Soberana voluntad trazó para él, no tiene temor en obedecer. “La gloria de Ur, las riquezas, la posición social, eran mucho menores que la gloria de Dios que se le había aparecido. Cualquier cosa que el glorioso Dios le demandara podía asumirlo confiadamente porque no había gloria humana que pudiera compararse con Su gloria”29. Hermanos, ¿Cuál es la demanda que te hace el evangelio? ¿Cuál es la gloria humana que debes sacrificar? ¿Cuál es la comodidad mundanal que Dios te pide dejar? Recuerda que si amamos a este mundo, entonces no amamos a Dios. Si hay algo en esta tierra que sea más glorioso que Dios para nosotros, entonces no somos dignos del evangelio. No olvides las palabras de Cristo “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37). “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt. 10:38). “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Confía en Cristo, en su Palabra, en sus promesas de salvación, cree lo que él promete, y sigue fielmente sus pisadas. Si él te pide que abandones el amor de tu madre, porque ella te prohíbe seguir el evangelio, entonces debes dejarlo, sabiendo que Dios te será como un padre y como una madre. 27

Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 298 Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 299 29 Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 634-635 28

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- ¿Quieres hacer grandes cosas para el reino de Cristo? Recuerda que “la fe activa, la que hace hazañas por Dios, es siempre una cuestión de simple obediencia, y Dios es quien toma la iniciativa. Pero la fe debe ser suficientemente fuerte para obedecer, aunque Dios nos mantenga en la oscuridad acerca de determinados detalles que nos gustaría conocer. Algunas personas nunca realizan nada para Dios porque no obedecen dando un paso a la vez; quieren demasiada información adelantada. Quieren eliminar de la obediencia todo misterio, incertidumbre y aparente riesgo. Pero esto significaría la eliminación de la misma fe” 30. Los hombres que hicieron grandes cosas para Dios solo confiaron en Su Palabra y la obedecieron, de esa manera el Señor los bendijo y los usó poderosamente para Su gloria. - ¿Has conocido al Rey de la gloria? ¿Has tenido una visión de la gloria de Dios? ¿Dios se ha convertido en una realidad para tu alma? ¿Has tenido un encuentro con la Majestad divina al punto que no te ha quedado otra opción sino el humillarte ante él y obedecerle? Recuerda que si no tienes fe real y obediente en el Dios de gracia, entonces él será para ti el Dios de juicio, justicia e ira. Escucha la exhortación que te hace el Espíritu Santo hoy “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7).

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Taylor, Richard. Comentario bíblico Beacon. Hebreos hasta Apocalipsis. Página 145

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La fe perseverante: El padre de la fe (segunda parte): La fe que mira más allá de lo terreno y pasajero Hebreos 11:8-12 Introducción: Nos encontramos estudiando el tema de la “fe perseverante” tal y como nos la presenta el autor de la carta a los Hebreos. Al final del capítulo 10 nuestro autor confrontó a sus lectores para que se afiancen más en la fe cristiana, fortalezcan su confianza en el Señor y eviten así caer en el camino que los puede conducir a la apostasía. Al final de la fuerte exhortación de este capítulo, el autor anima a los lectores diciéndoles que tanto él como ellos no son de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (v. 39). Es de esta fe que persevera para salvación de la cual el autor nos habla en el capítulo 11. Ya hemos visto que la fe perseverante, la que identifica a los salvos, está totalmente arraigada en las promesas de gracia que contienen las Sagradas Escrituras, y solo a través de esta fe alcanzamos buen testimonio o aceptación ante el Soberano Dios. Somos salvos por medio de la fe, y esto queda demostrado en los ejemplos que ya hemos visto: Abel fue aceptado ante Dios no por la calidad de su ofrenda, sino porque él tenía fe; Enoc caminó con Dios, a través de la fe, y Noé obedeció el mandato de construir un arca también por medio de la fe. Ahora nos encontramos estudiando los versos 8 al 12, en los cuales se nos presenta el ejemplo del padre de la fe, es decir, Abraham. En estos versos encontramos tres aspectos claves e importantes de la fe perseverante: 1. La fe que obedece (v. 8) 2. La fe que mira más allá de lo terreno y pasajero (v. 9-10) 3. La fe que alcanza la promesa (v. 11-12) En el primer punto observamos cómo el llamado eficaz del Espíritu Santo convirtió a Abraham de un pagano idólatra a un adorador del verdadero Dios. Abraham fue llamado de muerte a vida, de la oscuridad a la luz, de la mentira a la verdad; y todo a través de la fe. Ahora en los versos 9 al 10, el autor de la carta nos muestra, a través del ejemplo de Abraham, cómo es una vida de fe, de esa fe que es capaz de mirar más allá de lo terreno y pasajero. “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (v. 9). Abraham fue llamado por Dios para que saliera de su tierra y se fuera a un lugar escogido, en el cual Dios le daría una descendencia numerosa, y de la cual nacería el Cristo, el Salvador del mundo. “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gén. 12:1-2). Ese lugar escogido por Dios era la tierra de Canaán, la cual le sería entregada a Abraham y a sus descendientes: “Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra.” (Gén. 12:5, 7a). Ahora, la Biblia nos dice que cuando Abraham llegó a la tierra de Canaán esta se encontraba habitada por el pueblo cananeo (Gén. 12:6). ¿Podía Dios entregar a Abraham en posesión una tierra que ya le pertenecía a otra gente? Siendo Dios el creador de la tierra, entonces él tiene la máxima y final potestad para darla a quien quiera, incluso para quitarla y darla a otros. Esto corresponde a su derecho como creador y gobernador de todas las cosas: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan” (Sal. 24:1). A causa de la maldad del hombre, de su idolatría, y de su rebeldía, expresadas en grados de terrible maldad, Dios le quita la tierra y la da a los justos: “Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra” (Sal. 37:9). Abraham salió de la tierra de sus padres confiado en la promesa divina de que recibiría una tierra desconocida como propiedad para él y para su innumerable descendencia. Así es que Abraham llega a 34

Canaán pero se encuentra con varias dificultades que se convierten en una prueba para su fe. La primera dificultad es que esa tierra ya está habitada. La verdadera fe siempre debe ser probada, de manera que cada día se torne más robusta y no tambalee ante las adversidades. Abraham recibe la tierra de Canaán en heredad pero no puede poseerla. Incluso, cuando su esposa muere, tuvo que comprar una pequeña porción de tierra para poder sepultarla (Gén. 23:1-20). El heredero debe comprar una pequeña porción de tierra en lo que le pertenece y es suyo por la promesa divina. Esos son los misterios de la fe. La verdadera fe no se da en el terreno de las bendiciones recibidas de manera tangible, sino en la promesa de bendición que no puede verse materializada. Si todo lo que mi fe desea es recibido inmediatamente, entonces ella no puede ser ejercitada. El creyente recibe por fe lo que no puede ver, lo que aún no puede disfrutar de manera plena. Algunas corrientes pseudo-evangélicas de nuestro tiempo promueven una clase de fe que no es fe, pues ellos dicen que, cumpliendo con algunos pasos, los creyentes pueden recibir todo lo que desean, ahora, con solo ejercer fe. Pero la fe que persevera hasta el fin, muchas veces, no recibe lo que le fue prometido por Dios en esta tierra, sino que debe mantenerse anclada en lo que espera, pero que no le llega en vida. Abraham, a pesar de ser llamado el padre de la fe, no recibió, en vida, todo lo que le fue prometido, sino que tuvo que afianzar más su fe al no recibir de manera tangible lo que se le había prometido. De la misma manera los cristianos hemos sido llamados por Dios para recibir una “… herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible…” (1 Ped. 1:4), pero, luego de ser llamados eficazmente por el Espíritu Santo, y de creer en el Señor Jesús de todo corazón, no empezamos a disfrutar de manera plena de todo lo que se nos ha prometido, sino que empezamos una batalla en contra de muchas oposiciones que surgen en medio de un mundo hostil al cristianismo y a la vida de santidad. “Durante esa lucha se encuentra con muchos desalientos y recibe numerosas heridas. Tiene que llevar a cabo duros deberes, dificultades por superar, pruebas que soportar, antes de que el cristiano entre plenamente en la herencia que la gracia divina le ha designado, y nada más que la fe divinamente concedida y preservada es suficiente para estas cosas: que sustenta el corazón frente a las pérdidas, los reproches, las demoras dolorosas”31. El camino que nos lleva al cielo está lleno de muchas dificultades. Hay muchas cosas en este mundo que tratan de desestabilizarnos. Solo los valientes arrebatan el reino de los cielos, dijo Jesús. Los verdaderos creyentes deben negarse a sí mismos saliendo del mundo, divorciándose de sus pecados y de sus intereses más amados. La plena realidad de la vida eterna no la vemos realizada ahora sino que debemos cultivar la paciencia, sabiendo que pronto nuestra corrupción se vestirá de incorrupción. Muchos cristianos han aprendido que el comienzo de la vida de fe es fácil, pero que lo difícil es vivir esa vida de fe en un período de muchos años. Dice nuestro autor que Abraham habitó como extranjero, es decir, como un peregrino que no pertenece a ese lugar. Aunque la promesa estaba y Abraham confiaba en ella, no obstante, él no se afanó por hacer suyo lo que le pertenecía, sino que se fortaleció en fe para esperar el tiempo en el cual Dios le entregaría de manera tangible la tierra de Canaán a su descendencia. Abraham no tuvo interés alguno en establecer relaciones de arraigo o apego con la gente de Canaán, no porque fuera racista o regionalista, sino porque él quería disfrutar, no tanto de la tierra sino de la presencia y de la comunión con Dios. Siendo un hombre de fe entonces su mirada estaba puesta en su Señor. Él moraría en esa tierra como extranjero mientras la tierra de Canaán estuviera inundada de paganos que adoraban a otros dioses. Asimismo a los creyentes se les ha prometido la tierra como parte de su herencia. Jesús dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mt. 5:5). Pero nosotros somos peregrinos en ella mientras el pecado reine en los corazones de sus habitantes. No podemos echar raíces aquí, ni establecer nuestra morada en la tierra, mientras no venga la nueva tierra y el nuevo cielo, donde el pecado ya no existirá más. Es por eso que Juan nos dice “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15). Aunque el Señor les permite a algunos creyentes tener comodidades materiales en este mundo, ellos no deben amañarse mucho con estos placeres, pues vivimos en un mundo que se encuentra bajo la ira de Dios: “Y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen” (1 Cor. 7:31). 31

Pink, Arthur. Anexposition of Hebrews. Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_061.htm En Junio 30 de 2011

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“... morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa”. No solo Abraham vivió como extranjero y peregrino en la tierra de la herencia prometida, sino su hijo Isaac y su nieto Jacob. Estos tres patriarcas vivieron en tiendas de campaña. De tanto en tanto cambiaban el lugar de su morada y no lograron establecerse en un sitio fijo. “A lo largo de tres generaciones los herederos de la tierra vivieron por la fe con sólo una promesa. No fue hasta que las doce tribus de Israel entraron en la tierra bajo el liderazgo de Josué que pudieron reclamar la promesa y apropiarse de la tierra”32. No obstante, los siervos del Señor se vieron como peregrinos en todas las épocas de la historia bíblica, nunca consideraron esta tierra como su real morada. El camino de fe de los apóstoles también les llevó a no echar raíces en esta tierra: “Hasta ahora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija” (1 Cor. 4:11). Ahora, ¿Por qué Abraham pudo esperar pacientemente el cumplimiento de la promesa y no se aferró a la tierra que le había sido prometida a él y sus descendientes? La respuesta está en el versículo 10. “Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (v. 10). Abraham vivió como extranjero en la tierra prometida, porque él, así como todos los verdaderos creyentes en el Antiguo Testamento, no estaba aferrado a herencias materiales. Ellos no tenían como máxima esperanza poseer una tierra fértil sino que anhelaban la verdadera ciudad, la verdadera nación, la verdadera riqueza, es decir, la espiritual. “La permanencia de Abraham en Canaán fue tan temporal como las estacas que él clavaba en la tierra para mantener armadas sus tiendas. Abraham sabía que las posesiones terrenales son temporales; él siempre tuvo el ojo de su fe puesto ”33. Abraham se dio el lujo de esperar, por medio de la fe, porque él sabía que luego que todas las ciudades cananeas se hayan convertido en polvo, la ciudad se Dios se mantendría incólume e indestructible. Algunos intérpretes de la Biblia han afirmado que las promesas para la Iglesia son celestiales, mientras que para los santos en el Antiguo Testamento eran terrenales. Pero los santos antiguos no depositaron su esperanza en lo terreno, ya que ellos comprendieron que lo terreno es pasajero y corruptible. Los santos del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento también conforman la iglesia de Cristo, la esposa del cordero, y nuestra esperanza no se encuentra en las cosas o placeres de este mundo, sino en lo celestial, lo espiritual, pues, estos son eternos e incorruptibles. La ciudad que tiene fundamentos, y cuyo arquitecto es Dios, no es la Jerusalén terrena sino la celestial. Esta ciudad gloriosa un día será la residencia final y eterna de todos los santos, de todos los tiempos y lugares. Abraham no espera disfrutar de un reino terreno sino de un reino celestial. “Abraham sabía que su morada terrenal no podía ser comparada con la ciudad celestial, de la cual Dios mismo es su arquitecto y constructor. Por la fe él visualizó la congregación final de todos los creyentes para la fiesta de la redención. Él anticipó el advenimiento y la obra de Cristo. Puesto que en él todos los creyentes son uno con el Hijo y con el Padre”34. Los creyentes tenemos la esperanza puesta en la promesa de Jesús: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3). La ciudad que Abraham esperaba tiene fundamentos firmes porque su arquitecto y constructor es Dios mismo. El apóstol Juan describe así esta ciudad eterna donde morarán para siempre todos los que son de la fe de Abraham: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará 32

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 378 Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 378 34 Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 379 33

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con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal.Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.” (Ap. 21:1-4, 10-11, 22-27) Canaán representaba para Abraham solo el proceso de la salvación, pero no su conclusión. La consumación de la redención se encontraba en el cielo, no en la tierra; por eso no pudo arraigarse en lo terrenal y cambiaba su morada constantemente. Pero no es fácil esperar, por lo general queremos recibir todas las cosas inmediatamente; de allí el surgimiento de muchas teologías erróneas que tratar de animar al creyente a vivir el cielo en la tierra, de adelantar el estado de glorificación, pero esto es imposible. El llamado que Dios nos hace es a esperar con paciencia: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7). La mayoría de las bendiciones que nos han sido prometidas en Cristo solo se disfrutarán en el estado eterno, es decir, en la glorificación; mientras tanto nos fortalecemos en fe durante nuestro peregrinar por esta tierra, sabiendo que muy pronto estaremos con él, y entonces gozaremos para siempre de la verdadera tierra de la promesa. “Es característico de casi todos nosotros que siempre tenemos prisa. Esperar nos es más difícil que aventurarnos. Y el tiempo más difícil es el de en medio. En el momento de la decisión hay entusiasmo y emoción; al llegar a la meta está el resplandor y la gloria de la satisfacción; pero en el tiempo intermedio hay que saber esperar y velar y trabajar, aunque parece que no pasa nada. Es entonces cuando se abandonan tantas esperanzas, y se reducen tantos ideales, y nos hundimos en la apatía de los sueños muertos. La persona de fe es la que mantiene viva la esperanza y el esfuerzo a tope, hasta en los días grises en los que parece que no se puede hacer nada más que esperar”35.

Aplicaciones - El ejemplo de la vida de fe de Abraham debe motivarnos a mirar más allá de lo aparente. Si estamos esperando en el Señor, entonces no debemos desmayar o cambiar los planes simplemente porque las cosas no se están dando cómo lo esperamos. Los creyentes hebreos eran tentados a abandonar el cristianismo, y regresar al judaísmo, porque Jesús estaba demorando su venida y porque no veían que el Reino se materializara, antes por el contrario, las cosas en este mundo estaban empeorando. “¿Abraham, Isaac y Jacob se sentirían tentados alguna vez a preguntarse si se habrían equivocado, o si Dios los habría olvidado o era demasiado lento? En el orden divino de cosas a menudo el verdadero estado de cosas está oculto. David era rey en la mente de Dios años antes de serlo en las mentes del pueblo. Pero la fe puede aguardar, porque ve los hechos detrás de las circunstancias. No tiene que gritar; ni abandona la esperanza y cae en la desesperación”36. - Antes de ser creyentes éramos ciudadanos del mundo, y por lo tanto amábamos al mundo y nos conformábamos a sus ideales, estándares y principios; pero “La fe convierte en peregrino al que antes era ciudadano del mundo. Esa es la condición que destaca el apóstol Pedro para el creyente: (1 P. 2:11). Como Abraham, tenemos promesas de Dios sobre un lugar que Jesús prepara para nosotros. Antes éramos del mundo, pero ahora somos extranjeros que

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Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 914 Taylor Richard. Comentario Bíblico Beacon “Hebreos hasta Apocalipsis”. Página 145

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peregrinamos buscando la ciudad celestial, conforme a la promesa del Señor”37. En este mundo lo único que tenemos asegurado es una tumba, así como Abraham adquirió el pedacito de tierra que sería la sepultura de él y de su esposa en la tierra de Canaán, pues este es un mundo pasajero y temporal; cada día estamos muriendo y nuestros cuerpos se van desgastando, hasta que vuelvan al polvo. Pero los creyentes anhelamos estar en el lugar donde ya no habrá más muerte y para siempre viviremos con el Salvador. Aunque es nuestro deber cultivar la tierra, hermosearla y hacer de ella un lugar agradable, no obstante nunca dejamos de mirar al cielo donde se encuentra nuestra real y eterna morada. - El corazón se sustenta solamente en el poder de una fe activa y operativa en medio de las dificultades y sufrimientos, como dice Pablo: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:16-17). Si meditáramos con más frecuencia en las glorias y en la felicidad del cielo, entonces nuestras almas serán favorecidas con un gozo anticipado. Abraham se regocijó de que había de ver el día de Cristo, y lo vio y se regocijó (Jn. 8:59). Si nosotros pensáramos con más frecuencia en el día glorioso que está por venir, entonces no estaríamos tan tristes como a menudo lo estamos. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica así mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:3), ya que el creyente eleva su corazón por encima de la escena de este mundo y Cristo nos lleva en el espíritu detrás del velo. Cuanto más nuestros pensamientos se sientan atraídos por el cielo, menos atractivo será para nosotros este mundo.

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Pérez, Samuel. Comentario exegético al griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 636

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La fe perseverante: El padre de la fe (tercera parte): La fe que alcanza la promesa Hebreos 11:8-12 Introducción Prosiguiendo con su exposición sobre la fe perseverante, el autor de Hebreos, luego de mostrarnos a través del ejemplo de Abraham cómo la fe verdadera se caracteriza por obedecer al llamado de Dios, y cómo convierte en peregrino y extranjero al que antes era ciudadano del mundo, ahora en los versos 11 y 12 el escritor bíblico llama la atención sobre el maravilloso poder de la fe que es don de Dios, la cual se mantiene firme a pesar de tener que enfrentarse con muchas circunstancias desalentadoras, persevera en medio de los obstáculos más formidables, y confía en Dios aunque algunas de sus promesas parezcan imposibles para la razón humana38. En estos dos versículos, aunque el autor continúa presentando a Abraham como ejemplo de verdadera fe, se incluye a su esposa Sara, para demostrar que la fe perseverante alcanza las promesas, porque ella (la fe), aunque pase por momentos de debilidad, se mantiene firme y persevera hasta el fin. Un anciano y una frágil mujer son ejemplo de la fe verdadera, que toma fuerza y ve los frutos de la perseverancia cuando pone su mirada en la veracidad de las promesas divinas, aunque en un momento tambalea a causa de la incredulidad. Estos dos ancianos muestran lo que es una fe intensamente práctica, una fe que no solamente eleva el alma al cielo sino que es capaz de obtener fuerza para el cuerpo aquí en la tierra. Vamos a meditar en estos versículos y encontraremos que la fe, de la cual el autor habla, no es meramente una fe mental y teórica. Nos daremos cuenta que la fe de una buena parte de los que profesan ser cristianos es muy diferente a la fe perseverante que nos presenta Hebreos; tan diferente como lo es la oscuridad a la luz: Una clase de fe se expresa profundamente en palabras, mientras que la otra, en hechos. Una clase de fe se quiebra cuando se pone a prueba, mientras que la otra sobrevive a la exposición de toda clase de pruebas. Una clase de fe es inoperante e ineficaz, mientras que la otra es activa y poderosa. Una es improductiva y la otra produce muchos frutos para la gloria de Dios. La gran diferencia entre estas dos clases de fe es que la primera es humana y la segunda divina, una es natural y la otra, sobrenatural. Esto es lo buscado a través de ferviente oración, cuando nuestras conciencias y corazones perciben su necesidad. Este estudio en el libro de Hebreos tiene como fin que analicemos el carácter de nuestra fe. Será de poca utilidad para nosotros si solo nos concentramos en escuchar los estudios, nos entretenemos con la simple comprensión de los textos bíblicos, y no somos conducidos a un cuidadoso auto-examen. Es de poco beneficio conocer los grandes logros de la fe de los santos en el Antiguo Testamento si no experimentamos vergüenza al ver nuestra calidad de fe, y si no somos llevados a llorar fervorosamente delante de Dios para que él obre en nosotros una “fe preciosa”. A menos que este tema de la fe no produzca en nosotros aquellas obras que la naturaleza humana no puede producir por sí misma, a menos que nuestra fe no nos permita vencer al mundo (1 Jn. 5:4) y no triunfe sobre los deseos de la carne, entonces tenemos motivos para temer que nuestra fe no es “la fe de los escogidos de Dios” (Tito 1:1). Entonces debemos llorar con David y exclamar: “Examíname, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón” (Sal. 26:2).

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En la exposición de estos dos pasajes voy a seguir, casi al pie de la letra, el comentario de Arthur Pink, tomado del inglés http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm

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No se trata de que el cristiano viva una vida perfecta de fe, pues solo Jesús lo pudo hacer. No. De la misma manera que todas las gracias espirituales, la fe está sujeta a un crecimiento y su plena madurez no se alcanza en esta vida: “Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo…” (2 Tes. 1:3). La fe de los santos a veces es vacilante, tal como se evidenció en algunas ocasiones en Abraham, Moisés, Elías o en los apóstoles. Nosotros todavía estamos en este cuerpo de muerte, y los razonamientos de la incredulidad siempre están dispuestos para afectarnos con el fin de oponerse a los actos de la fe, a menos que sean sometidos por la gracia divina. Así que con este estudio no estamos tratando de llevar a los creyentes a pensar que por sí mismos pueden llegar a tener una fe perfecta, ya sea en su crecimiento, en su constancia o en sus logros. Más bien buscamos la ayuda divina para asegurarnos de que sí tenemos la fe, que es superior a aquella que solo se obtiene a través de la mera instrucción religiosa, aquella fe que se sobrepone a la incredulidad que todavía acompaña a nuestra carne, aquella fe que produce abundantes frutos para la gloria de Dios. En los versos 11 y 12 nuestro autor sagrado sigue hablando de Abraham como ejemplo de fe, pero en conexión con su esposa, Sara, la cual también dio muestras de esta fe perseverante. Como dice Manton “Observa la bendición que es cuando el esposo y la esposa son compañeros en la fe, cuando ambos, en el mismo yugo dibujan el mismo camino. Abraham es el padre de los fieles, y Sara es recomendada entre los creyentes, como siendo compañera en las mismas promesas, en los mismos problemas y pruebas. Lo mismo se dice de Zacarías y Elizabet “Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lc. 1:6). Es un estímulo poderoso cuando el compañero permanente de nuestras vidas es también un compañero en la misma fe. Esto debería dirigirnos en al asunto de la elección: No puede ser una ayuda idónea la mujer que es contraria a nuestra fe, pues, la verdadera religión decae en las familias, más que nada, por falta de cuidado de ambos”39. “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aún fuera del tiempo de la edad porque creyó que era fiel quien lo había prometido”. (v. 11). Hay cinco cosas en las que nuestra atención debe centrarse: 1. En primer lugar, los obstáculos de su fe: La esterilidad, la vejez y la incredulidad 2. En segundo lugar, el efecto de su fe: “recibió fuerza para concebir” 3. En tercer lugar, la constancia de su fe: Ella confiaba en Dios para una verdadera liberación, el nacimiento de su hijo. 4. En cuarto lugar, el fundamento de su fe: Descansó sobre la veracidad de la promesa divina 5. En quinto lugar, el fruto de su fe: La numerosa posteridad que salió de su hijo Isaac “Por la fe también Sara…”, No hay razón alguna para pensar, como lo han sugerido algunos comentaristas, que aquí se habla solamente de la fe de Abraham, pues, la misma frase que se ha usado para referirse a la fe de Abel, Enoc o Noé, se utiliza para referirse específicamente a Sara. Es muy probable que la palabra “también” se haya introducido con un doble propósito. Primero, para contrarrestar y corregir cualquier error que podría suponer que las mujeres estaban excluidas de las bendiciones y los privilegios de la gracia. Es cierto que, en la esfera oficial, Dios les ha prohibido ocupar el lugar de liderazgo o usurpar la autoridad sobre los hombres, por lo que se les manda a guardar silencio en las iglesias (1 Cor. 14:34), no se les permite enseñar a grupos donde hay hombres y mujeres (1 Tim. 2:12), y se les ordena que se sujeten a sus maridos (Ef. 5:22). Pero en la esfera espiritual desaparecen todas estas diferencias, porque “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28), y por lo tanto, el marido creyente y la esposa creyente son coherederos de la gracia divina (1 Ped. 3:7). En segundo lugar, la palabra “también” se agregó para hacernos ver que las mujeres, como Sara, pueden ejercer la misma fe que tuvo Abraham. Sara también dejó a Ur de Caldea, ella también viajó con Abraham a Canaán, y también habitó con él en tiendas de campaña. No solo eso sino que también ella tuvo la fe personal en el Dios vivo. Y esto es así porque ella también estuvo preocupada por la revelación divina que 39

Traducido y adaptado de Pink, Arthur. Anexposition of Hebrews. Estraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm En: Julio 08 de 2011.

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había recibido su esposo Abraham, y ella participó de las dificultades que debieron afrontar para la realización de la promesa. La bendición de la simiente prometida fue asignada tanto a Abraham como a Sara y, en consecuencia, a ella se le presenta como ejemplo para la iglesia: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos, como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor, de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (1 Ped. 3:5-6). John Owen dijo: “Así como Abraham llegó a ser el padre de los fieles, o de la iglesia, de la misma manera Sara es madre de ella…fue la mujer libre de la que nació la iglesia (Gál. 4:22-23), y todas las mujeres que creen son sus hijas (1 Ped. 3:6)”40. “Por la fe también la misma Sara… recibió fuerza”. No fue solamente por la fe de su marido que recibió bendición, sino que ella misma ejerció la fe y recibió fuerza, y esto a pesar de los reales y formidables obstáculos que se levantaban en contra del ejercicio de la fe. Estos obstáculos, como hemos señalado, eran tres: en primer lugar, ella no había tenido hijos en sus años de juventud. Génesis 11:30 nos dice “Más Sara era estéril…”, y Génesis 16:1 “Sarai, mujer de Abram no le daba hijos…”. En segundo lugar, Sara ya se encontraba en la vejez, en una edad en la cual no es posible tener hijos, porque como dice Génesis 17:17 “¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?”. En tercer lugar, la incredulidad que se interponía para creer en la promesa, pues, la incredulidad carnal le persuadía de que en tales condiciones físicas le era imposible a una mujer anciana tener un hijo, y mucho menos un hijo saludable, pues, los científicos nos dicen que los hijos nacidos de padres con avanzada edad pueden traer muchas malformaciones. En Génesis 18 vemos cómo Sara, al escuchar las palabras de los ángeles que prometen a Abraham tener un hijo a través de ella, se ríe a causa de la incredulidad: “Y le dijeron (los ángeles): ¿Dónde está Sara tu mujer? Y él respondió: Aquí en la tienda. Entonces dijo: De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rió, pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?” (Gén. 18:9-12). La risa de Sara fue de duda y desconfianza. Ella dijo: “He envejecido”, además el Señor la reprendió por su incredulidad: “Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo. Será cierto que he de dar a luz siendo ya vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo” (Gén. 18:13-14). Cuando Sara se vio descubierta por el ojo escrutador de Dios “…negó diciendo: No me reí, porque tuvo miedo. Y él dijo: No es así, sino que te has reído” (18:15). Siempre lo incorrecto conduce a la vergüenza, pero se añade más vergüenza cuando negamos lo que hemos hecho. Es un pecado dar paso a la incredulidad, pero se añade iniquidad cuando tratamos de cubrirla con una mentira. Aunque Sara tuvo brotes de incredulidad, momentáneamente, no obstante, cuando leemos Hebreos 11 y Génesis 18, nos damos cuenta que, después que el Señor reprendió la incredulidad de Sara, y ella se dio cuenta de que la promesa provenía directamente de Dios, su fe se puso en ejercicio y no dudó más, sino que creyó. Debido a que su risa llegó desde la debilidad, más no del consciente desprecio a la Palabra de Dios, el Señor no la hirió a ella, como si hizo con la incredulidad de Zacarías el padre de Juan el Bautista: “Y ahora quedarás mudo, y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Luc. 1:20). Muchas son las lecciones que se pueden aprender de este incidente. Muchas veces la palabra no surte efecto inmediatamente. No lo hizo en el caso de Sara, a pesar de que creyó después se echó a reír en un primer momento. Su fe comenzó a actuar solo cuando la promesa divina fue repetida. Padres cristianos que están desalentados por la falta de éxito en su labor, o predicadores que no pueden ver los frutos de su trabajo, deben poner su corazón en esta verdad. Una vez más, vemos aquí que antes que la fe se establezca firmemente, a menudo hay conflictos que enfrentar: “¿Será cierto que he de dar a luz siendo vieja? – la

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razón se opuso a la promesa. Así como cuando se enciende un fuego y el humo se ve antes que la llama, de la misma manera, antes que el corazón se base en la Palabra de Dios, por lo general hay duda y miedo. En los dos pasajes que estamos estudiando en Hebreos vemos, una vez más, cómo la gracia de Dios oculta los defectos de sus hijos: No se dice nada de la mentira de Rahab la ramera (11:31), de la impaciencia de Job (Stg. 5:11), ni aquí se menciona la risa de incredulidad de Sara. Veamos lo que aquí se atribuye a la fe de Sara: “…recibió fuerza para concebir”. Obtuvo lo que antes no estaba en ella. Su naturaleza fue restaurada para llevar a cabo las funciones normales de la procreación. Su vientre muerto fue vivificado sobrenaturalmente. En respuesta a su fe, el Omnipotente hizo en Sara lo que había hecho a Abraham en respuesta a su confianza en Él: “(Te he puesto por padre de muchas gentes), delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho. Así será tu descendencia” (Ro. 4:17). Todas las cosas son posibles para Dios (Mr. 10:27). Si, y también es cierto que “…al que cree todo lo es posible” (Mr. 9:23). El incidente de Sara es una bendita y poderosa ilustración de cómo esta verdad es una realidad para el creyente. Que este ejemplo motive a nuestros corazones para que oremos insistentemente pidiendo a Dios que aumente nuestra fe. Lo que más glorifica a Dios es que lo miremos a él con plena confianza para que trabaje a través de nosotros y haga producir los frutos que nuestra naturaleza humana, por sí misma, no puede dar. “Y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad”. Sara dio a luz un hijo, por la fe. De la misma manera como recibió la promesa, como recibió fuerzas para mantenerse en ella, así vio su cumplimiento, a través de la fe. La verdadera fe no solo se apropia de la promesa, sino que sigue descansando en la misma, hasta que cree haberla alcanzado. Este principio se enuncia en Hebreos 3.14 y Hebreos 10:35 “Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” “No perdáis, pues, vuestra confianza”. Muchos se esfuerzan por echar mano de una promesa divina, pero en el intervalo de la espera y de las pruebas de la fe, renuncian a ella. Por eso Cristo dijo: “…si tuviereis fe, y no dudareis, no solo haréis esto…” (Mt. 21:21). No debemos darle cabida a la duda, ni cuando se recibe la promesa, ni en el tiempo de espera. “Y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad”. Esta cláusula se añade con el fin de mostrar el gran milagro que Dios tan generosamente hizo en respuesta a la fe de Sara. ¡Qué grande es la gloria de su poder! Y se ha escrito para nuestro aliento. Nos muestra que ninguna dificultad u obstáculo puede causar la incredulidad frente a la promesa; Dios no está atado a las leyes de la naturaleza, ni limitado por ninguna causa secundaria. Que Su Palabra es superior a la naturaleza; Él sacó agua de una roca e hizo flotar un hacha de hierro (2 Rey. 6:6). Estas cosas deberían llamar la atención de los cristianos para que aprendamos a esperar en Dios con plena confianza, inconmovibles frente a las situaciones extremas. Para el mayor de los problemas e impedimentos, entonces se requiere una mayor fe. El corazón del creyente dice: Este es un momento adecuado para la fe, ahora que todas las fuerzas de la criatura se han acabado es una gran oportunidad para contar con Dios, para que él muestre su poder. Dios hizo lo que no podía ser, Él hizo que una mujer de noventa años tuviera un hijo, una cosa totalmente contraria a la naturaleza y entonces, con seguridad, puedo esperar que él hará maravillas para mí también. “…porque creyó que era fiel quien lo había prometido”. Aquí está el secreto de todo el asunto. Aquí estaba la base de la confianza de Sara, la base sobre la que descansaba su fe. La promesa del Señor no se veía a través de la niebla de obstáculos, pero ella veía los obstáculos y las dificultades a través de la clara luz de las promesas de Dios. El acto que aquí se le atribuye a Sara es creer, dar por contado que Dios es fiel; ella tenía en alta estima la reputación de Dios. Dios le había dicho y ella había oído, a pesar de que todo indicaba lo imposible que era el cumplimiento de la promesa, ella creyó firmemente. Debemos tener en cuenta que la fe de Sara fue más allá de la promesa; mientras su mente estaba fija en la cosa prometida, a ella le parecía completamente increíble e imposible, pero cuando su pensamiento dejó de enfocarse en las causas secundarias, y los fijó en Dios, ya las dificultades no le molestaban, su corazón reposaba en Dios. Por 42

medio de la meditación constante en el carácter de Dios la fe es alimentada y fortalecida para esperar la bendición, a pesar de todas las aparentes dificultades e imposibilidades. La fe puede prevalecer solo cuando el corazón mira las perfecciones de Dios. Si queremos una expectativa segura para disfrutar de las promesas divinas, entonces nuestro corazón debe descansar sobre la veracidad, la inmutabilidad y la omnipotencia de Dios. El objeto primordial de la fe no es la cosa prometida, sino Dios mismo, sus perfecciones, su verdad, su fidelidad. El hombre cuya mente permanece centrada en Dios es el que goza de la verdadera paz: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Is. 26:3). El que contempla con gozo a Dios es guardado de la duda y de la vacilación, de manera que se mantiene plenamente confiado en las promesas divinas. “Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar” (Heb. 11:12). En este verso vemos que, aunque el autor sagrado incluye a Sara también como poseedora de verdadera fe, no obstante, el tema principal que viene desarrollando es la fe de Abraham. Por medio de la fe pudieron ver lo que sería el inicio del cumplimiento de esta promesa, pues, a través del hijo nacido de dos padres que, por la edad avanzada en la que se encontraban tenían muertas sus facultades reproductivas, surgiría una nación que llegó a ser muy grande en número, a pesar de todos los obstáculos y dificultades que, en apariencia, eran impedimento para el cumplimiento de la promesa dada a Abraham. Pero lo más importante es que por la fe, que estaba en Abraham y en Sara, Dios trajo al Cristo, al Mesías, a Jesús, quien es descendiente en la carne del hijo nacido en la vejez, es decir, de Isaac. Ahora, en las Sagradas Escrituras muchas veces se utilizan hipérboles con el fin de enfatizar alguna verdad. En este caso el autor usa una hipérbole cuando dice: “…salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar”. Lo cierto es que la descendencia de Abraham, por la línea de la fe, no solo incluye a los judíos creyentes, sino a todos los que somos constituidos hijos de Abraham, a través de la fe en Cristo: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gal. 3:29). “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gál. 3:7). Al final, cuando entremos al estado eterno de gloria, Dios reunirá a todos los que han tenido la fe perseverante que caracterizó a Abraham, los cuales son “…una multitud, la cual nadie contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas…” (Ap. 7:9) y éstos, teniendo la misma fe, fueron considerados hijos de Abraham. ¿Quién puede calcular los frutos de la fe? ¿Quién puede decir cuántas vidas pueden verse afectadas benéficamente en las próximas generaciones, a través de nuestra fe en la actualidad? Pensar en estas cosas es maravilloso y debiera conducirnos a llorar y a clamar con insistencia “Señor, aumenta nuestra fe” para la alabanza de la gloria de tu gracia. Amén. Aplicaciones - El ejemplo de Sara, quien recibió fuerzas físicas a través de la fe, forma parte de las Sagradas Escrituras para nuestra instrucción y aliento. La fe trabajó produciendo vigor en el cuerpo desgastado de Sara. ¿No está escrito “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Is. 40:31)? ¿Crees tú esto? ¿Estamos actuando como si lo creyéramos? Muchas veces los ministros nos sentimos agotados por el mucho trabajo, preparar predicaciones y estudios bíblicos, atender a los hermanos en consejería, organizar las actividades de la iglesia, estar con la familia, entre otras ocupaciones, pero cuando sentimos que ya no podremos continuar más, la fuerza del Señor nos alienta. Hermanos, es posible que ustedes se hayan sentido agotados, tanto física como emocionalmente, frente a las muchas dificultades que trae la vida, y en ocasiones has pensado claudicar, abandonar todo esfuerzo y hundirse en la desesperación, pero recuerden que Sara, a través de la fe, recibió las fuerzas que su cuerpo y alma necesitaban. Si Dios ha prometido suplir toda nuestra necesidad (Fil. 4:19) ¿Por qué entonces no habremos de esperar y fortalecernos en él? Hermanos, “… el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Tim. 4:8). La piedad es rentable tanto para el cuerpo como para el 43

alma. A pesar de que reprobamos lo que hoy día se llama “la sanidad por fe”, es decir, la doctrina que algunos enseñan con respecto a que los cristianos no deben acudir a la ciencia médica debido a que confían en Dios para una curación sobrenatural, sin embargo, tampoco estamos de acuerdo con aquellos que desdeñan a los que buscan a Dios para que supla sus necesidades físicas. En el capítulo 11 de Hebreos también se habla de los que “sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batalla” (v. 34). Dice el estudioso bautista Arthur Pink que “…es muy triste ver a muchos de los queridos hijos de Dios que viven muy por debajo de sus privilegios. Es cierto que muchos se encuentran bajo la mano castigadora de Dios, pero esto no debería ser así. Debe buscarse la causa, debemos apartarnos del mal, confesar el pecado, buscar con diligencia la restauración espiritual y la temporal”41. - Pero las aplicaciones no solo deben relacionarse con el cuerpo físico, pues, aunque esta debe ser la primera aplicación, no obstante, también hay una aplicación más alta y relevante para el alma, para lo espiritual. Más de un cristiano experimenta cansancio y debilidad espiritual, lo cual es común, de vez en cuando, pero es necesario echar mano de las fuerzas del Señor con toda diligencia, como si pudiéramos arrebatar las fuerzas del Señor (Is. 27:5). En últimas, no es más que la falta de fe lo que permite a la “carne” impedir que crezcamos espiritualmente y se produzcan los frutos de la santidad evangélica. No te desesperes por tu fragilidad personal, o las debilidades que traes contigo, sigue adelante en la fuerza de Dios, fortalécete en fe, recuerda lo que te ordena la Palabra de Dios: “…hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10). Escucha la promesa divina, y convierte esto en un motivo de oración, en fe: “Y aunque tu principio haya sido pequeño, tu postrer estado será muy grande” (Job. 8:7). Es posible que usted diga: “Ah, pero esa experiencia no es para mí, yo soy tan indigno, tan indefenso, me siento sin vida y apático a las cosas espirituales”. Pero no olvides que eso también sucedió con Sara. Sin embargo, por la fe, ella recibió fuerzas. Y, querido amigo, la fe no se ocupa de uno mismo, o no se mira a sí mismo, sino que la fe se ocupa de Dios. Abraham no ejerció su fe “…para considerar su propio cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara” (Ro. 4:19). Cada uno de ellos miró hacia otro, fuera de sí mismo, y contaban con que Dios obraría un milagro, y Dios no les falló. Él se ha comprometido a honrar a aquellos que le honran (1 Sam. 2:30), de manera que estos honores prometidos deben ser un motivo de plena confianza. Él siempre responde a la fe. No hay razón para seguir siendo débiles y apáticos. Es cierto que sin Cristo no puede hacer nada, pero hay una infinita plenitud en él que usted puede aprovechar (Jn. 1:16). Que a partir de hoy su actitud sea: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Recuerde que puede contar con Él: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 2:1).

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Traducido y adaptado de Pink, Arthur. Anexposition of Hebrews. Estraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm En: Julio 08 de 2011.

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La fe perseverante anhela lo mejor Hebreos 11:13-16 Introducción Hasta este momento nuestro autor ha descrito los actos destacados de la fe perseverante entre los primeros miembros de la familia de la fe: Abel fue aceptado por Dios con base en su fe, que creyó, no en los méritos de su ofrenda, sino en la perfección del sacrificio de Cristo. Enoc anduvo en el camino de la fe, conociendo y amando a Dios, a tal punto que el Señor deseó tenerlo consigo para siempre. Todos los creyentes, inmediatamente confían en Cristo para su salvación, empiezan a transitar la senda de la fe, donde el principal objetivo es conocer a Dios de manera personal e íntima, y conociéndole, anhelamos estar más y más con él. Noé representa al cristiano que, habiendo recibido el don de la fe, confiando en Cristo y transitando en ese camino, obedece los mandamientos de Dios. Noé, por la fe, obedeció a Dios y fue librado de la destrucción. Abraham, siendo el padre de los creyentes, nos es presentado como ejemplo de la vida de fe desde el comienzo hasta el final. La fe comienza con el llamado que el Espíritu Santo hace al incrédulo a través del evangelio. – Abraham fue llamado por Dios cuando estaba en medio de gente idolátrica y él respondió dejando su casa; la fe es activa y obediente, de manera que no nos deja estar ociosos en los asuntos del Reino. – Abraham abandonó su residencia para andar el camino de la fe, sin saber para dónde iba. La fe confía plenamente en la promesa divina, así se levanten formidables obstáculos y logra alcanzar la promesa. – Abraham y Sara permanecieron creyendo en la promesa divina que les aseguró tener un hijo, aunque los grandes obstáculos de la incredulidad, la vejez y la esterilidad se levantaron como poderosos gigantes, venciendo ellos, por medio de la fe, estos impedimentos, y habiendo recibido la promesa de tener un hijo. Así que, en lo visto hasta ahora, comprendemos que la fe perseverante se caracteriza por: - Tener un comienzo en la vida del creyente, cuando este logra comprender que sus mejores acciones no son agradables delante de Dios, sino que confía solamente en el sacrificio expiatorio del Mesías prometido, es decir, de Cristo. Esta fe es un don sobrenatural que procede del cielo. - Antes de volverse activa en trabajos para el Reino de Dios, empieza el camino del conocer íntimamente a Dios, pues el objeto principal de la fe no son las promesas, sino el Dios que da las promesas. - Pero la fe también es activa, ella obedece el llamado divino y se alegra en conocer y obedecer los mandamientos de Dios. - Siendo así que para alcanzar la promesa la fe persevera en medio de los obstáculos y grandes impedimentos que nuestros ojos físicos ven, logramos asir aquello para lo que fuimos llamados, recibiendo lo prometido. Entre los versos 13 al 16 nuestro autor sagrado nos enseña que el objeto principal de la fe perseverante no es disfrutar los goces y bendiciones temporales de este mundo, sino la gloria eterna celestial. Y también nos muestra que la fe perseverante no puede ser vencida por el diablo, pues siendo ella un don de Dios, entonces nunca se puede perder sino que se mantiene incólume hasta el fin. “Conforme a la fe murieron todos éstos…” v. 13. “Estos” hace referencia a todos los personajes del Antiguo Testamento que ya han sido mencionados por el autor, es decir, Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, 45

Isaac y Jacob, aunque, es muy posible que de manera especial se trate de Abraham, Sara, Isaac y Jacob, los cuales murieron sin ver el cumplimiento de tener una numerosa descendencia prometida. No obstante, hay un sentido general en el cual esta aclaración parentética que hace el autor en los versos 13 al 16, aplica a todos los héroes de la fe del Antiguo Testamento, y en cierto sentido, a todos los del Nuevo Testamento. El autor dice que “éstos” murieron conforme a la fe. El encuentro con la muerte es algo inevitable para todo ser humano, pues, “está establecido para los hombres que mueran una sola vez…” (Heb. 9:27). Exceptuando a Enoc, quien fue traspuesto por Dios, y a Elías, quien fue arrebatado al cielo, todos los hombres deben pasar por el valle de la muerte, incluyendo a los héroes de la fe. Ahora, algo que caracterizó a estos héroes, es que murieron conforme a la fe, es decir, todos estuvieron viviendo por la fe hasta la muerte. No pudieron vivir ni un minuto en esta tierra sin esa preciosa fe que les fue dada como don del cielo. Aunque pasaron por momentos de incredulidad, especialmente cuando se levantaban grandes obstáculos que hacían temblar la fe, no obstante, siendo una fe sobrenatural, ella perseveró hasta el fin. “Conforme a la fe murieron todos éstos”, significa que ellos perseveraron hasta el fin, y por lo tanto, fueron contados en el número de los redimidos. Aunque las dudas vinieron en ocasiones, no obstante su fe fue firme y continuaron siempre mirando al invisible, de manera que nunca en ellos se encontró el camino de la apostasía, porque no son “…de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Heb. 10:39). Ellos demostraron tener la fe salvadora, la cual nos acompaña, no por un tiempo, sino por siempre, hasta la misma muerte: “Más el que perseverare hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 24:13). “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido”. Abraham, Isaac y Jacob solo pudieron ver el nacimiento de sus hijos y nietos, pero nunca vieron la multitud incontable de descendientes, ni tampoco vieron a la gran nación que surgiría de ellos, ni vieron que ellos habitaban en Canaán como gobernantes y ciudadanos de la misma, pues todos ellos murieron y los canaanitas continuaban señoreando sobre esas tierras. No obstante, teniendo en cuenta el verso 16, lo que el autor quiere resaltar es que estos héroes de la fe no pudieron ver en vida el cumplimiento de las promesas eternas, de la bendición completa y perfecta que vendría a través de la cimiente prometida a Eva y luego a Abraham: Jesús. Ellos vivieron creyendo que verían el cumplimiento de esta promesa, pero murieron sin verla con los ojos físicos, más lo contemplaron por la fe. Al respecto Juan Calvino dice: “Aunque Dios concedió a los padres solamente un paladeo de esa gracia que abundantemente ha sido derramada sobre nosotros; aunque él les mostró, solo a distancia, una obscura representación de Cristo, el cual ahora nos ha sido manifestado claramente, con todo, ellos quedaron satisfechos y jamás se apartaron de su fe: ¡Cuánto mayor y más poderosa razón tenemos nosotros ahora para perseverar! Si desmayamos seremos doblemente culpables”42. A través de los sacrificios de animales en los altares ellos pudieron ver, en sombras, al Mesías que les traería las bendiciones celestiales; pero nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento, ya no lo vemos en sombras, sino que, aunque también por la fe, lo contemplamos como el verdadero Cordero de Dios que fue inmolado por nuestro pecado, y cuyo registro fiel ha quedado en las Sagradas Escrituras. “…sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo…”. Los héroes de la fe no alcanzaron a ver el cumplimiento completo de las promesas, pues aunque Abraham y Sara vieron el nacimiento del hijo prometido no vieron la numerosa descendencia que tendrían, y solamente de lejos vieron a la simiente que les traería la completa salvación, a través de la cual todas las naciones serían bendecidas. Abraham, y todos los creyentes del Antiguo Testamento, pudieron ver a lo lejos, por la fe, el cumplimiento de esta promesa y se gozaron en Cristo: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56). La verdadera fe perseverante no se limita a las cosas tangibles que se pueden palpar, sino que, como ya dijo el autor en el verso 1, “…es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Los héroes de la fe vieron con los ojos del alma el cumplimiento de la reina de las promesas, aquella que 42

