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Memoria V Foro Colima y su Región Arqueología, antropología e historia Juan Carlos Reyes G. (ed.) Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2009.
Las figurillas de la tradición Ortices-Tuxcacuesco Dra. Ma. Angeles Olay Barrientos Centro/INAH Colima
Introducción El Preclásico, según los parámetros establecidos por Román Piña Chan da cuenta de un largo período en el cual en Mesoamérica surgieron las aldeas agrícolas y pescadoras como una forma de vida generalizada, algunas de las cuales se transformaron en centros ceremoniales de mayor complejidad cultural.1 El término de preclásico enfatiza de manera clara el periodo que precedió al surgimiento de las grandes civilizaciones mesoamericanas y sus expresiones urbanas. El Preclásico es sin duda el período más largo de aquellos en los que se ha dividido la historia prehispánica pues abarca poco más de 20 siglos. Su estudio ha propiciado un gran interés ya que refiere a una etapa en la que se sucede la colonización de buena parte del territorio mesoamericano y en la cual se observa no sólo un evidente crecimiento demográfico sino también una gran movilidad territorial propiciándose con ello una difusión de ideas (como pudieran ser las innovaciones tecnológicas) y los inevitables intercambios culturales. Sobra decir que también es el momento en el cual se construyen las identidades de cada una de las regiones que integran a Mesoamérica. 1
Las etapas iniciales de tan largo periodo significaron la generalización de las prácticas agrícolas y el paulatino acondicionamiento de aquellos entornos propicios al cultivo del maíz, el fríjol y la calabaza. El sistema de tumba roza y quema fue utilizado de manera sistemática en un territorio virgen que paulatinamente fue poblando los valles en los cuales había grandes espejos de agua o eran irrigados por ríos permanentes. Durante estas primeras etapas los grupos humanos practicaron la caza, la pesca y la recolección como un modo de complementar su dieta. Estas comunidades en un principio se fueron constituyendo en poblaciones reducidas organizadas en aldeas compuestas por casas de una sola habitación fabricadas con materiales perecederos. La satisfacción de las necesidades básicas (casa, vestido y sustento) fueron realizadas utilizando los materiales como la piedra (con las cuales fabricaron hachas, puntas de proyectil, raederas, pulidores, martillos, morteros, metates, manos, etc); las fibras vegetales (cestos, redes, jarcias); la madera, las pieles de animales, la concha y los caracoles marinos. El conocimiento de la flora significó tanto la posibilidad de utilizar fibras como las derivadas del algodón y el maguey para la fabricación de prendas de vestir, como el desarrollo de la cocina y los secretos de la herbolaria. Entre estas actividades sobresalió el desarrollo de la alfarería. A la elaboración de contenedores de agua y de un variado utillaje destinado a la fabricación de vajillas se agregó la fabricación de figurillas que plasmaban la forma en la cual estos grupos se representaban a sí mismos. Según Eduardo Noguera las figurillas humanas constituyen un elemento de la mayor importancia para identificar las diferentes culturas de los horizontes mesoamericanos; toda vez que son excelentes indicadores de periodo y sobre éstas se han basado los principales estudios y clasificaciones.2 Fue George C. Vaillant –pionero en la utilización del método estratigráfico como un modo de documentar la antigüedad de los materiales arqueológicos mesoamericanos- el que estableció los parámetros estilísticos y temporales para la clasificación de las figurillas del Preclásico en el valle de México. Señala Noguera que antes de Vaillant las clasificaciones de las figurillas se reducían a la sola comparación de rasgos faciales (la forma de los ojos, nariz o boca), fue este autor quien buscó definir a las figurillas como un todo armónico en el cual se subrayó no sólo la técnica de elaboración sino también la composición (proporción de brazos, piernas, tronco y cabeza) y los diversos aditamentos que portaba cada figurilla (tocados, ropa). La nomenclatura establecida por Vaillant para los diferentes tipos de figurillas del Preclásico en el valle de México se basó en las primeras letras del alfabeto. La letra que utilizó para definir a los tipos más antiguos característicos de la tradición campesina del valle de México fueron las letras C y D la cual aplicó a conjuntos de figurillas recuperadas 2
por él mismo en excavaciones realizadas en Zacatenco, El Arbolillo y Ticomán.3 Posteriormente Vaillant excavaría el sitio de Gualupita en Morelos lugar en el cual documenta la manera en la cual se van empalmando ciertos estilos, a los cuales denomina como transicionales.4 Esta clasificación terminó por impactar de algún modo la clasificación de materiales del Occidente de México en virtud de que, según los datos recuperados en lugares como Cuicuilco, Ticomán, Zacatenco, Ecatepec, Tetelpan, Tlapacoya, Chimalhuacán, Contreras, Cuanalan, Papalotla y Xico, hacia el Preclásico superior se hace presente de manera recurrente el estilo denominado como H mismo que refiere a la tradición Chupícuaro. Años más tarde el trabajo de Muriel Porter ilustraría con mayores datos las particularidades referidas a la fabricación de figurillas en este importante sitio de Guanajuato.5
Tipología de las figurillas que conformaron la Tradición Campesina del Valle de México durante el Preclásico Medio y Superior. (Según George Vaillant).