Calvino, Juan. Hebreos. Página 247

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movía sus vidas y les llenaba de valor, de esperanza y consuelo, es decir, la promesa de la simiente que aplastaría la cabeza de la serpiente, es decir, la promesa de la venida de Cristo. “…y confesando que eran extranjeros43 y peregrinos sobre la tierra”. Dios le había prometido a Abraham que le daría la tierra de Canaán como herencia para él y su numerosa descendencia. Abraham salió confiado en la palabra divina y esperó pacientemente su cumplimiento, pero pasaron los años y él era simplemente un extranjero en esa tierra habitada por los canaanitas; y no solamente esto, sino que era un peregrino que cambiaba su residencia frecuentemente, yendo de un lugar a otro. No obstante, no desmayó en su fe sino que la ejercitó hasta que le acompañó el último suspiro de vida. Si un amigo cercano le hubiese preguntando, estando en lecho de la muerte: “Abraham, ¿Aún sigues creyendo que Dios te dará a ti y a tu descendencia esta tierra en posesión?”, el respondería: Sí, estoy convencido de ello. “Pero Abraham, estás en el lecho de la muerte, solo te quedan unos minutos de vida, ¿Aún crees que Dios te dará esta tierra en heredad? – Abraham respondería sin titubear: “Sí, creo que Dios me la dará, porque Él es fiel y ninguna de sus promesas cae a tierra”. – Pero, estás a punto de morir y no vemos la posibilidad de que en los próximos minutos se dé un cambio tan radical en Canaán como para pensar que todo esto llegue a ser tuyo – Abraham respondería: “Así como Dios hizo que naciera la vida de dos cuerpos ya casi muertos, así como hizo todo lo creado de la nada, se que él hará lo que para ustedes es imposible, porque el Dios que me llamó cuando estaba en Ur de Caldea es el Dios de las cosas imposibles, y moriré creyendo que él cumplirá en mí y en mis descendientes esta promesa”. La fe no se agota nunca, y ella habita en el ambiente de lo no recibido de manera tangible, por lo contrario ella madura, crece y se siente cómoda en lo que no puede ver y no puede sentir y, por lo general, el creyente muere sin haber recibido de manera plena lo prometido, pero gozándose en ver el cumplimiento, a lo lejos. Ellos confesaron o declararon su condición de peregrinos en este mundo: “Y se levantó Abraham de delante de su muerta, y habló a los hijos de Het, diciendo: Extranjero y forastero soy entre vosotros…” (Gén. 23:4-5). De la misma manera Jacob confesó que era un peregrino: “Y Jacob respondió a Faraón: los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Gén. 47:9). Aprovechando la claridad de la Palabra, quiero advertir a aquellos hermanos que, influenciados por la sectaria teología de la “prosperidad” y de la “palabra de fe”, tratan de usar un lenguaje “de fe”, pero que en nada está de acuerdo con las enseñanzas que la Biblia da sobre este tema. Algunos maestros de esta corriente sectaria les dicen a los creyentes que ellos no pueden confesar cosas negativas, es decir, no pueden confesar que son pecadores, o que son débiles, o que son pobres, o que tienen problemas, o que tienen temor de algunas cosas, o que están enfermos. Bueno, estas enseñanzas están más relacionadas con la Nueva Era que con la fe cristiana. Pues, aunque los héroes de la fe vivieron por fe, y a través de esa fe ellos se gozaron en ver el cumplimiento de las promesas a lo lejos, no obstante, también ellos reconocieron sus debilidades, temores y la realidad terrena en la cual vivían. Si Abraham hubiese estado de acuerdo con la moderna teología de la “super-fe”, o de la “confesión positiva”, jamás hubiese confesado que era extranjero y peregrino en la tierra que, de manera segura, le había sido verdaderamente prometida por Dios; no obstante, y para que veamos que esta no fue una confesión pecaminosa o falta de fe, el autor de Hebreos la pone como un ejemplo digno de imitar para todos los creyentes. La tierra nos será dada en heredad, pero confesamos que somos peregrinos en ella, tal y como lo dice el apóstol Pedro: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos…” (1 P. 2:11). “Los patriarcas fueron toda la vida personas que no tenían un lugar fijo que pudieran llamar su hogar. Eso era una cosa humillante en los tiempos antiguos, y aún lo sigue siendo en muchos lugares. Era llevar siempre un estigma. En la Carta de Aristea se dice: ”44. “Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria” v. 14. Aquí el autor nos presenta algo que caracteriza a los creyentes, lo cual, a la vez, establece una diferencia entre dos clases de personas en este mundo, aquellos que se aferran a lo terreno, y aquellos que anhelan lo mejor, es decir, lo celestial. Los incrédulos aman este mundo y se aferran a las cosas materiales como si fueran el todo de la vida; pero los creyentes, los hombres y mujeres de fe, no tienen como propósito establecerse y arraigarse en este mundo, sino que sus almas regeneradas anhelan el lugar donde está la morada de Dios. De allí que Juan, el apóstol, le dijera a la iglesia: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15). Es posible que Abraham, Isaac y Jacob hayan sido personas con muchas posesiones terrenas porque sus corazones no estaban apegados a las vanidades de este mundo, ellos habían aprendido que todas las bendiciones terrenas no eran más que pasajeras y por lo tanto, vivían no concentrados en el disfrute de las comodidades mundanas, sino con la añoranza de entrar a la patria celestial. “Abraham había sido llamado por el Dios de la gloria que se le había aparecido (Hch. 7:2), por tanto, cualquier gloria terrenal no era comparable con la gloria celestial que Dios le había mostrado al aparecérsele. Lo temporal había dejado de tener un valor definitivo para trasladarlo, por la fe, a un plano muy superior reflejado en una patria celestial y perpetua. Canaán no era el lugar definitivo de su anhelo”45. Esta falta de apego a las cosas terrenas no significa que nuestra responsabilidad de “cultivar la tierra, sojuzgadla y señorear sobre ella” (Gén. 1:28) ha cesado. Los cristianos tenemos la responsabilidad de ser “sal y luz” en el mundo (Mt. 5:13-16), por lo tanto, es nuestro deber cultivar la tierra, culturizarla, convertirla en un lugar hermoso, desarrollarla, y usar todos los recursos que Dios nos da para que la vida aquí sea mejor. Pero, así el Señor nos conceda el tener muchos bienes materiales, no obstante, constantemente miramos hacia arriba, anhelantes de que pronto entremos a nuestra verdadera patria. Nuestra actitud, en medio del trabajo en este mundo, debe ser como la de los extranjeros en una nación próspera como Estados Unidos, los cuales están trabajando, y posiblemente ganen buenos sueldos y tengan ciertas posesiones, pero cuando piensan en su familia, cuando ven una foto de los padres que dejaron en su país natal, o escuchan el himno nacional de su patria, sus ojos se llenan de lágrimas y sus corazones tienen un anhelo profundo por su patria. Los cristianos anhelamos y suspiramos constantemente por nuestra verdadera patria, pues, nuestra ciudadanía no es de esta tierra: “Más nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). “Pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (v. 15). Nuestro autor nos deja ver que los patriarcas, si hubiesen querido, tenían todas las posibilidades de regresar a la tierra de donde habían salido. Abraham conocía el camino de regreso a Ur, pero prefirió vivir como extranjero en la tierra prometida, en la tierra donde Dios quería que estuviera, y no quería estar en el lugar de la comodidad terrena, pero lejos de la voluntad de Dios. La fe quiere estar en el lugar correcto, y el sitio correcto es la voluntad de Dios. Contrario a esta actitud de fe, los Israelitas en el desierto sí desearon regresar a Egipto, evidenciando con esto que una buena parte de los que salieron de Egipto solo tenían la mirada puesta en la promesa terrena, pero no estaban para nada interesados en el Reino de Dios, en la promesa del Mesías salvador, en la salvación del alma; solo querían disfrutar de los bienes materiales del Reino. Por lo tanto, cuando ellos se dan cuenta que las bendiciones económicas o materiales no llegan en el tiempo que esperaban, empiezan a dudar de la promesa divina y anhelan regresar al mundo. Para ellos la vida de fe significaba morir, mientras que para los hombres de fe los sufrimientos temporales de este mundo no son más que medios usados por la gracia de Dios para perfeccionarnos. “Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto,

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Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 915 Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 647

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que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? (Ex. 14:11). De la misma manera que los Israelitas en el desierto, algunas personas inician la vida cristiana y profesan creer en Cristo, pero buscan a Dios no porque anhelan deleitarse en él, sino por las bendiciones terrenas que ellos creen podrán obtener de Dios: Salud física, prosperidad económica, paz de sus enemigos, entre otros. Pero venir a Cristo, o iniciar la vida cristiana, buscando simplemente una comodidad temporal, es ofender al Salvador y exponerse a su desprecio. Esto fue lo que dijo Cristo a algunas personas que lo buscaban con fervor: “Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre” (Jn. 6:26-27). La comida que permanece para siempre es Cristo mismo. Las señales que estaban viendo los judíos no se enfocaban en ellas mismas sino que apuntaban a mostrar la gloria de Cristo. Ellos, en vez de contemplar los milagros en sí mismos, debían contemplar a Cristo, el que hacía las señales. Pero no entendieron esto, y así como muchas personas que hoy día se llaman cristianas, buscan a Jesús por los milagros o las señales, pero no lo buscan porque quieren adorarle, conocerle, obedecerle y deleitarse en él. Manteniéndose en esta firme convicción de esperar la patria que Dios le había prometido, Abraham no permitió que su hijo Isaac fuera a Caldea en búsqueda de esposa, sino que envió a su siervo para que le trajera esposa: “Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano debajo de mi muslo, y te juramentaré por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac. El criado le respondió: Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Y Abraham le dijo: guárdate que no vuelvas a mi hijo allá. Jehová, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela, y me habló y me juró, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra; él enviará su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo” (Gén. 24:2-7). Jacob, el nieto de Abraham, tuvo que viajar a la tierra de Caldea también para buscar esposa, pero él no se quedó allá, sino que regresó a la tierra de la promesa. “Pero anhelaban una mejor, esto es celestial” (v. 16). Aunque los patriarcas vivieron en la tierra prometida, sin poseerla plenamente, y recibieron muchas bendiciones materiales, no obstante prefirieron no sentirse completamente satisfechos en esta tierra, despreciando las glorias de este mundo, y anhelando las glorias celestiales. “La Canaán terrenal y la Jerusalén terrenal no eran más que lecciones objetivas temporarias que apuntaban al reposo eterno de los santos, la bien fundada ciudad de Dios. Aquellos que ponen su confianza en Dios reciben una recompensa completa y esa recompensa no debe pertenecer a este orden mundial transitorio sino al orden perdurable que participa en la vida de Dios”46. Esto no significa que los héroes de la fe fueron personas ajenas al desarrollo de este mundo, que solo vivían pensando en cosas celestiales. El creyente, aunque no es de este mundo, en el sentido de que no se identifica con el sistema de maldad que impera en él, no obstante, mientras esté en este mundo tiene la responsabilidad de cultivar, sojuzgar y señorear sobre él, de manera que trabajaremos arduamente, e influiremos a la sociedad con los principios escriturales para que la gloria de Dios cubra la tierra. Pero no se nos debe olvidad nunca que somos peregrinos: “La figura del forastero se ha convertido en la representación de la vida cristiana. Tertuliano dijo del cristiano: . Y Clemente de Alejandría: . Y Agustín: ”47. “Por lo cual, Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (v. 16). El evangelio de Juan nos narra el encuentro que Jesús tuvo con algunos judíos los cuales reclamaban 46

Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 308-309 Barckay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 915

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ser hijos de Dios, pero Jesús les demuestra que ellos, a pesar de que eran depositarios de la Ley divina y que de su pueblo habían salido los profetas y los apóstoles, no obstante, no eran hijos de Dios. Su incredulidad frente a Jesús demostraba que no eran de la familia de la fe, por tanto Jesús les dice: “Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amarías; porque yo de Dios he salido. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Jn. 8:42, 44). Dios no acepta que sea llamado el Padre de incrédulos. Todo aquel que se crea perteneciente a Dios, pero vive en incredulidad a su Palabra, el tal está usurpando un título que solo le corresponde a los hijos de la fe. Todo incrédulo que llame a Dios su padre, le causa vergüenza, así como un hijo delincuente es causa de vergüenza para sus padres. Dios no es padre de todos, sino solo de los que son de la fe de Jesucristo: “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12). No todos los hombres son hijos de Dios, solo los que creen en su Hijo; los que tienen la fe puesta en él reciben el inmenso honor de ser llamados hijos de Dios, pues, Dios no es “Dios de muertos, sino de vivos” (Mt. 22:32), y todos los hombres están muertos “en delitos y pecados” (Ef. 2:1); solo aquellos que creen de corazón en Cristo y lo aceptan como Señor y Salvador han “pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). Por lo tanto, Dios no siente vergüenza de llamarse el Dios de los vivos, el Dios de los creyentes. Abraham, Isaac y Jacob creyeron en Cristo y esperaron la ciudad o la patria que él fue a preparar para todos los que creen en él. Siendo así, que ellos creen sin reservas en lo que Dios ha prometido, y esperan la completa salvación y glorificación, entonces Dios se goza en ser llamado el Dios de ellos: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Mt. 22:32), pero también podemos seguir poniendo allí los nombres de todos los creyentes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Aplicaciones - “Dios es el Dios de los vivos. Cualquiera que pone su fe en Dios entra en esa patria celestial mencionada por el escritor de la epístola, y Dios no se avergüenza de ser su Dios. ¡Qué honor ser llamados hijos de Dios! Dios nos permite llevar su nombre porque él ya ha preparado un lugar para nosotros. Somos privilegiados por encima de todos porque “nuestra ciudadanía”, como dice Pablo, “está en el cielo” (Fil. 3:20). Todos aquellos que por la fe anhelan la ciudad celestial que Dios ha preparado reciben la ciudadanía celestial (Jn. 14:2; Ap. 21:2). . Todos los padres amantes creen que su hijo es excepcional; pero aquí hay una insinuación de una percepción profética de que ese niño tenía un destino especial”62. El gran comentarista bíblico y reformador Juan Calvino escribió: “…los padres de Moisés no se encantaron con la belleza del niño como para inclinarse a salvarlo por lástima, como acontece ordinariamente entre los hombres; sino que veían como una especie de señal de grandeza futura, impresa sobre el niño, la cual prometía algo extraordinario. No hay duda pues de que, por su misma apariencia, ellos se inspiraran con la esperanza de una liberación cercana, porque consideraban que el niño estaba destinado para ejecutar grandes cosas”63. La época en la que nace Moisés fue un tiempo de profundo sufrimiento para el pueblo de la promesa, pues estaban siendo esclavizados y maltratados por los egipcios. Es posible que algunos creyentes, como lo eran los levitas padres de Moisés, conocieran por tradición oral la promesa que había recibido Abraham en el sentido de que sus descendientes estarían en servidumbre por cuatrocientos años y luego serían llevados con mano poderosa a la tierra de Canaán: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Más también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza” (Gén. 15:13-14). De manera que siendo la situación del pueblo tan terrible, al punto que “…gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre” (Ex. 2:23), y siendo que ya estaban por cumplirse los cuatrocientos años prometidos a Abraham, entonces no es extraño pensar que los padres de Moisés vieron en su belleza extraordinaria una señal de que había llegado el momento de la liberación esperada. Aunque los creyentes no debemos utilizar el libro de Apocalipsis, o el de Daniel, o las profecías bíblicas, para sacar cuentas que nos lleven a determinar absurdas y atrevidas fechas para el retorno del Señor Jesucristo (Mt. 24:36; Hch. 1:7), sin embargo, siendo conocedores de las profecías, debemos estar alertas 62

Taylord, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta Apocalipsis. Página 149 Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 253

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a los tiempos y conocer que nuestra final liberación también está cerca. Jesús nos enseño a ver las señales del fin con aliento: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc. 21:28). La fe de Amram y Jocabed no solo pudo ver en el bebé una hermosura sobresaliente, sino que les fortaleció para cumplir lo que consideraban era un designio divino, aunque este acto de ocultar al recién nacido podía implicar para ellos la misma muerte: “…y no temieron el decreto del rey”. La fe mueve a estos padres a actuar osadamente, no solo por el amor natural que los padres tienen hacia sus hijos, pues, de seguro otras parejas de Israel habían tenido hijos ese mismo día, y aunque hubieran querido preservarles la vida, no pudieron hacer nada al respecto; pero en el caso de los padres de Moisés, ellos recibieron una fe especial que les permitió ver la liberación del pueblo a través de su hijo, y siendo que sería un instrumento para el Reino de Dios, decidieron darlo todo con el fin de preservarlo. La fe les fortaleció para que no se intimidaran o aterrorizaran ante el decreto del malvado rey. “La fe en Dios es incompatible con el temor a las fuerzas hostiles”64. Este aspecto de la fe perseverante es fundamental para el cristiano, pues en muchas ocasiones seremos enfrentados por las fuerzas del mal y su sistema mundano de manera, que para seguir nuestro caminar en pos de Cristo, necesitaremos valor y coraje para enfrentar la oposición. La fe perseverante se llena de coraje ante los desafíos que nos presenta el vivir en medio de un mundo enemigo. Josué no retrocedió con temor ante el reto de enfrentar a los robustos y aguerridos pueblos que habitaban la tierra prometida, sino que recobró fuerzas en el Señor y enfrentó con gallardía al enemigo, siempre siguiendo hacia adelante en pos de la voluntad revelada del Señor. Los apóstoles fueron conminados por las autoridades judías para que no predicaran el evangelio de Cristo, so pena de grandes castigos, pero la fe en ellos obró el valor para enfrentarse al sistema mundano y exclamaron con firmeza: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29). En los padres de Moisés ocurrió lo mismo que en los personajes de las parábolas de Cristo acerca del Reino de Dios, quienes cuando vieron la belleza y la riqueza de Cristo (el tesoro escondido y la perla de gran precio. Mt. 13:44-45), deciden venderlo todo con el fin de tener el tesoro más preciado, es decir, Cristo. Ellos vieron la gloria de Cristo a través de la belleza de Su hijo, y por la fe, están dispuestos a darlo todo, incluso sus vidas, con tal que este tipo del Salvador logre vivir y crecer hasta llegar a ser el gran caudillo que traerá la liberación esperada. Luego de esconderlo por tres meses estos padres, osados en la fe, encuentran nuevas maneras de proteger a su hijo y deciden esconderlo entre los juncos del Río Nilo, con el fin de que sea visto por la hija del Faraón y tal vez ella sea prendada por la belleza inusitada de este bebé. (Ex. 2:3-5). La fe no se quedó quieta en estos valerosos padres, sino que, cuando las circunstancias cambiaban, ellos buscaban la forma de seguir en la lucha por el Reino. De igual manera la historia del pueblo de Dios ha estado llena de valientes cristianos que, cuando los imperios y el mundo han levantado leyes y barreras que impiden la proclamación del evangelio, re-inventaron nuevas formas y nuevos medios para llevar el mensaje de salvación con el fin de presentar la perla de gran precio a los hombres. La fe no se queda quieta sino que es activa en el compromiso de trabajar por la extensión del Reino de Cristo, aún en medio de los obstáculos más grandes. Ahora, el hecho de poner al niño en un canasto calafateado, o impermeabilizado con asfalto y brea, en el Rio Nilo es una prueba de fe impresionante pues los peligros eran muchos: El canasto podía volcarse y el niño morir ahogado, la corriente podía arrastrar al bebé hacia aguas más profundas, un animal depredador podía comérselo, en fin, merodeaban muchos peligros. Pero no había otra opción, ellos debían arriesgarlo todo con el fin de cumplir la voluntad de Dios. Ellos tenían la plena certeza de que si Dios había escogido a este niño para el servicio en el Reino, entonces debían entregarlo a la Divina Providencia cuando ya ellos mismos no podían hacer nada por él. Ellos confiaban en que Dios lo guardaría y lo preservaría, aún en medio de la multitud de peligros que significaba este inmenso rio.

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Wenham, G. Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno. Página 1396

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Aunque ellos ponen al niño entre los juntos del rio, no obstante no lo abandonan. Enviaron a una hermana de Moisés para que estuviera atenta a lo que ocurría (Ex. 2:4). La Biblia nos relata que la hija del Faraón bajó al Nilo a bañarse, y, efectivamente, vio al bebé en el carrizal. Esto indica que los padres de Moisés calcularon bien el sitio donde debían poner al bebé. La fe no solo es osada sino que utiliza la inteligencia de que hemos sido dotados por el creador. Una vez que la hermana de Moisés se da cuenta que la hija del Faraón se encariña con el hermoso bebé (Éx. 2:6), procede al siguiente paso del plan diseñado, posiblemente, por su madre Jocabed, se acerca cautelosamente a la princesa y, con arrojo, mostrando también poseer la osadía de la fe de sus padres creyentes, le propone a la hija del Faraón que busque entre las hebreas a una mujer que esté amamantando y lo pueda criar. Es de suponer que los padres de Moisés estarían orando al Señor para que guiara todas las cosas a buen término, conforme a Su voluntad, pues la fe no solo es osada, no solo busca maneras de hacer frente a las circunstancias, sino que en todo depende de Aquel que mueve los hilos de la historia. La propuesta pareció bien a la hija del Faraón y, siguiendo las recomendaciones de la humilde y esclava jovencita hebrea, busca como madre sustituta a su propia madre biológica, obviamente, sin que la princesa conozca que Jocabed era la verdadera progenitora del bebé (Éx. 2:6-9). Los planes del Señor se cumplieron y este niño, que luego de ser criado por su madre biológica fue adoptado como hijo por la hija del Faraón, llegó a convertirse en el instrumento de liberación para el pueblo de Dios. El instrumento utilizado por el Señor en toda esta historia llena de misterio, zozobra, angustia y peligros, fue la fe. Solo por esta fe los padres de Moisés estuvieron dispuestos a participar de la acción de Dios en la conformación del pueblo de la promesa. Y de seguro que la fe de Amram y Jocabed ejerció profunda influencia en la vida de Moisés, y en sus hermanos Aarón y María, quienes fueron utilizados poderosamente por el Señor en la liberación del pueblo, durante su tránsito por el desierto hasta llegar a las puertas de la tierra prometida. Los padres creyentes pueden ejercer una poderosa influencia en los hijos para que éstos luego sean hombres y mujeres valerosos en el Reino de Dios. Padres de fe tienen más probabilidades de influir en sus hijos para que estos también tengan fe. Otro ejemplo claro de este principio lo encontramos en Timoteo, a quien le escribió el apóstol Pablo diciendo: “…trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Tim. 1:5). A través de la fe se consiguió algo que parecía imposible, que un niño varón de los esclavos hebreos, el cual debía morir al nacer, no solo fuera librado de la muerte, sino que viviera y fuera sustentado en el palacio donde reinaba el más grande enemigo de los hebreos. Lo que parecía imposible para los hombres fue “…posible para Dios” (Lc. 18:27). El Faraón dispuso todo para evitar que el pueblo de Dios continuara creciendo y se fuera de la tierra, él pensó que el plan era perfecto con este perverso decreto y evitaría cualquier sublevación; pero Dios había designado otra cosa, pues no solo nació el que sería el libertador de Israel en medio de un tiempo de gran crueldad y persecución, sino que este fue alimentado, cuidado, educado y entrenado en la misma casa del Faraón. Cuán ciegos son los pobres mortales pecadores en todos sus artilugios contra la Iglesia de Dios. Cuando ellos creen que tienen un plan perfecto y seguro, de manera que nada, ni siquiera Dios, impedirá que lleven a cabo sus planes de destruir la fe cristiana, el Soberano, el que se sienta en el Trono, se ríe de ellos con desprecio y obra para la liberación de su iglesia, y la ruina de los impíos. “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira” (Sal. 2:1-5). Moisés es un tipo de Cristo y muchos aspectos de su vida prefiguraban al Salvador. De la misma manera como el Faraón procuró la muerte de los niños varones del pueblo de Dios, tratando de impedir que estos llegaran a ser fuertes como para liberarse de su yugo opresor, cuando Jesús nació en Belén de Judea, el malvado rey Herodes también decretó la muerte de todos los niños varones de Belén, con el fin de impedir 76

que naciera el que sería el libertador de su pueblo. Pero, a pesar de sus malvados intentos de estorbar el cumplimiento del plan Divino, no pudo impedir el nacimiento de Jesús quien, así como Moisés, fue llevado a Egipto, donde Dios lo protegería, y luego lo llamaría de nuevo a la tierra de la promesa. Tanto en Israel como en Jesús se cumple la palabra que dice: “… de Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11:1). Aplicaciones - Algunos padres creyentes tienen hijos duros de corazón, rebeldes, que, aun cuando nacieron en cuna evangélica, se apartaron del camino y decidieron andar en pos de sus propios pecados. Todos los padres debemos trabajar incesantemente en la salvación de nuestros hijos, en que ellos conozcan al Salvador, orando por ellos y enseñándoles el Evangelio, criándolos en disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4); pero si un día ellos crecen y se vuelven duros de cerviz, y se van de casa, debemos entonces confiar en el Señor que él en su misericordia los guarde, los preserve y los traiga a la fe. Que en su gracia ponga en el camino de ellos a personas que los puedan conducir al Evangelio, pero nunca debemos dejar de orar por ellos, y en la medida de lo posible proclamarles el camino de salvación, pues la fe de los padres es muchas veces usada por la gracia divina para traer a los hijos a la salvación. La fe de los padres es osada y encuentra caminos y formas de llevar el evangelio a los hijos rebeldes. Nunca nos demos por vencidos, sigamos en la lucha, oremos y anunciemos el evangelio a los hijos que nuestra insistencia puede ser el instrumento usado por la gracia del Señor para hacer de ellos verdaderos creyentes. - Hemos aprendido que la fe llenó de coraje a Amram y Jocabed frente al cruel edicto del rey. ¿Cómo podemos reconciliar esta forma de actuar frente a las autoridades, cuando el apóstol Pablo exhorta a los creyentes diciendo: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:1-2)? Es cierto que el Señor requiere que su pueblo se sujete a las autoridades establecidas, pero esto solo es válido siempre y cuando los gobernantes humanos no requieran del cristiano hacer algo que Dios ha prohibido, o les prohíban hacer algo que Dios ha mandado. La autoridad inferior siempre debe ceder su lugar a la autoridad superior. Los personajes bíblicos entendieron estos dos aspectos del mandato de Pablo y por eso se sujetaron a los gobernantes en todos los asuntos, excepto en aquello que era violatorio de la Ley de Dios. Daniel conoció el decreto del Rey, el cual prohibía que se orara a otro Dios, pero este santo varón puso la Ley de Dios por encima de la ley humana de manera que “Daniel… se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Dn. 6:10). El Señor nos ayude a ser obedientes a las leyes y a las autoridades que han sido puestas sobre nosotros, pero que también nos de la fortaleza para ser capaces de resistir aquellas leyes que van en contra de la Palabra de Dios y, así sepamos que corremos el riesgo de ir a la cárcel, cumplamos la voluntad revelada de nuestro Señor. - Hemos aprendido que la fe es una gracia espiritual que permite a su poseedor apartar la mirada de los terrores humanos, y confiar en el Dios invisible. La fe declara “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿De quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿De quién he de atemorizarme? (Sal. 27:1). La verdad es que está fe no siempre se está ejercitando. Con más frecuencia el brillo de la fe se ve cubierto por las nubes de la incredulidad, y eclipsada por el polvo de duda que Satanás suscita en el alma. Decimos “esta fe” porque hay miles de cristianos a nuestro alrededor que se jactan de estar ejercitando constantemente su fe, y de que rara vez, o nunca, ellos son atormentados por la duda, o que nunca se alarman por nada. La fe de esas personas no es “la fe de los elegidos de Dios” (Tito 1:1), la cual depende por completo de las fuerzas renovadoras del Espíritu Santo; no, la fe de esas personas no es más que una fe natural, una fe que surge de su propia voluntad, que pueden ejercitar siempre que les plazca. Para estas personas que nunca tienen temores, muchas verdades y promesas de la Palabra de Dios no tienen ninguna aplicación para ellos. Pero cuando el rocío del cielo cae sobre el corazón regenerado, su lenguaje es: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). Hermanos, hay muchas cosas que nos causan temor, así como le sucedía al salmista. Vendrán a nosotros esos días en los cuales tenemos miedo, pero la fe se fortalece en el Señor y entonces confía, no en nuestras capacidades, sino en el poder de Dios. Confiemos de esta manera y avancemos en la 77

vida cristiana caminando con firmeza, y si tropezamos o encontramos fuertes murallas, ejercitemos la fe en las promesas de que el Señor nos dará la victoria.

La fe de Moisés (11:23-29) La fe que se aparta del mundo y escoge a Cristo, v. 24-26 Introducción En el verso 23 aprendimos cómo el poder de Dios obra cuidando, aún desde la tierna niñez, a aquellos que serán herederos de la salvación. Dios usó a los padres de Moisés y a la hija del Faraón para que lo libraran de la muerte en manos del perverso Rey, de manera que Moisés pudiera crecer y llegara a convertirse en el siervo, que sería usado por Dios para librar con mano poderosa a su pueblo de la ignominiosa esclavitud egipcia. A pesar de que los padres de Moisés, Amram y Jocabed, eran fervorosos creyentes en Dios, e instruyeron a sus hijos en esta fe, sin embargo cada uno, llegada la edad en la cual de manera responsable y consciente pueden tomar decisiones personales, debieron escoger entre seguir a Cristo o seguir al mundo. En los versos 24 al 26 el autor de la carta a los Hebreos toma el ejemplo del insigne personaje de la historia de Israel, para mostrarles a sus titubeantes lectores que la verdadera fe en Dios se caracteriza por la negación de sí mismo, y por abandonar los placeres y riquezas del mundo que nos apartan de Dios, con el fin de ganar a Cristo, de seguirlo a él y de agradarle en todas las cosas. Lo que el autor quiere enseñarles a sus lectores en estos pasajes es que si ellos se consideraban parte de la familia espiritual de Moisés entonces, en vez de abandonar a Cristo como algunos estaban pensando hacer por insinuación de los judíos, debían rehusar toda complacencia en las comodidades que se les ofrecían si regresaban al judaísmo y, por el contrario, debían buscar, amar y seguir a Cristo, sin importar el sufrimiento que esto significara, así como hizo Moisés. “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón”. v. 24 Es sorprendente ver cómo la fe, que es un don de Dios, aunque sea opacada por la influencia de padres, familiares o un entorno social incrédulo, sin embargo permanece y florece hasta producir los frutos que agradan al Señor. El niño Moisés fue salvado de las aguas y de la muerte por la hija del Faraón. La Biblia nos dice que su propia madre biológica, Jocabed, lo crió en su seno hasta que tuvo la edad suficiente para ser trasladado al palacio del monarca (Ex. 2:9-10). La hija del Rey lo adoptó como su propio hijo y le puso por nombre Moisés. Ser adoptado por la princesa egipcia implicaba que Moisés también formaba parte de la familia real, y tenía derecho a todos los beneficios de tan alta dignidad. No sabemos la edad de Moisés en el momento de ser llevado al palacio del Faraón, pero tuvo que ser en una etapa infantil. De manera que Moisés, desde pequeño, necesariamente tuvo que ser adoctrinado en las creencias paganas e idolátricas de Egipto, así como también “…fue enseñado… en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras” (Hch. 7:22). En las edades más difíciles de un adolescente Moisés vivía en medio de la opulencia, la laxitud de vida que caracterizaba a los gobernantes de naciones paganas, los lujos y la vanagloria de la vida. Es posible pensar que un joven cuya vida se desarrolla en un escenario de abundancia, lujos, glorias vanas y relajamiento moral necesariamente sucumbirá ante estos atractivos, pero no es así con aquellos que han sido bendecidos con la gracia de la fe perseverante. Moisés no sucumbe ante los atractivos mundanales de Egipto sino que, sorprendentemente, decide apartarse de la vida licenciosa de la sociedad que le rodea y prefiere identificarse con la vida de austeridad y autonegación del pueblo de Dios; “… rehusó llamarse hijo de la hija de Faraon”, es decir, renunció a sus derechos como hijo adoptado de una princesa, y despreció todas las glorias, lujos, comodidades y privilegios que le merecían por ser miembro de la familia real. 78

Aunque al leer una frase corta como esta del verso 24, a simple vista pareciera muy sencillo el que Moisés haya rehusado ser considerado el hijo de la hija de Faraón, la verdad es que esto no debió ser nada fácil, pues Moisés estaba abandonando todo lo que un hombre natural puede desear. No es fácil estar en una posición de gloria y autoridad para luego abandonarla voluntariamente. Los hombres tendemos a aferrarnos pecaminosamente a la gloria, a la autoridad, a los lujos, a las riquezas. Pero la fe perseverante que nos es dada por Dios, siendo que está arraiga en las promesas divinas, no tiene dificultades para rehusar cualquier posición de gloria o riqueza mundanal, porque ella mira con plena certidumbre y convicción las glorias eternas que recibiremos en las moradas santas de nuestro Padre celestial. Esteban, el mártir de la iglesia primitiva, nos deja ver que fue a los cuarenta años la edad en la cual Moisés hizo esta renuncia voluntaria a los privilegios de las glorias mundanales (Hch. 7:23), es decir, la edad madura en la cual se toman decisiones con plena conciencia y conocimiento. Su decisión de rehusar los privilegios de la casa del Faraón no fue la consecuencia de una actitud díscola, ocasionada por el carácter ambivalente que caracteriza a la adolescencia, ni tampoco fue el resultado de un espíritu aventurero de un joven indómito. No, su decisión se toma con pleno conocimiento y aplomo, de manera que Moisés escoge voluntariamente rechazar su posición terrena de gran alcurnia. La pregunta que nos hacemos ahora es: ¿Por qué Moisés renunció a su privilegiada posición en el reino del Faraón? Nuestro autor responde que lo hizo porque prefirió “…antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mira en el galardón”. Ahora, ¿No actuó Moisés precipitadamente al abandonar su posición entre la realeza egipcia, siendo que otros héroes de la fe, como su predecesor José, o como Daniel, pudieron vivir en el palacio de los reyes, conservándose en santidad, pero a la misma vez sirviendo a los propósitos del pueblo del Señor desde esas altas posiciones? ¿Por qué Moisés no pensó que le era mejor estar en palacio y desde allí trabajar por la causa del pueblo de Dios? Debemos tener en cuenta que los hombres de fe se guían no por las circunstancias ni por caprichos personales, sino por la voluntad revelada de Dios. El hombre de fe no actúa y vive pensando en él mismo, sino que todo su trabajo, sus sueños, sus anhelos, están enfocados en el bienestar y en avanzar el Reino de Dios. Algunos personajes que nos menciona Hebreos como modelos de verdadera fe, recibieron milagros portentosos que los libraron de morir en manos de los enemigos del Reino de Cristo, mientras que otros fueron mártires. En todos estos casos de gloria y prosperidad, o de persecución y muerte, ellos siempre tuvieron el Reino de Dios como propósito principal para sus vidas; de manera que en algunas ocasiones era conveniente para el reino estar en el palacio del rey pagano, mientras que en otros momentos no lo era. Dios usó a José para preservar al pueblo en su incipiente conformación, pero el mismo José había profetizado que un día ellos serían liberados de Egipto y emigrarían a la tierra prometida. Ellos no estarían para siempre viviendo en la tierra de la peregrinación, de manera que siendo Moisés el escogido para esta liberación, hubiera sido un acto de rebeldía, deslealtad y apostasía el mantenerse cómodamente en la posición de hijo de la hija del Faraón. Su estancia en la casa del Rey sería hasta cuando estuviera en capacidad de liderar el gran éxodo; en el palacio aprendería muchas cosas que luego le serían útiles para legislar y dar origen a la nación política de Israel; pero llegado el momento de salir de palacio, hubiera sido un pecado de apostasía el continuar allí. “Los privilegios y ventajas que van unidos al alto rango y al poder político no son pecaminosos en sí mismos; por cierto que pueden ser utilizados muy efectivamente para promover el bienestar de otros y ayudar a los no privilegiados. Moisés pudo haber razonado para sí argumentando que podía haber hecho mucho más por los israelitas permaneciendo en la corte del Faraón, y utilizando su influencia allí a favor de quienes renunciaban a la ciudadanía egipcia y transformaban en miembros de un grupo oprimido sin derechos políticos. Pero para Moisés hacer esto, una vez que había visto el camino del deber claramente delante de él, hubiese sido pecado – el pecado real de apostasía, contra el cual los receptores de esta carta necesitaban ser advertidos en forma insistente -”65. 65

Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 322

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El gran comentarista Arthur Pink ve en esta declaración del autor de Hebreos, respecto al desprecio que Moisés hizo de las glorias egipcias, otra forma de ilustrar cómo la vida de fe inicia con la conversión desde los ídolos a Dios. En el caso de Abel su conversión se evidencia cuando abandona toda confianza en sí mismo y en su corazón confía solamente en el Dios que le salva. En el caso de Abraham, inicia la vida de fe contemplando al Dios de la gloria, el cual lo transforma y le pide que abandone a su pueblo idólatra para marchar hacia el lugar de la bendición. La respuesta de Abraham fue radical y revolucionaria, él puso a un lado sus inclinaciones naturales, crucificó sus deseos carnales y entró en un camino totalmente nuevo. Tres elementos principales se dejan ver en la conversión de Abraham: La obediencia, la negación de su propia voluntad y estar completamente sujeto a la voluntad de Dios. Ahora, en el caso de Moisés encontramos otros aspectos del comienzo de la vida de fe, es decir, de la conversión. Dice Arthur Pink “En el caso de Moisés encontramos un aspecto de la conversión que es ignorado mayoritariamente por los modernos métodos de evangelización. Aquí se describe una característica principal de la fe salvadora, la cual es desconocida por muchos que profesan ser cristianos. Nos muestra que la fe salvadora consiste en algo más que “creer” o “aceptar a Cristo como Salvador personal”. Exhibe la fe como una decisión definitiva de la mente, como un acto de la voluntad. Se pone de manifiesto que la fe salvadora incluye el inicio con una renuncia deliberada a todo lo que se opone a Dios, con la determinación de una negación completa de sí mismos y la elección de someterse voluntariamente a cualquier prueba que incida en una vida de piedad. Nos muestra que la fe salvadora hace que su poseedor se aleje de los compañeros que no tienen a Dios y, desde el momento en el que ella se recibe, se busca la comunión con los despreciados santos”66. El autor de Hebreos, a través del ejemplo de la fe de Moisés, se propone enseñarnos que la verdadera fe perseverante siempre conlleva una renuncia y una negación de sí mismos. Sin esta característica entonces no se puede hablar de la fe que proviene del cielo. Si no hay un compromiso consistente en abandonar todo lo que se oponga a Dios, lo cual implica el rechazo a todo lo que hay en nosotros que es contrario a Su santa voluntad, entonces no tenemos la fe salvadora. Jesús lo expresó así: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). El negarse a sí mismo también implica amar y estimar tanto a Cristo, a Su reino y a sus bendiciones espirituales, al punto que las demás cosas que nos ofrece el mundo, o lo que nosotros mismos hemos adquirido como logros terrenos, son considerados despreciables, y no nos es doloroso abandonarlos si fuese necesario para el Reino de Cristo o para nuestra santificación, así como Moisés rehusó a los enormes beneficios terrenos que le pertenecían por ser hijo de la hija del Faraón. También el apóstol Pablo aprendió esta valiosa lección y manifestó poseer la verdadera fe perseverante cuando escribió: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdidas por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” (Fil. 3:7-8). “Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” v.25-26. En la medida que Moisés crecía y tenía la capacidad de comprender muchas cosas, en su mente se agudizaba una disyuntiva muy grande: O seguía identificándose con el imperio que oprimía a su pueblo, o se identificaba con su propio pueblo, el cual estaba siendo oprimido. Egipto significaba para Moisés comodidad, lujos, poder, mientras que Israel representaba esclavitud, dolor, opresión, angustias. Pero la fe siempre escoge el sufrimiento por la causa del reino, en vez de las glorias y comodidades terrenas, si estas están en oposición al pueblo de la promesa. Las Sagradas Escrituras ponen de manifiesto que por lo general el seguir a Cristo, el pertenecer al pueblo de Dios, implica sufrimientos en este mundo: “Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para no 66

Pink, A. W. An Exposition of Hebrews.Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_071.htm En Septiembre 22 de 2011

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padecer persecución a causa de la cruz de Cristo” (Gál. 6:12). Seguir a Cristo trae persecución y sufrimiento. Jesús dijo a sus seguidores: “…en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Pablo anima al pastor Timoteo a ser un fiel ministro de Jesucristo, lo cual también implica el sufrimiento: “Pero tú se sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:5). El ministerio apostólico de Pablo, así como el de los doce, estuvo lleno de muchos sufrimientos: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Col. 1:24). Ahora, Moisés estuvo dispuesto a soportar las aflicciones que sufría el pueblo elegido, porque él tenía la plena certeza y la absoluta convicción de “…que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). El ejemplo de Moisés nos muestra que la verdadera fe nos hace morir al mundo y a todos los honores que él nos da. El verdadero hombre de fe ha de ser conocido tanto por la confianza en las promesas de Dios como por la mortificación del pecado. En el ejemplo de Moisés encontramos los dos rasgos iniciales que identifican a la verdadera fe: El acto de renuncia y el acto de abrazar. Renunciamos al pecado y abrazamos a Cristo. La verdadera conversión primero incluye el arrepentimiento, el dar la espalda al pecado y luego el venir a Cristo: “…arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados” (Hch. 3:19). Para ir a Cristo primero hay que negarse a sí mismo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24); pudiéramos redactar este texto de otra manera con el fin de comprender el sentido de lo que estamos diciendo: “Niéguese a sí mismo y tome su cruz, el que quiere venir en pos de mí”. Moisés, con su acto de renuncia a las glorias mundanales de Egipto, ilustró lo que es la verdadera conversión, la cual inicia con la negación o rechazo de tres cosas que son agradables a la carne: La vida, la riqueza y el honor. Luego de Jesús declarar que la verdadera fe inicia con la negación de sí mismo, explica en qué consiste esta negación con tres declaraciones: 1. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:25). Negarse a sí mismo es negarse a su propia vida, que ella no sea el primer objetivo ni el más grande pensamiento, pues, si hace así, la perderá. 2. “Porque ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Mt. 16:26). Las riquezas terrenas son inútiles frente a la necesidad de la salvación del alma. 3. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27). Este es el honor que debemos buscar. “La negación del yo es absolutamente esencial, y donde no existe (Esta negación, -Nota del autor-), la gracia está ausente. El primer artículo del pacto es: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Dios debe tener la preeminencia en nuestras vidas y corazones. Dios no recibe la gloria a menos que lo honremos de esa manera. Ahora, Dios no tiene el lugar más alto en nuestros corazones hasta que Su favor es estimado por nosotros sobre todo otro honor, y hasta que el temor de ofenderlo a Él esté por encima de todo otro temor. Si rompemos con Dios a fin de preservar los intereses y las relaciones con otras personas, entonces estamos prefiriendo nuestros intereses personales por encima de los intereses de Dios. Si estamos contentos de ofender a Dios antes que disgustar a nuestros amigos o familiares, entonces estamos muy engañados si pensamos que somos cristianos genuinos. ”67. Junto con el puritano Thomas Manton podemos afirmar que “…la fe es una gracia que enseña al hombre a renunciar abiertamente a todos los honores del mundo. Cuando Dios nos llama a abandonarlos no podemos disfrutarlos con una buena conciencia”68. 67

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_071.htm En: Septiembre 23 de 2011 68

Citadopor Arthur Pink en su “An Exposition of Hebrews”.

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La fe de Moisés fue probada fuertemente, como también sucedió con la fe de todos los héroes mencionados anteriormente en el capítulo 11 de Hebreos, y como también lo ha sido siempre con los verdaderos creyentes. Y una de las pruebas más duras de la fe consiste en abandonar los placeres y glorias del mundo, por amor a Dios y a su reino. A menudo somos probados para elegir entre Dios o las cosas, entre el deber y el placer, entre ocuparse en las cosas espirituales o gratificar a la carne. La fe de Moisés no fue solamente un asunto de la mente o de la expresión verbal, sino que efectivamente demostró con hechos su amor al Reino de Cristo y su desprecio a las glorias mundanas. Éxodo 2:11 nos describe el actuar de Moisés que demostró su verdadera fe en estas palabras: “En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas”. La fe lo impulsó a salir del palacio de la comodidad para trabajar en el Reino, identificándose con el sufriente pueblo del Señor. No solo fue un asunto de palabras sino de hechos, pues la fe que tiene la correcta declaración y confesión, pero no actúa, es muerta y no sirve para nada. Aunque pareciera que Moisés actuó con ingratitud hacia la mujer que le salvó la vida en su tierna infancia, al rehusar ser llamado su hijo y abandonar el palacio, la verdad es que los actos de la fe no siempre son comprendidos por el razonar mundano. El verdadero creyente no acepta los favores del mundo, ni expresa gratitud por los mismos en caso de que sean contrarios al temor a Dios o a una buena conciencia. Pero el ejemplo de Moisés no solo ilustra el aspecto de la renuncia que hay en la verdadera conversión, sino el de la entrega: “…escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado”. Primero se abandona el país del pecado, como hizo el hijo pródigo (Luc. 15), para luego venir al Padre; primero se confiesa el pecado para hallar misericordia (Prov. 28:13); primero se deja de hacer el mal para luego aprender a hacer el bien (Is. 1:16-17). Moisés renunció a las riquezas y honores terrenos para abrazar las promesas que se reciben por medio de la fe. Él no estaba viendo gloria alguna en un humilde pueblo de esclavos, pero confiaba en las promesas divinas las cuales, aunque invisibles, eran seguras y firmes. Moisés prefirió el sufrimiento con el pueblo porque sabía que este era el pueblo de la promesa y no Egipto. La fe de un hombre es conocida por las elecciones que hace. Siempre se complace en obedecer la voluntad de Dios, así esto signifique identificarse con los despreciados de la sociedad. Aplicaciones - Hemos aprendido que la verdadera fe renuncia a los placeres y glorias mundanas con el fin de ganar a Cristo, quien debe ser el primer amor en nuestras vidas. Hermanos, es muy fácil hablar del desprecio hacia el mundo y las cosas terrenales, pero preguntémonos, ¿Qué es lo primero en nuestras vidas? ¿Qué es lo que más amamos? ¿Estoy buscando a Dios o la prosperidad temporal? Si estoy anhelando un aumento en el salario, o una mejor posición, y el no conseguirlo me lleva a estar profundamente decepcionado, entonces hay evidencias de que un espíritu mundano me está gobernando. Hermanos, ¿Cuál es nuestro mayor placer?: ¿Las riquezas de la tierra? ¿Los honores? ¿Las comodidades? ¿O la comunión con Dios? ¿Podemos decir con el Salmista: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10)? - Nunca debemos ser obedientes a los hombres a expensas de ser desobedientes a Dios. Todas las relaciones del creyente deben estar sometidas a conservar una limpia conciencia delante de Dios. Los derechos de Dios sobre nosotros son de suma importancia y él debe recibir el reconocimiento como nuestro Rey, aunque esto en muchas ocasiones entre en conflicto con nuestras aparentes obligaciones ante nuestros conocidos y semejantes. Podemos disfrutar de la compañía y la grata atención en la casa de un amigo o pariente, pero esta deferencia no justifica el que dejemos de guardar el día del Señor por salir de paseo con él, por ejemplo. - Hemos aprendido que Moisés prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios que gozar de los placeres temporales del pecado. Él pudo ver la gran miseria en la que viven todos los que se deleitan en el pecado, y se apartó demostrando así poseer la verdadera fe. Una prueba segura del estado de conversión o regeneración de una persona es el sentir mayor dolor y pesar por el pecado que aún le agobia, que por las enfermedades y necesidades del cuerpo. Hay miles de cristianos que se quejan de sus dolores y molestias físicas, pero que raramente se quejan o gimen a causa del pecado residual que todavía llevan. Cuándo nos 82

enfermamos físicamente ¿Vamos a Dios por la sanidad del cuerpo, que es nuestra prioridad dominante, o para que él santifique nuestro sufrimiento para el bienestar de nuestra alma?

La fe de Moisés (11:23-29) La fe que se aparta del mundo y escoge a Cristo, v. 24-26 Introducción En el estudio anterior aprendimos que la fe perseverante se caracteriza por tener en poco los placeres, las glorias y los honores de este mundo. Aprendimos que una persona de fe es aquella que habiendo visto al Dios de la gloria considera cualquier otra gloria como algo insignificante, con el fin de ganar la gloria del Soberano Creador. Ahora, antes de proseguir con el estudio de la fe que se aparta del mundo y que escoge a Cristo, es necesario aclarar que el autor sagrado no está promoviendo el ascetismo, o que los cristianos debamos vivir en absoluta pobreza como si esta fuera un medio de redención, o que debamos recluirnos en un monasterio, lo cual es una perversión del verdadero evangelio. Como dijimos cuando estudiábamos el ejemplo de fe de Abraham, Dios no nos pide a todos los creyentes que salgamos de nuestros países, que construyamos un arca o que sacrifiquemos en holocausto a nuestros hijos. Tampoco a todos se nos pide salir de los palacios, o renunciar a nuestro derecho de tener un padre o una madre; no, pero el principio que sienta el autor sagrado es que la verdadera fe se caracteriza por ser sobrenatural, por lo que es distinta de cualquier clase de fe que pueda expresar una persona natural; la fe de los escogidos de Dios renuncia a todo lo que sea necesario renunciar con el fin de ganar a Cristo, con el fin de abrazarlo a él. El principio que nuestro autor asienta en el capítulo 11 de Hebreos es que “…cada persona que se convierte a Cristo está obligada a renunciar al mundo: no físicamente, sino moralmente…, el pecador debe desechar los ídolos del mundo y los vanos placeres. Debe cesar de caminar en sus malos caminos, y debe poner sus afectos en las cosas de arriba”69. El acto de Moisés de abandonar los deleites temporales del pecado, representados por el palacio, los lujos, las glorias y los honores de la casa del Faraón, es un ejemplo de la actitud que debe caracterizar a todo aquel que ha nacido de nuevo, porque ya no podemos encontrar deleite en las cosas de este mundo que están en oposición al reino de Cristo: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). El ejemplo de Moisés nos muestra que el camino de la fe no puede ser transitado por aquellos que no han sido visitados por el Dios de la gloria, y que no han recibido un toque sobrenatural de la gracia, porque este camino es estrecho, angosto, y requiere muchas renuncias. Nadie que no haya sido llamado sobrenaturalmente por el Espíritu de Dios podrá transitar la senda de la verdadera fe. Muchos podrán engañarse a sí mismos y pensarán que son personas de fe porque acuden a Dios esperando un milagro, o prosperidad u otra bendición terrena, pero esta no es la fe de la cual habla la Biblia, esta es la clase de fe que puede ser manifestada por cualquier persona en el mundo. Hasta los 69

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idólatras y los paganos pueden creer que Dios tiene el potencial de hacerles un milagro de sanidad física; pero la clase y la calidad de la fe que proviene del cielo solo es expresada exclusivamente por los que verdaderamente han nacido de nuevo. El camino de la fe, que es el camino al cielo, es estrecho frente a las inclinaciones de nuestra carne y de nuestros deseos pecaminosos, como dijo Cristo: “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hayan” (Mt. 7:14). Aquel que quiere andar a sus anchas en la laxitud moral no puede transitar el camino de la verdadera fe; por eso Jesús, quien no aprueba los modernos métodos de evangelismo en los cuales se ofrece un evangelio tan fácil y amplio, advirtió que antes de venir a él es necesario calcular el costo de semejante decisión. Aunque la salvación es solo por gracia y no necesitamos hacer obra alguna para alcanzar nuestra justificación delante de Dios, el camino de los justos o la senda de los redimidos es muy estrecha frente a los deseos mundanos. De manera que Jesús constantemente les estaba advirtiendo a los que querían seguirle que sopesaran y calcularan bien todo lo que para ellos iba a significar la decisión que querían tomar, pues el costo de andar la senda de la fe es muy alto para los que aman al mundo: “Grandes multitudes iban con él; y volviéndose les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O que rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:25-33). El costo del camino de la fe perseverante es alto porque implica cortarnos la mano derecha y sacarnos el ojo derecho: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno (Mt. 5:29-30). O abandonamos las glorias y placeres de Egipto, o seremos condenados en el infierno; no hay otra alternativa. O somos enemigos del sistema mundano de pecado y amigos de Dios, o somos amigos del mundo pero enemigos de Dios, no hay una opción intermedia. Al ver el estado de la cristiandad en la actualidad puedo percibir que realmente pocos son los que tienen la fe salvadora que proviene del cielo. Muchos tienen la fe de la nueva era, es decir, la fe positivista que confía en Dios para que este mundo sea cada día mejor; otros tienen la fe milagrera, y esperan actos portentosos de Dios para sanar enfermos y para hacer milagros; otros mas tienen la fe del humanista basada en una decisión personal; pero pocos tienen la verdadera fe que se niega a sí mismo, que camina la senda estrecha, que se corta la mano derecha del pecado y expulsa de su cuerpo el ojo derecho de impiedad, y que se aborrece a sí mismo a causa de sus inclinaciones pecaminosas. El camino de la verdadera fe salvadora es tan estrecho que Pedro exclamó: “Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador” (1 Ped. 4:18). Pero no caigamos en la desesperación, pues, “para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mt. 19:26). “¿No es evidente que la mayor distancia que separa al cielo de la tierra es lo que nosotros llamamos la conversión? Una conversión genuina es una experiencia radical y revolucionaria. Es mucho más que recitar verbalmente un credo, creer lo que la Biblia dice de Cristo o participar de una reunión religiosa. Es algo que golpea las raíces mismas del ser del hombre, es algo que le lleva a hacer una entrega sin reservas de sí mismo y de sus derechos a Dios, a partir de ese momento tratando de complacer y glorificar a la Majestad Divina. Esto implica necesariamente una ruptura completa con el mundo y con la antigua

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manera vivir, es decir, “…si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17)”70. “Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” v.25-26. Moisés pudo abandonar las glorias de Egipto porque él, por la fe, estaba mirando a Cristo. Ahora, es bien sabido que en el Antiguo Testamento los creyentes no podían ver a Jesucristo, de la clara manera como nosotros lo vemos a través de las páginas del Nuevo Testamento. Pero así como los profetas hablaron de Cristo en tiempos antiguos, también entendemos que ellos lo pudieron ver a través de muchos tipos, símbolos y figuras. Cuando Moisés decide identificarse con el pueblo escogido también lo está haciendo con aquel que había sido escogido por Dios para sufrir el oprobio del pueblo y ser el redentor, es decir, con Jesucristo. El término Cristo o Mesías significa literalmente “el ungido”. Jesús fue el ungido de Dios, pero también lo fue el pueblo escogido por gracia. De manera que cuando Moisés se identifica con el vituperio del pueblo escogido también lo hace con el vituperio de Jesucristo, quien, de la misma manera que Moisés, abandonó las glorias de su casa (glorias santas y libres de todo pecado) con el fin de unirse al sufrimiento de su pueblo, salvándolo de la esclavitud del pecado: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). El ejemplo de Moisés nos enseña que la fe perseverante siempre será retada a escoger entre Cristo o las riquezas de los egipcios. Somos llamados a elegir entre la vida y la muerte - “Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal” (Deut. 30:15) -, entre el pecado y la santidad, entre el mundo y Cristo, entre la comunión con los hijos de Dios y la amistad con los hijos del diablo. La fe perseverante se fundamenta en lo que ha oído de Cristo, pues, “la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17). Lo que Moisés había escuchado de Dios era tan grande y tan glorioso que, luego de sopesar las dos opciones, consideró que la mejor gloria que podía recibir era ser considerado hijo de Abraham en vez de ser hijo de la hija del Faraón. Los creyentes que tienen la fe perseverante siempre escogen lo mejor: “…para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo” (Fil. 1:10). Moisés no escogió identificarse con el pueblo hebreo debido a un nacionalismo exacerbado en su edad madura, o, porque consideraba que éste era su pueblo; no, Moisés amaba a Dios y quería estar en todo lo que significara abrazar a Dios, de manera que siendo el pueblo de Israel el pueblo del Señor, entonces también este era su pueblo. “El objeto de su elección era el Dios que había escogido a sus padres, el que les reveló Su gracia y verdad, y les mandó a caminar delante de él sin miedo; el Dios que no se avergüenza de ser llamado su Dios, y al que había sido dedicado en su infancia (Adolph Saphir)”71. Esta clase de amor a Dios, que conduce a la persona a apreciar al pueblo de la promesa por encima de cualquier otro amor terreno, también fue manifestado por Rut la moabita. Ella abandonó a su propio pueblo y a su casa porque quería estar con los escogidos de Dios. Ahora, dice nuestro autor sagrado, que Moisés prefirió las mayores riquezas del vituperio de Cristo y, el maltrato con el pueblo de Dios, vuelvo a insistir en el punto de “las aflicciones”, porque hoy día estamos viviendo una clase de cristianismo que desprecia el sufrimiento y lo excluye de la vida cristiana. Pero cuando una iglesia no soporta ninguna clase de sufrimientos por la causa de Cristo entonces podemos afirmar, con toda seguridad, que esa no es una verdadera iglesia, ya que Dios ha establecido que “…es 70

Pink, Arthur. An Expisition of Hebrews.Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_072.htm En: Septiembre 27 de 2011 71

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_072.htm En. Septiembre 27 de 2011

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necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22); además, si vivimos conforme a los principios de la Palabra de Dios sufriremos, necesariamente, persecución: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). ¿Por qué la aflicción en este mundo? ¿Por qué la persecución? Pues, siendo que ahora somos hijos de Dios y hemos pasado de muerte a vida, entonces ya no somos de este mundo, ni le pertenecemos, ni nos identificamos con su sistema pervertido de valores; por eso el mundo nos odia y nos causa aflicción: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:19). Así que mientras estemos en este mundo sufriremos aflicción; pero estos sufrimientos nos llenan de gozo porque nos recuerdan que ahora pertenecemos a otra esfera, a la ciudad celestial, a la Santa Sión. El verdadero creyente ama las cosas celestiales y, aunque puede disfrutar moderadamente de las cosas legítimas que pertenecen a este mundo, debe ser lo suficientemente sobrio como para rechazar aquellos goces que se oponen al reino de Dios. “Las cosas materiales son trampas si se emplean sin moderación. Dios nos ha concedido permiso para “utilizar” las cosas de este mundo, pero ha prohibido el “abuso” de ellos (Y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo pasa. 1 Cor. 7:31). Las bendiciones temporales se convierten en una maldición si ellas nos impiden el cumplimiento de nuestro deber. Debemos terminar con todo lo que nos impida tener comunión con los santos. La facilidad y la comodidad se hacen a un lado cuando nuestros hermanos están “en aflicción y sufrimiento” y necesitan una mano amiga. Por desgracia, sólo Dios sabe cómo muchos cristianos han seguido disfrutando de los lujos de la vida, mientras que miles se quedaron sin suplir algunas de las necesidades básicas”72. La frase “los deleites temporales del pecado” incluye todo aquello que se convierte en un estorbo para la verdadera piedad. Las misericordias temporales que se manifiestan en comodidades son para que las disfrutemos con gratitud a Dios, pero solo hasta donde ellas nos permitan imitar el verdadero ejemplo de Cristo. Lastimosamente un buen número de personas que dicen tener mucha fe están buscando de manera insistente su felicidad en las cosas de la carne, en vez de buscarlas en las cosas del Espíritu; pero esto es evidencia de que aún están muertos espiritualmente o siguen apegados a este mundo de pecado: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:6). El mayor deleite y la mayor gloria que el cristiano debe buscar se encuentra en la comunión con Dios “En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11). El versículo 26 es una ampliación de lo que el autor dijo en los versos 24 y 25, en el cual se deja ver que la elección de Moisés fue inteligente y fervorosa. Su decisión no fue a la fuerza, sino alegre y resuelta. Él no abandonó los placeres egipcios para abrazar el Reino de Dios simplemente porque lo consideraba un deber, sino que de corazón sincero y con disposición gozosa prefirió a Cristo porque él le significaba más que todo lo que se encontraba en Egipto. Esto nos enseña que el cristiano, el que ha recibido la fe que viene del cielo, no obedece los mandatos de Cristo, no guarda el día del Señor, no trabaja en el Reino de Dios, simplemente por obediencia, de una manera fría y rutinaria, sino que se deleita en mortificar el pecado, se deleita en conocer más a su Señor, se goza en obedecer sus mandatos y estos no le parecen gravosos; anhela con ánimo presto la llegada del día del Señor (el domingo) para dedicárselo por completo; sufre las aflicciones por Su causa sin murmurar y está dispuesto a identificarse con el pueblo despreciado y sufriente. El verdadero hombre de fe está invadido del amor de Cristo y, tal como Moisés, no puede ni quiere abstenerse de participar del sufrimiento que significa identificarse con él; el hombre de fe puede decir con Pablo: “…por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias…” (2 Cor. 12:10). “El vituperio de Cristo” que Moisés quiso compartir se refiere a varias cosas:

72

Ibid.

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Primero, Cristo se identifica personalmente con su pueblo. Aunque él se encarnó y nació de mujer en el siglo I de nuestra era, mucho tiempo después de la vida de Moisés, no obstante, él como cabeza de la iglesia no solo llevó en su sombra protectora a los creyentes del Nuevo Testamento sino a todos los creyentes desde Adán y Eva, pues, todos formamos parte de la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Segundo, siendo que los creyentes somos uno con Cristo, y él con nosotros formamos lo que en teología llamamos el “cuerpo místico”, entonces, al estar unidos a él por medio de la fe, no solo tomamos su justicia perfecta sino sus sufrimientos, humillación y persecución. Cuando los creyentes se unen a Cristo toman su nombre y se convierten en uno solo, así como el esposo y la esposa se convierten en una sola carne cuando se unen en matrimonio. El autor de Hebreos quiere también resaltar que la Iglesia de Cristo es una sola y está compuesta por los creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Así como hoy día todos los creyentes son unidos a la iglesia, de la misma manera sucedía con los creyentes del antiguo Israel. Nuestro hagiógrafo concluye esta sección de la fe de Moisés afirmando que él estuvo dispuesto a abandonar las glorias del mundo para cambiarlas por los vituperios de Cristo y los del pueblo, “…porque tenía puesta la mira en el galardón”. La fe perseverante tiene la capacidad de mirar más allá de lo aparente y es hábil en determinar el verdadero y oculto valor de las cosas. Los hombres naturales consideran de gran valor las riquezas materiales, el buen nombre, las glorias del mundo, entre otras cosas. Pero el hombre de fe sabe que esto es pasajero y perece con el hombre mismo. En cambio, hay cosas que parecen insignificantes o despreciables para el hombre natural, pero que son de gran valor y riqueza para el hombre de fe. Moisés demostró esto al abandonar el palacio del Faraón y unirse a un pueblo de esclavos. Él pudo mirar, a través de la fe, cuál es la verdadera gloria y la verdadera riqueza, las cuales no se encuentran en las cosas de este mundo. Como ya hemos dicho en otros estudios de la carta a los Hebreos, la recompensa que buscaban los héroes de la fe no son las calles de oro de la Jerusalén Celestial, sino a Dios mismo. El máximo anhelo del alma regenerada es poder tener el eterno gozo de experimentar la bienaventuranza beatífica: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Aunque es cierto que Dios recompensará con mayor gloria (representada por las coronas) a sus hijos fieles, no obstante, el premio anhelado por los hombres de la fe bíblica es Cristo mismo, poder tenerlo a él y ser de él. El apóstol Pablo expresó esta preciosa verdad en los siguientes términos: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8). “La fe se da cuenta de que la paz de la conciencia es mejor que una cuenta bancaria robusta, que la comunión con Dios es infinitamente preferible que los favores de un tribunal terreno. Moisés sabía que no sería un perdedor a causa de la elección que hizo: La fe se da cuenta de que nada está perdido. Aunque el nombre de Moisés fue eliminado de los registros de Egipto, se le ha otorgado un lugar destacado en las páginas imperecederas de las Sagradas Escrituras. Aquí se puede ver la gran diferencia entre los mundanos y los santos, estos últimos dan valor a las cosas a través de los ojos de la fe, mientras que los primeros miran a través del lente de la razón y de los sentidos carnales corruptos. El mundano piensa que el verdadero cristiano actúa con locura, mientras que el cristiano sabe que la persona mundana está espiritualmente loca”73. El ejemplo de Moisés expresa de manera clara lo que significa tener “…la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve”. Él miraba las cosas de manera distinta a cómo las ve el hombre carnal o natural. Moisés sabía que sufrir el oprobio de Cristo no era una pérdida sino una ganancia de gloria eterna: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:17-18). Moisés también conocía lo que Pablo luego enseñara a la iglesia, que no participaremos de la gloria de Cristo a menos que suframos su oprobio: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos 73

Ibid.

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con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:17-18). Aplicaciones - La fe Moisés, que fue capaz de abandonar los placeres mundanos por amor a Cristo, condena la práctica de muchas personas, las cuales ocupan toda su vida en codiciar, desear y buscar los deleites del mundo, sin tener en cuenta los interese eternos. Ellos están convencidos que pueden pasar toda su vida disfrutando de este mundo, y que en el último momento de sus vidas, pueden clamar a Dios por misericordia y todo estará bien. Pero estas personas se engañan terriblemente a sí mismas al no ver que la vida eterna incluye también recompensas, que es nuestro deber trabajar en las obras de piedad en esta vida, que todos los días debemos estar luchando contra el pecado, y que debemos estar viviendo para Dios: “Que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y justicia delante de él, todos nuestros días” (Lc. 1:74-75). Pidamos a Dios que tenga misericordia de nosotros y nos conceda la vista espiritual, de manera que podamos ver todas las cosas en su real proporción, pues, solo así podremos apreciar de corazón la vida de entrega a Cristo, la vida de santidad, apartándonos de los deseos mundanos y dedicándonos a vivir para Su gloria. - Hermanos, la salvación es por gracia, sin necesidad de obras. Esta es una verdad medular en las Sagradas Escrituras. Pero que esta doctrina no nos lleve a olvidarnos de la importancia de las obras piadosas que deben caracterizar al verdadero creyente. La salvación es un regalo, pero también incluye recompensas, y estas recompensas, aunque también son dadas por gracia, forman parte del trabajo de la gracia en nosotros. La gracia de Dios nos alienta para que trabajemos por esa recompensa, la cual nos vendrá como resultado del amor hacia Cristo y hacia su reino.

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La fe de Moisés (11:23-29) La fe que mira al invisible, la intrepidez de la fe, v. 27 Introducción Las cualidades de la fe que persevera hasta el fin son múltiples y éstas deben encontrarse en cada creyente. Ya hemos visto en el ejemplo de Moisés cómo la verdadera fe es osada y lo arriesga todo con el fin de cumplir con la voluntad revelada de Dios. También vimos cómo la fe es capaz de abandonar todos los honores, glorias y riquezas de este mundo con el fin de ganar a Cristo, la perla de gran precio. Ahora en el verso 27 veremos cómo la fe tiene la capacidad de sostenerse firmemente frente a los terrores y miedos que provienen del acecho de los hombres, porque ella ha recibido la gracia del Espíritu Santo para mirar a aquel que es nuestra fortaleza y tomar de él el valor para vencer nuestros temores. Los hombres, por naturaleza, somos temerosos, el miedo nos asalta y somos grandemente afectados al enfrentarnos con enemigos, sean estos espirituales o humanos. Los receptores de la carta a los Hebreos estaban invadidos de terror a causa del desprecio y de la posible persecución que les estaban causando sus congéneres judíos. Algunos podían ir a la cárcel, otros perderían sus empleos, otros serían desechados por sus familiares y amigos, mientras que otros sufrirían azotes y maltrato físico. Ellos eran presionados para que abandonaran de plano la fe cristiana y regresaran al judaísmo. Es posible que algunos maestros judaicos estuvieran diciéndoles que si ellos persistían en seguir a Cristo se perderían todas las bendiciones que tiene el judaísmo, siendo esta la religión que instauró Moisés. Hablando humanamente, ellos tenían razones para estar temerosos, pero el autor quiere resaltar que si ellos ya habían conocido la gracia de Dios a través de Cristo, entonces habían recibido la clase de fe que tenía Moisés, el cual también puso la mirada en Cristo, no en la religión judaica y, por lo tanto, tuvo el arrojo para no temer la ira de los hombres y mantenerse fiel al Invisible. “Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del Rey; porque se sostuvo como viendo al invisible” v. 27 El ejemplo de la fe que ahora presenta nuestro autor, tomado de la vida de Moisés, ha implicado una dificultad histórica ya que se trata del episodio cuando Moisés dejó a Egipto; pero nosotros sabemos que hubo dos ocasiones en las cuales se dio este hecho. La primera ocasión fue cuando Moisés huyó luego de haber matado a un egipcio que maltrataba a un esclavo hebreo (Éx. 2:14-15) y la segunda ocasión ocurrió, cuarenta años después, cuando Moisés regresa del desierto enviado por Dios para enfrentarse al Faraón, y luego de muchos encuentros en los cuales el poder de Dios se manifestó, Moisés sale de Egipto para siempre con el pueblo del Señor. Muchos comentaristas bíblicos creen que el autor de Hebreos se refiere en este texto a la primera salida de Moisés de Egipto, pero el inconveniente que otros comentaristas ven es que en esa ocasión Moisés huyó de Egipto porque tenía miedo: “Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto. 89

Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián” (Éx. 2:14-15). Ahora, si Moisés tenía miedo entonces no puede ser esta la ocasión mencionada por el autor de Hebreos, ya que él dice que por la fe Moisés no tuvo temor de la ira del Rey. En virtud de lo anterior, otros comentaristas creen que este texto hace referencia a la segunda salida de Moisés, luego de celebrar la pascua, cuando inicia el éxodo con el pueblo hebreo hacia la tierra de Canaán. En esta oportunidad Moisés no fue impulsado por el miedo para salir de Egipto; pero el inconveniente que algunos ven es que, con la secuencia histórica que lleva el autor, la salida de Moisés no encajaría en este momento para iniciar el éxodo porque el ejemplo de fe que sigue en el verso 28 es la pascua, la cual sucedió antes de la salida final de Moisés y del pueblo. Es mi parecer que el autor sagrado está tomando la vida total de Moisés como un ejemplo de lo que es ser una persona de fe, de manera que no encuentro inconveniente en tomar las dos salidas de Moisés como modelos claros de lo que debe ser la intrepidez de la fe perseverante. En sus dos salidas de Egipto Moisés mostró valor y confianza en Dios, desestimando el temor que podía causar la ira de los hombres. Moisés tuvo temor del Faraón en la primera ocasión en la cual salió de Egipto debido a que él quiso hacer a su propia manera lo que consideraba era su deber, es decir, asesinó a un egipcio en venganza de sus hermanos; pero esta no era la manera en la cual Dios le utilizaría para ser el libertador, sino que serían librados de sus enemigos con mano poderosa y divina. Moisés sabía que Dios le había destinado para hacer una gran obra a favor del pueblo, pero a los cuarenta años de edad aún no estaba preparado ni había recibido las instrucciones de cómo Dios lo usaría para liberar al pueblo: no obstante, él se apresuró a hacer cumplir el sueño de libertad y asesinó a un egipcio; pero su propio pueblo, del cual pensaba que reconocería su liderazgo y le pondría como su caudillo principal, le rechazó y no lo aceptó como un líder entre ellos: “Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios le daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así. Y al día siguiente, se presentó a uno de ellos que reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tu matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos” (Hch. 6:23-29). Aunque Moisés experimentó miedo en la primera ocasión en la cual sale de Egipto, no es el terror de quien huye despavorido de un enemigo o de un peligro, sino el actuar sabio de quien no arriesga innecesariamente su vida. Moisés había actuado precipitadamente al matar al egipcio y ahora se podía desatar una revuelta de parte de los esclavos, lo cual generaría una reprimenda aplastante de parte del imperio; pero el punto culminante para la liberación de Israel aún no había llegado. De manera que Moisés, por la fe, puede ver el escenario completo y sabe que lo mejor, en ese momento, es huir de la persecución del Faraón a otras tierras, para luego regresar y, entonces sí, enfrentarse sin temor alguno ante este enemigo del pueblo de Dios. La fe de “Moisés tuvo la grandeza y el valor de esperar a que Dios dijera: ”74. Él comprendió que todavía no estaba preparado para ser el líder en el pueblo de Dios. Actuó precipitadamente como líder y las cosas no salieron bien, debía esperar el tiempo propicio. Moisés aprendió, a través de esta experiencia, que para fungir como líder o guía en el pueblo de Dios se necesita tiempo de preparación, y pudo esperar cuarenta años más para regresar a Egipto como el verdadero ministro del Dios del cielo. El apóstol Pablo instruye a la iglesia diciendo que nunca debemos poner en el ministerio a un varón inexperto: “No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6). La segunda vez que Moisés sale de Egipto, y esta vez de manera definitiva, no había miedo ni temor ante la ira del rey porque Moisés estaba en la voluntad de Dios y la fe había esperando pacientemente en la 74

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gracia divina y en los medios que Dios había escogido. Moisés, en esta ocasión, no tuvo temor porque ahora actuaba dirigido por la Palabra de Dios. En el desierto Dios le capacitó para ser el ministro en la liberación de Su pueblo. Fue una capacitación extensa, cuarenta años, pero la fe de Moisés le llevó a esperar pacientemente. El sabía que Dios le había llamado para un trabajo especial, pero ahora no se apresuraría a adelantar el tiempo establecido por Dios para el inicio de su poderoso ministerio. Moisés aprendió lo que muchos jóvenes deben aprender hoy, que los grandes logros de la vida no se obtienen de un día para otro sino que, en muchas ocasiones, esto se da en los días maduros de la vida, luego de haber pasado por un largo tiempo de formación a través del estudio y la experiencia. Ahora, ¿Cómo se evidenció la fe intrépida de Moisés en la segunda y final salida de Egipto? Nuestro texto dice que “Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del Rey”. Salir de este país no era algo fácil, pues intentar hacerlo implicaba despertar la furia del malvado faraón. Los egipcios se habían aprovechado de los esclavos hebreos para hacer el trabajo pesado y más difícil, en su propósito de edificar grandes construcciones, de manera que lo más conveniente era mantener al pueblo oprimido dentro de sus fronteras. Dejarlo partir significaba no contar más con mano de obra gratis. Pero Moisés, en sus cuarenta años de formación en el desierto, había tenido una visión del Dios de la gloria en medio de una zarza ardiente que no se consumía (Ex. 3), en la cual el Señor le habló y le dio instrucciones para que regresara a Egipto y se enfrentara al temible Faraón, ordenándole que dejara salir al pueblo del Señor de sus tierras. La tarea que Moisés había recibido no era nada fácil. Él, un humilde pastor de ovejas, debía enfrentarse al más poderoso rey de su tiempo, y esto sin ejército, ni embajadores, ni riquezas. Parecía ser una lucha desigual y lo peor es que Moisés, al principio, había pensado que la liberación vendría como resultado de la lucha armada, pero según los propósitos de Dios no se utilizaría ningún armamento bélico. Lo único que Moisés debía hacer era ir al poderoso Faraón y ordenarle que dejara salir al pueblo, así de sencillo. ¡Qué tarea tan difícil! Pero Moisés había visto al Dios de la gloria y no podía echarse para atrás. Aunque la incertidumbre y el temor trataban de aflorar en este sufrido hombre, la Palabra de Dios le fortaleció en su fe de manera que no dudó en enfrentarse a esta descomunal tarea. Moisés venció el temor inicial no por un ejercicio mental de repetir interminables mantras, sino por escuchar con sumisión la Palabra de Dios. El Señor le fortaleció diciendo: “Ve, porque yo estaré contigo” (Ex. 3:12); “Y oirán tu voz…” (3:18); “pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir” (Éx. 3:20). Es así que la fe Moisés es probada una y otra vez cuando debe presentarse ante el Faraón, acompañado solo de una vetusta vara y de su hermano Aarón. La primera respuesta que Moisés recibe del rey no es muy alentadora: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Ex. 5:2). Esto debió ser motivo para claudicar o al menos desmayar en el propósito de convencer al Faraón para que dejara libre al pueblo de Israel; pero Moisés estaba viendo al Invisible detrás de la incredulidad del rey, ya que esta sería usada por Dios para mostrar su ira y poder sobre Egipto: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Ro. 9:17). Pero la fe de Moisés volvió a ser probada cuando, en respuesta a su solicitud ante el rey, este ordena que se agrave la opresión sobre el pueblo hebreo: “Dijo también Faraón: He aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho, y vosotros les hacéis cesar de sus tareas. Y mando Faraón aquel mismo día a los cuadrilleros del pueblo que lo tenían a su cargo, y a sus capataces, diciendo: De aquí en adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; vayan ellos y recojan por sí mismos la paja. Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y no les disminuiréis nada; porque están ociosos, por eso levantan la voz diciendo: Vamos, y ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios. Agrávese la servidumbre sobre ellos, para que se ocupen en ella, y no atiendan palabras mentirosas” (Ex. 5:5-9). La respuesta del pueblo de Israel ante este agravante fue de rechazo y de queja hacia Moisés y su hermano (éx. 5:20-21). No era fácil la tarea pero debía cumplirla. El pueblo al que quería salvar se volcaba en contra de él. Esto requiere un ejercicio de la fe, que es capaz de mirar al Soberano moviendo los hilos de la historia para cumplir su propósito, aunque en apariencia la situación pareciera ser contraria y cada vez peor. 91

La fe debe ser probada y no debe esperar recibir estímulo o ayuda de los hombres, ni siquiera de nuestros propios hermanos como en el caso de Moisés, sino que debe fortalecerse sólo en el poder de Dios. Ahora, Moisés regresó varias veces al palacio del Faraón para decirle que dejara salir al pueblo de Israel e incluso para amenazarle con terribles plagas que, efectivamente, Dios envió sobre el pueblo egipcio. Pero no debemos considerar como algo simple el hecho de que Moisés visitara varias veces al Rey, pues él corría el riesgo de ser apresado, torturado o de ser asesinado a una sola orden del Faraón. La fe de Moisés fue intrépida y, sabiendo que se exponía a la cárcel o la muerte, obedeció la Palabra de Dios y se enfrentó con un enemigo muy poderoso. “Tenía ante sí a un tirano sanguinario, armado con todo el poder de Egipto, amenazándolo de muerte si seguía haciendo el trabajo y el deber que Dios le había encomendado, pero estaba lejos de ser aterrorizado, o de que su deber disminuyera en lo más mínimo, demostró la resolución de seguir adelante, y anunció la destrucción al propio tirano (John Owen)”75. Luego de la décima plaga enviada por Dios sobre Egipto, y previamente anunciada por Moisés al Faraón, este deja salir al pueblo hebreo guiado por Moisés. Pero, aunque los poderosos milagros y señales obrados por Moisés parecieran mostrar el escenario del éxodo como algo sencillo, la verdad es que la fe de Moisés fue probada duramente, porque siendo el Faraón un hombre tan duro de corazón, entonces no dejaría salir al pueblo de esclavos que le ofrecía mano gratis y le permitía hacer grandes construcciones de una manera tan fácil. Lo cierto es que el Faraón se levantó en terrible furia y, luego de ordenar la salida de Israel de la tierra de Egipto, salió airado a alcanzarlos en el desierto a causarles la destrucción final. Por un lado estaba el poderoso y bien abastecido ejército egipcio, mientras que en el otro lado estaba una multitud desorganizada de hombres, que habían sido siempre esclavos, junto con sus mujeres y niños. La lucha era desigual y, humanamente hablando, se presagiaba la destrucción total del pueblo hebreo. No obstante, siendo que Moisés no se mantuvo viendo las cosas que se ven con los ojos físicos sino aquellas que son de carácter espiritual, él pudo confiar en el poder del Señor y decirle al pueblo angustiado: “No temáis, estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Ex. 14:13-14). “Moisés es el hombre de fe que le dice a la gente que no tema, que permanezca firme y que vea cómo el Señor lucha por ella (vv. 13-14). Por la fe Moisés fue libre del temor porque él sabía que Dios estaba de su lado”76. “Temió tan poco a Faraón porque temía mucho a Dios”77. “… porque se sostuvo como viendo al invisible”. El secreto de la vida de fe Moisés y de sus grandes logros para el Reino de Dios se encuentra en que él se mantuvo viendo al Invisible, al mismo Rey de la gloria que se le había aparecido a Abraham, y se aferró resueltamente a esta visión. Su vida se caracterizó porque siempre reconoció al “…bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Tim. 6:15-16). Este es el secreto de una fe victoriosa. La fe se fortalece solamente cuando conoce y contempla a aquel de quien ella proviene, no hay otra manera de hacerla crecer. Moisés tuvo la intrepidez de hacer grandes cosas para el reino de Dios porque su fe se fortalecía conociendo la voluntad de Dios: “Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos” (Ex. 33:12-13). Moisés llegó a ser uno de los siervos más aguerridos en las manos de Dios porque él no se 75

Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_073.htm. En: Octubre 08 de 2011 76

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 398

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MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 1008

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conformaba con tener un conocimiento superficial de Dios, sino que le buscaba incesantemente y, por decirlo así, se aprovechaba de la gracia divina para profundizar más en la contemplación del Dios de la gloria; el Señor era su pasión y conocerlo de cerca era su ambición: “Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria” (Éx. 33:18), “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (33:11). El secreto de su fe victoriosa se encontraba en la vida de comunión con Dios. Moisés vivía siempre con la conciencia de saber que sin Dios no podía hacer absolutamente nada. Él se consideraba inútil por sí mismo, de allí que se mantuvo viendo al invisible, esta era una acción continua. Él hizo que toda su vida dependiera de la presencia de Dios, él pudo decir con el salmista: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Sal. 16:8). Ninguna otra cosa nos permitirá soportar las aflicciones que nos causan este mundo Satanás y el pecado, sino el mantenernos viendo constantemente al invisible. Ahora, lo invisible no se puede ver, está oculto a nuestros ojos. Pero ¿De qué manera Moisés vio lo que no se podía ver? Solamente a través de la fe. La fe de Moisés se fortaleció porque él conocía la Palabra de Dios. Él había escuchado Su revelación y ella catapultó la confianza y la disposición para continuar adelante en la vida. Dios le había dicho: “Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado; cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte” (Éx. 3:12). Los cristianos hoy día no debemos esperar a que eventualmente oigamos una voz del cielo, sino que tenemos privilegios más grandes de los que tuvo Moisés, pues contamos con la siempre fresca y constante Palabra de Dios a través de las páginas de las Sagradas Escrituras, por las que conocemos más al Dios de la gloria y aprendemos a confiar en él, ya que “…la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17). Aplicaciones - Así como el Señor prometió estar con Moisés en su tarea libertaria, Jesús ha prometido estar con su pueblo en la tarea de libertar a una nación de la esclavitud del pecado, del faraón, de Satanás y de la miseria de la muerte: “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20). Por lo tanto, debemos ser aguerridos en hablar de Cristo a los hombres, y en difundir su santo evangelio por doquier. Aunque algunos de nosotros experimentamos cierto temor cuando vamos a hablar de Cristo a otros, y algunos son demasiado tímidos para hacerlo, si alimentamos nuestro corazón con la promesa de Cristo de seguro cobraremos fuerzas para hablar de él, incluso ante los faraones que se oponen furiosamente al Evangelio. - La fe y el miedo se oponen entre sí. Sin embargo, por extraño que parezca, frecuentemente habitan en la misma casa; pero donde la fe domina, el miedo está inactivo y donde el miedo domina, la fe está inactiva. La actitud constante del cristiano debe ser: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí” (Is. 12:2). Lastimosamente hay una gran distancia entre lo que debería ser y lo que realmente es. Pero los cristianos somos confrontados por el ejemplo de Moisés para que ejercitemos la gracia de la fe y podamos decir con el salmista: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). Aunque muchas cosas en este mundo vengan sobre nosotros como poderosos gigantes, la fe perseverante se levanta victoriosa sobre las alturas y confía en el Dios de nuestra salvación de manera que el terror no nos paralice sino que, cuando más dura esté la prueba, cobraremos inusitado valor y nos sorprenderemos de la intrepidez de nuestra confianza en el Soberano Señor. Muchos de nosotros tememos a cosas menores que la ira del rey: la oscuridad, la soledad, a veces, incluso, la caída de una hoja nos asusta. Aunque en algunas personas ese miedo forma parte de su constitución personal, en la mayoría de ellas el temor viene como resultado de una mala conciencia, la cual les lleva a aterrarse hasta con su sombra. La mejor forma de vencer el miedo es cultivar el sentido de la presencia de Dios en nuestras vidas, además de confesar y abandonar nuestros pecados, pues “Huye el impío sin que nadie lo persiga; más el justo está confiado como un león” (Prov. 28:1). El miedo es el resultado de la desconfianza, de no ser conscientes que estamos bajo la protectora mirada de Dios, de ocuparnos demasiado en las dificultades y problemas. Pero recordemos que así como Dios le dijo a Moisés que estaría con él para defenderlo y ayudarlo en el cumplimiento de su tarea, Dios nos dice a nosotros hoy que no tengamos miedo de los hombres, del futuro ni de la economía: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te 93

dejaré, de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb. 13:5-6).

La fe de Moisés (11:23-29) La fe que se aferra a la sangre de Cristo, v. 28 Introducción Ya hemos visto tres actos de la fe perseverante de Moisés, y ahora encontramos un cuarto acto. Como dijimos antes, los dos personajes a los cuales el autor de la carta a los Hebreos les dedica más tiempo en el tema de la fe son Abraham y Moisés. Y esto no es gratuito porque el autor tiene un propósito específico, mostrarles de manera contundente a los creyentes judíos que los dos personajes, a los cuales ellos consideraban sus padres prominentes, se habían caracterizado no por depender o confiar en ciertos ritos, ceremonias o leyes religiosas, sino por entregarse completamente a una vida de fe. Moisés fue el gran legislador de Israel y a través de él fueron dadas todas las leyes religiosas, ceremoniales y civiles para el pueblo judío; pero Moisés mismo no dependía de estos ritos para su salvación. Él vivió una vida de fe y todos sus actos procedieron de ella. Él aprendió que el “justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17), y que esta fe debe estar depositada en Dios a través de la perfección de Cristo. Tal vez uno de los ritos o fiestas religiosas más importantes para los judíos era la celebración de la pascua. Los varones judíos de todos los confines de Israel procuraban asistir por lo menos a una fiesta anual en Jerusalén, y la de la pascua era una de las más concurridas. Esta celebración tenía un profundo significado para los judíos porque marcó el inicio de la nación de Israel, en esa memorable noche en la cual fueron liberados por completo de la ignominiosa esclavitud egipcia. Aunque con el transcurrir del tiempo esta fiesta se convirtió en algo pomposo y ritualista, la primera pascua careció de toda ostentación y estuvo marcada por un acto supremo de la fe salvadora. Dios había prometido liberar al pueblo de la opresión egipcia, luego de estar cuatrocientos años en esta poderosa nación. Pero esta liberación no vendría a través del esfuerzo humano sino, solamente, a través del poder de Dios. En un principio Moisés pensó que para liberarse del enemigo opresor se requería la fuerza bruta, pero ahora Dios le muestra que la liberación vendrá a través del derramamiento de la sangre. ¡Qué instrumento tan extraño! ¿No? Precisamente la fe se fortalece en lo que parece imposible. ¿De qué manera se liberaban las naciones esclavizadas de los imperios que las oprimían? A través de la lucha armada. Pero ahora Dios le dice a 94

Moisés que la fe no usa esa clase de armas; es más, la fe no depende en nada de ningún esfuerzo humano: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). Los lectores de la carta a los Hebreos debían aprender bien la lección que el autor da desde el principio de la epístola, que la salvación no viene por cumplir con ciertos ritos religiosos, sino solamente por la gracia de Dios, pues “…por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe.” (Ef. 2:8-9). Moisés fue salvo solamente por la fe, así como lo fueron sus predecesores Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José; no hay otra manera de gozar el favor de Dios. Si ellos querían abandonar a Cristo para confiar en los ritos de la Ley de Moisés, entonces se estaban manifestando en contra de la fe de Moisés, quien solo confió en la sangre inmaculada del verdadero Cordero Pascual para su completa salvación. De entrada podemos decir que el autor de la carta no está de acuerdo con la teología de los que creen que en la antigua dispensación las personas se salvaban por cumplir la ley, y que ahora somos salvos por gracia. En el capítulo 11 de Hebreos hemos aprendido que todos los que han sido salvos, desde el principio de la creación hasta ahora y de seguro hasta el final de la historia, solamente lo han sido por la gracia de Dios, sin necesidad de obras. Ahora, como también lo dijimos, la verdadera fe conduce a su poseedor a abandonar el mundo, a despreciar los placeres terrenos que se oponen a Dios, a negarse a sí mismo; pero nada de esto tiene sentido si no se abraza a Cristo, si no se llega al punto de abandonar toda confianza carnal en las propias obras para depender enteramente del sacrificio sustitutivo del Cordero de Dios. El punto culmen de la fe de Moisés es presentado al celebrar la pascua como un acto de suprema confianza, no en él mismo ni en sus fuerzas, sino en la redención que Dios realiza a través del sacrificio de nuestra verdadera pascua, la cual “es Cristo” (1 Cor. 5:7), no de nuestras obras. Antes de entrar en el análisis de nuestro texto, permítanme hacer una aplicación para la iglesia hoy día, en lo que se refiere a los métodos de evangelismo basados en los hechos de la fe de Moisés, pues considero que si nuestro autor está hablando de la fe salvadora, la secuencia que él presenta también tiene como fin ilustrarnos cómo es que una persona llega a Cristo, y por lo tanto, nos da una base para establecer el método bíblico de la evangelización. Tomaré textualmente lo que dice Arthur Pink: “La celebración de la pascua y la aspersión de la sangre no es lo primero que se registra de Moisés. Ningún hombre puede ver el valor de la sangre de Cristo, si su corazón todavía está envuelto en el mundo. Ningún hombre puede creer en Cristo para salvación si él está decidido a “…gozar de los deleites temporales del pecado” (Heb. 11:25). El arrepentimiento precede a la fe (“arrepentíos y creed en el evangelio” Mr. 1:15; “acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” Hch. 20:21), y el arrepentimiento es un pesar por el pecado, un odio al pecado y un apartarse del pecado; y donde no hay un arrepentimiento genuino, no puede haber “perdón de los pecados””78. “Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos”, v. 28. La celebración de la pascua marcó el inicio del éxodo o la peregrinación hacia la tierra prometida, lo cual estuvo relacionado con la última plaga de juicio que Dios envió sobre los egipcios. Luego de nueve plagas, en las cuales el poder del Señor obró atormentando al Faraón y a su pueblo pero preservando a la nación escogida, Moisés se presenta donde el incrédulo Rey y le dice que debe dejar ir al pueblo a adorar a Dios, junto con todos sus animales. Obviamente el Faraón, siendo endurecido por Dios mismo, rechaza tal petición y le advierte a Moisés que no se presente más ante él porque de lo contrario morirá (Éx. 10:2829). Moisés, efectivamente, no vería más el rostro del Faraón pues esa misma noche el pueblo se prepararía para iniciar el éxodo definitivo, que los conduciría a la tierra de la bendición. El Señor le dijo a Moisés: “A la media noche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la 78

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sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas” (Éx. 11:4-7). De manera que Dios enviaría su final y más doloroso juicio sobre el enemigo de su pueblo, iniciando así la gran liberación, sin armas y sin que el pueblo tuviese que luchar para conseguirla. Ahora, ¿Por qué el pueblo de Israel estaría libre de la muerte de sus primogénitos? No era por sus buenas obras, ni por su propia justicia, pues las Sagradas Escrituras nos enseñan que “…no hay justo, ni aún uno” (Ro. 3:10). La gracia electiva de Dios había escogido a este pueblo pequeño de corazón díscolo para que fuera suyo: “Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre” (Is. 45:4). Por esa gracia el Señor los preservaría de la visita de su ángel, bajo cuyo paso debían morir todos los primogénitos. Pero la gracia del Señor nunca viola su santidad y justicia. No solo los primogénitos de los egipcios debían morir sino también los de Israel, ya que todos se encontraban en la misma situación espiritual, como luego se dejará ver en la travesía del desierto donde el pueblo, una y otra vez, evidenciaba su incredulidad. De manera que para evitar la muerte de los primogénitos hebreos se requiere un substituto, alguien que derrame su sangre y muera por ellos. Este es el sentido de la fiesta de la pascua de la que habla nuestro autor sagrado. Dios le ordenó a Moisés “Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia. El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová. Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” (Éx. 12:3-13). El cordero pascual, sin defecto, se constituyó en el substituto para que la muerte no causara estragos en el pueblo elegido. Dios proveyó el camino de la redención y esta solo vino a través del derramamiento de sangre. Pero, ¿Cómo es posible que el simple hecho de sacrificar un animal, y poner su sangre en la puerta principal de la casa, librara a sus habitantes de la muerte destructora que esa noche cobijaría a todo el territorio de Egipto? ¿Cómo es posible que a través de esta ceremonia tan extraña Dios les diera la liberación? Solamente por la fe se pudo celebrar la pascua y la aspersión de la sangre. La institución de la Pascua fue un acto de fe similar al de la construcción del Arca por parte de Noé. Dios había hecho prodigios en Egipto y había derramado juicios terribles y, no obstante, el Faraón se mantuvo inflexible ante la petición de dejar salir al pueblo de Israel. ¿Por qué ahora una ceremonia tan inusual garantizaría que el Faraón cambiara de opinión y les dejara ir? Si en verdad Dios les daría la liberación esa noche, ¿Por qué dedicar tiempo a participar de una cena amarga y de un ritual tan sangriento, en vez de estar haciendo previsiones más adecuadas para la salida? ¿Por qué la aspersión de la sangre tendría un efecto tan notable? Se requirió un ejercicio de la fe en Moisés para ir al pueblo y darles las instrucciones necesarias para la celebración de la pascua, ya que ninguna de las promesas de Moisés se había cumplido. El pueblo estaba cada vez bajo mayor opresión a raíz de la intervención de Moisés y de sus poderosos milagros sobre Egipto. ¿Quién le creería ahora que con esta ceremonia lograrían la victoria final? ¿Dónde están las lanzas o las espadas? ¿Dónde están los cañones que retumben en el palacio del Rey y les conquiste la victoria? ¿Vencerán al Faraón solamente con la aspersión de la sangre de un manso e insignificante cordero? Lo que parecía absurdo e imposible para la razón humana fue alcanzado victoriosamente a través de la fe. Por la fe no solamente Moisés tuvo valor para enfrentarse al pueblo incrédulo y darles las instrucciones 96

para la celebración de la pascua, sino que el pueblo aceptó, celebró la pascua, derramaron la sangre y lograron la victoria. Esa noche el ángel de Jehová pasó por todo Egipto causando la muerte de los primogénitos, tanto de hombres como de animales y ni siquiera el primogénito del Faraón se salvó de morir, más ningún primogénito de los hijos de Israel o de sus animales murió, aquellos en cuya puerta de la casa se había puesto la sangre del cordero pascual. Moisés pudo comprobar una vez más que las Palabras del Señor tienen el poder de producir fe en los oyentes. Él solo tuvo que hablar lo que el Señor le indicó y Dios se encargó del resultado. Moisés no tenía razón humana alguna para pensar que el pueblo creería que a través de este ritual vendría la liberación, pero él creyó por medio de la fe en la Palabra de Dios, la anunció al pueblo y lo dicho produjo el efecto que Dios había trazado para ella: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is. 55:11). El derramamiento de la sangre y su aspersión sobre las puertas de las casas fueron un acto supremo de fe, porque, en esencia, Moisés estaba identificándose con sus descendientes que hemos creído al poner la confianza en el sacrificio y en la ofrenda del Hijo de Dios. La pascua era un tipo de Cristo y cuando Moisés la celebró realmente estaba apuntando al Calvario: 1. El animal sacrificado en la pascua fue un cordero (Éx. 12:3), tipo de aquel que luego sería llamado por Juan el Bautista “El cordero de Dios” (Jn. 1:29). 2. El cordero tenía que ser tomado del rebaño (Éx. 12:5). Jesús, el Cordero de Dios, se hizo hombre, fue tomado de entre ellos, y así se identificó con el pueblo que iba a salvar, es decir, con la iglesia. 3. El cordero debía ser separado de la grey (Éx. 12:6); de la misma manera, aunque Jesús fue tomado del rebaño, no obstante fue apartado de los pecadores (Heb. 7:26). Él fue absolutamente libre de toda contaminación de pecado. 4. El cordero pascual debía ser sin defecto (Éx. 12:5); lo cual también se aplica a Cristo: “…como un cordero sin mancha y sin contaminación” 1 P. 1:19). 5. El cordero debía ser sacrificado (Éx. 12:6); De la misma manera, el Cordero de Dios fue inmolado por nosotros desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). 6. El cordero era “…la víctima de la pascua de Jehová” (Éx. 12:27); así también Pablo afirma: “…porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7). 7. La carne del cordero sacrificada en la pascua debía ser asada (Éx. 12:7-8); de la misma manera, Jesús, nuestro verdadero cordero pascual, sufrió el ardor de la ira de Dios a causa de nuestros pecados. 8. No se debía quebrar ningún hueso del cordero (Éx. 12:46); de la misma manera sucedió con Jesús, a quien no le quebraron las piernas cuando colgaba en la cruz, como era la costumbre romana con los crucificados, “para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo” (Jn, 19:36). 9. Los israelitas debían comer totalmente la carne y las partes del animal (Éx. 12:8-10); de la misma manera los creyentes (por la fe) deben “comer” la carne y “beber” la sangre del Señor Jesús: “Sino coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitará en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él” (Jn. 6:53-56). Cristo debe ser comido por completo, es decir, a él debemos entregarnos sin ninguna reserva. Él debe ser el deseo más grande y persistente de nuestra alma, no solo una parte de Cristo, sino todo. Lo amamos no solo como Salvador sino como Señor. Todos los primogénitos, tanto de Egipto como de Israel, debían morir puesto que “…todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). No obstante, Moisés, por la fe, sacrificó a un cordero como sustituto de los primogénitos de Israel. Sin esa obra substitutiva los israelitas hubiesen sido esclavos para siempre en Egipto. Ellos no tenían ningún valor en sí mismos que les mereciera la liberación; solo a través del derramamiento de la sangre, es decir de la muerte del substituto, encontrarían el camino hacia la tierra de la bendición. La enseñanza para los indecisos creyentes hebreos era muy clara: Si ellos querían ser libres del pecado, si ellos querían realmente agradar a Dios, entonces no debían buscar el camino de las buenas obras, o de los rituales judaicos (los cuales ya se demostró que eran solo sombras o tipos); así como Moisés y el pueblo 97

que participó de la primera pascua, ellos debían mantenerse confiando solamente en el sacrificio del verdadero Cordero de Dios, Cristo; pues a través de su muerte sustitutiva ninguno de los que creen en él sufrirán la muerte eterna. El ángel de Jehová se paseó no solo por las calles de los barrios egipcios, sino también por las de los hebreos, pues todos pecaron contra Dios y él está airado contra todos. Su ira busca al pecador para destruirlo por violar sus santas leyes: “Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Algunos cristianos se resisten a creer en la doctrina de un Dios airado contra el pecador pues, abusando de algunos textos donde se nos habla de Su misericordia, tratan de suprimir por completo esta doctrina fundamental de las Sagradas Escrituras. Pero así como no podemos curar un cáncer con pañitos de agua tibia, ni cubrir al sol con nuestras manos, tampoco se puede ocultar esta doctrina esencial de la Palabra de Dios. El ángel que causaba la muerte sobre los primogénitos tenía la orden de matar a todos los pecadores, y esto incluyó también a los pecadores entre los creyentes hebreos. Solo que cuando su espada mortífera se preparaba para herir al primogénito de la casa de un hebreo, la señal de la sangre puesta en la puerta le indicaba que ellos habían acudido al sacrificio sustitutivo del Cordero Pascual, de manera que ahora estaban libres de toda culpa y el castigo ya había sido ejecutado sobre otro. Aunque en esta escena podemos ver la terrible e indignada ira de Dios, también es notoria su gracia. Dios mismo era quien pasaría por todas las casas de Egipto causando la muerte de los primogénitos “A la media noche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito…” (ëx. 11:4-5); pero el mismo que castiga dispuso un medio de gracia por el cual muchos serían librados de la muerte. No todos serían librados pues los egipcios no recibieron la instrucción de la celebración de la pascua; lo cual nos recuerda la doctrina de la elección y la reprobación, es decir, que Dios elige a unos para salvación mientras que a otros los abandona en su propio pecado y obstinación. Solo aquellos que creyeron en la Palabra de Dios a través de Moisés, y confiaron en la muerte sustitutiva del cordero rociando las puertas con la sangre del animal, conocieron el favor divino y fueron librados de gran sufrimiento. Aplicaciones - Cuántas veces el Señor nos ha inquietado para que hablemos de Cristo o de su Palabra a otras personas y no lo hicimos porque llenamos nuestras mentes de “razones carnales”, argumentando que será en vano, que la tal persona no creerá, no escuchará y mucho menos vendrá a Cristo. Cuando hacemos esto manifestamos incredulidad frente al poder de la Palabra de Dios. Si vamos a hablar nuestras propias palabras o nuestros propios argumentos, entonces tenemos razón para pensar que nadie será convencido por ello, pero si vamos armados de la Palabra de Dios, ella será poderosa para convencer hasta al más incrédulo corazón. La fe perseverante no solo nos lleva a creer para nuestra salvación, sino que también nos empuja a ser osados en el evangelismo, creyendo lo que dice Pablo: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:13-17). No todos creerán al evangelio, pero la forma escogida por Dios para que muchos crean y sean salvos es por escucharlo. Nosotros hemos sido enviados a un pueblo duro de cerviz, pero no tengamos temor. Anunciemos la Palabra que el Señor producirá la fe en los que ha escogido para salvación. - ¿En qué has depositado tu fe? Moisés en un principio creyó que con su fuerza podía conseguir algo, pero el resultado fue nefasto. No obstante, al ser lleno de la gracia del Señor, por la fe pudo comprender que lo más importante en esta vida no era obtener una liberación física, sino espiritual, ya que la condición de todo ser humano es deplorable a causa del pecado que le gobierna. Moisés pudo depositar su fe en el único y verdadero sacrificio pascual que tiene el poder para limpiar los pecados y reconciliarnos con Dios. Si hay una sola cosa que la fe debe perseguir por encima de todo es la reconciliación con Dios, y esto solo se obtiene a través de la muerte de Cristo. El autor de la carta a los hebreos no se opone a que tengamos fe en 98

que Dios nos dará algunas cosas materiales que necesitamos, o que esperemos de él la sanidad física, o que nos bendiga económicamente, pero algo que si quiere resaltar es que las cosas que persigue la verdadera fe, por encima de todo, son de carácter espiritual y eterno. ¿Has buscado a Cristo cómo el único medio de salvación o estás confiando en tus buenas obras, o en el mejoramiento de tu conducta? - Deseo hacer una aclaración relacionada con el tema de la sangre de Cristo. Algunos bien intencionados hermanos en la fe han tomado como costumbre pedir que la sangre de Cristo cubra sus cuerpos, proteja su caminar, limpie sus casas, purifique objetos, entre otros; pero esto nunca debe hacerse pues la sangre de Cristo fue derramada únicamente para obrar el sacrificio sustitutivo que reconcilie al pecador arrepentido con Dios. La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado y, hablando en sentido espiritual, cuando ella es aplicada a la puerta de nuestro corazón, la culpa por el pecado y su respectivo juicio queda anulada, viéndonos Dios a partir de ese momento como si nunca hubiésemos pecado. Los ritos del antiguo culto judío solo tenían como fin enseñarnos, de manera gráfica, lo que Cristo obraría en nosotros de manera espiritual. La sangre del cordero se roció sobre la puerta, la sangre del cabro se rociaba sobre el propiciatorio, pero tanto la puerta como el propiciatorio eran sombras de realidades espirituales más profundas que luego nos fueron reveladas en el Nuevo Testamento. La sangre realmente representa la muerte, es decir, somos limpiados de nuestros pecados y somos perdonados por Dios con base en la muerte del Señor Jesucristo.