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Antecedentes A partir de que se diversificaron los estudios en otros ámbitos mesoamericanos (fuera de la zona olmeca y la cuenca de México) se observó que una de las características del Preclásico (inferior, medio y superior) fue la abundante producción de figurillas. Rosa Reyna realiza entonces un trabajo en el cual pretende entender los prototipos, la composición y rasgos que resultan de la evolución e interrelación de dichos prototipos pues entiende que a partir de ello se podría conocer el origen de los rasgos en los prototipos.6 Reyna retoma el hecho de que las figurillas se habrían venido agrupando a partir de tradiciones, entendiéndose estas como tradiciones artesanales mismas que habrían sido definidas por Miguel Covarrubias hacia 19577 Este autor habría definido la existencia de 6 (C3, C1, A, K, C9 y H) mientras que Reyna designa en su estudio a 8 (C1, C3, D2, K, A, J y H); es claro que ambos mantuvieron los parámetros de Vaillant. Refiero el estudio de Reyna en virtud de que ha sido utilizado recurrentemente para la identificación y/o clasificación de materiales. Cabe mencionar que su análisis fue básicamente estilístico tomando en consideración las técnicas utilizadas en la manufactura, el aspecto físico y los adornos, tocados y vestidos, así como el aspecto macroscópico de los barros usados, color, textura y acabados, complementándose su estudio con los datos cronológicos y estratigráficos existentes.8 Se hace evidente que los estudios referidos a las figurillas prehispánicas fueron, en principio, clasificaciones tipológicas que tuvieron como objetivo principal la búsqueda de estilos que permitieran definir temporalidades y ubicaciones espaciales. En este sentido, las figurillas fueron una herramienta sumamente útil para establecer modas y dispersiones de técnicas y formas de representar. En cuanto al desarrollo del estudio de las figurillas en el Occidente de México y en particular en Colima, el mismo se encontró condicionado por el particular desarrollo de la investigación arqueológica en la región la cual, como se sabe, tardó mucho tiempo en desarrollar proyectos de investigación de mediano y largo aliento. Los trabajos pioneros de Isabel Kelly en Colima se encontraron enfocados en principio a definir cuatro horizontes cerámicos mismos que colocó tentativamente en secuencia a pesar de tener claro que se trataba de una cronología “poco convincente”.9 Una de sus primeros objetivos fue definir si las maravillosas terracotas huecas con formas humanas, animales, vegetales y fantásticas se correspondían con las pequeñas figurillas sólidas: ¿Recuerdas las figurillas pequeñas y sólidas –hombre sentado con tambor, mujer con niño, etc.– que tiene el señor Baumbach? Yo sentí 4
inmediatamente que no parecían del mismo berenjenal que las figurillas grandes. Las pequeñas y sólidas parecen bastante bien concentradas alrededor de Los Ortices, y es gratificante que mis tepalcates de allí sean tan diferentes de la tendencia general de Colima.10 Fue a partir de la exploración de siete tumbas de tiro ubicadas en las inmediaciones de la localidad de Los Ortices donde Kelly encontró la clara evidencia de que ambos estilos convivieron: La primera tumba abierta contenía una gran vasija […], con efigie de pies de perro […]. Además hay tres perros huecos, uno de los cuales es el más grande y más bello que haya visto. Aparte de eso, varios silbatos; una flauta doble […] con ornamentación animal sobrepuesta y con incisiones también. Hay otras flautas menos elaboradas. Al menos cien de las figurillas pequeñas y sólidas son del tipo Ortices: mujeres con niños en los brazos, mujeres moliendo en metates, mujeres cargando vasijas, gente sentada en bancos, niños en cunas, hombres jugando a los tambores. Y así, ad infinitum. Hay una considerable gama en las figurillas de Los Ortices y se pueden representar un par de estilos distintivos.11 El par de “estilos distintivos” esbozados por Kelly quedaron sin embargo, como muchos de sus comentarios y percepciones iniciales sobre la arqueología de Colima, en apuntes de campo y notas de gabinete. Las características de algunos de sus materiales han podido inferirse a partir de sus monografías realizadas para Autlán, Tuxcacuesco y Zapotitlán en donde las comparaciones realizadas a lo largo de la presentación y descripción del utillaje arqueológico respecto al observado por ella misma en Colima, permitió ubicar su ocurrencia temporal.12 Fue precisamente en el trabajo sobre el área de Tuxcacuesco y Zapotitlán donde Kelly denominó a la tradición de figurillas como perteneciente al complejo Tuxcacuesco. Su claro parecido con las figurillas sólidas recuperadas durante la exploración de las tumbas de El Manchón en Los Ortices terminaron por ubicarlas como figurillas Ortices Tuxcacuesco. Cabe mencionar que el estilo no sólo se extendió hacia las laderas occidentales del volcán de Fuego, Clement Meighan lo reporta también para la región costera de Colima en la zona limítrofe con Jalisco, sobre las márgenes izquierdas de la desembocadura del río Marabasco. Su ocurrencia al interior del periodo denominado Moret temprano le llevó a señalar que las figurillas se manifestaron en una gran diversidad de tipos los cuales permanecieron varios siglos.13 En cuanto a su presencia en la Costa Norte de Michoacán, el equipo de Roberto Novella estudió su muestra recuperada a partir del establecimiento de 7 tipos de los cuales el tipo I y el II son referidos a la tradición de figurillas sólidas de Colima, específicamente a diversas variedades del estilo Ortices-Tuxcacuesco.14 5
La tipología Sabido es que una de las herramientas principales de la arqueología es la clasificación de sus objetos de estudio. La clasificación como tal, ha sido objeto de numerosos señalamientos que cuestionan las maneras y/o los objetivos. Al respecto puede decirse que tal discusión ha tenido que ver con el hecho de que durante las etapas iniciales de la arqueología como ciencia la clasificación de objetos tenía por objeto observar que tipo de información arrojaba, esto es, se utilizaba como una manera de deducir variables o sucesos. Al momento en que la clasificación se utilizó de manera inductiva, esto es, como una herramienta destinada a responder hipótesis previamente planteadas, la clasificación permitió definir los atributos de los materiales que se buscaba estudiar y realizar con ello inferencias relevantes para el investigador. Al respecto es prudente señalar que, siguiendo a David Clarke, un atributo arqueológico es un elemento unificador que funciona como el común denominador de artefactos.15 Así pues, una tipología se establece a partir del agrupamiento de atributos significativos no aleatorios, es decir, previamente establecidos.16 Su sistematización permitiría establecer su relación con otros conjuntos de atributos arqueológicos y con ello la posibilidad de esclarecer la red intercomunicante de entidades que forman “el todo complejo” que es la cultura.17 En el caso de los figurillas sólidas fabricadas por los pueblos antiguos de Colima, se cuenta con una tipología establecida por Carolyn Baus Czitrom hacia 1978. La misma se realizó a partir de la clasificación de la colección de figurillas procedentes de Colima y ubicadas en el acervo del Museo Nacional de Antropología e Historia. Dado que la misma – compuesta por 399 ejemplares- se había formado a partir de donaciones, compras o confiscaciones, no se tenía certeza sobre las procedencias de cada una de ellas. Los criterios que Baus estableció para ordenar su universo fueron diez: la técnica de manufactura; el tipo de perfil como indicativo de construcción; la forma y proporciones de cabeza y cuerpo; la forma de representar elementos anatómicos, el sexo; el tipo de indumentaria o en su caso su ausencia; el tocado o estilo de peinado; la postura; los adornos, incluyendo la pintura corporal y finalmente la pasta y el acabado de superficie. A partir de estos parámetros Baus pudo definir 20 tipos, algunos hasta con tres variantes.18 Es importante mencionar que Isabel Kelly conoció el trabajo de Baus ayudándola en la tarea de ubicar cronológica y espacialmente los tipos establecidos. Si bien esta labor no abarcó la totalidad de la muestra, Kelly ayudó de manera significativa en la tarea de organizar temporal y espacialmente a tipos de los que ella tenía información contextual procedente de pozos de sondeo y/o recolección de superficie.19 Ahora bien, la tipología de Baus la enmarcó en cuatro grandes tradiciones, la 6
denominada Tradición Tuxcacuesco-Ortices (400 a. C.-200 d. C.), la Tradición de cabeza alta (200-650 d.C.), la Tradición de cabeza extra grande (60-1,200 d.C.) y la Tradición de cabeza muy ancha (1,200 hasta la conquista). De estas cuatro la que cuenta con mayor número de tipos es precisamente la Tuxcacueso-Ortices la cual contempla 12 tipos, algunos de ellos hasta con 3 variedades.