La fe de Moisés (11:23-29) La fe que experimenta el poder milagroso de Dios, o El triunfo de la fe, v. 29 Introducción En el verso 29 el autor de la carta a los Hebreos presenta el último acto de fe de Moisés, que toma como ejemplo para todos los creyentes. Y este acto de fe tiene como propósito enseñarnos que la fe que abandona al mundo y sus placeres por seguir a Cristo y su vituperio; que la fe que descansa no en la justicia propia sino en la de Cristo, la cual ha sido ganada para nosotros por su muerte en Cruz, esa fe que es sobrenatural, también produce resultados sobrenaturales y triunfa sobre todas las pruebas que vengan en este mundo hostil. Moisés había triunfado sobre su propia carne al negarse a sí mismo, dejando los deleites del mundo e identificándose con los sufrimientos del pueblo de Dios. Su fe había triunfado cuando no tuvo temor del Rey y abandonó Egipto; su fe había triunfado cuando celebró la pascua y a través de ella Dios les dio la liberación. Pero ahora vendría una dura prueba en medio de la felicidad del éxodo. En este pasaje nuestro autor quiere recordarnos que la fe perseverante siempre será probada en esta tierra; que cada vez vamos escalando en la fortaleza de la fe y en sus logros espirituales, pero nunca llegaremos al punto de tener una super-fe de tal manera que no vengan pruebas. Moisés ha estado escalando en su vida de fe, los logros han sido muy notorios, pero todavía debe escalar un poco más y la única forma de hacerlo es a través de las pruebas. Pero también algo maravilloso que nuestro autor sagrado nos enseña es que la fe sobrenatural, que es posesión de los verdaderamente salvos, produce resultados sobrenaturales. Como dice Arthur Pink: “La verdadera fe en Dios tiene el poder de producir actos sobrenaturales, de superar las dificultades que de manera natural no podrían superarse, de soportar las pruebas que son demasiado grandes para que la carne y la sangre puedan soportarlas”79. 79

Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_075.htm (Octubre 20 de 2011)

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En nuestro pasaje vemos el contraste entre la fe y la incredulidad. La fe supera las pruebas más difíciles y sigue la senda de la vida, mientras que la incredulidad, así trate de usar las bendiciones que dieron la victoria a los creyentes, solo encontrará el juicio de Dios. “Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados” v. 29 En Éxodo capítulo 14 encontramos la historia en la cual se basa nuestro autor para mostrar la fortaleza de la fe de Moisés. ¿Cuál fue la prueba de la fe en el cruce del Mar Rojo? La narración del Éxodo nos cuenta que, una vez Moisés y el pueblo de Israel salieron de la tierra de Egipto, urgidos por el mismo Faraón, y enriquecidos por las generosas donaciones en materiales preciosos y joyas que recibieron de los egipcios, el Señor volvió a endurecer el corazón del rey e hizo que saliera en persecución del pueblo escogido: “Y fue dado aviso al rey de Egipto, que el pueblo huía; y el corazón de Faraón y de sus siervos se volvió contra el pueblo, y dijeron: ¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva? Y unció su carro, y tomó consigo su pueblo; y tomó seiscientos carros escogidos, y todos los carros de Egipto, y los capitanes sobre ellos. Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa. Siguiéndolos, pues, los egipcios, con toda la caballería y carros de Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de Baalzefón” (Éx. 14:5-9). Para entender bien la prueba de la fe de Moisés miremos el cuadro de lo que está sucediendo: Moisés va dirigiendo a un pueblo de más de dos millones de personas que han sido esclavos por varios siglos, y ahora se dirigen a una tierra promisoria y fructífera donde habitarán para siempre disfrutando de la presencia de Su poderoso Dios. El responsable de este inaudito éxodo es Moisés, quien fue enviado por Dios para tal fin. Dirigir una nación o una ciudad desde una sede de gobierno, rodeado de ministros o funcionarios públicos que le ayudan a gobernar, y contando con un presupuesto estable, es una cosa; pero algo muy distinto es guiar a un pueblo de dos millones de personas, a través de un desierto, sin provisión alguna, ni recursos económicos, ni funcionarios públicos que ayuden a gobernar y sin un ejército que los defienda. Realmente la osadía del viaje a través del desierto, con tantas personas bajo su cuidado, requería el ejercicio de una fe muy profunda en el Dios que le había hablado. Pero el asunto se complica muchísimo más cuando deben enfrentarse con que el camino escogido es un estrecho con un obstáculo: el Mar Rojo. Algunos investigadores han concluido que Dios guió al pueblo de Israel hacia un profundo barranco en medio del desierto, el cual conduce al Mar Rojo, de manera que el pueblo al introducirse en ese barranco y seguir derecho lo único que encontraría era el mar. El Faraón se enteró de que estaban atrapados en ese barranco y entonces es azuzado por su malvado corazón y por los perversos consejeros de la corte, para que salga de inmediato con toda la furia destructiva de su gigantesco ejército. Él no desaprovecha la oportunidad de vengarse de Moisés por la muerte de su hijo y la vergüenza que le hizo pasar con todas las plagas, y sale en su segura destrucción. Cuando el pueblo de Israel se da cuenta que no puede seguir caminando porque el mar lo impide, entonces miran hacia atrás, tal vez con el fin de devolverse por el mismo camino y salir del barranco en el que se encuentran atascados, y se dan cuenta que el gran ejército del Faraón los viene persiguiendo. Estaban literalmente atrapados. Según la razón humana no había escapatoria de una muerte atroz. Ellos mismos, guiados por Moisés, se habían tendido una trampa y estaban encerrados como indefensos corderos listos para ser devorados por las fieras del campo. Por un lado tenían al poderoso ejército del Faraón, de manera que no podían salir del barranco, pero por el otro lado estaban unas profundas y extensas aguas. El Mar Rojo es un golfo o cuenca del Océano Índico, tiene unos 2.200 kilómetros de largo y en su parte más ancha mide 335 kilómestros; su máxima profundidad es de 2.130 metros. Es muy probable que los Israelitas se hubiesen encontrado atrapados frente a una de las partes menos profundas del mar, es decir, unos 100 metros de profundidad. Algunos

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científicos han encontrado en esta zona restos de ruedas de carros de guerra egipcios enterrados en el lodo del lecho marino80. Pero ahora imaginémonos a Moisés; es el guía, el responsable de haber iniciado una de las movilizaciones más grandes de personas en la historia de la humanidad. Él había sido advertido por algunas personas de que no cometiera una locura promoviendo el deseo de libertad en el pueblo, para luego conducirlos a la muerte. Ahora se encuentra que él y su pueblo no están a las puertas de la Santa Sión sino a unos metros de la muerte. Si entran en el mar todos morirían ahogados, pues en la parte menos honda medía 100 metros de profundidad, y por el otro lado vienen los egipcios dispuestos a darles muerte. Esta es una verdadera prueba para la fe. Parece no haber salida. Aquí se necesita un milagro de lo alto y no cualquier clase de milagros sino uno realmente portentoso. La fe de Moisés es probada cuando escucha a los hombres, mujeres y niños clamar con rostros angustiados esperando la indefectible muerte. Todos se agolpan tratando de protegerse y los líderes protestan, con voz áspera y rostro verdaderamente enojado, en contra de Moisés por haberles conducido a la muerte. Moisés debió pasar por un momento de tormento al escuchar casi dos millones de voces reclamándole por la “estupidez” que había cometido al conducirlos por ese camino. Los ánimos estaban en el punto más sensible, todos eran presa del miedo y grandes clamores se escuchan en medio del desierto. Pero de manera sorprendente hay una persona que puede ver más allá de lo aparente, que tiene la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. Solo Moisés, y tal vez unos pocos más, puede ver no un profundo mar sino un valle en medio del desierto. Solo Moisés pudo ver que eran más los que estaban a favor del pueblo que los estaban en contra, así como el profeta Eliseo cuando era perseguido por el ejército del rey de Siria. Moisés se había adiestrado en las disciplinas de la fe perseverante y él sabía, tenía la convicción, de que si Dios les había dicho que los libraría del ejército del Faraón, entonces ni el mismo profundo mar podría ser un obstáculo para que la voluntad de Dios se cumpliese. Es así como Moisés saca fuerzas en medio de la más grande adversidad y anima al pueblo temeroso diciéndole: “No temáis, estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éx. 14:13-14). Moisés casi está cantando un precioso himno de victoria en medio de un pueblo angustiado de corazón. Solo los salvos, los que tienen la verdadera fe perseverante, los que se han adiestrado en las disciplinas de la fe, pueden ver la poderosa salvación de Dios más allá de las tragedias, dificultades y vicisitudes de la vida. Cuando la fe de Moisés flaqueó, la palabra del Señor vino nuevamente para fortalecerle: “Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco” (Éx. 14:16). ¡Qué sencillo! Moisés solo debía decirle al pueblo que no se detuvieran, que caminaran y que se introdujeran en el profundo mar; él solo debía levantar su vara y dividir el mar en dos. Estos son los mandatos que debe obedecer la fe. Realmente no son nada sencillos pero la fe cree en el poder de aquel que da la orden, y simplemente obedece esperando que se dé lo que de manera natural sería absurdo: Que unos huesos secos cobren vida y se llenen de carne solo por escuchar la predicación de la Palabra, que las huestes de Satanás retrocedan frente a un humilde cristiano que resiste la tentación a través de recordar la Palabra de Dios, que una montaña se traslade de un lugar a otro, que un mar se divida en dos. A pesar de la presión adversa a la fe que ejercía el momento, a la gente y a la difícil situación, Moisés imitó la vida de fe de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob, de manera que habló con firmeza y convicción al pueblo ordenándole que caminara hacia el mar; él extendió sus manos sobre las aguas y Jehová hizo que se abriera un camino seco en medio del mar a través de un viento recio oriental. La fe alcanzó lo que parecía imposible, logró algo que nunca se había visto hasta entonces: Que un numeroso pueblo caminara a través del lecho marino, rodeado de gigantescas murallas de aguas, que como atrapadas en férreos vidrios, no destilaban ni una sola gota, de manera que el piso se conservaba 80

Ver la página http://www.fortunecity.com/meltingpot/oxford/1163/id17.htm Ron Wyatt muestra fotos de las ruedas de carruajes de guerra encontrados en el lecho del Mar Rojo.

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totalmente seco. A través de la fe el pueblo pudo ver la mano poderosa del Señor que los libraba de un inminente peligro, y les concedía seguir caminando rumbo a la tierra de la bendición. Cuando el autor sagrado dice “…por la fe pasaron el Mar Rojo” ¿A cuál fe se refiere? ¿A la de Moisés? ¿A la del pueblo? ¿A la fe de quién? Indudablemente no se refería a la fe de todo el pueblo pues todos ellos, exceptuando a Moisés, Josué y Caleb, murieron en el desierto a causa de su incredulidad. El autor de Hebreos en el capítulo 3 verso 16 dice: “¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?” De manera que la mayor parte del pueblo no creía, se mantuvieron siempre en incredulidad, rebeldía y murmuración contra Dios. Incluso cuando el pueblo se vio en estrecho, pues por delante estaba la imposibilidad de atravesar el Mar Rojo y por detrás el furioso ejército del malvado Faraón que los venía a destruir, la respuesta fue de incredulidad y murmuración: “¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto” (Éxodo 14:11-12). Así que, la fe de la cual se hace mención en este versículo es necesariamente la fe de Moisés. Siendo el líder o el guía escogido por Dios, a través de la fortaleza de su fe en el Señor los israelitas alcanzaron la victoria al atravesar en seco el Mar Rojo. Con el transcurrir del tiempo los jóvenes Josué y Caleb serían influenciados poderosamente por el ejemplo de fe de Moisés y alcanzarían también una creencia poderosa en Dios. Aquí vemos cómo la fe de un padre, o de una madre, o de un hermano, o de un amigo, puede ser un poderoso instrumento utilizado por Dios para bendecir e impactar a aquellos que todavía no la tienen. En el Nuevo Testamento encontramos otro ejemplo de cómo la fe de una sola persona puede ser instrumento para dar liberación o salvación de problemas, aunque sea solo temporal, a otras personas. Pablo, el apóstol, viajaba para Roma en un barco que fue sacudido por una fuerte tempestad durante varios días, hasta destruirlo. Luego de varios días, en los cuales la tripulación y todos los pasajeros lucharon en contra de la tempestad, y habiéndose agotado sus fuerzas y sus esperanzas, fueron confortados por la fe en el Dios de Pablo: “Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios, que será así como se me ha dicho. Cuando comenzó a amanecer, Pablo exhortaba a todos a que comiesen, diciendo: Este es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud; pues ni un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá. Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer. Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también” (Hch. 27:21-25; 33-36). Estas personas fueron libradas de la muerte en el naufragio del barco, no por la fe que ellos tenían sino a través de la fe del apóstol, para quien Dios tuvo misericordia concediéndola también a con sus compañeros de viaje. En muchas ocasiones los hijos de Dios pasamos por las mismas tribulaciones y angustias que el resto de mortales. Podemos padecer catástrofes, pestes u otras adversidades junto con quienes nos rodean, pero algo que siempre caracterizará a la persona de fe es que no cae en la desesperación, ni se deja llevar por la situación de manera que entre en una profunda depresión o en el pánico. La fe nos lleva a confiar en el cuidado de Dios, y esta confianza afecta positivamente a los que nos rodean. La fe nos lleva a creer con convicción que Dios nos protegerá en sus poderosas manos: “1. El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. 2. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré. 3. Elte librará del lazo del cazador, de la peste destructora. 4. Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro; Escudo y adarga es su verdad. 5. No temerás el terror nocturno, Ni saeta que vuele de día, 6. Ni pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en medio del día destruya. 7. Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; 102

Mas a ti no llegará. 8. Ciertamente con tus ojos mirarás Y verás la recompensa de los impíos. 9. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, Al Altísimo por tu habitación, 10. No te sobrevendrá mal, Ni plaga tocará tu morada.” (Sal. 91:1-10) Moisés es un tipo de Cristo y en este acto de fe aprendemos que nuestro líder, Jesús, de una manera más perfecta que en Moisés, habiendo tomado nuestra carne como su morada e identificándose con nosotros en nuestras debilidades, pero sin pecar, toma el mando de su pueblo y con voz de autoridad y confianza nos dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido daros el reino” (Lc. 12:32). Él es nuestro capitán y a su orden marcharemos sin titubear en pos de la conquista del reino; y si encontramos en nuestro caminar profundos mares o ejércitos enemigos crueles, no temeremos porque él dijo: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20). Y si él está con nosotros, entonces los mares profundos se convierten en planos valles, los furiosos ejércitos, en simples enjambres de moscas. Ahora, continuando con el análisis del verso 29, vemos en segundo lugar el contraste entre la fe de Moisés y la incredulidad de los egipcios, “…e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados”. Los israelitas tuvieron fe al obedecer las instrucciones que Dios les daba a través de Moisés, y en consecuencia fueron librados de la muerte. Los egipcios eran incrédulos y no estaban interesados en escuchar la Palabra de Dios, por lo tanto recibieron la muerte. Esta es una lección importante para los creyentes hebreos, los cuales eran persuadidos para que dudaran de la palabra del Evangelio de Jesucristo. Si ellos no escuchaban al evangelio y no lo obedecían, entonces el resultado para sus almas sería funesto, tal y como expresa cada una de las terribles exhortaciones que contiene la epístola. Los egipcios, enceguecidos por su ira en contra de los fugitivos esclavos, no se percataron que el Dios que lucha por Israel estaba sosteniendo con su poder las murallas de aguas que rodeaban el camino seco en el lecho marino; ellos fueron muy tontos al pensar que ese mismo Dios que estaba salvando a su pueblo, mantendría las murallas de aguas en su lugar para darles paso y así matar a los israelitas. La incredulidad es necia y entontece la razón de los hombres. Lo que había sido un canal para la liberación de los israelitas creyentes se convirtió en la tumba de los enemigos. De esta manera se nos muestra que todos los intentos que los incrédulos hacen para obtener los beneficios de la fe son completamente inútiles y están condenados al fracaso. Los egipcios trataron de caminar a través de la senda de las bendiciones que Dios había dado a Su pueblo, pero la incredulidad jamás podrá disfrutar en plenitud de las gracias que son dadas solamente a los hijos; porque ninguna verdadera bendición procederá de la incredulidad pues, “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6). “Aquel camino que fue provisión de Dios por la fe, es lazo de tentación a los incrédulos egipcios. Lo que fue olor de vida para los creyentes se convirtió en olor de muerte para los incrédulos. Tratar de entrar en el camino de las bendiciones de Dios sin la dependencia de la fe, es revertir en maldición las bendiciones, por lo que Dios destruyó bajo el mar, en el camino aparentemente seguro, a los perseguidores, actuando así a favor de Su pueblo. Dios fue exaltado en alabanzas porque fue Él quien echó al mar el jinete y el caballo (Ex. 15:1)”81. Aplicaciones - En este estudio hemos aprendido que el pueblo de Israel caminó en medio del mar y salió bien librado, porque ellos obedecieron en fe el mandato divino. Pero los egipcios, intentando hacer lo mismo, fueron ahogados. Aquí aprendemos algo muy importante con respecto a la diferencia entre fe y presunción. “La misma acción puede ser adecuada y exitosa, o presuntuosa, fanática y desastrosa, de acuerdo con la presencia o la ausencia de Dios. ”82. Debemos 81

Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 674

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Taylor, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta Apocalipsis. Página 153

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tener cuidado en no confundir la fe con la presunción. Actuamos por fe cuando obedecemos los claros mandatos de Dios que han sido dados para nosotros, actuamos con presunción cuando tomamos un texto bíblico que no tiene una promesa para nosotros hoy día y con base en él nos atrevemos a hacer algo. - La verdadera fe en Dios permitirá que el cristiano pase por pruebas y dificultades que han destruido a miles de personas, pero que a su debido tiempo le conducirá al disfrute de la felicidad perfecta. Se requirió de fe no solo para entrar al camino seco abierto en medio del mar, sino también para transitar todo el camino pues, aunque el piso estaba seco, sus orillas eran gigantescas olas marinas que amenazaban con desbordarse y causar una dantesca inundación. Se requirió de mucha fe para caminar toda esa senda con un peligro latente. De la misma forma los cristianos caminamos en medio de los muros de tentación, de pecado, de maldad, de orgullo y vanagloria. Además, aunque nuestro corazón está confiado en el poder del Señor, tenemos que mantenernos cultivando la fortaleza de la fe para no desmayar ante las adversidades de la vida, el desgaste de nuestro cuerpo, el sufrimiento que nos causa vivir en este mundo y las luchas que debemos enfrentar. Aunque lleguemos a estar en situaciones tan desesperadas y estrechas al punto que pensemos que ya no hay salida y que las aguas de los problemas y las lanzas de los enemigos nos van a destruir, la fe nos lleva a exclamar: “Si Dios es por nosotros, ¿Quién contra nosotros?” (Ro. 8:31), o a creer lo que Dios ha dicho: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:2). - Hemos visto que el comienzo del camino de la fe del pueblo de Israel, recién sale de la esclavitud egipcia, estuvo caracterizado por duras pruebas. De la misma manera el inicio del caminar de fe un nuevo creyente se verá obstaculizado por profundos mares rojos o por ejércitos de enemigos que luchan para destruir su incipiente fe. Estos mares o ejércitos pueden ser sus propios familiares, los cuales se oponen con todos los medios para que no siga a Cristo, o puede ser un empleo bien remunerado en el cual lo ponen a trabajar los domingos y así no pueda congregarse. O pueden ser pecados arraigados de los cuales le ha sido difícil desprenderse. Estas son adversidades profundas, y no fáciles de superar, pero si el nuevo creyente se mantiene creyendo en el Poderoso Jehová y lo ama con todo el corazón, anhelando con sinceridad hacer su Santa Voluntad, verá como el mar se abre en dos para que camine en seco y como echará en las profundidades del mismo a todos sus enemigos. La fe que conquista lo que Dios ha prometido, v. 11:30 Introducción En los versos 23 al 29, el autor de la epístola a los Hebreos nos mostró ejemplos claros de la fe perseverante tomando la vida de Moisés como modelo; ahora, en el verso 30, nos mostrará la conquista de la fe, basado en la fe de Josué y de Israel. El pueblo que había salido de Egipto, a pesar de haber sido liberado de manera portentosa, decidió mantenerse en incredulidad (Heb. 3); en consecuencia todos ellos, excepto Josué y Caleb, perecieron en el desierto donde Dios los obligó a vagar durante cuarenta años. Una nueva generación de jóvenes aprendieron a temer al Señor y a obedecerle, los cuales lograron entrar a la tierra de Canaán, es decir, a la tierra prometida a Abraham y a todos sus descendientes. La fe había logrado que el pueblo saliera de la esclavitud pero ahora se necesitaba para entrar a la tierra prometida. La fe, como hemos aprendido en los pasajes anteriores, no se requiere sólo para el comienzo, sino también durante el caminar y para entrar a la posesión de la herencia. En nuestro texto veremos cómo la fe confía en el poder del Señor, sigue sus instrucciones y espera que el Dios Soberano obre lo que parece imposible, usando medios que rayan en lo ridículo para la mente mundana. “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (v. 30) Los muros de Jericó cayeron, no por la fuerza de un ejército, sino por el poder de Dios quien utilizó la fe de Josué y del pueblo como un medio. Analicemos, a la luz de la historia del Antiguo Testamento, cuál fue el reto para la fe que se ofrecía en Jericó. En Josué capítulo 6 verso 1 dice: “Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía”. 104

El pueblo de la promesa va rumbo a la posesión de la tierra prometida, han atravesado el desierto de la peregrinación y ahora han recibido la orden del Señor para poseer dicho territorio: “Aconteció que después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Jos. 1:1-2). Pero estando a las puertas de Canaán se encuentran con un formidable obstáculo: La ciudad-estado de Jericó se ha erigido como una fortaleza inexpugnable que impide el paso del pueblo hacia la conquista de la tierra prometida. “Jericó estaba estratégicamente situada sobre el flanco oriental de Canaán. Tribus nómadas del desierto oriental cruzaban ocasionalmente el Jordán e invadían la tierra. La fuertemente amurallada ciudad de Jericó, pletórica de poderosos guerreros, evitaba que los invasores penetraran en los valles principales que daban acceso a la parte central de Canaán”83. El paso hacia la victoria estaba fuertemente obstaculizado, no podrían ingresar a la tierra de la bendición sin antes destruir esta fortaleza. Recordemos que el pueblo de Israel estaba compuesto por personas que llevaban 40 años vagando por el desierto. Carecían de instrumentos que les permitieran derribar muros tan altos y gruesos como los de Jericó. Se cree que estos muros medían unos 6 metros de alto y entre 2 y 9 metros de ancho. Realmente era una fortaleza inexpugnable. El pueblo no podía tomar la opción de desviar el rumbo y buscar otro camino pues Jericó se encontraba en toda la entrada a la tierra prometida. Si ellos conquistaban esta ciudad entonces el camino para la conquista del resto de la tierra iba a ser más fácil. Si no lo lograban entonces debían olvidarse de poseer la tierra prometida. Es preciso recordar que nuestro autor sagrado, el escritor de la epístola a los Hebreos, con todos estos ejemplos tomados del Antiguo Testamento, quiere enseñarles a sus indecisos lectores que la fe verdadera siempre encontrará obstáculos difíciles. El camino de la salvación está invadido de fuertes murallas que se yerguen cual gigante Apolión, tratando de amedrentarnos para que no continuemos la senda de la vida y retrocedamos despavoridos frente a sus rugidos aterradores. El pueblo nuevamente se enfrenta a una situación que sobrepasa las fuerzas humanas y lo único que les queda es esperar las instrucciones del Señor. Aunque esta es una nueva generación de israelitas, no tan incrédulos como sus padres que salieron de Egipto y que en consecuencia murieron en el desierto, no obstante aún la semilla de la duda se encontraba presente, y es por eso que el Señor los exhorta, en cabeza de Josué, a no desmayar frente a los formidables obstáculos que encontrarán en el camino de la conquista de la tierra pues, si se mantenían confiados en el poder absoluto del Soberano Salvador, entonces serían victoriosos: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Eufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Jos. 1:3-7). El combustible que alimentaba el fuego de la fe de Josué y la del pueblo de Israel se encontraba solamente en la Palabra del Señor. Nuevamente vemos que “…la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17). Josué pudo seguir adelante y creyó que Dios destruiría el inexpugnable obstáculo que se les cruzaba en el camino de la victoria, solamente porque había escuchado con fe la Palabra del Señor, y ésta era su alimento constante: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces 83

Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 407

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harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). Podemos imaginar a Josué leyendo diariamente las Sagradas Escrituras, que en su mayor parte estaban compuestas por las leyes que Dios había dado a través de Moisés. Josué se agradaba y deleitaba en conocer y obedecer los mandatos del Señor, y esta obediencia fortaleció su fe de manera que confiaba en que Dios realmente les concedería conquistar la tierra, a pesar de los fieros enemigos que encontrarían. La meditación diaria en la Ley del Señor hizo la diferencia entre la fe y la incredulidad. Josué conocía de manera cercana al Señor a través de su Palabra escrita, pero los otros espías que le acompañaron a recorrer la tierra de Canaán, un tiempo antes, se mantuvieron en incredulidad pensando que el poder del Señor era menor que las murallas de Jericó: “…este pueblo es mayor y más alto que nosotros, las ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo; y también vimos allí a los hijos de Anac” (Det. 1:28). No solo la Ley sino también las promesas divinas se convirtieron en alimento para la fe de Josué. Él sabía que Dios cumplía sus promesas, y que su palabra segura era entregarles la tierra de Canaán: “Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros…” (Jos. 1:30). “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (Heb. 11:30). Ahora, ¿Cuál sería el medio que Dios usaría para derribar las altas y anchas murallas de Jericó? No sería la fuerza humana, ni la astucia de Josué, ni las armas del pueblo. Dios utilizaría como medio algo que iba en contra de toda confianza carnal: Marchar durante siete días alrededor de la ciudad de Jericó. Los habitantes de la ciudad estaban temerosos a causa de la presencia de Israel. Ellos habían escuchado las proezas del Señor en favor de su pueblo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Seón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Jos. 2:9-11). Pero, no es difícil imaginar que cuando los habitantes de Jericó, llenos de pánico y terror, vieron la inusual estrategia militar del poderoso pueblo de Israel, la cual consistía en caminar diariamente alrededor de las murallas, como en procesión; desestimaron este método y hasta llegaron a considerar que nada malo les ocurriría y que todo lo que habían oído de Israel no eran más que exageraciones. ¡Qué método tan absurdo para lograr destruir unas murallas! Pero Josué y el pueblo, aunque no entendían del todo qué sucedería, obedecieron al Señor y siguieron sus instrucciones: “Más Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días” (Jos. 6:2-3). La fe produce obediencia a las instrucciones bíblicas, así éstas parezcan contrarias a toda razón humana. De la misma manera el evangelio nos pide que hagamos cosas que, aparentemente, atentan contra nosotros pero que tienen como fin el darnos la bendición verdadera y eterna. El Señor nos dice que debemos perder nuestra vida para ganarla: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr. 8:35). El Señor también le dice a su pueblo que para ser el mayor, debemos ser el menor: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve” (Lc. 22:25-26). El evangelio demanda cosas que son contrarias a la razón carnal, pero que son totalmente lógicas para la fe, para aquella fe que no mira las cosas que se ven, sino que tiene “…la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). Josué y el pueblo no se apresuraron a destruir al enemigo por sus propios esfuerzos, sino que con paciencia caminaron alrededor de las murallas durante seis días. Supongo que los dardos de fuego del maligno eran lanzados una y otra vez sobre Josué y su ejército, diciéndoles: “¿Todavía sigues confiado en la palabra de Jehová? ¿Cuántos días llevas dando estas 106

ridículas vueltas, y nada sucede? ¿Has visto que las murallas se muevan, o que tambaleen? No ha pasado nada, las cosas siguen igual, no hay esperanza de destruir las murallas con estas inoficiosas rondas. Mejor confía en el poderoso ejército que tienes y lánzate a destruir las murallas con las armas que posee. No esperes en Dios, en ti está el poder, en ti está la fuerza”. Pero el escudo de la fe los protegía de los dardos de duda y con la espada de la Palabra ellos le respondían: “!La ciudad se va a derrumbar! Está firme como una roca. No se ha movido. Ni una viga se ha movido, ningún cordón se ha roto. Ni una sola casa yace en ruinas, ninguna tienda se ha caído. Ni una sola piedra de sus murallas se ha desmoronado. ¡Pero la ciudad debe caer!”84. Ahora, me parece ir más allá de las Sagradas Escrituras el tratar de encontrar un significado oculto en las siete vueltas alrededor de Jericó. Creo que, tanto el autor del libro de Josué, como el de Hebreos, nos dejan ver que el acto de rodear la ciudad durante siete días, sin ninguna acción armada, tenía como propósito probar la fe del pueblo, y enseñarles que los métodos del Señor para sus grandes conquistas no dependen de la fuerza del hombre. Creo que la forma de la curación del leproso Naamán también está en concordancia con el método que usó el Señor para la destrucción de los muros de Jericó. El profeta Eliseo le envió razón al orgulloso general del ejército de Siria que si quería ser sano se sumergiera siete veces en las aguas del Río Jordán (2 Reyes 5). ¿Qué tenía que ver la curación de una terrible enfermedad como la lepra con el sumergirse siete veces en el río? Nada, era simplemente un acto de obediencia y fe, era un acto de sometimiento al Señorío del Dios Todopoderoso. A Dios le fascina mostrar al hombre que sus fuerzas no son nada, que las batallas no se ganan con ejército, sino con el poder del Señor. Ahora, si queremos establecer claras relaciones bíblicas, entonces debemos observar que el séptimo día en el Antiguo Testamento es el reposo para Jehová, es el día en el cual el hombre cesa de sus labores cotidianas, y adora al Señor, esperando que Él le supla para ese día. Israel ganó la victoria no en la sexta ronda, que pudiera significar la victoria humana, sino en la séptima, en el reposo, cuando el hombre no confía en sí mismo sino en el cuidado de Dios. De la misma manera las batallas del Evangelio no se ganan con estrategias humanas o técnicas sociológicas o psicológicas. No. La batalla del evangelio se ganará, como dijo Pablo, a través de la locura de la predicación: “Pues, ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:21-23). No pretendemos convencer a los incrédulos a través de campañas de milagros, sermones elocuentes, o conceptos psicológicos o filosóficos. No. Lo único que derribará los muros de incredulidad y que conquistará los corazones rebeldes, será la predicación fiel de la Palabra de Dios, mostrando siempre al Cristo que fue crucificado en una cruz para dar salvación a todos los que creen en él. La gracia no torna pasivos a los que confían en el Señor, sino que por el contrario los vuelve activos en la fe. Josué y el pueblo no debían sentarse cómodamente debajo de los laureles a esperar a que cayeran los muros de Jericó, era menester mantenerse ocupados en los asuntos de la gracia y, en este caso, la actividad consistió en rodear la ciudad durante siete días. Ellos estaban inspeccionando al territorio enemigo: Dónde estaban las puertas, las torres, las murallas más gruesas, en fin, cada soldado del ejército de Israel, siempre que rodeaba las murallas, podía estar planeando por dónde entraría para tomar posesión de lo que Dios ya les había entregado. “La fe ve la dificultad, lo inspecciona todo y luego dice: “Con la gracia de Dios voy a saltar por sobre el muro”. Y salta por sobre el muro. Nunca argumenta a su favor las ardientes explicaciones de: “los signos de los tiempos”. No se queda quieta y dice que evidentemente el sentir público está cambiando. La fe se enfrenta a lo que sea y no le importa cuán mala es la cosa a la que se va a enfrentar. A pesar de que haya personas que puedan exagerar la dificultad, la Fe tiene la mente noble como ese famoso guerrero que, cuando le fue dicho que había miles y miles de soldados en su contra, replicó: “Entonces, hay tantos más que debo matar””85. 84

Spurgeon, Carlos. Extraido de: http://www.spurgeon.com.mx/sermon629.html

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Spurgeon, Carlos. Extraído de: http://www.spurgeon.com.mx/sermon629.html

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En el séptimo día el pueblo debía dar siete vueltas, “Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante” (Jos. 6:5). El pueblo lo hizo así y la gloria de Dios se dejó ver produciendo el hundimiento de los muros, de manera que todos los guerreros de Israel entraron sin dificultad a la ciudad matando a todos sus habitantes, y conquistando así el más grande obstáculo que impedía la conquista de la tierra prometida. La fe en Dios hizo posible lo que parecía imposible; el pueblo confió en la Palabra del Señor y esperó pacientemente en ella; ellos obedecieron el mandato divino, confiaron en el Señor y el Señor obró poderosamente. Aplicaciones - La ciudad de Jericó estaba fuertemente cerrada, nadie podía entrar ni salir. Sus habitantes estaban presos en la ciudad de pecado. De la misma manera muchas falsas iglesias y sectas encierran a sus infelices seguidores dentro de sus fortalezas de engaño, dando la impresión de que nadie podrá salir de sus seductoras doctrinas; pero la iglesia del Señor, con el verdadero evangelio y la doctrina bíblica, llegará a todos los rincones del mundo y romperá todas las barreras que Satanás y los falsos profetas han levantado, y el Señor rescatará a todos los que ha escogido para salvación. Esto debe motivarnos a llevar el evangelio y la doctrina bíblica a todas las personas, a todos los lugares, e incluso, llevarlas a las puertas de la amurallada Jericó; el Señor derribará los argumentos que se han levantado contra la Palabra y nos permitirá saquear las cárceles de almas que aprisionan a los incautos engañados, y llevaremos la luz del verdadero evangelio por doquier. Hoy día han permeado fuertemente a la iglesia cristiana las falsas doctrinas de la teología de la prosperidad, la palabra de fe, la nueva era, la falsa guerra espiritual, el emocionalismo espiritual, los falsos ministerios proféticos y apostólicos, el animismo y el neo-misticismo, el relativismo, el liberalismo teológico y otros males. Estas doctrinas y prácticas destructoras se han levantado como férreas murallas y casi que abarcan a toda la cristiandad; pero no desmayemos en la lucha de proclamar el verdadero evangelio y sacar del error a las muchas almas que corren rumbo al infierno siguiendo un evangelio falso. Oremos, anunciemos a gran voz y sin temor que el día de la liberación ha llegado. Así como los israelitas gritaron con fuerte voz y tocaron las trompetas anunciando la victoria del Señor, seamos aguerridos soldados del evangelio bíblico y no nos cansemos de proclamar por doquier la verdad liberadora de la Palabra de Dios. - Los caminos de Dios son, frecuentemente, diferentes a los nuestros. ¿Cuándo se había escuchado que una sólida muralla fuese demolida completamente en respuesta a un grupo de personas que caminaron alrededor de ellas? Dios se deleita en humillar la soberbia de los hombres: El líder y legislador de Israel fue salvado en una pequeña y débil arquilla de juncos. El gigante Goliat fue destruido por una honda y una diminuta piedra. El profeta Elías fue sostenido por un puñado de harina provisto por una viuda pobre. El precursor de Cristo se alimentaba de langostas y miel silvestre en medio del desierto. El Salvador mismo nació en un establo y fue acostado en un pesebre. Sus embajadores fueron, mayormente, pescadores analfabetos. Lo que es muy apreciado entre los hombres es abominación a los ojos de Dios, y lo que nos parece despreciable o inservible, a Dios le place usarlo para cumplir sus propósitos más altos. - En el caminar de nuestra fe en Cristo siempre encontraremos Mares Rojos, Ríos Jordán y Murallas férreas. En la batalla de la fe hay muchas poderosas dificultades e inexpugnables oposiciones. No hay que caminar mucho en la fe cristiana para encontrarse cara a cara con todo lo que desafía nuestro valor, nuestras fuerzas y nuestros recursos naturales. Sin embargo, aunque esta oposición nos parezca imposible de destruir, para Dios no son más que bagatelas. Las murallas parecerán altas hasta el cielo, o insignificantes y fáciles de destruir, dependiendo de cuál es nuestra comunión y conocimiento del Dios Todopoderoso. La fe se alimenta con la Palabra de Dios y conocerla determinará la forma cómo nos enfrentemos a las dificultades, que surgen a diario en contra de nuestra fe en Cristo. Seamos más versados en las Escrituras, bebamos de ella constantemente. Mantengámonos en comunión con el Dios que se ha revelado en la Biblia y de seguro cultivaremos una fe como la de Josué.