I
TRADICIÓN ORTICES TUXCACUESO (400 a. C.- 200 d. C.) figurillas Cintura de Avispa
I-II
figurillas Burdas Semi-tablilla
IIIa
figurillas Tablilla Delgada
IIIb
figurillas Acinturadas Semi-tablilla
IIIc
figurillas Acinturadas Cabeza Tonsurada
IVa
figurillas Cabeza Rectangular
IVb
figurillas Copete Ancho
Va
figurillas Ojo de Diamante
Vb
figurillas Realistas Ojo Inciso
Vc
figurillas Realistas Ojo Ciego
VII
figurillas Cara de Plato
Xa
figurillas Camota sólida
Xb
figurillas Tablilla Negra
XI
figurillas Aberrante Burda
XIIa
figurillas Inocentonas
XIIb
figurillas Dolor de Barriga
XIId
figurillas Realistas Ojo de Pastillaje
XIIIa
figurillas Zonzo Boquiabierto
XIVa
figurillas Teco de Ojo Inciso
Cuadro 1. Tipología de la Tradición Ortices Tuxcacuesco propuesta por Carolyn Baus.
En el Cuadro 1 se enumeran los tipos propuestos por Baus los cuales abarcan figurillas procedentes tanto del área de Cihuatlán, del valle de Coahuayana, del denominado Eje Armería (el área central de Colima que integra al valle donde hoy se encuentra su capital) e incluso del área de Tuxpan. En otras palabras, estos ejemplares expresan las 7
formas de representación humana en los lugares mencionados hacia el denominado Preclásico tardío. La muestra con la que se elaboró esta clasificación no cuenta sin embargo y como se señaló con anterioridad, con contextos controlados que permitan una interpretación mayor a la que ofrecen formalmente. En todo caso y a partir de observar cada grupo y sus variantes, Baus realizó un ejercicio de comparación con figurillas contemporáneas pero relativamente alejadas de la región. Al respecto llama la atención respecto al aire de semejanza que presentan algunas figurillas Moret (tipo I) con representaciones de Tlatilco (rasgos como la cintura angosta, las caderas anchas, brazos tipo aleta, turbantes y cabello largo sobre la espalda).20 Retoma la propuesta de Harold W. McBride respecto a que las figurillas huecas denominadas Camotas se encuentran relacionadas con el estilo H4d de Chupícuaro21 y observa que las figurillas de las fases Delicias y Apatzingan de la secuencia cultural del área Apatzingán presentan cierta similitud general con las piezas más tempranas de Colima: La que suscribe considera que las ligeras semejanzas entre figurillas de la Tradición Tuxcacuesco Ortices y las de Tlatilco, Chupícuro y Apatzingán, pueden deberse a su descendencia de un origen común. Hipotéticamente, una tradición de figurillas del periodo Capacha pudo haberse difundido de Colima a otras áreas, donde evolucionó en varios estilos regionales. El largo periodo entre la primera aparición de Capacha y nuestra primera tradición dio tiempo suficiente para el desarrollo de estilos diferentes.22
Imagen 2. Figurillas de Tlatilco. En medio se observa una maternidad y a la derecha a un personaje cargando a un perro.
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Imagen 3. Figurillas Acinturadas. Tipo IIIIa (Lámina 4 de Baus, 1978)
Las comunidades aldeanas y los centros de poder Es claro que las formas humanas en barro son algo más que una representación artística pues como dice Raymond Firth, también expresan valores significativos en cuanto a relaciones sociales.23 Es por ello que al principio y durante mucho tiempo se aceptó el hecho de que las figurillas que poblaban los contextos tempranos del valle de México y otras regiones se encontraron ligadas a propósitos religiosos: Cuando se crea un arte con propósitos religiosos, el desarrollo del contenido de la religión y las exigencias del ritual son tan importantes como la evolución de la técnica artística.24 Al respecto debemos señalar que el contexto social en el cual se inscribe la tradición artesanal Ortices-Tuxcacuesco refiere a un amplio período que va del 400 a.C. al 200 d.C. Este largo periodo significaría la etapa inicial del desarrollo cultural conocido como Tradición de tumbas de tiro, una etapa en la cual los grupos humanos de la región mantuvieron la costumbre de enterrar a los muertos en bóvedas o ahuecamientos 9
subterráneos excavados en el subsuelo y a los cuales se accedía por medio de tiros circulares o accesos a partir de gradas. El ritual del enterramiento incluía el depósito de bellas terracotas modeladas en barro al interior de las cámaras de tumbas que eran reutilizadas, se presume, de manera sistemática por miembros de una familia o un clan. Además de las vasijas con formas humanas, vegetales o animales las ofrendas incluían numerosas figurillas sólidas de fina elaboración y riqueza de rasgos. Ocasionalmente se han recuperado también objetos fabricados en concha y caracol. No obstante y a pesar que la elocuencia comunicativa de la producción alfarera de la tradición de las tumbas de tiro ha permitido esclarecer aspectos sobre su originalidad cultural quedan múltiples cuestiones por resolver. Acaso la más evidente es la necesidad de explorar los escenarios en los cuales se sucedió la vida de aquellos cuyos despojos reposan en las tumbas de los ancestros. El mapa de ocupación humana que paulatinamente se ha venido elaborando el grupo de arqueólogos que atendemos los diversos rescates y salvamentos arqueológicas en el sector SW del valle de Colima –espacio privilegiado donde abundan tierras fértiles y corrientes de agua susceptibles de ser utilizadas mediante tecnologías que utilizaban la gravedad–, indican que durante el Formativo terminal y el Clásico temprano las aldeas se multiplicaron de tal manera que debieron haber propiciado acciones tales como la apertura de nuevas tierras de cultivo y la organización social del espacio productivo y por ende de los recursos aprovechables. En este tenor es muy probable la existencia no sólo de núcleos poblaciones relevantes sino, a la vez, de la existencia de elites que dirimieran los numerosos conflictos derivados de estos procesos. Es por esta razón que el estudio del sitio Comala cobra gran importancia pues permitirá esclarecer la existencia o no de sociedades complejas en un periodo que tradicionalmente ha sido considerado hasta ahora, como uno en el cual sólo existieron aldeas agrícolas. Apenas hace unos cuantos años y a partir del estado que guardaban las investigaciones al interior del valle de Colima –parte del Eje Armería definido por Kelly hacia 1948–25 se dejaba entrever que el fenómeno urbano se habría manifestado en Colima hasta fechas posteriores al 1,000 / 1,100 d.C. No obstante, las exploraciones que se han venido realizado en diversos puntos de la zona conurbada de las ciudades de Colima y Villa de Álvarez, nos han permitido vislumbrar la existencia de un esplendor demográfico sucedido entre el 200 a.C. y el 300 d.C., esto es, hacia el fin de la fase Ortices y gran parte de la fase Comala. En este sentido la utilización de las figurillas en rituales de enterramiento podrían ofrecernos algún indicio que diera cuenta no sólo de la función que desempeñaron en las ceremonias que facilitaban el desprendimiento de un miembro de la comunidad sino, a la vez, si entre la parafernalia material necesaria al ritual existieron contrastes significativos que permitieran establecer diferencias de estatus entre un grupo social y otro. 10
En el importante trabajo de Richard E. Townsend, el autor elabora una hipótesis en la cual intenta demostrar que las imágenes capturadas por los alfareros de la tradición de tumbas de tiro lo que hacen es recrear los complejos mitos que subyacen en las aldeas, pueblos y sedes mayores del poder en el Occidente, mismos que mantienen un estrecho vínculo con los antepasados como parte de un relación vital con los ritmos de la naturaleza. De esta suerte, las ofrendas depositadas en las tumbas de los que se integraban al ámbito de la muerte eran, no sólo expresión de poder, sino también componentes esenciales de un ámbito religioso, intelectual y artístico de profundas raíces culturales.26 Al respecto es relevante señalar que la exploración de un panteón presumiblemente de la fase Ortices ubicado al suroeste de la actual Villa de Álvarez (en el fraccionamiento Los Tabachines), ofreció enterramientos en cuyas ofrendas no abundaron ni las figurillas sólidas ni las vasijas huecas con formas zoomorfas o antropomorfas. Pareciera ser que estos dos elementos se incrementan de manera notable en sitios que presentan el señalado empalme entre las fases Ortices y Comala, es decir, lo Ortices Tuxacacuesco. Al respecto nos parecen sumamente sugerentes las propuestas de Mark Miller cuando señala que el paso del Formativo tardío al Protoclásico se sustenta en un cambio que se sucede cuando las aldeas comienzan a integrar incipientes sistemas políticos que dieron pie a un proceso de jerarquización de poblados: Aparentemente, un modo importante de dar forma artística e ideológica a estas nacientes desigualdades (en el acceso a recursos básicos, como la buena tierra, por ejemplo, o en el trabajo o en los productos tributados al centro), era la capacidad del centro de transformar mano de obra y de materia prima en productos [que otorgaban] estatus.27 La diferenciada distribución de productos se reflejó en la producción de vajillas destinadas al grupo en el poder y en las esculturas y figurillas utilizadas en rituales agrícolas y funerarios. Para este autor, las relaciones sociales (solidaridad o desigualdad) se reflejaron a través de la manipulación de dimensiones artísticas en la cual características tales como materia prima, tema y estilo llegaron a transformarse en la expresión cifrada de nuevas relaciones políticas.
Interpretando el pasado Fue en el célebre catálogo realizado a propósito de la magna exposición de la colección de Diego Rivera con materiales arqueológicos procedentes del Occidente de México cuando se comenzaron a esbozar las primeras hipótesis respecto a su función y significado. Al respecto los comentarios de Salvador Toscano con respecto a las ofrendas 11
procedentes de las tumbas resultaron una opinión atractiva. Para este autor la razón de la existencia de esta expresión plástica respondía a una necesidad inherente a sociedades preanimistas en las cuales la vida se considera una consecuencia del cuerpo. Por ello, su conservación en el más allá, se garantizaba mediante la transmutación del cuerpo carnal a la imagen escultórica. El hecho de que las representaciones humanas estuvieran acompañadas de una variada representación de animales le sugirió a presuponer, a la vez, una extendida concepción totémica: Si admitimos que esta cerámica es testimonio de una sensibilidad artística originada en el culto a la muerte, debemos convenir en que estas representaciones zoomorfas pueden tratarse del yo animal que todo indígena tiene, su nahual, es decir, su atavío de bestia.28 Las interpretaciones posteriores efectuadas por Miguel Covarrubias29 y Hasso Von Winning30 plantearon al arte de la región como una expresión de vida cotidiana. Para este último las terracotas tuvieron el objetivo de contar una historia o representar un acontecimiento. Su estudio, por lo tanto, refería un arte anecdótico, reflejo de una vida aldeana y de ceremonias que involucran a muchos individuos, sus casas y parafernalia y que fueron elaboradas con propósitos funerarios. No debe pasarse por alto a la vez que autores como Vaillant y Piña enfatizaron el papel de la mujer al interior de las comunidades agrícolas y aldeanas del Preclásico: Un concepto común en las religiones de los pueblos agrícolas es el de un elemento femenino o fuerza creadora, ligada con el crecimiento y la fecundidad. Una diosa simboliza a menudo esa creencia, ya que con frecuencia el hombre recubre los procesos de la naturaleza con sus atributos y móviles propios.31 A partir de este imaginario se ha especulado que el rol femenino en esta etapa tuvo una importancia vital en razón de su evidente relación con la tierra y con una economía que dependía, en su totalidad, de una Naturaleza voluble y poderosa. Es por ello que las primeras comunidades aldeanas asumen que la fertilidad de la tierra es equiparable a la de la mujer (tierra-madre), que ambas necesitan ser fecundadas (agua-semen) y de que de ambas nace la vida (vegetación-niño).32 Piña afirma que en esta etapa se construye el imaginario mesoamericano sobre la fertilidad de la tierra, el agua, la vegetación, el alimento y la vida. La importancia del ámbito femenino, si bien fue revistiendo características agregadas a través del tiempo, fue siempre reconocida como parte esencial del orden social y cosmogónico. Al ser identificada con las fuerzas telúricas, a la mujer se le adjudicó también, un dominio sobre las fuerzas de la oscuridad y la muerte, el espacio donde se reposa y donde se renace. Por si fuera poco, a la mujer se le identifica con la familia, la descendencia, el parentesco y la legitimidad del linaje33 Esto explicaría a la vez, la 12