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El valor inestimable de la fe (Hebreos 11:31) Introducción Todos los personajes que el autor de la carta a los Hebreos ha presentado hasta el verso 30, como modelos de fe perseverante, son tenidos en alta estima en la historia del pueblo de Dios debido al alto rango que tienen en la conformación del pueblo judío y en los frutos de santidad que manifestaron, además de los perdurables logros que alcanzaron. Pero ahora, en el verso 31, nuestro autor presenta como ejemplo de fe a una persona que tenía en su contra varios antecedentes: - Formaba parte de un pueblo pagano, despreciable y abominable delante de los ojos del pueblo hebreo. Era una gentil. - Estaba marcada por terribles pecados escandalosos y muy despreciables, incluso, en las sociedades paganas, pues era una prostituta. En este texto nuestro autor nos mostrará que la fe es de un valor incalculable para su poseedor, y que ella abre las puertas de la salvación para los que son viles y despreciables, haciéndoles sentar al lado de los más encomiados e ilustres miembros del pueblo de Dios. “Hasta aquí él ha demostrado que los patriarcas, a quienes los judíos honraban y veneraban sobremanera, nada hicieron digno de encomio, que no fuera por la fe; y que todos los beneficios otorgados a nosotros por Dios, incluyendo los más extraordinarios, han 109

sido el fruto de la misma fe: Mas ahora nos enseña que una mujer extraña, no sólo de condición humilde entre su propio pueblo sino también de manifiesta inmoralidad, ha sido admitida dentro del cuerpo de la Iglesia por la fe. De esto se infiere que los que están más encumbrados no cuentan delante de Dios si no tienen fe; y por otra parte, aquellos a quienes difícilmente se les da lugar entre los profanos y réprobos, por la fe son admitidos en las compañías de los ángeles”86. En nuestro estudio aprenderemos que la gracia soberana, usando el medio de la fe, nos rescata de lo más profundo del pecado y de la vergüenza, y nos eleva a alturas de honor. La recompensa de la fe es excelente y gloriosa. “Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz” v. 31 Dios había ordenado la muerte de todos los habitantes de Jericó: “Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella… Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos” (Jos. 6:17, 21). Pero su Soberanía en la salvación se deja ver en que había escogido para sí a Rahab, junto con su familia, preservándola de morir: “…solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella” (Jos. 6:17). “Siendo el Potentado Supremo, Dios no está limitado por ninguna ley u otra consideración que no sea su propia voluntad imperial, y por lo tanto, él tiene misericordia de quien tiene misericordia, y endurece a quien quiere”87. ¿Quién era Rahab? Era una ramera o prostituta; era esclava de una vida sexual degradada. Pero, para la gracia no hay nada imposible, y Dios puede rescatar a la persona más hundida en la putrefacción y miseria de sus viles y horrendos pecados. La inmoralidad sexual es uno de los pecados que más dominio ejerce sobre las personas que la practican. Parece casi imposible salir de esta clase de maldad, pero la gracia de Dios es suficientemente poderosa para liberar de su yugo al pobre que miserablemente está aprisionado por sus férreas cadenas. De seguro que en Jericó había moralistas de alto abolengo, pero a Dios no le plugo librar de la muerte a ninguno de ellos, sino a una despreciable prostituta. Esta verdad también se evidencia en Jesucristo, quien mostró misericordia y rescató a algunas mujeres de mala reputación, mientras que dejó en la dureza de su corazón a los más connotados moralistas de su tiempo: - La mujer pecadora. “Entonces una mujer de la ciudad que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había enviado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo; Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿Cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente haz juzgado… No ungiste mi cabeza con aceite; mas esta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados” (Luc. 7:37-43, 46-47). - La mujer adúltera. “Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿Qué dices?... Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Pero ellos al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús y la mujer que estaba en medio. 86

Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 258

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Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.Extraído de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: Noviembre 16 de 2011

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Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:3-11). - La mujer samaritana. “Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:16-18, 25-26). Rahab tenía en común con todas estas mujeres una vida caracterizada por el pecado sexual, el desprecio de la sociedad y una conciencia atormentada por su propia culpabilidad. Rahab era la vagabunda, el objeto de burla de las damas de Jericó y el blanco preferido del lenguaje vulgar y soez de los varones. A ella nadie la miraba con respeto y nunca era tenida en cuenta para nada que no estuviera relacionado con su ignominiosa actividad de prostituta. La vida de esta mujer era una desgracia, siempre desdichada, llena de amargura, dolor, humillación e infelicidad, como es la característica de todas las que practican la prostitución. Más un día, aquella gracia que sobreabunda donde abunda el pecado (Ro. 5:20), empezó a obrar en el corazón de esta desdichada mujer, a través de los reportes que llegaban a la ciudad acerca de un victorioso pueblo de ex esclavos que se hace llamar “el pueblo de Jehová”, y a quien el Dios del cielo le ha favorecido librándole de la esclavitud egipcia, y peleando a favor de ellos en contra de todos los pueblos que impiden su camino hacia una tierra fructífera, prometida a sus ancestros. Es probable que los hombres que acudían a sus pecaminosos servicios, incluidos tal vez algunos soldados del ejército de Jericó, le comentaban acerca de lo que estaba sucediendo con este extraño pueblo hebreo, del cual se hablaban muchas maravillas. Ella escuchaba con avidez cualquier noticia que hablara de las proezas que hacía este extraño Dios del que nunca había escuchado hablar. Un cosquilleo en su corazón, que es el cosquilleo de la gracia, la mantenía en inquietud frente a este Dios Todopoderoso que conducía a su pequeño pueblo a la tierra de la promesa. Un amor hacia el pueblo escogido y hacia el Dios de Israel se estaba despertando en su corazón, producido por la fe que es obra sobrenatural del Espíritu Santo. Un día Josué decidió enviar dos espías para que inspeccionaran la ciudad de Jericó. Pero parece que el Rey de esta ciudad pagana había tratado de blindarla, incluso de espías, de manera que tan pronto los dos hombres llegan a la ciudad, es dado aviso al Rey: “Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles. Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron allí. Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo: He aquí que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche para espiar la tierra” (Jos. 2:1-3). ¿Por qué entraron los espías del pueblo santo de Israel a casa de una ramera? Es probable que Rahab, además de ejercer la prostitución también fuera una “mesonera”, es decir, tenía un lugar para hospedar a los viajeros. Por cierto, la misma palabra hebrea que se utiliza para ramera se puede traducir mesonera. Por eso algunos comentaristas creen que Rahab no era prostituta. No obstante, el escritor de la carta a los hebreos, inspirado por el Espírito Santo, utiliza la palabra griega porné, la cual hace referencia a una ramera. Él denomina a Rahab como una mujer dedicada a actividades sexuales ilícitas. Aunque no sabemos a ciencia cierta por qué los espías del pueblo de Dios entraron a casa de una ramera, es muy probable que esto haya formado parte de una estrategia militar, pues, siendo que ellos querían inspeccionar la ciudad y ver cómo estaban los ánimos de sus habitantes, del rey y del ejército, consideraron que la casa de una ramera era muy visitada por los hombres, tanto civiles como militares, de manera que allí podrían escuchar información valiosa para sus planes de conquista. Y lo cierto es que allí encontraron dicha información ya que la misma ramera les dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros…” (Jos. 111

2:9-11). Creo que difícilmente podían escuchar un informe más completo en otro lugar. Aquí vemos que fue el Señor quien los guió a casa de la ramera. ¿Por qué precisamente una ramera, una mujer con un estilo de vida tan marcado por el pecado, fue el instrumento escogido por Dios para favorecer a su pueblo? “Probablemente el Señor no estaría tan interesado en lo que Rahab era como en lo que llegaría a ser. Ella vivía en medio de un pueblo corrompido, abandonado y promiscuo en grado sumo. Los vicios del carácter más degradante se practicaban y aprobaban. Rahab era parte de una sociedad que la rodeaba. Sin embargo, se estaba convirtiendo en una ferviente creyente en el único Dios verdadero”88. El autor de la carta a los hebreos, cuando destaca la fe de Rahab, no hace mención de la mentira que dijo para proteger a los espías. Sabemos por las Sagradas Escrituras que la mentira es contraria a la voluntad preceptiva del Señor y se enmarca en la filosofía satánica: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44). No obstante, a través de esa mentira ella protegió a los espías del pueblo del Señor: “Entonces el Rey de Jericó envió a decir a Rahab: saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado a tu casa; porque han venido para espiar la tierra. Pero la mujer había tomado a los dos hombres y los había escondido; y dijo: Es verdad que unos hombres vinieron a mí, pero no supe de dónde eran. Y cuando se iba a cerrar la puerta, siendo ya oscuro, esos hombres se salieron, y no sé a dónde han ido; seguidlos a prisa, y los alcanzaréis. Mas ella los había hecho subir al terrado, y los había escondido entre los manojos de lino que tenía puestos en el terrado” (Jos. 2:3-6). El Dios soberano se vale de distintos medios para cumplir sus propósitos; sin que él apruebe el pecado, en ocasiones se vale de las acciones pecaminosas de los hombres para conducir la historia a su voluntad soberana. Dios usó el rencor de los hermanos de José para llevarlo a Egipto y luego preservar a su pueblo (Gén. 45:7-8). El comentario Beacon da algunas explicaciones de este asunto relacionado con la mentira de Rahab “En primer lugar, uno debe recordar la posición de esta mujer en el momento en que fue visitada. Probablemente era sólo una de las prostitutas de la ciudad. En segundo lugar, hay que reconocer que la conciencia entenebrecida sólo se ilumina gradualmente. En tercer lugar, Rahab estaba precisamente en el proceso de cambiar toda su manera de vivir; estaba empezando a echar suerte con el pueblo de Dios. Su acción revela realmente su determinación de identificarse con un pueblo nuevo. Se puso de parte de los espías contra su rey y su ciudad. Se expuso a un castigo cierto y terrible”89. El Puritano Tomás Manton, escribiendo sobre el tema de la mentira de Rahab, dijo algo muy importante: “Observo que hay una mezcla de debilidad en este acto, una mentira que no tiene justificación. Aunque Dios en su misericordia la perdonó esto no es para que nosotros lo imitemos, sin embargo sirve para nuestra instrucción. Esto nos muestra que la fe, al comienzo, tiene muchas debilidades. Aquellos que tienen fe no están libres absolutamente de hacer actos que no proceden de fe. En ocasiones, algo de la carne se mezcla con el espíritu. Pero esto es pasado por alto por la indulgencia divina. Él nos admite a pesar de los pecados que cometimos antes de tener fe, y a pesar de nuestras debilidades luego de creer. Antes de la fe ella era una prostituta, luego de creer dijo una mentira. Dios recompensa el bien de nuestras acciones y perdona el mal que ellas contienen. Esto no es para fomentar el pecado en nosotros, sino para elevar nuestro amor a Aquel que nos perdona una deuda tan grande, que nos recibe amorosamente y perdona nuestras múltiples debilidades”90. Ahora, algo que el autor quiere destacar de Rahab es su fe en Dios, un Dios al cual no conocía de cerca, y del cual no hablaban los sacerdotes de su religión. Pero la poca información que ella recibió de los hechos 88

Moulder, Chester. Comentario bíblico Beacon. Página 15-16

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Mulder, Chester. Comentario Bíblico Beacon. Página 16

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Pink, Arthur. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: Noviembre 19 de 2011

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poderosos de Jehová, el Dios de Israel, fue suficiente para que el Espíritu Santo produjera la fe perseverante en ella, y su corazón fuera inclinado a amar a ese Dios desconocido pero maravilloso. Luego de ella informar a los espías respecto al decaimiento de ánimo de los habitantes de Jericó, confesó la fe que había en su corazón y profesó creer en el Dios de Israel: “…porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Josué 2:11). Dios había escogido a esta mujer de conducta reprochable para que a través de la fe entrara a formar parte del pueblo santo. “Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz” v. 31 ¿Por qué Rahab recibió a los espías en paz y no los denunció ante el Rey, exponiéndose ella misma a ser descubierta en su deslealtad hacia su pueblo, y en consecuencia recibir el castigo de los suyos? El autor nos responde: “…por la fe”. Ella conocía poco del Dios de Israel, pero el Espíritu ya estaba obrando en su corazón y ella tenía la convicción de que Dios destruiría a Jericó y que Israel mataría a todos sus habitantes. Pero Rahab no estaba viendo nada. Ella no había visto al pueblo de Israel, no conocía de cerca al Dios de Israel. Tenía miedo, sí, como el resto del pueblo, pero esto es distinto a la fe. La gente puede temer que un día vendrá el juicio final, más esto no significa que ellos acudan a Dios en fe para arrepentirse y suplicar misericordia. Mucha gente sabe que existe Dios, y cree que él es real, pero esta no es la fe salvadora, sino que es aquella que capacita a las personas para ser diablos: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan” (Stg. 2:19). La gente de Jericó tenía miedo, estaba temblando delante de Dios, pero no era el temblor de los que se humillan delante de Su Palabra, sino el que procede de corazones incrédulos que temen porque saben que recibirán los terribles juicios de la ira de Dios, más persisten en su vida de pecado. Rahab no tenía esa clase de creencia, sino que la fe verdadera había germinado en su corazón, y esta fe la llevó no solo a temer por su vida, sino a suplicar misericordia al Señor: “Os ruego, pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte” (Jos. 2:12-13). Rahab no estaba viendo la destrucción de Jericó, ella solo tenía lejanos reportes, nada más. Pero por la fe ella vio la futura destrucción de su pueblo y quiso asegurarse un lugar, no con el pueblo derrotado, sino con el pueblo del Señor. La fe le llevó a hablar como si la destrucción fuera segura. Pero no solo tuvo fe para creer que ella sería librada de la destrucción, sino que la fe le llevó a interceder por sus padres, hermanos y familiares cercanos. ¡Qué ejemplo de amor! Rahab no conocía aún la gran comisión que nos dio Cristo para que hagamos discípulos, pero, teniendo la verdadera fe, ésta la impulsó a pensar en la salvación de los suyos. Nuestro autor dice que ella, por la fe, no murió junto con los desobedientes. Los desobedientes de Israel y los de Jericó. Mientras Rahab, quien pertenecía a un pueblo pagano, lejos de las promesas divinas, puso su fe en el Dios de Israel y confió en él para su salvación, los israelitas que salieron de Egipto perecieron en el desierto a causa de su incredulidad y desobediencia. Pero el autor quiere referirse principalmente a la desobediencia de los habitantes de Jericó. Ellos, al igual que Rahab, estaban viendo al pueblo de Israel rodear la ciudad con el fin de conquistarla. Estaban llenos de terror ante la presencia del pueblo israelita, pero no suplicaron misericordia al Dios vivo. Cada vuelta que el pueblo daba a las murallas era un anuncio silencioso del evangelio. Con cada vuelta se pregonaba que vendría la destrucción, pero ninguno se arrepintió sino sólo Rahab. Por la fe salvó su vida de la muerte y la de todos sus familiares. Pero no sólo esto, por esta fe ella fue transformada y la ignominia de su vida pasada fue cubierta por el perdón divino, llegando a ser una mujer totalmente restaurada. Se casó con Salmón y llegó a ser la madre Booz, quien fue tatarabuelo de David (Rut. 4:21; Mt. 1:5-6), de manera que por la fe su alma fue salvada, su vida restaurada y entró a formar parte de la genealogía de Cristo. 113

La fe de esta mujer no solo fue tomada como ejemplo por el autor de la carta a los Hebreos, sino por Santiago, quien la presenta como evidencia de que la fe verdadera va acompañada de frutos: “Asimismo también Rahab, la ramera, ¿No fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Stg. 2:25-26). Aplicación: - El ejemplo de Rahab nos muestra que la salvación es un asunto de fe, y que esta fe está fundamentada en el conocimiento de Dios que se registra de manera sobrenatural en el alma. Ella, al igual que el resto de los habitantes de Jericó, recibió noticias de los hechos maravillosos del Dios de Israel, y tuvo temor de la destrucción que se avecinaba. No obstante, solo ella creyó en su corazón que ese mismo Dios que está airado contra ellos y que los iba a destruir, es un Dios perdonador para aquel que procede al arrepentimiento. Ella no solo creyó en un Dios de ira, sino en un Dios misericordioso que tendría compasión de ella, si lo pedía de corazón. Muchas personas que asisten a las iglesias cristianas se asustan cuando se les habla del infierno y de la ira de Dios que se derramará sobre los impíos, y por un tiempo, corto o largo, asisten a una iglesia y aparentan comprometerse con el evangelio; pero realmente en ellos no hay arrepentimiento, sólo hay temor del castigo y esperan conseguir librarse de él a través de cumplir con ciertos ritos religiosos. Los tales están engañados y van rumbo al infierno, si ellos no proceden al arrepentimiento y suplican a Dios que les sea propicio, que tenga misericordia de ellos, entonces no hay esperanza. - Rahab no solo tuvo fe en el Dios de Israel sino que esta fe la llevó a obrar, a actuar en favor del reino de Dios. Ella protegió a los espías porque la fe le llevó a trabajar conforme a la voluntad del Señor. Hay personas que profesan fe en Cristo, que se unen a una iglesia cristiana, pero se puede ver en ellos poco o ningún fruto en favor del reino. Si este es tu caso, entonces Santiago dice que tu fe es muerta y no te sirve de nada. ¿Amas al Dios de Israel? ¿Amas su Reino y los buscas por encima del resto de cosas? ¿Te interesa el avance del Reino de Dios en la tierra? O, por el contrario, ¿Si identificarte con el Evangelio puede significar para ti humillación o pérdida, entonces niegas a Cristo? Hermano, afirma tu fe a través de las obras piadosas, e imita el ejemplo de Rahab. - La fe de Rahab nos muestra de manera clara lo que significa negarnos a nosotros mismos. Ella no estimó preciosa su vida con el fin de favorecer el Reino de Dios. Ella estuvo dispuesta a morir, si fuese necesario, con el fin de proteger a los emisarios de Dios. Ella, aunque no tenía todo el conocimiento que un cristiano puede llegar a tener, fue impactada por el obrar del Espíritu Santo en su corazón, y estuvo convencida que la verdadera fe se niega a sí mismo, y lo entrega todo por Cristo ¿Has comprendido esta gran verdad? - ¿Estás luchando contra algún vicio? ¿Has cometido pecados escandalosos que te hunden en la miseria de tu maldad? ¿Crees que no hay solución para tu pecado y que serás un eterno esclavo o esclava de tus malvadas inclinaciones? Recuerda que Rahab había caído en uno de los pecados más humillantes y esclavizantes que pueda atrapar a una persona; pero la Gracia fue más abundante que su pecado, rescatándola de su vida miserable y convirtiéndola en una nueva criatura, en una santa y piadosa mujer que llegó a ser una de las abuelas de Jesucristo. No importa lo bajo que hayas caído, si hoy crees en el Dios de Israel y acudes a su Hijo Jesucristo suplicándole tenga de ti misericordia, él te dará de su gracia y te convertirá en una nueva criatura. Solo por Su gracia podrás ser libre de tu vida ruin, recuerda que él es la verdad que nos libera, recuerda que él dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32).

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Victorias y padecimientos de la fe (primera parte) (Heb. 11:32-38) Introducción Hemos llegado a la última sección del capítulo de la carta a los Hebreos, en la cual nuestro autor se enfocará en otros ejemplos o testimonios de fe perseverante tomados de personajes del Antiguo Testamento, aunque ya no de una forma detallada, como ha sido la constante hasta el verso 31. El autor está demostrando a los lectores de su carta que ellos no deben estar pensando en abandonar la fe en Cristo a causa de los problemas, persecuciones y angustias que sufren por seguirlo a Él; ni deben desmayar en la confianza debido a que no están viendo el cumplimiento de algunas promesas, sino que más bien deben imitar a los héroes de la fe del Antiguo Testamento, los cuales no desmayaron ante la aparente demora del cumplimiento de las promesas, ni retrocedieron cobardemente ante los ataques de los enemigos, ni desmayaron cuando las pruebas requerían sacar fuerzas especiales. 115

Por cierto, el último ejemplo de fe perseverante, Rahab la ramera, evidenció que los grandes héroes de la fe no fueron siempre admiradas personalidades, o distinguidos ejemplares de la sociedad, sino que de lo vil y menospreciado nos escogió Dios para sentarnos con la multitud de santos ángeles que adoran para siempre al Soberano creador. En el verso 32, nuestro autor sagrado presenta una lista rápida de héroes de la fe en el tiempo de los jueces y en el inicio de la monarquía. Este tiempo estuvo marcado por la apostasía y la oscuridad espiritual. El pueblo de Dios, luego de establecerse en la tierra prometida y de empezar a disfrutar las comodidades que se derivaban de un suelo productivo, empezó a engordar, no sólo sus vientres, sino su corazón; y poco a poco se distanciaron de la fe que caracterizó a sus ancestros: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés y Josué. En el tiempo de los jueces la apostasía llegó a tal punto que la Biblia dice: “… cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jos. 21:25). Después de la muerte de Josué el pueblo de Israel apostató de la fe en Dios y se fue tras los ídolos: “Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban a sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová” (Jos. 2:11-12). En consecuencia de este grave pecado el Señor permitió que los pueblos enemigos les invadieran constantemente, dañándoles la paz y tranquilidad de que disfrutaban. El Señor, conociendo la inclinación pecaminosa de nuestros imperfectos corazones y con el fin de ayudarnos a mantenernos en constante vigilancia, no destruye por completo a nuestros enemigos, sino que deja a unos cuantos para que no nos permitan dormir tranquilos en una vana confianza carnal. Cuando el pueblo de Israel se dormía en su prosperidad y empezaba a alejarse del Dios vivo, los pocos pueblos enemigos que Dios había dejado en pie en la tierra de Canaán, se levantaban y les causaban problemas, entonces el pueblo de Dios se despertaba de su letargo y volvía a buscarle. “Estas, pues, son las naciones que dejó Jehová para probar con ellas a Israel, a todos aquellos que no habían conocido todas las guerras de Canaán; solamente para que el linaje de los hijos de Israel conociese la guerra… Y fueron para probar con ellos a Israel, para saber si obedecerían a los mandamientos de Jehová, que él había dado a los padres por mano de Moisés” (Jue. 3:1-2, 4). El tiempo de los jueces estuvo marcado por estas constantes luchas contra los pueblos vecinos. Era un tiempo de decadencia y de oscuridad espiritual. Tal vez sea esa la razón por la cual el autor de nuestra carta escogió a unos personajes que no esperaríamos encontrar en este cuadro de honor, y obvió a algunos que, según nuestro parecer, debieran estar. Hubiésemos querido que mencionara de manera directa a Caleb, Ana, Asaf o Daniel; pero no fue así. Por el contrario incluyó a personajes cuya vida de fe estuvo acompañada de múltiples debilidades: Barac, no se atrevió a ir a la guerra si no lo acompañaba una mujer; Débora; Sansón, ejerció poco dominio en su sexualidad y se dejó arrastrar por el amor a las mujeres; Jefté, hizo un voto innecesario que le llevó a sacrificar en holocausto a su propia hija. Pero nuestro autor sagrado ha comprendido que en el reino de Dios los primeros serán postreros y los postreros serán primeros. En la vida cristiana todo es por gracia, y la gracia soberana escoge a algunos que, según los hombres, no merecían ninguna honra para ponerlos en un lugar de honor. Pues, aunque la mayoría de los personajes presentados en esta lista tuvieron muchas debilidades, no obstante ellos alcanzaron grandes logros para al reino de Dios, a través de la fe. Y nuestro autor no se enfocará en las debilidades de ellos, sino en la fortaleza de la fe; una fe que tenía el reto de expresarse y mantenerse en medio de una generación apóstata, entregada a la idolatría, donde el culto al Dios verdadero estaba en retroceso. Aunque estos héroes estuvieron “…sujetos a pasiones semejantes a las nuestras” (Stg. 5:17), ellos no se quedaron postrados en sus pecados, sino que pusieron la mirada en “Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:2), recibiendo de él la fuerza para vencer sus inclinaciones pecaminosas y hacer el trabajo para el Reino de Dios. En el estudio de hoy aprenderemos que la fe nos da la fuerza para pelear las batallas del Señor, conquistar la victoria y vencer, en medio de la adversidad o las limitaciones propias de la naturaleza humana, confiando en el poder, la sabiduría y los métodos de Dios. 116

“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, y de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas” (v. 32). El autor de la carta quisiera continuar discurriendo sobre los actos de la fe de los más prominentes personajes de la historia bíblica, pero el tiempo no le alcanzaría para ser tan prolijo, además que el espacio en una carta o epístola no sería tan extenso como para ahondar más. Pero a él le agradaría hablar de la vida de fe de Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel, y todos los profetas del Antiguo Testamento, e incluso suponemos que de los apóstoles, evangelistas, pastores y maestros en el Nuevo Testamento; no obstante, siendo que los lectores conocían de cerca el Antiguo Testamento, él confía que con solo mencionar algunos nombres, ellos serían capaces de traer a la memoria los actos de la fe perseverante de estos personajes, y otros que no mencionará. Su lista no es exhaustiva. El corto listado de nombres que presenta en este versículo tiene ciertas particularidades que nos pueden transmitir importantes enseñanzas. El orden de los nombres no es cronológico, es decir, no están en la secuencia histórica que nos presenta la Biblia; el orden cronológico sería: Barac (Jue. 4-5), Gedeón (Jue. 6-8), Jefté (Jue. 11-12), Sansón (Jue. 13-16), Samuel (1 Sam. 1-16) y David (1 Sam. 16-31). Si tomáramos este grupo de hombres en secciones de dos en dos, entonces encontraríamos que el último mencionado debía ser el primero según el orden cronológico, es decir, entre Gedeón y Barac, el último es el primero cronológicamente, lo mismo en el caso de: Sansón y Jefté; y entre David y Samuel. Evidentemente nuestro autor sagrado quiere enfatizar que la gracia, obrando a través de la fe, no tiene en cuenta la posición humana, o la dignidad terrena, sino que ella exalta a los que quiere exaltar y da más honor a los que son considerados menos importantes en el Reino. Es probable que nuestro autor siga el mismo orden que presentó Samuel en su discurso de despedida del pueblo de Israel: “Entonces Jehová también envió a Jerobaal(Gedeón), a Barac, a Jefté y a Samuel, y os libró de mano de vuestros enemigos en derredor, y habitasteis seguros” (1 Sam. 12:11). Gedeón. 30.000 soldados del pueblo de Israel estaban acampando junto a la fuente de Harod con el fin de entrar en guerra contra los madianitas. Este pueblo enemigo contaba con un numeroso ejército, al punto que el relato bíblico dice que “…estaban tendidos en el valle como langostas en multitud, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar en multitud” (Jue. 7:12). Los madianitas eran un pueblo pagano, entregado a la idolatría; los cuales se oponían al pueblo de Dios. A causa de los madianitas los israelitas habían trasladado su morada a las montañas y a las cavernas, ya que este pueblo guerrero los oprimía, invadiendo y saqueando sus cultivos. La guerra era desigual, el poderío bélico de los madianitas se había fortalecido aún más con la ayuda de los amalecitas y de los hijos del oriente. Gedeón, el jefe del ejército del pueblo del Señor, debía enfrentar un reto muy grande, un reto que superaba toda posibilidad humana de salir victorioso, más cuando entre un 75% y un 80% de su ejército estaba lleno de temor frente al enemigo (Jue. 7:3). No obstante, Gedeón había tenido un encuentro con el Dios de Abraham. Él había sido convertido al Dios verdadero a través de una visita especial que le hiciera el ángel de Jehová, quien no es más que el Cristo pre-encarnado: “Y el ángel de Jehová se le apareció y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (Jue. 6:12). Gedeón aprovechó la ocasión de estar hablando directamente con Jehová y le reclamó por haber permitido que su pueblo cayera en manos de los enemigos, pero el Señor le dijo que él sería el instrumento para la liberación: “Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?” (v. 14). Pero siendo que Gedeón tenía temor y dudaba de sí mismo, a causa de ser el menor de la casa de su padre y de pertenecer a una familia muy pobre (Jue. 6:15), entonces el Señor le hace ver que cuando él escoge a una persona para hacer una obra especial en su Reino, él lo capacita y no tiene en cuenta la posición, o las fuerzas, o la inteligencia de la persona, sino que la gracia es suficiente para dar inteligencia al más ignorante, fuerzas al más débil o valor al más cobarde: “Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre” (v. 16). Para cumplir a cabalidad con la misión que el Señor encomienda se requiere más que el valor y la audacia natural o carnal, porque la gloria de Dios 117

debe brillar en el humilde creyente, y el Dios de la gloria lo debe preparar para ser efectivo en su Santo reino. Dios debe hacer primero su trabajo en el creyente, antes que el creyente pueda hacer el trabajo encomendado por Dios. Los siervos de Dios primero deben experimentar su propia debilidad con el fin de que aprendan que la toda suficiente fuerza del Señor está disponible para él, a través de la fe en Cristo. Gedeón pudo recibir la fuerza del Señor para cumplir con la tarea encomendada, y solo pudo ser fuerte cuando reconoció su propia debilidad, pues, “…cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10). Pero no se trata sólo de reconocer nuestra debilidad sino de ser investido del poder de lo alto. Cuando el “Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón” (Jue. 6:34), él pudo tocar un cuerno y los hombres que Dios había destinado para que le acompañaran a la guerra vinieron a él, porque ellos sabían que el Espíritu de Dios estaba sobre él. De la misma manera, el Señor Jesús, cuando escogió a sus discípulos a través de los cuales inundaría la tierra con el evangelio, no seleccionó a los más grandes, ni a los más inteligentes, ni a los más prestigiosos de la sociedad; por el contrario, parecería que Dios se especializa en escoger a los más despreciados para que hagan las labores más grandes y asuman los retos más elevados en su Reino. Escogiendo a personas débiles como nosotros el Señor recibe toda la gloria por sus hazañas, porque el instrumento débil utilizado no podía hacer nada por sí mismo y era incapaz de lograr las victorias que la gracia del Señor conquistó para su pueblo. Esta fue la lección que el Señor le dio a Gedeón cuando redujo su ejército de 30.000 a solo 300 hombres: “Y Jehová dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado” (Jue. 7:2). Esto era un asunto de fe pues enfrentar con solo 300 hombres a un gigantesco y bien armado ejército, usando como armas unos insignificantes cántaros y melodiosas trompetas, sonaba ridículo para cualquier estratega militar. Pero Gedeón confió en las aparentemente absurdas instrucciones que recibió del Dios de Israel y, en un acto de fe, se lanzó a la batalla ganando la victoria y librando al pueblo del Señor de sus enemigos. De la misma manera el pueblo del Señor en el Nuevo Testamento debe enfrentar luchas por la fe, y debe guerrear en contra de los enemigos del Reino de Dios. Nuestra batalla no consiste en matar a nadie, ni en pelear por tierras o bienes materiales, sino en ganar almas para Cristo y hacer que las tinieblas retrocedan a través de la predicación fiel del evangelio de Dios. El Señor Jesús nos dio la sagrada misión de llevar su evangelio a todas las naciones, haciendo discípulos. Pero, ¿Cómo haremos esta labor si nosotros somos personas invadidas de tantas debilidades y no tenemos muchos recursos, ni somos los más inteligentes, ni los más prestigiosos de la sociedad? El apóstol Pablo responde: “Pues, mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo, y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. (1 Cor. 1:26-29). Así como sucedió en Gedeón, que el Espíritu del Señor vino sobre él, nuestro capitán el Señor Jesús nos envió al Espíritu Santo para que, morando en nosotros, nos inundara de poder sobrenatural para así llevar su evangelio por doquier, siendo testigos hasta el punto de ser mártires en medio de nuestros familiares, vecinos, conciudadanos, y hasta lo último de la tierra: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8). Pero las tareas en las cuales el cristiano se debe ocupar no solo se refieren a la conquista de los perdidos, sino que también incluyen la conquista de la santidad en su vida personal. “No podemos vencer a Satanás ni rechazar la tentación con nuestras propias fuerzas. No podemos aumentar la fe, o incluso mantenernos en su ejercicio, a través de alguna resolución de nuestra mente o por un acto de nuestra voluntad. No podemos lograr victorias para la alabanza de nuestro Dios por nuestra propia fidelidad. Es sólo cuando

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estamos fortalecidos por el Espíritu Santo en el hombre interior que estamos preparados para la batalla contra las fuerzas del mal, y esta fuerza debe ser buscada con diligencia y confianza”91. Barac. El pueblo del Señor tenía un corazón rebelde, entregado a la mundanalidad, y cada vez que Dios los libraba de sus enemigos y duraban cierto tiempo disfrutando de paz y prosperidad, se inclinaban a la idolatría y al pecado. En tiempos de los jueces la situación de Israel llegó a un punto espiritual tan bajo que ningún hombre era capaz de guiar al pueblo en asuntos espirituales, a tal punto que una mujer, llamada Débora, tuvo que levantarse como madre en Israel (Jue. 5:7), y asumir la dirección espiritual del pueblo; función que estaba designada para los varones, los cuales debían ser la cabeza o guía espiritual, tanto en sus casas como en la nación. Como consecuencia de este estado de ruina espiritual y de apostasía los enemigos del pueblo de Dios habían invadido la tierra prometida y, en cabeza del rey de Canaán, los habían mantenido como siervos durante veinte años. Luego de que el pueblo volvió su mirada el único Dios del cielo, él tuvo misericordia de Israel y llamó a Barac para que liderara el ejército del pueblo de Dios y los librara de Sísara, el capitán del ejército enemigo. Dios le había dicho a Barac, a través de Débora quien también era profetiza: “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón; y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?” (Jue. 4:6-7). Pero no era sencillo enfrentar a un ejército enemigo que estaba mejor equipado bélicamente, pues Sísara contaba con “novecientos carros herrados” (v. 3), lo cual era como poseer armas nucleares de nuestros días. No obstante Barac, en vez de huir ante el enemigo o abdicar de su responsabilidad, confió en la Palabra que el Señor le daba a través de la profetiza, y se enfrentó al enemigo. Dios mismo peleó por ellos y ganó la batalla en favor de su pueblo: “Y Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y a todo su ejército, a filo de espada delante de Barac” (Jue. 4:5). Barac ganó un nombre honroso en la historia del pueblo de Dios como consecuencia de su fe, la cual le llevó a obedecer y a confiar en que Dios le daría la victoria: “Levántate, porque este es el día en que Jehová ha entregado a Sísara en tus manos. ¿No ha salido Jehová delante de ti?” (Jue. 4:14). Aunque el nombre de Débora no forma parte del listado de honor de los grandes héroes de la fe, ella siempre será recordada como la mujer que Dios usó, en un tiempo especial y bajo condiciones especiales, como el instrumento de fortaleza para el pueblo de Israel y para la fe de Barac. Aplicaciones - Los ejemplos de fe que hemos estudiado en esta oportunidad tuvieron la característica de haberse destacado en un tiempo de gran decadencia espiritual. Israel se había alejado del Dios vivo y la verdadera religión estaba en retroceso. Esto evidencia que en las épocas de mayor oscuridad espiritual la fe alcanzó sus más grandes logros y sus victorias más notables, ya que la fe no depende de los buenos vientos externos, sino que ella es sostenida por Aquel que es infinitamente superior a todas las circunstancias. El versículo 32 se ha escrito para nuestro aliento. En este siglo estamos viviendo un tiempo de gran decadencia de la verdadera fe cristiana. El estado del cristianismo es lamentable. Aunque hoy mucha gente asiste a las iglesias, y cientos de miles se identifican como cristianos, la verdad es que hay un desconocimiento generalizado de Dios y de Su Palabra; la santidad práctica se encuentra en un nivel muy bajo y la mundanalidad se disfraza de espiritualidad. Pero el brazo del Señor no se ha acortado y los que se apoyan con fuerza, sobre la verdadera fe, serán sostenidos y capacitados para hacer proezas en el nombre del Señor.

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Pink, Arthur. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: Noviembre 26 de 2011

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- Carlo Magno, Napoléon, Simón Bolívar, entre otros, hicieron grandes proezas y alcanzaron ingentes y enormes logros personales o nacionales; pero lo que el autor de Hebreos quiere resaltar no es el poder de la fuerza, la voluntad o de las intenciones humanas, sino el poder de la fe obrando en el creyente. Lutero, Calvino, y los otros reformados evangélicos, fueron levantados en la edad oscura del Medioevo no por su propio poder sino por el poder de la Gracia electiva, la cual los capacitó en fe para hacer las tareas a que Dios los llamaba y, en contra de todo viento de oposición, pusieron en alto el estandarte de la verdad de la Palabra y del Evangelio. El llamamiento de estos hombres fue extraordinario y así mismo sus actuaciones. Ellos estaban dotados con poderes poco comunes, y el Dios del cielo les daba una energía sobrenatural para que cumplieran con sus monumentales tareas. Pero lo que diferenció a estos valientes del resto de los hombres, fue la fe. Hermanos, cultivemos y fortalezcamos nuestra fe conociendo cada día al Dios de la gloria, a través del estudio fiel y sistemático de su Santa Palabra y de la oración que derrama el corazón ante su presencia; y en nosotros también veremos cómo la Gracia nos fortalece para trabajar con ímpetu a favor del avance del Reino de Cristo, en medio de una generación entregada a toda suerte de pecados y maldades. - Gedeón pudo hacer la tarea que el Señor le encomendaba sólo cuando se vació de toda confianza en sí mismo, cuando reconoció que él no era nada; entonces, y sólo entonces, el poder de Dios se manifestó gloriosamente en su vida. Cuando Gedeón comprendió que debía ir a la batalla y ganarla, él le preguntó al Señor “¿Con qué salvaré yo a Israel?, pues él sabía que debía cumplir con su tarea, pero en él no había habilidad alguna para hacer tan grande obra. Entonces el Señor le dijo: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas…”. La Palabra de Jehová para Gedeón fue de gran valor y ánimo, “Si Dios es por nosotros, ¿Quién contra nosotros? (Ro. 8:31). Solo con el poder del Señor a su lado Gedeón, luego de haber dicho: “… aunque nada soy” (2 Cor. 12:11), pudo exclamar como Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). La misma Palabra que fue dicha a Gedeón ha sido pronunciada en favor de nosotros pues el Señor Jesús, nuestro capitán, nos mandó a hacer una tarea no de conquista material o terrena sino espiritual: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19); pero cuando le preguntamos al Señor: ¿Cómo alcanzaremos al mundo para Cristo si nosotros somos pobres y débiles mortales que a duras penas sabemos medio hablar? ¿Cómo inundaremos a nuestras ciudades con el evangelio y haremos discípulos, si somos unos simples desconocidos que no tenemos la capacidad para impactar a nadie? Entonces el Señor te dice, así como dijo a Gedeón: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra (es decir, yo soy el Dios Todopoderoso, e irán con mi poder y cumplirán la tarea que les he asignado)… y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (v. 18, 20). Si Jesús está con nosotros entonces no hay nada que temer. Si Jesús está con nosotros, vayamos a la batalla y conquistemos a las almas elegidas de nuestras ciudades para el evangelio. Aún Sísara esté esperándonos con 900 carros herrados y un ejército de langostas, nada podrá detenernos porque el Señor de la gloria, el capitán de los ejércitos de Israel, va delante de nosotros derrotando al enemigo y abriéndonos el paso para que despojemos a los enemigos del pueblo de Dios, no de los vanos tesoros terrenos que se corroen sino de las almas que tiene aprisionadas en sus garras de mentiras y maldad.

Victorias y padecimientos de la fe (Segunda parte) (Heb. 11:32-38) Introducción En esta última sección, del capítulo 11 de la epístola a los Hebreos, seguimos viendo las victorias y padecimientos de la fe, a través de la simple mención de los nombres de algunos héroes que demostraron tener la fe perseverante, propia del verdadero creyente, lo que le permite trabajar y luchar por la extensión del reino de Cristo en su propia vida y en el mundo, aunque esto implique un alto costo. 120

Ahora vamos a estudiar los ejemplos de fe que nos mencionan los nombres de Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Sansón. Como dijimos en el estudio anterior, éste es un personaje que no esperaríamos encontrar en un cuadro de honor, en el cual ya se han mencionado insignes y piadosos creyentes como Enoc, Abraham, Isaac, José, Moisés; entre otros. Su falta de sometimiento a la ley de Dios, y su amor hacia las mujeres extranjeras, son una gran sombra sobre este juez de Israel. No obstante la gracia, obrando a través de la fe, exalta los logros de sí misma y no publica las debilidades que aún acompañan nuestra carne. Recordemos un poco la historia de este varón. La madre de Sansón era estéril, al igual que otras famosas madres en la Biblia: Sara, Rebeca y Elisabet, la madre de Juan el Bautista, entre otras. Ella recibió la visita del ángel de Jehová, el cual le anunció que tendría un hijo a través del cual “…comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jue. 13:5). Los filisteos eran un pueblo canaanita que sufrió gran destrucción a manos de Israel en la conquista de la tierra; no obstante, lograron recuperar fuerzas y en períodos intermitentes causaron sufrimiento al pueblo de la promesa durante cuarenta años. Aunque esta opresión vino como resultado de la desobediencia a los mandatos del Señor, una vez que el pueblo se arrepentía, Dios enviaba la liberación. Había llegado el momento de esta liberación y Dios escogió a una humilde pareja, de la tribu de Dan, para bendecirlos con ser los progenitores de quien salvaría a Israel de mano de los filisteos. Manoa no había tenido el enorme gozo de procrear hijos debido a que su esposa era estéril. Pero la gracia de Dios fue favorable para ellos y, luego de una larga espera, les concedió tener un hijo que sería muy especial para la liberación del pueblo de Israel. Sansón fue bendecido por Dios desde su infancia y fue nazareo, al igual que Juan el Bautista; es decir, su vida estaba entregada por completo a los asuntos del Reino, a tal punto que no podía participar de cosas que para otros siervos de Dios eran lícitas, como por ejemplo, él no podía cortarse el cabello, ni tomar nada proveniente de la vid. De seguro que Sansón fue impregnado por la fe de sus padres desde su infancia. Ellos habían visto al Dios de la gloria a través del ángel de Jehová y habían escuchado Su palabra. Esta palabra alimentó su fe y creyeron sin dudar que el Señor cumpliría su promesa de dar salvación al pueblo a través de su hijo. Sansón creció “…y el espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol” (Jue. 13:25). Siempre que el Espíritu de Dios venía sobre él, lo caracterizaba una gran fuerza y causaba grandes estragos a los enemigos que les oprimían. A pesar de que Sansón era visitado por la fuerza del Espíritu de Dios su corazón no siempre fue recto, y en muchas ocasiones desobedeció las leyes del Señor. Se enamoró de una mujer incrédula, perteneciente a un pueblo pagano, lo cual estaba prohibido por la Ley santa. Aunque sus padres se opusieron y trataron de convencerle para que mirara a las hijas de Sión, su corazón se había prendado de una mujer impía; pero la Biblia nos deja ver que todo esto formaba parte del plan del Señor para castigar a los filisteos a través de Sansón: “Más su padre y su madre no sabían que esto venía de Jehová, porque él buscaba ocasión contra los filisteos; pues en aquel tiempo los filisteos dominaban sobre Israel” (Jue. 14:4). No alcanzamos a comprender la inconmensurable sabiduría del Señor que es capaz de incluir los actos pecaminosos de los hombres en sus perfectos planes, para dar liberación a su pueblo. Sansón tenía una inclinación pecaminosa de deseo hacia las mujeres impías, y este deseo no provenía de Dios, sino del pecado residual que estaba en él; no obstante, el Señor usó esta debilidad para dar liberación al pueblo. Esto no significa que Dios se deleitó en la desobediencia de Sansón, pues el final de su vida fue trágico a causa de su loco amor hacia las rameras. En diversos pasajes las Sagradas Escrituras ordenan al pueblo del Señor abstenerse del pecado sexual: “…a causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan; y la mujer caza la preciosa alma del varón” (Prov. 6:26); “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del espíritu santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por 121

precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:13-20). A pesar de estas debilidades pecaminosas, Sansón es considerado un héroe de la fe, porque “…criado en la firme fe de sus padres, Sansón creía en lo que “escuchó” de Dios a través de ellos, creció en la confianza de la misma y su conducta fue acorde con la misma”92. Fue un instrumento de liberación a causa de la fe que depositó en Dios, y el Espíritu del Señor lo llenaba concediéndole una fuerza sobrehumana para castigar a los impíos filisteos: Por esta fe en la palabra del Señor pudo destrozar a un león como si fuera un débil corderito; por esta fe mató a treinta hombres de Ascalón; por esta fe cazó trescientas zorras y prendiendo teas en sus colas quemó las mieses amontonadas, las viñas y los olivares de los filisteos; por esta fe causó gran mortandad entre los enemigos cuando éstos quemaron la casa de su mujer; por esta fe mató a mil filisteos con una simple quijada de burro; por esta fe, cuando desmayaba de sed y pensó que moriría, clamó al Señor y se abrió una fuente de agua en Lehi. Por esta misma fe, luego de haber sufrido la ignominia en manos de los filisteos como consecuencia de su desobediencia a la Ley del Señor y de haber entregado sus amores a una ramera; de haber perdido, como resultado de su pecado, la inmensa fuerza que le daba el Espíritu del Señor, el cual se había apartado de él cuando Dalila le rapó la cabeza, y estando como bufón en el templo del dios Dagón, en medio de una fiesta donde habían miles de filisteos, tuvo la fe para clamar al Señor misericordioso, diciendo: “Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos” (Jue. 16:28). En respuesta a esta oración de fe el Espíritu del Señor vino sobre él y se inclinó sobre las columnas que sostenían el edificio, el cual colapsó y se vino abajo causando la muerte de los príncipes de los filisteos y del pueblo que estaba allí reunido; por medio de la fe, al morir, destruyó a un gran número de filisteos: “Y los que mató al morir fueron muchos más que los había matado durante su vida” (Jue. 16:30). Jefté. En los estudios anteriores hemos visto como la gracia de Dios se complace en escoger a lo débil de este mundo para hacer las grandes tareas de su santo Reino. Gedeón no era más que un campesino, Barak, un simple soldado; Sansón, un nazareno religioso; David, el menor de su casa. Pero el caso de Jefté nos sorprende pues, teniendo un origen despreciable ante los ojos de sus hermanos, la gracia no miró su bajeza sino que le concedió el don de la fe para convertirlo en un gran héroe en la historia de la redención. Jefté era hijo ilegítimo. Su padre Galaad había tenido una relación adúltera con una ramera y como resultado nació él. La esposa de Galaad le dio hijos y éstos echaron a Jefté de la casa de su padre. Él era un despreciado y desechado de la sociedad, y se convirtió en un rebelde y jefe de una banda de ociosos (Jue. 11:1-3). Cuando estaba en esta condición de desprecio es llamado por los hijos de su padre para que les ayude a pelear en contra de los amonitas, un pueblo enemigo de Israel que los oprimió durante 18 años. Sus hermanos, que anteriormente lo habían desechado, ahora lo aceptan como su caudillo o jefe militar. En su nueva y admirada posición de autoridad trata de hacer la paz con el rey de los amonitas, y le hace un recuento de cómo Dios obró a favor de su pueblo desposeyendo de las tierras a los moabitas, los cuales libraron guerras contra Israel sin que los hubiesen provocado, de manera que todo lo que Dios le permitió conquistar a través de las guerras era pertenencia de Israel. No obstante este intento de paz, el rey de los amonitas no atendió las razones de Jefté y les hizo guerra. A pesar de que Jefté había llevado una vida de rebeldía, posiblemente lleno de odio hacia la sociedad de su tiempo, que además era tenido en poco por sus hermanos, y suponemos que también por la clase religiosa, el Señor lo rescata de su situación caótica y lo pone en un lugar alto, para pelear las guerras de Jehová. “El Espíritu de Jehová vino sobre Jefté…” (Jue. 11:29). Así logró conformar un ejército que hizo 92

Pink, Arthur. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: Diciembre 8 de 2011

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frente a la agresión de los amonitas, y por la fe en el Señor, Jefté alcanzó la victoria y libró al pueblo de la presión del enemigo. Pero, en la vida de este héroe hay un suceso que empaña su testimonio. Antes de salir a la guerra, Jefté hizo un voto necio, precipitado e innecesario; se apresuró a prometer al Señor que le entregaría en holocausto a cualquiera que saliera de su casa a recibirle luego de la batalla si él le concedía la victoria. Dios le concedió la victoria y, cuando iba llegando a casa, salió a recibirle su única y amada hija. La alegría de la victoria se desvaneció y fue cubierta por la tristeza de tener que cumplir un voto que le quitaría a su única hija: “Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! En verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme” (Jue. 11:35). Aunque el apresuramiento de Jefté le llevó a hacer un voto que Dios no había pedido, no obstante, la fe de este hombre se deja ver en que no consideró la posibilidad de retractarse sino que actuó conforme a la ley santa del Señor, la cual tenía establecido el principio irretractable de los votos hechos ante Dios: “Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca” (Num. 30:2). “Cuando haces voto a Jehová tu Dios, no tardes en pagarlo; porque ciertamente lo demandará Jehová tu Dios de ti, y sería pecado en ti” (Deut. 23:21). Muchos santos en la historia de la redención hicieron votos a Jehová y, aunque éstos implicaron un gran sacrificio, no titubearon en cumplir lo prometido. Ana había sido estéril y sufría a causa del desprecio de la otra esposa de su marido, la cual sí tenía hijos; en medio de su angustia, Ana eleva una oración procedente del corazón ante el Dios de la vida, y hace un voto: “Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabello” (1 Sam. 1:11). Cuando le nació su hijo varón ella lo llevó al templo y lo entregó al sacerdote Elí, con quien se quedó para servir al Señor. Jefté comprendió que hacer un voto ante el Señor era un asunto muy serio, y no era sabio retractarse, aunque él se había apresurado: “Lazo es al hombre hacer apresuradamente voto de consagración, y después de hacerlo, reflexionar” (Prov. 20:25). “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia” (Ecl. 5:1-2, 4-6). David. No es necesario hacer un recuento de todos los actos de la fe de David, pues, son bien conocidos por todos los creyentes los grandes logros de la gracia a través de este siervo, de quien dijo Dios que era un “varón conforme a mi corazón” (Hch. 13:22). Pero siendo que el autor de la carta está usando personajes del tiempo de los jueces, principalmente, entonces es probable que tenga en mente uno de los primeros actos de la fe de David, al fin del tiempo de los jueces y al inicio de la monarquía en Israel. Los filisteos continuaron haciendo daño al pueblo de Israel por varios siglos. De tanto en tanto ellos se levantaban con fuerza y oprimían a los israelitas, casi siempre como castigo de Dios por sus constantes rebeldías, pero cuando clamaban al Señor, él les enviaba un libertador. Al inicio del tiempo de la monarquía en Israel, siendo rey Saúl, los filisteos volvieron a hacer guerra contra el pueblo de Dios. Pero en esta ocasión amedrentaron a Israel a través de un soldado sobresaliente, el cual tenía una estatura de tres metros y era muy fuerte; este gigante varón se vestía con una armadura casi inexpugnable, y sus armas eran de gran tamaño y fortaleza. Ninguno de los soldados del ejército de Israel se atrevía a enfrentarse con el gigante Goliat, todos estaban aterrados y temerosos; día tras día Goliat retaba a los soldados de Israel para que se enfrentaran en pelea contra él, y ofendía al Dios de los cielos. Ningún soldado de Israel se atrevió a luchar contra el gigante, pero David, un muchacho insignificante, que no conocía ni estaba preparado la guerra, con un cuerpo adolescente aún y débil de fuerzas, y sin 123

rudeza en sus facciones, confió en el Dios de sus padres y se atrevió a hacer lo que parecía imposible: Por la fe se sobrepuso a los temores naturales y, en el nombre del Señor, se enfrentó al gigante, “Y cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco porque era muchacho, y rubio, y de hermoso parecer” (1 Sam. 17:42). Pero en David había algo especial, él tenía la fe sobrenatural que persevera en medio de las dificultades, la fe que vence a los gigantes y derrumba los formidables obstáculos; solo por la fe el muchacho David pudo decir: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Sam. 17:45-47). Solo por la fe David pudo enfrentarse al gigante, confiando solamente en el poder del Señor. A causa de esta fe el Señor usó una pequeña piedra, lanzada por un débil muchacho, para que entrara como un proyectil en la única parte descubierta de Goliat, es decir, en la frente, causando su muerte y la derrota a los enemigos del pueblo de Dios. Aunque David pasó de ser un muchacho a convertirse en un hombre fuerte y guerrero, él nunca confió en sus fuerzas sino que aprendió a conocer al Dios de la gloria y a confiar plenamente en él para su salvación. Él no se intimidó por la braveza del enemigo, ni tampoco por el gran tamaño de los adversarios; antes por el contrario, cuando los enemigos eran más fuertes, entonces él confiaba con más vehemencia en la roca más alta que hay: “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador, Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (Sal. 18:2). Samuel. Este profeta y juez de Israel fue dedicado al Señor desde su infancia. Su madre Ana lo prometió al servicio espiritual y cumpliendo su palabra lo entregó al sacerdote Elí. Samuel aprendió muy pronto a escuchar la voz de Dios y a obedecerle. A causa de la fe él pudo juzgar a Israel con sabiduría, y durante toda su vida manifestó el carácter de Cristo. En su vejez él pudo retar a los israelitas diciéndoles. “Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré” y el pueblo respondió: “Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre” (1 Sam. 12:3-4). La fe perseverante de este hombre lo llevó a conducirse en una vida recta y de absoluta confianza en el Señor; por eso, al final de sus días, cuando el pueblo se había rebelado contra él pidiendo que les pusiera un rey, Samuel oró al Señor para que enviara truenos y lluvias en tiempo de siega, y delante del pueblo “Jehová dio truenos y lluvias en aquel día; y todo el pueblo tuvo gran temor de Jehová y de Samuel” 81 Sam. 12:18). Él honró al Señor y el Señor lo honró a él. Los profetas. En los versos 33 y 34, del capítulo 11 de la carta a los Hebreos, el autor mencionará algunos de los logros y padecimientos de la fe de los profetas; pero en este momento baste decir que estos insignes hombres del pueblo de Dios manifestaron su fe perseverante al estar dispuestos a ser despreciados por el pueblo, y por sus gobernantes, como consecuencia de anunciar sin tapujos el mensaje confrontador de la Palabra de Dios. Cada vez que los profetas decían: “Así dice el Señor”, la Palabra de Dios era como un trueno que sacudía al pueblo entregado a sus pecados. La fe perseverante se dejó ver en que ellos se negaron a sí mismos, y despreciaron sus propias vidas, con el fin de cumplir la voluntad de Dios y llevar el mensaje de restauración al pueblo. Aún así el pueblo los apedreara, ellos no podían dejar de hablar la Palabra del Señor pues ella era como un fuego que los consumía por dentro. Su fe y entrega al Señor son un ejemplo de paciencia y sufrimiento por el evangelio, como dice Santiago: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor” (5:10). Aplicaciones 124

- La mayoría de héroes mencionados en el verso 32 tienen registros negativos en las Sagradas Escrituras: Sansón amó a las mujeres extranjeras, lo cual le trajo muchos problemas y torturas; Jefté hizo un voto temerario bajo poca instrucción teológica que acabó con la vida de su hija; David cometió adulterio y participó como autor intelectual de un asesinato, lo cual trajo desastrosas consecuencias. No obstante la flaqueza de estos hombres, ellos eran creyentes, eran personas de fe; y todo lo bueno o encomiable que ellos hicieron se debe únicamente a la fe en Dios. Aprendamos bien la lección: “Sin fe es imposible agradar a Dios”, y solo cuando andamos en ella, escuchando la voz de Dios y obedeciendo sus mandatos, es que nuestra vida manifestará el fruto del Espíritu y alcanzaremos la victoria sobre nuestros pecados. “En todos los santos, siempre se encontrará algo reprochable, sin embargo su fe, aunque débil e imperfecta, es aprobada por Dios. No hay razón, por tanto, para que los errores bajo los cuales trabajamos nos derroten, o descorazonen, con tal de que por la fe sigamos adelante en la carrera de nuestro llamamiento”93. - El tiempo de los jueces estuvo marcado por la tibieza espiritual. El pueblo se entregaba fácilmente a los ídolos, apartándose del Dios verdadero. Incluso, muchos de los jueces que gobernaron tuvieron diversas flaquezas, pero el Señor preservó a su pueblo. Los que permanecieron creyendo pudieron ver el poder de Dios obrando para derrocar al enemigo y garantizar la victoria de su santa nación. Por la fe Sansón derrotó en muchas ocasiones a sus enemigos, por la fe Jefté venció a los aguerridos filisteos, por la fe David mató al gigante Goliat usando solo una cauchera y una diminuta piedra, por la fe Samuel juzgó al rebelde pueblo de Israel y fue aprobado por Dios. “Puesto que todas estas cosas fueron logradas por fe, debemos sentir la convicción, de que sólo por fe, y no por otra causa, se nos concede la bondad y la generosidad de Dios. Y debemos fijarnos muy especialmente en esa cláusula donde dice que ellos alcanzaron las promesas por fe; pues aunque Dios permanezca fiel, si nosotros no creemos, nuestra incredulidad vuelve ineficaces las promesas”94.