imperiosa necesidad de contener u orientar su poder sexual a partir de controles sociales.34 Es esta relevancia de la mujer en el Preclásico mesoamericano la que ha propiciado numerosos trabajos que describen, analizan y clasifican una cantidad impresionante de figurillas femeninas que denotan la importancia de la fertilidad (humana y terrestre) en la vida de las comunidades aldeanas. Tal vez porque el tema no ha sido abordado desde una visión de género, no se ha podido establecer con rigor su peso social y político en esta etapa. En todo caso, los planteamientos de Townsend invocan, en buena medida, la imagen de la mujer como eterna progenitora al señalar que las evidencias de los ritos de paso en las esculturas femeninas de la tradición de tumbas de tiro pueden ser atisbadas a partir de su desnudez ritual, de la enseñanza sobre la actividad sexual y, finalmente, de la aceptación social de su condición de mujer plena.35
Imágenes 4 y 5. Figurillas que representan maternidades.
Se debe tener claro sin embargo que la función de las figurillas en Mesoamérica fue distinta de acuerdo a las necesidades sociales de cada grupo. Según Richard Lesure los atavíos y adornos de las figurillas tempranas de la costa Chiapas sirvieron para legitimar la incipiente diferenciación social.36 Estudios de Joyce Marcus en los valles centrales de Oaxaca le llevaron a plantear su utilización en rituales de adivinación y de culto a los 13
ancestros.37 En otras palabras, el enfoque con el cual se estudia ahora a las figurillas pretende trascender la mera clasificación a partir de preguntas destinadas a dilucidar por ejemplo, si los estilos y formas de representar dan cuenta de entidades étnicas distintas. En el caso que nos ocupa, las figurillas Ortices Tuxcacuesco, nuestro planteamiento general parte del hecho aceptado –y demostrado por los contextos arqueológicos– de que las mismas formaron parte integral del ritual mortuorio. A partir de esta premisa las líneas de investigación vislumbran la posibilidad de definir si la calidad de los objetos reflejan diferencias jerárquicas tanto al interior de las comunidades, como al exterior, esto es, si el corpus existente entre un lugar y otro varía como reflejo de su riqueza y su estatus en la región. A estas cuestiones se agrega la posibilidad de entender los significados que se observan en el modo de depositar a las figurillas toda vez que las mismas se conforman por elementos que se relacionan entre sí a partir de discursos que se aprecian tanto en su acomodo como en su relación con el resto del contexto arqueológico. Es evidente que llevar a cabo este ejercicio implicaría la implementación de una metodología destinada a ordenar las diferentes variables que presenta cada contexto así como la sistematización y clasificación de los diferentes materiales arqueológicos que integran los depósitos mortuorios del periodo en el cual las figurillas formaron parte. Es decir, un trabajo que excede al presente artículo. Es por ello que sólo señalaremos algunos ejemplos que podrían servir para ilustrar las hipótesis planteadas. Para ello procederemos a describir los hallazgos realizados en el fraccionamiento Vista Hermosa 3 -ubicado al norte de la ciudad de Colima- entre mayo y junio del año 2004, consistentes en tres interesantes contextos los cuales se encontraron sobre una loma que mostraba no sólo viejos pozos de saqueo, sino también evidencias de haber sido “raspada” con maquinaria. El primero de ellos consistió en la ofrenda del pozo 23 que incluyó: 1) un empedrado –en el cual existió a la vez un metate ápodo boca abajo- colocado sobre una mancha de tierra quemada; 2) los restos de tres vasijas grandes de características distintas –una gran vasija de boca ancha bandas sombreadas, una olla grande del tipo guinda cafetoso y un vaso de paredes rectas y lisas del tipo Tuxcacuesco café-, quebradas en numeroso fragmentos; 3) una mano de metate completa y 4) una vasija pequeña del tipo Ortices rojo guinda sobre café. Todos estos elementos se encontraron a una profundidad similar, entre los 80 y los 90 cm respecto al nivel actual del suelo y a una distancia máxima de 4 m. En un nivel más alto –a 15 cm del suelo y a 60 del resto de los elementos- se ubicaron 1) seis figurillas antropomorfas completas, los fragmentos de varias más y el de una figura zoomorfa; 2) un báculo, elemento lítico de forma rectangular alargada que podría ser una suerte de bastón de mando; 3) un hacha efigie con la representación doble de la cabeza de un animal y 5) los fragmentos incompletos de una vasija de boca ancha del tipo Ortices rojo guinda sobre café. En conjunto el área de ofrenda se encontró en un área 14
de 4 x 3.20 metros. A partir de los elementos presentes y su profundidad se pude pensar que el primer tiempo de la ofrenda implicó algún ceremonial que implicó el fuego (cuya tierra quemada se apreció bajo el empedrado) y la colocación de las grandes vasijas. La pregunta pertinente es si las piezas fueron rotas durante el ceremonial o, simplemente, se destruyeron a partir de la acción del tiempo y de los usos que pudo haber tenido la superficie del suelo en el cual fueron depositados. Si bien no tenemos muchos elementos sobre los cuales apoyarnos, creemos que se trató de la primera situación pues pareciera que el ceremonial mortuorio incluía no sólo la deposición de los restos mortales sino también la colocación de vasijas a las cuales se les destruía como parte del ritual. Esta acción tornaría a este elemento como característico de la fase Ortices pues, como se sabe, durante la fase Comala las vasijas no se rompían sino que, además, mantenían su función de contener el agua y el alimento que reconfortarían a los individuos en su transición al mundo de los muertos. Esto implicaría, de alguna manera, que el ritual mortuorio fue transformándose paulatinamente. Posteriormente encontramos un conjunto de figurillas Ortices-Tuxcacuesco compuestas por una representación masculina colocada entre 5 figurillas femeninas, un niño y un perro. Estas figurillas se encontraron asociadas al báculo, al hacha efigie y a los restos fragmentados de una vasija, todo ello, colocado en un nivel superior al que se encontraron los restos de las grandes ollas. Se puede sugerir, por tanto, que el posible entierro fue colocado en el mismo nivel en el cual se rompieron las ollas y se fabricó el empedrado, una vez concluido el ritual asociado a la destrucción de las ollas y la colocación, boca abajo, del metate, se colocó una capa de tierra, sellando este evento y colocando por encima de él, tanto las figurillas como los elementos líticos descritos.
Imagen 6. Ofrenda 1, del Pozo 23 de Vistahermosa 3. Obsérvense los diferentes elementos colocados junto con las figurillas.
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Imagen 7. Representación masculina con 4 mujeres, un niño y un perro.
Imagen 8. Hacha efigie de piedra.
En cuanto a la ofrenda 1 del pozo 27, los elementos recuperados fueron menos. La misma se integró por dos vasijas (un vaso Ortices negro sobre rojo y una vasija pequeña con cuerpo en gajos) y 5 figurillas que se conservaron completas en virtud de haber sido depositadas en un lecho arenoso que las mantuvo en magnífico estado. En este caso se trató de un enterramiento sui generis pues entierro y ofrendas se depositaron en dos ahuecamientos distintos aunque contiguos, de tal suerte que el entierro no contó con ninguna ofrenda directa y las figurillas y las vasijas no contaron con ningún entierro. El ceremonial en este caso no se mostró a partir de la recurrente destrucción de vasijas. Lo relevante de esta ofrenda tuvo que ver con lo que se encuentra explícitamente sugerido: la existencia de la poligamia como forma de organización familiar. Al igual que 16
en el conjunto de figurillas del pozo 23, aquí nos encontramos también con un solo hombre y con cinco representaciones femeninas. Por si existiera alguna duda, el hombre se encuentra en una clara relación sexual con una de las mujeres, otras tres se encuentran desnudas y la última embarazada. Llama la atención que el conjunto del pozo 23 mostró las mismas características: un hombre y cinco mujeres. Si bien en este caso no existió un claro vínculo sexual se debe mencionar que la figurilla masculina tenía el pene erecto (aun cuando ligeramente fracturado), tornando explícito su vínculo con las mujeres representadas.
Imagen 9. Vista de la ofrenda del pozo 27 de Vistahermosa 3. Conjunto de figurillas asociadas a vasija.
El tercer contexto Ortices del rescate de Vistahermosa se recuperó el interior del pozo 38. Los elementos presentes en la ofrenda 1 incluyeron al entierro 9, los restos de dos grandes vasijas domésticas –las cuales estuvieron muy fragmentadas– mismas que parecen haber sido sostenidas por un amasijo redondo de lodo –lo que tornó difícil su exploración. En este nivel de deposición se encontraron, a la vez, los restos de varias figurillas de las cuales sólo una se recuperó más o menos completa y correspondió a un personaje masculino, con el pene erecto y ambos brazos colocados sobre la nuca. Las 17
representaciones femeninas, si bien existieron, estuvieron sumamente fracturadas y correspondieron a diferentes figurillas, esto pudo haber sido intencional: un solo hombre con los restos (piernas, brazos, hombros, manos, torsos y cabezas) de figurillas femeninas. A poca distancia de este conjunto de figurillas damnificadas se recuperó la maqueta en barro de una casa de planta circular con lo que parece ser un techo de dos aguas.
Imagen 10. Vista de la ofrenda de figurillas del pozo 27 de Vistahermosa 3.
Sobre de este nivel se encontró el sello de lodo señalado, en el mismo no se encontró ningún metate (como en el caso del pozo 23) aunque, eso sí, una mancha de tierra quemada. Fue aquí donde se recuperó un tecomate de boca ancha con decoración a partir de cuadros intercalados Ortices negro sobre guinda. La misma estuvo muy fragmentada y con faltantes no obstante lo cual pudo ser restaurada. Ya en plena capa I, la más superficial, se recuperaron los fragmentos de la espléndida figurilla tipo retrato cuya restauración permitió observar el alto nivel técnico y la vocación artística de los ceramistas de esta etapa. Es evidente en esta representación la intención de plasmar los rasgos característicos del personaje al cual se le representa con una suerte de máxtlatl grande (al cual Baus, 1978 designa como pañal), sobre del cual se colocó una suerte de mandil amarrado por la cintura del cual penden una serie de objetos que, plausiblemente, podrían tratarse de ejemplares de concha y/o caracol.
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Imagen 11. Personaje encontrado en el pozo 38 de Vistahermosa 3. Esta figurilla es un claro ejemplo de las denominadas figurillas retrato.