Victorias y padecimientos de la fe 93

Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 260

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Ibid.

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(Tercera parte) (Heb. 11:32-38) Introducción La verdadera fe realiza un papel prominente en nuestra vida cristiana. Donde hay una ausencia total de la gracia de la fe, hay un hombre sin Dios y sin esperanza en este mundo. Pero donde está presente este principio espiritual, así sea en un grado pequeño, se ha producido un cambio maravilloso y milagroso. Es posible que al principio, cuando se recibe la gracia de la fe, no se logren comprender las profundidades doctrinales de la Palabra, y ésta sea muy incipiente; pero cuando la fe llega como regalo del cielo al corazón del hombre se da un paso trascendental de la muerte a la vida. Jesús dijo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza” (Mt. 17:20), es decir, así como en un grano se encuentra el principio de la vida de una planta o de un árbol, de la misma manera, la implantación en el corazón de una persona del principio de la gracia, de la fe que es tan pequeña como un grano de mostaza, le asegura que en él se dará el crecimiento en santificación, y la victoria de la glorificación plena le será concedida. Por lo tanto, cada uno de nosotros debe trabajar arduamente en conocer cuál es el origen de nuestra fe, de dónde proviene ella, pues, las Sagradas Escrituras hablan de varios tipos de fe: Hay una fe muerta (Stg. 2:26); está la fe de los demonios (Stg. 2:19); está la fe presuntuosa. Estas clases de fe no provienen de arriba. Pero, la verdadera fe espiritual es de origen divino porque es un don de Dios (Ef. 2:8). La verdadera fe no es producida por nuestra naturaleza sino que proviene del Padre de las luces: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). La fe verdadera es producida por el Espíritu Santo, cuando persuade nuestro corazón por la Palabra de Dios, aplicándola con esa poderosa energía que da vida al alma. Esta poderosa fe no sólo nos es dada sobrenaturalmente sino que es sostenida por el poder de Dios. La fe espiritual no puede ser preservada por la suficiencia humana, no puede encontrar apoyo alguno en su poseedor, sino que ella depende enteramente de Dios. Lastimosamente, la fe de una gran mayoría de personas que se hacen llamar cristianas no proviene de Dios, y es alimentada por el auto-engaño de la vana confianza carnal. Nada es tan dependiente de Dios en Cristo, y nada es tan completamente incapaz de vivir sin el poder del Espíritu Santo, como la fe que él mismo produce en el corazón. Pero con gran preocupación vemos como la fe de multitudes de personas en este siglo es de una naturaleza totalmente diferente, a ellos se puede aplicar las palabras de Pablo: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis” (1 Cor. 4:8) y sin el Espíritu Santo. La verdadera fe no sólo viene del cielo y es sostenida por el poder de Dios, sino que también es divinamente energizada, ella actúa sólo por el poder vivificante de Dios. Jesús dijo: “…separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Sin el poder que proviene de Cristo no podemos tener fe en sus promesas. Sin embargo, algunas personas pueden engañarse a sí mismas pensando que ellos están confiando en las promesas de Cristo, pero basados en una fe natural y humana, lo cual se evidencia en que creen sólo lo que les gusta, cuando les gusta y lo que satisfaga sus deseos humanistas. Ellos creen que pueden acudir a Cristo y apropiarse de sus promesas con una arrogancia que no es característica de los hijos de Dios, los cuales no reclaman con orgullo las promesas, sino que acuden humildemente al estrado del Trono de la Gracia para suplicar sus misericordias. La fe espiritual, de la cual habla el autor de Hebreos capítulo 11, puede ser aumentada sólo por el poder de Dios: “Señor: (tú, con tu poder) auméntanos la fe” (Luc. 17:5); sin embargo, este “aumento” no hace que el cristiano sea menos dependiente del Espíritu Santo, ni que pueda usar su fe para los deleites temporales y egoístas del materialismo, como hizo el hijo pródigo. Tampoco nuestra fe se mantiene constantemente en un alto nivel, ni está siendo ejercitada con la misma vivacidad. Lejos de ello, los verdaderos cristianos sabemos por experiencia dolorosa que con frecuencia nuestra fe está en un punto muy bajo. Y por lo general, no somos conscientes cuando se da el aumento de la fe espiritual así como Moisés no era consciente que su rostro resplandecía (Éx. 34:29.35). Lo más probable es que el centurión y la mujer 126

cananea no sabían que tenían mucha fe. A veces los que tienen mucha fe sienten que su fe es pobre y raquítica, mientras que los que tienen poca fe, dicen que son ricos en la misma. ¿En qué consiste el aumento de la fe? ¿Acaso no es el crecimiento cristiano en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, el conocimiento espiritual, donde se experimenta de manera consciente que somos pecadores, y a la misma vez experimentamos que Dios es un padre misericordioso a través de Cristo? La fe es alimentada por el conocimiento, pero no sólo por el mero conocimiento racional, el cual alimenta una falsa y presuntuosa confianza, sino por un conocimiento espiritual y sobrenatural. Siendo que este conocimiento aumenta, entonces aumenta la fe. Siendo que este conocimiento espiritual es confirmado en el alma por el Espíritu de Dios, entonces la fe es confirmada y fortalecida: “Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu ley lo instruyes” (Sal. 94:12). “Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de sus ojos” (Dt. 32:9-10). Pidamos al Señor que sea él mismo quien nos instruya de tal manera que su Palabra quede escrita con tinta indeleble en nuestra alma. El Señor nos dirige a vivir una gran variedad de circunstancias y a través de ellas también instruye a su pueblo; de esa manera nos ayuda a conocer la verdad de una manera experimental, y la Palabra es confirmada más y más en nosotros. Sólo de esta manera aprendemos sobre la vanidad del mundo, la inconstancia de la criatura, y la depravación de nuestros propios corazones. Esta fe, que es don de Dios y que es preservada sobrenaturalmente, se renueva y es ejercitada por las operaciones del Espíritu Santo y da fruto “según su especie”, es decir, el fruto que ella produce es espiritual en su naturaleza y sobrenatural en su carácter. En otras palabras, la fe es un principio activo que “obra por el amor” (Gál. 5:6). Siendo que la fe recibe su energía de Dios, quien la dio, entonces ella produce lo que la mera naturaleza humana es totalmente incapaz de producir. Una prueba inequívoca de esta verdad se deja ver en los versos 33 y 34 del capítulo 11 de Hebreos: “…que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. Analicemos brevemente cada una de estas cláusulas, no solamente desde una perspectiva histórica sino buscando el significado espiritual (sin espiritualizar el texto), y la aplicación práctica para nosotros los cristianos de este siglo. Sólo así las Escrituras se convierten en una palabra viva para nosotros. Antes de analizar cada frase es preciso hacer notar que en estos dos versos se mencionan nueve frutos de la fe, así como nueve son los frutos del Espíritu Santo (Gál. 5:22, 23), lo cual nos deja ver la maravillosa y milagrosa eficacia de la fe espiritual. El autor de la carta ha tomado ejemplos de todo tipo para demostrar que, independientemente de si el fruto producido es de victoria o de sufrimiento, ella siempre será útil y provechosa para el creyente y para el reino de Cristo. No importa cuál sea nuestra suerte, placentera o dolorosa; no importa cuán difícil o formidables sean los obstáculos que enfrentamos, “…al que cree todo le es posible” (Mr. 9:23). “Que por fe conquistaron reinos”. La palabra griega que se traduce aquí “conquistaron”, hace referencia a los medios para luchar o competir, para participar de una prueba de fuerza o de coraje en el campo de la lucha, para prevalecer en la batalla. Esta declaración del autor de la carta hace referencia a las hazañas de Josué y David. Josué conquistó y sometió a los reinos de Canaán, y David sometió a los pueblos de Moab, Amón y Siria; en ambos casos los reinos fueron sometidos a través del creer en las promesas y el poder de Dios. Estos reinos fueron conquistados y sometidos porque ellos trataron de impedir que el pueblo de Dios, Israel, entrara y disfrutara de la tierra prometida. Una aplicación importante para nosotros los creyentes es esta: El cristiano ha sido renacido para una herencia incorruptible (1 P. 1:3,4). Esta herencia debe ser disfrutada ahora, por la fe, porque “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). Sin embargo, hay poderosos enemigos que buscan acosarnos e impedir que disfrutemos de esta herencia inmarcesible. 127

Hay dos principales “reinos” que el cristiano está llamado a conquistar y a someter: Uno está en nosotros mismos, la “carne”, y otro, fuera de nosotros, el “mundo”. Conquistar y someter a la carne, es decir, a nuestra naturaleza pecaminosa, es uno de los principales logros que la fe del creyente está llamada a hacer. El apóstol Pablo aprendió esta lección y por eso él dice: “…sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:27). Esta es una tarea para todos los creyentes: “Así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Ro. 6:19). Si no conquistamos y sometemos a nuestra naturaleza pecaminosa, entonces ella vendrá a ser nuestra perdición eterna: “Porque si vivís conforme a la carne (es decir, si no mortificas y sometes a tu naturaleza pecaminosa), moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obra de la carne, viviréis” (Ro. 8:13). Josué conquistó ciudades, pero nosotros somos llamados a hacer conquistas más importantes, pues, “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad (Prov. 16:32). Si Josué pudo conquistar ciudades que parecían inexpugnables, entonces nosotros, a través de la misma fe que tenía Josué, podremos conquistar y someter a nuestras tendencias pecaminosas. De la misma manera como Josué no pudo dominar a todas las ciudades enemigas de Canaán en un solo día, entonces nosotros poco a poco iremos conquistando y sometiendo al reino de nuestra carne. Serán necesarios intensos combates, es decir, se requiere valor, paciencia y superar el desaliento cuando vemos poco progreso, y al final Dios coronará nuestra labor con el éxito. Recuerda que fue por la fe que “conquistaron reinos”. La fe mira a Dios y toma su fuerza de él. Aunque soy débil e impaciente, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). También hay otro reino que el cristiano debe someter, o de lo contrario será destruido por él: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Y ¿cómo hemos de someter al reino del mundo? El apóstol Juan nos da la respuesta: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5:4). La Iglesia es la esposa de Cristo, y ella es sostenida por su amado para que pueda superar el obstáculo inmenso de los atractivos del mundo; el verdadero creyente no encuentra deleite en él ya que lo que produce el mundo es muerte: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17). Siendo que la iglesia amada camina “recostada sobre su amado” (Cant. 8:5), siendo Jesús el objeto de nuestro deseo, el mundo pierde su poder sobre nosotros. Como Él es nuestra fuerza, tenemos la victoria sobre el mundo. “Por fe… hicieron justicia”. En su sentido más estricto estas palabras significan: “hacer juicio, hacer cumplir las leyes de la justicia”. Esta frase puede hacer referencia directa a pasajes como Josué 11:10-15; 1 Sam. 24:10; 2 Samuel 8:15 y a la justicia con la que juzgaron los jueces de Israel. Sin embargo, en su alcance más amplio, la frase “hicieron justicia” se refiere a la vivencia de una vida santa: “Jehová, ¿Quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón” (Sal. 15:1-2). “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hch. 10:34-35). Hacer justicia significa: Llegar al nivel requerido, caminando de acuerdo a la regla de la Palabra de Dios: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt. 7:12). Ahora, las acciones justas deben surgir de los principios correctos, los cuales deben ser cumplidos con todo el rigor de la verdad, si se quiere agradar a Dios. En otras palabras, se deben cumplir a partir de una fe viva que tiene en vista la gloria de Dios. Es la ausencia de fe, y el sustituir el honor del Señor por el interés personal la causa de toda injusticia y opresión en el mundo.

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“Por fe… alcanzaron promesas”. O le fueron aseguradas las bendiciones prometidas. Dios le aseguró a Josué que iba a conquistar a Canaán, a Gedeón que vencería a los madianitas, a David que debía ser el rey de todo Israel; pero en lo externo se levantaban enormes dificultades que obstaculizaban el camino de la realización de estas cosas prometidas. Gedeón fue puesto en una situación de gran dificultad al mandársele destruir a una enorme multitud de guerreros, con sólo 300 hombres. David no contaba con muchos soldados que le ayudaran a defenderse del poderoso ejército de Saúl, y cada vez parecía más imposible que pudiera llegar al trono de Israel. Pero donde hay una verdadera confianza en el Dios vivo, las dificultades más formidables pueden ser vencidas y superadas. Josué, al final de sus días, pudo decir con firmeza a los líderes de Israel: “Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas” (Jos. 23:14). Los héroes de la fe alcanzaron las promesas “…de que Dios estaría con ellos cuando servían su causa con fe, y obtuvieron como consecuencia el cumplimiento de sus promesas; las promesas hechas a David… se ocupaban no sólo de sus fortunas personales sino también del destino que le esperaba a su casa. Fue de estas últimas promesas que Pablo habló en la sinagoga de Antioquía de Pisidia cuando, después de contar cómo Dios levantó a David para que fuera rey de Israel, continuó: (Hch. 13:23)”95. “por fe… alcanzaron promesas”. Una cosa es oír y leer sobre las cosas maravillosas que la fe de los demás alcanzó, y otra es nuestra propia experiencia. Podemos pensar que creemos de corazón y que descansamos sobre las promesas de Dios, pero ¿Estamos viendo el cumplimiento de ellas en nuestra vida cotidiana? ¿Estamos recibiendo lo prometido? Si no es así, es porque no hemos prestado atención a lo que el autor de Hebreos pone antes de alcanzar las promesas, es decir, “conquistar reinos” y “hacer justicia”. No podemos esperar obtener las cosas preciosas que se nos aseguran en las promesas si primero no estamos comprometidos en una guerra sin cuartel con el fin de subyugar a nuestra carne, para que así podamos caminar de acuerdo a las reglas de la Palabra de Dios, las cuales deben regular nuestra conducta, a través de sus preceptos y mandamientos. “Taparon bocas de leones”. Obviamente esta declaración hace referencia a Daniel, cuando fue puesto en el foso de los leones como consecuencia de mantenerse firme en su fe perseverante. Este hecho demuestra una vez más el poder maravilloso de la fe: “Y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios” (Dan. 6:23). La declaración de Daniel es asombrosa: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones” (Dan. 6:22). Sansón pudo partir a un león en pedazos “…porque el Espíritu de Jehová vino sobre” él (Jue. 14:6). El apóstol Pablo sufrió crueles persecuciones de mano de los judíos y de los romanos. Un tal Alejandro, el trabajador de metales o calderero, se había levantado en oposición contra Pablo, al punto que fue un testigo en contra de él con el fin de que le aplicaran la pena de muerte, pero el apóstol, aunque fue abandonado por todos, ejercitó su fe en Dios y pudo decir victorioso. “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (2 Tim. 4:17-18). ¿Qué ayuda nos ofrece esta victoria de la fe de Daniel, Sansón y Pablo sobre los leones? No hay que ir muy lejos para encontrar aplicaciones prácticas. Hay gente feroz, así como hay animales feroces. Hay opresores y perseguidores salvajes que buscan intimidar, si no destruir, la suave e inofensiva fe cristiana. Pero no nos debemos llenar de temor, y mucho menos debemos minimizar nuestro testimonio cristiano escondiendo la luz debajo de la cama. Daniel no tuvo temor por el peligro que representaban los leones de Babilonia, de la misma manera nosotros tampoco debemos estar atemorizados por las amenazas de los enemigos del reino de Cristo, ni por las palabras y acciones de los leones del mundo de hoy. Debemos 95

Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 338

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decir junto con el profeta: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mi” (Is. 12:2). “Que por fe… taparon bocas de leones” Pareciera como si la fe fuera omnipotente. ¿Qué es lo que no puede hacer la fe? Jesús dijo: “…si tuviereis fe como un grano de mostaza… nada os será imposible” (Mt. 17:20). No nos atrevemos a establecer alguna limitación a la fe porque, siendo que la verdadera fe viene del Dios vivo, para él no hay nada demasiado difícil. Hermanos, la fe se apodera de los ejércitos y los vence y hasta que nuestra fe no aprenda a hacer esto será de poco valor. ¿Es Dios una realidad viva para ti, o sólo tienes un conocimiento teórico de Él? Ahora, esta declaración también hace referencia a aquel de quien Pedro dijo que: “…como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8), es decir, al diablo. Su boca se abre en contra de más de un hijo de Dios, pronunciando mentiras, diciéndoles que su fe cristiana es vacía y que pierde su tiempo siguiendo a Cristo. ¿Has aprendido a tapar la boca de este león? ¿Has aprendido a no aterrorizarte con sus falsas acusaciones? Recuerda que esto lo hacemos solo por la fe en las preciosas promesas de la Palabra de Dios, mirando siempre a Cristo, el autor y consumador de la misma.

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Victorias y padecimientos de la fe (Cuarta parte) (Heb. 11:32-38) Introducción En todo el capítulo 11 de la carta a los Hebreos el Espíritu Santo nos está mostrando las virtudes de la fe perseverante. Las virtudes de esa fe que abraza por completo la Palabra de Dios y que se aferra a ella de manera que puede conquistar reinos, hacer justicia, alcanzar promesas, tapar bocas de leones, ver el poder milagroso de Dios obrando resurrecciones y curaciones, pero que, siendo una confianza depositada en la voluntad soberana de Dios, también es capaz de recibir con gozo y esperanza los tormentos, vituperios y azotes por la causa de Cristo. Hemos aprendido que la fe puede ser definida como la plena confianza que tiene el creyente en lo que Dios dice, sin condicionamientos de ninguna clase; es una confianza basada estrictamente en lo que Dios dijo y nada más. Ahora, toda persona en este mundo se encuentra en una de las siguientes categorías: O es una persona de fe, y por lo tanto cree en lo que Dios dice, de manera que apuesta toda su vida para confiar en él y obedecer sus mandamientos, o es un incrédulo que apuesta toda su vida para seguir sus propias actitudes, su propio intelecto y su propio entendimiento. En los ejemplos que el autor de Hebreos ha mencionado hemos aprendido que la verdadera fe no necesita hacer preguntas, ella simplemente cree en lo que Dios ha dicho, porque es Dios quien lo dijo, y cree sin necesidad de que él le dé minuciosas explicaciones. Cuando se buscan señales o información detallada para poder creer, entonces, es muy posible que allí no esté obrando la fe sino la duda, la incredulidad. La fe se aferra totalmente a lo que Dios ha revelado y se opone al sistema mundano. La lógica de la fe es contraria a la lógica del mundo. Ella actúa no con base en sentimientos o en lo que puede ver, sino que obra impulsada por la Palabra de Dios, así no haya evidencias de nada. El autor de la epístola a los Hebreos le escribe a los judíos convertidos al cristianismo. Para ellos, lo natural y lo lógico era continuar practicando la religión judía, y lo contrario a la razón humana era identificarse con Cristo. Para estos creyentes creer en la Palabra de Dios y confesar que Jesucristo era el Señor significaba perder a sus familias, sus empleos, sus casas, su comodidad, su libertad, y en algunos casos, hasta su propia vida. Esto parecía ilógico, pues, a cambio, ¿Qué estaban recibiendo?, o ¿Qué estaban viendo? No podían ver al Cristo resucitado, no estaban viendo la vida eterna, no podían ver las glorias celestiales. Lo obvio para la carne era abandonar a Cristo y regresar al judaísmo, pero si hacían eso estaban demostrando poseer un corazón apóstata, contrario a la fe que habían manifestado sus predecesores del Antiguo Testamento, los cuales creyeron en la Palabra de Dios, así ésta pareciera opuesta a toda razón o no se pudieran ver evidencias de lo prometido. El cristianismo consiste principalmente en creer, creer en el evangelio, así no haya evidencias visibles de sus promesas. Abel creyó en el evangelio cuando obedeció a Dios y le trajo un sacrificio, sin preguntar nada. Enoc caminó con Dios, en fe, sin tener todas las explicaciones, Noé construyó un arca sin tener que hacer preguntas o recibir todas las explicaciones de parte de Dios. La verdadera fe cree en Cristo y en su evangelio, así no pueda ver evidencias externas de las promesas que él contiene. Ahora, la fe verdadera no es un paso en la oscuridad. Ella no se basa en lo que nos parece mejor o más correcto, en lo que deseamos o anhelamos. No, la fe espiritual se fundamenta en una correcta teología. Los héroes de la fe creyeron en la Palabra de Dios y la obedecieron sin preguntar, porque ellos conocían a Dios. Ellos tenían la doctrina correcta de Dios. Ellos creían sin titubear en las promesas porque éstas provenían del Dios Soberano. Como dice John Macarthur: “La vida de fe se basa en la teología. Puede ser difícil hacer lo que Dios dice. Puede ser extraño. Puede causar cierto sufrimiento. Puede significar la

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separación del mundo, e incluso, de los seres queridos. Puede costar todas las ambiciones y los sueños de su vida. Incluso el obedecer a Dios puede costarle la vida, porque la fe se basa en lo que Dios dice”96. La fe de los creyentes será fuerte o débil dependiendo de lo que ellos creen de Dios. Si creen en un dios pequeño, entonces su fe será pequeña, y los obstáculos muy grandes. Pero si creen en el Dios grande que las Sagradas Escrituras nos presentan, entonces su fe será robusta y no tendrán dificultades para creer que Dios hará lo que él se ha propuesto hacer, y tampoco tendrán muchas dificultades en obedecer al Evangelio. La clave para una fe robusta, que es capaz de hacer todo lo que Dios mande hacer, se encuentra en la experiencia de Moisés, el cual pudo hacer lo que hizo porque “…se sostuvo como viendo al invisible” (Heb. 11:27). Si tenemos una correcta teología, si conocemos los atributos de Dios y su poder, entonces nuestra fe no tendrá barreras y seremos más que vencedores. Cuanto más grande sea tu Dios, más podrás confiar en él. Los grandes héroes de la fe tuvieron un elevado conocimiento de Dios y por eso la fe les condujo a hacer proezas para el reino de Dios. Ellos vieron a Dios como el Soberano del universo, el que ama a sus hijos, el que guarda su pacto y es fiel a sus promesas. Es por esa razón que los héroes de la fe “…apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros” (Heb. 11:34). “que por fe… apagaron fuegos impetuosos”. La fe es el instrumento que Dios utiliza a través de nosotros para adelantar su reino en el mundo, y para conquistar los logros que él quiera alcanzar para Su gloria a través de los creyentes. Como dice Matthew Henry: “La fe activa el poder de Dios para su pueblo, siempre que sea para Su gloria, para hacer frente a la furia de los hombres y de las bestias”97. Por medio de esta fe los creyentes fueron librados del fuego de la ira de Dios, del fuego de la ira de los hombres y del fuego de la ira satánica. Moisés, por la fe, confió en la misericordia divina y creyó que Dios libraría al pueblo del fuego de su ira, si clamaba a él en plena confianza: “Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió”(Núm. 11:1-2). Los creyentes somos librados del fuego de la ira de Dios a través de la fe perseverante en Jesucristo: “Y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10). Pero los grandes campeones de la fe, en lo relacionado con apagar fuegos, fueron los tres muchachos israelitas: Sadrac, Mesac y Abed-nego; los cuales, junto con Daniel, a pesar de su edad juvenil, aprendieron a vivir para el Dios de los cielos, y en vez de participar de los manjares deleitosos del palacio babilónico, prefirieron vivir en austeridad, lejos de las prácticas mundanales de los caldeos. El resultado de su vida de fe y entrega al Señor fue que recibieron una sabiduría especial y Dios los puso en eminencia en un reino extranjero: “Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino” (Dan. 1:19-20). La fe de estos jóvenes perseveró no sólo en los momentos de gloria sino en los tiempos cuando el fuego de la prueba se cernía sobre ellos a causa de su fe en Dios. Ellos no querían desarrollar la fe para obtener logros y satisfacciones personales sino que, por encima de todo, ellos anhelaban vivir para la gloria de Dios, y su fe se ejercitó para hacer aquellas cosas que servirían para el avance del reino de Cristo en sus vidas y en su pueblo. 96

MaCarthur, John. The pinnacle of Faith.Extraido de: http://www.gty.org/Resources/sermons/1634 Diciembre 21 de 2011 97

Henry, Matthew. Hebrews 11. Extraido de: http://www.biblestudytools.com/commentaries/matthew-henrycomplete/hebrews/11.html?p=15

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El libro de Daniel nos cuenta que “El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia” (Dan. 3:1). El rey ordenó que todos los habitantes de su provincia, en especial los gobernantes y funcionarios públicos, se inclinaran y adoraran la gran estatua cuando escucharan el son de la música. El castigo para los que no se inclinaran ante la estatua del rey sería la tortuosa muerte por calcinación a través de un horno de fuego ardiente. A pesar del horrible castigo advertido, los adolescentes Sadrac, Mesac y Abednego, se mantuvieron firmes en la fe del Dios de Israel, y prefirieron obedecer la Palabra de Dios antes que las glorias de Babilonia. Los enemigos del reino de Dios acusaron a estos muchachos ante el rey diciendo: “…estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado” (Dan. 3:12). Inmediatamente el vanidoso rey se encendió en ira y ordenó que los muchachos se inclinaran ante su estatua so pena de ser condenados en el fuego del horno ardiente; pero estos jovencitos en vez de ser rebeldes a Dios, como suelen ser algunos adolescentes díscolos de corazón, ejercieron su poderosa fe y armados de valor respondieron al altivo rey con loable resolución: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (v. 16-18). Esta contundente y nada dubitativa respuesta encendió al máximo la cólera del malvado rey, de manera que ordenó calentar el horno “siete veces más de lo acostumbrado” (v. 19). Los adolescentes creyentes estaban metidos en un problema serio. Ellos se encontraban en una encrucijada: O le eran fieles a Dios, o morirían de terrible y dolorosa muerte. Una cosa es leer la historia de estos muchachos, y otra enfrentarnos directamente con el fuego ardiente. Sólo con imaginar la escena, y tratar de personificar esta historia, nuestra piel se pone de gallina ante una temperatura muy elevada producida por un fuego abrazador. Pero a pesar de que los jóvenes creyentes no tenían toda la información, y ni siquiera habían recibido una revelación especial que les asegurara que serían librados del fuego, ellos confiaron en Dios y se entregaron a su voluntad prefiriendo morir antes que desobedecer sus santos mandamientos. “Si hubieran recibido alguna revelación especial de que sus vidas iban a ser preservadas, habrían necesitado una fe considerable para actuar conforme a ella al enfrentarse con el llameante y ardiente horno; pero comportarse como lo hicieron, sin revelación de esa clase requería una fe mucho más grande”98. Es posible que los dardos de fuego del maligno hayan sido lanzados con gran ímpetu sobre las mentes de estos jovencitos, tratando de hacerles ver la aparente necedad de sus corazones al abandonar las glorias de Babilonia y cambiarlas por una insólita y terrible muerte. Pero ellos habían decidido confiar toda su suerte en el Dios del cielo, y si les costaba la vida, entonces estaban dispuestos a darla por completo al Señor, ya que para ser un discípulo es necesario estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos. La prueba fue dura, a tal punto que los verdugos murieron calcinados por las intensas llamas que salían airosas del horno infernal; pero, a través de esa fe que se entrega por completo a la Soberana Voluntad, el horno se convirtió en un lugar primaveral porque la presencia del Hijo de Dios pre-encarnado estaba allí; y cuando estamos con Cristo, hasta el lugar más horrendo del mundo se convierte en un paraíso ambrosíaco. “Entonces el rey Nabucodonosor se espantó y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo. He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Dan. 3:24-25). El Hijo de Dios, la segunda persona de la Divinidad, vino al encuentro de aquellos que estuvieron dispuestos a dar sus vidas por su reino, y recompensó tal entrega haciendo inofensivas las llamas del caluroso horno y haciendo que Su nombre brillara en medio del palacio babilónico: “Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para 98

Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 338

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mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían” (Dan. 3:2627). La fe de estos valientes adolescentes no sólo los libró de las llamas del horno, sino que alcanzó lo que ellos más amaban, que el nombre de Dios fuera exaltado: “Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios” (v. 28). Pero los creyentes no sólo seremos librados del fuego de la ira de Dios, y de la ira de los hombres, sino que también esquivaremos los ataques de Satanás quien de continuo lanza dardos de fuego en contra de nosotros. Satanás nos acosa con el fuego de pruebas y persecuciones usando a la gente y el sistema mundano, aunque todo esto es permitido por la Soberana Voluntad del Señor: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros…, pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel creador, y hagan el bien” (1 Ped. 4:12-14, 16, 19). Pero los ataques de fuego que provienen del maligno serán evitados sólo a través de la fe, ya que ella actúa como un escudo capaz de apagar las llamas lanzadas por el maligno: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef. 6:16). La fe en Cristo, el poderoso Hijo de Dios, nos llevará a conocer y creer Su palabra; por lo tanto, cuando Satanás nos ataca, estaremos protegidos por la confianza total en las promesas inmutables del Evangelio, y saldremos victoriosos sobre el mal dando gloria a Dios. Las pruebas y tentaciones que vienen sobre nosotros los creyentes son consideradas en la Biblia como un fuego ardiente que amenaza con destruirnos, pero que son usadas por Dios para probar y aprobar nuestra fe: “…aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Ped. 1:6-7) Aplicaciones - En determinados momentos de la vida los creyentes se encontrarán en la misma situación de adversidad que nos presentan estos versículos. La vida cristiana puede estar invadida de diversas tentaciones y sufrimientos, pero, como dice Juan Crisóstomo, “Para esto es la fe; cuando las cosas están resultando negativas, debemos creer que nada adverso se hace (en contra de nosotros), pero todas las cosas en su debido orden”99. Los creyentes, tanto jóvenes como adultos, en muchas oportunidades seremos confrontados por los poderes mundanos, para que claudiquemos de la vida cristiana y nos identificamos con la filosofía frívola. Pero debemos saber que la fe sobrenatural, que hemos recibido como don del cielo, no nos fallará en esos momentos de turbación, sino que se robustecerá y enfrentará la horda de enemigos del Reino. Cualquiera que sea nuestra porción, de victoria o sufrimiento, vida o muerte, tenemos la seguridad de que Jesús, nuestro buen pastor y Salvador, nos acompañará, estará en medio de nosotros y cambiará el desierto en manantiales de aguas. Por lo tanto, no desmayemos, sigamos adelante con nuestra fe valiente, sigamos a Cristo, obedezcamos sus mandamientos, no amemos al mundo, resistamos a Satanás, neguémonos a amar la vida mundana, y en medio de la batalla fiera recibiremos la victoria que glorificará a Dios, que hará brillar el Evangelio y promoverá la extensión de su Reino glorioso. 99

Crisóstomo, Juan. Homily 27 onHebrews. Extraído de: http://www.newadvent.org/fathers/240227.htm Enero 12 de 2012

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Recordemos que la verdadera fe es eficaz para descansar en el poder de Dios frente al peligro, frente a lo que parece ser una muerte segura. - El ejemplo de los tres muchachos hebreos nos enseña que los verdaderos creyentes están resueltos a cumplir con su deber cristiano, sin importar la situación en la que nos encontremos. La fe perseverante nos lleva a disponernos para el servicio y la honra al Dios soberano, con la completa persuasión de que Dios es poderoso para hacer lo que él quiere para Su propia gloria. Daniel y sus compañeros confiaron en Dios en tiempos de paz y prosperidad, así como en los momentos de peligro y adversidad. “Si vivimos por la fe, no va a ser difícil morir por la fe”100. - ¿Estás pasando por grandes tribulaciones y sientes que el fuego de la prueba está a punto de carbonizarte? No olvides que aún dentro del horno ardiente podrás disfrutar de la presencia gloriosa de tu Salvador, él te ha dicho: “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Is. 43:1-3). No olvides que el fuego del sufrimiento, para los hijos de Dios no es más que una bendición enmascarada, como en el caso del fuego del horno ardiente que “sólo consiguió quemar las ataduras de los tres jóvenes hebreos y liberarlos”101. Victorias y padecimientos de la fe (Quinta parte) (Heb. 11:32-38) Introducción 1. Victoriosos en la confrontación 2. Victoriosos sobre la muerte 3. Victoriosos en la mejor resurrección La carta a los Hebreos está dirigida, en primera instancia, a un grupo de creyentes que habían salido del judaísmo para confiar en Cristo como su salvador. Pero este caminar en Cristo les estaba costando mucho: Su familia, su comodidad, sus bienes, su reputación, su libertad, entre otros. Ellos estaban experimentado en carne propia lo que Cristo había advertido era el costo de seguirlo a él: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mt. 16:24-26) “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10:22). Seguir a Cristo, ser su discípulo, identificarse con él plenamente, trae consigo una multitud de adversidades, ya que el sistema mundano de pensamiento, incluyendo todas sus religiones, está en oposición a Cristo y a todos los que le siguen: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán… Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 15:18-20; 16:1-2). Estos judíos convertidos al cristianismo estaban atravesando el valle de la adversidad y veían como cada día se cernía sobre ellos el sufrimiento por causa de Cristo. Parece que algunos de ellos estaban flaqueando en su fe y habían considerado la posibilidad de claudicar y abandonar a Cristo, cediendo a la presión de sus adversarios, los cuales procuraban hacerlos regresar al sistema religioso judaico.

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Pink, Arthur. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: enero 15 de 2012 101

MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 1008

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Pero el autor de la carta, inspirado por el Espíritu Santo, recurre a las armas espirituales que el Señor ha dado al creyente, para que, confiado y fortalecido en la Palabra de Dios, pueda resistir los ataques de Satanás y de su sistema mundano, manteniéndose firme en la adversidad, acudiendo con confianza al Trono de la Gracia, donde encontrará al Sumo Sacerdote que traspasó los cielos y que ahora intercede por su sufrido pueblo. El estímulo del autor de la carta no se basa en principios psicológicos motivacionales, sino en los principios y testimonios de la Palabra de Dios; porque cuando ella es aplicada por el Espíritu Santo, tiene el poder de dar verdadera fuerza al creyente en medio de la lucha. A través de todo el capítulo 11 el autor demuestra a estos temerosos creyentes que ellos no han sido los únicos que han sufrido adversidades por causa de Cristo, sino que “los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Ped. 5:9); y el mejor ejemplo ha sido tomado de los personajes del Antiguo Testamento, creyentes que libraron fieras batallas por causa del Reino de Dios y gozaron las victorias y los padecimientos de la fe. Pero ellos vieron en sus propias vidas que la gloria prometida a los creyentes sólo se disfrutará luego de padecer por causa de Cristo, como dijo Pedro: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Ped. 5:10). En esta sesión estudiaremos la segunda parte del verso 34: Que por fe “…apagaron fuegos impetuosos, evitaron filos de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. Ya analizamos quiénes fueron los que apagaron fuegos impetuosos. En esta ocasión nos concentraremos en aquellos que por la fe “…evitaron filos de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. “Evitaron filos de espada”. La fe en Dios impulsó a muchos de los profetas a escapar de la espada o de la persecución que venía sobre ellos, librándose así de la muerte. David, siervo de Dios, muchas veces fue librado de la espada de su archi-enemigo, el rey Saúl. En una ocasión, mientras David interpretaba el arpa, a través de la cual venía cierto alivio sobre el alma turbada de este rey rebelde que era atormentado por un espíritu malo de parte del Señor, Saúl le arrojó una lanza con el fin de matarlo, ya que tenía envidia de David porque Dios lo había escogido para ser el nuevo rey de Israel (1 Sam. 18:6-11). Pero David confiaba en el Señor y era su siervo, tenía fe en él y en Su palabra y, por lo tanto, Dios lo guardó muchas veces de las lanzas y de la espada de Saúl y de todos sus enemigos. Es por eso que en sus muchos salmos él declaraba la inmensa confianza que tenía en el poder preservador de Dios: “Tú, el que da victoria a los reyes, el que rescata de maligna espada a David” (Sal. 144:10). También el profeta Elías fue librado de la espada asesina de la impía y usurpadora reina Jezabel, la cual quería matar al siervo de Dios porque le era estorbo en sus planes de implantar en Israel el culto idolátrico a Baal. Elías, como todo profeta verdadero del Dios viviente, rechazó la nueva religión que estaba practicando el pueblo de Dios, y condenó el culto a Baal. Por tanto, los falsos profetas, bajo el mando del poder gubernamental impío, procuraron acallar la voz de los pocos profetas de Dios que quedaban en Israel. A pesar de que el rey Acab, manipulado por su esposa Jezabel, había procurado la muerte de Elías, no lo pudo hacer porque este escapó de sus manos y huyó hacia lugares más seguros. “Viendo, pues, el peligro se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba que está en Judá…” (1 Rey. 19:4). Luego el Señor lo confortó milagrosamente con una comida que le permitió caminar 40 días a través del desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios (1 Rey. 19:7-8). Allí se escondió en una cueva y Dios lo protegió del peligro. Elías huyó no por cobardía o por temor a la muerte, pues su valor se deja ver en que retó al mismo rey yendo en contravía de la religión que trataba de imponer en Israel. Los sacerdotes y líderes religiosos del pueblo de Dios, en su tiempo, se habían dejado atrapar por las filosofías de la época y no vieron problema alguno en mezclar el culto al verdadero Dios con el culto a un dios falso; tampoco vieron problemas en amoldar un poco la teología bíblica al pluralismo religioso que se 136

estaba imponiendo; pero los profetas de Dios son radicales en la doctrina bíblica y jamás ceden ante las doctrinas eclécticas que los líderes religiosos de la iglesia introducen con sutileza, es por eso que Elías le dice a Dios: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:10). Elías, así como otros profetas, huyeron de la espada asesina no por cobardía sino porque ellos entendieron que eran un reducto pequeño de los defensores del verdadero evangelio, y era necesario que sus vidas se preservaran para continuar en la lucha de defender la fe bíblica. La fe en Dios y la confianza de que él guarda a su pueblo no puede conducirnos a la pasividad, sino que por el contrario somos activos en cumplir con su voluntad preceptiva; es decir, la fe nos conduce a obedecer sus mandamientos, así eso signifique que sobre nosotros vendrá la persecución. Pero la fe también nos conduce a evitar la presunción fanática, esa presunción que dice confiar en el poder de Dios para guardarnos, y por lo tanto actúa imprudentemente exponiéndose a una muerte innecesaria. Luego veremos que en algunos casos los creyentes murieron por la causa del evangelio, pero no como resultado de una actitud presuntuosa y confiada. Algunos profetas evitaron el filo de la espada, no por ser indolentes en anunciar y defender la doctrina sana, ni por ser diplomáticos y sincretistas con las innovaciones doctrinales que algunos pretendían introducir dentro del pueblo de Dios; no, los profetas de Dios se niegan a sí mismos, y no estiman sus propias vidas como cosas preciosas a las cuales aferrarse, sino que se despojan de cualquier amor propio, y lo dan todo por el Señor, incluso sus propias vidas. Ellos no temen el desprecio de la gente incrédula, ni la burla de los líderes religiosos liberales; no, su placer es hacer la voluntad de Dios y proclamar los mandatos de Su santa Ley, así esto les cueste la vida. Elías defendió la sana doctrina ante reyes malvados, Juan el Bautista acusó a los falsos líderes religiosos de su tiempo y denunció el pecado de divorcio y recasamiento del rey Herodes, y esto le costó su cabeza. “Que por fe, sacaron fuerzas de debilidad”. Indudablemente esta declaración hace referencia al piadoso rey Ezequías, el cual enfermó de muerte sin haber dejado un heredero al trono de Israel. Cuando el Rey se enteró por boca del profeta Isaías que moriría pronto, a causa de una enfermedad grave que padecía, se humilló ante Dios y lloró con profundo dolor y súplica, diciendo: “Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro” (2 Rey. 20:3). En respuesta a su oración, y conforme al premeditado consejo de Dios, el Señor lo sanó. Y su débil salud recibió la fuerza suficiente para vivir 15 años más, y engendrar a Manasés, quien le sucedería en el trono, y a través del cual vendría el linaje de Cristo. Ezequías ejercitó su fe en Dios y confió en que él es misericordioso y poderoso para cumplir su voluntad en avanzar el Reino. Él no tenía fuerzas para engendrar un hijo que fuera rey en Israel pero, por medio de la fe, recibió la fortaleza necesaria para vivir y cumplir con lo que consideraba necesario para avanzar el Reino de Dios en el mundo. Por la fe en el poder de Dios pudo decir con el hagiógrafo “Diga el débil fuerte soy” (Joel 3:10). El apóstol Pablo fue uno de los que, a pesar de la debilidad de su cuerpo, recibió la fuerza necesaria para convertirse en uno de los más grandes misioneros de la historia de la iglesia. Su fe en Cristo le fortaleció y a pesar de estas debilidades, cobró fuerza en el Señor para llevar el evangelio a muchos lugares. A causa de su fe pudo decir: “…sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1 Cor. 1:27). El apóstol comprendió que el vigor de la fe no depende de la salud del cuerpo ya que cuando somos conscientes de nuestra debilidad, y acudimos a Dios buscando su fortaleza, entonces recibiremos la fuerza para cumplir con su santo propósito. El secreto de la fortaleza del cristiano está en mantener una conciencia de su debilidad: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10). “El problema es que a medida que envejecemos la mayoría de nosotros somos cada vez más independientes y autosuficientes. La verdad es 137

que el cristiano más avanzado en edad no tiene más fuerzas en sí mismo que la que tenía cuando era un niño en Cristo”102. “Que por fe… se hicieron fuertes en batalla”. Los héroes de la fe no se dejaron intimidar por el poder y el número de sus enemigos. Ellos no se dejaron desalentar por las grandes probabilidades que obraban en su contra y se negaron a retroceder en un espíritu de cobardía. A pesar del número y la fortaleza de sus enemigos entraron en batalla campal y fueron victoriosos, no por su propia fuerza sino por el poder del Señor que obra a través de la fe. Sansón, como ya hemos visto en estudios anteriores, se enfrentó él solo a muchos hombres a la vez, y los venció no por la fuerza propia sino por el poder de Dios. Gedeón enfrentó y venció con sólo 300 hombres a un numeroso y poderoso ejército únicamente por la fe en la Palabra de Dios que le había sido dada. David se enfrentó al gigante en batalla, siendo sólo un débil muchacho, porque él había entendido por medio de la fe, así como su amigo Jonatán, que “…no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos” (1 Sam. 14:6). Cuando la iglesia del primer siglo tuvo que enfrentarse al feroz ataque de los jefes de los judíos, enemigos de Cristo, no retrocedieron cobardemente sino que decidieron enfrentar esta situación de adversidad, no confiados en el poder humano sino en el que viene de lo alto. Ellos oraron pidiendo valor para enfrentar esta batalla: “Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hch. 4:29). Como respuesta a esta confesión de debilidad y búsqueda de la fortaleza del Señor, el poder de Dios vino sobre ellos: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch. 4:31). “Que por fe… pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. La fe condujo a los creyentes a creer que Dios los libraría de la invasión y del ataque de los que no tienen parte dentro del pueblo del Señor. Cuando Josué tuvo que enfrentarse con los ejércitos de los amorreos, que pretendían invadir las tierras conquistadas, su fe se fortaleció con la palabra del Señor que le dijo: “No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti” (Jos. 10:8). Josué actuó con fe en la Palabra de Dios y salió en guerra contra el ejército extranjero, pero él pudo ver que Dios mismo actuó a favor del pueblo de Israel peleando por ellos en esta batalla: “Y Jehová los llenó de consternación delante de Israel, y los hirió con gran mortandad en Gabaón… y mientras iban huyendo de los israelitas…, Jehová arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos…, y fueron más los que murieron por las piedras del granizo, que los que los hijos de Israel mataron a espada” (Josué 10:10-11). La batalla de la fe es ganada no por los que parecen grandes y fuertes sino por el poder de Dios que obra en su pequeño y atribulado pueblo. Este remanente, aunque parezca un insignificante gusano, será usado para extender el Reino de Cristo en todo el mundo combatiendo la falsa doctrina, la inmoralidad reinante y el olvido del verdadero Dios, que se han generalizado por todo el mundo: “No temas gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo” (Is. 41:14-15). El camino de la fe está invadido por muchos conflictos con ejércitos extranjeros. El mundo y Satanás procuran ver nuestra derrota espiritual y trabajan día y noche para combatirnos. Pero, a pesar de la crueldad de los ataques, el cristiano se mantiene en pie y vence al mundo, a Satanás y a su propia carne, sólo mediante la fe en el poder de Dios. La razón principal por la cual algunos creyentes experimentan poca victoria en la guerra espiritual es porque no ejercitan la fe. La Iglesia, hoy en día, también debe enfrentar fieros ejércitos enemigos que tratan de introducirse en nuestros terrenos para causar mayor daño; pero no podemos enfrentarlos con 102

Pink, Arthur. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm En: enero 26 de 2012

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nuestras fuerzas, o con nuestro mero conocimiento académico, sino con el poder de Dios que nos es dado a través de la fe. Recibiremos ese poder que nos alienta para combatir el error doctrinal, la permisividad moral, el liberalismo teológico y toda práctica contraria a los claros postulados de la Palabra de Dios. Aplicaciones - Una de las conquistas más sobresalientes de la fe, que suele pasarse por alto, es la capacidad de sacar fuerzas de debilidad, es decir, ser fortalecido con poder. Pero el poder de Dios no podrá verse obrar en nuestras vidas, a menos que primero reconozcamos nuestra debilidad, porque sólo cuando nos reconocemos débiles e incapaces podremos confiar exclusivamente en el poder del Señor. Es en este punto cuando el poder del Señor nos es infundido. Hermano, de seguro que en tu vida cristiana estás enfrentándote con gigantes que tratan de aplastarte para que no sigas confiando en Cristo; a lo mejor un pecado particular está dañando tu vida de santidad, o grandes obstáculos se atraviesan en tu peregrinar hacia la santa Sión. Recuerda que tu fuerza es ninguna para enfrentar estos numerosos ejércitos. Reconoce ante el Señor tu total incapacidad y suplica sus muchas misericordias como el rey Ezequías, porque cuando reconoces tu debilidad entonces el poder del Señor obrará maravillosamente en tu vida concediéndote la victoria. No seas soberbio, no seas altivo luchando en tus propias fuerzas pues, “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). No olvides que el reconocimiento de nuestra debilidad es el comienzo de nuestra fortaleza. Dios está atento a su pueblo, que depende solamente de él, y no los abandonará; por eso la Palabra dice: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová (es decir, los que reconocen su propia debilidad) tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Is. 40:29-31). - ¿Cómo está tu servicio a Cristo? ¿No estás haciendo nada porque crees que estás lleno de mucha debilidad y crees que eres incapaz de servirle efectivamente? No estás equivocado cuando crees que eres incapaz, realmente lo somos. No podemos hacer nada para el avance del Reino de Cristo por nosotros mismos. Debemos decir como el apóstol Pablo “… aunque nada soy” (2 Cor. 12:11). Nada somos, pero al Señor le place usar a lo que es considerado como nada para extender su reino en el mundo “Jael, miembro del , dio muerte a Sísara con una estaca de la tienda (Jue 4:21). Gedeón empleó unos frágiles cántaros de barro en la derrota de los madianitas (Jue. 7:20). Sansón utilizó la quijada de un asno para dar muerte a mil filisteos (Jue. 15:15). Todos ellos ilustran la verdad de que Dios ha escogido las cosas débiles de este mundo para avergonzar a las fuertes (1 Cor. 1:27)”103. Somos débiles en nosotros mismos pero, cuando seamos investidos del poder de lo alto, haremos hazañas portentosas para el avance del reino de Cristo, como las que hicieron los débiles apóstoles de Cristo, los cuales, luego de ser revestidos del Espíritu Santo así como Sansón, recibieron la fuerza para combatir el ejército enemigo de Satanás, entrar en sus terrenos y conquistar miles de almas para el imparable reino de Dios (Lc. 24:49).