Al respecto se debe traer a cuento el atavío del personaje principal de la tumba de Huitzilapa, un adulto masculino, mismo que se enterró ataviado con una indumentaria fabricada en miles de cuentas de concha que le cubría todo el cuerpo y sobre del cual fueron depositadas once trompetas de caracol pintadas (López y Ramos, 2002). Como lo han documentado autores diversos la concha tuvo una connotación ritual de primer orden durante prácticamente todo el periodo prehispánico en las diversas regiones mesoamericanas, estando asociado de múltiples maneras a la fecundidad no sólo humana sino también agrícola y, casi siempre, tornando indivisible ambos aspectos. La representación de Vistahermosa 3, en este sentido, da cuenta de la existencia de un personaje importante de la comunidad el cual portaba elementos simbólicos que tendrían que ver con la reproducción vital de la misma. Una vez que hemos descrito 3 contextos en los cuales se recuperaron figurillas asociadas a eventos mortuorios queda en claro que la información que pueden aportar va más allá de sus características formales las cuales, como se dijo al inicio del escrito, significaron su clasificación en tipos y subtipos estilísticos. La información contextual en el caso de Vistahermosa 3 tuvo sus límites en razón de que la ocupación Ortices-Tuxcacuesco fue modificándose paulatinamente en la medida en que nuevos grupos habitaron el mismo lugar a lo largo de los siglos posteriores. Es por ello que se ha dificultado conocer las características de las aldeas donde habitaron las familias que enterraron a sus muertos en laderas y lomas alejadas de aquellos espacios donde transcurría la vida cotidiana. Si analizamos los materiales que aparecen en lugares que parecen corresponder a modestas aldeas campesinas encontraremos en las figurillas la impronta de un arte que se fabricaba de acuerdo no sólo a lo cánones en boga sino, a la vez, un arte elaborado con un rigor variable que lo mismo puede ser espléndido que descuidado. Ello tuvo que ver probablemente, con el hecho de que los ceramistas de mayor renombre probablemente realizaran su labor en lugares donde pudieron formar parte de aquellos que estuvieron detrás del ceremonial de los muertos de gran linaje. Esto es, de los artesanos que habitaron los centros de poder. Una de las hipótesis que hemos enunciado y que falta por documentar a partir de datos duros es la que señala que las figurillas de refinado gusto y que han llevado a señalar
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a las figurillas (sólidas y huecas) de las tumbas de tiro como una expresión del arte universal, sugiere que los mejores artesanos elaboraron hacia principios de nuestra era una parafernalia funeraria de primer orden destinada a establecer la relevancia de ciertos linajes en un entorno en el cual el culto al ancestro constituía el referente básico del orden social. Ello explicaría de algún modo el que la afamada colección de Alejandro Rangel Hidalgo (actualmente depositada en el Museo Universitario que lleva su nombre en Nogueras y la cual según su dicho, fue realizada a partir de la recuperación de materiales procedentes de tumbas saqueadas en las inmediaciones de la Hacienda de Nogueras) concentra materiales de primer orden en razón de ubicarse en lo que parece haber sido el sitio más importante de esta etapa en el valle de Colima: el sitio Comala (Potrero de la Cruz). Es probable que a partir de las excavaciones controladas en este sitio sea posible sustentar con mayor certeza esta hipótesis.
Imágenes 12 y 13. Ambas representan a chamanes. El de la izquierda presenta un maravilloso atavío con tocado. En la mano derecha parece portar un bastón de mando y en la mano izquierda un atado de objetos alargados. El de la derecha se encuentra presentando a un niño ante un público que lo observa, en este caso se hace evidente la importancia de pertenencia un linaje.
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Conclusiones El estudio de las figurillas de barro sólidas encontradas en contextos funerarios en el valle de Colima entre el 400 a.C. y el 200 d.C. se inscribió en una tradición compartida con otras regiones mesoamericanas. Estas representaciones mostraron un especial énfasis en la figura femenina en virtud de simbolizar la fertilidad humana y terrestre en un momento en el cual las aldeas agrícolas iniciaban su proliferación. El discurso sobre la eterna progenitora planteado por Townsend sintetiza en buena medida el arquetipo del ser femenino en el cual la mujer forma parte del orden natural como ente creador y destructor. La constante representación de su ciclo vital (niña, adolescente, mujer madre y vieja sabia) es continuamente contrastado con los ciclos agrícolas, principalmente del maíz. Es importante remarcar en este sentido que el Preclásico medio (1,200-400 a.C.) fue una etapa en donde los grupos humanos aún no habrían sentado las bases de religiones institucionalizadas y que la forma de concebir y explicar el mundo se realizó a partir de la magia. En este ámbito fue el hechicero (chamán) el interlocutor por excelencia entre las fuerzas de la naturaleza y las comunidades aldeanas. Hacia el Preclásico tardío (400 a.C.200 d.C.) el chamán parece haberse constituido en un elemento de particular importancia al interior de sociedades en las cuales se comenzaron a tornar complejas las relaciones sociales. Su relevancia en la tradición de las tumbas de tiro puede sustentarse a partir del hallazgo de figurillas sólidas que representan a personajes engalanados con elaborados atavíos en los que sobresalen sus tocados y máscaras que representan entidades reales o fantásticas cuya carga simbólica es evidente. La capacidad de convocatoria y observación a los chamanes fue transformando el ritual colectivo en un mecanismo de control social. La paulatina diferenciación social parece haberse expresado en este momento en los rituales mortuorios cuya relevancia y magnificencia sólo puede atisbarse a partir de los contextos arqueológicos que han permanecido sin alteración a lo largo de los últimos siglos. En este sentido, la próxima exploración de un espacio que parece haber sido uno de los centros de poder de este momento, permitirá tener mayores datos con los cuales documentar la índole de sus contextos funerarios y establecer las diferencias existentes entre los numerosas ofrendas mortuorias con que los aldeanos honraban a sus muertos y las destinadas a los miembros de los linajes que detentaron el poder tanto en el espacio de la vida como de la muerte.
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Notas: 1). Piña Chan, Román, Román, “Las culturas preclásicas del México antiguo”, Historia de México, México, Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C. V., tomo I, 1978, pp.135-184. 2). Noguera, Eduardo, La cerámica arqueológica de Mesoamérica, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1975, p. 79. 3). La letra A fue utilizada posteriormente para materiales que presenta una impronta olmeca mismos que se ubican como foráneos; las figurillas de la letra B define a materiales locales y contemporáneos a los olmecas. 4). Vaillant, George C., “Excavations at Gualupita”, Anthopological Papers of the American Museum of Natural History, vol. 35, núm. 1, Nueva York. 5). Porter, Muriel, Excavations at Chupicuaro, Guanajuato, México, Filadelfia, Transactions of the American Philosophical Society, 1956. 6). Reyna Robles, Rosa, Las figurillas Preclásicas, México, tesis de licenciatura en Arqueología y maestría en Ciencias Antropológicas, ENAH, 1971. 7). Covarrubias, Miguel, Indian Art México and Central America, Nueva York, Alfred Knopf, 1957. 8). Reyna, Robles, op. cit. p. 8. 9). Isabel Kelly a la Fundación Rockefeller. Tepepan, D. F., 7 de enero de 19666. En Ortoll, Servando, “Siete tumbas y un amor: Isabel Kelly a su paso por Colima”, Barro Nuevo, Ayuntamiento de Colima, Gobierno del estado de Colima, INAH/Colima, especial de Arqueología, pp. 3-12, octubre 1994. 10). Carta de Isabel Kelly a Carl Sauer, 29 de septiembre de 1939. En Ortoll, Servando, “Siete tumbas......op. cit. p.7. 11). Carta de Isabel Kelly a Carl Sauer, 9 de marzo de 1940. En Ortoll, Servando, “Siete tumbas....op. cit. p. 8. Ver también: Kelly, Isabel, “Seven Colima tombs: an interpretation of ceramic content”, Contributions of the University of California Archaeological Research Facility, Berkeley, University of California, Department of Anthropology, 1978, núm. 36, pp. 1-26. 12). Según Kelly Ortices fue contemporáneo al estilo denominado como Tuxcacuesco-Ortices. De igual manera la fase Coralillo se aceptó como contemporáneo a lo Colima-Armería y Tolimán con El Chanal. En cuanto a la correspondencia con Autlán, Cofradía correspondería a Coralillo y Mylpa y Autlán a El Chanal. Ver: Kelly, Kelly, Tha archaeology of the Autlan Tuxcacuesco area of Jalisco: The Autlan zone, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, (Iberoamericana 26), 1945; Kelly, Isabel, The archaeology of Autlan Tuxcacuesco area of Jalisco: The Tuxcacuesco Zapotitlan zone, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, (Iberoamericana 27), 1949. 13). Meighan fechó tres grandes ocupaciones: una Temprana (Morett temprano 300 a. C-100 d. C), otra a la que denomina Tardío (Moret tardío 150-750 d.C.) y finalmente un período de Reocupación (800-1,000 d.C.). Meighan, Clement W., Archaeology of the Morett Site, Berkeley y Los Angeles, University of California Publications in Anthropology, vol. 7, 1972. 14). El estilo I se definió a partir de la presencia de una cabeza alargada de forma cilíndrica. El grupo II agrupó a figurillas que presentaron la cabeza alargada, casi triangular, y que llevan un tocado o cabello que termina en punta (ver láminas 78 y 79). Novella, Roberto, Javier Martínez González y Ma. Antonieta Moguel Cos, La Costa Norte de Michoacán en la época prehispánica, Oxford, Inglaterra, Bar International Series 1071, 2002. 15). Clarke, David L., Analytical archaeology, Londres, Methuen and Company, Ltd., 1968. 16). Hill, James y Robert K. Evans, “A model for clasification and tipology”, manuscrito presentado en la 35ª Reunión Anual de la Society for American Archaeology, México, D. F., mayo de 1970. Citado por Baus, Carolyn, Figurillas sólidas de estilo Colima, México, INAH, (Colección Científica 66), 1978. 17) Johnson, Matthew. Teoría arqueológica. Una introducción, Barcelona, Ariel Historia, 2000, p. 95. 18). Baus, Carolyn, Figurillas sólidas de estilo Colima, México, INAH, (Colección Científica 66), 1978. Ver p. 54. 19). “Kelly observó que el agrupamiento general de los tipos parece encajar con lo que ella sabe sobre la cronología de Colima”, Baus, Carolyn, Ibidem p. 25. 20). Baus siguiendo a Meighan, Clement, Archaeology of the Morett....op. cit. p. 67.
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21). Mc Bride, Harold W., “Teotihuacan style pottery and figurines from Colima”, Katunab VII (3): 86-91, 1969. 22). Baus, Carolyn, Figurillas sólidas.....op. cit., p. 56. 23). Firth, Raymond, “The social framework of primitive art”, D. Fraser (ed), The many face of primitive art. A critical anthropology, Englewood Cliffs, 1966, pp-12-33. 24). Vaillant, George C., La civilización azteca, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 41. 25). Kelly, Isabel, “Ceramic provinces of Northwest Mexico”, El Occidente de México. Cuarta Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1948, pp. 55-71. 26). Townsend, Richard F., “Antes de los dioses, antes de los reyes”, Richard F. Townsend (ed.), El antiguo Occidente de México. Arte y arqueología de un pasado desconocido, México, The Art Institute of Chicago, Gobierno del estado de Colima, Secretaría de Cultura Gobierno de Colima, 2002, pp. 111-139. 27). Miller Graham, Mark, “La iconografía del poder en el antiguo Occidente”, Richard F. Townsend (ed.), El antiguo Occidente de México. Arte y arqueología de un pasado desconocido, México, The Art Institute of Chicago, Gobierno del estado de Colima, Secretaría de Cultura Gobierno de Colima, 2002, pp. 195-207. 28). Toscano, Salvador Paul Kirchoff y Daniel Rubín de la Borbolla, Arte Precolombino del Occidente de México, Monografía que la Dirección Estética publica con motivo de su exposición, México, Secretaría de Educación Pública, 1946, p. 25. 29). Ver cita 7. 30). Von Winning, Hasso y O. Hammer, Anecdotal sculpture of ancient West Mexico, Los Angeles, The Ethnic Arts Council of Los Angeles, 1972. 31). Vaillant, George C., La civilización azteca.....op. cit. p.41. 32). Piña Chán, Román, “Las culturas preclásicas del México......op. cit. p.182. 33).Townsend, Richard F., “Antes de los dioses...... op. cit, p.119. 34). Engels, Federico, “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Carlos Marx y Federico Engels. Obras escogidas, Moscú, editorial Progreso, tomo 1, 1974. 35) Townsend, Richard F., “Antes de los dioses...... op. cit, p. 127. 36). Lesure, Richard, “Figurine and social identities in early sedentary society of coastal Chiapas, México. 1550-800 b.C.”, Claassen C. y R. Joyce (ed) Women in Prehistory: North America and Mesoamerica, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1997, pp. 227-248. 37). Marcus, Joyce, “Women’s ritual in Formative Oaxaca. Figurinne-making, divination, death and the ancestors”, Memoirs of the Museum of Anthropology, Ann Arbor, University of Michigan, Number 33, 1998. 38). Séjourné, Laurette, Pensamiento y religión en el México Antiguo, México, Fondo de Cultura Económica, (Breviarios 128), 1975, p. 62.
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