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MacDonald, William. Comentario bíblico. Página 1008

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Victorias y padecimientos de la fe (Sexta parte) (Heb. 11:32-38) Introducción 1. Victoriosos en la confrontación 2. Victoriosos sobre la muerte 3. Victoriosos en la mejor resurrección Cuando hablamos del tema de la fe pensamos, por lo general, en aquellos grandes y satisfactorios logros que se alcanzan mediante la fe en Dios y en Su Palabra. Por la fe Enoc caminó con Dios y no vio la muerte sino que ascendió directamente a la presencia de Dios. Por la fe Noé construyó un Arca y se salvó de la inundación del diluvio. Por la fe Moisés logró sacar al pueblo de Dios de la esclavitud egipcia y los condujo hasta las puertas de la tierra prometida. Por la fe Gedeón y otros jueces lograron conquistar la tierra de Canaán. Por la fe Daniel fue librado de morir en las fauces demoledoras de hambrientos leones. Por la fe muchos fueron librados de serios y reales peligros. Estos son frutos victoriosos de la fe y no sólo caracterizaron a algunos personajes bíblicos sino que también se pueden ver en muchos de nosotros aún hoy. No obstante, el autor de la carta a los Hebreos no sólo quiere resaltar los logros agradables o exitosos de la fe, sino que también nos quiere llevar a considerar que los frutos más loables, o el punto culmen o cumbre de la fe, es cuando ella lleva al creyente a confiar plenamente en Dios al pasar por el sufrimiento y el valle de la muerte. Hoy veremos que el punto máximo de la fe, al cual debemos aspirar todos, no es cuando somos capaces de conquistar reinos y vencer enemigos sino cuando hemos logrado doblegar nuestros gozos, intereses y el bienestar personal. Es cuando somos capaces de soportar pacientemente, y sin protestar, la angustia y el sufrimiento que a Dios le place poner en nuestras vidas, por la causa de Cristo. 140

En este aparte veremos el poder de la fe para sustentar el alma en medio de los sufrimientos y de las aflicciones más agudas, que sobrepasan lo que pensamos puede ser soportado por la mente y el cuerpo humano. Los creyentes a los cuales se escribe esta carta son confortados al ver cómo Dios obra en sus hijos amados a través de la historia, concediéndoles muchas victorias sólo a través de la fe, de esa fe que persevera hasta el fin. Pero, es posible que algunos creyentes se hayan dicho así mismos: -Eso está bien, ya hemos entendido que a través de la fe podemos conquistar reinos, destruir enemigos y hacer proezas para el avance del reino de Dios, pero, eso no es lo que estamos viendo nosotros. No hemos conquistado nada y no hemos sido librados de la espada, ni de los enemigos del evangelio. Todo lo contrario, somos perseguidos, despojados, y algunos están en la cárcel, otros han muerto o están a punto de morir. No estamos viendo los frutos de la fe en nosotros. ¿Será que tenemos poca fe? ¿Será que no hemos aprendido las técnicas para activar una fe poderosa que nos conceda todo lo que necesitamos para ser vencedores en este mundo? ¿Será que algo está fallando en nuestra teología, o estamos en pecados tan graves que la fe se ha vuelto infructuosa?-. Pero no sólo los creyentes hebreos necesitaban la fortaleza de su débil fe, a través de los ejemplos de victoria y sufrimientos que caracterizaron a los héroes de la fe en el Antiguo Testamento, sino que muchos creyentes hoy en día estamos atravesando diversas adversidades y dificultades por causa de seguir a Cristo: Algunos sufrimos burlas por parte de los incrédulos porque no nos identificamos con su sistema de valores, otros somos criticados y despreciados por otros creyentes porque tomamos en serio las doctrinas bíblicas, algunos mas son rechazados por su familia debido a que siguen a Cristo. Todos los verdaderos creyentes necesitamos fortalecer nuestra fe pues, indefectiblemente, sufriremos diversas clases de persecución por causa del nombre de Cristo: Pablo confortó a los creyentes “…confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22). Todo pastor y predicador tiene la inmensa responsabilidad de advertir a sus oyentes que la verdadera fe, el verdadero evangelio, siempre trae consigo muchos sufrimientos. Es una falacia predicar de Cristo prometiendo sólo gozos y alegrías porque, si bien es cierto que la reconciliación con Dios, el saber que nuestros pecados han sido perdonados y que ahora Dios nos ve como si nunca hubiésemos pecado, todo esto trae consuelo y paz sin igual a nuestra alma. Sin embargo, el evangelio siempre trae consigo muchos sufrimientos y por esa razón Jesús nos enseñó a “calcular el costo” de seguirlo a él (Luc. 14:28). Las pruebas, persecuciones y adversidades son parte normal del evangelio: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese” (1 P. 4:12). El Señor Jesús habló abierta y claramente acerca de los sufrimientos como parte normal de la vida cristiana, él no ocultó esta verdad sino que dio a conocer, de manera insistente, lo que iba a suceder con los que quisieran seguirlo; él afirmó que no admitiría en las filas de sus discípulos a los que se niegan a tomar su cruz, ni a los que no tienen la intención de someterse a los sufrimientos por amor a Él y al evangelio. Jesús no engañó a nadie con hermosas promesas de un transitar suave y fácil a través del desierto de este mundo. Grandes pruebas y aflicciones caracterizan el camino de la fe. Si el Salvador los encontró, entonces “…bástale al discípulo ser como su maestro” (Mt. 10:25). Pero los creyentes no sólo atraviesan el valle del dolor, por causa de Cristo, sino que ejercitan la fe cultivando la paciencia que les permite soportar la aflicción con valentía. La fe es una gracia que atrae desde el cielo la bendición necesaria para el creyente y, por lo tanto, ella le permite estar firme tanto en la noche de la adversidad como en el día de la prosperidad. La fe es un principio que gobierna al alma gracias a la nueva creación que ha obrado el Espíritu Santo en el creyente. La fe no sólo da energías a su poseedor para llevar a cabo hazañas, sino que también le permite levantar la cabeza sobre las aguas oscuras cuando las inundaciones amenazan con ahogarlo. La fe del cristiano es suficiente para enfrentar el peligro con calma, y para continuar firme en el servicio a Cristo frente a los más angustiosos presentimientos. La fe le concede al creyente una firmeza de propósito, un valor noble y una mente tranquila frente a cualquier clase de sufrimiento. La fe hace que los justos sean valientes como un león y les ayuda a no retractarse de seguir a Cristo, aunque la tortura horrible y el martirio sean la única alternativa. 141

“Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección”. Aunque pareciera que esta declaración forma parte de la sección de las victorias de la fe, mencionadas en el verso 34, considero que es una frase transitoria entre las dos categorías, porque estas creyentes sufrieron el duelo de aquel que despide de este mundo a sus seres queridos, antes de recibir a sus amados mediante la resurrección. Indudablemente esta declaración hace referencia a los casos de la viuda de Sarepta y de la mujer sunamita. En el primer caso, la mujer era una extranjera a quien la gracia del Señor quiso bendecir mediante la presencia del profeta Elías, el cual fue enviado por Dios para llevar la gracia del evangelio a esta pobre viuda, y bendecirla en su necesidad material, porque hubo hambre en toda la tierra que rodea a Israel debido a una fuerte sequía, y la gente moría de hambre, literalmente. El poder de Dios obró de tal manera que el aceite y la harina, únicos alimentos en la cocina de la viuda, no escasearon sino que Dios los multiplicó de una manera milagrosa durante todo el tiempo que duró la sequía. A pesar de la gran bendición recibida de Dios a través del profeta, el hijo de la viuda enfermó gravemente y murió. La mujer extranjera comprendió, tal vez influenciada por la teología del profeta, que la muerte de su hijo se debía a sus múltiples pecados; y vino a Elías, tal vez en un acto de fe, esperando que Dios tuviera misericordia de ella. La Biblia nos dice que el profeta también se angustió y tomó al niño aparte, y oró al Señor diciendo: “Jehová, Dios mío, ¿Aún a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo?” (1 Rey. 17:20). Luego, Elías “…se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió” (1 Rey. 17:21-22). La fe del profeta le condujo a clamar al Señor esperando que el poder divino le devolviera la vida al muchacho. La viuda había sido muy benévola con el profeta de Dios pues, cuando sólo le quedaba un poco de harina y de aceite para preparar un pan y comerlo con su hijo, y luego dejarse morir de hambre, ella mostró su amor con el Señor preparando el único pan con la poca harina y darlo al profeta. Dios recompensó la confianza que ella tuvo en el Señor, concediéndole la resurrección de su hijo. La viuda sufrió la pérdida de su hijo, pues había muerto, pero luego tuvo el gozo de recibirlo de la muerte a la vida, y todo por el poder de Dios que obra a través de la fe perseverante: “Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres el varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 Rey. 17:23-24). El otro caso de una mujer que recibió de la muerte a su hijo es la sunamita. Ella también mostró gran solicitud en servir al profeta de Dios, al punto de construir un aposento para que él estuviera cómodo cuando pasara por Sunem. El profeta bendijo a esta piadosa mujer de Israel y oró al Señor para que le concediera un hijo, pues ella era estéril y su marido era anciano. Cuando el niño creció también enfermó gravemente y murió en el regazo de su madre. El dolor de esta madre debió ser muy grande, pues era su único hijo concedido en la vejez de su esposo. En su angustia ella recordó al siervo del Señor y le buscó, en un acto de fe, para que rogara al Señor por la salud de su hijo muerto. El profeta Eliseo acudió al llamado de esta piadosa y generosa mujer, oró por el niño, y el alma regresó a su cuerpo: “Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: Toma tu hijo” (2 Rey. 4:33-36). La fe de Eliseo y la fe de la sunamita les permitió ver la resurrección del muchacho; el poder del Señor obró poderosamente haciendo lo que es opuesto al orden natural, que luego que el alma ha salido del cuerpo, cuando sus funciones vitales han cesado y se descompone, y el alma se va a su destino eterno, de donde no regresará más sino en el día de la resurrección final para juicio o para vida eterna; aún así lo recibieron con vida. Estos dos casos notables demuestran que no hay nada demasiado difícil para la fe cuando se actúa de acuerdo con la voluntad revelada de Dios. En un sentido aplicativo para nosotros hoy, recibir a los muertos mediante resurrección lo podemos relacionar con lo que el Señor dice en Apocalipsis 3:2 “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están 142

para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios”. A través del Espíritu la fe busca revivir aquellas gracias que están languideciendo en nosotros. La fe confía en el poder resucitador de Dios, el cual puede avivar la vida espiritual que está en decadencia en algunos de nosotros. En muchas ocasiones nuestro fervor espiritual se enfría, la santidad llega a un punto bastante bajo, el amor mengua, y las otras virtudes cristianas se debilitan al punto de parecer muertas. A través de la fe perseverante el Espíritu de Dios puede ayudarnos a escuchar y a obedecer la palabra poderosa y vivificadora del Señor que nos dice: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14). “Más otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección”. Es interesante anotar que la palabra griega traducida por “atormentados” significa literalmente “estirados”, y esto hace referencia al instrumento de tortura que usaron algunos imperios para castigar o asesinar a aquellos que eran considerados sus enemigos; este instrumento también es conocido como el “potro del tormento”. “Se presume que consistía en una gran rueda sobre la cual eran extendidas las víctimas. Entonces se les golpeaba hasta que morían”104. Es probable que el autor de la carta a los Hebreos, aprovechando el fresco conocimiento que tenían sus lectores de la historia intertestamentaria, narrada en los libros apócrifos de la versión griega del Antiguo Testamento, estuviera refiriéndose a algunos mártires macabeos. En el libro 2 de los Macabeos se cuenta la historia de un valiente hombre llamado Eleazar, un anciano de casi 90 años, el cual fue puesto en el potro del tormento, y fue golpeado y torturado hasta morir. Este creyente pudo mantenerse firme en la fe a pesar de las dolorosas consecuencias que esta fidelidad a su Señor le estaba causando. Él pudo decir: “El Señor, que posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios dolores, pero en mi alma lo sufro con gusto por temor a él” (2 Macabeos 6:30). De la misma manera, una madre y sus siete hijos fueron torturados por el rey Antíoco Epífanes, uno tras otro, pues ninguno de ellos apostató de la fe confiando en la resurrección para la vida eterna. Aunque la doctrina de la resurrección de los muertos para vida eterna no es una doctrina muy clara en el Antiguo Testamento, unos siglos antes de la primera venida de Cristo a la tierra, los judíos empezaron a estructurar esta doctrina y a creer que al final de los tiempos se daría la resurrección de todos los muertos, algunos para vida eterna y otros para condenación. Marta, la hermana de Lázaro, expresó creer en esta doctrina cuando, frente a la tumba donde reposaba el inerte cuerpo de su hermano, ella le dijo al Señor: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero” (Jn. 11:24). Los profetas, las mujeres creyentes, los hijos de la fe, los apóstoles, los reformadores, los primeros misioneros en las tierras paganas, y todos los que sufrieron la muerte, aunque algunos de ellos pudieron librarse de la misma si abdicaban de su fe en Cristo o no proclamaban fielmente el mensaje del evangelio salvador, no estuvieron dispuestos a abandonar a su Señor; antes bien, ellos fueron conducidos por el Espíritu de Dios a demostrar la valentía de la fe llevándola al punto más alto posible, soportando en su cuerpo el tormento del sufrimiento físico, con tal de no desagradar a su Señor. Todos estos mártires de la fe cristiana comprendieron la gran verdad que escribiera el apóstol Pablo: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si lo negáremos, él también nos negará” (2 Tim. 2:11-12). Aplicaciones - Cuando la fe no es ejercitada el corazón se ocupa con las cosas que se ven, con las cosas temporales; en consecuencia, el mal humor y el resentimiento se presentan constantemente frente a los sufrimientos y adversidades. Cuando la fe no es ejercitada somos tentados a abrigar pensamientos duros contra Dios y a decir: “El Señor me ha abandonado, se ha olvidado de mí”. Más cuando el Espíritu Santo nos renueva en el hombre interior, y la fe se activa de nuevo, las adversidades y sufrimientos tienen una apariencia distinta, y en vez de irnos contra Dios decimos como el salmista: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 42:5). 104

Kistemaker, Simon. Comentario a Hebreos.

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- A la soberana voluntad de Dios pertenece por completo el ordenar y disponer las condiciones externas que su iglesia pasa en la tierra de nuestra peregrinación. Los tiempos de prosperidad y los de adversidad son regulados por su santa mente de acuerdo con lo que Él considere sea lo mejor; son intercambiables, como el día y la noche, el verano o el invierno, las épocas de paz y seguridad, y las épocas de persecución y peligro. Pero Dios no actúa arbitrariamente, él siempre sabe lo que es mejor para nosotros. Hay épocas de triunfo y de prosperidad que luego son seguidas de épocas de adversidad, porque Dios no quiere que nuestros corazones se llenen de grosura y vana confianza sino que, de tanto en tanto, nos quita nuestra comodidad para que recordemos siempre que vivimos y somos sólo por él. Sea lo que sea, la fe perseverante, la fe salvadora, conduce al creyente a confiar en Dios y en el evangelio. La fe necesita ser probada para afirmarse en nuestros corazones, de manera que la fe que sufre es mayor que la fe presuntuosa de los que creen que todo será un camino de prosperidad y tranquilidad. Cuando la fe del creyente alcanza este punto cumbre, ella puede afirmar: “…aunque él me matare, en él esperaré” (Job. 13:15). Nuestro autor dice que ellos “…no aceptaron el rescate”. Es decir, ante estos héroes de la fe se presentaban dos alternativas: Ser desleal a su Señor y Salvador o soportar el sufrimiento más atroz. Algunos de ellos fueron estimulados para abdicar de Cristo y, a cambio, no sólo serían librados de la muerte en el potro del tormento sino que recibirían honores, riquezas y gloria. En esta prueba para la fe los creyentes demostraron que no tenían en ninguna estima la comodidad de sus cuerpos, sino que su interés estaba centrado en la salvación de sus almas y en la comunión eterna con Dios. Estos hombres y mujeres tenían pasiones semejantes a las nuestras, sus cuerpos y su carne era tan sensible al dolor como lo son los nuestros pero, era tal el interés en sus almas, que no prestaron atención a los razonamientos de los hombres con el fin de convencerles de que morir por Cristo era una tontería. El autor quiere enseñarnos que la fe salvadora, aquella que se apropia de Cristo, se caracteriza por desestimar cualquier comodidad física o terrena, si esta requiere el abandono de Cristo o la falta de total compromiso con él y con su santo evangelio. Sólo los que logran aborrecer sus propias vidas alcanzarán la dicha eterna de la comunión y el gozo con Dios, pues este es un indicador de la fe salvadora, de la fe que recibe la gracia del perdón.

Victorias y padecimientos de la fe (Séptima parte) (Heb. 11:32-38) Introducción La fe, para ser verdadera fe, debe tener la certeza de lo que espera y la convicción de lo que no ve. Como hemos dicho antes, la fe no se mueve en el terreno de lo visible, lo tangible o lo recibido, sino en el reino de lo espiritual, lo intangible, lo no recibido, de lo contrario no sería fe. En muchas ocasiones la fe nos permite ver lo que ella anhela, pero casi siempre es probada en el terreno de la esperanza en medio de la adversidad. 144

El autor de la carta a los Hebreos está interesado en enseñarle a sus lectores cristianos que no deben claudicar de su fe sólo porque están padeciendo persecución, ya que cientos y miles de fieles creyentes tuvieron los mismos padecimientos antes que ellos. Ahora, los padecimientos de la fe no son todos iguales, porque a cada uno le es dada su porción de prueba. En los versos 35 al 37 hay una diversidad de sufrimientos para una diversidad de creyentes. Dice el autor que unos experimentaron una clase de sufrimientos y otros de otra clase, pero de todos se puede decir: “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Is. 48:10). Hoy aprenderemos que la fe, la cual es posesión verdadera solamente de los que caminan con Dios y obedecen su palabra, convierte a su poseedor en un enemigo del mundo y por lo tanto, en sujeto de persecución y afrenta por parte de este sistema. También comprenderemos lo que Pablo expresara de la siguiente manera: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12), o la profunda exclamación del salmista “Pero por causa de ti nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero” (Sal. 44:22). La enseñanza del capítulo 11 de la carta a los Hebreos es de gran relevancia para el mundo evangélico de hoy, cuando se está popularizando la idea de que los creyentes, al ser constituidos hijos del Rey del universo, deben llevar vidas caracterizadas por la comodidad, la riqueza material, la excelente salud física y el ocupar altos cargos gubernamentales. Pero estas ideas son vanas, falsas, extraídas de la manipulación y descontextualización de algunos pasajes bíblicos. Esta carta a los Hebreos describe la verdadera fe como aquella que permanece en el creyente así deba enfrentar la más grande adversidad en medio de un mundo hostil al evangelio; que la verdadera fe no se caracteriza por la prosperidad y comodidad material, sino por soportar la afrenta y la persecución que provienen, necesariamente, de un mundo enemigo de Cristo y de su pueblo. Revisemos cada una de las clases de persecución que la fe sufre y soporta por amor a Cristo: “Otros experimentaron vituperios y azotes” (v. 36). Muchos creyentes fueron exhibidos públicamente en las fiestas de los dioses paganos como un trofeo de burla para los impíos. Sansón fue humillado públicamente en las fiestas del dios Dagón, así como muchos cristianos fueron torturados, y usados como antorchas humanas para iluminar las abyectas y viles fiestas nocturnas de los emperadores y de la alta sociedad romana. Bien pudiéramos poner en boca de muchos de los profetas y mártires el lamento de Jeremías “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí” (Jer. 20:7) Jeremías fue azotado dos veces (Jer. 20:1) como consecuencia de mantenerse firme en la Palabra de Dios y de confrontar los corazones pecaminosos de los gobernantes judíos, anunciando el inminente juicio que vendría sobre el idólatra pueblo de Judá. Los apóstoles de Cristo, que no llevaban vidas de lujo y comodidad como los apóstoles modernos falsos, y que no hablaban un evangelio endulzado por las lisonjas de perversas e interesadas intenciones materialistas, anunciaron el evangelio de Cristo a pesar de la fuerte oposición que les hacían los judíos y en especial los líderes religiosos, quienes pusieron a algunos de ellos en la cárcel; y también les azotaron, no por ser malhechores, sino por atreverse a proclamar el mensaje de redención en Cristo. Los jefes de los judíos los conminaron a cesar de proclamar la Palabra del Señor, más ellos, como todo verdadero creyente, tenían la mirada puesta en el galardón que recibirán los que permanecen fieles al Señor; y decidieron continuar proclamando la Palabra, así esto les costara nuevos azotes, cárceles, o hasta la misma muerte, y dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29). “Y a más de esto prisiones y cárceles” (v. 36). Otros creyentes soportaron la ignominiosa cárcel como consecuencia de vivir en fe: José fue enviado a la cárcel debido a las falsas acusaciones de la inmoral esposa de Potifar, quien no soportó que un joven varón rechazara sus insinuaciones sexuales, debido que a este era un hombre de fe (Gén. 39:12:23). El profeta Jeremías fue enviado a las dolorosas y humillantes mazmorras porque habló la Palabra del Señor, sin endulzarla con las mentiras de profecías inventadas por mentes hábiles para engañar a los incautos, sino que anunció al rey Sedequías la destrucción que vendría sobre Jerusalén, como consecuencia de haber engordado su corazón con las riquezas materiales y la vana confianza que producen 145

los tiempos de mucha tranquilidad; más ellos no quisieron escuchar la Palabra de Dios, y anduvieron en pos de profecías falsas y pacíficas que anunciaban tranquilidad y prosperidad. Más como todos los profetas bíblicos, Jeremías anunció las consecuencias de tan nefasto olvido del Señor, a pesar de que esto le costó que lo enviaran injustamente a la cárcel y luego lo echaran dentro de una profunda y oscura cisterna, llena de un pestilente lodo en el cual parte de su cuerpo se hundía (Jer. 37 y 38). Tal fue el sufrimiento por mantenerse firme en la fe, pero los siervos del Señor no desmayaron sino que pusieron toda su confianza en Dios, aún en medio de la más cruel persecución. Otro profeta que fue enviado a la cárcel por mantenerse fiel a la Palabra del Señor fue Micaías, quien anunció al malvado rey Acab que moriría en la guerra, y que gran destrucción vendría sobre el pueblo de Judá en manos de sus enemigos, como consecuencia de su reinante idolatría. Es interesante notar la diferencia entre la fe de los verdaderos siervos del Señor y la fe falsa de los falsos creyentes. El rey Acab era conocido por su gran maldad de manera que los profetas le temían. Cuando él iba a salir a la guerra consultó a los profetas qué le podían pronosticar, y la mayoría de ellos le anunciaron buenos augurios y una contundente victoria. Pero cuando él envió a un mensajero para que consultara al profeta Micaías, el emisario le advirtió al profeta que hablara de la misma manera que el resto de profetas, es decir, que le anunciara al rey cosas buenas y pacíficas, pues así libraría su vida de aflicciones: “He aquí que las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra conforme a la palabra de algunos de ellos, y anuncia también buen éxito” (1 Re. 22:13). Pero la respuesta de un verdadero hombre de fe siempre será la misma: “Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare eso diré” (22:14). El profeta habló la confrontadora y nada halagadora Palabra del Señor y en consecuencia fue enviado a la cárcel. “Fueron apedreados” (v. 36). Una tradición judía dice que Jeremías murió en Egipto, apedreado a manos de los judíos, los cuales se enardecieron al no soportar la confrontación que les hacía el profeta por causa de la idolatría que ellos practicaban. Jesús acusó a Jerusalén de matar a los profetas y apedrear a los que le eran enviados (Luc. 13:34). Casi siempre la mayor parte del pueblo visible, que se hace llamar del Señor, no soporta la doctrina bíblica y rechaza a los pastores cuando estos hablan la verdad de la Palabra, sin tapujos y sin endulzar lo que debe ser confrontador. Zacarías, el hijo del piadoso sacerdote Joiada, fue lleno del Espíritu Santo en tiempos del rey Joás, y proclamó sin temor la Palabra confrontadora del Señor, diciendo: “¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, él también os abandonará” (2 Cr. 24:20). Más los gobernantes y el pueblo, en vez de humillarse ante la Palabra de Dios, se rebelaron contra el profeta y conspiraron contra él “…y por mandato del rey lo apedrearon hasta matarlo, en el patio de la casa de Jehová” (2 Cr. 24:21). ¿Por qué eran apedreados los profetas? Por la fe, es la respuesta del autor de Hebreos. La Fe nos lleva a ser fieles a la Palabra del Señor, de manera que siempre somos leales a su mensaje, tanto en la vivencia de nuestra vida como en la proclamación de la misma. El hombre de fe teme al Señor y no hace que su Palabra sea dulce cuando debe ser amarga. El hombre de fe se caracteriza por ser confrontado con la Ley del Señor y por confrontar a los demás con ella. Más los que tienen una fe falsa no tienen temor del Señor, y por lo tanto tergiversan el mensaje divino para hacerlo agradable a los oídos de los oyentes incautos y humanistas. Con razón el apóstol Pablo defendió el ministerio de los verdaderos apóstoles frente a los falsos ministros diciendo: “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Cor. 2:17). El evangelista Esteban murió lapidado por los judíos de su tiempo debido a que fue capaz de confrontarlos con la Palabra del Señor, y los acusó de ser rebeldes al evangelio y a Dios: “!Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis” (Hch. 7:51-53). Más el pueblo no está interesado en escuchar esta clase de predicación sino en aquello que agrade sus oídos, que satisfaga su creciente hedonismo y no mortifique sus pecados, por lo tanto “Oyendo estas 146

cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él… se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon” (Hch. 7:54, 57-58). “Aserrados”. El profeta Isaías fue aserrado durante el reinado de Manasés. “El apócrifo llamado Ascención de Isaías que registra la muerte del profeta…relata la forma en que Isaías, para evitar la maldad reinante en Jerusalén bajo Manasés, dejó la capital para ir a Belén y luego huyó a la zona montañosa. Allí fue tomado y aserrado en dos con una sierra de madera; antes de morir mandó a sus discípulos que escaparan de la persecución yéndose a Fenicia, , dijo, (cap. 5:13)”105. “…puestos a prueba”. Algo más grande que una sencilla prueba es lo que el autor de la carta ha descrito de los sufrimientos y terribles padecimientos de la fe, por lo tanto, ¿Qué razón tiene el autor para incluir esta declaración en medio de esta descripción? Algunos comentaristas bíblicos arguyen que la palabra original en este texto debía ser “estrangulados” y no, “puestos a prueba”. Sea como fuere, lo cierto es que el autor de la carta quiere enseñar a sus lectores que la verdadera fe siempre es probada, aún por terribles tormentos físicos. “La fe en Dios no lleva en sí ninguna garantía de comodidad en este mundo: Esta fue sin duda una de las lecciones que nuestro autor deseaba que sus lectores aprendieran. Pero sí lleva consigo “el galardón” en el único mundo que finalmente importa”106. La vida cristiana está marcada por las pruebas que conlleva el vivir en santidad. El hacer el bien es nuestro deber y placer pero, cuando hacemos la voluntad de Dios, el mundo se vuelca en contra de nosotros. Al mundo no le agrada que vivamos en santidad, por eso nos causan sufrimiento. Escuchemos la exhortación de Pedro: “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente… Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 P. 2:19, 20-21). “…muertos a filo de espada”. (v. 36). En el verso 34, nuestro hagiógrafo dijo que por la fe algunos creyentes evitaron el filo de la espada, pero otros, en cambio, también por la misma fe, fueron muertos a filo de espada. Creo que es importante detenernos un poco en este asunto porque en nuestros tiempos, caracterizados por el pobre estudio de las Sagradas Escriturales, donde las personas toman versículos bíblicos aislados, a su antojo y capricho, para armar doctrinas que satisfagan sus deseos y anhelos; además cuando leen algunos pasajes de las Sagradas Escrituras, que contienen preciosas promesas, llegan a la conclusión de que a través de la fe ellos pueden ser librados de todas las enfermedades, todos los problemas, toda clase de persecución, toda clase de sufrimiento, entre otros. En tal caso ellos utilizan pasajes como: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13); “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt. 21:22); “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17:20). Si nosotros sólo tomamos estos pasajes y nos olvidamos del resto de las Sagradas Escrituras, incluso del contexto inmediato en el cual fueron dichos, entonces concluiremos que somos casi dioses que, teniendo fe, podemos hacer lo que queramos y nada adverso nos sucederá. Pero estos y todos los textos de las Sagradas Escrituras deben ser sopesados y balanceados a la luz del resto de la Biblia, con el fin de tener la interpretación correcta y no llegar a conclusiones desbalanceadas y por lo tanto, falsas. La fe es un poderoso instrumento que el Señor utiliza, a través de nosotros, para avanzar Su reino y para hacer proezas y maravillas en su nombre; pero la fe siempre está sujeta a la voluntad decretiva de Dios, no puede estar más allá de lo que Dios desea hacer a través de nosotros. Por medio de la fe el Señor libró a muchos de la espada del enemigo, porque así se avanzaba el reino; mientras que a otros, por la misma fe, les permitió morir como mártires atravesados por la espada enemiga, porque así también se avanzaba su reino. 105

Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 344

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Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 346

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El verdadero cristiano pone su confianza sólo en el poder y en la voluntad de Dios; sabe que Dios es poderoso para hacer lo que él desea, y con esa convicción presenta ante él sus peticiones, pero siempre pedirá conforme Jesús nos enseñó a orar: “Hágase tu voluntad” (Mt. 6:10); “…pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22:42). Es falsedad de toda falsedad afirmar, como suelen decir algunos cristianos mal enseñados, que la voluntad de Dios es hacer todo lo que “yo” deseo por la fe. Por ejemplo, algunas personas se atreven a afirmar que la voluntad de Dios es que ellas se sanen de una enfermedad, o que vayan y hagan un negocio en el cual les va a ir bien; pero la Biblia es clara en decirnos que nosotros no podemos hablar así de aquellas cosas en las cuales la Palabra no nos da una promesa absoluta para todos los creyentes; escuchemos lo que nos dice Santiago: “!Vamos ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana (pues, sólo Dios lo sabe). Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala; y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:13-17). Muchos profetas murieron atravesados por la espada asesina de los enemigos de la fe: Ochenta y cinco sacerdotes, que ayudaron a David cuando era perseguido por el rey Saúl, fueron muertos por la espada de Doeg, principal siervo del malvado rey (1 Sam. 22:18). También una buena parte de los profetas del Señor fueron muertos a espada por el idólatra rey Acab, sólo Elías, y unos pocos profetas, lograron escapar de la muerte, “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:10). “Anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras” (v. 37). Algunos profetas usaron esta rústica vestimenta. Es muy probable que el manto usado por Elías fuera de cuero de oveja, pues, “la Septuaginta dice en II R. 2:8, 13, (manto). Según lo que parece, los profetas llevaron tales vestimentas, y los falsos profetas lo imitaban para poder lograr mayor crédito. . Zac. 13:4. “Un cuero peludo” tiene la Septuaginta, sin duda refiriéndose a los de cabra. Por lo general se trataba de una vestidura para la parte superior, pero, en los casos aludidos por el Apóstol, las pieles de ovejas y las de cabras parecen haber sido la única ropa”107. Ahora, esta clase de vestido no era meramente una forma extraña de mostrar humildad, sino que contenía un mensaje profético para el pueblo: El mensaje del arrepentimiento. El vestido áspero era un símbolo del arrepentimiento interno que debe caracterizar al pueblo de Dios. Con esa vestimenta, los profetas estaban llamando constantemente al pueblo al arrepentimiento: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Y Juan estaba vestido de pelo de camello (Mt. 3:1, 2, 4). Aplicaciones - Hemos visto que la verdadera fe no siempre nos libra de la persecución o del daño que nos puedan causar los enemigos del reino de Dios. Hemos visto que los grandes héroes de la fe no sólo fueron aquellos que ganaron batallas, recibieron milagros de resurrección, fueron librados de la espada o taparon bocas de leones; también, y tal vez con más renombre, se deben incluir aquellos fieles profetas del Señor que dieron sus vidas por la causa del evangelio, que no se atemorizaron ante la adversidad que les vendría por causa de su fe en el Dios que nos revela Jesús, y que recibieron la fuerza para enfrentar al cruel enemigo, entregando sus vidas al tormento, con el fin de glorificar a Dios proclamando su Palabra. No importa la lucha que enfrentes por causa de Cristo, ni cuánto te cueste mantenerte fiel a los principios de las Sagradas Escrituras; así tengamos que dar nuestra vida, sabemos que somos de él, y en la vida o en la 107

Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 618 y 619

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muerte somos del Señor, él cuida de nosotros y nos mantendrá siempre unidos a él. El verdadero creyente no claudica de la fe cuando se enfrenta con las duras pruebas, sino que puede decir confiado con el apóstol Pablo “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo, somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:35-39). Concluyo con la hermosa declaración que hace de estos pasajes el comentario bíblico Beacon: “La verdadera fe descansa en la integridad de Dios cuando las cosas están yendo peor en lugar de mejor. La prueba suprema de todo es el momento de agonía cuando sabemos que Dios podría librarnos si quisiera, y no lo hace; cuando el látigo azota, la cárcel encierra, la sierra desgarra la tierna carne – y Dios lo permite. La fe de buen tiempo pronto se desvanece ante los embates de tales tempestades que sacuden el alma. Si la fe es pertinente sólo cuando se es feliz y próspero en este mundo, es una débil e inútil muleta de egoísta mundanalidad. La verdadera fe cristiana, por contraste, halla su mayor triunfo, no en las hazañas visibles, sino en una tranquila confianza y serenidad cuando no hay circunstancias alentadoras. La fe más brillante es la que brilla cuando el bien se ha desvanecido, cuando el mal está entronizado, y la vida parece completamente irracional”108.

Paradoja de la fe (Octava parte) (Heb. 11:37-40) Introducción 108

Tylor, Richard. Comentario bíblico Beacon. Página 155

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Para muchas personas que han seguido este estudio de la fe perseverante ha sido de gran impacto el conocer las marcas de la verdadera fe, las cuales distan mucho de parecerse a lo que en nuestro siglo XXI se llama fe. Aunque la fe nos permite conquistar victorias y hacer proezas para el Reino de Dios, el punto culmen de la misma, y al cual el autor de la carta a los Hebreos le dedica bastante espacio, es cuando ella tiene la capacidad de sufrir por Cristo. Una buena parte de la cristiandad de nuestro siglo se ha vuelto amante de sí misma, buscando la gloria mundana, el éxito carnal y las comodidades terrenas. Ellos desean cultivar una fe que les permita abrazar al mundo y aferrarse a las cosas perecederas de él; pero ya hemos visto que eso no es fe, no es la fe que persevera hasta el fin, ni es la fe que alcanza las verdaderas promesas que nos trae el evangelio. En la última sección del capítulo 11, el autor de la carta a los hebreos nos ha subido a las glorias más sublimes de la fe, a la que todos los creyentes deben anhelar llegar, a la cúspide de la fuerza robusta de la fe, la cual se manifiesta cuando ella nos hace identificarnos con los sufrimientos de Cristo, así como dijo Pedro: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1 Ped. 4:1214). El punto más elevado de la fe es cuando ella nos conduce a entregarnos sin reserva alguna a Cristo, a su evangelio y a su reino, cuando lo más importante para nosotros es la gloria de Cristo y de su evangelio, así esto nos cueste la propia vida: “…el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:39). Pero, alguien se preguntará ¿Cómo hacer para que nos vengan sufrimientos por causa de Cristo? Bueno, no tenemos que buscar en las calles dónde encontrar a alguien que nos quiera causar sufrimiento, pues, no se trata de eso. El sufrimiento de la fe viene de manera natural cuando nosotros somos fieles a la Palabra de Dios; ya lo hemos aprendido a través del testimonio de los profetas bíblicos. Si no estamos sufriendo por Cristo, y si el mundo no nos desprecia, es porque poco estamos manifestando en nuestras vidas el carácter de Cristo. Si no tenemos adversidades por nuestra fe cristiana es porque nos hemos amoldado tanto al pensamiento del mundo, que casi no nos diferenciamos de él. Los profetas sufrieron porque ellos no se volvieron pluralistas o relativistas en cuanto a la fe, sino que anunciaron el arrepentimiento y la fe en Jesucristo como el único medio de salvación. Ellos no eran tan diplomáticos como lo somos hoy día cuando manifestamos una diplomacia que raya en el pecado. La verdadera fe, cuando se vuelve robusta, abraza con tanta fuerza a Cristo que él y su evangelio se convierten en lo más importante de nuestra vida, de manera que por doquier estamos exhalando el olor fragante del evangelio, lo cual desagrada al hombre impío. Es en ese momento cuando el mundo y la falsa cristiandad se lanzan en ristre contra el creyente y contra Cristo. Pero cuando somos ultrajados por los enemigos de la cruz de Cristo no desmayamos, ni abandonamos a Cristo; cuando la fe es verdadera se afirma aún más y prosigue en exhalar con más fuerza el olor del evangelio: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6-7). Los verdaderos siervos de Cristo serán odiados por el mundo, y esa es la razón por la cual “…otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (v. 36-38). Estos hombres de fe sufrieron terribles tormentos por parte del mundo incrédulo, porque la fe se aferra a las promesas eternas, las cuales se esperan pero no se ven. Ellos trabajaron hasta la muerte por obtener lo que es el premio de la fe pero lo sorprendente, y que parece una contradicción, es que a pesar de todo no recibieron lo prometido en esta vida.

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Veremos entonces la contradicción de la fe: Que ella nos permite tener la plena certeza de lo que esperamos y la convicción de lo que no vemos, al punto de dar nuestra vida por la causa del evangelio, pero sin recibir lo prometido en esta vida terrena. “Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (v. 39) “Todos estos” incluye a todos los héroes de la fe mencionados en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos aunque, indudablemente, también incluye a todos los hombres, mujeres y niños de fe que vivieron en tiempos del Antiguo Testamento, conocidos y no conocidos. Pero, implícitamente, excluye a todos los que no fueron de fe; aquí no pueden ser incluidos Caín, Esaú ni Ismael, ni ningún incrédulo. “…aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe”, Es decir, fueron aprobados por Dios a causa de su fe (como ya lo dijo el verso 2). Dios fue honrado por todos estos ya que no dudaron en confiar en él, y creyeron en sus promesas, aun en contra de la adversidad que se oponía a lo que esperaban. Ellos perseveraban confiados en que Dios cumpliría sus promesas, y actuaron conforme a Su palabra; por eso han recibido un sello de aprobación y Dios se complace en tenerlos como sus hijos. La fe es el único medio a través del cual somos aprobados por Dios, todo lo que sea contrario o diferente a ella sólo traerá la desaprobación divina. “…no recibieron lo prometido”. Esta declaración pareciera contradecir lo que ya el autor nos dijo en los primeros versos de la carta, pues muchos de los héroes de la fe recibieron el cumplimiento de algunas de las promesas de Dios; pero no hay contradicción ya que el autor de la carta quiere enseñarles, a los sufrientes creyentes hebreos, que el principal objeto de nuestra fe no son las promesas de cosas temporales, sino que ella apunta a Cristo. Ella espera a Cristo y él es lo que espera, anhela y desea recibir. En el Antiguo Testamento los héroes de la fe no se esforzaron tanto por recibir las promesas temporales, sino por ver el cumplimiento de la promesa eterna, es decir, a Cristo. Ellos entregaron sus vidas y decidieron abandonarlo todo sólo porque querían a Cristo; pero ellos lo vieron sólo a través de sombras. Por eso dice nuestro autor que ellos no recibieron lo prometido. La promesa de promesas es que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, la misma simiente de Abraham a través de la cual serían benditas todas las familias de la tierra, y esta simiente es Cristo (Gál. 3:16). “…proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (v. 40). Lo mejor que Dios ha preparado para nosotros, los creyentes en el Nuevo Testamento, es la manifestación de Cristo. Ya el autor ha usado muchas veces en su carta la palabra “mejor”: - “estamos persuadidos de cosas mejores y que pertenecen a la salvación” (6:9) - “la introducción de una mejor esperanza” (7:19) - “un mejor pacto” (7:22) - “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (8:6) - “pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos” (9:23) - “sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos” (10:34) Así que lo mejor para nosotros es la nueva dispensación introducida por el perfeccionamiento de todas las cosas a través de Cristo. Los antiguos creyentes sólo pudieron saludarlo a lo lejos mientras que nosotros ya lo tenemos; ellos tenían fragmentos de la revelación, y ahora nosotros la tenemos de manera completa. Jesús expresó esta gran verdad diciendo “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Mt. 13:16-17). Ahora todos los creyentes participamos de la perfección que trajo Cristo: “Pero ahora la promesa ha sido cumplida; la era del nuevo pacto ha amanecido; el Cristo, cuyo día anhelaban, ha venido y por su ofrenda de sí mismo y su ministerio sumosacerdotal en la presencia de Dios, ha obtenido la perfección para ellos y para nosotros”109.

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Bruce, F.F. La epístola a los hebreos. Página 347

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Pero los creyentes del Antiguo Testamento no están aislados de nosotros, ellos y los creyentes del Nuevo Testamento estamos ciertamente unidos en la misma iglesia. Compartimos con ellos la misma fe en Cristo y ahora todos tenemos acceso al Trono de la Gracia sin restricción alguna. Algunos amados hermanos creen que el autor de la carta afirma, en este versículo, que los cristianos hemos recibido cosas que los creyentes del Antiguo Testamento no recibieron, y se refieren a la vida eterna, a la regeneración, a la presencia del Espíritu Santo, entre otros, pero esta es una incorrecta interpretación del texto y es un vistazo nublado de la Biblia. La razón es que todos los creyentes, de todos los tiempos, han gozado de la regeneración, de lo contrario no habrían podido ser personas de fe, ni contar con la presencia del Espíritu Santo, quien les preserva en santificación y, obviamente, no habrían recibido la vida eterna, la cual se concede a todos los que ponen su fe en Cristo; y los antiguos creyentes la pusieron en él a través de la promesa y de las sombras que apuntaban al Mesías. El pueblo santo del Antiguo Testamento y el pueblo del Nuevo Testamento son uno sólo. Formamos parte de una sola iglesia y, a través de Cristo, los judíos creyentes de todos los tiempos han sido unidos con los gentiles creyentes de todas las épocas (Leer Efesios 2:11-22). Aunque hablamos del Antiguo Pacto y del Nuevo Pacto, esto no significa que haya dos pactos de redención, porque los dos son aspectos progresivos del único pacto eterno de redención. Este pacto de salvación es como una flor, que en el Antiguo Testamento se encuentra en la etapa de un capullo que poco a poco va abriéndose en la historia bíblica, y que llega a convertirse en una flor completa con la obra de Cristo en el Nuevo Testamento; es una sola flor pero en etapa de desarrollo. En el Antiguo Testamento tenemos el tipo y la sombra, y en el Nuevo tenemos el antitipo y la sustancia. “El cristianismo no es más que el pleno desarrollo de lo que existía en épocas anteriores, o una magnífica ejemplificación de las verdades que entonces fueron reveladas”110. El expositor bautista Arthur Pink explica las diferencias, pero también la unidad, que existen entre el Antiguo y el Nuevo Pacto, comparándolos con los partidos políticos que gobiernan a muchas naciones. En casi todas las naciones democráticas hay dos partidos políticos fuertes que gobiernan alternativamente sobre una nación. Hay muchas diferencias entre los gobernantes que asumen la presidencia de un país, dependiendo del partido político al que pertenezcan; pero a pesar de estas diferencias hay algo superior que los une, que no cambia, y esto es la constitución política, ella se mantiene firme independientemente del partido político. Entre la era mosaica y el cristianismo hay muchas diferencias en detalles incidentales, pero el gobierno de Dios siempre es el mismo. Ambos pactos son regidos por los principios morales de gracia y justicia, misericordia y verdad, justicia y fidelidad. Ambos pactos están regidos por el único pacto eterno de redención. Por lo tanto, en ambos pactos los verdaderos creyentes están unidos inseparablemente por la fe en Cristo, a través del cual y cumplido el tiempo, se perfeccionó la unión de todos en la Iglesia, que es el Israel espiritual. Ahora, los verdaderos creyentes, tanto de Israel como de los gentiles, sólo están unidos en Cristo. No estamos unidos con todos los que se llaman judíos porque, así como no todos los que son miembros visibles de la iglesia son realmente creyentes, no todos los descendientes en la carne de Abraham son verdaderos hijos de Dios (Jn. 8:37-44). Pero la pregunta que surge ahora es ¿Si los santos del Antiguo y los del Nuevo Testamento forman un solo pueblo, están cobijados por el mismo Pacto de Gracia, y ellos como nosotros recibieron los beneficios de la obra de Cristo, por qué el autor de la carta afirma que Dios proveyó para nosotros una cosa mejor? Bueno, en primer lugar, él está diciendo que ahora los creyentes tenemos una visión más clara del pacto eterno de redención. Los creyentes del Antiguo Pacto vieron a Cristo a través de sombras (tipos y promesas) y creyeron en él, pero ahora nosotros lo vemos claramente en el cumplimiento y en la realización de dichas promesas. En segundo lugar, ahora hay una base más amplia en la cual descansa nuestra fe; los antiguos buscaban a un Cristo que había de venir y que quitaría definitivamente sus pecados, pero ahora nosotros creemos en un Cristo que vino y que quitó nuestros pecados. En tercer lugar, los creyentes antiguos eran como niños, que necesitaban tutores, pero ahora hemos alcanzado la mayoría 110

Pink, Arthur. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_082.htmExtraido en Marzo 24 de 2012

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de edad (Gál. 4:1-7). En cuarto lugar, ahora hay un flujo más amplio de la gracia de Dios, ya no se limita a un remanente elegido en una nación sino que alcanza a su pueblo escogido entre todas las naciones. Los creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamentos hemos sido perfeccionados por el mismo sacrificio y hemos sido justificados por la misma justicia, la cual se manifestó en la venida en carne del Hijo de Dios. Ahora, hay una lección que el autor de la carta quiere darles a sus lectores relacionada con el mantenerse firmes en la fe. Si los creyentes en el Antiguo Testamento, con un fragmento de la revelación del evangelio, pudieron hacer las proezas que hicieron y dieron sus propias vidas por el reino de Dios, cuánto más nosotros, los creyentes del Nuevo Testamento, deberíamos ser gigantes de la fe dándolo todo por nuestro Señor, ya que ahora no tenemos un fragmento sino la revelación completa. “… si aquellos sobre quienes la luz de la gracia no resplandecía aún con tan intenso fulgor, demostraron una constancia tan grande al sobrellevar los males, ¿Qué no debería producir en nosotros la luz meridiana del evangelio? Si una pequeña chispa de luz los condujo a ellos hasta el cielo; ahora que el sol de justicia brilla sobre nosotros ¿Con qué pretexto podemos disculparnos si todavía nos apegamos a la tierra?”111 Aplicaciones - ¿Cómo está tu obediencia a Cristo? No olvides que tenemos como padres a muchos héroes de la fe que dieron sus vidas completas por la causa de Cristo, aunque no lo pudieron ver plenamente sino sólo a través de sombras. Si eso hicieron los que nos precedieron en la fe, entonces nuestra obediencia debe ser mayor ya que ahora tenemos una revelación completa de Cristo. Si en tiempos de la Ley los creyentes fueron aprobados al ser pacientes frente a la adversidad de vivir para Cristo, seremos acusados de gran ingratitud si ahora, en el reino de Cristo y bajo su luz esplendorosa, manifestamos menos fe en él. Ahora tenemos una administración superior del pacto eterno de redención, ahora disfrutamos de medios de gracia superiores a los que tenían los héroes de la fe del Antiguo Testamento. Ahora vemos las cosas más claramente. Aprovechemos esta gracia abundante para fortalecernos en Cristo y en el poder de su fuerza, de manera que perseveremos en la fe mostrando sus frutos en el arrepentimiento, la vida en santidad, el amor a Dios y al prójimo, la lucha guerrera para avanzar el reino de Cristo y un trabajo constante para que en todo el mundo brille la gloria de Dios.

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Calvino, Juan. Epístola a los hebreos. Página 263

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La carrera del cristiano Hebreos 12:1 Introducción Este pasaje nos presenta: 1. Una carrera que todo cristiano debe correr 2. Obstáculos que todo cristiano debe superar 3. Una gracia que todo cristiano debe cultivar: La paciencia 4. Un estímulo que a todo cristiano debe animar “Por tanto”, nos pone en relación con la última parte del capítulo 10, en la cual el autor de la carta exhortó a sus lectores para que miraran las terribles consecuencias eternas que vendrán sobre los apóstatas, los que desechan de manera consciente a Cristo, y les animó a continuar con paciencia el caminar de la fe: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (v. 35-36). Este caminar constante y progresivo de la fe es el que caracteriza a los salvos, es decir, a los que perseveran hasta el fin, y el autor de la carta está convencido que los lectores dubitativos originales de su epístola son “…de los que tienen fe para preservación del alma” (v. 39). Todo el capítulo 11 fue una ilustración de esta fe que persevera hasta el fin, a través de testimonios tomados de los creyentes en el Antiguo Testamento. Ahora, en el capítulo 12, regresa al tema que traía en el 10 y continúa con sus aplicaciones prácticas, deducidas de todo lo que enseñó sobre la superioridad de Cristo en los capítulos previos de la carta. Si Cristo es superior a todo el sistema religioso del Antiguo Testamento, si su sacrificio en la cruz abrió una mejor fuente de perdón, y su sangre purifica y hace perfectos para siempre a los santificados, si su ministerio sumosacerdotal es más efectivo y eterno, si ahora él reina como sacerdote intercesor en el mismo trono y templo de Dios, entonces, no debemos escatimar esfuerzo alguno por proseguir en el camino de la fe, y en vez de considerar el abandonar al cristianismo, afirmémonos más y más en él. Si los creyentes judíos en el Antiguo Testamento lucharon incasablemente por proseguir en la fe en Cristo, entonces sigamos nuestro caminar sin titubear, puestos los ojos en Jesús, el único camino que nos lleva realmente a Dios. 1. Una carrera que todo cristiano debe correr. “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (v. 1). En el siglo I de nuestra era las competencias atléticas eran muy comunes; y nuestro autor toma estas competencias como ilustración para animar a sus lectores a continuar adelante en la carrera cristiana. Los cristianos somos comparados en la Biblia como atletas que están en una carrera o en una pelea, de la cual se espera que seamos los ganadores y que recibamos la corona de la victoria: “Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón” (Sal. 119:32) 154

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la vedad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura…” (1 Cor. 9:24-26) “…Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14) “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Tim. 4:7). Muchos cristianos creen que la vida de fe consiste en simplemente profesar algunas doctrinas, asistir al culto del domingo, y disfrutar cómodamente de la salvación. Pero esto dista mucho de lo que la Biblia dice. El camino de la fe está lleno de retos, es como una competencia atlética donde asumimos el compromiso de ganar la carrera. Pero no se puede ganar la competencia sin ejercitarse, sin llevar una vida disciplinada, y sin tener la actitud correcta. Un atleta que no se levanta de su cama todos los días, temprano, para salir a entrenar, que come mucha grasa y alimentos que lo engordarán, que no toma suficiente agua, que no dedica bastante tiempo a la preparación física y mental, en la carrera sufrirá muchas caídas y es posible que no logre la victoria. Un atleta que anhela ganar la competencia no tomará largos períodos de descanso en medio de la misma, sino que, una vez empezó la carrera, avanzará siempre hacia adelante; y cuando siente que las fuerzas se le agotan, mirará hacia el premio, escuchará las voces de ánimo de sus amigos, y acudirá a los últimos alientos que le quedan para impulsarse nuevamente y proseguir, porque quiere ser el mejor, quiere ganar la carrera, de lo contrario no recibirá la corona de laureles. Si los cristianos no vemos así la vida cristiana entonces estamos perdiendo el tiempo, ya que no es verdaderamente cristiano aquel que no entró en la competencia, y no es verdadero cristiano el que no anhela la corona que se le da al vencedor. El verdadero cristiano sabe que debe correr la carrera, pero no de cualquier manera sino como aquel que sabe que no se acepta llegar en segundo lugar. Como dice Arthur Pink: “Temo que en este tiempo, en el cual se odia el trabajo, y se es amante del placer, no mantengamos este aspecto de la verdad lo suficientemente delante de nosotros: Nos tomamos las cosas demasiado apacible y tranquilamente. La acusación que Dios trajo sobre el Israel de la antigüedad, puede ser aplicada en gran medida a la cristiandad de hoy día: (Amós 6:1). Estar a es lo puesto de correr la carrera”112. La carrera cristiana comienza con el nuevo nacimiento y sólo termina cuando partamos de este mundo. El premio que recibiremos es la gloria celestial y el camino por correr es nuestro transitar por la vida terrena. “La pista está por delante, señalada en la Palabra. Las normas que deben observarse, el camino que ha de ser recorrido, las dificultades que deben superarse, los peligros que deben evitarse, la fuente y el secreto de la fuerza, todo está claramente revelado en las Sagradas Escrituras. Si perdemos, la culpa es enteramente nuestra. Si ganamos, la gloria le pertenece sólo a Dios”113. En esta carrera no competimos contra los otros creyentes, sino que cada cristiano la corre luchando contra competidores que tratan de atajarlo y demorarlo en su correr. Contra nuestra carrera soplan fuertes vendavales: La carne, el mundo y Satanás compiten contra nosotros y tratan de llevarnos la delantera para levantar polvo que afecte nuestros ojos, o hacernos zancadilla, o tornar el suelo resbaladizo. Sólo podemos avanzar en la carrera con intenso esfuerzo, pero no podemos darnos el placer de esperar a que la tormenta pase, pues estos enemigos tomarán la delantera y tornarán cada vez más difícil el avanzar hacia la meta.

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Pink, Arthur. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htmExtraido el 27 de Marzo de 2012. 113

Pink, Arthur. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htmExtraido el 27 de Marzo de 2012

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2. Obstáculos que todo cristiano debe superar. “…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”. Los atletas deben usar ropa muy ligera si desean correr con el fin de ganar; por lo general se usa un calzón corto y una camiseta sin mangas. Si los atletas usaran pantalones largos, o se pusieran otros atuendos pesados, sería para enredarse y caerse al piso. También los zapatos deben ser livianos; se trata de tener encima el menor peso posible. Despojarse de todo peso y del pecado que nos enreda significa que los cristianos renunciemos a esas cosas que impiden nuestro progreso espiritual, que luchemos con todas nuestras fuerzas para vencer y superar cualquier obstáculo que surja en nuestra carrera. Si tenemos cosas pesadas en nuestros bolsillos, nos vamos a desprender de ellas, porque en el camino nos perseguirán fieros lobos hambrientos, y escucharemos los rugidos de aquel que anda como león buscando a quien devorar. Este es un llamado a la mortificación diaria y diligente de todo aquello que daña la comunión con Cristo. Si queremos correr bien la senda de la fe, entonces debemos quitar de nosotros todas aquellas cosas ilegítimas que nos quitan tiempo para mantenernos en comunión con Dios. (“Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Tito 2:12). Esto no significa que vamos a dejar de hacer las cosas legítimas que Dios nos ordena hacer como parte de este mundo, ya que es necesario trabajar, estudiar, dedicar tiempo a la familia, entre otros; no obstante, si tenemos actitudes incorrectas, hasta las cosas legítimas pueden llegar a ser un obstáculo para la comunión con Dios. Ahora, el peso que estorba nuestro correr espiritual no hace referencia a las circunstancias adversas, falsas acusaciones que hacen los impíos contra nosotros, enfermedades, un cónyuge incrédulo que se opone a nuestro andar con Cristo, compañeros de trabajo que se burlan de nuestra fe; no, esas circunstancias, antes bien, debieran ayudarnos a correr con más diligencia. Estos son tratos providenciales del Señor con nosotros, que nos ayudan a ver que estamos en un mundo lleno de pecado, y que es nuestro deber brillar con la luz de Cristo. Hay muchos pesos que nos imponemos cuando nos amoldamos al mundo y a su sistema de valores. Por ejemplo, volvernos adictos a la moda, y querer vestir de acuerdo a las últimas tendencias que imponen los confeccionistas de fama mundial, es un peso que te impide dedicarte a lo más valioso para tu progreso espiritual. El tener que mantenerse actualizado con toda la información de farándula, noticias y últimas tecnologías que nos impone la televisión, el internet, el cine o la prensa, es un peso que roba fuerzas para mantenerte en comunión con Dios. Mantenerte en contacto diario con tus contactos a través de facebook, twiter y otras redes sociales, también es un peso que estorba la dedicación diaria a la carrera espiritual. Hablar demasiado con otras personas, al punto de caer en el chisme, la crítica insana y la murmuración, es un peso para nuestro crecimiento cristiano. Comer excesivamente también pesa en nuestra conciencia. En fin, el mundo cada día pone sobre nuestros hombros pesos que estorban nuestra carrera. El mandato del Espíritu Santo es: despójate de todas esas cosas. En conclusión podemos decir que “peso” hace referencia a todas las formas de falta de templanza o moderación al usar las cosas legítimas que Dios nos ha dado para que las disfrutemos. Pero debemos apresurarnos a poner el balance que nos permita equilibrar las cosas, porque tenemos la perversa tendencia a irnos a los extremos. No es pecado disfrutar de las cosas legítimas que Dios nos ha dado en este mundo. El cristianismo no aprueba el monasticismo ni el ascetismo, por el contrario, el apóstol Pablo afirma que Dios “…nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Tim. 6:17). Aunque el pecado más común es irnos a la laxitud, es decir, abusar del uso de las cosas legítimas, no obstante tampoco debemos irnos al extremo de las “abstenciones evangélicas” que nada tienen que ver con el pecado. Una evidencia de que estamos en la carrera cristiana es que algunas cosas que anteriormente no afectaban nuestra conciencia, ahora se nos convierten en una pesada carga. Muchos que se llaman cristianos nunca tienen cargos en su conciencia, y para ellos todo es legítimo. Es muy probable que, realmente, ellos aún no hayan empezado la carrera cristiana. Ellos no podrán decir como Pablo, “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8). Otra cosa de la cual debemos despojarnos es del pecado mismo. Es probable que el autor se refiera al pecado como fuente de maldad, como la corrupción que todavía llevamos dentro, o a los pecados que 156

todavía llevamos a cuestas. En ambos casos la exhortación es a “…hacer morir las obras de la carne” (Rom. 8:13). No podemos avanzar mucho si consentimos el pecado en nuestras vidas. El pecado es como una piedra o un costal muy pesado que llevamos a nuestras espaldas. Él siempre nos trata de aferrar al suelo, a la tierra, mientras que nuestro llamado es a correr, a ser livianos, a anhelar lo celestial. El pecado es como la ley de la gravedad que ejerce una fuerte presión para que estemos anclados en lo bajo; pero nuestra vocación es lo contrario, ascender hacia lo celestial. Mientras tengamos pecado en nuestras vidas, el imán de la tierra nos atraerá hacia ella. También el apóstol Pablo exhorta a los creyentes a despojarse del peso del pecado cuando dice: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1). O “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22). De la misma forma, Pedro insta a los creyentes para que se despojen del pecado que actúa en contra de nuestra alma: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P. 2:11). ¿De qué manera nos despojamos del pecado? ¿De qué manera nos despojamos de esa corrupción interna? El apóstol Pablo responde: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:11-13). El inicio del despojo de pecado se da cuando tenemos fe en la nueva posición que tenemos en Cristo. Ahora no somos esclavos del pecado, ni estamos muertos en él, sino que a través de Cristo hemos recibido la liberación del mismo y ahora estamos vivos para agradar a Dios. También nos despojamos del pecado cuando “…hacemos morir las obras de la carne” (Ro. 8:13), cuando buscamos la gracia que nos permita “…renunciar a la impiedad a los deseos mundanos” (Tito 2:12), a través de la confesión y del arrepentimiento “En que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13), y usando diligentemente los medios que la gracia nos concede para andar en una vida santa, “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gál. 5:16). 3. Una gracia que todo cristiano debe cultivar: “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” Aunque todos los verdaderos cristianos deben correr la carrera de la fe con esmero, ahínco, esfuerzo, sin cansancio ni desmayo, esto no significa que vamos a pretender llegar a la meta en un corto tiempo. Esta es una carrera que puede llegar a ser muy larga, y sólo terminará cuando se acabe nuestro último suspiro. Siendo que es una carrera para toda la vida, es decir, que durante muchos años vamos a estar corriendo, tratando de vencer los obstáculos, el peso y el pecado que nos enreda, luchando en contra de los vientos huracanados y evitando las zancadillas que nos ponen Satanás, el mundo y nuestra propia carne, entonces, algo que debe caracterizar este correr es la paciencia. No se trata de empezar, correr fuerte, y luego abandonar la lucha, como si fuera suficiente con el fatigado y esforzado correr de un tiempo. Es necesario llegar a la meta. Las semillas que se sembraron en las malas tierras de la parábola del sembrador son como los que fueron sembrados en pedregales y crecieron muy rápidamente, pero luego se mostró que no eran nacidos de nuevo porque murieron ahogados por las aflicciones y los sufrimientos de la vida cristiana. Pero la buena tierra, la que dio frutos espirituales, lo hizo con paciencia o perseverancia (Luc. 8:15). Ya el autor de Hebreos nos ha invitado a ser imitadores de los héroes de la fe, los cuales “por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Heb. 6:12). ¿De qué manera podremos cultivar la paciencia en nuestra carrera cristiana? Este será nuestro último punto. 4. Un estímulo que a todo cristiano debe animar. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos…”. 157

La paciencia que es necesario cultivar en la carrera cristiana se nutre con los testimonios de otras personas que nos han precedido en la misma carrera. Todo el capítulo 11 de la carta nos muestra el correr paciente de los creyentes en el Antiguo Testamento, que son como una nube de testigos. Ellos no desmayaron sino que, a pesar de los vientos adversos, se mantuvieron mirando el galardón y lucharon, incluso hasta entregar sus propias vidas por la causa de la fe. Ellos son testigos de que la fidelidad de Dios no falló, antes, por el contrario, fueron fortalecidos por el poder sobrenatural que inunda a todos los verdaderos creyentes, y así vencieron a sus enemigos, crecieron en santidad, y llegaron a la meta recibiendo el galardón prometido. La nube de testigos del Antiguo Testamento es ejemplo para nosotros de fe, obediencia y perseverancia. Cuando estamos desanimados para continuar en la lucha, entonces debemos recordar a los creyentes que nos han precedido, los cuales tuvieron peores conflictos que los nuestros; pero ellos se fortalecieron en Dios y lograron terminar la carrera. “Nosotros, los que todavía tenemos que caminar en el camino angosto que conduce a la gloria, somos animados e instruidos por la nube de testigos, la compañía de muchos millares de santos, que, en medio de las diversas circunstancias de sufrimiento y tentación, declararon que el justo vive por la fe, y que la fe es la victoria que ha vencido al mundo. Recordar a los hijos de Dios, cuyas vidas quedaron registradas para nuestra enseñanza y consuelo, nos anima y nos sentimos confirmados por la conciencia de que, a pesar de que eran pocos y débiles, extranjeros y peregrinos sobre la tierra, pertenecemos a un grande y poderoso ejército victorioso parte del cual ya ha entrado en la tierra de paz (Adolph Saphir)”114. Aplicaciones Cada cristiano tiene que decidir por sí mismo, a través del estudio honesto de las Sagradas Escrituras, y buscando con sinceridad la sabiduría de lo Alto, cuáles son los “pesos” que le impiden correr la carrera cristiana. Sin irnos a los extremos buscaremos aquellas cosas legítimas que estamos usando mal y que se constituyen en “pesos” para nuestro avanzar en la fe. Ir al cine no es pecado, tener facebook tampoco, ni ver televisión, o leer el periódico; ni tampoco es pecado comprar ropa a la moda (siempre y cuando la moda no esté en contra del pudor y el decoro con que debe vestir el cristiano) o consultar el internet, pero el uso intemperante de estos recursos se convierte en pesos que afectarán nuestra carrera cristiana.

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Pink, Arthur. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htm Marzo 29 de 2012

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Puestos los ojos en Jesús (primera parte) Hebreos 12:2 Introducción En el verso 1 aprendimos que todo verdadero cristiano se ha involucrado en una carrera que debe correrse con dedicación, entrega, esfuerzo, paciencia y, en especial, con el menos peso posible. El autor nos ha dejado ver que la vida cristiana no consiste en meras teorías o abstracciones doctrinales sino en una lucha por la obediencia, de manera que ganemos la carrera que tenemos por delante. Esta carrera o lucha debe ser regulada por las Sagradas Escrituras, es decir, no debemos esforzarnos en cosas que la Biblia no nos estipula, pues será un esfuerzo vano e infructuoso. El apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Colosas para que no gastaran sus fuerzas en cosas que, aunque parecían ser piadosas, no daban ningún fruto o rédito para la vida de fe y obediencia: “Tales cosas (preceptos, mandamientos y doctrinas de hombres) tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:23). Antes de estudiar el verso 2 del capítulo 12, en el cual se nos invita a mirar a Jesús como objetivo supremo de la vida de fe, es necesario observar el orden en el cual el autor de la carta nos presenta su enseñanza. Primero nos dice que para correr esta carrera es necesario despojarnos de un aspecto negativo, del peso y del pecado, para luego conducirnos al positivo, es decir, mirar a Jesús. Creo que aquí hay una enseñanza importante con respecto al orden que nos presentan las Sagradas Escrituras acerca de la vida cristiana, como se encuentra en muchos otros textos: Primero es necesario dar la espalda al mundo para que luego podamos volvernos al Señor, “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamiento, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7). Para seguir a Cristo primero es necesario negarnos a nosotros mismos, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame” (Mt. 16:24). Sólo después de despojarnos del viejo hombre es que podemos ser renovados para así vestirnos del nuevo, “… despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos 159

engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24). Debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos para después poder vivir en este mundo sobria, justa y piadosamente (Tito 2:12). Si queremos perfeccionar la santidad en el temor de Dios, es necesario antes limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu (2 Cor. 7:1). Si primero no quitamos la maleza del jardín, será vano cualquier esfuerzo de sembrar plantas y abonarlas. El Señor Jesús también enseñó sobre las consecuencias desastrosas para el alma que tienen los “pesos”, a los cuales él llama “espinas”, “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y se hace infructuosa” (Mt. 13:22). “Nuestro gusto por las cosas espirituales se apagará si estas cosas llenan y reinan en nuestros corazones, nuestra fuerza para llevar a cabo los deberes cristianos será minada, nuestras vidas serán infructuosas y nosotros seremos inútiles si el suelo de nuestro jardín está lleno de zarzas y malezas”115. En conclusión, el primer versículo nos ha mostrado la necesidad de despojarnos del peso y del pecado para poder correr con ligereza la carrera que tenemos por delante. Ahora en el verso 2, nuestro autor nos invita a mantener la mirada puesta en una sola cosa, en un solo objetivo, en un solo ejemplo: Jesús. Si queremos correr la vida cristiana de obediencia, y perseverar hasta el fin, es necesario que Jesús sea el objeto exclusivo de nuestra fe, pues él ya corrió esta carrera antes que nosotros y salió victorioso, recibiendo el premio y sentándose en el lugar más encumbrado de la fe, donde nos espera para que nos sentemos con él. “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (v. 2). Analizaremos este verso, de acuerdo a la siguiente estructura: 1. El objeto de la fe: “puestos los ojos en Jesús” 2. Cabeza y ejemplo de la fe: “el autor y consumador de la fe” 3. Motivación para el camino sufrido de la fe: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” 4. Premio y recompensa de la vida de fe “y se sentó a la diestra del trono de Dios” 1. El objeto de la fe. “…puestos los ojos en Jesús” Todo el capítulo 11 se ha enfocado en mostrar ejemplos de una vida o de una carrera de fe perseverante; todos estos personajes mencionados son encomiados, elogiados, por la confianza que depositaron en Dios y por la lucha que sostuvieron en virtud de esta fe, y por el premio o recompensa que les espera. No obstante, muy superior a todos estos héroes de la fe está el campeón de la misma, el máximo vencedor, el que corrió la carrera de la fe por sobre todos y salió triunfante, es decir, Jesús. La gloria de las victorias espirituales de todos los héroes de la fe palidece frente al eximio y supremo guerrero vencedor: Jesús, nuestro adalid. Jesús es el ejemplo culmen de la fe y es tan superior a los demás héroes, mencionados en la Biblia, que no se le pone junto con el resto de personajes del capítulo 11 sino aparte, mostrando así que él es superior a todos. Los escritores bíblicos no coinciden en su forma de apreciar a Jesús con los modernos “maestros de la religión y la espiritualidad ecuménica”, los cuales ven en Cristo a un gran maestro similar a otros que se hicieron llamar así (Buda, Confucio, Mahoma, etc), sino que para los escritores bíblicos Jesús es único, lo máximo, incomparable, exclusivo. Él no sólo es el más grande y perfecto ejemplo de una vida de fe, sino que es también el objeto de la fe de todos los creyentes. “Si una de las condiciones para correr la carrera de la fe es dejar de mirar a lo que rodea o asedia, o también en otra acepción a aquello que distrae, la exhortación establece la solicitud del creyente en cuanto a la orientación de su visión: La aparta del

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Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.Descargado de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_084.htm En abril 19 de 2012

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entorno para fijarla en la meta que es Cristo mismo. El cristiano corre en la vida de fe para encontrarse finalmente en la meta con Jesús”116. En nuestra carrera de fe encontraremos muchas distracciones, no sólo en relación con el pecado y con los atractivos mundanales, sino también en cuanto al dolor, el sufrimiento y la adversidad. Pero la enseñanza del autor sagrado es clara: No debemos poner la mirada ni en las distracciones del peso y del pecado, ni en los sufrimientos, tormentas o adversidades. El buen atleta tiene su mirada puesta en la meta, en el premio, en el galardón. Cuando debe enfrentar cualquier obstáculo, por muy formidable que sea, logra superarlo porque él se mantiene mirando a lo lejos, a la meta, es decir, a Cristo. Jesús y sólo Jesús debe ser nuestro objetivo final, nuestra meta, nuestro incentivo para seguir luchando la vida de fe. Si tenemos otro propósito para nuestra vida cristiana entonces estamos desenfocados y pronto el desánimo nos destrozará. Jesús es superior a los otros ejemplos de fe porque todos los héroes mencionados en el capítulo 11 corrieron y ganaron, ya que se caracterizaron por una sólo cosa importante: Se sostuvieron como viendo al invisible (v. 27) que se encarnó, y estuvo visible para los creyentes del siglo primero, pero que ahora nuevamente es visto solo a través de los ojos de la fe. Ellos se sostuvieron viendo a Jesús, como el objetivo de la fe. Si la mirada expectante no está puesta sólo en Jesús, entonces fracasaremos muy pronto pues seremos decepcionados por los líderes cristianos que tomamos como modelo a seguir. Los que ponen la mirada en el resto de creyentes que también adelantan la misma carrera, y que se enfrascan en los fracasos, debilidades y caídas de los demás, dejando de mirar exclusivamente a Jesús, experimentan gran lentitud en su crecimiento espiritual. “Este mirar a Jesús constituye el ejemplo supremo en la vida de la fe, del que no se puede desviar la atención si se desea alcanzar la victoria, porque todo creyente es “más que vencedor” por medio de Él (Ro. 8:37). El secreto del triunfo se alcanza sólo en la vinculación con Cristo, “Más a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Co. 2:14). La advertencia del Señor también es firme: “Separados de mí, nada podéis hacer” (Jn. 5:15). No importa cuál sea el discurrir de la senda en la carrera de la fe, si el creyente descansa firmemente en Jesús y vive la vida de Él por medio de la fe, siempre tiene a disposición los recursos para una vida victoriosa, pudiendo decir como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13)”117. Cuando el pastor cae, miramos a Jesús. Cuando el diácono cae, miramos a Jesús. Cuando nosotros mismos caemos, miramos a Jesús. Cuando la tormenta arrecia, miramos a Jesús. Cuando el mundo se vuelca contra nosotros, miramos a Jesús. Nada hay más glorioso y que conforte al alma en medio del paso por el desierto de este mundo que poner la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe. 2. Cabeza y ejemplo de la fe: “el autor y consumador de la fe” Debemos mirar a Jesús porque él no sólo es nuestra meta o nuestro premio, sino que él es nuestro ejemplo. Él no sólo es el camino por donde debemos correr la vida de fe, sino que él mismo corrió la carrera y la ganó. Miramos a Jesús cuando vemos sus pisadas que quedaron marcadas en la senda, mostrándonos por dónde debemos andar; de allí que el apóstol Pedro nos exhorte diciendo que Cristo padeció: “…dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 P. 2:21). Cuando el autor de la carta, ahora en el verso 2, nos invita a poner la mirada en Jesús, no está descalificando a los héroes de la fe del capítulo 11 como ejemplos a imitar, pero si está diciendo que ningún otro hombre pudo alcanzar la dimensión absoluta de Jesús como ejemplo de una obediencia perfecta. Jesús “va adelante en la carrera cristiana, abriendo el camino para correrla y mostrando el modo de hacerlo. Es Jesús el que fue adelante abriendo y marcando el camino de la vida de fe, dejando ejemplo

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personal a Sus seguidores e imprimiendo en el camino del mundo las huellas personales de sus pisadas, esto es, de su propia experiencia como hombre”118. Es claro que el autor está hablando de la naturaleza humana de Cristo en el nombre que usa para referirse a él: Jesús. Ya no le llama Hijo de Dios, sino, simplemente Jesús. Este nombre identifica la humanidad que asumió la Segunda persona de la Trinidad. Jesús caminó por la vida terrena en su naturaleza humana: Nació, creció, padeció hambre y sed, sufrió de los mismos vejámenes que caracterizan la vida humana, fue despreciado, tentado, puesto a prueba, y murió la muerte más cruel e ignominiosa de que se podía morir en su tiempo: Ser crucificado, más nunca pecó. Él nos dio ejemplo con su vida de lo que es caminar exitosamente la vida de fe. Por lo tanto, Dios lo ha constituido en el modelo a seguir por todos los creyentes, siendo a la misma vez el camino y la meta (1 P. 2:21). “Un constante mirar a la gloria de Cristo reavivará y hará que nuestra vida espiritual florezca y prospere… Cuanto más contemplamos la gloria de Cristo por la fe, más espiritual y más celestial será el estado de nuestras almas. La razón por la que la vida en nuestras almas decae, es porque llenamos nuestras mentes de otras cosas… Pero cuando la mente se llena con pensamientos de Cristo y de Su gloria, esas otras cosas serán expulsadas… Así es como nuestra vida espiritual es reavivada”119. Los expertos en griego bíblico afirman que la palabra griega usada aquí para “autor” (ton archëgon), realmente significa “el que está a la cabeza, el líder, el pionero”. El mismo sentido de la palabra archëgon se encuentra en el versículo 2:10 “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor (capitán) de la salvación de ellos”; o en Hechos 3:15 “Y matasteis al Autor (al Príncipe) de la vida”. En todos estos pasajes el sentido de la palabra es el “líder” o “jefe”, el que va con antelación a los que le siguen. Jesús es el que lidera la larga procesión de todos los hombres que han vivido una vida de fe, él es el gran modelo a imitar por todos los creyentes. Jesús es el capitán del equipo de los vencedores, y lo miramos a Él esperando siempre sus instrucciones y órdenes. Aunque parezca extraño, Jesús, en su calidad de hombre, vivió una vida de fe. Esto no significa que Dios tenga fe, como enseñan erróneamente los modernos proponentes de la mal llamada “teología de la fe”, pues Dios no tiene fe, ya que esto implicaría que sobre Dios hubiese un ser más grande y poderoso en el cual depositar su confianza, lo cual es una herejía. Pero Jesús, el hombre perfecto, quien se despojó de su gloria en los cielos para vivir la vida humana en su plenitud, y en esa condición de humillación dijo ser inferior al Padre (Jn. 14:28), necesitó vivir una vida de fe. “Caminó por la fe, buscando siempre al Padre. Habló y actuó en filial dependencia al Padre. Por la fe, él apartó la mirada de todos los desalientos, las dificultades y oposiciones, pues, había comprometido su causa con la del Señor que lo había enviado, con el Padre, cuya voluntad Él había venido a cumplir. Por la fe resistió y venció todas las tentaciones, así éstas procedieran de Satanás, de las falsas expectativas mesiánicas de Israel o de sus propios discípulos. Por la fe, él hizo señales y prodigios, en las cuales se simbolizaba el poder y el amor de la salvación de Dios. Antes de resucitar a Lázaro, en el poder de la fe, dio gracias a Dios de que lo oía todos los días. Y aquí se enseña la naturaleza de todos sus milagros: Confió en Dios. De su propia experiencia él pudo de decir: “Tened fe en Dios”120. Miremos a Jesús y veamos cómo vivió él la vida de fe. En primer lugar, fue una vida vivida en completa dependencia de Dios. Jesús experimentó en su transitar por este mundo lo que dijera Proverbios 3:5 y 6 “Fíate de Jehová de todo tu corazón,…reconócelo en todos tus caminos”. Nunca ningún hombre estuvo tan rendido a la voluntad de Dios como lo hizo Jesús. Él pudo decir de su propia experiencia de obediencia “Yo vivo por el Padre” (Jn. 6:57). Cuando fue tentado a convertir las piedras en pan para 118

Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 710

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Phillips, Richard. Hebrews.Reformed Expository Commentary.Página 533 (citando a John Owen)

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Pink, Arthur. An exposition of Hebrews. http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_084.htm

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satisfacer su agónica hambre, él pudo responder diciendo: “…no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Estaba tan seguro del amor y del cuidado de Dios hacia él que esperó en el Todopoderoso con plena confianza, sin vacilar. Su vida de fe fue tan manifiesta ante los hombres, que sus enemigos se burlaron de él diciendo “Se encomendó a Jehová, líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía” (Sal. 22:8). En segundo lugar, la vida de fe de Jesús se manifestó en la comunión con Dios. Nunca otra persona vivió en plena, profunda y total comunión con Dios el Padre. Jesús vivió toda su vida en la presencia del Padre. Jesús pudo decir con total seguridad: “A Jehová he puesto siempre delante de mí” (Sal. 16:8). Él estaba seguro de que la vida de fe consiste en hacer la voluntad del Padre y en mantener la comunión con él, por eso dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Jesús amaba estar en comunión con el Padre y no quiso vivir un segundo de su vida alejado de su presencia. Él reconoció al Todopoderoso creador como su Dios y desde los primeros días de su existencia terrena se entregó a él: “Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios” (Sal. 22:10). Esto no fue mera retórica, sino que en su vida práctica dependió completamente del Padre “Levantándose muy de mañana, siendo aun muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mr. 1:35). En tercer lugar, la vida de fe de Jesús se manifestó en su obediencia a la voluntad de Dios. Él sabía que “la fe obra por el amor” (Gál. 5:6), y también sabía que el amor se deleita en agradar al ser amado. La verdadera fe se alimenta con el amor obediente. La fe tiene un gran aprecio y respeto no sólo por las promesas de Dios, sino también por sus preceptos o mandamientos. La fe no sólo confía en Dios para el futuro, sino que también produce sometimiento a su voluntad en el presente. El hombre Jesús hacía todas las cosas con el fin de agradar al Padre “porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Desde niño entendió que la vida del hombre debe ser vivida para la gloria de Dios “¿No sabías que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49). Él vivió bajo el imperio de la Palabra de Dios, en todas las acciones de su vida, de allí que al final de sus días terrenales haya dicho: “…yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn. 15:10). El texto que estamos estudiando no sólo dice que Jesús es el autor o líder de la fe, sino que es su consumador, es decir, “es Jesús quien llena plenamente de contenido todas las demandas de la vida de fe, que no es otra cosa que una vida de obediente compromiso con Dios, haciendo Su voluntad. Jesús, por tanto, llevó la fe a la máxima expresión de compromiso, entregando su propia vida en obediencia a la disposición de Dios, para la que había sido enviado”121. Jesús, como consumador, es el que perfecciona la carrera de fe de los creyentes. Nuestros mejores esfuerzos no producirán un gran avance, en el camino de fe, si no fuera por la gracia fortalecedora que procede de Aquel que corrió la carrera antes que nosotros, pero que también es el Juez que recompensa y da los premios a los vencedores. Él “perfecciona redondeando, completando, supliendo todas las partes”122. A través de Jesús Dios hace su obra en nosotros, conduciéndola hasta la consumación final, como dice Pablo “…el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará (consumará) hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). La carrera de la fe comienza con Jesús cuando somos renacidos, y terminará en Él cuando seamos glorificados en su presencia. Jesús es el originador o líder y también el consumador de la fe porque él “…ha puesto sus fundamentos en nuestros corazones y a su debido tiempo llevará la fe a su consumación. Él puede hacer esto porque está capacitado para hacerlo, y lo hará porque es nuestro hermano (Heb. 12:11-12)”. Aplicación - Hermanos, no desmayemos en nuestra carrera cristiana. Hay peligros, sí. Hay tristezas, sí. Hay adversidad, sí. Hay caídas, sí. Pero nunca olvidemos que estas cosas no deben ser distractores, sino que nos mantenemos mirando a Jesús “…quien es al mismo tiempo la meta y el compañero de viaje, hacia el 121

Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 711

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Tylor, Richard. Comentario Beacon: Hebreos hasta Apocalipsis. Página 158

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Que nos dirigimos y con Quien vamos. Lo maravilloso de la vida cristiana es que proseguimos adelante rodeados de santos, sin interés en nada más que la gloria de la meta, y siempre en compañía del Que ha recorrido el camino y alcanzado la meta, Que nos espera para darnos la bienvenida cuando lleguemos al fin de la carrera”123. - Junto con Arthur Pink también podemos afirmar que “…hay poco cristianismo real en el mundo de hoy, pues, el cristianismo consiste en ser conformes a la imagen del Hijo de Dios. Mirando a Jesús constantemente, con confianza, en sumisión, con amor, con la mente y el corazón ocupados sólo en él, ése es el secreto del cristianismo práctico. En la medida que estamos ocupados con el ejemplo que Cristo nos ha dejado, sólo en la proporción en la que estamos viviendo con él, estamos realizando el ideal que se ha puesto delante de nosotros. En Él radica el poder, de Él deben ser recibidas las fuerzas para correr con paciencia y firme perseverancia. El cristianismo genuino es una vida vivida en comunión con Cristo: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21), “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gál. 2:20). Cristo vive su vida en mí y por mí.

Puestos los ojos en Jesús (segunda parte) Hebreos 12:2 Introducción Cuando nosotros vemos a los grandes deportistas del mundo recibir premios y galardones como el mejor futbolista, o el mejor ciclista, o el mejor atleta, les admiramos por el lugar honroso en el cual se encuentran. Algunos jóvenes quisieran también llegar a estar en un lugar de reconocimiento como el de estos deportistas. O, también, cuando escuchamos de algunos empresarios que han tenido éxito en sus empresas, o escritores que reciben el premio nobel de literatura, algunos de nosotros anhelaríamos contar con la dicha de llegar a lugares tan encumbrados, pues es muy honroso y placentero recibir reconocimientos de talla regional, nacional o mundial. Algunos pueden pensar: “!Qué afortunadas son estas personas! ¡Nacieron con una estrella!”. Pero la realidad es que estas personas no nacieron con una estrella, sino que están recibiendo el fruto de un trabajo arduo, de una disciplina estricta, de una preparación incesante y de muchos pero muchos sacrificios. Los grandes logros se obtienen a través de grandes sacrificios y grandes esfuerzos. En nuestro estudio del capítulo 12 de la carta a los Hebreos hemos aprendido que la vida cristiana es como una carrera que inicia cuando ponemos la fe en Cristo como nuestro Salvador y Señor, y prosigue hasta la muerte física. Hemos visto que esta carrera requiere despojarnos de cualquier peso y pecado, y, por sobre todo, requiere mantener la mirada puesta solamente en Jesús, quien es el pionero y caminó la senda de la fe, ganó la carrera y ahora es el mejor ejemplo para el creyente; pero no sólo un ejemplo sino la fuente y el perfeccionador de la fe, pues no se trata de un mero esfuerzo humano, el cual sólo conduce a la autoconfianza, la vanagloria y el infierno, sino de un esfuerzo bajo el poder habilitador de la gracia soberana del Señor. 123

Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 920

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En la segunda parte del verso 2, nuestro autor nos mostrará con más detalles el ejemplo que nos ha dado Jesús, para que seamos animados a continuar con nuestra carrera espiritual, a pesar de cualquier adversidad o sufrimiento que nos pueda generar el hecho de ser cristianos. Veamos los dos puntos finales de nuestro estudio: 1. Motivación para el camino sufrido de la fe: “…el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” 2. Premio y recompensa de la vida de fe “…y se sentó a la diestra del trono de Dios” 1. Motivación para el camino sufrido de la fe: “…el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” Las dos cláusulas de esta sección del pasaje pueden ser presentadas así: Debido a la recompensa que Dios le prometió a Jesús, éste se dispuso a sufrir pacientemente la ignominia de la cruz considerándola como insignificante frente a la alegría o el gozo que le esperaba, únicamente después de haber atravesado el camino de la muerte por crucifixión. Esta declaración es muy interesante y para ser comprendida en su profundidad es necesario aclarar ciertos elementos. El Hijo de Dios, la Segunda persona de Trinidad, tuvo una existencia de perfecto gozo en el eterno pasado. En Dios siempre hay pleno y completo gozo. Ahora, cuando la Segunda Persona de la trinidad se encarnó “…se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:7). Esto no significa que la Segunda persona dejó de ser Dios, sino que tomó la forma de hombre; pero no una mera apariencia de hombre, sino que realmente era un hombre con todas las limitaciones que éstos tienen. Él, de manera voluntaria, renunció a la gloria que compartía con el Padre y al estado de pleno gozo, para vivir en calidad de hombre. Estando en esta condición humana de limitaciones él caminaría como un siervo de Dios y cumpliría con Su voluntad, de la misma manera como deben hacerlo todos los hombres; se sometería al destino que Dios le había trazado de sufrimientos y privaciones y, luego de andar por la senda de la obediencia, sería exaltado a la gloria divina a la diestra del Padre donde antes había estado. Por decirlo así, y debo ser cuidadoso al expresarlo, Jesús debió trabajar por alcanzar el estado de gloria y pleno gozo que había disfrutado eternamente con el Padre, al cual había renunciado voluntariamente (sólo en su condición humana, más no en la divina); y esta recuperación se debía dar a través de la paciente obediencia en medio del sufrimiento que le causaría vivir como hombre santo, en una sociedad entregada al pecado y aborrecedora de Dios. Insisto, no en su aspecto divino, sino en el humano, Jesús debía alcanzar la plena gloria por medio de su obediencia. Aunque no es fácil comprender la cristología, ni tampoco separar la naturaleza humana de la divina sin caer en declaraciones heréticas, el autor de la carta a los Hebreos en esta sección está resaltando la humanidad de Cristo, para decirnos que Jesús, en su calidad humana, tuvo que trabajar arduamente para lograr alcanzar el estado de pleno gozo y gloria que ahora, en su calidad divina y humana, disfruta a la diestra del Padre. Antes de la gloria y el gozo, debió padecer el desprecio y el dolor. Ante el Jesús hombre fue puesta una meta: La gloria y el gozo celestial; por lo tanto y con el fin de alcanzarla, debía correr la carrera del sufrimiento, del desprecio y de la cruz, obteniendo, al final, el gozo perdurable y perfecto. Él siempre se mantuvo mirando hacia esa meta y cuando el sufrimiento llegó a su clímax, en medio de la agonía y el cansancio más grande, pudo orar al Padre: “… si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt. 26:42). Jesús es el mejor y perfecto ejemplo de fe, porque sólo él pudo conocer en toda su dimensión y profundidad lo que es el sufrimiento por causa del Evangelio. Los creyentes hebreos, a los cuales se escribe la carta que lleva su nombre, estaban sufriendo por causa de Cristo, y algunos estaban considerando abandonarlo todo porque ya no podían soportar más la lucha; su fe estaba menguando y pensaban que ya lo habían soportado todo, que su sufrimiento era más grande que el del resto de creyentes. Pero el autor, con tacto y suavidad, les ha ido mostrando que los héroes de la fe pasaron por 165

grandes sufrimientos, y ellos no debían deshonrar la historia guerrera de sus antepasados, claudicando ante leves dolores, comparados con los de sus predecesores. Pero ahora nuestro autor llega al culmen de los ejemplos, al ejemplo de ejemplos, es decir, a Jesús, el modelo perfecto de lo que es sufrir por el evangelio. Pero el autor no sólo quiere motivar a estos sufridos creyentes a soportar con estoicismo la adversidad por causa de Cristo, sino que pone delante de ellos un ejemplo que les enseñará una preciosa verdad: El mejor aliciente para soportar el sufrimiento es la esperanza de la dicha, del gozo y de la gloria eterna. Jesús mismo no era un estoico, el realmente sufrió con pasión los dolores y adversidades de este mundo hostil; y cuando el sufrimiento estaba en su punto más alto, su ánimo cobraba valor llenando su corazón de una santa pasión por la gloria que le estaba reservada en los cielos. El profeta Isaías nos hace una descripción de lo que fue la vida de sufrimiento de Jesús: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado. Y se dispuso con los impíos su sepultura… aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. ¿Qué le dio fuerzas para soportar tan profundos sufrimientos? Cuando haya puesto su vida por expiación del pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is. 53:3-11). Cuando Jesús tuvo que soportar los feroces e injustos ataques, de los fariseos y de los religiosos de su tiempo, lo hizo con paciencia, mirando el gozo que le esperaba al terminar su carrera de sufrimientos; cuando sus discípulos mostraban poco crecimiento espiritual y parecían retroceder en vez de avanzar en la comprensión de la misión de Cristo, él soportó con paciencia mirando el gozo que le esperaba al terminar su trabajo; cuando las personas que eran objeto de sus milagros no mostraban agradecimiento ni conversión al verdadero Dios, él soportó con paciencia mirando el gozo que le esperaba; cuando el poder político se unió con el religioso para conducirlo a un juicio injusto y viciado, él soportó mirando la corona de gloria y gozo que le daría Su padre en recompensa por tan abnegada lucha; cuando la gente por la cual él vino lo rechazó y pedían que lo mataran como si fuera uno de los más peligrosos criminales, soportó con paciencia mirando el gozo que esto traería a su alma y al Padre Eterno. Cuando los punzantes e hirientes clavos atravesaban su carne, y las espinas causaban dolor y ardor en su frente, cuando la sed agobiante invadía su cuerpo, y los estertores de la muerte le hacían temblar, soportó con paciencia mirando a lo lejos la recompensa bienaventurada de tanto sufrimiento. Jesús nos enseñó lo que es verdaderamente el camino de la fe: Es una senda de sufrimiento que se sostiene sólo a través de la fortaleza, que produce el saber que al final nos espera una corona de gloria y un gozo perfecto. Es decir, el camino de la fe nos enseña que la verdadera y completa felicidad no se alcanzará sin antes pasar por la senda del dolor. Jesús soportó el hórrido sufrimiento de la cruz porque de antemano, por medio de la fe, pudo ver las gozosas consecuencias que este acto de amor traería para el pueblo elegido, y el gozo que inundaría a los cielos al ver la poderosa salvación que se desplegaría en favor de la humanidad elegida (Luc. 15:7). Jesús soportó con paciencia el sufrimiento de la cruz porque sabía que así se cumpliría el propósito salvador del Padre, y su gozo estaba ligado al gozo del Padre. La vida humana de Jesús tuvo un solo principal propósito: Agradar al Padre y ser causa del gozo divino a través del cumplimiento de su consejo eterno y de la salvación de todos los elegidos; esto tenía más valor para Jesús que su propia vida, honor o reputación. Cuando Jesús comparaba el sufrimiento terreno con el gozo de la gloria eterna al lado de Su Padre, el dolor terrible de la cruz le pareció cosa insignificante. Las glorias celestiales hacen que las adversidades del mundo presente parezcan pequeñas punzadas, que nos hacen correr con más vigor la carrera que nos conducirá al gozo perfecto en la presencia eterna del glorioso Dios. 166

El dolor y la vergüenza son los dos elementos constitutivos de todos los sufrimientos externos, y ambos fueron muy evidentes en la muerte en cruz. Pero Jesús pudo despreciar la vergüenza de la cruz porque el Padre había puesto delante de él la alegría de la gloria celestial. 2. Premio y recompensa de la vida de fe “…y se sentó a la diestra del trono de Dios” La carrera de la fe no terminará en un premio cuyo gozo es pasajero, no. Cuando el cristiano termina de correr la carrera recibirá un puesto de honor y gloria que no tiene comparación con la gloria mundana que reciben los grandes galardonados por ser buenos deportistas, o excelentes escritores o prósperos empresarios. Esta gloria humana es nimia frente al lugar de honor que recibirán en los cielos todos los que corrieron la carrera y la ganaron. Y el mejor ejemplo de la gloria, recibida al final de la carrera sufrida de la fe, es Jesús. Una vez que Jesús hubo terminado su carrera en esta tierra, luego de sufrir la ignominiosa cruz y de transitar por los lúgubres senderos de la muerte, resucitó victorioso de la tumba en señal de que su sacrificio había sido aceptado por el Padre, y como indicador de que su obra había sido perfecta y, por lo tanto, se constituyó en el Salvador de la humanidad. No alcanzamos a imaginar cómo fue la coronación de Cristo en los cielos, cuán estruendoso y esplendoroso estaba el cielo cuando Jesús recibió la corona por haber terminado la carrera en la tierra. De seguro que en ese maravilloso día las huestes de ángeles se aprestaron para hacer una calle de honor al victorioso rey que había triunfado sobre el dolor y la muerte, y con trompetas de oro tocaron las más maravillosas notas de alegría que jamás se hubiesen escuchado en los majestuosos cielos. Ese día el cielo brilló en todo su esplendor, porque el humilde Cordero de Dios había cumplido con el pacto eterno de redención y ahora el Padre, al cual había obedecido, amado, y en quien había depositado absolutamente su fe, le esperaba con los brazos abiertos para coronarlo de toda gloria y honra y sentarlo a su diestra, como gobernante y Rey. Ved al Cristo, rey de gloria, es del mundo el vencedor; De la guerra vuelve invicto, todos deben dar loor. Exaltadle, exaltadle, ricos triunfos trae Jesús; entronadle en los cielos, en la refulgente luz. Pecadores se burlaron, coronando al Salvador; Ángeles y santos danle su riquísimo amor. Escuchad las alabanzas que se elevan hacia él; victorioso reina el Cristo; adorad a Emmanuel124. El resultado de la vida de fe en Jesús fue su coronación en los cielos y el recibir toda autoridad. “Y estando en la condición de hombre, se humilló así mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2:8-10). Pero lo sorprendente es que Jesús quiere compartir su gloria y reinado con todos los que corren la misma carrera de fe y salen victoriosos. Todos los que imitan a Jesús y siguen su ejemplo de fe, paciencia, sumisión a la voluntad de Dios y disposición al sacrificio, un día recibirán una gloriosa bienvenida en los cielos y se sentarán con Jesús en el Trono de Gloria, reinando y juzgando con él: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” Ap. 3:21 “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso del alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” Ap.2:26-27 “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?... ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?1 Cor. 6:2-3 124

Himnario “Celebremos su gloria”. Libros Alianza. Streamwood.

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“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, par que juntamente con él seamos glorificados” Ro. 8:17 Ahora tenemos en los cielos no sólo un sacerdote que intercede por nosotros, como ya nos lo enseñó el autor de la carta, sino a un guerrero vencedor que nos da aliento con su ejemplo y nos infunde fortaleza desde su lugar de honor y autoridad. Conclusión - Para ser seguidores reales de Jesús es necesario tomar nuestra cruz cada día. Los creyentes hebreos estaban abrumados por los padecimientos que sufrían como consecuencia de ser cristianos, y algunos se avergonzaban de este padecimiento, pero más bien ellos deberían estar avergonzados de tratar de evadir la cruz que debían llevar sobre sus hombros. Aunque nuestra cruz parezca muy pesada, nunca será igual a la de Cristo, pero si la llevamos con paciencia y nos mantenemos perseverantes en el camino de la fe, tendremos el privilegio más sublime que hombre alguno alcanzara, la honra sin fin que todo hombre debe anhelar: Nos sentaremos con Cristo en el Trono de gloria y viviremos para siempre gozando de la comunión con él. “Desde su exaltada posición en el cielo a la diestra de Dios, Jesús nos capacita para persistir, para soportar y para ser fieles a Dios y a su Palabra”125. Que esta esperanza y meta de nuestra carrera, nos anime a correr sin desmayar hasta el fin.

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Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 434

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